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DESIGUALDAD EDUCATIVA, UN

CIRCULO VICIOSO
Las tasas de escolarización en el nivel primario permiten
hablar de una educación prácticamente universalizada
sin diferencias por condición socioeconómica.
Lamentablemente, al cotejarse con los indicadores de
promoción, repitencia y retraso escolar aparecen
numerosos síntomas de inequidad.
El acceso al conocimiento por parte de los niños de los sectores económicos y sociales más
desfavorecidos suele estar presente en la retórica política. Sin embargo poco hemos hecho
en orden a revertir esta incesante reproducción de las desigualdades.

No se trata acaso de hacer predicciones apoteóticas sino de formular previsiones incitando


a la acción; es en definitiva la construcción de un análisis prospectivo de nuestro sistema
educativo para poder actuar sobre el futuro.

Muchas veces nos afirmamos a nosotros mismos aquella idea heredada casi como una
certeza, de que la educación es un factor (quizás el único) de movilidad social ascendente.
Los datos de nuestro sistema educativo ponen en jaque esta afirmación.

Pierre Bourdieu, al analizar la cuestión educativa, afirmaba que el sistema educativo


operaba bajo una especie de violencia simbólica que producía una reproducción de las
desigualdades. Detectaba variaciones en los habitus interiorizados luego del período escolar
que tienen que ver con el habitus heredado de la propia clase social como uno de los
factores sociales determinantes. Así, lo que un niño encuentra en la escuela (la cultura
considerada "legítima") puede coincidir con lo que ha encontrado en la familia, lo cual
ocurre entre clases medias superiores y altas (y su relación con ello será suave, natural, sin
fricciones), o, en el otro extremo, resultar una relación de extrañeza que genera una actitud
de rechazo, de relación no natural con lo impartido en la escuela, y que acaba repercutiendo
en la mortalidad escolar y en las decisiones académicas del alumno.

El resultado de ello es una constante selección y consagración de las diferencias de


clase que son naturalizadas por la escuela, desviándose la mirada del origen socio
económico de la estratificación social y excusando las diferencias en resultados meramente
académicos. Abandonan más los niños que no han vivido en sus casas la cultura que se
encuentran en la escuela. Los datos del sistema educativo argentino ratifican dolorosamente
esta tesis.

La desigualdad económica y social en nuestro país encuentra una relación dialéctica


inescindible con la brecha cognitiva que se perpetúa incesantemente a lo largo de
generaciones.

El 53 % de los niños entre 3 y 5 años de familias con menores ingresos no asiste a


establecimientos educativos, contra sólo el 21 % de niños de familias con mayores
ingresos. Su correlato se advierte con más fuerza en el nivel medio, donde el 70 % de
jóvenes entre 18 y 23 años provenientes de familias con menores recursos se encuentra
fuera del sistema escolar, contra el 30 % de los de mayores recursos.[1]

Las tasas de escolarización en el nivel primario permiten hablar de una educación


prácticamente universalizada sin diferencias por condición socioeconómica. Sin embargo,
al cruzar dichos datos con los indicadores de promoción, repitencia y retraso escolar los
datos detectan nuevamente síntomas de inequidad.

A su vez, al observar con detenimiento las cifras a lo largo de nuestro país podemos
advertir con indiscutible evidencia las huellas de un sistema que desde el traspaso de las
escuelas a las orbitas provinciales no ha hecho más que trazar una nueva marca a las
desigualdades. Provincias pobres con educación pobre. Provincias ricas con educación de
calidad. ¿Cómo es posible aceptar que las sociedades del conocimiento sean sociedades
cada vez más disociadas?

Las brechas educativas en nuestro país no parecen dar claras señales de retroceso. En un
mundo donde el conocimiento es poder, no educar, o educar con niveles bajos de calidad
equivale a desafiliar definitivamente a un individuo de una sociedad en la que cada vez se
le ofrecen menos oportunidades.

La introducción de las TICs dentro de las fronteras del aula abre numerosos
interrogantes en torno a si vendrán a aportar nuevas oportunidades para subirse al tren del
desarrollo o por el contrario vendrán a construir una falsa utopía de conectar en la sociedad
de redes a los que no tienen sostén (Castells, 2001). Sin embargo constituye un interrogante
necesario de explorar, pues hay que refundar las estrategias educativas antes que la escuela
se convierta en un reducto anacrónico que no cambia frente a un mundo que se ha
transformado radicalmente. Los umbrales de la educación cambian, y lo que eran
indicadores de capacidades individuales mínimas (alfabetización en lectoescritura o
finalización del ciclo primario) dan muestras sobradas de que ya no son siquiera garantía de
invulnerabilidad a la pobreza.
Saymour Papert decía que “nada podría ser más absurdo que un experimento en el cual
computadoras son empleadas en aulas en las cuales nada más ha cambiado”.

La refundación que requiere nuestro sistema educativo es profunda.

Existe acuerdo, al menos en los planos doctrinarios, acerca de hacia dónde deben
dirigirse los esfuerzos iniciales sobre todo en países que, como el nuestro, han logrado
prácticamente universalizar la educación primaria pero enfrentan duros retos en la
permanencia en el sistema. Universalizar las salas de 3, 4 y 5 años, promover la jornada
extendida, ampliar el concepto de gratuidad de la educación y generar acciones decididas
para mejorar la terminalidad de la educación secundaria son algunos de los objetivos
posibles.

En torno a la calidad de la educación, los últimos resultados de las pruebas


internacionales PISA ratifican una tendencia negativa ya ostensible desde los estudios
regionales PERCE (1997) y Segundo Estudio Regional Comparativo y Explicativo (2006).
La negación y prepotencia del gobierno no lograrán ocultar que en el fondo del asunto se
esconde la incapacidad para dar una respuesta certera a la licuación del capital educativo de
nuestro país.

Finalmente, el eje de la intervención al pensar cualquier estrategia dirigida a reformar el


sistema educativo, debe estar anclada sobre la convicción de que el derecho a la educación
es un derecho humano y ello implica pasar de conceptos como inclusión o equidad al de
justicia educacional; hacer realidad el aprendizaje a lo largo de toda la vida y el derecho a
una educación gratuita y de calidad para todos implica otro modelo educativo, otro modelo
económico y social. Ya no se trata solo de personas con necesidades que reciben beneficios
asistenciales o prestaciones discrecionales, sino de titulares de derechos que tienen el poder
jurídico y social de exigir del Estado ciertos comportamientos.

Vamos a encontrar el punto donde la conjunción sinérgica entre lo político, lo social y


lo económico sea posible, superando las miradas binarias de los problemas y en el ejercicio
de una democracia dialogante. Esperamos poder empezar a trazar la senda de políticas
públicas que con la premura de las demandas urgentes y la templanza de la visión, den las
herramientas para construir un futuro que logre poner en el centro de la escena a la
educación como un actor estratégico del desarrollo humano.-

Brenda Lis Austin es abogada por la Universidad Nacional de Córdoba. Actualmente es Consiliaria Graduada de
dicha universidad. Es adscripta a la cátedra de Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales de la UNC. Cursó la Maestría en Administración Pública y Políticas Públicas. Fue Presidenta de la
Federación Universitaria de Córdoba en el 2005.

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