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Signos de los tiempos: itinerarios de la Resurrección

Ruth Ramasco de Monzón

Tucumán, 7 de marzo de 2011

Campamento de Catequesis Especial

Es extraño pensar que, cada vez que busquemos signos, la


mayoría crea que los signos sólo pueden pronosticar catástrofes o
revelar hechos que ocurrirán necesariamente. Pero, si nuestra vida, el
todo de nuestra historia, el todo del Universo, pertenece a Dios,
entonces, todo acontecimiento, en su carácter de signo, sólo habla de
una cosa: del amor de Dios que viene por nosotros. Y ese amor que
viene por nosotros es un ofrecimiento que se hace a un ser libre.

Muchos pueden decir que esto es ingenuidad: que hay


acontecimientos durísimos, de un sufrimiento inenarrable, que no puede
ser verdad que alguien nos diga que en todo acontecimiento es Dios
quien nos busca. Otros pueden pensar que todo está escrito, que nada
podemos hacer sobre ello, que todo ocurrirá fatalmente. Sin embargo,
el acontecimiento central de nuestra fe, el Misterio de la Muerte y
Resurrección, nos dice que el amor de Dios ha venido a nosotros, no
haciendo que nosotros padeciéramos para encontrarlo, sino sujetándose
Él libremente al dolor y angustia de los hombres para mostrar su
cercanía con nuestra vida. Por ende, buscamos los signos, no de las
catástrofes que fatalmente nos esperan, sino de la Resurrección de
nuestra vida, de nuestro mundo, de la alegría del Padre bueno que viene
a llevarnos a casa y nos invita a descubrir los caminos de esa
Resurrección y a hacerlos libremente nuestros. En ese sentido vamos a
trabajar esta mañana los signos de los tiempos: como itinerarios de
Resurrección que aparecen en el medio de nuestra vida y nuestra
historia común como hombres. Como itinerarios que nos salen al paso
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en el medio del camino, hasta en el camino de nuestras desesperanzas,


como se manifiesta el Resucitado a los discípulos de Emaús.

Nos preguntemos entonces qué vemos, qué escuchamos, qué


malestares y alegrías llevamos como hombres. Ahí, en ese nudo de las
experiencias concretas de los hombres, se encuentran los signos. De
manera que, si de alguna manera, todos o muchos de nosotros somos
afectados por acontecimientos semejantes, debemos preguntarnos por
su sentido. Pero agreguemos otro elemento que proviene de la identidad
de su tarea evangélica en la Catequesis especial: ¿qué signos pueden
ver quienes ven la insondable humanidad de aquellos que no son
reconocidos en su humanidad por muchos, o que a veces son
difícilmente amados hasta por sus mismos familiares? ¿Qué hábitos de
visión ha producido en Uds. este amor que los ha llevado a anunciar el
Evangelio a los oídos de estas personas y no a los de otras? Porque es
eso lo que necesitamos descubrir o sólo poner en la mesa común para
que se vuelva pan para todos.

¿Qué vemos? ¿Qué escuchamos? ¿Qué siente nuestra alma,


aunque no pueda decirlo claramente? ¿Hacia dónde quiere llevarnos el
amor? Porque, en última instancia, es de ello de lo que se trata: de un
itinerario de amor a descubrir; itinerario que, en clave cristiana, es
siempre un itinerario pascual.

En primer lugar, trabajaremos con aquellos hechos o


acontecimientos que nos vinculan con todos los hombres, que nos
permiten mirar fuera del ámbito de nuestra vida en su cotidianeidad
parroquial y familiar. En segundo lugar, detendremos la mirada en los
itinerarios de Resurrección que la tarea de la Catequesis Especial
conoce ya sobre ellos.
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A. Los acontecimientos-signos: el catequista, hombre junto a los


hombres

Hablaremos ahora de algunos de los acontecimientos-signos


que se presentan frente a nuestros ojos y nuestro corazón. No
constituyen, ni mucho menos, la serie total de los signos. Pero
consideramos que son, entre ellos, altamente relevantes. Son los
siguientes:

1. Incertidumbre sobre el carácter humano

2. Exacerbación de las dificultades de convivencia

3. Un poderoso anhelo de libertad

4. Posicionamiento inédito de la mujer en los diversos ámbitos

5. Nuevos instrumentos y estrategias de comunicación

6. Contexto de crisis mundial

7. Pobreza creciente e inhumana de amplias franjas de la población

Empezaremos por aquel que puede resultarnos más cercano:

1. Incertidumbre sobre el carácter humano: Por todos lados asoma


una angustiante incertidumbre: ¿qué requerimos para
considerarnos humanos? ¿Riqueza, consumo elevado, afirmación
de los derechos, juventud, independencia? Esta búsqueda de una
identidad en algo que agregamos a nuestro ser, o en algo que
podemos perder, lo queramos o no, es también un signo de los
tiempos. Porque, por más que pertenezca al repertorio de
preguntas que siempre nos hemos hecho, en este momento se
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han vuelto interpelantes de nuestras decisiones políticas,


económicas, de las interacciones culturales, de la vida familiar, de
nuestras decisiones más íntimas y privadas. Hombres y mujeres
extraviados sobre lo que significa ser seres humanos sin más;
agendas de los organismos internacionales imponiendo debates o
resoluciones políticas sobre el origen o el fin de la vida humana.
¿Cuándo empezamos a ser humanos, cuándo dejamos de ser
humanos? ¿Qué nos permite decidir sobre la vida o la muerte, la
libertad o la esclavitud de otros, su salud o su enfermedad? Para
muchos, no hay preguntas: no hay seres humanos frente a sus
intereses y codicias. Pero para quienes hay seres humanos, hay un
montón de preguntas e incertidumbres.

2. Exacerbación de las dificultades de convivencia: los hombres


singulares, la vida familiar, las sociedades, el mundo global, no
puede encontrar estrategias de convivencia. Si miramos el mundo
global, las identidades (étnicas, religiosas, ideológicas, etc.) se
vuelven focos de enemistad, las diferencias parecen irresolubles,
la paz es una utopía. Más aún, todo acontecimiento parece tener
la posibilidad de prender una mecha y producir un estallido de
consecuencias insospechables. Si miramos la vida social, las
disidencias internas producen antagonismos irreductibles, capaces
de detener y hasta destruir todo el proceso de un país; no es
posible crear oposiciones que no sean una dialéctica de odio o
rechazo mutuo absoluto. Si miramos la vida familiar, la
inestabilidad, el desasosiego, la casi imposibilidad de asumir una
dinámica que supere la individualidad, torna altamente difícil la
presencia de otro que sea nuestra pareja, de unos otros que sean
hijos reales y no nominales. La vida individual se transforma a
veces en una difícil soledad, soledad que hace que algunos se
subsuman en el trabajo y que hasta excedan el número de horas,
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porque es el único lugar que reconocen suyo; o soledad que


provoca una entrega sin resistencias a la muerte, porque para
nadie su vida es importante; o que vuelve una tortura el tramo de
la ancianidad, porque nadie quiere convivir con una persona que
necesita cuidados.

3. Un poderoso anhelo de libertad: de alguna manera, ha ingresado


en la conciencia colectiva de los hombres que la libertad de decidir
su modo de vida, la libertad de vivir y morir dentro de una cultura,
la posibilidad de que un colectivo social autodetermine su
presente y su futuro, es algo a lo que todo el mundo tiene
derecho. Sin embargo, este anhelo poderoso no logra conciliarse
con la construcción de una vida social factible para todos, ni con la
aceptación realista de la historia, ni con la construcción efectiva de
la sociedad. El deseo de libertad oscila permanentemente entre la
construcción y la destrucción, y no logra encontrar su cauce.
¿Tenemos siempre que escoger entre una legalidad exterior
inapelable que coaccione y reprima y una ausencia de legalidades
que se vuelva destructiva de lo que encuentra a su paso?

4. Posicionamiento inédito de la mujer en los diversos ámbitos:


aunque quepa decir que las diversidades culturales vuelven
relativo este acontecimiento, es innegable que en vastos sectores
del mundo la mujer pertenece ahora al ámbito de la vida pública.
Por un lado, por su presencia en diversos ámbitos de esta vida: en
el área del trabajo, de la política, la ciencia, la creación de cultura.
Pero, por otro lado, porque los rasgos y hechos que antaño
pertenecían sólo al ámbito de lo privado o de su propia biología se
han vuelto parte de la agenda político-social: el embarazo, la
maternidad, la lactancia, las tareas domésticas. En tercer lugar,
porque rasgos que antes eran despreciados y asociados
peyorativamente a lo femenino, son reconocidos como valiosos en
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la gestión de lo público: la intuición, la empatía, la consideración


de lo vivo, el cuidado, la compañía, la expresión de los
sentimientos, etc. Este nuevo posicionamiento no ha logrado, sin
embargo, evadirse de la dinámica de las exclusiones mutuas, ni de
las dialécticas de poder.

5. Nuevos instrumentos y estrategias de comunicación: las nuevas


tecnologías de comunicación han producido consecuencias de
inmensa magnitud en diversos ámbitos. Se ha modificado la
circulación del conocimiento, produciéndose un intercambio que
coopera eficazmente en la producción de las comunidades
científicas, y abre su acceso para una inmensa franja de la
población. Se han modificado los procesos de enseñanza-
aprendizaje, pues los ritmos interactivos producen una
insatisfacción creciente en el ritmo de las aulas, a la vez que
permite disponer de múltiples fuentes de información y de vías
alternativas de aprendizaje. Se delimitan nuevas exclusiones: los
que pueden hacer uso de estos medios y los que no. Ha cambiado
el mundo de las relaciones interpersonales, por la posibilidad de
estar disponible para la comunicación siempre (de no mediar fallas
técnicas); ha cambiado el protagonismo, las iniciativas sociales y
la posibilidad de convocatoria y de acción política, pues las redes
posibilitan agrupaciones variadas, mensajes instantáneos, captura
de imágenes que muestran acontecimientos e impiden la
formación de los discursos públicos hegemónicos. Han surgido
nuevas indefensiones, pues los adultos no pueden cubrir el amplio
espectro de relaciones e intervenciones que traspasan los muros
de sus viviendas.

6. Contexto de crisis mundial: el momento actual se caracteriza por


la presencia de un contexto de crisis. Esta crisis ya no es la de un
país o la de una economía o la de una región del mundo. El
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contexto de crisis es mundial. Crisis alimentaria, porque no hay


suficientes recursos de alimentación y los conflictos se expresan
como dificultades para dar de comer a la propia población y para
tener agua. Crisis energética, que vuelve codiciables los recursos
de petróleo, gas, uranio, etc. Crisis de empleo, que ya no permite
solucionar el problema por la emigración masiva de los habitantes
de una sociedad hacia otra y que marginaliza a una altísima franja
de las poblaciones. Crisis política, producida muchas veces por la
dificultad que una sociedad tiene para sobrevivir, los
autoritarismos concentrados, la dependencia. Crisis educativa,
porque necesitamos de la educación para resolver los problemas,
pero necesitamos recursos para recrear la educación. Crisis
ambiental, por la inmensa depreciación del medio ambiente que
han producido las decisiones políticas y económicas de los
hombres. Contexto de crisis, no ya sólo problemas; geopolítica de
la crisis, con una inmensa tensión de caos y beligerancia a nivel
mundial.

7. Pobreza creciente e inhumana de amplias franjas de la población:


Ninguno de los rasgos arriba mencionados es verdadero como
descripción de los acontecimientos que vemos, si no los hacemos
pasar por el tamiz del desafío de sentido que representa en este
momento la pobreza. La inhumanidad de la miseria es en estos
momentos extrema: alimentos que no alcanzan para las
demandas de los hombres y crisis alimentarias que convulsionan
la geopolítica; poblaciones íntegras desplazadas y hacinadas; caza
de esclavos y esclavas sexuales o laborales en los países pobres;
países sin ninguna perspectiva de subsistencia si no mediara la
ayuda de organismos internacionales; migraciones que son
verdaderos éxodos de la miseria; pandemias de la pobreza, la falta
de higiene y cuidados mínimos, la falta de alimento; cadenas de
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servilización, dependencia y clientelismo obrando como andamiaje


de los poderes políticos. La lista podría seguir y seguir. Una
inmensa pobreza creciente que se extiende como una mancha de
petróleo en el océano, matando todo lo que vive.

Estos son acontecimientos: no pueden transformarse en signos si no se


leen y entienden como tales. Por lo tanto, es eso lo que intentaremos
hacer ahora.

Primero, en un pequeño momento de reflexión personal: tan sólo unos


minutos en los que coloquemos uno de esos acontecimientos en el
interior, los recibamos allí y lo dejemos hablar.

Luego, en un pequeño coloquio grupal donde compartamos lo que esos


acontecimientos han dicho dentro de nosotros. La pregunta para
orientar el coloquio es sencilla:

¿Qué hecho hemos elegido y qué nos ha dicho?

B. La Catequesis Especial: testigos de la Resurrección


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Vamos a comenzar ahora guardando en nuestro interior el


rostro de alguno de los destinatarios del Anuncio del Misterio Pascual:
aquel o aquella que más conmueva nuestro corazón. Nos es necesario
tenerlo presente porque es su rostro quien puede enseñarnos a
escuchar los que estos acontecimientos dicen y descubrir su carácter de
signos. Sabemos ya de antemano algo, algo que la misma tarea y el
mismo Anuncio del Evangelio nos ha enseñado: necesitamos signos.

Veamos entonces qué escucha ese rostro que llevamos dentro


de cada uno de esos acontecimientos.

1. Incertidumbre sobre el carácter humano: para muchos,


nuestros rostros o nuestros cuerpos, o nuestros movimientos,
horrorizan. Su rechazo les dice y nos dice que no pueden
considerarnos igual a ellos. Sin embargo, procedemos de ellos,
de la curiosa combinación de sus genes, de sus malas prácticas
médicas, de sus químicos y de la contaminación de sus
industrias, de accidentes espantosos de todo tipo, de sus
hábitos, de su edad. O a veces, nadie sabe por qué. Nuestra
presencia, que ha despertado a veces una capacidad de amor
inquebrantable, que ha despertado también repulsiones que no
pueden soportarse, debiera decir, gritar en los corazones de los
hombres, que procedemos los unos de los otros y que eso es un
indicio de nuestra humanidad; debiera decir que todos los
hombres somos vulnerables, que todos podemos perder la
posibilidad de manejarnos a nosotros mismos, y pasar a
depender de otros. Todos podrían leer eso en nuestros rostros,
en nuestros cuerpos, y escuchar la inexcusable necesidad que
los hombres tienen de sus semejantes. Todos debieran
reconocer en nosotros a sus propios hijos, puesto que somos
hijos de hombres. ¿Cuál es la incertidumbre, si procedemos los
unos de los otros? Y, en el sentido del Kerigma, ¿cuál es la
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incertidumbre si, aunque los hombres nos rechacen, sale en


nuestra búsqueda el amor de Dios? El anuncio del Kerigma
volviéndose signo pequeño, captado por el centro de nuestra
alma, allí donde Dios se regala, aunque no podamos sumar ni
multiplicar, desnuda toda predicación. Pues el Misterio del Amor
de Dios se dice en aquel centro donde un hombre o una mujer
se vuelven capaces de acoger su Realidad: y ahí, nuestro
desafío no es muy diferente del de todos los hombres. Ese es el
centro de nuestra humanidad: y cuando no es reconocido,
todas y cada una de las facetas de nuestra experiencia se
tornan una incertidumbre dislocada de su centro. Ya no la
hermosa incertidumbre que brota de la novedad de la historia y
de la presencia de Dios en ella: sólo un interrogante que no
sabe cómo proteger al hombre de sí mismo.

2. Exacerbación de las dificultades de convivencia: nuestra


presencia en nuestros hogares, nuestra humanidad desvalida y
diferente, ha dividido las aguas. En muchos, nuestro cuidado, el
costo económico, moral, físico y psíquico del mismo, ha
producido escisiones y rupturas, catástrofes familiares,
distancias sin fin. Hemos visto muchas veces separarse a
nuestros padres, porque alguno de ellos no aguantaba la
inmensa tensión de convivir con un ser distinto y desvalido.
Algunos de nuestros hermanos no han aguantado la dificultad
de compartir el amor de sus padres con nosotros; muchas
veces, nuestros padres han sido injustos con sus otros hijos y
han cargado su alma con un inmenso dolor. Pero en muchos
otros casos, la vida familiar se ha consolidado, como si se
hubiera producido un misterioso ingreso en lo más humano y
sobrenatural de cada uno de sus miembros. Ha surgido una risa
y un humor que sólo existe en casas como la nuestra; nuestros
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hermanos defienden a los débiles, porque llevan nuestro rostro


en su alma; nuestros padres han aprendido a amarse de un
modo que supera el amor de otras parejas. Son padres sin
vanidad; humanos de otra manera, fuertes de otra fortaleza.
Las dificultades de convivencia se transforman con el amor;
pero no con un falso amor de azúcar y de miel, sino con un
amor dispuesto a las tareas comunes, a salir corriendo mil
veces para ayudar o sustituir en el trabajo, a compartir las
responsabilidades y alegrarse con los logros.

3. Un poderoso anhelo de libertad: cuando alguien nos ve en la


calle o en un lugar común, junto a quienes nos cuidan, la
mayoría piensa que nuestra vida es una inmensa esclavitud y
falta de libertad para quienes están a cargo de nosotros, una
inmensa complicación. Muchos contrastan sus ganas de
moverse, de disponer de su cuerpo y su cansancio, de su
dinero, y piensan que todo eso se restringe al infinito con
nosotros. Además, ven todo lo que no podemos hacer, lo que
no podemos lograr, lo que no podemos anhelar. Nuestra cama,
nuestra silla de ruedas, nuestras dificultades motrices, nuestra
situación de aprendizaje…todo es para ellos una negación de la
libertad. Pero, ¿es así? ¿Es tan verdadero afirmar o creer que la
libertad es un impulso sin límites? ¿Es verdad que los hombres
son libres porque no dependen de nada, ni nada los coarta?
¿Cada vez que hay un límite, un orden, una restricción, ya han
perdido su libertad? No es verdad; nuestra vida dice que un
anhelo irrestricto de libertad se ha olvidado de su propia
humanidad. Porque todos tenemos límites, mayores o menores;
todos producimos costos y consecuencias en los que nos aman
lo suficiente como para responsabilizarse de nosotros; todos
lograremos algunas cosas sí y muchas otras no. En eso, nuestra
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vida es más parecida a la de los otros hombres que lo que ellos


aceptarían. El poderoso anhelo de libertad que atraviesa la
historia corre el riesgo de olvidarse que siempre tendremos
límites, materia, tiempo, historia. Corre el riesgo de olvidar que
el Dios que es Señor de toda libertad, que es la misma libertad,
ha querido para sí nuestros límites, nuestra coporalidad,
nuestra historia.

4. Posicionamiento inédito de la mujer en los diversos ámbitos:


sabemos también, en la claridad de nuestra percepción de los
seres humanos sin disfraz de por medio, que los nuevos lugares
de la mujer en la vida y la historia de los hombres no se
delimita por funciones, sino por la construcción nueva de su
ser. Aunque resulte triste lo que debemos decir, no todas
nuestras madres biológicas son realmente nuestras mamás; y,
también, como muchos lo saben y como es nuestra alegría,
nuestras mamás, las que lo son con toda su alma, con toda su
humanidad, se han vuelto la mamá de cualquier ser humano
que las necesite. Muchas mujeres, cuando llega el momento de
la tarea y la responsabilidad, del compromiso y la fuerza, sólo
sienten lástima por sí mismas. Muchas transforman nuestra
vida en la excusa para no hacer nada. Muchas utilizan nuestra
vida como un ropaje que cubre sus cobardías y su pereza. Y
están las otras, las que llegan a ser realmente nuestras mamás.
No importa cómo hayan sido o reaccionado cuando hemos
nacido o ingresado en nuestra situación: han crecido para
poder amarnos, han peleado contra su tristeza y su
autocompasión, han aprendido a alegrarse y a reír con nuestra
vida, se han vuelto leonas rugientes para defendernos. Las
hemos visto correr, pelear, gritar si era necesario, enfrentar a
quienes se creían poderosos frente a nuestra vida desvalida.
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Las hemos visto salir a trabajar, luchar a veces con el hombre


que aman, conseguir dinero de debajo de las piedras. Huelen a
amor, y cualquiera puede sentirlo: donde ellas estén, allí está
nuestra casa. Cuando alguien las alaba, se ríen, porque saben
las mil veces que se han equivocado, y las cincuenta mil veces
que han querido abandonarlo todo. Sólo saben una cosa: ser
mujer no es un lugar fijo, porque el amor reclama por todos
lados. ¿Dónde ubicarse? Donde llame el amor. ¿Cuál es el lugar
de la mujer en este momento? Donde llame el amor: adentro,
afuera, en la casa, en la construcción de la cultura, en la vida
política… ¿Hay algún lugar donde no se escuche el llamado
omnipresente del amor?

5. Nuevos instrumentos y estrategias de comunicación: si alguien


aplicara a nuestra vida la parábola del buen samaritano, sabría
que la pregunta no es cómo podemos comunicarnos nosotros, a
través de qué medios o recursos, a través de qué
procedimientos, puesto que no podemos acceder a muchos de
los instrumentos o tecnologías de la comunicación. Esa no es la
pregunta, así como la pregunta de Jesús no es quién es tu
prójimo, sino quién se ha comportado como tal. No se trata
entonces de cómo podemos comunicarnos nosotros, sino de
quién ha querido comunicarse con nosotros y cómo lo ha
logrado. Qué ha descubierto, cómo ha atendido a lo que
necesitábamos, qué recursos ha inventado, qué ha tenido que
aprender para hacerlo. La maravillosa presencia de nuevos
recursos y nuevos instrumentos sólo se vuelve efectiva cuando
hay una decisión de comunicación, una decisión de inclusión de
otros en los circuitos nuevos, una decisión de que los otros no
queden aislados y solos. Quienes nos aman han aprendido a
comunicarse con nosotros porque no querían nuestra soledad;
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porque querían participar de nuestra vida; porque querían que


estuviéramos junto a ellos y ellos junto a nosotros. Sin esa
inmensa decisión del amor, que ha construido su mirada, sus
manos hábiles, sus oídos atentos, el mundo resultaría extraño y
distante. Ellos han sacudido el mundo como a un árbol al que
han obligado a entregarnos sus frutos: han interpelado a la
ciencia, para buscar soluciones; han desafiado a la tecnología,
para que nos ayudara; han peleado con los poderosos, para que
nuestra vida se volviera parte de las prioridades de la sociedad.
El amor ha encontrado la forma de romper la soledad.

6. Contexto de crisis mundial: todos los seres humanos, todas las


familias conocen momentos de crisis, de desafío: la pérdida de
empleo de alguno de sus miembros, el aplazo en los exámenes,
los ancianos a los que hay que cuidar. Pero, en nuestro caso,
nuestra presencia en la vida familiar y en la vida de quienes
nos aman no es un desafío que pueda restringirse a un aspecto:
es un desafío para la totalidad de la vida personal y familiar. Un
desafío económico, porque el cuidado, o los procesos de
habilitación o rehabilitación, o las medicinas, representan una
inmensa proporción del presupuesto. Un desafío para la vida de
pareja, porque tienen que amarse de otra manera, con otra
fuerza, con otra hondura, con otras posibilidades de
reconciliación. Un desafío para las relaciones filiales y fraternas,
porque siempre los otros hijos pueden no experimentarse
amados; porque hay que asumir parte del cuidado; porque la
mirada de los padres indagan quiénes podrán hacerse cargo si
ellos mueren o cuando mueran. Un desafío para la misma
organización del espacio de la casa, para la posibilidad de
vacaciones, para los movimientos, para todo. Además, la
situación de salud de muchos posee crisis periódicas: por lo
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tanto, hay que estar dispuesto a la inestabilidad, el riesgo, la


necesidad de una respuesta urgente. Contexto total de crisis;
es decir, contexto de riesgo. Algunas de nuestras familias,
alguno de nuestros hermanos, algunos de nuestros padres, han
sucumbido en estos riesgos. Otros han crecido en humanidad,
en generosidad, en la capacidad de disfrutar las pequeñas
cosas, los pequeños logros. Muchos se han vuelto los hombres
y mujeres profundos en humanidad, a los que muchas otras
familias y amigos acuden para consolarse o para encontrar
ayuda; los que dan otra perspectiva en su vida laboral, los que
saben que sin apoyo mutuo y con concesiones a lo superfluo no
es posible salir adelante. Y quienes creen, han experimentado,
experimentan, que nuestra llegada era la llegada de Jesús
indefenso a su casa, y han penetrado junto a Él en el Misterio
desafiante de la vida de Dios.

7. Pobreza creciente e inhumana de amplias franjas de la


población: todas las revalorizaciones realizadas en la conciencia
de las sociedades para impedir la discriminación; todas las
nuevas denominaciones que permite asumir nuestra situación
como la presencia de condiciones especiales; más aún, la
presencia de colectivos que buscan afirmar su condición y
rechazan incorporarse de otra manera al mundo que nos es
común (como es el caso de los movimientos de sordos y su
rechazo a los implantes cloqueales) , continúa sin poder
superar dos interrogantes: el sufrimiento, la indefensión.
Necesitamos ayuda en el dolor; necesitamos quienes nos
defiendan, porque la maldad de los hombres con los indefensos
no tiene límite. Por eso, pese al insondable mensaje de
humanización que es nuestra vida, pese a la alegría que tantos
experimentan con una sola sonrisa, pese al maravilloso mundo
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de Dios que tantas veces habita en nuestros corazones, ¡qué


hermosa sería nuestra salud! ¡Qué hermoso sería poder correr,
crecer como los demás, bailar, trabajar! ¿Cuál de nuestros
padres, cuál de nuestros hermanos, si les dijeran que puede
cambiar radicalmente nuestra condición, no aceptaría sin poder
parar de llorar? Por eso, todos los esfuerzos que puedan y
deban hacerse para la salud de los hombres; toda la ciencia y
tecnología que pueda producirse para cambiar, prevenir,
mejorar, distribuir, jamás pueden considerarse insignificantes ni
tornarse objeto de una descalificación desde pretendidas
valoraciones de la diversidad de situaciones. Nuestra situación
es humana y humanizante por el amor con el que hemos sido
amados, con el que somos amados; los hombres no nos
transforman en objeto de sus degradaciones porque tenemos
quienes nos defiendan: pero somos frágiles. El amor de Dios se
muestra en nuestra vida de miles de manera, porque nuestra
situación es semejante a la de los pobres: necesitamos,
dependemos de la radicalidad del amor. Esa es la característica
en la que nuestra situación nos acerca a la de los pobres. Sin
embargo, ¿quién de los hombres no querría que todos los
hombres estuvieran protegidos de los aludes, las crecidas de
los ríos por las lluvias, las enfermedades, el hambre? Valoramos
el temple humano de la pobreza, pero de ninguna manera
podemos dejar de luchar contra la miseria, con todas las
decisiones que estén en nuestras manos. Porque creemos en
un Dios que quiere la vida, no la muerte.

Acontecimientos de los hombres, signos de los tiempos,


itinerarios de la Resurrección. La situación humana de los destinatarios
de la Catequesis Especial posee un inmenso mensaje, una hondonada de
humanidad en donde puede escucharse la voz de Jesús, el Cristo. La
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realidad de su tránsito pascual abarca sus vidas, habla con ellas, goza
con ella, padece en ella.

Pensemos entonces ahora en los dolores y las alegrías del


Misterio Pascual en la vida de los nuestros, y extraigamos de ellos el
desafío evangélico de estos tiempos.

Nos separamos en pequeños grupos. Tomamos como criterio el tiempo


en el que llevamos trabajando:

a) Grupo de trabajo de los que llevan menos de 5 años


trabajando;

b) Grupo de trabajo de los que llevan entre 5 y 10 años;

c) Grupo de trabajo de los que llevan entre 10 y 20 años;

d) Grupo de trabajo de los que llevan más de 20 años.

Compartimos las siguientes preguntas y formulamos una pequeña


enunciación para el plenario:

¿Cuál es la alegría más importante de nuestro Anuncio del Evangelio


que quisiéramos compartir?

¿Cuál es el dolor más fuerte de nuestro Anuncio del Evangelio que


quisiéramos compartir?

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