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Cuando un familiar nuestro parte de este mundo, cuando abandona este plano y
enfila sus naves hacia lo que la tradición occidental o judeo-cristiana ha reconocido como
“el cielo”, pues el vacío de su ausencia se llena con todos aquellos recuerdos que inundan
la memoria de una esperanza tibia que nos es otra cosa que el fruto del amor compartido,
de la entrega, de las tareas cumplidas.
Cuando un poeta se marcha, pues quedan sus versos, sus trazos sobre páginas en
blanco. Le sobrevive todo aquello que construyó a partir de fragmentos de aire que se
sostienen en notas musicales y que los demás traducimos como palabras. Y más si se trata
de un gran poeta.
Sergio Hernández Romero (1931 – 2010), ha levantado su vuelo hacia otros rumbos,
otras esperanzas, otros afanes. Desde lo más profundo de nuestro corazón le deseamos un
viaje lo más placentero posible. Que descanse en Paz, dice nuestra tradición y nos hacemos
eco de estas palabras tan sencillas y tan valederas. Pero al mismo tiempo, con fuerza y
decisión sostenemos, lo mejor de su empeño y su trabajo seguirá con nosotros, de este lado
de las cosas.
No es difícil realizar una semblanza del gran sujeto que fue. Destacar al profesor
dotado de una memoria privilegiada, que condimentaba sus clases de literatura universal
con una gran serie de divertidas anécdotas, de manera de acercar a los grandes poetas y
escritores hacia la superficie real del pupitre de sus alumnos. Al profesor capaz de golpear
la mesa con energía toda vez que recordaba a sus amigos desaparecidos o muertos luego
del Golpe del 73. Recordar al hombre de sonrisa afable que siempre mantuvo la puerta de
su oficina abierta, mientras fuera un importante académico de la Universidad del Bío-Bío,
cuyas aulas sin duda extrañarán sus pasos parsimoniosos con un maletín en la diestra. La
oficina donde a punta de café y cigarrillos “advance” aprendimos a sentir y a palpitar la
literatura como hecho verdadero e irrevocable.
Como poeta ganó innumerables premios literarios, pero principalmente pudo dejar
una imborrable huella en amigos como Omar Lara –con quien le unió una infatigable
amistad desde Valdivia a inicios de la década de los 60’s, en los albores de Trilce, la revista
de poesía más importante de latinoamérica, y a quien pude saludar afectuosamente en su
funeral-, Floridor Pérez, Jaime Quezada, Oliver Welden -quien le conoció en Antofagasta-,
o bien José María Memet, Teresa Calderón, Erick Polhammer, Juan Cameron –quien
cuenta una divertida anécdota de trenes junto a Sergio Hernández-, Andrés Morales,
Eduardo Llanos, Hernán Rivera Letelier o Elicura Chihuailaf, a quienes le vi saludar con
afecto en alguna oportunidad.
Y qué decir del indeleble rastro que deja sobre nuestro grupo, en aquello que él
designó asertivamente como “La Poetansia”, y que componíamos Elgar Utreras, Jorge
Rosas Godoy, Pablo Troncoso Castro y quien enuncia estos fragmentos. Aunque no
éramos los únicos, pues influenció también a jóvenes –y otros no tanto- con intereses en la
poesía como Luis Bobadilla, Diana De La Fuente, Rodolfo Hlousek, Andrés Rodríguez
Aranís, Ángela Ramos, Daniel Godoy, Héctor Ponce De La Fuente, Patricio Morales,
Gustavo Arias, Luis Marcelo Rojas – alias Marcelo Velmar, quien acaba de ganar un
concurso de poesía en la Provincia de Buenos Aires-, ya sea ligados al mundo
universitario, al taller de poesía “El Glamal” o al Grupo Literario Ñuble.
Se sabe que el buen árbol se reconoce por sus frutos. He aquí que hemos
presentado los méritos de este hombre que hizo el recorrido a contracorriente de lo que
habitualmente se hace para trazar una obra y una vida imborrables, porque
contradiciendo lo que muchos diagnosticaron, lo que le predijo Parra o el mismo Neruda,
Sergio Hernández al haberse encunado en la provincia, ha quedado con mayor firmeza en
la retina de la poesía chilena como uno de los puntos más interesantes de nuestra
tradición. Una paradoja abismal que siempre ofrecerá variadas interpretaciones.
Cerca ya vienen las nubes trayendo la promesa del agua que renueva los ciclos
vitales. Porque si bien es cierto ha concluido su historia, podemos declarar con certeza que
ha dado inicio la leyenda.
Hugo Quintana.
Editor de Ortiga Ediciones.
Profesor y Poeta.