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San Agustín

La Ciudad
de Dios

San Posidio

Vida de San Agustín


Edición preparada por
SANTOS SANTAMARTA DEL RÍO
MIGUEL FUERTES LANERO
VICTORINO CAPÁNAGA
y
TEODORO CALVO MADRID

Biblioteca de Autores Cristianos


Índice general

PRESENTACIÓN DE LA SERIE ............................................................ IX

LA CIUDAD DE DIOS

INTRODUCCIÓN ............................................................................. 3

LIBROS
1. En defensa de la religión cristiana ...................................... 11
2. Los dioses y la degradación de Roma ................................. 57
3. Los dioses y los males físicos en Roma .............................. 100
4. La grandeza de Roma como don divino ........................... 146
5. El destino y la Providencia ................................................. 190
6. La teología mítica según Varrón ........................................ 238
7. La teología civil y sus dioses ............................................... 264
8. Teología natural y filosofía ................................................. 305
9. Cristo, Mediador ................................................................. 347
10. El culto del verdadero Dios ................................................ 375
11. Origen de las dos ciudades ................................................. 426
12. Los ángeles y la creación del hombre ................................ 468
13. La muerte como pena del pecado ..................................... 506
14. El pecado y las pasiones ...................................................... 540
15. Las dos ciudades en la tierra ............................................... 584
16. De Noé a los profetas .......................................................... 634
17. De los profetas a Cristo ....................................................... 693
18. Paralelismo entre las dos ciudades ..................................... 739
19. Fines de las dos ciudades ................................................... 820
20. El juicio final ....................................................................... 877
21. El infierno, fin de la ciudad terrena .................................. 945
22. El cielo, fin de la ciudad de Dios ....................................... 1002

VIDA DE SAN AGUSTÍN

INTRODUCCIÓN ............................................................................. 1071

PRÓLOGO ...................................................................................... 1073

CAPÍTULOS

1. Nacimiento, conversión y bautismo de San Agustín ......... 1075


2. A los treinta y tres años, dejando todo, hace propósito
de servir a Dios ................................................................... 1075
VIII ÍNDICE

3. Retiro de San Agustín. Consigue una conversión .............. 1076


4. San Agustín es arrebatado para el sacerdocio ................... 1077
5. Funda un monasterio, y Valerio, obispo, lo autoriza para
predicar al pueblo la palabra divina ................................... 1077
6. Disputa San Agustín con Fortunato, maniqueo ................ 1078
7. Los libros y tratados de San Agustín contra los enemigos
de la fe son acogidos con entusiasmo por los mismos
herejes ................................................................................. 1079
8. Es nombrado obispo en vida de Valerio y lo consagra el
primado de Numidia, Megalio ............................................ 1079
9. Lucha contra los donatistas ................................................ 1080
10. El furor de los circunceliones ............................................. 1081
11. Progresos de la Iglesia católica por obra de San Agustín. 1082
12. Por un error del conductor evita San Agustín las asechan-
zas enemigas ........................................................................ 1082
13. Apostolado de San Agustín en favor de la paz de la Igle-
sia ......................................................................................... 1084
14. Victoria de San Agustín sobre Emérito, obispo donatista. 1084
15. Cómo por una digresión del predicador se convierte un
comerciante llamado Firmo ................................................ 1085
16. Descúbrense las nefandas torpezas de los maniqueos. La
conversión de Félix ............................................................. 1086
17. Pascencio, conde arriano, es vencido en una controver-
sia. San Agustín conferencia con Maximino, obispo arria-
no ......................................................................................... 1086
18. Debates de los pelagianos y labor de San Agustín en fa-
vor de la Iglesia ................................................................... 1088
19. Cómo San Agustín administraba la justicia, dando a los
litigantes consejos de la vida eterna .................................... 1089
20. San Agustín intercede por los reos ante los jueces ............. 1090
21. Espíritu con que acostumbraba asistir a los concilios ........ 1091
22. Vestuario y mesa de San Agustín ........................................ 1091
23. Administración de los bienes eclesiásticos ......................... 1092
24. Vida privada. Donaciones a la Iglesia. Ansias de verse li-
bre de los cuidados temporales .......................................... 1092
25. Disciplina doméstica. Penas contra el juramento ............... 1094
26. Del trato con las mujeres .................................................... 1095
27. Visitas a enfermos. Un dicho de San Ambrosio ................. 1095
28. Últimas publicaciones de San Agustín. La irrupción de
los bárbaros y el cerco de Hipona ...................................... 1097
29. Última enfermedad de San Agustín .................................... 1099
30. Aconseja a los obispos que no se retiren de las ciudades
invadidas por los bárbaros .................................................. 1099
31. Muerte y sepultura de San Agustín .................................... 1106
Presentación de la serie

En una biblioteca orgánica de autores cristianos no han de


faltar obras acreditadas como fuentes documentales y que go-
cen, por ende, de reconocimiento universal. La BIBLIOTECA DE
AUTORES CRISTIANOS ha seleccionado, de entre los aproximada-
mente mil seiscientos títulos que componen su fondo editorial,
aquellos que poseen el carácter de libro esencial.

Estas obras, agrupadas en una serie denominada Selecciones


BAC, son publicadas en un formato sencillo y económico, de
modo que las riquezas de la tradición cristiana, acopiadas en la
BAC, estén al alcance de todos.

Despojadas del texto original, griego o latino, si lo hubiere,


y de las anotaciones críticas —que podrán encontrar en el re-
pertorio clásico de la BAC—, las obras seleccionadas en esta
nueva colección desplegarán ante el lector las virtualidades que
emanan directamente de ellas, asegurándole, eso sí, que el li-
bro que tiene entre las manos es el resultado final de un largo
proceso de estudio, redacción y edición.

Sólo cabe augurar a esta nueva iniciativa de la BIBLIOTECA DE


AUTORES CRISTIANOS que cumpla el servicio a la Iglesia y a la
cultura por el que se ha distinguido durante las ya casi siete
décadas de su existencia.
LA CIUDAD DE DIOS
CONTRA PAGANOS

Traducción de
SANTOS SANTAMARTA DEL RÍO
y
MIGUEL FUERTES LANERO

Introducción de
TEODORO CALVO MADRID

Notas de
VICTORINO CAPÁNAGA

Edición bilingüe comentada en Obras completas de San Agustín, XVI-XVII


(BAC Normal 171-172)
Introducción

La Ciudad de Dios de San Agustín es sin duda una de las


obras-cumbre del pensamiento humano. Abarca genialmente la
visión tripartita que su autor tiene de la historia humana en tres
momentos: principio, intermedio y final. El principio contiene
todo el origen de la humanidad con los bienes de la creación y
los dones de la gracia: justicia, inmortalidad, paz, libertad, feli-
cidad. El intermedio abarca todo el momento presente del hom-
bre, fatigoso y dolorido, con la lucha entre la virtud y la iniqui-
dad, entre la vida y la muerte, con la división interna del
hombre: de sí mismo contra sí mismo, entre lucha-tensión, fati-
ga-descanso, aliento-conquista-reposo. Y el final señala el más
allá de la historia, que llenará en plenitud la triple exigencia de
toda persona: en su ser, en su conocer y en su querer, y que
colmará plena y definitivamente su descanso como victoria final
y paz perfecta (Prólogo, 1).
El drama que se encierra en estas tres dimensiones se desa-
rrolla en cinco actos que plantean cinco cuestiones y adelantan
otras tantas soluciones.
Los cinco actos son: creación, caída, ley, redención y suerte
final. Las cuestiones, cada una con su problema que tanto inquie-
ta al pensamiento del hombre, son: el problema fundamental
de los orígenes, difícil y complejo; el problema del mal, angus-
tioso y oscuro; el problema del porqué y el final abierto a todos
los actos de heroísmo y de iniquidad; el problema de la victoria
del bien sobre el mal, de cuya solución depende la superación
del pesimismo nihilista y el realismo verdadero de la esperanza;
el problema de las realidades eternas, que son lo más bello y
feliz, el cielo; y el problema más terrorífico y desdichado: el in-
fierno. Las soluciones que para cada uno de estos problemas
ofrece San Agustín, desde la fe, la caridad y la razón, son igual-
mente cinco: el origen en Dios, Creador de la naturaleza y da-
dor de la gracia; el desorden y abuso de la libertad por las cria-
turas inteligentes y libres, en los ángeles rebeldes y en el
hombre administrador infiel; los dos amores: el amor de sí has-
ta el desprecio de Dios y el amor de Dios hasta el desprecio de
sí mismo, que construyen las dos ciudades en las cuales se divi-
den y entemezclan ángeles y hombres; la divina Providencia que
4 LA CIUDAD DE DIOS

guía y controla la historia, y la ilumina con la mediación de


Cristo, la fundación de su Iglesia y el don de la gracia; y, final-
mente, la separación definitiva de las dos ciudades: la de los
justos, ángeles y hombres santos, en la felicidad del cielo, y la
de los demonios y hombres injustos, en la condenación del in-
fierno.
Panorama maravilloso e inmenso que, a pesar de su totali-
dad y profundidad, no es ni oscuro ni tedioso, sino comprensi-
ble y satisfactorio.

¿Por qué escribe esta obra?

Agustín, desde que tiene uso de razón, es fundamentalmen-


te realista. Todo lo observa, lo analiza, y busca objetivamente la
verdad. Por eso quiere aprender; y, cuando le prometen algo
como verdad, lo acepta, pero estudia críticamente su contenido
y, en cuanto descubre falsedades y mentiras, lo abandona, por-
que no quiere ser engañado. En esta lucha vivió su juventud
atraído, sobre todo, por las promesas de verdad del maniqueís-
mo, que le halagaba con la doctrina sobre la lucha permanente
de los dos principios: el principio bueno o de la luz y el princi-
pio malo o de las tinieblas. Experiencia universal, por otra par-
te, para todos los hombres desde Adán hasta el fin del mundo,
que los tienen divididos y entremezclados en dos agrupaciones:
la de los buenos o justos y la de los malos o impíos. Idea que
apunta por primera vez el año 390 en el manual del cristiano La
verdadera religión, 27, 50. Aclarar y desarrollar esta idea le tiene
preocupado durante años, y la va perfilando cada vez con más
claridad. Así, el año 400, con ocasión de un nuevo libro como
Catecismo para principiantes (20, 31) adelanta ya el esbozo de lo
que será La Ciudad de Dios. En primer lugar cambia el término
pueblos por el de ciudades, y dice: Dos ciudades, una de inicuos,
otra de justos, continúan la historia del género humano hasta el
final del mundo, al presente entremezcladas según el cuerpo, y
distintas por el espíritu, pero en el futuro separadas después del
juicio. Y antes del año 410, en la gran obra El Génesis a la letra
11, 15, 20, no solamente habla de las dos ciudades y de su fun-
damento, los dos amores, sino que además hace la promesa ex-
plícita de escribir La Ciudad de Dios. Por tanto, se puede concluir
que Agustín fue madurando la idea de esta obra desde su juven-
tud con un programa bien definido. Idea que, cuando llegue la
ocasión, irá desarrollando meticulosamente libro por libro.
Antes, cuando el obispo de Hipona Valerio le ordena sacer-
dote, Agustín le pide un tiempo para instruirse y profundizar
INTRODUCCIÓN 5

en la Sagrada Escritura; y entonces encuentra en ella el nom-


bre y el contenido de lo que él se propone años después: «Por
estos y otros textos que sería largo citar, sabemos qué es la Ciu-
dad de Dios, de la cual deseamos ser ciudadanos»; y añade:
«Aunque tantos pueblos numerosos viven en todo el mundo, si-
guiendo religiones y costumbres diferentes [...] con todo se
puede decir que no existen más que dos tipos de sociedad hu-
mana, que según nuestras Escrituras bien pueden llamarse dos
ciudades, cada una con su nombre propio: Jerusalén, visión de
paz, y Babilonia, confusión. Toda la fe cristiana está contenida
en la historia de estos dos nombres [...] la de los que se han
perdido al hacer su voluntad y no la de aquel que los había
creado, y la de los que se han salvado, haciendo no su voluntad,
sino la de aquel que lo había mandado» (La gracia de Cristo y el
pecado original 2, 24, 28); a la vez que recuerda el origen de cada
una: «La naturaleza viciada del pecado engendra a los ciudada-
nos de la ciudad terrena y la gracia, que libera de la naturaleza
del pecado, y que engendra a los ciudadanos de la ciudad celes-
te» (La Ciudad de Dios 15, 2).

¿Cuándo comienza a escribirla?

La ocasión llegó con la caída de Roma por las hordas bárba-


ras de Alarico el 24 de agosto de 410. Así lo resume el mismo
San Agustín: «Roma fue destruida por la irrupción de los godos
que actuaban a las órdenes del rey Alarico, y quedó arrasada por
la violencia de una gran derrota. Los adoradores de una multi-
tud de dioses falsos, que llamamos originalmente paganos, es-
forzándose en atribuir su destrucción a la religión cristiana,
comenzaron a blasfemar contra el Dios verdadero más despia-
dada y amargamente de lo acostumbrado. Por eso yo, ardiendo
del celo de la casa de Dios, me decidí a escribir contra sus blas-
femias y errores los libros de La Ciudad de Dios, que toma el tí-
tulo de la ciudad mejor, que llamamos La Ciudad de Dios, y que
me ocupó algunos años» (Las Retractaciones 2, 43, 1). Empresa
grande y ardua, cuyo resultado fue una obra magistral, muy bien
documentada de apologética del cristianismo, demostrando la
falsedad de la idolatría y el politeísmo, impotentes para defen-
der el Imperio y librarlo de los males. La divide en dos partes:
la primera contra el paganismo, y la segunda para exponer la
doctrina cristiana desde sus orígenes, su desarrollo y el destino
eterno de las dos ciudades: la de Dios y la del mundo, fundadas
por dos amores, uno espiritual y otro terreno, el amor de Dios
y el amor de sí mismo, que caminan entremezcladas en el tiem-
6 LA CIUDAD DE DIOS

po, pero que serán separadas definitivamente en la eternidad.


Con la razón y a la luz de la fe, San Agustín ha sabido profun-
dizar en los grandes problemas de la historia, de la filosofía y
de la teología, interpretando la providencia de Dios a través del
cristianismo, que es la clave de todo.

Los destinatarios

La Ciudad de Dios, por su contenido fundamental y trascen-


dente y, sobre todo, por su visión realista sobre el bien y el mal,
va dirigida a la humanidad entera. Cuadro grandioso, en cuyo
vasto panorama lo abarca todo con una sola mirada. Sin embar-
go, Agustín, como miembro destacado de la elite romana, culti-
vaba los círculos cultos de Hipona y Cartago, donde el cristia-
nismo de entonces, conmovido por la caída de la Roma eterna,
se hallaba sujeto a controversia. Y todos esperaban de Agustín
una réplica contundente para acallar las calumnias y blasfemias
de los paganos y esclarecer la verdad. Y, aunque ya lo venía
haciendo en los sermones —sobre todo el famoso Sobre la des-
trucción de Roma, que es como un adelanto, el programa o esbo-
zo de nuestra obra— y por carta, se decide a escribir la obra
magna de La Ciudad de Dios directamente a los hombres cultos,
tanto cristianos como paganos.
Pero la intención del autor, y la misma estructura de la obra
que son los dos amores, se están refiriendo al universo moral, a
los valores de los seres humanos, a la sucesión de los imperios
en el espacio y en el tiempo de las «seis edades» del mundo con
sus experiencias y reacciones. Es decir que La Ciudad de Dios
quiere abarcar a los ciudadanos de todas las naciones y lenguas,
porque es una enciclopedia universal, a la que puedan acercar-
se lectores de todos los tiempos, para ver con mirada agustinia-
na. Algunos, atónitos y con simpatía, otros, con indiferencia y
hostilidad, pero la mayoría con respeto y admiración porque
forma e informa con su contenido y además enriquece con
fórmulas inolvidables y geniales, como la famosa que resume
toda la obra: Dos amores han hecho dos ciudades: a Jerusalén el amor
de Dios, a Babilonia el amor mundano. Vea pues cada uno lo que ama,
y hallará de dónde es ciudadano.
De hecho, una masa innumerable de lectores se ha acerca-
do a La Ciudad de Dios a lo largo de los siglos para aprender el
gran programa militante de la vida cristiana al servicio de Cris-
to Rey. Y no sólo los amigos de la historia, sobre todo teólogos,
filósofos, literatos, predicadores, espirituales, organizadores de
la sociedad secular, etc., sino hasta los más sencillos han encon-
INTRODUCCIÓN 7

trado en esta obra alimento sano, ideas y frases que ilustran y


forman sobre el orden, la justicia, la paz, la autoridad, la socie-
dad, siendo considerada inspiradora de la sociología y la políti-
ca del mundo moderno, en conexión con la primera amplia
filosofía de la historia. De hecho, los buenos lectores de La Ciu-
dad de Dios han aprendido a leer a San Agustín cosechando fru-
tos muy copiosos en defensa de la verdad contra herejías, y erro-
res sobre diversos aspectos, que resuelven y disipan las más
difíciles cuestiones.
En esta obra se manifiesta el genio vivo de San Agustín, fe-
cundo en ideas y habilidoso en el lenguaje con entusiasmo por
la verdad para refutar las falsas y perniciosas doctrinas de paga-
nos, maniqueos, donatistas, pelagianos y modernistas de todos
los tiempos.
Herencia agustiniana que se fue repartiendo, ya en vida de
Agustín, dentro de la Iglesia por obra de monjes, sacerdotes y
obispos, y sus ideas germinaron durante siglos, sobre todo en la
Edad Media; su lectura entró incluso en las cortes. Influyó espe-
cialmente en la formación y espiritualidad del clero, con pasa-
jes antológicos como armas espirituales para el progreso de la
vida cristiana de los fieles y el nuevo florecimiento de las órde-
nes religiosas.
Las grandes figuras del Medievo, como Santo Tomás de
Aquino y San Buenaventura, siguieron a San Agustín, y contri-
buyeron a que se leyera y estudiase la gran obra; así como tam-
bién los artistas medievales que enriquecieron sus estudios con
textos e imágenes de La Ciudad de Dios, y promocionaron el
arte, como Dante en su Divina Comedia, interesando a los seño-
res ricos que encargaban y buscaban los códices con pinturas y
miniaturas sobre sus temas preferidos.
Luego, en la Edad Moderna, la Reforma de Lutero, que leyó
mucho y glosó La Ciudad de Dios, introdujo una nueva versión
de las dos ciudades, desfigurando el pensamiento original del
libro, porque radicaliza la soberanía del diablo, negando al
hombre toda forma de colaboración en su construcción. Intro-
duce además una lectura nueva de las doctrinas de los dos
amores, de las dos ciudades y de los dos reinos, que disputan
entre sí Dios y el diablo. Lutero cambia la lucha de las dos ciu-
dades por la de las dos iglesias: el reino del mal que está en la
iglesia del tentador, la papal, se enfrenta a la iglesia que él fun-
da, a la que llama Reforma. No son por tanto dos ciudades, sino
dos iglesias las que luchan, dejando así escindida la única Igle-
sia, alterando el pensamiento de San Agustín.
Con el Renacimiento se cambia la manera de interpretar el
curso de la historia y de sus causas. Y en la obra agustiniana ya
8 LA CIUDAD DE DIOS

no se vio una ciudad de Dios, sino una ciudad de hombres; de


manera que «si el hombre medieval gustaba de ver las cosas
desde arriba, desde el cielo, el hombre moderno cambió de
perspectiva, y la ciudad celeste quedó eclipsada por la ciudad
terrena», porque las llamadas ciencias naturales ya son suficien-
tes para explicarlo todo. Y, por tanto, ya no hacía falta la Provi-
dencia.
Luego, la Ilustración radicaliza con la diosa razón las postu-
ras negativas en relación con el cristianismo, hace una interpre-
tación racionalista de la evolución del mundo, interpreta a su
manera los ciclos naturales de las edades, y con el positivismo
cierra las puertas a toda trascendencia y teología de la historia.
A continuación, la llegada del marxismo con el materialismo
histórico dirige la revolución hacia un progreso proletario de
las masas humanas, que proclaman un nuevo paraíso de inocen-
cia y bienestar.
Todo ha ido pasando como sombras que intentaban oscure-
cer la visión integral realista de la historia a la luz de La Ciudad
de Dios. Pero consiguieron la reacción de grandes pensadores,
teólogos, filósofos, historiadores que han reivindicado la estruc-
tura de la obra agustiniana en sus líneas fundamentales. Así, el
gran pontífice León XIII señalaba el mérito de la visión agusti-
niana como ejemplo para todos los cultivadores de la filosofía
de la historia, cuando dejó escrito: «La filosofía de la historia
fue ideada y perfeccionada primeramente por ese gran doctor
de la Iglesia. Los que han venido después de él y han dejado
huellas dignas de recuerdo en ese ramo del estudio tomaron
por maestro y guía al mismo San Agustín, abrevando cuanto
pudieron en su especulación y escritos. Al contrario, los que se
separaron de las huellas de ese hombre cayeron en muchos
errores, porque en la investigación del curso y desenvolvimien-
to de los estados no tuvieron la verdadera inteligencia de las
causas que moderan los sucesos humanos». Otro estudioso de
mérito añade: «La primera historia universal de que hay noticia
en el mundo es La Ciudad de Dios de San Agustín, libro prodi-
gioso que viene a ser un comentario sublime de la Biblia, libro
de prodigios» (Donoso Cortés).

Los lectores de nuestro tiempo

No debe olvidarse que La Ciudad de Dios fue escrita durante


la controversia pelagiana y, aunque no es una obra directamen-
te antipelagiana, sin duda para el autor fue la mejor refutación
de esta herejía, porque en ella queda sepultado el orgullo pela-
INTRODUCCIÓN 9

giano, a la vez que se desarrolla la esperanza cristiana contra la


desesperación maniquea. Dos miradas que sostienen constante-
mente la atención de San Agustín: la mirada del tiempo o mira-
da horizontal, para abarcar la historia desde su principio hasta
su fin, y la mirada vertical o mirada hacia Dios, que es el Prin-
cipio, el Mediador y el Consumador de la Ciudad de Dios.
Y dos grandes desfigurados del pelagianismo son Cristo y la
Iglesia, porque destierra a Cristo de la historia íntima y de la
historia pública del cristianismo; porque el Cristo pelagiano no
es un Cristo íntimo, como el católico y agustiniano, no penetra
en lo interior del amor para edificar la Ciudad de Dios, sino que
se queda fuera, como un maestro, como un moralista o un
modelo que imitar, y no es un Salvador. La Ciudad de Dios
pelagiana sería un grupo de selectos y de hombres puros que se
salvan individualmente. Y esto sería la negación misma de la
Ciudad de Dios o Cuerpo de Cristo. Para un pelagiano, como
para el naturalista y agnóstico de nuestros días, no existen los
miembros de Cristo vivificados por la gracia de una cabeza uni-
versal del género humano, como no existe tampoco una raza de
pecadores que reciben su veneno de la cabeza del viejo Adán.
En semejante hipótesis no se puede construir una Ciudad de
Dios sin cabeza ni miembros ni savia interior.
El sistema de La Ciudad de Dios tampoco viene provocado
por el sedimento maniqueo de los dos principios, el principio
del bien o de la luz como ciudad buena por naturaleza, y el
principio del mal o de las tinieblas como ciudad mala por natu-
raleza, por la sencilla razón de que la idea de una naturaleza
mala es ya contradictoria, porque, si es naturaleza, ya no puede
ser mala; el mal no puede venir de la naturaleza, sino de la
perversidad de la voluntad y, por tanto, el agustinismo es la
negación misma del maniqueísmo.
Por eso, tanto el naturalismo degradante como el pelagia-
nismo, y la postura de la llamada «posmodernidad», con la
orientación de los que piensan que todo rueda con angustia sin
saber por qué ni para qué, y la de los que creen que todo es
absurdo, y que no hay por qué preocuparse más que del mo-
mento («comamos y bebamos que mañana moriremos»), ya tie-
nen su correctivo eficaz en La Ciudad de Dios, a la vez que los
cimientos sólidos para que hoy como ayer y siempre vuelva a
fundarse, como cometido de la aventura humana, la redención
de la ciudad del hombre.
«Y es que las dos ciudades, ahora entremezcladas, no pue-
den ser reconocidas sin estas dos verdades: la existencia del li-
bre albedrío y la existencia de Dios. Es decir, la existencia de
los dos amores» (P. Victorino Capánaga), cuyo misterio profun-
10 LA CIUDAD DE DIOS

do no se cansaba de admirar San Agustín, reflexionando sobre


la parábola del trigo y la cizaña como imagen del mundo.
El cuadro grandioso de La Ciudad de Dios, cuyo vasto pano-
rama lo abarca todo con una sola mirada, dio a los pueblos
bárbaros invasores de Occidente un programa de trabajo, por-
que, desde el siglo V hasta el XV de nuestra era, la sociedad se
fue perfilando en función de la idea de sociedad descrita en La
Ciudad de Dios agustiniana. Y de este modo, aquellos mismos
invasores, que causaron la ruina del Imperio, y que fueron oca-
sión para escribir La Ciudad de Dios, iban a desarrollar a lo largo
de los siglos, como en una lección gigantesca, los principios de
esta magna obra.

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