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CAMINO VOCACIONAL

INTRODUCCIÓN

¿Quién se siente llamado por Dios? ¿Quién se ofrece?

¿Quién está dispuesto a repetir las caricias de Jesús en tantos jóvenes y pobres adoloridos, inocentes o
culpables?

¿Quién quisiera avivar la esperanza de los jóvenes que, apaleados por la vida, bajan la guardia y se echan a
morir?
Se ofrecen entre muchos, los Josefinos de San Leonardo Murialdo.

Dios los ha llamado para curar las almas de los niños y jóvenes que sufren, de los que lloran, encendiendo en
ellos el deseo ardiente de imitar a Jesús en esta voluntaria proximidad de los desechos del mundo, que la
sociedad desprecia, porque ni siquiera sospecha que hay un alma vibrando bajo tanto dolor.

Creen en el mundo, creen que puede cambiar. Para los consagrados el deseo de Dios se hace deseo en ellos,
es el sueño que los hace soñar, preparase para mirar encima de los intereses limitados, para interpretar los
signos de los tiempos con esperanza.

Los hombres que forman la Comunidad religiosa saben que aprender a mirar estos signos, para responder a
las exigencias de evangelización, no es fácil, pero tampoco imposible.

En estas páginas encontrarás lo que los Consagrados tratamos de ser, te queremos compartir nuestro deseo de
construir el Reino de Dios. También te invitamos a que conozcas "nuestro modo de proceder", es decir, la
respuesta que queremos dar a las necesidades que vemos entre los hombres. Nuestro encuentro con Jesús lo
vivimos sobretodo en los rostros de los pobres, en la juventud y en los trabajadores.
¿Quieres participar de nuestra misión?

Te invitamos a que recorras con nosotros este camino en el que Dios nos ha puesto junto a su hijo para que
descubramos que lo podemos en todo amar y servir.
La gracia de haber sido llamado
Jaime Emilio González Magaña, S. I.
“Pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo
amar y servir a su divina majestad”(EE. 233).
Los años setenta me sorprendieron inmerso en la culminación de mi carrera profesional de Contador Público. Los
deseos de ser “alguien”, y destacar en el mundo universitario, los negocios y la empresa absorbían mis energías, mis
deseos más íntimos, mi voluntad. Una larga búsqueda de mi lugar en la vida parecía llegar a su fin ante la posibilidad
de comenzar el desarrollo profesional, ser independiente, reconocido por méritos académicos, relaciones sociales y
quizá, especialmente, por mis ansias de superación. Sin embargo, muy dentro de mí, ahí donde no nos podemos
engañar a nosotros mismos, surgía insistentemente una pregunta: ¿es esto realmente lo que quiero? ¿Es aquí donde voy
a encontrar la plenitud, la verdadera felicidad? Inquietud constante, abordada muy a menudo, pero, a la vez, aceptada a
regañadientes, casi rehuida, por temor a poner en cuestión mis planes en un futuro casi del todo definido: el
reconocimiento oficial de unos
estudios brillantes, la oferta de una beca en el extranjero, una exitosa vida profesional asegurada.

El Movimiento de Jornadas de Vida Cristiana, sus retiros, los jóvenes y sacerdotes que en él participaban constituyeron
un espacio de luz y reflexión. Todo me invitaba a hacer un “alto en la encrucijada de mi vida” como rezaba una de las
charlas más gustadas. Por primera vez intuí la posibilidad de atisbar un futuro en otros ámbitos que no eran implemente
los del éxito académico, profesional y familiar. El hecho de estar al servicio de otros jóvenes me hacía sentir paz y
tranquilidad. Me permitía sentirme realmente feliz. Una dolorosa inquietud mordía lo más hondo de mí cuando
constataba el modo de vida de muchos hombres y mujeres que no tenían ni lo indispensable para vivir con dignidad.
Fue entonces cuando comencé a desear participar en una Iglesia diferente, más allá a la habitualmente conocida sólo
desde el culto y los sacramentos. Sentí que era urgente colaborar, hacer algo más. La personalidad impactante de
nuestro asesor nacional, Mons. José Pablo Rovalo Azcué, sus palabras, su testimonio, su congruencia, me cuestionaban
hasta lo más hondo. Conocí al obispo amigo, compañero fiel, siempre atento a escuchar y, a la vez, a inquietar, a
desinstalar, a urgir ante tantos retos, dificultades y necesidades en mi entorno..., todo al estilo de Jesús.

Algunos de mis mejores amigos dieron los primeros pasos hacia opciones de servicio desde el sacerdocio o la vida
religiosa. Comencé a analizar de cerca la entrega de mis tíos: una religiosa de vida contemplativa, un sacerdote
diocesano y uno más, jesuita. ¿Qué fue lo que les motivó a llevar una vida así? ¿Por qué eran tan felices y estaban tan
convencidos de su estilo de vida? Me preguntaba con insistencia. ¿ Si yo estuviera llamado también a un servicio
semejante? El miedo a un compromiso de esa naturaleza me invadía. Me llenaba de temor el sólo hecho de tener que
renunciar a un proyecto de vida altamente acariciado y por el cual había luchado tanto. Las justificaciones, excusas y
racionalizaciones no se hicieron esperar. A pesar de todo, seguía creyendo que había un llamado. Sin embargo, cuando
vencía el temor y pensaba en ello, la paz y esperanza que experimentaba eran tan plenas, que abarcaban todo cuanto
podía pensar y desear.

Como si hubiera sido una tentación más, mi posición en el trabajo mejoró considerablemente. Más aún, la idea de un
pronto matrimonio con aquélla que estaba tan dentro de mi corazón me envolvía. Me hacía sentir muy feliz tan sólo
pensar en formar mi propia familia. Era por otra parte, lo que nuestras familias anhelaban. No quería más retos. Me
resultaba difícil asumir riesgos nuevos. El camino era ya muy conocido, ¿para qué modificarlo? Pero, las preguntas
continuaban presentes, machaconas, lacerantes. Sentía el llamado igualmente presente, retador, posible, cercano,
desafiante.

Cuando dejé de poner obstáculos a la acción del Señor y asumí desde lo más profundo de mí la posibilidad de ese
camino, la situación se tornó mucho más mane-jable; experimenté la necesidad de preguntarle a Él dónde podría
servirle mejor y desde que ámbito podía Él utilizar todo lo que me había regalado. Cuando dije que sí, que aceptaba el
reto de buscarlo de otro modo a través de una entrega plena e incondicional, desde la vida religiosa o sacerdotal, viví
momentos de verdadera felicidad. Me sentí más seguro, más pleno, yo mismo. La sensación de libertad era completa,
tan total que me abrazaba y me impulsaba a proyectarme con mayor confianza y apertura a los demás. Comencé a
investigar, a preguntar a otros en dónde podía concretar aquel fortísimo deseo de entrega.
El último año que trabajé como Contador Público en una dependencia del Gobierno Federal coincidió con el de mi
búsqueda y elección del sitio en el que podía hacer explícita mi decisión. Un año lleno de luces, de personas
significativas, de descubrimientos, posibilidades, cuestionamientos. El vasto mundo eclesial se me ofrecía con
múltiples carismas, estilos de servicio, familias religiosas, mi propia diócesis. Todo un universo en el cual podía poner
en práctica mi deseo de acatamiento del llamado, siendo yo mismo, con mi forma de ser, mi historia, cualidades y
limitaciones. En medio de tan vasto panorama, la eventualidad de ingresar en la Compañía de Jesús cobró una fuerza
inusitada. Algunas veces, me parecía del todo inalcanzable; otras era como si desde siempre hubiera estado ahí,
esperándome, aguardando mi respuesta, dispuesta a dárseme toda y a recibir todo de mí.

Leí mucho, oré insistentemente, conversé con amigos, familiares con quienes me conocían desde siempre y podían
darme su opinión, sus consejos, su apoyo. Necesitaba ser escuchado, convalidado, cuestionado, confirmado. Jesuitas
concretos, de carne y hueso, su ejemplo y testimonio, su escucha paciente, sus palabras cálidas y fraternas me animaron
a aventurarme en la historia de la Orden. Me hacía ilusión darme cuenta de cómo iba amando aquel grupo de
compañeros que seguía los pasos de Jesús al modo de Ignacio de Loyola, Pedro Fabro y Francisco Javier. El ejemplo
de los jesuitas de ayer y hoy me dio la pauta decisiva para desear pedir ser admitido en su Compañía. Los Ejercicios
Espirituales, vividos por primera vez, se convirtieron en la experiencia fundante por excelencia de lo que ha sido mi
vida a partir de entonces. Como nunca antes, experimenté deseos de una auténtica conversión. Me convencí de la
posibilidad real de una comunicación de Dios Padre con Emilio, su hijo. Fue impactante constatar cómo -sin que mi
acompañante de Ejercicios se interpusiera, sin que manipulara, sin que ejerciera ningún tipo de dominio sobre mí y mi
decisión-, iba confirmando aquel deseo de seguir al Señor en este peculiar estado de vida. Mi afectividad se volcó toda,
completa, absolutamente al Señor y me sentí en medio de un torbellino sublime, profundo y abarcante, con un Dios que
me aceptaba y llamaba como era. Busqué apasionadamente al Señor y me dejé encontrar por el Creador de la vida que
me abrazaba en un momento místico definitivo, en un encuentro íntimo entre la criatura y su Señor. Situé mi mirada
más allá de mí mismo, de mi propio querer e interés, de mi desarrollo personal y profesional. Comprendí que mi
autoestima, mis deseos, ilusiones, proyectos..., todo, se sentían llamados a vertebrarse en el Señor Jesucristo. A sus pies
puse mi decisión de desear asumir, en uno, su destino y el mío propio. Le expresé mis deseos de peregrinar junto a Él,
haciendo mío su caminar en favor de los otros, buscando construir su Reino. Supe que mi viajar, finalmente, había
encontrado su destino y que mi vida tenía, por fin, su sitio definido. Quizá por primera vez dejé a un lado mis miedos,
mis vacilaciones y empecé a descubrir cómo mi sensibilidad obedecía a la razón para encontrar lo conveniente. Deseé
y rogué que éste se estableciera como un criterio sólido para buscarlo sólo a Él, tan deseado y nunca plenamente
poseído. Comprendí entonces que Dios, el Señor, estaba más allá de mis propias expectativas, que no salía a mi
encuentro simplemente para dar respuesta a mis carencias y necesidades. Intuí y sentí que el Señor me pedía que saliera
de mí mismo para encontrarlo en los demás, en quienes podía vaciarme, donarme y así, crecer en autonomía y libertad
verdaderas.

Hace veintiún años que ingresé en la Compañía de Jesús. He vivido intensamente desde el primer día en el Noviciado
de Lomas de Polanco, en Guadalajara. Han sido veintiún años en los que, poco a poco, he ido asumiendo que la
presencia de Dios no anula la propia exigencia de seguir siendo yo mismo y abrirme cada día de un modo más urgente
a su voluntad. Pocos o muchos años, no lo sé. De lo que estoy completamente persuadido es de que el Señor se sigue
haciendo presente de modo cada día más novedoso e impactante, en medio de luchas, aciertos, errores, ilusiones,
cansancios, éxitos y fracasos, esperas y desconciertos. Soy jesuita, pecador y, sin embargo, llamado a ser compañero de
Jesús, al estilo de Ignacio de Loyola. Con el paso de los años, al irme haciendo mayor, me convenzo más de que en la
medida que mi relación con Dios es más intensa, me invita a asumir mi autonomía personal, mi libertad y mi propio
sentir y querer. He constatado, así mismo, que cuando me alejo de Él o que mi familiaridad con él disminuye, doy paso
a mis afectos desordenados y la vida se torna obscura, difícil, tensa, pesada, como si llevara sobre mí un fardo
insoportable de mi propia existencia. Por otra parte, estoy viviendo lo que llamo una segunda etapa en la Orden: me
vivencio y acepto plenamente, soy yo mismo. Nada ha cambiado, soy el mismo pero mis actitudes ante la vida son
absoluta-mente diferentes y por eso, todo ha cambiado para mí.

La experiencia de Ignacio de Loyola, Pedro Fabro, Francisco de Villanueva, Leonardo Kessel, Pedro Canisio y tantos
otros jesuitas, me anima a seguir luchando por afirmar a Dios en mi persona. Mi personalidad, mis capacidades, mi
forma de ser así como la experiencia previa a mi ingreso en la Compañía, mi familia, los trabajos realizados, mis
amigos de antes, complementan y dan verdadero sentido a lo que realizo y vivo hoy. No fue una vivencia inútil. Todo
era necesario para que ahora, más consciente de mis opciones, asuma integral y felizmente lo que soy y lo que deseo
ser y hacer. Día a día, en el trabajo, en mi entrega religiosa toda, en el servicio que da razón de ser a mi vida, me
afirmo yo mismo, con todo lo que Él me ha confiado, con todo lo que espera de mí. Intento que mis dones y talentos,
provenientes de Él, rindan al máximo, en medio de sombras y limitaciones que entorpecen su acción y que impiden que
Él se proyecte en mi misión, en mis acciones, en mi testimonio.

Desde que ingresé en la Orden he ido aprendiendo a desear servir eligiendo, del mismo modo que todos los jesuitas a lo
largo de la historia en la Compañía universal. Dios ha puesto en mi camino muchos hermanos y amigos que me han
ayudado a discernir en dónde puedo dar mi mayor servicio. Han sido muchos quienes han tenido que ver en este
proceso: básicamente mi familia, los jesuitas de la Provincia Mexicana, al igual que las familias obreras en Lomas de
Polanco, los campesinos de La Paz, mis compañeros de trabajo en el Economato de la Provincia o en Estudios
Sociales, jóvenes preparatorianos y universitarios de Torreón, Zamora y México, D. F., al igual que muchos
ejercitantes de Puente Grande. No puedo olvidar a los discapacitados de las comunidades de Fe y Luz y a los Jóvenes
de las CVX de la Provincia de Toledo. Mucho les debo a mis hermanos jesuitas españoles, especialmente a los de la
Casa de Escritores de Madrid y a aquellos otros de tantas y tan diversas provincias con quienes compartí la vida y las
investigaciones de la maestría y el doctorado en Europa. Todos ellos me han acompañado a discernir en qué campos
puedo aprovechar al máximo todo lo que he recibido para hacer más concreto mi aporte. al Reino de Dios. A través de
ellos, el Señor me ha confirmado para aprender a relativizar lo relativizable y a vivir la convicción de que sólo Él es
absoluto.

Desde que me hacía la pregunta de qué y cómo era la Compañía de Jesús, hasta ahora que soy parte de ella, he asumido
como propio y absolutamente personal aquello que considero lleno de los valores centrales de la Orden que consiste en
que cada cual, siendo como es, siempre con fuertes y crecientes deseos de proyectarse al futuro, descubra en diálogo
con el Señor, cuál es su palabra como jesuita. Sé que esa palabra no está del todo dicha en lo que se ha dicho y que mi
aporte, es sólo para su mayor gloria, lo he de ir configurando en constante confrontación con Él. He aprendido a ser
feliz con mis carismas, valorando y respetando los aportes de los demás, pero sin comparaciones inútiles y
desgastantes. He crecido más siendo yo mismo. Aceptándome y potenciándome así, he podido estar abierto con mayor
conciencia y libertad y más disponible a lo que me indica la Compañía de Jesús a través de mis superiores, compañeros
y amigos con quienes trabajo. Así, me experimento más responsable de mi vida y misión que se va construyendo en el
día a día.

Asumiendo lo anterior, durante los últimos años he ido aprendiendo a ejercitar la indiferencia como expresión plena y
absoluta de mi libertad para ir definiendo mi servicio a la Iglesia en y desde la Compañía de Jesús. Estoy aprendiendo a
vivir esa libertad como expresión máxima de mis votos religiosos, en un deseo continuo de ser fiel al Señor y a los
talentos que Él me ha regalado. Vivo en la convicción profunda de que mis acciones no serán nunca producto de la
aniquilación de mi persona. Igualmente, soy consciente de que debo ir discerniendo siempre lo que Dios pide y quiere
de mí. He recibido muchas gracias de parte de nuestro Señor, en este momento, después de varios años en los que he
buscado mejorar mi servicio y, sobre todo, después de la experiencia vivida en los años de estudios especiales y de
estar en contacto con la Compañía universal, estoy profundamente convencido de que mi sitio es la Orden que he
hecho mía y que me ha aceptado como madre cariñosa y comprensiva. Me siento en casa. Finalmente ahora —por
misión y elección— en la Universidad Iberoamericana Santa Fe, quiero seguir buscando la voluntad de Dios. Anhelo
gastarme y des-gastarme en el servicio de mis hermanos, de todos, con un amor preferente a los jóvenes y con ellos,
hacia los más pobres y necesitados. Estoy convencido de que los pobres y los jóvenes como lo han hecho siempre, me
seguirán ayudando a desear y buscar sólo la mayor gloria de Dios.
¿Quiénes somos los Jesuitas?
P. Leopoldo Núñez, S. I.

Mientras hoy son muchos los que buscan arreglar el mundo sin Dios, nosotros hemos de esforzarnos por manifestar
que la esperanza cristiana no es opio sino que, por el contrario, lleva a un compromiso firme y realista para hacer de
nuestro mundo, un lugar más justo y así signo del otro mundo, prenda ya “de una tierra nueva bajo cielos nuevos” (Ap.
21,1)..... “Los medios a utilizar en esta tarea, las acciones, por encima de todo, han de manifestar el espíritu de las
Bienaventuranzas y contribuir a la reconciliación entre los hombres” (C:G: XXXII, Asamblea general de la Compañía
de Jesús).

Los jesuitas

Porque lo preguntas, queremos dar razón de nuestra vocación y de nuestro estilo de vida.

Todo comienza con el descubrimiento personal de Jesús de Nazaret en la propia vida. Te das cuenta de que Jesús es
muy importante para ti mismo y para el mundo. Descubres que Él es liberador. Y te sientes metido por Él en un
proceso de liberación. Descubres que toda su vida —hasta la muerte en cruz— fue una lucha constante por iniciar la
construcción del Reino donde los protagonistas son los más pequeños y marginados de nuestra sociedad.

Su presencia en el mundo de hoy, y concretamente en la gente que más padece, se te hace cada vez más clara. Es,
entonces, cuando te sientes amado y llamado por Él, aunque sea con iniciales vacilaciones y luchas internas; a
acompañarlo en su camino y colaborar con Él. Esta llamada que te sacude, —aún reconociendo las dificultades y tu
propia debilidad—, te ayuda a dar una respuesta personal que te hace amigo y compañero de otros que también se han
sentido llamados por Jesús. Llamamos a esta comunidad —y queremos que sea— COMPAÑÍA DE JESÚS.

Nuestra misión

Nuestra misión se inspira en los Ejercicios Espirituales, experiencia básica de todo jesuita. La misión de esta
comunidad, según se descubre en esos Ejercicios, es la misión de Jesús: anunciar con gozo, mediante palabras y hechos
que el Reino de Dios está cerca y denunciar los egoísmos personales y la falta de solidaridad colectiva que impiden la
realización plena de su Reino.

El voto de pobreza, que nos libera del dinero y de la privatización de los bienes materiales, nos permite compartir la
vida de los pobres y ponernos desinteresadamente a su servicio como lo hiciera Jesús.

El voto de obediencia, que nos dispone a escuchar y responder a la llamada de Jesús expresada a través del
discernimiento en Compañía y en Iglesia.

El voto de castidad, que nos transforma en hombres para los demás, en abierta amistad y unión con todos, creadores de
comunidad.

Estos votos, signo de nuestro compromiso, se pueden hacer también sin sentirse llamado a ser sacerdote. Como los
hermanos jesuitas. Es una gran riqueza que haya entre nosotros tanto sacerdotes como otros que no lo son pero que sí
son jesuitas.

Queremos proclamar el Evangelio en pobreza, amor y humildad, sin ambiciones de poder, prestigio o riqueza, incluso
dispuestos a padecer —como Jesús— la persecución.

Nuestra tarea

Nuestra Compañía no concreta su misión en un campo exclusivo de acción. Queremos estar presentes donde el servicio
a Dios y a sus hombres sea más necesario, donde la lucha por el Reino sea más urgente. Esto nos lleva a una actitud de
movilidad característica y de disponibilidad permanente para las que necesitamos estar preparados. Nuestra misión es
universal porque abraza cualquier tarea alrededor del mundo. Hay en nosotros una preferencia para trabajar en aquellos
ámbitos o lugares donde están las fuerzas que van con-figurando el futuro de la humanidad.

Optamos especialmente —como Jesús— por el mundo de los pobres y marginados y queremos compartir con ellos la
lucha por una sociedad más justa, más próxima al mensaje de Jesús.

Por ello, encontramos jesuitas que trabajan en tareas muy diversas y en lugares muy diferentes: investigación,
universidades, mundo de la educación y de la cultura; trabajo en las fábricas, en comunidades campesinas; en zonas
indígenas, barrios marginales de las grandes ciudades, atención a los enfermos, Tercer Mundo, juventud, predicación,
ejercicios espirituales; así como en trabajos de servicio interno y más caseros (administración, gestión...) que a menudo
son ejercidos por hermanos no sacerdotes.

Además, no creemos que nuestra misión sea individual. Somos muchos jesuitas en el mundo, pero constituimos un solo
cuerpo. Cada miembro, —cada jesuita—, con-tribuye con todo lo que él es, a la tarea liberadora de Jesús en el mundo
haciendo de su vida un signo de reconciliación de los hombres con Dios y entre sí mismos.

Nuestra vida comunitaria

Nuestra conciencia de cuerpo, de Compañía, nos lleva a vivir agrupados en comunidades. Nuestra comunidad de vida
es un foco de potenciación y lanzamiento para nuestro servicio. No se trata de una comunidad para el replegamiento
interno, sino que es una comunidad para la dispersión. Precisamente, por este sentido de misión, la comunidad de vida
es un lugar muy importante en el que los jesuitas disciernen cuáles son las tareas concretas que son necesarias para
colaborar con Jesús en su misión liberadora.
12  ¿Quiénes somos los Jesuitas?
La comunidad es, definitivamente, un lugar de comunicación y ayuda, de oración y descanso, que aspira a ser un
testimonio de fraternidad evangélica en nuestra sociedad.

A pesar de nuestra vida activa —y a menudo demasiado cargada de trabajo—, los jesuitas nos sentimos llamados a
mantener una actitud contemplativa que nos une en todo momento con Dios y con su Reino. Para nosotros,
contemplación y acción no son dos actitudes opuestas: queremos ser contemplativos en la acción.

En las manos de Dios

A menudo los jesuitas —por nuestra debilidad y nuestro pecado— no hemos respondido conforme al ideal de nuestra
misión. Hemos de pedir perdón a Dios y a los hombres. Somos, sin embargo, conscientes de la misericordia de Dios
Padre quien, a pesar de nuestras faltas y desviaciones, nos ayuda a continuar avanzando en el camino de Jesús.
Precisamente esta actitud amorosa de Dios posibilitó que a IGNACIO DE LOYOLA, iniciador de nuestra Compañía, le
siguieran otros hombres como el misionero navarro Francisco Javier y el catalán Pedro Claver, esclavo de los negros
esclavos deportados a Colombia; o durante la persecución religiosa en México el zacatecano Miguel Agustín Pro y
recientemente en el Salvador, el P. Rutilio Grande y los jesuitas de la Universidad Centroamericana, vilmente
asesinados por el ejército a causa de sus denuncias a favor de los perseguidos injustamente.

Muchos jesuitas, en el transcurso de cuatro siglos han pagado con su sangre su fidelidad al Evangelio. Y la antorcha
permanece encendida: en la actualidad, en el mundo, muchos de nuestros compañeros se ofrecen con decisión al
servicio de los hombres en tareas a menudo desconocidas e incluso criticadas.

No nos importa que se nos menosprecie o se nos persiga, siempre que sea a causa de nuestra opción de ser
SERVIDORES DE LA FE Y PROMOTORES DE LA JUSTI-CIA. Estamos en manos de Dios Padre y sabemos que Él
nos ayuda a seguir humildemente el camino de su Hijo, buscando la gloria Dios en el servicio a los hombres.

Resumiendo: ¿Quién es entonces un jesuita? Un hombre que se sabe pecador y que, a pesar de ello, sabe que es
llamado a ser compañero de Jesús.

Hemos intentado explicar sinceramente —o tal vez idealizando— lo que somos. Seguro que el diálogo con cualquier
jesuita te aportará una información más completa sobre nuestra Compañía.
¿Adónde son enviados los jesuitas?
P. Raúl H. Mora Lomelí, S. I.

San Ignacio de Loyola deseó siempre que este grupo de amigos en el Señor, los miembros de la Compañía de Jesús,
formáramos algo así como “una caballería ligera”: Hombres del todo libres, capaces de ir a una parte u otra del mundo,
a prestar tal o cual servicio apostólico concreto. Como los primeros seguidores de Cristo Jesús: sin más de una muda de
ropa, sin cargas ni cargos que impidan o retrasen ir cerca o lejos. Hombres dispuestos a viajar a cualquier sitio en
donde las necesidades y las esperanzas humanas nos dicen que allí nos quiere Dios. “Donde se espera mayor gloria de
Dios y mayor bien de los prójimos”: Así de abierta quedó y queda la posibilidad de cumplir una misma y única tarea:
compartir la Buena Nueva. A cualquiera de las formas de servicio puede ser enviado el jesuita.

Enviado. Palabra fuerte: en / enviado, puesto en camino. Y puesto por un compañero, el Superior, a quien, como
prueba de confianza en el Padre, nos hemos confiado precisamente para este momento privilegiado de ir a prestar un
servicio y cumplir nuestra misión. Momento de mayor seguimiento de Jesús, el Enviado del Padre, el Compañero a
cuyo lado nos sabemos puestos.

Uno solo es el deseo y anhelo de los casi 23.000 jesuitas que somos, dispersos en tantos países, ciudades, aldeas,
rancherías: Compartir nuestra fe —sinónimo de confianza— y con ella trabajar por la justicia, con hondo deseo de
hacer nuestra la cultura de cada nación o etnia en colaboración aun con aquellos que, perteneciendo a otra religión o
siendo no creyentes, no comparten nuestra fe en el Padre: ¿En dónde no trabaja el Señor, presente en todo ser viviente
y en todo corazón humano? Es ésta nuestra más íntima convicción.

Para determinar los tipos y las formas de servicio a que podemos ser enviados, tres criterios orientan el discernimiento
que precede a todo envío: Primero, los retos que la realidad histórica de nuestro tiempo y nuestra tierra nos presentan.
Segundo, los compromisos adquiridos, especialmente por alguna tarea confiada a la Compañía por el Papa. Tercero, las
cualidades, talentos, limitaciones de cada persona que ha de ser enviada.
14  ¿A dónde son enviados los jesuitas?
Este triple capítulo de búsqueda común es la base para la programación apostólica de cada una de nuestras Provincias,
unidad de vida y de gobierno erigida por el General de la Compañía y formada por los jesuitas que entraron en ella,
aunque es muy frecuente que miembros de una Provincia sean enviados a ayudar a otras, en particular a las llamadas
“Misiones”, en el mundo indígena o en continentes con menos recursos humanos y apenas evangelizadas.

En México esta programación nos ha dado el actual Proyecto Común de Provincia, que nos vincula a todos, sea cual
sea el trabajo propio, en una triple opción:

Primera, combatir las manifestaciones y principal-mente las causas que están generando el empobrecimiento y hambre
crecientes y la concentración, en menos manos, de la prosperidad material.

Segunda, promover la necesaria inculturación del Evangelio en los diversos pueblos que componen México, tomando
en cuenta sus propias culturas.

Tercera, seguir contribuyendo a la renovación de la Iglesia y de nuestra Compañía, conforme al Concilio Vaticano II y
al Magisterio, buscando dar respuesta a los desafíos de los tiempos.

A la luz de estas opciones, los jesuitas mexicanos son enviados al mundo indígena u obrero, a obras de educación y
promoción popular, a parroquias suburbanas o urbanas, populares, campesinas, en penales (Islas Marías), a capellanías
en hospitales o centros de salud, a colegios de educación primaria o media, a universidades propias de la Compañía u
otras, a casas de Ejercicios Espirituales, a centros de comunicación social o colaboración en diversos diarios, revistas y
radiodifusoras del país, a centros de derechos humanos, a movimientos de ayuda para niños trabajadores y de la calle, a
Seminarios diocesanos y a algunas oficinas episcopales, a asociaciones de exalumnos o de estudiantes del Politécnico o
de otras instituciones de educación superior, a comunidades de base y de vida cristiana, a casas de cultura popular, a
festivales cinematográficos y musicales, a la promoción de vocaciones y al acompañamiento de jóvenes que como
voluntarios se ofrecen a trabajar en algún proyecto local o nacional, a centros de espiritualidad, de investigación
educativa y de reflexión teológica o de formación de religiosos/as y laicos en filosofía, humanidades y ciencias
sociales, al Secretariado Nacional para el Apostolado de la Oración, a movimientos en defensa de emigrantes y
refugiados o de la ecología, a misiones extranjeras en Rusia, África Oriental, Japón. Algunos de nosotros son enviados
a prestar su servicio en tareas de gobierno o administrativas propias de la Compañía dentro o fuera de México, o a
colaborar con las Provincias más cercanas de América Latina y de Estados Unidos.

Enviados son también los estudiantes y hermanos jesuitas que, en su proceso de formación y de asimilación del “modo
nuestro de proceder”, reciben como tarea prioritaria la realización de sus estudios, en íntima vinculación con el trabajo
apostólico que de hecho realizan ya en su propio medio.

Sin negar, sino propiciando la creatividad personal, estos enviados buscan sentir como propio el trabajo de los demás,
como miembros de un mismo cuerpo apostólico: La mutua información, la asesoría y la corrección fraterna, el
discernimiento, las suplencias ocasionales, el cambio de un equipo a otro cuando se juzga necesario, son medios que
impulsan esta unidad y ayudan a no caer en posibles protagonismos que podrían dividir y empobrecer el servicio
apostólico común.

¿Qué tanto somos la caballería ligera anhelada por Ignacio? A lo mejor viajamos con más de una muda de ropa y de
repente hasta con la computadora. Pero con gratitud al Señor que nos ha llamado a servirle en el Pueblo de Dios que es
la Iglesia, aceptamos estar dispuestos a quedarnos en un lugar u obra cuanto sea necesario, o a dejarlo para ser enviados
a donde haga más falta. La amistad que nos une nos hace capaces de superar el dolor, tan humano, de tener que
alejarnos alguna vez de los que en nuestro apostolado nos han hecho suyos: Sabemos que dejamos lo planeado y lo
realizado en manos que son nuestras, porque son las manos de nuestros compañeros. Dolor humano porque, contra lo
que antiguamente se opinaba con la caricatura de que los jesuitas ni nos conocemos ni amamos, la verdad es que este
anhelo de servir y seguir a Jesús en el anuncio del amor del Padre, nos hace amar a las personas, las familias y las
comunidades de los pueblos, ciudades o rincones en que hemos sido puestos.

Por eso, por el amor y la amistad recibidos y dados, con obras y palabras, el jesuita es enviado a cualquier trabajo y
cualquier servicio en que la mayor gloria de Dios se descubre como maravillosa actuación del Padre: ¿En dónde no
muestra Él su mayor alegría y su mayor gozo: Dar vida y vida plena a todo ser humano? Esa es su gloria. Según esto,
¿a dónde no podemos ir los jesuitas?
¿Qué hacemos los jesuitas en México?
Edgar Cortez Morales, S. I.

Para una adecuada respuesta a la pregunta ¿qué hacemos los jesuitas en México?, Es necesario mencionar algunas de
las definiciones fundamentales que los jesuitas han tomado en los últimos tiempos.

La Congregación General 32 en el año de 1975 estableció que la misión actual de los jesuitas es la siguiente: “la misión
de la Compañía de Jesús hoy es el servicio de la fe, del que la promoción de justicia constituye una exigencia
absoluta”. La opción Fe-justicia ha sido el motor del trabajo de los jesuitas en los últimos tiempos.

Más recientemente la Congregación General 34, en 1995, ratificó nuestra misión de Fe y Justicia, y la enriqueció
diciendo. “El fin de nuestra misión (el servicio de la fe) y su principio integrador (la fe dirigida hacia la justicia del
Reino) están así dinámicamente relacionadas con la proclamación inculturada del Evangelio y el diálogo con otras
tradiciones religiosas como dimensiones de la evangelización.”

Estas grandes orientaciones son las que fundamentan el trabajo de los jesuitas en México y animan una permanente
búsqueda por encarnar histórica y socialmente nuestra misión en México.

1. Algunos datos cuantitativos:

Actualmente en nuestro país somos 507 jesuitas, que vivimos en 57 comunidades, distribuidas en 25 ciudades o
pueblos y que trabajamos en unas 70 obras diversas. Los servicios que desarrollamos están organizados en 4 diferentes
sectores: la formación de los nuevos jesuitas, educación formal, trabajo pastoral y aún en integración, el sector social.

Sector de Educación: Nuestro actual trabajo educativo se desarrolla en 6 universidades (Universidades Iberoamericana
(UIA) Santa Fe en la ciudad de México,

UIA-Golfo Centro en la ciudad de Puebla, UIA-León en la ciudad del mismo nombre, UIA-Laguna en Torreón y UIA-
Noroeste en Tijuana; además del Instituto de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) en Guadalajara. Todas estas
universidades conforman el sistema UIA-ITESO.

En los niveles básico y medio también desarrollamos nuestra labor educativa. Concretamente en los siguientes
colegios: Instituto Oriente en Puebla, Instituto Lux en León, Instituto de Ciencias en Guadalajara, Instituto Pereyra en
Torreón, Instituto Cultural en Tampico y un Bachillerato en Tijuana.

Hay que resaltar que esta labor educativa además de unos 100 jesuitas, colaboran más de 3,500 laicos y laicas.

Sector de Pastoral: Las parroquias que están al cargo de los jesuitas son las siguientes: El Sagrado Corazón en
Chihuahua; Santuario de Guadalupe en León; El Jesús en Mérida; San Ignacio en Chalco, Estado de México; San
Ignacio, La Resurrección, La Sagrada Familia y Nuestra Señora de Guadalupe, Reina de la Paz en la ciudad de México;
la Inmaculada Concepción en Oaxaca; San Ignacio en Parras y San Judas Tadeo en Torreón; la Parroquia de San José y
los Remedios en las inmediaciones de Villahermosa y el Templo de los Sagrados Corazones en Xalapa,

Desde hace casi un siglo los jesuitas tuvimos encargado el acompañamiento pastoral de los indígenas y mestizos en la
sierra Tarahumara en el estado de Chihuahua. Luego que fue erigida la Diócesis de Tarahumara, seguimos colaborando
17 jesuitas, distribuidos en 6 comunidades.

En el Estado de Chiapas y en la diócesis de San Cristóbal mantenemos dos trabajos pastorales entre los pueblos indios.
Uno es la Misión de Bachajón, la cual en diciembre pasado celebró su cuarenta aniversario. Apenas hace unos años, el
Obispo de San Cristóbal de las Casas nos encomendó la Parroquia de Chenalhó, de la cual forma parte Acteal, lugar
donde sucedió la masacre de 45 indígenas a manos de integrantes de un grupo paramilitar.

Sector Social: Como parte de un proceso vivido por toda la Compañía de Jesús, este año los jesuitas mexicanos
estamos estructurando nuestros trabajos de carácter social en este nuevo sector.
Aquí se inscriben los trabajos promocionales y de acompañamiento organizativo a diversos pueblos indígenas:
Tzeltales y choles en la Arena, Chiapas; Nahuas y popolucas en la Sierra de Santa Marta en Veracruz y Nahuas y
Otomís en la Huasteca también de Veracruz. Todos estos trabajos coordinados por Fomento Cultural y Educativo
(FCE), quien también agrupa un proyecto de capacitación sindical en la ciudad de México y Guadalajara.

En este mismo sector quedan comprendidos nuestros trabajos de defensa y promoción de los derechos humanos. Por
ejemplo, en Villahermosa, Tabasco el Centro de Derechos Humanos de Tabasco (CODEHUTAB) y el Centro de
Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Prodh) en la ciudad de México.

Quiero mencionar que no soy exhaustivo en la anterior presentación, pues la riqueza del trabajo de los jesuitas es
mucho más diversa; pero si espero dar una idea al lector de la gran variedad de trabajo apostólico que hacemos los
jesuitas en este país.

2. Algunos aspectos cualitativos

El conjunto de los jesuitas mexicanos es un grupo muy diverso, involucrado en trabajos de muy distinta naturaleza pero
todos animados por el ideal ignaciano de buscar el “magis”. La Congregación General 34 expresa lo anterior de la
siguiente manera: “Cuando se interpreta a la luz de la fe que busca la justicia, el criterio de “mayor necesidad” apunta a
lugares o situaciones críticas de injusticia; el criterio de “mayor fruto”, a los ministerios que puedan ser más eficaces
para crear comunidades de solidaridad; el criterio del “bien más universal”, a la acción que contribuya a un cambio
estructural capaz de crear una sociedad basada en la corresponsabilidad.”

Esta inquietud ha estado presente en las búsquedas que los jesuitas han emprendido en México, obligados a discernir
los “signos de los tiempos”, es decir dónde, de qué manera y con quiénes dar una adecuada respuesta a las invitaciones
que nos hace Dios nuestro Padre, para que nuestra historia y sociedad sean una auténtica fraternidad.

Algunas de las actuales inquietudes de los jesuitas van por aquí.

* Ampliar y profundizar nuestro servicio y acompañamiento a los pueblos indios de nuestro país. Hablar en México de
indígenas es hablar de cuando menos unos 15 millones de mexicanas y mexicanos que son los pobres entre los pobres,
es decir uno de esos sectores sociales permanentemente marginados durante siglos, más bien invisibles a los ojos de la
sociedad. Este es uno de los lugares sociales donde se concreta ese criterio de “mayor necesidad” en México.

* Hace unos quince años los jesuitas fuimos tomando conciencia de las graves violaciones de derechos humanos que
sufrían gran número de mexicanos y mexicanas, especialmente los más pobres: indígenas, campesinos, mujeres, niños
de la calle, etc. Todo ese dolor nos movió las entrañas y decidimos comprometernos en la defensa y promoción de los
derechos humanos. Este también es un espacio donde se expresa el criterio de “mayor necesidad”

* Reconociendo que nuestro aporte siempre será pequeño respecto a las demandas que nos vienen de la realidad,
estamos retados a compartir nuestra espiritualidad, nuestra vocación y nuestra misión con los hombres y mujeres que
nos rodean y con quienes llevamos adelante muchos de los trabajos al servicio de los demás. La Congregación General
34 anima a los jesuitas con las siguientes palabras. “Los jesuitas somos a la vez “hombres para los demás” y “hombres
con los demás”. Esta característica esencial de nuestra forma de proceder pide prontitud para cooperar, escuchar y
aprender de otros y para compartir nuestra herencia espiritual y apostólica.”

* En un país tan necesitado de cambios profundos que hagan posible una paz que sea fruto de la justicia, es
indispensable estar permanentemente preguntándonos por el tipo de servicio que los jesuitas debemos dar.

* Como sabemos, las circunstancias, tan erizadas de dificultades, por las que atraviesa hoy nuestro país, representan
grandes desafíos a la acción de la Compañía. Nos sentimos llamados y conmovidos por las voces y sufrimientos de
tantos contemporáneos nuestros, hombres y mujeres hundidos en una miseria y dolor increíbles. En la imposibilidad de
atender a todas las demandas, tenemos que discernir con mucha atención dónde conviene concentrar nuestros
esfuerzos.
¿Cuál es nuestra Espiritualidad?
Francisco López Rivera, S. I.

Si le preguntas a un jesuita: “¿Qué es lo que da sentido a tu vida?, ¿Qué es lo que te inspira en tu vida y en tu trabajo?”,
seguramente te responderá: “mi espiritualidad”. Y tú puedes preguntar: ¿ y qué es eso? Bien, permíteme intentar
responderte en estas páginas.

Ser jesuita no es sino una de las muchísimas posibilidades de vivir la vida cristiana. Ante todo, quien ingresa a la
Compañía de Jesús desea vivir cristianamente. Pero resulta que algo le atrajo de este grupo de hombres llamado la
Compañía de Jesús que lo impulsó a pedir su pertenencia a él. Esa posibilidad concreta de vivir la vida cristiana, es
decir, de seguir a Jesús en la vida, se plasma en una “espiritualidad”.

¿Y cuál es la espiritualidad del jesuita? Es la manera de seguir a Jesús que vivieron y nos dejaron Ignacio de Loyola y
sus primeros compañeros. Ellos siguieron un proceso de varios años que culminó en la fundación de la Compañía de
Jesús. En el camino fueron aprendiendo una manera de seguir a Jesús algo diferente de la que se estilaba en las
antiguas órdenes religiosas. Este pro-ceso fue una búsqueda de lo que Dios les pedía en su vida. Concluyeron que Dios
los invitaba a un servicio apostólico generoso y móvil. Para ello idearon un estilo de vida religiosa menos estructurado
que el de las antiguas órdenes religiosas, y se pusieron a las órdenes del Papa, a fin de que los enviara a donde le
pareciera mejor. Gradualmente, la autoridad del Papa para enviar a los jesuitas a sus trabajos apostólicos o “misiones”
pasó también al Superior General.

En ese primer grupo de jesuitas, la personalidad y el proceso espiritual de Ignacio de Loyola fueron determinantes. Él
encarnaba lo que sería luego la “espiritualidad del jesuita”. Se puede decir que Ignacio fue, ante todo, un hombre
profundamente agradecido con Dios. Comprendió el amor de Dios hacia él mismo y hacia toda la humanidad y, lleno
de gratitud, quiso dedicarse de lleno a servir a Dios sirviendo a sus hermanos.
Digamos que su espiritualidad podría definirse como el “servicio por amor” .
Naturalmente, la experiencia personal de Ignacio influyó en su manera de seguir a Jesús. Por lo pronto, tenía
conciencia de haber llevado una vida vanidosa y competitiva. Así que empezó por renunciar radical-mente a esa
vanidad y a esa competitividad. En adelante buscaría solamente hacer la voluntad de Dios, ayudar a que los demás
encontraran la voluntad de Dios en sus vidas y la pusieran en práctica. Expresó esa experiencia en los Ejercicios
Espirituales. Por eso ahí se encuentra concentrada la “espiritualidad del jesuita”. Ser jesuita es ser un hombre que vive
los Ejercicios Espirituales en su vida diaria; es ser un hombre que procura guiarse por las motivaciones que ahí capta a
partir de una contemplación profunda de la persona, la acción, las exigencias, el testimonio del Señor Jesús.
Como puedes ver, la persona del Señor es central en la vida del jesuita; su vida de jesuita no tiene sentido si no es con
el Señor, tratando de conocerlo, amarlo y seguirlo. Se trata pues, de una relación personal y profunda con Jesús, no
simplemente de un conocimiento intelectual o de una simple “relación de trabajo”. De hecho, el jesuita quiere seguir a
Jesús “pobre y humilde”, en todo, incluida la cruz. Y, además, desea proseguir su tarea, su trabajo por el Reino del
Padre.
Ahora bien, Ignacio fue un hombre ubicado en el tiempo y en el espacio. Le tocó vivir la transición de la Edad Media
al Renacimiento; un período histórico en el cual se produjeron grandes cambios sociales, políticos y religiosos. Ignacio
trató de responder a la voluntad de Dios en ese preciso contexto. y como no había manuales ya escritos sobre el futuro,
procuró estar siempre atento a las inspiraciones de Dios, mediante el discernimiento espiritual. De hecho, fue un gran
maestro del discernimiento. Por ello, un jesuita está también llama-do a ser un hombre de discernimiento, un hombre
que busca continuamente la voluntad de Dios en la historia, en la Iglesia, en los acontecimientos, en sus inspiraciones
personales (conferidas con la comunidad). Y, siguiendo a Ignacio, trata de buscar “la mayor gloria de Dios” . Por eso el
jesuita resulta un tanto inquieto e inclinado a la experimentación, para ver por dónde le indica el Espíritu que debe ir y
qué debe hacer. De ahí que los jesuitas no tienen trabajos apostólicos fijos a los cuales se dediquen exclusivamente.

Tal vez tú no sepas que Ignacio y sus primeros compañeros no deseaban constituirse en orden religiosa.
¿Por qué? Porque pensaban que su manera de entender el servicio apostólico no cuadraba mucho con las estructuras de
la vida religiosa de entonces. Y, sin embargo, estaban seguros de que Dios los invitaba a esa nueva manera de servicio
apostólico. Lo que al final los decidió a aceptar constituirse en una orden religiosa (lo cual suponía obviamente, la
aprobación del Papa) fue que no quisieron deshacer el grupo que, movidos por el Espíritu, habían formado. Sabían que
si no se integraban en una comunidad acabarían por dispersarse al no tener unos vínculos jurídicos que, además de la
amistad y sus ideales profundos, los ayudaran a permanecer unidos en el seguimiento de Jesús y en el servicio
apostólico. De aquí brota otro elemento de la espiritualidad del jesuita: pertenece a una comunidad, aunque tenga que
andar muchas veces en la dispersión por las exigencias de la misión. La vida comunitaria es algo esencial para el
jesuita. Naturalmente, como se puede ver, será una vida comunitaria peculiar, adaptada a su misión o trabajo
apostólico. Servicio apostólico y vida comunitaria están íntimamente unidos en la vida del jesuita. Los jesuitas son
hermanos, no solamente compañeros de trabajo.

Seguramente te estás preguntando cómo viven, cómo encarnan los jesuitas de hoy esta espiritualidad. Tratemos de
responder a este interrogante. El jesuita busca la voluntad de Dios para tratar de ponerla en práctica y esa búsqueda la
realiza por medio del discernimiento. Así pues, en los últimos tiempos la Compañía de Jesús ha hecho un
discernimiento profundo sobre qué le pide Dios aquí y ahora. Para ello, los jesuitas se han reunido en Congregación
General (su máxima asamblea y máxima autoridad) en los años 1965-66 (C.G. 31), 1974-1975 (C.G. 32), 1983 (C.G.
33) y 1995 (C.G. 34). En esas reuniones, la Compañía trató de ponerse al día, según las circunstancias históricas: los
grandes cambios de este siglo, y según las circunstancias eclesiales: el Concilio Vaticano II.

En la C.G. 32, la Compañía captó que uno de los grandes dramas de nuestro tiempo es el impresionante crecimiento de
la pobreza (con todas sus consecuencias), provocado por las injusticias y marginaciones sufridas por muchos millones
de personas. Entonces vio que Dios la llamaba a hacer una clara opción por los pobres y por la justicia, como
exigencias de su fe. Así nació la reformulación de su misión en la forma siguiente: “la misión de la Compañía de Jesús
hoy es el servicio de la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta, en cuanto forma parte
de la reconciliación de los hombres exigida por la reconciliación de ellos mismos con Dios” (C.G. 32, D. 4, 2). Por
cierto, esta opción de la Compañía había sido ya expresada por los Obispos de América Latina en su reunión de
Medellín (1968).

Veinte años después (1995), la Compañía realizó una actualización de su misión, a la luz de las cambiantes
circunstancias históricas. Entonces completó la fórmula de la C.G. 32: “El servicio de la fe y la promoción de la
justicia constituyen la misión, única e idéntica, de la Compañía; por eso, ni en nuestros objetivos ni en nuestra
actividad ni en nuestra vida pueden separarse el uno de la otra. . . “ “Esta misión incluye además, como dimensiones
integrantes de la evangelización, la proclamación inculturada del Evangelio y el diálogo con los miembros de otras
religiones” (Normas Complementarias aprobadas por la C.G. 34, nn. 4.2 y 4.3).

Por eso se advierte que los jesuitas han realizado cambios importantes en su manera de ser, de vivir y de trabajar, en el
sentido de una más clara opción preferencial por los pobres. Esto ha tenido consecuencias definitivas para la Compañía
de Jesús. Últimamente nos esforzamos por atender a las dos dimensiones integrantes de la evangelización mencionadas
por la C.G. 34, lo cual implica, por ejemplo, un fuerte empeño en la inculturación del Evangelio y, por lo mismo, en el
respeto y valoración de todas las culturas, así como un diálogo más abierto con las personas que tienen otra religión
diferente de la cristiana.

Y aquí estamos, en el esfuerzo por vivir conforme a estas opciones, con la única finalidad de servir a nuestros
hermanos sin distinción de raza, credo, lengua o condición social, desde nuestra opción preferencial por los pobres.
Buscamos responder junto con todas las personas a los retos ingentes planteados a la humanidad por fenómenos como
la globa1ización, la post-modernidad, el neoliberalismo, la secularización, la angustia del fin y del inicio de siglo y de
milenio, la búsqueda de trascendencia y de fraternidad, etc. Como jesuitas, nos sentimos llamados a buscar siempre,
por medio del discernimiento, qué nos pide Dios, a qué nos invita, para hacer de nuestro mundo un mundo mejor,
conforme al proyecto de Dios.

Y, finalmente, una pregunta que sin duda te planteas. ¿Es feliz la vida de un jesuita? Mi respuesta categórica es sí. Una
vida en la cual uno se esfuerza por seguir al Señor Jesús, en una amistad profunda con él, atento a las necesidades
personales e históricas de los demás, en continuo discernimiento y creatividad y, también, con algunos conflictos y
persecuciones por el Reino de Dios, y todo ello en una comunidad de hermanos que tienen los mismos ideales (aunque
como hermanos tengan también diferencias y conflictos) y en una relación abierta y sincera con muchas otras personas;
esta vida no puede no ser feliz. Creo que así la vivimos la inmensa mayoría de los jesuitas. Y, si no, pregúntales.
En busca de una fraternidad perdida
Jorge A. González Candia, S. I.

¿Cómo fue que llegué a Honduras? Fueron dos los acontecimientos principales que provocaron mi partida: Primero, el
número de jesuitas que terminaban la carrera de filosofía y que salíamos al servicio en el año de 1999, antes de iniciar
los estudios teológicos; fuimos 25 jóvenes, algo novedoso para la provincia mexicana. Segundo, la intención del
equipo de gobierno de la provincia de enviar jóvenes al extranjero, lo que coincidió con el huracán Mitch que se
suscitó en octubre de 1998. Fueron estas las circunstancias que se cruzaron para enviar a dos jóvenes jesuitas a
Centroamérica.

Cuando el padre provincial me dijo en la entrevista que mi destino era Honduras quedé sorprendido, pues este no
formaba parte de mis opciones; yo había solicitado ir a Veracruz, a Chiapas o a Oaxaca para trabajar en zonas
indígenas; no obstante, el provincial me enviaba a apoyar las labores de reconstrucción con los damnificados del
huracán a la provincia de Centroamérica. Fue entonces que recordé algo que siempre he admirado de la Compañía de
Jesús, su disponibilidad para responder a las situaciones de emergencia. Las labores de reconstrucción después del
huracán eran una emergencia y la provincia mexicana se solidarizaba con los afectados y necesitados de la provincia
centroamericana, ahora me tocaba vivir esa disponibilidad de ir a dónde más se necesitara. Saberme enviado en
solidaridad con los afectados por el Mitch me dejaba con una sensación de gusto y alegría duradera.

Mi destino fue la ciudad de El Progreso, Departamento de Yoro, Honduras. Una ciudad que creció con la llega-da de
las empresas bananeras americanas a principios del siglo XX y actualmente tiene una población de 90,000 habitantes.
En ella, la presencia de la Compañía de Jesús data de 1953 y actualmente atiende tres parroquias, un centro de
espiritualidad, un teatro, un colegio y una escuela técnica, un centro de investigación, así como una radiodifusora AM y
otra FM.

Ante esta desgracia natural y la desorganización gubernamental para atender a los damnificados, el Alcalde Municipal
le pidió a la Iglesia Católica de El Progreso, es decir, a los jesuitas, que se hiciera cargo del reparto de toda la ayuda
que llegara para los damnificados de este municipio. Después de realizar una consulta a la comunidad local de jesuitas,
la Compañía de Jesús aceptó el reto de distribuir la ayuda a los damnificados, no sólo de el municipio de El Progreso,
sino también del municipio de El Negrito, donde hay parroquias jesuitas.

A partir de este momento se formó el Comité de Reconstrucción coordinado por la Iglesia Católica (CRIC). Su
prioridad, durante los primeros meses, fue el reparto de alimento a los damnificados de la región. La Compañía de
Jesús utilizó su infraestructura para llevar a cabo el reparto de alimento: el gimnasio de la escuela técnica sirvió de
bodega; el centro de investigación se convirtió en albergue y oficina central; el colegio y algunos templos sirvieron de
albergues, así como las parroquias fueron los centros de distribución; las radios mantenían informados a los
damnificados para recibir el alimento, se creó un programa especial para apoyar las labores de reconstrucción llamado
“la tacita de café” que era trasmitido todos los días. Fue una experiencia donde los jesuitas respondieron como
comunidad, apoyando cado uno, según sus tiempos y capacidades, a las necesidades de los damnificados.

Mi primer año de servicio en Honduras estuvo centrado en la atención a los damnificados de la ciudad de El Progreso,
con el proyecto Paujiles de 500 viviendas, y el apoyo a los damnificados de Arena Blanca, donde se construyeron 55
viviendas. Estos proyectos se realizaron mediante un Convenio Interinstitucional firmado por los representantes de la
Municipalidad de El Progreso, la FUNDASAL (Fundación Salvadoreña para el Desarrollo y la Vivienda Mínima), la
Organización de Damnificados Sin Techo y la Iglesia Católica (CRIC).

El segundo año se caracterizó por la ampliación y consolidación del Programa de Rehabilitación de la Vivienda Urbana
(RVU) para atender a familias que fueron parcialmente afectadas por el huracán Mitch. Este programa estaba
coordinado directamente por el CRIC y se implementó en seis colonias rehabilitando en total unas 300 viviendas. Para
que las familias recibieran el apoyo, primero tenían que realizar una obra comunitaria, los seis grupos de rehabilitación
optaron por construir su centro comunal, los cuales funcionaron más tarde como kinderes.

Unido a RVU surgió un Programa de Apoyo a Jóvenes en Situaciones de Riesgo (ALUCIN), donde se brindó empleo y
apoyo para la rehabilitación de unos 60 jóvenes relacionados con las pandillas. Fueron tres las zonas donde se realizó el
programa, en dos de ellas se encontraban grupos pertenecientes al Barrio 18 y la Mara 13, las principales pandillas, no
sólo de Honduras, sino de Centroamérica que se disputan el control de territorios.

Las maras o pandillas son agrupaciones juveniles armadas identificadas con un número, un territorio y una estructura
organizativa bien definida; son un fenómeno social que expresa el deterioro de las condiciones de vida de la sociedad
hondureña, centroamericana y, muy seguramente, la realidad de la juventud latino-americana. En esta problemática se
entrecruzan un sin fin de realidades sociales: la desintegración familiar, el abandono de hogares, la migración a los
Estados Unidos, el desempleo y los bajos salarios, el desinterés de los jóvenes por la educación, un Estado débil en sus
programas sociales y en su sistema judicial; son realidades que expresan la crisis que vive nuestra sociedad sus grandes
instituciones, la cual favorece el desarrollo de estas organizaciones juveniles.

La realidad de los damnificados fue el encuentro con un nuevo rostro de los pobres, fue un entrar a la parte oscura de la
pobreza y ser testigo de cómo el abandono y la marginación de siglos son capaces de enfermar el corazón de los
pobres. Pero la pobreza que envenena el corazón de los pobres también tiene su historia: las administraciones
gubernamentales llenas de secuelas de corrupción y promotoras de una cultura de dependencia; el autoritarismo de las
empresas americanas radicadas en estos lugares ha cerrado posibilidades de mejorar sus condiciones de vida; también,
hay que reconocer, la Iglesia llegó tarde en su servicio evangelizador, no alcanzó a crear una cultura religiosa que diera
sustento a la vida comunitaria; estas y otras historias me hacen ver con otros ojos a los damnificados, surge una mirada
cariñosa de la que brota compasión. Siento que las actitudes conflictivas de estas familias son consecuencias de
dinámicas de muerte que otros poderes han impulsado al defender intereses muy personales.

En el servicio a los damnificados comprendí que el amor a los pobres es una apuesta en la inseguridad, me resistía a
querer a alguien que no acababa de conocer, quería tener la seguridad de que sería correspondido en mi amor por ellos,
más sin embargo descubrí que el amor es incondicional. Así como Dios ama a los pobres en gratuidad, nosotros
estamos llamados a amarlos de igual forma, se trata de amar con el placer de entregarte. Los pobres y su mundo siguen
siendo un gran misterio para nuestros criterios humanos.

Con estos pobres descubro un nuevo rostro de Dios que surge desde la debilidad y la pequeñez para hacer grandezas en
la humanidad; un Dios que ya está presente y actuando en la realidad de todo hombre y mujer; un Dios que es ocultado
por dinámicas desintegradoras arraigadas en el corazón del hombre y la sociedad, pero que ahí está... esperando
dinámicas sociales integradoras que faciliten su actuación.

En el trabajo con los pandilleros del Barrio 18 no dejaba de asustarme al escuchar sus deseos de matar a los 13´s, no
podía creer que existiera tanto rencor, odio y ceguera en su corazón. Sus rostros, sin embargo, reflejaban también
nobleza, ternura y timidez ¿qué pasaba entonces? Esta diferencia me hacía ver que sus acciones de venganza tenían que
ver con una realidad más allá de su propia vida, había un ambiente social que les conducía a estas reacciones, sus
decisiones tenían que ver con otras decisiones del pasado familiar y social. Al contemplar su rabia por matar sentía que
el pecado de la ciudad (desintegración familiar, economía excluyente, dependencias políticas, marginación,
desesperanza, etc.) estaba determinando las acciones de estos jóvenes. Más allá de la dinámica social de las pandillas
había un pecado social que conducía a las acciones desesperadas por defender su vida.

El pecado social ha eliminado progresivamente los espacios de fraternidad donde el joven pueda construir una
identidad integradora de su propia existencia. Una consecuencia de este pecado es la pérdida del espacio familiar como
instancia de crecimiento humano y formadora de valores integrales. Me llamaba la atención que en varios de estos
jóvenes el cariño que recordaban de la familia era el de la abuela y no el de la madre; las generaciones anteriores tenían
otras formas de vivir la relación familiar que favorecían sus deseos de ser humano. La falta de experiencias de
fraternidad entre estos jóvenes dificulta la comprensión y la sensación de un Dios Padre. La realidad de los pandilleros
es un altar al Dios no conocido.
¿Cómo saber si tengo vocación
para ser jesuita?
La decisión de admitir a una persona en la Compañía de Jesús es el resultado de un cuidadoso proceso de
discernimiento. Discernir es lo mismo que sopesar razones, escucharse a uno mismo y a los demás, escuchar a Dios en
la oración, analizar, reflexionar. Mientras más difícil es el proyecto que uno quiere realizar, mayor debe ser el cuidado
de preguntarse si los propios recursos son suficientes para llevarlo a cabo.

Muchos jóvenes inquietos se preguntan: ¿Cómo puedo saber si yo tengo vocación? ¿Hay alguna forma clara de
saberlo? No es fácil dar una respuesta rápida, sencilla y que le sirva a todo el mundo. Esto se debe a razones diversas:

La vocación como la fe, la amistad y el amor, es un asunto de generosidad y de riesgo. Amar es arriesgarse, es confiar
la propia persona en manos de otro. La amistad y el amor no exigen garantías previas ni seguridades absolutas. El que
ama no dice: “seré tu amigo o te querré cuando esté absolutamente seguro de ti”. La seguridad en otro viene después de
la entrega, no antes.

La vocación es un don. Es iniciativa de Dios; no nuestra. No nos levantamos un día y decimos: “yo voy a ser religioso,
yo voy a ser jesuita”. Tenemos que esperar a que nos inviten y saber reconocer la invitación cuando llegue a nosotros.

Al invitar, Dios es tan respetuoso que su tono no es el de una orden imperiosa, ni de voz de trueno. Es más bien el tono
de la insinuación, de la brisa suave, que no violenta ni fuerza la libertad del hombre. “Si quieres...”

Lo primero que tiene que hacer una persona para descubrir si Dios la llama o no, es ponerse en actitud de apertura y
disponibilidad a lo que Dios quiera. No puedo escuchar la voluntad de Dios si de antemano yo he decidido lo que
quiero. Tampoco es posible escuchar si estoy paralizado por el temor o el rechazo a los sacrificios que Dios puede
pedirme.

Supuesta esta actitud fundamental de disponibilidad, las líneas que siguen ofrecen algunas pistas o señales para
reconocer el llamado de Dios a la vida religiosa en la Compañía de Jesús.

Los cuatro pilares

Un buen discernimiento de la vocación cuenta con cuatro puntos de apoyo:

*La experiencia de Dios que llama.


*Las cualidades humanas necesarias.
* Las necesidades objetivas del mundo en que vivo.
* La aceptación de mi llamada por parte de la Orden Religiosa.

La experiencia de Dios

Este es el pilar fundamental. Sin esta experiencia de Dios, se pueden dar las cualidades humanas más deslumbrantes en
una persona sin que eso signifique que se trata de un llamado de parte del Señor. ¿Cómo experimenta una persona que
Dios la llama? Al tratar de definir en qué consiste esa experiencia de Dios, resulta más fácil empezar diciendo lo que
no es:
* no es el resultado de una deducción lógica o de una demostración matemática
* no es la ausencia de inclinación o atracción al matrimonio
* no es un puro sentimiento
* no es una idea.

Experimentar a Dios que llama es lo mismo que ser capaz de oír el lenguaje con que Dios habla en lo más profundo de
mi persona. ¿En qué consiste ese lenguaje de Dios? Debe ser un lenguaje muy humano, para que yo pueda entenderlo.
Ordinariamente Dios habla a través de:
* mis aspiraciones y deseos más hondos, más profundos, más míos.
* mis sentimientos.
* mis experiencias —positivas y negativas— de la vida, de sus oportunidades y retos.

Es importante evitar ideas fantásticas y espectaculares de cómo creemos que Dios debiera hablarnos. Hay personas que
inconscientemente esperan que Dios les comunique la vocación a la vida religiosa a través de visiones, apariciones de
ángeles o de santos. Otras veces pensamos que la persona llamada a la vida religiosa tiene que haber sido un poco rara
desde pequeña. Aunque no lo digamos con esas palabras, en el fondo lo que estamos diciendo es esto:

* Fulano si sirve para Sacerdote o religioso, porque nunca le gustó jugar, ni tratar con muchachas, ni divertirse...

La manera particular en que cada persona oye este lenguaje de Dios es de una variedad asombrosa:

Para algunos puede ser un momento especifico de deslumbrante luz, una seguridad interior inquebrantable. Una
experiencia semejante a la de san Pablo en el camino de Damasco que no deja otra alternativa que rendirse ante tanta
luz, “¿Señor, qué quieres que haga?”

Para otros puede ser más bien la acumulación de muchas pequeñas luces a lo largo del camino. A través de encuentros,
convivencias, experiencias de trabajo, participación en grupos, momentos de oración, yo voy viendo poco a poco,
como una constante, en lo que Dios me va mostrando.

Aunque no es muy frecuente, algunas personas pueden oír este lenguaje de Dios y esta llamada como un aterrizaje
suave en la seguridad de la vocación. Dios llama y yo acepto en un ambiente casi sin interrupción de paz y serenidad.

Quizá para la mayoría, la paz de la aceptación de la llamada no viene sino después de muchos conflictos, de una
prolongada lucha interna y externa de mucha oscuridad.

Cualidades humanas necesarias

¿Qué se necesita para ser jesuita?

En primer lugar, ser una persona normal, capaz de amar, de reír y llorar, de arriesgarse y de sentir el miedo del riesgo.
La Compañía de Jesús no es un refugio para gente rara ni una evasión para inservibles.

Más concretamente, el Señor llama a la Compañía de Jesús a personas de fe profunda, bien informada y capaces de un
compromiso serio con la realidad, maduros afectiva y socialmente capaces de establecer relaciones de amistad y amor
profundos, capaces de tolerar frustraciones, de respetar la complejidad de la vida y de las personas, de trabajar en
colaboración con otros; personas de una capacidad intelectual suficiente para desempeñar la difícil misión de la
Compañía y para asimilar la larga preparación que esa misión exige. En contra de lo que muchos piensan, no es
necesario ser un genio ni superdotado para ser jesuita. Pero si se requiere que la persona sea capaz de leer la vida con
profundidad, sin simplificaciones ingenuas; que sea de corazón grande, que no se contente con hacer cosas buenas sino
que piensen siempre en dar lo mejor, en responder a la mayor necesidad del momento, en buscar “lo que más conduce
al fin para el que somos creados”. (Ejercicios Espirituales No. 23).

Esta dimensión del mayor servicio, de querer estar en las trincheras —donde más se cuestiona que Dios sea Padre y
que los hombres seamos hermanos— no responde a ningún delirio de grandeza por parte de los jesuitas, sino al carisma
de Ignacio que quiso una Compañía de Jesús ágil, bien formada para las misiones más difíciles y exigentes. Es evidente
que este carisma de la Compañía supone que los que desean entrar en ella sean algo más que gente buena. Exige que el
jesuita posea bondad y cualidades humanas en un grado tal que le permitan vivir la Complejidad de las trincheras.
Las necesidades del mundo

Dios no llama a una persona como premio o regalo por lo buena que ha sido o por sus cualidades. La vocación no es
una manera de glorificar a la persona, sino un regalo que Dios hace a la Iglesia y a la humanidad. Es una respuesta que
Dios quiere dar —respetando la libertad del que es llamado— a las necesidades más urgentes del mundo y de la
Iglesia.

Uno de los pilares en que se apoya la vocación, es por tanto, la necesidad del mundo y de la Iglesia en que nos ha
tocado vivir. La situación tanto económica y social, como religiosa y eclesial de nuestro país es un grito apremiante
que exige de nosotros una respuesta. La Iglesia - y el pueblo mexicano necesitan con urgencia de hombres generosos
que pongan el rostro por delante del yo, el nuestro por delante del mío, y el servicio por encima del propio interés y
prestigio. El carisma y la espiritualidad de Ignacio ofrecen al joven mexicano una opción de servicio a nuestro pueblo y
a nuestra Iglesia. Una opción válida y relevante.

La aceptación por parte de la Compañía

No basta que yo me sienta llamado. Esa llamada que yo siento debe ser acogida y reconocida por la Compañía. La
vocación religiosa es un diálogo entre tres: Dios, la persona y la Orden, en este caso, la Compañía. Dios inicia el
diálogo, la persona la escucha y responder y en su respuesta invita a la Compañía a hacerse testigo de ese diálogo.
Tanto la persona como la Compañía buscan discernir la voluntad de Dios sobre el que, se siente llamado.

Parte esencial de este discernimiento compartido es que el joven con inquietudes vocacionales y con deseos de ser
jesuita conozca bien la Compañía real, sus personas y su obras, sus virtudes y, sus defectos. Igualmente esencial es que
se deje conocer, que se manifieste con transparencia, sin ocultar nada. Si verdaderamente busca lo que Dios quiere, la
persona desea que quienes lo acompañan en su discernimiento conozcan sus puntos fuertes y sus limitaciones.
Hermanos y sacerdotes, pero todos somos Jesuitas
Una misma vocación jesuita

La vocación de la Compañía de Jesús es única para todos sus miembros. Esta vocación es apostólica en el sentido
pleno de la palabra: apóstol significa enviado.

La misión de comprometerse en la lucha crucial de nuestro tiempo, por la fe y la justicia que la misma fe exige, es lo
que define e identifica a los jesuitas.

En esta única misión participan los jesuitas de dos maneras distintas: como sacerdotes o como hermanos. Participan no
solo de una misma misión apostólica, sino también:

* de una misma consagración a Dios según el carisma de Ignacio


* de una misma responsabilidad en la creación de comunidades de vida y de trabajo
* de una misma exigente formación espiritual y humana.
* Los hermanos participan en todas las “expresiones de nuestra misión apostólica que no requieren la ordenación
sacerdotal” (CG 32, Decreto 2, 22).

Algunas de estas expresiones son:

* funciones de administración en colegios, parroquias y comunidades jesuitas;


* enseñanza y orientación en obras educativas;
* pastoral parroquial: catequesis de adultos, formación de catequistas, animación de grupos;
* servicios técnico profesionales: contabilidad, mecánica, enfermería...

El hecho de que en la Compañía hay más sacerdotes que hermanos y de que los ministerios sacerdotales son más
visibles que los de los - hermanos, ha contribuido a que muchas veces quede en la oscuridad del servicio
imprescindible de los hermanos.

Los hermanos han realizado este servicio desde los puestos de mayor relieve (la administración económica de toda la
Provincia, la enseñanza, etc.) hasta aquellos servicios más humildes y sencillos (atendiendo a la portería o ayudando en
una cocina). El ministerio de los sacerdotes en la Compañía ha adoptado muchas formas a lo largo de la historia:
ministerios tradicionalmente sacerdotales (predicación, confesiones, dirección espiritual, sacramentos...) junto a
actividades más seculares (enseñanza, investigación, medicina, diplomacia, trabajo en fabricas, etc.).
El proceso de formación en la Compañía de Jesús
¿Qué Estudian los Jesuitas?

Veamos que aporta cada una de las etapas de la formación integral del jesuita.

El Noviciado

Su tarea principal es el discernimiento creyente de la propia vocación y el conocimiento de Cristo, de la Compañía y de


uno mismo. Es un tiempo de dos años dedicados a una especie de desierto espiritual, con su doble aspecto de ruptura y
plenitud: Ruptura a veces costosa con el propio ambiente familiar, de amistades, de costumbres. Ruptura también con
los ruidos de fuera y dentro. Plenitud, en la toma de conciencia creciente del propio proyecto, en el encuentro cada vez
más profundo con Dios, consigo mismo y con los demás. Tiempo de profundización en el conocimiento teórico y
práctico de la Compañía: su historia, su espiritualidad, sus documentos, su actualidad y sus personas. Desde el punto de
vista académico son dos años en que hermanos y futuros sacerdotes estudian las nociones básicas sobre la vida
religiosa.

Tiempo de Experiencias o Pruebas (como las llamaba san Ignacio), que permiten al novicio medirse ante los retos de
integrar en su persona las exigencias de la vida interior, el trabajo pastoral, el estudio y los requerimientos de una vida
comunitaria fraterna. Estas experiencias del noviciado son:

* El mes de Ejercicios Espirituales, que se hace en el primer año de Noviciado.


* Trabajo en hospitales durante un mes.
* Trabajo pastoral en la comunidad parroquial (se hace a lo largo de los dos años de Noviciado).
* Trabajo pastoral intenso en alguna obra de la Compañía (durante dos meses y medio).
* El Noviciado es una experiencia común para todos los jesuitas, los que se preparan para el sacerdocio y para los
hermanos.

Estudio de filosofía y ciencias sociales (sacerdotes y hermanos)

La tarea principal de esta etapa es el entrenamiento de la capacidad de diálogo con la cultura y el pensamiento del
hombre de hoy: trabajar para lograr una mente critica, bien informada, flexible.
34  ¿Qué estudian los Jesuitas?
* Consolidación de la opción por la vida religiosa.

* Tiempo de desarrollo y asimilación de hábitos personales de estudio serio y constantes, metodología de la


investigación.

* Nueva dimensión del silencio interior. respuesta al reto del estudio largo, absorbente, profundo, perseverante.

* La duración normal de esta etapa es de tres años para quienes aspiran a la maestría y cuatro para los que obtendrán la
licenciatura.

Formación profesional o Técnica (hermanos)

La tarea de esta etapa en la formación de los hermanos es la adquisición de las herramientas que necesitarán para el
desempeño de sus ministerios en la Compañía. Tiempo de investigación de los nuevos recursos que se van adquiriendo
con una continua formación espiritual y teológica.

Experiencia apostólica o magisterio (todos)


Esta etapa tiene por objetivo la incorporación de tiempo completo a la misión apostólica de la Compañía. La tarea de
esta etapa es el desarrollo de destrezas y habilidades pastorales así como la oportunidad de medirse a sí mismo en sus
aptitudes, inclinaciones, limitaciones ante el trabajo apostólico. El nombre tradicional de esta etapa, Magisterio, se
debe a que antiguamente la casi totalidad de los estudiantes jesuitas se dedicaba en este tiempo a la enseñanza en una
de nuestras instituciones educativas. En la actualidad, es mucho más amplio el aspecto de actividades que pueden
utilizar los maestrillos (como familiarmente se llama a los jesuitas que están en esta etapa): trabajo parroquial,
combinación de enseñanza y estudios especializados, investigación, promoción...

La duración de esta etapa es de dos a tres años.

Estudios de teología (sacerdotes)

La tarea de esta etapa es el desarrollo de la capacidad de “dar razón de nuestra esperanza” (1 Pe 3, 1 5). El estudio
sistemático de la fe junto con el aprendizaje de un lenguaje apropiado para su transmisión. Es un tiempo dedicado a la
integración desde la fe de las experiencias y cuestionamientos enfrentados en las dos etapas anteriores. La duración de
esta etapa es cuatro años. La ordenación sacerdotal es el final del cuarto año de teología. También los hermanos
durante dos años o más si esa es una posibilidad de especialización, llevan una seria formación teológica que les ayude
a anunciar la fe.

Tercera Probación

La tarea de esta etapa es la interiorización del carisma de la Compañía de Jesús. Después del largo periodo de
formación académica o técnica, de experiencias apostólicas, la Tercera Probación viene a ser como un segundo
Noviciado, un tiempo de profundizar y arraigarnos más en nuestra espiritualidad.

Se llama Tercera Probación (tiempo de prueba), porque los primeros días del Noviciado son la Primera; el resto de los
estudios y formación es la Segunda. El ultimo tiempo de prueba (Tercera Probación) precede a los últimos votos y a la
aceptación definitiva del jesuita por parte de la Compañía.

Formación Permanente

Esta etapa dura todo el resto de la vida del jesuita. El ritmo acelerado de cambios y transformaciones que experimenta
el mundo de hoy exige una actitud de re-novación constante. El objetivo de la formación (y de toda educación) no es
tanto enseñar contenidos, sino enseñar a aprender.

Esta formación permanente se da a través de cursillos, encuentros formales o informales de intercambio de reflexión y
experiencias, talleres, etcétera. Periódicamente, las personas pueden necesitar tiempos más largos de reciclaje un
semestre o un año de actualización en el campo de su especialidad o trabajo.

¿Qué estudian los jesuitas?

Sacerdotes Hermanos
Noviciado

Filosofía y Ciencias Sociales


Experiencia Apostólica
Teología
Trabajo Apostólico y
Especialización Académica
Formación en Teología y Ciencias Sociales
Experiencia Apostólica
Formación Profesional o Técnica según la Misión
que se le encomiende
Trabajo Apostólico

Tercera Probación Formación permanente


Se necesitan hermanos
que quieran vivir como Jesús de Nazaret
...Me da mucha alegría saber que estás en el discernimiento de tu llamado a ponerle sentido a tu vida y a favor de los
más desprotegidos...

...Me parece que tu pregunta es fácil de responder si pienso en mi propia vocación. Sin embargo también pienso que
esta pregunta hecha para ti es un reto a clarificar y decidir cómo quieres gastar tu persona por el resto de tu vida.

Me parece que las actividades específicas que desarrolles, no son lo importante, sino el para qué realizas tales o cuales
actividades; el para qué te desgastas día adía, haciendo diferentes tareas, pero con un sentido, el de gastar la vida a
favor de los marginados de la sociedad... Se necesitan hermanos que puedan vivir como Jesús de Nazaret, totalmente
entregados al servicio, y con ello impulsar a los laicos para que todo su quehacer pueda llegar a tener un sentido de
transformación de sus personas y de las situaciones de marginación en el mundo de hoy. El quehacer dependerá de
cuán preparado estés para el servicio. Entre más y mejor preparado estés, podrás servir más y mejor a los demás. Todo
aquel que no ha estudiado o no esté preparado para el servicio, está limitado. Es como no tener libertad, porque su
incapacidad le impide ayudar más; se vuelve inútil en las tareas que hay que hacer a favor de los demás. Así que laicos,
sacerdotes y hermanos tienen que estar dispuestos a estudiar, aprender y capacitarse para enfrentar este mundo y
hacerle cambios. Al mundo no podemos verlo, conocerlo y dejarlo como está.

En este tiempo se necesita que haya hermanos y sacerdotes que no se acomoden y vivan de los privilegios que se
puedan tener en la iglesia. Se necesitan hermanos y sacerdotes que confíen plenamente en que pueden ayudar a
construir en Reino de Dios.

En todo esto lo que importa es tu fe, pues la fe te ayudará a pensar que cualquier actividad, tan limitada y tan pequeña
que una persona pueda hacer, es capaz de transformar el mundo, pues por la fe sabemos que Dios usará de eso que
ofreces y pondrá lo demás para hacer los cambios que él quiere. A nosotros nos corresponde poner y ofrecer nuestro
deseo y esfuerzo, que a ratos parecerá inútil y pequeño, pero por la fe, creeremos que Dios hará algo con lo que le
ofrecemos.

En mi vida como hermano he hecho de todo; desde luego, estudiar, criar pollos, enseñar catecismo a los niños que se
preparan para su primera comunión y conformación, bautizar niños tarahumaras, enseñar matemáticas, física, química
e inglés a jóvenes campesinos, de medio urbano. Dar clases a jóvenes en el Seminario Mayor, dar clases en la
universidad, dar Ejercicios Espirituales a jóvenes estudiantes, campesinos, obreros, profesores, monjas, seminaristas,
diáconos disponiéndose al sacerdocio, he sido administrador de uno de nuestros centros de estudio, coordinador de un
departamento de formación de una preparatoria, investigador en un centro educativo, colaborador de obispos y
trabajador social entre inmigrantes.

El trabajo es mucho, por ello, se necesitan hermanos que quieran y puedan vivir como Jesús de Nazaret.

La experiencia que un hermano comparte a un joven que quiere conocer la vocación de hermano jesuita.
Si quiero ser jesuita, ¿qué pasos he de dar?
Primero

Entrevista inicial y comienzo del proceso con alguno de los promotores de vocaciones de la Provincia. (Su nombre y
dirección aparecen en las últimas páginas de esta revista). Durante este proceso, se le sugerirá al candidato vivir varios
retiros de fin de semana para propiciar un encuentro más personal con Dios y un mayor auto conocimiento. También,
durante este tiempo, se le invitará a vivir una experiencia de misiones.

Segundo

A partir de este proceso inicial, la persona puede ser invitada a visitar durante una semana el Noviciado para conocer:

* Vida de Comunidad.
* Vida Apostólica.
* Vida Espiritual.
* Vida Académica.
* Y reconocerse a sí mismo en las actividades que allí se realizan.

Tercero

Durante esa visita al noviciado, el candidato tendrá una entrevista con el encargado de prenovicios y/o algún otro padre
del equipo formador de Novicios. A partir de esa visita el joven puede ser invitado a vivir la experiencia de
Prenoviciado, conviviendo y colaborando con un grupo de jesuitas en alguna obra propia de la Compañía. Es propio de
este tiempo, que no suele extenderse mas de un año, que el prenovicio viva estas experiencias:

* Dirección Espiritual.
* Trabajo Apostólico
* Mejor conocimiento de la Compañía de Jesús.
* Ejercicios Espirituales de ocho días con los otros prenovicios.
* Quince días de encuentro para reflexión y conocimiento en grupo de la Compañía de Jesús.
* Petición formal de admisión al Noviciado.
* Entrevista con algunos jesuitas (examinadores).
* Aceptación del Padre Provincial.

Cuarto

Por medio de su participación en el programa de preparación el candidato y la Compañía se van conociendo


mutuamente y avanzan hacia una decisión conjunta de ingresar y ser admitido o no y cuándo. El promotor de
vocaciones o cualquier jesuita puede orientar al candidato sobre lo que necesita hacer para participar en las actividades
mencionadas arriba.

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