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La iniciación masónica nos pone en contacto con una forma de lenguaje que nos es
ordinariamente desconocido y frente al que nos colocamos, en un primer momento,
con prevención, y asombro. No es sino paulatinamente que comenzamos a
descubrir el valor de una forma tan particular de comunicación que es al mismo
tiempo comunión y juego, en el sentido en que se utiliza esta expresión tanto en
francés como en ingles: “jouer,ó, to play”, es decir interpretación musical.
Esta múltiple función del símbolo, y su plasticidad hacen que su contenido no quede
nunca definitivamente explicado, y que nosotros mismos vayamos descubriendo
diferentes niveles de sugerencias en cada uno de ellos, no digamos nada sobre el
efecto multiplicador que tiene el efecto cruzado de interpretaciones en el interior de
cada logia, y como a través de ese juego vamos profundizando en nuestro propio
conocimiento y además en la co-implicación permanente de los hermanos de la
logia. En palabras de del maestro Gilbert Durand: ” El símbolo no pertenece al
dominio de la semiología, sino a la jurisdicción de una semántica especial, es decir
que mas que poseer un artificialmente dado, detenta un esencial y espontaneo
poder de resonancia.
No quiero decir que todos y cada uno de aquellos que pasan por el trance de la
iniciación lleguen a percibir del mismo modo el efecto del simbolismo masónico,
desde luego mi experiencia personal no me permite llegar a afirmar eso, por el
contrario es muy posible que una cierta frigidez para la retórica simbólica haga que
para muchos, tanto el rito como el símbolo no sea sino una simple y repetida
alegoría. Pero aun así esa virtualidad semántica del ritual masónico esta siempre
presente, en el peor de los casos virtualmente, y no es raro el supuesto que de que
sea después de un largo periodo de exposición que uno de nosotros llega
repentinamente a sentir esa fuerza evocadora, y a despertar su dormida capacidad
de creación simbólica.