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—Al contrario de una imagen muy difundida, usted parece hoy muy
pesimista. ¿Cuál es entonces el futuro de la filosofía?
—No, a pesar de todo sigo siendo optimista. Vea por qué. Es cierto,
los filósofos no están bastante presentes, más bien están casi siempre
más ausentes. Hacen pocas preguntas, pocas preguntas sobre la vida,
casi no dan respuestas. Y la filosofía, o más bien la lógica formal, se
encierra cada vez más en las academias y en las universidades. Sin
embargo, incluso en este desierto, que durará quizás dos, tres
generaciones, la filosofía seguirá viviendo, vivirá al menos en la
exigencia de filosofía que existe en cada uno de nosotros. Se quiera o
no hay una disposición natural del hombre a la filosofía. Puede ser
obedecida o no. Cierto, hoy no es obedecida. Pero mientras exista el
hombre y la humanidad del hombre, existirá también la filosofía.
Todo niño, a más tardar a los seis años, se pregunta qué es la muerte.
Es esta la fuerza enigmática de la filosofía.
—¿Pero cree que ser filósofo hoy sea más difícil que en el pasado?
—No, no lo creo. Vea mi historia. Mi padre era profesor de química
farmacéutica. Mi decisión él jamás la aceptó. Y eso terminó por crear
una brecha insalvable entre nosotros. No podía soportar que su hijo,
en quien había puesto tantas esperanzas, fuera a engrosar las filas de
los "habladores", de sus colegas de las facultades humanísticas. Ante
sus ojos siempre fui un "hijo perdido". En enero de 1927, cuando ya
estaba gravemente enfermo, fue internado en un hospital de
Marburgo. Pero la preocupación por el hijo no lo abandonaba un
instante. Hizo venir a Heidegger. "¡Estoy tan preocupado por mi
hijo!", le dijo. "Pero, por qué —contestó Heidegger—, es un
excelente estudiante. Dentro de un año se graduará y será docente
libre. Lo logrará. Estoy seguro". Pero mi padre no se daba por
vencido, suspiró y preguntó: "¡Será! ¿Pero usted cree de verdad que
la filosofía pueda ser un modo de vida?" ¡Y esto se lo fue a preguntar
precisamente a Heidegger!
—¿Están listos?
—No lo sé. Es necesario decir que vivimos en la época de la "pax
americana" —sobre todo desde que Rusia está ausente. Y son tantos
los efectos negativos. Norteamérica ha exportado por todos lados la
ética protestante, calvinista, de la ganancia y del éxito. ¡Y esta sería
la única cosa que cuenta en la vida! Pues bien, yo no creo que todos
en Europa tengan una actitud acrítica hacia este modo de vivir y de
pensar. Sí estamos norteamericanizados, pero —déjeme decirlo—
contra nuestra voluntad. Y espero que haya una respuesta.
—¿Una respuesta? ¿Desde dónde?
—Precisamente de la que es considerada la periferia de Europa: del
Sur de Italia, de la Alemania del Este, que forma parte de mi vida, de
los países eslavos, sometidos al dominio de la banca que los ha
sumido en una miseria mucho peor que la del pasado. Desde Sarajevo
a Rostock, desde Belfast a Palermo: no soy profeta, pero confío en
una gran respuesta.
—¿Cuál es su sueño?
—Sigo soñando, porque deseo seguir viviendo. No sé si se harán
realidad mis sueños. Pero lo sabemos, los sueños no se hacen
realidad. O mejor, se hacen realidad en sí mismos.
Gentileza de C:/Teos/www.arvo.net/
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