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FRANÇOIS-MARIE AROUET, más conocido como Voltaire (1694 -1778) ha sido


considerado un genio universal en el más amplio sentido del vocablo: por la
variedad de sus conocimientos que abarcaron extensamente el saber humanístico
de la época, por la amplitud de su obra volcada en todos los géneros: la historia, la
filosofía, la tragedia, la comedia, la narrativa, el ensayo y la poesía y también por la
extensión de su temática desarrollada en todos los meridianos del globo terrestre:
Europa, el cercano y el extremo Oriente, desde Turquía y Palestina hasta la China,
el áfrica de moros y árabes, América del Norte y del Sur.

Como creador, el más prolífico de su siglo, Voltaire dejó su huel la impresa en el


pensamiento europeo. Cuando aun la filosofía alemana no había ofrecido los
aportes de Kant y de Hegel, ni habían surgido las luminarias del "Sturm und
Drang", con la figura olímpica de Goethe, Voltaire pudo impactar la cultura del
mundo con su varia y multifacética personalidad volcada en obras de inmediata
acogida. Si bien logró asimilar durante su temprana estada en Inglaterra, las ideas
de sus coetáneos ingleses Hume y Locke, los filósofos adelantados del racionalismo
y la tolerancia, ninguno de ellos irradió las expresiones de su inteligencia iluminista,
con tanta intensidad como Voltaire. 

Indudablemente, a pesar de que la obra de Voltaire no es uniformemente valiosa y


en la cual la crítica en los últimos siglos ha podido señalar variabl es calidades,
contradicciones insanables y diferente peso cultural, su vigencia fue decisiva
mientras vivió e inmediatamente después de su muerte, para la transformación de
las estructuras sociales operadas al impulso de la Revolución de 1789. Un decenio
después de su deceso, su nombre era aclamado como uno de los pilares del triunfo
del liberalismo en el mundo. 

La Revolución Francesa consagró su memoria al incorporar en sus declaraciones y


documentos legislativos las ideas de libertad y tolerancia por las cuales bregó
incansablemente, y valieron tanto como sus admoniciones contra la superstición y
el fanatismo. El sentido crítico y la inquietud espiritual se advierten allí donde
enfocaran su talento e ingenio múltiples. 

El género predilecto y constante de Voltaire fue, con toda evidencia, el teatro. Su


carrera literaria empezó con una tragedia: ×  y terminó con otra, ,
estrenada en sus últimos días. Pero ni la una ni la otra -ni tampoco sus comedias-
son consideradas representativas de su actividad como dramaturgo.

Produjo -aparte de sus comedias- 27 tragedias, estrenadas con diferentes niveles


de éxito popular. Entre ellas quedan señaladas como las más
estimables: A  (nombre de la esclava cristiana prisionera del Sultán)
y 
 (otro tema cristiano y esta vez americano, en la que se asume la defensa
de la libertad),  (acción ambientada en Grecia),   (alegato contra el
fanatismo musulmán) y  
  (en escenario itálico). Con ellas Voltaire alcanzó
el reconocimiento de su calidad comparable a la de Corneille y Racine y en ciertos
aspectos, a la de Shakespeare. 

El teatro de Voltaire ofrece la particularidad de que como el genial inglés, incorpora


múltiples escenarios no nacionales. Así como Shakespeare ubicó su escena en
ambientes italianos y Corneille incorporó el tema español en ×  , y Racine
desarrolló sus temas en el mundo bíblico y greco -romano, Voltaire es más amplio
en sus textos dramáticos Grecia, Roma, Palestina, Turquía, la China y desde luego,
América, y precisamente una en tierra peruana (
 ). Al mundo antiguo se
sumaba en su obra el mundo nuevo. En este último se ambientaron además sus
novelas, ×     (en Canadá) y    (en Paraguay y el Perú de El
Dorado).

América es asunto histórico en su mayor obra de erudición, el ×   

       


 (1758), un sugestivo compendio de historia
universal. El continente americano es allí realidad tangible desde su descubrimiento
por los europeos, con sus propias culturas y su s originales realizaciones. Admiraba
sobre todo, la obra de la colonización y la organización social del Paraguay
realizada por los Jesuitas, no obstante la desafección hacia éstos dadas sus
concepciones deístas. 

No solamente ha de ser América ambiente propicio para desarrollar obras de teatro,


pues también es motivo narrativo como realidad nueva o como tierra de utopía en
sus novelas, principalmente ×     y         (1759).
Es también tópico de crítica cuando en su ensayo sobr e la poesía épica analiza los
caracteres de epopeya moderna que luce   
 de Alonso de Ercilla,
reconocida expresión de un vibrante nativismo americano. Y prende también en su
espíritu la ilusión dorada cuando sostiene que "el oro era en el Perú más corriente
que entre nosotros (los europeos) el cobre", o cuando revive para    los
paisajes alucinantes de una edad fabulosa y mítica en el Dorado, calcado de los
moldes imaginarios de la leyenda de Jauja.

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 de Voltaire -estrenada en París en 1736- tiene un
argumento algo similar a la anterior tragedia A  estrenada en 1732, con la
variante de la época y la localización geográfica.

En efecto, A  o A , transcurre en el Cercano Oriente (con personajes turcos


en Palestina) en tanto que 
 desarrolla su acción en Lima en los primeros
tiempos de la dominación española. Sus personajes principales (un caudillo popular
Zamora, indígena como su novia Alcira) conspiran contra el régimen español.
Zamora es dado por muerto y Alcira, obligada a convertirse al cristianismo es
también forzada a aceptar la propuesta matrimonial del odioso gobernador
Guzmán, sucesor de Alvarez, quien había sido gobernante prudente y sagaz. Pero
Zamora reaparece, frustra la boda y hiere a Guzmán. Es apresado por Alvarez, a
quien Zamora había, en anterior oportunidad, salvado la vida, ignorando que era
padre de Guzmán. Este, moribundo, reconoce su mal proceder con Alvarez,
perdona a Zamora y le encomienda el gobierno del país. Zamora conmovido se
convierte al cristianismo y se une en matrimonio con Alcira y gobiernan juntos el
Perú.

Esta tragedia y la anterior, 


 y A  , y alguna otra como   denuncian
el efecto degradante del fanatismo, el inhumano régimen de la tiranía y exaltan la
superioridad de la tolerancia y el culto de la religión bien entendida, así como la
lucha por la libertad y la justicia. 
Eran estos ideales consagrados por la mentalidad de los hombres de la Ilustración.
La obra 
 confirmaba además la certeza de la tesis del noble y "buen salvaje"
sostenido por los ideólogos revolucionarios de la época. 

Pero la crítica ha señalado sus debilidades como pieza teatral, un tanto inferior a
otros buenos éxitos escénicos de Voltaire, y a veces también exagerando la nota
denigratoria. No obstante, el público de su época la acogió calurosamente. El
exotismo, el asunto peruano, constituyó un salvo-conducto convincente. 


   
 (1) es considerada por la crítica, como la única tragedia de
Voltaire que recoge con relativa amplitud la concepción de lo americano dentro del
conjunto de su obra. Tuvo ella inmensa fortuna dentro y fuera de Francia. 

Sus traducciones, al inglés (1736), al alemán (1739, 1766 y 1775), al holandés


(1781), al húngaro (1790), al italiano (1797 y 1880), fueron múltiples hasta fines
de siglo. En España pudo aparecer una primera y tardía traducción a cargo de
Bernardo María de Calzada, con este título: ×       
 
    
 (en Madrid, Imp. Real, 1788 120 p.). No se
mencionaba ni el título original, ni el nombre del autor, como era usual en un país
sujeto al control de la Inquisición. En el texto de la versión se introdujeron
modificaciones. Omisiones y alteraciones eran explicables dado el rigor de la
censura.

Fueron también frecuentes en castellano las adaptaciones y las parodias de esta


pieza dramática considerada como una de las más representativas de Voltaire.


 representaba la novedad tanto por la singularidad de los personajes y su
exotismo como por la forma brillante en que eran éstos introducidos en la escena.
Significaba una innovación el escoger, entre los habitantes americanos, los más
civilizados de ellos, peruanos o mexicanos, en el momento de la conquista. Zamora
su más distinguido personaje peruano, combate para asegurar la independencia
política del aborigen y reivindicar los derechos de la naturaleza. 

Voltaire no hizo esfuerzo por documentarse y declaró en el prefacio que su tragedia


era toda de su invención, lo cual es cierto en cuanto al color local, pues el único
sitio que la refiere a la realidad americana, es "Los Reyes" o sea el antiguo nombre
de Lima. Tanto Zamora como Alzira evocan mayormente lo árabe u oriental antes
que lo peruano. El carácter de la heroína nada tiene de exótico. Su actitud es
"raciniana" y tiene evidente parentesco con Andrómaca o Berenice. Los personajes
son más importantes por las ideas que personifican que por sus caracteres. Como
tragedia política o pieza de tesis, presenta el duelo entre dos hombres que
significan ideas opuestas. Para los verdaderos "salvajes" americanos, no tiene
Voltaire, ni simpatía ni admiración. Odia y menosprecia su simplicidad, su vida ruda
y precaria, la ausencia de leyes, la falta de disciplina. Coincide con Montaigne en
considerar el mundo americano como un mundo infantil. 

"Voltaire -dice Basadre- 

"no admira ni evoca con nostalgia el hombre primitivo. No quiere el regreso a una
vida amortajada para siempre por la niebla de la Historia. Voltaire, considerado
generalmente como escéptico y cínico, escribe en   un mensaje de tolerancia
entre los errores humanos que no se extiende sin embargo hasta la indiferencia
cultural y moral. Conviene -parece decir- que la cultura de Occidente llegue al Perú.
Lo que   combate, y por eso ostenta valor moderno, es la soberbia de quienes
creen pertenecer a una raza privilegiada.   busca un puente para el abismo que
separa a ambas razas y cree hallarlo en la armoniosa convivencia basada en la
mutua comprensión"(2).

Pero el público francés de 1736, vio en el cacique Zamora el héroe verdadero de la


tragedia y aplaudió sus parlamentos contra europeos y cristianos conquistadores.
En la concepción del autor el verdadero héroe fue el gobernador Alvarez, español y
cristiano, empeñado en demostrar que las crueldades de los conquistadores no
debían empañar sus glorias y de otro lado, admirador del coraje, inteligencia y
virtudes de los indios y creyente en una armonía de razas, en que indios y blancos
se unieran por el amor y llegaran a una convivencia social que fuera ejemplar y
fecunda.

El tema de 
 es muy semejante al de A . Sólo que en aquella el ambiente es
americano con personajes peruanos y mejicanos y en ésta, el escenario es oriental,
entre Turquía y Palestina en la época de las cruzadas.

La simpatía por los temas orientales, como el de A , había conducido también a
Voltaire, a las lejanas comarcas americanas de los Incas. Así se aprecia en 
 de
la misma inspiración que A . "Ella pertenece -dice César Miró, en un hermoso
ensayo- a la raza de Zulema y de Zayda y se parece a ellas, por su espíritu y el
contraste con el alma occidental. Por el camino de Arabia, por las rutas del Islam,
Voltaire arribará al Perú".(3)

En 1736 cuando Voltaire estrena 


 , la moda de "lo peruano" no había invadido
todavía la literatura francesa. No se habían publicado ni las      de
Madame de Graffigny ni  
 de Marmontel que son de 1747 y 1777
respectivamente.

En su propósito de incorporar al teatro francés t emas universales, de las más


lejanas tierras y los pueblos más exóticos, Voltaire sitúa en el Perú, la acción de la
tantas veces mencionada tragedia. Su talento universalista pretendía abrir el
espíritu francés a todos los temas y ambientes y así anexo el Nuevo Mundo a las
letras francesas.

×
  ÿ 

La erudición peruanista y americanista de Voltaire se volcó mayormente en una


obra narrativa de extensa difusión, su novela         , aparecida
originalmente en París, 1759. Esta obra trata de las aventuras de un personaje
alemán (Cándido) de sano juicio y alma sensible pero un tanto ingenuo y confiado,
a quién acompaña su preceptor (Panglós), sapiente de una filosofía perogrullesca. 

El desarrollo de la trama aventurera recuerda un tanto el peregrinaje quijotesco,


adornado con algunas muestras de la picaresca española. Voltaire había asimilado
sin duda el ù cervantino y × 
 de Quevedo, aunque los adereza con
amplia fortuna para eludir acechanzas y resolver dificultades. Tal como sucede con
el personaje de Cervantes, el héroe de la novela se provee de un servidor,
compañero dialogante como Sancho (primero Cacambo y después Martín), y
deambula por el mundo en la búsqueda de una idealizada Dulcinea (Cunegunda).
La acción, sin embargo, excede los límites de un país y aún del mundo antiguo y se
expande donosamente por el nuevo mundo. De Westfalia -lugar de su nacimiento-
Cándido se desplaza y vive sus primeras desventuras en Bulgaria. De allí continúa a
Holanda, donde se embarca para Portugal. Establecido en Lisboa, después de
liberarse de tormenta y naufragio, lo espera la terrible experiencia del terremoto, el
de 1755. Panglés consuela a su discípulo instruyéndolo de la causa del
sobrecogedor fenómeno:
"Este temblor de tierra -dice Panglós- no es cosa nueva; el mismo azote sufrió Lima
años pasados (se refiere al de 1746); las mismas causas producen los mismos
efectos; sin duda que hay una veta de azufre subterránea que va desde Lisboa a
Lima".(4)

De Portugal pasa Cándido a España y se embarca en Cádiz con destino a la América


Meridional,

"Todo irá bien -piensa Cándido- siguiendo el hilo del discurso de su preceptor - ya
que el mar de ese nuevo mundo vale más que nuestros mares de Europa; que es
más bonancible y los vientos son más constantes; no cabe duda de que el Nuevo
Mundo es el mejor de los Mundos posibles".(5) 

Después de larga navegación, Cándido arriba a Buenos Aires, donde el gobernador


español "el más principal señor de América Meridional" le arrebata a su prometida.
Para eludir las tretas amenazantes del gobernador, Cándido se traslada al Paraguay
y busca refugio en las reducciones establecidas por jesuitas (mayormente
alemanes) donde descubre al hermano de Cunegunda convertido en sacerdote.
Sucede una desafortunada ocurrencia y mata a éste y huye del Paraguay hacia el
país de los "orejones" quienes capturan a los fugitivos y están a punto de devorar a
Cándido y Cacambo como supuestos enemigos jesuitas. Aclarada su identidad, y
puestos en libertad, prosiguen hacia Cayena y Surinam (Guayana). En el largo
trayecto a través de selvas y montañas, les espera la sorpresa de arribar a un país
insospechado: El Dorado, 

"la patria de los antiguos Incas, que cometieron el disparate de abandonarla por ir
a sojuzgar parte del mundo y que al fin destruyeron los españoles", o sea "el país
donde todo está bien". (6) 

La estada en "El Dorado" se prolonga por un mes, gracias a la gentileza y


generosidad de sus habitantes, al atractivo de sus costumbres y a la abundancia de
sus riquezas. "Quien ha vivido un mes en El Dorado -confesará Cándido- no se cura
de ver cosa ninguna de este mundo". Todo el país estaba cultivado "no menos para
recrear el gusto que para satisfacer las necesidades; en todas partes lo útil se
maridaba con lo agradable".

Los vestidos de las gentes son de tisú con hilo de oro. Los muchachos juegan a los
tejos con piezas de oro, adornadas con esmeraldas y rubíes que dejan a disposición
de los visitantes sin el menor aprecio. Los habitantes hablan una lengua materna
"que es el peruano". Puede entenderla Cacambo por ser oriundo de Tucumán. 

Allí se comía sopa de papagayo, asado de cóndor y de mono. En platos de cristal de


roca se servían guisos de colibrí. Se bebía en vasos de diamantes. Deslumbraba la
abundancia del oro y la plata; de esos metales estaban hechas las puertas y los
techos, con incrustaciones de piedras preciosas. La gente era longeva: un anciano
de 162 años le contó a Cándido "las asombrosas revoluciones del Perú que había él
presenciado". Rebosaban fuentes con licores de caña, cuyo líquido corría por plazas
y calles pavimentadas con piedras preciosas que despedían "un olor parecido al del
clavo y la canela".

En El Dorado no existían cárceles, ni jueces, pues nadie delinquía. Tampoco eran


necesarios ni curas ni monjas, pues todos eran felices y piadosos y libres. No
existía el menor aprecio por el "barro amarillo" o sea el oro. De esta suerte, las
tierras americanas recorridas por Cándido constituían el escenario de una nueva
"Utopía".
Tantas maravillas eran dignas de ser contadas, para asombro de gentes europeas,
como también la riqueza que podía extraerse de este país fabuloso resultaría el
medio de asegurar la felicidad en el viejo mundo. Colmados de obsequios en oro y
piedras preciosas, ofrecidos a discreción y que cargan en grandes "carneros";
Cándido y su servidor abandonan El Dorado con destino a las Guayanas. Cacambo
regresa desde allí a Buenos Aires y Cándido espera la oportunidad de partir al Viejo
Mundo, con un nuevo servidor de nombre Martín. 

La trama un tanto convencional continúa en Europa y se desenvuelve en París, en


Venecia y en Turquía, donde finalmente encuentra Cándido a Cunegunda
envejecida pero dispuesta a recibir sus favores. 

Se pueden advertir en esas páginas frecuentes y ostentosos elementos peruanistas,


aunque a veces un tanto distorsionados. Los "orejones" ya no son un estamento
social de la nobleza incaica sino una tribu antropófaga. El Dorado ubicado en la
Amazonía, resulta la patria de los antiguos Incas. 

La agricultura del país se encuentra en gran desarrollo. El oro abunda tanto en la


indumentaria y en la construcción de casas de gran magnificiencia, y en otros
menesteres banales, como el en entrenamiento de los niños. Se menciona el idioma
"peruano", el "runa simi" que se habla en El Dorado. Si bien el asado de mono es
plato usual en ciertas tribus amazónicas, no han sido nunca carnes comunes de
mesa ni el cóndor, ni los colibríes, ni los pájaros moscas (papamoscas). Luego, los
"carneros" de gran tamaño, de color rojizo serían sin duda, los auquénidos,
animales de carga, que los primeros cronistas bautizaron como "carneros". Por
último, el "licor de caña" habría de ser una volteriana concepción de "la chicha",
tradicional bebida fermentada de maíz.

Con inexactitudes y con caprichos interpretativos,    tiene el gran mérito de


haber ligado el nombre del Perú al de una obra notable y muy difundida de la
literatura europea. Voltaire sintió en ella, la deslumbradora atracción del misterio
americano.

*  
   
 

A través de las traducciones, más o menos completas, la cultura francesa había


asimilado diversas fuentes americanistas desde el siglo XVI y en los siguientes. 

Ya Montaigne mostraba huellas de sus lecturas en los cronistas Gómara (traducido


al francés desde 1569 y sucesivamente en 1577, 1578, 1584, 1587, 1606, etc.) y
Benzoni (desde 1579, edición Lyon y Ginebra). Otros autores franceses se
informaron más adelante en Garcilaso, traducido al francés desde 1633 (en no
menos de 7 ediciones salidas hasta fines del XVIII), Las Casas (desde 1630),
Acosta (desde 1598 y sucesivamente en 1598, 1600, 1606, etc.), Agustín de Zárate
(traducido 7 veces al francés hasta 1774) y Mena (desde 1545). 

A todo este caudal se podría agregar el aporte de los viajeros, más recientes,
aparecidos en el XVIII, como Frezier (con dos ediciones de su   
 , la de 1717 y la de 1734); como La Condamine (cuya  
 apareció en 1745); como Jorge Juan y Antonio Ulloa (traducidos al
francés en 1752, apenas cuatro años después de la aparición en castellano de
su    
  (Madrid, 1748), como el inglés George Anson (de
1746), cuyo relato se publicó vertido al francés poco tiempo después, citado por
Voltaire en
  
   , cap. XXVII, ed. París, 1956. 
Cuando Voltaire compone 
 (1736), su cultura americanística es todavía muy
general. Han impactado su imaginación con efluvios de leyendas, los nombres de
"los Reyes", "Potosí" y "México". Sus lecturas no han excedido de las citadas
versiones francesas de los    de Garcilaso de la Vega, el Inca, de los
cronistas Gómara, Las Casas y Zárate y Antonio de Solís (sobre  
   
, trad. al francés en 1631), la  !      de
A. de Herrera y la   de Oviedo.

Cuando Voltaire compone    (1757) esas lecturas se han multiplicado. A las


anteriores se han agregado la de Benzoni, a más de   
 de Ercilla.

Había leído también la obra muy difundida de John Dryden     ×  (de
1670) durante su estada juvenil en Inglaterra y sobre todo la literatura en torno a
las misiones de los jesuitas.

Las   edificantes y curiosas de la Cía. de Jesús (  


 

) habían aparecido en París desde 1702 y a lo largo de todo el siglo en


varios volúmenes y en sucesivas ediciones. Contienen algunas de ellas
informaciones del Paraguay, que habrían sido aprovechadas por Voltaire, en la
parte correspondiente de su   . Hay que dejar en claro que Voltaire manejó
casi exclusivamente las versiones francesas de los textos escritos en castellano, por
no conocer sino muy superficialmente esta lengua. En cambio, leía perfectamente
en inglés.

Como es de advertirse, sus lecturas americanistas adolecieron de cierto desorden,


lo cual es explicable en una época en que no había todavía una sistematización de
estudios o investigaciones sobre América y por la circunstancia de que Voltaire fue
en gran medida un autodidacto. 

De otro lado, Voltaire recogió también en su ×     , (1752) el relato
(de 1746) del viaje alrededor del mundo del Comodoro inglés Anson y de su
regreso triunfal a Londres con el producto de los botines tomados a naves
españolas. En esa coyuntura, celebrada la acción de los "héroes del bandidaje"
como Raveneau de Lussan (1687) y otros filibusteros, "de los cuales -según dice-
no queda hoy sino el recuerdo de su valor y de su crueldad". 

Entre los escritores de relatos de viajes, hubo de asimilar también el célebre y ya


citado      de Fraçois Amadée Frezier, contemporáneo y
conocido suyo, y también la    de Carlos María de La Condamine,
admirado científico amigo con quien mantuvo valiosa correspondencia. 

Entre las obras del exotismo francés inspiradas en América, se habría divertido con
las      de Madame de Graffigny (1747) quién había escrito una obra
titulada  " "           , donde le hizo poco
honor, y en algunas piezas de teatro con tópico americano que fue ron frecuentes
en su época.

No alcanzó a leer  


 de Marmontel (1777) ni el    de Diderot al
célebre viaje de Boungainville (de 1771), fechas en que el interés de Voltaire -ya
muy anciano- no estaba puesto en asuntos de América. No alcanzó tampoco a leer
la   
     de Rainal (1770) ni los 

 de De Pauw
(1768).

En realidad, Voltaire sintió con mayor intensidad la deslumbradora atracción del


misterio americano sólo después de haber producido su   y en el lapso de 25
años que media entre ésta (1736) y    (1759).
Eso lo revelan las páginas de su ×   
  (un panorama de la
historia universal desde Carlomagno al siglo XVI) publicado en 1756, cuyo capítulo
sobre el Paraguay y además sus comentarios sobre Colón y las conquistas de
México y Perú, el Brasil y Canadá, son bastante ilustrativas de su entusiasmo
intelectual por las cosas del nuevo continente. (6 bis) 

Al mismo tiempo, el mencionado ×   


      

 contribuye decididamente a ensanchar el criterio del historiador europeo
hacia el ámbito universal, incorporando al proceso histórico el caudal de
acontecimientos producidos en el Nuevo Mundo, antes y después del
descubrimiento.

Además del libro de Anson (cuya versión francesa apareció en 1749), otra obra
inglesa que indudablemente impresionó a Voltaire habría sido el relato de Sir Walter
Raleigh ( 
"  !  , London, 1596) quien con gran derroche
imaginativo contribuyó poderosamente a difundir entre los europeos la imagen de
El Dorado, al narrar su aventura en Manoa o Tierra firme, la cual aprovecha Voltaire
con especial delectación en algunas páginas de   . Expresamente citada
(p.55), es ésta una de las fuentes más probables.

De los cronistas, de los    de Garcilaso El Inca, principalmente, habría


tomado Voltaire el mito de Jauja, la cuidad de la abundancia y la realidad de
Coricancha, con sus jardines con plantas de oro y de plata y con el gran sol
esplendente y aúreo. 

A esos elementos unió el mito de El Dorado, ya difundido por Raleigh y otros


autores. De esta amalgama de mitos habría de emerger la escenografía y la acción
de buena parte de las escenas americanas de   . Proviene de allí su ilusión
dorada de que "en el Perú era más corriente el oro que entre nosotros (los
europeos) el cobre".(7) 

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El mayor y más conspicuo y temprano volteriano en la literatura peruana fue sin


duda don Pablo de Olavide (1725-1803), nacido en Lima, gran escritor, brillante
conversador, ideólogo liberal, ilustrado hombre de tertulias, poeta, dramaturgo y
novelista, que vivió su madurez y ancianidad en Francia y España, realizando una
múltiple y vasta tarea intelectual.

Aunque en su apologética palinodia titulada × "     , obra de gran


resonancia europea y americana, abjuró de su larga y constante afición por
Voltaire, su producción anterior de autor de teatro moderno, demuestra lo
contrario. Olavide fue en España y en Hispanoamérica, uno de los más fecundos
traductores de Voltaire, a más de introductor de sus ideas renovadoras sobre teatro
en el ambiente hispánico. Por lo menos, difundió en un medio dominado por la
rutina y por la represión inquisitorial y eludiendo la censura, las versiones propias
de tres de sus más renombradas obras dramáticas. Voltaire fue su autor predilecto
y más traducido.

De la pluma de Olavide, salieron las versiones castellanas de las siguientes


tragedias del gran escritor francés: La A  (en 1782), la titulada    
#   (en 1785) comúnmente llamada #   , y la  (en 1708). Tuvimos
la suerte de encontrar, identificar y revelar los textos de estas versiones, tenidos
por perdidos no obstante que por razón de la censura habían aparecido las
ediciones sin los nombres del autor ni del traductor. Dimos a conocer estos te xtos,
después de dos siglos, en unos volúmenes editados por la Biblioteca Nacional del
Perú, hace más de dos décadas. 

Entre las obras dramáticas de Voltaire traducidas por Olavide no está 


 . Cabría
preguntarse por qué. Se podría pensar tal vez que Olavide postergó injustamente
en su selección la tragedia 
   
, de ambiente peruano, obra que
debió ser grata por tal motivo a un autor también peruano. Esta postergación
cabría interpretarla ligeramente como una desdeñosa actitud del hombre
desarraigado de su país de origen, a quién ya nada decían ni la evocación de la
tierra natal ni la elección de un tema afín a su lugar de origen. Pero esta
argumentación sentimental debe descartarse frente al hecho histórico de
que 
 había sido ya, en la época de Olavide, traducida por el español Bernardo
María de Calzada.

De otro lado, hay una razón estética que justifica la omisión o sea el superior valor
artístico de A  sobre 
 y la similitud de la temática, con simple cambio de
ambiente. A mayor abundamiento, habría que considerar el buen dominio artístico
de la escena y del lenguaje que luceA  , como obra del mejor momento de
Voltaire, en tanto que 
 es, con imperfecciones explicables, obra de menos
vuelo.

Un historiador fidedigno de la literatura francesa dice lo siguiente: "De las cincuenta


y tantas obras de teatro que compuso (Voltaire) no se leen hoy más que
dos:  y A  ; , estudio conmovedor del amor materno, la más
clásica de sus tragedias, hábilmente conducida y escrita con pureza de
estilo; A  , su obra maestra, imitación suavizada del Otelo de Shakespeare,
pintura patética de los celos y del amor".(8)

Esta apreciación confirma que el gusto y la selección de Olavide no andaban


descaminados y es coincidente con los juicios de la crítica posterior en un siglo o
más.

Olavide supo entregarse a la tarea de traducir de Voltaire lo más representativo y


propagó además en España el aliento libertario de sus ideas. Unía a los dos
intelectuales, el europeo y el peruano, la comunión de los mismos ideales de
reforma y progreso espiritual. Los enlazaba también una amistad fraternal. No
solamente Olavide logró introducir las obras de Voltaire en España, destinadas a su
famosa biblioteca privada (lo cual fue decisivo cargo para su condena por la
Inquisición) sino que las difundía entre sus allegados y amigos además de
traducirlas, hizo representar de su predilecto actor, sus creaciones dramáticas más
notables.(9) 

De otro lado, el contacto personal fue notorio. En uno de sus viaje s a Francia, en
1759, Olavide disfrutó de la hospitalidad de Voltaire en su finca "Les Délices",
situada en las inmediaciones de Ginebra. Vivió en diálogo con el maestro de
inquietudes y eximio creador, una semana intensa e histórica. El diálogo fue
fecundo en esa casa donde Voltaire disfrutaba de un teatro para representar sus
propias obras y hacía derroche de ingenio entre sus invitados, las más notables
figuras de la ilustración francesa y europea. 

Olavide disfrutó de ese deslumbrante consorcio de la inteligencia europea y llegó a


confrontar con Voltaire mismo experiencias, ideas y proyectos referentes a España
y América. Los detalles de esos diálogos nunca fueron revelados, como tampoco se
ha conservado la correspondencia epistolar que entre ambos debió existir.
Posiblemente desapareció entre los papeles requisados por la Inquisición en 1780. 
 


 c 
   

Mientras vivió (entre 1694 y 1778) y aún después de su muerte, el nombre de


Voltaire, señalado por la Inquisición como la suma de impiedad y la herejía, sólo
tuvo un eco asordinado tanto en España como en sus colonias. Sus libros llegaron a
América clandestinamente, disfrazados con tapas de Biblia o de devocionarios y
pudieron filtrarse sólo gracias a la acción de una minoría intelectual inquieta y un
tanto estimulada por la misma prohibición. 

Esa inquietud se puede palpar en las páginas del 


   de 1791-94,
donde es mencionado "el gran Voltaire" (IX, p.46), como "desgraciado optimista"
(IV, p.125) y "mostruo de la impiedad" (IX, p.160) citas que ya revelan lecturas
pero también reservas en nombre del dogma y bajo la condena de lo excomulgado
y prohibido. Un poco antes, desde 1785, el P. Toribio Rodríguez de Mendoza,
introducía en sus cursos universitarios de Lima, expresiones de la cultura francesa
liberal y así al lado de Descartes, Condillac, Rousseau y los enciclopedistas, aparece
el nombre de Voltaire, burlando las estrictez de la censura y el temor de las gentes. 

Lucien Goldmann ha señalado para el ámbito francés, cómo  ×



  fue
redactada en un tono moderado para no excitar a la censura oficial:

"Es por esto -dice- que muchos artículos hacen hincapié en la verdad de la religión
cristiana y en el carácter positivo de la monarquía, sobre todo en su forma actual"

Pero agrega además que tal precaución:

"no impedía al lector prevenido descubrir en esos mismos artículos un contenido


contrario a estas afirmaciones y capaz de despertar convicciones opuestas: Bayle lo
había utilizado ya en su Diccionario"(9-A)

El mismo fenómeno se puede advertir en los redactores del 


   de
1791-94. Aunque se moteje de "impío" o de "monstruo" a Voltaire se le lee y
comenta pese a la prohibición y no se disimula la admiración y el culto que se le
profesa.

No se oculta el deseo de que sus ideas se difundan y de que prospere el culto de su


pensamiento. En la colección de esa revista debe leerse entre líneas cuando se
trata de Voltaire, de Rousseau o de Montesquieu, o cuando se señalan y comentan
los desastres que causa la Revolución en Francia.

Voltaire se encuentra vivo y de pronta cita en los escritos y discursos de los


hombres de la Independencia. Tiene eco en las discusiones de la Sociedad
Patriótica de 1822 y en las deliberaciones del Congreso Constituyen te de 1823. Por
esa época se hace más común la lectura de sus escritos y la prensa empieza a
anunciar el arribo de ejemplares de la !  ×

   
 o versiones
castellanas del 

  $ 


 de Voltaire y de otras obras suyas
provenientes de las imprentas liberales de Londres y de Nueva York. El genio de
Ferney empieza a ser reivindicado y sus obras más populares resultan sus
poemas  × y  
  #  , que intentan revivir el reinado de la
poesía épica. Las tiene presentes Olmedo en sus estrofas y se encuentran en lugar
preferente en las buenas bibliotecas peruanas de la época.(10) 

Cuando en 1813, las autoridades eclesiásticas de Lima recibieron parte de las


pertenencias del extinguido Tribunal de la Inquisición, que se ha bía caracterizado
en los últimos años por su férrea represión de los lectores de obras francesas de la
Ilustración, figuraron en los inventarios multitud de ejemplares de obras de
Voltaire, Diderot, Montesquieu, Rousseau, Marmontel, Crébillon, que no había n
alcanzado a ser incinerados. Se incluyeron también ejemplares de las   
×    , de los ×  de Montaigne y de las      de
Madame de Graffigny, o del   del ilustre viajero Frézier, que hoy nos parecen
la personificación de la inocencia moral o de la ingenuidad política(11). La requisa
inquisitorial debió haber cosechado considerable cantidad de libros franceses de los
citados autores provenientes de bibliotecas de personas procesadas o de simples
lectores medrosos que las entregaban anónimamente para no ser inculpados de su
clandestina posesión. El fuego debió consumir la mayor parte de esos volúmenes
cuando ya habían dejado en la conciencia de sus lectores la semilla de las nuevas
ideas de libertad, de independencia y democracia.

La generación de Voltaire y de Rousseau, produjo en la inteligencia peruana, entre


los finales del XVIII y comienzos del XIX, un impacto cuya importancia no ha sido
tal vez igualada en la historia de la cultura peruana, por autor europeo no espa ñol
alguno. Sólo la Biblia y algunos libros de autores hispánicos habían, hasta esa
fecha, ejercido una mayor acogida, estando inscritos dentro de la cultura oficial,
estatal o eclesiástica. Debe considerarse para juzgar este fenómeno, que los
autores franceses de la Ilustración se encontraron siempre en el ámbito de lo
prohibido y lo clandestino y esta misma circunstancia pudo contribuir aun más a su
difusión, aunque de otro lado, ese freno hizo difícil igualmente el acceso a las obras
perseguidas.

Consolidada la Independencia, el segundo 


   de 1828 (nº 289, 29
de agosto de 1828) anuncia un arreglo dramático para el gran público de 
 con
el título "La Elmira Americana o los peruanos".(12) Ya circulan también ejemplares
de la A  , tragedia de Voltaire en la versión castellana de Olavide, que en sus
varias ediciones, alcanzan a leer Palma y los primeros románticos. El panorama es
entonces distinto, pues pese a la restricción eclesiástica se puede leer libremente a
Voltaire. Ello hace contraste con lo que apunta Ricardo Palma en sus   
 
   , sobre las condenas de este Tribunal contra lectores ilustrados
de Lima (entre ellos la del poeta Olmedo) acusados de comprar, recibir, poseer,
prestar o leer ejemplares de    y A , entre los años 1800 y 1809,
vigente todavía el régimen colonial.

Contra esa nueva actitud frente a Voltaire, reaccionaba el clérigo José Ignacio
Moreno, teólogo conservador y monarquista que se enfrentó a Sánchez Carrión en
la Sociedad Patriótica y fue combativo autor de unas      editadas en
Lima entre 1826 y 1833, en las cuales señala "el veneno de los libros impíos y
seductores que corren en el país". Entre los de Volney, Rainal, Hume, Rousseau y
Montesquieu, está naturalmente en lugar destacado el nombre de Voltaire y sus
más representativas obras.

× 

 !"   

En las cavilaciones de Manuel Lorenzo de Vidaurre (1773-1841), aparecía


frecuentemente la imagen del autor francés, leído cuidadosamente tanto en sus
artículos de la ×

  como en su 

   


 y considerado por
Vidaurre "el inmortal Voltaire". Las citas de Voltaire sirvieron para apuntalar sus
pensamientos reformistas del autor peruano desde las páginas del    %,
obra escrita en Cádiz, en 1810. Alguna vez se refirió Vidaurre al "fuego de su
inimitable entusiasmo" aludiendo al ardoroso poder polémico del autor
del 

  $ 


.

Las    
  (13) de Vidaurre contienen pensamientos asimilados de
Voltaire, leído exhaustivamente. "¡Quién tuviera aquí -exclama- la pluma de un
Voltaire!". En otros momentos dice: "Voltaire me dará su fuego". Vidaurre estaba
penetrado de sus ideas y había leído sus obras en francés y conocía hasta su última
tragedia: "Voltaire manifestó las arrugas de su cara en la tragedia de ",
aludiendo a que ésta fue escrita en la senectud cuando ya declinaba la vida del
autor. Pero su admiración queda lejos de ser incondicional. Cuando Voltaire se
refiere a América con frase desdeñosa, Vidaurre se torna polémico frente a su
maestro:

"Decía Voltaire que a los americanos les da Dios menos industria que al resto de los
hombres. Este es un insulto mayor que cuantos contra nosotros imaginó el imbécil
Pau. El filósofo para hablar con propiedad debía haber viajado y no escribir con
ligereza por relaciones de personas poco fieles o nada observadoras o muy
ignorantes".(14) 

Otro gran volteriano de la literatura peruana (después de Olavide y Vidaurre) fue el


insigne cusqueño José Palacios (1797-¿1850?), el editor de la revista 
× , abogado y jurista, introductor del positivismo en el Perú, hombre de vastas
inquietudes intelectuales. 

Palacios había formado parte del grupo de 15 jóvenes peruanos enviados por
Bolívar a Europa, a fines de 1825, para estudiar la ciencia de la administración
pública en Gran Bretaña y Francia. Casi tres años permaneció Palacios entregado
intensivamente a los estudios de filosofía, literatura y derecho en el Viejo Mundo. A
su regreso y establecido en el Cuzco, inició una campaña cultural memorable desde
varios frentes: el de la cátedra de literatura y filosofía, el del periodismo y el del
derecho.(15) 

En la citada revista    que apareció entre los años 1837 y 1839,
Palacios publicó el primer ensayo sobre Voltaire, escrito por un peruano, titulado
"Noticia sobre la vida y los escritos de Voltaire".(16) La intención meramente
expositiva y periodística de este trabajo revela información apreciable y cierta
intención crítica. Se afirma en ella que Voltaire "es el genio más grande que la
Francia ha producido jamás" y que "tal vez no ha habido un hombre cuyas obras
han contribuido más a la gloria literaria de su patria como Voltaire; y tal vez no ha
habido tampoco uno a quien le hayan hecho tanto mal sus mismas obras". Palacios
escribe descuidadamente y el uso de constantes galicismos como el artículo delante
de los nombres de naciones y de título de obras, la traducción defectuosa de
"mademoiselle" por "madamisela", y de "pucelle" por "pucela", y otros giros
idiomáticos impropios, revelan a un autor muy familiarizado con el idioma francés,
aunque imperfectamente asimilado. La intención de Palacios era preparar la
publicación en su revista de la versión castellana de la tragedia  , calificada por
él como "la obra más perfecta que ha salido de la pluma de Voltaire en el género
dramático" y la de   , que no ha sido parece traducida hasta ahora al
castellano. Seguramente ignoraba Palacios la existencia de más de una versión
española de esa obra. Advertido de esta circunstancia, su traducción de 
 no se
publicó nunca y sí la de   .

Este estudio de divulgación se complementa con un libro aparecido en 1839


titulado 
        ×    
  
 (17) y en el cual el mismo Palacios, luciendo su amplia cultura literaria
europea, aborda el estudio de los géneros más importantes, sobre todo el teatro. Al
tratar de la épica y de la dramática, resulta Voltaire su autor preferido y ejemplar,
reflexivamente leído y comentado teniendo a la vista sus propios poemas y
originales tragedias y sus estudios sobre la épica y el teatro. 
Es probable que Palacios estuviese al tanto de algunas versiones castellanas de
obras de Voltaire, principalmente las traducidas por Olavide (A  , #  ,
y  ), las que pudo conocerlas en Europa o en Lima, cuando escogió   ,
la menos divulgada en medios españoles, para traducirla.    
$   (18) tuvo gran difusión en ese momento, pero al parecer no ll egó a ser
puesta en escena. No fue desafortunadamente la elección de Palacios para revelar
el genio volteriano. Desde su estreno parisino en 1741,   fue considerada
muy valiosa, al lado de las otras escogidas por Olavide, por ser obra que elevaba el
arte de la tragedia, según el elogio de Condorcet. 

Palacios ofreció testimonio irrecusable de una admiración conciente del sector más
representativo del genio de Ferney: su obra de creación literaria y su esfuerzo
permitió que el conocimiento y difusión de ella no se limitase sólo a Lima, sino
también a la capital del antiguo Imperio de los Incas, de cuyas grandezas se había
hecho eco Voltaire en sus escritos, y de donde Palacios era oriundo. 

 
#
  $%
 

Olavide y José Palacios y acaso también otros ideólogos de la Independencia,


tomaron de Voltaire las manifestaciones insistentes como defensor de la libertad de
pensamiento, puestas en acción dentro de sus más significativas tragedias y en sus
escritos en prosa y aún dentro de las muestras tempranas de su afección por la
poesía épica. Mientras aquellos autores peruanos se sintieron identificados con
Voltaire en su lucha contra la intolerancia y el fanatismo, Ricardo Palma,
considerado como la cifra más alta del romanticismo peruano y tal vez la más
genuina expresión de la narrativa hispanoamericana del siglo XIX, asimiló la otra
faceta de Voltaire, la del agudo y mordaz crítico, de fase incisiva e irónica, la del
demoledor de infundios y supersticiosos, la del fino analista de las costumbres y de
la miseria humana. Llegó a escribir Palma una tradición titulada "Voltaire chiquito",
mote aplicado a un alcalde innovador y define a un poeta loco con los siguientes
versos:

Ansiaba en heroico atrevimiento

exceder a Voltaire en nombradía.(19)

En Palma no era sólo volteriana la cita o la referencia misma, sino en mayor escala
el tono irónico, el desenfado expresivo, la manera de ver el mundo, la mueca de
incredulidad y el sarcasmo incisivo. 

Voltaire y el "libre pensamiento" eran sinónimos para los radicales de la segunda


mitad del siglo XIX.- Un busto de Voltaire (el de Houdon) adornaba el escritorio de
Ricardo Palma, aunque las páginas de su obra lo mencionen relativamente poco. 

De Voltaire tomó Manuel González Prada (1848-1918) la acritud de sus


admoniciones anticlericales. En él encontró, al estudiar la figura y el significado de
Víctor Hugo en 1885, la oportunidad propicia para establecer un paralelo entre el
autor de   y    , y el Voltaire de acerada pluma anticlerical e
iconoclasta. Esa coyuntura le sirve para caracterizar a éste en uno de sus aspectos
pero no en todas las facetas de su personalidad. 

"Ingenio esencialmente satírico -dice González Prada- aguzado por irresistible


comezón de risa, Voltaire lo sacrifica todo al placer de lanzar un chiste y descubrir
la parte vulnerable de sus adversarios. Víctor Hugo es un carácter radicalmente
grave: la chispa francesa no brota en él espontánea sino estudiadamente. Lo que
en Voltaire concluye con una risotada rabesiana, en Víctor Hugo termina por
estupendos estallidos de cólera dantesca ... Voltaire no causa respeto y como un
viejo medio alegre y medio libertino, hace que le llamemos "el papá Voltaire";
Víctor Hugo infunde cierto alejamiento, y como un patriarca optimista y bondadoso,
hace que le llamemos "el padre Hugo". Sin embargo, el uno se complementa con el
otro, y algo habría faltado a la Humanidad, sino hubieran existido Voltaire y Víctor
Hugo. Ambos poseyeron la audacia en las ideas, la universalidad de la inspiración,
la constancia en el trabajo, la combatividad infatigable, la vejez sin decrepitud, y la
fuerza tenaz de arraigarse a la vida". (20)



 

 

 
 

Aunque lo asimiló, no fue Palma quien escribió largamente sobre Voltaire, pero
recibió su impacto, ciertamente, como liberal, como libre pensador, como agudo
crítico de costumbres. Quién escribió algo más meditado sobre Voltaire, fue José
Santos Chocano, en un corto y aislado ensayo, que sin embargo da nombre a todo
un libro que, en lo demás, no es nada pertinente: ×       
 . (21) El ensayo podría haberse titulado "Voltaire en los Infiernos", pues
Chocano se imagina al anciano escritor en diálogo y malquerencia con Satanás. 

El entredicho luciferiano volteriano hace crisis y termina con la expulsión de Voltaire


de los Infiernos, yendo a dar con sus huesos a las puertas del cielo. Y allí el buen
Dios, -según imagina Chocano- no pudiendo albergarlo en sus dominios, lo remite
al Purgatorio, en donde Voltaire sienta imperio como el rey y gran señor de la
Duda. 

Algunos escritores románticos peruanos -los menos hispanizantes- tuvieron felices


contactos con la literatura europea, especialmente con la francesa. Entre ellos
estuvo Constantino Carrasco, quien en sus    
(22) incluyó versiones
de poetas ingleses, franceses, italiano, portugueses y latinos. Allí estuvo
representado Voltaire.

A finales del siglo XIX, hubo otra expresión del culto volteriano, Manuel A. San Juan
tradujo profusamente prosas críticas de Voltaire reunidos en una antología con el
título de #%
  "  , provenientes de las      de 1734,
del       
 de 1763, del ×   
   
   
, del 

  $ 


 y de su
nutrida  
 .(23)

El paso del siglo XIX al XX está marcado además, por una nota regresiva:
el 

 
 (dedicado a Voltaire) que en la inauguración de cursos de la
Universidad de Arequipa, pronunció un joven doctor, Pedro J osé Rada y Gamio(24)
escritor de línea cerradamente ultramontana. Pero en el siglo XX, se advierte la
tendencia a la difusión popular de la obra de Voltaire mediante publicaciones locales
de sus textos. En el segundo decenio, dentro de las ediciones popula res del
diario   , apareció en tres tomos el 

  $ 


 (Lima, 1919) y
más recientemente se hizo otra edición popular peruana: la de    (Lima,
Editorial Universo, 1970 y 1977). 

 
 
& 
   '' 

A la difusión de la obra de Voltaire, a la traducción o comentario exagético, al culto


irreflexivo, a la retórica exaltación de admiradores o denigradores, han seguido en
tiempos recientes el comentario más analítico, la apreciación comparatista, el
examen ponderado con nuevo sentido de la investigación de textos y de apreciación
global de su influencia. 

Participan de esta nueva actitud frente a destacadas figuras de la literatura


mundial, quienes vienen ocupándose del proceso cultural del Perú. Más
específicamente han dedicado ensayos con referencia a la obra de Voltaire dos
ensayistas contemporáneos: Basadre y Miró. Jorge Basadre al tratar de "América
en la cultura Occidental", capítulo ya citado de su libro  
  
 
  %, examina el verdadero significado de la 
 y su
moderno mensaje de integración de culturas, la europea y la americana. 

Según él, en 
 , rechaza Voltaire la idea de la existencia de una raza
privilegiada representada por el conquistador y de otra inferior de hombres
conquistados, susceptible de regresar a su estado de naturaleza como medio de
protección y de amparo. Voltaire propugna -con sentido moderno y adelantado a su
época- la integración de las dos razas, en una síntesis histórica, de armoniosa
convivencia y comprensión entre europeos y americanos.

Voltaire estaría así -en contraposición a las ideas dominantes en su época-


recusando tanto la superioridad de unas razas sobre otras como la hipótesis de la
inmadurez del hombre americano y apoyando la idea de la transculturación. En los
últimos años, un estudioso italiano que residió en el Perú, Antonello Gerbi, ha
puesto de manifiesto una frase reveladora de Voltaire en su 

   


,
en la cual afirma con clarividencia y modernidad su oposición a la actitud
eurocentrista y su simpatía por América: "Todo cambia en los cuerpos y en los
espíritus con el tiempo. Quizá un día los americanos vendrán a enseñar las artes a
los pueblos de Europa".(25) 

El pensamiento crítico peruano aplicado al examen de l a obra de Voltaire, tiene


notable exponente, en César Miró, autor del ensayo        &  

   . El examen comparatista alcanza en esta obra uno de los logros
recientes más significativos.

El mismo proceso advertido en el teatro de Voltaire, con relación al tema exótico


americano, se puede observar también dentro del género narrativo, cultivado por él
con igual maestría que el teatro. Esta vez a su obra    precede otro relato
titulado A , una historia oriental desenvuelta dentro de un marco árabe. Como
dice César Miró:

"Existe un vínculo secreto entre la inspiración de A  y la aventura americana


de   . Es la misma correspondencia que se halla entre   y el teatro
orientalista de Voltaire".(26)

   (1757) acusa una feliz incorporación del tema americano y peruano,


reafirmando la actitud adoptada por Voltaire 20 años antes, con 
 (1736). Es
otro el tema y el paisaje, pero la voluntad de reflejar el nuevo mundo se impone
una vez más. Voltaire será uno de los primeros en afirmar la posibilidad de sustituir
los mitos trillados y un tanto gastados de origen europeo o asiático o árabe -
africano, por otros de origen americano. Mitos o temas de esta índole, han de
encontrar además acogida pública favorable, como sucede también con una obra
coetánea titulada       París, (1746) de madame de Graffigny. Y
se incrementará entonces una corriente americanista o peruanista en Francia y en
toda la literatura europea en la segunda mitad del siglo XVIII. 
Voltaire tal vez no sea el primero en lograrlo ni en uno ni en otro géneros, el teatral
y el narrativo, pues como lo demuestra Miró, lo hubo alcanzado antes el francés Du
Rocher en las escenas de &   (1735) y en otros autores ingleses. 

Pero en   suplementa lo que no se había intentado aun en 


 : incorporar
el mito preexistente de la edad de oro. O sea, tratándose del Perú, la leyenda de
Jauja, generalizada y definitivamente afirmada gracias a Voltaire y otros autores
coetáneos en la literatura europea. Su personaje se desplaza cómoda y
familiarmente de Buenos Aires a Asunción, y de esta comarca a El Dorado (o sea la
Amazonia) y de allí a Surinam (Guayana). Ha recorrido la América Meridional de sur
a norte en alas de la fantasía, pero con prudente acopio de elementos reales y
documentales según hemos visto al tratar de las posibles fuentes que Voltaire
utilizó.

Se ha superado por los últimos comentaristas peruanos, utilizando el examen


analítico la "óptica monumental" frente a las grandes figuras de la historia cultural.
Desaparecen el tratamiento adjetival de "grande", "genial", "soberbio", "sublime" o
los peyorativos de "abominable", "disolvente", "herético" o "iconoclasta" y se
ingresa en la ponderada apreciación de características trascendentes en el mundo
de la cultura y de su inserción positiva o negativa dentro de la literatura y la
historia peruanas. 

 

         


7
Ibidem, p. 52. 
8
A. Grenier,      
 , París, Garnier Hnos., s.f., p. 528. 
9
Sobre la biblioteca de Olavide y su relación con Voltaire, véas e: M. Defourneaux,   # "  
&  
 , París, Presses Universitaires de la France, 1962. Sobre la difusión del teatro francés moderno en
España, veáse también: Estuardo Núñez, × " # " , Lima, Ed. P. Villanueva, 1972. 
9-A
L. Goldmann,   
  

 l, Caracas, Monte Avila Editores, 1968, p. 57. 
10
Sobre el impacto de Voltaire y los autores de La Ilustración sobre los precursores y próceres de la
Independencia peruana, véase: Raúl Porras B., 
   '   , Lima, 1958, 48 p. 
11
Véase: Carlos Daniel Valcárcel, "Un rol de libros de 1813" en: $, Lima, Nº 7, 1950; y Raúl Porras B., "La
biblioteca de un revolucionario: Sánchez Carrión", en
  , Nº. 193, Lima, 1950. 
12
Voltaire, "La Elmira Americana o los Peruanos", versión castellana y arreglo de  , en: 
  ,
Nº 289, Lima, 29 de agosto de 1828. 
13
Manuel Lorenzo de Vidaurre,    
 , Ed. de la Com. Nac. del Sesq. de la Indep., vol. 6º., tomo
I. 
14
Ibidem, Vidaurre,   ... p. 362. 
15
Veáse: Estuardo Núñez,     ( 
           , Lima, Edit.
Jurídica, 1973. 
16
 × , Cuzco, Nºs 10, 11 y 12, julio-setiembre de 1837 y Nº 21, 1839. 
17
J. Palacios, 
        ×       
  , Cuzco,
Imp. de la Beneficiencia por Evaristo González, 1839. 
18
    $   , "tragedia en 5 actos escrita en francés por Mr. Voltaire y traducida al castellano por
J.P.", Cuzco, Imprenta de la Libertad por J.B. Santa Cruz, 1840. 
19
Ricardo Palma,  
   
   , Madrid, M. Aguilar, Ed. , 1964, p. 923. 
20
M.González Prada,   , París, Tip. P. Dupont, 1894, p. 165 -175. 
21
J. S. Chocano, ×         , Santiago, Ed. Nascimento, 1940. 
22
Constantino Carrasco,    
, Lima, Imp. del Estado, 1878. 
23
Manuel A. San Juan, "Opúsculos volterianos", traducidos y publicados en varios números de la revista ×
, Lima, 1900. 
24
P.J. Rada y Gamio, 
 
 
, Lima, Imp. del Estado, 1899, 35p. 
25
A. Gerbi,    )"  , México, F.C.E., 1960, p. 40. 
26
César Miró, obra cit. p.59., La obra de Miró acaba de ser editada en su original castellano, con algunas
ampliaciones preliminares. Véase: C. Miró,     %    , Lima, INC, 1995. 


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