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Historia cultural
La historia cultural aborda el estudio de las representaciones y los imaginarios junto
con el de las prácticas sociales que los producen; también se ocupa por los modos de
circulación de los objetos culturales, tal como lo expresa uno de sus principales
cultores, Roger Chartier. En esta historia, nuevas categorías como las de experiencia o
representación permiten captar la mediación simbólica, es decir, la práctica a través de
la cual los individuos aprehenden y organizan significativamente la realidad social.
El análisis del discurso fue empleado localmente entre otros por Noemí Goldman y
Jorge Myers. La revista Prismas, editada por la Universidad Nacional de Quilmes,
constituye actualmente el mejor ejemplo del tratamiento que en nuestro medio recibe la
historia intelectual, representada por Oscar Terán, Jorge Dotti y Elías Palti, entre
otros.
http://www.historiacultural.net/hist_rev_bruno.htm
Paula Bruno
I. Introducción
El objetivo del siguiente trabajo es revisar algunas cuestiones vinculadas con la
historia cultural, para lo cual focalizamos la atención en su historicidad, en sus
vertientes más destacadas y en sus rasgos particulares y distintivos.
El texto se abre con algunas consideraciones generales acerca del concepto de “cultura”, con
la intención de evidenciar la pluralidad de significados que puede denotar el concepto en
cuestión y tomar distancia de la naturalización de su significado.
La primera etapa que describimos –de comienzos del siglo XIX a 1930, aproximadamente- se
caracteriza por el predominio de una concepción de la historia muy ligada a los ámbitos del
poder, cuyos relatos ponen el acento en la historia de carácter excluyentemente político. La
segunda etapa –desde la segunda posguerra hasta la década de 1980- tiene como rasgo
característico la preponderancia de explicaciones históricas que apuntan a dar prioridad a lo
sociocultural y lo económico. Por último, presentamos una tercera etapa -que llega hasta
nuestros días-, cuyo rasgo central es la de presentar un gran abanico de perspectivas posibles
a la hora de concretar y de difundir los estudios históricos referidos a la cultura.
Mientras realizamos esta exploración, procuramos evidenciar cómo las distintas acepciones del
concepto de cultura y sus recepciones variadas en diferentes contextos de producción
incidieron en el ámbito de la configuración de los conocimientos históricos.
Asumir esta noción condujo, por mucho tiempo, a concretar una historia cultural que se traducía
en una historia de elites o de grupos dirigentes. Todas las manifestaciones provenientes de los
otros sectores de la población quedaban en un segundo plano siendo consideradas parte de un
todo amorfo que no merecía ser abordado en forma sistemática ni analítica.
Este concepto tradicional de cultura comenzó a ser cuestionado desde distintos ángulos, en el
contexto europeo, en el escenario de la segunda posguerra. Desde las diferentes disciplinas
sociales se empezó a prestar mayor atención a las expresiones de carácter cultural de los
múltiples y heterogéneos segmentos que configuran sociedades complejas.
Esta actitud de apertura se relacionó estrechamente con los avances que tuvieron lugar en el
campo de la antropología, en tanto disciplina social , y también con la difusión de las
producciones historiográficas de la corriente de historiadores marxistas ingleses –como Edward
P. Thompson, Eric Hobsbawm y Christopher Hill-. Desde la perspectiva sostenida por estos
últimos, se hacía necesario prestar atención a la historia de "los de abajo", a sus acciones, a
sus representaciones y a sus prácticas. Por tanto, la cultura de estos sectores, anteriormente
excluidos del escenario, se convirtió en un objeto de estudio privilegiado dentro del campo de
sus análisis y de los de un número significativo de historiadores .
Asumiendo esta perspectiva, la cultura dejó de ser patrimonio exclusivo de un sector social y
pasó a ser acervo de la sociedad toda, es decir, un elemento que configura las identidades
colectivas. Así, se ha asumido que la cultura es constitutiva de la sociedad en su conjunto,
pese a que cada uno de los sectores que la componen puede contar con sus propias lógicas
culturales.
Considerando este paisaje ampliado de objetos de estudio -que abarcan desde las prácticas
más cotidianas hasta las creencias más inconscientes- que los historiadores culturales transitan
actualmente, decidimos hacer hincapié en esta exposición en uno de los objetos que ocupará –
y ocupa- un rol central en los cambios protagonizados por la historia cultural: las ideas.
Complementariamente, realizamos algunas referencias a otro objeto destacado: las imágenes,
con el fin de visualizar cierto registro compartido de transformaciones. La elección de estos
elementos encuentra su fundamento en un principio: ambos elementos se nos presentan como
actividades inherentes a la humanidad y son manifestaciones distintivas de la misma.
Diversos historiadores señalan que la Historia nació con la pretensión de legitimar el poder, y
muchos de ellos sostienen que durante la Edad Media, quienes detentaban el dominio eran
conscientes de la necesidad de una propaganda activa, que supo anclar sus argumentos en el
pasado . Esta hipótesis puede ser tenida por válida si consideramos que los señores feudales
de la Edad Media buscaban legitimar y justificar su posición jerárquica con argumentaciones
históricas, es decir, con artilugios discursivos que se remontaban al pasado.
Así, en torno al siglo XV, cuando se estaban delineando los Estados con características
nacionales , surgieron los “historiadores oficiales”, y los relatos históricos se convirtieron en
auxiliares primordiales del poder, ya que se encontraban al servicio de las monarquías
absolutistas y sus necesidades de consolidarse y mantenerse en el poder.
puesta en cuestión la forma predominante de escribir la historia. Así, a mediados del siglo XVIII
irrumpieron estudios históricos producidos por intelectuales de distintos lugares de Europa, que
intentaban centrar su atención en un objeto que estuviera más allá de la guerra y la política,
célebres. Entre estos personajes se recorta el perfil de Voltaire, quien sostuvo, casi como un
sus cortes; prioridad que concretó en su Ensayo sobre la historia general y sobre las
costumbres y el espíritu de las naciones (1756). Pueden mencionarse como inscriptas dentro
de esta tendencia la obra principal del filósofo napolitano Giambattista Vico, Principios de
ciencia nueva en torno a la naturaleza común de las naciones (1725), además de Decadencia y
caída del Imperio Romano (1776-1788), del historiador británico Edward Gibbon.
Fue en este momento cuando cristalizaron las características de la primera etapa que nos
interesa describir. En el modelo que se convirtió en válido, toda historia que no fuera política
quedaba absolutamente excluida, y se marginaban las temáticas sociales, económicas y
culturales.
Otro rasgo distintivo de esta forma de hacer la Historia es que estaba absolutamente
impregnada del paradigma historicista, que contaba con algunos rasgos vecinos al positivismo,
que estaba atravesando por un momento de indiscutible apogeo. Así, se pretendía transportar
al dominio de las Ciencias Humanas y Sociales los métodos de las Ciencias Experimentales,
intentando ordenar el pasado como una serie de acontecimientos que formaban una cadena de
causalidad continua. De este modo se consolidó el formato de relato histórico que hacía
hincapié en las “causas” y las “consecuencias” .
Por otra parte, los formatos de presentación de esta historia preminentemente política eran de
carácter narrativo, descriptivo y cronológico; por lo tanto, los acontecimientos políticos –tales
como sucesiones monárquicas, tratados, fracturas inter-dinásticas, relaciones entre poderes
rivales, entre otros- asumían una relevancia indiscutida. Además de los hechos políticos, los
acontecimientos militares se convertían, por su articulación clara con los avatares del mundo de
la política, en tópicos recurrentes, y así se organizaban detalladas galerías de personalidades,
próceres y epopeyas.
El formato de los relatos históricos del período respondía a aquella conocida tripartición de
vida, obra y legado de los hombres célebres. En ella, los grandes hombres políticos y militares
contaban con un lugar privilegiado y excluyente.
En relación a las fuentes, a los documentos utilizados por los historiadores para concretar sus
investigaciones, predominaban los oficiales, los materiales producidos por las administraciones
estatales y eclesiásticas. Por lo tanto, la utilización de fuentes no escritas era casi inexistente y
las voces de amplios sectores de la sociedad quedaban fuera de la historia. Simultáneamente,
dada la exclusión total de los procesos históricos desenvueltos por fuera de la política, es decir,
los fenómenos relacionados con las diversas esferas de acción de la vida humana, quedaban
absolutamente desligados de los aspectos que podían echar luz acerca de las formas de vida
del grueso de la población.
En esta primera etapa, el desarrollo de una historia de las ideas y de una historia de las
imágenes contaba con un desenvolvimiento apenas incipiente que se traducía en una
producción historiográfica fragmentaria y escasamente difundida.
En lo que respecta a la historia de las ideas, ésta se limitaba a las ideas políticas, rastreándose,
dentro de un análisis superficial de las tradiciones intelectuales, solamente las influencias de
ciertos pensadores políticos en otros hasta alcanzar una cadena de influencias que se
retrotraía hasta los pensadores de la época clásica .
Esta historia de las ideas partía del supuesto de que las obras de los pensadores eran
cristalizaciones de sistemas de ideas claros y sistemáticos y que, por lo tanto, eran
manifestaciones transparentes de las intenciones de los autores. Entre las figuras destacadas
de esta tendencia pueden mencionarse Benedetto Croce – y sus trabajos Ensayos sobre la
literatura italiana de 1600 (1911) y Anécdotas y perfiles del "Settecento" (1914), entre otros- y
Friedrich Meinecke –entre cuyas obras se destaca El historicismo y su génesis (1936)-.
Este tipo de concepción adquiría una evidencia clara en los ámbitos de exposición de las
producciones artísticas, como los museos, que en este período eran grandes recintos de saber
estático .
Los fundadores de esta corriente historiográfica, Marc Bloch y Lucien Febvre, pretendieron dar
forma a un nuevo género de historia que debía desprenderse absolutamente de las
características de la historia decimonónica, es decir de la historia narrativa íntimamente
vinculada a la legitimación del Estado y de los ámbitos del poder.
El movimiento de Annales se propuso derribar a tres ídolos a los que rendían culto los
historiadores del siglo XIX: el “ídolo político”, el “ídolo individual” y el “ídolo cronológico”. El
modelo de Historia profesional propuesto por los miembros de esta corriente se presentó
prácticamente como una oposición sistemática a todos los principios de la historiografía
decimonónica. Mientras que esta última ponía el acento, como hemos visto, en la historia de
carácter político, la escuela de Annales enfatizaba en sus estudios lo relacionado con la esfera
económica y la social. En correspondencia con esta elección, mientras que para los
historiadores del siglo XIX era el objeto de preferencia el hombre célebre, en tanto político o
militar, para los annalistas los sujetos de la Historia deben buscarse en las fuerzas colectivas
de la sociedad. El acontecimiento era la medida temporal elegida por los historiadores
profesionales del siglo diecinueve, mientras que los procesos de media y larga duración
llamaron la atención de los historiadores franceses. Por último, mientras que la forma de los
relatos históricos decimonónicos respondía a la descripción y a la narración cronológica de
hechos, los estudios históricos realizados por los miembros de Annales están orientados y
articulados en torno a problemas.
La segunda etapa en lo que concierne a la historia de las ideas y de las imágenes que
decidimos destacar está estrechamente relacionada con el surgimiento y la consolidación de
esta corriente historiográfica francesa. Como hemos señalado, los fundadores de Annales
bregaron por darle un giro radical a las formas vigentes de concebir la disciplina histórica desde
el siglo XIX.
Esta nueva concepción historiográfica se reflejó en una apertura de la serie de posibles objetos
de estudio. A los fines de concretar la ruptura con el predominio de un objeto histórico de
carácter individualista y político, los miembros de las distintas generaciones del movimiento se
lanzaron a rastrear nuevos objetos. El producto de esta operación son los estudios de historia
global, de demografía histórica, de historia de los imaginarios, de psicología histórica y de
historia serial, donde se evidencia una pluralidad de objetos teóricos tales como la muerte, la
vejez, la miseria, las experiencias vitales de los diversos sujetos históricos, los intelectuales, los
niños, diversas prácticas culturales (carnavales, rituales, etc.), entre otros.
Tanto la influencia de la escuela de los Annales como las relaciones establecidas entre la
Historia y el resto de las disciplinas sociales a lo largo del siglo XX produjeron grandes cambios
en lo que concierne a las formas de abordaje de objetos como las ideas y las imágenes.
Lo que anteriormente describimos como una historia de las ideas políticas, se convirtió, bajo la
influencia de destacados historiadores franceses, en la denominada historia de las
mentalidades . Esta nueva forma de abordaje desplazó el foco para comenzar a reparar en los
pensamientos colectivos, es decir en las representaciones compartidas por todos los hombres y
las mujeres de una misma sociedad, los puntos en común, las convergencias. Se comenzó a
llamar, además, la atención sobre cuestiones relacionadas con la psicología histórica y, por
tanto, comenzaron a considerarse las conductas y las actitudes difundidas en los diversos
grupos sociales, así como los ámbitos de lo inconsciente y de lo intencional. Por lo tanto, se
comenzaron a enfocar prioritariamente las percepciones, los procesos de pensamiento
cotidianos y las ideas implícitas de las representaciones colectivas .
La consigna difundida por la historia de las mentalidades giraba en torno a captar el clima de
ideas de una determinada época. Los fundadores de la tradición de Annales escribieron
destacadas obras que pueden considerarse arquetípicas de la vertiente de histoire des
mentalités. Marc Bloch ya en 1924 publicó su obra titulada Los reyes taumaturgos. Estudio
sobre el carácter sobrenatural atribuido al poder de los reyes particularmente en Francia e
Inglaterra, y Lucien Febvre, hacia 1952, dio a conocer su estudio clásico llamado El problema
de la incredulidad en la época de Rabelais. Por otra parte, otros historiadores de generaciones
posteriores de esta tradición incursionaron en el terreno de las mentalidades, entre ellos se
destacan los medievalistas Jacques Le Goff –quien publicó diversos aportes acerca los
imaginarios compartidos por los hombres medievales, entre los que sobresale su obra El
nacimiento del purgatorio (1981)- y Georges Duby –cuya obra más difundida vinculada a la
historia de las mentalidades es Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo (1978)- .
En lo que respecta a la historia de las imágenes, puede sostenerse que de una historia
tradicional del arte se pasó a una historia social del arte fuertemente influenciada por las
corrientes provenientes de la denominada estética de la recepción . De este modo, se
empezaron a considerar los elementos de los contextos de producción, circulación y consumo
de las obras, se comenzó a considerar la historia de los efectos de determinada obra en la
sociedad, tomando en cuenta el rol de los espectadores como personajes activos que pueden
reinterpretar y resignificar una obra en función de su experiencia. Dos de las obras más
difundidas dentro de esta tendencia, aunque con características distintas, son Historia Social
de la Literatura y el Arte de Arnold Hauser (publicada por primera vez en 1951) y Pintura y
experiencia en la Italia del siglo XV (1972) de Michael Baxandall.
Actualmente, las imágenes de caos, crisis y pluralismo son recurrentes a la hora de analizar el
campo de la historiografía . El escenario configurado suscita diversos juicios, pero por lo
general se presenta el panorama como desordenado, inorgánico y fragmentario; en su interior,
las Ciencias Sociales transitan un estado de confusión metodológica y teórica traducido en una
sensación de pluralismo desmesurado .
Tal vez este hecho deba atribuirse a la ausencia de paradigmas historiográficos hegemónicos
que señalen los caminos a seguir -metodología, teoría y definición del objeto- en las últimas
décadas, que sean capaces de organizar la colección de tendencias configuradas en la nueva
historiografía , como habían sido, entre 1940 y 1980, Annales y otras corrientes de explicación
global, como el estructuralismo y el marxismo.
Ante la configuración de una apariencia crítica de la Historia, provocada por la caducidad de los
que eran considerados paradigmas totalizantes, resurgieron antiguas tensiones e
incertidumbres. Teniendo en cuenta esta realidad es de esperar que, en estos momentos de
indefinición en el campo de la disciplina histórica, aflore una multiplicidad de tendencias que
intentan imponerse definiendo sus objetos y sus metodologías, y que los historiadores actuales,
insertos en este clima, se encuentren una vez más en la necesidad de optar por una gran
variedad de caminos a seguir.
El problema del objeto radica en que las ideas pueden considerarse de formas
múltiples, definidas como simples abstracciones, existentes sólo desde el
momento de su encarnación o materialización, productos de individualidades,
expresiones colectivas, parte de sistemas formales de pensamiento,
construcciones conscientes y autónomas o reflejos de condiciones materiales,
por mencionar sólo algunas posibilidades.
De este modo vemos cómo hoy se configuró un escenario en el que los debates y la variedad
de ópticas conviven con cierta indefinición y yuxtaposición de enfoques. Prueba de ello es la
aparición de obras de carácter histórico en las que emergen distintas influencias provenientes
de otras disciplinas, como la lingüística, la antropología cultural y los aportes provenientes del
denominado giro lingüístico o desafío semiótico , entre otros. A continuación describimos tres
tendencias destacadas que se inscriben en el amplio marco de los abordajes de historia de la
cultura contemporáneos: la historia intelectual en su versión anglosajona, la nueva historia
cultural en su vertiente francesa y la microhistoria, vinculada estrechamente con la
historiografía italiana.
En lo que respecta al escenario francés y la nueva historia cultural, debe destacarse la labor de
Roger Chartier, quien encarna el proyecto de pasar “desde la historia social de la cultura a la
historia cultural de la sociedad” . El historiador propone realizar una historia de las
representaciones colectivas del mundo cultural. De este modo, la exploración de la cultura
actúa como una entrada para responder preguntas sobre la sociedad, y la interpretación de la
misma se concreta por el medio del análisis de las representaciones, que muestran las formas
en las que el mundo es dotado de sentido por los individuos y los grupos. El objeto de la
historia cultural, tal como lo define Chartier, es el estudio de la articulación entre las obras
producidas dentro del espacio particular de la producción cultural y el contacto de éstas con el
mundo social, donde son llenadas de sentidos dados por las prácticas . Este historiador expuso
y manifestó en forma sistemática sus intenciones teóricas y metodológicas en una serie de
escritos producidos entre 1982 y 1990 reunidos en El mundo como representación. Historia
cultural: entre práctica y representación.
También dentro del ámbito francés se destaca la tarea de la historiadora Natalie Zemon Davis.
Entre las obras de esta autora se destacan Sociedad y Cultura en la Francia moderna (1975) y
Ficción en los archivos (1987). A lo largo de sus producciones, lleva a cabo una reconstrucción
histórica que intenta alejarse de todo tipo de determinismo mecanicista y de abstracta
generalización. Para realizar esta empresa utiliza diversos procedimientos metodológicos, entre
los que se destaca el de la imaginación histórica, principio que apunta a lograr una
interpretación allí donde la documentación del proceso a estudiar sea exigua. Así, esta
historiadora, cuando no cuenta con fuentes que le permitan rastrear la situación que le
compete, utiliza materiales que le dan información sobre el contexto. La reconstrucción
contextual actúa como dadora de significados probables, y permite visualizar una gama de
posibilidades entre las que debe optar el historiador. La elección de una posibilidad en
detrimento de otras es la que trazará el camino a seguir a la hora de dar una interpretación
sobre los procesos estudiados.
Otra vertiente historiográfica consolidada en las últimas décadas, sobre todo en el marco de la
historiografía italiana, es la denominada microhistoria . En líneas muy generales, puede
sostenerse que esta apuesta historiográfica apunta a una reducción de la escala de
observación a la hora de realizar una investigación. El objetivo principal de esta forma de
abordaje es obtener información acerca de cómo los hombres y las mujeres, insertos en
determinado contexto espacial y temporal, experimentaron sus condiciones de vida, es decir,
se intenta rastrear las características y la dinámica de las experiencias vitales de determinados
actores históricos. Las dos obras más destacadas dentro de esta vertiente son El queso y los
gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI (1976) de Carlo Ginzburg, y La herencia
inmaterial. La historia de un exorcista piamontés del siglo XVII (1985) de Giovanni Levi.
El itinerario recorrido a lo largo de este escrito nos posiciona ante una especie
de mapa que presenta las coordenadas generales para aproximarse a los
rasgos de la historia cultural. Las diversas etapas historiográficas presentadas
evidencian las transformaciones sufridas por las formas de hacer la Historia y
las repercusiones de las mimas en las formas de concebir y de analizar las
manifestaciones culturales. Simultáneamente, viabilizan la comprensión de los
vínculos existentes entre las definiciones variantes del concepto de cultura y su
incorporación a los análisis encuadrados en las Ciencias Sociales,
especialmente en la disciplina histórica.
Joyce Appleby, Lynn Hunt y Margaret Jacob, La verdad sobre la Historia, Barcelona, Andrés
Bello, 1999.
Guy Bourdé y Hervé Martin, Las escuelas históricas, Madrid, AKAL, 1992.
Peter Burke (ed.), Formas de hacer la Historia, Madrid, Alianza Editorial, 1996.
Peter Burke, Sogni, gesti, beffe. Saggi di storia culturale, Bolonia, Il Mulino,
2000.
Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad,
México, Grijalbo, 1989.
Clifford Geertz Tras los hechos. Dos países, cuatro décadas y un antropólogo, Barcelona,
Paidós, 1993, capítulo 3: “Culturas”, pp. 51-70.
Carlo Ginzburg, Mitos, emblemas, indicios, Barcelona, Gedisa, 1989.
Carlo Ginzburg, Rapporti di forza. Storia, retorica, prova, Milán, Feltrinelli, 2000.
Jacques Le Goff y Pierre Nora, Hacer la Historia, vol. I: Nuevos problemas, vol. II: Nuevos
enfoques, vol. III: Nuevos temas, Barcelona, Laia, 1985. (1974).
Hilda Sabato, “La historia intelectual y sus límites”, en Punto de Vista, a. IX, nº
28, noviembre 1986, pp. 27-31.
Sobre este tema puede consultarse Joyce Appleby, Lynn Hunt y Margaret
Jacob, La verdad sobre la Historia. Barcelona, Andrés Bello, 1999.
Sobre este tema, véase Perry Anderson, El Estado absolutista, México, Siglo XXI, 1996.
Un estudio clásico sobre los historiadores del siglo XIX es George Gooch,
Historia e historiadores en el siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica,
1977.
Para un detallado análisis acerca de los cambios epistemológicos por los que
transitaron las Ciencias Sociales, véase Gregorio Klimovsky y Cecilia Hidalgo,
La inexplicable sociedad. Cuestiones de epistemología de las Ciencias
Sociales, Buenos Aires, A-Z editora, 1998.
Una descripción sobre la historia de las ideas políticas en el siglo XIX puede encontrarse en
Jacques Julliard. “La política”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora, Hacer la Historia, vol. II:
Nuevos enfoques, Barcelona, Laia, 1985, pp.237-257.
Véase Henry Zerner, “El arte”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora, Hacer la Historia, vol. II:
Nuevos enfoques. Barcelona, Laia, 1985, pp. 191-209.
Para un análisis de la historia de las mentalidades véase Roger Chartier, “Historia intelectual e
historia de las mentalidades. Trayectorias y preguntas”, en Id., El mundo como representación.
Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa, 1999, pp. 13-44 y Jacques
Le Goff, “Las mentalidades, una historia ambigua”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora. Hacer la
Historia, vol. III: Nuevos temas, Barcelona, Laia, 1985, pp. 81-98.
Cfr. Roger Chartier. “El mundo como representación”, en Id., El mundo como representación.
Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa, 1999, pp. 45-62.
Los artículos reunidos en Peter Burke (ed.), Formas de hacer Historia, Madrid,
Alianza Editorial, 1996, presentan un panorama general acerca de las
características de diversas corrientes historiográficas actuales.
Cfr. Hilda Sabato, “La historia intelectual y sus límites”, en Punto de Vista, a. IX, nº 28,
noviembre 1986, pp. 27-31.
Para un estudio sobre el tema, véase Elías Palti, Giro lingüístico e historia
intelectual, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1998.
Cfr. Roger Chartier, “El mundo como representación”, en Id., El mundo como
representación. Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona,
Gedisa, 1999.
Los dos artículos más claros acerca de las formas de concretar los estudios de
carácter microhistórico son Giovanni Levi, “Sobre microhistoria”, en Peter Burke
(ed.). Formas de hacer Historia, Madrid, Alianza, 1996, pp. 119-143 y Jacques
Revel, “Micro-análisis y construcción de lo social”, en Anuario del IEHS 10,
Tandil, 1995, pp. 125-143.
Para un estudio sobre el tema puede consultarse Ivan Gaskell, “Historia de las
imágenes”, en Peter Burke (ed.), Formas de hacer Historia, Madrid, Alianza,
1996, pp. 209-239.
Marcela Dávalos
Hoy día a nadie sorprende que se elabore una historia de los refrescos, de
los baños, de las posturas corporales o de las sillas sobre las que estamos
en este momento sentados. ¿Qué pasó? ¿Por qué todo se volvió
historizable? ¿Cómo hicimos para que cualquier situación u objeto
encontrara sentido en su propio pasado? ¿Por qué desde las últimas
décadas del siglo veinte a cualquier objeto se le añadió un plus al introducir
su historia? ¿Es casual que la mercadotecnia o las marcas recurran al
pasado de los productos que venden?
Del “otro lado” de la institución médica están los diferentes: las curanderas,
magos, chamanes, etc. En México tenemos un ejemplo histórico muy
ejemplar. Durante el siglo XVIII el Protomedicato comenzó a regular el
sentido de las farmacias, de la herbolaria, de los curanderos o de las
parteras; conforme fue asentando su cuerpo, fortaleciendo sus saberes e
integrando a una comunidad consensuada de “científicos”, los excluyó y
calificó de charlatanería todas las prácticas con las que curaban los cuerpos.
Foucault mostró eso mismo para las instituciones educativas, familiares o
productivas.
El poder, la “autocoacción”, fueron vistos como procesos históricos
contextuados y no como entes esenciales. Desde entonces, la historia de los
Annales y las producciones del College de France corrieron paralelamente,
gestando una enorme diversidad de investigaciones históricas. Como
ejemplo, tenemos a la familia, esa “célula” denominada anteriormente
como el núcleo central de las sociedades, fue reducida a su corta historia.
La familia moderna también tiene una historia de exclusiones; asociada a
los entornos urbanos, se fue convirtiendo en la centinela de la privacidad,
en vigilante de los tiempos escolares, fabriles o médicos. Su historia se
vincula con la de los distintos significados de ciudadano, de ese sujeto
capaz de aprehender los códigos civilizatorios exigidas por las urbes. Las
prácticas campesinas quedan fuera: en ésta dirección basta mirar a hacia
nuestro país para darnos cuenta el arduo proceso del concepto de
ciudadano; y más aún, basta recordar que la Constitución de 1857,
redactada por un reducido grupo de “notables ciudadanos”, se creo en un
país donde el 90 por ciento de la población era iletrada y, más grave aún,
en un país en donde más del 70 por ciento de la población era indígena: la
palabra indio simplemente no aparece en esa Cosntitución. La historia
señaló que los saberes instaurados marginan universos sociales, ejercen el
poder sobre los cuerpos e individuos y construyen un discurso consensuado,
cerrado, sobre el que los historiadores descubren las fracturas.