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María, intercesora y corredentora

Por
1
Guillermo Brítez

Sin lugar a dudas, uno de los tópicos más espinosos a la hora de hacer los
necesarios esfuerzos ecuménicos con cristianos de otras confesiones es el
de la apreciación de la figura de María en la economía de la salvación.

Muchos cristianos no católicos, quizá con la sana intención de realzar la


figura del Salvador, han llegado al punto de reducir el papel de María al de
un simple instrumento en manos del Señor, que podría haber sido cambiado
por otro sin alteración alguna en el plan divino, y sin más mérito que el de
haber sido azarosamente elegida para llevar en las propias entrañas al
Salvador del Mundo. Por su parte, es nota característica de los cristianos
católicos el profesar una veneración especial hacia la Madre del Señor.
Nuestra Iglesia ha definido, en ejercicio de su papel de ser “depósito y
guardiana de la Verdad” (1 Tim 3: 15), precisas orientaciones a la fe de los
fieles en tal sentido, a fin de resguardar el sensu fidei de los creyentes y
darle un rumbo doctrinal fijo al culto mariano en las comunidades cristianas.

En el presente artículo daremos breve repaso a dichas orientaciones del


Magisterio Eclesial en sus fundamentos bíblicos, con el objeto de clarificar
las posiciones de nuestra Iglesia respecto al culto mariano. No
ambicionamos exponer de forma detallada una apología bíblicamente
fundamentada de los cuatro dogmas marianos. El objetivo de estas líneas es
mucho más modesto, ya que se centra en buscar una definición del papel
corredentor de María en la economía de la salvación de nuestra Iglesia, a
partir de la Palabra de Dios interpretada desde el Magisterio.

Soteriología de la Reforma: Solo Chisto

Dos son los fundamentos bíblicos que son propuestos para rechazar la
existencia de mediaciones menores entre Dios y los hombres:

El primero de los ellos lo encontramos en la Primera Carta a Timoteo, y se


emplea con fruición como apoyo a la posición que rechaza estrictamente la
mediación mariana para la obtención de Gracias por parte de Dios. Veamos
el pasaje: Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los
hombres: Jesucristo hombre (1 Tim 2: 5).

1
Guillermo Brítez es Legionario de María y estudiante de la carrera de Teología
Pastoral en el IITD- UCA.
La cita pretende tener visos de afirmación definitoria, ya que si Jesucristo es
el único mediador no queda espacio alguno para María como intercesora
para la obtención de las Gracias.

El segundo fundamento propuesto lo extraen del Libro de los Hechos. Dicho


fundamento ya se lo emplea como negación a cualquier intervención
mariana en la economía de la salvación en sentido amplio. Leamos: Porque
no existe bajo el Cielo otro Nombre (el de Jesucristo) dado a los hombres,
por el cual podamos alcanzar la Salvación (Hech 4: 12).

El sentido atribuido a la cita es el del rechazo a la imitación de otros


ejemplos de santidad aparte del que nos ofrece Jesucristo. De la
constatación de que sólo Él nos salva deducen que debe prescindirse del
ejemplo e intermediación de figuras como las de la Madre del Señor y los
Santos, pues ellas no nos ofrecen la Salvación ni la Vida Eterna.

Analicemos a renglón seguido el alcance de los fundamentos propuestos y si


realmente contradicen la intercesión de María o menguan el papel de la
Madre del Señor en la economía de la Salvación.

Intercesión mariana y fundamentos del Solo Christo

El primero de los fundamentos, bien mirado, carece de la solidez aparente


que le confiere una lectura algo sesgada de la Biblia. El contexto del
segundo capítulo de la Primera Carta a Timoteo es una oración en la que
Pablo explica a su protegido el Misterio de la Salvación por el sacrificio de
uno, que a la vez era Dios y hombre: Jesucristo, que por su doble naturaleza
pudo derramar su preciosísima sangre y morir para redimir a la humanidad
de la esclavitud del pecado y del poder del infierno.

El sentido del mismo no es el que muchas veces le quieren atribuir, que es


el de una manifestación tardía y neotestamentaria de los celos del Señor
ante posibles mediaciones subalternas a la de Jesucristo, manifestada en la
intercesión de la Madre del Señor, sino el de una breve catequesis sobre el
deseo de Dios de que “todos se salven” (1 Tim 2: 4) por medio de la
aceptación de la Buena Noticia que Cristo trajo al mundo.
Un pasaje claro que explicita la intercesión de María a favor de los hombres
lo encontramos en el episodio de las Bodas de Caná (Jn 2: 1- 10). Juan el
evangelista nos relata en dicho pasaje como Jesús fue persuadido de
autorrevelarse como el Cristo con el milagro de la conversión del agua en
vino, accediendo a los ruegos de su Madre. Pasemos a mirar el relato con
atención:

“Tres días más tarde se celebraba una boda en Caná de Galilea, y


la madre de Jesús estaba allí. También fue invitado Jesús a la
boda con sus discípulos. Sucedió que se terminó el vino
preparado para la boda, y se quedaron sin vino. Entonces la
madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Jesús le respondió:
“¿Qué quieres de mí, Mujer? Aún no ha llegado mi hora”. Pero su
madre dijo a los sirvientes: “Hagan lo que él les diga”. Habían allí
seis recipientes de piedra, de los que usan los judíos para sus
purificaciones, de unos cien litros de capacidad cada uno. Jesús
dijo: “Llenen de agua esos recipientes” Y los llenaron hasta el
borde. “Saquen ahora, les dijo, y llévenle al mayordomo”. Y ellos
se lo llevaron. Después de probar el agua convertida en vino, el
mayordomo llamó al novio, pues no sabía de dónde provenía, a
pesar de que lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Y
le dijo: “Todo el mundo sirve al principio el vino mejor, y cuando
todos han bebido bastante, les dan el de menos calidad; pero tú
has dejado el mejor vino para el final”. (Jn 2: 1- 10)

El sentido del pasaje se capta leyéndolo en la siguiente clave: Jesús accede


a realizar su primer signo por los ruegos de su madre, por intercesión de
ella, quien se entera de la situación en la que se encontraban los
organizadores del banquete e interpretando el deseo general intercede ante
Jesús a favor de los hombres para que la fiesta continúe. No debemos
despreciar tampoco el contexto de la realización del primer signo: una fiesta
de bodas, signo de la Alianza de Dios con su pueblo, y el objeto particular
del signo, el vino, signo de la alegría, único sentimiento comprensible ante
una nueva intervención salvadora de Dios en la historia del hombre, para
librarlo del pecado y devolverle la plenitud de la gracia.

El segundo de los fundamentos, luego de un análisis somero, tampoco


resiste en su postura. El pasaje del libro de los Hechos alude a la condición
de Jesús como único Salvador del género humano por los méritos de su
muerte vicaria cargando los pecados de todos.
El texto citado realza la condición mesiánica de Jesús y resalta que su
Nombre (manifestación de su condición, que recuerda un poco a Ex 3: 15)
es el único por el cual los hombres alcanzaremos la Salvación y el perdón de
los pecados. En tal sentido, la interpretación reformada del pasaje es en
ciertos puntos coincidente con la de los cristianos católicos: nadie ha
pretendido colocar a creatura alguna, ni siquiera a la misma Madre del
Salvador, que según el Magisterio de nuestra Iglesia goza de la prerrogativa
de no haber cometido pecado alguno a lo largo de su vida en nuestro
mundo, en un papel similar al de Cristo en la doctrina de la Salvación. Ello
no obstante no es motivo para extraer alguna conclusión apresurada.

La conclusión de la que hablamos no es sino la de que carecería de valor la


mediación de otras creaturas (hablando claro, de la de María) para la
obtención de gracias de parte de nuestro Señor.

No suscribimos dicha conclusión, pues consideramos contradice el dato


bíblico en al menos dos pasajes de relevancia, los vemos a continuación:

* “Reconozcan sus pecados unos ante otros y recen unos por otros para
que sean sanados. La súplica del justo tiene mucho poder con tal que sea
perseverante” (San 5: 16)

La intercesión por los hermanos en la oración es uno de los fundamentos de


la vida comunitaria de las primeras comunidades cristianas. Lo atestigua el
mismo Santiago, de quien la tradición afirma que fue el responsable de la
comunidad de Jerusalén con Pedro hasta su muerte mártir en la
proclamación del Nombre de Jesús.

* “Cuando lo tomó, los cuatro Seres Vivientes se postraron delante del


Cordero. Lo mismo hicieron los veinticuatro ancianos que tenían en sus
manos arpas y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de
los santos” (Ap 5: 8)

Si la oraciones de los santos suben hasta Dios como aroma fragante y grato
al creador, ¿por qué no encomendarnos a ellas nosotros, tan alejados del
paradigma de santidad y del seguimiento fiel del maestro de Galilea?
La pregunta parece ser la de cómo unir la figura de la Virgen María con dos
pasajes escritos en dos estilos literarios tan distintos como el epistolar y el
profético, en los que además no se hace referencia a quien llevara en su
seno al Señor. La respuesta la encontramos en el elemento clave que
atraviesa ambos pasajes: la santidad, entendida como entrega total a Dios,
como pertenencia al Creador. María, llamada por el Ángel “llena de Gracia”
(Lc 1: 28), es ejemplo de santidad, y de tal modo su intercesión es poderosa
y sus oraciones suben al Señor con mayor presteza que las nuestras.

La intercesión de María a favor de nosotros es un dato que no puede ser


rechazado sin más por los cristianos, no sólo por su fundamento bíblico sino
para comprender a cabalidad la economía de la Salvación que nos propone
el Señor. Un sano cristocentrismo no puede ser motivo para rechazar la
intercesión de la Madre del Salvador y su presencia en la economía de la
Salvación, si bien de forma secundaria.

Jesús dio un mandato al pie de la cruz a toda la Iglesia en la persona de


Juan, el discípulo amado, “Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a
quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al
discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la
recibió en su casa” (Jn 19: 27).

Olvidar el mandato de Jesús de llevar a María a nuestras casas, y tratarla


con la veneración y el respeto que merece la Madre del Salvador y Madre
nuestra, no es una posibilidad para un cristiano. Todos y cada uno de
nosotros, por mandato del Señor, debemos ofrecerle el trato y la veneración
de acuerdo a su condición de ejemplo de santidad y Madre del Señor. No
podemos rechazar el Mandato que él mismo nos diera en la pascua, y
menos aún pretender omitir el papel de su Madre en la obra del Señor.

María, Corredentora

La corredención de María debemos entenderla no como una equiparación


del papel de la Madre del Señor con la del Hijo en la economía de salvación,
sino como una mediación que la hizo posible a partir de la entrega de la
Joven María a la voluntad de Dios al permitir en su seno la gestación del que
habría de traer a los hombres el perdón de sus pecados.

Recordemos el pasaje de la Anunciación:


“María dijo entonces: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo
que haz dicho”. Y el ángel se alejó” (Lc 1: 38).

El hecho de haber aceptado María el anuncio del ángel del Señor permitió
que la Salvación pueda hacerse presente en el mundo, derrotando el poder
del pecado. En dicho sentido afirmamos que la obra de María es
corredentora, ya que su aceptación libre (Dios nunca atropella la voluntad
de sus creaturas) hizo posible la presencia del Dios encarnado que con su
sacrificio nos redimió del poder de la muerte.

La corredención de María la entendemos como la participación activa de la


Madre del Señor en su plan salvífico, que permitió la encarnación de Dios en
Jesús de Nazareth. La santidad ejemplar de la Madre la hacen mediadora
por excelencia, haciendo salvedad a Cristo, entre Dios y los hombres.

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