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Edita: Religiosas Filipenses Hijas de María Dolorosa


Calle Hiniesta, 2 - 41003 SEVILLA (España)
www. filipenses.com

Autora: Madre Inmaculada Dutrús, fmd

Diseño de Portada: D. Antonio García P.

Maquetación: Virginia García Devesa

Texto de la contraportada: D. Antonio García H.

Depósito Legal: SE 5307-2009

Impreso por: VIDEAL Impresores, s.l.


c/. Santa Lucía, 37 - 41003 SEVILLA

Impreso en España - Printed in Spain

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A PÓSTOL DE S EVILLA
VIDA DEL PADRE TEJERO

Sacerdote del Oratorio Filipense,


fundador de las congregaciones de
Religiosas Filipenses Hijas de María Dolorosa y
Misioneras de la Doctrina Cristiana

PRIMERA PARTE
ANTES DE COMENZAR

Antes de comenzar a leer, quisiera hacer una indicación.


He utilizado el estilo literario de novela histórica para la biografía del Padre
Francisco García Tejero porque, hablando con la Madre General, Madre
Enriqueta Romero, nos pareció que así resultaría más sencilla su lectura y
se podría dar una mayor difusión a un libro con el que queremos dar a conocer
la importante figura de nuestro Fundador.
Todos los hechos que se narran tienen una base histórica y documentada.
No sabemos exactamente cómo sucedió cada acontecimiento, aunque algunos
los tenemos redactados por los propios protagonistas. He intentado
documentarme sobre cómo era la vida en el siglo XIX, tanto en Soria como
en Andalucía, cómo eran los viajes, cómo el comercio…
Evidentemente, la gran mayoría de las conversaciones no son literales, sino
un recurso para hacer más vívido el texto. De todos modos, algunas, como
la de Francisco con el párroco de Fuentes de Andalucía, las palabras “Este
es hoy nuestro tesoro”, o la despedida antes de partir al destierro, sí las
podemos encontrar, bien en lo que conocemos por Autobiografía del Padre
Tejero, bien en cartas suyas.
Para diferenciar lo que es literal documentado de lo que es producto del
intento de recrear la realidad, he utilizado la comilla simple y la doble comilla.
Todas las frases tomadas de autógrafos del siglo XIX van con doble comilla.
Y los textos que aparecen en letra cursiva y en párrafos más estrechos son
literales, o cuasi literales, ya que en ellos ha habido que hacer una cierta
adaptación al lenguaje y la gramática actuales. Además, hay algunas
conversaciones que también son literales, aunque no me ha parecido oportuno
ponerlas en cursiva o entrecomilladas, porque se perdería la claridad del
texto.
Es verdad que podría haber utilizado la nota a pie de página para citar todos
los documentos utilizados; pero eso habría supuesto dos, tres o incluso más
citas por página, lo que dificultaría enormemente la lectura. Por esta razón
las he omitido, salvo algún que otro caso.
He intentado utilizar las palabras que se usaban en el siglo XIX; evitando las
que no existían, como por ejemplo la palabra “chica”, que no figura en los
diccionarios hasta 1927.

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Creo que he explicado los significados de todas las que pueden resultar
extrañas o que hacen referencia a costumbres o comidas de localidades
concretas.
Por eso, yo recomendaría leer las notas a pie de página, que no son muchas,
pero sí útiles. De todos modos, al final del libro podrán encontrar un anexo
con varios índices:
– el onomástico, que nos permitirá saber si está documentada la existencia
real de cada una de las personas que aparecen en los diferentes capítulos.
– un pequeño índice toponímico, en el que figuran los lugares en que estuvo
el Padre Tejero, y las calles de Sevilla que actualmente han cambiado su
nombre, o incluso han desaparecido.
Completan este anexo una pequeña cronología completa de la vida del Padre
Tejero, así como un índice de los archivos y páginas web en que se ha
encontrado la documentación, una pequeña bibliografía y la reproducción del
manuscrito de la carta que el Padre Tejero dirigió a “la familia de la Congregación
de Filipenses Hijas de María Dolorosa y Casa de Arrepentidas” desde Cádiz
el 5 de septiembre de 1866.
Espero que disfruten leyéndolo tanto como he disfrutado escribiéndolo; y que
a todos nos sirva para comprender que Dios nos ama por encima de todo;
que quiere la felicidad de todos y que en Él podemos confiar siempre, sean
cuales sean las circunstancias que nos rodeen, como hizo y enseñó el Padre
Tejero.

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Capítulo Primero

GARRAY

"Entrada a la casa natal de Francisco García Tejero"

1825 MARIPOSAS DE COLORES


– ¡Ay, santos mártires! Que llega el niño y no voy a poder ir a la fiesta.
Marta sabía que los dolores que sentía no eran por estar subida en una
escalera colgando la colcha de su madre en la ventana de la alcoba; sino
anunciadores de la llegada al mundo de su segundo hijo.
El arreglo para la fiesta tendría que esperar.
Todo el pueblo estaba preparando casas y calles para la procesión de los
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santos patronos , que se celebraría al día siguiente. ¡Con lo que a ella le

1 He interpretado libremente los datos que aparecen en los Diccionarios Geográficos de Madoz y Blasco
–ambos del siglo XIX– sobre Garray, Soria y las fiestas de los santos mártires. Evidentemente, he
recreado el nacimiento de Francisco de Jerónimo, el motivo de su nombre y las mariposas. También
he utilizado los datos de www.arteguías.com.

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Vida del Padre Tejero

gustaba acompañar la procesión de los santos Nereo, Aquileo, Pancracio y


Domitila!
Marta no había faltado ningún año. Desde pequeña le había gustado ir el día
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doce de mayo desde Tardesillas, donde vivía, a Garray para la misa en la
ermita, la bendición y la procesión.
¿Cuándo fue la primera vez? Hacía ya muchos años. Debía ella tener unos
cinco o seis cuando su madre consintió en que la acompañara, como ya
hacían sus hermanos Valentín y Josefa.
Su padre nunca iba, decía que eso era para la fe débil; que él no necesitaba
procesiones, que veía más a Dios en una semilla que brota, o en una vaca
pariendo. Y, hasta cierto punto, tenía su razón.
Pero a ella le gustaba la fiesta.
No lo olvidaría nunca. Cuando aquella primera vez estaba en la puerta de
la ermita, a punto de salir la procesión con las reliquias de los santos mártires,
tres mariposas de colores revolotearon frente a ella. ¡Y ver tres mariposas
de colores era buena suerte!
– ¡Mamá, mamá, he visto tres mariposas de colores juntas!
– ¡Qué suerte, hija! Los santos mártires te anuncian buena suerte.
Y cada año volvía a la ermita, escuchaba misa y salía a acompañar la
procesión, siempre con la esperanza de volver a ver sus tres mariposas de
colores.
Con el tiempo había comprendido que no son las mariposas de colores las
que traen buena o mala suerte. Ella no había vuelto a ver juntas tres mariposas
de colores; pero este año los santos patronos le habían traído a su segundo
hijo. ¡Eso si era una bendición! Llevaba casada cerca de cuatro años, tenía
un hijo de dos años y estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo, o hija,
que nunca se sabe, aunque Manuel hubiera dicho que se había puesto muy
guapa con el embarazo, y que eso era signo de que iba a ser niño. ...Pero
él siempre la encontraba guapa.
Si fue cosa de las mariposas, o lo fue de los santos mártires, ella no lo sabía;
pero su vida estaba llena de pequeñas ‘buenas suertes’.

1Garray y Tardesillas son pueblos cercanos a Soria; el primero de ellos edificado junto a las ruinas de
Numancia. su nombre significa "Tierra quemada".

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Apóstol de Sevilla

Vio a lo lejos a Escolástica, la joven hija de la partera, que iba con un canasto
lleno de flores silvestres.
– ¡Escolástica! –gritó asomándose a la puerta–. ¡Escolástica, avisa a tu
madre, que ya viene el niño!
– ¡Ya voy, señora Marta! Que mi madre está en la ermita preparando el altar.
– Corre, hija, que éste no tiene espera.
Intentó poner agua a hervir, pero las contracciones eran cada vez más fuertes.
Se acercó a la alacena y sacó las toallas y las sábanas que tenía preparadas
desde hacía unas dos semanas; faltándole, según sus cálculos, una semana
para el parto.
Y se tuvo que sentar. No sabía si iba a poder subir al dormitorio; ese niño,
tan tranquilo durante el embarazo, se empeñaba en salir...
‘Hijo, espera, que no estoy preparada’. Le pareció que el niño le había
escuchado, pues se tranquilizó durante unos momentos; pero al poco volvió
a la carga.
Facundo, su hijo mayor, que hasta ese momento había estado tranquilo
jugando con las ramitas que su abuelo le había tallado en forma de ovejas,
al escuchar gritar a su madre se asustó y corrió hacia ella con cara desencajada.
– Facundo, hijo, no te asustes –dijo ella acariciándole la cabeza–, es tu
hermanito, que viene. Ve a avisar a tu padre, que está en el ayuntamiento.
El niño parecía reacio a moverse; y no porque no supiera, pese a su corta
edad, llegar hasta el ayuntamiento, que se encontraba justo detrás de su
casa. Finalmente, cuando su madre le sonrió haciendo un gran esfuerzo, se
dirigió a la puerta. Marta aguantó dos o tres contracciones más para que el
niño no volviera y después, ya sola, gritó con todas sus fuerzas. No recordaba
que el nacimiento de Facundo hubiera sido tan doloroso.
LA HORA
Los minutos se le hicieron interminables, pero finalmente llegó su prima
Tiburcia, la partera, acompañada de Escolástica. Como era habitual en ella,
entró disponiéndolo todo. Marta siempre se había admirado de su serenidad
y de cómo controlaba los más mínimos detalles cuando estaba en un parto.
Ella le había ayudado en más de uno. Pero ahora Tiburcia venía sola.
– Parece que ya viene el niño. ¿Has puesto agua a calentar?, humm, veo

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Vida del Padre Tejero

que no has tenido fuerzas. ¡Escolástica, hija, aviva esa lumbre y pon la olla
llena a calentar! ¡Y no te olvides de la olla pequeña!
La niña hizo lo que su madre le decía. Cuando Marta iba a preguntar por qué
venía sola, Tiburcia prosiguió sin dejarle meter baza.
– ¿Las sábanas?, ah, ya las veo. Escolástica, hija, tráeme una toalla grande
mientras yo subo con tu tía al dormitorio.
Un ‘sí, madre’ fue todo lo que la niña pudo decir, ya que su madre seguía
hablando.
– Vamos Marta, ¡déjame que vea cómo va eso! –Le palpó el vientre mientras
le daba la mano–. ¡Muy bien!, nos da tiempo de subir. Porque no querrás
que tu hijo nazca en la cocina...
No dejó que Marta respondiera, le ayudó a levantarse y, mientras subían las
escaleras, siguió hablando.
– Te habrá extrañado que haya venido sola, pero Escolástica me ha pedido
muchas veces ser mi ayudanta, y como las demás están preparándolo todo
para mañana, me ha parecido que, con el cariño que tú le tienes, no te
importaría. Además, tú eres buena pariendo, lo demostraste cuando nació
tu Facundo...
Echó una mirada en torno, buscando al niño, y, al no verlo, le dijo:
– ¿Lo has mandado a buscar a su padre? Muy bien.
Pasaron al dormitorio. La habitación tenía una ventana por la que entraban
los rojizos rayos de una preciosa puesta de sol que iluminaban la cama de
matrimonio, con dosel de madera de nogal, que ocupaba el centro de la
misma. El dosel fue el regalo de bodas que su padre había mantenido en
secreto durante todo su noviazgo. ‘Lo estrenarás cuando te cases’ era lo
único que le decía.
Un palanganero con su jarra y su toalla, una cómoda, una silla de anea y
una cuna, preparada para el niño que iba a nacer, completaban el mobiliario.
Una cruz en la cabecera de la cama y un espejo constituían el único adorno
de la habitación y de la casa, ya que la vida es dura en Soria, y más en un
pueblo como el de Garray, tan bravo en su pasado, pero tan castigado durante
la guerra con el francés, cuando estuvo acuartelada allí la gran guardia de
caballería y un destacamento de infantería del que el general Durán se sirvió
para sus operaciones de bloqueo de la plaza de Soria. Al fin lo abandonó el

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Apóstol de Sevilla

diecisiete de septiembre de 1812, después que los sorianos les demostraran


heroicamente que no era empresa fácil vencer a los descendientes de los
que, antes que vencidos, eran capaces de entregar a las llamas familia y
hacienda y morir defendiendo su independencia y su libertad.
Detrás de ellas entró Escolástica con las sábanas y las toallas. No sabía cuál
querría su madre; y, siendo nueva, lo último que deseaba era meter la pata.
Las puso encima de la cómoda y, sin decir palabra, bajó nuevamente para
ver si la olla hervía. Por suerte para ella, conocía bien aquella casa y no tuvo
problema para avivar el fuego, poner la olla y preparar otra más pequeña
que calentara pronto.
Desde abajo podía oír perfectamente a su madre, que seguía hablando sin
parar con una voz tan potente que casi tapaba los gritos de su tía. Siempre
había estado fuera durante los partos de otras mujeres del pueblo. Desde
dentro le parecía que dolía más.
– Bien, túmbate. Ya sabes cómo va esto, así que grita lo que quieras. Venga,
colócate, que ese niño quiere ir mañana a la procesión, y ya estás tú tardando
mucho. ¡Escolástica!, ¡sube!
– Voy, madre.
Cuando Escolástica entró en la habitación, su madre le dijo:
– Mira, las caderas de tu tía tienen que dilatarse hasta que por ahí pueda
salir el niño. ¿Ves qué maravilla?
Continuó explicándole cómo saber la dilatación, la postura que tenía el niño
y cómo actuar en cada caso, y añadió:
– Pero es muy importante que antes de tocar nada te laves bien las manos.
¿Dónde está ese agua?
La niña bajó las escaleras de dos en dos y trajo el caldero pequeño, que
tenía el agua caliente aunque sin hervir. Ahora comprendía para qué era el
pequeño. Subió con el agua y vio a su madre remangarse y lavarse bien
manos y uñas.
– Siempre hay tiempo para lavarse las manos. No lo olvides nunca. Aunque
la cabeza del niño esté ya fuera, hay tiempo para lavarse las manos. Si no
lo haces bien, podría morir la madre... o el hijo. ¡Bien!, vamos allá, que este
niño está ya impaciente.

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Vida del Padre Tejero

EL PADRE
Entre tanto se escuchó la puerta, por la que entraba Manuel, el padre de la
criatura. Tiburcia le gritó desde arriba:
– No se te habrá ocurrido traer al niño...
– No –contestó él–, lo he dejado ‘ayudando’ en el ayuntamiento.
– Ja, ja –dijo la comadrona–, eso está bien. Bueno, ahora te toca esperar.
A Manuel se le quedaba pequeña la estancia, que recorría a grandes zancadas.
Le hubiera gustado poder hacer algo mientras oía a su mujer dar gritos... ¡Si
por lo menos le dejaran entrar!, pero no, no es cosa para hombres. Se
marearía y daría más quehacer; o por lo menos eso era lo que siempre le
había dicho Marta cuantas veces había sacado el tema. Así que no le quedaba
más remedio que caminar. Intentó sentarse en la mecedora; volvió a levantarse;
buscó algo que estuviera desordenado para colocarlo en su sitio; pero ni las
ollas, ni los platos, ni la escoba o el atizador del fuego, ni el brasero, ... ¡nada!
Marta siempre tenía la casa en orden.
... ¿O sí tenía algo que hacer? Salió a la calle y vio que la colcha estaba sin
terminar de colgar. ¡Eso no podía ser! Con un hijo recién nacido, su casa
tenía que ser la mejor del pueblo en la procesión. Subió a la escalera a
colocar los adornos...
Pero no pudo hacerlo, ya que al llegar a la altura de la ventana vio que su
hijo estaba naciendo en ese preciso momento.
¡Qué maravilla! Al final, los santos patronos le habían permitido ver el
nacimiento de su hijo. Se quedó extasiado mirando hasta que Tiburcia, dando
un par de azotes al niño, pues un niño era al final, se lo dio a Escolástica
para que lo lavara con el agua hervida de la olla grande, que estaba ya
templada, mientras ella terminaba de ayudar a Marta.
Manuel notó que las lágrimas corrían por sus mejillas. ‘¡Gracias, Dios mío!’,
dijo en voz baja.
Bajó de la escalera, no fuera a ser que le descubrieran, entró en la casa y
subió las escaleras rápidamente.
– ¿Puedo pasar ya?
– Venga –le respondió su mujer–, ¡pasa ya, pesado! –Y le recibió con una
sonrisa, mostrándole al hijo recién nacido–. ¿Qué nombre le pondremos?

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Apóstol de Sevilla

– El de su abuelo: Francisco –dijo tomándolo en sus brazos.


– Y el del santo del día, que ha nacido bajo su protección, y es bueno que
bajo su amparo viva –añadió Tiburcia que, como buena partera, conocía
perfectamente el santoral.
FRANCISCO DE JERÓNIMO
– Que no, mujer, que me quedo aquí contigo y con Francisco –dijo Manuel
a su esposa; que, sentada en la cama, daba de mamar a su hijo recién nacido.
Después abrió la ventana, dejando entrar la luz de una mañana radiante. La
helada nocturna hacía que todo tuviera brillos de mil colores; parecía que la
calle se hubiera puesto sus mejores galas para la ocasión.
Y bien lo merecía, era el camino que llegaba desde la ermita hasta la plaza
de la iglesia de San Juan, pasando por su casa y por delante del Ayuntamiento,

"Casa natal de Francisco García Tejero"

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Vida del Padre Tejero

dejando atrás la taberna del Goyo y cruzando la carretera de Soria hasta


llegar a la plaza, en la que se encontraba la iglesia. Todo se ponía de acuerdo
para recibir la procesión de los Santos Patronos.
Y, ¿por qué no?, también a su hijo Francisco de Jerónimo García y Tejero.
¡Sí!, le sonaba bien el nombre de su hijo. Lo repitió en voz baja, Francisco
de Jerónimo García y Tejero...
– ¡Que no! –le respondió Marta desde la cama–, ¡que te he dicho que vayas
a la procesión!, que tenemos dos hijos y es la fiesta de los santos mártires.
Además, le prometiste a Facundo que hoy iría contigo... ¡y la palabra de un
soriano es palabra de ley! Además, ya sabes que tiene que ir al menos un
representante de cada casa del pueblo. ¡Y yo quiero que recibáis por mí y
por Francisco la bendición de los santos patronos!
Sin añadir nada, Manuel besó la frente de su esposa y salió a despertar a
su hijo mayor. Tenía que ir a la ermita, había dado su palabra a un niño de
dos años y debía cumplirla. Además, un gusanillo por dentro le decía que
fuera para recibir la felicitación de todos.
LA PROCESIÓN
La ermita de los santos mártires, situada en la ladera del cerro de la Muela
en que se encontraban las ruinas de la heroica Numancia, se terminó de
construir en el año 1231 y había estado dedicada a San Miguel hasta que
las reliquias de los mártires Nereo, Aquileo, Domitila y Pancracio fueron
traídas desde Roma.
Las autoridades de la capital soriana se habían acercado, como todos los
años, a venerar las reliquias de los santos. También el alcalde y su señora,
el cura, el maestro de Tardesillas e infinidad de gentes venidas de toda la
comarca se encontraban allí.
En su hermosa portada, cinco grandes flores de piedra recibían a los
peregrinos, y junto a ella habían preparado las mujeres un altar recubierto
de flores.
Finalizada la misa, y antes de la procesión, los habitantes de Garray –honrosos
descendientes de los valientes Numantinos, que prefirieron morir antes que
vivir aplastados por el yugo romano–, presentaban los frutos de la tierra
implorando la bendición del cielo para el pueblo.
Los niños, vestidos del traje de fiesta, llevaban las ofrendas. Los más pequeños
los frutos de la tierra: trigo, cebada, avena, guijas, lentejas, garbanzos y

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Apóstol de Sevilla

yeros; los medianos conejos y perdices, truchas y barbos; este año también
ofrecían una nutria; y los mayores llevaban una oveja, una cabra y un ternero.
Se iban colocando frente al altar recubierto de flores y allí esperaban a que
el cura, con el de la filial del pueblo de Tardesillas, salieran de la ermita a
bendecir las ofrendas y al pueblo.
Pero este año, el señor cura tenía una sorpresa.
Un jornalero que estaba sacando piedra en las ruinas de Numancia encontró
un magnífico collar de plata en figura de cadena con fuertes eslabones y, a
trechos, graciosos bustos; pesaba 18 onzas y lo vendió por 160 reales al
teniente cura de la parroquia quien ahora lo presentaba ante los patronos
para que también recibiera su bendición antes de fundirlo, como era su
objetivo, y hacer un copón para “depósito de su Divina Majestad”.
Después de invocar la bendición del cielo y la protección de los santos Nereo,
Aquileo, Pancracio y Domitila sobre los trabajos y los frutos de la tierra, el
cura imploraba la bendición para todos los habitantes de Soria, Garray,
Tardesillas, Dombellas, el Garrejo y todos los pueblos de la comarca.
– Y hoy, muy especial, la bendición de Dios sobre Francisco de Jerónimo,
hijo de nuestros buenos vecinos Manuel y Marta, que nació ayer.
– ¡Vivan los santos Nereo, Aquileo y Pancracio! –gritó el señor alcalde cuando
el cura terminó–. ¡Viva Santa Domitila!
– ¡Viva!
– ¡Vivan todos los habitantes de Soria, Garray, Tardesillas, Dombellas y el
Garrejo! –gritó también, como era costumbre, el alcalde de la capital.
Y tras los vivas y hurras, entonó el cura los “Gozos a los santos patrones”,
que acompañaron todos los lugareños siguiendo la tradición, y dio comienzo
la procesión que llevaba las reliquias hasta la parroquia del pueblo.

Todo género curáis


de males y enfermedades
y demás calamidades,
y a los mudos lengua dais,
de pedriscos libertáis
a devotos compungidos
Santos Mártires.

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Vida del Padre Tejero

Cuando por falta os sacaron


del agua y lluvia copiosa,
con que todos se saciaron,
y a la prueba señalaron
sus rastrojos bien crecidos,
Santos Mártires.

Garray, pueblo afortunado,


que gozas tesoros tantos
con reliquias de estos Santos
que el cielo te ha regalado,
eres del mundo envidiado.

Mostraos agradecidos,
protectores de Garray
célebres y esclarecidos,
Santos Mártires gloriosos
escuchad nuestros gemidos.
Cuando Marta escuchó los hurras desde su casa, se asomó a la puerta con
el niño en brazos, cantando la canción que acercaba las reliquias a su casa.
Mientras esperaba la llegada de la procesión vio tres mariposas de colores
volando juntas.
EL BAUTIZO
Marta no se encontraba bien, pero quería acudir al bautizo de su segundo
hijo, como hizo con el primero. Así que, sin decir nada a su marido, puso a
Francisco el traje de cristianar que hizo su abuela con el traje de novia que
‘estaba ya tan pasado y viejo que no se podía más’. Después se puso su
vestido de fiesta para ir a la parroquia de San Juan Bautista, única del pequeño
pueblo en que tan sólo había doscientos habitantes.
Su madre, Juana, que en cuanto se enteró del nacimiento de su nieto había
ido a ayudarla, estaba vistiendo también a Facundo.
– Madre... –le dijo Marta.
– ¿Sí hija? –le respondió desde la otra habitación.
– ¿Tú te cansabas más después de nacer Josefa que después de Valentín?
– No, pero eran otros tiempos, las mujeres teníamos que levantarnos de la

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Apóstol de Sevilla

"Pila bautismal de la parroquia de S. Juan Bautista"

cama casi el mismo día de haber parido. Ahora os cuidáis más y es mejor,
porque antes muchas morían al poco tiempo de dar a luz. Además, las
comadronas tienen más cuidado de lavarse las manos y de lavaros bien, y
esas cosas. ¿Por qué lo dices? ¿Te cansas tú?
– No, no, por nada, curiosidad.
– ¡No estarás sangrando!
– No, no, de verdad, estoy bien, sólo un poco cansada.
Ya en la iglesia, Marta dio gracias a Dios por los dos hijos tan hermosos que
tenía. Allí estaba la familia de Tardesillas, sus hermanos y sus cuñados. No
dejaba de hacerle gracia que su hermana y ella tuvieran a dos hermanos por
maridos. Si Mariano era tan bueno con su hermana como Manuel lo era con
ella, estaban las dos de suerte. Sus hijos tendrían los mismos apellidos.
Siendo jóvenes lo habían hablado...

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– Así pensarán que son hermanos, como nosotras somos hermanas –le dijo
un día Josefa–. ¡Y yo voy a querer a tus hijos como si fueran míos!
– Yo también –le había respondido ella.
Y allí estaban Josefa y Mariano. Mariano sería el padrino.
– Mariano, que me tienes que cuidar al niño... como si fuera tuyo –le dijo.
– Descuida, Marta, que ‘tres leguas’ no es distancia, y tus hijos ya tienen dos
casas, una en Garray y otra en Tardesillas.
– ¡Y otra en Soria! –intervino la abuela.
– Con que tengan siempre a su padre y a su madre, me conformo. –Manuel
sonrió mirando a Marta–. ¿No es cierto?
La llegada del señor cura, don Santiago Monesterio, párroco del pueblo, hizo
callar a todos.
– Bueno, bueno... Vamos a hacer cristiano a este pequeño ‘morito‘ antes de
que tenga que ir a ‘quintas’. ¿Cómo me habíais dicho que iba a llamarse?
– Como el santo del día, señor cura.
– Bien está, que san Francisco de Jerónimo es un buen santo para cuidar
de él.

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Capítulo Segundo

DE LUTO (1826-1828)

NUEVA ESPERA
El día había sido largo. Marta estaba deseando acostarse; no estaba
acostumbrada a salir del pueblo y en su situación le costaba aún más. Los
mareos y ganas de vomitar, que normalmente sentía sólo en la mañana, hoy
no le habían abandonado. No quería decírselo aún a Manuel, pero no le iba
a quedar más remedio. Su marido no era tonto y, por más que ella hubiera
intentado disimular, él había notado que algo sucedía.
‘Pero los hombres, aunque se den cuenta de que algo pasa, no tienen acierto
para saber qué es’, se decía. De todos modos, tarde o temprano se enteraría,
y más valía que fuera por ella. Pero no era el mejor momento. El año había
sido malo. Tras la guerra con el francés, ahora venían tiempos de hambre.
‘Soria es una tierra dura’. Cada vez era más corriente escuchar esta frase
en las calles y en la cantina.
Y siempre alguien respondía:
– Sí, pero los sorianos descendemos de un pueblo de héroes, somos fuertes.
– No nos queda más remedio –añadía siempre Mariano, el más anciano–,
y el que no es fuerte... no vive para contarlo.
A Mariano le gustaba presumir de haber cumplido ya los ochenta y cinco
años.
– Y el que no se lo crea, que le pregunte al Señor Cura.
– Ya, ya, Mariano. Sabemos que eres recio.
Para Marta esto nunca era un consuelo. Era cierto que su vida había sido
dura y que ella había vivido para contarlo. Pero le dolía el alma al ver cómo
morían los hijos de sus vecinas. Le dolió el alma cuando su Facundo casi
muere al nacer.
‘Preferiría haber muerto yo’ pensaba siempre; ¿por qué tendría que haber
tanto sufrimiento?
Y ahora, otra vez encinta. ¿Qué diría su Manuel? Casi no tenían para los
cuatro; y gracias a que ella seguía dando el pecho a su pequeño. ¿Qué
harían cuando fueran cinco?

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Vida del Padre Tejero

Si el invierno no terminaba pronto, el verano no traería alimentos. Y, según


sus cuentas, pariría en agosto.
Estaba totalmente metida en sus cavilaciones cuando escuchó que su marido
se dirigía a ella.
– Me gusta ir a Soria al mercado. Aunque no haya mucha suerte. ¡Qué caro
está todo! ¡Menos mal que, finalmente, vendimos todo! De todos modos, tú
te has quedado sin tela para los trajes nuevos.
– No te preocupes, Manuel, que hay otros peor que nosotros y el estreno
importante está en el alma.
– Sí, ya, pero hemos trabajado mucho para demasiado poco. Y a ti se te nota
el cansancio. ¡Soria es una tierra dura!
– ¿Has acostado ya a Facundo? –le preguntó Marta cambiando de tema–.
Anda, acuéstalo y siéntate, que tú también tienes que estar cansado. Yo voy
a dar el pecho al niño.
Acostado el niño, Manuel volvió a bajar las escaleras y vio a su mujer sentada
en la mecedora dando de mamar al niño.
‘Qué guapa está –pensó–, pero cada día está más delgada. Si tuviéramos
dinero podría dejar de dar de mamar a Francisco. ¡Dios mío!, ¿tendremos
algún día lo suficiente para vivir?’
– Anda, Manuel, sírvete un vasito de vino. Y,... sírveme a mí otro, por favor.
– Sí, “de esos que apagan la sed pero no emborrachan” –respondió él casi
cantando la coplilla que conocían desde tiempo inmemorial.
– De esos, de esos –concluyó Marta, pensando que tampoco tenían mucho
más vino que para ese pequeño vasito.
Tras servir los dos vasos, Manuel se sentó junto a ella y se quedó mirándola
fijamente.
– Qué guapa estás, Marta. Si no estuviera casado contigo... me hacía tu
novio.
Ella se rió con ganas:
– Qué tonto eres, mira que está tu hijo delante y me vas a poner colorada.
– ¿Y qué si está mi hijo delante? Si quieres llamo al otro... ¡Facundo!... y a

22
Apóstol de Sevilla

todo el pueblo...
Se puso en pie e imitando la voz de los pregones, dijo:
– ¡Que me oigan todos! ¡Que todo el pueblo se entere! ¡Que todo el mundo
se entere! ¡Soy Manuel! ¡Hijo de Francisco García y Coloma Sanz! ¡Estoy
casado con la mujer más bonita de todo Garray, de toda Soria, de todo el
mundo! Doña Marta Tejero, hija de Lorenzo y Juana. ¡La quiero más que a
mi vida! Y, para completar mi felicidad, tengo dos hijos: Facundo y Francisco.
Marta se echó a llorar.
– ¡Pero tonta! ¿Por qué lloras?... ¡Estas mujeres! no hay quien os entienda...
Si os dicen algo que no os gusta...¡lloráis!, y... si se os dice algo bonito...
¡lloráis también!
Francisco, que no había dejado de mamar mientras escuchaba a su padre,
al llorar su madre se separó de ella, la miró con cara de mucha pena, y
acariciándole la cara, como ella le había hecho tantas veces si él se caía
aprendiendo a andar, le dijo:
– Cura sana....
Marta y Manuel rieron.
– ¡Shhh! –dijo Marta–, que Facundo tiene que estar ya dormido.
– Si está dormido no le despierta una bomba de los franceses. No te preocupes.
Marta aprovechó para decir:
– Es cierto. –Y, dirigiéndose al niño, añadió–: Tú también, a la cama, que ya
has comido.
Francisco puso cara de querer más; pero su padre lo tomó en brazos y dijo:
– Nada de más, que mamá está muy cansada. Dale un beso de buenas
noches y... a la cama.
La madre hizo la señal de la cruz en la frente de su hijo mientras decía:
– ¡Buenas noches, mi niño! ¡Dios te bendiga esta noche y todos los días de
tu vida hasta que seas un santo!
– Amén. –dijeron hijo y padre a la vez.
······························

23
Vida del Padre Tejero

Cuando ya se quedaron solos, Manuel no se anduvo por las ramas:


– ¡Estás otra vez embarazada! ¿Verdad?
Marta puso cara de extrañeza, al final lo había notado. Desde luego, su
marido no era como los demás.
– Sí –respondió mientras las lágrimas volvían a saltarle–, pero éste nos pilla
más pobres. ¿Cómo vamos a alimentarle?
Él la acarició y puso su cabeza sobre el vientre de ella, como queriendo
escuchar la nueva vida que había allí dentro.
Ambos permanecieron en silencio durante un rato, hasta que, finalmente,
Manuel habló dirigiéndose al vientre de su mujer.
– Tus dos hermanos mayores son mi orgullo y mi delicia. Tu madre es lo
mejor que me ha podido pasar en el mundo. Dios me ha bendecido mucho
y, aunque no tenemos mucho dinero...
Se volvió hacia su mujer y, mirándole a los ojos, continuó:
– Si Dios quiere que tengamos diez hijos... ¡trabajaré o pediré limosna de
puerta en puerta por todos los días de mi vida con tal de conservar a mi
familia! Y tú pequeño... ¡sé bienvenido a nuestra familia!
TIBURCIA
– Se va a llamar Tiburcia, Señor Cura, por mi prima, que va a cuidar de ella
desde el cielo.
– Bien está, que tu prima era una santa mujer. –Y echando el agua sobre la
cabeza de la niña, que no había dejado de llorar desde que entraron en el
templo, añadió– Ego te baptizo Tiburcia, in nomine Patris et Filii et Spiritus
Sancti.
– Amén –respondieron todos.
Marta miró a Escolástica, que lloraba silenciosamente detrás de sus tíos; y
Escolástica le sonrió agradecida.
Había pasado poco más de un año desde que ayudara por primera vez a su
madre como comadrona. Pero el duro invierno había agravado la tos seca
que ésta siempre tenía, convirtiendo en una pulmonía mortal un simple
resfriado. Había perdido a su padre y a sus dos hermanos pequeños en la

24
Apóstol de Sevilla

última epidemia de peste y no se sentía fuerte como su madre; pero Marta


se había empeñado en que ayudara a nacer a su medio sobrina–medio prima,
y la partera tiene que ir al bautizo. Si quería ser comadrona, tendría que
hacerse más fuerte; muchos niños morían al nacer, y muchos de pequeños.
¿Qué futuro le esperaría a esta niña que aparecía tan frágil en los brazos de
su madrina? Sólo Dios lo sabía. Y ella le pedía a Dios que tuviera una vida
feliz, corta o larga, pero feliz.
Al salir de la iglesia, Marta se dirigió a Escolástica:
– Y ahora, ni se te ocurra echar a correr, que te tienes que venir con nosotros
a celebrarlo. Eres muy joven para encerrarte en el luto. Además, ya sabes
que Francisco se porta mejor si tú juegas con él.
– Gracias tía, lo haré, aunque bien sabe usted que me cuesta, que yo no soy
fuerte como usted, ni como lo fue mi madre.
– Lo sé. Pero no importa ser débil; las mujeres somos débiles, y lo sabemos;
en eso reside nuestra fuerza.
– No le entiendo, tía.
– Sí. –Cogió del brazo a su sobrina mientras caminaban el corto trecho que
distaba de la parroquia a su casa–. ¿Has visto los chopos junto al río? ¿Te
has dado cuenta de lo que pasa cuando hace viento?, oscilan de un lado al
otro y no se quiebran. Lo que parece su debilidad, o sea, su madera blanda,
les hace resistentes. Y mira luego el roble. Tiene una madera fuerte, un tronco
robusto; pero cuando el viento del Moncayo sopla siempre se le rompe alguna
rama. Pues así somos las mujeres. Parecemos más frágiles, pero en esa
misma fragilidad está nuestra fuerza. Los hombres se hacen los ‘duros’, los
‘numantinos’, pero después necesitan de nuestro regazo para poder llorar
lo que no pueden llorar ante los demás. Los hombres también son débiles,
pero ellos, como el roble, si no tienen suficiente confianza con su mujer,
buscan refugio en otras mujeres que les hacen sentirse fuertes. O en el vino,
que les hace perder la conciencia. Por suerte, tu tío es de esa clase de
hombres que están cambiando y reconocen su debilidad, y por eso son más
fuertes. A tu tío le cambió el nacimiento de tu primo Francisco. ¿Recuerdas
el día de su nacimiento?
– Claro tía, mi primer parto. ¿Cómo iba a olvidarlo?
– Pues,… y no se lo digas a nadie, también fue el suyo. Subido a la escalera
para terminar de colocar la colcha en la ventana, se asomó y vio el nacimiento
de tu primo. Eso le cambió. Por eso, cuando ha nacido tu prima, no quiso

25
Vida del Padre Tejero

que nadie fuera a casa más que la partera y tú. Nos habíamos puesto de
acuerdo para dejar abierta la puerta y que él lo pudiera ver. Pero nadie se
tenía que enterar... ¡Un parto no es cosa de hombres!, ya sabes.
– Es cierto tía. Yo también le vi cambiado, pero pensaba que había sido por
el hecho de nacer Francisco. Ahora lo entiendo.
– Y, volviendo a nuestro tema: yo ya lo he hablado con él, sabes que no hago
nada sin decírselo, y está de acuerdo en que te vengas con nosotros una
temporada.
– Sí, tía, lo que pasa es que no quiero ser una molestia; aunque también es
verdad que no me gusta estar sola.
– Pues te lo vuelvo a repetir, vente una temporada a vivir con nosotros, así
me ayudas con los niños. Vas todos los días a tu casa a sacar las ovejas
para el pastor y a recogerlas a la noche; le das un repaso de vez en cuando...
y, cuando te sientas mejor, te vuelves.
– No sé, no sé, lo pensaré...
EL PRIMOGÉNITO
No había terminado el invierno. El mes de abril había sido muy frío. La nieve
en los cerros pelados hacía gélido el clima; pero parecía que con los primeros
días de sol, el verdor rompía y querían asomar las primeras flores del año.
Las casas eran de piedra, con lascas cubriendo la techumbre y formando la
típica chimenea en forma de embudo invertido, lo que permitía guardar mejor
el calor. De todos modos, las leñeras estaban casi agotadas y, si Dios no lo
remediaba, nadie en Garray podría encender las chimeneas.
En el edificio del ayuntamiento, el más grande de la población, no había
chimenea, pues no había cocina. Pero el alcalde y el secretario tenían
obligaciones que no podían dejar de cumplir, por lo que vestían toda su ropa
de abrigo, como si estuvieran en la calle.
– Aún con toda la ropa tengo mucho frío. Atiza ese brasero, por favor. Parece
que este año no va a llegar el calor.
– Ya no quedan brasas –dijo Manuel mientras removía las cenizas buscando
algo de lumbre–, por eso hace tanto frío.
– Entonces dejemos esto para mañana, que el gobernador civil no vendrá
hasta después de los santos patronos y tenemos aún más de una semana

26
Apóstol de Sevilla

para terminar de pasar las actas y decretos. Vamos a tomarnos un vasito de


vino al Goyo, que yo invito.
– Gracias Señor Alcalde.
Manuel siempre trataba de ‘señor alcalde’ a Luis cuando estaban trabajando.
Luis era el alcalde y él, el secretario; aunque hubieran ido juntos a la escuela,
aunque juntos hubieran cazado y pescado (en el río y en las fiestas).
Aunque hubieran compartido escondites secretos desde los que tirar piedras
a los franceses sin ser descubiertos. Aunque hubieran acabado juntos esa
corta infancia que tan pronto termina cuando hay guerra; aunque hubieran
compartido el rubor de las primeras manifestaciones de la juventud, que les
extrañaba y sorprendía con sensaciones y obligaciones nuevas.
Pero ahora Luis era el alcalde; y él, el secretario. Por lo menos para dejarse
invitar a un vaso de vino en el Goyo. Ciertamente el sueldo de maestro no
daba para esos lujos, por mucho que se le añadiera el corto salario de
Secretario-contador del ayuntamiento.
Cuando entraron en la pequeña taberna del pueblo, Mariano les saludó desde
su rincón habitual:
– Poco te dejas ver últimamente Manuel...
– Ya sabes Mariano que mi Marta está de nuevo encinta y mi Facundo está
malo, ese resfriado que no mejora; y Marta debilitándose por dar de mamar
a los dos pequeños, para ahorrar; pero me temo yo que el ahorro nos salga
al final caro, y sin leña, y con este invierno tan largo, y tú sabes que el año
pasado la cosecha fue mala, y las vacas casi no dan leche, y...
– ¡Para Manolo! –le dijo Luis–, que el año está siendo malo para todos.
– Sí Luis, sí, pero tú no estás esperando el cuarto hijo; que sólo le has hecho
uno a tu mujer.
– No entres en eso Manuel. Que bien sabes, que si Dios no los manda,... no
vienen; que no tengo yo la culpa.
– Es verdad, perdona, es que estoy muy preocupado.
En ese momento entró Francisco corriendo. Todavía era pequeño, pero el
pueblo era un lugar seguro, y los niños andaban jugando de un lado para
otro desde que comenzaban a andar (siempre que la nieve no cerrara el

27
Vida del Padre Tejero

paso, claro). Pero la cara de Francisco no era como de ir a jugar. Cuando


Goyo, que estaba junto a la puerta, iba a hacer una caricia en la cabeza al
pequeño, éste gritó:
– ¡Papá! ¡Eh...mano! ¡Mamá! ...mmdico.
– ¿Qué dice este niño? –intervino Goyo.
Pero Manuel, que había dado un salto en cuanto vio la cara de su hijo, no
necesitó más palabras para comprender que su hijo mayor estaba grave y
necesitaba al médico.
– Luis, por favor, ve a llamar al médico, que voy a casa.
······························
La llegada del médico, que se encontraba en Tardesillas atendiendo un parto,
ya no pudo solucionar nada.
– Este niño se muere –dijo tras la exploración–, creo que debéis llamar al
Señor Cura, yo poco puedo ya hacer. De todos modos, Josefa, sirve un vaso
1
de vino, que vamos a darle un poco de cascarilla , a ver si podemos hacer
algo con esa fiebre tan alta.
Josefa, hermana mayor de Marta, que había acudido con el médico desde
Tardesillas donde vivía, llenó un vaso con vino y se lo dio al médico, que
puso en él unos polvos blancos, que disolvió y dio de beber al pequeño
enfermo.
Mientras, Marta, en quien ya se mostraba bien a las claras su estado de
gravidez, lloraba silenciosamente junto al lecho de su hijo, del que hacía dos
días no se separaba.
Su corazón se elevaba al cielo en un ruego imposible: ‘Señor, que muera yo
y no él; que muera yo y no mi hijo...’
De pronto sintió la mano de Francisco que le acariciaba y miraba con ojos
interrogantes. Parecía que había leído su pensamiento.
La madre, sentada en la cama, lo cogió en los brazos y tenuemente le dijo
al oído. ‘Hijo, tu hermano se va, y no podemos acompañarle’.

1 Cascarilla:Nombre con que se conocía la corteza de quina, que se molía y se disolvía en vino o en
aguardiente para bajar la fiebre..

28
Apóstol de Sevilla

Sintió fuerte el abrazo de su hijo, mientras, con la mano que tenía cogido a
Facundo comprobaba que éste ya se había ido.
······························
Desde aquel día, Francisco sólo conoció un color en su madre: el luto.
La que siempre compraba telas de color alegre, porque ‘el oscuro da pena’,
según decía; no fue capaz de superar la muerte de su primer hijo.
La tristeza le debilitó y, aunque se esforzaba en presencia de los pequeños,
no lograba ocultar la pena que le corroía. ‘¿Por qué, Dios mío?, ¿por qué?’.
Sólo aquella frase que el Señor cura dijo en el funeral, cuando enterraron al
niño bajo el coro de la iglesia del pueblo, “en el grado de los párvulos”, le
consolaba un tanto: ‘Dios no perdonó a su propio hijo’ había dicho don
Santiago, ‘Y Dios ama más que tú, Marta’, le había añadido semanas después
en confesión, cuando ella le narraba su dolor.
‘Tienes que pensar en ese hijo que va a venir’, le decían también las vecinas.
Y ella pensaba, pero no conseguía recuperarse de su pena.
UN NUEVO GOLPE
Parecía que finalmente la cosecha de este año no sería tan mala como todos
habían previsto tras un invierno tan largo que apenas hubo primavera. Pero
los vientos de marzo, ‘fríos de pecado’, como decía el viejo Mariano, al que
nunca habían oído una palabra malsonante; las lluvias de mayo, siempre
bienvenidas; y el sol de junio y julio, habían granado los cereales y las
legumbres y engordado los tubérculos.
– Bendigamos a Dios que nos ha dado buena cosecha –había dicho don
Santiago en la última misa del mes de agosto–, si obedecemos sus leyes,
siempre podremos contar con que no nos dejará desamparados.
Eso era lo que a Marta le costaba comprender: que el amparo de Dios
dependiera de nuestro comportamiento.
Era madre de tres hijos y esperaba la llegada del cuarto. Su marido y ella
habían sido siempre buenos cristianos. No se habían acostado juntos antes
de casarse, como ella sabía que hacían otras parejas, que después iban con
prisas para que no se supiera lo que siempre terminaba sabiéndose.
Nunca habían hecho daño a nadie, es más, su Manuel siempre que podía
daba limosnas al señor cura, para que las diera a los pobres sin que éstos

29
Vida del Padre Tejero

supieran quién era su benefactor; porque decía que ‘la mano izquierda no
debe saber lo que hace la derecha’.
Era cierto que habían sido muy felices desde que se casaron hasta que murió
su Facundo.
Pero ahora su pequeña llevaba dos días con unos vómitos y diarreas que ni
el médico conseguía cortar. Sus hijos eran criaturas que no habían hecho
nada malo. ¿Cómo podía Dios castigarlos a sufrir de esa manera? ¿Por qué
había muerto su Facundo antes de poder gozar de la vida? ¿No decía la
Biblia, y don Santiago lo repetía en el púlpito, que Dios es bueno?... Entonces...
si no era un castigo sino una prueba, ¿por qué no le daba a ella las
enfermedades y la muerte, en lugar de a sus hijos? De mil amores se habría
cambiado por ellos.
A ella no le importaba sufrir, pero no podía soportar ver sufrir a sus hijos.
Creía firmemente que después de la muerte, sus pequeños iban con Dios
a gozar del cielo; pero... ¿por qué sufrían tanto antes de morir?
Le ardía la cabeza, estaba mareada, no debía pensar más. ‘Dios es más
grande que tú, no puedes comprenderlo’. Siempre recordaba las palabras
de su padre, de fe sencilla pero profunda y ciega.
‘Dios es más grande que tú...’
‘Dios es más grande que tú...’
‘Dios es más grande que tú...’
······························
El mes de septiembre había entrado con su acostumbrada suavidad. Después
del caluroso agosto, en el que sólo apetecía estar a la sombra, septiembre
era un descanso.
La orilla del río era el mejor lugar del pueblo para pasar las tardes y allí se
encontraban todos: quién pescando, quién paseando, quién simplemente
sentado en el tronco caído que siempre había estado allí.
Al anochecer las luces y las sombras se alargaban y el agua brillaba
resplandores dorados en las hojas de los chopos, que la suave brisa movía
en todas direcciones.
Hoy parecía que la pequeña Tiburcia había mejorado un poco, por eso Manuel
animó a Marta a que salieran a dar un paseo con los pequeños.

30
Apóstol de Sevilla

– Venga, mujer, que a Tiburcia la llevaré yo en brazos. –Le animaba.


– No, si yo la puedo llevar; es que me da miedo que el movimiento le vuelva
a hacer vomitar.
– Es posible; pero la tarde está muy buena, y también necesita que le dé un
poco el aire, que lleva muchos días metida en casa. Y tú con ella.
Al final, Marta se decidió, pero ella llevaría en brazos a la niña; así que Manuel
tomó a Francisco de la mano y salieron los cuatro.
Todos los vecinos se alegraban al saludarles:
– ¿Ya está mejor Tiburcia? –les preguntaban.
– Sí, muchas gracias, parece que está un poco mejorcita,... a ver si Dios
quiere que se nos cure pronto.
– Dios lo haga. ¿Vais a llegaros a Tardesillas?
– No, que no queremos que a la niña le dé mucho sol.
– Bien, hasta luego.
– Adiós, adiós.
······························
Fue la última vez que Marta salió de paseo por el río.
Aquella noche, tras un violento golpe de tos, la pequeña Tiburcia vomitó tan
fuertemente que falleció sin que diera tiempo de avisar al médico.
PETRA
– Dios prueba a sus predilectos, Marta, y Dios debe quererte mucho cuando
te envía pruebas tan grandes. Eres para Él como el oro, que se acrisola a
fuego.
Era don Santiago, el párroco, el que hablaba; pero Marta, que se había
acercado al confesonario porque se sentía culpable de la muerte de sus hijos
parecía no escucharle sino estar en otro sitio.
– Yo los he matado –repetía–, no he sido buena madre. Dios me va a castigar,
y cuando muera voy a arder en el infierno y no voy a poder volver a ver a
ninguno de mis hijos. Soy una gran pecadora. ¿Podrá Dios perdonarme
alguna vez?

31
Vida del Padre Tejero

– Marta, Marta, Dios es más grande que tú, no puedes comprenderle. La


muerte de tus hijos no ha sido culpa tuya, no te martirices de esa manera.
Además, en tu estado, debes cuidarte más, no sea que el hijo que esperas
sufra por ello. Dios te quiere y te ha mandado una prueba muy fuerte, pero
no pienses que por ello tú tienes la culpa; ya sabes que Él murió en la cruz.
Sólo tras la muerte puede venir la resurrección; tus hijos han resucitado ya
con Cristo. Tus niños eran ángeles del cielo y en el cielo están. No debes
atormentarte de esa manera.
– No quiero atormentarme, Padre, pero temo haber hecho mal las cosas y
merecer el infierno. –Marta pareció pensar durante un momento lo que iba
a decir a continuación–... Y, si voy al fuego eterno, no volveré a ver a mis
hijos jamás.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas y la tensión no le dejaba respirar.
Don Santiago conocía la situación. Era muy difícil que una mujer no se culpara
por la muerte de sus hijos. La vida en el campo castellano era muy dura; y
muchos eran los pequeños que morían, por muy diferentes razones, antes
de cumplir los cinco años. Él mismo había aportado datos para un estudio
que un científico estaba haciendo con cifras de toda España. Sólo el recordar
la revisión de los libros de defunciones de las varias parroquias de la zona
le hacía estremecerse: eran demasiados los niños que morían, incluso cuando
no había epidemia de peste.
No había más que dar una vuelta por las calles del pueblo y se veía qué
pocas mujeres no vestían luto por algún hijo muerto.
No era culpa de las madres el no tener comida o leña; ni, en la mayoría de
los casos, tampoco de los padres; pues los sorianos eran gentes formales,
trabajadoras, preocupadas por sus familias; no eran como las de otras
regiones, que gustaban más del vino y de pegar a las mujeres, lo que
provocaba muchos casos de abortos por las palizas. Eso lo sabía él; pero
era difícil convencer a una joven madre de que no tenía la culpa de la muerte
de sus hijos. Siempre había algo: no le di de mamar a su hora, no le oí llorar
y no acudí a tiempo, no le abrigué suficiente, no presté atención a lo que me
decía, no..., no... Siempre eran ellas las culpables. A veces le costaba
comprender la misericordia de Dios, en la que creía ciegamente, pero que
no alcanzaba a entender.
······························
– No hay palabras que puedan convencer a Marta de que no es la responsable

32
Apóstol de Sevilla

de la muerte de sus hijos. Nada le hace aceptar que ha sido muy buena
madre. Y ahora no se da cuenta de que Francisco y el hermano que le va a
nacer la necesitan. Parece que está ausente. No deja de llorar, aunque cuida
y mima a Francisco hasta la exageración,... No sé, parece que vaya a dejarse
morir. No hace más que decir que tenía que haber muerto ella. No sé qué
hacer, Padre.
Era Manuel quien ahora hablaba con el sacerdote. Estaba desesperado por
la pena de su mujer. No se sentía fuerte, temía haber traído la mala suerte
a su familia por haber visto los partos de sus hijos y también se sentía pecador,
condenado.
Don Santiago, que sabía mucho de sufrimientos en su larga vida sacerdotal,
sabía escuchar a sus parroquianos. Era su gran don. En muchas ocasiones,
incluso no hacía falta que abriera la boca. Las personas sólo acudían a él
porque sabían que les escuchaba. Incluso de algunos pueblos de alrededor
se acercaban las gentes para confesarse con él los sábados por la tarde y
los domingos, tanto en Garray como en Tardesillas.
Era un buen sacerdote.
Pero, con Manuel y Marta, algo le pasaba. Eran especiales, nunca había
visto dos personas tan bien compenetradas, que se quisieran tanto. Era cierto
lo que había leído: los tiempos estaban cambiando, había maridos que eran
amigos de sus esposas, y eso era bueno... Pero con Manuel y Marta, él se
perdía, porque con dos espíritus tan sensibles, dos espíritus tan capaces de
ternura y de misericordia con los demás, tan preocupados por el bienestar
de su familia,... le resultaba difícil conjugar sufrimiento y bondad, salvación
y condenación, amor y castigo.
Había algo en la teología que había estudiado que no cuadraba con Marta
y Manuel. El libro de Job terminaba bien, pero parecía que la ‘racha’ de Marta
y Manuel no terminara.
Es verdad que ya en muchos casos había visto morir a varios hermanos en
una epidemia, como la de la última peste, y que incluso algunas familias
habían muerto completas en ella. Pero esas familias no ponían los medios
profilácticos sobre los que los médicos hablaban, dándoles cada vez más
importancia.
Él iba con relativa frecuencia a Soria y a Osma, cabeza del Obispado, y
hablaba con los profesores del Seminario, y leía mucho, pues le parecía que
si un buen pastor debe estar preparado para salvar las almas de sus feligreses,
aún más lo debe estar para acompañarlas en el camino de la vida.

33
Vida del Padre Tejero

¿Sería cierto que ‘le mataba’ el cariño por Manuel y Marta, como le decían?;
¿sería por eso que no era capaz de explicar las pruebas por las que Dios les
estaba haciendo pasar?
– Sí, Padre, porque temo que a mi mujer le pase algo en el parto; pues su
tristeza es tan grande que temo que el hijo que espera no quiera venir.
Manuel, que había seguido hablando mientras el párroco parecía alejado de
allí, le hizo volver con una pregunta.
– ¿Y será posible, Padre, que muera el hijo que espera por su tristeza?
– Los niños son más fuertes de lo que creemos, Manuel. –Se oyó decir a si
mismo el sacerdote–. Son fuertes, y si es la voluntad de Dios, tu hijo nacerá;
y si Dios no lo permite, vosotros no tendréis la culpa; porque ‘más fuerte que
la muerte es el amor’, como dice el Cantar de los Cantares. Y vosotros dos
amáis mucho. Os amáis el uno al otro, y amáis a vuestros hijos, a Francisco,
que está aquí, y a Facundo y Tiburcia, que ya gozan de la plenitud de Dios,
y a este niño que va a nacer.
Tras la absolución, Manuel volvió a su casa más tranquilo. Era verdad, ellos
dos se amaban y amaban. Sus hijos no habían cometido pecado y habían
recibido el bautismo, por tanto, estaban gozando de Dios; y eso era mejor
que pasar hambre o enfermedad aquí. Debía afirmar su fe, debía orar con
su mujer para que Dios aumentara su fe.
······························
La niña que nació, no nació muerta, pero sí demasiado pequeña y muy débil.
Marta y Manuel rezaban todos los días para que viviera.
Llamaron a la niña Petra, para que el apóstol, ‘roca de la iglesia’, la protegiera.
– El Apóstol será un buen protector para vuestra Petra –había dicho don
Santiago al bautizarla.
En esa confianza rezaban todos los días; pero la niña iba debilitándose más
y más y no había pasado un mes cuando la vida de Petra, como una vela a
la que se le termina la cera, se fue apagando, hasta abandonarla el doce de
noviembre de 1827.
EL BENJAMÍN
Ese invierno fue muy duro para Marta; aunque gracias a Dios no lo fue tanto
para el campo. Hubo buenas nieves, pero no demasiadas, y la primavera

34
Apóstol de Sevilla

trajo lluvias y vientos a sus tiempos. La fiesta de los santos se celebraría con
todo el esplendor de los años buenos.
Manuel había conseguido que, por la fiesta, por los santos patrones, Marta
se pusiera una camisa blanca que había dejado de usar por el luto.
– A Dios no puede gustarle que siempre vayas de negro. Él hizo las flores
de colores, el cielo azul y el río transparente. ¡Creo que Dios no inventó el
negro! –le había dicho.
Consiguió que Marta sonriera. Ese había sido su propósito desde que habían
enterrado a Petra. Incluso lo había hablado con su hijo, que pese a tener
solamente dos años, parecía comprender perfectamente todo lo que había
pasado, y que sólo con su padre se atrevía a decir ‘¿Eh...manos?’, entonces
Manuel le tomaba en brazos, le sonreía y señalando al cielo le decía: ‘Se
han ido al cielo a jugar, vamos a jugar tú y yo también a ir al cielo’, y le hacía
cosquillas y le hacía saltar en sus brazos, hasta que el niño reía.
Mientras Marta se ponía su camisa blanca, comprendió que nuevamente
estaba embarazada. ¡Qué raro, esta vez no había sentido mareos ni ganas
de vomitar! pero la camisa le apretaba y hacía más de un mes que no le
bajaba la regla. ¡Estaba embarazada!
Un estremecimiento de gozo y de temor le recorrió todo el cuerpo.
Manuel, que se encontraba sentado en la cama atándose los zapatos limpios,
percibió el estremecimiento de su mujer y corrió a su lado.
– ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa? Te has puesto blanca de pronto y estás
temblando como hoja que mueve el viento.
Marta se abrazó fuertemente a él y comenzó a llorar silenciosamente.
– ¿Estás embarazada?
Marta asintió sin dejar de llorar.
– Marta, mi Marta, querida Marta; no temas. Estamos en manos de Dios,
como el barro en manos del alfarero. No temas, que yo estoy a tu lado, y
nuestro hijo Francisco también. Este año el invierno ha sido benévolo; no
temas, este año no nos faltará de nada. No temas, ... No temas ...
Y Manuel la retuvo entre sus brazos, acariciándole la cabeza y besándole,
sin dejar de decir: ‘No temas...’

35
Vida del Padre Tejero

De pronto se dieron cuenta de que Francisco se había levantado ya de la


cama y estaba de pie, con los pantalones puestos del revés, mirándoles entre
contento y sorprendido:
– Mamá –dijo–, me he vistido solito.
– Vestido. –Le corrigió su padre.
– ‘Vistido’, hijo, ‘vistido’ –dijo Marta riendo, mientras cambiaba a su hijo el
pantalón– no hagas caso de tu padre, que no dejará nunca de ser maestro.
Además, lo has hecho muy bien; y eso se merece un beso de premio. –Y,
dirigiéndose a su marido, continuó–: Y papá te va a dar otro beso muy grande,
porque eres el niño más bueno del mundo y siempre lo vas a ser. ¡Mi niño
precioso!
······························
– Y salgo de cuentas para el día del aniversario de mi Petra.
A Marta sólo el pensar en el parto le daba escalofríos. Estaba hablando con
su hermana. Ambas habían acudido, con sus maridos e hijos, a la feria de
septiembre en Soria.
– Pero esta vez será diferente. Verás. Esta vez todo va a salir bien.
– Preferiría morir yo antes de que muera mi hijo.
– Es muy duro, Marta, pero no olvides que tu Francisco vive y está bien; y
le vendrá muy bien tener un hermanito o hermanita, que se está convirtiendo
en un niño muy mimado por su madre. ¡Fíjate la exageración de caballito de
madera que le habéis comprado!
– Josefa, sólo tengo este hijo vivo; pues temo mucho que este embarazo
también termine mal. Recuerda que el médico, después de nacer Petra, me
dijo que sería peligroso un nuevo embarazo. Yo me he puesto en manos de
Dios y le he dicho que haga de mí lo que quiera, que prefiero la muerte antes
que tener que enterrar otro hijo.
– ¡Mujer, no seas tremenda!, que no tiene por qué pasar nada.
– No sé, no sé, Josefa. Tengo mucho miedo. Hasta le he dicho a Dios que,
como Ana, la madre de Samuel, le ofrezco a mi hijo con tal que viva.
– Y tu hijo es maravilloso, es buenísimo.

36
Apóstol de Sevilla

Veían a Francisco correr con sus primos por el prado donde estaban sentadas,
mientras los maridos, Manuel y Mariano, buscaban ganado para comprar,
pues la cosecha había sido muy buena y ambos querían asegurarse un buen
invierno.
– Josefa...
– Dime.
– Prométeme que, si muero, cuidarás a Francisco con tus hijos.
– No seas tonta, mujer, que no te vas a morir.
– Vale, pero tú prométemelo.
– Te lo prometo. Pero ahora me tienes que prometer tú que si yo muero,
serás tú quien cuide de los míos.
Marta rió ante la ocurrencia de su hermana pero, en seguida, volvió a ponerse
seria y continuó:
– Déjame terminar, por favor.
Su hermana la miró fijamente.
– Quiero que estés en el parto.
– Pues claro, hermanita.
– Y que, si corre peligro la vida de mi hijo, le salves a él antes que a mi.
– ¡No me hagas eso, Marta! Que todo va a ir bien.
– Tú prométemelo.
Josefa, casi llorando, finalmente se lo prometió.
– ¡Mamá, mira qué bonita! y la he cazado yo solo.
Era Francisco, que se acercaba con sus primos y con una lagartija muy
grande en la mano.
– ¡Yo le he enseñado a hacerlo!
– ¡Sí!, es verdad, el primo me ha ayudado, pero la he cazado yo solo.
– Muy bonita, hijo mío, cazador de lagartijas. Pero luego la sueltas, que el
animalito no tiene culpa.

37
Vida del Padre Tejero

– No, tía –dijo el primo, experto en la materia–, primero tenemos que cortarle
el rabo para que le crezca otra vez.
– Anda, iros ya y dejadnos tranquilas un rato.
Cuando las dos hermanas volvieron a quedarse solas, Marta dijo:
– No lo olvides, me lo has prometido.
Josefa, con una sonrisa que ocultaba una lágrima, le dio un abrazo a su
hermana pequeña mientras decía en voz baja:
– Sí, prometido, prometido.
······························
Josefa no pudo cumplir toda su promesa, no pudo salvar a la hija que Marta
llevaba en sus entrañas. Aunque llamaron al médico, aunque le atendieron
Escolástica y ella, aunque hicieron todo lo posible para que esa niña, que
venía con el cordón umbilical enrollado en el cuello, se salvara.
Y Marta no lo pudo resistir.

"Río Duero a su paso por Garray."

38
Capítulo Tercero

CAMBIOS
TARDESILLAS
– Señor Cura, quiero que a Marta le rece la misa de entierro, la novena y el
fin de novena. Y, aunque ella no hizo testamento, quiero que también se le
digan veinte misas cantadas y otras veinte rezadas. Y otra misa votiva a
Nuestra Señora del Rosario y otra votiva a los santos patronos Nereo, Aquileo,
Domitila y Pancracio, que ella les tenía mucha devoción. Y también responso
1
dominical y que sea enterrada cual corresponde .
– Bien, Manuel, la enterraremos en la iglesia parroquial, en el segundo
sepulcro de la tercera grada del lado de la pila del agua bendita. Y le diremos
todas las misas que quieras.
– Sí, que mi Marta tiene que ir al cielo a ver a sus hijos. No quiero que quede
años y años en el purgatorio. Tiene que ir al cielo a ver a sus hijos.
Para Manuel se acabó la vida con la muerte de su esposa.
No salía de casa, no hacía la comida, no era capaz de nada.
Estuvo cerca de un mes sin acudir a la escuela; sin ir al ayuntamiento.
Las vecinas, en especial Escolástica, le acercaban la comida y sacaban al
niño de la casa.
Ya próxima la Navidad, su hermano Mariano se presentó en su casa con
Josefa.
– Vengo a llevarme a Francisco. Esto no puede seguir así, ese niño se va a
morir de pena.
Esperó que Manuel respondiera algo; pero sólo el silencio respondió a sus
palabras.
Mariano continuó:
– Sabes que soy el padrino de Francisco; es mi responsabilidad. Además,
Marta nos hizo prometer que cuidaríamos del niño si ella moría.
Manuel continuó callado un rato. El silencio habría podido cortarse con un
cuchillo. Finalmente, Manuel pareció reaccionar:

1 Así figura en el Libro de defunciones de Garray.

39
Vida del Padre Tejero

– Me tenía que haber ido a Andalucía con Teodoro, como él me había dicho.
Todo esto no habría pasado.
Josefa intervino:
– Manuel, sabes que no tienes la culpa de ninguna de las muertes. Sólo Dios
es el dueño de la vida y de la muerte; y tú siempre te has puesto en sus
manos. Marta siempre decía que eras tú quien le había ayudado cada vez
a superar la profunda tristeza que siempre blandía espada contra ella.
– Pero sin Marta no soy nada. –Manuel rompió en profundo llanto y Mariano
le abrazó.
Josefa atizó el fuego, que estaba casi apagado pese a ser ya diciembre,
preparó una taza de café y se la dio a su cuñado diciendo:
– Manuel, la vida sigue y tienes un hijo que tiene que vivir.
Manuel tan solo dijo:
– Haced lo que creáis conveniente, yo no sé qué hacer. Estoy más muerto
que Marta.
······························

"Tardesillas"

40
Apóstol de Sevilla

Así fue como Francisco pasó a vivir en casa de sus tíos en Tardesillas.
Poco a poco, el tiempo fue sanando el corazón partido de Manuel. Su hijo
iba todos los días a verle, Escolástica le llevaba la comida y cada día conseguía
que dijera una palabra.
Antes de que el invierno acabara, Manuel volvió a incorporarse a su trabajo
en la escuela. Luis le había hecho comprender que los niños no tenían por
qué recorrer en invierno las tres leguas que separaban Garray de Tardesillas,
para ir a la escuela de allí; y además, para aquel maestro eran muchos niños
si se juntaban los de los dos pueblos.
Pero uno de los niños sí continuó haciendo diariamente el camino doble para
ir a la escuela.
Desde que su padre volvió a dar clase, Francisco dijo a su tía que quería ir
con él.
– Bien, irás, pero sólo mientras la nieve no cubra los caminos.
– ¡Vale, tía!
Así, Francisco iba a diario con su padre. Si había escuela, a la escuela; y si
no la había, a pasar con él un rato.
El ánimo de Manuel fue recuperándose y fue encontrando, poco a poco la
alegría de tener un hijo, de hablar con él, de jugar con él y enseñarle tantas
cosas como podía. Pero también él aprendía mucho de su hijo.
Cuando le veía recordaba a Marta diciendo: ‘¡Que bueno es nuestro hijo! ¡Y
que sensible! ¡Y qué fuerte!’
Recordaba cuanto sufrieron cuando Francisco pasó la escarlatina, y cómo
su esposa rogaba a Dios para que no muriera. ‘Señor, te lo ofrezco, pero que
no se me muera mi Francisco.’
Parecía que Dios le había escuchado.
Y, como el arco iris, señal de la promesa de Dios de no enviar otro diluvio
universal, a Francisco le había quedado una señal; una pequeña irritación
en el ojo. Normalmente no se le notaba; pero estaba ahí y, de vez en cuando,
le daba la lata.
Y su padre se lo decía cuando el niño se quejaba del ojo:
– Hijo, como el arco iris es recuerdo de la promesa de Dios, tu ojo es recuerdo

41
Vida del Padre Tejero

de la promesa de tu madre: Dios te ha dejado la vida, pero eres suyo.


······························
– ¡Franciscooo!
– ¡Franciscooo!
No había llegado a la escuela a su hora. ¿Estaría enfermo? Finalizada la
clase Manuel fue a Tardesillas en busca de su cuñada; pero Francisco
tampoco estaba allí.
– Pues esta noche yo he escuchado los lobos. –Era Mariano hijo el que
hablaba.
– Sí, yo también.
– Han estado por aquí cerca.
Parecía que Manuel iba a desmayarse. Su respiración era entrecortada:
– No puede ser, Dios lo prometió.
– ¡No digas burradas, Manuel, no metas a Dios en esto!
– ¡Que digo que mi hijo está ahí fuera! y yo voy a buscarle. Mariano, coge
tu escopeta. ¡Niños, avisar a los vecinos!, Francisco puede estar en peligro.
Hay que cazar al lobo.
Hacía mucho tiempo que Manuel no hablaba con tanta energía. Al momento
fue obedecido y se juntaron todos los hombres para buscar al niño.
– ¡Franciscooo!
Estaba nevando y era difícil poder encontrar ninguna huella en el camino.
El invierno estaba siendo muy largo, ya en varias ocasiones los lobos habían
bajado al pueblo para cazar algunos corderos y gallinas.
– ¡Franciscooo!
Los hombres, armados, y los primos mayores, que se habían empeñado en
ir a buscar a su primo, gritaban desde el Tera hasta el Duero. Tardesillas
estaba situada entre los dos ríos. ¡El niño no habría cruzado! ¡No podía ser!
– ¡Franciscooo!

42
Apóstol de Sevilla

Nada; el camino entre Tardesillas y Garray tardaba poco en recorrerse. Eran


tan sólo tres escasas leguas. ¿Dónde estaría? ¿Lo encontrarían muerto?
– ¡Franciscooo!
Los habitantes de Garray, encabezados por Luis, el alcalde, salieron también
armados en busca del niño. El lobo, al final del invierno, es muy peligroso.
– ¡Lo he visto! ¡Está aquí!
Se escuchó un disparo.
Manuel sintió que el alma se le salía. Si su hijo estaba muerto, moriría él
también. ¿Por qué habría dejado que fuera a Tardesillas? ¿Por qué no había
sido capaz de hacerse cargo de él? ¿Por qué...?
Finalmente vio a su hijo. El disparo había ahuyentado al lobo.
– ¡Hijo! ¿Por qué no has venido a clase? ¿No sabes el susto que nos has
dado? ¿No sabes que podía haberte comido el lobo?
– ¡Perdone, padre! –El niño puso cara compungida; hasta ese momento no
se había dado cuenta de que aquel animalillo con el que él había estado
jugando casi toda la mañana, era un peligroso lobo. –Perdone, padre, yo
pensaba que era un perro grande.
– ¿Que era un perro grande? –Luis, el alcalde, no pudo menos que reír–.
¡Digno hijo tuyo, Manuel! ¿Recuerdas cuando éramos pequeños y tú querías
jugar con aquel lobezno?
– ¡Aquello fue distinto, Luis!, estábamos en verano y el lobezno era casi un
recién nacido.
– Pues éste no era pequeño, eso lo puedo yo asegurar –dijo José, que había
disparado al aire para espantar al lobo sin herir al niño.
······························
A la mañana siguiente, cuando llegó el cartero de Soria, contó a quien quiso
escucharle que Francisco tenía la protección del cielo; que esa noche los
lobos habían matado y comido a una familia de húngaros que iban con peroles
para vender de pueblo en pueblo.
Francisco sonrió cuando escuchó que decían que tenía protección del cielo,
y silenciosamente se tocó el ojo.

43
Vida del Padre Tejero

EL TÍO TEODORO
– ¡El tío Teodoro! ¡El tío Teodoro! ¡Bieeen!
Cada vez que volvía por Garray y Tardesillas le pasaba lo mismo: se sentía
tío de toda la chiquillería de ambos pueblos, que corría tras él por todo el
pueblo en cuanto le veían.
– ¡Tío Teodoro! ¿Qué nos has traído?
Y, claro, si era tío de todos los niños, tenía obligación de traer algo para cada
uno. ¡Menos mal que siendo comerciante siempre podía conseguir chocolatinas
en abundancia!
Teodoro, hermano mayor de Mariano y Manuel, había dejado el pueblo muy
joven, en uno de los años malos que habían traído el hambre, y se había
hecho comerciante.
– Los comerciantes siempre tienen para comer –había dicho.
Y la verdad era que a él parecía que el comercio le había sentado bien. Ahora
podía permitirse traer un montón de chocolatinas para todos los niños del
pueblo.
– No sería justo traer a unos sí y a otros no –decía siempre–, porque todos
tienen derecho a tener una alegría de vez en cuando y no seré yo el que se
la niegue.
Cuando Teodoro iba al pueblo, los hermanos aprovechaban la ocasión para
comer todos juntos.
– A mi costa. –Reía siempre Teodoro antes de pagar al Goyo.
– Bien, hermanos, ¿cómo ha ido el año por estos lares? Tenéis que contarme
todo de pé a pá.
– Nada interesante –intervino Manuel– como siempre: frío en invierno, calor
en verano y lucha todo el año. Y los niños parece que cada vez quieren
estudiar menos.
– ¡Qué dramático eres! –era Mariano quien hablaba–. No van mal las cosas.
Es verdad que el hambre aprieta de vez en cuando, pero no van mal las
cosas. Ya sabes que Josefa es una gran mujer y estira el dinero no se sabe
cómo. Además, tu hermano siempre colabora para que, si no le falta nada
a su hijo, tampoco les falte a los primos. ¿Sabes la jugarreta que nos hizo
Francisco este invierno?

44
Apóstol de Sevilla

– ¿Qué hizo?
– ¿Recuerdas cuando Manolo se puso de pequeño a jugar con un lobezno?
– ¡No es lo mismo! –protestó Manuel.
– ¡Tú calla! –Bromeó Teodoro, a quien parecía que el clima andaluz había
hecho menos serio–. ¡Claro que me acuerdo, aquel verano me eché mi
primera novia!
– ¡Pues su hijo lo ha hecho con un lobo grande!
– ¡No me digas! ¡No pasaría nada!
– ¡Gracias a Dios!, porque después de jugar con él, se ve que al lobo se le
había abierto el apetito y se comió a toda una familia de húngaros.
– ¡Vaya con el lobito! ¿Y el padre de la criatura?
– ¡Imagínate!, cuando lo vio no sabía si abrazarle o regañarle, si besarle o
castigarle; ¡tendrías que haberle visto!
– ¡Exagerado! ¡Que el que parece andaluz eres tú!
– Bueno –Teodoro volvió a tomar la palabra–, vamos a hablar de temas
serios. Manuel, tú sabes que nuestro hermano mediano es muy bueno y que,
con mil amores, cuida de tu hijo...
– Eso es verdad. Y no sabes lo que se lo agradezco, porque él y Josefa son
padres para él.
– Pero también sabes –Teodoro continuó–, que son muchos hijos los que
tiene, y que Francisco parece muy capaz para más que para el campo. Y
eso no se lo podéis dar aquí.
– ¿Qué quieres decir? –Manuel no entendía nada.
Parecía que Mariano ya sabía de antemano lo que su hermano mayor diría
a continuación. Era como si ellos dos se hubieran puesto de acuerdo antes;
y Manuel tenía la impresión de que, en cierto modo, Mariano se sentía
avergonzado.
– Quiero decir que un hijo más es mucha carga para Mariano y Josefa,
aunque tú les ayudes; también es verdad que tu hijo no sólo necesita un
padre, sino también una madre pues tiene una sensibilidad fuera de lo común;
y que tiene capacidad para ser algo más que maestro en un pueblo pequeño,
y que puede conseguir algo más en la vida que el escaso sueldo de Contador

45
Vida del Padre Tejero

secretario del ayuntamiento de esta bendita Garray.


Teodoro calló y observó la cara de su hermano, que no terminaba de entender.
– Manolo, la vida me ha sonreído. He tenido mucha suerte. Tú sabes que
salí del pueblo con una mano sobre otra y con tan sólo un par de zapatos.
Marcos me trató siempre como si fuera su hijo y me ayudó a salir adelante.
Y hoy quiero yo hacer lo mismo con mi sobrino.
– Pero tú ya tienes a tu hija Rosario –respondió Manuel, abrumado ante la
oferta de su hermano.
– Lo mismo que Marcos tenía a su hijo Marquitos, que es ahora el dueño de
sus tiendas en Sevilla. Además, en Fuentes de Andalucía tu hijo tendría un
futuro en el comercio.
– No sé.
Manuel no esperaba aquella oferta de su hermano.
– Estás hablando de que mi hijo se vaya a vivir a Andalucía y eso está muy
lejos. No sé si podría pasar ni tan siquiera un día sin verle. En casa de Mariano
y Josefa sé que está bien; es verdad que aquí la vida es dura; pero... Andalucía
está muy lejos, que son más de quince días de viaje.
– ¡No es para tanto! –le espetó Teodoro–, que yo me fui hace muchos años
y mira, aquí estoy y vuelvo cada poco.
– ¡Cada poco! y hace lo menos dos años que no te veíamos.
Teodoro miró a Mariano, que había hablado, como diciéndole ‘Tú no lo
estropees’ y éste, al instante, cerró la boca.
– No sé, Teodoro –ahora era Manuel el que hablaba–, me cuesta mucho
pensar en desprenderme de mi hijo.
– Bien, piénsatelo, ya sabes que yo voy a estar aquí un par de semanas, y
que después iré a Logroño y Santander por mercancía. Así que dentro de un
mes y medio volveré. Tienes tiempo de sobra para pensarlo. De todos modos,
Manolo, ten en cuenta que no estamos hablando de ti, que ya eres mayorcito,
sino de tu hijo. Y tú, mejor que nadie, sabes lo espabilado que es ese chico.
Merece un futuro mejor que el que Garray puede darle. Yo he hablado de
este tema con Catalina y está de acuerdo en que el chico vaya a vivir con
nosotros. Sabes que Catalina es una buena mujer. Y el chaval nos ayudaría
en la tienda, incluso podría estudiar en la universidad de Sevilla, ... y casarse
con mi Rosarito.

46
Apóstol de Sevilla

– Sí, el cuento de la lechera. –Eso había sido ya mucho para Manuel–. Y de


tanto ir el cántaro a la fuente se rompió.
– ¡Vaya con el maestro! ¡Ahora mezcla los cuentos y los refranes! –dijo
Teodoro–. Oye, que yo también tengo mis conocimientos, no te creas.
Y prosiguió:
– En serio, Manolo, que tu hijo se casará con quien él quiera; aunque con
lo bueno que es, no me molestaría en absoluto que se casara con mi hija.
Piénsalo. Es un ‘negocio’ bueno para ti y bueno para mí. Y Francisco se lo
merece.
– Está bien, lo pensaré y lo hablaré con él. Me parece que si se trata de su
vida, tendré que preguntarle; que tú también tuviste la oportunidad de elegir.
LA PARTIDA
Se acercaba la hora de la partida. Francisco estaba muy nervioso, aunque
intentaba disimularlo.
Su padre había hablado con él muy seriamente, de hombre a hombre, pese
a que aún no había cumplido los diez; pero en Soria el que no madura sólo,
madura a la fuerza.
El chico tenía una maleta preparada con su ropa. El tío Teodoro le había
dicho a la tía Josefa que ‘no pusiera tanta ropa, que iban a Andalucía, no a
los Pirineos’. Que, ‘además, a esta edad los críos crecen rápido y pronto todo
se le quedará pequeño. Y estoy convencido de que a su tía Catalina le gustará
regalarle algo de ropa, que está muy ilusionada con el nuevo hijo que le va,
porque lo quiere ya como a un hijo’.
Josefa lloraba silenciosamente. Mucho le costaba desprenderse del niño. Le
había prometido a su madre que cuidaría de él. Y ¿cómo le iba a cuidar si
estaba tan lejos? Reconocía que su cuñado podía proporcionarle un futuro
mejor, y que en Garray cuando no faltaba la comida,... sobraba la nieve; y
que ocho eran muchos para comer, y que se notaría que había una boca
menos; porque como Teodoro se había negado a aceptar ayuda económica
de Manuel, éste dijo que entonces se la seguiría dando a Mariano para ayudar
en la crianza de sus sobrinos. Pero le costaba tanto ver partir a su sobrino
que no se sentía capaz de salir a despedirse.
Por eso, Francisco, que seguía pareciendo leer los pensamientos de su tía,
como había leído los de su madre, había hecho por quedarse a solas con
ella después de la cena la noche anterior.

47
Vida del Padre Tejero

– Tía… –le había dicho.


– Dime hijo –contestó ella mientras terminaba de preparar los braseros que
subirían a la planta alta de la casa.
– ¿Tú crees que mamá se enfadará conmigo si me voy con el tío Teodoro?
Eso era lo último que se esperaba Josefa que le preguntara su sobrino.
– ¡No, por Dios!, ¡claro que no! Tu madre siempre quiso lo mejor para ti y
para tus hermanos. Nunca lo olvides. Además, tu madre estará contenta de
que ayudes a tus tíos en Fuentes de Andalucía, y de que estudies mucho,
y ... –Las lágrimas brotaban de sus ojos y no pudo seguir hablando.
Fue Francisco quien continuó.
– Tía...
– Dime, Francisco.
– Pero... es que yo, cuando sea mayor, no quiero ser comerciante como el
tío Teodoro.
– Pero si el tío Teodoro tiene mucho dinero, y una casa bonita, y una mujer
muy buena y una hija preciosa. ¿Por qué no vas a querer ser como tu tío?
– Porque quiero ser como Don Santiago, el Cura.
– ¿Cómooo? –Josefa dejó de llorar y se quedó muy quieta, mirando a los
ojos a su sobrino–. ¿Por qué dices eso?
– Es que...
– Dime.
– Tía, cuando yo era pequeño, mamá lloraba y lloraba.
– Sí hijo, porque tus hermanitos se habían ido al cielo sin ella.
– Ya, pero yo me acuerdo de que cuando mamá iba a la iglesia, volvía a casa
y jugaba conmigo. Y cuando padre iba, volvía a casa sonriendo, y también
jugaba conmigo. Yo siempre me he fijado en Don Santiago, porque yo no
sabía qué hacía para que mamá y padre volvieran a casa y jugaran conmigo.
Por eso, creo que quiero dedicarme a poner contenta a la gente.
– ¡Hijo!... –Josefa sentía que el corazón se le oprimía y le costaba articular
palabra.

48
Apóstol de Sevilla

– ¿Está mal que no quiera ser como el tío? ¿Tengo que querer ser como el
tío? –Ahora era Francisco el que iba a echarse a llorar.
– ¡No, hijo, está bien! ¡Está muy bien que quieras ser como Don Santiago!
¡Está muy bien!
Guardó un momento de silencio. Parecía estar buscando las palabras
adecuadas
– Sí, Francisco, mi niño bueno, está muy bien que seas cura, si es lo que
Dios quiere que seas. Pero, si Dios quiere que seas otra cosa, no olvides
que lo primero que hay que hacer es la voluntad de Dios. Sé que eres muy
niño para entender esto que te digo, que aún tienes sólo nueve años. Pero
la vida ha sido dura contigo, y sé que ahora vas a sentirte lejos de casa, y
vas a querer volver. Y sólo pensar que tú sufras, me hace sufrir. Porque yo
le prometí a tu madre que cuidaría de ti y ahora veo cómo te vas de mi lado.
Pero creo que es lo que Dios quiere, que vayas a Andalucía, que vivas con
tus tíos y que aprendas todo lo que puedas para hacerte un hombre de bien.
Y, si un día descubres que quieres a tu prima, que te has enamorado de ella,
cásate con ella. Y, si descubres que Dios quiere otra cosa de ti,... pues sé
valiente, hijo, que eres hijo de dos grandes personas y soriano de muy buena
casta. Y nunca olvides que ni tu padre, ni tu tío Mariano, ni yo, queremos que
te vayas de nuestro lado; pero como queremos lo mejor para ti, estamos
dispuestos a sacrificarnos para que tengas un futuro mejor.
El niño se quedó mirando a su tía con los ojos muy abiertos. Intentaba guardar
todas aquellas palabras en su memoria, porque aunque no había entendido
todo lo que su tía le había dicho, sabía que algún día lo entendería y que era
importante que recordara palabra por palabra lo que le decía.
Finalmente, sin decir nada más, dio un fuerte abrazo a Josefa y le pidió la
bendición.
– ¡Buenas noches, mi niño! ¡Dios te bendiga esta noche y todos los días de
tu vida hasta que seas un santo!
– Amén –respondió Francisco, sintiendo en su frente, con la mano de su tía,
la suave mano de su madre.
EL VIAJE A MADRID
1
Para el transporte de sus mercancías , el tío Teodoro contaba siempre con
1He tomado la información de “Apuntes para una historia del transporte en España”, de José I. Uriol,
de varias revistas de Obras Públicas. (1980–1984)

49
Vida del Padre Tejero

la asociación de Carreteros de Burgos-Soria, que formaba parte de la Real


Cabaña de Carreteros. Esta asociación contaba con cerca de cinco mil
carretas, con las que hacían recorridos llevando cargas por toda España.
Teodoro iba a unirse a la cuadrilla que salía de Soria al día siguiente, por eso
debía ir con su sobrino a pasar la noche en la capital, de donde partirían al
salir el sol.
Francisco se despidió de sus primos, de sus tíos y, por último, de su padre
que en silencio le veía decir adiós a sus amigos y compañeros y veía los
regalos que todos, en su pobreza, le iban haciendo. Tan sólo Teodoro
interrumpió el silencio y el llanto contenido de Josefa y de Escolástica, que
le vio nacer y le quería como a un hijo.
– ¡Pero bueno!, si esto parece un funeral. Señor Cura venga pronto y eche
usted unas bendiciones a mi carreta, que con tanta lágrima se me va a
inundar. Y dígale a sus parroquianos que sólo nos vamos a Andalucía, que
no vamos a América. Que Francisco les escribirá en cuanto lleguemos y
verán que va a estar muy bien.
Don Santiago hizo el signo de la cruz sobre la carreta y puso sus manos en
la cabeza del chiquillo, que la inclinó para recibir la bendición del Sacerdote:
– Deus omnipotens benedicat tibi. In nomine...
– Señor cura –dijo Teodoro cuando terminó la bendición–. ¿Y no le importaría
echarnos una bendición en castellano para que sepamos que Dios, de verdad,
nos bendice?
– ¡Teodoro por favor! –dijo Manuel, mientras Francisco se ponía rojo como
un tomate.
– Manuel, no te preocupes, que conozco a tu hermano desde hace muchos
años y sé que lo que en otros sería una irreverencia, en él es sólo confianza
con Dios. Que conozco muy bien su fe.
– ¡Ea!, pues bendíganos Padre.
– No os bendigo yo –respondió el cura–, es Dios mismo quien envía su
bendición sobre ti, sobre Francisco y sobre todos. Dios, que os quiere y quiere
que os salvéis. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
¡Estaba bendiciéndoles en castellano! A Francisco le pareció que en esta
bendición sentía a Dios, aunque el sacerdote no la hubiera dicho en latín...
······························

50
Apóstol de Sevilla

La actividad junto a las carretas que componían la cuadrilla que partiría esa
mañana era inmensa desde antes de la salida del sol. Francisco, que nunca
había visto tantos bueyes juntos, estaba admirado: el ir y venir de hombres
y ganado, el trasiego con grandes cajas que iban cargando en las carretas,
el mugido de los bueyes, los gritos del que parecía ser el mayoral; todo un
completo desorden. Pero, por otra parte, tenía la sensación de que todos,
menos él mismo, sabían lo que tenían que hacer.
Se sentía perdido entre todo aquel barullo, mientras miraba con admiración
cómo su tío también daba órdenes que inmediatamente eran obedecidas.
Estaba orgulloso de ser el sobrino de alguien tan importante.
Poco a poco fue percibiendo el engranaje de aquel inmenso desorden.
Siempre había escuchado con gusto a su tío cuando hablaba de sus viajes,
de cómo funcionaba el comercio y el transporte de las mercancías de unos
sitios a otros. Y ahora se creía capaz de poner algunos ‘nombres’ de los que
había oído.
Esos que preparaban los carros, echaban aceite en las juntas de las macizas
ruedas y clavaban aquí y allá algunas tablas, debían ser los aperadores, con
sus ayudantes.
Aquellos otros que estaban unciendo las yuntas a los carros y atando el
ganado que iba sin uncir, estaba seguro de que eran los pasteros o manaderos.
Finalmente, los que cargaban los carros, debían ser los gañanes, a los que
todo el mundo parecía mandar de un lado para otro.
Pero había otras personas que él no reconocía. No parecían comerciantes
como su tío, pues no iban tan bien vestidos como él; pero estaban aparejando
sus caballos, como había visto hacer a su tío Teodoro. ¿Quiénes serían?
Repasó la lista de personas que componían la cuadrilla en las narraciones
que había escuchado. ... A ver, primero estaba el mayoral, después… los
guías, que indicaban los pasos más cómodos para los carros y los ganados.
¡Eso era!, tenían que ser los guías.
Ya no le parecía que hubiera desorden, cada uno estaba donde tenía que
estar y hacía lo que tenía que hacer. Tenía que ser difícil preparar un viaje
tan largo. Pero se veía que el mayoral sabía lo que hacía. Primero iban las
carretas cerradas, en las que había cajas, cajones y paquetes envueltos con
papel o con tela y atados con cuerdas; llevaban telas, jarrones, lámparas,
cazuelas y cacharros de barro, porcelana o metal y toda la quincalla. Después
se veían las carretas que cargaban el vino que venía de Rioja.

51
Vida del Padre Tejero

Uno de los gañanes le dijo que, a la vuelta, las barricas de vino se cambiaban
por tinajas de aceite de Jaén, y la porcelana francesa por productos de cuero
de Arabia. Después iba la madera de los bosques del norte y el carbón de
Asturias y, por último, el grano y la paja. El orden de las carretas se alteraría
un poco en las pendientes, para proteger los artículos más delicados y
valiosos, aunque la paja, heno y cebada principalmente, se procuraba que
fueran siempre al final para que no entraran en los ojos de los carreteros y
de los bueyes.
Parecía que ya estaban todos preparados, los carros, los animales y las
personas. Entonces, su tío se acercó a él.
– Qué, ¿preparado...?
– Sí, tío, preparado.
– ¿Quieres ir a caballo o prefieres una carreta?
– Un caballo tío, prefiero un caballo.
Francisco había montado tan sólo un par de veces a caballo, cuando su
padre le dejó acompañarle a Soria un día que tenía que hacer algo del
ayuntamiento en la capital. Le hacía ilusión ir en caballo, como los guías, ¡le
gustaban los guías!
– Lo imaginaba, Francisco. –Dio un silbido y uno de los gañanes acercó dos
caballos preparados ya con la silla y los arneses–. ¡Arriba! –le dijo mientras
le ayudaba a subir al más pequeño–. ¡Bien hecho!
Teodoro montó también y dijo a Francisco:
– Vamos con el mayoral, es la hora de salir.
– Sí, vamos.
Rufino, el mayoral, seguía dando órdenes a unos y otros; parecía que él no
estaba todavía preparado. Finalmente, subió a su caballo y se descubrió la
cabeza. Todos hicieron lo mismo e inclinaron la cabeza. Entonces se hizo un
silencio absoluto y Rufino dijo una oración que le pareció muy hermosa al
chiquillo, que seguía mirando de reojo alrededor, admirado.
– Dios del cielo y de la tierra –comenzó–. Tú eres el dueño de la vida y de
la muerte, de los caminos y de los hogares. Nosotros hemos dejado nuestras
casas para recorrer tus senderos. Te rogamos nos bendigas con un buen

52
Apóstol de Sevilla

viaje. Que tu mano empuje suave brisa tras nosotros. Que los tiempos nos
sean propicios. Que la carga que llevamos pueda llegar a su destino, donde
es necesaria. Te lo pedimos porque Tú también caminaste por la tierra y
sabes los peligros que podemos encontrar. Bendícenos a nosotros y a
nuestras familias; bendice a nuestros animales; bendice la carga que llevamos
y a aquellos que la esperan. Por Jesucristo, nuestro Señor.
– Amén –respondieron todos a una, haciendo todos la señal de la cruz.
Ahora Francisco ya no sabía si lo que le gustaba era ser guía o si preferiría
ser mayoral.
Se volvieron todos a cubrir y el mayoral dio la orden de partida. Las carretas
comenzaron a mover sus macizas ruedas, con el tan característico chirrido.
Francisco no daba a basto para verlo todo, movía la cabeza de un lado para
otro con una sonrisa grande. Era la primera vez que sonreía desde que había
dejado a su padre. Teodoro, viéndolo, sonrió también, satisfecho.
– Estaba seguro de que te gustaría más ir con la cuadrilla que en la galera
–dijo a su sobrino–. Tardaremos más, pero es un viaje más bonito, aunque
también más duro. Así, conocerás gente nueva y verás que en todas partes
hay personas buenas.
Francisco volvió a sonreír.
Cuando la última carreta arrancó, Teodoro arreó su caballo y lo mismo hizo
el chico.
Salían de Soria por la carretera de Madrid, dejando atrás la casa portazgo
que era la última de la jurisdicción soriana. No había pasado aún media hora
cuando el camino, bordeado de chopos, les mostró una fuente con dos caños,
pilón y asiento de mampostería. Si no estuviera tan cerca del lugar de partida
invitaría a detener la cuadrilla, descansar a la sombra de los árboles y disfrutar
de la cristalina agua que de ella brotaba.
Pero les esperaba un largo camino, primero hasta Madrid y después hasta
Córdoba y Sevilla.
······························
En la carretera de Madrid se cruzaron con otras cuadrillas, que iban en
diferentes direcciones, y se unieron a una de la asociación de Navarredonda
de la Sierra, lugar del que Francisco nunca había escuchado hablar, y que,
al parecer, estaba en la provincia de Ávila. Al anochecer, su tío le llevó a
pasear por entre los bueyes, que pacían tranquilamente.

53
Vida del Padre Tejero

– ¿De quién son estos pastos, tío?


– De nadie y de todos. Los pastos que están junto a la carretera son para
que puedan comer los ganados que transportan mercancías de un sitio a
otro.
– Y… ¿no se acaba la hierba?
– La verdad es que a veces se juntan hasta trescientos o cuatrocientos
bueyes y dejan poca tierra de provecho en el lugar, pero hay que tener en
cuenta que no es tan fácil para los carreteros llenar sus carretas en los
pueblos principales. Además, no siempre se encuentran pastos y abrevaderos
a distancia suficiente. La carretera es dura.
El mundo de los carreteros estaba poblado de novedades para Francisco.
Se levantaban más de una hora antes del amanecer, para preparar las
carretas y las yuntas y guardar y recoger todo lo que habían utilizado. El paso
de las carretas era lento, tan sólo se avanzaban seis o siete leguas diarias,
con lo que los viajes se alargaban días y días.

54
Apóstol de Sevilla

En el silencio de la mañana era chocante el chirrido de las ruedas.


Era otra forma de vida. Dura, sí, pero tranquila.
Cuando iban por terreno llano las yuntas no daban casi trabajo, y Francisco
aprovechaba para escuchar las muchas historias que tenían que contarle;
y su tío veía con alegría cómo todos se ‘rifaban’ al chico, que estaba en esa
edad en que aún se es niño, pero ‘ya se pueden entender algunas cosas de
los mayores’, como le decía el mayoral.
De tanto en tanto veían también cómo al lado de la carretera iban reatas de
mulas cargadas, con su arriero, que parecía avergonzarse de ir por el centro
del camino.
– Habría que tomar ejemplo de los arrieros –era Rufino el que ahora hablaba
con el chico–, son agradables, activos y sufridos. Personas inteligentes que
resisten hambre y sed, calor y frío, humedad y polvo. Trabajan tanto como
las mulas que llevan y nunca roban. Son puntuales y honrados, y tienen gran
temple y nervios de acero.
– Usted conoce bien a los arrieros, ¿verdad, Don Rufino?
– He viajado mucho con ellos, sobre todo por el Sur, por Andalucía. Hay
muchos caminos que ellos conocen como nadie; y son capaces de enseñarte
grandes cosas con palabras pequeñas.
Aquello le gustó a Francisco, ‘enseñar grandes cosas con palabras pequeñas’.
Le gustaría ser arriero.
······························
La cercanía de Madrid se notaba en la carretera. La tranquilidad del camino
se iba terminando, pasaban carros grandes y más veloces que las carretas
de la cuadrilla. Por todas partes se veían calesas, tartanas, birlochos, carabaos,
coches, berlinas, góndolas, galeras y faetones.
Francisco escuchaba atento cómo su tío Teodoro le iba explicando las
diferencias entre ellos:
– Dos cosas, principalmente diferencian unos vehículos de otros: los animales
que tiran de ellos, que pueden ser yeguas, caballos enteros y capones, o
mulas y machos; también puedes ver que unos llevan un solo animal y otros
pueden llevar hasta ocho. Además, fíjate que unos son pequeños y rápidos,
otros más grandes y lentos. Todo depende de para qué se quiera el coche,

55
Vida del Padre Tejero

si para ‘presumir’ y pasear, o para transportar cosas y personas.


– Y, ese tan grande ¿cómo se llama?
– Ese es una galera. Dentro la gente va tumbada o sentada en los baúles.
Recorre grandes distancias; pero es más rápida y más cómoda la diligencia
que vimos esta mañana. Nosotros tomaremos dentro de dos días la diligencia
hasta Écija y después viajaremos en caballos hasta Fuentes de Andalucía.
Francisco estaba tan entusiasmado observando el trasiego que cuando paró
la cuadrilla casi sigue adelante.
Ya estaban en Madrid. La cuadrilla tenía prohibido entrar hasta el centro de
la ciudad, a la que tan sólo accederían algunas de las chirriantes carretas.
Por eso Teodoro recogió su equipaje y el de su sobrino y, tras hablar con el
mayoral sobre las carretas que debían continuar camino y las que quedaban
para la distribución de sus artículos en distintos comercios de la Villa y Corte,
se despidieron.
Era casi mediodía cuando atravesaron las puertas de la ciudad; pero aún
así, se veían entrar y salir infinidad de aldeanos que conducían las producciones
de los lugares cercanos con destino a los abundantes mercados de la capital.
Otros, circulando con sus provisiones, realizaban en las calles la venta de
sus artículos, que anunciaban a grandes voces.
Quedaba algún que otro tahonero, con sus caballos con enormes serones
que repartían el pan por las tiendas; mientras que los ligeros valencianos
cruzaban las calles en todas direcciones pregonando sus refrescos.
Teodoro dirigió su caballo hacia la Puerta del Sol, centro del movimiento
público de la capital, donde los calesineros andaluces convidaban con sus
coches y calesines… Los elegantes carruajes llevaban bellas damas y
encopetados cortesanos al palacio, mientras que las encumbradas y enormes
1
diligencias salían para todos los puntos de la península .
El niño, que no salía de su asombro, disfrutó muchísimo paseando con su
tío por las calles y plazas del bullicioso Madrid.
……………………….
La diligencia que había de llevarles hasta Sevilla partiría al amanecer; pero
Teodoro tenía todavía una sorpresa más para su sobrino.

1 Mesonero Romanos, Manual de Madrid, 1831.

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Apóstol de Sevilla

– Vamos a ir a un horno –le había dicho.


Pero lo que Francisco no imaginaba era que se trataba del ‘Horno de la Calle
Pozo’, cuya fama se había extendido por todo Madrid pese a contar con tan
sólo cinco años de existencia.
Su fachada estaba compuesta por cuarterones de madera y paños de cristal
en las puertas y el escaparate. El interior olía a obrador, harina tostada y
dulces recién horneados. Allí se elaboraban de forma artesanal unos magníficos
1
hojaldres que en poco tiempo habían dado merecida fama al establecimiento .
Francisco no sabía que pastel elegir hasta que, después de haber contemplado
todos los que se exponían en el mostrador de la pastelería, se decidió por
un gran hojaldre relleno de nata, que el dependiente declaró ‘le iba a saber
a manjar de dioses’. Eso ya no le gustó tanto, porque en Soria se respetaba
mucho el nombre de Dios y no se utilizaba para hablar de la comida si no
era en la bendición de la mesa. De todos modos, el olfato le decía que su
estómago no estaba para ponerse a pensar de quién era manjar ese hojaldre
que tan bien olía; así que decidió comérselo sin esperar a que nadie dijera
una palabra más… y no se arrepintió.
El viaje estaba resultando ser mucho mejor de lo que él había imaginado,
con bastante miedo, antes de la partida. Estaba muy contento de ir con su
tío, pero le hubiera gustado que sus primos pudieran probar también ese
dulce de hojaldre tan rico.
– Tío, cuando volvamos a Garray tenemos que llevar pasteles para los primos,
¿vale?
– Sí, Francisco, llevaremos todo lo que quieras.
ANDALUCÍA
Hasta Córdoba quedaba aún mucho camino, pero la diligencia no era como
la cuadrilla, que tenía que ir a ‘paso de buey’, sino mucho más rápida.
La diligencia se estaba convirtiendo en el medio de viajar por antonomasia;
en pocos años, se había hecho dueña de todos los itinerarios y carreteras
principales.
Este nuevo medio de transporte había conseguido hacer viajar, en un mismo
vehículo, a las distintas clases y estamentos sociales que antes usaban

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Vida del Padre Tejero

medios distintos. Las galeras se habían quedado para los estudiantes y los
menos pudientes. Ahora todos compartían el mismo vehículo, ya que por las
diferentes tarifas, con tres o cuatro clases, cada uno podía elegir el asiento
que se acomodaba a sus posibilidades económicas.
El éxito de la diligencia era fácil de comprender: su mayor velocidad, su mayor
comodidad y seguridad; sus tarifas relativamente reducidas; su organización
comercial, con horarios y paradas fijas; sus paradores e incluso la previsión
de indemnizaciones en caso de pérdidas y extravíos, habían conseguido que
se impusiera allí donde prestaba servicio. Los otros medios o bien tenían que
desaparecer o quedar subordinados a la diligencia, como medios
complementarios.
Teodoro compró para él y Francisco dos pasajes de tercera clase, que le
costaron 500 reales.
……………………..
Partió la diligencia a las 7 de la mañana por la carretera de Aranjuez en la
que, lo mismo que les pasara a su entrada a Madrid, se cruzaron con multitud
de vehículos; quedando reducidos, a medida que se aproximaban a los reales
sitios, a coches de lujo y berlinas en las que viajaban o paseaban los nobles
que habían visto también en el paseo del Prado junto al jardín Botánico.
En la Mancha vieron una caravana de galeras formada por seis vehículos de
gran longitud, con seis ruedas cada uno y con tiros formados por seis mulas.
Las galeras estaban formadas por cajas ovaladas, muy parecidas a los cascos
de las galeras marinas –según dijo Teodoro a su sobrino–, y estaban cubiertas
por una tela en forma de toldo. Se colocaba la carga en la parte inferior, y
encima de ella iban los baúles que formaban las hileras de asientos, uno a
cada lado. En ellas podían viajar hasta cuarenta personas, que en la misma
galera guisaban y dormían, como si fuera una casa ambulante.
Impresionó a Francisco la pobreza de la tierra manchega, pues pasaban a
veces muchas leguas sin tropezarse con otros vegetales que un poco de
romero o tomillo silvestre. Por suerte, cada noche paraban en una fonda
donde su tío le procuraba una buena comida caliente y cama en la que
descansar de las largas jornadas, que en la diligencia se le hacían a Francisco
más largas que en las carretas, no sabía si por lo seco del camino o porque
la conversación con los carreteros estaba más a su altura.
…………………
Llegaron a Despeñaperros, con sus desfiladeros y estrechos y tortuosos

58
Apóstol de Sevilla

caminos, en los que parecía que la diligencia iba a caer ladera abajo.
Francisco asomaba la cabeza y miraba todo con ojos ávidos por conocer.
Cuando llegaron a un lugar en que la carretera se ensanchaba hicieron un
alto para que los caballos descansaran. Allí había una fuente y su tío le invitó
a dar un paseo con él. Algunos de los viajeros les acompañaron también,
pues había dicho que conocía un lugar desde el que el paisaje era digno de
admiración.
A Francisco le pareció un espectáculo grandioso: las rocas formando líneas
verticales que parecía iban a tocar el cielo; esas enormes rocas que semejaban
los tubos del órgano que había visto en la iglesia de Nuestra Señora de
Atocha en Madrid. En la basílica, Francisco había pedido a su tío que se
quedaran un rato, pues le gustó mucho escuchar el sonido del órgano.
– Parece que Dios habla a través del órgano –había dicho–. Y me gusta
escucharlo.
Así que, lo mismo que habían permanecido en silencio escuchando el órgano,
ahora Francisco quedó nuevamente en silencio escuchando la música que
hacía el viento cuando pasaba entre las rocas.
A Teodoro no dejaba de admirarle su sobrino, le impresionaba su capacidad
de observación y su deseo de saber, pero también sus inteligentes preguntas.
Y ahora resultaba que era también buen contemplativo.
Estuvieron un tiempo en silencio y sus acompañantes se alejaron de ellos
paseando. Se escuchaba el viento y a las águilas, que gritaban mientras
planeaban en busca de algún ciervo o corzo sobre el que lanzarse en picado
para atraparlos por sorpresa. Eran enormes esas águilas imperiales. Francisco
estaba seguro de que podían comerse hasta un caballo.
La diligencia pronto continuó su camino y la conversación dentro de ella
versó sobre los bandoleros.
– Yo, más que a los desfiladeros –había dicho uno de los viajeros– temería
a los bandoleros, que abundan en Despeñaperros desde siempre, y ahora
más con los guerrilleros que no han podido entrar en el ejército después de
la guerra con el francés.
– Es verdad –le replicó otro–, pero no sólo hay bandoleros en Andalucía, que
Madrid bien puede presumir de la cuadrilla de Luis Candelas.
– ¡Ese es un Don Juan! –afirmó una de las señoras, que parecía contrariada

59
Vida del Padre Tejero

por no haber podido conocerle antes de partir de Madrid.


– Un Don Juan que se dedica a robar y que ha abandonado a su mujer en
la luna de miel…
Las mujeres parecieron escandalizarse, pero se veía que les gustaba lo que
se iba contando. Francisco sintió curiosidad y pidió que le contaran quién
era ese Luis Candelas.
– ¿Vienes de Madrid y no has oído hablar de Luis Candelas? ¡Vaya!, tu tío
sí que cuida de tu inocencia.
Todos rieron la ocurrencia y el viajero, un señor de mediana edad, que iba
a Córdoba y Sevilla por unas ganaderías de reses bravas para las corridas
de la feria de San Isidro en la plaza de toros de las Ventas, disfrutó contándole
a Francisco que Luis Candelas había nacido en una familia buena, pero que
desde pequeño había sido muy rebelde en el colegio de San Isidro, que
había tenido que dejar por pegar a uno de los clérigos.
– Después ha seguido robando joyas y mujeres; ha participado en varios
duelos, que ha vencido hiriendo a sus contrincantes. –Continuó.
– Sí, eso es cierto –dijo una de las damas en defensa del bandolero–, pero
nunca ha robado con violencia y gusta de tratar bien a sus víctimas.
– Dicen que durante el día se hace pasar por un hacendado del Perú.
Realmente, algunos saben vivir.
Francisco meditaría largamente aquella frase que más que una afirmación,
a él le parecía una mentira. Porque a los bandoleros siempre terminaban
matándolos con el garrote vil, cortándoles después la cabeza y exponiéndola
en los principales cruces de los caminos para que sirvieran de escarmiento,
como habían visto ellos ya un par de veces en su viaje.
······························
A Córdoba, que era muy hermosa, llegaron de noche, por lo que Francisco
pudo ver poca cosa, pues ya estaban relativamente cerca y su tío dijo querer
salir por la mañana en la diligencia de Sevilla, que llegaría al anochecer a
Écija, donde tendrían que tomar a la mañana siguiente unos caballos para
llegar a Fuentes de Andalucía, destino de su trayecto.
– En otra ocasión podrás admirar las bellezas de Córdoba, la sultana de
Andalucía –le había dicho su tío con mucha razón, pues en muchas ocasiones
iría Francisco, años después, a Córdoba, y no sólo de visita.

60
Capítulo Cuarto

FUENTES DE ANDALUCÍA
– Está a dos leguas y media de aquí y a once de Sevilla –había contestado
Teodoro a su sobrino cuando le preguntó si tardarían mucho en llegar al
pueblo–; por lo tanto tardaremos dos horas y poco, que llevamos caballos
y no mulas.
– Qué distinto es esto de nuestro pueblo. Aquí los árboles son bajos y parece
que tienen las hojas sucias de polvo. Nosotros tenemos chopos, y olmos y
robles, que son grandes y altos. Además, aquí parece que hay más luz, como
en el pueblo cuando nieva y se pone todo blanco. ¡Y hace mucho calor!, con
razón le decías a la tía que no me pusiera tanta ropa.
Francisco calló y el silencio ocupó el lugar de las palabras; tan sólo se
escuchaba el rítmico sonar de los cascos de los caballos. Se escuchó el batir
de alas de una bandada de perdices que levantaba vuelo, desde los sembrados
que se encontraban a la derecha del camino. Desaparecieron las perdices
entre los olivos, mientras en lo alto se veía planear un milano en busca de
presa.
Cuando comenzó a verse el pueblo en el horizonte, Francisco volvió a hablar:
– Tío… –dijo, alargando el final de la palabra, como si el resto de la frase se
negara a salir.
– Dime.
– Tío, tengo miedo.
– ¿Miedo?, ¿de qué?
Francisco volvió a guardar silencio, como si escogiera las palabras con
cuidado. Teodoro continuó a la escucha. Finalmente, el niño pudo terminar
la frase:
– ¿Y si a la tía no le gusta que yo vaya a su casa?
– ¡Tranquilo, Francisco!, que tu tía está deseando conocerte y me parece a
mí que está esperándote con más ilusión que yo, si cabe.
– Pero…
– Pero… ¿qué?
Otro largo minuto de silencio siguió a esta pregunta, mientras para Francisco

61
Vida del Padre Tejero

el pueblo se acercaba peligrosamente. Las palabras se atropellaban en su


garganta. Sabía que tenía que hacer la pregunta antes de llegar, porque
después le sería imposible. Así que, llenó los pulmones, y dijo, casi a
trompicones:
– Pero… ¿no se enfadará la prima Rosario?, ¿no pensará que he venido a
quitarle lo suyo?, me da miedo que piense que soy un fresco que viene aquí
a aprovecharse de sus padres y de su comercio, y que le voy a dejar sin
nada… ¡y yo no quiero que piense eso!, ¡yo no quiero quitarle nada!, ¡yo
trabajaré para ganarme la comida que me den usted y mi tía!, ¡yo…! –parecía
que iban a saltarle las lágrimas de un momento a otro.
Su tío se echó a reír, mientras el niño le miraba con ansiedad y extrañado
de que, lo que para él era cosa de vida o muerte, causara risa a su tío.
– ¡Ay, Francisco!, con razón te llamaban "Francisquito bueno" en Garray; con
razón a tu padre le ha costado tanto decidirse; con razón tu tía lloraba cuando
nos despedimos –dijo, mientras los ojos de Francisco le miraban fijamente
y llenos de asombro–. Sí, sí, con razón –parecía hablar más para él mismo
que para el niño–, con razón…
Y, volviendo la cabeza, vio la mirada extrañada y expectante de su sobrino.
– Me parece imposible que tu prima vaya a pensar mal de ti por dos razones.
– ¿Qué razones, tío?
– La primera porque tu prima, aunque sólo tiene doce años, es muy madura
y, antes de que yo emprendiera el viaje que ahora estamos a punto de acabar,
su madre habló con ella de lo mal que estaban las cosas por el pueblo y de
que a lo mejor era necesario que uno de sus primos se viniera a vivir con
nosotros.
– ¿Y no le importa? –la ansiedad era patente en la voz de Francisco.
– ¡Qué le va a importar!, ¡si está deseando tener un hermano desde hace
muchos años!, y nos lo ha pedido a su madre y a mí por activa y por pasiva;
pero el hermano no ha llegado, porque Dios, dueño de la vida, no nos lo ha
querido enviar. Además, en Córdoba me esperaba carta de ellas y me decían
que ya tenían muchas ganas de que llegáramos; que en la casa está todo
preparado esperándote; que habían preparado tu habitación…
Ahora la voz del niño sonó ilusionada.
– ¿¡Una habitación para mi sólo!? ¡¡¡Ahí va!!!

62
Apóstol de Sevilla

Parroquia de Santa María la Blanca Fuentes de Andalucía

63
Vida del Padre Tejero

– Sí, una habitación para ti solo y mucho cariño de tu tía y de tu prima.


El miedo había desaparecido del rostro del pequeño, que nuevamente guardó
silencio, esta vez sonriente, mientras las calles del pueblo se acercaban cada
vez más.
Muy cerca ya, se cruzaron con un hombre que, tirando de una mula cargada
de paja, salía del pueblo.
– ¡Hombre Teodoro!, qué ¿ya de vuelta?, ¿cómo están por allá arriba?, y…
¿ese niño?, ¿quién es?
– ¡Hola, Pepe!, ¡ya ves!, mi sobrino Francisco, el hijo de mi hermano Manuel,
que se viene a pasar una temporada con nosotros.
– ¡Me alegro mucho!, que a tu negocio le vendrá muy bien un chaval que te
eche una mano. ¡Bienvenido, chaval!
El niño saludó y Pepe le miró riendo.
– ¡Y encima está bien educado!, ¡tu tío es una persona con suerte!
– ¡Luego nos vemos, Pepe! –dijo Teodoro, dando por concluida la conversación
y continuando camino ya por las primeras casas del pueblo.
– Verás cómo dentro de cinco minutos –hablaba ahora con Francisco–, está
enterado todo el pueblo de tu llegada. Así que vamos directamente a casa.
Al trote condujo Teodoro los caballos a lo largo de una calle ancha y que a
Francisco le parecía no tenía final.
Era entonces Fuentes de Andalucía un pueblo grande, en el que vivían más
de cinco mil almas, aunque muchos menos vecinos; pues se contabilizaban
como tales sólo aquellos que contribuían con sus rentas a las arcas de la
hacienda pública.
Teodoro García era uno de los cerca de mil quinientos vecinos, pues su
comercio era próspero y a él acudían la mayoría de las familias de la localidad
para surtirse de sus productos, que abarcaban desde el botijo, imprescindible
casi todo el año ya que con su sudor enfriaba agradablemente el agua; hasta
las sedas y perfumes de oriente, que deseaban las señoritas que durante los
veranos visitaban el castillo de la Monclova, cercano a la población. También
tenía un armario, éste cerrado con llave, en el que conservaban las vendas
y gasas, algodón, material médico, hierbas y unturas que le pedían del
Hospital de San Sebastián, que atendía a toda la comarca.

64
Apóstol de Sevilla

Así que su llegada era siempre muy esperada por los lugareños, pues sabían
que con él venían siempre las últimas novedades. Las puertas de las casas
estaban abiertas y las vecinas se asomaban a ellas al escuchar los cascos
de los caballos.
– Buenos días, Señor Teodoro; qué, ¿ya se trae al niño?
– Sí, mi sobrino, que viene una temporada con nosotros.
Francisco se entretenía contando por lo bajo: siete, ocho, nueve,… quince,…
veintidós…
Finalmente llegaron a una casa de dos plantas en la esquina de la Carrera
con la calle San Miguel, que parecía recién blanqueada; tenía rejas en las
ventanas, que estaban cubiertas por macetas de geranios de hojas muy
verdes y flores grandes, rojas, lilas, blancas; un gran jazmín cubría el marco
de la puerta.
A Francisco le gustó que hubiera flores en las ventanas.
Al bajarse de los caballos, Teodoro preguntó al niño:
– ¿Qué contabas, Francisco?
Éste se echó a reír:
– El número de veces que te preguntaban y que tú has dicho ‘mi sobrino,
que viene una temporada con nosotros’.
– Y, ¿cuántas han sido?
– Veintisiete, tío.
Ambos rieron con gusto.
Bajados de los caballos, Teodoro hizo entrar a Francisco en el comercio. Era
una habitación espaciosa, bien iluminada por la luz que entraba por dos
ventanas, una de las cuales daba a la calle y la otra a lo que parecía ser un
patio interior. Francisco miró alrededor, las paredes estaban cubiertas de
estanterías de madera, repletas de objetos de diferentes clases, y que daban
a la estancia un aspecto que, si a primera vista parecía un gran desorden,
con un poco de atención se podía apreciar una cuidada colocación de los
objetos, según el uso de los mismos. A la derecha estaban las herramientas
y aperos de labranza; a la izquierda los artículos de lujo; en el centro las
telas, lanas y pieles; y al fondo se apilaban los sacos de harina, grandes

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Vida del Padre Tejero

bidones con legumbres, cántaros con aceitunas y otros comestibles. Un


mostrador ocupaba el frente de la estancia y, tras él, estaba la que debía ser
su tía, que en ese momento bajaba una olla grande para mostrarla a una
señora que esperaba frente a ella.
Su tío saludó con voz potente:
– Ave María Purísima. ¡Muy buenos días!
Catalina se dio media vuelta al reconocer el timbre de su esposo y rápidamente
bajó la escalera y salió de detrás del mostrador para abrazarse a él.
– ¡Ya era hora!, hace tres días que os esperábamos. –Seguidamente miró
al niño y, con una sonrisa amplia, dijo:
– Y tú serás Francisco. ¡Bienvenido! Y lo cogió entre sus brazos.
Éste, que no estaba acostumbrado a esas manifestaciones públicas de afecto,
se sonrojó y no fue capaz de articular palabra.
Su tía lo tomó de los hombros y le miró de arriba abajo. Francisco sintió ahora
una gran vergüenza. No estaba preparado para la visita de inspección de su
tía; y menos delante de los clientes. Su tío, conocedor de lo que esto significaba
para un soriano, se dio cuenta y dijo a su mujer:
– Anda, Catalina, pasa adentro con el niño y le das algo de beber, que viene
muy cansado; que yo ya termino de atender a la Señora Lucía.
Entró Catalina con Francisco en la parte de vivienda, que en la planta baja
consistía en un fresco patio en el que se veían muchas macetas, dos
mecedoras de madera, una mesa redonda de color verde con sus cuatro
sillas de anea, también pintadas de verde, igual que las macetas. Al chico
le hizo gracia que las sillas fueran verdes. En Soria todas las sillas eran de
color madera y a él no se le habría ocurrido nunca pintar una silla, ¡y menos
de color verde!
Pero su tía no le dio mucho tiempo para pensar.
– ¡Vamos a ver a este niño que Dios nos envía! ¡Vaya!, sí que eres guapo;
te pareces a tu tío cuando era más joven.
– Gracias tía –logró responder Francisco, que no creía lo que su tía decía,
pero lo sabía interpretar como señal de buena acogida.
¡Qué distintas eran sus tías! La soriana casi siempre vestida de negro y con

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Apóstol de Sevilla

pañuelo negro; y la andaluza, aunque también llevaba una falda negra, llevaba
una especie de mantoncillo con flecos que se movían al ritmo alborozado de
su dueña y que estaba bordado con flores de colorido alegre, cuyos picos
estaban sujetos en la cintura con un delantal muy blanco y con volantes. ¿De
quién habría sido la idea de poner volantes a los delantales? Eso le gustó.
Sí, definitivamente, su tía no parecía una amenaza; y mucho menos parecía
rechazarle, sino todo lo contrario.
– Ven, hijo –le estaba diciendo–, que te voy a servir una limonada muy fría
que te va a refrescar.
Lo llevó a la cocina, cuya oscuridad contrastaba con la claridad del patio y
no permitía al pequeño ver nada de lo que allí había, pues la ventana estaba
cerrada para que no se escapara el fresco en un día ya caluroso de final de
primavera. Le hizo sentar en otra silla, también verde, y abrió una alacena,
sacando de ella un vaso de cristal, en el que echó el prometido refresco, que
el niño bebió casi de un trago.
– ¡Humm...! –A Francisco le supo a gloria después del largo camino–. ¡Muchas
gracias, Señora Tía! –dijo, sin saber a ciencia cierta cómo tenía que llamarla.
– ¡Ay!, niño, no me llames Señora tía, que me haces vieja –dijo, y continuó
al ver la cara interrogante que tenía ante si–. Llámame sólo tía, o tía Catalina,
o Catalina a secas, que todo me da lo mismo. Llámame como prefieras
chiquillo. ¿Vale?; pero no me llames Señora tía, por lo que más quieras.
Desde su entrada al pueblo, a Francisco le había hecho gracia la forma de
hablar de la gente; y su tía hablaba igual. Se comían todas las eses al final
de las palabras y parecía que en su lugar ponían haches; y las eses de
comienzo y en mitad las decían con la zeta. Además, cambiaban la
pronunciación de las palabras y la entonación de las frases. Así que al niño
le costaba un poco entender lo que decían.
– De acuerdo, tía Catalina. Me parece que le llamaré tía Catalina –dijo el
chico con aire pensativo–, porque si le digo sólo tía me va a parecer que
estoy con mi tía de Tardesillas. ¿Le importa?
– ¡Claro que no me importa! Chiquillo, llámame como quieras, tesoro.
En eso se oyó un grito en la tienda:
– ¡¡¡Padre!!!
Esa debía ser su prima Rosario, Francisco se puso de pronto nervioso y

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Vida del Padre Tejero

Catalina lo notó.
– Chiquillo, que te has echado a temblar –le dijo–, que sólo es tu prima.
Y gritando también ella, dijo:
– ¡¡¡Niñaa!!!, ven a ver a tu primo, que está aquí conmigo.
Se abrió la puerta que comunicaba la tienda con la casa y entraron Teodoro
y Rosario.
– Francisco –decía su tío–, ésta es tu prima Rosario.
Rosario, dos años mayor que Francisco estaba en esa edad en que las niñas
dejan de serlo pero aún no se han convertido en mujeres por completo. Tenía
el pelo negro y largo, recogido con dos trenzas; y unos bonitos ojos oscuros
que en seguida agradaron a Francisco, que al verla se tranquilizó. Su tío no
le había mentido: Rosario era una niña guapa y alta; casi le sacaba un palmo.
Vestía una falda de flores que le llegaba por los tobillos y una camisa blanca
con puntillas del mismo color en los puños y el cuello. Traía unos libros bajo
el brazo.
– Hola primo –dijo ruborizándose ligeramente.
– Hola prima –le contestó Francisco, rojo por completo.
– ¡Vaya saludo! –dijo la madre–. ¡Chiquilla, dale un beso a tu primo, que
viene de muy lejos!
– Y tú ¿has cerrado la tienda? –ahora se dirigía a su marido, y continuó
viendo el gesto afirmativo que él le hacía–: ¡Bien!, que vengan a otra hora
a comprar, que nosotros tenemos que celebrar tu vuelta y la llegada de este
guapo sobrino que me has traído. ¡Niña!, pon agua a tu padre y a tu primo
para que se laven, mientras yo voy preparando la mesa, que os he hecho
un gazpacho... ¡para chuparse los dedos!
Francisco habría preguntado qué era el gazpacho, pero su tío le cogió de la
mano y le hizo subir las escaleras, para enseñarle su cuarto.
TRISTE
– Este niño está triste, Teodoro, que te lo digo yo.
– Yo no he notado nada, Catalina, no sé por qué lo dices.
El matrimonio estaba en la tienda, ordenando ella las cosas que se habían

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Apóstol de Sevilla

quedado fuera de lugar tras el largo día de atención al público; y haciendo


él la cuenta de entradas y salidas.
– ¿Paquillo el Rubio no te ha pagado a ti?
– No, pero eso ya lo sabes, no me cambies de tema. Que te digo yo que el
niño está triste.
– Que no, mujer, que los sorianos no somos andaluces.
– Eso ya me lo sé yo, que tú bien parecía que te habías comido una escoba
cuando te conocí. Pero con la confianza cambiaste. Y ese niño te digo yo
que está triste.
– Y tú, ¿has hablado con él?
– Yo no, pero tu Rosarito me ha dicho que alguna noche le ha oído llorar
bajito y que a ella le da mucha pena. Además, es verdad que estudia, que
va al colegio, que hace sus tareas y atiende al mostrador; pero a ese niño
le falta algo que aquí, mal que me pese, no ha encontrado. Creo que deberías
hablar con él.
Teodoro hacía rato había soltado el lápiz, pues sabía que cuando su mujer
comenzaba una conversación no le quedaba otra que hacerle caso.
– Vale, Catalina, y ¿qué le digo: ‘Mira Francisco, que tu tía dice que estás
triste y que no quieres estar aquí’?
– ¡Hombre, no!, así no, no seas burro –dijo ella bajando de la escalera en
la que estaba subida y dándole a él una palmada en la espalda–. ¡Mira que
eres! Además, tú siempre has sabido encontrar las palabras para hablar con
la gente, que parece que has nacido para vendedor ambulante y no para
comerciante.
– Bueno, haré lo que pueda. Pero no te prometo nada. Ahora, déjame seguir
que ya he hecho cinco veces la misma suma.
– Vale, pero prométeme que hablarás con Francisco.
– Te lo prometo.
······························
La conversación con Francisco aún tardó un tiempo en llevarse a cabo.
Porque Teodoro quiso observar mejor a su sobrino, antes de hacer nada.
Parecía que era verdad que ‘lloraba bajito’ de vez en cuando. Y que en la

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Vida del Padre Tejero

misa dominical el niño se tocaba demasiado los ojos. Así pues, Teodoro, que
sabía bien lo que era estar fuera de casa y echar de menos el ‘terruño donde
uno ha nacido’, como decía su amigo Castelao, gallego y también comerciante
como él, decidió hablar de nuevo con su mujer, antes de hacerlo con el niño.
– Catalina, he encontrado una solución para la tristeza de Francisco –le dijo
una noche, cuando estaban en la cama y todo había quedado en silencio.
– ¿Has hablado ya con el niño? –le espetó ella.
– No, porque creo que tienes razón, que tu sobrino está triste; pero he tenido
una idea y, antes de hablar con él, quiero hablarla contigo.
– Dime.
– Tú sabes que yo este año no tenía pensado subir, como en la primavera
pasada cuando me traje al chaval; pero estoy pensando que si hago yo el
recorrido de abastecimiento en lugar de dejar que lo haga Nereo ‘el Pato’,
que es al que le tocaría, podría llevarme al chico, como para que aprenda,
dejarlo en Garray mientras yo voy al norte y ver si, después de un tiempo,
Francisco quiere volver. Así salvaremos su honor de fuerte soriano y no sabrá
que nos hemos dado cuenta de lo mal que lo está pasando. Podrá ver a los
suyos y decidir si vuelve o no.
Ella, que había estado pendiente de cada una de las palabras de su marido,
dijo:
– Mi marido es más listo que el rey Salomón.
Después le abrazó y, mientras se besaban, añadió:
– Pero voy a echar de menos al chiquillo.
······························
– ¡Prima!, ¡prima! –gritaba Francisco subiendo de dos en dos la escalera que
comunicaba con la planta alta de la casa–, ¡prima!, ¡que me voy a Soria!
Rosario, que se había asomado a la puerta de su alcoba, donde estaba
vistiéndose para ir a misa con sus padres y su primo, le miró muy seria.
– ¿Y ya no vas a volver?
El niño paró en seco.
– ¡Uy!, ¡eso no lo sé! –dijo mientras daba media vuelta–. ¡Espera!

70
Apóstol de Sevilla

DEFINITIVAMENTE… FUENTES.
Casi habían pasado cinco años desde que, en 1836, tras unos meses en
Garray acompañando a su tío, Francisco regresara para quedarse
definitivamente con Teodoro y Catalina. Se había convertido en un joven de
agradable aspecto y trato amable, aunque se le seguía notando una rareza
en el ojo izquierdo.
– ¡Primo!, ¿vienes? –Era Rosario, que ya había terminado de arreglarse,
mientras Francisco se entretenía mirando las musarañas, como ella le decía–.
¿Primo me oyes?, que digo que si vas a venir de una vez, o te vas a quedar
sin ir a la fiesta.
– ¡Ya voy!, ¡ya voy! Mira que eres pesada.
– Oye, que para pesado tú, que yo llevo ya media hora arreglada y tú seguro
que aún estás sin vestir.
Se peleaban como si en lugar de primos fueran hermanos. Sí, habían llegado
a quererse los que habían sido unos perfectos desconocidos.
Y los padres de Rosario soñaban en casarlos.
– Sería una buena boda –decía siempre Teodoro.
– Sí, si tu sobrino quisiera, que me da a mí que no van por ahí los tiros.
– Pero si Francisco quiere mucho a Rosario.
– Ahí te doy la razón; pero no como tiene que querer un hombre a una mujer.
– ¡Pues sería lo mejor para todos! Así el negocio tendría continuidad en la
familia, los dos tendrían el futuro asegurado y nosotros no podríamos ansiar
mejor vejez.
– ¡Lástima! –terminaba siempre Catalina.
Pero Teodoro no cejaba en su idea y, de vez en cuando, se dejaba caer
cuando estaban todos juntos. Y qué mejor día que la celebración del Jueves
1
Lardero .
Teodoro se imaginaba que podría gritar en voz bien alta a todos sus vecinos

1
Jueves Lardero: Fiesta que se celebra el jueves anterior al comienzo de la Cuaresma. Principalmente
consistía en una reunión de todo el pueblo para comer y beber.

71
Vida del Padre Tejero

que su hija y Francisquito ‘el bueno’, como ya le llamaban también en Fuentes,


se iban a casar; y que él celebraría una fiesta por todo lo alto.
Pero no le iban a salir sus planes como él esperaba.
Ciertamente la fiesta había transcurrido muy bien y la comida había sido muy
1
buena. Los ‘entornaos’ que hacía Catalina seguían siendo para él los mejores
de todo el pueblo, con ese peculiar color anaranjado que les daba el pimiento
molido y ese sabor del ajonjolí y la canela que a Teodoro habían cautivado
desde su llegada a Fuentes.
Aunque todo el mundo iba al prado cercano al arroyo de Madre Vieja, cada
familia se ponía junta, situándose cerca de otras familias, por lo general del
mismo gremio. Así, los García Sánchez se ubicaban casi todos los años en
la praderita que se formaba entre tres altos álamos, muy cerca de la ribera,
junto a las demás familias de comerciantes.
Teodoro, que había retomado su tema favorito durante la comida, haciendo
ver a Francisco lo que le agradaría verle casado con su hija, había recibido
un sonoro silencio por respuesta, que le hizo pensar que todavía le quedaba
alguna esperanza. Por eso no dijo nada cuando, acabada la comida, su hija
y su sobrino dijeron que iban a pasear un rato y a saludar a algunos amigos.
– ¡Claro que podéis pasear un rato! –había dicho Teodoro haciendo un guiño
de complicidad a su esposa.
Cuando ya estaban lo suficientemente lejos de los padres, Francisco habló:
– Prima, quiero hablar contigo muy seriamente.
– No me asustes, Francisco –le respondió ella medio en broma, medio en
serio; que a pesar de ser dos años mayor que él, sentía la autoridad moral
de su primo sobre ella.
– De verdad; quiero que hablemos en serio. ¿Te importa si nos sentamos un
rato a la orilla del río?
Tendió él su chaqueta en el suelo para que se sentara Rosario, que le hizo
una inclinación casi cortesana, y se sentó él a su lado.
– Prima, creo que tenemos que hablar de nuestra boda.
– ¿Cómo? –dijo ella asustada.

1 Entornaos: Dulce típico de Fuentes de Andalucía.

72
Apóstol de Sevilla

– Sí, porque creo que ya somos suficientemente mayores como para decidir
lo que queremos hacer de nuestras vidas. Y de paso, podríamos ponerles
las cosas claras a tus padres, que me parece que se están haciendo muchas
ilusiones. Pero antes quiero saber qué piensas tú y que tú sepas lo que yo
siento por ti.
Ella se ruborizó, pero desde que se conocieron hubo entre ellos una
comunicación profunda y verdadera; así que, más o menos, ambos sabían
lo que iban a decir.
Rosario guardó silencio; Francisco, después de un momento, continuó.
– Rosario –era la primera vez que le llamaba por el nombre completo; pues
siempre se dirigía a ella como Prima, o como Ssarillo, con una mezcla de
andaluz y soriano que a ella le daba risa; como ella le llamaba a él Primo, o
Fransisquiyo bueno.
‘Así que la cosa va en serio’, pensó Rosario.
Él continuó:
– Tu padre está ciego queriendo casarnos. Yo te quiero mucho, prima, pero
no de la manera que deben quererse un hombre y una mujer para casarse.
Yo te quiero como hermana, como amiga, como la que me abrió las puertas
de su corazón cuando el mío estaba roto por haber tenido que abandonar
a mi padre, a los que durante muchos años fueron mis padres y a esos cinco
hermanos, que para mí lo han sido más que primos. Tú estabas ahí cuando
yo lloraba.
Ella le miró extrañada.
– No me mires así Rosario. Tú no lo sabes, pero yo me daba cuenta de que
te asomabas a la puerta de tu cuarto cuando yo lloraba en el mío. Y sentía
tu compañía; una compañía tímida en la noche, que cuando llegaba la mañana
se convertía en risa y juego conmigo para que me fuera alegrando.
Los ojos de Rosario comenzaron a brillar. Pero no dijo nada. Francisco siguió
hablando.
– Y tú estabas a la puerta de la escuela, esperándome para que los niños
no se rieran de mis ‘Sesesss’ de Soria. Lo hacías como si pasaras por allí
con tu amiga Marta, pero yo me daba cuenta de que habíais corrido para
llegar cuando yo saliera; y muchos días me esperaba para salir el último,
porque me sentía defendido por vosotras. Luego supiste ir desapareciendo

73
Vida del Padre Tejero

cuando viste que las burlas terminaban y yo comenzaba a hacer amigos.


Una sonrisa asomó al rostro de Rosario:
– Como cuando os fuisteis a cazar ranas y padre me regañó a mí porque yo
era mayor y era la responsable. ¡Cómo si yo me hubiera ido! Y luego tú
volviste, y pusiste cara de bueno y no te dijeron nada.
Rieron los dos, pero Francisco volvió a ponerse serio.
– También has estado ahí para ayudarme a vencer mi repugnancia al
mostrador. Y me echabas un capote cada vez que una clienta se ponía
intransigente; como cuando la Señora Pura quería cambiar por otra aquella
camisa que traía sucia y se empeñaba en hacernos creer que no la había
usado y le quedaba pequeña.
– ¡Cómo había engordado, la pobre! En el fondo me daba pena.
– Sí, pero a mí me daba rabia tener que darle la razón en lo que era mentira.
– Ya, pero yo había visto a madre que algunas veces le dejaba devolver
alguna prenda poco usada, que luego lavaba y se la daba al Señor Cura para
que la diera a los pobres. Sabía que padre no se iba a enfadar cuando la
viera.
– Eso yo no lo sabía; y no sabes lo que me alegré cuando me enteré de lo
generosos que eran mis tíos con los necesitados… y que lo hacían sin que
su mano izquierda supiera lo que hacía la derecha; sin que nadie se enterara.
Un breve silencio los mantuvo pensativos, como si los recuerdos se agolparan
en sus cabezas; pero esta conversación era muy importante y no podían
permitirse el lujo de quedarse en recuerdos; quién sabía cuándo iban a tener
otra oportunidad de hablar tranquilamente. Así pues continuó:
– Rosario, has sido siempre mi ángel de la guarda y sabes lo mucho que te
quiero…
Las palabras se le atragantaron, pero finalmente logró hacerlas salir.
– Pero también sabes que desde niño quise ser sacerdote. Creo que tú
también me quieres como yo te quiero a ti y no como quiere una mujer a su
marido. ¿Me equivoco?
Francisco miró ansioso a los ojos de su prima. De su respuesta pendía su
futuro. Hacía tiempo venía temiendo este momento; porque, si su prima le

74
Apóstol de Sevilla

quería por marido… ¿Tendría él obligación de estarle agradecido y casarse


con ella?, ¿sería faltar a la caridad hacer infeliz a su prima? Muchas veces
le había preguntado a Dios cuál era su voluntad, y siempre le había parecido
que el deseo de Dios era que fuera sacerdote.
Desde pequeño le había gustado ir a la iglesia; recordaba aún, aunque como
entre una neblina, la sonrisa de su madre cuando terminaba de confesarse.
Y cómo él mismo, a su llegada a Fuentes, había buscado consuelo en el
silencio de la iglesia de San Francisco, de rodillas ante el altar mayor, en que
se encontraba la imagen del Cristo de la Humildad.
En muchas ocasiones habían jugado a que él era el cura y decía misa en su
latín de niños, y bautizaban a las muñecas de trapo de todas las niñas del
barrio del Postigo; y alguna de cera y papel maché de las hijas del general
Armero, que iban a la misma escuela que su prima. A él le gustaba subirse
en el serón del burro para predicar, antes del bautizo, que todas debían ser
buenas madres y querer mucho a sus hijas, y cuidarlas para que no se
pusieran enfermas y se murieran. También oficiaba en el entierro de los
pajaritos que, en primavera, frecuentemente caían de sus nidos (ellos solos,
o ayudados por las pedradas de los niños en sus juegos).
Su prima sabía de todos sus anhelos, y siempre le había dicho que sería un
buen cura. Pero… ¿y si Rosario había puesto su felicidad en él?, ¿y si su
tío Teodoro tenía razón y sólo él podía hacer feliz a su prima?
Fueron momentos de angustia para él, hasta que tras un breve silencio que
se le hizo interminable, su prima habló.
– ¡Ay!, primo…¡ay!, primo… –Parecía que no iba a terminar nunca la frase–.
Si yo te quiero –la voz le temblaba, como si temiera herir al joven–, yo también
te quiero como prima, como hermana, como amiga, como…
La angustia iba a matar a Francisco. ¿Por qué las mujeres parece que
disfrutaban torturándoles de esa manera?
– ¿Cómo qué? –le interrumpió; y Rosario dio una carcajada.
– ¡Ay! primo… Si, como tú dices, tú no puedes ser más que sacerdote o
nada. ¿Qué persona sería yo si le quitara la vocación a mi primo más querido
y le hiciera infeliz? Yo también ardía en deseos de mantener esta conversación
contigo, mi primo del alma. Desde que a padre se le ocurrió la idea de
casarnos, he temido que tú, por agradecimiento, te sintieses obligado a
casarte conmigo; y que yo me viera forzada por obediencia. ¡Francisco, te
quiero muchísimo!, pero… ¡no te quiero como marido! Tú vas a ser el cura

75
Vida del Padre Tejero

de la familia y yo la que dé nietos a mis padres. En ti encontrarán el consuelo


espiritual y en mí encontrarán el apoyo en su vejez.
Los dos jóvenes se relajaron visiblemente. Había sido una conversación
difícil; porque ninguno quería que el otro sufriera, pues se querían demasiado
para ello; pero había sido necesaria y había aclarado para siempre la relación
entre ellos. Serían amigos para siempre.
Rosario tomó nuevamente la palabra.
– Francisco, cuando seas cura, ¿querrás ser mi confesor?
– ¡Prima!, ¿cómo dices eso? Yo no te serviría.
– Bueno, déjalo estar, todo se andará.
Ella hizo ademán de levantarse para dirigirse nuevamente al grupo formado
por sus padres y otros matrimonios del comercio, que reían alegremente,
pero Francisco le sujetó el brazo.
– Rosario, quiero hacerte una última pregunta.
– ¿Otra?
Él la miró a los ojos y ella su puso encarnada hasta las cejas. Ya sabía cuál
era la última pregunta de su primo y se dispuso a contestarle en tono solemne.
– Como mi confesor y sacerdote de la familia; y bajo secreto de confesión
voy a contestar a tu pregunta sin que llegues a hacerla. Y, como me entere
de que has dicho algo a mis padres, te mato. Te mato aunque te escondas
en el fin del mundo.
– Sabes que soy una tumba –respondió el joven sonriendo.
– Sí Francisco, me gusta Millán. Sé que lo sabes, o por lo menos lo intuías,
como yo sabía que llorabas por la noche. He hablado en varias ocasiones
con él y parece que va en serio conmigo. Pero siempre le he dicho que
estabas tú antes; que si padre nos obligaba, o tú me lo pedías, estarías tú
primero.
– Entonces tienes que decírselo enseguida, para que esta noche duerma
tranquilo.
– ¿Me ayudas a hacerlo sin que se note mucho?
······························

76
Apóstol de Sevilla

Rosario, después de dar un beso en la mejilla a su primo, y saludando a sus


padres al pasar cerca de ellos, fue al grupo formado por los del gremio del
aceite, en el que se encontraba su amiga Marta. Francisco se acercó a sus
tíos y, sin atreverse a mirarles directamente, un poco azorado, llamó a Millán
Herce, que era también comerciante y trabajaba con sus hermanos para
Marcos Romero Izquierdo, el amigo de Teodoro que vivía en Sevilla. El joven
solía frecuentar el pueblo ya que Marcos le había confiado el suministro a
los comerciantes de la comarca, entre los que se encontraban los García.
Aunque era cerca de diez años mayor que Francisco, el hecho de haber
1
nacido ‘arriba’, pues la familia Herce procedía de Logroño , les había acercado
mucho. ‘Serán las eses’, les decía siempre su tía Catalina.
A nadie, pues, extrañó que Francisco llamase a Millán. En muchas ocasiones
había sido su confidente; y en ese sentido lo interpretó Teodoro que ya veía
próxima la boda que tanto ansiaba.
– Millán –comenzó Francisco– tenemos que hablar.
El joven, que contaría unos veinticinco años por aquel entonces, se puso
pálido; pero nadie del grupo pudo ver su lividez de plata, y siguieron cantando
y riendo.
– Tienes que darme una mala noticia, ¿verdad?
– Todo lo contrario, quiero ser el primero en felicitarte.
A Millán le cambió la cara y esta vez se puso rojo como un pimiento. Le
palpitaba el corazón tanto que parecía que se le iba a salir del pecho.
Francisco, cambiando de pronto el tono, dijo:
– ¡Por fin vas a librarte de…!
– Por favor Francisco, no seas malo conmigo.
– Déjame terminar la frase… Vas a librarte de quedarte soltero por mi culpa
–dijo riéndose con ganas y, poniéndose ya serio, continuó–: Pero como yo
me entere de que no haces feliz a Rosario, o de que la tratas mal, o …
– Tranquilo, tranquilo, que quiero a tu prima más que a mi vida.
– Júrame que le vas a ser siempre fiel.

1 Nieva de Camero (Provincia de Logroño)

77
Vida del Padre Tejero

– Te lo juro con mucho gusto.


– Júrame que no le vas a hacer daño.
– Te lo juro.
– Júrame…
– Francisco, te juro todo lo que quieras, que de verdad amo a tu prima y sólo
quiero que sea feliz.
– Entonces, prométeme ahora que vas a esperar a que sea suficientemente
mayor para casarse. Que aún es muy joven.
– ¿A qué edad quieres que nos casemos? No sé si sabes que yo voy a
cumplir los veinticinco; y que quiero a Rosario desde el día en que la conocí,
que por cierto, fue antes de que tú la conocieras.
– Vale, vale. Pero espera por lo menos a que ella tenga veintiún años.
– Hummm, que yo tendré… –Millán hizo cálculos– … veintinueve. ¡Hecho,
Francisco! Para mil ochocientos cuarenta y tres me casaré con tu prima, y
la haré la mujer más feliz del mundo.
– Y tendréis muchos hijos, y seréis felices, y comeréis perdices y a mí no me
daréis porque no querréis. Pareces el final de un cuento… Primo.
Circulando entre las parejas que aprovechaban el Jueves Lardero, para
conocerse mejor, llegaron a encontrarse con Rosario y Marta, gran amiga de
la joven, que ya había sido informada por ésta de las buenas nuevas.
– Felicidades Millán, ya me ha dicho Rosario…
– Gracias, pero lo que seguro que Rosarito no te ha dicho ha sido que su
primo nos va a hacer esperar hasta que la niña sea mayor.
– ¿Cómo? –dijo la aludida.
– No, si a mí me parece bien –continuó el joven, dirigiéndose ahora a Rosario–.
Primero habrá que convencer a tus padres de que Francisco no sirve para
casarse. Después tendrán que hacerse a la idea de que un logroñés no es
mal casamiento para su hija. Y por último, tendrán que aceptar que te vengas
a vivir a Sevilla conmigo.
– Bueno, bueno –dijo Rosario– eso es harina de otro costal. Eso ya lo veremos.

78
Apóstol de Sevilla

Poco a poco, la pareja se fue separando de Francisco y Marta, que quedaron


solos. Siguieron caminando en silencio durante un rato, mientras se escuchaban
las risas, los cantos y los juegos de los niños, que aún seguían comiendo a
mitad de tarde, acercándose de tanto en tanto, bien a las familias de unos,
bien a las de otros.
– Les da igual, lo mismo toman un entornao que un palmito –dijo él, rompiendo
el silencio.
– Comen y comen sin parar –le contestó ella–. Pero para eso estamos en el
Jueves Lardero, que el miércoles empieza la Cuaresma y habrá que ayunar.
– Sí, la verdad es que sí. Y, si aquí hay comida, está bien que coman.
– ¿Tú pasaste mucha hambre en Soria cuando eras pequeño?
– Tanto como decir mucha hambre, no he pasado; porque, aunque fuera sólo
unos garbanzos, siempre había algo que comer. Además, cuando en una
casa había hambre, como éramos muy pocos vecinos, siempre acudía alguno
a su casa con una olla de caldo o unas patatas guisadas. Aquello era como
una familia grande.
– Marta, ¿qué te ha contado mi prima? –dijo Francisco cambiando rápidamente
de tema.
La conversación con Marta siempre le resultaba fácil. Sería porque ella era
amiga de su prima y la había visto en muchas ocasiones en casa de sus tíos.
Pero también podía ser porque ella, al igual que él, siempre había dicho que
quería ser monja. Esto les había unido, juntos se sentían un poco como ‘a
salvo’ de los coqueteos e indirectas que ambos recibían de los demás jóvenes,
que tan pronto los ponían en un altar, como les emparejaban con cualquiera
con el que hubieran pasado más de cinco minutos.
Entre ellos podían hablar con tranquilidad de las cosas que realmente les
importaban, sin tener que aparentar interés por cosas banales y pasajeras.
– Que ya ha aclarado lo de la boda contigo. Estaba muy contenta, ¿sabes?
Ella y yo habíamos hablado muchas veces de ello, desde que a tu tío le dio
por convertirse en vuestro casamentero. Pero ella no se atrevía a hablarlo
contigo, porque no quería lastimarte.
– Y a mí me pasaba lo mismo. Llevo más de un mes pensando y rezando
para que el Señor me iluminara hoy y poder aclararlo todo con ella. Tú sabes

79
Vida del Padre Tejero

que yo la quiero mucho, pero que por encima de todo está la voluntad de
Dios. La pena que tengo es que mi tío ha sido siempre muy bueno conmigo.
La verdad, lo siento más por él que por mi tía, porque estoy seguro de que
ella lo comprende.
– Y verás cómo tu tío también lo comprenderá.
DIFICULTADES
La tensión se podía palpar en la casa de los García. Palabras cortas y
cortantes, silencios prolongados… Teodoro estaba visiblemente enfadado y
su mujer no sabía de qué manera solucionar la situación.
La noticia había caído como una bomba.
Aquella mañana la visita de Millán al comercio de Fuentes no había sido,
como venía siendo costumbre, una visita de trabajo.
A Teodoro le había extrañado que el joven fuese vestido con traje de fiesta,
y que viniera en caballo y no trajera el carro de siempre repleto de los objetos
que, tanto Teodoro como otros comerciantes, le pedían.
Alguna vez que otra, Millán había contado los problemas familiares a Teodoro;
y sus conversaciones sentados en la mesa de la trastienda, en muchas
ocasiones eran más de amistad que de negocio; así, no extrañó a Teodoro
que el joven le dijera si podía hablar con él.
– Con muchísimo gusto, joven. Ya sabes que siempre está mi puerta abierta
para los amigos –le había dicho–. Ven, pasa a la trastienda.
La cantidad de estanterías y la poca luz hacían del almacén un sitio ideal
para hablar tranquilamente, sentados en la mesa que estaba junto a la ventana
siempre repleta de papeles y libros de cuentas. Teodoro había enseñado a
Francisco a llevar las cuentas; y allí se encontraba éste, anotando pulcramente
y con cuidada letra las facturas que restaban para cerrar el mes de mayo
que ya había finalizado.
– Francisco, hijo –le dijo–, haz el favor de salir un momento a atender al
mostrador; que nosotros tenemos que hablar de negocios.
El joven se levantó al instante, y mientras abandonaba la estancia le hizo un
guiño a Millán deseándole suerte. Sabía que de esa conversación no dependía
sólo el futuro de Millán y de Rosario, sino el suyo mismo. Su tío era muy
buena persona y recto de corazón; pero tenía un genio fuerte, que a Francisco

80
Apóstol de Sevilla

le recordaba al genio de su padre y al suyo propio. En eso, el tío Mariano no


se parecía a sus dos hermanos; aunque en ocasiones se le veía apretar los
puños tan fuertemente que las manos se le ponían rojas e incluso en alguna
ocasión se había llegado a hacer sangre al clavarse las uñas en la palma.
A él le gustaría poder llegar a un control tan total de su carácter.
– Y cierra la puerta cuando salgas, por favor. –Oyó que le decía Millán.
······························
En seguida vio aparecer a Rosario que bajaba con una hermosa colcha de
damasco rojo, dispuesta a preparar el altar que su familia ponía a la puerta
de la casa para la fiesta de san Juan.
– Ha venido Millán.
– ¿Sí?, ¿dónde está?, voy a saludarle.
– Creo que no va a ser posible. ¡Prepárate!, porque viene vestido de fiesta
y se ha encerrado con tu padre. Creo que va a pedirle tu mano.
– ¡Dios mío! –exclamó ella, cogiendo las manos de su primo–. Por favor, reza
algo conmigo; que tengo mucho miedo.
– Llevo rezando desde que le vi entrar tan bien vestido. También mi futuro
depende de esta conversación.
Sin soltarse las manos, permanecieron durante un instante en silencio, hasta
que la campanilla de la puerta al abrirse les hizo soltarse bruscamente. Era
Catalina.
– Niña, ¿qué haces ahí parada como un pasmarote?, ¿dónde está la colcha
para el fondo del altar?
– Madre –respondió– ha venido Millán.
– Bueno, eso no es una novedad; pero no he visto yo el carro.
– Tía Catalina –intervino Francisco– ha venido con el traje de fiesta.
– ¿Con traje de fiesta?, bueno, pues irá a alguna parte y querría hablar
primero con tu padre. No es la primera vez que lo hace.
– Madre, ¿no lo entiendes?, ha venido a pedir, …a pedir…
– ¿A pedir en traje de fiesta?, ya estáis otra vez con vuestras bromas. ¡Venga,

81
Vida del Padre Tejero

dame la colcha y dejaos de tonterías los dos!


– Tía, que viene a pedir la mano de Rosario.
– ¡Virgen santa de los Dolores!, ¡Santísimo Cristo de la Humildad! Eso se
avisa antes, que yo tendría que haber preparado a tu padre.
Nosotros no lo sabíamos, se ha presentado sin avisarnos.
– ¡Santa María Dolorosa! Hija, reza, que el Señor le proteja.
– No será para tanto, tía.
– Tú no conoces a tu tío cuando se enfada, hijo; y él sigue viéndoos casados,
por más que yo le haya dicho. Está más cerrado que el castillo de la Monclova.
Callaron los tres, intentando escuchar la conversación que se mantenía tras
la puerta, pero ambos hombres hablaban casi en un susurro. De momento
parecía que la cosa iba bien, Teodoro debía estar tranquilo, si no, ya se le
habrían escuchado las voces.
Pasó cerca de media hora antes de que se escuchara la más mínima voz.
Por suerte para los que esperaban el resultado de la entrevista, Josefita,
criada en la casa del marqués, entró para comprar. Francisco le preguntó
atento:
– ¿Qué desea la señora? –sus tíos le habían enseñado que las clientas
siempre son ‘señoras’ y los clientes, de la clase social que fueran, siempre
eran llamados ‘caballero’ o ‘don’ lo que fuera. A él le parecía que aquello
estaba bien. Era lo que más le gustaba del comercio, que igualaba a pobres
y a ricos, a quienes pagaban al contado y a quienes iban pagando poco a
poco, en moneda o en especies. Además, a su tío no le importaba nunca
que el último en llegar fuera de alta cuna; todos esperaban su turno. Por eso
tenía siempre dos sillas a disposición de los clientes; y si quien fuera no se
quería sentar… ¡allá él!, porque en la tienda de don Teodoro sólo las más
ancianas del lugar tenían preferencia, ‘porque ya se lo han ganado’, decía
siempre Rosario poniendo la voz de su padre. Pero éstas preferían quedarse
sentadas charlando; así que… nadie pasaba delante.
Josefita siempre tartamudeaba cuando estaba en presencia de algún hombre,
pero con Francisquito el bueno no le importaba, porque tenía mucha paciencia,
y casi le adivinaba el pensamiento.
– U… u… una te… te… tela de ra… ra…

82
Apóstol de Sevilla

Catalina hizo una seña a su hija para que la siguiera.


– Rosarito, ven, que como sigamos aquí paradas no terminamos de poner
el altar antes de Navidad.
– Qué exagerada eres, madre. Que estamos en junio y san Juan es dentro
de dos días.
– Tú hazle caso a tu madre…
Las dos salieron, dejando a Francisco con Josefita.
······························
Aunque Catalina hizo todo lo que pudo para comenzar una conversación
durante la cena, fue imposible. El silencio pesaba sobre todos como una
losa. Millán había salido muy serio después de su conversación con el padre
de la que quería por esposa y éste había permanecido con la puerta cerrada
en la trastienda durante el resto del día. Se había negado a acudir a la mesa
a la hora de la comida y sólo ante la insistencia de su mujer había accedido
a sentarse a cenar con la familia. Pero permanecía como ensimismado,
dando vueltas a la verdura con el tenedor pero sin probar bocado. Aquello
era peor que una explosión de mal genio; porque nadie sabía a qué atenerse.
Francisco y Rosario, de tanto en tanto, cruzaban sus miradas interrogantes.
Catalina quitó a su marido el plato de delante, le puso uno limpio y colocó,
en el centro de la mesa, un frutero en el que había ciruelas claudias y rojas,
que era la fruta de la estación.
Teodoro cogió una pieza de fruta y comenzó a darle vueltas entre sus dedos.
De pronto, mientras todos le miraban, sin saber ya qué hacer, dijo:
– ¡Me habéis hecho quedar como un idiota! ¿Durante cuánto tiempo me
habéis estado engañando?
Sus ojos iban de Rosario a Francisco, esperando una respuesta; pero fue
Catalina la que tomó la palabra.
– Nadie te ha hecho quedar como un idiota. Nadie te ha engañado. ¿Cuántas
veces no has escuchado al chico decir “Yo seré sacerdote o nada”? ¿Cuántas
veces ha viajado Millán hasta aquí, con pretextos nimios, para ver durante
un instante a tu hija? ¿Cuántas veces te he dicho yo que Francisco y Rosario
no estaban hechos para casarse?, ¿cuántas? –Teodoro no contestó, y su
esposa siguió hablando–. Pero tú has estado ciego; o peor, has imaginado
una historia de amor donde tan sólo había puro cariño de hermanos, porque

83
Vida del Padre Tejero

en eso se han convertido nuestra hija y tu sobrino: en unos muy buenos


hermanos. Y yo me alegro mucho de que el niño triste que llegó a mi casa,
se haya convertido en un joven educado y respetuoso, alegre y trabajador,
buena persona y buen cristiano.
Tampoco ahora Teodoro pronunció palabra y se hizo un silencio un poco
violento. Rosario quiso intervenir, pero su madre le puso la mano en la boca.
– No digas nada, Rosarito, que tu padre tiene mucho que pensar. Ha inventado
una historia tan bonita, que hasta a mí ha habido algún momento en que casi
me ha convencido. Pero tu padre no es tonto, sabe, aunque todavía no lo
reconozca, que os haría tremendamente infelices a los dos si os obligara a
hacer su voluntad. Está acostumbrado a salirse con la suya y ha tenido mucha
suerte en la vida. Yo también la he tenido casándome con él, porque ha sido
un estupendo marido y siempre me ha querido y respetado; pero tiene que
darse cuenta de que ahora no se trata de él, sino de vosotros. Él ya ha elegido
la vida que ha querido y, tanto él como yo, sabemos que no siempre ha sido
fácil. Pero ahora tiene miedo de que su hija se equivoque. Imagino que piensa
como yo, que si se casara con Francisco, al que ya conocemos lo
suficientemente bien, podríamos tener la certeza de que no le haría sufrir,
de que trabajaría honradamente para que su familia saliera adelante. Podríamos
tener la tranquilidad de que va a seguir cerca de nosotros y de que vamos
a conocer a nuestros nietos, que serían educados en la sana tradición cristiana
de nuestra familia. Porque Francisco se ha ganado a pulso el mote de
“Francisquito bueno” con el que se le conoce en el pueblo. No ha sido nunca
pendenciero, raras veces nos ha desobedecido, sabe llevar las cuentas
perfectamente, trata bien a los clientes y sabe ponerse serio con los que no
cumplen. Es verdad que quizá vaya más por la iglesia de lo que es normal
en un mozo de su edad. Pero es lógico, si quiere ser sacerdote. Y, si Dios
quiere que Francisco sea sacerdote, ni tú, Teodoro, ni yo somos quién para
interferir en los planes de Dios todopoderoso.
– Por Dios, tía –intervino Francisco azorado.
– Tú calla ahora, que esto no va contigo –le respondió su tía con una sonrisa.
– Y tú –siguió diciendo–, que fuiste valiente para dejar el pueblo de tus padres
y arriesgarte a cruzar media España en busca de un futuro mejor; que tuviste
coraje y empeño para sacar adelante el negocio antes de atreverte a pedir
mi mano, para no arriesgarte a que te la negaran; ahora tienes miedo de que
tu hija, que por cierto, ha salido a su padre en coraje y valor, se equivoque
al seguir los dictados de su corazón.

84
Apóstol de Sevilla

Por un momento, Catalina guardó silencio, como poniendo en orden las ideas
antes de continuar. Fue un respiro para todos, pues había resultado
avasalladora, como rebaño en prado verde. Pero, ya que había comenzado,
estaba dispuesta a terminar.
Respiró profundamente. Bajó un poco el tono de voz y, un poco más serena
ya, dijo, dirigiéndose aún a su marido:
– Tienes que reconocer que hoy has sido un poco, un bastante, egoísta. Sólo
has pensado en ti, en los planes que tú tenías hechos, en que a ti se te ha
engañado, en que tú has quedado mal con tus amigotes. Sólo en ti. ¿Por un
momento has pensado que cuando Millán hablaba contigo estaba en juego
a felicidad de tu hija? Porque mucho has estado con él; y digo yo, que de
algo habréis hablado, porque no habrás estado callado. ¿No te das cuenta
de que tu hija lleva todo el día ansiosa por saber el resultado de tu conversación
con el que, si Dios lo quiere, será su esposo?
Finalmente, Catalina se puso en pie y, mirando fijamente a su marido, que
había ido bajando poco a poco la cabeza hasta casi hundirla en el plato, le
dijo sonriente:
– ¿Nos vas a decir, de una pajolera vez, qué es lo que le has contestado a
Millán Herce cuando te ha pedido la mano de tu hija Rosario?
– ¿Qué le iba a decir, Catalina? Si me ha pillado tan de sorpresa que no me
lo podía creer; ¿qué le iba a decir? Que tenía que pensármelo, que lo tenía
que hablar contigo y con la niña.
– Y ¿ya está? –Rosario parecía bastante molesta–, ¿ya está?
– Prima –Francisco le detuvo–, calla. Que tu padre no ha dicho que lo iba a
pensar él solo, que ha dicho que lo tenía que hablar con tu madre, ¡y contigo!
¿O piensas que puede darle tu mano al primero que venga a pedirla, sin
contar con tu opinión?.
La joven pareció darse cuenta en ese instante y corrió a abrazar a su padre.
– Gracias, padre, ¡no le has dicho que no!
– No, hija, no le he dicho que no.
1845-1846: SACERDOTE… O NADA
Los ecos de la nueva Constitución de Narváez, aprobada por la reina, habían
llegado a Fuentes de Andalucía a finales de mayo, pero quedaron apagados

85
Vida del Padre Tejero

por las noticias de la hambruna provocada por la epidemia que había acabado
con la cosecha de la patata en Irlanda y que había diezmado la población
de la isla, colonia británica, extendiéndose también por media Europa.
– Pero Irlanda está muy lejos de aquí.
Todas las conversaciones giraban en torno a lo mismo.
– Sí, pero dicen los periódicos de Sevilla que el hongo ha cruzado el Atlántico,
1
que es mucho más grande. –El Guardacampo temía mucho las plagas y a
los fantasmas. ‘Todo lo que se puede ver… ¡lo veo y sé qué hacer! Pero lo
que no se ve… ¡eso temo!’, decía siempre.
Se acercaba ya el final del verano. La tan temida plaga de la patata no había
llegado a cruzar la frontera española, y los fontaniegos habían recuperado
la tranquilidad. Con la siega a punto de concluir, todos se preparaban para
la Fiesta de la Ermita, que se celebraba el doce de septiembre en el postigo
de la iglesia de la Humildad.
Después de la misa y la procesión, todo el pueblo acudía a la alameda a
comer, bailar y jugar. Los jóvenes se reunían por grupos y allí Francisco se
encontró nuevamente con Marta, a la que no veía desde la boda de su prima
Rosario con Millán. Se saludaron y pronto se apartaron ligeramente del resto
de los jóvenes para poder hablar con tranquilidad.
– El mes que viene me voy al convento de las Mercedarias de Lora. –Marta
estaba ansiosa por contárselo, pues sabía que Francisco le entendía.
– Me das envidia, Marta. No sé cuándo podré yo hacer realidad mis ilusiones.
Dijo él, que de pronto paró en seco, como si hubiera tomado conciencia de
la palabra ‘Lora’.
– Pero… ¿por qué a Lora?, ¿por qué no te quedas aquí en el pueblo?
– Don José María, el párroco, me lo ha aconsejado así. Dice que, si quiero
dedicarme sólo a Dios, es mejor que me vaya a otro pueblo; porque aquí
tendría muchas visitas en el locutorio; y así, sólo mis padres irán a verme.
– No quieres que vaya nadie… –Un ligero temblor en su voz delató de
antemano a Francisco, que siempre había gustado de hablar con ella–. ¿Ni
siquiera yo?

1 Utilizo para los motes fontaniegos la página web: http://motesdefuentes.blogspot.com

86
Apóstol de Sevilla

– No es para tanto, si aquí en el pueblo casi ni nos vemos. Además, tienes


que comprender que no serías sólo tú. Serían las primas, tu hermana y tú,
las amigas que querrían traerme a sus hijos, cuando los tuvieran, para que
los conozca… Y vendrían a contarme todos los chismorreos y todo lo que
pasa a cada momento. Y, la verdad, me daría mucha vergüenza que la
abadesa tuviera que llamarme la atención por tener muchas visitas; o que
tuvieran que decirle a todos que no recibo más.
Por un instante, Marta guardó silencio, como valorando los pros y los contras.
Después siguió.
– Siento dentro de mí una llamada muy fuerte al silencio. El pueblo es cada
día más ruidoso, y ya parece que no hay silencio ni en la parroquia. He
hablado de todo esto con Don José María y me ha dicho que, realmente, en
mí hay vocación de contemplativa. Me ha gustado mucho que me diga eso,
porque quisiera estar cada vez más metida en Dios, cada vez más llena de
Dios, más cerca de Él. ¡Siento un gozo tan grande en encontrarme con Él
en la oración! Quisiera…
Francisco contenía la respiración mientras escuchaba a su amiga. ¡Eso era
lo que él sentía!, parecía que ella pusiera palabras a su alma. La joven
continuó:
– Desde que he comenzado a dirigirme con don José María…
– ¿A ‘dirigirte’? –le interrumpió él–, ¿cómo a ‘dirigirte’?, ¿qué es eso?
– Bueno…, no sé cómo explicártelo. Vamos a ver: cuando un cristiano quiere
avanzar en la vida espiritual y hacer la voluntad de Dios, debe buscar un
Director para su alma.
– ¡Explícate!, por favor –Francisco pareció ponerse nervioso–. Entonces,
¿para avanzar en la vida espiritual, no basta con ir a misa, confesarse, rezar
el rosario y con ir a la iglesia? No lo entiendo.
– Tranquilo, hombre, tranquilo; que no lo estás haciendo mal. Déjame que
te lo explique bien.
– Venga.
– No sé si a ti te ha pasado lo mismo que a mí. Yo de siempre he sabido que
quería ser monja. Bueno, a veces he dudado; otras, cerraba los ojos y miraba
para otra parte; incluso llegué a querer enamorarme de ti.

87
Vida del Padre Tejero

Esta vez Francisco supo mantenerse a la escucha. Sabía que no se trataba


1
sólo de una provocación para ‘enamoricarle’ , sino de algo que, de alguna
manera, también le había pasado a él.
La muchacha siguió:
– Un día, confesándome con Don José María, le dije que me parecía que
estaba huyendo de Dios, que Dios me pedía más de lo que yo le estaba
dando… Y que sentía que no le bastaba con lo que estaba haciendo. Que
quería ser monja, sí; pero que mis padres no me dejarían ir al convento
mientras fuera menor de edad. No sabía qué hacer. Entonces él me dijo que
lo que necesitaba era un Director espiritual, un sacerdote que me fuera
orientando en la vida espiritual. Yo le pregunté, como tú a mí; y me explicó
que en la vida vamos creciendo, y nos alimentamos, y vamos a la escuela,
y trabajamos y tenemos fiestas. Me dijo que lo mismo era la vida espiritual;
que era necesario formar el alma y trabajar para ganarnos el cielo. Me explicó
que lo mismo que los padres y los maestros nos enseñan cuando somos
pequeños, cuando vamos haciéndonos mayores, el Director espiritual nos
enseña a crecer en la vida espiritual.
Francisco le escuchaba boquiabierto, algo así era lo que él había buscado
con el cura de la iglesia de la Humildad, que estaba cerca de su casa. Pero
no lo había encontrado.
El buen sacerdote se preocupaba de sus pecados y de lo demás se
desentendía. Recordaba la cantidad de veces que le había dicho que él
quería ser sacerdote; y cómo, una y otra vez, él le había dicho que era ‘muy
2
chico’ todavía.
La última había sido poco tiempo antes, cercano ya el verano. Francisco
acababa de terminar los estudios en la escuela pública y pensaba que tendría
que seguir estudiando para ser sacerdote. Así lo había manifestado al cura
en la confesión; y éste, viendo la posibilidad de que el joven se tranquilizase,
le dio un libro de latín para que lo aprendiera. ‘El latín es el idioma de la
iglesia’, le había dicho. ‘Si aprendes latín, podrás ser cura’.
En cierto modo, el reto de aprender la lengua de los clásicos sin un maestro
que se la enseñara, había satisfecho a Francisco. Pero ahora, al escuchar
a su amiga, comprendía que se estaba perdiendo lo más importante: preparar
su alma para ser un buen cura, para llegar a ser santo.
1 Enamoricarse: Prenderse levemente y sin gran empeño de alguna persona. (Diccionario RAE 1852)
2 Muy pequeño.

88
Apóstol de Sevilla

Marta se dio cuenta de que su amigo hacía rato que no le prestaba atención,
y guardó silencio hasta que el joven volvió a tomar la palabra.
– Marta… –dijo, pareciendo que volvía en sí.
– ¿Qué no has comprendido todavía? –le respondió.
– No. Bueno, sí, creo que te he entendido. Pero tengo una duda.
– ¿Sí?
– Oye, si yo voy a la parroquia…
– Si tú vas a la parroquia, ¿qué?
– Es que Santa María la Blanca no es nuestra iglesia, sabes que nosotros
somos de la Humildad de toda la vida.
– Sí, y ¿qué? –Marta se había perdido, no sabía por dónde iba a salir ahora
Francisco.
– Que… resulta que el cura de la Humildad creo que no quiere ser mi Director
espiritual. ¿Yo podría pedirle a Don José María que sea mi Director? ¿Se
puede hacer eso?
– No sé, nosotros somos de Santa María la Blanca, pero me imagino que
como Santa María es la parroquia, siempre podrás ir. De todos modos, si
quieres se lo pregunto al párroco.
– Sí, mejor será, porque a lo mejor el cura de la Humildad se molesta si le
digo que me voy a cambiar. Además, si dejo de ir a la Humildad… Uf, tal
como están las cosas con mi tío… No sé, a lo mejor era peor el remedio que
la enfermedad.
– Bueno, no te preocupes, yo lo pregunto y después me paso por la tienda
y te lo digo.
– ¿Me harías ese favor? –Francisco respiró aliviado–. No sabes lo que te lo
agradezco.
······························
Mucho habían cambiado las cosas para Francisco desde la conversación
con Marta. Ahora no se limitaba a estudiar el latín, que no había dejado; sino
que había organizado su vida espiritual. Seguía yendo a misa y al rosario a
la iglesia de la Humildad con sus tíos para no llamar su atención, pero

89
Vida del Padre Tejero

semanalmente confesaba con don José María, que había comprendido que
este joven iba ‘en serio’, y había tomado mucho interés en ayudarle.
Francisco era ‘tierra virgen’. Conocía a Dios, vivía como cristiano; pero su
fe estaba sin cultivar. Comenzaron por hacer un plan de vida que incluía
oración, estudio y trabajo. El trabajo continuaría siendo el de siempre: el
comercio. Don José María explicó al joven, que en cada momento Dios nos
pone delante un trabajo que realizar, y que no siempre se trata de que uno
haga lo que le gusta, sino que hay veces en que uno tiene que gustar de lo
que hace; porque con todo se puede hacer bien a los demás.
No fue muy difícil encontrar un tiempo para la oración y el estudio; pues ya
antes Francisco se había quedado por la noche estudiando latín en la mesa
camilla de la trastienda, con la excusa de terminar las cuentas. Ahora lo
convertiría en costumbre.
En la trastienda estudiaba, leía los libros que le proporcionaba don José
María y, después, pasaba largo rato meditando hasta que, a altas horas de
la noche, se acostaba.
Pero Teodoro comenzó a sospechar que algo pasaba.
– ¿A qué hora te acostaste anoche?, porque yo tardé en dormirme, y no te
oí subir.
– Es que me equivoqué y tardé más. –La mentira nunca había sido el fuerte
de Francisco. Siempre le quedaba la sensación de que se le notaba; pero
don José María le había dicho que si cometía alguna falta en las cuentas y
la corregía, ya no era mentira.
– Mucho te estás equivocando tú últimamente… No me gusta que te quedes
tan tarde, que estás todo el día trabajando y tienes que descansar; ya se
harán las cuentas, que por un día no se va a perder la tienda.
– Descuide, tío.
El caso es que el tío comenzó a quedarse también rondando por la tienda
hasta que él cerraba los libros y se subían juntos. Y, detrás de Teodoro, fue
Catalina.
– Ea, que os he preparado un chocolate calentito, que trabajan mucho ‘mis
dos hombres’, veréis qué rico está…
Así que, poco a poco, se terminó para Francisco el acostarse tarde.

90
Apóstol de Sevilla

Pero no quería dejar la vida que había comenzado. Decidió levantarse a


media noche. Si sus tíos no se enteraban, no tendría que poner excusas.
Al principio se quedaba poco tiempo, unos días estudiaba latín, otros el
Catecismo Explicado, otros leía o meditaba… Pero fue tomando confianza
y, viendo que tenía la noche para él, se le pasaban las horas sin darse cuenta.
Leía, oraba, estudiaba. Era para él como una segunda vida, la que de verdad
le gustaba.
Una noche en que estaba más cansado de lo normal, pues estaban haciendo
inventario, se durmió sobre el libro que estaba leyendo y la vela que le
iluminaba se cayó, prendiendo los papeles en que escribía. Rápidamente
prendió también la ropa de la mesa camilla. Francisco, al darse cuenta, hizo
todo lo que pudo por apagarlo. Catalina se despertó con el olor a humo y
gritó pensando que ardía la casa.
– ¡Teodoro!, ¡Francisco!, ¡fuego!, ¡fuego! ¡Se quema la tienda!
Cuando el matrimonio llegó a la trastienda encontró a Francisco apagando
las llamas, que ya habían prendido un enorme baúl que había cerca de la
mesa, con cosas que Rosario aún tenía en casa de sus padres.
Por suerte, pronto consiguieron apagarlo, sin que nada más ardiera. Cuando
terminaron, Francisco sólo pudo decir:
– ¡Lo siento!
Teodoro enrojeció de rabia y Francisco temió lo peor; pero su tío tan sólo
dijo:
– Tira lo que se ha quemado, recoge todo y sube a tu cuarto.
– Tío… –intentó decir, pero éste dio media vuelta y subió de nuevo a acostarse.
El joven casi hubiera preferido que le hubiera gritado, que le hubiera preguntado
qué hacía. Incluso habría comprendido que le echara de casa. De esta
manera no sabía a qué atenerse.
Su tía tampoco dijo nada, pero cuando Teodoro subió, ella se quedó ayudando
a su sobrino a terminar de limpiar todo y, antes de subir las escaleras, le dio
un beso en la frente.
······························
– Hola Francisco, ¿está padre por ahí? –Rosario, cuyo avanzado estado de

91
Vida del Padre Tejero

gestación era notable, se había puesto muy guapa esa mañana.


– No, ha ido a Sevilla, a traer mercancía. Si quieres ver a tu madre, está
arriba –dijo el joven, y añadió compungido–: ¿Me podrás perdonar por
quemarte el baúl?
– Por el baúl no te preocupes lo importante es que ni a mis padres ni a ti os
ha pasado nada –dijo ella, quitando importancia a lo ocurrido–. De todos
modos, he venido porque quiero hablar contigo.
– ¿Conmigo? –Al joven le extrañó la petición de su prima; pues desde que
se había casado hacía más de dos años, prácticamente no habían hablado
a solas.
– Sí, contigo. Espera, voy a decir a madre que baje a quedarse en la tienda.
Entró hacia el patio gritando, como cuando era una niña.
– ¡Madre!, ¡mamaita mía!..
Al poco salieron ambas mujeres y Catalina dijo al joven:
– Francisco, creo que tienes que invitar a tu prima a dar un paseo por la
alameda. Así que quítate ese guardapolvo e iros tranquilos, que yo me quedo
por aquí.
Francisco, sin salir de su asombro, obedeció al instante. Sabía que cuando
dos mujeres se ponían de acuerdo… era imposible opinar en contrario.
Además, le hacía mucha falta hablar con Rosario, aunque no sabía qué era
lo que ella podía querer de él.
En cuanto salieron a la calle, Rosario le tomó del brazo y comenzó a hablar.
– ¿Qué le pasa a mi primo preferido que está tan triste? –Comenzó a decir.
– ¿A mí? –dijo él extrañado–, no me pasa nada.
– Sigues sin saber mentir, mi Francisquito Bueno. Y tu prima no es tonta
¿sabes?
– ¡Pero si casi no nos hemos visto últimamente!
– ¡Ahh!, pero aún te ‘escucho por las noches’ y ahora vuelves a llorar a
escondidas. Madre no me ha querido decir nada y padre dice que no quiere
hablar del tema. ¿Qué os ha pasado? ¿Has dicho que te vas al Seminario?
– No, no puedo ir al Seminario, no hay Seminario. Estaba en Sanlúcar de

92
Apóstol de Sevilla

1
Barrameda, pero el año antes de casarte tú lo cerraron . Hay que estudiar
en la universidad. Y eso es muy caro. Además, ahora no puedo decir nada
a tus padres –dijo, bajando la mirada.
– ¿Qué es lo que ha pasado? Padre no te habla y ahora tú me dices que no
puedes ni hablar de ir al Seminario ¡Venga, cuéntame todo!, no te hagas de
rogar. Y cuéntamelo con detalles, que tengo toda la mañana libre; que he
dicho a Millán que voy a comer con vosotros.
Francisco, poco a poco, como si fuera arrancando pedazos de su dolor, le
contó todo lo sucedido desde la conversación con Marta; cómo comenzó a
confesar con don José María y comenzó a quedarse de noche… Hasta que
llegó a la noche en que se prendió fuego la mesa camilla y, con ella, todos
sus sueños e ilusiones. Ya ni siquiera se había atrevido a volver a confesar
con el párroco.
Le contó cómo su tía seguía siendo muy cariñosa con él; pero que su tío tan
sólo le dirigía la palabra lo estrictamente necesario, tanto en el comercio
como en casa.
Pero, sobre todo, le contó su pena. Le contó sus sueños rotos y cómo se
rompía la cabeza buscando una solución para poder cumplir la voluntad de
Dios, contra la que tenía su pobreza y la oposición de su tío.
Rosario escuchó con atención a su primo. Ella era feliz con su marido y
pronto sería madre, lo que la hacía aún más dichosa. Le dolía mucho ver
cómo Francisco no lograba alcanzar la felicidad.
Durante un rato estuvieron en silencio. Rosario había tomado entre las suyas
las manos de su primo, y con ese simple gesto le mostraba su comprensión.
El joven sentía que la calma que ella le transmitía aliviaba el hondo dolor que
rompía su ardor juvenil.
Finalmente, ella habló. Muy lentamente, como desgranando una espiga, y
las palabras fueron ocupando el lugar del silencio.
– Voy a intentar hablar con padre. No está bien lo que te está haciendo. Tú
has sido como un hijo para él. El hijo que siempre había deseado. Siempre
te has portado bien con él y con madre. Nunca les has desobedecido, siempre
has ayudado en la tienda, aunque no te gustaba; ha descargado en ti gran
parte de las responsabilidades que tiene el comercio y, en tus manos, lo ha
1 Abiertoen 1831, por el Cardenal Cienfuegos, fue cerrado en 1842. No sería inaugurado el de Sevilla
hasta 1848.

93
Vida del Padre Tejero

visto prosperar. Es normal que no quiera perderte; pero no es justo que no


te deje seguir tu vocación. No es justo que si sabe que desde pequeño deseas
ser sacerdote, te lo prohíba de esa manera.
Francisco replicó:
– No, si él no me ha prohibido nada…
– ¡Pero tampoco te deja!, que es lo mismo.
Por instantes, Rosario se iba alterando. Estaba enfadada con su padre.
Cuando le dejó casarse con Millán, pensó que dejaría también a Francisco
ser cura. Pero se había equivocado. Y lo peor era que ella se había olvidado
de su primo. Con su felicidad, se había vuelto egoísta. Todos habían sido
egoístas con él. Le admiraba Francisco.
Ella sabía el genio fuerte que tenía él también. No comprendía cómo había
podido aguantar sin rebelarse. Así se lo dijo y él le respondió:
– Le debo todo a tus padres. Sería un desagradecido si me rebelase contra
ellos.
– Pero les has pagado con tu trabajo. En realidad no les debes nada.
– No sé, a lo mejor; pero tampoco puedo pedir nada. No tengo nada, y
estudiar es muy caro. De todos modos, creo que mi vocación es de Dios.
Ahora tengo que esperar, porque Él hará algo.
– ¡Vale!, puedes esperar; pero no quedarte sentado. Habías comenzado a
confesarte con don José María y lo has dejado; habías empezado a estudiar
y lo has abandonado. –Rosario sabía que su primo reaccionaría ante sus
puyas, y siguió–: ¿Qué?, ¿también has dejado la lectura espiritual y la oración?
Como ella esperaba, el joven saltó enseguida:
– ¡No!, ¡eso nunca! Además, la oración es lo único que puedo hacer con la
luz apagada. Bueno, eso y repasar las lecciones que me sé.
Tras un breve silencio, él continuó:
– De todos modos, tienes razón. Tengo que seguir adelante con el plan que
me había puesto con Don José María. Que quien pone la mano en el arado…
Ella terminó la frase evangélica a su manera:
– Y vuelve la vista atrás… no es mi primo, que está alelado.

94
Apóstol de Sevilla

Esta salida hizo reír a ambos. Era un buen final para una conversación que
tan bien había venido al joven. Se levantaron y volvieron a pasear.
– Bueno, Sisco, de todos modos, yo quería una cosa más de ti.
– ¿Qué quiere mi prima preferida?
– ¡Este es mi Francisco!, ¡hasta la cara te ha cambiado!
– ¡Déjate de darme coba y pide por esa boquita!
– Quiero,… quiero que seas el padrino del hijo que me va a nacer.
– ¡Pero prima!, no puedo. Si voy a ser cura, no puedo tener ahijados. Tengo
que estar libre de lazos para poder volar donde Dios me mande. ¡Me pides
un imposible! Y sabes que lo siento mucho, porque nada me gustaría más
que ser el padrino de todos tus hijos.
– ¡Hala!, ya te has vuelto andaluz, no eres exagerado tú ni ná.
– Pues lo digo de verdad. De todos modos, no sabes lo que te agradezco
que me lo hayas pedido. Porque para mí, ya es como si lo fuera. Y ten la
seguridad de que en mis oraciones tú, Millán y vuestros hijos siempre vais
a tener un lugar especial.
– ¡En fin!, por lo menos lo he intentado. Millán me había anticipado que dirías
que no; pero de todos modos, nos hacía ilusión que fuerais tú y su madre.
– Pídeselo a tu padre, que en el espíritu ya sabes que el primer padrino soy
yo. –Puso la mano sobre el vientre de su prima y, como si el pequeño que
allí se encontraba pudiera escucharle, dijo–: Ya sabes, tu padrino en el alma
soy yo.
······························
Cuando volvieron a la casa encontraron vacía la tienda. Cuando sonó la
campanilla al abrir ellos la puerta, escucharon a Catalina que desde dentro
decía:
– Un momento, ahora mismo le atiendo.
– Somos nosotros.
– Rosarito, ven a ayudarme a poner la mesa, que ya está todo preparado.
Francisco, echa el cierre, por favor, que vamos a comer.
Fue una comida agradable. Catalina estaba encantada de tener a sus dos

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Vida del Padre Tejero

niños junto a ella.


– Nada me hace más feliz que teneros aquí a los dos. Bueno, sí, me hace
más feliz ver que tu prima ha devuelto la alegría a tu cara.
Francisco se sonrojó.
– Tía…
Ella siguió hablando, dirigiéndose ahora a Rosario.
– Hija, no sé qué te habrá contado. Pero tienes que saber que él no ha tenido
ninguna culpa de que se prendiera fuego. Nosotros le hemos obligado a
hacer las cosas a escondidas. Es muy difícil contradecir a un marido; pero
a lo mejor yo tenía que haber defendido más a tu primo, que haberle ayudado.
Las cosas a veces nos desbordan y no sabemos cómo volverlas a su cauce.
Quizás yo…
– Tía, no se preocupe. Ya todo ha pasado. Yo también he sido un cobarde,…
Rosario interrumpió a ambos.
– Vale, vale. Ahora hay que mirar hacia adelante. Tenemos todos que pedirle
a Dios que nos indique el camino.
······························
Cuándo había hablado Rosario con su padre, Francisco no lo supo nunca;
pero tenía la seguridad de que lo había hecho, porque algo en Teodoro había
cambiado.
No le había vuelto a decir que subiera a acostarse al terminar las cuentas;
un día le decía a Catalina que no apagara el brasero del comedor, que las
noches eran frías; otro se interesaba por el aceite que quedaba en la lámpara.
Eran pequeñas cosas, pero para él significaban mucho. Aún no hablaba
tranquilamente con él, como antes; pero ya no era cortante y seco. Ahora,
disimuladamente, utilizaba a su esposa para interesarse por él; y ésta se lo
decía a su sobrino.
De todos modos… Francisco sabía que aún no podía decir que se iba a
Sevilla.
Rosario dio a luz el dieciséis de marzo; y esa misma tarde, bautizaron a la
niña. En la parroquia estaba don José María, que tuvo gran empeño en
presentarles a los dos jóvenes que le iban a ayudar en la ceremonia.

96
Apóstol de Sevilla

A Teodoro no le gustaba tanto protocolo, pero estaba reunida toda la familia,


y se trataba de su nieta. De todos modos, pareció intuir que ‘algo’ de todo
aquello iba dirigido a él.
– A Antonio Conde ya le conocéis, porque es sobrino de Catalina. Lo que no
sé si sabréis es que ya se ha ordenado de “Menores”, y que las próximas
témporas será ordenado ‘Subdiácono’. Está aquí ayudando en la parroquia
para practicar.
– Muy bien, muchacho –dijo doña Nieves, la madre de Millán–. Estoy encantada
de conocer al sacerdote de la familia. Sí, Señor Cura, que en todas las familias
tendría que haber un sacerdote.
Francisco sintió la mirada de su tío sobre él y se estremeció al escucharle
añadir en voz baja, ‘Sí, un cura, pero no más’.
El párroco, que no lo había oído, siguió con las presentaciones:
– Al que no creo que conozcáis es a este jovencito: se trata de Manuel Baena.
Su familia pertenece a nuestra parroquia, aunque viven a las afueras. Está
pasando unos días en el pueblo, porque su padre ha estado enfermo; pero
vive en Sevilla, donde está haciendo la carrera de Teología para ser sacerdote.
······························
Finalizaba el verano de 1846. Francisco había seguido confesando con don
José María, que un día, al acabar de darle la absolución, y viendo al joven
animado a hacer lo que fuera, le preguntó:
– Puesto que con suavidad y sin disgusto no puedes dejar la casa de tu tío,
¿te atreves a romper con todo y marchar a Sevilla a empezar tus estudios?
– Sí, Padre –contestó el joven.
– ¿Y con qué te has de sostener?
– Cuento con unos mil reales.
– Y, en gastándolos, ¿qué harás?
– Pediré limosna, si antes no encuentro dónde ganar el sustento.
– Pues siendo así –le dijo, por último, el párroco–, puedes hacerlo
inmediatamente y Dios te ayudara como confío. También yo veré si con mis
relaciones puedo hacer por ti alguna cosa.
······························
97
Vida del Padre Tejero

Salió Francisco dispuesto a todo. No sabía cómo iba a hacerlo, pero eso era
ahora lo de menos. Se sentía feliz y dispuesto a lo que fuera.
Primero tenía que hablar con sus tíos.
Fue a la iglesia de la Humildad y allí se postró ante la imagen del Señor, a
quien pidió con profunda fe que su Espíritu Santo le iluminara y pusiera en
su boca las palabras adecuadas. Allí pasó el resto de la tarde; y cuando volvió
a casa casi era la hora de cenar.
Durante la cena, el joven buscaba el momento oportuno para decirlo, pero
parecía no encontrarlo. Catalina, que le había visto entrar y dirigirse
directamente a su cuarto, había notado que algo le pasaba. Viendo que el
joven no se terminaba de decidir a hablar, resolvió facilitarle las cosas.
– Tú tienes algo que decirnos, ¿no es verdad? –dijo dirigiéndose al joven.
– Sí, tía, tengo algo muy importante que deciros, pero no quiero que os
enfadéis –le respondió.
– ¿Por qué íbamos a enfadarnos? –intervino Teodoro–, ¿has hecho algo?
– No, tío, aún no he hecho nada; pero ha llegado la hora de que me vaya a
Sevilla para ser sacerdote. Creo que es la voluntad de Dios y lo que yo he
soñado desde niño.
Calló para ver el efecto que sus palabras habían causado en sus tíos. Los
tres sabían que este momento llegaría más tarde o más temprano; pero
parecía que ahora ninguno sabía cómo reaccionar. El silencio se estaba
alargando y Francisco se dio cuenta de que aún quedaba mucho por decir
y que sus tíos esperaban escucharlo.
– Os estoy agradecido por todo lo que habéis hecho por mí; por haberme
acogido en vuestra casa, por haberme dado siempre todo lo que necesitaba
y más; incluso por haberme propuesto que me casara con vuestra hija y que
me quedara con el comercio.
Tras un momento siguió hablando:
– He sido feliz con vosotros. Habéis sido para mí unos segundos padres. Me
habéis tratado con el mismo cariño que a vuestra hija, que ha sido para mí
más hermana que prima; su hija es para mí como sobrina preciosa… Tengo
en vosotros mi familia. Pero no puedo quedarme aquí. Hoy, por medio del
párroco, Dios me ha hecho saber que ya es tiempo de que me vaya. Ya

98
Apóstol de Sevilla

sabéis que quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es digno
1
del Reino de los cielos . Y yo tengo que ser sacerdote; porque si no, aunque
fuera primer ministro o rey, no sería nada.
– Tío –continuó, manteniendo la mirada fija en la de Teodoro–, sé que no
estás de acuerdo en que yo sea sacerdote; pero como dijo san Pedro al
2
gobernador romano: tengo que obedecer a Dios por mucho que me duela
desagradarte.
Dicho esto, hizo un breve silencio y terminó:
– Sólo te pido tu permiso y tu bendición. No quiero nada más. Ya me habéis
dado mucho. Tengo algún dinero, y con eso me bastará para empezar mientras
encuentro un trabajo con el que pueda pagarme una pensión y los estudios.
Además, Don José María me ha dicho que él va a hablar con algunos
conocidos que tiene en Sevilla para que me ayuden.
Francisco y Catalina miraban con ansiedad a Teodoro. Éste, como haciéndose
rogar, respiró profundamente antes de tomar la palabra. Se veía que había
meditado largamente lo que iba a decir, y su rostro no estaba crispado, como
esperaba su sobrino, sino sereno y casi se podría decir que se alegraba de
lo que hasta el momento se había dicho. Sonrió a su mujer y comenzó a
hablar dirigiéndose al joven.
– Cuando hace más de diez años tu padre te encomendó a mí, ya me dijo
que querías ser cura; y también que eras muy cabezota. Yo, que como bien
sabes, también tengo la cabeza bastante dura, me empeñé en lo contrario.
Sobre todo, desde que comencé a conocer mejor ‘el paño de que estabas
hecho’. Pero ha sido luchar contra Dios. Y tengo que reconocer que me ha
vencido. Me empeñé en tu boda con Rosario; te puse tan difícil estudiar, leer
y rezar que tuviste que hacerlo a escondidas. Y me he enfadado muchas
veces contigo, como bien sabes. Pero mi enfado, en realidad no era contigo,
que en ningún momento nos has engañado; sino conmigo, porque no podía
más que tú, porque no podía más que Dios.
Calló por unos instantes, como si estuviera meditando las palabras que iba
a decir a continuación.
– Has superado con creces todas las pruebas que, en mi obcecación, te he
ido poniendo. Realmente, tu vocación debe ser de Dios; y creo que Dios ha

1 Lc. 9, 62.
2 Cfr. Hch. 5, 29.

99
Vida del Padre Tejero

hecho una ‘buena compra’ contigo...


Sonrió al muchacho, que no podía creer lo que estaba oyendo, y continuó:
– Y no me ha quedado más remedio que rendirme a los hechos. En el bautizo
de mi nieta María Josefa comprendí las indirectas que Don José María me
estaba dirigiendo con tanta presentación. Así que fui a hablar con él. Le
pregunté lo que hay que hacer para ser cura. Me ha explicado que ahora
mismo no hay Seminario en Sevilla; que los jóvenes que quieren ser sacerdotes
tienen dos posibilidades: hacer una carrera breve, que imagino tú no querrás,
o hacer completa la licenciatura de Filosofía y Teología en la Universidad
Literaria de Sevilla. De cualquier modo, creo que, aunque son muchos años,
podrías ordenarte sacerdote finalizados los seis primeros años y después
continuar estudiando, mientras ejerces ya el ministerio. Creo que se dice así.
Francisco, que no podía salir de su asombro, escuchaba boquiabierto a su
tío, que continuó:
– He hablado con Marcos Romero, al que conoces hace tiempo; y me ha
ofrecido su casa para que vivas con él durante tu estancia en Sevilla.
El joven no podía aceptarlo, se sentía abrumado. Intervino diciendo:
– Pero tío, yo no puedo permitir…
Pero Teodoro estaba dispuesto a concluir.
– Déjame que termine, que ya te he hecho sufrir bastante y no quiero que
la nuestra deje de ser tu familia, ni ésta deje de ser tu casa. Escúchame, por
favor.
El joven guardó silencio, sin saber lo que vendría después.
– Es verdad que la carrera Literaria es cara y que, aunque el negocio es
próspero, no nadamos en la abundancia. Además, sé de familias que se han
arruinado por dar una carrera a alguno de sus hijos.
– Por eso…
– Marcos y yo hemos estado haciendo cuentas. Sabes que él tiene tres
1
tiendas en Sevilla, una en la calle Ballestilla , donde vive con su familia, otra
de quincalla y perfumería en la calle Lineros y la especería que tiene en la

1
Cfr. Guía de Sevilla 1851.

100
Apóstol de Sevilla

Fuentes de Andalucía
calle Dados. Hemos acordado que si tú le haces las cuentas de una de las
tres tiendas, te dará el alojamiento; y nosotros te ayudaremos con todo lo
demás.
– Gracias, tío, pero sabes que no quiero negocios ni comercios; yo había
pensado buscarme trabajo en una escribanía.
– Me parece muy bien; pero el mes de septiembre está próximo a terminar,
y has de comenzar las clases. Si te parece, te vas allá con estas condiciones
y, cuando encuentres otro trabajo, dejas de ayudarle en las cuentas. Porque,
además, no tendrías nada que ver con el negocio; sólo con los libros. De
todos modos, nada pierdes por probar.
– Bien, si así te parece, acepto.
– También he estado hablando con el profesor de latinidad de aquí del pueblo;
él podría hacerte un examen y certificar tus estudios; para que te los convaliden
cuando llegues a la universidad.
– Y eso,… ¿va a costar mucho? –preguntó el muchacho.
– Por parte de Don Pedro Gómez, nada; lo que nos cueste la legalización.
Pero creo que lo que cuesten los papeleos quería regalártelos tu prima ‘para
que te vayas de una vez’, que dice que ‘no hay manera de librarse de ti’.
Rieron los tres; Francisco, nervioso, no cabía en sí de gozo; al parecer, todos
habían hablado sobre él y sobre su futuro en las últimas semanas. Ciertamente,

101
Apóstol de Sevilla

la oración de su tía Catalina era muy potente ante Dios; ya que así se le iban
allanando las dificultades.
– Los uniformes que tenéis que llevar los clérigos, te los habíamos hecho tu
prima y yo, con la tela que el Señor Cura nos había dicho; pero habrá que
volver a empezar.
Viendo la cara de extrañeza de Francisco, Catalina se lo explicó.
– Todo lo teníamos guardado en el baúl que se quemó.
El joven iba a disculparse nuevamente, pero su tía no le dejó.
– Agua pasada no mueve molino –dijo–. Hoy no es día de disculparse por
algo que tenía que pasar para que pudiéramos darnos cuenta de que Dios
anda metido en tu vida.
Francisco ya no pudo más, se levantó y dio un beso a su tía; iba a abrazar
a su tío, cuando éste dijo:
– No, aún no; que queda una última cosa.
– Tío, más no; que no puedo con tanto. Si estaba en deuda con vosotros…
ahora ya no sé qué voy a hacer.
– Ser un buen cura y un santo –le respondió él–. Que con eso estamos
pagados. Pero tienes que tener en cuenta que hasta que cumplas los
veinticinco años necesitas un tutor que se responsabilice de ti ante la
Universidad. Marcos me ha dicho que lo hará encantado.
Francisco se echó a llorar de emoción. Finalmente, la temida explosión de
su tío se había convertido para él en fuegos artificiales que señalan fiesta.
Tío y sobrino se enlazaron en un largo abrazo. Mientras, Catalina lloraba
emocionada y Francisco susurraba sin cesar: ‘Gracias, tío, gracias… Gracias,
Dios mío, gracias’.

102
Capítulo Quinto

SEVILLA
1846 SEVILLA
Le habían convalidado el primer curso por los estudios que había realizado
en Fuentes; así que Francisco se vio pronto matriculado en segundo de
Filosofía. Iba a clase por la mañana, estudiaba por la tarde y por la noche
ayudaba a Marcos con las cuentas, mientras buscaba una escribanía en la
que le pudieran dar trabajo.
Su tía le había hecho prometer que pasaría con ellos todas las vacaciones.
Las de Pascua se acercaban cuando una carta, traída por un policía, cambió
todos sus planes. Había salido su nombre en el sorteo de quintas en Garray,
por lo que debía presentarse allí o sería declarado en rebeldía y puesto en
busca y captura por la policía.
– Ahora tendré que faltar a clases. Y pueden suspenderme las asignaturas
por las faltas. –Su pena era enorme. Parecía que no salía de una y ya estaba
metido en otra. ‘Desde luego, Dios prueba a sus amigos’, pensaba.
– No te preocupes; haremos una instancia al Rector para que, atendiendo
a que estás obligado a acudir a tu pueblo, vea que las ausencias no son
voluntarias. Además, las vacaciones de Navidad están a punto de empezar;
ahí tienes casi un mes, con lo que perderás menos clases.
Marcos era una persona muy práctica, y aquel joven le había caído en gracia
desde que lo conociera en Fuentes en una de sus visitas a la familia, de la
que era muy amigo.
– Pero yo no quiero que usted se moleste.
– No es molestia, cuando acepté ser tu responsable sabía a qué me
comprometía. No te preocupes por eso y ve preparando tus cosas. Alégrate,
porque verás a tu padre.
– Pues sí, la verdad es que bien pensado, Dios ha elegido el mejor momento;
casi ha finalizado el trimestre y cuando vuelva quedará mucho del segundo.
Además, justo en este momento en el que el rumbo de mi vida ha comenzado
a cambiar, voy a tener la oportunidad de hablar cara a cara con mi padre
sobre mi vocación, sobre…
– Sobre ‘¡todo!’. Y conocerás a tus hermanos y a la nueva mujer de tu padre.
– ¡Sí!, eso realmente me hace una gran ilusión. A Escolástica, la mujer de

103
Vida del Padre Tejero

mi padre, ya la conozco desde pequeño; pero me cuesta pensar que ahora,


de algún modo, es mi..., mi ‘madre’. Bueno, si mi padre la ha elegido, por
algo será. Me gustará visitarles. Ciertamente, no hay mal que por bien no
venga.
SEMINARISTA, PADRE.
1
– Ya estamos llegando –dijo el Ordinario , con el que Francisco había salido
de Madrid después de abandonar allí la galera que le había llevado desde
Sevilla a la capital en tan sólo nueve días.
Habían hecho el camino de Madrid a Soria en cinco días; y eso era muy poco
para un tiempo tan frío como el que estaban teniendo. Habían tenido que
parar en varias ocasiones para poder abrir camino entre la nieve para que
pasaran los mulos. Para el arriero era lo habitual; pero comprendía que a
este joven estudiante, que venía de Sevilla y le había contado que se preparaba
para ser sacerdote, le resultara duro. A ver si ahora se podía librar de la mili
y seguir con la carrera que acababa de comenzar.
– Sí –respondió Francisco–, ya reconozco la fuente de dos caños. Algunas
veces nos traían mis tíos y mi padre aquí, a pasar la tarde después de acudir
a la feria de Soria; pero no la había visto nunca nevada; la verdad es que es
preciosa. A nosotros nos gustaba jugar a piratas entre los chopos y hacer
carreras para ver quien llegaba antes a la casa-portazgo que hay cerca del
puente. Mi padre siempre me regañaba porque a mí me gustaba esconderme
en los colmenares, pues a mis primos les daban miedo las abejas. ¡Mire!,
ahí siguen. Me da alegría reconocer todo esto; pensaba que lo había olvidado…
Es curioso el funcionamiento de la memoria: a veces parece que has olvidado
todo lo que ha quedado atrás y, de pronto, vienen las imágenes nítidas y
claras a tu cabeza... Después de tantos años casi no recuerdo la cara de mi
padre; pero lo que más pena me da es que la cara de mi madre se me ha
perdido.
– Ahora vas a tu pueblo, ¿no?, ya pronto la verás.
– No, que mi madre falleció cuando yo tenía tres años. Y aunque recuerdo
el tacto de sus caricias como si fuera hoy, no consigo ponerle cara…
El arriero sabía muy bien lo que era perder los recuerdos. Pasaba tanto
tiempo por esos caminos de Dios, que durante sus viajes habían muerto sus
padres y alguno de sus hermanos. Por eso respetó el silencio que siguió a
1 Ordinario: Arriero o carretero que habitualmente conducía personas, géneros u otras cosas de un pueblo
a otro.

104
Apóstol de Sevilla

esas palabras.
Pronto llegaron a Soria. Allí él descargó sus mulas y siguieron camino hacia
Logroño. Cuando avistaron Garray, al cabo de una hora, viendo que el joven
sonreía, le dijo:
– ¿Qué?, ¿recuerdos de cuando faltabas a la escuela para ir a pescar?, ¿eh?
– No, qué va; yo no podía faltar, que mi padre es el Maestro. Me estaba
acordando de cuando me iba yo sólo a la loma que hay en lo alto de las
ruinas de Numancia y me quedaba rato y rato mirando el paisaje. Creo que
fueron mis primeros encuentros con la grandeza de Dios.
– Buen lugar para encontrarse con Él. También yo lo siento en la soledad del
camino. Muchacho, me alegra mucho haber podido venir contigo desde
Madrid. Tú ¿cuándo vuelves para allá?
– No sé exactamente; dependerá de cómo pueda viajar; ¿baja usted pronto
a Madrid de nuevo?
– Sí, dentro de unos diez o quince días, según permitan las nieves.

"Galera"

105
Vida del Padre Tejero

– Y, ¿pasará por aquí?


– ¡Claro!, si quieres, pregunto por ti y nos volvemos juntos.
– Me gustaría mucho. Gracias.
– Venga, pues entonces… ¡hasta pronto!
– ¡Hasta pronto! Vaya usted con Dios.
– Queda con Él.
······························
Las calles nevadas de Garray estaban como él las recordaba.
Poco trecho había entre la fonda donde el ordinario le había dejado y la casa
de su padre. De las chimeneas salía humo. Ya casi no recordaba las peculiares
chimeneas de Garray, con sus lascas de piedra formando un embudo invertido
para conservar mejor el calor. Vio que el tejado del Ayuntamiento lucía una,
hermosa y nueva; lo que indicaba que en el pueblo las cosas no iban mal,
ya que habían podido hacer esa obra. Todo cambia, pensó. Y, si había
humo,… eso significaba que los empleados estaban allí. Con un poco de
suerte su padre estaría trabajando y lo vería antes en la alcaldía que en casa.
Además, si no estaba, le dirían por donde andaba; le daba mucha vergüenza
entrar y encontrarse con Escolástica, sin que estuviera su padre. Así que se
personó en la pomposamente llamada ‘Casa Consistorial’.
Aunque sabían que iba, pues ellos mismos habían enviado la carta
convocándole por haberse librado los números uno y dos de las Quintas,
casi no le reconocieron hasta que preguntó por su padre…
– ¡Manuel!, ¡Manuel! –gritaron–, tu hijo ha llegado ya. ¡Entra chaval!, acércate
a la chimenea, que estarás helado… ¡Manuel, tu chico!
Al poco apareció su padre bajando las escaleras de dos en dos.
– ¿Dónde está?, ¡Francisco!
Se estrecharon en un abrazo que quería resumir el cariño guardado durante
diez años. Las cartas les habían mantenido en contacto; pero un abrazo…
Un abrazo habla más que mil cartas. Mide la altura, la talla, el grosor, el olor,
comprueba la salud y el estado de ánimo… También dice lo que las palabras
no llegan ni a intuir; habla de noches en vela, de oraciones, de alegrías y
tristezas. El abrazo lo dice todo. Sobre todo si es en silencio… Pero allí todos

106
Apóstol de Sevilla

querían saludar a Francisquito el bueno, que había vuelto, y el abrazo no


pudo ser tan largo como a Manuel le hubiera gustado, …ni como Francisco
esperaba.
– ¡Déjame que te vea! –dijo Manuel tomándolo por los hombros–. Eres ya
todo un hombre.
– Seminarista, padre.
– ¡Sí!, mi Seminarista. –Y, dirigiéndose a los demás, que ya le habían saludado,
dijo–: Bueno, ahora me lo voy a llevar a casa, que conozca a sus hermanos.
Ya vendrá a tallarse cuando haya descansado.
– Vale; y que se seque un poco, que está chorreando.
Manuel tomó con orgullo la maleta de su hijo y salió rodeándole el hombro
con el brazo.
– Escolástica tiene ganas de ver a ‘su niño’. Sabes que ella te quiere desde
que te ayudó a nacer, ¿verdad?
– Padre… –Aunque estaba nevando, Francisco se detuvo en mitad de la
calle y miró a su padre.
– Dime hijo.
– ¿Eres feliz con Escolástica?
– Mucho, hijo, mucho. Pero… ya hablaremos tranquilamente.
El joven, sonriendo, comenzó nuevamente a andar.
– Sólo quería saberlo antes de llegar a casa.
– Pues vamos, que tus hermanos están deseando conocerte.
······························
Los días pasaron rápidamente. Francisco se sentía feliz. No había dado la
talla, con lo que se libraba del servicio militar y podría continuar con su carrera
eclesiástica. Además, de golpe, había pasado de ser el primo pequeño a ser
el mayor de cuatro hermanos.
Vicente, el mayor, con cuatro años ‘ya casi cinco, que mi cumpleaños es en
abril’ era un niño listo que presumía de hermano mayor cuando iban por la
calle.

107
Vida del Padre Tejero

Le seguía Josefa, que ya sabía decir su nombre completo: ‘Josefa Teresa


García Marco, como la abuelita’; y que se habría peleado con su hermano
si Francisco no hubiera tenido dos manos para que se las cogieran.
Después venía Juanita, la pequeña, que estaba empezando a andar; y a la
que encantaba que su ‘ehhmano’ la tomara en sus manos y la lanzara al aire
entre los gritos de los otros dos: ‘¡Ahora a mí!, ¡ahora a mí!’.
Por Escolástica parecía que no había pasado el tiempo. La joven de veinte
años que él recordaba seguía teniendo la misma cara de niña traviesa que
entonces. Pero llevaba la casa y a los niños admirablemente.
– He aprendido mucho de tu madre, Francisco – le dijo en una ocasión–. Ella
fue una persona muy importante para mí. Lo cierto es que cuando murió mi
madre y yo me quedé sola en el pueblo, ella fue la que me ayudó a superarlo…
Y, cuando murió, me sentía obligada para con ella; pues antes de morir, me
dijo que no permitiera que tu padre se muriera de pena. Tú sabes que tu
padre estuvo mucho tiempo mal; y que a raíz de aquello fue el ir tú a casa
de tu padrino. Yo entonces era muy niña aún y no entendía de amores; pero
procuraba que a tu padre no le faltara un plato caliente y un rato de
conversación; como él y tu madre me habían dado a mí cuando decidí
permanecer en mi casa después de la muerte de mi madre. Imagino que con
el tiempo llegamos a acostumbrarnos el uno al otro. Cuando, después de
más de diez años, tu padre me propuso que me casara con él, no sabía qué
decirle; porque sabía que nadie podía ocupar el lugar de Marta. Pero lo cierto
es que me sentí orgullosa de que me lo hubiera pedido; y ahora somos felices.
Tu padre no deja de recordarla, pero eso a mí no me importa; y los dos
hablamos mucho de ella. Creo que tu madre, desde el cielo, ha bendecido
y protege nuestra familia.
······························
Con su padre, Francisco tenía mucho, muchísimo de qué hablar. Habían
seguido caminos diferentes, y el joven quería pedirle su bendición ahora que
empezaba una nueva fase en su vida. Durante los escasos diez días que
permaneció en el pueblo, padre e hijo dieron largos paseos. Por la nevada
llanura que separa Garray de Tardesillas, a lo largo del río, por la ermita hasta
pasadas las ruinas de Numancia, por el camino a Soria y en dirección contraria,
camino a Logroño… A ambos les gustaba caminar, y necesitaban estar solos.
No sabían cuando podría repetirse la visita.
······························

108
Apóstol de Sevilla

Corto se les hizo el tiempo, y mucho les costó despedirse cuando el Ordinario
mandó recado a casa de los García diciendo que ya estaba en el pueblo y
que a la mañana siguiente salía para Madrid.
Francisco se despidió uno por uno de sus hermanos, haciéndoles la señal
de la cruz con la bendición que a él le daba su madre y, más tarde, su tía.
‘¡Dios te bendiga esta noche y todos los días de tu vida hasta que seas un
santo!’… ‘Amén’.
Al llegar a Escolástica, Francisco la abrazó y le dijo al oído:
– Gracias por hacer feliz a mi padre y por los tres hermanos que me has
dado. Rezaré a diario por ti y por ellos.
Ella le contestó:
– Y reza también por el que está en camino, pero no le digas nada a tu padre,
que aún no sabe que estoy de tres meses.
Francisco volvió a abrazarla con fuerza. Por último se despidió de su padre
con un largo abrazo.
– Me habría gustado tener más tiempo –le dijo.
– El tiempo es de Dios –respondió Manuel–. Él es quien le pone medida; a
nosotros sólo nos toca ofrecerle las obras de nuestras manos.
– Padre, déme usted la bendición –le pidió por último.
– Con toda el alma te la doy, hijo.
Francisco cerró los ojos y sintió la mano de su padre sobre su cabeza. La
inclinó y notó como una fuerza invisible que provenía del cielo y, atravesando
aquella mano, descendía por dentro de él. Todo su cuerpo se estremeció
cuando su alma percibió la presencia amorosa de su madre, que desde Dios
le sonreía.
Ya podía partir.
······························
Le vino muy bien a Francisco tener que recorrer nuevamente ciento veinticinco
leguas. Aprovechó para rumiar todo lo que había vivido durante esos días y
todas las conversaciones que había mantenido. Guardó celosamente en su
memoria los recuerdos de su madre que tanto su padre, como Escolástica,

109
Vida del Padre Tejero

y sus tíos –con los que había pasado un día completo–, e incluso el señor
cura –ya muy mayor–, le habían contado.
‘Era tu madre una mujer fina’, ‘siempre tenía las cosas ordenadas’, ‘cantaba
muy bien’, ‘siempre se preocupaba por los demás’, ‘tenía una fe profunda’…
Y meditó sobre la vida, sobre la dureza de la vida en la nevada Soria y lo
diferente que era de la vida en la luminosa Fuentes de Andalucía e incluso
de la bulliciosa Sevilla.
Y también sobre su propia vida.
La que quedaba atrás y la que comenzaba en la universidad.
Realmente, era un privilegiado. Y ‘los privilegios traen responsabilidades’, le
había dicho su padre.
Analizó la vida que había comenzado a vivir, repasando todo lo que había
aprendido con don José María en Fuentes y se dio cuenta de que, si bien
ciertamente se estaba esforzando mucho con los estudios, y eso era lo que
debía hacer, le faltaba algo. Había perdido el fervor y la perseverancia con
que antaño buscaba el silencio y la oración.
Sevilla era, de por sí, mucho más ruidosa que el pueblo hasta altas horas de
la noche. Y la tienda de Marcos Romero comenzaba muy temprano su
actividad. Era cierto que él no tenía responsabilidades de cara al público,
pero hasta su habitación llegaban los ruidos. Ruidos que él conocía muy bien
y que sabía interpretar como de buen o mal día para el negocio; como de
problemas con los clientes, o con los proveedores.
Y eso le impedía concentrarse. Sin querer, nuevamente se había implicado
demasiado con el comercio.
Tomó conciencia de la importancia de preparar el alma, y no sólo el intelecto,
para ser sacerdote.
Era su responsabilidad. No había quien se la quitara, ni quien la cumpliera
por él. Así que debía asumirla.
Tenía que empezar por buscar un confesor. Eso no sería difícil; en la
universidad había buenos y sabios sacerdotes; que tanto la bondad como la
sabiduría eran necesarias para poder acompañar almas. No recordaba el
nombre del sacerdote que don José María le había recomendado; pero en
cuanto llegara a Sevilla, lo buscaría.

110
Apóstol de Sevilla

Y también tenía que encontrar un trabajo más próximo a su carrera. Y… tenía


que encontrar una casa en la que pudiera más fácilmente compaginar los
estudios, el trabajo y la vida de oración.
Y, todo ello, sin ofender a Marcos y a Tomasa, su mujer, que tan amables
habían sido con él.
1847: UNA NUEVA VIDA
– Gracias, Marcos, por tomarse tanto interés por mí. Desde que estoy aquí
no hago más que causarle molestias.
– Joven, cuando acepté ser su responsable, sabía a qué me comprometía.
Y lo hice con gusto. Además, los comerciantes estamos acostumbrados a
movernos entre oficinas y papeles; no pienses que sólo los abogados y
estudiantes lo hacen. Hacer una instancia no tiene secretos para un viejo
como yo.
– De todos modos…
– De todos modos,… ¡nada! De todos modos, ahora tienes tú que hacer otra
para decir que has vuelto y pedir que te readmitan. Tenías permiso para estar
treinta días. ¿Cuantos has faltado?
Se encontraban en el salón de la casa de la calle Ballestilla. Francisco, que
había llegado la noche anterior, estaba sacando los regalos que traía de
Garray para Marcos y su esposa Tomasa, así como para la familia de Fuentes.
– Vamos a ver, salí el día diecisiete de diciembre y volví ayer, día tres. Que
hace un total de… ¡cuarenta y nueve días!
– Y si descontamos las vacaciones de Pascua… –intervino Tomasa–, hacen…
– Entre vacaciones y fiestas son veinte días –dijo Marcos, que había llevado
bien la cuenta.
– Lo que me da un total de faltas a clase de… veintinueve. ¡Una menos de
lo que me habían autorizado! –gritó alegre el joven.
– Y… ¿has traído el certificado del Ayuntamiento de Garray?
– No, me han dicho que lo mandarían por correo ellos mismos a la Universidad.
– Será porque tiene que firmar tu padre.
– ¿Tiene que firmar tu padre? –preguntó la mujer, que no conocía a Manuel.

111
Vida del Padre Tejero

– Sí, porque es el Regidor Jurídico –le explicó el joven.


– ¡Bueno!, lo importante es que desde mañana debes volver a clase.
– Sí, es lo que pensaba hacer. Descansar un poco hoy; presentar la instancia
mañana a primera hora en Secretaría y preguntar si me puedo quedar ya en
clase. Imagino que no me dirán que no.
– Yo tampoco lo creo.
– Pero, abran los regalos, que si Escolástica se entera de que no se los he
dado nada más llegar,… es capaz de venir. Me he alegrado mucho de ver
lo bien que están ella y mi padre y mis hermanitos…
······························
Desde su vuelta a Sevilla, el joven estudiante había tomado muy en serio los
propósitos que hiciera durante el largo viaje. Buscaba confesor, trabajo y
casa. Sus dificultades económicas comenzaban a preocuparle, pues los mil
reales se iban terminando y no encontraba un trabajo que le permitiera seguir
adelante.
Antes de que se viera en la necesidad de mendigar a la familia que, tan
amablemente, le acogía y a la que no quería pedir dinero para los estudios,
pues ya estaban haciendo mucho por él, le hablaron de un sacerdote muy
conocido por su posición y caridad.
A él se dirigió Francisco para manifestarle las apremiantes circunstancias en
que se encontraba.
– Si sigo con la familia Romero, me veré de nuevo enredado en las redes
del comercio. Y no tengo dinero para pagar una residencia decente para un
Seminarista. No puedo pedirles que me den dinero para pagarme los estudios
y mis tíos ya han hecho muchos gastos por mí.
– Sí, sí, joven, pero todo el mundo tiene problemas. Para nadie es fácil
encontrar trabajo…
– Yo podría ayudar en alguna escribanía; pero no conozco a nadie…
– ¡Claro!, todos podrían ayudar en una escribanía. Pero yo no sé si su
vocación es seria. Es cierto que no falta a clase y que me ha enseñado
buenas notas del curso pasado; pero no sé si su deseo es que le paguen los
estudios para luego convertirse en abogado…

112
Apóstol de Sevilla

Aquello ya fue mucho para él. Dudaban de su vocación. Con lo que había
tenido que luchar por ser sacerdote, ahora ponían en duda su buena fe.
Entonces, en un arranque que sintió brotaba de la rabia de no sentirse creído
y de la impotencia para solucionar su problema, dijo con firmeza:
– Padre, ¡mi vocación es de Dios! Si usted quiere, me ayuda,… y si no quiere,
no se preocupe. Ya se lo he dicho, mi vocación es de Dios; y estoy seguro
de que Él no me ha de desamparar, como no me ha dejado hasta ahora de
su mano, pese a las dificultades que he tenido que superar. Si su puerta se
me cierra, será porque Dios no quiere que yo entre por ella; ya me abrirá
otra por otra parte.
El sacerdote sintió la fuerza, el coraje, la gracia de Dios que había en aquellas
palabras. Su corazón se enterneció recordando las dificultades que él mismo
también había tenido que superar para poder llegar al estado en que ahora
se encontraba.
En la rabia, en la impotencia de Francisco, vio reflejada su propia imagen de
hacía muchos años. Pero no se recordaba él mismo tan confiado en la
providencia como ahora parecía el muchacho que tenía delante. Ciertamente,
la vocación del joven seminarista era de Dios.
Sintió que Dios le había elegido como instrumento para realizar esta inspiración.
1
Resonaron en sus oídos las palabras de Jesús en el evangelio de Mateo :
El que recibe a un profeta como profeta recibirá premio de profeta, y
el que recibe a un justo como justo recibirá premio de justo; el que dé
de beber a uno de estos pequeñuelos tan sólo un vaso de agua fresca
porque es mi discípulo, ¡os aseguro que no perderá su recompensa!
– Francisco –le dijo emocionado–, Dios le ha enviado a mí. No soy yo quién
para oponerme a los planes de Dios. Desde ahora mismo puede venirse a
vivir a esta casa, que desde hoy es también la suya, y pensar sólo en estudiar
y prepararse para ser el buen sacerdote que el Señor quiere que sea y que
hoy tanto necesita la Iglesia, tan abrumada por las circunstancias políticas
2
y sociales. La mies es mucha y los obreros pocos . Yo he rogado mucho al
Dueño de la mies, y usted es la respuesta a mis oraciones.

1 Mt. 10
2 Mt. 9, 37.

113
Vida del Padre Tejero

SAN FELIPE
Con la ayuda de Dios se había solucionado el primero de sus problemas,
que había concluido con su traslado a la casa de la calle Alcázares número
veintinueve. Ahora debía encontrar un sacerdote ‘sabio y santo’ que pudiera
dirigir su alma por los caminos que el Señor le iba abriendo.
Había oído hablar del Oratorio de San Felipe, en el que todas las tardes
tenían oración. Dos compañeros seminaristas iban allí, y les pidió que le
llevaran un día con ellos.
Desde que había llegado a Sevilla había visto iglesias muy hermosas y con
mucha riqueza, comenzando por la Catedral o el Salvador; pero eran iglesias
que salían al encuentro, estaban en calles anchas desde las que se veían
grandes portadas que hacían esperar un interior hermoso.
1
Por el contrario, la calle que daba acceso a San Felipe , llamada Doña María
Coronel, iba estrechándose cada vez más, hasta convertirse en un estrecho
pasaje, cubierto por unos soportales con cuatro columnas bajo los que se
encontraba la puerta de entrada a la iglesia. Desde fuera, salvo la perfecta
conservación del edificio, que contrastaba con la dejadez de las casas
colindantes, en nada se hacía notar.
Tampoco tenía torre, sino sólo una espadaña con tres campanas, dos abajo
y una arriba. Al pie estaba el pórtico, con tres escalones de mármol blanco
y una alta verja de forja. Normalmente esta puerta estaba cerrada; ya que,
al estar suprimida la Congregación del Oratorio por decreto de 1836, aunque
por las mañanas había misa, tan sólo unas cuantas personas acudían a las
oraciones que, por la tarde, realizaban los padres.
Entraban por otra puerta que había al costado izquierdo del templo. Estaba
defendida la dicha puerta por dos cañones fundidos y pintados de negro en
ambas jambas; y en su hornacina, sobre el dintel, una estatua de San Felipe
de manteo y bonete, en mármol negro, con cara y manos pintadas de color
natural, un libro sobre el pecho y las azucenas características.
Por allí entró Francisco con sus acompañantes al interior del templo, que
estaba muy bien iluminado por las altas ventanas que había en la nave
principal.
Se quedó impresionado.

1Para la descripción de San Felipe me baso en la que hace Cayetano Fernández en su Historia del
Oratorio de San Felipe Neri de Sevilla; 1898.

114
Apóstol de Sevilla

Se trataba de una iglesia de planta greco-latina, pero decoración churrigueresca.


1
Al frente de la larga nave se encontraba la capilla mayor, cuadrada y muy
espaciosa, a cuyos lados se levantaban dos grandes arcos que sujetaban
la bóveda. En seguida llamó la atención de Francisco el impresionante fresco
pintado en ella: un “rompimiento de gloria, cuyo fondo representaba a San
Felipe entrando al cielo, con vestiduras sacerdotales, en manos de ángeles
y rodeado de resplandores y grupos de aladas cabezas”.
– ¡Qué maravilla! –dijo a sus acompañantes.
– Sí, ¿verdad?, la pintó Vicente Alanís en 1788. A mí es lo que más me gusta.
Los dos cuadros de los lados que representan a San Pedro, son de Zurbarán
2
el del ‘Llanto’ y del ‘Españolito’ el del ‘Martirio’.
– Son muy bonitos –respondió Francisco, para quien los nombres de los
pintores eran totalmente desconocidos; pues su noción del arte era aún muy
limitada.
– Menos mal que hemos llegado pronto –continuó hablando otro de los
seminaristas que habían traído a Francisco a San Felipe–. Así podremos
enseñarte bien la iglesia. Como verás, merece la pena.
– Desde luego –dijo el aludido, que no sabía hacia donde dirigir su vista.
En lo alto del retablo mayor destacaba otra imagen inmensa de San Felipe,
sobre nubes, rodeado de ángeles, dos de ellos de tamaño más que natural,
que sostenían en sus manos los atributos del santo.
– ¿Ves la bomba? –le preguntó el más joven de sus compañeros.
– ¿Qué bomba? –respondió el aludido.
– Mira, en el lateral del camarín de la Virgen, en el centro del retablo mayor.
Francisco dirigió hacia allí su mirada y pudo ver, rodeada de caña dorada,
media bomba. Extrañado, preguntó.
– ¿Qué hace ahí una bomba?
– La pusieron los curas después del bombardeo del General Van Halen, que
asoló Sevilla en julio del año cuarenta y tres.

1 Medía 36 varas de largo por 16’5 de ancho (25,27 x 11,58m.).


2 José Ribera

115
Vida del Padre Tejero

– Para recordar los destrozos que hizo. Aquí les cayeron dos. Les libraron
la Virgen de los Dolores y San Felipe Neri.
Los seminaristas estaban deseosos de mostrar a su amigo todo lo que sabían
sobre San Felipe.
– Me parece que no podía haber elegido mejores guías que vosotros.
Los amigos se sintieron halagados y siguieron explicándole.
– La Virgen es la de los Dolores, que es la patrona del Oratorio de Sevilla,
y a ella está dedicada la iglesia. El cojín es entero de plata, y los borlones
también lo son.
– Y, ¿los ángeles también? –preguntó jocoso el otro compañero–. Oye, tú,
que Francisco vendrá del pueblo, pero no es tonto, y sabe cuando un cojín
es de plata.
Francisco añadió:
– Y también sé distinguir una Virgen de los Dolores de una Inmaculada
Concepción. ¡Mira tú! Pero, seguid explicándome, que me gusta. Aunque…
no me digáis que la ráfaga de la Virgen está dorada, ni que la corona es de
plata; que eso se ve.
Los tres amigos rieron y siguieron contando a Francisco más detalles sobre
el templo que visitaban.
– ¿Ves las cruces que hay en las ocho columnas que sostienen la nave y las
de las cuatro esquinas del crucero? Son de piedra de jaspe encarnada.
– Sí, son enormes. ¿Y dices que son de jaspe? Esa es una piedra muy valiosa
¿no?
– Sí. ¿Ves que están colocadas sobre losas de mármol blanco con un perfil
dorado alrededor y otro azul?
– Sí, claro, lo veo.
– ¿Sabes lo que significa eso?
– Ni idea.
– Son el signo de que el templo ha sido consagrado.
– Pero hay muchas iglesias que no lo tienen.

116
Apóstol de Sevilla

– No, porque es una consagración


especial, porque aquí se pueden ganar
las mismas indulgencias que si tú
visitas en peregrinación los Santos
Lugares, o Roma.
– ¿De verdad?
Francisco no sólo estaba admirado
por el arte y la riqueza del templo; sus
amigos habían conseguido que
comprendiera que en esta iglesia todo
estaba dispuesto para que los fieles
se acercaran a la misericordia y al
perdón de Dios.
– ¡Cuántos confesonarios! Uno, dos…
– Hay doce. Y, mira ese, es precioso.
– Parece caoba. ¿No?
– Sí, y las incrustaciones son de marfil. "San Felipe Neri"

– Y, ¿hay curas para todos los confesonarios?


– No, ¡qué va! Desde 1836, que echaron a los curas, esto va de capa caída.
Ahora creo que sólo hay tres, que oficialmente son los responsables de la
Casa de Ejercicios. Pero cuando yo era chico, recuerdo que en Cuaresma
y Semana Santa había un cura sentado en cada confesonario y tenían cola
para confesar. De todos modos, si quieres venir a confesarte aquí, yo te
recomiendo que te acerques a ese de ahí. No es el más bonito, aunque
también tiene algo de caoba. Pero el cura que se sienta ahí es un santo.
– ¿Cómo se llama?
– Es don José María de la Carrera. Ya está mayor y hace un año se quedó
paralítico; pero aún es el director de la Casa de Ejercicios y todas las mañanas
lo traen en una silla con ruedas, que han hecho especial para él, y lo sientan
en el confesonario hasta la hora de comer. Es un santo, te lo digo yo. Además
confiesa muy bien. Dicen que sabe discernir los espíritus.
– ¿‘Discernir los espíritus’?
– Sí, sabe cuándo un penitente es realmente penitente o va sólo para cumplir;

117
Vida del Padre Tejero

y sabe cuándo Dios le pide algo más a alguno. Es muy buen confesor.
– Pues vendré un día, porque yo ando buscando un director espiritual. –Dijo
Francisco, que sintió que eso era una señal de Dios, que le marcaba la pauta
para ir poniendo remedio a su falta de confesor.
Como empezaba a entrar más gente, los tres compañeros pasaron hacia
adelante y se arrodillaron ante el tabernáculo. Entonces Francisco pudo
observar el Sagrario. Se quedó un rato contemplando la morada de su Señor.
Parecía anterior al retablo y estaba sobre la mesa del altar. Remataba en
cuatro estatuitas de los Evangelistas, y sobre la cúpula tenía otra imagen que
representaba la Fe.
Sobre él estaba el trono. Era un hermoso templete redondo, con ocho
columnas. Como todo el altar, era de madera, jaspeado y fileteado de oro.
Sobre su cornisa, siguiendo el círculo, estaban los cuatro Doctores Máximos,
y sobre la cúpula la estatua de la Caridad. Llamábase el trono, porque en él
se ostentaba su Divina Majestad, en los días de manifiesto; pero esta tarde
un precioso niño Jesús ocupaba su lugar. Completaban este magnífico cuerpo
dos bellísimos ángeles en pie en la actitud de adorar al Santísimo.
Francisco guardó silencio mientras terminaba su visita exterior al templo,
para comenzar la más importante, la visita al Dueño del templo, el que daba
valor real a todo lo que allí había.
El joven seminarista comenzó por pedir perdón al Señor por haberse entretenido
con sus amigos y no haber comenzado por saludarle tranquilamente a Él, el
Señor de su vida. Pero sabía que Dios había hecho las cosas hermosas para
que, contemplándolas, el ser humano pudiera llegar a la gran belleza del que
todo lo ha creado.
Y el templo de San Felipe estaba hecho así; toda esa grandiosidad y hermosura
terminaba encaminando la mirada del visitante en el Sagrario y, una vez
depositada allí, resultaba difícil apartarla.
Pronto apareció por la puerta de la sacristía, de la que se subía al arco
izquierdo del crucero por dos gradas de jaspe oscuro, un hermano lego que
se dirigió a la puerta de entrada del templo, para cerrarla.
– Es para evitar problemas con la policía –le dijo uno de sus amigos a
Francisco en voz baja–. Ahora comenzará el Oratorio.

118
Capítulo Sexto

SEVILLA SON TUS INDIAS

Ocasionalmente pasaban por Sevilla algunos misioneros que, en el seminario


y en las parroquias, buscaban jóvenes valientes que estuvieran dispuestos
a prepararse para acudir por todo el mundo a extender la buena noticia del
evangelio.
El espíritu inquieto y dispuesto de Francisco se sintió pronto atraído por la
posibilidad de ser uno de los llamados a las misiones. Siempre había soñado
predicar, se había visto en el confesonario y en el púlpito. Pero… ¿y si lo que
Dios quería era que fuera a esas tierras lejanas de las que hablaban aquellos
hombres?
Decían que sólo los valientes se atrevían a dejar las comodidades, a vivir en
lugares donde los peligros acechaban constantemente; donde las costumbres,
el idioma, la religión, los modos y las formas eran tan diferentes que no
bastaba la preparación de la universidad.
Francisco se pasó aquella noche casi sin dormir. No estaba del todo seguro
de lo que Dios le pedía. Por un lado… sí, era hermoso aquello; y él se sentía
con valor. Además, nada le ataba tanto que no pudiera ir a países lejanos.
Por otro… no estaba seguro. En su duermevela se imaginaba rodeado de
niños extraños, a los que no entendía, que hablaban en lenguas
incomprensibles; de hombres y mujeres amenazantes que le conducían
preso. En la historia del cristianismo el martirio siempre había sido un modo
de santidad; pero el joven no sabía si sería eso lo que Dios quería para él.
Finalmente, ya próximo el amanecer, se durmió tras decidir que lo consultaría
con el padre De la Carrera; por él, Dios le comunicaría su voluntad.
······························
Habían acertado sus compañeros encaminando al joven hacia el confesonario
del padre De la Carrera. Semanalmente, éste había vuelto a la iglesia de San
Felipe para acercarse al sacerdote y dejarse guiar por él.
– Padre –dijo al sacerdote una vez terminada su confesión semanal–, han
venido unos misioneros a la universidad a hablarnos de las misiones. Nos
han contado muchas cosas sobre ellas, sobre la necesidad que hay de
misioneros; y han pedido voluntarios para ir a las Indias. ¿Será voluntad de
Dios que yo me vaya?, ¿tendría que terminar la carrera, ordenarme sacerdote,
y después irme?, o ¿querrá el Señor que me vaya ya con ellos?

119
Vida del Padre Tejero

Don José María, que conocía ya el alma del joven, guardó un momento de
silencio y después le dijo con seguridad:
– Francisco, te voy a decir lo que dijo su confesor a San Felipe cuando éste
le hizo la misma pregunta: “Roma son tus Indias”. Para ti, Sevilla son tus
Indias. No creo que sea la voluntad de Dios que vayas a tierras lejanas.
Conozco tu ímpetu evangelizador, tus deseos de predicar y propagar la Buena
Noticia. También sé que hay mucha falta de misioneros y estoy seguro de
que tú tendrías el valor y el coraje suficientes para esa tarea. Pero España
y Sevilla, pasan por una situación muy delicada. Sabes que ha habido varias
leyes desamortizadoras y exclaustradoras. La iglesia se ha visto privada de
sus bienes y los religiosos han tenido que abandonar sus conventos. Tú
sabes que nosotros mismos, en el Oratorio, hemos visto diezmada nuestra
Comunidad en varias ocasiones. La religión es perseguida y el pueblo no
tiene quien le hable de Dios, quien le enseñe las verdades cristianas y la ley
moral que han de cumplir para salvarse. El mal parece que quiere ganar la
batalla, y Dios necesita, también aquí, personas valientes y con coraje;
dispuestas a afrontar incluso el riesgo de la muerte por el Evangelio. Como
ves, también aquí puedes sufrir persecución e incluso martirio.
Miró a los ojos del joven, que había escuchado atentamente sus palabras,
y vio que en su rostro se reflejaba la tranquilidad y la alegría del que ha
encontrado el lugar que Dios quiere que ocupe en el mundo.
– Gracias, muchas gracias, Padre.
Cuando Francisco salió de la iglesia, sentía resonar en sus oídos las palabras
de su confesor: “Sevilla son tus Indias. Sevilla son tus Indias…”
Desde ese momento, comenzó a ver la ciudad de otra manera, con otros
ojos.
1849: TONSURA
Nos, Don Judas José Romo, por la gracia de Dios y de la Santa Sede
Apostólica, arzobispo de Sevilla, prelado doméstico de Su Santidad y
asistente al solio pontificio, caballero gran cruz de la real orden americana
de Isabel la católica, senador del reino, etcétera, etcétera, etcétera.
A vos el Vicario Eclesiástico de Fuentes de Andalucía.
Sabed, que ante Nos pareció la parte de Francisco García Tejero natural
de Garray y nos hizo relación, diciendo, que para más servir a Dios
nuestro Señor desea ordenarse de Tonsura.

120
Apóstol de Sevilla

Padre Francisco García Tejero de joven

Pidiónos nuestra carta de Edicto y Comisión, por la cual os mandamos,


que siendo ante Vos presentada, la aceptéis, y en su cumplimiento, en
tres días de Fiesta de guardar en vuestra Iglesia al tiempo del Ofertorio
hagáis leer y publicar el dicho Edicto, para que si alguna persona supiere
1
algún impedimento canónico , …
– Pero Señor Cura –dijo el sacristán, que escuchaba atentamente–, ¿quién
va a presentar impedimento contra Francisquito el bueno? ¡Por Dios!, desde
luego, no hay quien entienda a los obispos…
– ¡Tranquilo, José! –respondió paciente el cura–, lo que yo no comprendo es
cómo a ti se te ha olvidado tan pronto que también para las órdenes previas
al sacerdocio hacen falta las amonestaciones. Es como para casarse. ¿No
recuerdas a Manuel Baena?

1 Expediente de órdenes de Francisco García Tejero.

121
Vida del Padre Tejero

– ¡Ay!, ¡es verdad! Esta memoria mía. Entonces… ¿También tendrán que
venir testigos?
– Sí, claro, a continuación lo dice –le respondió don José María–. Tenemos
que llamar de oficio, o sea formalmente, a cuatro testigos fidedignos, y
examinarlos ante el Escribano.
– ¿Ante Cayetano Cárdenas? –replicó el sacristán–. ¡Pero si ya está muy
viejo!
– José, José, no seas así. Que Don Cayetano es todavía el Escribano oficial
de Fuentes. ¡Ni se te ocurra decirle que está viejo cuando venga a tomar
testimonio!
– ¡No, señor cura!, ¡cómo se le ocurre!, eso se lo digo yo a usté en confianza.
Pero la verdad es que el Cayetano, por muy escribano que sea, se ha aviejado
mucho en poco tiempo.
– Bueno, vamos a ver a quién llamamos como testigos.
– Pues muy fácil, Señor Cura. A un viejo, que sepa de historia. A un maduro,
que sepa de la vida, o mejor a dos. Y a un joven, que sea amigo de Francisco
y le conozca bien.
– Desde luego, José, como consejero no tienes precio. Si no fueras mi
Sacristán, te contrataba.
– Pues no sé si yo aceptaría, Señor Cura, que si no fuera ya Sacristán, con
lo que usté me paga… ¡me parece que me buscaba otro trabajo!
······························
En la parroquia de San Juan de la Palma de Sevilla tenía lugar una conversación
en un tono diferente, entre el párroco y el cura ecónomo.
– Pregunta número ocho –leía don Juan José, el párroco:
Si saben que es más inclinado a las cosas eclesiásticas que a las
seglares y profanas, y si frecuenta a menudo los Santos Sacramentos;
si ha ejercitado las Órdenes que ha recibido, y si ha acudido y acude
con sobrepelliz al Coro de su Iglesia y Procesiones.
Levantó la cabeza del escrito y, mirando al cura ecónomo, dijo:
– ¿Pero cómo voy yo a saber si recibe los sacramentos, si él va a la parroquia
de San Isidoro?

122
Apóstol de Sevilla

– Pues usted lo dice, Padre, que para eso os piden la información; para que
habléis en conciencia.
– Pero yo creo que el muchacho es buena gente; lo que pasa es que no
viene por aquí, aunque esta es su parroquia, pues vive en calle Alcázares.
– La verdad es que, viviendo con el Padre Tolezano, lo normal es que reciba
los sacramentos –afirmó el cura ecónomo.
– Sí, si yo lo sé. Pero yo no puedo decir que le vea –replicó nuevamente el
párroco.
– Pues no lo dice, y sanseacabó. Que por eso no van a dejarle sin ordenarse.
O, ¿cree usted que no saben bien en el obispado la tela con la que cosen?
– Eso también es verdad. Seguro que lo saben.
Pareció meditar un momento, para continuar.
– Pues sí, lo diré; y mi conciencia tranquila. Luego que ellos hagan las
averiguaciones que tengan que hacer.
······························
La puerta del Notario Regidor se abrió, y por ella salió Francisco más rojo
que un tomate. Marcos Romero, muy nervioso, esperaba afuera en compañía
de los otros tres comerciantes que iban a declarar en las informaciones para
las órdenes de Francisco.
Se levantó y se acercó al joven.
– ¿Qué?, ¿qué tal? –le preguntó.
– Bien –respondió el seminarista–. No sé por qué me he puesto tan nervioso;
la verdad es que es como los exámenes de la universidad. Allí se sientan los
tres delante y tú enfrente. Sólo. ¡Uff! Pero creo que prefiero los exámenes.
En ellos no me juego tanto como aquí.
– Y aquí tampoco te juegas nada –le respondió Marcos, que le conocía bien–.
En todo caso te lo habrías jugado afuera, con tu comportamiento. Y ése ha
sido bueno.
– Han dicho que ahora pase usted.
– Pues allá voy –dijo, y atravesó la puerta, cerrando tras él, para que la
información que iba a dar quedara en secreto.

123
Vida del Padre Tejero

Una vez dentro, y después de las presentaciones y de que Marcos jurara


decir la verdad, comenzaron las preguntas. Una detrás de otra. Que si era
cristiano, de familia cristiana; que si su comportamiento era bueno, si había
dado palabra de matrimonio a alguna mujer, o estaba ya casado, que si…
Después de todo, las preguntas no eran para tanto. Como decía Francisco,
lo peor era lo que aquellos tres caballeros imponían allí delante. ‘¿Cómo
sería posible que algunos mintieran en los tribunales?’, pensó Marcos. Menos
mal que él podía perfectamente decir la verdad y toda la verdad.
– Claro que conozco al chico y a su tío, y a sus padres, incluso he conocido
a sus abuelos por mis viajes de negocios. Y de verdad es un buen muchacho…
Ahora no tiene rentas para poder ordenarse más que de suficiencia; y eso
1
es lo que creo que pide… No, no, no es tablajero , ni jugador, ni pendenciero,
¡qué va!, más bien todo lo contrario, es pacífico; que aunque tiene genio, es
más bien entusiasmo… Sí, sí, le encanta ir a la iglesia y participar en las
ceremonias religiosas… Cuando ha ido conmigo a misa los domingos siempre
ha comulgado. Y sé que se confiesa todas las semanas con un cura de San
Felipe, lo que no sé es el nombre… Tampoco ha estado amancebado, ¡por
Dios!, ¡si sólo pensarlo de él da risa!
De pronto, Marcos pareció caer en la cuenta de que se encontraba ante un
tribunal eclesiástico y volvió a ponerse serio de nuevo, diciendo, como para
pedir disculpas por haber reído.
– Bueno, eso de que da risa no lo ponga usted, señor Notario; eso lo digo
entre ustedes y yo. Pero es que no puedo imaginármelo en mancebía; si a
mis hijas las trata con un respeto y una delicadeza que dice mi mujer que ya
podía yo aprender de él…
Hizo un momento de silencio y prosiguió:
– Sí, es un buen muchacho. Ha vivido conmigo cuando se vino a Sevilla, por
recomendación de su tío, al que conozco hace mucho tiempo. Será un buen
cura… ¿Puedo decir que será un buen cura?
– Claro, hombre –dijo el notario, que hasta ese momento se había limitado
a hacerle las preguntas y anotar respuestas–. Usted puede decir lo que
quiera, aunque yo sólo puedo limitarme a escribir lo que hace relación exacta
a la pregunta. De todos modos, creo que tanto al señor párroco, como al

1 Tablajero: El que frecuenta los garitos. (Diccionario RAE 1852).

124
Apóstol de Sevilla

obispo si lo oyera, le alegrarían los buenos informes que de este joven


estamos recibiendo.
······························
Tras los informes y el examen, vinieron los diez días de ejercicios espirituales
en la Casa de Ejercicios que en San Felipe tenían los padres del Oratorio;
o mejor habría que decir que la tenía el arzobispado de Sevilla, ya que
oficialmente el Oratorio no existía. Ejercicios que hizo bajo la dirección de
don José María de la Carrera.
Días de silencio, de ponerse delante de Dios según las instrucciones dejadas
por San Ignacio de Loyola; días de plantearse de nuevo la vida, de ‘discernir
si la vocación es de Dios’; pero eso ya lo sabía Francisco. Para él fueron
días de silencio, de gozar de Dios en esa maravillosa capilla, en ese pequeño
jardín de la casa de ejercicios, donde no llegaba el ruido de la calle.
Se sentía como el novio antes de la boda. Dios le llenaba y le colmaba.
¿Cómo era posible tanta felicidad?
Y entre estremecimientos de gozo y paz, resonaba, de tanto en tanto, en su
interior la frase que ya no había olvidado: Sevilla son tus Indias.
Sí, su vocación era de Dios. Ciertamente que la tonsura era sólo el primer
paso. Pero… para él ya era el definitivo. Se consagraba a Dios de por vida.
Y, si como señal de la ‘alianza’ de Dios para con él tenía aquella pequeña
marca en su ojo; a partir de ahora, como señal de su respuesta en alianza
para con Dios, tendría la tonsura, ese mechón de pelo rapado que le recordaría
cada mañana que pertenecía a Dios y que a Dios quería pertenecer y no a
nadie.
1851: DON JOSÉ MARÍA DE LA CARRERA
Don José María de la Carrera se estaba muriendo. Hacía días que ya no
bajaba a la iglesia, ni siquiera a confesar. Permanecía en la cama todo el día
y, allí, uno de los sirvientes de la casa de ejercicios le llevaba la comida.
Los padres no querían dejarlo solo ni un momento; por suerte, el cambio de
las circunstancias políticas de los últimos tiempos había dado una cierta
libertad al Oratorio, al que se habían incorporado varios padres en los últimos
años; aunque bajo la excusa de ser precisos para la Real Casa de Ejercicios.
Cuando Francisco tocó a la puerta del número veinte de la calle Gerona, le
abrió el padre Juan Bautista Rodríguez, que se encontraba en su tercer año

125
Vida del Padre Tejero

de Noviciado, y al que Francisco conocía por haber dirigido los Ejercicios


Espirituales que realizó para ser ordenado Diácono, el pasado mes de marzo.
– ¿Cómo está? –preguntó Francisco, cuando el sacerdote le abrió la puerta.
– Pasa y lo verás. Hoy ha amanecido con bastantes dolores; aunque ahora
parece que está más tranquilo. Le gustará verte. No sé porqué, pero eres ‘su
ojito derecho’ –respondió el aludido con una sonrisa, dándole entrada.
En silencio cruzaron los dos patios hasta la ancha escalera de mármol que
daba al piso alto, en el que se encontraban las habitaciones del prepósito y
la biblioteca; así como la galería que daba al resto de los cuartos, ocupados
algunos por los padres que formaban la Congregación. Llegaron al del padre
De la Carrera y, allí, Juan Bautista dejó a Francisco a la entrada para volver
abajo.
– ¿Se puede? –preguntó el joven diácono antes de entrar.
– Pase –le respondió una voz–, está despierto.
Era el padre José María Alonso, que leía junto a la ventana.
– Hola Francisco, hijo –dijo el enfermo–. Me alegra mucho verte. ¿Has venido
a despedirte?
El joven habría deseado decir que no, que no se iba a ninguna parte; pero
comprendió que su confesor sabía que pronto abandonaría este mundo.
Antes de que tuviera tiempo de decir nada, intervino el padre Alonso:
– Yo les dejo, Padre. Para que puedan hablar con tranquilidad.
– Gracias, Padre –respondió el padre De la Carrera–; que este jovencito y
yo tenemos mucho que hablar, ha venido a despedirse.
Francisco quiso protestar por segunda vez, pero el anciano no le dejó hacerlo.
– Y tú –le dijo–, acerca esa silla, que mi oído ya no es el que era.
Fue una confesión larga, tranquila. El padre De la Carrera sabía que era la
última vez que iban a hablar y Francisco temía lo mismo. Hablaron de Dios,
de los misteriosos caminos por los que va conduciendo a la persona, mientras
le deja en libertad. Hablaron de la grandeza del sacerdocio, pues el joven ya
lo había solicitado y pensaba que el próximo mes de septiembre sería
ordenado, Dios mediante, en las témporas de San Mateo.

126
Apóstol de Sevilla

– El sacerdocio es un honor, pero es también un compromiso. Muchas almas


van a depender de ti. Si eres un buen cura serás también un buen misionero
de la Buena Noticia. No lo olvides.
– Padre, desde que usted me dijo que Sevilla son mis Indias no he dejado
de darle vueltas. ¿Cómo puedo yo evangelizar una ciudad tan grande?,
¿quién soy yo, entre tanto sacerdote bueno y santo como hay aquí, para
convertirme, como San Felipe, en el Apóstol de Sevilla? Tengo miedo de no
saber responder a esa llamada de Dios. Me ha costado mucho, mejor dicho,
me está costando mucho sacar la carrera…
– Pero lo estás haciendo con las mejores notas. No te puedes quejar.
– Sí, Padre, pero no es sencillo, le tengo que dedicar mucho tiempo. Y,
además, si ahora me ordenan, el curso que viene tendré más responsabilidades
como sacerdote; y a la vez tendré que seguir estudiando; y ahora Teología.
Es verdad que Dios me ha tratado con mucho mimo entre sus hijos hasta
ahora y que tengo que responderle. Pero… me da miedo no ser capaz de
hacerlo con la exigencia que su “Sevilla son tus indias” tiene para mi.
– No te preocupes, hijo, que las cosas no son tan complicadas. Ya conoces
1
las palabras de nuestro Señor: A cada día bástale su afán . A ti te corresponde
poner lo que puedas de tu parte, pero el fruto déjaselo a Dios. Sólo te pido
una cosa.
– Pida lo que quiera, padre.
– Mejor dicho son dos, aunque sólo es una.
– No le entiendo.
– Es una, porque es que pongas tu mirada tan sólo en nuestro Señor Jesucristo;
pero son dos, porque para hacerlo es necesario hacer dos cosas.
– ¿Qué cosas, Padre?
– ¿Qué hizo Jesús antes de bautizarse en el Jordán?, ¿qué hizo antes de
elegir a los discípulos?, ¿antes de resucitar a Lázaro?, ¿antes de enfrentarse
a la Pasión?
– Orar.
– Pues eso, haz tú lo mismo. Ora. Ora siempre, busca tiempo de oración en
tu horario de cada día, y no lo dejes.
1 Mt. 6, 34

127
Vida del Padre Tejero

– De acuerdo, Padre, tiene usted toda la razón; cuando he dejado la oración


ha sido para mí como un precipicio, como asomarme a un abismo sin fondo.
Todo ha perdido sentido, sólo he sabido ver lo material, lo que no importa.
Y cuando me he dado cuenta y la he recuperado, ya nada ha importado, todo
se ha vuelto sencillo. Pero… ¿y la segunda cosa?
– La segunda cosa te la dará la oración. Y para ella también tienes que saber
mirar lo que hizo Jesús en su vida entre nosotros.
Francisco le miró interrogante. Jesús había hecho muchas cosas. Don José
María siguió hablando.
– Cuando Dios envió a su Hijo al mundo, ¿qué hizo éste?
– ¿Amar?
– Eso ya lo hacía antes; por eso vino al mundo. Y partimos de que eso es
lo esencial. Pero, cuando Jesús bajó a la tierra, ¿qué hizo?
– ¿Nacer? –Francisco ya no sabía qué contestar. Sintió que decía una tontería;
pero no se le ocurría otra cosa.
– Sí, nacer, pero ¿dónde nació?, ¿a quién eligió como madre?, ¿cómo vivió?,
¿a quiénes eligió como compañeros de camino?, ¿con quiénes se relacionaba?,
¿cómo murió?...
El joven no sabía dónde quería llegar el anciano con tanta pregunta. Conocía
las respuestas, pero sabía que no iban por ahí los tiros.
– No sé, Padre, sé las respuestas, pero no entiendo lo que me quiere usted
decir –respondió.
– Vamos a ver –le dijo tranquilamente el anciano–, piensa en el himno de la
carta a los Filipenses.
Se produjo un silencio. Francisco intentaba recordar el himno de la carta a
los Filipenses…
Cristo Jesús, el cual existía en la forma de Dios,
no exigió tener la gloria debida a su divinidad.
Se anonadó tomando la forma de siervo de Dios,
y se asemejó a todos los seres en su condición.
1
Haciéndose hombre, se humilló,…
1 Fil. 2, 5 ss

128
Apóstol de Sevilla

¡Ahí estaba!, la humildad. Era cierto, Jesús lo que hizo al venir al mundo fue
humillarse. Francisco lo comprendió; pero seguía sin saber cuál era la segunda
cosa que su confesor quería que él hiciera. Ser sacerdote era un honor, un
privilegio; suponía estar por encima de los demás; y como superiores tenía
él mismo a los sacerdotes, como personas tan en contacto con Dios que
estaban por encima de los fieles. Ellos eran los intermediarios entre Dios y
los hombres, los que acercaban la salvación de Dios. Así se lo expuso al
sacerdote y éste le respondió.
– Sí, Francisco, ser sacerdote es un honor y te coloca en posición privilegiada
para colaborar en la salvación de los hombres. Esa va a ser tu misión y, con
la ordenación, vas a recibir la gracia para poder perdonar pecados; para
hacer presente a nuestro Señor Jesucristo. Pero… ¿te importa pensar ahora
en la carta a los Hebreos?
– No, Padre, claro que no me importa. Jesús es el mediador de la Nueva
Alianza, el Sumo Sacerdote de la fe que profesamos.
– Sí, ¿y…?
– Y… ¿qué? Jesús está por encima de nosotros, porque es nuestro Salvador.
Su sacerdocio es superior al de Melquisedec y semejante al suyo es el
nuestro, porque Él lo quiso así. Su mediación entre Dios y los hombres es
superior a la de Moisés y todo el Antiguo Testamento va orientado hacia Él,
culminación de la Alianza de Dios con el hombre.
Francisco había dado razones más que suficientes para ratificar su afirmación.
El sacerdote no tiene que humillarse, está puesto por encima. Se sintió
satisfecho de poder hablar al mismo nivel que su director espiritual. Pronto
sería elevado al orden de los sacerdotes y eso no se lo podía negar ahora
el padre De la Carrera.
– Cierto, toda la carta a los Hebreos va orientada a confirmar que el sacerdocio
del Antiguo Testamento no tiene fuerza alguna comparado con el de Cristo.
Pero, vayamos al capítulo décimo. Si te fijas bien, la clave nos la da el
versículo séptimo.
Ahí Francisco se sintió pillado. Se puso rojo, pues no recordaba cuál era el
versículo que le citaba el sacerdote.
– ¿Qué dice? –dijo reconociendo que aún no dominaba la Sagrada Escritura
como habría sido su obligación.
El anciano repitió las palabras de la Carta:

129
Vida del Padre Tejero

No has querido sacrificios ni ofrendas,


pero en su lugar me has formado un cuerpo.
No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado.
Entonces dije:
Aquí estoy yo para hacer tu voluntad,
1
como en el libro está escrito de mí .
– Piensa un poco, Francisco –continuó el sacerdote–, cuando se ofrece un
sacrificio, siempre se ofrece algo menor por algo mayor. Un cordero por una
persona, por ejemplo. Pero aquí el sacrificio es algo mayor: Jesús, que es
Dios mismo, por algo menor: el hombre. Por tanto, Jesús se hace menor para
salvarnos. La salvación no viene por lo mayor, sino por lo menor.
El joven guardó silencio, intentando alcanzar la profundidad de lo que acababa
de escuchar; y el sacerdote, próximo a morir, continuó:
– Una joven de pueblo, un portal, unos pescadores, un burro para ser aclamado
como rey, una toalla para lavar los pies a los discípulos, como hacían los
esclavos,… finalmente, una cruz. Ser sacerdote es bajar, Francisco. Bajar
hasta los más pequeños, gritar al oído de los sordos. Si estás arriba, los de
abajo nunca podrán llegar. Pero si estás abajo,… la salvación llegará a todos
por tu medio.
······························
El día siguiente, sábado diecinueve de julio de mil ochocientos cincuenta y
uno, moría el padre José María de la Carrera. El párroco de Santa Catalina
presidió el funeral en la iglesia de San Felipe. Fue enterrado en la bóveda
de la capilla de la Real Casa de Ejercicios.
Francisco lloró. Había perdido no sólo al director de su alma, sino también
un mentor, un maestro de su espíritu; y, para él, profeta que le había hablado
de parte de Dios: Sevilla son tus Indias.
Desde aquel día, a diario rezaría un Padrenuestro a san Francisco pidiendo
2
la humildad .
······························
Era jueves. La calle de la Feria bullía, repleta de vendedores anunciando sus

1Heb 10, 5-7


2Es muy posible que, en Fuentes de Andalucía, la familia García Sánchez perteneciera a la Hermandad
del Cristo de la Humildad que se encuentra en la Capilla de San Francisco.

130
Apóstol de Sevilla

mercancías. Aquí platos y vasos de loza, allá telas de todas clases, un poco
más lejos ollas de latón y cobre, lámparas de aceite y cocinas de leña. Todos
vendían ‘lo mejor y al mejor precio’. Los clientes regateaban. Todos sabían
que el precio inicial nunca era el definitivo; sólo algunos extranjeros ingleses
aceptaban el primer precio que los vendedores y ropavejeros daban.
El sol caía de plano, pues era casi mediodía, y los compradores se apresuraban
para realizar sus últimas compras y volver a sus casas; se iba haciendo hora
de comer.
1
Francisco iba buscando una escribanía de segunda mano que estuviera al
alcance de su bolsillo. Dios mediante, el próximo mes sería sacerdote y su
pluma de estudiante estaba ya raída.
Mientras observaba distraído un puesto en el que había varias, desechando
unas por el precio, otras por gastadas y otras por su mal gusto, escuchó
detrás de él una voz que le dijo:
– Te vendo yo una casi sin usar a muy buen precio.

“Mercado de la calle de la Feria”.


1 Escribanía: Recado de escribir, generalmente compuesto de tintero, salvadera y otras piezas, y colocado
en un platillo. (Diccionario RAE 1852).

131
Vida del Padre Tejero

– ¡Venga!, pero que sepas que no aceptaré cualquier cosa. Primero tengo
que verla y ya hablaremos del precio.
Dijo, mientras se volvía. Cuando lo hizo reconoció al padre José María Alonso,
al que conocía de San Felipe, donde era el segundo director de la Casa de
Ejercicios.
– ¡Buenos días, Padre! –saludó el joven–, ¡y yo que ya iba a hacer el negocio
de mi vida!, ¿no lo diría usted en serio?, ¡que le tomo la palabra!
– ¡Claro que te lo digo en serio!, tengo yo una escribanía que me regaló una
devota y que prácticamente no he utilizado. Pero no te la vendo, te la regalo
por tu próxima ordenación.
– No puedo aceptarlo, Padre. En serio, me dice lo que cuesta y yo se la voy
pagando poco a poco –insistió Francisco.
– Ya veremos, ya veremos el pago –dijo el sacerdote–. Y, cambiando de
tema, ¿cómo te encuentras?
– Bien, Padre, ¿por qué me lo pregunta?
– Sé que has sufrido mucho con la muerte del padre De la Carrera. Era un
santo. Para mí también ha sido una pérdida muy dolorosa. Él fue el que
sostuvo mi vocación al Oratorio durante todos estos años.
– ¿Sí?
– Sí, cuando suprimieron el Oratorio en el año treinta y seis yo vivía con ellos
como "huésped aspirante".
El padre Alonso hizo señas a Francisco y se sentaron en un banco de la
plaza de la Feria, de espaldas a la entrada del Teatro de Hércules, junto a
la iglesia de Omniun Sanctorum.
A Francisco, pendiente de las palabras del sacerdote, le pareció que el bullicio
de la calle desaparecía, que se encontraban solos. Éste siguió hablando.
– Fue una situación extraña. Algunos padres permanecieron en la Casa, y
otros tuvieron que salir. Mejor dicho, tuvimos que salir. El padre Crespo, al
que tú conoces, por ejemplo.
– Pues eso es una injusticia. –El ímpetu del joven sorprendió gratamente al
sacerdote, que sólo lo conocía en el silencio de los ejercicios espirituales; o
cuando había entrado, muy formal, para hablar con el padre Carrera en su

132
Apóstol de Sevilla

última enfermedad.
– Era eso o nada –respondió.
– Pero tendrían que haberse reunido todos para ver quién salía y quién
quedaba. ¡Eso no es justo!
– Los que se quedaron disponían de nombramientos para custodiar y dirigir
la iglesia y la casa de ejercicios.
– ¡Aún así!
– A todos nos costó comprenderlo; los que quedaban tenían a su disposición
la casa y los bienes de la Congregación y seguían viviendo con todas las
1
actividades de la Congregación, su refectorio en común, la ‘quieté’ , que
eran los tiempos de compartir la vida en comunidad, etcétera.
Francisco miraba atentamente al sacerdote, pendiente de cada una de sus
palabras.
– Mientras, los que salimos tuvimos que empezar de cero y aquello supuso
para nosotros más dolor que la noticia de la extinción de la Congregación.
No entendíamos por qué razón sucedía aquello. Creo que ni siquiera el Padre
Rey, que en aquel momento era el Prepósito, pudo comprenderlo.
Francisco estaba admirado de todo lo que escuchaba. Él no conocía la
Congregación del Oratorio, pero comenzó a pensar que si el padre Crespo
y el padre Alonso habían vuelto después de aquella injusticia, debía ser algo
muy grande pertenecer a ella.
– Y, ¿por qué dice que fue el padre De la Carrera el que sostuvo su vocación?
–preguntó.
– Yo por aquel entonces era muy joven, aún no me había ordenado de
sacerdote; pero me confesaba con el padre Carrera y seguí haciéndolo. Él
me hizo comprender la verdad del Oratorio.
– ¿La verdad del Oratorio?
– Sí. La verdad del Oratorio. Nosotros no hacemos votos, como en las demás
Congregaciones. El período de formación que pasamos no está marcado por
compromisos ni votos públicos. Nuestra incorporación al Oratorio de San
1Quieté. También llamada Recreo comunitario, es un tiempo en que los religiosos o las religiosas
comparten un tiempo de reposo y esparcimiento.

133
Vida del Padre Tejero

Felipe es libre. En cualquier momento podemos dejar de pertenecer a él.


Nuestro Padre, San Felipe, no quiso que nada nos obligara. Sólo nos reúne
el amor. Obedecemos al padre Prepósito y las decisiones de la Congregación
porque sentimos el amor que nos une a nuestros hermanos y a la Congregación.
– Entonces, en cualquier momento pueden dejar de pertenecer a ella.
– Pues sí. Pero, por lo mismo, nada ni nadie nos puede separar de ella si no
queremos.
– ¿Cómo? ¡Yo me habría ido! –Esto era más difícil de comprender para
Francisco.
– Eso fue lo que me enseñó a mí el padre Carrera. Verás, si no hay ley que
pueda obligarme a unirme a la Congregación del Oratorio, evidentemente,
tampoco hay ley que pueda hacer que yo deje de pertenecer a ella. Sólo la
voluntad de la Congregación podría expulsarme; no la ley civil.
Sonriente, al ver la cara de extrañeza del joven, continuó:
1
– El amor es más fuerte que la muerte . Ya lo dice el Cantar de los Cantares.
Y, en el año treinta y seis, el padre Prepósito sólo dijo que debíamos salir de
la Casa los que no tuviéramos título oficial del arzobispo para la iglesia o la
casa de ejercicios. No dijo que nos expulsaban. Algunos lo vivieron así; y yo,
al principio, también. Pero otros, como el padre Crespo, volvían a diario para
confesar y ayudar en la iglesia; aunque no recibían nada de la Congregación
por ello. Yo sólo iba a confesarme; pero, poco a poco, el padre Carrera me
fue haciendo comprenderlo: Si yo quería, sería por siempre "Sacerdote del
Oratorio"; independientemente de quiénes fueran los integrantes de la
Congregación, que lógicamente han ido cambiando con el tiempo;
independientemente de si las decisiones de los Prepósitos eran correctas o
no e incluso independientemente de si se me trataba bien o mal.
Hizo un silencio, para dar mayor énfasis a lo que iba a decir a continuación:
– Soy Oratoriano porque Dios me ha llamado a serlo, y porque yo, libremente,
lo elijo cada día. Soy Sacerdote del Oratorio y ese es mi mejor tesoro. Si mis
hermanos de Congregación no hacen lo correcto, será porque son humanos,
y los humanos somos limitados. Si me tratan injustamente, será porque Dios
lo permite para mi bien. Ya el padre Carrera me lo dijo: No puedes dejar que
tu vocación dependa del comportamiento de los demás.

1 Cant. 8, 6

134
Apóstol de Sevilla

Tras esto, ambos guardaron silencio. Como si fuera algo que había que
grabar a fuego en la memoria para poder recordarlo muy a menudo. Al cabo
de un momento, como si meditara en algo, Francisco dijo:
– Era muy sabio el padre De la Carrera. –Y, sincerándose, continuó–: Para
mí ha sido un poco como oráculo de parte de Dios.
– ¿Qué quieres decir? –le preguntó el padre Alonso, que veía que el joven
le devolvía confidencia por confidencia.
Francisco no sabía por donde empezar; pero, poco a poco, las palabras
fueron fluyendo y se sinceró, contando al sacerdote la historia de su vida.
Las dificultades surgidas en su vocación y cómo el padre José María de la
Carrera le había profetizado que en Sevilla tenía que ejercer su misión.
También le habló de sus deseos ante su próxima ordenación sacerdotal, de
sus miedos y de sus ilusiones; de cómo se imaginaba predicando por toda
Sevilla.
Don José María sonreía escuchando las ansias apostólicas del joven. ¿Qué
le depararía la vida?
SACERDOTE
El mes de septiembre tenía aún el color dorado del verano y era un mediodía
de mucho calor. La galera llevaba el toldo levantado y sujeto en las varas
verticales, de modo que los viajeros podían ver el exterior.
La entrada a Sevilla se hacía por la carretera de Carmona, rodeando la
muralla desde la puerta de Carmona hasta la puerta del Arenal, donde la
galera se detenía en la calle Bayona.
Ya desde la Cruz del Campo la actividad era febril: carros, carretas y reatas
de mulas entraban y salían de la ciudad.
Escolástica, a la que habían tenido que prestar un abanico, porque no estaba
preparada para tanto calor, estaba admirada de lo grandioso de la ciudad en
la que entraban. Ciertamente que Madrid le había sorprendido; pero era de
esperar, tratándose de la capital de España. Aquí, aún a las afueras de Sevilla,
cerrada por las murallas, por todas partes se veían casas, edificios de dos
y hasta tres plantas, admirables palacios, jardines poblados de palmeras…
Pero lo que ella no esperaba era el río. Ese inmenso río, poblado de barcas,
barcazas y hasta barcos de vapor. Sus ojos brillaban como los de un niño
al que acababan de dar un dulce.

135
Vida del Padre Tejero

Manuel no sabía si admirar lo que les rodeaba o quedarse mirando la cara


de su esposa. Se alegraba mucho de haberla llevado. De todos modos, la
1
idea del viaje había sido suya . Desde que Francisco visitara Garray, apenas
comenzada la carrera, le había dicho a su marido que debían ahorrar; que
él debía estar presente en la ordenación sacerdotal de su hijo; que era su
obligación de padre y que, además, a Marta le hubiera gustado.
Habían puesto una jarra de barro en el estante alto de la cocina y en ella
iban echando lo que semanalmente iban pudiendo guardar. Parecía mentira,
pero en cuatro años y medio que habían pasado, habían conseguido cerca
de mil cuatrocientos reales. Así, cuando Manuel preguntó los precios de las
galeras que hacían el viaje desde Soria hasta Sevilla y le dijeron que costaban
doscientos ochenta reales, pensó que sería buena idea ir con su mujer. Y
ahora se alegraba. Además, casi todos los vecinos les habían dado algo para
‘colaborar en la boda’ del hijo de Manuel, como era costumbre entre ellos.
Cuando bajaron del carro, en seguida vieron a Marcos, que estaba
esperándolos, pues desde Córdoba le habían enviado un correo diciendo
que llegaban. No habían dicho nada a Francisco; querían darle una sorpresa
apareciendo el día de su ordenación. Así, ese día y medio que quedaba lo
pasarían en casa de los Romero, que no quisieron por nada del mundo que
se hospedaran en una pensión.
– Además –les habían dicho–, también Teodoro va a venir aquí con Catalina
y Rosario.
– Pero… –Manuel aún dudaba–. Vais a tener que estar muy apretados por
nosotros, que bien podemos ir a una fonda.
– De eso nada, que la casa es grande –había respondido Tomasa, mientras
llamaba a su hijo Manuel, de trece años, para que ayudara a las sirvientas
a subir al dormitorio que les habían preparado el baúl que traía el matrimonio–.
Ya los hijos mayores se han casado y hay más habitaciones libres. Así que
tranquilos.
– Es verdad que la casa es muy grande; aunque nosotros no nos podemos
quejar, porque la nuestra es también muy amplia –dijo Escolástica.
– Y todavía tenéis todos los hijos en casa. ¿No?
– Sí, bueno, salvo Francisco. Que, ya mismo… Sacerdote.
1No está documentado que Manuel García y Escolástica Marco estuvieran en la ordenación del Padre
Tejero; pero tampoco lo contrario.

136
Apóstol de Sevilla

– Parece increíble. ¿Sabíais que Escolástica ayudó a que naciera? –dijo


Manuel, presumiendo de mujer.
– Sí, fue mi primer parto. Con él comencé a ayudar a mi madre. Me siento
muy orgullosa de él, de haberle ayudado a venir a este mundo. Así que, casi
es como un hijo para mí, desde antes de casarme con Manuel. Creo que
mañana lloraré como lloraría su madre.
Entre tanto, se asomó Águeda, la sirvienta, e hizo señas a Tomasa.
– Bueno, vamos al comedor –dijo ésta–, la comida está preparada. Os hemos
esperado para comer todos juntos. Después descansad un rato, que hay
mucha Sevilla que ver.
······························
La capilla del palacio arzobispal estaba repleta. Habían venido los familiares
de los cinco jóvenes que se ordenaban. En seguida comenzaría la procesión
de entrada. Manuel estaba muy nervioso junto a su hermano Teodoro. Su
hijo no tenía noticia de que habían venido y no sabía cómo iba a reaccionar
cuando les viera. A lo mejor tenía que haberle dicho algo… pero, ya no tenía
remedio.
Escuchó el canto de entrada y volvió la vista hacia la puerta de la capilla. Se
veía entrar la cruz y el Evangelio, que abrían la procesión hacia el altar.
Ya veía a su hijo. ‘Dios mío, gracias, gracias por Francisco. Gracias por poder
estar aquí’, pensó.
Francisco, con sus cuatro compañeros, entraba en procesión. Miró a los
bancos y vio a su prima Rosario, que lucía un hermoso vestido color azul
claro. ‘Su preferido’, dijo para si. A su lado estaba la tía Catalina, y junto a
ésta, Tomasa, la mujer de Marcos. Habían venido todos. Sintió una gran
alegría. Pero,… ¿quién estaba sentada al lado de Tomasa?, ¿no era esa
Escolástica? ¡No era posible! Miró hacia el otro lado de la capilla. ¡Sí!, allí
estaba su padre. ‘Dios mío, no es posible. Estoy soñando’. Pero su padre le
sonrió y el tío Teodoro hizo un gesto de complicidad. Se lo habían callado.
Habían preparado todo sin decirle nada.
Sintió una gran alegría. No cabía más gozo. Además, habían venido los dos
sacerdotes que le habían recibido en sus casas durante sus estudios: don
Antonio Tolezano, con el que se trasladó a vivir a la calle Alcázares al poco
de llegar a Sevilla, y don Isidoro Perea Tello, con quien actualmente vivía en
la calle Correo Viejo. Y él que pensaba que sólo iba a acudir su tío Teodoro…

137
Vida del Padre Tejero

La ceremonia transcurría emocionante. Habían ensayado varias veces todo


lo que tenían que hacer; pero no era lo mismo. Ahora, al tumbarse en el suelo
sentía toda su indignidad ante la grandeza de Dios que le había elegido para
ser uno de los suyos. El silencio de este momento le atravesó como una
lanza.
Las palabras del Cardenal Romo traían sobre él la bendición de Dios y le
ungían Sacerdote de Cristo.
La unción con el aceite consagraba sus manos y su vida. Sentía la grandeza
de lo que recibía. Podía percibir toda la fuerza de Dios que atravesaba, como
fuego ardiente, sus manos y su pecho. Ya no era suyo. Ya no se pertenecía.
Y, al final, todos pasaban besando las manos de los ordenandos. Allí estaban
los cinco, sintiéndose pequeños y dejándose besar por aquellos a los que
siempre habían considerado sus superiores: sus padres y familiares, otros
sacerdotes… El misterio del Sacramento. Besaban sus manos, sí, pero no
eran ya suyas; ni las besaban como suyas. Besaban la unción de Dios, la
fuerza de Dios que, desde ahora, utilizaría aquellas manos para bautizar,
para perdonar, para bendecir, para entrar, en misterio de amor, en los hombres.
Besaban el amor de Dios en aquellas manos. ‘Señor, –pensó– toma mis
manos, desde ahora son tus manos…’
5 DE OCTUBRE: LA PRIMERA MISA
La fiesta de su primera misa en la parroquia de Fuentes de Andalucía había
sido por todo lo alto. Su padre y sus tíos habían tirado la casa por la ventana.
Francisco, durante toda la celebración de la eucaristía estuvo como fuera de
si. Sentía las lágrimas rodando por sus mejillas, porque la emoción de ser
él quien estaba delante del altar era superior a sus fuerzas.
El sueño de su vida, que tanto le había costado, se había hecho realidad.
Hoy, con sus manos, hacía presente al mismo Dios en el pan y el vino. Le
parecía estar flotando. Mientras decía misa, le pareció que su existencia
pasaba por delante de él. Su madre, sus juegos de niño subido en el serón
del burro, el viaje a Andalucía, la negativa de su tío,… hasta el último miedo,
cuando, a comienzos de ese mismo año, le dijeron que habían corrido rumores
sobre el defecto de sus ojos y tuvo que hacerse una revisión médica que
confirmara que no iba a “causar escándalo” al pueblo cuando se volviera
durante la misa.
Ahora estaba diciendo misa y nadie parecía escandalizado.

138
Apóstol de Sevilla

A la salida todos le felicitaron. ‘Un sermón muy bonito’, le decían. Pero él se


había dado cuenta de los errores que había cometido, unos por los nervios,
otros en la forma, y alguno que otro en el fondo. ‘Tendré que trabajar mucho
en eso’, pensó.
Fiesta, regalos. Se sentía avergonzado…
Finalmente todo aquello acabó, y él aprovechó para dar un largo paseo con
su padre y Escolástica. Desde la alameda en la que habían colocado la mesa
y todo lo necesario para la comida, rodearon el pueblo y encaminaron sus
pasos hacia el camino que llevaba a Lora del Río.
····························
Escolástica y Manuel volvieron a Sevilla con su hijo, para coger de nuevo la
galera que les llevaría de regreso a Garray.
evamente se alojaron en casa de Marcos Romero. Francisco vivía con un sa
1
cerdote cuya familia procedía de Villaciervos , don Nicolás Perea Tello. Pe
ro en este domicilio, descontando a los tres sacerdotes (Nicolás e Isidoro Pe
rea Tello, que eran tío y sobrino, y Francisco) vivían otras siete personas: la
cuñada de don Nicolás, que era viuda y Antonio, el hijo de ésta, con su mu
jer, sus dos hijas, de doce y cinco años, y la sirvienta que ayudaba a ma
ntener en orden una casa con tantos moradores.
tes de que su padre y Escolástica emprendieran el camino de vuelta a Ga
rray, Marcos se empeñó en que subieran todos a la Giralda.
¿A ti qué te parece, hijo? –había preguntado Manuel a Francisco.
Según he oído, es una maravilla; pero yo, la verdad, no he subido nunca.
Entonces –intervino Marcos con energía–, ¡no hay más que hablar! Mañana su
bimos todos, que yo le tengo prometido a Tomasa el subir con ella y aún no
he cumplido mi promesa. ¡Veréis qué panorama!
ando ya entraban por la pequeña puerta que, desde la catedral, daba ac
ceso a la torre de la Giralda, Marcos les dijo a todos:
Y, a ver quién me puede decir cuántos escalones hay.
onto se dieron cuenta de que la pregunta tenía trampa. La torre sevillana no
tenía escalones. Escolástica se echó a reír como una niña:
1 Pueblo de la provincia de Soria.

139
Vida del Padre Tejero

– ¡Nos has engañado!


– No del todo, Escolástica, que más arriba sí hay que subir escaleras.
– Y, ¿por qué rampas y no escalones? –preguntó Manuel, que gustaba de
conocer los porqués y las razones.
– Porque los árabes subían por aquí sobre sus cabalgaduras, cómodamente
sentados. Hay treinta y cinco rampas.
Por ellas subieron hasta llegar a contemplar las inmensas y majestuosas
campanas. Ya desde allí el paisaje era impresionante; pero Marcos insistió:
– Ya que hemos llegado hasta aquí, vamos a hacer la gracia completa. Vamos
a subir hasta el Giraldillo.
Por unas escaleritas de mano muy estrechas subieron en peligrosa ascensión
hasta el último templete sobre el que se encontraba la famosa veleta en
figura de bronce.
1
– ¿Sabéis?, recibe el nombre de Giralda porque… –empezó a decir Francisco,
encantado de poder explicar algo.
Pero nadie le escuchaba, ocupado cada uno con ese sentimiento que producía
el estar a tanta altura.
La primera en tomar la palabra fue Tomasa.
– Siento como un vértigo.
– Sí –le secundó Escolástica–, pero un vértigo agradable. Es como la
sensación de estar volando.
Tras otro breve momento de silencio, Marcos comenzó a explicarles todo lo
que desde allí se veía.
– Hemos tenido mucha suerte, pues el día está claro –dijo–. Por aquel lado
podéis ver las llanuras del bajo Guadalquivir.
– Y ¿aquellas montañas que se ven al levante? –preguntó Manuel que, como
buen Maestro de escuela, sabía bastante de geografía– ¿No será la Sierra
de Ronda?

1Me baso para esta descripción en el libro de José María Samper: Viajes de un colombiano por Europa
(1828–1888) que he tomado de www.scribd.com

140
Apóstol de Sevilla

– Sí, Señor, las últimas estribaciones de la Sierra Nevada –le respondió


Marcos.
– Entonces –aventuró Francisco dirigiendo su mirada al norte–, aquellas de
allá son las montañas de Córdoba.
– ¡Digno hijo de tal padre! –dijo Marcos–. Son los contrafuertes de Sierra
Morena.
– No tengo mérito, me lo contó la prima Rosario cuando volvió del viaje de
novios con Millán –replicó éste, provocando la hilaridad de todos.
– Ahora –prosiguió Marcos– cerrad un poco el círculo de visión. Fijaos qué
opulenta llanura, primorosa en los cultivos.
Todos podían ver las poblaciones, los graciosos cortijos y los enjambres de

“La catedral de Sevilla y la Giralda”.

141
Vida del Padre Tejero

pequeños rebaños que vagaban por los prados. A medida que iban cerrando
más y más el círculo, podían ver con más detalle las casas campestres, con
sus huertos y jardines, y sus laberintos de arboledas en grupos más o menos
extensos o en hileras o calles resplandecientes de verdura.
– Desde aquí podría hacerse un estudio sobre los productos agrícolas de
toda la provincia –dijo Tomasa, a la que gustaba mucho leer sobre todo tipo
de temas–. Seguro que ese Madoz que está haciendo la Enciclopedia
Geográfica se ha subido aquí para hacer todo el trabajo de Sevilla.
– Se ven naranjales y viñedos –intervino Escolástica.
– Sí –dijo su marido–, pero fíjate en esos interminables olivares, con su color
tan peculiar. Por ahí es por donde nosotros vinimos –dijo señalando los caños
de Carmona, que se veían ya cerca de la ciudad.
– ¿Se ve Fuentes? –preguntó Francisco de pronto.
– No. Fuentes no, pero se pueden ver… –respondió Marcos, mientras iba
señalando algunos pueblos– Alcalá de Guadaira y Mairena, y los cerros que
dominan la ciudad de Carmona. Y por allí, Utrera y la hacienda de Orán. Por
aquel lado –dijo señalando al poniente– se ven Sanlúcar la Mayor, Encarnación
y Alcalá del Río.
Había conseguido que el grupo hiciera un recorrido por el amplio panorama
que se divisaba desde lo alto de la torre. Pero aquello no era todo. Faltaba
lo mejor.
– Bueno –dijo Marcos finalmente–. Ahora ya podéis mirar hacia abajo. Ya no
os dará vértigo y veréis las maravillas de la ciudad de Sevilla.
Todos pudieron apreciar ese panorama tan curioso como bello. El Guadalquivir,
describiendo como un semicírculo, rodeaba en gran parte el recinto de la
ciudad por su lado oeste.
Ya nadie hablaba. Todos estaban pendientes de sus palabras como los
discípulos lo estuvieran del maestro.
– Dicen que las murallas datan del tiempo de César. Es una pena que la
modernidad vaya a acabar con ellas.
Todos le miraron extrañados.
– Como veis, la ciudad está creciendo. Ya hay muchos barrios extramuros.

142
Apóstol de Sevilla

Mirad, ahí está el arrabal de la Macarena, con el Hospital Central. Después


viene el de San Roque, en el que hay un presidio, y que es por donde vosotros
llegasteis. Después sigue el de San Bernardo, en el que está la fundición de
cañones. Cruzando el río está el barrio de Triana, habitado por gitanos, y
que es el más poblado.
– ¿Por eso van a derribar las murallas?
– Sí, por eso. Pero sólo en parte. Además, hay quien dice que la muralla
favorece las inundaciones que sufre Sevilla con las grandes avenidas del
río.
Escolástica, a la que no interesaban mucho los problemas de la ciudad, pero
sí atraía la belleza que contemplaba, preguntó:
– ¿Qué es aquello?
Todos volvieron la mirada desde el barrio de Triana al lugar que ella señalaba.
Tomasa fue la que le respondió:
– Es el palacio de San Telmo. Donde viven los duques de Montpensier.
– ¿La hermana de la reina Isabel? –dijo. Y, dirigiéndose a su marido, continuó–:
Manuel, no se te ocurra comprarme una casa así de grande, que seguro que
hay mucho que barrer.
Todos rieron y, tras echar una última mirada contemplando las tortuosas y
enrevesadas calles de edificios desiguales y caprichosos, bajaron de la alta
torre que les había permitido conocer, como a vuelo de pájaro, la ciudad que
Francisco habitaría para el resto de su vida.
······························
Al atardecer, padre e hijo dieron un último paseo juntos. Salieron por la
Catedral y la Lonja hasta la puerta de Jerez, en la que cruzaron el río Tagarete
para llegar al Paseo de Cristina y a los muelles junto al río.
– Me siento orgulloso de ti, hijo –había dicho Manuel.
– Gracias, padre.
– Quiero pedirte una cosa antes de irme de nuevo a Soria. Dios sabe si
volveremos a vernos.
– No diga usted eso, padre.

143
Vida del Padre Tejero

– Sí, hijo. El camino es largo y tú has elegido Andalucía para vivir. Cuando
te viniste por primera vez, sufrí mucho, pensando que no te volvería a ver.
Hoy doy gracias a Dios por haberte enviado. No sé si en casa habrías podido
llegar a ser sacerdote. Ahora sólo quiero pedirte que me des la alegría de
saber siempre que eres un buen sacerdote. Tú sabes todo el bien que Don
Santiago nos hizo a tu madre y a mí cuando tus hermanos murieron. Y el
bien que hizo a todo el pueblo. Su presencia, sus palabras y, más aún, su
saber escuchar eran suficientes para mantener nuestra fe y nuestro ánimo
en los momentos más difíciles. Nunca se echaba atrás, nunca le faltaba
confianza, nunca decía ‘no es posible’.
– Él fue el primero que me hizo desear ser sacerdote, padre. Quería ser
como él. –Se sinceró Francisco.
–Pues sé como él fue. Como sacerdote que eres, eres un privilegiado. Usa
de tus privilegios en bien de los demás. Sé un evangelizador. Anuncia la
Buena Noticia y consigue muchas almas para Dios. No te olvides de tu origen,
ni del origen de tu vocación. Puedes decir, como la Santísima Virgen, que
Dios ha hecho obras grandes contigo; por eso nunca dudes que puede
hacerlas con los demás. Estamos en manos de Dios. Nuestro es el tiempo
y la libertad: aprovéchalos.
– ¿Sabe, padre? –dijo Francisco.

“Puerta de Jerez y puente sobre el río Tagarete”.

144
Apóstol de Sevilla

– Dime.
– Una vez mi director espiritual me dijo que “Sevilla son mis Indias”, porque
yo me quería ir a las misiones.
– Pues hazme sentir orgulloso de ti. Sé un Misionero en Sevilla.
– Si, padre, se lo prometo. Sevilla serán mis Indias.
SACERDOTE Y ESTUDIANTE…
Qué habían hablado su padre y su tío antes de su ordenación de diácono,
Francisco no lo sabía; pero su tío le había llegado un día con una hipoteca
sobre dos casas que poseía en Fuentes de Andalucía a su favor. Eso le daría
una renta de cuatro reales diarios.
– Pero ¿y Rosario? –había preguntado Francisco, preocupado por el porvenir
de su prima–. No está bien ‘desvestir a un santo para vestir a otro’.
– No te preocupes por Rosario, que Millán es muy buen comerciante y el
negocio va muy bien. Además, hemos adquirido alguna casa más; así que
estas dos no van a suponer mucho en su herencia. Y es lo correcto que tú
participes de lo que has ayudado a conseguir.
Gracias a esas rentas y a que el Arzobispo Romo le había destinado como
Sacristán Crucero de la Parroquia de Nuestra Señora de las Nieves de
Fuentes, después de haber sido acólito en San Isidoro, Francisco disponía
de una renta anual de aproximadamente dos mil trescientos cincuenta reales.
Así pues, no tenía que preocuparse más que de estudiar durante el tiempo
que estaba en Sevilla y de atender a la parroquia de Fuentes en la época de
vacaciones.
·····························
– Padre, me cuesta mucho poner en orden mi vida, ahora que soy sacerdote.
Francisco se confesaba ahora con el padre Alonso, del Oratorio, que había
dirigido sus últimos ejercicios espirituales antes de recibir la ordenación.
– Explícame por qué te cuesta.
A don José María le encantaba confesar a Francisco. Él sólo tenía que dar
una pequeña indicación y ya el joven abría por completo su corazón. Desde
luego, no era como otros penitentes a los que había que sacar la confesión
con sacacorchos. Además, Francisco tenía una inocencia y un entusiasmo

145
Apóstol de Sevilla

que gustaban al sacerdote.


– Porque los estudios son cada vez más difíciles, hay más trabajos que hacer
y los temas son más complicados. Es cierto que voy aprobando; pero me
cuesta mucho. Y en casa del Padre Tello hay mucho ruido... Es verdad que
las niñas son muy buenas y yo comprendo que tienen que jugar; pero con
el ruido siempre me pasa lo mismo, me distraigo y me cuesta mucho más
tiempo hacer lo que sea...
Francisco iba a continuar, pero el confesor le interrumpió.
– Y... ¿cómo sacerdote?
– Bueno –respondió el joven–. Digo misa a diario y participo en las actividades
de la parroquia de San Isidoro, a la que pertenezco; pero como en ella no
tengo cargo alguno, sino que lo tengo de Sacristán en Fuentes, me siento
un poco como fuera de lugar. Tengo la impresión de que tengo las manos
atadas, no puedo decidir, no tengo derecho a predicar ni puedo confesar,
pues aún no he recibido las licencias del Arzobispado. Por eso, creo que lo
único que hago como sacerdote es decir misa. Creo que soy más estudiante
que sacerdote.
– Pues –le dijo don José María–, ya sabes lo que dice el refrán: ‘Sacerdote
y estudiante..., sacerdote antes’.

146
Capítulo Séptimo

MIEMBRO DEL ORATORIO

"Patio del Oratorio de San Felipe en la Calle Gerona"

1852 ADMITIDO
Varias veces se repitió esa conversación durante el curso, hasta que un día
de abril...
– Ave María Purísima...
– Sin pecado concebida, Francisco, ¿cómo va esa vida?
– ¡Ya no puedo más, Padre! ¡Yo no he nacido para esta vida! ¡Voy a tener
que irme a las catacumbas como San Felipe!
El padre Alonso esperaba esa señal desde hacía tiempo. Veía cómo el joven
estaba cada vez más necesitado de silencio y, a la vez, de apostolado. Lo

147
Vida del Padre Tejero

había visto rondando el Oratorio como polluelo en busca del nido. Pero no
podía adelantarse a los acontecimientos.
– Bien, bien –le respondió–. Y ¿qué piensas hacer?, ¿vas a irte a Roma?
– ¡Cómo voy a irme a Roma!, eso es imposible.
– ¿Entonces?
– ¡No sé!, pero algo tengo que hacer.
Parecía que no iba a atreverse nunca a decirlo, así que habría que ayudarle
un poco...
– ¿Algo como pedir la entrada al Oratorio?
A Francisco le cambió la cara.
– ¿Lo dice en serio, Padre? –no salía de su asombro–, ¿cree que yo podría
entrar en la Congregación del Oratorio?
Sí, el padre Alonso había dado en el clavo. Esa era la solución: tiempo de
oración y tiempo de actividad; una iglesia donde predicar y unos hermanos
con los que compartir la vida. El corazón comenzó a palpitarle aceleradamente,
y parecía que las lágrimas se le iban a saltar. ¡Eso era!, él podría ser un padre
de la Congregación del Oratorio de Sevilla... ¿podría?
– Pero,... ¿usted cree que yo podría pertenecer al Oratorio?, yo no tengo
nada, ni soy licenciado, como el Padre Cayetano Femández, que yo sé que
ha pedido entrar. Además, yo...
Don José María no le dejó seguir.
– ¡Yo!, ¡yo!.. ¿Te vas a echar atrás?, ¿tienes miedo? Ya sabes que el que
pone la mano en el arado...
– No, no me echo atrás. Es lo mejor que me podría ocurrir. Lo que pasa es
que no termino de creérmelo.
Guardó un momento de silencio y siguió:
– Y... ¿podría entrar mañana?
Le hizo gracia al sacerdote esta salida del joven. De ‘no poder’ a ‘mañana’.
‘¡No está mal!, ¡creo que no me he equivocado!’ pensó.

148
Apóstol de Sevilla

– Bueno, no seas impaciente, que primero tienes que hablar con el Padre
Prepósito.
– ¿Con el Padre Antonio María?, uff, pero a mí me impone mucho el Padre
Sánchez-Cid. ¿No podría decírselo usted?
– Sí, claro –dijo, medio en broma, el padre Alonso–. Pero es que yo ya estoy
dentro, no tengo que pedir la entrada. Fuera de bromas, joven; no te preocupes,
que yo ya lo veía venir y he hablado con él de que esta posibilidad estaba
ahí.
– ¿Sí? –Francisco parecía encantado–. ¿Entonces ya no tengo que hablar
yo con él?
– ¡Ah, no!, de esa no te libras. De todos modos, no tengas miedo, que el
Padre Antonio no se come a nadie.
······························
– ¿Se puede?
1
Dijo Cayetano mientras abría la puerta de la habitación en la que Francisco,
rodeado de paquetes sin abrir y con la cama llena de ropa, se esforzaba por
encontrar un sitio para cada cosa.
– ¿Ya has colocado todo en tu cuarto?, has terminado muy pronto. Yo estoy
ya casi desesperado. Creo que me he traído muchas cosas que aquí no
tienen sitio.
– A mí me estaba pasando lo mismo, por eso he venido a verte. Yo tengo
más cosas, porque me he traído algunos legajos del bufete que no me parecía
bien dejar en casa –respondió Cayetano mientras hacía un hueco libre entre
la ropa y se sentaba en la cama–. ¿Sabes qué es lo que más me ha costado
dejar?
– ¿Qué?
– Los juguetes de mi hija.
Francisco no supo qué decir. Realmente, tenía que ser duro superar la muerte
de un hijo, y más cuando la mujer moría con él. Se sentó junto a su compañero
y se mantuvo en silencio. Fue un silencio de comprensión, de compañía. Un
1
Cayetano Fernández entró a formar parte del Oratorio de Sevilla el mismo día que Francisco García
Tejero.

149
Vida del Padre Tejero

silencio de luto compartido y de aceptación de la voluntad de Dios; que


permitía el sufrimiento y de él sacaba resurrección. Así estuvieron un rato.
Finalmente, Cayetano dijo:
– ¡Gracias!
Y salió de la habitación sin decir nada más. Francisco comprendió desde ese
1
momento el sentido de la frase de san Felipe: "Omnia in charitate" . Y siguió
intentando poner algo de orden en aquel batiburrillo que había formado. Al
poco rato escuchó otro...
– ¿Se puede?
Volvía a ser Cayetano; ahora venía con unos papeles en la mano.
– Dime –le dijo Francisco.
– Dice el Padre Crespo que copiemos el horario y la distribución para los
Novicios.
– ¿Tú ya los has copiado? –preguntó él.
– No, he pensado que si los copias tú dos veces... –dijo echándose a reír.
– ¡Oye!, qué fresco.
Pero el otro ya había soltado los papeles sobre la mesa y salido de la
habitación cerrando la puerta tras él. Así que Francisco comenzó la copia.
‘Pero que no se crea que se la voy a dar. ¡Que se haga una él!’, pensaba
enfadado.
Bajarán a la Iglesia al toque de la primera misa preparándose en el
Presbiterio para decirla cuando llegue su vez.
Esta preparación durará como media hora y ayudarán por turnos la
Misa a su Padre Maestro; los que no sean confesores ayudarán además
otra Misa.
Después podrán ir a los confesonarios si estuviesen habilitados para
ello, o a sus cuartos, de donde saldrán inmediatamente que se les
avise.
Bajarán todos en los sábados a barrer la iglesia con los sacristanes;
y el Padre Maestro no se desdeñara de acompañarlos algunas veces...

Nuevos golpes en la puerta le interrumpieron.


1
Todo en la Caridad.

150
Apóstol de Sevilla

– Mira que eres pesado, que conste que no te voy a hacer una copia –dijo
Francisco cuando vio que era Cayetano.
– Que era broma, hombre; que yo ya lo he copiado antes de traértelo. ¿Has
terminado?, ¿qué te parece?
– No, no he terminado, ¿cómo voy a terminar, si no me dejas? –dijo en broma,
y continuó–, pero me parece muy bien. ¿Cómo me tiene que parecer?
– ¿Has visto que no podemos salir solos?, ni que fuéramos niños.
– Pues alguien me tendrá que ‘llevar al colegio’ –dijo Francisco, irónico,
mientras iba leyendo–. Oye, que pone que sí se puede con autorización. Será
para saber por dónde andamos. Eso es lógico.
– Imagino. Lo que más me gusta es que si hay prisa, podemos pedir
autorización a la Santísima Virgen. Eso está bien.
– Sí, es bonito, aunque no sé si será muy práctico.
– Digo yo que será por respetar eso de la libertad de San Felipe. Y por
considerar que ya somos mayorcitos. ¿No?
Siguieron leyendo: "Los sábados barrerán la iglesia ", "cada uno se encargará
de un altar", "el más moderno dará la sagrada comunión siempre que se lo
pidan".
– ¡Bien! –gritó Francisco–, yo soy el más moderno. Eso me gusta.
– Lee hasta el final –siguió Cayetano– también tienes que limpiar los cálices
y lavar los purificadores. Y no te creas que son pocos. Que aquí se dicen
muchas misas al cabo de la semana.
– No importa, ya buscaré tiempo. Me quedo con lo de dar la comunión. ¡Sí!,
me va gustando la vida en el Oratorio.
NOVICIO
La biblioteca de la Casa del Oratorio era una sala grande y bien iluminada
por cuatro ventanas abiertas a los dos patios principales de la casa. Tenía
las paredes cubiertas por estanterías, en las que se agolpaban la multitud
de libros que se habían ido acumulando, desde que la Congregación fuera
fundada el año de 1698 por el padre Francisco Navascués; que, procedente
del Oratorio de Granada, había recalado en Sevilla tras su peregrinación a
Roma.

151
Vida del Padre Tejero

En la biblioteca se reunían los padres después de la comida y de la cena en


el tiempo de descanso, la quieté.
Aquella tarde de mayo el olor del azahar de los naranjos del jardín subía
hasta la biblioteca creando un ambiente sosegado que invitaba al reposo. En
torno a la gran mesa que ocupaba el centro de la sala, se sentaban los padres
y los hermanos que formaban la Congregación; un total de catorce. Sobre
la mesa, algunos libros abiertos o cerrados con una señal puesta en alguna
hoja, junto a seis o siete escribanías y papeles emborronados, hacían
comprender que los padres utilizaban aquella sala para leer, o para preparar
los sermones y charlas o clases que habían de dar.
Una campanilla señalaba el lugar en que se sentaba el padre Prepósito.
La charla era animada, los más jóvenes contaban las anécdotas que les
habían ocurrido durante el día, y el padre Crespo, el decano, refería, de tanto
en tanto, alguna historia o chiste que todos conocían ya, pero que le reían
como si fuera nuevo. Poco antes de que el tiempo de la quieté finalizara,
dando paso al gran silencio de la noche, el padre Prepósito tocó la campanilla.
Todos callaron, pues sabían que eso significaba Noticias.
Seguramente anunciaría la solicitud de entrada de algún nuevo miembro a
la Congregación.
Don Antonio María, el Prepósito, tenía una gran prestancia, y su sola presencia
bastaba para llenar una habitación, por grande que fuera. Todos le respetaban,
no sólo por eso, sino por su profundo conocimiento teológico y de la persona
humana.
– Hermanos, esta tarde me he reunido con los Padres Diputados, y hemos
tomado varias decisiones que quisiera comunicarles.
Parecía tratarse de algo importante, ya que la reunión no formaba parte del
calendario normal de reuniones de la Congregación de Diputados. Todos
escuchaban atentos, mientras el padre Sánchez-Cid echaba una mirada en
torno, para dar más énfasis a lo que iba a decir.
– Hemos acordado que los cinco aspirantes a la Congregación comencéis
desde hoy vuestro noviciado.
Un murmullo recorrió la sala; ¿y el tiempo que les faltaba para cumplir el
1
“mes de probación ”? El Prepósito continuó:
1
Mes de probación era el tiempo que los aspirantes a la Congregación del Oratorio vivían con la
Comunidad, antes de comenzar el Noviciado.

152
Apóstol de Sevilla

– Como veréis, se les ha dispensado de quince días para que puedan participar
en la Novena a nuestro Padre San Felipe y en la celebración de la fiesta,
como verdaderos miembros de la Congregación.
Los aludidos se miraron entre sí, sonriendo felices. Pero aún faltaba lo mejor,
así que el padre siguió:
– También hemos acordado facultar a los padres Gómez, Femández y Tejero
para utilizar de sus licencias de predicar en nuestra Iglesia; y al padre Gómez
para hacer uso, también en nuestra iglesia, de su licencia de confesar hombres
y mujeres.
Todos los padres y hermanos felicitaban a los aludidos; y el Prepósito tocó
de nuevo la campanilla para callar el alboroto que se había formado. Cuando
se hizo silencio, añadió dirigiéndose a los aludidos:
– Esperamos mucho de vosotros, pero estamos seguros de que vais a dejar
muy alto el pabellón de nuestra Congregación. Os animo a preparar a
conciencia vuestras predicaciones; pero sin olvidar los dos principios de
nuestro Padre San Felipe: la sencillez, para que todos cuantos os escuchen
puedan comprender lo que decís; y la profundidad, pues no se trata de decir
simplezas, sino de hacer comprensible el mensaje de salvación.
Los aludidos afirmaron que así lo harían; y el padre Prepósito concluyó dando
varias instrucciones y otros nombramientos que se habían realizado en la
Congregación de Diputados, para el mejor funcionamiento de la Comunidad,
ahora que ya era bastante numerosa.
······························
Francisco, por ser el más joven, debía predicar el cuarto día de la novena
del santo.
Era su primera predicación en el Oratorio, así que pasó los cinco días que
le faltaban para la exposición preparando con esmero esa primera charla que
iba a dar. Cayetano había sido abogado; por eso lo de hablar en público era
algo de sobra conocido para él, y Francisco le pidió que le revisara la prédica
antes de dársela al padre Crespo, Maestro de Novicios.
– No sé, creo que me he liado mucho –había dicho Francisco cuando le
entregó los papeles a Cayetano.
Se habían sentado en un banco de los que ocupaban el jardín, bajo uno de
los naranjos. El olor a azahar no sólo les gustaba a ellos; parecía que todas

153
Vida del Padre Tejero

las abejas del mundo se hubieran juntado a libar de las flores de ese árbol,
y el zumbido que se escuchaba casi apagaba sus voces.
– Vamos a verlo… –le había respondido Cayetano, que, desde que se
conocieron había apreciado a Francisco, cuatro años más joven que él, pero
al que veía como un igual; aunque éste se empeñara en decir siempre que
Cayetano era mucho mejor.
Leyó detenidamente el texto y le hizo un par de correcciones, ‘por corregirte
algo, que casi ni hacen falta’, le había dicho.
– Oye, y ¿qué crees tú que será mejor, que lo lea entero o que me lo aprenda
de memoria?, ¿tú que haces? –preguntó Francisco.
– Depende. Al principio me los aprendía de memoria; pero era peor; porque
si luego me confundía en algo, se me notaba más, y me costaba más coger
el hilo otra vez. Claro, que esto no es un juzgado; así que tú prueba. Si ves
que leyendo es mejor, pues lee; y si no, pues intenta aprendértelo. Pero,
aunque te lo sepas de memoria, cuando estés delante de la gente, procura
leerlo, pues así, si te pierdes, siempre sabes por dónde vas.
– Gracias –respondió el joven–, desde luego, desde que he entrado eres mi
ángel de la guarda.
– Anda, anda, no me tomes el pelo, que no te voy a volver a decir nada.
TODO… ES POCO
– Creo que tengo que hacer más. Me parece que me estoy volviendo cómodo;
1
y eso no va con el Oratorio. Lo dice muy bien el libro de las Excelencias .
Francisco hablaba semanalmente con el Maestro de Novicios, el padre
Crespo, en la antecámara de la habitación de éste, sobriamente decorada
con una mesa de trabajo y varias sillas de anea, incluida la del mismo padre
Crespo; una estantería repleta de volúmenes y papeles y un crucifijo en la
pared.
Allí también se reunían semanalmente los Novicios, para la charla espiritual
que el padre les daba en su preparación para vivir mejor el espíritu de San
Felipe Neri.

1
Excelencias del Instituto del Oratorio; obra póstuma de un padre del Oratorio Saviliano (Piamonte);
Méjico 1845.

154
Apóstol de Sevilla

– Lo comprendo perfectamente, Francisco –le había respondido–, eres joven


y no tienes bastante con las actividades del Oratorio; pero debes comprender
que tu primera obligación son éstas y el estudio. Sin descuidar, en absoluto
la oración.
Francisco sacó un papel que traía doblado en uno de los bolsillos de su
sotana. Lo desdobló y lo puso sobre la mesa.
– Mire, Padre –dijo–, aquí he puesto todas mis obligaciones. Los tiempos
que tengo que hacer oración, la preparación de la Misa, la celebración; el
Oratorio de por la tarde; los días que me toca plática he añadido dos horas
más para la preparación. Esto de aquí son los tiempos que debo pasar con
la Comunidad, la comida, la quieté, etc... También he puesto las horas de
clase y el tiempo de estudio.
– Bien, bien –le respondió el Maestro–. Eso está muy bien. Un horario muy
completito.
– Sí, Padre –continuó el joven–, pero... ¿ve usted todos estos cuadros en
blanco? Son tiempo perdido para el apostolado. Son ratos que dedico a leer
porque no tengo otra cosa que hacer. Podría muy bien aprovecharlos.
– Y, ¿en qué has pensado que puedes aprovecharlos? –dijo, sonriente, el
padre Crespo, seguro de que el joven traía la respuesta tan preparada como
la hoja pulcramente escrita que le había presentado.
– Estos de por la mañana, he pensado que podría ir a algún colegio, a explicar
la Doctrina Cristiana. Usted sabe que los maestros están muy ocupados
enseñando, y que tienen poco tiempo de explicar el Catecismo a los niños.
Así que se limitan a hacer que lo aprendan de memoria. Y... de nada sirve
lo que se aprende pero no se comprende.
– Me parece bien, eso tiene sentido. Sigue –le animó.
– Luego –dijo señalando otros cuadros en blanco en el horario que había
hecho– están estos ratos por la tarde. Nuestros predecesores del Oratorio,
siempre han visitado los hospitales. Yo había pensado que podría acompañar
a los enfermos en alguno de los que tenemos cerca de la casa, como el de
San Juan de Dios que hay frente al Salvador.
– Primero habría que hablar con los capellanes, porque además, tú todavía
no tienes la licencia del Arzobispo para confesar.
– Lo sé, Padre –siguió diciendo Francisco, que parecía haber pensado en
todo–. Lo sé, y por eso le he preguntado al Padre Alonso si podría acompañarle

155
Vida del Padre Tejero

cuando él vaya a visitar a los enfermos. Me ha dicho que si obtenía su


autorización, que por él no hay inconveniente.
– ¡Vaya, vaya!, ¿lo traes todo atado y bien atado? ¿no?
Ahora fue Francisco quien rió. Con lo nervioso que iba a la entrevista con el
Maestro, parecía que todo iba bien.
– Sí, Padre –continuó–. No quiero crearle quebraderos de cabeza por mi
culpa; además, quiero demostrar que no son deseos vanos, sino que realmente
es una inquietud muy fuerte la que hay en mí.
– Y... ¿las otras cuatro horas que quedan libres los fines de semana? Estoy
seguro que has pensado algo para ocuparlas ¿me equivoco?
– Es que...
– ¿Es que? –repitió el sacerdote–. ¿Qué has pensado que no te atreves a
decir?
El joven volvió a titubear un poco. Respiró hondo, como para tomar fuerzas
y se lanzó en picado.
– Es que, eso es una idea que me viene rondando por la cabeza desde que,
hace años ya, el Padre De la Carrera me dijera que no me fuera con los
misioneros a las indias.
– Cuéntame.
Francisco le relató su charla con el difunto padre José María de la Carrera
y cómo, a partir de ese momento, había mirado Sevilla desde otro ángulo.
Cómo había analizado la realidad social, cultural y religiosa de la ciudad,
desde lo que él conocía. Le contó que los traslados de casa que había
realizado durante los años precedentes le ayudaron para conocer la vida en
los barrios. Le habló de sus paseos recorriendo las diferentes zonas de
Sevilla; de cómo había aprovechado su traje talar para hablar con los niños,
para preguntarles si sus padres les llevaban al colegio, a la catequesis, si les
enseñaban a rezar, si iban a misa, etc. y le habló de la desoladora conclusión
a la que había llegado.
– Llevo pensando mucho tiempo qué puedo hacer –continuó–. Y sólo se me
ocurre que, si me acerco a algún corral de vecinos, a lo mejor puedo empezar
por hablarles de Dios, y luego enseñarles el Catecismo. –Guardó de silencio,
mirando ávidamente al padre Crespo, en cuyo rostro no descubrió ninguna
señal de si le parecía bien o mal su idea. Por eso, continuó con fuerza:

156
Apóstol de Sevilla

– Padre, sé que es un granito de arena para formar un desierto, pero creo


que debo hacer algo. Si no, estaré siendo infiel a mi propia vocación. Estoy
convencido de que Dios me quiere para evangelizar.
El Maestro de Novicios seguía sin decir palabra; miraba al infinito, como
sopesando pros y contras y viendo qué posibilidades había de que el joven
sacerdote, que le miraba interrogante, llevara a cabo su proyecto. Finalmente
habló:
– Bien, bien... jovencito. Sabes que nuestra Congregación se encuentra en
un momento un poco delicado. El Prepósito, ha sido consagrado Obispo de
1
Coria ; la Congregación aún no ha sido totalmente restablecida, por lo que,
de momento, se ha aplazado la elección de un nuevo Prepósito hasta tanto
nos den el rescripto de restablecimiento. Es cierto que yo soy el Decano y
el Prefecto de Novicios. También es verdad que lo que me propones no está
nada mal, y mucho menos en contra del espíritu de nuestro amado Padre
San Felipe. Pero antes de decirte que sí, me gustaría hablarlo con alguno
de los padres decenales. No merece el asunto una reunión de Diputados,
ciertamente, pero déjame que lo comente con ellos.
– Como usted diga, Padre. De todos modos, creo que debe saber que, desde
la muerte del padre De la Carrera, me dirijo con el padre Alonso...
– Sí, ya me lo dijiste en otra ocasión; siempre has sido honrado conmigo.
– Es que,...
– Es que, ¿qué?
– Bueno, es que, antes de decirle a usted nada, yo ya lo he hablado con el
padre Alonso...
Parecía un poco avergonzado. El padre Crespo podía pensar que se lo había
saltado al preguntar antes a su Director espiritual. Pero el Prefecto era una
persona madura y muy comprensiva.
– Bien, bien –dijo, utilizando su habitual muletilla–, y él ¿qué te ha dicho?
– Me ha dicho que hoy en día la situación política no está para muchas
aventuras; que comprende mis inquietudes y le parece bien. Pero...
– ¿Pero? –se extrañó el sacerdote– ¿Te ha puesto alguna pega?, me extraña
en él.
1
Antonio María Sánchez – Cid

157
Vida del Padre Tejero

Francisco sonrió.
– No, padre, no me ha puesto ninguna pega. Me ha dicho que tenía que
esperar a que usted me diera su aprobación. Yo le dije que esto ya pensaba
hacerlo yo. Así que si usted le pregunta, puede decirle que yo le he dicho
que él ya lo sabe.
– No te preocupes, hijo, que está bien que consultes con tu Director espiritual;
en la vida del alma los superiores y los directores son complementarios en
la manifestación de Dios. De todos modos, y sea lo que sea lo que
determinemos al final, cuenta con que valoro mucho tu espíritu misionero.
Dios quiera que llegues realmente a hacer de Sevilla un gran campo apostólico.
– Gracias, Padre, muchas gracias.
······························
– ¿Qué haces ahí metido toda la mañana?, ¿qué pasa, que no se puede
entrar?. –Cayetano se asomó por una rendija que quedaba libre en la puerta
de la biblioteca.
– Espera –le contestó una voz desde dentro– que te abro.
– ¡Dios santo!, ¿qué es lo que estás haciendo? –dijo al ver las mesas llenas
de libros y los estantes vacíos–. Me parece que te has tomado tú muy en
serio eso de ser el “adjunto del bibliotecario”. ¡Qué valor tienes!, ¿vas a saber
encontrar después el sitio de cada uno? ¡Creo que yo no sería capaz!
Aunque ahora Cayetano era Diputado, cargo importante en la Congregación,
Francisco y él seguían teniendo la confianza que les había dado la proximidad
de sus edades y las vivencias compartidas en el Noviciado.
– Verás –dijo Francisco–, he colocado todos los libros de los estantes de
arriba. Pero cada estante en un montón diferente. Ahora...
El otro no le dejó terminar.
– Vale, vale, que ya sé que eres un organizador perfecto. Parece que hayas
nacido para eso. No me des más explicaciones, que te creo. ¡Vaya trabajazo
te vas a pegar!, ¡ya te hubiera querido yo en la biblioteca de mi casa!, nunca
encontraba los libros, me los tenia que buscar María. Ella era ordenada como
tú. ¡Habrías hecho buena pareja con ella!
– Calla hombre, que era tu mujer. No tientes al diablo.

158
Apóstol de Sevilla

– Que es broma, tonto; que tú sabes que no la habría cambiado por nada
del mundo.
– Ya lo sé –le dijo Francisco, dándole una palmada en el hombro–. Bueno.
Y tú ¿a qué venías?
– No has estado en tu cuarto en toda la mañana, y hoy no tenías clase. Te
he buscado por toda la casa. ¿Sabes?, ya me ha llegado la licencia para
confesar.
– Enhorabuena. Me das mucha envidia. ¡Ojalá me llegara también a mí!
– Todo se andará, hombre, no tengas prisa. ¿Vas a salir esta tarde?
– Sí, ¿cómo lo sabías?, hoy no es fin de semana.
– No, pero como aprovechas cualquier excusa para ir a dar una vuelta por
los arrabales...
– Sí, menos mal que no me dijeron que no podía pasear por allí. Comprendo
que es mala época política. Pero los corrales de San Roque no son los
arrabales de San Bernardo. Allí hay más revolucionario. En San Roque sólo
hay gente pobre… Muy pobre.
Francisco hizo un momento de silencio, como si por su mente pasaran en
ese momento todas las caras del barrio de San Roque; todas las historias
rotas y las almas destrozadas por historias que, en la mayoría de los casos,
ni él mismo se atrevía a preguntar.
– ¿Por qué no te vienes conmigo esta tarde? –dijo después–. Tú tampoco
tienes hoy obligaciones, y ya va siendo hora de que conozcas el barrio y sus
gentes. Además, podrías estrenar tus licencias, que algunos me han pedido
ya varias veces que les confiese. ¡No sabes lo que me duele tener que
decirles que no!
– Pues mándales a la parroquia –dijo Cayetano.
– ¡Qué fácil lo ves tú todo! ¿Irías tú a la parroquia hecho un zarrapastroso,
sin ropa, para que las devotas te critiquen y el cura te eche por no ir
decentemente vestido?
La rabia y la impotencia daban a Francisco una elocuencia que encantaba
a su compañero. Sabía que sólo tenía que darle un pequeño pinchazo para
que saltara y expusiera la tremenda situación en la que se encontraban en

159
Vida del Padre Tejero

los corrales. A él le gustaba escucharle.


– Además –continuó el joven–, ¿a qué hora van a ir a la iglesia?, durante el
día tienen que buscar comida, de la manera que sea; y por la noche, la iglesia
está cerrada. No tienen ropa, no tienen comida, no tienen dignidad. Y... ¿quién
les ayuda? Todos les criticamos. Decimos que no son honrados, pero nadie
les da un trabajo. Decimos que están en contra de Dios, pero nosotros vivimos
en una casa con el suelo de mármol, mientras ellos tienen tierra seca en
verano y barro, o incluso agua hasta la cintura si hay riada, en invierno.
Nosotros tenemos una cama con sábanas blancas y ellos duermen muchas
noches en el suelo, o en un catre lleno de chinches, piojos e incluso ratas;
compartiendo una minúscula habitación con seis, siete o más personas. ¿Y
queremos que sean ‘buenos’ y que vayan a misa? ¡Por Dios!
– Vale, Francisco, que parece que estás en el parlamento y que quieres
reformar todas las leyes. Ya sabes que a mí me tienes convencido. De todos
modos, ten cuidado, que hay quien te critica. Francisco se enfadó.
– ¡Ya sé que me critican! si a veces parece que lo hacen para que yo les
oiga. Pero... ¡que vengan!, ¡que me acompañen un día! Sólo un día. Y verán
la necesidad de Dios que tienen... La necesidad de Dios y la necesidad de
pan.
En ese momento, el joven pareció caer en la cuenta de algo que había
olvidado.
– Perdona, te dejo, tengo que bajar a la cocina, que me ha prometido el
Hermano Gazcón que me iba a dar unos sacos que tenía de patatas que han
regalado unas devotas y dice que son muchas y se van a echar a perder.
Cayetano estaba admirado.
– ¿Ya te has camelado al Hermano Gazcón? ¡Eres de lo que no hay!, si a
ese no hay forma de sacarle ni una manzana...
Francisco se echó a reír.
– Es que yo no se lo pido para mí. Venga, ¡acompáñame esta tarde!, y me
ayudas a llevarlas. ¡Verás lo que es una cara de felicidad!
– Vale, te acompañaré. –Accedió Cayetano en tono condescendiente, cuando
en realidad venía a preguntarle si por la tarde podría ir con él a los corrales–.
Creo que no me puedo resistir a tu entusiasmo.

160
Apóstol de Sevilla

1854: VERANO COMPLICADO


1
– ¿En qué te vas, Juan ?
– En la galera que sale mañana temprano –respondió el aludido–. A San
Juan del Puerto hay poca combinación, y estos días salimos algunos
estudiantes en la galera; así que iremos varios compañeros del seminario
juntos. ¿Y tú?
– Yo me iré pasado mañana, porque voy a aprovechar el carro de mercancías
que envía Marcos Romero a mi tío; así tienen que enviar un peón menos, y
yo me ahorro el pasaje.
– Desde luego, Francisco, eres de lo que no hay. Por mucho que lo niegues,
llevas en la sangre el espíritu de comerciante.
– Pues, resulta que… ¡soy cura! ¡Cosas de la vida! –dijo Francisco riendo–.
Además, así aprovecho mañana por la mañana y me paso por la imprenta
de Rodríguez, porque me ha dicho el Padre Cardoso que el Prepósito ha
autorizado ya la compra de varios libros para la biblioteca.
– La verdad es que no te podían decir que no. Has trabajado mucho en la
biblioteca. Está que parece otra.
– Lo mejor es que ahora se sabe dónde anda cada libro. Tenemos algunos
muy valiosos. Yo también estoy muy contento con lo bien que ha quedado.
Al principio casi me desesperé. Pero creo que ha valido la pena.
En ese momento entraba por la puerta de la calle el padre Rodríguez Cardoso,
y los dos jóvenes dijeron a la vez: ‘Hablando del rey de Roma...’
Pero éste traía la cara desencajada; y las palabras se les quedaron en la
boca a ambos.
– ¿Qué pasa, Padre? –dijo Francisco, preocupado–. Trae usted muy mala
cara.
El sacerdote se sentó, derrotado, en uno de los bancos que había en el jardín,
y uno de los jóvenes fue a avisar al padre Prepósito, mientras el otro le traía
un vaso de agua fresca.
– Bébaselo, Padre, que se tranquilizará un poco.
En eso, apareció el padre Crespo bajando las escaleras.
1
Juan Sánchez Fuentes, estudiante y Novicio de la Congregación en ese año.

161
Vida del Padre Tejero

– ¿Qué pasa, Padre Cardoso?, ¿qué le ha ocurrido?


Éste, con la voz entrecortada por los nervios, por fin habló:
– Otra vez, otra vez...
– ‘Otra vez’, ¿qué, Padre? –le replicó el superior– ¡por el amor de Dios!,
explíquese usted.
– La revolución...
Los estudiantes, que sólo habían conocido tiempos de bonanza en la
Congregación, no le entendían; pero la cara del prepósito se puso blanca.
Tras un momento, se recuperó, diciendo:
– Tranquilo, Padre. No sucederá nada que Dios no permita.
– ¡Pero Dios permite tantas cosas...! –fue sólo la respuesta del sacerdote.
El Prepósito le tomó del brazo y, suavemente, le habló, mientras le hacía
levantarse:
– Venga a mi despacho, que necesita usted tranquilizarse, y no está bien que
escandalicemos a los jóvenes. Ante todo hemos de confiar en Dios, en cuyas
manos estamos.
Los dos sacerdotes salieron escaleras arriba. El uno, anciano ya, con una
dignidad que parecía extrahumana, mientras el otro, más joven que él, iba
totalmente hundido. Francisco y Juan permanecieron en silencio durante
unos instantes, sin comprender lo que sucedía.
Entre tanto, al oír el ruido, apareció, procedente del patio interior, el padre
Alonso; que les preguntó:
– ¿Ha pasado algo?
– Si, Padre –le respondió Francisco, que era mayor–, dice el Padre Cardoso
que viene la revolución. Venía muy alterado; como si eso supusiera el fin de
todo.
El padre Alonso, sonriendo, miró a los dos jóvenes, que esperaban expectantes
su respuesta.
– Según se mire, las revoluciones son buenas o malas. Vosotros erais muy
pequeños el año 36, para comprender todo lo que pasó.
– Yo recuerdo algo –intervino Francisco–, ése fue el año que yo vine a Fuentes
desde mi pueblo. Pero de revolución recuerdo poco. Todo estaba muy tranquilo;
recuerdo que el que infundía temor era Luis Candelas. En mi pueblo se
hablaba de la guerra con el francés, pero yo no vivía entonces.

162
Apóstol de Sevilla

– Pues en el 36 yo ni había nacido –dijo Juan.


– España –les explico el padre Alonso– es un país hecho de contrastes.
Geográficamente sus tierras pueden ser llanas hasta el horizonte, como en
Castilla; pero también tiene altos picos y valles profundos. Sus ríos de aguas
cristalinas y sus mares de acantilados vertiginosos son una riqueza que atrae
a personas de todas partes a visitarnos. –Miró a Francisco y siguió–. Tú has
visto lo diferentes que son los caracteres de las personas castellanas, los
sorianos, y andaluzas. Pero, a pesar de ser distintos; podemos llevarnos
bien.
– Eso es cierto –respondió el aludido–, pero no entiendo yo qué tiene que
ver eso con la revolución y con que el Padre Cardoso se haya puesto malo.
– Tienes razón –continuó el sacerdote–. Las diferencias podrían no tener que
ver con revoluciones si se comprendieran como complementarias y se utilizaran
en beneficio de todos, como ocurre con los paisajes. Pero nuestras diferencias
no son sólo de forma de ser, sino también de forma de entender la política,
la manera de regir la nación. El problema de los españoles es que actualmente
las dos formas de entender la política son incompatibles. Si, como en Inglaterra,
la democracia fuera nuestra forma de gobierno desde hace siglos, estos
problemas no existirían; porque habríamos aprendido a convivir y a respetar
las ideas diferentes de los demás. Pero nosotros en lugar de ‘respetar’
buscamos ‘imponer’; y lo que intentarnos es que desaparezcan los que
piensan lo contrario que nosotros. Esto nos viene dado por los largos siglos
de sometimiento a los regímenes autoritarios, en los que los ‘enemigos del
rey’ eran eliminados. Nos han enseñado que hay que ‘matar’ al que piensa
lo contrario que yo. Los cristianos, por desgracia, hemos hecho eso durante
muchos siglos. Fijaos si no, en las guerras en que han estado involucrados
los Papas durante toda la edad media, bajo el pretexto de la defensa de la
religión.
Juan, comprendiendo lo que les intentaba explicar el Maestro de Novicios,
dijo:
1
– ¡Claro! Y ya lo dice la Biblia: "Quien a hierro mata... "
– Exacto; nos puede tocar morir –afirmó el padre Alonso–. De todos modos,
más peligrosa que la revolución, actualmente veo yo la epidemia de peste
que ha entrado por Galicia. Creo que ahora la revolución no llegará a guerra.
Sí podrá suponer nuevamente la desaparición del Oratorio; pero recordad lo

1
Cfr. Mt. 26, 52.

163
Vida del Padre Tejero

que decía el Padre Carrera: ‘Un Sacerdote del Oratorio no deja de serlo por
mucho que cambien las leyes humanas’.
Francisco, que recordaba la conversación que habían mantenido al poco de
morir el padre De la Carrera, sonrió.
– Entonces, Padre –dijo–, lo mejor será que no nos vayamos estas vacaciones
con nuestras familias.
– Todo lo contrario, hijo –dijo el Prefecto–, si la peste viene a Sevilla, mejor
estáis en casa de vuestras familias.
– Pero... –quisieron protestar ambos.
– No hay peros que valgan. Esto ya está hablado. A vosotros os toca ahora
descansar en vuestros pueblos, y atender las obligaciones que en ellos tenéis.
Además, ni la revolución es segura, ni la epidemia tampoco. La vida debe
seguir su curso. Lo que Dios quiera que os encontréis, eso tendréis, y no
1
otra cosa. Así que tranquilos, que "a cada día le basta su afán" .
······························
Hasta Fuentes llegaron los ecos de la Revolución. Las conversaciones en
el pueblo siempre eran sobre lo mismo:
– ¡A lo que no hay derecho es que el gobierno gaste en tonterías el dinero
de todos! – decía uno.
– Desde luego, como sigan así, se va a liar una gorda.
A finales de junio llegaron noticias más concretas.
– Dicen que se han levantado O'Donnell, Serrano y Ros de Olano.
– Y otros generales también.
– Pues yo he oído que O'Donnell ha salido con sus tropas hacia Sevilla.
Todo esto preocupaba mucho a Francisco, que deseaba le llegaran noticias
directas de los padres del Oratorio.
– ¿Has sabido algo de tus hermanos? –preguntó a Millán, cuya familia seguía
viviendo en Sevilla.

1 Cfr. Mt. 6, 34.

164
Apóstol de Sevilla

– Nada, ¿y tú de tus curas?


– Tampoco. Dicen que Alcalá Galiano y las tropas se han encerrado en la
fábrica de tabacos. Tienen miedo de la llegada de O'Donnell y los insurrectos.
– Sí, yo también lo he oído; pero personalmente me preocupa más la peste.
He oído decir que en Triana ha habido algunos casos. ¿Es verdad que siempre
empieza por Triana?
Francisco no vivía en Sevilla durante la última epidemia de peste que tuvo
lugar el año 34; pero había escuchado a los padres comentar últimamente
que éstas siempre empezaban por Triana porque a aquel barrio iban los
marineros más pobres, los que por lo general traían la enfermedad en sus
viajes.
Así se lo dijo al marido de su prima.
– Pero hay barrios que tienen más peligro por lo malsanos que son; como
el barrio de San Roque. Si hay epidemia, allí caen como moscas. Calles
estrechas, corrales de vecinos en los que la inmundicia está por todas partes...
¡No quiero ni pensarlo! ¡Y yo aquí! ¡Si pudiera, me iba ahora mismo! Pero
debo obedecer. Ahora que ya tengo permiso para confesar, y que puede
haber una necesidad tan grande... Me siento con las manos atadas.
– Bueno, primo –le había dicho Millán– tranquilo, ‘que el que obedece no se
equivoca’. ¿No dices tú eso siempre? Pues ahora aplícate el cuento.
– No, si tienes razón. Pero me arde la sangre.
······························
Teodoro entró a toda carrera en el despacho de la parroquia, donde Francisco
estaba asentando algunos bautizos en el libro.
– Carta, hijo, carta para ti de Sevilla.
Francisco abrió la carta en seguida. Era de Cayetano Fernández. Por lo visto,
cada padre había escrito a uno de los estudiantes que estaban con sus
familias.
1
El pasado día uno de agosto hicieron una elección popular ridícula en
la Casa de la Lonja, disfrazando de democrática la composición de una
1
Utilizo libremente el manuscrito, al parecer del P. Cayetano Fernández, que narra los hechos de la
supresión del Oratorio en la Revolución del verano de 1854.

165
Vida del Padre Tejero

nueva Junta de Gobierno para Sevilla. La componen los Señores


General Serrano, Sánchez Silva, Gandaria, Fe, Arderius, Carrasco,
Hidalgo y Pajés.
Desde la noticia del alzamiento, que nos llegó el 28 de junio, la quieté
era un salón de tristísimo duelo en el que las palabras "Espartero, Milicia
nacional, barricadas, el cólera, El Centinela de Andalucía, Junta Popular
y Alonso en el ministerio", circulaban confundidas esparciendo el terror
en los corazones ya trabajados por la zozobra.
El Padre Rodríguez, mientras permaneció en Sevilla, y Don Crisanto,
como más abundantes en noticias que los demás, eran siempre
esperados con ansiedad en nuestra reunión.
Después, en la soledad, en el silencio de su habitación cada uno era
un mar de confusiones. Todos temíamos lo que se nos venía encima.
La supresión del Oratorio cada día era más probable. ¿Qué sería de
nosotros? Yo, en mis pesadillas, hasta me imaginaba bajo la cuchilla
de Robespierre.
– ¡Y yo aquí, Dios mío! –suspiró Francisco, antes de seguir leyendo.
Teodoro, que se había sentado para escuchar la carta, y el párroco, que
había entrado al ver llegar al tío apresuradamente a la parroquia, guardaron
silencio, esperando que siguiera la lectura.
Pero no todo fueron lamentos. Debíamos actuar rápidamente: había
que recoger y asegurar todas las alhajas de la casa y la iglesia que
pudiéramos. La experiencia de los Padres más mayores nos hacía
saber que la rapacidad de la revolución era capaz de acabar con todos
nuestros bienes. Así que distribuimos en las casas de personas de
confianza todo lo que pudimos.
Retiramos todos los libros importantes de la biblioteca y rellenamos los
cajones vacíos con los de las últimas tablas, para que no se notaran
tanto las ausencias; pero aún así, tuvimos que dejar muchos libros de
valor. ¡Menos mal que tú no estabas! Habrías sufrido mucho viendo
todo tu trabajo tirado por los suelos.
– ¡Más sufro estando aquí con las manos atadas! –dijo Francisco, respondiendo
en voz alta a la misiva que había recibido–. Al fin y al cabo los libros son sólo
libros.
Después continuó leyendo:

166
Apóstol de Sevilla

El pasado día 24 de julio se acordó dispersar a algunos de los miembros


del Oratorio, aunque quedaran unos cuantos en la casa. Para que no
se dijera que habíamos huido cobardemente. Esta medida se dilató
hasta el día 30, en que hubieron de partir el señor Obispo de Coria con
el Padre Prepósito y los padres Rodríguez y Naranjo. El Padre Rodríguez,
que estaba de lector, no quiso salir hasta terminar los oficios en la
iglesia, alegando que eran los últimos.
De la calle llegaban los gritos en contra de nosotros. Pero nadie se
atrevió a entrar. Imagínate cómo lo pasó el Padre Alonso, que estaba
en la puerta, como semanero de Ejercicios.
Predicó D. José Torres Padilla que nos hizo un sermón, lleno de fuego
y erudición, sobre el tiempo perdido. Aquello parecía el funeral de la
Congregación. La sacristía se llenó de personas afectas a la familia,
y todos nos preguntaban qué era lo que pasaba.
El cólera ya hacía estragos en Triana; y el día 31 se presentó el Padre
Montero con el rostro cadavérico diciendo que su hermano Matías
había caído gravemente enfermo. Fue a atenderle, pero al poco murió
en sus brazos.
Francisco conocía muy bien a Matías y a su hermano, sabía de la delicadeza
del padre Montero como enfermero de la comunidad. Y Matías era un calco
de su hermano, buena persona hasta no caber más.
– Mañana ofreceré la misa por él. ¿Habrá inconveniente? –preguntó al
párroco.
– En absoluto; yo diré la de aniversario de Manolito. No te preocupes.
– Gracias, Padre. Es usted muy amable –le respondió Francisco, cuya tristeza
era patente.
– Anda, hijo –le dijo Teodoro–, sigue leyendo.
Pero Francisco tenía un nudo en la garganta y no pudo seguir.
– No puedo, tío. Hágame usted el favor de hacerlo por mí.
No hay época tan azarosa y trágica –continuó leyendo Teodoro– que
no tenga algún episodio que permita al corazón respirar. Así sucedió
la tarde del día uno de agosto, cuando el Hermano Gazcón se disponía
a abandonar la casa vestido de paisano. Qué tuno de las almadrabas,

167
Vida del Padre Tejero

qué pillastrón de la Macarena, ni que alumno del matadero podría


compararse con aquella fachilla de prendas de tan distinto linaje.
Un sombrerillo redondo de ala enroscada, a lo curro, se le hundía
hasta los ojos; una calesera jaquetona, con señales visibles de haber
rodado por todos los muladares, vestía su cuerpo casi hasta las corvas,
pero con tal aire y tal majeza que por cubrir mejor los secretos de la
espalda, dejaba ver por el pecho las ruinas de un chaleco sin botones
y en el cuello unas tirillas que podrían poner espanto a las de un
gallego el día del Corpus.
Unos pantalones raídos, anchísimos, desechos tal vez de algún
Monsalve, y unas malas zapatillas concluían aquel galano uniforme;
conseguido, según todas las trazas, por el figurín de Rinconete y
Cortadillo. Seguro que cuando salió de la casa más de uno agarró
con fuerza la cartera para que no se la robaran.
¡El pobre Hermano Gazcón, que no es capaz de matar una mosca!
Finalmente fuimos expulsados el día 4 de agosto. El edificio de nuestra
casa lo han ocupado en cuartel de caballería; pero parece que
particularmente a nosotros, nos han dejado tranquilos. Han expoliado
nuestra casa e iglesia, y los libros se los han llevado a la Universidad;
pero tengo oído que el bibliotecario, perro viejo en el oficio, los ha
dejado en sus cajas pensando que, si cambia la política, le será más
fácil devolvérnoslos.
Nosotros no vemos que esto pueda cambiar tan fácilmente. Nos
hemos ido a una casa en la calle de la Bolsa número 3. Puedes venir
aquí cuando vayas a comenzar el curso. Pero ya sabes que eres libre
de venir con nosotros o de elegir otro lugar.
– ¡¿Cómo voy a elegir otro lugar?! –dijo exaltado Francisco– ¡Soy un Padre
del Oratorio!
– Pero hijo –intervino su tío–, el Oratorio ha sido suprimido; ya no te une
ningún compromiso con él. Si quieres puedes quedarte en casa, y ocupar la
capellanía de la parroquia de la que eres titular; o puedes ir a Sevilla a estudiar
y parar en casa de Marcos, como hicieras al comienzo de tus estudios.
– No, tío, mi compromiso no depende de los políticos de turno. Mis hermanos
viven juntos y yo voy a ir con ellos en cuanto comience el mes de septiembre;
como nos dijo el Padre Prepósito antes de que partiéramos en junio.

168
Capítulo Octavo

ORATORIANOS SIN ORATORIO


1855: DON LEONARDO
Hasta don Leonardo, el párroco de San Roque, habían llegado ya comentarios
sobre el joven Padre Tejero. Muchos de sus feligreses le habían hablado de
él. Este cura ‘se pasea todos los domingos por el barrio’, ‘se preocupa por
la salud y los problemas de la gente’, ‘no le importa cómo sea el corral, si
alguien le dice que pase a su casa lo hace’, ‘siempre va rodeado de chiquillos’,
además, ‘le gusta sentarse a hablar con las abuelas en los patios’, ‘no le
importa que algunos le insulten, a la vez siguiente que se los encuentra, les
saluda como si no hubiera pasado nada’, ‘de vez en cuando, trae cosas que
vienen muy bien’ y, para colmo, ‘se ha camelado a todas las caseras’.
Don Leonardo había recibido ya a algunos que eran enviados por el padre
Tejero para que los confesara, o para que los casara, o para…
Pero él aún no conocía personalmente al padre Tejero, que en las cosas de
iglesia no se metía.
La verdad, le resultaba extraño ese ‘sacerdote fantasma’ que aparecía los
domingos por la tarde, daba un paseo por el barrio y luego desaparecía hasta
el siguiente domingo. Le habría gustado poder contar con él el verano anterior,
cuando la peste. Su parroquia era pobre y sin sacerdotes; y, para colmo, el
sacristán estaba más fuera que dentro. Por mucho que don Leonardo se lo
había dicho, no había manera. Incluso algunos de los apestados habían
muerto sin auxilio espiritual, porque el sacristán no acudía a sus obligaciones.
Después del verano de la epidemia había venido un invierno de lluvias. Y
ahora, para colmo,… riada. Menos mal que el nuevo sacristán, aunque
tampoco es que fuera un dechado de virtudes, de momento iba cumpliendo
con sus obligaciones.
Como otros domingos, cuando las aguas cubrían el barrio, don Leonardo
había sacado al porche de la iglesia el altar portátil que permitía a los vecinos
escuchar misa desde las ventanas y azoteas de las casas inundadas.
Había dejado de llover, pero el barro aún anegaba las calles. Al acabar la
misa, los vecinos comenzaron las tareas de limpiar el barro de sus casas y
sacar a la calle los muebles mojados, para que el breve sol que, de tanto en
tanto, aparecía detrás de las nubes, los fuera secando y pudieran volver a
utilizarlos.
······························

169
Vida del Padre Tejero

– ¿Se puede?
– Sí, pase.
Contestó el buen párroco, mientras terminaba de colocar en sus estantes los
libros de bautismos y defunciones, que acababa de completar. Tomó unos
papeles de otro estante y al volverse vio que ante él no estaba, como había
supuesto, un joven que venía a pedirle un trabajo, sino un sacerdote.
Al verle el ojo izquierdo se sorprendió. ‘El sacerdote fantasma’ pensó. Las
chismosas del barrio, que en San Roque abundaban como en toda Sevilla,
le habían contado que ‘el cura tiene un ojo a la virulé’. Así pues, se trataba
de…
– ¿El Padre Tejero?, supongo.
Francisco, que le vio mirar su ojo, comprendió que lo había reconocido por
él.
– Sí, Padre. Buenos días. ¿Tiene un momento? –dijo.
– Muy buenos días. ¡Claro que tengo un momento!, y dos si hacen falta –le
respondió–. Ya estaba yo deseando conocerle en persona. He oído hablar
mucho de usted.
Francisco sonrió, pensando que el barrio era como Fuentes, cuando uno
entraba por una punta ya lo sabían en la otra.
– Las noticias vuelan.
– Sobre todo cuando un cura joven pasea todos los domingos por un barrio
y habla con todos, y manda a la gente a la parroquia y no va a ver al cura.
Lo decía sin resentimiento. Le había caído bien aquel joven del ‘ojo a la
virulé’.
– ¿Sabe usted cómo le llamaba yo?
– ¿Cómo? –preguntó Francisco.
– ‘El sacerdote fantasma’.
El joven se echó a reír y el párroco continuó.
– Algunos de mis parroquianos han empezado a llamarle “el cura de los
corrales”.

170
Apóstol de Sevilla

– Creo que eso me gusta más.


– Bueno, Padre, estoy encantado de conocerle. Usted me dirá.
Invitó al joven padre Tejero a sentarse y después hizo él lo mismo, dispuesto
a escuchar. Francisco comenzó:
– Lo primero que tengo que hacer es pedirle disculpas por haber sido ‘el cura
fantasma’, por no haberme pasado por la parroquia. Pero todo tiene sus
porqués en esta vida.
– Soy todo oídos.
Francisco le habló de sus inquietudes apostólicas y de la prohibición, mejor
dicho, de la recomendación que le habían hecho sus superiores del Oratorio,
a los que debía obediencia, de no ejercer su apostolado en los arrabales,
por los peligros políticos que éstos encerraban.
– Pero San Roque no está politizado, simplemente es pobre –dijo el párroco.
– Eso lo sabemos usted y yo, Padre –respondió Francisco–, pero cuando se
vive en el Oratorio es difícil conocer los barrios de Sevilla.
– Entonces, ahora viene –dijo don Leonardo– porque el Oratorio de San
Felipe ha sido suprimido y ya tiene libertad para hacer lo que quiera. ¿Me
equivoco?
– Sólo en la mitad –le respondió el padre Tejero.
– ¿¿??
– Sí, Padre. Está usted en lo cierto al decir que el Oratorio ha sido suprimido
por la revolución. Pero yerra en lo demás.
– Pues,… usted me dirá.
– Verá… Los padres del Oratorio, expulsados, seguimos viviendo en
comunidad. Hemos alquilado dos casas. En una está el Padre José María
Alonso, del que imagino habrá usted oído hablar.
– Sí, el Padre Alonsito. Lo conozco. Muy buen sacerdote.
– Él está con unos cuantos padres; y en otra casa, en la calle Espíritu Santo
22, está el Padre Crespo, Decano de la Congregación.
– También lo conozco. Creo que al único que no conocía era a usted. –Rió

171
Vida del Padre Tejero

el párroco.
– Bueno, pues en Espíritu Santo estoy yo. Ahí tiene usted su casa.
– Gracias.
– El caso es –siguió Francisco–, que aunque la iglesia de San Felipe sigue
abierta al culto, y los padres continuamos atendiéndola; al no poder tener los
ejercicios de piedad propios del Oratorio, las tardes me quedan más libres;
y ahora, como tenemos más libertad de movimientos, el Padre Crespo me
ha autorizado a venir a colaborar con usted en la parroquia, si le parece,
dando catequesis los domingos por la tarde…
– ¡Vaya si me parece! –dijo don Leonardo exultante–. ¡Vaya si me parece!
¿Cómo no me va a parecer?
De pronto guardó silencio. Había encontrado un ‘pero’ al asunto.
– Lo malo es que… –comenzó a decir, y a Francisco se le cambió la cara.
– ¿No puede ser? –preguntó ansioso.
– Verá: la dotación de esta parroquia no da para pagar dos sacerdotes. Es
cierto que yo necesitaba un sacristán, incluso le había pedido al señor
Arzobispo que me mandara uno que fuera sacerdote. Pero ahora ya tengo
sacristán.
– Sí, lo he visto en alguna ocasión –dijo Francisco preocupado.
– No es que sea nada del otro mundo. Pero no puedo quitarle su asignación
para dársela a usted.
La cara de alivio que puso Francisco desconcertó al párroco. Esa era la
reacción que menos esperaba. Si no hay dinero… no puede haber colaboración;
pero no era por ahí por donde iban los tiros. Don Leonardo comprendió que
el padre Tejero no iba nunca a dejar de sorprenderle.
– ¡No, Padre!, por eso no se preocupe; que no vengo por la congrua. Yo
tengo mi propia congrua; además, los padres del Oratorio seguimos
compartiendo los bienes de que disponemos. Sólo quiero colaborar, sin más
interés que ayudarle a traer el Evangelio a este barrio.
– ¡Santo Crucifijo! ¡Bendito seas que has escuchado mis súplicas! –exclamó
lleno de alegría don Leonardo–. Padre Tejero, sea muy bienvenido a mi
parroquia, a su parroquia.

172
Apóstol de Sevilla

"Cristo de San Agustín de la Parroquia de San Roque".

Se levantó y le dio un abrazo, con el que, de algún modo, sellaron el contrato


apostólico que comenzarían desde ese momento. Los dos estaban felices.
······························
Don Leonardo lo había dicho en las misas; los domingos por la tarde habría
catequesis en la parroquia. La daría el padre Tejero.
Habían pasado varios domingos, y no había acudido nadie. Francisco estaba
francamente triste; había acudido puntualmente, se había quedado sentado
en el último banco de la iglesia, esperando. Pero nadie entraba.
Había salido a la puerta, había medido la nave de la iglesia a grandes
zancadas, se había arrodillado ante el Santo Crucifijo y le había preguntado.
Don Leonardo le miraba con cierta pena. Él tampoco esperaba que no viniera
nadie. Sus parroquianos conocían al Padre Tejero de haberlo visto por los
corrales.

173
Vida del Padre Tejero

– Padre Tejero, no desespere usted –le había dicho–. Todavía puede venir
alguien.
Finalmente, cuando casi había pasado el tiempo con el que Francisco contaba
para las catequesis, apareció una mujer mayor, de las que siempre acudían
a Misa…
‘Bueno –pensó Francisco–, menos da una piedra’; pero, en ese momento,
la señora habló:
– ¿Don Leonardo? –dijo mirando al padre Tejero, desconcertada por no
encontrar al Párroco.
– Dentro, Señora, en la sacristía. ¿Quiere que le avise? –respondió él.
– No, Padre, no se preocupe, yo misma voy. Es que… tenía que decirle una
cosa que se me olvidó en la confesión.
– Pues pase, Señora, pase…
Así habían trascurrido varios domingos. Él había dicho a las caseras de los
corrales que se lo dijeran a sus inquilinos, les había dicho a los niños, a las
mujeres… pero nada; lo único que conseguía era que le dijeran que estaban
ocupados, que tenían que buscarse las habichuelas, que no iban a ir medio
desnudos a la iglesia, que seguro que el párroco les echaba de allí.
Francisco se decidió a hablar con el párroco.
– Don Leonardo, que si no vienen, habrá que ir a buscarlos… ¡Digo yo!, ¿no
le parece?
Don Leonardo, que ya conocía un poco al impetuoso padre Tejero, sonrió y
le respondió:
– Y, ¿cree usted, Padre, que los va a poder traer?
– No, padre, si ya he intentado traerlos, y… ¡como no sea con una escopeta…!
A lo que me refiero es que si ellos no vienen a catequesis, yo podría llevarles
la catequesis a ellos. He comprendido que tienen sus razones, que si están
todo el día trabajando, cuando llegan a casa lo que menos les apetece es
venir aquí. Además, hay muchos que no tienen ni siquiera ropa que ponerse.
Van raídos y sucios. Yo sé que usted es un buen párroco, pero también es
cierto que a la casa de Dios hay que venir un poco decentemente vestidos.
¡Y ellos no pueden!

174
Apóstol de Sevilla

Francisco miraba expectante al buen párroco, que le había visto sentirse


impotente ante la falta de catecúmenos.
Don Leonardo no sabía a ciencia cierta si lo que iba a decir era una locura,
pero hacía ya tiempo que había comprendido que los caminos de Dios no
siempre van por los cauces de la ‘normalidad’. Así que, a él le correspondía
dar aquel paso en bien de la salud espiritual de los vecinos de San Roque.
Los segundos que tardó en hablar le parecieron siglos a Francisco, que le
miraba fijamente, ansioso de recibir una respuesta afirmativa. Pero lo que
recibió fue un ‘ni sí, ni no’.
– Y, ¿cómo piensa hacerlo?, ¿cómo va a llevarles la catequesis a los corrales?,
¿no cree que le recibirán a pedradas?...
Pero Francisco no se amilanó. Más bien al contrario, las palabras del párroco
le parecieron un maravilloso… ‘Si quieres… prueba.’
– No sé, Don Leonardo –dijo entusiasmado–, no sé cómo voy a hacerlo;
pero, si usted no tiene inconveniente, el domingo que viene, en lugar de venir
aquí, iré al Corral del Conde y probaré; como hicieron los apóstoles y los
primeros discípulos, que iban predicando por calles y plazas; sólo que yo lo
haré en los corrales.
······························
– ¡Padre Tejero!, aquí hay unas señoras que preguntan por usted.
Francisco se asomó a la ventana de su cuarto, que daba al patio, y dijo:
– Haga usted el favor de decirles que esperen un momento, que ya mismo
bajo.
Cuando se acercó al zaguán, vio que tres jóvenes y una señora de mediana
edad le esperaban allí.
– Pasen, por favor –les dijo–, vamos a sentarnos, y me dicen ustedes lo que
desean.
Francisco no las conocía; así que la mayor hizo las presentaciones.
– Perdone, Padre, que le molestemos –dijo ésta–. Somos las camareras de
Hermandad y Cofradía del Santo Crucifijo y Nuestra Señora de Gracia.
– Esa es la del Cristo de San Agustín, que está en la parroquia de San Roque,
¿no? –dijo el padre.

175
Vida del Padre Tejero

– Sí, Padre, desde que el gobierno incautó el convento de San Agustín para
convertirlo en presidio.
– Y... ¿se llaman?
– Yo soy Josefa Moya y éstas son María Dolores Pinto y las dos hermanas
Reinoso, Antonia y María Teresa –le respondieron.
– Ustedes dirán lo que desean de mí.
María Dolores, que rondaría los veintidós años, fue la que habló.
– Mire, Padre, hace tiempo que venimos comentando la gran labor que usted
hace por los corrales, dando catequesis a los niños, repartiendo comida y
todo eso. Yo vivo en la calle Ancha de San Roque y le he visto a usted, en
varias ocasiones, cuando ha ido por las calles. Además, todas las vecinas
lo comentan.
– Gracias –es usted muy amable, dijo el padre–, pero, no creo que eso sea
el motivo de su visita.
María Teresa, la pequeña de las dos hermanas, que tendría cerca de diecinueve
años, y parecía la más inquieta, intervino:
– Sí, Padre, ese es el motivo. Nosotras somos camareras del Cristo de San
Agustín y de nuestra Señora de Gracia y una de nuestras preocupaciones
ha sido siempre el hacer el bien a los demás; pero, comprenda usted que el
ser mujeres nos limita mucho. Por eso, habíamos pensado que si usted
quiere...
Su hermana finalizó la frase.
– Podríamos nosotras también acudir a los corrales a dar catequesis. Así su
labor sería más amplia. Todas sabemos leer y escribir y conocemos bien el
catecismo.
Josefa fue la que continuó.
– Es verdad que no sabemos explicarlo tan bien como hemos oído que usted
lo hace, pero estamos seguras de que, con poco esfuerzo, usted nos podría
enseñar a hacerlo...
– Y así – terminó el padre Tejero– , sería una catequesis en cadena. Si no
he entendido mal, me están ofreciendo la posibilidad de que yo les dé
catequesis a ustedes, y ustedes la den por los corrales. ¿Es así?

176
Apóstol de Sevilla

– Sí, Padre – dijo María Dolores– , así es. Además, tenemos algunas amigas
que se podrían unir a nosotras. Seríamos más y podríamos llegar a más
sitios.
Francisco no daba crédito a lo que sus oídos estaban escuchando. Sus
catequesis se podían multiplicar por cuatro, o por más, si se unían más
jóvenes.
– Esto sí que es un regalo –respondió–, y aún faltan meses para mi
cumpleaños. De todos modos, se lo acepto encantado; pero antes tendré
que consultarlo con el Padre Prepósito y con el Párroco.
– Por Don Leonardo no se preocupe –saltó rápida María Teresa–. Él es
quien nos ha enviado a usted.
– Bien, entonces sólo lo tengo que consultar con el Padre Prepósito, o...
¿también han hablado con él? –dijo riendo.
– No, Padre –le contestó Josefa muy seria– . No sabemos quién es el Padre
Prepósito.
– Era broma, mujer. Bueno, no se preocupen por él. No creo que ponga
impedimento, es muy buen sacerdote. De todos modos, denme una semana.
El domingo que viene yo digo la misa de diez en San Roque. Después les
espero en la sacristía. ¿De acuerdo?
– Sí, allí estaremos – dijeron las cuatro a la vez.
– Muchas gracias, Padre, muchas gracias.
– Gracias a ustedes. Que Dios bendiga su buen corazón y sus buenas
intenciones.
VERANO DE 1856: LA RESTAURACIÓN
La mesa llena de libros y la cama repleta de papeles rodeaban al padre
Tejero, que hacía una lista, repasando mentalmente las catequistas que
colaboraban en la parroquia de San Roque.
Aunque estaba en Fuentes pasando el verano, le resultaba imposible olvidarse
del tremendo lío que había montado en torno a la “miserable parroquia de
San Roque”. Ahora eran más de veinte las catequistas que acudían por los
corrales y que se reunían los jueves por la tarde en la parroquia.
Menos mal que don Leonardo era un buenazo y estaba encantado con el

177
Vida del Padre Tejero

‘revuelo de faldas’ que, catecismo en mano, había invadido su parroquia.


– En el Barrezuelo Doña Josefa Moya, Ana, la que vive en las Siete Revueltas,
y María Dolores Pinto, que vive en calle Ancha ocho. Las dos hermanas del
Padre Molina en los corrales del Barrezuelo; también las hermanas Reinoso
y Rosario Muñoz...
En esto, entró su tía Catalina con una carta en la mano.
1
– De tus curas –dijo–. Y... ¡fíjate!, han puesto remitente.
Francisco, extrañado, miró el remite y gritó:
– ¡Dios mío! ¡Están en San Felipe otra vez!
La abrió a toda prisa y leyó la buena nueva que ya había anticipado el remite:
el restablecimiento de la Congregación del Oratorio y la devolución total de
su casa e iglesia. Así se lo contó a su tía, diciendo:
– ¡Ya era hora!, que llevamos dos años reclamando ante la Reina, porque
la usurpación del Oratorio ha sido ilegal y ningún otro Oratorio de España ha
sido molestado, más que el de Sevilla.
Continuó explicándole a su tía lo que decía la carta:
– Dice que el Gobernador eclesiástico quiere que en septiembre se den ya
los ejercicios espirituales a los sacerdotes en nuestra casa. Menos mal que
yo me vuelvo mañana. Así podré echarles una mano, que ahora están muy
pocos padres en Sevilla.
– Y, ahora ¿tendrás que dejar tus corrales? –le preguntó ella.
– Espero que no –respondió–. ¡Con la que hay montada! El Padre Crespo
me apoya en todo. ¡Claro!, que ahora me imagino que elegiremos nuevo
Prepósito. Tendré que volver a consultarlo. Dios quiera que me sigan dejando.
Mira qué lista de catequistas tengo ya.
Enseñó a su tía el papel que estaba escribiendo. Y ésta, después de leer
algún que otro nombre, le preguntó:
– ¿Qué es eso que pones de "Repartidoras"?

1 Hasta bien entrado el siglo XX prácticamente todas las cartas iban sin remite, tan sólo la dirección. A
veces, incluso sólo el nombre de la persona y el del pueblo o ciudad..

178
Apóstol de Sevilla

– Son señoras que no saben leer o no se sienten capaces de dar catequesis.


Se encargan de recoger las donaciones que hace la gente y repartirlas entre
los más necesitados.
– Veo que has montado ‘todo un negocio de caridad’.
– Hago lo que puedo, tía. Muy poco para lo que hace falta… pero mucho
para los que no tienen nada. Por cierto, creo que me ibas a preparar un
paquete...
– ¡Qué pillastre eres!
······························
– Señor don Francisco de Astorga. Punto y aparte.
La cara del ya anciano padre Crespo irradiaba felicidad mientras dictaba la
carta que completaba la restauración de la Congregación a su estado primitivo.
– La Casa de Ejercicios está corriente para que se queden dentro los
Ejercitantes, habiendo hecho un esfuerzo extraordinario el Padre Alonso, en
atención a lo que dijo el señor Gobernador que era preciso tenerla dispuesta
para estos ejercicios, pero habiendo tenido tantas pérdidas la Casa, no se
puede hacer gracia alguna, siendo indispensable que todos paguen sus
alimentos.
– ¿Eso también lo va a poner usted, Padre? –dijo el joven Juan, que ejercía
de amanuense del prepósito–. ¿No le da un poco de vergüenza?
– ¿Vergüenza? ¡Ninguna! –respondió el sacerdote–. La verdad es la verdad;
y si admitimos a los sacerdotes sin cobrarles, podemos ir pensando en cerrar
la Casa de Ejercicios y la nuestra también. De todos modos, para que no te
quedes tú con nada, vamos a ponerle también que el párroco de Santiago
va a venir de ‘externo’ porque tiene el Jubileo en su parroquia y no le vamos
a cobrar.
– Y, ¿eso se puede hacer?
– Digo yo, jovencito, que mejor eso que nada. ¿No te parece?
– Mirándolo así…
En ese momento entró el Padre Naranjo.
– ¿Se puede?

179
Vida del Padre Tejero

– Dígame, Padre –le dijo el Prepósito.


– El padre Tejero acaba de llegar. No quiere contar nada, pero trae una
brecha en la frente. ¡Si ya digo yo que esa aventura de los corrales es una
locura!
Bajaron todos a la enfermería, donde encontraron a Francisco, con el hermano
enfermero, que le aplicaba un poco de árnica en la herida
– ¿Qué ha pasado? –preguntó el padre Crespo.
– Nada, Padre, de verdad. Que los niños estaban jugando a bandas y a mí
se me ha ocurrido pasar por donde iba la piedra del mejor de los tiradores.
De verdad, que no ha pasado nada más. Lo que pasa es que como después
tenía que dar la catequesis, pues la madre del chico quería curarme, y tuve
que entrar a su casa; y… como esas casas no tienen luz, pues no me dí
cuenta de que había un estante justo a la altura de la herida. ¡Vamos!, que
he tenido un día completito. Tenía que ver usted lo que se reían los chiquillos
cuando su amigo les contaba el golpe que me dí en su casa. Al final he salido
ganando, porque les he hecho prometer que van a ir a la catequesis todas
las semanas.
– Eso es una locura. Seguro que ahora se le infecta la herida –dijo el padre
Naranjo–. Y por hacerse el bueno, va a salir trasquilado. Si lo digo yo. Eso
es una locura.
– Usted lo que tenía que hacer era acompañarme el próximo día. Así vería
la locura directamente y podría hablar con conocimiento de causa.
– Creo que es buena la idea –dijo el padre Crespo, intentando suavizar la
tensión–. Podríamos acompañarte alguno de nosotros de vez en cuando.
Pero no creo que se pueda obligar a nadie.
– Usted sabe, Padre –se defendió Francisco–, que el Padre Cayetano
Fernández vino en varias ocasiones conmigo, antes de irse al extranjero, y
siempre decía que ojalá él fuera capaz de hacer algo así. Aunque a mí me
parece que yo he elegido la parte mejor. Porque a la gente sencilla es más
fácil explicarle el Catecismo que a la gente importante. Y a él le ha tocado
codearse con los importantes.
– Yo lo que siento –dijo el Padre Naranjo–, es que no esté entre nosotros,
para poner un poco de freno a esos aires de misionero que te das; que parece
que te crees que estás en las Indias y no en la católica España.

180
Capítulo Noveno

EL CURA DE LOS CORRALES

Acababa de llover y había salido el sol. El padre Tejero, que había dejado
de ser simplemente Francisco hacía mucho tiempo, caminaba despacio por
la calle Santiago camino de San Roque. Iba temprano por primera vez en
mucho tiempo, así que se tomó el camino con calma, dispuesto a saborear
los olores y colores de esa tarde primaveral. El perfume del azahar de los
árboles de la plaza de los Terceros aún le acompañaba.
¡Cuánto hacía que no disfrutaba de un paseo tranquilo por esa Sevilla que
tanto había llegado a amar! No sabía si algún día llegaría a ser el apóstol
que predijera el padre De la Carrera. La verdad es que casi se había olvidado
de aquella profecía. Tan ocupado como estaba últimamente, hasta había
dejado de imaginarse a sí mismo.
Ahora en su mente había libros, no en vano obtendría –Dios mediante– su
licencia en Teología el próximo septiembre.
También había caras, muchas caras; había rostros limpios y arreglados, caras
sucias y despeinadas y, sobre todo, ojos. ¿Sería por su ojo enfermo por lo
que se fijaba tanto en los ojos de quienes le rodeaban? No, al padre Tejero
le gustaba mirar a los ojos porque los ojos le hablaban.
Sabía que no debía mirar fijamente a los ojos. Era de mala educación;
además, siendo él sacerdote, siempre se podía interpretar mal. Pero desde
pequeño le habían hablado los ojos. Varias veces le habían advertido que
no debía hacerlo; y, aún así, siempre terminaba cayendo.
Así que hacía tiempo había comenzado a practicar un modo disimulado en
su ‘método de lectura del alma’, como Cayetano y él decían.
– La mirada lo dice todo –afirmaba Cayetano–. Cuando yo estaba en los
tribunales, en seguida sabía si alguien mentía.
– Además, en la mirada se ve el alma –le respondía siempre Francisco.
– No exageres, hombre.
– ¡Que sí, Cayetano!, que sí. Que me lo enseñó mi padre. Además, la mirada
es la que da autoridad. Si no, fíjate en el Padre Sánchez-Cid. Da igual lo
lejos que estés de él, con la mirada te atraviesa.
Siempre terminaban riéndose de lo serio que era el padre Prepósito, y

181
Vida del Padre Tejero

Francisco le decía a Cayetano que tuviera cuidado, que si no, él iba a terminar
siendo igual de serio. Pero entonces eran otros tiempos, ¡qué lejos se habían
quedado aquellos primeros años de noviciado!
– ¡Padre Tejero!, ¡Padre Tejero! –comenzaron a gritarle desde el fondo de
la calle.
Pero él iba tan ensimismado en sus pensamientos que no se dio cuenta hasta
que le rodeó el grupo de niños que le llamaba.
– ¿Qué pasa chiquillos? –les dijo, viendo la cara de susto que traían.
– Que la madre del Luisiyo se muere, señor cura –dijo el más grande.
– Pero si tu madre estaba buena el domingo pasado –contestó él, dirigiéndose
al pequeño Luis, que apenas tendría cuatro años, y que iba llorando a moco
tendido–, ¿se le ha adelantado el parto?
– No, señor cura –dijo otro–, ¡que su padre es un bestia!
– ¡Otra vez!, ¡otra vez!, ¡vaya por Dios! –dijo el padre Tejero–. Y, ¿le ha
hecho mucho daño?, ¿habéis avisado al médico?
– No, padre, no tienen dinero.
– ¡Anda, vamos!, no perdamos el tiempo.
Francisco echó a andar hacia el número 25 de la calle, en la que se encontraba
el tristemente famoso Corral del Conde.
A la entrada vio a Teresa, la casera, con su traje alto, como las manolas; sus
1
limpias medias y sus escarpines muy recortados. Llevaba el pelo recogido
detrás de la oreja y al cuello su siempre impoluto pañuelo de percal color de
punzón.
– Señora Teresa –le dijo el padre Tejero sin darle tiempo para que le contara
su versión, que podía ser larga–, hágame el favor de mandar recado de mi
parte a casa del Doctor Rodríguez, para que venga cuanto antes.
– Pero no tienen con qué pagarle –respondió rápida la casera–, a mí ya me
deben dos semanas; bien sabe Dios que no les he echado ya por estar ella
preñada. Pero tenía que haberlo hecho. ¡Mire usted cómo me lo pagan!, si
es que no puede una ser buena con nadie…
1 Escarpín: Calzado interior de estambre u otra materia, para abrigo del pie, y que se coloca encima de
la media o del calcetín. (Diccionario RAE)

182
Apóstol de Sevilla

El padre Tejero le interrumpió.


– Usted no se preocupe por el pago, hágame usted ese favorcito a mí, que
sabe que la tengo presente yo a usted todos los días en la santa misa.
Francisco sabía cómo halagar a Teresa, que sólo temía ir al infierno, ‘porque
con esta gente no se puede ser buena, Padre’…
Sin darle tiempo a decir una sola palabra más, el sacerdote pasó adelante
y subió la escalera de madera que conducía a la galería del primer piso. La
puerta de la habitación donde vivían los padres de Luisiyo estaba abierta y
1
tenía la cortina sujeta, con una cuerda, en una puntilla que había en una de
las jambas, para que entrara algo de luz.
Sentado junto a la puerta, con la cabeza entre los brazos, y sollozando como
un chiquillo, estaba Manuel, el padre del niño.
Francisco no le dijo nada, sino que pasó directamente adentro.
Le costó acostumbrarse a la oscuridad de la habitación, en la que todo el
mobiliario consistía en un catre con jergón de paja y una cuna en la que aún
dormía Luisiyo, a pesar de tener ya cuatro años, con su hermana de dos.
También había una mesa con dos sillas y un arcón que contenía todos los
2
tesoros de la familia. En una pequeña alacena de madera había dos tallas
y tres vasos, uno de ellos roto. Una olla de barro, una tinaja para el agua y
tres platos de metal completaban el menaje de la familia; que ni tan siquiera
tenía cocina, utilizando una de las que, para uso común, había en el patio.
Una lámina de san Antonio en la pared completaba el adorno de aquel
pequeño cuchitril.
Sobre la cama, toda ensangrentada, estaba Luisa, hija de campesinos que
había venido a la ciudad siguiendo a su novio, Manuel, que ya le había ‘hecho
un hijo’ y le había prometido que, si se iba con él a Sevilla, ‘encontraría un
trabajo y la tendría como una reina’.
Con ella estaban dos de las vecinas del corral, que la estaban atendiendo
lo mejor que podían.

1 Puntilla: Instrumento en forma de cuchillo sin mango, con punta redonda, empleado para trazar sobre
la madera y hacer embutidos en ella. (Diccionario RAE). También se utiliza como sinónimo de clavo
o alcayata.
2 Tallas: Jarras de vidrio verde, para el invierno, y de barro o cerámica para mantener fresca el agua en

verano. (Diccionario RAE)

183
Vida del Padre Tejero

– ¡Menos mal que ha venido, Padre!, que la Luisa se nos va.


Francisco les dijo que salieran un momento; y que sólo le interrumpieran si
venía el médico, que ya debía estar al llegar.
Las dos mujeres salieron y Francisco, después de encender una bujía, cerró
la puerta, para que nadie pudiera escuchar la conversación. Tras colocarse
la litúrgica estola, que siempre llevaba en el bolsillo de la sotana, se sentó
junto a la cama, dispuesto a escuchar la confesión de la mujer.
Con esfuerzo, casi sin voz en su garganta, Luisa fue desgranando ante el
sacerdote los más negros episodios de una vida en la que los sufrimientos
habían sido más que las alegrías.
Unos golpes en la puerta anunciaron la llegada del médico.
– Pase, Don Fernando.
– Buenas tardes, Padre Tejero. Buenas tardes, Señora…
– Luisa, le dijo una de las mujeres que habían entrado tras él.
– Gracias. Bien, Luisa, vamos a hacerle un reconocimiento…
Francisco salió, mientras el médico atendía a la mujer, y se quedó de pie
junto a Manuel, que seguía sollozando. Cuando éste se dio cuenta de que
el sacerdote estaba a su lado, se levantó y le hizo señas para que se sentara.
– No, Manuel, gracias –dijo él.
Y, mirándole a los ojos le preguntó:
– ¿Por qué ha sido esta vez?
– Los celos, Padre, los celos que me matan –respondió el hombre.
– ¿Qué te matan?, más bien habría que decir que matan a tu mujer, ¿no?
– Pero yo no quería, Padre, lo que pasa es que ayer…
Dejó la frase sin terminar. Pero Francisco conocía de sobra la cantinela que
venía detrás.
El mes de abril para él suponía olor de azahar, sol, luz; pero con abril venía
la feria; y con la feria las borracheras y muchas más cosas.
No era que sin feria no hubiera borracheras, que si algo había en Sevilla era

184
Apóstol de Sevilla

tabernas, sino que el sábado de feria siempre era especial. Lo que Francisco
no terminaba de entender era de dónde sacaban aquellas gentes los dineros
para vino, cuando no tenían para pagar la casa o dar de comer a sus hijos.
– Lo que pasa –dijo Francisco completando la frase–, es que ayer era
dieciocho de abril. ¿Verdad?
– Pero yo no quería, Padre, lo que pasa es que anoche me dijeron mis
compadres que habían visto a mi Luisa hablando con un hombre.
Francisco sintió cómo toda la rabia del mundo le subía como un calambre
que comenzara en los pies. Apretó las manos con fuerza, porque sabía que
era capaz de darle un bofetón. Si había algo que no podía soportar de los
habitantes de los corrales sevillanos era lo celosos que eran. Eso no lo había
él visto en su pueblo. Allí los maridos respetaban a sus mujeres y se fiaban
de ellas.
Sintió que la ira le salía por la boca e intentó controlarla, pero era superior
a sus fuerzas. Esa noche tendría que confesarse.
– Lo que pasa, lo que pasa… –dijo, sintiendo que lo que decía le quemaba
dentro y le quemaba la boca mientras lo pronunciaba.
Sabía que se iba a arrepentir después de haberlo dicho,… pero lo dijo.
– Yo te voy a decir lo que pasa, Manuel. Lo que pasa es que no eres lo
suficiente hombre como para respetar a tu mujer. Lo que pasa es que eres
un cobarde y no has sido capaz de hacerte dueño de las riendas de tu vida.
Lo que pasa es que ahora va a morir tu mujer y el hijo que espera, porque
tú no eres capaz de controlarte. Lo que pasa es que tú vas a ir a la cárcel,
y tus hijos... ¡Dios sabe dónde van a ir a parar!..
Manuel cayó sobre la silla, llorando ya como un niño y pegándose puñetazos
en la cabeza. Francisco comprendió que había sido demasiado duro con él.
Pero, por dentro, algo le decía que más duro había sido él con su mujer.
– ¡No!, ¡no!, ¡no! –gritaba, sin dejar de darse golpes.
A los gritos del hombre, todos los vecinos del corral se habían asomado a
enterarse de lo que sucedía. Los que estaban en el patio miraban hacia
arriba, y de la infinidad de puertas que daban a las galerías habían ido
saliendo los vecinos. Aquello no sonaba a pelea. Unos preguntaban a otros.
– El Manuel, que se ha peleado con el cura –decía uno.

185
Vida del Padre Tejero

– ¿También con el cura? –preguntaba otro.


– No, que su mujer se ha muerto –añadía un tercero.
– No me extraña que la haya matado, si es un bestia, y ayer se pilló una
buena…
Los corrillos y murmullos eran cada vez más numerosos. Así que Francisco
se asomó a la barandilla y gritó:
– ¡Cada mochuelo a su olivo!, ¡que Luisa necesita silencio! Os prometo que
cuando el doctor y yo nos vayamos podréis chismorrear a gusto. Ahora,
hacednos el favor de ir cada uno a lo vuestro.
Como por ensalmo, los corrillos se fueron dispersando y cada cual fue
volviendo a su tarea.
Él tomó a Manuel del brazo, lo puso de pie frente a él y, mirándole de nuevo
a los ojos, le dijo:
– Todas las cosas tienen que tener un punto y final. A ver si éste es el de tu
cólera. De todos modos, Luisa aún no ha muerto; y si algún médico puede
salvarla es Don Fernando Rodríguez.
Hizo un silencio y después continuó hablando con el hombre, que parecía
haberse quedado en estado catatónico, totalmente rígido y sin brillo en los
ojos, aunque los tenía abiertos.
En eso se asomó el médico.
– Padre, van a hacer falta algunas medicinas. ¿Tiene por aquí alguien de
confianza que podamos enviar por ellas?
– Sí, Doctor. Manuel va a ir por ellas –le respondió–. ¿Verdad, Manuel?
– ¿Se va a curar? –dijo con un destello de vida en sus ojos–. Voy por las
medicinas hasta el fin del mundo si hace falta.
– Con que vayas a la botica de la plaza de San Marcos es suficiente. Dices
a Doña María que vas de mi parte, que yo le pagaré mañana, y le das esta
nota. Ten mucho cuidado a la vuelta, no se te vaya a caer nada.
– La tendré, Señor Doctor, no se preocupe, me va la vida en ello.
– Y la eterna también –murmuró Francisco por lo bajo, cuando ya el hombre
había salido corriendo escaleras abajo.

186
Apóstol de Sevilla

– ¡Vaya amistades tiene usted, Padre! –dijo el médico cuando los dos se
quedaron solos–. Había oído algo… pero veo que son ‘de lo mejorcito’.
– No son tan malos como parecen, Don Fernando… Bueno, ¿y la enferma?
– La apaleada, habría que decir mejor. Poca parte de su cuerpo le queda sin
magullar. Lo peor es que ha perdido al hijo que llevaba en sus entrañas. Y
también mucha sangre. Está muy débil, y ahora, cuando vuelva el marido,
voy a tener que sacarle al niño.
– Y ¿cómo está ella?
– De ánimo imagino que ya lo sabe. De todos modos, pensaba que moría y
estaba preparada para todo. Sólo le preocupaba el futuro de sus hijos. ¡Ya
quisiera yo que todos mis enfermos afrontaran igual la muerte! A pesar de
todo creo que se recuperará, aunque no será cosa de poco tiempo. Menos
mal que me ha llamado. Si no, habría muerto, seguro.
– Entonces, creo que ha salvado cuatro vidas, aunque una se haya perdido.
Dios quiera que este hombre aprenda su lección.
Sacó de su bolsillo un hermoso reloj que le había regalado su padre con
motivo de su ordenación y, mirando la hora, dijo:
– Bueno, yo tengo que ir a San Roque, ¿puedo ver a Luisa?
– Sí, pero poco rato, que está muy cansada.
– Seré breve, pero es que su llegada interrumpió la confesión que estaba
haciendo. Así que voy a darle la bendición y le diré que vuelvo mañana.
······························
Cuando el padre Tejero llegó a la parroquia de San Roque, todo el mundo
hacía lenguas de lo que había pasado. Iba a ser imposible dar la catequesis
sin tratar el tema.
Cada vez acudía más gente a las catequesis dominicales en la iglesia. Había
veces que el mismo don Leonardo se sentía desbordado, como hoy. Cuando
Francisco entró en la sacristía para revestirse antes de pronunciar el sermón,
el párroco lo abordó.
– Cuénteme lo que ha pasado, que la gente dice de todo, y ya, hasta parece
que se ha pegado con el bestia de Manuel.
Francisco se echó a reír.

187
Vida del Padre Tejero

– Tranquilo, Padre, que no he pegado a nadie; aunque no ha sido por falta


de ganas, no se crea. Tenía usted que haber visto como ha dejado a la pobre
Luisa.
– Como si la hubiera visto, hijo –le respondió el sacerdote, que ya contaba
en su haber con más de cien esposas, novias y amigas muertas por culpa
de los celos. Terrible enfermedad que hace al hombre sentir que es dueño
y señor de la mujer.
El padre Tejero le contó al párroco cómo habían sucedido los hechos, y que
si Manuel había salido del corral como alma que lleva el diablo, había sido
por ir a buscar las medicinas que podrían salvar a su mujer.
Ya revestido con su alba blanca y la estola morada, que había elegido por
las circunstancias, aunque se hallaban en tiempo de Pascua que exigía la
blanca, salió de la sacristía por la puerta del presbiterio. Al momento un
silencio expectante recorrió la iglesia, de modo que pareció vacía, pese a
estar abarrotada de personas de todas las edades, clases y condición social.
Francisco respiró hondo. Hizo la genuflexión, ante el altar, pidiendo al Espíritu
la luz y la palabra que sabía eran precisas para atraer y no provocar la huida.
Subió al púlpito y, tras santiguarse y pronunciar una breve oración en latín,
comenzó su catequesis señalando la imagen del Santo Crucifijo, muy venerada
en Sevilla desde hacía siglos, diciendo:
– Mis muy queridos hermanos.
Sintió cómo todos los ojos estaban vueltos hacia él, y continuó:
– Ante el Santísimo Cristo de San Agustín que todos, como buenos sevillanos,
veneramos y adoramos,… hoy quiero hablaros del tiempo.
Un murmullo recorrió el templo.
– ¿¡Va a hablar del tiempo!?
– El padre Tejero se ha vuelto loco.
– ¿Se le ha olvidado ya lo que acaba de pasar?
Todos se miraban unos a otros, incluso alguno hizo ademán de levantarse
para salir de la iglesia; pero él levantó la mano pidiendo silencio antes de
continuar, como si no hubiera escuchado nada.
– Sí, mis queridos hermanos, vamos a hablar del tiempo que tenemos. Del

188
Apóstol de Sevilla

tiempo que nos resta de la vida que Dios nos ha dado. Los hechos de hoy
nos prueban la fragilidad de nuestro espíritu y la inseguridad de nuestro
futuro. El hijo que esperaba Luisa ha muerto. ¿Cuánto tiempo ha tenido?
El silencio más absoluto respondió a su pregunta. Y él continuó.
– ¿Cuánto tiempo le queda a Luisa?, ¿cuánto a cada uno de nosotros?
Golpes, enfermedades, riadas, peste, accidentes… Dice el salmo que aunque
uno viva sesenta años, y el más robusto hasta ochenta; la mayor parte son
1
fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan . De cualquier modo, nuestra vida
tiene un término. Un punto y final. Y, hasta ese momento, el maligno va a
luchar por conquistar terreno en nosotros.
En los ojos de su auditorio descubrió el padre Tejero la atención que le
prestaban y cómo le daban la razón: la vida se acaba.
Siguió hablándoles.
– ¡Hoy hemos sido testigos de una de las batallas ganadas por el diablo!
–dijo. Y sintió cómo un estremecimiento recorría a su auditorio.
– Sí, mis queridos hermanos. El diablo ha ganado la batalla, pero no la guerra.
Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, nos ha
2
salvado cuando nosotros estábamos muertos por el pecado . Cristo, este
Cristo nuestro que veneramos –dijo señalando nuevamente la imagen del
Cristo de San Agustín–, nos recuerda, que si nos unimos a Él con todas
nuestras veras, Él nos salva.
Vio los ojos de todos volverse en una plegaria silenciosa hacia la imagen de
largo pelo que les contemplaba desde uno de los altares de la iglesia.
– Manuel ha aprendido la lección. Lo mismo que la aprendieron grandes
pecadores en la historia. María Magdalena se volvió hacia nuestro Señor
Jesucristo y de ella salieron siete demonios. ¿Acaso nosotros estamos
poseídos por más de siete? ¡Volvamos nuestros ojos hacia Jesús y, cual
nuevos Gerasenos, saldrán de nosotros hasta legión de demonios!
Recorrió Francisco con la mirada a su auditorio. Se dio cuenta de que, si
bien algunos sabían del endemoniado de Gerasa, otros nunca habían oído
hablar de él. Así que… tocaba explicarles.

1 Salmo 90, 10
2 cfr. Ef. 2, 4–5

189
Vida del Padre Tejero

Tomó la Biblia que había siempre en el púlpito y abrió el evangelio de san


Marcos para leerles el texto del endemoniado que caminaba entre las tumbas,
que se arrojaba al fuego y se hería a sí mismo y a cuantos a él se acercaban.
Detuvo por un momento la lectura para decirles:
– ¿Cuántas veces no nos hacemos daño a nosotros mismos como el
Geraseno?, ¿cuántas no herimos a nuestros seres más queridos, como
Manuel, por cosas que en realidad no son ciertas?, ¿cuántas por no hablar?,
¿por no escuchar?, ¿por fiarnos más de los de fuera que de nuestra carne
y sangre?
Vio que casi todos los hombres miraban hacia el suelo.
– Pero en la lucha contra el mal, tenemos los auxilios de Dios. Y, si Dios está
1
con nosotros, ¿quién contra nosotros? Hermanos míos queridos, siempre
es tiempo para volver la mirada a Dios, para pedirle ayuda, para comenzar
de nuevo. Lo mismo que después de las riadas sale el sol y sacamos los
muebles a secar, y quitamos el barro y limpiamos la casa… ¡Poned vuestras
vidas al sol de Dios!, ¡limpiad vuestros corazones confesando vuestras culpas!,
¡dejad que el sol de Cristo seque las lágrimas de vuestros ojos!
Tenía seca la garganta, le parecía que todo el cuerpo le temblaba, los nervios
de lo sucedido estaban empezando a hacer mella en sus fuerzas, que sentía
flaquear. Pero todos estaban mirándole, parecía que Dios había tocado sus
corazones. Elevó una oración silenciosa: ‘Dios mío, termina por mí, haz brillar
tu luz sobre sus almas, que bastante sufrimiento les trae ya la vida. Señor
de San Agustín, mira a tu pueblo que te implora, no dejes que el mal venza
la batalla…’
– Queridos hermanos, no lo olvidéis: Hoy puede ser el primer día de una
nueva vida. Nada de fuera va a cambiar, pero si abrís las ventanas de vuestro
corazón y dejáis que la luz de Dios entre en vosotros, las tinieblas del pecado
saldrán huyendo, como la legión de demonios abandonó al Geraseno y se
despeñó por el acantilado abajo.
Un prolongado silencio siguió a sus palabras, sólo interrumpido por algún
suspiro. Francisco alzó los brazos, indicando que se pusieran en pie y
comenzó la oración del Padre nuestro.
– Pater noster qui es in Coeli…

1 Rom. 8, 31

190
Apóstol de Sevilla

Todos le siguieron a una sola voz, y el templo retumbó con la oración de


Jesucristo:
…Venga a nosotros tu Reino…
…Y no nos dejes caer en la tentación,…
…Líbranos del mal. Amén.
Cuando volvió a la sacristía, don Leonardo le abrazó.
– Padre –le dijo–, ha sido una catequesis excelente.
Don Leonardo habría deseado poder hablar un rato con Francisco a solas.
Él, como todos, también tenía sus luchas y sus sombras. Al escuchar las
palabras de Francisco había sentido deseos de confesarse. Su genio le
traicionaba algunas veces. Aunque deseaba ser todo para todos, a veces
también sentía el cansancio y la soledad; él no tenía una comunidad como
la del Oratorio. Deseaba hablar con el padre Tejero, pero parecía que aquella
tarde no iba a ser posible.
En seguida el sacristán entró en la sacristía, cerrando la puerta tras de si.
– Padres, creo que tienen que salir y ponerse a confesar. Se ha hecho cola
ante los confesonarios, y algunos, hasta quieren entrar aquí en su busca. Me
ha costado detenerles.
– Ya vamos –dijo don Leonardo.
– Sí, diles que no se vayan, que en seguida salimos los dos –Francisco se
había dado cuenta de que algo había quedado en el aire entre el párroco y
él.
– Padre –dijo mientras el sacristán salía por la puerta y el párroco se colocaba
su estola–, ¿por qué no se pasa mañana por la tarde por San Felipe?
– Sí, lo haré con mucho gusto. Gracias, ‘señor cura de los corrales’.
Así, riendo ambos, salieron a la iglesia, donde varias horas de confesonario
les esperaban a los dos.
Esa noche, en la soledad de su cuarto, Francisco lloró.
1858: LICENCIADO SIN LICENCIA
A los niños del Corral del Negro les volvía locos la llegada del padre Tejero.
Siempre les traía algo nuevo. Unas veces era un caramelo que sorteaba,
otras era un lápiz o una muñeca. Pero siempre, siempre, les traía un chiste.

191
Vida del Padre Tejero

1
Eso era lo que más les gustaba a los niños del Corral del Negro ; porque los
chistes del “cura de los corrales” no eran buenos, eso no; además, tampoco
es que el padre Tejero tuviera mucha gracia contándolos, que se notaba que
era de Soria.
Pero en el Corral del Negro, sus chistes iban acompañados de un antes y
un después. Lo mejor no era el chiste en sí, sino que siempre tenía algo
especial para los niños, un algo por el que alguno de los pequeños se sentía
importante por un momento.
Nunca se sabía quien o quienes iban a ser los elegidos. Como tampoco se
sabía el chiste, que siempre era nuevo.
Parecía que le olían. En cuanto aparecía al fondo del patio, se escuchaban
sus chillidos por todos los rincones.
– ¡El Padre Tejero!, ¡El Padre Tejero!
– ¡Que viene el Padre Tejero!
Daba igual que sus madres estuvieran probándoles los pantalones de su
hermano mayor para arreglárselos; o que la abuela estuviera pacientemente
despiojándoles; incluso si estaban en el servicio, común a todas las casas,
se ponían nerviosos y terminaban pronto. Todos salían en desbandada hasta
que rodeaban al padre Tejero gritando contentos.
– ¿Qué chiste nos vas a contar hoy, Padre Tejero?
Y Francisco, encantado con ellos, se hacía el remolón. Mientras los niños le
tiraban de la sotana, ante el escándalo de la casera, que decía que el padre
Tejero era un cura poco formal.
– No sé, no sé,… me parece que hoy no me sé ningún chiste nuevo.
– ¡Venga ya! –le respondían–. ¡Anda, cuéntanoslo!
– De verdad, que no me sé ningún chiste nuevo –les decía él, muerto de
risa–. De todos modos… hummm..., vamos a ver…
– ¡Venga, Padre Tejero!
– ¡Esperad!, creo que cuando iba esta mañana por el pasillo de la universidad
uno se me ha metido en un bolsillo.
1La única base documentada de este apartado es que el Padre Tejero no aceptó recibir el título de
Licenciado después de sacar las mejores notas en todos los exámenes y que lo hizo por humildad.

192
Apóstol de Sevilla

"Padre Tejero con los niños"

– ¿¡Se le ha metido un chiste en el bolsillo!?


Los más pequeños siempre creían lo que se les decía; pero los mayores
estaban ahí para demostrar sus ‘conocimientos’.
– ¡Tonto!, cómo se le va a meter un chiste en el bolsillo, si los chistes no
andan…
Entonces, Francisco se ponía muy serio. Se metía las manos por los bolsillos
y comenzaba a rebuscar por todas partes…
– Me parece que se había metido por aquí… ¡Ay!
– ¿Qué pasa?
– Nada, nada –decía sacando la mano, como si le doliera–, que me ha
mordido un ratón.
Nuevamente los pequeños se lo creían y los mayores se reían de ellos.

193
Vida del Padre Tejero

Finalmente, escondido por algún lado, aparecía el chiste.


– ¡Aquí está! –decía sacando del bolsillo la mano muy apretada–. ¡Cuidado!
No se vaya a escapar…
Los mayores, a estas alturas, ya se empezaban a cansar de esperar y le
1
decían, ‘¡Chóo !, Padre, venga ya…’
– Esas bocas… ¡que no sois arrieros! –les regañaba, pero los niños del Corral
del Negro eran su debilidad; lo mismo que prefería el Corral del Conde para
las catequesis–. Bueno, allá va.
Le encantaba mirar sus caritas sucias y sus ojos limpios e inocentes esperando
el chiste.
– Era un niño…
Entonces cogía a uno de ellos y se lo acercaba antes de continuar
– …Tan tontín, tan tontín, que le llamaban…
Y, sin que el pequeño se diera cuenta, lo cogía por debajo de los brazos y
lo balanceaba de un lado a otro, como si realmente fuera el badajo de una…
– ¡¡Campana!! –gritaban todos a la vez, muertos de risa.
En ningún otro sitio se atrevía el padre Tejero a contar chistes. Sabía que
eran malos y que no tenía gracia contándolos, pero le encantaba escuchar
las risas de los pequeños del Corral del Negro.
– Bueno, que hoy no me puedo entretener, que mañana tengo un examen
muy importante.
– ¡Un examen! –le dijeron todos–. ¡Ahí va!, un examen importante. Y, ¿te lo
has estudiado?
– Pues claro, llevo muchos días estudiando para ese examen. Mejor dicho,
llevo muchos años.
Y, juntando los dedos pulgar e índice de la mano, dijo:
– Desde que vosotros erais así de pequeñitos.
– ¡Hala! ¿Tanto tiempo para un examen?
1Cho, Jo: Interjección de que usan los arrieros, gañanes y gente del campo para parar las caballerías.
(Diccionario RAE 1852)

194
Apóstol de Sevilla

– ¡Chó!, yo no voy a estudiar nunca, nunca de mi vida –dijo un morenillo


mientras le tiraba de la sotana para que le hiciera caso.
– ¿Por qué no vas a estudiar ‘nunca, nunca de tu vida’? –le preguntó
agachándose hasta ponerse a su altura.
– Porque en la “Escuela del Matadero” no hacen exámenes –contestó el
pequeño, muerto de risa.
– ¡¡Ay, ay, ay!! –dijo tirándole suavemente de las orejas, consiguiendo que
el niño riera más y más.
En el Matadero Municipal se reunían todos los ladronzuelos, pillos y timadores
de Sevilla, por eso la llamaban “Escuela del Matadero”. Francisco sabía hacía
mucho que todos los niños de los corrales iban allí; pero no le gustaba, y no
perdía ocasión de decirlo, tanto a los mismos niños como a sus padres.
– Como me entere yo de que vais a pasar la mañana en el Matadero se van
a acabar los chistes.
– ¡Chó!, Padre, no seas así.
– Allí sólo se aprende a robar –dijo muy serio el sacerdote.
– Ya –le respondió otro con desparpajo–, pero nos sacamos para comprarnos
chucherías.
– Bueno, que yo no me entere…
– ¿De qué es ese examen que tienes, Padre? –Los mayores querían la
noticia completa.
– Es para que me hagan Licenciado en Teología –les dijo, no sin cierto
orgullo–. Si lo apruebo, me darán un Diploma donde dirá que sé mucho sobre
Dios, o sea, que soy Licenciado.
Las caras de los niños cambiaron totalmente.
– ¿Qué os pasa? –les preguntó.
– Entonces…
– Entonces ¿qué? –dijo intrigado.
– Entonces, Padre, cuando seas Licen…, Licen… –al pequeño se le
atragantaba la palabra.

195
Vida del Padre Tejero

– Licenciado.
– Eso. Pues que cuando seas,… cuando seas Licen… eso, vas a ser
importante.
– Y te tendremos que llamar de ‘Usté’.
– Y ya no podrás contarnos chistes.
– Y no podremos jugar contigo.
– ¿Por qué no vais a poder? –la lógica de los niños a veces le resultaba difícil
de comprender.
– ¡Pues claro que no!, si no sabemos ni decir eso de Licen…
– Licenciado.
– Eso.
Francisco comprendió lo que querían decir. Y les dijo.
– Bueno, vosotros no os preocupéis. Yo tengo la solución.
– ¿Sí?, ¿cuál?
– Vamos a hacer una cosa –dijo–. Pero tenemos que estar todos de acuerdo.
– ¡Vale! –gritaron muy contentos.
– Veréis. ¿Estamos de acuerdo en que los curas tenemos que saber cómo
es Dios, para poder explicarlo en catequesis?
– ¡Claro! –respondieron todos.
– Bueno, entonces, estamos de acuerdo en que yo tengo que estudiar mucho
para saber mucho de Dios. ¿No?
En eso sí estaban los críos de acuerdo.
– Vale –siguió Francisco–, entonces, lo que me hace ‘importante’ no es el
saber mucho de Dios, sino que me den el Diploma. ¿Me equivoco?
– ¡Pues claro, Padre!
– Porque si tienes un Diploma eres importante.
– Yo fui una vez al médico –dijo uno que tenía experiencia en cuestión de

196
Apóstol de Sevilla

diplomas– y tenía un diploma en la pared,… ¡y me tuve que lavar antes!


– Y, además, donde hay un Diploma hay que hablar bajito –añadió una niña
que también había ido una vez al médico.
– Entonces –volvió a decir el padre Tejero–, ¿estamos de acuerdo en que
lo que hace importante a la gente es el Diploma?
– ¡Pues claro! –gritaron todos a la vez.
– Vale. Pues os propongo un trato –continuó él.
– ¿Un trato? –dijo una.
– ¿Con nosotros? –añadió un segundo.
– ¿Qué trato? –concluyó el mayor de todos.
– Si me prometéis que no vais a ir más al Matadero, a no ser para hacer
algún mandado de vuestras madres…
– ¿Qué? –preguntaron ansiosos los niños.
– Entonces… –Francisco disfrutaba dándole intriga al trato.
– Entonces ¿qué?
– Entonces… ¡yo no cojo el Diploma!
– ¡Vale! ¡Bien! –gritaron al unísono.
Uno no terminaba de fiarse del todo.
– Y…, si no coges el ‘diplona’ ese…
– Si no lo cojo… ¿qué?
– Entonces ¿nos contarás chistes?
– ¡Por supuesto!
– ¿Y jugarás con nosotros?
– ¡Claro!, hombre. Jugaré y os contaré chistes y todo. Pero vosotros no iréis
a la ‘Escuela del Matadero’. ¿Trato hecho? –preguntó el padre Tejero,
alargando la mano para cerrar el compromiso con los niños.
– ¡Trato hecho! –respondieron todos, alargando sus manitas sucias, que él

197
Vida del Padre Tejero

fue estrechando de una en una en un apretón que sabía que muchos de ellos
no cumplirían; aunque, por un tiempo al menos, el Matadero Municipal,
escuela de pillos y rateros, podía olvidarse de los niños del Corral del Negro.
······························
– Padre Tejero, te llama el Padre Prepósito.
– Voy, gracias.
– Parece una cosa seria. ¿Ha pasado algo?
– No, tranquilo, no pasa nada.
El hermano Montes, el portero, sabía que algo sí pasaba. Pero no terminaba
de enterarse de qué era. Lo cierto es que últimamente había habido un cierto
revuelo en el Oratorio a cuenta del padre Tejero. Avisos de la Universidad
citándole y notas llamando al Prepósito.
Acababan de finalizar los exámenes para el grado de Licencia y había quien
decía que, a lo peor, le habían pillado copiando. Pero al hermano Montes le
extrañaba mucho. Se inclinaba más a pensar que, contra todos los pronósticos,
había sacado malos resultados. Le costaba creerlo, porque el padre Tejero
había sido siempre muy formal y estudioso, y solía sacar muy buenas notas.
Claro, que últimamente se le veía más ocupado con las catequesis en los
corrales. Los grupos de catequistas eran numerosos y, constantemente,
llegaba alguien a la portería de San Felipe preguntando por el padre Tejero.
Algo pasaba y él no lograba enterarse.
Francisco se asomó a la puerta abierta del despacho del padre Alonso, que
desde el año anterior era el Prepósito.
– ¿Me ha llamado, Padre? –preguntó.
– Sí, siéntate, por favor –le contestó señalándole una silla.
Francisco se sentó. Sabía lo que venía a continuación. Pero… la palabra de
un soriano es ley, y él estaba dispuesto a cumplirla.
– Ya sé que ya lo hemos hablado, Francisco; pero de la Universidad me
insisten. Han llegado a decirme que te recuerde que por las excelentes
calificaciones que tienes en todos los exámenes te mereces el grado honorífico
de Licencia y que eso significa que no tienes que pagar un céntimo.
– Que no, Padre, ya he tomado mi decisión. Por más que insistan en la

198
Apóstol de Sevilla

Universidad no voy a aceptar el honor de la Licenciatura, ni gratuita, ni pagada.


– Francisco. Nos conocemos hace mucho tiempo ya. Has tenido que luchar
mucho para comenzar la carrera y has estudiado mucho durante casi trece
años. Han sido años muy duros, con revolución por medio, con cambio de
la universidad al seminario y vuelta a la universidad. Has hecho un montón
de exámenes para que te subieran nota. Te mereces el premio a tus esfuerzos.
Guardó un momento de silencio para dejar que sus palabras calaran en
Francisco, aunque no tenía muchas esperanzas de convencerlo. Ante la
mirada impasible del sacerdote que tenía ante él, lo intentó por otro lado.
– Además, sabes que la ceremonia de Licenciatura es muy brillante, y que
tus padres y tu tío Teodoro, y… bueno, todos nos íbamos a sentir muy
orgullosos de ti.
Francisco le sonrió y le replicó con lo único a lo que el padre Alonso no podría
oponerse.
Puso cara de niño travieso y le repitió las palabras que, muchos siglos atrás,
dijera San Felipe Neri en el Oratorio, cuando una y otra vez rechazaba la
púrpura cardenalicia al mismísimo Papa de Roma:
1
– “Tutto vanità, solo vanità” .
CORRALES Y MÁS CORRALES

– ¿Cómo hará el padre Tejero para estirar el tiempo?


– Y, dicen que no falta un solo día a sus obligaciones como miembro del
Oratorio.
– Pues digo yo, que cuando se acueste caerá reventado.
Las catequistas estaban admiradas de la capacidad de trabajo del padre
Tejero. Cada vez eran más y, aunque él siempre encontraba tiempo para
atenderlas, comenzaban a solicitar catequesis en corrales que no pertenecían
a San Roque.
– Ahora han pedido que vayan catequistas a los corrales de San Vicente.
– ¡Virgen de Gracia!, y también de algunos corrales de Santa Ana.
– ¿De Triana?, ¿cómo vamos a llegar a Triana?
1 Todo vanidad, solo vanidad. Palabras tomadas por San Felipe Neri del libro de Qohelet (Ecl. 3)

199
Vida del Padre Tejero

Estaban todas en San Roque, esperando que llegara el padre Tejero para
la reunión que tenía con ellas.
– Buenas tardes nos dé Dios. ¿Cómo estamos?
– Bien, Padre, usted siempre en punto.
– No olvide que soy de Soria –dijo él riendo–. Además, vosotras habéis
llegado antes que yo, y eso que…
Dejó la frase sin terminar, pero ellas la completaron al unísono:
– Eso que somos de Sevilla.
– Pero es que si llegamos tarde, nos perdemos el principio, que usted no
espera a nadie, Padre.
– Ahí le doy la razón –dijo con una sonrisa– y, para no llevarle la contraria,
vamos a comenzar.
Tomó su silla, sacó el catecismo y les indicó la página en la que se encontraba
el canto a María con el que comenzarían aquella tarde.
Cuando lo acabaron, una de ellas dijo:
– Ha mejorado usted mucho, Padre, hoy sólo ha desentonado dos veces.
Él se echó a reír, y le contestó:
– He estado toda la noche ensayando para hacerlo bien. Así que ¡sólo dos
veces! Esto va bien.
Se hizo un breve silencio mientras todas pasaban a la página que hoy tocaba
tratar; pero se oyeron dos golpes en la puerta y el sacerdote hizo una indicación
para que cerraran los libros.
– Nuestro párroco viene a vernos. ¡Adelante, Padre!
Se produjo un murmullo mientras entraba don Leonardo, que iba acompañado
de otros dos sacerdotes, desconocidos para ellas.
– Buenas tardes a todas –dijo el párroco–. Como veis, hoy vengo acompañado.
Pusieron tres sillas más y los sacerdotes se sentaron.
– Son los párrocos de San Vicente y Santa Ana. Desean conocer el
funcionamiento de nuestras catequesis domiciliarias para extenderlas a sus

200
Apóstol de Sevilla

parroquias; y quieren saber si pueden contar con algunas de vosotras para


ayudarles a comenzar.
Un silencio siguió a las palabras de don Leonardo. Parecía que ninguna se
atrevía a lanzarse más allá de los límites parroquiales.
Los sacerdotes se miraron preocupados. El padre Tejero tomó la palabra
dirigiéndose a las catequistas.
– No tenéis por qué contestar hoy –y, mirando a los sacerdotes, añadió– ¿No
es cierto, Padres?
Don Leonardo le dio la razón.
– No, claro que no. No tienen que dar hoy la respuesta. El principal motivo
de la presencia de los párrocos de San Vicente y Santa Ana es conocer
vuestro funcionamiento.
La mujeres parecieron relajarse un tanto y comenzaron a explicárselo con
pelos y señales.
– Bueno –dijo Josefa Moya, una de las primeras colaboradoras del padre
Tejero–, el funcionamiento no tiene gran complicación. Nos reunimos los
jueves por la noche con el Padre y él nos explica el catecismo a nosotras.
– También hacemos un poco de oración –añadió Rosario Muñoz–. Y después
comentamos cómo nos ha ido la semana en los corrales.
– Por las noches vamos de dos en dos por los corrales explicando el catecismo.
Algunas lo hacemos en el mismo corral en el que vivimos, otras no.
Durante casi media hora estuvieron desgranando los detalles de su labor
catequista para los dos sacerdotes, que escuchaban con una cierta envidia
toda la tarea que aquellas mujeres realizaban.
– Y, ¿no acude ningún hombre con ustedes? –preguntó uno de ellos.
– Sí, mi marido a veces me acompaña –dijo una de las mujeres–. Lo que
pasa es que no viene siempre, sólo cuando puede. Como trabaja en el hospital
como enfermero, pues a veces tiene turno de noche.
– Y nosotras –añadió Dolores Pinto, refiriéndose también a su hermana María
Antonia– tenemos un hermano mayor que, en varias ocasiones, nos ha dicho
que le gustaría dar catequesis, pero no se atreve, porque no sabe si lo pueden
hacer los hombres.

201
Vida del Padre Tejero

– ¡Y no me habíais dicho nada! –saltó el padre Tejero–. Con lo bueno que


sería poder contar con un grupo de varones que acudieran a donde vosotras
no podéis llegar.
– Ayer lo volvió a repetir, porque fuimos al hospital a ver a un vecino que
estaba allí. Y se estuvo un buen rato hablando con él de Dios. Nos dijo que
le gustaría dar catequesis en el hospital.
En ese momento se formó un gran alboroto. Parecía que todas tenían algún
familiar que también quería participar en los grupos de catequistas.
Finalmente llegaron a la conclusión de que todo aquel o aquella que deseara
unirse al grupo de Catequistas, debería pasarse por San Felipe para hablar
con el padre Tejero.
Después se reunirían los sacerdotes para ver hasta dónde podrían hacer
extensivas las catequesis, según el nuevo número de voluntarios con que
contaran.
Era ya noche cerrada cuando terminó la reunión, y las mujeres fueron
abandonando la parroquia en grupos o por parejas. Cuando tan sólo quedaban
don Leonardo, el padre Tejero y dos o tres mujeres, Rosario Muñoz se acercó
al padre Tejero y le dijo:
– Padre, sabe que puede contar conmigo para lo que sea.
– ¿Por qué no lo ha dicho dentro, Rosario? –le preguntó éste.
– Usted sabe que no me gusta hablar mucho en las reuniones. Prefiero
escuchar.
– No entiendo cómo no habla en las reuniones y luego es un san Pablo en
los corrales.
Rosario enrojeció hasta la raíz de sus cabellos, y rió diciendo:
– ¡No diga mentiras, Padre!, que los mentirosos van al infierno. Bueno, hasta
mañana si Dios quiere…
– Hasta mañana, Rosario… y compañía.
– Hasta mañana, Padres.

202
Apóstol de Sevilla

EL HOSPITAL CENTRAL
Desde que no iba a la universidad, casi todas las mañanas Francisco iba al
1
hospital Central a atender a los enfermos en sus últimos momentos, como
había sido tradición en el Oratorio desde los tiempos de San Felipe en Roma.
Concluida su misa y después de desayunar, tomaba el porta-viático y con
uno de los hermanos del Oratorio, cogía caminito y se dirigía al hospital de
la Sangre.
Le gustaba encaminar sus pasos por la calle de San Luis, donde estaba la
iglesia del Noviciado de los Jesuitas. Una preciosa y barroquísima iglesia
redonda, en la que uno no sabía nunca hacia donde mirar.
Pero hoy era jueves y, los jueves, al hermano Montes le gustaba que tomaran
la calle de la Feria, para pasar por el mercado que se instalaba en la misma.
El camino era más largo por allí, así que tenían que caminar deprisa, pues
a las ocho debían llegar al hospital. De pronto, sintieron cómo la tierra temblaba
bajo sus pies.
Todos los platos, vasos y jarras de loza y cristal cayeron por los suelos, al
igual que infinidad de los objetos expuestos para su venta en aquel mercadillo
callejero.
Unos gritaban y corrían, otros se quedaban paralizados. ¿Cómo hay que
reaccionar cuando durante casi medio minuto la tierra tiembla bajo los pies
de uno?, ¿cuando todo lo que te rodea cae y se rompe?, ¿qué sitio será más
seguro?...
Menos mal que cuando terminó,… terminó del todo. No se repitió.
Los sevillanos estaban acostumbrados a las riadas, como la que esos mismos
días amenazaba inundarles si las lluvias persistían; pero no sabían cómo
reaccionar en caso de terremoto.
Lo que no hacía falta aprender era lo que había que hacer cuando terminaba
éste.
Los pilluelos debían aprovechar la confusión para apropiarse de los cacharros
que, habiendo permanecido íntegros, habían sido abandonados por sus
dueños.
1También llamado Hospital de la Sangre, o de las Cinco Llagas. Actualmente es sede del Parlamento
de Andalucía.

203
Vida del Padre Tejero

Los vendedores tenían que darse toda la prisa posible en volver al lado de
sus pertenencias, para evitar que el robo fuera más dañino que el mismo
terremoto.
¿Y las mujeres? Algunas, tenían que volver al trabajo o arreglar lo que se
había roto; pero las Manolas no, las Manolas tenían toda la mañana para
comentar lo que había pasado en tan sólo veintiséis segundos.
Pero… ¿qué hacían un sacerdote y un hermano lego después de un terremoto,
en plena calle de la Feria? Primero miraron a su alrededor para evaluar los
daños personales; y viendo que no había heridos, dieron gracias a Dios y…
siguieron su camino hacia el hospital.
······························
La entrada al hospital Central era impresionante. Se acercaba uno saliendo
de la ciudad por la puerta de la Macarena, y tras atravesar una plazoleta
adornada con varias hileras de árboles, se llegaba a la larguísima fachada.
En la explanada, multitud de campesinos vendían los productos de sus
huertas; otros ofrecían flores para llevar a la Virgen Macarena o a los enfermos
del hospital, que lo mismo daba.
Castañas asadas, paloduz, pan, verduras, conejos y pollos, chocolate con
churros, aceitunas aliñadas y verdes, vino, aceite y hasta carbón se podía
encontrar en aquel batiburrillo de mercado que se formaba a las puertas del
hospital. Los familiares de los enfermos que los habían traído desde los
pueblos tenían que vivir…
Disimulados entre tanto vendedor ambulante, también estaban los que
prestaban ‘otro tipo de servicios’: tahúres, jugadores, timadores, descuideros
y, cómo no, también proxenetas y amas de casas de prostitución. Allí hacían
la propaganda y enviaban a los clientes acompañados por algún chiquillo de
confianza, para que no se despistaran camino del lupanar, que solía encontrarse
por la zona de la Alameda de Hércules, a unos diez minutos de camino.
También allí reclutaban incautas jóvenes venidas de los campos o recién
salidas del hospital. El negocio lo requería.
Entre la puerta de la Macarena, que abría la muralla árabe que rodeaba la
ciudad, y la puerta del Hospital de las Cinco Llagas, los dos religiosos
atravesaron aquella multitud que, tras el terremoto, estaba más revuelta que
de costumbre.

204
Apóstol de Sevilla

Muchos años llevaba ya viniendo a este hospital Francisco para que su


entrada pasara inadvertida a los moradores habituales que había en el mismo.
– ¡Buenos días, Padre Tejero! ¿No ha sentido el terremoto?
– ¡Sí!, claro, ¡como para no sentirlo! Nos ha pillado en la calle Feria. ¿Cómo
está todo por aquí?
– Por aquí todo bien. Y sus catequistas esperándole ahí dentro.
– Pues,… no les hagamos esperar.
Cruzó el espacioso portal, de casi veinticinco metros de ancho, sostenido
por seis arcos de columnas pareadas, y allí, delante del jardincillo que rodeaba
la iglesia, estaba un grupo de unas quince personas en animada conversación.
Francisco se acercó a ellos con el hermano Montes.
– ¿Qué?, ¿qué tal el terremoto? –les preguntó.
Todos le dieron su versión. Por suerte, parecía que no había habido daños
personales en el hospital. Algún que otro cristal roto, todo el material por los
suelos, y poca cosa más, pese a lo largo que había sido.
Pasaron a la iglesia, como era su costumbre antes de comenzar las catequesis,
y dieron gracias a Dios por haberles librado de los desastres que los temblores
de tierra suelen provocar. Después, el hermano repartió catecismos a todo
aquel que carecía de uno y, por parejas, se distribuyeron por todo el hospital.
Francisco fue a ver al Capellán, que le indicó quienes habían solicitado su
presencia, y finalmente, se dirigió a la parte de las religiosas de la Caridad;
pues era una de las hermanas la que le acompañaba a dar el viático a los
enfermos.
– Padre… –le dijo sor Fausta Ybero, habitualmente silenciosa.
– Dígame, Hermana –le respondió Francisco.
– Estaba yo pensando…
– ¿Sí?
La religiosa detuvo por un instante su camino. Atravesaban, en aquel momento,
una de las iluminadas galerías que daban al segundo patio, junto a la sala
de San Cayetano.
– Llevo un tiempo pensando si no habrá entre sus catequistas, alguna

205
Vida del Padre Tejero

dispuesta a ir a la sala de Santa María Magdalena.


Francisco se quedó mirando a la religiosa. En sus ojos leyó una profunda
pena.
– ¿Qué le preocupa Hermana? –dijo.
– Verá, Padre, –respondió ella bajando la vista– una joven de mi pueblo, a
la que yo conozco desde que era una niña, ingresó ayer en esa sala. Creo
que morirá pronto, pues viene en muy mal estado.
La sala de Santa María Magdalena albergaba a las mujeres afectadas por
enfermedades venéreas. Allí iban a parar las prostitutas que, después de
recorrer los diversos lupanares de la ciudad, se veían abocadas a una dolorosa
muerte, contagiadas por clientes de toda clase y condición.
Incluso, en el mismo hospital, los enfermeros utilizaban sus ‘servicios’, sin
que oficialmente se pudiera intervenir, pues las mujeres no se atrevían a
denunciarles y no se había podido demostrar la felonía.
La hermana Fausta prosiguió:
– Viene muy mal, tanto física como espiritualmente. Y, usted sabe, las religiosas
les podemos hablar de Dios, pero siempre nos hacen menos caso que si es
una persona normal la que les habla. –Miró unos instantes hacia el suelo y
continuó–: Era preciosa, y muy buena. En el pueblo todo el mundo la quería;
y ahora,…
Francisco escuchaba atento el relato de la religiosa, por cuyas mejillas
rodaban silenciosas lágrimas de impotencia.
– …Y ahora ni siquiera permite que me acerque a ella. Me grita y casi no
puedo entrar en la habitación; tal es el rechazo que le causo.
– Será por representar lo contrario de lo que ella es –dijo el padre.
– Sí, Padre, por eso y porque piensa que voy a ir a contar su vida en el
pueblo. Sus padres creen que está trabajando en la fábrica de tabacos.
– ¿Quiere que me acerque yo ahora?
– No, Padre, que entonces sería peor. Pero…
– ¿Pero?
– Si lograra que alguna de sus catequistas entrara allí.

206
Apóstol de Sevilla

– Veré lo que puedo hacer –le respondió–. De todos modos, cuente con mi
oración por su amiga… ¿se llama?
– Magdalena, Padre. Para colmo, se llama Magdalena.
– Pues entonces rezaremos por Magdalena, para que su Santa la proteja y
podamos hacer algo por ella.
1859 NOCHES ‘IN ALBIS’
Cayetano no podía dormir. ‘No tenía que haber cenado tanto’, pensaba. El
ardor de estomago era para decir basta. Aunque no le gustaba levantarse a
media noche, no le iba a quedar más remedio. ‘Es lo que tienen las fiestas’,
le había dicho Francisco antes de retirarse cada uno a su habitación. ‘Pues
tú, bien poco que has comido’, le había respondido él. ‘Para que no me pase
lo que a ti’, le había contestado riéndose, mientras le imitaba poniéndose la
mano en el estómago y haciendo gestos de dolor.
Finalmente, no le iba a quedar más remedio que bajar a la cocina a tomar
un poco de leche, o molestar al hermano Porras para que le diera algo de
bicarbonato. Procuraría no hacer mucho ruido, para no despertar a nadie.
¿Qué hora sería? Si no se equivocaba, el reloj de la escalera había dado las
cuatro hacía ya rato. No, aún no habría nadie despierto en la casa.
Para su sorpresa, al salir de su dormitorio escuchó un ruido. ¿Qué sería
aquello? Se paró a escuchar. Sonaba tenue pero nítido. ¿No parecía que era
el rítmico golpe de las disciplinas? Era la noche de año nuevo. Aquello no
podía ser.
Pero todo indicaba que sí, que era alguno de los padres mortificando su
cuerpo con la disciplina. Él había escuchado, en muchas ocasiones hablar
al padre Crespo y al mismo padre Alonso de cómo los padres antiguos se
mortificaban en largas noches de oración. Pero,… estaban en pleno siglo
XIX, la vida iba cambiando, y las mortificaciones corporales se iban reduciendo
a las de regla, que eran los lunes, miércoles y viernes; y sólo por el tiempo
de un Miserere.
De pronto, sintió como un escalofrío que le recorría el cuerpo. Siguiendo el
sonido había llegado delante de la puerta de Francisco. Se paró en seco y
contuvo la respiración. Sí, era allí.
Parecía que Francisco le había escuchado, pues el sonido había cesado. Se
estuvo quieto durante un rato y lo volvió a escuchar.

207
Vida del Padre Tejero

Era el cadencioso sonar de las cuerdas de cáñamo de las disciplinas lacerando


la carne, a uno y otro costados; mientras en voz baja se escuchaban las
palabras del Salmo 50:
Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam;
et secundum multitudinem miserationum tuarum
dele iniquitatem meam…
Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión,
1
borra mi culpa…
Cayetano volvió silencioso a su cuarto y se sentó en la cama. Incapaz de
pensar en nada permaneció sentado hasta que el sueño le venció.
Antes del amanecer despertó, creyendo que todo había sido una pesadilla;
pero, al verse con las zapatillas puestas, comprendió que no. Se levantó y
se dirigió nuevamente al cuarto de su compañero. Aún no era la hora de
levantarse; en invierno la primera misa era a las seis, así que Francisco
estaría acostado todavía. Llamó a la puerta…
– ¿Se puede? –dijo, sin alzar mucho la voz para no despertar a los demás.
La voz que le contestó sonaba sorprendida, pero no somnolienta.
– ¿Quién es?
– Soy yo, Cayetano. ¿Se puede? –volvió a preguntar.
– Sí, claro, pasa.
Entró y vio a Francisco sentado sobre la cama sin deshacer.
– ¿Cómo has dormido?
No se le ocurría otra cosa.
– ¿Para preguntarme cómo he dormido me despiertas a estas horas? –dijo
Francisco–. He dormido bien, como siempre; ¿qué te pasa?
– A mí no me pasa nada; pero tú no has dormido –le respondió señalando
la cama–. Más bien habría que preguntarte a ti qué es lo que te pasa. ¿No
te parece?

1 Sal. 50

208
Apóstol de Sevilla

Cerró la puerta tras de sí y se sentó mirándole fijamente, pero parecía que


se había quedado mudo.
Volvió a preguntar.
– ¿Qué te pasa?
Como no le respondiera más que el silencio, Cayetano se dio cuenta de que
había sido muy brusco. Así, estaba claro que no conseguiría llegar al interior
de su amigo.
– Perdona –dijo–, he sido muy brusco.
– No te preocupes.
Francisco se levantó e iba a abrir la puerta, cuando Cayetano continuó.
– Francisco, eres mi amigo, mi compañero, mi hermano. Entramos el mismo
día al Oratorio y hemos compartido buenos y malos momentos.
Francisco volvió a sentarse pero siguió sin pronunciar palabra.
– Esta noche, a consecuencia de la cena de ayer, me tuve que levantar a
tomarme un vaso de leche. –Hizo un breve silencio, y prosiguió–: Me extrañó
escuchar el ruido de unas disciplinas en el silencio de la noche. El ruido me
condujo hasta tu puerta. –Le miró esperando su reacción, y continuó–. Sé
que me oíste, porque paraste durante un momento hasta que me quedé
quieto. Entonces te volví a escuchar entonando el Miserere en voz tan baja
que otro, que no tuviera el oído que yo tengo, no te habría escuchado.
Entonces, Francisco habló:
– Tú no lo puedes entender, Cayetano.
Pero éste no estaba dispuesto a rendirse tan pronto.
–¿Qué es lo que no puedo entender?, ¿por qué no intentas explicármelo?
– No puedes entender nada. No puedes entender lo que me pasa, lo que
pasa ahí fuera, lo que yo mismo no soy capaz de comprender.
Hacía mucho que Cayetano no veía tan alterado a Francisco. Ahora que lo
pensaba, de un tiempo a esta parte, su amigo estaba más serio que de
costumbre. Todos lo achacaban a que ‘como es de Soria…’ no compartía el
alegre carácter andaluz. Pero parecía que había algo más en la seriedad de
las últimas semanas.

209
Vida del Padre Tejero

A Cayetano le costaba creerlo. Si parecía que todo eran éxitos en su vida;


incluso algunos envidiaban la estima en que se le estaba teniendo por toda
Sevilla. Sus catequesis ya llegaban a todas las parroquias de la capital y se
habían oído rumores sobre que de algunos pueblos le habían pedido al
Cardenal las que ya se venían llamando “Congregaciones Catequistas”.
Conversiones constantes, éxito en la predicación, el deseo de los párrocos
y la envidia de muchos sacerdotes. ¿Cómo podía todo ese éxito haberle
sentado mal?, ¿qué era lo que pasaba ‘ahí fuera’, que él era incapaz de
comprender y a Francisco le hacía quedarse prácticamente toda la noche en
oración y mortificación?
Su amigo sufría, eso estaba claro; pero, ¿por qué?
– Francisco –dijo, casi sin voz, como si supiera que ‘pisaba terreno sagrado’–.
¿Por qué no me lo cuentas? Aunque no sea capaz de entenderlo, por lo
menos podré compartir contigo ese sufrimiento que parece que estás
padeciendo tú solo.
Se hizo un largo silencio entre los dos. Cayetano sabía que su amigo luchaba
entre contárselo o no, y le respetaba.
Hacía tiempo que se conocían, aunque habían entrado a la vez en el Oratorio,
sus orígenes eran distintos; y por lo que iba pareciendo, también sus destinos
lo iban a ser. Él, abogado de buena familia, después de su entrada a la
Congregación de San Felipe había seguido por el camino de la evangelización
a los poderosos de este mundo. El joven soriano, de familia humilde, había
sido enviado para evangelizar a los desheredados de la sociedad. Había
recibido una llamada especial de Dios y una fuerza poderosa que atraía a
muchos a colaborar en el pastoreo del rebaño.
Las Catequesis habían alcanzado ya a todos los barrios de la ciudad y sus
arrabales. Incluso el difícil Hospital Central, con casi cinco mil pacientes,
había sido conquistado por las ‘tropas del cura de los corrales’. Sería para
estar orgulloso y sentirse satisfecho. Pero, sin embargo, a su amigo le pasaba
lo contrario. Esperó paciente, pues sabía que las cosas del alma requieren
su tiempo.
Francisco, sentado en el borde de la cama, había apoyado la cabeza sobre
sus manos, y miraba al suelo. Cayetano tenía la sensación de que estaba
al borde del llanto. Finalmente, Francisco, levantó la cabeza y, con los ojos
anegados en lágrimas, comenzó a hablar.

210
Apóstol de Sevilla

“Corral del Conde en 1850”.

– ¿Por dónde puedo empezar? –dijo.


– Por donde quieras, amigo –le respondió Cayetano–, por donde te resulte
más fácil. ¿Por los corrales? –sugirió.
– Por los corrales…
Francisco arrastraba la voz, como si costara sacar a la superficie un peso
tan profundo del fondo del alma.
– Sí –dijo–. Empezaré por los corrales.
Se detuvo nuevamente, miró a su amigo y le preguntó:
– ¿Tienes tiempo?

211
Vida del Padre Tejero

– Sí, Francisco, tenemos toda la mañana; recuerda que hoy teníamos los
dos que decir la misa en altares laterales, así que, con guardar más tiempo
el ayuno, está todo solucionado. Además –dijo tocándose el estómago–,
después de lo de anoche, me vendrá bien.
– Gracias, porque creo que necesito hablar mucho.
– Pues venga. Adelante.
Francisco le habló de los corrales. Era cierto que las catequesis eran un
éxito, que se iban conquistando almas. Pero había mucho sufrimiento en los
corrales, mucha injusticia tapada con acusaciones. Mucho borracho que, tras
una historia truculenta, atrapado en las redes de la pobreza, del hambre, de
la miseria y el dolor se refugiaba en la bebida y terminaba pagándolo con las
personas a las que más quería, con los únicos que no le habían tratado mal.
Había también en los corrales muchas parejas para las que el matrimonio
era imposible. Mujeres que habían huido de maridos maltratadores y en la
actual pareja encontraban cariño y ternura, pero a costa de estar fuera de
la ley. Niños que enfermaban y morían porque los padres no tenían posibilidad
de alimentarles en condiciones. Niñas que tenían que empezar a trabajar
limpiando con diez y doce años, e incluso antes. Jóvenes que habían sido
engañadas por los ‘señoritos’ que les prometían el oro y el moro a cambio
de…; y que, cuando quedaban embarazadas, las condenaban por furcias y
las echaban de su casa. Soldados que habían servido en las batallas con el
francés y con el moro y habían regresado tullidos, sin paga, sin futuro,
rechazados y olvidados por quienes les enviaron al frente y les hablaron de
patria y de gloria.
Los corrales. Donde la Casera era la ley; donde el hambre era la norma, la
fuerza la supervivencia y la violencia la vida.
– Pero –le había dicho Cayetano en un momento dado de la conversación–,
tú no eres responsable de lo que ocurre en los corrales. Para eso están los
políticos y la policía.
– Qué fácil decirlo –respondió Francisco–. Pero lo que para ti son simplemente
‘los corrales’, para mí son caras, nombres, ojos anhelantes. Y yo no hago
nada. Por las noches me vengo a mi casa caliente y mi cama blandita.
Suspiró profundamente, como si quisiera dejar salir el dolor que le llenaba
el alma, y prosiguió.

212
Apóstol de Sevilla

Le habló de las catequesis en los hospitales y cárceles. De que en ambos


lugares las personas estaban presas de alguna manera. Del sufrimiento que
constantemente había en ellos y de cómo se agarraban a Dios una vez que
le encontraban.
Le contó la inmensa ternura que derrochaban las Hijas de la Caridad de San
Vicente de Paúl y los Hermanos de San Juan de Dios, y las beatas del Pozo
Santo y de la Trinidad. Le dijo lo difícil que era su labor y cuántos de ellos
se desahogaban con él.
Todo el sufrimiento de los enfermos y de sus cuidadores terminaba en su
corazón, rompiéndolo poco a poco.
También le explicó cómo habían llegado las catequesis a las salas más
difíciles del hospital de las Cinco Llagas. A la Sala de Santa María Magdalena.
Le habló de las historias de esas mujeres, niñas algunas aún, que se habían
visto abocadas a vender su alma al diablo y su cuerpo a los hombres, sin
haber tenido, muchas de ellas, posibilidad de escoger.
Y le contó lo que más le dolía.
Le quemaba el alma ver cómo alguna de aquellas jóvenes, deseosas de
volver a recuperar su alma y su vida por el contacto con las catequistas, le
habían pedido ayuda… ¡Y él no había podido hacer nada por ellas!

– Soy basura, Cayetano. Soy basura. No soy ni el siervo inútil que termina
1
su labor y puede decir “He hecho lo que tenía que hacer” . No he terminado
mi labor. Dejo que el diablo recupere lo que cree ya suyo.

– Pero, ¿no dices que se convierten? Entonces, tú ya has hecho tu parte –le
arguyó Cayetano–. No seas duro contigo. A ti no te corresponde hacer más.

– ¿Tú crees? –le respondió Francisco–. Tú sabes que Jesús dijo que en
2
sábado se podía ‘sacar el burro que se te había caído en el pozo ’ pues
¿quién hay tan tonto que, una vez sacado el burro no lo ata bien, para que
no se vuelva a caer? Eso es lo que no hago yo. En cuanto salen del hospital,
están esperándolas para volver a llevarlas a los lupanares.

1 Lc 17, 10
2 Lc 14, 5

213
Vida del Padre Tejero

Miró a su compañero, y le dijo.


– ¿Sabes lo que me pasó ayer mismo?
– No, ¿qué?
– Iba a entrar al hospital y habían dado el alta a una joven que se había
convertido. Era del pueblo de una de las Hermanas de la Caridad que allí
atienden. Le dije que me alegraba de que le hubieran dado el alta y me
respondió que ella no.
– ¿No se alegraba?
– No, Cayetano, no se alegraba. No podía volver al pueblo, porque aún no
estaba bien del todo, y allí creían otra historia. No tenía casa donde ir. A
pesar de que su amiga lo había intentado, ninguna familia quería recibirla,
ya nadie se fía de ella. Y yo sin hacer nada.
– No digas eso, Francisco –Cayetano se puso serio–, sería tentar a Dios. Tú
estás haciendo tu parte.
– Mi parte, sí, mi parte.
Francisco permaneció en silencio durante unos momentos. A su mente
acudían las caras de todos aquellos cuyos problemas no podía resolver.
– Mi parte –repitió–. Ya he visto a varias salir en las mismas condiciones, sin
hacer nada. Las he visto salir acompañadas para el burdel, y del burdel al
poco tiempo al hospital, hasta que en una de las idas y venidas, quedaban
ya para morir.
Sintió cómo se le encogía el corazón y le costaba respirar, pero continuó:
– Y mueren en la flor de la vida, con los más agudos dolores; corrompidas
y llenas de pecados, sin honor y acaso con una muerte eterna…
Siguió hablando como para él mismo:
– Mi parte, mi parte…
Después, volvió a mirar a su amigo y continuó:
– ¿Cómo es posible que Sevilla, la tercera ciudad de España, no tenga un
establecimiento como tienen otras capitales?, ¿cómo es posible que ni en
casas particulares, ni en conventos de religiosas quieran recibir a estas
mujeres y ayudarles a salir de la ciénaga en la que se encuentran?

214
Apóstol de Sevilla

"A las puertas del Hospital Central"

215
Vida del Padre Tejero

Estaba lleno de rabia, parecía derrotado.


– Confía en Dios, Francisco –le dijo su amigo.
– Es el único en quien confío, Cayetano. Ayer, frente al Hospital Central me
prometí que, aunque tenga que mendigar de puerta en puerta por toda la
vida, lo haré gustoso, buscando pan para estas infelices, con tal que no se
pierdan.
Cayetano le miraba, admirado de su valor. Pero él, sin prestarle atención,
continuó:
– Pero no soy más que un pobre sacerdote sin recursos. Por eso sólo tengo
los recursos de Dios. ¿Por qué te crees que necesito humillarme ante Él?
¿Cómo voy a hacer mi parte, si no pongo todo ese sufrimiento ante su
misericordia? Dios ha puesto en mis manos una obra que es infinitamente
más grande que yo. Siento que soy nada. Una nada ínfima, diminuta, a la
que Dios ha puesto por delante la tarea de allanar una montaña y rellenar
un abismo. Todo el estudio, todo el conocimiento es nada cuando te pones
delante del sufrimiento humano. Sólo en la oración siento consuelo. Sólo en
compartir con ellos el dolor, aunque sea por medio de la disciplina, siento
que puedo poner su dolor ante Dios.
Cayetano le dirigió una mirada llena de cariño.
– Francisco, comprendo lo que me dices. Pero, precisamente por la obra
ingente que Dios ha puesto en tus pequeñas manos, tienes obligación de
cuidarte. Debes dormir, debes descansar y recuperar fuerzas, ya que durante
todo el día estás ocupado en Su Obra.
– Pero tengo que orar. Tengo que orar mucho y el día es corto.
– Vale que tienes que orar, Francisco, vale. Pero no debes maltratarte
físicamente. Tu vida de apóstol incansable ya tiene bastante de sacrificio
para que te pases la noche mortificándote.
Le puso las manos en los hombros y le miró a la cara para decirle:
– ¡Por favor, Francisco! ¡Ora todo lo que quieras!, ¡pásate horas de oración!,
pero duerme también. Y cuídate, que el diablo quiere que enfermes, pero
Dios te necesita fuerte. Tienes mucho trabajo que hacer para ponerte malo.
Además, estoy seguro de que Dios está muy orgulloso de ti con tus grupos
de catequistas.

216
Apóstol de Sevilla

Entonces, Francisco habló a su amigo de los catequistas. Almas generosas


que habían sabido responder a la llamada de Dios, que tenían más valor que
conocimientos. Mujeres que se aventuraban a entrar en los corrales, donde,
por su clase social, se sabían rechazadas. Hombres que disimulaban su
vestimenta de calidad para estar más cerca de aquellos a quienes
evangelizaban.
Le contó las luchas que cada uno de ellos debía vencer, para acercarse a
personas en pecado, a quienes les habían enseñado a rechazar, con quienes
les habían dicho siempre que no debían juntarse.
Le habló de las dificultades entre ellos mismos, las diferentes opiniones sobre
cómo hacer las cosas; los caracteres opuestos y aún difíciles. De lo difícil
que era seleccionarlos, pues la necesidad era como para decir a todos que
sí. De las dudas sobre la doctrina que daban, ya que algunos no tenían tanto
conocimiento del Catecismo, del Evangelio, de la Iglesia, como para hacer
bien la labor de catequistas.
– Luego –continuó–, están los párrocos. Cada parroquia es diferente y cada
párroco especial. Están acostumbrados a ser el todo de la parroquia. Es
verdad que nos llaman los párrocos, pero hay parroquias en las que han
empezado los catequistas y en ocasiones es difícil convencer a los párrocos
de los beneficios de la catequesis por las casas.
– Y, ¿no tienen los catequistas una normativa que sigan todos igual? –le
1
preguntó Cayetano–, ¿como la de las “Escuelas de Cristo” , por ejemplo?
– La verdad es que no, hemos ido teniendo una ‘ley no escrita’, una forma
de hacer común; pero no hay una normativa.
– Pues, creo que deberías ir pensando en hacer una, ahora que las catequesis
están creciendo, pero aún son controlables. Podrías pedir la aprobación al
Cardenal, que sé que está muy orgulloso de los Catequistas de su Padre
Tejero, y presume de ellos donde quiera que va. Y así también los párrocos
tendrían que respetar las normas. Sería como si fueran una ‘Congregación’
de seglares para las parroquias. El párroco que las quiera, tendrá que sujetarse
a sus normas.

1La Escuela de Cristo era una asociación de seglares y sacerdotes que, con origen en el Oratorio de
Roma, se habían extendido por muchos países. En Sevilla existía una Escuela de Cristo que pasó por
varias sedes. ”

217
Vida del Padre Tejero

A Francisco, que con la larga conversación se había relajado mucho, le gustó


la idea.
– Además, así, cuando se formen nuevos grupos o entren nuevos catequistas
a un grupo, sabrán lo que tienen que hacer. Mataríamos dos pájaros de un
tiro: las diferencias con los párrocos y los problemas entre los catequistas.
¿Qué te parece si lo escribo, según hemos visto que era mejor por la
experiencia y me ayudas tú corrigiéndomelo?
El entusiasmo había vuelto al corazón de Francisco. Cayetano se sintió feliz.

218
Capítulo Décimo

OPERARIO INCANSABLE 1

"Alameda de Hércules en 1851"


1859: CONSULTAS
– Fue Cayetano quien me dio la idea, y luego me ha ayudado con la redacción
y me ha hecho las correcciones finales. Sin su ayuda no habría podido.
Cuando Francisco dijo al padre Alonso que, si tenía un rato, le gustaría hablar
con él; éste le sugirió que lo acompañara a dar un paseo aquella misma
tarde; así que ambos caminaban por la orilla del río, en dirección al puente
de Isabel II, que comunicaba con el barrio de Triana. El puente, diseñado a
semejanza del puente Carroussel en París, había sido inaugurado por la
misma reina pocos años antes, sustituyendo al puente de barcas que
comunicaba la ciudad con el barrio extramuros.

1 “Operario incansable” fue el calificativo que le puso el sacerdote Antonio Ortiz de Urruela en carta
al Nuncio Apostólico de fecha 7 de noviembre de 1864. En esa carta hace una precisa descripción de
la situación religiosa y del clero de Sevilla.

219
Vida del Padre Tejero

Francisco, muy entusiasmado, hablaba con el padre prepósito del reglamento


que había escrito para sus grupos de catequistas. Quería pedir permiso a la
Congregación para imprimirlo.
– Me parece muy bien –decía el padre Alonso–, pero después de pedir
autorización a la Congregación, habrás de presentarlo al Señor Cardenal.
– Sí, claro, con eso ya contaba yo –le respondió Francisco.
Se hizo un momento de silencio entre ellos, mientras de fondo se escuchaba
el trajín de los empleados del muelle, sus gritos y ruido de paquetes y fardos,
mientras descargaban un barco que acababa de llegar de Cádiz.
Francisco tomó nuevamente la palabra.
– Padre –dijo.
El padre Alonso le miró, pues no era normal que se dirigiera a él con tanto
protocolo.
– ¿Sí? –le respondió.
– Quería yo consultarle también otra idea que me ronda desde hace tiempo
la cabeza.
– Dime lo que quieras.
– Verá. Usted sabe que los catequistas han llegado hasta la sala de Santa
María Magdalena en el hospital de las Cinco Llagas.
– Sí, claro. También sé que ha habido allí grandes conversiones.
Entonces Francisco le narró las dificultades que aquellas jóvenes conversas
encontraban para no volver a caer en las redes de aquellos burdeles que las
usaban hasta destrozarlas en la flor de la vida. Le contó cómo, una vez
convertidas, era casi imposible colocarlas.
– He comprendido –continuó–, que antes de dar este paso, las jóvenes
deberían pasar por una especie de “noviciado” para regenerarse y habilitarse
para que puedan volver a la sociedad con garantías de seguridad.
– No te entiendo.
– Verá, Padre, cuando les dan el alta en el hospital, casi ninguna sabe trabajar
para poder ganarse la vida.

220
Apóstol de Sevilla

Francisco se iba emocionando por momentos.


– A eso se une que están tan débiles que no pocas veces les es imposible
entregarse a los trabajos de una casa. Y, para que nada falte a su desgracia,
mientras les busco inútilmente una colocación, las ‘Amas de los burdeles’
entran con engaños al hospital y las seducen con ofertas a las que no se
pueden resistir. Quedan con ellas para esperarlas a la puerta el día que van
a salir y, sin dejarlas, las acompañan nuevamente al lupanar, donde las
encadenan nuevamente, hasta su ruina.
– Comprendo, hijo, que tienes que sufrir mucho cuando ves que todo tu
trabajo se echa a perder. Pero no entiendo a qué te refieres con eso del
“Noviciado”. De verdad que suena muy extraño que unas meretrices vayan
a hacer el noviciado, por mucho que se hayan convertido.
Francisco se echó a reír.
– No, Padre, cuando hablo de noviciado no quiero decir que se vayan a meter
a monjas; sino que creo que deberíamos proporcionarles un lugar en el que
prepararse para poder regresar a la sociedad que las ha rechazado. Usted
sabe que las referencias que tienen esas muchachas no son en absoluto
recomendables.
– La verdad es que no –dijo el padre Alonso–. Pero eso de que seamos
nosotros los que ‘debemos proporcionarles un lugar…’; no pretenderás que
las metamos en la Casa de Ejercicios.
Ahora rieron ambos. Menos mal que, con el padre Alonso, Francisco tenía
la suficiente confianza como para hablar de esta forma. Cualquier otro se
habría escandalizado ya.
– No, claro que no –le respondió Francisco–. Eso es lo que quería consultarle.
He estado pensando que si el Señor las ha puesto en mis manos para
convertirlas, pues…
No se atrevía a continuar. Lo que iba a decir era muy arriesgado para un
sacerdote, y más para un Padre del Oratorio de Sevilla, con los tiempos que
corrían.
– Venga, Francisco –le animó el Prepósito–, que estás hablando conmigo.
Sabes que hay confianza. Dime lo que has pensado y veremos lo que se
puede hacer.
– Había pensado… Había pensado que si alquilamos una casa y buscamos

221
Vida del Padre Tejero

una señora responsable que les enseñe las tareas de la casa y les dé los
conocimientos necesarios de lectura, escritura y cuentas; si las muchachas
pasan allí una temporada, después las podríamos colocar con todas las
recomendaciones. Como sabe usted que hace la Vizcondesa de Jorbalán en
Madrid, en Valencia y en Zaragoza, con su congregación del Santísimo
Sacramento. Así, tendríamos la posibilidad de catequizarlas y ayudarles a
encaminarse hacia Jesucristo, el único Salvador. Y…
El padre Alonso le detuvo.
– Espera un momento. ¿Estás hablando de fundar aquí una casa de las
religiosas de la Vizcondesa de Jorbalán?
– No, Padre. No aspiro yo a tanto. Sólo digo que, si usted me da su autorización,
contaría con alguna de mis catequistas para buscar recursos, alquilar una
casita y dar una oportunidad a estas jóvenes. Que algunas no pasan de los
doce años y ya han entrado varias veces al hospital. ¡Creo que es nuestra
obligación! y, además, es algo que ya hizo nuestro Padre San Felipe en
Roma.
Don José María sonrió.
– Veo que has estado hurgando en los Anales… Y, conociéndote un poco,
me parece que debes tú ya tener todo atado, antes de venir a contármelo.
Francisco se puso rojo como la grana, como niño pillado en mentira, y
respondió.
– Pues… verá, Padre, he estado hablando con algunos de mis dirigidos, y
podríamos contar con una suscripción mensual de unos cien reales. Habría
que buscar una casa de alquiler que estuviera lejos de la Alameda y fuera
barata. Don Ricardo Rubio, que se dirige conmigo tiene una casa en la calle
1
Venerables , frente a la puerta de la iglesia. Es una casita muy pequeña, pero
para empezar podría servir; y él dice que, como la tiene cerrada, nos la
prestaría. Y creo que podría contar con una de las catequistas, para que se
quede con las muchachas en la casa.
– Nunca dejarás de sorprenderme, Francisco.
– ¿Cuento con su apoyo, Padre? –preguntó lleno de ansiedad.
– Por supuesto.
1La Calle Venerables cambiaría su nombre, en 1866 por el de Calle Jamerdana; que era el de la
perpendicular.

222
Apóstol de Sevilla

– Y… ¿Habrá que preguntarle a la Congregación?


– De momento creo que no será necesario. Si la experiencia va adelante, ya
sería otra cosa. Lo que sí tendremos que hacer será informar al Señor
Cardenal.
– ¿Hay que pedirle permiso?
– No creo, por lo menos en principio. –El padre Alonso se iba ilusionando
con el proyecto–. Podemos ir preparándolo todo y, cuando esté la casa
preparada y tengas asegurada la colaboración de tus catequistas le avisamos.
El padre Alonso se detuvo en seco. Francisco se paró a su lado y se le quedó
mirando, preguntándose qué le pasaba. El prepósito le dijo:
– ¿Estás seguro de que habrá alguna joven que quiera entrar en ‘tu casa’?
Francisco se echó a reír.
– ¡Padre, qué susto me ha dado! Por un momento he pensado que había
encontrado algún problema insoluble. ¡Claro que hay jóvenes! ¿No le digo
que ya ha habido varias que me han dicho que les buscara una solución para
no tener que volver a aquellos lugares?
ROSARIO MUÑOZ
Cuando Rosario llegó a la puerta de San Felipe no se atrevía a llamar. Aunque
había sido el mismo padre Tejero el que le había dicho que acudiera al
Oratorio la tarde siguiente, sentía un gran respeto por los padres del Oratorio.
Siempre temía molestar.
Estaba parada delante de la puerta de la calle Gerona, pensando en llamar,
cuando ésta se abrió para dar paso al padre Naranjo.
– Buenas tardes, Señora –le dijo éste, que no la conocía–. ¿Había llamado
usted?, ¿lleva mucho rato esperando? Disculpe si no le hemos abierto antes.
Rosario, bajando la vista, le respondió.
– No, Padre, no hay nada que disculpar. Todavía no había llamado cuando
ha abierto usted.
Más relajado, el sacerdote le preguntó:
– Y… ¿deseaba?

223
Vida del Padre Tejero

– El Padre Tejero me dijo que viniera.

– Pues pase usted.

Le cedió el paso, y cuando ella entró, llamó al hermano Porras, el portero,


diciéndole:

– Esta señora quiere ver al Padre Tejero. Hazla pasar a la sala, y avísale,
por favor.

– En seguida, Padre, le respondió el Hermano.

Y, dirigiéndose a la mujer, le dijo:

– Pase, Señora. ¡Andá!, si es usted Doña Rosario. ¿Cómo está?

Rosario rió. Ella también conocía al hermano de las veces que había
acompañado al padre Tejero a las Catequesis, desde que el hermano Montes
saliera de la Congregación.

– Bien, gracias a Dios. Creo que el Padre Tejero me está esperando. ¿Le
molestaría avisarle?

Tuvo la impresión Rosario de que al hermano le sentaba mal que le diera tan
poca conversación, y estuvo tentada a decirle algo más, pero si la esperaban,
no debía llegar tarde por entretenerse en la puerta.

– Ahora mismo voy –dijo, en un tono más seco, el hermano–. Entre tanto,
siéntese si quiere.

Se sentó Rosario en uno de los dos bancos de madera que había en la


portería y esperó a que el hermano saliera en busca del padre Tejero.

Después se levantó, nerviosa como estaba, y se puso a contar los pasos que
había de una pared a otra, como si de averiguar aquella distancia dependiera
el destino del mundo.
‘¿Qué querrá de mi el Padre Tejero?’ se preguntaba. No conseguía imaginar
de qué se trataba. ‘Yo siempre le he dicho que puede contar conmigo. Podría
ser que quisiera empezar el comedor para los corrales’. De él habían hablado
algunas catequistas en la reunión del último jueves. Pero ni ella había aportado
nada allí, ni se había llegado a ninguna conclusión; más bien se había dejado
para que todas lo meditaran y retomar de nuevo el tema a la semana siguiente.

224
Apóstol de Sevilla

Estaba tan absorta en sus pensamientos que la silenciosa llegada del padre
Tejero la sorprendió y le hizo dar un brinco.
– Qué, ¿ya sabe cuanto mide el zaguán? –le preguntó Francisco riéndose.
Ella se puso colorada.
– Perdone, Padre, me dijo el Hermano que me sentara, pero creo que soy
un poco impaciente.
– No hay nada que disculpar, mujer –le dijo él–. Que cada uno espera como
le parece, y yo he tardado más de lo que debía; pero estaba terminando un
sermón y me quedaban por copiar tan sólo dos renglones. La que me tiene
que disculpar por la tardanza es usted.
– No se preocupe.
Entonces, Francisco le señaló la entrada a una salita de recibir que había en
la portería. Dicha sala tenía la puerta con un cristal, para que los padres
pudieran hablar allí con toda clase de personas.
Rosario le siguió y tomó asiento, como él le indicaba. Una vez sentados
ambos, Francisco fue al grano.
– Rosario. Se preguntará por qué le he dicho que venga aquí para hablar
con usted, en lugar de haberlo hecho en San Roque, donde nos vemos
muchas veces.
Ella le dio la razón. Realmente le había extrañado. Pero bueno, ya que estaba
allí, esperaba que él le dijera qué quería.
Francisco, a quien gustaba poco andarse con rodeos, se lo expuso:
– Bueno, usted sabe el buen éxito que están teniendo las catequesis en el
hospital Central.
– Sí, Padre, todos se hacen lenguas de ello. Y creo que lo mejor es lo bien
que nos han acogido en la sala de Santa María Magdalena. Esas muchachas
reciben la palabra de Dios como tabla de salvación.
– Exacto –dijo el padre–. Y, ahí comienza el problema; porque muy pocas
pueden llegar a salir de la espiral que se forma entre el hospital y las casas
de citas.

225
Vida del Padre Tejero

Francisco le expuso su plan a Rosario, sin decirle que había pensado en ella
para cuidar de las jóvenes. La mujer se había ido contagiando del entusiasmo
del sacerdote mientras éste le iba contando sus ideas. El padre Tejero,
finalmente dijo:
– Y,… había pensado en una de mis catequistas para que atendiera a las
jóvenes dentro de la Casa –le dijo.
Rosario, ya metida de lleno en la ‘fundación’, añadió:
– ¡Claro!, porque hará falta una mujer que viva con ellas, como si fuera esa
madre que las muchachas no tienen.
Francisco se quedó callado, mirándola, mientras ella proseguía, hablando
como para sí misma:
– Pero tendrá que ser alguien que no tenga lazos familiares que le aten,
porque si no, no podría estar constantemente con las muchachas.
Rosario enlazó una retahíla de condiciones que debería tener la Catequista
que se quedara con las jóvenes en la Casa; hasta que, de pronto, pareció
caer en la cuenta de la razón por la que el padre Tejero la había llamado.
Entonces le miró y él le sonrió.
– Sí, Rosario, he pensado en usted para esta obra. Tendrá que entregarse
exclusivamente a la Casa, viviendo siempre con las jóvenes arrepentidas
para instruirlas, vigilarlas y corregirlas, como lo pudiera hacer una cariñosa
madre.
Ella no salía de su asombro al sentirse elegida para una obra de tal magnitud.
Francisco continuó:
– Pero, por todo ese trabajo, por las dificultades con las que se va a encontrar,
por los disgustos y sacrificios que va a tener que soportar, no puedo ofrecerle
ningún tipo de emolumento. Aquí no hay más paga que la que Dios le dará
cuando llegue a sus brazos. Eso sí, podrá participar, para usted de lo mismo
que se recoja para las jóvenes arrepentidas.
Al terminar de hablar el padre, Rosario permaneció unos momentos en
silencio. Francisco sabía que de la respuesta dependía el éxito o fracaso de
su iniciativa; así que esperó atento, mientras elevaba una oración a Dios.
Por la mente de Rosario pasó, en un instante, toda su vida; desde su infancia
en Marchena, donde había nacido, hasta la serena madurez en que ahora

226
Apóstol de Sevilla

vivía. La comodidad de terminar su trabajo y volver a la tranquilidad de su


casa; los éxitos que tenía en las catequesis por los corrales, donde era muy
apreciada, ‘san Pablo de los corrales’ le había llamado el padre en una
ocasión.
Ella había ido en un par de ocasiones a ver a aquellas mujeres al hospital;
sabía que sus caracteres, experimentados en la lucha por la supervivencia
en un medio violento como era el de la prostitución, eran difíciles.
Si aceptaba tendría que someter su libertad a la voluntad del padre Tejero,
que sería el director de la “Casa para las Arrepentidas”. Si aceptaba tendría
que ocultar su éxito entre cuatro paredes. Si aceptaba se acabarían las
noches de dormir de un tirón, los paseos tranquilos por la orilla del río. Si
aceptaba…
– Acepto, Padre –dijo–. Con todas mis veras y con todas las consecuencias.
Voy a ‘quemar mis naves’; me llevaré a la Casa para las Arrepentidas hasta
los pocos muebles de que dispongo. Así Dios sabrá que cuenta conmigo por
completo.
Francisco casi se echa a llorar. Le dieron ganas de dar un abrazo a aquella
mujer valiente que iba a arriesgarlo todo en una empresa que, en principio,
no era suya. Porque, si aquello fracasaba, Rosario se quedaría en el aire,
mientras él seguiría teniendo su Congregación y su casa.
– Vamos a pasar a la capilla que hay tras la iglesia, a encomendarnos a Dios
–le dijo.
Mientras cruzaban el patio, bajo los arcos que formaban las galerías, para
atravesar el pasillo que conducía a la capilla, cuyo Sagrario era compartido
con la iglesia, al estar situado en un hueco que atravesaba la pared, Francisco
no dejaba de dar gracias a Dios.
······························
– ¿Es que ya no va a haber silencio en esta santa casa?
El padre Naranjo, muerto de risa, se asomó a la ventana de su habitación
que daba al jardín, en el que el padre Tejero cantaba a voz en grito; bastante
mal por cierto.
– Padre Tejero, por favor, que si por lo menos cantases bien…
– Perdone, Padre –le respondió Francisco desde abajo–. ¿Se me oía?

227
Vida del Padre Tejero

– Creo que se te debe oír en la catedral. Así que los Seises hoy no habrán
podido ensayar.
– Perdone, no me había dado cuenta de que estaba molestando.
– No, si no molestas, sólo es un atentado contra el arte de la música. No te
preocupes, es bueno escuchar cantar a alguien, ahora que estamos en
Pascua. Y…, cambiando de tema, ¿no era hoy cuando el Padre Prepósito
y tú vais a ir a ver al Señor Cardenal?
– Sí, Padre. Pida usted al Señor que todo vaya conforme a su voluntad.
– Lo haré, tranquilo, Padre.
– Gracias –dijo Francisco.
– Y, sigue cantando, que por lo menos nos reímos.
Desde hacía una temporada el padre Naranjo estaba más agradable con el
padre Tejero. Fiel eclesiástico, no podía oponerse a lo que el Cardenal había
dado por bueno con la aprobación de las Constituciones para las
Congregaciones Catequistas. Además, era innegable que ya había
agrupaciones de catequistas en todas las parroquias de Sevilla y algunos
pueblos de alrededor.
Menos mal que no sabía que la nueva visita al Cardenal era para hablarle
de una nueva fundación y, esta vez, no para los vecinos de los corrales,
‘pobres desconocedores de la ley de Dios al fin y al cabo’, sino para otra
clase de mujeres mucho menos recomendables. Si se hubiera enterado le
habría excomulgado directamente. Pero, de momento, le permitía cantar
mientras recogía los melocotones que iban a llevar a don Joaquín Tarancón
el padre Alonso y él para solicitar permiso para abrir la Casa de Arrepentidas.
LA CASA DE ARREPENTIDAS
Don Ricardo Rubio, finalmente, había cedido la casita de su propiedad, que
contenía algunos enseres que dejó el anterior inquilino. Allí se había trasladado
Rosario con sus muebles y, aún sin terminar de arreglarla, ya vivía en ella.
Había pensado que eran pocos, pero en las dos únicas habitaciones con que
contaba el número 3 de la calle Venerables parecía mucho.
En la habitación interior habían puesto cuatro catres con sus colchones de
paja. Ella iba a tener que dormir en la misma habitación que las jóvenes que
ingresaran. Quizá eso era lo que más le costaba. De allí se salía al patio,

228
Apóstol de Sevilla

compartido con otras casas de la vecindad, donde se encontraba el retrete


que, al estar en el centro de la ciudad, tenía el desagüe por medio de cañerías
que iban a dar a las cloacas que había instalado el Ayuntamiento hacía ya
años. También en el patio, junto a la puerta, Rosario había colocado su cocina
de carbón, que por suerte no era grande y habían podido llevarla allí.
En la habitación de fuera puso la mesa camilla y sus seis sillas. En una
esquina la alacena con su vajilla, ollas y jarras. En un cajón los cubiertos y
en el otro habían metido varios cuadernos y lápices que había traído el padre
Tejero en una de sus visitas.
Esos días fueron de mucha soledad para ella. Aún no había entrado ninguna
joven y la casa no tenía mucho que arreglar. Dos de las catequistas le habían
ayudado a blanquear las paredes, y con el padre habían movido los muebles.
‘¡Qué energía derrocha el padre Tejero!’ había pensado Rosario en más de
una ocasión. No había dejado ninguna de sus obligaciones, y cada poco se
pasaba por la Casa para ver cómo iba todo. Estaba tan nervioso como un
padre primerizo.
Pondremos la Casa bajo la protección de nuestra Madre Dolorosa.
Había dicho un día, y al día siguiente se presentó con una imagen pequeña
de la Virgen, con sus siete espadas. La pusieron sobre la cómoda en la que
Rosario guardaba la ropa de casa, las sábanas que le habían regalado
algunas de las Catequistas, alguna toalla y… poco más.
– Y también bajo la protección de San Felipe –le dijo en otra ocasión.
Y Rosario, riendo, le había respondido:
– Pues no sé si vamos a caber tantos en la casa, porque yo le he pedido a
Santa María Magdalena que no me deje sola. Así que me parece que no
vamos a poder admitir a ninguna muchacha, porque sólo hay cuatro camas.
Después, había añadido:
– Y, por cierto, ¿cuándo vendrán?, que esto está prácticamente preparado
y ya las echo de menos.
El padre le contestó:
– El día 22, la fiesta de su patrona.
– ¿El día de santa María Magdalena? –dijo ella–. Bonita fecha.

229
Vida del Padre Tejero

– Sí, bonita fecha para la fundación de la “Casa de las Arrepentidas”. He


hablado con las Hermanas de la Caridad y les he pedido que pospongan
hasta ese día el alta de una niña de dieciséis años que es huérfana, para
que no caiga nuevamente en las redes de las meretrices.
– Pero, aún falta una semana –dijo Rosario–. ¿La van a dejar allí tanto
tiempo?
– Sí, me van a hacer el favor. No estaría bien que se pierda, y, por otra parte,
nosotros necesitamos ese tiempo para terminar de organizarnos.
– Pero la casa está prácticamente terminada; esta tarde pienso colgar las
cortinas, que sólo me quedan un par de puntadas…
– Rosario, no se trata sólo de preparar la casa, hemos de prepararnos
nosotros.

– ¿Nosotros?
– Por supuesto. Horario, algunas reglas para que las muchachas sepan a
qué atenerse, y tenemos que buscar alguna colaboradora, para que pueda
enseñar a las muchachas y usted tenga algún tiempo de descanso, pueda
pasear o ir a hacer alguna visita… Tenga en cuenta que veinticuatro horas
al día son muchas horas.
– Es verdad, Padre –dijo ella, asintiendo con la cabeza–. Tengo ya tantas
ganas de que vengan jóvenes que no pienso en lo duro que puede ser. De
todos modos, por mí no se preocupe. Dios proveerá.
– Sí, Rosario, Dios proveerá; pero ‘a Dios rogando…’
– ‘… y con el mazo dando’. Tiene razón, Padre, todo lo que tengamos previsto
no nos pillará de sorpresa. Que seguro que sorpresas tendremos de sobra.
······························
Por fin había llegado el veintidós de julio.
Rosario madrugó para ir a misa a San Felipe.
El padre Tejero había pedido al Prepósito que le dejara decir la primera, a
las cinco de la mañana. Pocas personas acudían a esa hora, así que Francisco
la pudo decir con toda tranquilidad, y casi dirigida a Rosario.

230
Apóstol de Sevilla

Ella estaba tan emocionada como él. Cuando recibió la sagrada comunión
de manos del Padre Director de la Casa de Arrepentidas, que se fundaba en
ese día, pidió al Señor que les iluminara, que les diera fuerza y ternura a la
vez.
Algo parecido dijo el padre en el sermón.
– La conversión de Santa María Magdalena es señal, para nosotros, de que
para Dios no hay nada imposible. Sólo Él es el dueño de los corazones y las
voluntades. Debemos dejarnos conducir por Él y encontrar en Él la fuerza,
la ternura y el amor necesario para amar a quienes nos rodean; para no
darnos por vencidos aunque parezca que el diablo son siete. Pues el que
pudo expulsar a siete demonios de la Magdalena, tiene poder para allanar
nuestros caminos, por muy escabrosos que parezcan. Sólo la confianza en
el poder de Dios nos permitirá lograr los propósitos que nos propongamos,
siempre que sean conformes con su voluntad.
Después ella se había vuelto a la Casa, donde preparó un desayuno, como
de fiesta, para ella, para el padre Tejero y para la joven que éste iba a
acompañar desde el hospital hasta allí.
Tenía ya todo preparado hacía rato y estaba colocando unas flores en un
jarrón cuando, por fin, sonó la puerta.
Era el padre Director acompañado de una muchacha. ‘¿Una muchacha?, ¡si
parece una niña!’ pensó Rosario al verla. Estaba un poco demacrada. ‘Acaba
de salir del hospital, la pobre’, se dijo mientras pensaba cómo tendría que
saludarla. El padre Tejero interrumpió sus pensamientos:
– Rosario: ¡Este es hoy nuestro tesoro! –dijo.
Y tomando a la niña por los hombros, la puso delante, entre él y Rosario.
Entonces ella ya no tuvo duda alguna. Le dio un abrazo y, mirándola fijamente,
le dijo:
– ¡Bienvenida a casa!
Y después, con una sonrisa de oreja a oreja, añadió.
– ¡Venga!, vamos a desayunar, que el chocolate se va a poner tan espeso
que no va a haber quien se lo tome –y, dirigiéndose a la niña, añadió–: ¿Te
gusta el chocolate con churros?
Lo que menos esperaba la niña era un desayuno de chocolate con churros.
Aquello no sería tan malo como las otras jóvenes de la sección del hospital

231
Vida del Padre Tejero

le habían dicho, burlándose de ella.


Francisco y Rosario sostuvieron la conversación durante un rato, preguntando
de tanto en tanto a la muchacha, que parecía muy tímida. Finalmente, el
padre se tenía que despedir.
Allí se quedarían las dos solas.
Ahora Rosario comprendió lo necesarias que habían sido todas esas semanas
de preparación. Tomó las cosas de la joven, que no eran muchas, y le dijo
riendo:
– Ven, vamos a hacer un largo recorrido para que conozcas toda la casa.
······························

"Casa de la Calle Venerables, hoy Jamerdana."

Al atardecer volvió a aparecer el padre Tejero por la Casa de Arrepentidas.


– ¡Buenas tardes nos dé Dios! –gritó mientras tocaba a la puerta.

232
Apóstol de Sevilla

La voz de Rosario se escuchó desde dentro:


1
– Carmelilla , haz el favor de abrir, que es el Padre Tejero.
La niña abrió y Francisco pasó, deseoso de saber cómo iba todo.
– Muy bien, nos ha ido muy bien –explicó la muchacha, que había perdido
algo de la timidez que mostrara por la mañana–. Hemos ido a comprar, la
Señora Rosario me ha pedido que le ayudara a hacer la comida, y por la
tarde hemos dado un paseo. ¡Fíjese, Padre!, con el tiempo que llevo viviendo
en Sevilla, y no sabía lo bonitos que son sus paseos.
En eso apareció Rosario, que venía del patio, con una cafetera humeante.
– Sabíamos que iba usted a venir –dijo–, así que hemos preparado una
buena merienda, con café con leche y unas galletas que ha hecho la niña.
– Si las has hecho tú, habrá que probarlas –contestó el sacerdote–. Pero,
me parece que no voy a volver mucho por aquí si me sobrealimentáis.
– ¡Si son muy poquitas, Padre! –dijo ella– además, no me han salido muy
bien que digamos, ¡son las primeras que hago!
– Entonces seguro que están muy ricas.
Mientras tomaban el café, el padre Tejero preguntó a Rosario si habían tenido
algo de clase y catecismo.
– Pues, la verdad… –dijo poniéndose un poco colorada–, la verdad es que
casi no nos ha dado tiempo; yo había pensado que al ser el primer día que
la chiquilla estaba aquí, que sería mejor comenzar a conocernos.
En esto intervino la aludida, defendiendo a Rosario.
– ¡Pero si hemos rezado antes de comer! ¿No se acuerda?
– Veo que le defiende. Eso es que os ha ido bien juntas. ¿Me equivoco?
Después de un rato de amena charla, Rosario pidió al padre que, aunque
fuera sólo unos momentos, les diera a las dos juntas una breve catequesis
sobre la fiesta que celebraban.
– Sea –dijo Francisco–. Hablemos de Santa María Magdalena que, por cierto,
1Es muy posible que esta joven fuera María del Carmen Tejera Bernal, hija de Luis y Antonia, natural
de Cabezas, en Extremadura.

233
Vida del Padre Tejero

se hizo muy amiga de la Virgen María y estuvo a su lado cuando crucificaron


a Jesús, compartiendo su dolor por el hijo que moría…
ENTREVISTA CON EL CARDENAL
Tarareando una canción, Francisco saludó al sacerdote que había en la
puerta del palacio arzobispal.
– ¿Cómo le ha ido, Padre? –le preguntó éste–. Porque viene usted de hablar
con el Señor Cardenal, ¿no?
– Sí. De hablar con él vengo. Y me ha ido mucho mejor de lo que yo esperaba.
–Se le notaba entusiasmado–. Voy a ir ahora mismo a contárselo a Doña
Rosario.
– ¿Esa es la señora que está con las arrepentidas? –preguntó el portero.
– Sí, una gran mujer. Cuando vaya el Señor Cardenal a visitar la Casa, podría
usted acompañarle, si quiere.
– ¿Va a ir su eminencia? –dijo admirado el sacerdote–. Eso quiere decir que
su obra es mejor de lo que se oye por ahí.
– Bueno, Doña Rosario se esfuerza mucho para dar a las muchachas el
cariño que no han recibido en sus casas.
– ¡Y algo hará usted también!
– Poca cosa, demasiado poca… –le respondió el padre Tejero–. Ya quisiera
yo poder hacer más, y encontrar una casa un poco más grande, y personal
para poder darles la educación que necesitan, y otra mujer para que Doña
Rosario no esté tan sola, y…
Francisco, de pronto, cayó en la cuenta de que Rosario le estaba esperando,
y cortó la conversación casi bruscamente.
– Pero disculpe, que me están esperando en la Casa de Arrepentidas y luego
tengo que ir a varios mandados.
– No se preocupe, Padre Tejero, todos sabemos que está usted ‘hecho un
1
brazo de mar’ .

1 Está hecho un brazo de mar: Expresión andaluza para decir que alguien trabaja mucho y sirve para
todo.

234
Apóstol de Sevilla

Francisco hizo sonar varias veces la campanita que se agitaba en lo alto de


la verja que daba entrada al palacio arzobispal mientras salía, sonriendo al
portero.
Siguió tarareando su canción alegremente hasta que, nada más entrar en la
calle Venerables, escuchó unos gritos. Alguien estaba peleando.
‘Estos matrimonios…’, pensó. Aunque las peleas a gritos eran más propias
de los corrales de San Roque o de Triana que del barrio de la parroquia de
Santa Cruz, en el centro de la ciudad.
De pronto se dio cuenta de que las voces eran sólo de mujeres…
‘¡Dios mío! –se dijo, alarmado–, si esa es la voz de Rosario.’
Echó una carrera calle abajo. Vio que varias vecinas, que se habían asomado
para enterarse de lo que ocurría, le gritaban:
– ¡Corra!, ¡corra Señor Cura!, ¡que se le matan!
– ¡Que quién con niños se acuesta!…
– ¡Meado se levanta!
Todas rieron la ocurrencia.
Él agachó la cabeza y siguió corriendo, sujetándose los faldones de la sotana
para no enredarse en ellos.
Cuando llegó a la puerta vio que estaba abierta. Al asomarse se hizo un
silencio sepulcral. Se notaba que habían llegado a las manos. Dos de las
muchachas estaban desgreñadas y una de ellas sangraba por los arañazos
que la otra le había hecho en la cara. La habitación estaba muy desordenada
y parecía que más de un plato se había roto.
Francisco, echando una mirada a su alrededor, dijo muy serio:
– ¿Qué es lo que pasa aquí?
Todas callaron, asustadas. Nadie se atrevía a hablar y se miraban entre ellas,
esperando que otra comenzara. Rosario bajó los ojos. Se sentía culpable de
no haber podido controlar la situación. A modo de excusa, dijo:
– Yo estaba en la cocina…
Catalina, que era la mayor, salió en defensa de Rosario.

235
Vida del Padre Tejero

– No, Padre. Verá: han sido Dorotea y Lucía, que se han peleado por un
pasador.
El padre las miró muy serio. Dorotea bajó la vista; pero Lucía, muy alterada
aún, saltó, como tigresa que defiende su camada, gritando:
– Dorotea dice que es suyo. ¡Y eso es mentira! Este pasador me lo regaló
mi madre.
– ¡A mí nadie me llama mentirosa!, la mentirosa eres tú –dijo ésta,
abalanzándose hacia su compañera, a la que parecía nuevamente dispuesta
a arañar–. Fue mi madre la que me lo regaló a mí cuando cumplí los diez
años.
Francisco intervino, dando una fuerte voz:
– ¡Basta ya! ¡Quietas las dos! ¡Dios mío, la que habéis montado por un simple
pasador!
Casi al momento de decirlo se dio cuenta de que había metido la pata. Para
él un pasador carecía de importancia; pero cuando es el único recuerdo que
queda de una madre muerta, no es lo mismo.
Esta vez el silencio lo acusaba a él.
– Dadme ese pasador –añadió, ahora conciliatorio–. Cuando yo averigüe de
quién es, se lo daré a su dueña.
Rosario lo tomó de la mesa, donde estaba, y se lo dio en silencio. Cuando
ambas manos se rozaron, Francisco percibió la tensión, la rabia y la impotencia
que en esos momentos ella sentía. Nunca había pensado que podría haber
peleas en la Casa de Arrepentidas. Aún les quedaba mucho que aprender;
comenzar un camino no significa tenerlo ya recorrido. Comprendió lo que
Rosario tenía que estar pasando. Hablaría con ella cuando se tranquilizaran
las aguas.
Pero, de momento, parecía que las muchachas no estaban dispuestas a
calmarse. Comenzaron a hablar todas a la vez, diciendo unas que era de
una y otras que era de la contraria. Las voces comenzaban a subir de nuevo.
Era seguro que las vecinas estaban otra vez enterándose de todo; pronto
todo el barrio Santa Cruz estaría al tanto de la pelea.
La voz de Lucía se escuchó por encima de las demás.
– ¡Me da igual! ¡Quédese con el pasador, señor cura! ¡Esto es una mierda!

236
Apóstol de Sevilla

Todas se callaron y miraban a Rosario y a Francisco. Rosario iba a hablar,


pero Lucía continuó.
– Nos dicen que esto es la salvación, que nos van a ayudar,… y aquí lo único
que hay es más mierda que fuera. ¡Sois todas unas putas! ¡Yo me voy!
Lucía se dio media vuelta hacia la puerta. Rosario intentó cogerla del brazo,
pero el Padre la detuvo.
– Déjela ir –dijo suavemente–. Déjela ir, Rosario…
Al irse, Lucía tiró un par de sillas por el suelo y pegó un fuerte empujón a
Constanza, que en ese momento entraba, dispuesta a dar a las muchachas
su clase diaria de lectura.
Francisco la sujetó como pudo para que no cayera.
Atónita, Constanza preguntó:
– ¿Qué ha pasado?
Las muchachas comenzaron a contarle los acontecimientos, pero Rosario
les interrumpió:
– Muchachas, dejadlo ahora; ya se lo contaréis cuando terminéis la clase.
Que siempre hay un primero y un segundo; y ahora lo primero es la lectura.
Haced el favor de ordenar un poco esto, y comenzar la lección.
El Padre añadió:
– Dorotea, tú ven con nosotros al patio. Vamos a aclarar algunas cosas.
– ¿Me van a dar mi pasador, Padre?
Francisco sonrió, parecía que realmente el pasador iba a ser de Dorotea.
– Eso ya lo veremos.
Salieron los tres al patio, donde Rosario colocó unas sillas, y allí estuvieron
hablando un buen rato con la muchacha; mientras las otras jóvenes se
preguntaban si la expulsarían de la Casa. Finalmente los tres volvieron a
entrar. El Padre dijo:
– Ya sabéis que las peleas están prohibidas. Aquí no venimos para copiar
el modelo de vida que hay en la calle; sino para aprender a vivir con dignidad.
Y si alguna no quiere estar aquí, no hace falta que monte un número para

237
Vida del Padre Tejero

irse; sólo tiene que decirlo. Dorotea sabe que, la próxima vez, tendrá que
dejar la Casa; que si alguien le quita algo, no es así como se arreglan las
cosas. Por lo menos aquí no. Bastante violencia hay ya en las calles para
que la traigamos aquí dentro.
Todas miraron a Dorotea, que mantenía los ojos bajos. Se notaba que había
llorado, pero estaba tranquila.
Entonces Rosario dijo:
– Constanza, ¿te podrías quedar hoy un ratito más?
– Sí, claro –contestó ésta–. ¿Vas a salir?, no te preocupes, yo me quedo
hasta que vuelvas.
Las muchachas intentaron protestar; pero Constanza no les dejó.
– Venga, muchachas, que hay que aprovechar el tiempo. Vamos a seguir.
Francisco y Rosario salieron a la calle. Durante un rato fueron en silencio.
Después Rosario dijo:
– Lo siento mucho, Padre.
Francisco se volvió hacia ella.
– El que lo siento soy yo, le he metido en un berenjenal…
– No, Padre, si yo estoy encantada. Lo de hoy no es lo normal, es que Lucía
no ha encajado desde el principio, y se ha encontrado con Dorotea, que con
que le tosan le sobra para saltar. No es mala muchacha, pero ha pasado
mucho…
Calló un momento, como pensando en las muchachas, pero en seguida
siguió:
– De todos modos, creo que ya no sería yo capaz de verme sin ellas. Pero,
no podemos seguir aquí metidas. Somos muchas para una casa demasiado
pequeña.
– Sí, Rosario, pero no tenemos otra cosa de momento. Estoy buscando otra
casa más grande. Pero sin dinero… es muy difícil.
– Bueno, Padre, y su entrevista con el Señor Cardenal ¿cómo ha ido?
– ¡Muy bien!, hay que ver, con el barullo me he olvidado. ¡Con lo contento

238
Apóstol de Sevilla

que yo había salido de Palacio!


Rosario se entusiasmó:
– ¿Sí?, ¿ha ido bien la cosa entonces?
– Gracias a Dios sí, me ha aconsejado que escribamos a la Vizcondesa de
Jorbalán, que tiene en Madrid una fundación como la nuestra… Y por lo visto,
le va muy bien. Creo que le voy a escribir pidiéndole el reglamento.
– Eso está bien, pero no sé si todo podrá usarse aquí. Yo estoy casi sola,…
– Rosario, da la impresión de que se siente culpable; y nada más lejos de
mi intención. Ni las personas de Madrid son como las de aquí, ni yo le puedo
obligar a que actúe de manera que se sienta mal… He cargado sobre sus
espaldas un peso que creo es demasiado grande para usted sola.
Guardó un instante de silencio.
– ¡Si supiera la de veces que le he pedido a Dios que nos envíe a alguien
que le ayude!...
Suspiró profundamente.
– A veces creo que se nos está yendo de las manos. Es mucho para usted
sola; pero me resisto a dar la razón a la gente que dice que a estas muchachas
es imposible regenerarlas.
Rosario se detuvo en seco, y, mirándole fijamente a los ojos, le respondió
casi con violencia.
– ¡Y no tiene por qué dársela! Es verdad que estoy sola, que me agobio
porque quisiera que ya fueran unas damas y siguen portándose como unas
cualquiera. Es verdad que lo que ha pasado hoy no tendría que haber
ocurrido… Pero ¿ha visto el cambio que ha dado Manuela?, ha dejado de
llorar y ya sonríe. Ayer por la tarde se rió de un chiste que hizo Dorotea; y
¿ha visto qué sonrisa más bonita tiene? ¿Se ha dado cuenta de que Juana
ya se levanta de su rincón? Ya no se orina en la cama, y no se despierta de
noche gritando, como antes, que me costaba rato y rato que se volviera a
dormir. Y ¿sabe cuál ha sido su última ocurrencia?
– ¿Cuál?
Rosario se puso roja como un tomate.
– Casi me da vergüenza decirlo. ¿Sabe lo que hizo ayer?

239
Vida del Padre Tejero

– ¿Qué?, cuéntemelo, que me tiene intrigado.


– Se pasó la tarde diciéndole a todas que me iba a adoptar como madre.
Que yo era más madre suya que la que la…
Se detuvo.
– ¿Se lo digo con las palabras que dijo ella?
El padre rió.
– Creo que no hace falta, me puedo imaginar lo que sigue. Creo que es ‘la
que la dio a luz’.
– A veces me parece increíble: es como una niña pequeña, y casi tiene veinte
años…
JUNTO AL CONDE
– ¡Quién me iba a mí a decir hace tres meses que iba a ser vecina de un
conde!
– ¡Pues que no se te suban los aires de princesa!, guapa, que aquí todas
somos iguales. ¿Verdad Madrecita mía?
Juana continuaba llamando Madrecita a Rosario; que no salía de su asombro
al ver lo grande y capaz que era la casa que el padre Tejero había conseguido
alquilar para ellas.
– ¡Madrecita mía!
– Sí, Juanita, que aquí todas somos iguales.
– ¿Lo ves, lista?
El padre Tejero, con el padre Alonso, el Prepósito, las había llevado a todas
a conocer la casa que iban a alquilar.
– Bueno, ¿qué?, ¿os gusta? –preguntó Francisco, dirigiéndose a las
muchachas.
– A mí lo que más me gusta es que hay un pozo en el patio. Así no me tocará
más ir por agua.
– ¡Mira tú ésta!, ni a mí.
– Pero alguien la tendrá que llevar a la cocina…

240
Apóstol de Sevilla

– ¿Dónde está el retrete?, yo quiero ir…


– Andrea, hija, ¿otra vez?
– Sí, Madre, por favor…
A Andrea le había gustado eso de llamar Madre a Rosario, como Juana,
pero no se atrevía a decirle ‘Madrecita’.
– Padre, perdónela usted… –se disculpó ésta al Prepósito.
– No se preocupe, me hago cargo; es todavía una niña.
– Ya no soy una niña, que tengo catorce años –dijo la aludida.
– Al final del patio –le indicó el padre Tejero–, pero ten cuidado, que está muy
sucio.
Y, dirigiéndose a Rosario, continuó:
– Es grande, pero está muy dejada.
– ¡Ya la limpiaremos nosotras! Y blanquearemos, y lo que haga falta. No se
preocupe, Padre, que verá qué bonita la dejamos.
Rosario se volvió hacia las muchachas…
– ¿Verdad que os gusta?
Todas mostraron su satisfacción; incluso Andrea, que desde el fondo gritó:
‘A mí también me gusta, pero ¿no había otra más limpia?’.
– Y ¿cuándo nos podremos venir?
Preguntó Rosario.
– El dueño dice que cuando queramos –respondió el padre Tejero–. Yo he
pensado que si os venís por las mañanas…
– A lo mejor también puede ayudarnos Doña Constanza –dijo Catalina.
– Sí –dijo el padre Tejero–, ya he hablado con ella. También va a ayudaros
Doña Gregoria.
Entonces, el padre Alonso dijo:
– No os preocupéis por el traslado de los muebles, que de eso ya me encargo
yo.

241
Vida del Padre Tejero

– Muchas gracias, Padre –dijeron a la vez Rosario y el padre Tejero.


– Y, si Dios quiere, para primeros de octubre podríamos cambiarnos.
– A mí me parece muy bien.
– ¡Bendito sea Dios!
Mientras los demás seguían dando vueltas por la nueva casa, el padre Alonso
se llevó aparte a Rosario.
– Y usted, Doña Rosario, ¿cómo está?, porque el Padre Tejero me ha contado
algunas cosillas…
– Yo estoy bien, Padre –respondió ella–, gracias a Dios estoy bien. Usted
sabe que tengo un genio muy fuerte, y con estas muchachas es indispensable
un enorme dominio de sí misma. A veces me cuesta no darles un bofetón.
– Imagino; y tendrá que tener mucha paciencia…
– ¿Sabe, Padre, lo que más me cuesta?
– ¿Qué?
– Mantenerme sin llorar cuando me cuentan sus historias.
– Será difícil.
– No, si lo malo no es que sea más o menos difícil; sino que no puedo, mejor,
no debo llorar. Me las cuentan para vaciar su alma, para encontrar puerto en
mar embravecida; y si yo me echo a llorar, resulta que soy más débil que
ellas; entonces, no sirvo como roca firme.
El sacerdote hizo un gesto de comprensión, y Rosario continuó.
– A veces, cuando por sus respiraciones sé que se han quedado dormidas,
lloro un rato. Pero, como duermo con ellas, tampoco puedo desahogarme
del todo.
– Entonces, la venida a esta casa es una muy buena noticia. ¿No?, ya no
tendrá que dormir con ellas.
– De eso no estoy tan segura, Padre. No lo he hablado con el Padre Tejero,
pero tampoco veo bien que duerman ellas por un lado y yo por otro. De todos
modos, habiendo más espacio en la casa, siempre será un poco más fácil
perderme. ¡Si Dios me mandara una compañera!, ¡sería todo tan distinto!

242
Apóstol de Sevilla

“Madre Rosario Muñoz Ortíz”.

Pero ya van para tres meses, y no aparece. No sé, a veces dudo cuánto
tiempo podré soportar estar sola. Y me da miedo, porque sé que cuentan
conmigo. De algún modo soy la madre que no han tenido.
– Ya he visto que algunas le llaman “Madre”.
– Sí, es medio broma, porque Juana dijo que me iba a ‘adoptar’ como madre
y, desde entonces, me llama así. Y ahora, a la pequeña Andrea le ha dado
por imitarla. ¿Sabe? En el fondo me encanta sentirme su madre. Todas tienen
dentro maravillas y sólo están esperando que alguien les haga sentirse un
poco más personas.
En esto, los demás, que ya iban hacia la puerta les avisaron:
– ¡Nos vamos…!

243
Vida del Padre Tejero

1860 ESTA ES LA QUE YO HE ELEGIDO PARA MI OBRA


– Ave María Purísima…
– Sin pecado concebida. Dime, hija, ¿cuál es el principal motivo de tu
confesión?
El padre Tejero había heredado el confesonario del padre De la Carrera, y
pasaba en él todas las mañanas de los miércoles y viernes. Conocía bien a
casi todos los que se dirigían con él, incluso a los que sólo se confesaban
esporádicamente. Pero a esta mujer, que hoy se había acercado a su
confesonario, no la había escuchado nunca.
La mujer comenzó por presentarse; eso sólo lo hacían las personas que
deseaban comenzar una dirección espiritual. Después le contó que, aunque
había nacido en la ciudad, desde que sus padres habían muerto había vivido
en Constantina, con los hermanos de su madre. Le dijo que los había cuidado
hasta su vejez y que el último había muerto hacía ya un año.
No se había casado. Primero a su padre no le pareció bien un joven que la
pretendía; y después, porque había comenzado a sentir deseos de ser toda
de Dios.
Había venido a Sevilla para aclarar su vocación, y tenía pensado entrar en
el convento de las Carmelitas Descalzas que había en el barrio Santa Cruz.
Le dijo que una amiga de la infancia le había hablado de él cuando le comentó
que andaba buscando un consejero espiritual para su alma. Finalmente le
preguntó si tenía inconveniente en ser su director espiritual.
Dos o tres veces más fue a confesarse con él antes de que Francisco se
decidiera a proponerle lo que había intuido desde el primer día.
– ¿Podría plantearse el venir a colaborar con la Casa de Arrepentidas, que
dirijo aquí cerca?
Dolores, pues así se llamaba la mujer, se sobresaltó.
– ¿Cómo dice, Padre?
Francisco le habló del proyecto que, con Rosario había comenzado a funcionar
hacía ya casi cinco meses. Le explicó que había visto que era el único modo
de salvar a esas jóvenes que habían caído en las redes de quienes las
convertían en objetos y les hacían perder la vida y la dignidad.

244
Apóstol de Sevilla

Pero Dolores se mostró un poco reacia.


– No sé, Padre, no sé. Lo que me propone me parece muy bueno y encomiable;
pero…
– ¿Sí?
– ¿Cómo decirlo?... Yo siempre he amado mucho la pureza, he hecho promesa
a Dios de mantenerme casta. ¿Cómo podría vivir con las que han elegido el
camino contrario a esos deseos míos de pureza?
– Comprendo, mujer, sus dudas. Pero tenga en cuenta que lo que va a hacer
no es meterse en su mundo, sino sacarlas de él; ayudarles; salvar sus almas.
Un estremecimiento recorrió a Dolores por dentro. Parecía como que lo de
“salvar almas” la hubiera impresionado especialmente. Francisco se dio
cuenta; pero sabía por experiencia que Dios tiene sus tiempos, y que cada
persona es diferente. Rosario no había dudado ni por un momento; pero
también era cierto que el ambiente del que procedían ambas era diferente.
La educación y el grupo social, por fuerza, debían hacer a Dolores mucho
más sensible al nefasto ‘qué dirán’ tan arraigado en la alta sociedad sevillana.
Por eso dijo:
– No tenga prisa en darme la respuesta, piénselo y cuando quiera lo hablamos.
Ya sabe dónde estoy.
Dolores le dio las gracias, le dijo que lo consultaría y se lo pensaría; y, después
de recibir la absolución, se fue.
Francisco sabía que había puesto toda la carne en el asador. A partir de ahí,
ya no dependía de él. Podía ser que Dolores desapareciera y no volviera a
confesarse con él. Sólo le quedaba rezar y pedir a Dios que se hiciera su
voluntad.
······························
Los días pasaban. Dolores no regresaba por San Felipe y Francisco estaba
cada vez más nervioso.
Estaban en la biblioteca del Oratorio preparando sus sermones. Francisco
tenía delante varias hojas de papel y jugueteaba con la pluma mirando hacia
la ventana que daba a los naranjos del patio. Cayetano se dio cuenta de que
llevaba más de media hora sin leer ni escribir.

245
Vida del Padre Tejero

– ¿Qué te pasa Francisco?, hacía mucho que no te veía tan nervioso.


– Reza, Cayetano, por favor. Reza por mí.
Cayetano se asustó.
– ¿Qué te pasa?, ¿por qué dices que rece por ti?, sabes que siempre lo
hago. ¿Qué te preocupa?
– Me juego mucho.
– ¡Por Dios!, no me asustes. Haz el favor de contarme lo que te pasa.
Francisco le contó lo que había pasado en el confesonario.
– Bueno –le dijo Cayetano–, tampoco es para tanto, ¿no? Ya aparecerá otra.
¿No te parece? Además, por lo que te he oído en varias ocasiones, Doña
Rosario tampoco lo hace tan mal.
– No es que lo haga mal; ya tienen su horario, sus clases, sus catequesis,
ahora van a Santa Catalina a confesar y a misa los domingos…
– ¿Entonces?
– Es que he comprobado que es muy duro pasar las veinticuatro horas con
las muchachas. Doña Rosario es como una madre para ellas, eso es verdad;
pero…
– ¿Pero qué?
– Es mucha tensión la que soporta. No son fáciles de tratar. Tienen mucho
dolor en el alma, son “deshechos” de la humanidad. Están rotas por dentro
y por fuera. Cuando no pasa la noche en vela porque una está con fiebre,
la pasa porque otra grita y tiene pesadillas horribles. No sé si lo sabes, pero
algunas, aunque la puerta de la casa está abierta, se escapan, se saltan por
las ventanas a la calle. Otras vienen a buscarlas para llevárselas de nuevo
a los lupanares de los que vienen; y Rosario tiene que luchar con las familias
o los chulos.
Respiró profundamente, mientras Cayetano le miraba atento, esperando que
continuara.
– Ya le han tenido que hacer varias sangrías; porque se siente culpable
cuando no puede hacer carrera de ellas, cuando se le escapan, o cuando se
deja llevar de arrebatos de genio. Tengo miedo de que enferme de verdad.

246
Apóstol de Sevilla

– Pero, ¿no me contaste que iban algunas catequistas a ayudarle?


– Sí, pero la que carga con todo el peso es ella. Y se siente sola, muy sola.
Yo había pensado que Doña Dolores sería la persona ideal, estaba convencido
de que Dios la había puesto en mi camino y me la había señalado para dirigir
la Casa con Doña Rosario. No tiene obligaciones familiares, parecía muy
inclinada a la vida religiosa y a hacer el bien a su prójimo. ¿Sabes que ha
estado cuidando de sus tíos hasta que han muerto? Uno de ellos era sacerdote,
en Constantina, murió contagiado por los apestados en la última epidemia.
Pero me dijo que lo consultaría, y aún no ha vuelto. ¿Y si no vuelve? Porque
yo cada vez veo más difícil encontrar ayuda para Doña Rosario.
Francisco se iba calmando poco a poco. Parecía que al contarlo se había
descargado de un peso muy grande. De pronto, se volvió a mirar a su amigo
y, sonrió tranquilamente diciendo:
– Cayetano, eres muy buen amigo y hermano. Gracias. Ya me siento mejor.
¿Sabes? estoy convencido de que la obra es de Dios; y… si es suya… ¿por
qué no se va a ocupar Él de poner a las personas adecuadas? ¡Qué tonto
soy! Si yo soy sólo un peón, ¿por qué me voy a preocupar de otra cosa que
de hacer lo que me corresponde? ¡Gracias, Cayetano!, ¡Gracias!
Siguieron trabajando cada uno en sus sermones. Después de un rato,
Francisco levantó nuevamente la cabeza y dijo:
– Hoy es jueves, a lo mejor mañana viene al confesonario.
······························
– ¡Madrecita míaaa!
A Juana le encantaba llamar a gritos a todo el mundo.
– Mira que te he dicho veces que no grites desde el patio, que esto no es un
corral de vecinos.
Rosario, que siempre le reprendía por lo mismo, salió de la cocina, en la que
estaba con Manuela preparando la comida.
– Te buscan el Padre y dos señoras.
– Diles que ahora mismo voy.
– Ya se lo he dicho –respondió la joven riendo–. Y dice el Padre que te
esperan en la clase, que se la va a enseñar a esas señoras. Dice que, por
favor, no tardes.

247
Vida del Padre Tejero

– Ya voy; tú quédate aquí ayudando a Manuela a cortar esas patatas. ¿Vale?


Rosario se quitó el delantal y lo colgó en una puntilla junto a la puerta. ‘Más
benefactoras que quieren saber dónde va su dinero’, pensó. ‘Bueno,
bienvenidas sean. Aunque preferiría que en lugar de benefactoras, el Padre
me trajera colaboradoras. ¡En fin!, qué se le va a hacer.’
Respiró profundamente y puso su mejor sonrisa antes de entrar en la clase.
Allí vio al padre Tejero acompañado de dos señoras, la dos muy elegantes
y bien vestidas. Una de ellas, rubia, hablaba con el padre, mientras la otra
miraba por la ventana. ‘Benefactoras, Rosario, ¿lo ves?’, dijo para sus
adentros.
– Buenos días nos dé Dios –dijo haciendo una inclinación de cabeza.
– Buenos días, Rosario –le respondió el Padre–. Le presento a Doña Dolores
Márquez y Doña Josefa Blanco.
– Encantada, Señoras.
– Mucho gusto.
Rosario miró al padre, esperando que éste comenzara a describir la obra,
a hablar de las muchachas etc.; como hacía en otras ocasiones. Pero, para
su sorpresa, le escuchó decir:
– Doña Dolores quiere saber si podría venir a colaborar con usted durante
el día, a modo de prueba, mientras discierne si es voluntad de Dios que se
quede a vivir aquí con usted y las muchachas.
Rosario no podía creerlo. Se escuchó a sí misma decir:
– ¿Eso es cierto?
Dolores misma le respondió.
– Bueno, yo…, el Padre me ha dicho que es mejor que, como aún no estoy
segura de si esto es lo que Dios quiere para mí… pues, que venga de día;
y por la noche me iría a mi casa. No sé…, siempre que usted lo permita,
¡claro!
A Rosario se le iba a salir el corazón del pecho. No sabía si reír o llorar. Pero
no quería hacerse ilusiones. Se sobrepuso y, dando gracias a Dios en su
corazón, dijo:

248
Apóstol de Sevilla

– Estaré encantada de que venga usted cuanto quiera. Y, no sabe lo que me


alegraría que descubriera usted que ésta es la voluntad de Dios.
El padre dijo:
– Bueno, pues aquí las dejo, para que Rosario les enseñe todo y les explique
todo.
– Muchas gracias, Padre –dijo Dolores–. Dios le pague el interés que se ha
tomado por mí.
– No hay nada que pagar –le respondió él–, que aquí el favor lo recibo yo.
Ahora pediré a Dios que pueda usted decidir libre de toda influencia.
Rosario le miró extrañada, y él explicó:
– Dolores ha consultado con personas competentes, y todos le dicen que es
una locura; que la van a tener por una de ellas… Usted sabe.
Rosario afirmó con la cabeza. Todo eso le sonaba muy conocido.
– Pues si la duda está en lo que la gente le va a decir…
Pero Dolores no le dejó finalizar la frase.
– Ahí está la cosa, que no me terminan de convencer esas razones. Además,
lo que el Padre me ha dicho “que es para salvar almas”… parece que me
mueve más por dentro. Esa frase lleva resonando dentro de mí desde que
la oí.
– Entonces, verá qué pronto le ponemos ‘cara’ a esas ‘almas’ y comprende
que la gente no sabe lo que dice.
Dolores sintió que si aquella mujer, mayor que ella, había sido capaz de
cambiar su independencia, su casa y su libertad por esas muchachas, aquello
debía merecer la pena.
Se fue el padre Tejero, y Rosario enseñó a Dolores y a Josefa las dependencias
de la Casa y les presentó a las muchachas. Cuando finalizaron el recorrido,
Dolores dijo a su amiga.
– Josefa, ¿te importaría si dejo que vuelvas sola a casa y yo me quedo ya
aquí a pasar el día?
Entonces, Rosario comprendió que Dios le había mandado a Dolores para
siempre.

249
Vida del Padre Tejero

Aproximadamente un mes después, el dos de febrero de 1860, Dolores


Márquez se quedó definitivamente en la Casa de Arrepentidas.
······························
– Madrecita mía…
– ¿Sí, Juana?
– La señora Dolores nos quiere mucho, ¿verdad?
– Sí, Juana, os quiere mucho. ¿Por qué lo preguntas?
Juana se había quedado terminando de barrer la cocina con Rosario. Mientras,
Dolores con las demás muchachas, que ahora eran una docena, había ido
a la clase de costura.
– Es que…
– Parece que te cuesta arrancar. Venga, dime lo que se te está pasando por
esa cabecita loca tuya.
– No, si no soy yo sola…
– ¡Venga, pesada, que si no lo dices te voy a dar un escobazo…!
Rosario levantó la escoba como si realmente le fuera a pegar. Juana se echó
a reír.
– Madrecita, no me hagas reír, que estoy hablando muy en serio.
– ¡Pues dilo de una vez!
– Verás, es que… las muchachas y yo… estábamos pensando… que…
– ¿Qué habéis pensado?
– Verás…
Juana dejó de barrer y se puso muy seria antes de continuar. Rosario la dejó
seguir.
– Es que, algunas dicen que vosotras dos sois como nuestras madres.
– Algo así.
– Y el Padre Tejero, como nuestro padre.

250
Apóstol de Sevilla

– Algo así.
– Bueno, dicen las muchachas que si a él le podemos llamar “Padre”, porque
es cura…
– Se dice Sacerdote.
– Bueno, eso. Dicen también que… si vosotras muchas veces nos decís
“Hija”, como si de verdad fuerais nuestras madres;
– Eso es porque os queremos como si fuerais nuestras hijas.
– Pues dicen… que si al Padre le llamamos “Padre”, y yo a ti te llamo
‘Madrecita’… Pues… que por qué ellas no pueden también llamaros “Madre”
a ti y a la señora Dolores.
Rosario sintió en ese momento una gran ternura, por Juana y por todas las
muchachas, que no tenían otra forma de agradecerles lo que hacían por
ellas. Dio a Juana un beso en la mejilla y le dijo:
– No digas nada a las demás. Esta tarde, cuando venga el Padre se lo
contamos y le damos una sorpresa a Dolores. ¿Podrás guardarme el secreto,
hija mía?
La joven miró con cariño a Rosario y dijo:
– Claro, Madre mía.
CASA NUEVA, CASA VIEJA
El mes de marzo corría tranquilo en la Casa de Arrepentidas. A Francisco le
gustaba entrar allí. Parecía que el mundo y el trajín, que fuera tenía, se
detuvieran en la puerta. Desde que Dolores había llegado notaba mucho más
relajada a Rosario. Era como si ellas dos se conocieran de toda la vida. Pero
hoy el padre Tejero traía una mala noticia. El dueño de la casa quería venderla,
y ellos no podían permitirse ese dispendio; entre otras razones, porque no
tenían tanto dinero como para comprarla.
– Bueno, ¡qué se le va a hacer!, tendremos que cambiar de casa.
Dijo Dolores, para la que era el primer cambio.
– ¡Con lo felices que hemos sido en ésta!; no creo que encontremos otra
igual.

251
Vida del Padre Tejero

– Rosario, no sea pesimista –le dijo el Padre– ya verá cómo sí.


– ¿No está vacía la casa que hay al lado de su iglesia, en la calle San Felipe?
– Pues sí, en esa no se me había ocurrido pensar. Lo que pasa es que está
cayéndose a ‘cachos’. Creo que el Padre Alonso conoce a los dueños. Le
preguntaremos para ver si se puede hacer algo. De todos modos prepárense,
porque si ésta estaba sucia… Miren ustedes también a ver si entre sus
conocidos alguien sabe de alguna que esté libre.
Dolores dijo:
– Uff. De momento me parece que entre mis conocidos no voy a poder
averiguar nada. Lo único que me dirán será lo de siempre: Que esto es una
locura; que tengo que volverme a casa; que estoy perdiendo la reputación;
que…
– Entonces –dijo Francisco–, será mejor que no pregunte. Dios dirá. Vamos
a ver qué se puede hacer de la de San Felipe.
UNA CUARESMA DE BUENA SALUD
Sevilla y Abril 2 de 1860
Mi estimado primo Millán:
Si cerraba los ojos, Francisco podía imaginarse la casa del pueblo, y en ella
a su tío, que ya viudo se había volcado en los seis nietos que le habían
nacido. Recordó las palabras de Rosario en aquel Jueves Lardero, cuando
le dijo que ella sería el apoyo de sus padres en la vejez. Se había alegrado
mucho de que finalmente su prima y Millán hubieran decidido quedarse a
vivir en Fuentes. De otro modo, él mismo se habría sentido mal viendo a sus
tíos ancianos y solos. Pero Millán y Rosario habían comprado una casa cerca
de los padres de ésta y se habían llevado con ellos a la madre de él.
De tanto en tanto, venían a Sevilla por cuestiones del negocio familiar, o por
el mero gusto de ver a los hermanos de Millán y a él mismo.
La correspondencia les mantenía siempre en contacto, y a Francisco le
gustaba responder a todas las cartas; aunque no siempre los trabajos le
dejaban hacerlo con la puntualidad que hubiera querido.
He recibido tu apreciable del 19 de marzo y no he contestado antes
porque todo el tiempo me parecía corto para cumplir con las muchas
ocupaciones que he tenido y otras que me esperaban. Pero no he

252
Apóstol de Sevilla

olvidado renovar tu suscripción hasta últimos de junio por la que te


dejo un cargo de 25 reales en nuestra cuenta.
Yo llevo una cuaresma de buena salud; pero de mucho trabajo y de
más compromiso: he tenido los sermones del carnaval de los que he
salido con toda felicidad, veinte días de Ejercicios, un sermón de
Septenario, y ayer el de Pasión, que fue de una hora y veinte y cinco
minutos con una numerosa concurrencia
Realmente había habido muchísimo público en el Sermón de Pasión que
pronunció la tarde anterior en San Felipe. No le gustaba sentir que era ‘el
cura de moda’, pero si servía para acercar a la gente a Dios…
Continuó escribiendo:
El resultado próximo fue un movimiento general de llanto y sentimiento,
hubo convulsiones y una confusión tan general que después que me
ahogaron la voz con los gritos de unos y otros no pudo cerrarse la
Iglesia en un rato hasta que se repusieran las distintas personas que
habían caído al suelo.
Sintió un estremecimiento al recordarlo. Era cierto que había preparado el
sermón a conciencia, intentando que sintieran el amor de Dios, que siempre
está a favor de los hombres; pero en cierto modo, tenía la sensación de que
había sido una reacción excesiva…
No he tenido jamás un movimiento tan general, daba compasión, pero
lo que más ha llenado mi alma de consuelo es la venida de un penitente
esta mañana que, habiendo estado en el sermón, vino convertido a
manifestarme los pecados horribles y vergonzosos que había cometido
y que no había tenido fuerzas para confesar.
Casi había sido más difícil la confesión que el sermón. Era maravilloso ser
sacerdote; poder devolver la paz a un alma atormentada, poder perdonar en
nombre de Dios.
Pero sobre todo, le gustaba sentirse instrumento en manos de Dios, y que
una persona que se había desnaturalizado por sus muchos pecados, resolviera
cambiar de vida por las palabras que él había pronunciado.
Gracias a Dios por todo. Yo he quedado bien; mucho me temía, vi la
protección de Dios sobre mí, aunque la garganta parecía después
una yesca. Ahora estoy en los ejercicios de Semana Santa, con
cuarenta y cuatro hombres, y estoy haciendo el oficio de primer director

253
Vida del Padre Tejero

en ellos. Confío que de todo saldremos bien y con pellejo.


Mis trabajos continúan en progreso; la doctrina se ha establecido en
otros pueblos, y el fruto corresponde.
Le admiraba y le parecía increíble que tantos cristianos estuvieran deseando
hacer el bien a sus hermanos. Debía sentirse importante por ello, pero si lo
pensaba bien, la idea no había sido suya, sino de aquellas cuatro mujeres
que, por indicación de don Leonardo habían ido a buscarle.
¡Y que aquello tan pequeño se hubiera extendido a todas las parroquias de
Sevilla y a algunos pueblos…!
Cada vez estaba más convencido de que no era algo suyo… él sólo era un
instrumento. De otro modo no era posible. Lo tenía bien claro.
Y, luego estaba la Casa de Arrepentidas… Sus primos habían apostado por
él desde el primer momento, no habían dudado de que aquello era bueno e
iba a salir bien, y le habían apoyado cuando otras personas, que parecía que
tenían que haberse comprometido más, le habían dicho de todo. Así que
continuó escribiendo:
La Casa de arrepentidas ofrece un espectáculo ejemplar, tengo doce
jóvenes que van edificando, la última una prostituta huérfana que
trajeron de Málaga tiene dieciséis años, parece una imagen y se
presenta tan dócil que me parece se hará de ella cuanto se quiera.
Días pasados tuve el gusto de que viniera a honrar la Casa el Señor
Arzobispo y se fue muy contento del orden, aseo y compostura de las
jóvenes.
Recordaba los ensayos que habían hecho, antes de la llegada del Arzobispo…
No había sido tan fácil como él pensó en un primer momento. Era verdad
que algunas, enseguida habían aprendido a hacer la reverencia, pero Dorotea
era un poco cabezota.
– ¿Por qué me tengo yo que inclinar ante el ‘Zobihpo’, si no le conozco de
nada?, ¿qué me ha hecho él? –había dicho.
Dolores le había explicado que era el representante de Jesús en Sevilla, que
era la cabeza de la Iglesia y varias cosas más; pero ella se mantenía en sus
trece, hasta que Juana le dijo:
– ¡Venga ya, mujer!, no seas cabezota, que ese señor nos va a dar dinero…

254
Apóstol de Sevilla

Inmediatamente había cambiado la actitud de Dorotea, que comenzó a hacerlo


todo a las mil maravillas, diciendo:
– ¡Eso ya son palabras mayores!; si se trata de comer… hago yo todas las
inclinaciones del mundo.
A Francisco le había dado mucho que pensar la actitud de la joven. De hecho,
el Arzobispo había ofrecido su protección al verlas y había abierto una
suscripción en la que él mismo figuraba con seis duros mensuales. ¿Cuánto
de interesado había tenido él mismo al invitar al Arzobispo a visitar la Casa?
Es verdad que no pedía para sí mismo y que si hacía falta era capaz de
1
vender hasta los breviarios para darles de comer; pero… de todos modos,
¿cuándo estaba libre de interés la relación con los superiores? Él mismo se
daba cuenta de que siempre que se acude a un superior se busca que nos
dé la razón. De la forma que sea. Bien para tener la tranquilidad de saber
que está bien lo que se hace, bien para que nos apoye ante los demás, o
para que nos facilite los trámites de una legalización…
Recordó a los niños del Corral del Negro, por los que había dejado de lado
la recepción de la Licenciatura. Ellos sí eran ‘limpios de corazón’. …O, ¿no?;
porque ¿cuántas veces no se habían acercado a él interesadamente?...
‘Uff, me estoy liando yo mismo’, pensó. Mejor será que lo deje todo en manos
de Dios y termine esta carta, que me está costando más de lo que parecía.
Deseo que me digas cómo continúa mi tío. No recuerdo otra cosa:
mis afectos para todos y tú, cuanto gustes de tu primo,
El Padre Tejero
HAY COSAS QUE NO PUEDEN SER
La Casa de Arrepentidas ya casi marchaba sola. Desde que había llegado
Dolores, ella y Rosario habían quedado como hermanas, y hacía ya meses
que las dos vivían en la casa. Incluso había otra joven que se había unido
a ellas dos cuando todavía estaban en la calle Bustos Tavera. Pero era
demasiado joven, sólo tenía dieciocho años…
Lo malo era que, desde que estaban en la casa de al lado del Oratorio,
parecía que las cosas se habían complicado. Algunos pensaban que Rosario
y Dolores eran dos arrepentidas más. Admiraban la obra, pero no terminaban
de creerse que realmente se tratara de una “Casa de Arrepentidas”, sino que
1 Libro que contiene el rezo eclesiástico de todo el año.

255
Vida del Padre Tejero

pensaban que la usaban como tapadera para ocultar, bajo capa de bien,
otros negocios más truculentos.
Luego estaban los que nunca habían pensado que aquello fuera otra cosa
que una casa de citas. Entre éstos había algunos que se sentían ofendidos
porque tal casa estuviera cerca de las suyas, y protestaban y tiraban piedras
a las ventanas para que se fueran del barrio; les insultaban cuando salían
para ir a misa a Santa Catalina o a San Felipe y procuraban hacer todo el
ruido posible para que se marcharan.
Parecía que se habían calmado un poco las aguas con la visita del Arzobispo;
pero a finales de primavera y comienzos de verano, no se supo cómo, se
corrió la voz de que aquello era realmente un lupanar y, cuando anochecía,
empezaban a llamar a la puerta algunos hombres para ser ‘recibidos’. Como
no se les respondía desde dentro, montaban unos jaleos enormes; y los
vecinos volvieron a protestar.
Corría el mes de septiembre, ya se notaba que los días se iban acortando
y las sombras comenzaban a caer en la calle San Felipe cuando el padre
Tejero tocó a la puerta de la Casa de Arrepentidas.
Dolores Ramírez fue la que le abrió.
‘Es una valiente’, pensó el Padre cuando la vio. Hacía unas semanas que la
joven había comenzado a frecuentar la casa para ‘ayudar’; y se había sentido
tan bien que había decidido quedarse, pero a sus padres aquello no les
gustaba; y menos cuando habían vuelto a extenderse los rumores de que se
trataba de una casa de amancebamiento.
– ¡Hola Padre!, buenas tardes. ¿Viene a ver a las muchachas?,… están en
la sala de labor. Pase.
– No, no voy a pasar. De momento por lo menos, gracias. Di a las Madres
que las espero en la sala de recibir. Primero quiero hablar con ellas.
– ¿Pasa algo? –dijo ella, asustada, pensando que se trataba de su familia–.
¿Es mi padre otra vez?
La tez se le había puesto blanca. El Padre la tranquilizó.
– No, tranquila hija, que hoy no ha venido tu padre por ti… Pero, hazme el
favor de avisar a las Madres y te quedas un rato con las muchachas. ¿Vale?
Ella, más relajada, sonrió y rápidamente se dio media vuelta para ir a cumplir
el encargo.

256
Apóstol de Sevilla

“Casa de Arrepentidas en la calle Bustos Tavera”.

Él entró en la sala y subió la persiana para que entrara un poco de luz. Le


pareció que no era bastante y encendió las dos palmatorias que había en la
habitación.
Miró a su alrededor, contemplando lo desparejados que eran los muebles.
¡Qué diferente era todo de la Casa del Oratorio! Allí el recibidor contaba con
un buen tresillo estilo Luis XIV y una mesa a juego. Aquí una cómoda de
dormitorio ocupaba un testero, había una mesa camilla en el centro de la
habitación y cuatro sillas de anea completaban el ajuar de la sala. ‘¡Menos
mal, pensó, que se les dan bien las plantas!’ Recordaba que madre Rosario
había dicho que a la albahaca le gustaba el sol, y que los geranios eran muy
sufridos.
No sabía cómo lo hacían, pero siempre tenían las macetas preciosas.
Envuelto en sus cavilaciones sobre las plantas, le sorprendió madre Rosario…

257
Vida del Padre Tejero

– ¿Ya me está tocando las macetas otra vez? Mira que le he dicho que no
las toque, que me las mustia –dijo ella.
– ¡Siempre me pilla, Rosario! –respondió él riendo–, pero le prometo que no
las he tocado, sólo estaba mirando.
– ¡Pues como se me mustie, me voy al Oratorio y le robo una!
Mientras decía esto, entró Dolores.
– ¿Qué pasa? –preguntó cuando vio la risa del padre, que había escondido
las manos en la espalda como niño sorprendido en falta.
– Lo de siempre, Dolores, que el Padre se empeña en mustiarme las plantas.
Él rió, y los tres se sentaron en torno a la mesa camilla.
– ¡Usted dirá, Padre! –dijo Rosario–. Porque nos ha llamado Ramírez con
mucho misterio.
– La verdad –intervino Dolores–, es que tiene cara de preocupación. ¿Es
otra vez el Señor Ramírez? ¿No ha tenido bastante con la promesa de su
hija de volver a su casa cuando lleguen las Navidades?
– No, no. No se trata de eso. Es por vuestra situación.
Ellas escuchaban atentas.
– Esto no puede seguir así. Las están tachando de “Arrepentidas” también
a ustedes; o lo que es peor, de mujeres de mala vida. ¡Hay cosas que no
pueden ser!
Se produjo un silencio entre los tres, que permitió escuchar las risas de las
muchachas. Ramírez siempre tenía alguna ocurrencia que les hacía reír.
Sonrieron los tres, y Rosario dijo:
– Esa muchacha es un tesoro.
– Sí –dijo el sacerdote– pero creo que precisamente por eso, y por más…
Dolores pareció sintonizar al momento con lo que él iba a proponer. El Padre
la había escuchado a ella en varias ocasiones hablar de su vocación religiosa;
pero Rosario no lo había dicho nunca… No se le podía obligar a nada.
– Padre, me parece que ya entiendo lo que quiere decir. Yo llevo mucho
tiempo pensándolo, y creo que, desde el principio esa ha sido la voluntad de
Dios. Pero…

258
Apóstol de Sevilla

Rosario, que miraba ya a uno, ya a la otra, mientras hablaban en un dialecto


que parecía secreto, sintió, de pronto, que comprendía. Y dijo:
– Por mí no hay ningún inconveniente. Si es lo que Dios ha querido desde
el principio, pues… ¡Hagamos la voluntad de Dios!
– ¿De verdad, Rosario? –dijeron madre Dolores y el padre Tejero a la vez.
– ¿Usted también cree que Dios quiere que fundemos una congregación
religiosa? –dijo el Padre.
Ella respondió:
– Yo no sé si Dios quiere que seamos congregación religiosa, o quiere que
sigamos pasando por arrepentidas. Lo que sí sé, desde el principio, es que
Dios estaba preparando ‘algo gordo’.
Guardó un momento de silencio, como para poner en orden sus ideas. Los
otros la miraban expectantes.
Rosario continuó:
– Desde que le conocí –dijo mirando al padre Tejero–, comprendí que, a
pesar de ser más joven que yo, venía con algo grande entre manos. Supe,
aunque no entiendo bien cómo, que iba a verme involucrada hasta el tuétano.
Comprendí que no iba a ser fácil; porque ya entonces los curas del Oratorio
tenían la ‘espada de Damocles’ sobre sus cabezas; y le dije al Señor que…
‘¡Bueno!’, que contara conmigo.
Respiró hondo, y prosiguió:
– Al principio pensé que era para las catequesis por los corrales, y lo fui
haciendo lo mejor que podía, con mis más y mis menos… Pasó un tiempo,
y cuando me propuso lo de las muchachas, me dije: ‘¡Ah, era esto!’, y le volví
a decir al Señor que… ‘Bueno’. Ahora veo que Dios me ha llamado para que
sea la primera de una fundación que me sobrepasa. Cada vez entiendo
menos los caminos de Dios, pero, si Él lo quiere así… ¿quién soy yo para
decirle que no? Una vez más, con todas las veras de mi corazón, quiero
decirle a Dios que… ‘¡Bueno!’, que cuenta conmigo para lo que sea.
Dolores, emocionada, tomó la palabra:
– Gracias, Rosario. Gracias de todo corazón.
Luego, dirigiéndose al padre Tejero, dijo:

259
Vida del Padre Tejero

– Bueno, Padre, parece que Dios ha querido fundar una Congregación


Religiosa con nosotros. Ahora habrá que llevar esto adelante.
Francisco creía estar soñando. ¿Él, fundador de una congregación religiosa?
No, no era posible. ‘En realidad, se dijo, son ellas las que lo están haciendo
todo.’ Ese pensamiento le tranquilizó un poco, aunque su corazón continuaba
palpitando con tanta fuerza que debían estar escuchándolo hasta en la Puerta
de Carmona.
Pero no era el suyo el único corazón que sonaba con fuerza; Madre Dolores
sentía que todo el cuerpo le temblaba… ‘Por fin Dios había aclarado las
dudas que de vez en cuando le asaltaban: ser Madre de las Arrepentidas,
o ser Religiosa, consagrarse a las muchachas o a Dios’. Parecía que ya no
tendría que excluir de su vida a esas jóvenes, a las que tanto había llegado
a amar, para poder consagrarse por entero a Dios.
Madre Rosario les sacó a ambos de sus cavilaciones:
– Bueno, ahora que se tienen que dedicar a darle forma a todo esto… ¿Me
permiten que les baje de las nubes?
Ambos le miraron interrogantes y Rosario, soltando una limpia carcajada, les
dijo:
– Es que… acaban de dar las ocho y media, ¿Puedo irme a dar la cena a
las muchachas?
Y, sin darles ocasión de decir nada más, se levantó y salió en busca de
Dolores Ramírez, para decirle que fuera con las muchachas al comedor.

260
Capítulo Undécimo

CONGREGACIÓN, CONGREGACIONES

"Madre Dolores Márquez"

1861 “TODO ESTÁ DICIENDO DOLORES”


Durante el verano, los padres y hermanos que formaban el Oratorio tenían
la quieté en el patio, que era el sitio más fresco de la casa a la caída del sol.
Allí se sentaban en unas cuantas sillas de anea.
El hermano Ildefonso, el cocinero, había preparado un zumo de limón con
hielo picado; y todos alababan lo buenísimo que estaba.
– Se puede repetir, Hermano –dijo el padre Cayetano.
El hermano Juan no tardó en saltar:
– Mientras no venga el hielo… me parece que va a ser difícil, porque se nos
está terminando.

261
Vida del Padre Tejero

– ¿Tan pronto? –preguntó el padre Antonio, el procurador de la comunidad–.


¡Si anteayer vi yo al repartidor de Constantina en la plaza de la Encarnación!
– Pero por aquí no vino –intervino el hermano Ildefonso–. De todos modos
puede que venga mañana; yo me calculaba que hasta hoy tendríamos
suficiente.
– Pues, cuando vuelva a haber hielo… Creo que a todos nos gustará repetir.
Mientras seguía la conversación sobre el hielo, los repartidores y el dinero
que algunos sisaban en las cuentas, dando menos hielo del que cobraban;
Cayetano se volvió a Francisco, que esa noche estaba sentado a su lado.
– Francisco…
Éste se volvió hacia su amigo, que continuó:
– ¿Te vas a quedar esta noche?
A Cayetano le costaba acostumbrarse a que Francisco se quedara largas
noches en vela haciendo oración o trabajando.
– Supongo que sí, ¿por? –se limitó a responder éste.
– Como me voy a quedar en la biblioteca…
– Bien, entonces, me iré yo allí también.
······························
Poco a poco el silencio fue apoderándose de la Casa del Oratorio. Primero
se fueron apagando las luces de escaleras y pasillos; después los pasos se
amortiguaron tras el característico sonido de las cortinas blancas que cerraban
las habitaciones permitiendo intimidad a los sacerdotes, mientras dejaban
que corriera la poca brisa que había en esa calurosa noche de agosto.
Finalmente tan sólo se escuchó el grito de los pequeños murciélagos que
revoloteaban por los patios y el jardín de la casa.
En la biblioteca las plumas de Francisco y Cayetano corrían por las blancas
hojas de papel que tenían ante sí. Tan sólo iluminados por dos lámparas de
gas, ambos parecían absortos en el trabajo.
– ¿Cuándo vuelve madre Dolores?
Preguntó, de pronto, Cayetano.

262
Apóstol de Sevilla

1
– Escribiéndole estoy –respondió Francisco–. Dice que querría pasar con
sus hermanas hasta la fiesta de la Virgen; pero aquí todo la está llamando
a gritos. Y más ahora que, con la salida del Padre Juan Bautista, tengo que
hacerme cargo de los Novicios. Siempre me temo no darles todo el buen
ejemplo que debo; y no veas las carreras que me pego para llegar a todo.
– ¿No será que quieres abarcar demasiado?
– Creo que la pregunta no es esa, Cayetano. Tú sabes muy bien la falta de
sacerdotes que hay; la misma Madre Dolores me comenta la situación del
pueblo. El cardenal ha trasladado a un muy buen párroco que allí tenían, y
el pueblo anda revuelto y muy necesitado de un buen pastor. ¡Ojalá yo pudiera
duplicarme y multiplicarme!
– Pues a mí a veces me da la impresión de que no eres uno, sino dos o tres,
por la cantidad de cosas que me entero que haces, y los sitios en que al cabo
del día has estado. Corrales, San Roque, el beaterio de la Trinidad dando
catecismo a las niñas, la Casa de Arrepentidas, los Catequistas… ¡Por Dios,
Francisco!, si sigues así vas a terminar rompiéndote de tanto estirarte.
Francisco, se imaginó estirado por las piernas y los brazos, como en las
torturas medievales, y no pudo menos que reír la ocurrencia de su compañero,
haciendo un gesto teatral de su estiramiento.
Tras la risa, vino un momento de silencio y ambos volvieron a ponerse a
trabajar. Cayetano, que esta noche estaba hablador volvió a preguntar al
cabo de un rato.
– Y, Madre Dolores ¿ha leído ya las Reglas?
– No –respondió Francisco–, hoy se las he leído a las Madres que están en
la Casa; y les han gustado; pero me falta la censura delicada de la Señora
Directora.
– No creo que Madre Dolores ponga pegas a las Reglas que has escrito. A
mí me han parecido muy bien. Además, son como si de las nuestras se
tratase.
– Ya. –Francisco miró a Cayetano–. Eso es lo que me temo que diga… No
sé. A veces me parece que les falta algo; pero no sé qué es.
– Pero… ¿no me habías dicho que Don Gregorio ya las ha leído, y le habían
parecido bien?
1 Cfr. Carta del Padre Tejero a Madre Dolores 22 de agosto de 1861.

263
Vida del Padre Tejero

– Sí, sí. A él le han parecido bien.


1
– ¿Entonces? Si al Visitador General de la Diócesis le han parecido bien…
¿Qué pega puede encontrar una mujer?
Francisco se echó a reír.
– ¡Desde luego, Cayetano, a veces me sorprendes! Madre Dolores no es
una mujer cualquiera, ni una religiosa cualquiera…
– ¡Ya!, es hija de un juez.
Francisco se puso serio.
– No te rías Cayetano, que con lo listo que tú eres, a veces…
– ¡Venga, hombre! Tú sabes que no es mi intención reírme de Madre Dolores,
ni de ninguna de ellas. Reconozco que son unas valientes. Y, desde luego,
con ellas y contigo anda metida la mano de Dios. Pero no creo que Madre
Dolores, ni Madre Rosario sepan mucho de leyes y de Reglas.
– Ahí te doy la razón, Cayetano. Pero es que cuando digo que “temo la
censura delicada de la Señora Directora” me refiero a que tengo la sensación
de que hay algo que se me está escapando.
– Entonces, no entiendo por qué dices que la ‘temes’; más bien la estarás
deseando. ¿No?
– Bueno, sí. Algo así. Además, es que ella dice que es muy pronto para hacer
ya las Reglas; que hace falta que se experimenten y se vea si sirven, antes
de presentarlas al Obispo.
– Pero –volvió a preguntar Cayetano–, ¿no has tomado cosas de las de la
Congregación de Barcelona, fundada por los hermanos Castañer y aprobadas
allí?
– Sí, algo de aquí, algo de allí… También le pedí las suyas a la Vizcondesa
de Jorbalán, que ha fundado otra Congregación en Madrid para acoger a las
jóvenes que quieren abandonar la prostitución…
Por un momento, Francisco guardó silencio. Después dijo muy seguro:
– Pero en realidad son nuevas y diferentes. Creo que madre Dolores tiene
razón y debemos esperar un tiempo antes de pedir la aprobación al Señor
Cardenal.
1 D. Gregorio López.

264
Apóstol de Sevilla

Como si, de pronto, ya estuviera todo dicho, los dos sacerdotes volvieron a
sus tareas y el silencio sólo fue roto por el tintineo de las plumillas al ser
mojadas en los tinteros y rasguear el papel.
UN CONVENTO ‘DE VERDAD’
Los vecinos del antiguo convento de los padres Mercedarios en la calle de
San José iban abandonándolo, y ya se habían comenzado las reformas que
se habían visto imprescindibles antes de trasladar la familia de la Casa de
las Arrepentidas, que ya iba siendo numerosa.
La mañana era calurosa; pero el aire fresco salía hasta la calle por la puerta
de la calle Levíes, que daba al interior del convento, donde los obreros
cumplían fielmente las órdenes que el capataz les iba dando con grandes
voces.
– ¡Manuel ahí no! –gritaba desde la mitad del patio-jardín.
Cuando el aludido se detuvo en seco, continuó:
– Esa barandilla es para el piso alto del patio del lavadero; no para éste. ¿No
te das cuenta de que la de aquí está buena?
Por detrás acababan de entrar madre Dolores, madre Rosario y el padre
Tejero, que venían a ver cómo iban las obras.
– Buenos días, Don Luis –dijo el sacerdote–. ¿Cómo va eso?
– Buenos días, señores –respondió éste–. Ya ven, estos muchachos que no
se enteran de lo que se les dice, hasta que uno se enfada.
– Pero, ¿se terminará para el otoño? –preguntó inquieta madre Dolores–.
Usted sabe que pagar dos alquileres es algo que nos supera en mucho.
– No se preocupe, Señora, usted esté tranquila, que los muchachos terminan
ya mismo con las cañerías y desagües. Además, como pueden ver, ya hemos
terminado con los tejados, y estamos acabando de enfoscar las paredes para
que puedan empezar el blanqueo.
Caminaron unos momentos, viendo cómo iban los arreglos. Cuando llegaron
a la galería que comunicaba con el porche de la iglesia de San José, el
capataz preguntó:
– Y,… ¿por fin les van a ceder la iglesia? No es que me quiera entrometer,
pero comprenderán que, cuanto antes lo sepamos, mejor será.

265
Vida del Padre Tejero

– Aún no lo sabemos –respondió Dolores–, hemos hecho la solicitud al Señor


Cardenal; pero no nos ha llegado la respuesta.
El padre Tejero intervino:
– No, aún no lo sabemos, aunque la cosa pinta bien. Yo creo que debería
usted tener todo preparado para abrir la puerta de comunicación y colocarla
en cuanto nos den el aviso.
– Entonces, ¿puedo decir al carpintero que haga ya la puerta?
– Sí, dígaselo usted; así, en cuanto nos contesten, podemos empezar el
traslado.
······························
Cuando salían ya a la calle, madre Rosario, que había permanecido callada
durante toda la visita a las obras, dijo:
– Me sigue pareciendo un convento muy grande y muy caro. ¿No estaremos
aspirando a grandezas que nos superan? Sólo somos cuatro y las muchachas
no pasan de veinte. ¿Qué vamos a hacer en un convento tan grande? No
sé, no sé; a mí me sigue pareciendo una locura venirnos aquí.
– Pero… –le repuso Dolores–. ¡Si es lo que estábamos buscando!, ¿no te
das cuenta de que aquí la Congregación puede tomar vuelo?
– Además, ya no les confundirán con las arrepentidas –añadió el Padre.
– Sí, lo comprendo, en ese sentido tenéis razón. Aquí seguro que el padre
de Dolores Ramírez no le pone pegas para que se venga. Pero, ¿no os
parece que perderemos el aire de familia, para convertirnos en una institución?
Dolores se detuvo en seco, miró a su compañera y, con una sonrisa en los
labios, le respondió.
– Es cierto, Rosario –dijo–. A medida que vayamos creciendo, va a ser más
difícil conservar la frescura del principio, cuando estábamos nosotras dos
solas y éramos como dos madres con siete hijas. Pero creo que Dios ve con
buenos ojos nuestra fundación y quiere que crezca…
Continuaron caminando en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos.
Cuando se acercaban ya a la iglesia de Santa Catalina, el sacerdote dijo:
– Tenemos que pedir mucho a Dios para que nos envíe jóvenes generosas
que quieran consagrarse del todo a Él; pero también jóvenes que estén

266
Apóstol de Sevilla

dispuestas a ser verdaderas madres de las arrepentidas, para que nuestra


Casa siga siendo una familia.
Rosario le quitó la palabra:
– Sí, claro, pero a ver cómo os las arregláis con las Reglas que estáis
escribiendo para que toda la que entre aprenda a ser madre de verdad.
Confío en vosotros y sé que no me vais a defraudar; así que… ¡Vayámonos
a San José, y sea lo que Dios quiera!
Dolores sonrió y miró a hurtadillas al padre Tejero. Rosario tenía mucho genio;
pero también tenía mucho sentido común y una gran fe. Lo que decía era
cierto: tendrían que esforzarse para que las Constituciones de la Congregación
reflejasen ese amor a las jóvenes y entre las mismas madres, que convertiría
la institución en familia.
1862 PERMISOS
En el Oratorio las aguas andaban revueltas.
Tras la salida el año anterior del padre Rodríguez Cardoso, que debía atender
a su familia, la Congregación se había visto obligada a expulsar de su seno
a uno de los hermanos legos, que siendo aún novicio, se había obstinado
en hacer su santa voluntad y había dado lugar a varios incidentes, denotando
un espíritu insubordinado que le inhabilitaba para vivir la regla de San Felipe…
Y, ‘más vale que salga ahora que cuando los escándalos puedan ser graves’.
Decían los padres.
Pero aquella insubordinación había traído cola…
– ¡No!, si el pobre Hermano Amaya ha sido el ‘chivo expiatorio’; porque aquí
muchos hacen ‘su santísima voluntad’, sin tener en cuenta la opinión de la
Congregación.
Los corrillos se formaban cada vez más a menudo e iban creando un malestar
que cada día era más patente. El padre Naranjo era de los que pensaban
que el espíritu se estaba perdiendo en la Congregación.
– Porque –decía–, si se tratara sólo del Hermano Amaya… tendría un pase;
pero aquí estamos cada uno a lo nuestro y, mientras unos nos vamos cargando
de trabajo, y el día menos pensado nos ponemos enfermos,… otros van por
ahí sin pensar que en casa hay mucho que hacer…
Lo malo era que siempre había alguien dispuesto a echar más leña al fuego.

267
Vida del Padre Tejero

Un día, estaban varios padres hablando sobre el tema en la Biblioteca:


– Algunos se están tomando muchas libertades. Porque van por ahí confesando
monjas… sin licencia de la Congregación; y ¿desde cuándo no hace falta
que la Congregación habilite a los confesores de monjas?, porque, que yo
sepa, esa norma se puso en mil setecientos once y no se ha quitado…
– Y algunos están publicando escritos sin la autorización de la Congregación…
– Pues yo he oído que al padre Fernández le van a hacer Visitador de la
Diócesis, y aquí no ha dicho nada…
– ¡Desde luego!, vamos de mal en peor…
Una tos desde la puerta les hizo callar al instante y volver cada uno a sus
tareas. Era el Prepósito que, teniendo que entrar en la sala, había escuchado
parte de la conversación.
······························
Varias reuniones ocuparon a la Congregación de Diputados con los asuntos
de los “permisos”.
Al padre Alonso no le gustaba que las cosas quedaran sin aclarar; así que
se habilitó a todos los padres que tuvieran licencia de la diócesis para confesar
monjas; más tarde se les dio autorización para predicar fuera del Oratorio,
con el sólo conocimiento del padre Prepósito.
En el mes de julio recayó el nombramiento de Provisor y Vicario en el padre
Fernández; y éste quería hacer bien las cosas.
– Padre, ¿me puede conceder un momento?
Preguntó Cayetano desde la puerta del despacho del Prepósito.
– Por supuesto –le respondió el padre Alonso–. Pase, Padre, y tome asiento.
A Cayetano las palabras siempre le salían con facilidad, pero ahora no las
encontraba…
– Usted dirá, Padre –le dijo el Prepósito, extrañado de su silencio.
– Verá, Padre, vengo del palacio arzobispal…
– ¿Y?, ¿le han nombrado Visitador General?
– No, Padre, pero me han dado los títulos de Provisor y Vicario General.

268
Apóstol de Sevilla

– Eso está bien –le dijo el Padre Alonso–, ¿no?


– Sí, imagino que es un servicio que puedo hacer por la Diócesis; pero no
quiero hacerlo sin el permiso de la Congregación. Y mucho menos ahora, tal
como están las cosas.
– Tienes toda la razón del mundo, Cayetano. Esta misma tarde reuniremos
la Congregación General. No creo que haya problema en habilitarte; ¿será
compatible con tus obligaciones en la Casa? Porque ahí sí podría haber
algún problema.
– No, creo que no; creo que si me organizo bien, podré cumplir con mis
obligaciones de Congregante. ¿No lo hace el Padre Tejero y tiene también
un montón de cosas?
······························
El padre Naranjo, poco a poco se había ido alejando de los motivos que le
habían impulsado a formar parte del Oratorio; y eso, unido al peso que el
trabajo suponía para él, le había llegado a hacer enfermar.
El médico decía que la cosa no era grave, que un poco de descanso y
1
tranquilidad le ayudarían mucho; pero él era Diputado Secretario, Arquero
y Prefecto de Ceremonias de la Congregación. Sentía que todo le oprimía
y que así no podía continuar, porque no iba nunca a mejorar su salud.
Necesitaba salir de la Congregación.
– …Y, por motivo de su quebrantada salud, el Padre Naranjo ha decidido
retirarse de nuestra Casa, como ya sabréis alguno de vosotros.
El padre Alonso lo estaba comunicando a la Congregación General, reunida
ex profeso al efecto. Lo decía con pena; el padre Naranjo valía mucho; y
todos sabían que si no hubiera sido porque algunos de la comunidad se
habían hecho eco en sus protestas, no habría llegado la sangre al río.
Ahora, a Francisco se le sumaban los cargos de Maestro de Novicios y
Secretario interino.
······························
El Prepósito conocía a fondo el alma del padre Tejero y sabía de su exquisita
sensibilidad. Por eso aquella tarde le había preguntado si tenía un rato para
1 Encargado de la caja de la Comunidad del Oratorio.

269
Vida del Padre Tejero

charlar con él.


– Todos sufrimos cuando uno de nuestros hermanos decide abandonarnos;
pero no puedes pensar que tú eres el responsable de todas las salidas.
– No sé, no sé… Yo no estaría tan seguro.
– Pero sí sabes que cada uno elige; nuestro Padre San Felipe nos dio libertad
para estar o no estar en la Congregación; y sólo la caridad nos une, por eso
no hacemos votos. No puedes decir que si el Hermano Amaya, o el Padre
Naranjo o tantos otros han salido ha sido por tu culpa.
– Pero les he dado mal ejemplo.
José María era muy tranquilo, pero aquello ya era demasiado. Francisco no
estaba dando mal ejemplo sino todo lo contrario. Ojalá todos fueran como
él.
– ¡Francisco, por favor!, ¿qué mal ejemplo vas tú a dar?
– Sí, mal ejemplo; porque aunque le he pedido siempre permiso para hacer
las cosas, no he contado con la Congregación; y eso lo tengo que arreglar.
No quiero ser mal ejemplo; ni ahora que usted me apoya, ni cuando tengamos
otro Prepósito y otros nuevos hermanos entren a formar parte de nuestra
familia.
– Y, ¿ahora vas a pedir permiso?
– Sí –respondió Francisco con firmeza–. Voy a pedir permiso y voy a hacerlo
con todas las de la ley.
······························
Reverendos Padres del Oratorio de S. Felipe Neri de esta ciudad –
Don Francisco García y Tejero Presbítero de la misma Congregación
con el debido respeto a Vuestras Reverencias hace presente:
Que sintiéndose inspirado hace cuatro años a enseñar la Doctrina
Cristiana, atendida la grande ignorancia que encontraba en la ciudad,
se resolvió a verificarlo, una vez que es tan conforme esta clase de
obra con las Constituciones de nuestro Santo Instituto, y lo veía
confirmado por innumerables Padres y Hermanos nuestros, como
fueron entre otros, Tarugi, Talpa, Rocamadori, Grasi y otros, que
infatigables trabajaron en bien de las almas como leemos en nuestros
Anales.

270
Apóstol de Sevilla

Para llevar a cabo este pensamiento pidió a la Congregación se le


autorizase para hacer el catecismo todos los domingos en la Parroquia
de San Roque, punto que por entonces le pareció de mayor necesidad.
Se le concedió…
Mientras Francisco escribía, sentado en la mesa de su cuarto, sentía cómo
el pulso le temblaba. Era una carta muy importante y quería fundamentar
bien su petición. Había hecho ya dos borradores y los había corregido
buscando los datos en el libro de los Anales de la Congregación del Oratorio
de San Felipe Neri; porque no se trataba sólo de continuar con las
Congregaciones Catequistas y pedir permiso para predicar por toda la ciudad;
también era necesario hablar de la nueva Congregación que Dios había
querido fundar por su medio.
…Entonces fue cuando conoció la indispensable necesidad de buscar
prontamente albergue a estas infelices y, aunque fuese pidiendo
limosna de puerta en puerta por la ciudad, facilitarles el sustento
necesario, mientras que se instruían, se regeneraban y adquirían
buenos hábitos que las hiciesen después recomendables a la misma
sociedad que antes las repelía.
El empezar a poner en práctica tan colosal obra porque fuera contra
el espíritu de nuestro Santo Instituto, no le detuvo un momento; antes
bien, a ello le estimulaba no poco el ejemplo de sus hermanos
anteriores; y entre ellos, en tiempo y con la aprobación de nuestro
Padre San Felipe Neri, el nunca bien ponderado padre Alejandro Borla
que lleno de un grande celo por la salvación de las almas, fundó en
Plasencia un conservatorio de jóvenes arrepentidas, en el cual tuvo
un inexplicable consuelo, si bien a costa de innumerables sacrificios
y fatigas, de ver hasta doscientas de estas desgraciadas que fieles
servían al Señor…
······························
Francisco se había acercado hasta la Casa de Arrepentidas a felicitar a madre
Dolores en su cumpleaños y, de paso, había aprovechado para mostrarle la
solicitud que iba a hacer a la Congregación.
A ella le había extrañado que le mostrara un documento que iba dirigido a
la Congregación del Oratorio, pero él se lo había explicado: ‘Perdone que se
lo lea a usted, pero no me parecía correcto dárselo a ninguno de los Padres,
pues quiero que se sientan totalmente libres a la hora de decir lo que les
parezca’.

271
Vida del Padre Tejero

Entonces madre Dolores accedió gustosa a su petición.


Mientras ella, sentada, leía los papeles que le había traído, él paseaba de
arriba abajo por toda la habitación.
…y para que en lo sucesivo no se pueda creer que voluntariamente
haya querido infringir el Santo Instituto, siendo a los venideros motivo
de mal ejemplo, como también por si en sus muchas ocupaciones
pudiera incurrir por descuido en alguna falta; se atreve a hacer a su
Madre la Congregación dos humildes peticiones.
1ª. Que en atención a que la Instrucción Catequística se ha propagado
por toda la ciudad y las pláticas que hasta ahora se han hecho han
dado tan buen resultado para la conservación de la enseñanza y la
salvación de las almas se le autorice para hacer su Catecismo en
cualquier punto de la ciudad que lo crea conveniente.
2ª. Que se le autorice también para que pueda continuar en la dirección
de la Casa de Arrepentidas, mientras que su comportamiento pueda
servir de edificación y ejemplo y de ningún perjuicio a la Congregación.
Gracias que no duda alcanzar de Vuestras Reverencias, a cuyo favor
quedará siempre agradecido.
Congregación de Sevilla a 23 de Diciembre de 1862
Francisco García Tejero, Presbítero del Oratorio.”
Cuando madre Dolores levantó la vista de los folios, él le preguntó:
– ¿Qué le parece?
Francisco, que movía nerviosamente su reloj de bolsillo, abriéndolo y cerrándolo,
la miraba ávido de una respuesta que parecía hacerse esperar.
– No sabía yo que desde los tiempos de San Felipe los Padres del Oratorio
habían acogido a nuestras muchachas.
Fue lo único que Dolores dijo. Francisco volvió a preguntarle:
– Pero, ¿está bien?
– ¿Qué si está bien? ¡Por Dios, Padre, si es usted un Filipense de pies a
cabeza!
El sacerdote, que seguía sin saber si su exposición estaba bien, repitió:

272
Apóstol de Sevilla

– Pero, ¿está bien?


Dolores comprendió que la pregunta no iba dirigida a si estaba bien la Casa
de Arrepentidas y las Catequesis, sino a la forma en que había estructurado
la exposición con que fundamentaba su petición a la Congregación. ‘¡Estos
hombres!’, pensó.
– Sí –dijo en voz alta–, sí, está muy bien. Ha asentado usted perfectamente
las bases de nuestra fundación en San Felipe; y lo mismo las de las
Congregaciones Catequistas. En todos los sentidos está muy bien.
Y, ahora que le respondía a lo que él quería, él pensó que estaba en broma…
– ¡Por favor! –dijo–, Madre, por favor, dígame usted la verdad. Que se la
quiero entregar al Padre Alonso para la próxima Congregación general, antes
de las elecciones de enero.
Nunca le había visto tan nervioso. Ella, paciente, volvió a repetirle:
– Le estoy hablando en serio, Padre. En verdad no sólo está bien argumentada
su exposición; sino que lo principal, por lo menos a mi modo de ver, es que
todas las obras que usted ha emprendido son totalmente Filipenses. Y eso
me gusta.
– ¿De verdad?
Parecía que no terminaba de creerle.
– De verdad, Padre, y lo que es más. Creo que nos va a tener que traer unos
Anales del Oratorio, para que nosotras podamos conocer y comprender más
1
y mejor a San Felipe y el espíritu del Oratorio .
······························
Francisco daba una vuelta y otra por el claustro del patio de San Felipe. Los
padres tardaban mucho en deliberar, por lo menos a él se le estaba haciendo
una eternidad.
Había estado mucho rato en la capilla, de rodillas, pidiendo al Señor que sólo
se hiciera su voluntad; que él la aceptaría, aún cuando tuviera que dejarlo

1Más adelante el Padre Tejero copiaría, para las Religiosas Filipenses Hijas de María Dolorosa, el libro
de las “Excelencias de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri”, añadiendo al título la coletilla:
“Bajo cuyo espíritu se ha de formar el de la Congregación Felipense, Hijas de María Santísima de los
Dolores”

273
Vida del Padre Tejero

todo. ¿Cuánto tiempo había pasado? No recordaba. Iba a mirar el reloj


nuevamente cuando el hermano Joaquín, el “Socio del Prepósito”, le llamó.
– ¡Padre Tejero!, que dicen que ya…
Él se volvió de un salto, y subió las escaleras de dos en dos hasta llegar a
la sala donde se hallaba reunida la Congregación General que debía autorizarle
o impedir su labor.
– ¿Se puede? –preguntó.
Al asomarse vio muchas caras sonrientes; podría decirse que casi todas.
– ¡Claro, Padre! –le respondió el padre Alonso–. Se puede pasar y también
puede usted continuar con las Catequesis y con la Dirección de la Casa de
las Arrepentidas, ¿o sería más correcto decir de la nueva congregación de
Hijas de San Felipe?
– ¡Bendito sea Dios! –dijo Francisco–. Gracias, Padres, infinitas gracias a
todos.
Cayetano, con una enorme sonrisa le dijo:
– Siempre que no faltes a tus obligaciones de Oratoriano. ¡Ya sabes!
– No faltaré. Lo prometo, Padres. No faltaré. ¡Gracias de nuevo!
– Bueno –dijo el padre Alonso–, y ahora, si no le importa sentarse,
continuaremos con la reunión…
Francisco, a quien la sonrisa parecía que se le iba a salir de la cara, se sentó;
pero la verdad es que no prestó mucha atención. Estaba deseando que todo
aquello terminara para ir corriendo a San José a contarle todo a las Madres.
‘Seguro que Madre Ramírez voltea la campana’ pensó.
CUANDO EL PROBLEMA ES LA MADRE
Desde que la familia se encontraba en San José, el padre Tejero siempre
entraba a la Casa por la iglesia.
Ésta, sobria y sencilla, tenía poco adorno; estaba formada por una sola nave
y no tenía retablo. El expolio que habían llevado a cabo los franceses con
el mariscal Soult había arrebatado casi todo el arte de las iglesias sevillanas,
lo que a ésta le daba un aire austero que contrastaba con la riqueza de la
San Felipe.

274
Apóstol de Sevilla

A Francisco le gustaba arrodillarse ante la magnífica escultura del Cristo de


la Misericordia, en cuyo altar siempre había dos velotes encendidos. Las
muchachas, desde que se habían enterado de la historia de este crucificado,
le tenían una grandísima devoción.
Allá por los años de 1622, una asociación de mujeres devotas se propuso,
con los padres Mercedarios, dotar a las jóvenes que, abandonado la
prostitución, hicieran confesión general de sus pasados pecados y quisieran
casarse religiosamente.
Para esta cofradía de señoras encargó Domingo de Santos, religioso
mercedario, un crucificado al escultor Juan de Mesa; y éste había sido
colocado en una de las capillas laterales de la iglesia de San José, donde
ahora se encontraba la Casa de Arrepentidas.
Podría ser coincidencia, pero Francisco prefería llamarlo “Providencia”.
Cuando se arrodillaba delante del Cristo, parecía que éste estuviera mirándolo
a uno con sus ojos suplicantes. Las muchachas se lo habían dicho en más
de una ocasión. ‘Cuando le rezas, parece que una tiene más ganas de ser
mejor’.
‘Es raro que ninguna de tus hijas esté aquí esta tarde’, pensó Francisco
dirigiéndose agradecido al Señor de la Misericordia infinita.
En ese momento, sintió cómo detrás de él entraba llorando una de las jóvenes
que, al verle se detenía e intentaba acallar los sollozos. Francisco se dio
media vuelta.
1
– Rosariyo , hija, ¿qué te pasa?, ¿por qué lloras? –le preguntó, levantándose
e invitando a la joven a sentarse en uno de los bancos.
Rosario había entrado en la Casa con catorce años, procedente de la parroquia
de San Martín, cercana a la Alameda de Hércules, donde la madre, que
ejercía la prostitución, había comenzado a valerse de su hija para aquellos
menesteres.
Normalmente era una joven alegre, salvo cuando se le nombraba a su madre;
en cuyo caso, le cambiaba la cara y parecía temblar.
Y ahora estaba allí, delante de él, incapaz de moverse, llorando desconsolada.
1Rosario Romero de la parroquia de San Martín (cerca de la Alameda), entró con 14 años en 1861. Su
madre se llamaba Dolores. No está documentado que sea ella a la que ser refería la denuncia, que sí está
documentada.

275
Vida del Padre Tejero

El sacerdote se acercó a ella y, mirándola con ternura le volvió a señalar el


banco más cercano para que se sentara, mientras él se quedaba en pie
esperando, con paciencia, que se calmaran los sollozos. En esto vio que por
la puerta de la sacristía entraba madre Ramírez, como todos la llamaban
para no confundirla con madre Dolores.
– Madre Ramírez –le dijo el padre–, ¿qué le pasa a Rosariyo que no tiene
consuelo?
Con un hondo suspiro, Ramírez dijo:
– ¡Otra vez su madre!
– ¿Otra vez ha venido a llevársela? –preguntó, incrédulo y lleno de rabia a
la vez–. ¿Pero es que nunca va a dejarla en paz?
La joven, sin dejar de llorar, miró al padre Tejero y le dijo con voz entrecortada:
– Padre, por favor, hable usted con ella, a ver si a usted le hace caso; porque
a las Madres no quiere escucharlas…
– ¿Sigue en la portería? –preguntó él.
La joven religiosa le respondió afirmativamente con la cabeza, mientras se
sentaba junto a la joven e intentaba calmarla.
Francisco hizo la genuflexión apresuradamente, y salió rápido de la iglesia,
para entrar a la Casa por la portería. Sabía que yendo por allí no se le
escaparía la señora Dolores.
Casi desde la puerta se escuchaban los gritos de la mujer reclamando su
derecho a llevarse a su hija cuando quisiera y lanzando insultos a diestra y
siniestra.
El sacerdote respiró hondo antes de entrar; pidiendo, en rápida plegaria al
Señor, su ayuda para no alterarse delante de la mujer.
Asomándose a la puerta, mientras acostumbraba sus ojos nuevamente a la
oscuridad, pudo percibir la presencia de doña Gregoria, “Madre Honorata”,
como él la llamaba porque decía que ella sí era de la familia; pero que ni se
les ocurriera pensar que iba a hacerse monja; que tenía promesa de salir
todos los días al Jubileo; y si se hacía monja no iba a poder cumplir la palabra
que le tenía dada al Señor de ir a visitar la iglesia en la que cada día estaba
expuesto el Santísimo durante todo el día.

276
Apóstol de Sevilla

Con ellas estaba madre Dolores, que parecía acabar de llegar de la calle,
pues había un par de paquetes en el suelo, junto a ella y estaba preguntando
que qué pasaba.
– Pues pasa –gritaba la madre de Rosario–, que servidora ya está harta de
que, con la excusa de que mi niña tiene que estudiar, no me dejen llevármela
a mi casa. Y pasa… ¡que nadie puede quitarme a mi hija, que para algo la
he parido yo! Y que servidora necesita que su hija se ponga a trabajar. Y…
Parecía dispuesta a seguir cuando sintió detrás la presencia del padre Tejero
y se volvió a él gritando:
– ¡Y usted es el que tiene toda la culpa! Si no fuera por usted mi niña estaría
con su madre, que es donde debe estar.
Francisco se escuchó contestar muy sereno:
– Señora, tranquila. Usted sabe que nadie ha obligado a su hija a venir; y
que nadie la obliga a quedarse.
– ¡Eso no me lo creo yo! ¡Y no me diga que esté tranquila, que tengo todo
el derecho a reclamar lo que es mío! ¡Y mi hija me pertenece!
– Doña Lola, ¿por qué no pasa usted a la sala de recibir, con el Padre y
conmigo, y lo discutimos tranquilamente?
Era madre Dolores la que hablaba ahora; pero la mujer no parecía muy
dispuesta a serenarse. Gregoria tenía los labios apretados y las manos
metidas en los bolsillos. Se notaba que se estaba sujetando para no abofetear
a la mujer. Madre Dolores se dio cuenta de la violencia que sobre sí misma
se estaba haciendo y le invitó:
– Gregoria, por favor, ¿puedes llevar los paquetes que acabo de traer a la
cocina? Cándida los está esperando.
– Ahora mismo –dijo ésta, agradecida por verse libre de aquella situación tan
violenta. Y tomando los paquetes se alejó por el pasillo que daba al patio.
Entonces, madre Dolores se volvió hacia la mujer y, con toda la tranquilidad
que pudo, le invitó a pasar a la sala de recibir que había junto a la portería.
Cuando los tres se hubieron sentado, el padre Tejero tomó la palabra:
– Doña Lola; usted sabe que, cuando el año pasado trajeron aquí a su hija
las Señoras de las Conferencias de San Vicente de Paúl usted aceptó que
se quedara aquí, cuando menos, hasta ser mayor de edad.

277
Vida del Padre Tejero

– Sí, señor cura, pero a mí me engañaron –protestó la mujer.


– ¿Cómo que le engañaron? Usted misma habló conmigo y estaba conforme
en que su hija se quedara aquí.
– Sí, ¡claro!, pero nadie me había dicho que mi hija no iba a volver conmigo.
¡Y yo necesito que mi hija se ponga a trabajar!
– Pero Rosario aún no está preparada.
– ¿¡Cómo que no!?, claro que está preparada; si precisamente ahora es
cuando está más atractiva.
La mujer se arrepintió de sus palabras en cuanto las pronunció. Ahora no iba
a poder engañar a este cura y a esta monja sobre el trabajo que su hija iba
a realizar. Lo intentó arreglar, pero fue peor…
– Además, los señoritos quieren que las doncellas estén guapas…
– ¡Para ponerlas a limpiar!, ¿verdad? –Francisco no pudo evitar la ironía.
Aquello era más fuerte que él. No soportaba que fueran las mismas madres
las que prostituyeran a sus hijas para sacar beneficio de ellas. Le admiraba
que madre Dolores pudiera contenerse delante de ellas.
Y fue la misma madre Dolores la que intervino para salvar la situación.
– Pero Doña Lola, usted también sabe que a las Señoras les gusta que sus
doncellas estén bien preparadas en todo tipo de labores de la casa; y a
Rosario le falta aún mucho por aprender. Además, tiene muy buena mano
para bordar. Y siempre es mejor bordar que limpiar. ¿No le parece?
A la mujer no le quedaba más remedio que ceder por esta vez; había perdido
toda razón, y sabía que no podría hacer nada… De momento. Así que cambió
de táctica y pasó a ser una ‘buena madre’. Dijo con una voz que no podía
negar lo evidente:
– Pero, por lo menos me deberían dejar verla. Porque yo, como su madre
que soy, estoy preocupada por ella.
El padre Tejero le contestó con firmeza:
– Lo siento mucho, Doña Lola, pero por hoy no va a ser posible. Venga usted
el próximo domingo por la tarde y podrá verla. Sabe que le alegra mucho
que su madre se preocupe por ella.
Fingiendo una dignidad que no tenía, la mujer salió de la Casa, con el

278
Apóstol de Sevilla

consiguiente alivio de madre Dolores y el padre Tejero.


– ¡Uff!, creía que no se iba a ir nunca –dijo ella.
– Yo creía que iba a romper algo –le contestó él riendo.
– Bueno, por hoy… ya va bien. ¡Vaya día!
– ¿Qué más ha pasado?
Madre Dolores se echó a reír.
– En realidad, nada… ¡Comparado con esto!, claro. Que Carmen Leña ha
vuelto a hacer saltar los nervios de Madre Consuelo en el ensayo del Coro.
¡Tendría que haberlas visto! Carmen decía que Consuelo se había equivocado
en el tono de una canción…
– Pues –dijo él– seguramente tendría razón, porque Carmen Leña tiene muy
buen oído.
– ¡Sí!, claro que la tenía. Pero, ¡imagínese cómo le ha sentado eso a Consuelo!
Los dos rieron a gusto.
Consuelo era muy joven todavía, y Carmen, con sus dieciséis recién cumplidos
estaba en plena efervescencia.
– Y, ¿cómo han terminado?
– Casi como el Rosario de la Aurora; menos mal que Rosario ha escuchado
los gritos y ha subido. Creo que Consuelo vale mucho, pero todavía le faltan
muchas ‘tablas’ con las muchachas.
– Y a mí me faltan tablas con las madres de las muchachas –dijo él–. Le
admiro, no sé cómo se puede contener; a mí me estaban dando ganas de
abofetear a la pobre mujer.
– A mí también, pero siempre pienso que si están así es porque a ellas
también las han tratado mal durante toda su vida. Me dan mucha lástima.
¡Me cuesta tanto no poder hacer nada por ellas!
– Pues sí, eso es verdad. Pero a mí me parece que esta Lola nos va a dar
todavía más de un quebradero de cabeza.
– ¡Dios no lo permita!
De pronto, Dolores escuchó el reloj del Presidio y, dándose cuenta de lo

279
Vida del Padre Tejero

intempestivo de la hora dijo:


– Bueno, y ¿qué?, ¿cuál fue la decisión? Afirmativa, imagino. Que para eso
hemos estado aquí rezando todo el día.
Él no dijo nada; se limitó a sonreír.
SIN RECURSOS
Los ejercicios espirituales habían transcurrido con tranquilidad y estaban a
punto de terminar. Con la meditación de la tarde, Francisco habría cumplido
su labor y podría volver a salir a la calle.
Le parecía mentira que sólo hubieran durado una semana; a él se le habían
hecho un siglo. Pero no era por el silencio, que le gustaba; ni por haber tenido
que escuchar en confesión y diálogo a los ejercitantes; sino que estaba
deseando volver a la Casa de San José, con sus muchachas y con las
madres.
El mes de mayo iba a comenzar, y ellas estarían terminando todos los
preparativos para los ejercicios Marianos. Confiaba en que madre Consuelo
habría logrado dominar las voces de las muchachas, pues la última vez que
él había estado por allí, alguna que otra, cuando no la misma Consuelo,
habían desentonado un poco.
‘Creo que les exijo mucho’, pensaba mientras iba caminando hacia la Casa,
‘no reciben nada, y lo dan todo; y las jóvenes no son tan agradecidas como
a mí me había parecido’.
A sus espaldas escuchó una voz:
– ¡Padre Tejero!
Se detuvo y al volverse pudo comprobar que eran don Valentín de Toro, que
acababa de realizar los ejercicios en San Felipe, y su señora.
– Buenas tardes –dijo Francisco–. ¿Cómo está, Señora? Ya le hemos devuelto
a su marido, lo notará usted más santo después de los ejercicios.
– Bueno… –respondió ella–. La verdad es que hoy no se ha quejado de la
comida… Así que, será verdad que le han venido bien los ejercicios espirituales.
– ¿Tan mala es la comida en San Felipe? –preguntó el sacerdote a don
Valentín, medio en broma.
Pero la señora no le dejó contestar. Se adelantó y dijo:

280
Apóstol de Sevilla

– Y ¿cuándo van ustedes a hacer una tanda de ejercicios espirituales para


nosotras? También tendremos derecho a ‘comer mal’ durante unos días, y
a oír hablar de Dios sin tener que estar ocupándonos de los trajines diarios…
¿no?
– Pues, lo cierto es que tiene usted toda la razón, Doña Ignacia, y no piense
usted que sus palabras caen en saco roto; que voy a hablarlo con las Madres
para ver si podemos hacer algo.
Se despidieron y Francisco continuó su camino hacia San José, rumiando
la idea que más tarde le comentaría a madre Dolores.
······························
– Yo no tenía que haber venido.
– Pero tú fuiste la primera, Rosario. Debes estar aquí con nosotros.
– No es verdad, porque vosotros sois los que habéis montado todo este
enredo, y los que podéis responder perfectamente si os pregunta el Señor
Cardenal.
En la antesala del despacho del Cardenal, Dolores y Rosario esperaban
sentadas a que les dijeran que podían pasar. Francisco, que paseaba a lo
largo y ancho de la sala, asomándose de vez en cuando al corredor, no
entraba en la conversación, que ya habían repetido varias veces desde que
le dijeran a Rosario que tenía que ir con ellos a presentarle las Constituciones
de la nueva Congregación a Monseñor Tarancón.
1
Por fin, un familiar del cardenal les indicó que podían pasar.
Madre Dolores, nerviosa como nunca lo había estado, elevó una breve oración
al pasar ante un cuadro de la Dolorosa que había en el pasillo: ‘Sea lo que
tú quieras, Madre’.
El cardenal les estaba esperando sentado, pues últimamente sus achaques
no le permitían permanecer mucho rato de pie.
Los tres saludaron al prelado besándole el anillo episcopal y, a una señal de
éste, les ofrecieron tres sillas para sentarse.
– Y bien… –dijo el cardenal–. Creo que, por fin, me traen las Reglas de la
Congregación.
1 Familiar: Eclesiástico o paje dependiente y comensal de un obispo.

281
Vida del Padre Tejero

El padre Tejero, cogiendo los documentos, se los entregó diciendo:


– Eminencia, las hemos orado, las hemos meditado y practicado en la Casa
desde el año cincuenta y nueve. Son como las del Oratorio, que fueron
aprobadas por el Papa; pero salvando las diferencias que se han visto
precisas, por tratarse ahora de un "conservatorio de mujeres".
– No es que queramos hacer nada nuevo –intervino madre Dolores–, ya hay
otras congregaciones de mujeres según el espíritu de San Felipe Neri, como
la recientemente fundada en Mataró por los hermanos Castañer, que han
sido ya aprobadas y recomendadas por su santidad Pío IX.
– Es verdad que, como es natural, están adaptadas a esta tierra y a las
peculiaridades de los apostolados que creemos que Dios quiere que se
realicen en este Instituto.
– Que ¿son? –preguntó el cardenal.
– En primer lugar que las congregadas se santifiquen con la oración y la vida
contemplativa.
– Y acoger a las jóvenes arrepentidas, ayudándoles a que encuentren el
camino de la salvación.
– También hemos visto la imperiosa necesidad que hay de abrir un colegio
para niñas pobres, pues, como su Eminencia sabe, en Sevilla no hay ninguno.
– Y, si no van a la escuela, las niñas son más fácilmente víctimas de los que
se aprovechan de ellas.
– Por último –añadió el padre Tejero– queremos, Eminencia, abrir, con la
separación conveniente, una casa de ejercicios espirituales para señoras.
El cardenal, mientras les escuchaba, hacía gestos de aprobación con la
cabeza. Le parecía muy bien todo aquello. Aunque todo lo sabía de antemano,
pues se había informado bien sobre el instituto que nacía en su diócesis.
Lástima que él mismo no tuviera más fuerzas, para promover y dar un mayor
impulso a esta Congregación, que veía muy pobre.
– ¿Cómo se las arreglarán para sostener toda esta obra? –dijo–. Pues no sé
que tengan ustedes un gran capital con el que hacer frente a los gastos.
Madre Rosario, que se había mantenido un poco al margen durante toda la
conversación, aunque muy atenta en todo momento, fue la que respondió.

282
Apóstol de Sevilla

– Verá, Eminencia. Cuando el Padre Tejero me preguntó si podía ofrecerme


para atender la Casa de Arrepentidas, sentí que Dios andaba por medio.
Desde ese día, ni uno sólo he dejado de ver la providencia divina que nos
protege. Es cierto que somos pobres, que trabajamos mucho y los gastos
son más que los ingresos. Es cierto que las muchachas vienen con muchas
“reliquias” de su pasada vida y les cuesta adaptarse a carecer de todo y a
trabajar mucho. Pero, ¿sabe, Eminencia? Creo que, precisamente porque
todo nos viene de Dios, las vocaciones, las muchachas y los recursos,
podemos decir que Dios nos quiere como Instituto.
– Bien, eso está bien –dijo el cardenal–. Pues estudiaremos las Reglas para
aprobar vuestro Instituto.
Y, volviendo la mirada hacia el padre Tejero, continuó:
– Entre tanto, Padre, encárguese usted de que se cumplan y se santifiquen
todas: las Madres y las Arrepentidas. Sigan trabajando para poder abrir esa
escuela para niñas pobres y la casa de ejercicios para señoras; que las dos
cosas nos parecen muy necesarias y buenas para Sevilla.
······························
– Menos mal que no querías venir.
Dijo madre Dolores a madre Rosario cuando salían de palacio.
1863 NI UN REAL
Dolores de la Peña hacía maravillas en la cocina de San José; pero no podía
hacer milagros.
– ¡Hasta Jesús necesitó tener cinco panes antes de multiplicarlos!, ¡pero es
que yo no tengo ni uno!
– Dolores tiene razón, Madre. Que sólo hemos podido echar a la olla un
puñado de garbanzos y un pedacico de tocino que quedaba.
– No exageréis, que nosotras al menos tenemos algo; hay muchos que no
tienen nada para comer.
Rosario sintió que en lugar de arreglarlo, lo acababa de estropear. Ambas
jóvenes ya habían pasado otras ‘malas rachas’ en el tiempo que llevaban en
la Congregación.
Esperanza no era muy dada a exagerar. Algo cazurra sí que era, como buena

283
Vida del Padre Tejero

mañica, y un poco cabezota. ‘Aragonesa, de pura cepa, y a mucha honra’,


pero de exagerada… nada.
– ¿Exagerar? –dijo–. Perdone Madre, pero esto no es ser exagerada, esto
es la realidad. ¿Se da cuenta de que les estamos pidiendo a las muchachas
que renuncien a los pocos lujos que tenían, que no vuelvan a la calle, que
trabajen de sol a sol quemándose los ojos en el bastidor, o las manos con
la colada de unas ropas que no son suyas, cuando ellas no tienen ni para
cambiarse de camisa?, ¿se da cuenta de que les pedimos que se sacrifiquen,
que estudien, que recen y que sean santas sin ofrecerles nada a cambio?
Se había puesto roja como la grana, cada vez más alterada. Estaba enfadada
consigo misma, por no poder dar a las muchachas lo mejor; enfadada con
quienes les traían la ropa para lavar y les daban después una miseria por un
trabajo agotador. Enfadada con los que tenían y no compartían. Enfadada
con tantos que, encima, les criticaban.
Como ninguna de las otras dos dijera nada, porque ‘es de tontos negar lo
que se ve’, como siempre decía madre Honorata, Esperanza continuó:
– No tenemos ni chispa de pan, el aceite se está acabando. Tenemos que
pagar el alquiler y por todo el trabajo nos dan una miseria.
En ese momento se escucharon unos pasos que venían del patio. Las tres
se callaron y se volvieron a mirar a la pequeña María Josefa, una algecireña
con mucha gracia, que con sus once años era la benjamina de la casa.
– Madre…
– Dime –le contestó Rosario.
– Madre, que dice Madre Consuelo que si ha comprado el hilo azul que hacía
falta; que ya se ha terminado.
Las otras dos miraron a madre Rosario, como diciendo, ‘¿Lo ves?’; y ella
respondió a la pequeña:
– No, dile a Madre Consuelo que no, que no hemos podido.
– Entonces… ¿qué hacemos?, porque sin azul…
– ¿No podéis seguir con otro color?
– No, Madre, ya está hecha la mitad con azul.

284
Apóstol de Sevilla

– Bueno, pues dile que deje el bordado por el momento, y que os adelante
la clase de escritura.
– ¡Je, je! –rió la pequeña– Eso es lo que íbamos a hacer, pero …
– ¿Pero… qué? –le preguntó la religiosa.
– Es que nos hemos quedado sin hojas de rayas.
– Pues dile que use hojas blancas, … O, mejor, dile que os ensaye las
canciones para el mes de mayo, que es ya mismo.
María Josefa sonrió. Le encantaba cantar. Se dio media vuelta muy contenta,
dijo un ‘Vale’ que sonó como una campanilla y se fue saltando hacia adentro.
Cuando ya no podía escucharlas, Esperanza volvió a la carga. Pero madre
Rosario le puso la mano en la boca, y tranquilamente le dijo:
– Esperanza, ¿recuerdas el primer día que viniste?
– ¡Claro, Madre!, ¡faltaba más! –respondió ella.
– ¿Te acuerdas de lo que comimos?
– No, Madre, ¿sopa?
Dolores Peña se rió.
– ¿Por qué te ríes? –le preguntó Esperanza, extrañada.
– Porque siempre era sopa. Sopa de agua con pan o sopa de pan con agua
–dijo la joven sin dejar de reír–. ¡Claro!, que otras veces era sólo sopa de
agua. Pero… ¡siempre sopa de agua con pan!
– ¡O con papas! –Rosario también rió.
– ¡O con pan y papas! –ahora la que reía era Esperanza, que ya había
comprendido.
– Eso, o… sopa con papas y pan –concluyó madre Rosario.
Después se puso seria, y les dijo:
– Antes de que el Padre Tejero me dijera que le ayudara a abrir la Casa de
Arrepentidas, había intentado por muchos medios “colocar” a nuestras
muchachas: con sus familias, como sirvientas, como empleadas, en otras
casas religiosas… ¡En todas partes le dijeron que no!

285
Vida del Padre Tejero

– ¡¡Uff!! –resopló Esperanza.


– Entonces se dio cuenta de que Dios quería algo nuevo: ¡A nosotras! Pero
no para tener la mejor casa, ni los mejores medios, ni la mejor comida, ni los
mejores libros, cuadernos y vestidos…
– ¿Entonces?... –dijeron las dos jóvenes religiosas.
Rosario guardó un momento de silencio, antes de contestar; como si quisiera
poner en orden los sentimientos que bullían en su corazón; sentimientos que
le habían hecho sufrir en muchas ocasiones; sentimientos que habían
provocado en ella muchas lágrimas. Algunas que había vertido sobre la
almohada y otras muchas que habían caído sólo en el corazón hasta que
llegó madre Dolores.
– Mirad. El día veintidós de julio del año cincuenta y nueve, el Padre me trajo
a una joven a la casa de la calle Venerables. Yo estaba esperándola con
mucha ilusión. Sabía poco de ella, que tenía dieciséis años, que era de fuera
de Sevilla y que había venido aquí después de morir sus padres. Que había
estado en la sala de Santa María Magdalena y que no quería volver al sitio
del que sólo la enfermedad la había librado. Aún cierro los ojos y puedo verla.
¡Parecía tan indefensa! Traía cara de miedo y, cuando yo movía los brazos
para coger algo de un estante, se encogía como si le fuera a pegar. ¿Sabéis
lo que me dijo el Padre cuando la trajo?
– ¿Qué le dijo?
– Cuando llegaron y yo les abrí la puerta, el Padre dijo: “Rosario, ¡éste es
hoy nuestro tesoro!”. ¡Nuestro tesoro!, ¿lo entendéis?
Las jóvenes pusieron cara de extrañeza. No entendían qué tenía que ver
aquello con que ahora les faltara pan. Rosario, en lugar de explicarles, les
lanzó otra pregunta.
– ¿Por qué una muchacha de quince, de veinte, de treinta años, puede querer
cambiar una vida en la que tiene dos o tres comidas al día, vestidos nuevos
casi cada mes, incluso joyas y perfumes, y venir a encerrarse en un convento,
rodeada de monjas, sin pan, sin camisa para cambiarse, con mucho trabajo
y rezos varias veces al día?
– ¿Por qué, Madre?, yo también me he preguntado eso muchas veces –dijo
Esperanza.
– Yo entiendo –añadió Dolores Peña– que cuando son niñas y llevan poco

286
Apóstol de Sevilla

tiempo, la prostitución es un martirio; ellas mismas me lo han dicho en más


de una ocasión. Pero también me han dicho que luego, algunas llegan a
acostumbrarse a no hacer nada, a tener buenos trajes y llevar buena vida;
dicen que llega un momento en que tienen unos clientes fijos, y trabajan
menos, si se puede llamar trabajo a eso, y ganan más; y que si pueden coger
buena reputación, hasta es posible que alguien con dinero se enamore de
ellas, y entonces le sacan todo lo que pueden y llegan a dejar de trabajar.
– Sí, pero esas son las menos.
– Bueno, eso sí. Pero todas esperan llegar a eso.
Rosario les escuchaba atenta, mientras contaban lo que ella misma había
oído cientos de veces.
– Bien, todo eso que decís es verdad. Pero con eso me dais la razón. Y
vuelvo a haceros la pregunta: ¿Por qué son capaces de dejarlo todo para
venir donde no tienen nada?
– Y encima tienen que rezar un montón de veces al día –ratificó Dolores.
– ¡Y oír sermones!, que es peor.
Esperanza no podía ocultar que se dormía cuando los sermones o las charlas
espirituales eran largas.
Rosario sonrió. Pero no quería cambiar de tema.
– Sabéis que hay mucha gente que está contra nuestra Casa. Que dicen que
aquí obligamos a las muchachas a rezar, y que estamos quitándoles la
libertad, y que las tenemos como esclavas mientras nosotras vivimos bien.
Las dos jóvenes asintieron con la cabeza. Rosario continuó:
– Los más liberales dicen que la mujer puede hacer lo que quiera con su
cuerpo; y los más conservadores dicen que tendrían que ir a la cárcel.
– Eso es verdad, yo lo he oído decir.
Rosario continuó como si no hubiera escuchado.
– Unos dicen que las tratamos como pecadoras, cuando no hay pecado en
vender el propio cuerpo; y otros que no va a servir de nada que estén aquí,
porque llevan tan dentro el pecado que de todos modos van a arder en el
infierno.

287
Vida del Padre Tejero

Calló durante unos momentos, mientras parecía buscar las palabras adecuadas
para expresar lo importante de verdad.
– ¿Sabéis lo que yo veo? –dijo finalmente.
– ¿Qué?
– Veo niñas, jóvenes, mujeres que no se han sentido amadas; que han vivido
como objetos; que han sido usadas y tiradas como trapos viejos que se echan
en el fogón. Veo niñas que han sufrido el látigo del hambre, sí; pero más aún
el látigo de la falta de cariño, de la falta de una verdadera madre, y el látigo
de puritanos y liberales que las condenaban o salvaban a su propio beneficio.
Nuestras muchachas, nuestras hijas, vienen porque aquí encuentran cariño.
Vienen porque en nosotras leen el amor que Dios les tiene.
Suspiró profundamente antes de continuar.
– El único modo que Dios tiene para que nuestras hijas se encuentren con
Él somos nosotras. Nunca han leído el Evangelio, la mayoría nunca ha
acudido a la iglesia. ¿Pensáis que se presentan aquí porque quieren tener
menos cosas? ¡No!, vienen porque aquí encuentran Amor. Un amor que les
dice: ‘Eres valiosa’, ‘Eres un tesoro’, y se lo dice de corazón. Porque esas
mismas palabras las han escuchado una y mil veces. ¿Cuál es la diferencia?
Que cuando el ‘cliente’ las dejaba, volvía a su casa, a su bienestar; y se
olvidaba de si a ellas les dolía algo, si tenían miedo o pasaban necesidad.
Si enfermaban el cliente no iba a ayudarles, ni la casera tampoco. Si sufrían,
a nadie le importaba, sólo querían que tuviera ‘buena cara’ y estuvieran
arregladas y dispuestas. Aquí, si ellas pasan hambre, ven que nosotras
comemos lo mismo, y también pasamos hambre; si una enferma, a la cabecera
de su cama estamos nosotras. Si tienen pesadillas… ahí estamos. Y cuando
ven que lo hacemos porque Dios nos mueve, porque Dios las ama, entonces
descubren que es verdad lo que les decimos: que son valiosas, que son un
tesoro. Entonces les entran ganas de ser mejores, comienzan a darse cuenta
de que pueden ser mejores; comprenden que es posible cambiar de vida,
emprender una vida nueva. Es verdad que Dios es el que mueve sus corazones;
pero si nosotras no estamos ahí…
– Si nosotras no estamos...
– Si vosotras no estáis, no habrá nadie.
Las jóvenes volvieron la cara hacia aquella voz que venía de la puerta y que
había contestado a la pregunta que ellas habían hecho.

288
Apóstol de Sevilla

Era el padre Tejero, que entraba con madre Dolores.


Venían acompañados de otro sacerdote.
– Buenos días –dijo el padre Tejero–, ya conocéis al Padre Carrascosa.
– Buenos días –respondieron.
– Vamos a enseñarle esto al Padre Carrascosa, que hace tiempo quiere venir.
– Pasen, ya saben que están en su casa –dijo madre Rosario, que deseaba
íntimamente que no hubieran escuchado toda la conversación.
······························
Nadie hizo comentario alguno alusivo, por tanto, el padre Carrascosa tampoco
dijo nada; pero cuando él y el padre Tejero salieron para volver al Oratorio,
dijo:
– No me figuraba yo que fuera tanto y tan bueno lo que aquí hacéis. ¿Siempre
andáis tan mal de recursos?
– Casi siempre. Las suscripciones dan para pagar el alquiler, que son mil
doscientos reales, y poco más. Además, no es tan bonito todo, como aparece
hacia fuera. Las jóvenes traen muchas reliquias de su pasada vida. Algunas
vienen con mucha agresividad y mucho miedo. No creas, no es fácil estar
todo el día con ellas.
– Me imagino.
Caminaron silenciosos durante unos momentos, hasta que el padre Carrascosa
dijo:
– Hemos de hacer algo en beneficio de nuestra Casa de Arrepentidas.
A Francisco le gustó que dijera ese “nuestra”. Parecía que le había salido del
alma. Le miró preguntándose qué sería ese ‘algo’. Sin darle tiempo, el padre
Carrascosa continuó hablando:
– Como sabe, Padre, yo tengo algunas influencias. Creo que las he de usar
para que por lo menos no les falte el pan.
······························
Desde la mañana siguiente, a las seis y media en punto, todos los días alguien
tocaba la campanilla en la puerta de San José, dejaba un saco de harina y
se iba.

289
Vida del Padre Tejero

1864 POR LAS MALAS


Dolores, la madre de Rosariyo había continuado apareciendo, de tanto en
tanto, por la casa de San José.
Nunca iba los domingos por la tarde y, cuando se acercaba por allí, casi
siempre llegaba oliendo a vino. Las escenas violentas se habían ido repitiendo;
pero la joven se mantenía firme en su decisión de no dejar la Casa hasta que
fuera mayor y tuviera una colocación en condiciones.
La situación había llegado a un punto en que Rosariyo había pedido que, por
favor, no le dijeran nada si aparecía su madre; porque siempre terminaba
hecha un mar de lágrimas.
Pero doña Lola, que no dejaba de pensar en el dinero que estaba perdiendo
por ‘la cabezonería de las dichosas monjas’ decidió pasar a la acción. Si no
le daban a su hija por las buenas, lo harían por las malas.
En la portería había amenazado ya en varias ocasiones con denunciarlas
por secuestro, o con incendiar ‘el maldito colegio’. Y, como en el cuento del
niño mentiroso, ya nadie se creía que iba a llegar el lobo.
‘Madre, no se fíe de mi madre, que es un mal bicho…’ Decía siempre Rosariyo;
pero ya no le hacían caso, pues la mujer nunca había llegado a pasar de los
gritos.
······························
El padre Tejero estaba sentado aquella mañana en el confesonario, cuando
el hermano Joaquín fue a buscarlo.
– El Padre Prepósito dice que suba a su despacho en seguida.
– Ya voy –dijo Francisco, saliendo en seguida con el hermano.
– ¿Ha pasado algo? –preguntó cuando iban ya por el patio.
– No sé –le respondió el hermano–, pero acaba de llegar de palacio, donde
el Señor Cardenal le había mandado llamar.
– Bueno, pues vamos a ver qué es lo que necesita de mí.
Cuando tocó a la puerta del despacho del padre Alonso, éste le dijo:
– Pasa.

290
Apóstol de Sevilla

Francisco vio que estaba en pie junto a la ventana que daba al jardín. El día
estaba nublado y las calles debían estar mojadas, pues el sacerdote traía el
bajo de la sotana lleno de barro.
– Usted dirá –dijo mientras el Prepósito se daba la vuelta.
Cuando Francisco le vio la cara, blanca como la cera, preguntó:
– ¿Ha pasado algo, Padre?
– Sí ha pasado, sí –le respondió–. Anda, haz el favor de sentarte, que tenemos
que hablar.
Francisco no pudo evitar que un escalofrío le recorriera la espalda. Aquello
parecía ser algo muy serio. Nunca había visto así al padre Alonso, ni cuando
él era sólo un estudiante y le había abierto su corazón, tras la muerte del
padre De la Carrera, ni en todo el tiempo de su prepositura.
Desde luego, era algo grave.
Se sentó en la silla que había frente a la mesa y esperó en silencio a que el
Prepósito comenzara a hablar.
– Francisco –dijo éste–, tú sabes que yo, desde siempre, he confiado en ti.
– Sí, Padre, y yo se lo agradezco mucho.
– No dudé de ti cuando comenzaste a ir por los Corrales, ni cuando empezaste
con la Casa de las Arrepentidas y todos te tachaban de loco.
Francisco estaba cada vez más ansioso. No sabía de qué se trataba; se
esperaba lo peor, pero ¿qué era? ‘Por Dios –pensó–, dígalo de una vez, que
me va a volver loco’.
El padre Alonso prosiguió:
– ¿Hay, por casualidad, una joven en la Casa de Arrepentidas que se llama
Rosario Romero, de la parroquia de San Martín?
– Sí, Padre –respondió Francisco, que empezaba a pensar que la mujer
había cumplido sus amenazas de prender fuego al ‘maldito colegio’–. Va a
cumplir diecisiete años, la trajeron las Señoras de las Conferencias de San
Vicente de Paúl. Su madre…
Iba a seguir, pero la cara del padre Alonso le hizo detenerse.
– ¿Qué es lo que ha pasado, Padre?

291
Vida del Padre Tejero

Pero el Prepósito le dijo que continuara.


– ¿Qué ibas a decir de su madre?
– Bueno, la madre se llama Dolores, todos le llaman ‘Lola’. Ejerce en la
Alameda y quiere llevarse a su hija para traficar con ella. La niña es muy
bonita, y más ahora, que está limpia y come todos los días. Llegó que daba
penita verla. Pero ella no quiere saber nada de su madre, que le pegaba para
obligarla a prostituirse y la dejaba atada a la cama cuando ella salía, para
que no se escapara. Desde que la trajeron con nosotros en el año sesenta
y uno, la madre ha acudido periódicamente a la Casa reclamando a su hija,
porque dice que ‘es suya, que para eso la ha traído al mundo’. En varias
ocasiones ha amenazado con prender fuego y con denunciar a las Madres
por ‘secuestro’.
– Pues las denunciadas no han sido las Madres de la Casa de Arrepentidas,
sino tú.
Francisco exclamó sorprendido.
– ¿Yo?, ¿yo denunciado por secuestro?
– No, Francisco, por secuestro no; sino por abusar de la muchacha.
– ¡Pero eso es mentira!
– Eso creo yo; pero el Señor Cardenal, que no te conoce tan bien como yo,
ha recibido con alarma la notificación de la denuncia que la señora ha puesto
contra ti en el Gobierno Civil. Reclama a su hija, diciendo no sólo que las
tenéis desnudas, que no les dais de comer, y las matáis a trabajar; sino que
tú mantienes relaciones ilícitas con ellas.
– Usted sabe que se trata de una calumnia. ¿Verdad?
Preguntó Francisco con un ligero temblor, por el dolor que le causaba pensar
que el padre Alonso creyera en aquella falsa denuncia.
– Yo confío en ti. Pero, comprenderás que la denuncia tiene que seguir sus
cauces, y por lo tanto, el Gobernador lo ha puesto en manos del Juez
Eclesiástico, para que averigüe lo que hay de verdad en la denuncia.
Francisco respiró aliviado.
– Bien, si sólo se trata de averiguar la verdad, entonces, no hay problema.
La verdad es que todo es falso; y… ¿sabe, Padre? –dijo sonriendo.

292
Apóstol de Sevilla

– ¿Qué?
– Que me alegro. Porque toda obra de Dios trae consigo la persecución; y
ésta era la que nos faltaba. Además prefiero que se me acuse a mí, y no a
las Madres, porque hay algunas jóvenes que desean entrar a la Congregación.
El padre Alonso estaba admirado de la serenidad que Francisco mostraba.
– Pero, Padre, ¿no se da cuenta de que está usted en labios de toda la
ciudad?
– No se preocupe por mí. Dios, que es el dueño de nuestra fundación y de
las almas de todos, hará lo que crea conveniente para nuestro bien y nos
librará, si así le parece, de esta calumnia y se descubrirá la verdad.
Un momento de silencio siguió a las palabras confiadas del sacerdote; que
después añadió:
– Si usted lo ve conveniente, dígale al Señor Juez Eclesiástico que convoque
a Rosario Romero en audiencia privada; y que hable con ella y con todas las
jóvenes que están en la Casa si le parece necesario para que se aclaren las
cosas.
EN EL DIARIO
– Francisco, ¿has leído el diario de ayer?
– No, Cayetano, ¿hay algo interesante?
– ¿Interesante? Léelo, a ver si te parece…
Ha llegado a nuestros oídos noticia que algunos seres, no sabemos
si por desgraciados o miserables, pues de todo tienen, se han permitido
levantar una calumnia contra una persona de altas y recomendables
prendas sociales, persona en quien concurre la hidalguía y nobleza
de carácter junto a las virtudes religiosas, pública y doméstica.
Imposible nos ha sido encontrar el fundamento, la razón de ser de las
murmuraciones, tanto más cuanto han nacido en lugares que de
seguro no frecuenta la persona a quién nos referimos, y propaladas
por individuos situados en un escalón bastante bajo de la escala social.
Este motivo, además del ningún fundamento tiene la calumnia, para
que el distinguido caballero que es objeto de ella, la desprecie como
la despreciamos todos en Sevilla; pero su exquisita susceptibilidad

293
Vida del Padre Tejero

que le distingue se alarma con todo aquello que afecta más o menos
directamente su limpia fama y claro nombre, no le permite mostrarse
indiferente a un agravio, por insignificante que sea, tendido su oscuridad
y villanía; y nosotros que nos honramos con su amistad, tenemos el
deber de salir públicamente a la defensa de su honra, públicamente
ultrajada sí; y en una forma que sólo excita el desdén de sus
despreciables detractores.
Quisiéramos, pero no podemos hacerlo sin su autorización, estampar
aquí su nombre, y esto sería para confundir a sus oscuros enemigos,
empero, en su defecto, diremos que la fama brutalmente calumniada,
es un título de Castilla, un cumplido caballero, uno de los hombres
tan ilustres por su egregia cuna y por su amor a las letras y a las artes;
y por sus distinguidas maneras y su afable y simpático trato, es el
encanto de sus numerosos amigos, y una de las personas más famosas
1
de la sociedad Sevillana .
Cuando Francisco terminó de leerlo, miró a su compañero y le dijo:
– ¡No pensarás que están hablando de mí!
– ¿De quién si no?
– No sé, pero yo no soy de alta cuna, ni soy título de Castilla, aunque sea
de Soria; ni soy afable y de simpático trato…
Se echó a reír, y dando una palmada en la espalda a su buen amigo, dijo:
– Cayetano…, que en Sevilla se levantan muchas calumnias a lo largo del
día; y a mí no me van a defender en un periódico como “El Porvenir”.
Éste se sintió molesto de que Francisco pensara que nadie le iba a defender.
– Pues si no eres grande de España, y no eres de egregia cuna… ¿sabes?
– Si no lo soy… ¿qué?
Respondió Francisco, a punto de echarse a reír.
– Pues que no me importa, que voy a seguir creyendo en tu inocencia; y en
que eres más de Dios que muchos de los que vagamos por este desdichado
mundo.
– ¡Qué dramático eres, Cayetano! –dijo Francisco, condescendiente.
1 Diario EL PORVENIR, 2 de agosto de 1864.

294
Apóstol de Sevilla

– ¿Puedo ya seguir preparando el sermón del domingo, aunque seas mi


mejor amigo?
El otro le dio con el periódico en la cabeza.
– ¡Tonto!
Y se fue.
Francisco, sonriendo, continuó su trabajo.
EN EL TRIBUNAL
Acompañada de madre Rosario y con su compañera Carmen Leña, Rosariyo
fue al palacio arzobispal. Allí la escucharía el juez que instruía el caso de la
denuncia puesta por su madre.
– Madre Rosario…
Dijo la joven a madre Rosario, cuando iban de camino a palacio.
– ¿Sí?
– Tengo miedo.
– ¿Por qué?, ¿por qué vas a tener miedo?, sólo tienes que decir la verdad.
– Pero…
– Pero ¿qué?
La religiosa se detuvo, mirando fijamente a Rosariyo. ¿Habría algún ‘pero’
a decir la verdad?
– Es que… tengo miedo de mi madre…
– ¿Por qué vas a tener miedo de tu madre si no puede hacerte ningún daño?,
ya has visto que no dejamos que entre en casa.
– ¡Ya!, pero… algún día tendré que salir, y estoy segura de que entonces irá
a buscarme.
– ¡Tú eres tonta! –intervino Carmen, que siempre era muy lanzada–. ¡Tu
madre no te puede hacer nada! Además, tú sabes que a las que salen, las
Madres las siguen ayudando. ¿O, es que ya no te acuerdas de cómo vino
hace unos meses Dolores Pajarón, pidiendo quedarse en la casa porque su
padre la había vuelto a encontrar?

295
Vida del Padre Tejero

Y, dirigiéndose a madre Rosario, terminó:


– ¿Verdad, Madre?
Rosariyo miraba suplicante a la religiosa, que le sonrió y dijo:
– Rosariyo, hija, lo importante es siempre ir con la verdad por delante. Cuando
aceptamos nuestra verdad estamos en disposición de vencerla. El problema
de tu madre es que no acepta su verdad, y por eso miente para conseguirte.
Si ahora tú caes en su misma trampa, te arrepentirás toda la vida. Porque
te verás enredada tú también con la mentira de tu madre.
Por unos momentos continuaron caminando en silencio, mientras se escuchaba
al vendedor de cisco regateando con la casera del Corral de la calle Aire.
Rosariyo volvió a la carga.
– Madre…
– Dime… –respondió, paciente, madre Rosario, que sentía como propio el
miedo de la niña.
– Usted entrará conmigo, ¿no?
– No creo. Imagino que querrán que hables con toda libertad.
– ¡Ah!
Otra vez se hizo silencio.
– Madre…
A Rosariyo le parecía que la repetición de esta palabra y la respuesta cariñosa
de la religiosa eran como un bálsamo calmante.
– Dime…
Le volvió a decir madre Rosario sonriendo.
– ¿Y si les pedimos que entre Carmen conmigo?
– Para eso tendrás que pedirle permiso al juez.
Entonces, Rosariyo se dirigió a su compañera:
– ¿Quieres pasar tú conmigo?
– ¡Pues claro, tonta! Y si esos curas te hacen algo, se van a enterar de quién

296
Apóstol de Sevilla

es Carmen Leña.
– No va a hacer falta –intervino la religiosa– que son todos ‘buena gente’, ya
verás. Aunque imagino que tú preferirías que siguiera siendo juez el Padre
Cayetano Fernández. ¿No es cierto?
Las muchachas conocían muy bien a ‘ese cura del Oratorio que es amigo
1
del Padre Fundador y que escribe cuentos bonitos’ .
······························
– Bien, que pasen las dos. Pero la compañera deberá permanecer callada
si no se le pregunta a ella directamente.
Madre Rosario no tenía muy claro que Carmen fuera capaz de mantenerse
en silencio, así que le dijo, en voz baja:
– Por favor, Carmen, pórtate como tú sabes hacerlo cuando quieres. Que no
puedan decir que sois unas maleducadas.
– ¡Eso está hecho, Madre! ¡Ni la infanta María Luisa se va a portar mejor que
yo!
La respuesta, lejos de tranquilizar a madre Rosario le hizo temer que en cinco
minutos los jueces la iban a echar fuera.
Pero no fue así.
Pasaron las dos compañeras de la mano a la sala donde les indicaban.
Señalaron una silla en el centro para Rosario y le indicaron a Carmen que
se sentara en otra que había junto a la pared.
Los tres jueces pro-sinodales y un escribano estaban sentados en una mesa,
frente a la joven, que se sintió un poco intimidada.
– ¿Cómo te llamas? –preguntó uno de ellos.
– Rosario Romero, Señor.
– Bien, Rosario, ¿sabes ya por qué has venido hoy aquí?
– Sí, Señor, porque mi madre ha puesto una denuncia al Padre Tejero. ¡Y es
mentira!
1Cayetano Fernández Cabello había sido Provisor y Vicario con el Cardenal Tarancón; y ese mismo
año había publicado su libro “Fábulas ascéticas”; cuyos derechos legaría a la Congregación Filipense
Hijas de María Dolorosa en su testamento.

297
Vida del Padre Tejero

– De acuerdo. Eso está bien. Imagino que sabes que tenemos obligación de
hacerte muchas preguntas.
– No sé. Me han dicho que me van a preguntar.
– Y, ¿te han dicho lo que tienes que contestar?
– No, Señor. Madre Dolores me dijo que me iban a preguntar unas cosas; y
Madre Rosario me ha dicho que diga sólo la verdad; que si no la digo, me
voy a ‘enrear’.
– Entonces, ¿vas a decirnos la verdad en todo lo que te preguntemos?
– Sí, Señor.
Poco a poco, con preguntas sencillas, que la muchacha pudiera comprender,
los tres jueces sinodales fueron aclarando los acontecimientos. Rosariyo,
cada vez más confiada con aquellos sacerdotes que la trataban como si fuera
una princesa, fue desgranando su particular rosario de penalidades.
Les contó cómo su madre se había olvidado muchas veces de que tenía que
darle de comer, o lavarla, o vestirla.
Les habló de tardes de miedo, cuando su madre llegaba con algún hombre
y ella se escondía muy quieta, debajo de la mesa camilla que había en un
rincón de la pequeña habitación que ocupaban; porque había veces en que
los hombres le preguntaban a su madre por ella.
Supieron de las constantes borracheras de la madre y sus peleas con la
casera que siempre ‘le reclamaba más dinero del que ganaba’; y cómo las
amenazaba con echarlas a la calle.
Escucharon la narración de noches de horror, en que su madre llegaba bebida
y la ataba a la cama para divertirse con sus amigos, tocándola y diciendo
que tenía la piel muy suave; o pegándole, cuando fue más grande y empezaba
a resistirse.
Les dijo que no había conocido a Dios hasta que llegaron esas señoras
elegantes de las Conferencias de San Vicente. Que su madre siempre le
decía que ella era mala, que tenía la culpa de que los hombres le pegaran,
por no ser amable con ellos. También le insistía en que ella tenía la culpa de
que se emborrachara, porque era una carga muy grande que no había pedido.
Y que tenía que estarle agradecida por no haberla abortado, o haberla
entregado en el hospicio, que era peor; porque en el hospicio les arrancaban
la piel a tiras a los niños malos como ella. Pero que luego se enteró de que
en el hospicio no hacían eso, que su madre se lo decía para meterle miedo.

298
Apóstol de Sevilla

Les contó que se había pasado dos días llorando cuando un hombre, por vez
primera la había penetrado; porque le hizo mucho daño, y ella tenía sólo
nueve años; y estuvo sangrando mucho. Y que su madre se reía y le decía
que tenía que acostumbrarse, que eso era lo que le daba de comer, y que
a los hombres había que dejarles hacer…
Y les dijo que, desde que había entrado en la Casa de Arrepentidas ya no
tenía miedo, y sólo se tenía que esconder cuando oía los gritos de su madre
en la portería diciendo que saliera. Y que entonces se iba a la capilla, y se
ponía a los pies del Cristo de la Misericordia, que la miraba con mucho cariño,
y que le rezaba y le pedía que por favor se fuera ya su madre.
Y les habló de que en la Casa de Arrepentidas a veces no tenían mucha
comida, pero que las Madres se guardaban el pan en los bolsillos para dárselo
a ellas; y que allí todo lo que había lo repartían entre todas. Y que el Padre
Tejero decía que “iba a tener que vender los breviarios” para hacerles camisas.
Que ella no sabía lo que eran los breviarios, pero que debía ser algo muy
caro.
Les dijo que sí, que en la Casa de Arrepentidas trabajaban mucho, pero que
a ella le gustaba mucho bordar, y que las Madres le habían enseñado a hacer
cosas muy bonitas, que era como pintar con hilos de colores. Que había
aprendido a rezar a la Virgen y que también cantaban, aunque Carmen
siempre se peleaba, porque decía que Madre Consuelo se equivocaba y a
Madre Consuelo le daba rabia.
Y que el Padre Tejero iba a hablarles de Dios, y les escuchaba cuando se
ponía en el confesonario. Y que a ella el Padre Tejero le había dicho que todo
lo que le habían hecho los hombres en su casa, que ella no tenía la culpa,
y que si algo malo había hecho, que Dios ya se lo había perdonado; y que
por eso ella quería seguir en la Casa de Arrepentidas, porque allí tenía amigas,
aunque algunas veces se peleaban, pero las Madres siempre las separaban.
Que Madre Ramírez les había enseñado, con Doña Gregoria, a hacer teatros,
y que a ella le gustaba mucho porque en Navidad el Niño Jesús les había
traído un pañuelo de regalo. Que a ella nunca le habían regalado nada.
Aunque sabía que no era el Niño Jesús, porque había visto a Madre Dolores
preparando los paquetes con la Madre Cándida, pero no se lo había dicho
a nadie.
– ¿Quieren verlo?

299
Vida del Padre Tejero

Dijo, levantándose de la silla y sacando un pañuelo del bolsillo, mientras se


acercaba a la mesa para enseñarlo a los jueces.
– Muy bonito –dijo el Provisor que, volviéndose a los otros sacerdotes,
concluyó:
– Creo que por nuestra parte tenemos suficiente. ¿No es cierto?
– Cierto.
Le respondieron los otros, que aún mostraban en sus rostros señales del
espanto que habían sentido mientras la joven les narraba por todo lo que
había pasado a sus cortos años.
– Bueno, jovencita; ya puede irse usted. Y muchas gracias por haber venido
y habernos contado la verdad. Ahora el señor Secretario redactará la resolución
de este tribunal, y ya se la comunicaremos al Señor Cardenal y al Señor
Gobernador Civil.
Carmen Leña, que había permanecido callada todo el tiempo, dijo:
– ¿Y al Padre Tejero y a las Madres también?
– ¡Claro que sí!, vosotras no os preocupéis, que nosotros le diremos a todo
el mundo que en la Casa de Arrepentidas os quieren y os tratan bien, y que
la madre de Rosario ha mentido.
Luego, mirando a Rosario, a quien se le había cambiado la cara al oír que
iban a decir que su madre había mentido, dijo:
– Y usted, señorita, no se preocupe, que su madre no podrá hacerle nada
1
malo; porque si lo hace, la perseguirá la justicia .
– Gracias –dijo la aludida–. Muchas gracias. Como siempre dicen las Madres:
“¡Que Dios se lo pague!”.
– Mejor que se lo pague al Padre Tejero y a las Madres que os cuidan. ¿No
os parece?

1Según los testimonios, la mujer que puso la denuncia contra el Padre Tejero, murió a los pocos meses
víctima de una enfermedad que prácticamente le hizo morir “abierta en canal”. Desconocemos la
enfermedad, pero podría ser de “bubas” o infecciones cutáneas.

300
Capítulo Duodécimo

DE TODO TIENE QUE HABER

1865 CAMINO DE LA APROBACIÓN


A madre Dolores no le había hecho mucha gracia tener que volver a presentar
las Constituciones al cardenal para su aprobación. Volver a copiarlas suponía
mucho tiempo y, sobre todo, un dinero que no tenían. Aunque no quedaba
más remedio; porque muerto el cardenal Tarancón, las Constituciones de la
nueva Congregación se habían traspapelado en el Arzobispado.
– Pero ahora la cosa irá rápido –le había dicho el padre Tejero–. Porque el
Cardenal quiere que se revisen en seguida, quiere dar un buen espaldarazo
a nuestra Casa, terminar de una vez por todas con las maledicencias y
apoyar, con su sanción, nuestra obra y la Congregación.
Lo que no podían imaginar las madres era que en sólo dos meses se recibiría
respuesta.
El padre había llegado jadeando hasta la portería de San José, con una carta
en la mano. Casi no podía ni hablar, pero madre Rosario comprendió que de
algo importante se trataba, cuando él, emocionado, le hizo gestos para que
tocara la campana llamando a todas.
– Que vayan a la sala, que voy…
Había dicho, sentándose un momento en una de las sillas que había en la
galería.
Rosario tocó a comunidad. Una campanada y un repique largo. Largo y fuerte.
Todas, extrañadas por lo intempestivo de la llamada, que les pillaba en plena
faena, fueron apareciendo desde los distintos lugares en que se hallaban.
Finalmente, un poco más repuesto, apareció el padre Tejero por la puerta,
con la carta en la mano. Casi gritando, desde el dintel de la puerta, dijo:
– ¡¡¡Aprobadas!!!
– ¿El qué? –preguntó una, convirtiéndose en voz de todas, que miraban
interrogantes.
– Las Constituciones.
– ¡Virgen Santa!

301
Vida del Padre Tejero

Las madres no se lo podían creer, pero era verdad. Allí estaba la carta. Fue
tal el revuelo que se formó, con abrazos y expresiones de alegría, que madre
Rosario mandó a Cándida traer la campanilla que había en el comedor, y
empezó a agitarla con energía.
Finalmente, cuando se hizo silencio, madre Dolores dijo:
– Padre, léanos la carta, por favor.
Y él, desdoblándola, leyó emocionado:
Palacio Arzobispal de Sevilla a tres de abril de 1865.
Vistas y reconocidas por Nos las Constituciones que nos ha presentado
don Francisco García Tejero, Presbítero del Oratorio de San Felipe
Neri, para la buena administración y gobierno de la Congregación de
Hermanas Filipenses que, con la advocación de María Santísima de
los Dolores se halla establecida en el local e iglesia que fueron del
convento de San José, en solicitud de que las aprobemos interponiendo
para su observancia nuestra autoridad diocesana.
Vistos los razonados dictámenes que acerca de dichas Constituciones
nos han dado las personas competentes, y resultando de ellos que,
no sólo no contienen cosa alguna que no sea digna de aprobación,
sino que, por el contrario se hallan arregladas a las disposiciones
Canónicas que rigen en la materia, y son muy a propósito para que
la expresada Congregación de Hermanas Filipenses produzca cada
vez mayores y más satisfactorios resultados para bien de la religión
y de la sociedad en esta ciudad y diócesis, respecto a los tres piadosos
y recomendables objetos de su instituto, hemos venido en acceder
a la indicada solicitud y, en su consecuencia, aprobamos por el
presente decreto las mencionadas Constituciones.
A cuyo fin ordenamos y mandamos se expida y entregue por nuestra
Secretaría de Cámara y Gobierno al expresado presbítero don Francisco
García Tejero la oportuna copia de las referidas Constituciones y de
este nuestro Decreto.
Lo acordó y firmó su Eminencia Reverendísima el Cardenal Arzobispo
mi Señor, de que certifico.
Luis, Cardenal Arzobispo de Sevilla.

302
Apóstol de Sevilla

Todas aplaudieron, y las más jóvenes, encabezadas por madre Ramírez


salieron a dar la noticia a las muchachas que habían ido poco a poco
reuniéndose en el patio, extrañadas por la ausencia de las madres, que nunca
las dejaban solas en las tareas diarias.
Al poco, todo el barrio pudo escuchar las campanas de San José que
repicaban, comunicando la buena noticia a quien quisiera escucharla.
IGUALES PERO DIFERENTES
– Entonces, van a ser como si fuéramos nosotras, pero no van a ser de las
nuestras. ¿Es así?, porque yo no termino de entenderlo, pues si son nosotras,
¿por qué no son de las nuestras, sino que son diferentes?
A Gregoria todo aquello le parecía un galimatías sin ningún sentido. El padre
Tejero y madre Dolores las habían reunido, para presentarles una propuesta
que había recibido del Prepósito de la Congregación del Oratorio de Cádiz.
Madre Dolores volvió a explicárselo pacientemente.
– Eso es, Gregoria. Nuestra Congregación es como la del Oratorio: cada
Casa es una Congregación completa y diferente de las demás.
– Pero todos tenemos el espíritu de nuestro Padre San Felipe –completó el
padre.
Gregoria volvió a la carga:
– Vale, pero si son otra Congregación diferente, no tendrían que decirnos
nada a nosotras. Y no tendrían que habernos reunido para pedirnos permiso.
Madre Rosario intervino:
– Querida Gregoria, no nos están pidiendo permiso. Nos están pidiendo
ayuda. El Prepósito de Cádiz, al que tú conoces bien, quiere fundar otra
Congregación como la nuestra allí, aprovechando que había una antigua
fundación con los réditos de la testamentaría de Doña Jacinta de Zuza…,
bueno, ‘Zuza - no sé qué’.
– De Zuzalaga, Rosario –completó el padre Tejero.
1
– Eso, de Zuzalaga . Esa señora dejó parte de sus bienes para la fundación
de una casa que recogiera a las jóvenes que abandonaban la prostitución.
1
Jacinta Martínez de Zuzalaga, Testamento de 1699.

303
Vida del Padre Tejero

Como nosotras. Tenían una casa, con su iglesia, y también unas rentas
anuales.
El padre continuó la explicación.
– Esa casa se cerró; y ahora las rentas las están cobrando en el hospital de
mujeres, pero no reciben a nuestras muchachas. El Prepósito de Cádiz, el
padre Martínez, con dos señoras, doña María Pastor y Landero y doña Victoria
Monfort, quiere fundar una Congregación como la nuestra, y me ha pedido
si podría alguna de vosotras ir allí, para echarles una mano en toda la
fundación. Yo he pensado que, como aquí está todo funcionando, pues, que
podríais ir, durante un par de meses Madre Rosario y alguna más.
Madre Rosario, que ya había aceptado la propuesta antes de aquella reunión,
añadió:
– Después, cuando ellas estén al tanto de todo lo que hacemos, nos
volveríamos otra vez a San José.
– Yo iría, –dijo madre Consuelo–, pero estamos muy cerca del mes de Mayo,
y el coro aún no está preparado.
Entonces intervino madre Cándida:
– Bueno, yo soy de las más antiguas; y, si lo veis bien, podría acompañar a
Madre Rosario.
– En realidad, habíamos pensado en ti –dijo madre Dolores–. Parece que
nos has leído el pensamiento.
– Pero, ¿y quién se quedará con las muchachas?
– Habíamos pensado que durante la ausencia de madre Rosario y Madre
Cándida… Gregoria, podría ayudar en la portería, ¿puede?
– Por supuesto, Madre, con mucho gusto –dijo la aludida.
– Y… ¿Madre Salud podría echar una mano a Madre Ramírez?
– Claro, Madre, ¿hará falta que me vaya al dormitorio de Madre Cándida?
– Sería lo mejor, ya sabes que a las muchachas no debemos dejarlas solas.
– Por mí no hay problema.

304
Apóstol de Sevilla

– Entonces –dijo el Padre, con cara de satisfacción–, puedo decirle que sí


al padre Martínez.
– Por supuesto.
······························
– Ave María Purísima.
– Sin Pecado concebida.
El padre Tejero reconoció en seguida la voz de madre Salud. La conocía
desde que comenzó a confesarla en el beaterio de la Trinidad, donde ella
era alumna. Sabía de su delicadeza y fineza de espíritu, así como de su
deseo de servir a Dios. Él mismo la había animado a formar parte de la nueva
Congregación de Filipenses.
– Tú me dirás… –dijo.
– Verá, Padre, es que…
Aunque él la tuteaba, pues la había tratado desde niña; ella siempre había
sido muy respetuosa con él, que nunca le había dado ocasión para una
confianza que no fuera de carácter espiritual.
– Bueno, verá –volvió a repetir–, yo me habría ofrecido voluntaria para ir a
la fundación de Cádiz, pero no me atreví, pues pensé que debía consultarlo
antes con usted.
– Has hecho muy bien, hija.
– Pero…
– ¿Hay un ‘pero’? –repuso él extrañado.
– Es que yo creo que no debería ir ‘Doña Cándida’ –dijo ella, poniendo un
especial énfasis en la palabra ‘Doña’–. Y, si a usted y a la Madre les parece
bien, yo podría ir.
– ¿Por qué piensas que no debe ir ‘Madre Cándida’?
– Pues,… porque ella no tiene intención de ser religiosa; y yo creo, que si
es para una nueva fundación, pues debería ir una que sí vaya a serlo.
Además…

305
Vida del Padre Tejero

Francisco la escuchaba atónito. Pensaba que nadie más que él y madre


Dolores conocía las dudas vocacionales de Cándida; que era buena religiosa,
pero no estaba segura de poder perseverar.
Salud, continuaba:
– Además, yo conozco mejor que ella las Constituciones y soy más observante.
Es verdad que ella tiene muy buen corazón; pero yo soy más culta. Usted
sabe, Padre, que no es soberbia; sino una verdad como un templo. Ella se
equivoca muchas veces cuando lee en el refectorio; y a veces, cuando viene
alguna visita, a mí me da vergüenza, porque se comporta como una mujer
de pueblo y las señoras se extrañan. Creo que es muy importante que nuestra
Congregación dé buen ejemplo a las Hermanas que van a formar la de Cádiz.
¿No le parece, Padre?
Francisco hizo un momento de silencio antes de responder, eligiendo con
mucho cuidado las palabras.
– Te agradezco mucho la preocupación que muestras por la Congregación,
y para que dé buena imagen a cuantos la conocen. Eso da signos de tu buen
espíritu como congregante.
A través de la reja del confesonario, el padre Tejero pudo sentir cómo la joven
se ruborizaba. Y eso no era buena señal. Por eso continuó con mucho tacto:
– Y también agradezco tu disponibilidad y deseos de hacer la voluntad de
Dios. Pero, que yo sepa, ‘Madre Cándida’ –volvió a hacer hincapié en lo de
‘Madre’–, es tan religiosa como cualquiera de vosotras. La única que ha dicho
que no desea hacer votos ha sido Doña Gregoria, porque tiene promesa de
ir diariamente a hacer la visita al Santísimo en el jubileo de las cuarenta
horas, cosa que no podría hacer si fuera monja.
Como buen sacerdote, Francisco no revelaba jamás aquello que le era
confiado en confesión. Pero tampoco aquello que sabía por su condición de
miembro de la Congregación de Diputados del Oratorio o como Director de
la Casa de Arrepentidas y de la Congregación de Hijas de Nuestra Señora
de los Dolores.
Salud comprendió que había metido la pata al decir lo que a ella también se
le había confiado en secreto y había prometido no contar a nadie.
– Perdone, Padre –dijo–, yo pensaba que usted y la Madre sabían lo de
Cándida.

306
Apóstol de Sevilla

– No te preocupes, mi boca está sellada. De todos modos, te agradezco que


hayas confiado en mí y tu disponibilidad. Tú, por tu parte, ten cuidado con
lo que dices; que si Madre Cándida quiere decirnos algo a la Madre o a mí,
ya encontrará el momento para hacerlo. Además, hay que procurar no juzgar,
no pensar que una persona es mejor que otra por tener más cultura. Recuerda
que Jesús se abajó y se hizo pequeño por nosotros. No pienses nunca que
por los títulos humanos se está más cerca del cielo.
Salud, avergonzada, no dijo nada; pero el sacerdote sabía que le había dado
donde dolía y que tenía que poner un poco de árnica para que la herida
sanase. Por eso, continuó:
– Salud, Salud… La soberbia es un enemigo que siempre nos está amenazando
a todos. Todos tenemos que pedir la humildad. Haz como yo, que todos los
días le rezo un Padre nuestro a San Francisco para que me conceda ser
algo humilde.
– Pero si usted es muy humilde, Padre.
– Bueno, dejemos eso ahí. Tú rézale a San Francisco o a Nuestro Padre San
Felipe y pídeles que te concedan tanta humildad como disponibilidad. De
todos modos, yo te agradezco mucho tu confianza, y veré con la Madre lo
que nos parece más conveniente para la fundación de Cádiz. Tú estate
tranquila, que, vayas o no, has hecho bien en estar disponible.
– Gracias, Padre.
– Y, de penitencia, durante esta semana, presta atención a los gestos de
buena religiosa que veas en Madre Cándida, y me los traes escritos la próxima
vez que vengas a confesarte.
– ¡Claro, Padre!, lo haré. Pida usted también por mí, para que el Señor me
haga buena y humilde.
– Y tú también pide por mí. ¿Trato hecho?
– ¡Trato hecho, Padre!
– Bien, y, para que esta noche puedas dormir sin remordimientos y con el
alma tranquila, te daremos la absolución. ¿Te parece?
– Sí, Padre.
La joven religiosa inclinó la cabeza mientras, a través de la celosía del
confesonario, escuchaba las palabras del sacerdote, por las que el Señor le
perdonaba todas sus faltas.

307
Vida del Padre Tejero

Sintió cómo su alma iba serenándose. Hasta ese momento no se había dado
cuenta de lo mucho que se había alterado, pensando en que su compañera
no era digna de ir a la nueva fundación y en que ella tenía que solucionarlo.
Ahora sentía que había habido un poco de envidia en su corazón; y agradeció
a Dios el haber puesto en su camino al padre Tejero, que le ayudaba a ser
mejor cada día.
UN MES DE JUNIO DEMASIADO CALUROSO
Como muchas noches, aquel veinticuatro de junio sorprendió a Francisco en
la “Capilla del Tras-Sagrario” haciendo oración. El sueño le había vencido,
y despertó cuando su barbilla rebotó contra su pecho del cabezazo que había
dado.
– Lo siento, Señor –pensó sonriente–, creo que me he vuelto a dormir. Me
parece que te alabaré más si me acuesto. Por lo menos un rato, que mañana
tengo mucho que hacer.
Se levantó y, al salir de la capilla, sintió un fuerte olor a humo. Eso le alarmó;
pidió a Dios que no se tratara de un incendio; pues si un incendio era horrible
a cualquier hora del día; mucho más lo sería a esas horas de la madrugada,
cuando todo el mundo estaba acostado.
Atravesó corriendo el “callejón de las perchas”, como llamaban al pasillo que
separaba la capilla de la sacristía; pero el humo comenzó a impedirle el paso.
Debía darse prisa en avisar a todos los padres y hermanos para que
abandonaran la casa.
– ¡Fuego!, ¡fuego! –comenzó a gritar.
Corriendo subió las escaleras que daban al piso alto, donde dormían los
padres, sin dejar de gritar:
– ¡Fuego!, ¡despertaos, que se quema la casa!
Poco a poco, medio adormilados, los sacerdotes iban saliendo de sus
habitaciones.
– ¿Qué pasa? –preguntaban.
– Hay fuego. Tenemos que salir de casa lo más rápido posible.
Tras unos momentos iniciales en que el miedo les bloqueó; el padre Alonso,
que era el Prepósito, comenzó a disponerlo todo para enfrentarse lo mejor
posible al fuego.

308
Apóstol de Sevilla

– Padre Medina, vaya usted con los Hermanos Sacristanes, a recoger las
cosas de la iglesia y sacar los vasos sagrados –dijo con una decisión que
no pegaba a su carácter tranquilo y pacífico.
Cuando estos se iban, el padre Alonso gritó:
– ¡Por favor, tengan ustedes mucho cuidado, que el fuego está muy cerca
de la iglesia!, ¡hagan todo lo que puedan, pero sin riesgo de sus vidas!
Después continuó dando órdenes a los sacerdotes y hermanos que, en
camisa de dormir, habían salido al patio al escuchar los gritos de alarma.
– Hermano Diego, por favor, póngase algo encima y vaya a avisar al sereno,
que diga a la policía que traigan las bombas, que tenemos fuego. Después
se vuelve usted aquí. Los más mayores, salgan rápido a la calle y avisen a
los vecinos, no quiera Dios que nadie sufra daño alguno. Hermano José,
vaya usted con ellos.
– Pero… –quiso replicar éste.
– No es momento de ‘peros’ –le respondió el padre Alonso, sin vacilar; y
siguió dando órdenes.
– Padres Sánchez, Carrascosa y Tejero, el fuego parece que aún está en
esta parte de la casa, vayan a la biblioteca a ver qué pueden hacer para
salvarla.
Los aludidos fueron en seguida a hacer lo que les indicaba el Prepósito, que
continuó diciendo:
– El resto, traigan cubos y saquen agua, a ver si podemos pararlo antes de
que se coma todo.
Todos, diligentemente fueron a hacer lo que se les había dicho.
Después de las palabras del padre Alonso, el silencio cayó sobre ellos. Tan
sólo se escuchaban el crepitar de las llamas y los pasos apresurados de
unos que cargaban con todo lo que podían y lo iban sacando a la calle, donde
los más mayores ya estaban ayudando a los vecinos, que sacaban cubos
de agua de sus casas.
Pronto se formaron dos cadenas humanas que iban echando agua a las
llamas.
El problema era que el incendio había comenzado por la parte alta de la casa

309
Vida del Padre Tejero

1
de la Congregación, por lo que todas las crujías de madera iban llevando
el fuego de una parte a otra, sin que se pudiera hacer gran cosa.
Gracias a Dios, la policía tardó muy poco en personarse en el lugar con las
dos bombas de agua con que contaban, y con sus dos mangueras y las
escaleras para incendios.
Fue una noche muy larga.
Era casi media mañana cuando lograron dominar las llamas y ya sólo
quedaban rescoldos humeantes que siguieron mojando para evitar que
volvieran a prenderse. Algunas vecinas habían preparado bocadillos de
conserva y café, que iban dando a todos cuantos ayudaban en el llenado y
acarreo de agua para mojar lo que aún no se había quemado.
A mediodía, los policías y los encargados de accionar las bombas de agua
se fueron.
Tras ellos, se hizo un silencio pesado, casi doloroso.
En esto llegaron madre Rosario con madre Dolores y algunas de las jóvenes
acogidas en la Casa de Arrepentidas; traían varias ollas con guiso y platos,
vasos y cubiertos, para que los Padres comieran.
– ¡Por Dios, Madres! –dijo el Prepósito, un poco azorado–, ¡no hacía falta!
Madre Dolores le contestó:
– ¿Que no hacía falta? ¡Mírese, Padre!, y mire a los demás. ¡Si parece que
han atravesado las puertas del Averno!
– ¡Venga!, ¡a comer!, que ya lo dice san Pablo el que trabaja que coma
–añadió madre Rosario.
Todos rieron. El padre Tejero aclaró.
– Al revés, Rosario, al revés: ¡El que no trabaja, que no coma!
Rosario no se amilanó por eso.
– ¿Y no es lo mismo? Venga, que se enfría.
······························
1 Crujía: Tránsito largo en los edificios en cuyos lados hay piezas para las cuales sirve de paso; y así
llamamos crujía a los tránsitos o claustros en que están los cuartos o celdas en los conventos. (Diccionario
de la R.A.E. 1852)

310
Apóstol de Sevilla

– Y si necesitan algo, ya saben donde estamos –dijo madre Dolores cuando


hubieron recogido todo y ya se iban. Sabía que los padres querrían estar
solos para entrar a ver los desperfectos de la casa. Después añadió: Y si
necesitan nuestra casa para dormir, ya saben que cuentan con ella.
– Muchas gracias, Madre, Dios se lo pague –le respondió el padre Alonso–,
pero no va a hacer falta. Gracias a Dios la iglesia y la casa de ejercicios no
han ardido. Varias personas nos han ofrecido sus casas, pero nos quedaremos
todos y haremos turnos de guardia esta noche para evitar que los rescoldos
prendan y sea peor. Lo malo es que, hasta que no venga el arquitecto del
arzobispado para evaluar los daños, nos han dicho que no entremos, que
podría ser peligroso que se nos cayera alguna viga encima. Así que nos toca
esperar.
– De todos modos, mientras ustedes no tengan cocina, nosotras les traeremos
de los que guisemos para la casa.
– ¡Pero Madre!, si apenas tienen para ustedes –protestó el Prepósito.
– ¿No dice el refrán que donde comen dos, comen tres? Pues… donde
comen cuarenta, bien pueden comer sesenta, ¿no le parece? Si no lo
hacemos, me parece que las muchachas me matan. Además, Dios ya
proveerá.
Lo dijo con una seguridad tan grande, que nadie se atrevió a responderle
que no lo hiciera. Francisco sonrió con satisfacción. No podía evitar sentirse
orgulloso de ellas.
······························
Ya los padres habían escrito varias cartas solicitando ayudas. Al Nuncio, a
la Reina, al Cardenal, al Ayuntamiento, … Los párrocos de Sevilla habían
hecho una colecta en sus parroquias a favor de la Casa del Oratorio; y por
todas partes se habían repartido octavillas solicitando ayuda para la
reconstrucción de la Casa.
Se formó una junta mixta para administrar los fondos que se recaudaran y
que los benefactores tuvieran cuentas claras de cómo se empleaba el dinero.
La formaron el padre Alonso y el padre Tejero, por la Congregación; con
varios seglares: D. Joaquín de Goyeneta, D. Manuel Montaño, D. José Mª
Ibarra y D. José Zambrano.
······························
311
Vida del Padre Tejero

Hasta mediados de julio no llegó presupuesto del arquitecto.


– ¿Doce mil novecientos diecinueve escudos?
– ¡Eso es una barbaridad!
– ¿De dónde vamos a sacar tanto dinero?
El padre Alonso había reunido la Congregación General, pues el asunto le
parecía suficientemente grave. Durante unos momentos, los padres y hermanos
hablaron todos a la vez; y él les dejó hablar. Finalmente, cuando las voces
se fueron apagando, tomó la palabra:
– A mí también me ha parecido excesivo el precio del arreglo cuando don
Manuel Portillo me ha hecho entrega del presupuesto. Pero tenemos que
reconocer que lo ha hecho muy ajustado.
Pidió al padre Díaz que fuera leyendo el presupuesto.
D. Manuel Portillo y Navarrete, Arquitecto de la Real Academia de
Nobles Artes de San Fernando, Académico de número de la de esta
ciudad y titular del Arzobispado, etc. etc.
Certifica:
que en cumplimiento de lo mandado por la junta de diócesis pasó a
reconocer, medir y presupuestar la obra que debe hacerse para la
reparación de los daños causados por el incendio ocurrido en el
edificio Oratorio de San Felipe en la madrugada del 24 de junio próximo
pasado y estando en él, encontró: haber sido devorado por las llamas
el techo de toda la crujía que, por su lado posterior, da a calle Gerona,
sitio donde empezó el siniestro;
El hermano José interrumpió la lectura:
– Pero ¿no había empezado por la sacristía?
– No, Hermano–le respondió el Prepósito–, eso creíamos, pero parece ser
que fue por el techo de nuestra casa.
– ¡Uff! –continuó éste–, ¡entonces nos hemos librado de una buena!
– ¿Sigo? –preguntó el padre Díaz, el encargado de obras de la Congregación
desde las pasadas elecciones, al que no le gustaba que le interrumpieran
cuando leía o hablaba.

312
Apóstol de Sevilla

– Haga el favor, Padre –le dijo el padre Alonso.


…el techo de un tránsito que, en dirección paralela a la misma crujía,
viniéndose desde ella al interior, comunica a cuatro habitaciones y
corredores del segundo patio; el de la escalera principal con inclusión
de su cielo raso; el de una grande habitación, a la derecha de su
desembarque, también con cielo raso, siguiéndola por el mismo lado
la cubierta de un pasillo y parte de otra a que comunica; por la izquierda,
los techos de dos habitaciones, el entabicado y cubierta del refectorio;
el del tránsito que conduce a éste, parte de la…
– Yo ya me he perdido.
Esta vez el hermano José lo dijo en voz baja; el padre Díaz hizo como que
no le escuchaba y continuó la lectura:
…antecocina y cocina; el de un pequeño corredor de éste que da a
un patinillo; los de varias pequeñas piezas con algunos cielo rasos;
el de una sala al lado del templo y parte de dos lados de corredores
altos que dan al patio principal; resultando de todo que, además de
la pérdida de los techos, cielos rasos y entabicados referidos, ha sido
destruido parte de los muros en todas sus líneas sobre que existían
dichos techos demolidos, los de un desván por los obreros que
trabajaban para apagar el incendio y conmovidos y destrozados los
tejados del contorno por el peso de los mismos; destruidas casi en
su totalidad ocho divisiones de tabique que separaban nueve
habitaciones que contenía la primera crujía de su lado posterior, ya
citada, con desaparición de todo el portaje de entrada y de ventanas;
calcinados los revestidos de repellos y enlucidos de todas las piezas
y varias solerías, que hay que reparar haciendo nuevas unas y
remendando otras.
El hermano José levantó la cabeza como para volver a interrumpir, pero
todos le miraron fijamente y no se atrevió a abrir la boca. Entre tanto, el padre
Díaz continuaba:
Y habiendo formado el correspondiente cálculo del coste que deberán
tener las reparaciones indicadas resulta: que se invertirán las cantidades
que se manifiestan en el siguiente Presupuesto.
– ¿Leo también los detalles del presupuesto, Padre? –preguntó.
– No creo que interesen todos los detalles. ¿Alguno quiere que se lea el
presupuesto completo?

313
Vida del Padre Tejero

Todos callaron, y el hermano José dijo:

– ¡Ohú!, no me he enterado de la introducción… si lee lo demás, solicito


permiso para ausentarme; porque voy a terminar mareado con tanta crujía
y tanto tejado y tanto portaje. Por cierto, ¿qué es el “portaje de entrada”?

– ¡La puerta!, hombre de Dios, ¡La puerta! –le dijeron todos muertos de risa.

– ¿La puerta?, pero ¿la puerta, puerta?... ¡Pues vaya!, sí que son raros estos
arquitectos…

A las palabras del hermano José siguió un largo silencio. Finalmente Cayetano,
que aprovechando el verano había vuelto de Madrid donde era preceptor del
Príncipe Alfonso, preguntó:

– ¿Hay bastante dinero?

Miradas agradecidas le hicieron comprender que todos deseaban saber lo


principal. Fue Francisco quien respondió, a una señal del Prepósito.

– Por increíble que parezca, hay bastante. Suficiente para la obra y algo para
los muebles.
Intervino el padre Carrascosa.
– Entonces son ciertas las habladurías. ¡Sevilla se ha volcado!
– Bueno –dijo Francisco–, habría que puntualizar; porque si bien Sevilla ha
aportado mucho, hay que reconocer que las influencias ante la Reina han
hecho mucha presión. Además, el Nuncio y todos los Obispos han respondido
con gran generosidad, y las Cofradías, y…
– En resumen –dijo el padre Alonso, con su mejor sonrisa–. Hemos de dar
muchas gracias a Dios.
1866 CÁDIZ
La fundación de la congregación de Hijas de María Inmaculada Concepción
y San Felipe Neri de Cádiz parecía marchar viento en popa. Las influencias
de los padres del Oratorio de aquella ciudad ante la reina habían conseguido
que las constituciones de esa congregación, iguales a las de la congregación
de las Hijas de los Dolores y San Felipe Neri de Sevilla, fueran aprobadas
con celeridad.

314
Apóstol de Sevilla

"Cádiz"

Sin la oposición del gobierno civil de la provincia que habían tenido las de
Sevilla, pendientes aún de la aprobación de su reglamento, las constituciones
de Cádiz habían sido ya sancionadas en diciembre. Los padres del Oratorio
llevaban la dirección del nuevo asilo y Francisco no pensaba que fuera
necesario intervenir más. Pero había algo que no terminaba de marchar.
Primero fueron a Cádiz madre Rosario y madre Cándida. Después estuvieron
las fundadoras, madre Victoria Monfort y madre María Pastor y Landero, con
madre Adela, en la Casa de San José. Y, por último, había ido madre Honorata.
Pero, ‘hay algo que no va’, le había dicho el padre Martínez al padre Tejero.
Así que a Francisco no le quedó más remedio que ir.
Siempre le había gustado viajar. Fue un bonito recorrido en vapor por el
Guadalquivir, hasta desembocar en el océano Atlántico por Sanlúcar de
1
Barrameda .
Al comenzar el viaje, dejando atrás los edificios del puerto y la cúpula de la

1 Me baso para esta descripción en el libro de José María Samper: Viajes de un colombiano por Europa.

315
Vida del Padre Tejero

torre del Oro, pudieron ver, al volver un recodo del río, los parques espléndidos
de los duques de Montpensier.
Más adelante tuvieron a la vista muchos huertos y alegres sementeras de
trigos y legumbres, largas filas de álamos blancos y sauces en una y otra
margen, bosques de una frescura y lozanía deliciosas, y levantadas barrancas
abruptas sobre las cuales se destacaban graciosamente algunas poblaciones
vecinas a Sevilla.
A Francisco le resultaron llamativas las llanuras marítimas regadas por el
bajo Guadalquivir. Las márgenes del río eran tan bajas, que las llanuras
parecían una continuación del mar. Cuando pasaron por allí, la tierra estaba
poblada por numerosísimos rebaños y yegüerizos.
Por todo el horizonte se veían innumerables bandadas de patos salvajes,
rosados pelícanos y otras aves abatiéndose en los pantanos, en medio de
las vacas, las ovejas y los potros, mientras estos pacían perezosamente o
se reunían en grandes grupos para defenderse del ardor del sol, que hacía
fermentar las aguas estancadas y calcinaba la inmensa llanura completamente
desprovista de árboles.
Era temprano cuando dejaron, a estribor, las playas de Sanlúcar; en las que
pudieron ver varios jinetes que, sobre sus caballos, corrían por la arena. Le
dijeron que era una tradición galopar por la playa, y que desde hacía más
de treinta años había la costumbre de una carrera oficial al acabar el mes
de agosto. Pero que la carrera era por la tarde, no al amanecer.
Cuando, después de tres días de viaje, fondearon en la bahía de Cádiz justo
delante de la ciudad, fue necesario aguardar durante casi una hora a bordo
hasta que llegase el permiso para desembarcar. La aduana no se abría hasta
las ocho, hora en que comenzaron los registros de equipajes y escrutinios
de pasaportes.
Un sol magnífico plateaba las ondas de la bahía e iluminaba las torres, las
fortalezas y los grandes edificios de la ciudad, produciéndose en las cúpulas
y masas colosales de mampostería los más vivos reflejos. Esto le pareció
un buen presagio a Francisco.
······························
1
– La prostitución tiene en Cádiz proporciones aterradoras . Es inaudito el
1Para esta descripción también me baso en el libro de José María Samper: Viajes de un colombiano por
Europa (1828–1888).

316
Apóstol de Sevilla

número de mujeres desgraciadas en ese género de establecimientos de


corrupción; pero también es sorprendente el número de mujeres que especulan
con la dirección de esas casas, que son la ignominia de la sociedad española.
El prepósito de Cádiz había ido a esperar a Francisco al puerto y, ambos
sacerdotes caminaban ahora hacia la casa que la Congregación tenía.
– ¿Vamos ahora a la Casa de Arrepentidas? –preguntó Francisco.
– No, primero debe usted descansar del viaje, Padre. Yo había pensado, si
le parece bien, que fuéramos mañana. Además, hay una serie de asuntos
de la Congregación que me gustaría hablar con usted, aprovechando que
está aquí. Si no tiene inconveniente.
– ¿Cómo voy a tener inconveniente?, aquí estoy para lo que haga falta, a
su total disposición.
Francisco comenzó a pensar que aquello no iba a ser un viaje tan fácil y tan
corto como él había creído en un principio.
······························
+
Cádiz y Septiembre 5 de 1866.
Mis estimadas Madres, Auxiliares e Hijas en Nuestro Señor Jesucristo:
Salud y gracia para todas, como les deseo de todo mi corazón.
Conozco que mi profundo silencio habrá dado ocasión a que se juzgue
y aún se censure de mi conducta, poco acertada en las presentes
circunstancias.
Mientras escribía, Francisco se imaginaba la gran sala de costura donde
todas se reunían por las tardes, y en la que seguro darían lectura a su carta,
como él mismo había hecho con ocasión del viaje de madre Dolores a
Constantina, a ver a su familia. Continuó escribiendo:
Unas habrán dicho: el Padre no se acuerda de nosotras.
Otras: el Padre está encantado con la gente de Cádiz.
¡Jesús, que Padre tan poco cariñoso!, oigo decir a algunas.
No faltarán tampoco, quienes amantes del silencio y de no juzgar a
los superiores suspendan su juicio, y en secreto ahoguen la pena de
no ver siquiera cuatro letras del que, por deber, han de tenerle amor.
Estas últimas son ciertamente las que tienen mejor espíritu; pero yo,

317
Vida del Padre Tejero

que no puedo llevar con indiferencia vuestros sentimientos, sino que


me causan mayor dolor, aunque no lo manifieste ni por palabras ni
por actos;…
Veía sus caras, escuchaba sus voces. Conocía tan bien las almas y los
sentimientos de las madres y de las muchachas que podría decir sin
equivocarse quién pronunciaría cada frase. Pero hoy ya les estaba
escribiendo…
…me decido hoy a tomar la pluma para dar expansión a mi corazón
y asegurar a todas, que ni hay olvido, ni encantamiento, ni falta de
afecto.
¿Cuántas veces desde que había arribado a puerto en Cádiz había pensado
en ellas?, ¿cuántas mientras el barco le llevaba por el Guadalquivir? Sería
incontable su número.
Es todo de tan diverso modo, que con la ausencia siento que se me
aviva más el cariño, y, con la presencia de alguna de vosotras en
tierra extraña, noto un singular placer cuando las veo. Y cuando me
veo precisado a comparar la regularidad de vuestra conducta con
otras no tan atildadas, tengo que recurrir a las reglas de una verdadera
caridad para daros de mi corazón nada más que lo que os pertenece.
¡Cuánto le costaba no comparar a sus jóvenes de Sevilla con las que había
visto aquí en la Casa de Arrepentidas; o mejor dicho, en el Asilo del Buen
Pastor, que así se llamaba. ¿Sería que las madres aquí no sabían hacerlo?,
¿sería que llevaban poco tiempo? No, seguramente sería que en Cádiz el
ambiente era marinero y las jóvenes habían visto siempre la prostitución
como algo muy normal, tolerado y regulado por las autoridades; pues era
impresionante el número de prostíbulos y de jóvenes meretrices que había
por las calles de la ciudad.
A Francisco le parecía mentira cómo una sociedad, tan puritana para unas
cosas, era tan permisiva para otras; a pesar del daño que se les hacía a
muchas niñas a las que, desde la infancia, ya obligaban a prostituirse.
Conocía muchas historias truculentas; pero aquí llegaban a un grado inaudito.
Era verdad que las comparaciones son odiosas, pero él estaba aprendiendo
mucho.
Continuó escribiendo:
¡Si comprendierais cuánto saco yo de aquí para vuestro bien! Yo

318
Apóstol de Sevilla

mismo me considero como una industriosa abeja, que, volando de


flor en flor, extrae todo el jugo que necesita para ir a labrar su miel.
Bien podéis creer que el mayor mal que podéis hacer a mi alma es
pagar con ingratitud el continuo desvelo que en mi oración, en mis
deseos, en mis palabras, en mis afectos y en mis obras, tengo por
cada una de vosotras.
Había veces que casi le dolía el corazón al pensar en aquellas jóvenes que,
arrancadas por fuerza de una infancia que no habían tenido, habían descubierto
el amor de Dios y ahora peleaban por ver quién era más pura, más celosa
del bien, más buena.
En varias ocasiones lo había hablado con el padre Alonso. Tenía miedo de
enamorarse, de no ser fiel a su vocación sacerdotal al tratar tanto y conocer
las intimidades de aquellos corazones rotos que, poco a poco, entre él y las
madres, iban recomponiendo.
Pero el padre Alonso siempre le decía que lo preocupante sería si no se
atreviera a hablarlo. ‘Porque –le había dicho– cuando uno pone nombre a
sus sentimientos, puede controlarlos con su voluntad. Pero si no lo hace, los
sentimientos pueden llegar a dominar a la voluntad, por muy grande que ésta
sea’.
También había bromeado con él y le había dicho que tendría que preparar
un ‘harén’, porque seguro que no era capaz de elegir entre ellas.
Y eso era una verdad como un templo. Todas las jóvenes eran iguales para
él. Cada una peculiar, sí, pero todas iguales. Su amor por ellas era fuerte,
pero no era un amor al estilo de éros, sino al de Jesús.
Es una centella que me enciende, es un fuego que me abrasa; y
cuando no pienso en algún bien de esa santa casa, me parece que
estoy faltando a mi vocación, que quiero apagar la llama que Dios ha
encendido en mi alma y que yo voy a ser motivo de vuestra ruina.
Nunca hago tanto por vosotras, que no desee hacer más, y siempre
me parece tan poco, que no me acuerdo de mis obras. El trabajo no
me cansa, ni pienso en si las fuerzas se me rinden cuando se trata
de vuestro bien. Olvidado tantas veces de mí mismo, pienso más en
vosotras que en mí, y hasta me vienen muchas veces deseos de que
llegue el día de un grande sacrificio, para que, sin perjuicio vuestro,
conozcáis hasta dónde llegan los grados de amor, que hay en mi
corazón.

319
Vida del Padre Tejero

¿Quién hoy os ofende que a mí no me ofenda? ¿Quién de vosotras


padece que yo no padezca? ¿Quién de casa no recibe algún bien del
cual yo no participe?
Vuestra vida está hoy identificada con la mía, y en mi corazón siento
o gozo cuanto sentís y gozáis todas y cada una de vosotras.
¿Y diréis ahora que vuestro Padre no os tiene amor?
¡Ah! hijas mías, es tanto, y tan puro y tan santo, que si fuera preciso
por vuestra salvación eterna hacerme yo esclavo, esclavo me haría
yo con tal de veros en el cielo.
Releyó lo que había escrito. Ciertamente, tenía unos sentimientos muy fuertes;
pero eran los que tenía. Aquello era una locura.
Si alguno me tiene por loco al ver que me expreso así, por más loco
lo tendré yo a él, pues no sabe lo que es caridad ni amar en Jesucristo.
Guardad, hijas mías, estas cortas letras, para que con ellas me
arguyáis, si conocéis que os falto, pero correspondedme con un
corazón agradecido. Sólo os recuerdo los muchos, frecuentes y
saludables consejos que me habéis oído.
Sed todas humildes de corazón, gustad más de obedecer que de
mandar, entregaos a una ciega obediencia, guardad silencio si queréis
tener espíritu, disimulaos mutuamente vuestras propias faltas y así
encontraréis la paz, el orden, la tranquilidad y santidad de vuestro
espíritu, y por último obtendréis siempre la bendición del cielo, que
a todas os deseo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén.
Vuestro Padre.
Francisco G. Tejero
Presbítero del Oratorio
Dobló la carta y la metió en el sobre, pidiéndole a Dios por todas y cada una.
Cerró los ojos y se vio sentado entre ellas en la sala grande, como en aquellos
1
recreos en que las muchachas preparaban poesías o teatrillos. Fue viendo
una por una sus caras, y recordando sus genios, sus cualidades y sus
timideces. Muchas historias de sufrimiento juntas; tantas, que a veces le
1 Recreo, en las comunidades Filipenses, es el tiempo dedicado a compartir y descansar en común. Son
tiempos de esparcimiento, diálogo y juegos. Puede tenerlo la Comunidad a solas, o con las niñas y
jóvenes acogidas.

320
Apóstol de Sevilla

parecía que le iba a estallar el corazón. ‘¡Dios mío! –pensó–, ¿cómo no voy
a tenerles amor?’
Pero también veía los rostros de las madres, sus ideales y deseos de amar,
de hacer el bien, de ser santas. Veía en la profundidad de sus ojos las
lágrimas que vertían tantas veces por las historias de las muchachas, sus
hijas, a las que amaban hasta quitarse el pan de la boca para dárselo.
Le admiraba la gran capacidad de amor que hay en algunas personas y la
dificultad que muchas tienen para ver más allá del propio ombligo. Era verdad
que las madres también tenían sus genios, sus orgullos, sus soberbias, sus
envidias… No podía ser de otra manera; pues eran humanas y el demonio
nunca deja de luchar para llevarse a los hombres.
Le pidió a Dios que fuera muro fuerte que contuviera en la Casa los arrebatos
y deseos de quedar por encima; que cuidara la Casa y a sus moradoras
mientras él estaba fuera.
NO HAY MÁS REMEDIO
El tiempo parecía volar; hacía más de seis meses que habían entregado las
constituciones de la nueva Congregación en Gobernación Civil; pero aún no
habían tenido respuesta. El padre Fernández, preceptor del príncipe Alfonso,
no parecía lograr gran cosa con sus influencias.
– El asunto se ha atascado.
El padre Tejero, con madre Dolores y madre Rosario hablaban en el despacho
que, como Director, aquel tenía en la Casa de Arrepentidas.
– ¿Cómo puede haberse atascado? –decía Rosario–. Si las de Cádiz fueron
aprobadas el mes de diciembre pasado, ¡y son copiadas de las nuestras!
A Rosario le enervaba que pusieran pegas a las Constituciones porque iban
‘sin padrino’.
– O sea, que como no tenemos padrino, no tenemos bautizo. ¡Es una
vergüenza! Y, ¿el padre Cayetano no puede hacer nada?
Dolores intentó calmarla.
– ¿Preferirías que nos gastáramos en padrinos lo que no tenemos para dar
de comer a las muchachas?
– ¡Por supuesto que no!, pero ¡algo habrá que hacer! Llevamos más de siete

321
Vida del Padre Tejero

años, el Cardenal ha aprobado las Constituciones, y seguimos sin poder ser


religiosas.
En el fondo, a Rosario eso le dolía más por Dolores que por ella misma. Lo
habían hablado muchas veces; Dolores siempre decía que no importaba que
por fuera no lo fuesen, si por dentro ya lo eran; pero ella se daba cuenta de
que, en el fondo, su compañera y hermana, deseaba hacer pública su
consagración a Dios, gritar a los cuatro vientos que era de Dios y que siempre
sería de Dios.
Francisco, que conocía las almas de las dos mujeres como la suya propia,
sabía de esas luchas interiores entre el ser y el aparecer. Con razón san
Felipe decía “Ser y no parecer”; pero era importante hacer saber a la gente
lo que se es.
– No nos va a quedar más remedio que ir a Madrid –dijo.
Las dos mujeres se volvieron mirándole con ojos como platos.
– ¿A Madrid? –dijeron al unísono.
– ¡Pero ir a Madrid es muy caro!
– Y no conocemos a nadie.
– ¿Quién va a hacer caso de nosotras?
– Tendrá que ir usted, Padre.
Francisco, que había traído el plan largamente meditado, les dijo:
– Yo no puedo, ya sabéis los malos momentos que está pasando el Oratorio,
el padre Alonsito necesita nuestro apoyo más que nunca; además acabo de
volver de Cádiz y tengo mucho trabajo pendiente.
– ¿Entonces?
– Entonces –respondió él–, tendréis que ir vosotras.
No quería forzar la situación; sabía que la indicada era Dolores, pero de
ninguna manera podía dejar fuera a Rosario. Gracias a Dios, las dos tenían
la cabeza bien puesta sobre los hombros y estaba seguro de que llegarían
a la misma conclusión a la que había llegado él en la oración.
“Pensar y orar” les decía siempre. “Ese es el modo de encontrar solución a
los problemas”. Y él, preocupado por los asuntos de la Casa, los había

322
Apóstol de Sevilla

pensado y orado.
– Yo no puedo ir.
Dijo, en seguida, Rosario.
– Y, ¿por qué no vas a ir?
Le respondió Dolores.
– ¡Venga, Dolores!, por favor. Las dos sabemos que yo no sirvo para hablar.
– Pues seríamos como Moisés y Aarón.
Francisco sonreía mientras escuchaba. Siempre le admiraba la unión que
había entre ellas. Rosario siguió:
– No podemos permitirnos pagar dos viajes. ¿A quién dejamos sin comer?
Además, una de las dos tiene que quedarse aquí al cargo de todo. Cada vez
somos más y no sabemos lo que puede durar el viaje. La Casa no puede
quedarse sola.
– Pero estaría el Padre.
– ¡Poco bien sabes tú que el Padre no puede pasarse aquí el día! Y, alguien
tiene que pararle los pies a Milagros y a su prima María, por lo menos hasta
que se acostumbren al ritmo de la Casa.
La argumentación no podía estar más clara. Rosario ‘no sabría hablar’, pero
se explicaba perfectamente. Dolores tendría que ir sola a pedirle la aprobación
a la reina.
– Y, ¿tendré que ir a ver a la reina?
– Por supuesto; si no tenemos padrino, tendremos que buscar una madrina;
y ¿qué mejor madrina que la reina?
– Pero…
Francisco no dejó que Dolores continuara…
– No hay más remedio; porque además del asunto de la real cédula, sin la
que no podemos hacer la fundación; está el de la casa. Ya lo hemos hablado
muchas veces; y desde aquí va a ser imposible que nos cedan una casa que
nos libere del gasto del alquiler; porque a este paso no vamos a poder pagar
a Don Valentín lo que cuesta San José; y él, aunque tiene muy buenas

323
Vida del Padre Tejero

intenciones, ya sabéis que no tiene la salud de roble. Yo lo he hablado con


él; y estamos dándole vueltas a ver cuál de los conventos de la desamortización
nos podría ceder el gobierno. Están el de San Pedro de Alcántara, y el del
Ángel, que está bastante estropeado, pero es muy céntrico. Luego también
el de los Terceros y el de San Juan de la Palma. Y eso es algo que hay que
sacarle a la mismísima reina. Y si usted habla con ella, le cuenta lo que
hacemos, el trabajo que le quitamos a su gobierno, el dinero que le ahorramos;
y el desinterés con el que trabajamos; seguro que se gana su corazón.
– ¡Pero no tengo nada que ponerme! ¿Cómo me voy a presentar así en el
palacio? Me van a echar.
Rosario intervino.
– En cuanto te vean la cara y los modales, seguro que se olvidan de tu ropa.
Además, con que vayas limpia y decente, es suficiente. Verán que es verdad
que queremos ser monjas, que necesitamos la aprobación y la casa. Y… si,
de paso, le sacas una limosna… Pues, ¡mejor que mejor!
······························
El cuatro de octubre, después de la misa en San José, en la que todas
encomendaron el viaje, el padre Tejero y madre Rosario acompañaron a
madre Dolores a la estación del ferrocarril que la llevaría a Madrid.
No necesitó ni siquiera un mes para conseguir de la reina la aprobación de
las Constituciones, que tan sólo se habían retrasado porque en Sevilla
‘alguien’ no quería que la Casa sólo estuviera sujeta al obispo.
La solución era tan simple como que en el Concordato de 1851, la Santa
Sede y el Estado Español habían acordado que a los obispos correspondía
la supervisión de todo lo relativo a la vida religiosa de los conventos y
congregaciones; mientras que los ministerios civiles tenían que vigilar todas
aquellas obras sociales y educativas. Las Constituciones de la Congregación
eran una cosa y las Reglas de la Casa de Arrepentidas eran otra.
······························
En la quieté del Oratorio casi todos los días salía el mismo tema, desde que
madre Dolores partiera hacia Madrid.
– ¿Hay noticias de Madrid?
Y es que, aunque ya se había obtenido la aprobación de las Constituciones,
la Casa de Arrepentidas seguía sin un local en condiciones para poder finalizar

324
Apóstol de Sevilla

la fundación.
– Madre Dolores escribe casi todos los días. Que si hace falta una carta de
recomendación; que si hay intereses opuestos a que nos den uno de los
conventos suprimidos; en fin, la pobre está pasando lo suyo. Ayer le mandamos
1
carta “recomendaticia” del padre Prendergast; también estamos trabajando
para mover la voluntad del señor Tenorio, para lo cual doña Gregoria, que
ahora está en Cádiz, ha enviado carta de un conocido suyo con mucha
influencia en la Capital. ¡Sería tan bueno que tuviéramos algún conocido
entre los diputados y senadores!
El padre Medina preguntó:
– ¿Por qué razón entre diputados y senadores?, yo conozco a algunos del
tiempo que estuve por allá.
Francisco se alegró, a lo mejor eso era lo que necesitaban.
– Es que hay muchos intereses contrapuestos. Por un lado, el Marqués del
Saltillo quiere el edificio de San Pedro de Alcántara para la Escuela Industrial;
por otro lado están las varias corporaciones que existen hoy en el edificio
del Ángel, y que no están dispuestas a abandonarlo. Estoy hablando con
unos y con otros; y no hay manera de encontrar una solución que sea buena
para todas las partes.
– Y, ¿el Rector de la Universidad qué dice?, porque tengo entendido que le
han llamado para informar sobre el edificio del Ángel, que habéis solicitado,
¿no es cierto? –preguntó el padre Alonso.
Sí, pero parece que tarda en dar su opinión; yo creo que es porque no quiere
indisponerse con nadie; aparte de que él mismo está interesado en San
Pedro de Alcántara, para la Escuela Normal. En fin, sólo Dios sabe lo que
terminarán por darnos.
– Que siempre será lo mejor para la Congregación y la Casa.
– Pues sí; eso es lo que siempre le digo a Madre Dolores; que tenemos que
andarnos listos en hacer la parte que nos toca, pero debemos dejar que Dios,
que es el dueño de los corazones y las voluntades y el único que sabe lo
que nos conviene, haga lo mejor para nosotros.
– Y, ¿cómo lo lleva la Madre Dolores?, porque se sentirá muy sola.

1 Utilizo la palabra “recomendaticia”, que no existe, por fidelidad al documento original.

325
Vida del Padre Tejero

– La verdad es que sí, que aunque está de pupilaje en una pensión de una
calle muy céntrica y de vez en cuando ve a su amiga Josefa Blanco, que
ahora vive allí, está deseando volverse; pero, mientras no tengamos casa,
hemos considerado mejor que se quede en Madrid. Además, ya sabemos
que las cosas de palacio van despacio. Aunque ya tenemos la aprobación
real de las Constituciones; parece que van a tardar otro año en dar la Real
Cédula que tenemos que presentar en Gobernación y en el Obispado para
que puedan vestir su hábito y profesar y culminemos ya del todo la fundación.
– ¡Vaya si te has metido en líos con lo de la fundación!
– Desde luego; nunca se me habría ocurrido pensar la de quebraderos de
cabeza que trae el fundar una congregación.
– Con las Congregaciones Catequistas fue todo más sencillo. ¿No es así?
– ¡Claro!, como que se trataba de algo dependiente sólo del Cardenal y los
Párrocos. Ahora el asunto del edificio incumbe a varios ministerios, el de
Gobernación, el de Gracia y Justicia y el de Fomento.
– ¿El de Fomento también?
– Sí, claro, porque en ese ministerio está la Dirección General de Instrucción
Pública, de la que dependerá la escuela para niñas pobres que queremos
abrir. Y de él también dependen algunas de las asociaciones que hay en
convento del Ángel. Y eso sin nombrar a los carabineros, que tienen su
cuartel en un ala del Ángel. Algunos dicen que se van a trasladar a Triana,
pero ellos, de momento no se han movido.
– Vaya; no me extraña que vaya todo tan lento; y… Madre Dolores ¿se aclara
en tanto lío?
– La verdad es que a mí me ha sorprendido muy gratamente –respondió
Francisco–. No las tenía yo todas conmigo cuando hablamos de que iría;
pero está demostrando una inteligencia muy despierta y un gran tacto. Ha
comenzado ganándose el corazón de la reina con su sencillez y buen trato.
El Padre Fernández me ha dicho ya en varias ocasiones que parece que
haya estado toda la vida en la corte. Es cierto que sus modales siempre han
sido exquisitos; pero tiene que estar sufriendo mucho entre tantas marquesas
y condesas. No olvidemos que su padre era juez, y su familia poseía muchas
tierras por la sierra norte. Imagino que sentir que va como una pobretona a
tanta casa en la que podría ser dueña, le tiene que estar haciendo sufrir más
de una humillación.

326
Apóstol de Sevilla

El padre Alonso, que también conocía bastante a madre Dolores dijo:


– Pero, estoy seguro de que todo lo ofrece por sus amadas hijas. Digo yo
que de algo tendrán que servir todas nuestras oraciones.
– Desde luego, se notan las oraciones de todos. La veo dispuesta al sacrificio
y a aceptar la voluntad de Dios, aunque su corazón está deseando volver.
Ahora, además de todo, está preparando una carta pidiendo donativos; así
que cuando visita a las marquesas y demás nobles, les habla de la Casa y
la obra que en ella se hace. De momento va teniendo muy buenas palabras.
Yo le digo que reciba todo lo que le den, tanto en la casa como en limosnas;
y que ya Dios dirá.
EL PADRE ALONSITO

"Padre José María Alonso".

No había amanecido aún aquel frío tres de diciembre, cuando un coche muy
cerrado atravesaba la Puerta de los Caños de Carmona y entraba en Sevilla.
Se detuvo ante la Casa del Oratorio en la calle Gerona. De él descendió el

327
Vida del Padre Tejero

hermano Joaquín, que llamó a la puerta; dialogó brevemente con el hermano


Antonio, el portero, que le abrazó y, rápido, fue a abrir el portón para que el
carruaje entrara en el interior de la casa.
Una vez dentro, se apearon el padre Joaquín García y el padre Tejero que,
entre los brazos llevaban el cuerpo inerte del padre Alonso. Con el ruido de
los portones el resto de la comunidad salió al patio principal, rodeando al que
había sido su superior durante largos años.
Atravesaron las galerías en el más absoluto silencio; acompañados tan sólo
por el acompasado crujir de las baldosas al ritmo de los pasos, en esa hora
en que los pájaros nocturnos se han callado y aún no se han despertado los
gorriones.
Con sumo cuidado, depositaron el cadáver en el túmulo que los demás padres
ya habían preparado en el salón grande que daba al patio principal de la
casa.
Tras el rezo de un responso, se sentaron a la espera de que llegara el doctor
Rodríguez, que certificaría la defunción.
Estaban todos expectantes. Sabían que había sido una cosa repentina; pero
ansiaban conocer los detalles. Todos querían al padre Alonsito, como era
cariñosamente conocido en toda Sevilla.
Con la muerte del prepósito, el padre Joaquín García como decano en la
Congregación y siendo, como era, Diputado primero desde las anteriores
elecciones, debía hacerse cargo de todo lo que hasta entonces había sido
responsabilidad del padre Alonso. Por eso había ido, acompañado por el
padre Tejero que era Diputado segundo, hasta el pueblo de Mairena del Alcor,
al recibir la noticia del fallecimiento del Prepósito.
– Padre Flores, ¿puso usted el telegrama al Padre Fernández?
– Sí, Padre –respondió éste–. Y también se ha enviado aviso al Señor
1
Cardenal, a la Hermandad sacerdotal de San Pedro Ad-Víncula y a la Casa
de Arrepentidas.
– Muchas gracias, Padre, por hacerlo en mi nombre –intervino el padre Tejero.
1Hermandad sevillana fundada en el siglo XVI, para fomentar la fraternidad entre el clero, la formación
permanente y la espiritualidad de los sacerdotes. En 1853, a raíz de la prohibición de realizar los
enterramientos en las iglesias, construyó un panteón para los sacerdotes. La Congregación del Oratorio,
reunida en Congregación general el 22 de diciembre de 1853, autorizó a los padres que quisieran a
pertenecer a esta Hermandad Sacerdotal, y a ser enterrados en el panteón que ésta acababa de construir.

328
Apóstol de Sevilla

Nuevamente el silencio se extendió por la habitación; hasta que volvió a


hablar el padre Decano.
– Creo –dijo, escogiendo con cuidado sus primeras palabras como Decano–
que expongo el sentir de todos si le pido, Hermano Joaquín, que nos cuente
cómo han sido los últimos momentos de nuestro amado Hermano y Padre.
Al hermano Joaquín, roto de dolor, apenas le salían las palabras. Había sido
“socio” del padre Alonso durante las dos últimas preposituras de éste.
Siempre decía que el refrán que afirma que ‘no hay gran hombre para su
ayuda de cámara’ no era cierto. Desde que, siendo aún aspirante a la
Congregación, había conocido al padre Alonsito le había admirado la ternura
que era capaz de irradiar aquel sacerdote, sencillo como pocos.
– Todos sabéis –comenzó a decir con dificultad–, que el Padre Alonsito ha
sufrido mucho estos últimos meses con todo ese asunto de los dineros.
1
El padre Manuel Díaz, el Ministro de la comunidad, lo sabía muy bien; él
mismo le había dicho al prepósito en varias ocasiones que ese administrador
no era ‘trigo limpio’, que ocultaba algo.
Todo había comenzado cuando hubo que hacer la obra después del incendio.
En aquel momento el padre Alonso había depositado toda su confianza en
un administrador que, astuto y falaz, había abusado de su confianza.
Haciéndole pensar que las arcas de la Congregación estaban llenas, había
ido vaciándolas, hasta que se había producido la ruina y la situación no tenía
remedio; de modo que la Congregación había quedado incapaz para pagar
a múltiples acreedores que, tras la huída del infame, se habían presentado
en la Casa del Oratorio para cobrar sus derechos. Había sido muy duro para
el pobre padre Alonso, que se sentía oprimido por la responsabilidad de
haber dejado sin un céntimo a su amada Comunidad.
Cuando el padre Manuel volvió a la realidad desde sus pensamientos, el
hermano Joaquín continuaba con su explicación, entrecortada por el dolor.
– Los primeros días que pasamos en el naranjal parecía estar mejor. Salíamos
a pasear por entre los árboles, cuyos frutos engordaban a ojos vista; y parecía
que el aire del campo y la buena comida, así como la tranquilidad que había
en la casa, le alegraban. Yo iba recuperando la confianza en su mejoría;
pero, no sé por qué, ayer amaneció sin fuerza ninguna; me decía que sentía

1 Ministro: Religioso que cuida del gobierno económico de las casas y colegios. (Diccionario RAE).

329
Vida del Padre Tejero

una extraña opresión en el pecho; que yo achaqué a los sufrimientos que


estaba soportando. Me dijo que no podría volver a mirar a la cara a ninguno
de ustedes, que se sentía avergonzado de haber robado los bienes con que
contaba la Congregación. Yo le dije que no había razón alguna para eso; que
todos ustedes le apoyaban y sabían su honradez; que él no tenía la culpa
de que el administrador, que no tenía derecho a llevar el nombre que llevaba,
hubiera sido un farsante y un estafador.
Varias voces se escucharon defendiendo la honradez del Prepósito. El
hermano continuó.
– Pero a mí me olía que nada de lo que yo le pudiera decir le iba a convencer;
me parecía que todas mis argumentaciones ya habían pasado por su cabeza,
como en un juicio sumario, y había sido condenado por esa conciencia suya,
tan tolerante para con los defectos de los demás y tan inflexible para con él
mismo.
El hermano Joaquín se detuvo por un instante. De pronto se había dado
cuenta de que era escuchado con una increíble atención por todos. Él, que
siempre había permanecido en un segundo plano, ahora era el protagonista.
‘Si me vieras, Padre Alonsito’, pensó, ‘estarías orgulloso de mí, hoy estoy
hablando mucho rato, y no me equivoco de palabras’. Una lágrima rodó por
su mejilla, mientras continuaba la narración.
– Así llegó la noche, y los momentos de desnudarse para recogerse y
entregarse al sueño. Él estaba solo en la habitación, porque yo acababa de
salir para prepararle el calentador para la cama. De improviso debió sentir
como desplomársele el corazón, porque dio un enorme suspiro que me hizo
volver a su lado. Le pregunté que qué le pasaba y, levantando al cielo los
ojos, dijo: “¡Dios mío, misericordia!”, y después bajó la cabeza y añadió:
“¡Cúmplase tu voluntad!”. Ya no pude hacer nada por él.
El hermano Joaquín rompió a llorar, mientras a todos los demás el sentimiento
de culpa les anudaba el corazón.
– No debíamos haberle dejado ir solo.
Dijo uno.
– No podíamos saber lo que iba a pasar…
Añadió otro.
Varias voces se fueron elevando a favor de la inocencia de la Comunidad o

330
Apóstol de Sevilla

en su contra. Finalmente el padre Joaquín impuso la calma.


– Queridos Hermanos. Nadie conoce los designios de Dios. De alguna manera
todos nos sentimos culpables, pero nadie podía imaginar lo que ha pasado.
En su momento pensamos que este viaje era lo mejor para la recuperación
del Padre Alonso.
Le resultó extraño decir ‘Alonso’, y rectificó.
– De nuestro querido Padre Alonsito. Si lo pensamos bien, y con los ojos de
la fe, es lo mejor que ha podido pasar a nuestro Prepósito. Él era, ¡es un
santo! Muy difícil ha de ser que Dios haya encontrado nada en su corta vida
que pueda reprocharle. Si, por alguna razón que desconocemos, ha habido
en su vida algo que purgar; es indudable que lo ha purgado ya con sus
últimos sufrimientos. Podemos confiar plenamente en que se ha hecho
merecedor de la gloria eterna. Es muy doloroso para nosotros la forma en
que todo ha acontecido; pero hemos de dar gracias a Dios porque el Padre
Alonsito estará ahora mismo gozando de la bienaventurada visión de los
santos, junto a su amada Madre, Nuestra Señora de los Dolores, la
Bienaventurada Virgen que le tendrá muy cerca de su corazón.
En esto se escuchó la campanilla de la puerta.
– Será el médico –dijo el hermano Antonio, y salió a abrir.
Mientras entraba el doctor Rodríguez, los padres y hermanos salieron, y
quedó sólo el padre Joaquín, con el padre Carrascosa, que era el enfermero.
······························
Algunos de los padres y hermanos fueron a sus habitaciones, o a la biblioteca;
otros fueron a la cocina, a ayudar al hermano Diego, pues hoy habría mucho
trabajo para atender a todos los que irían a dar el último adiós al padre
Alonsito.
Francisco fue a la capilla del Tras-Sagrario y allí se arrodilló en el reclinatorio,
con la cabeza hundida entre las manos.
Necesitaba estar a solas con solo Dios.
Un fuerte dolor le oprimía el pecho, de modo que casi no le permitía respirar;
hasta que, de pronto, sintió cómo las lágrimas rodaban por sus mejillas, y
por un rato no pudo hacer otra cosa más que llorar.
¿Cuántas veces habría escuchado la frase de ‘¡los hombres no lloran!’?

331
Vida del Padre Tejero

Menos mal que su padre le había enseñado que ‘cuando el corazón se rompe
hay que llorar… y entonces, ¡pues se llora!, y no pasa nada.’ Ahora, su
corazón no era capaz de otra cosa.
Había sido una noche muy dura desde que a las doce y media llegara el
criado de la hacienda del Naranjal con la noticia. Tenían que actuar rápido.
Primero hablaron con el doctor Rodríguez. ‘¡Qué bueno es siempre con
nosotros Rodríguez!’, pensó. Fue él quien les aconsejó traerse el cuerpo lo
antes posible, para certificar en Sevilla la defunción.
Después el viaje, en silencio; casi dos horas de camino.
Luego el llanto del hermano Joaquín, los óleos y el responso, y el viaje de
vuelta a Sevilla. Nuevamente en silencio, hasta que se escuchó rezando el
Rosario. ‘¿Quién lo había comenzado?’ No era capaz de saberlo, pues
cuando a uno se le ahogaban las palabras, continuaba otro; así hasta
completar los quince misterios.
Todavía le parecía un mal sueño.
Pero era verdad. El padre Alonsito había muerto. Eso era una verdad
incuestionable.
‘Dios Santo,’ pensó Francisco. ‘¡Cuánto puede cambiar la vida en un instante!’.
‘¡Cuánto!, ¡cuánto!’.
Le parecía increíble cómo el padre Alonsito había influido en su propia vida.
Hasta ahora pensaba que había sido el padre De la Carrera quien había
despertado en él los deseos de pertenecer al Oratorio. Pero…, en realidad
no había sido así. El padre De la Carrera había sido crucial hasta su ordenación
sacerdotal. Pero, incluso antes de que aquél muriera, ya había estado ahí
el padre Alonsito.
Ahora se daba cuenta de que, durante la enfermedad de su confesor, el
padre Alonso había estado presente; firme cuando él había sido débil y
delicado y atento cuando aquél ya había fallecido.
Aún recordaba aquella primera conversación, al poco de la muerte del padre
De la Carrera, cuando iba a comprarse una escribanía que al final él le había
regalado.
Recordaba cómo, al principio le había hecho gracia que todo el mundo le
llamara “Padre Alonsito”; cosa que le parecía un poco irreverente para un
sacerdote; y cómo él le siguió llamando ‘Padre Alonso’ durante mucho tiempo.

332
Apóstol de Sevilla

Sólo ahora comprendía que había sido una forma de hacerse cercano, de
vivir la humildad de San Felipe sin que nadie se diera cuenta. Ojalá él mismo
hubiera continuado llamándose “Francisquito”. Aunque, le parecía que también
siendo “Padre Tejero” se había hecho cercano a la gente. No; no se trataba
del nombre, sino de la actitud.
Se estremeció por dentro al recordar con qué suavidad aquel sacerdote, tan
sólo diez años mayor que él, había sabido ganarse su corazón; con qué
delicadeza y fortaleza a la vez le había ido conduciendo hasta llegar al
Oratorio; qué rectitud de corazón, qué vocación ejemplar. Si no hubiera sido
por él, ¿habría podido seguir unida la Congregación en los años de la
revolución?
Los padres, después de más de diez años aún se reían recordándole plantado
delante de los revolucionarios que venían a despojarles de su Casa.
– Señores, ¿qué vienen a hacer aquí? Ustedes y los que les mandan,
desconocen de todo punto la índole de esta Corporación, en la que
ni existe ni ha existido nunca la comunidad de bienes. ¡Esos objetos
que quieren ustedes apuntar no le deben nada a nadie: me han
costado a mí el dinero, y son particularmente tan míos como el
sombrero que lleva usted encasquetado en su cabeza, Señor Don
Perfecto! Así que ustedes, porque así se lo permite el cielo, pueden
llevarse las cosas que son de Dios y de su iglesia, dispersarnos y
cerrar, a piedra y lodo, las puertas de nuestra propia casa; pero, desde
el momento en que se toque a la propiedad particular, nos autorizan
ustedes para decirles paladinamente, que, ¡a nombre de libertades
mal entendidas, son ustedes más tiranos y más déspotas que el Sultán
de Constantinopla!
1
Reían al recordar cómo los ‘junteros’ les habían permitido sacar las cosas
personales; y el siempre dulce Padre Alonsito les había espetado aquel
irónico: “Muchas gracias por la generosidad que me hace otra vez dueño de
mi sotana y de mi camisa”.
También había sido él quien había dado la idea de que todos fueran a vivir
juntos a su casa al ser expulsados de la del Oratorio.
Entonces no era Prepósito, ni Decano, pero siempre le animó en sus andares
apostólicos. ¿Habría podido comenzar sus catequesis en San Roque si no
1 También aquí respeto la palabra “junteros” que el original del P. Cayetano Fernández utiliza para
referirse a los miembros de la Junta Revolucionaria.

333
Vida del Padre Tejero

hubiera sido por el apoyo incondicional del padre Alonsito?


Él era quien le había animado cuando volvió derrotado y fracasado de aquellas
catequesis, anunciadas con bombo y platillo, y a las que nadie había acudido.
Recordaba sus palabras: ‘Las obras de Dios tienen que empezar desde
abajo. Si te haces el protagonista, no dejarás que Dios haga su obra; tú y yo
no somos más que instrumentos en sus manos; somos la flauta, pero el
Señor pone el aliento, el sonido. ¡Déjale hacer!’
Cuánta confusión le habían creado estas palabras; cuánto las había meditado
en la oración, pidiéndole a Dios que fuera Él quien hiciera.
Y después había sido el padre Alonsito el que le había enseñado a no
ensoberbecerse cuando se fueron haciendo famosas las Congregaciones
Catequistas del Padre Tejero. ‘¡No olvides a San Pablo!’, le había dicho,
1
“Pablo sembró, Apolo regó… Pero fue Dios quien dio fruto” .
¿Quién iba ahora a estar a su lado cuando se sintiera débil?, ¿quién le iba
ahora a animar cuando la obra le pareciera superior a sus fuerzas?, ¿quién
le iba a decir, como cuando la fundación de la Casa de Arrepentidas, que
siguiera adelante, que Dios era el ‘auténtico Fundador’ y a quien más le
interesaba que aquello saliera bien?, ¿quién le iba a recordar que las obras
de Dios siempre pasan por dificultades?, ¿quién le iba a ayudar a ser humilde?,
¿a ser cercano?, ¿a dejar hacer a Dios y a los demás?
Él había sido el que le había alentado cuando sintió que debía dar mayor
protagonismo a madre Dolores en la fundación de las Hijas de los Dolores;
el que le había ayudado a comprender que la mano de Dios también obraba
por mano de mujer, como en las Congregaciones Catequistas, como en
madre Rosario, en madre Dolores y en las demás que iban congregándose.
De pronto, Francisco recordó que madre Dolores estaba en Madrid.
Tenía que comunicarle la noticia cuanto antes.
1867 POR FIN UNA CASA
La estación del ferrocarril de la Plaza de Armas era un bullir de personas y
gritos que intentaban entenderse por encima de los ruidos de las máquinas
de vapor de los trenes.
Aunque el mediodía de verano era muy caluroso, como la estación estaba
1 Cfr. I Cor. 3, 6

334
Apóstol de Sevilla

de obras, pues aún no se había terminado de construir el gran edificio que


se había proyectado, los obreros iban y venían por entre los pasajeros, con
sus carretillas cargadas de arena y ladrillos rojos.
En el andén, esperando la llegada del tren que venía de Madrid se encontraban
el padre Tejero, madre Rosario y las madres Consuelo, Ramírez, Cándida,
Salud y Manuela. Ansiaban la vuelta de madre Dolores, que regresaba de
la Corte después de casi un año, y los minutos les parecían una eternidad.
– ¿Es verdad que ahora sólo se tarda un día en venir desde Madrid?
– Sí, el ferro-carril, con las nuevas máquinas de vapor, va rapidísimo.
– Pues yo he oído que no es por las máquinas, sino porque va por caminos
de hierro.
– Pues a mí me parece que tarda demasiado en llegar. –Salud estaba
impaciente por ver a madre Dolores–. ¿Falta mucho?
– Parece que trae retraso, ¿no?
Preguntas a las que nadie respondió, sino que todos asentían con la cabeza
y volvían la mirada hacia las vías, que se perdían a lo lejos.
Francisco paseaba arriba y abajo, con las manos a la espalda y la mirada
en la vía. Dios no quisiera que hubiera pasado algo. Todos decían que los
trenes eran muy seguros; pero … No quería ni pensar que le hubiera pasado
nada a madre Dolores. De pronto escuchó a sus espaldas la voz de madre
Salud.
– ¡Ya lo veo!
– ¿Por dónde?
– Yo no lo veo.
– ¡Sí!, ¡sí! ya se ve el humo.
Poco a poco, con su chimenea humeante y esparciendo hollín por doquier,
el tren correo hizo su aparición; primero diminuto, para ir creciendo hasta
detenerse en la estación expulsando enormes nubes de vapor que invadieron
el andén e impidieron la visión durante un buen rato, hasta que se disiparon.
– ¡Mirad!, ahí está Madre Dolores.
Dijo Dolores Ramírez, echando a correr en dirección a la puerta del vagón

335
Vida del Padre Tejero

de tercera en que iba.


– ¿Dónde?
Pronto la vieron, asomando su cabeza por la ventana. Traía el cabello
desordenado por el aire, y pequeños tiznones de hollín la cubrían por completo,
desde el pañuelo hasta los pies. Por la misma ventana, Francisco alargó los
brazos para recoger la pequeña maleta que llevaba y depositarla en el andén.
También tomó un par de cajas de cartón que ella le entregó antes de dirigirse
a la puerta, en la que ya se encontraban las jóvenes, que ansiosas esperaban
para ser la primera en abrazarla.
Francisco también estaba deseoso de acercarse. Bien le hubiera gustado
poder estrecharla en un fuerte abrazo, dándole gracias a Dios por el buen
resultado de los negocios que la habían mantenido durante tanto tiempo lejos
de la Casa. Pero era sacerdote por encima de todo. Dejó que Rosario y
Dolores se abrazaran largamente y se dio cuenta de que en los ojos de
ambas brillaban lágrimas de alegría.
Era normal, madre Dolores venía de Madrid con la aprobación real de la
Congregación, con un convento donde culminar la fundación, con seis mil
reales que había conseguido como subvención para la Casa y con muchos
donativos, que aliviarían un poco la escasez en que siempre andaban. Nadie
podría negar que aquella mujer valía mucho.
Francisco extendió la mano y ella la tomó entre las suyas por un instante,
en un gesto en el que ambos sintieron había más afecto, agradecimiento y
alegría que en el mayor de los abrazos. Ella le besó reverentemente la mano,
llorando ya abiertamente.
Madre Cándida, atenta siempre a los detalles, viendo la emoción que había,
tomó la maleta del suelo diciendo:
– ¡Venga!, Madre, que en la Casa están todas esperándola, y tienen que
estar ya negras de ver que no llegamos con usted.
– ¡Es cierto, vamos!
······························
Lo que Francisco no sabía era cómo habían preparado la Casa para recibir
a la Madre. ¿Cómo no había notado él nada en los días anteriores?
Cuando vio la puerta de San José cerrada a cal y canto comprendió que ahí

336
Apóstol de Sevilla

había gato encerrado. Miró hacia arriba y notó movimiento tras las celosías
de la ventana de la sala de costura de las pequeñas. Pronto se escuchó un
murmullo que iba creciendo en el interior de la Casa; y cuando tocaron a la
puerta, al instante se abrieron las dos hojas a la vez y una como marea
humana se movía aplaudiendo como nunca había él escuchado aplaudir.
Las más pequeñas, que estaban en primera fila fueron echándose hacia
atrás, sin dejar de aplaudir, y abrieron un pequeño pasillo para que la viajera
y sus acompañantes pasaran por en medio.
Francisco vio cómo Dolores se sonrojaba y lloraba sin disimular su emoción.
Hacía gestos de que pararan, pero las muchachas siguieron aplaudiendo
hasta que todos entraron en el patio principal, donde se hizo un silencio tan
profundo que se podía escuchar el volar de una mosca. Al instante comenzaron
a repicar las campanas de la iglesia de San José, anunciando a todo el barrio
la alegría de la Casa.
Mientras las campanas seguían repicando alegremente, Isabel González, la
más antigua, que estaba en la Casa desde hacía siete años, con Carmen
Baruti, la más moderna, le entregaban un ramo de flores y un bonito dibujo
hecho a tinta china.
Madre Dolores fue abrazando y besando, una a una, a todas las madres y
las muchachas. A algunas no las conocía, y madre Rosario se las iba
presentando.
– ¡Cuánto aumento de familia!
– ¡Sí, Madre!, ya somos más de setenta. ¡Menos mal que trae usted una
casa nueva!
– Bueno, no es que la traiga, nos han dado una casa muy grande, pero a lo
mejor la cambiamos por esta.
– ¡Qué bien!, nos quedaremos en el barrio.
Una vez que madre Dolores terminó de saludar a todas, pasaron a la iglesia;
donde, todas de rodillas, el padre Tejero inició una oración de acción de
gracias, que concluyó con el rezo del Te Deum.
Te Deum Laudamus…
A ti, oh Dios, te alabamos.
A ti, Señor, te reconocemos.
A ti, Eterno Padre, te venera toda la creación.

337
Vida del Padre Tejero

Los ángeles todos,


Los santos,
Y todas las potestades te honran.
Los Querubines y Serafines te cantan sin cesar.
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria…
‘Ciertamente, Señor, tenemos mucho que agradecerte’ pensó Francisco; que
sentía la sincera y profunda alegría que había a su alrededor.

"Cristo de la Misericordia".

338
Capítulo Décimo Tercero

AIRES REVUELTOS

1868 LAS COSAS SE COMPLICAN


Desde el mes de julio, por desgracia, las cosas se habían complicado para
la Casa de Arrepentidas. Las sociedades que ocupaban el edificio del
exconvento del Ángel se negaban a abandonarlo.
Cierto era que no tenían donde ir; pero la real orden de 30 de julio del año
anterior, en que la reina hacía cesión del convento a la Congregación de
Hijas de los Dolores, era clara.
La tres corporaciones habían interpuesto demanda contenciosa y, aunque
ya había pasado más de medio año, aún no habían entregado las llaves y
habían tapiado una parte del edificio para impedir el acceso.
El padre Tejero y madre Dolores habían acudido al gobernador, a la alcaldía,…
a todos; pero aunque en todas partes les daban la razón, nadie terminaba
de obligar a las asociaciones a dejar el edificio.
Por otra parte, en San José habían hecho muchas reformas, la casa parecía
muy apropiada al objeto del nuevo instituto religioso; y el convento que ahora
les habían cedido estaba muy abandonado, y sería necesario hacer mucha
obra para adecuarlo a los tres objetos a que, según las Constituciones
aprobadas por la reina, debía dedicarse la Congregación: la acogida, colegio
para niñas pobres y casa de ejercicios para mujeres.
Para colmo, el ayuntamiento les había retirado la subvención de mil doscientos
reales mensuales que les daban para pagar el arrendamiento de San José;
pues decían que ya tenían el Ángel.
Así que pensaron en solicitar que el Estado les permitiera cambiar el edificio
del Ángel por el de San José; ya que, si bien éste era más grande, aquel se
encontraba en pleno centro de la ciudad y, por eso mismo, era de más valor.
Además, así podrían permanecer allí los carabineros, la Sociedad Económica
de Amigos del País, la de Emulación y Fomento y la Academia de Jurisprudencia
y Legislación. Y todos quedarían contentos.
No quedó más remedio que la vuelta de madre Dolores a Madrid para hacer
fuerza ante la reina, y ante todos los nobles, senadores y congresistas que
había conocido en su anterior viaje; para que se les concediera el cambio y
ver también si conseguía recursos para la Casa, que se ahogaba en medio
de tantas deudas.

339
Vida del Padre Tejero

Todas las ideas que podían dar dinero se ponían en marcha; en Sevilla la
familia había arrendado un pequeño local en la calle de los Lineros, junto a
la plaza del Pan, para vender boletos para una rifa que podía aportar unos
dos mil reales. No era mucho, pero cada real era necesario para sacar la
Casa adelante.
Entretanto, Francisco, en Sevilla, no dejaba de moverse por conseguir cartas
de recomendación, e influencias ante los gobernantes. Pero éstos cambiaban
cada pocos meses; algunos permanecían solamente días en sus cargos; y
si uno les daba esperanzas, el siguiente se mostraba reacio a todo.
El nuevo Gobernador provincial de Sevilla trajo la negativa a una subvención
para realizar el cambio del Ángel por San José y varias exigencias sobre el
padrón y la documentación de las jóvenes de la Casa que habían comenzado
a trabajar para la calle.
En cambio, sí concedió una subvención de 5000 reales para los gastos
diarios; pero hasta éstos fue difícil cobrarlos, debido a que exigían la firma
de madre Dolores que estaba en Madrid.
······························
Los meses pasaban y el verano llegaba a su fin.
El convento del Ángel parecía que iba a ser el local definitivo en que terminar
de realizar la fundación. En él se encontraban madre Rosario y tres de las
jóvenes, Paca, Ventura y Felipa, haciendo limpieza y blanqueando lo que
iban pudiendo, para que el resto de la familia se trasladara si las últimas
gestiones que madre Dolores estaba realizando en Madrid terminaban también
en fracaso.
Francisco, responsable de la Casa de Ejercicios desde la muerte del padre
Alonso, los daba a los jóvenes que iban a recibir la ordenación sacerdotal
en las témporas de San Mateo, a finales de septiembre.
¡Qué lejos quedaban ya los que él mismo hiciera, por aquellas fechas, hacía
diecisiete años!
Había llegado la noche, por fin tenía un rato para estar a solas con solo Dios.
La capilla del Tras-Sagrario seguía siendo su lugar preferido. En ella encontraba
un silencio que no había en la iglesia, hasta la que llegaban los ruidos de la
calle.
Allí se arrodillaba ante el altar y, cerrando los ojos, podía sentir la presencia
de Dios en la Eucaristía.

340
Apóstol de Sevilla

Había días en que no decía nada y había días que no sentía nada. Simplemente
se quedaba ahí, arrodillado ante el Sagrario, con la cabeza entre las manos;
descansando en el que todo lo sabe, todo lo comprende, todo lo perdona y
todo lo puede.
Pero también había días, o mejor dicho, noches como la de hoy, en que
hablaba.
Hablaba y hablaba sin parar. Hablaba sin palabras, con pensamientos rápidos
como centellas, que atravesaban su mente e iban a parar a los pies del Señor
en la Eucaristía.
Los corrales, con sus infinitas caras y sus infinitos problemas… Todos con
nombre propio.
En el corral del Conde hoy era Rosita, a la que habían despedido de la fábrica
de tabacos y ahora no podía pagar el corto alquiler e iba a verse obligada a
dormir en la calle con sus hijos. ‘¿Cómo puedo, Señor, anunciarle que Tú
eres buena noticia, si no puede dar de comer a sus hijos?’
En el corral del Negro era Bartolo, Bartolomé, el carbonero, al que una rata
había mordido mientras dormía una noche de borrachera, y que ahora tenía
una infección tan grande que pensaban que pronto moriría, dejando mujer
y cinco hijos. Bueno, tampoco era su mujer, que nunca habían logrado juntar
el dinero necesario para casarse como Dios manda. ‘¿Verdad, Señor, que
Bartolo podrá entrar en tu Casa y cuidarás de la Paca y los niños?’, ‘Señor,
que los niños son hijos tuyos, que Tú sabes que su madre ‘les echó el agua’
al nacer, –‘para que no fuesen moritos, señor Cura’– que se llaman: Bartolo,
como el padre; Paquita, como la madre; Luisa, como la señora casera, que
perdonó un mes por el nacimiento; Joselito, como el zapatero, que no les
cobra nunca; y Francisco, –‘como usted, señor Cura, porque usted nos quiere
de verdad’–, que no sé cómo se enteraron de que yo me llamo Francisco’.
En el corral del Ahorcado eran … ¿cómo se llamaban?... ‘¡Ay, Señor!, que
no me acuerdo de los nombres de esos hombres que vienen como trabajadores
del ferro-carril, pero que Tú y yo sabemos que han venido a soliviantar los
ánimos y favorecer la revolución. Bueno, Señor, como Tú sí te recuerdas sus
nombres, bendícelos y acércalos a Ti; y a mí, ponme en la boca palabras
que lleguen a sus corazones’.
Así, Francisco iba repasando los corrales y a sus habitantes. Después venían
los catequistas, con sus familias. ‘Últimamente, Señor, están teniendo pro-

341
Vida del Padre Tejero

blemas para ir a los corrales. Los aires andan revueltos y, cuando no les
gritan, les tiran piedras. ¡Cuídamelos, Señor!’
1
Luego venían los ejercitandos , jóvenes que pronto recibirían las órdenes.
‘¡Que gocen, Señor, tanto con su ministerio como a mí me has concedido
gozar cada día, cada hora, cada minuto, siendo sacerdote’.
Y, a continuación, la familia…
Primero la de sangre. María Luisa, a la que aún no conocía en persona, en
Dombellas. Y la familia de Fuentes: el tío Teodoro, ya viudo; su prima Rosario
y Millán, con los niños. “Cólmales, Señor, de tus bendiciones y sea completa
su felicidad”.
Después repasaba a los padres y hermanos del Oratorio, el padre Evaristo
en primer lugar, por ser el Prepósito, ‘¡que no le han tocado tiempos fáciles!;
no dejes, Señor, que se deje ahogar por los cuidados materiales’. Después
su hermano y amigo, Cayetano, compañero de noviciados y fatigas; de gran
ayuda siempre, y más ahora, desde que estaba en la Corte, con su protección
sobre la naciente Congregación, ‘Gracias, Señor, por la ayuda que le está
prestando a la madre Dolores; que, gracias a él, no siente tanto la soledad
de estar lejos; concédele, Señor, que sepa educar al futuro rey de España,
y que le ayude a descubrir que lo importante no es ser rey, sino servir al
pueblo’. Y el padre Sánchez Fuentes, que estaba en Constantina, y el padre
Flores, y …
De vez en cuando, Francisco conseguía poner un orden en su oración; pero
eso no sucedía siempre. La mayoría de las veces, “la loca de la casa”, como
llamaba santa Teresa a la imaginación, tomaba las riendas y se hacía la
dueña.
Entonces, las imágenes saltaban de un sitio a otro. Generalmente, la Familia
de la Casa de Arrepentidas entraba ‘a saco’; irrumpían por cualquier hueco
que Francisco dejara abierto y se colaban; primero de una en una, pero muy
pronto las más de setenta jóvenes se habían apoderado de su mente. Traían
sus pequeñas sillas de anea y se iban colocando en su cabeza con sus
labores, sus trajines y sus juegos, preguntándole cuándo iba a volver madre
Dolores de Madrid; hasta que Francisco, a las tantas de la noche, se veía
trasladado a la sala de recreo de San José. labores

1 Ejercitandos: los que practican los ejercicios espirituales.

342
Apóstol de Sevilla

Desde allí le llevaban y traían del confesonario a la sala; de la sala a los


sucios cuchitriles de la Alameda de Hércules donde tanto habían sufrido. De
allí se lo llevaban otra vez al confesonario y del despacho de junto a la portería
1
al del señor Fernández Espino , al que tenían loco con tanta petición de
cambio de convento.

Luego, las muchachas le llevaban al convento del Ángel, en el que estaba


la madre Rosario; y, de nuevo a San José; a la cocina, donde reiteradamente
veía las alacenas vacías de víveres y a madre Manuela diciéndole, con cara
2
de Jesús ante la multitud: ‘¡Dadles vosotros de comer! ’…

Entonces sentía el cansancio del no parar en todo el día y, con gran esfuerzo,
decía a las muchachas que se fueran a descansar, que ya hablaba él con
Dios de eso de la comida, de la vuelta de madre Dolores, del convento y de
todo.

‘Señor, me siento cansado, no tengo muchas fuerzas; Tú lo sabes. Sabes


cómo tengo últimamente el ojo; creo que se me debió infectar, y me parece
que el otro está regular; pero sé que debo seguir en la brecha. También sabes
que las madres y yo estamos puestos del todo en tus manos. Sabemos que
somos los débiles instrumentos que has elegido para una obra que es sólo
tuya; lo que no sé es cuánto podrá durar esta situación; las muchachas y las
madres están siendo muy valientes; pero ‘a pan y agua’ hasta los más fuertes
se debilitan. Sé que la situación política de España no está bien; los religiosos
estamos en el punto de mira; y la pobre Congregación que has querido que
fundáramos no es más que un retoño. Yo le diría a madre Dolores que
volviera; sé que también ella está sufriendo lejos de la Casa y de sus hijas;
pero tanto ella como yo sólo queremos hacer tu voluntad. Si quieres que nos
traslademos al Ángel, envíanos un signo. Si quieres que nos quedemos en
San José… no tienes más que decirlo. Pero, Señor, ¡por favor! indícanos
qué quieres que hagamos.’

Al final, siempre terminaba diciendo: ‘Y, Señor, si lo que quieres es que


sigamos así… Entonces, ¡Bendito seas!, danos fuerza para cumplir tu voluntad
y no buscarnos a nosotros mismos’.

1 José Fernández Espino.


2 Mt. 14, 16

343
Vida del Padre Tejero

En ese punto, su alma recuperaba la tranquilidad y, suavemente, como pluma


flotando sobre nubes de algodón, se sentía seguro y sereno en el regazo de
1
Dios, como niño en brazos de su madre .
Entonces todo lo relativo se relativizaba, quedando sólo Dios como absoluto.
LA ‘SEPTEMBRINA’
Fue difícil aquella tarde rezar las Ave María en San José. Los ruidos que
llegaban desde la calle eran inquietantes. Gritos, golpes e incluso algún que
otro disparo.
Las jóvenes y las religiosas se miraban unas a otras. Algunas cuchicheaban
en voz baja, y las más mayores carraspeaban para que se siguiera con el
rezo.
Por precaución habían cerrado las puertas de la calle antes de rezar, siguiendo
el consejo que el padre Tejero les había dado cuando estuvo a verlas por la
mañana.
No bien hubieron acabado el rezo, escucharon tres toques de campanilla en
la puerta.
– Por la forma de llamar parece que es el Padre.
Dijo madre Ramírez a madre Manuela, que había quedado de responsable
en la Casa de San José desde que madre Rosario había ido al Ángel.
– Asómese, Madre –le respondió ésta. Y, dirigiéndose a madre Salud, le dijo:
– Y usted, Madre, haga el favor de acompañarla.
Así, las dos jóvenes fueron a la puerta.
– ¡Soy yo! –era la voz del Padre–. ¡Abrid!, ¡de prisa!, ¡por el Amor de Dios!
– ¡Ya vamos, Padre!
Francisco escuchó a madre Ramírez gritar hacia adentro: ‘¡Es el Padre!’. En
seguida oyó el correr de los largos pestillos y el ruido de la llave que giraba
abriendo el portichuelo. Al momento entró y dijo:
– ¡Cerrad!, ¡rápido!
Ellas lo hicieron; y viéndole la cara desencajada, le dijeron:
1 Cfr. Sal. 131, 2

344
Apóstol de Sevilla

– Pase, Padre. Madre Manuela y las demás están en el patio de junto a la


iglesia.
Madre Salud le cogió el fardo de cosas que llevaba entre los brazos.
– ¡Déme, Padre, yo se lo llevo!
– ¡Gracias Salud!
En seguida llegaron las demás, que se habían acercado a la portería a los
gritos de Madre Ramírez.
– ¿Qué pasa? –preguntó madre Manuela, en nombre de todas.
– Ha estallado la revolución. Hemos tenido que salir del Oratorio.
– ¿Dónde han ido los demás?
– Todos tienen casa de familiares o amigos, gracias a Dios. Nos hemos
separado, como se hizo en la revolución del cincuenta y cuatro. En el Oratorio
sólo han quedado los Hermanos Navarro, Cano y Vera. A ellos no les harán
nada.
Un murmullo corrió por todos los ángulos del patio. Todas se preguntaban
qué sería ahora del Oratorio y de ellas; porque si a los Filipenses les
perseguían, a ellas no las iban a dejar atrás. Madre Manuela, con una entereza
que admiró a todas, se puso a disponer lo necesario para que se le preparase
al Padre la habitación de la sacristía.
– Entre tanto pase a la sala, Padre, que le van a traer un poco de leche
caliente.
Madre Salud preguntó:
– ¿Llevo el paquete a su habitación?
– No –respondió él–, dáselo a Madre Manuela.
Y, dirigiéndose a ella, le dijo:
– Aquí vienen los papeles más importantes, que he podido coger a toda
velocidad. Y el poco dinero de que yo dispongo. ¡Quédeselo usted!, que no
sabemos lo que va a pasar y en sus manos está más seguro. Si algo pasara,
utilícelo para la Casa.
– ¡Dios no permitirá que le pase nada, Padre!

345
Vida del Padre Tejero

– Nunca se sabe, Manuela, que si no libró a su propio Hijo, ¿quién soy yo


para que me libre? Sólo temo por vosotras. El Oratorio ha pasado muchos
malos tiempos; y si es voluntad de Dios, volveremos a reunirnos cuando Dios
lo vea oportuno. Temo por vosotras, que aún sois una planta tierna.
······························
A la mañana siguiente, resplandeciente domingo de septiembre, una comisión
de la Junta Revolucionaria se presentaba en El Ángel y exigía a madre
Rosario que entregara inmediatamente las llaves y el local.
Sin más remedio que obedecer, hicieron lo ordenado y se volvieron a San
José, de donde les había llegado recado del Padre contándoles lo sucedido
y diciéndoles que no opusieran resistencia, porque sería peor.
Con los pocos enseres que en la casa tenían, se presentaron en San José.
– ¿Dónde está el Padre? –preguntó madre Rosario al entrar.
– En la sacristía –le respondieron.
Iba a encaminarse hacia allá cuando madre Manuela la detuvo:
– Está muy mal, Madre –le dijo–. Cuando esta mañana le hemos llevado el
desayuno estaba de rodillas ante el crucifijo. Tenía la cara hinchada y los
ojos de haber vertido muchas lágrimas. Le he dicho que no se preocupara,
que aquí no le podían hacer nada; y me ha contestado que no le importa lo
que a él le hagan, que lo que le preocupa es lo que hagan con su amado
Oratorio y con nosotras. A mí me han asustado sus palabras. Quería pensar
que no se atreverían a hacer nada en San Felipe; pero al poco rato nos han
llegado noticias de que por ahí se dice que van a expulsar a los Jesuitas y
a los Padres del Oratorio, y que quieren derribar San Felipe.
– ¡No les habrás dicho nada a las demás!, ¿no?
– No, Madre, pero creo que han oído algo, porque por todas partes se ve
que cuchichean y algunas están llorando. Dicen que van a matar a madre
Dolores, que ha habido muertos en Madrid; y tienen miedo.
– Bueno, voy a ver al Padre y luego vemos qué se puede hacer. A lo mejor
hay que mandar a las muchachas con sus familias. Luego hablaremos. De
momento, tranquilízalas y que se ponga cada una a hacer lo suyo. Pase lo
que pase, tenemos unas tareas que hacer y unos estudios que continuar. El
orden de la Casa debe seguir, como si no pasara nada. Cuando haya que
irse ya veremos.

346
Apóstol de Sevilla

– Pero creo que ninguna se quiere ir.


– Me alegra que me digas eso. Recemos a Dios para que así sea.
Madre Manuela se dio media vuelta, para procurar que se cumpliera lo que
madre Rosario había dicho, cuando a sus espaldas escuchó la voz de Rosario:
– Manuela, Dios te bendiga, gracias por todo.
Madre Manuela sintió un estremecimiento por todo el cuerpo y notó que dos
pequeñas lágrimas brotaban de sus ojos, que hasta ese momento se habían
mantenido secos. Volvió la cabeza y sonrió a madre Rosario, que ya
encaminaba sus pasos hacia la sacristía.
······························
Fueron días de locura. Los Filipenses, como iban pudiendo, sacaron de San
Felipe cuantos objetos de valor pudieron. Algunos devotos y conocidos les
ayudaban. Muchas cosas fueron a San José.
Los familiares de algunas de las jóvenes se acercaron por San José para
llevárselas, porque los rumores eran cada vez mayores y por todas partes
se decía que iban a expulsar a los Filipenses y a los Jesuitas a Gibraltar.
Pronto el dolor tan intenso debilitó las fuerzas de Francisco; la infección de
los ojos se le agravó y se vio obligado a permanecer en cama.
Madre Rosario procuraba que no se quedara mucho tiempo solo, y las
muchachas y las madres se turnaban para quedarse junto a él.
– ¡Madre Rosario!, que dicen que dentro de una hora sale un correo.
¿Escribimos a Madre Dolores?
– ¡Por supuesto! ¡Decidle que vuelva cuanto antes!
Queridísima Madre mía:
Apenas hemos sabido que hay un correo, aunque es tarde no queremos
esperar a mañana para darle algunas noticias, si bien por desgracia
son tristísimas. Resígnese usted, Madre mía, Dios nos visita con la
tribulación. Ya sabrá usted que ha estallado la revolución.
– No pongas eso, que ya lo sabe.
Madre Manuela estaba junto a madre Salud mientras ésta escribía.
– Ya lo he puesto… ¿lo tacho?

347
Vida del Padre Tejero

No, déjalo, que hay prisa. Pero cuéntale sólo lo que ha pasado aquí, que no
podemos perder tiempo.
– Vale.
… Hoy se presentó en San Felipe una comisión de la Junta
Revolucionaria para entrarse en el local, que destinan para cuartel.
El Padre tiene muy mal la vista. Se está quedando en la Sacristía.
Está triste como es consiguiente; y nosotras apuradas de verlo sufrir.
– Dile lo de Gibraltar.
– ¡Ya voy!..
Estamos siempre temiendo que vengan a inquietarnos porque malos
rumores …
¿Qué será de nuestra Casa? Por Dios, Madre, véngase usted pronto,
si le es posible, a estar con sus hijas, pues tememos también mucho
por usted.
Según dicen aquí también en esa se han pronunciado.
Dos gruesos lagrimones cayeron sobre el papel,
…No puedo escribir más, ya ve usted que lo que llevo apenas se
entiende, pues estoy que no sé lo que hago.
Escríbanos usted en seguida y no dude del cariño de sus hijas, que
ahora más que nunca desean tenerla a su lado.
– Déjame que siga yo –dijo madre Manuela dándole un pañuelo para que
enjugara sus lágrimas.
– Vale, sólo déjame firmar.
Con mano temblorosa escribió su nombre: “María de la Salud” y le entregó
pluma y papel.
Mi queridísima Madre:
Ya ves por Sor María la desgracia que nos rodea. Por consiguiente
sólo nos puede hoy consolar una cosa y esa es tu venida. ¡Por Dios!,
no la demores pues es el único consuelo de tus hijas…
······························

348
Apóstol de Sevilla

"Junta revolucionaria"

– ¡Ave María Purísima! ¿Se puede?


El padre Prepósito, que venía sin sotana, tenía cara de cansado. Parecía no
haber dormido desde hacía una semana.
– Claro, Padre –le dijo madre Rosario–, pase. Parece usted muy cansado.
¿Quiere que le preparemos un vasito de agua de limón?
– Gracias Madre, pero antes tengo que ver al Padre Tejero. ¿Está en la
sacristía?
– Sí, lleva dos días que ya no ve nada y ha tenido que guardar cama. A ver
si con usted se tranquiliza un poco y consigue dormir algo.
– Me parece que eso va a ser imposible. Esta noche nos embarcan en el
vapor rumbo a Gibraltar. Como verá, nos obligan a vestir como seglares.

349
Vida del Padre Tejero

Hemos dicho que el Padre Tejero está enfermo; pero nos han dicho que si
no se presenta esta noche en el puerto se considerará desacato y traición.
Madre Rosario sintió que el corazón se le rompía; pero tenía que mantenerse
fuerte.
Acompañó al sacerdote a la sacristía y se puso a disponerlo todo. Había que
preparar un equipaje para el Padre y algún dinero y comida.
······························
– ¿Qué pasa?
Preguntó madre Manuela a Isabel, que había acompañado a madre Rosario
a comprar una capa para el padre Tejero y que, en ese momento entraba por
la puerta, blanca como la nieve, sola y sin capa.
– ¡Madre Rosario se ha caído!
– ¿Cómo? –Manuela no daba crédito a lo que escuchaba.
– Íbamos por la calle de los Mármoles cuando ha tropezado y se ha caído.
La han sentado en una silla mientras yo me volvía a pedir ayuda.
– ¡Virgen Santa!, lo que nos faltaba. ¿Está muy mal?
– No sé, le duele mucho. He pedido que llamaran al doctor; pero luego me
he venido.
– ¡Vale!, busca a madre Ramírez, que anda por la clase de costura y dile que
te acompañe.
La joven entraba, cuando escuchó a sus espaldas:
– Y, ¡por favor!, no digas nada de lo que pasa; que ya hay bastante con lo
que tenemos. Que el Padre no se entere.
– Vale, Madre.
Manuela sabía que Isabel era de fiar; llevaba en la Casa desde el año sesenta
y era casi como una de las madres, no diría nada.
‘Ahora tengo que mandar a alguien por la capa’, pensó.
DESTERRADO
– Que dice el Padre que vayan todas las Madres a la sacristía.

350
Apóstol de Sevilla

– Voy. Gracias Dolorcitas.


En silencio, una a una, fueron entrando en la sacristía; donde ya se encontraban
el padre Tejero, madre Rosario y madre Manuela.
Cuando todas estuvieron reunidas, madre Rosario dijo:
– Cuando quiera, Padre.
Francisco se santiguó y con él todas las madres y auxiliares, que en número
de quince –dieciséis con madre Dolores que estaba en Madrid– formaban
la Congregación.
– Mis muy queridas hijas –dijo, realizando un gran esfuerzo para que no
notaran su sufrimiento y su debilidad y no hacerles más doloroso el momento.
Todas escuchaban atentas. Él continuó.
– Sabéis que la Junta Revolucionaria nos expulsa de España, y tengo que
partir hacia Gibraltar en el vapor que sale al anochecer. Como a Jesús aquel
Viernes Santo, hoy nos toca aceptar la cruz con que Dios nos bendice. El
separarme de vosotras me rompe el alma; sobre todo porque no sabemos
qué va a pasar, y Madre Dolores se encuentra en Madrid, sin poder regresar
porque las tropas tienen interceptado el camino.
Todas le miraban en silencio mientras enjugaban silenciosas lágrimas que
rodaban por sus mejillas.
Él continuó:
– A Madre Rosario y a Madre Manuela les he hecho entrega de los cortos
recursos que en mi bolsillo tenía. No sé cuando permitirá Dios que podamos
1
volver a vernos, ni siquiera sé si lo va a permitir. De cualquier modo que sea ,
no olvidéis lo que comprendéis es conforme con el espíritu que nos ha reunido,
para que por ningún concepto, en estos días de tribulación, se bastardee la
obra y sintáis detrimento en vuestras almas.
Todas asintieron unánimemente y Rosario hizo de portavoz:
– Usted sabe, Padre, que cuenta con nosotras. No vamos a dejar que nada
ni nadie nos separe de la llamada que Dios nos ha hecho.
– No olvidéis la humildad que os tengo tan recomendada –continuó él–, para

1 Cfr. Carta del Padre Tejero a las Religiosas Filipenses. Cádiz, 4 de octubre de 1868.

351
Vida del Padre Tejero

que no veáis más que vuestras propias faltas. Ni la paciencia para disimular
mutuamente vuestros propios defectos. Y recordar que la caridad es lo mayor
de todo. Que es benigna para ayudaros unas a otras con las palabras y con
el ejemplo. Sabéis que estas son las tres bases principales de esta santa
casa. No os descuidéis con el silencio, y sed vosotras las primeras en
guardarlo, pues bien sabéis que como anda el silencio anda el espíritu, y
casi todos los males principian por la falta de observancia en este punto.
Las cabezas de unas y otras bajaban y subían según el Padre hablaba,
indicando a las claras cuál era el defecto que cada una tenía que procurar
corregir mientras él faltara.
– Ya he dado órdenes a Madre Rosario y Madre Manuela sobre el orden que
habéis de llevar durante mi ausencia; y a quién debéis recurrir en caso de
necesidad imperiosa. Pero todas debéis procurar que la Casa marche bien,
1
y para ello, os encargo puntualidad al coro , donde se debe procurar mucho
que todas asistan y hagan con espíritu y recogimiento las prácticas de
devoción que hay establecidas. También os encargo que seáis muy comedidas
y circunspectas con las personas de fuera, aunque sean eclesiásticas. Nada
de bromas, ni palabras inútiles, ni perder tiempo, particularmente en la portería;
pues como también os he enseñado, por la muestra se saca el paño; es
decir, por el trato con cualquiera de vosotras deducen lo que es toda la
Congregación; y conviene que los que os traten no vean ni oigan ninguna
cosa que les choque, sino por el contrario, salgan edificados con vuestra
buena y breve conversación y laudable ejemplo.
Las fuerzas le faltaban y le iba costando hablar. Pero todavía les tenía que
decir algo más, por lo que hizo un último esfuerzo para continuar.
– Hijas mías, no os descuidéis en nada de lo que tantas veces tengo repetido,
para que yo no vea después males irreparables que trastornen la obra.
Predicad siempre con el ejemplo y sed fieles a la voluntad de Dios.
Madre Rosario le tomó de la mano y le ayudó a sentarse, diciendo:
– Hermanas, dejemos descansar al Padre antes de su partida.
······························
Poco antes de anochecer, pasó a la iglesia, donde se postró ante el Sagrario
y puso a todas bajo el amparo y protección de Jesús y de María. Nuevamente
1Coro: Sitio o lugar de los conventos de monjas en que se reúnen para asistir a los oficios y demás
prácticas devotas. (Diccionario RAE)

352
Apóstol de Sevilla

ofreció al Señor para que su sacrificio redundara en bien de todas aquellas


mujeres que, a su voz, se habían reunido para caminar juntas hacia la patria
del cielo.
Tocaban las campanas al Ave María cuando a la puerta de San José llegaban
dos miembros de la Junta Revolucionaria buscando al padre Tejero.
Éste, con los ojos vendados y sin poder hablar porque la pena le embargaba,
salió camino del destierro.
Viendo uno de aquellos hombres que Francisco no podía caminar sino con
gran trabajo, le cedió su carruaje, en el que fue conducido hasta el puerto.
Una vez allí, el mismo caballero revolucionario le tomó de la mano y le
acompañó hasta dejarlo sentado en el camarote del barco.
······························
– ¿El Padre Tejero?
Francisco levantó la cabeza, que tenía apoyada en los brazos echado sobre
la mesa del camarote, y se descubrió los ojos diciendo:
– Yo soy.
Era uno de los marineros, que traía algo en la mano; pero Francisco no podía
distinguir bien qué era.
– Acaba de acercarse un caballero y ha preguntado si usted estaba en el
barco. Al decirle que sí me ha hecho entrega de este sobre y esta bolsa para
usted.
Le dio los dos objetos y se giró para subir nuevamente a la cubierta, cuando
el padre Tejero le pidió:
– ¿Podría leerme la carta?
– No señor, que no sé leer –dijo–. Pero en cubierta hay algunos señores que
son clérigos como usted. Si quiere digo a alguno que venga.
– Se lo agradeceré.
Francisco había notado que en la bolsa había dinero y pidió a Dios que
bendijera a aquella alma caritativa que se preocupaba del que no tenía nada
y a aquel buen marinero que no se había quedado con el dinero de un pobre
condenado al exilio.

353
Vida del Padre Tejero

Al poco sintió que alguien entraba.


– ¡Francisco! ¡En cuanto me han dicho que había un cura medio ciego que
quería que le leyeran una carta he sabido que eras tú! ¡Bendito sea Dios que
estás aquí!, si no, habrían sido capaces de matarte.
Era el padre Joaquín García, que estrechó a Francisco en un fuerte abrazo.
······························
Tras dos días de viaje por el río llegaron a la desembocadura del Guadalquivir.
¡Qué distinto era este viaje de aquel de 1866, en que por primera vez viera
el mar!
Para colmo, la mar estaba embravecida y el oleaje movía el barco con tal
fuerza que Francisco, completamente mareado y ciego, se vio obligado a
subir a la cubierta, donde, entre vómitos y echado en el suelo como un fardo,
lloraba amargamente; sin que los padres Jesuitas ni sus hermanos del Oratorio
pudieran hacer nada por él.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

354

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