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Palabra Liberadora, Palabra Castradora

Del Padrenuestro al Credo

Carlos Zavarce*

Uno de los elementos presentes en todas las religiones es la palabra, medio de


comunicación directa con lo divino; instrumento que puede contener (como
los mantras) el poder para abrir puertas; herramienta que trasmuta el sentir
humano en potencial transformador de lazo de unión, y por lo tanto medio
para canalizar la fuerza de lo inmanente; pero, también, puede convertirse en
un arma para fraguar el control, anclar grilletes y generar profesiones de fe y
sumisión que le resten a la religión su potencial liberador. Este trabajo se
fundamenta en el análisis del discurso (técnica metodológica de carácter
cualitativista) aplicado a dos de las oraciones más importantes de la Iglesia
Católica: el Padre Nuestro y el Credo. la primera enseñado por el propio
Jesús como técnica para hablar con Dios sin intermediarios, y la segunda
como juramento permanente de fidelidad y entrega a la estructura humana de
la referida religión. Una indagación desde la investigación comunicacional
en la que la palabra tiene valor de cambio, y poder de domesticación.

Palabras claves: La Palabra, liberación, castración, oración, fiel-


comunicante, yo intermediado.

* Carlos Zavarce. Investigador venezolano de los fenómenos comunicacionales y sociales. Docente


universitario especializado en Análisis de Contenido. Autor de diversos libros tanto de investigación
especializados: Secretos de la producción Radiofónica ,una biografía de Ezequiel Zamora, Ajedrez para
niños; así como trabajos de divulgación: Sanación con Flores, El Espíritu de la Navidad, El libro de los
ángeles, El libro de los Horóscopos, El Poder de las Manos, Sanación con cristales; y compilador de una
serie de libros de Reflexiones sobre la vida, el amor, el optimismo, la felicidad, los ángeles, la fe.
Oh tú que tienes la luna por diadema, que
destruyes a Kama, que haces vibrar el tridente,
inmóvil, dios de la montaña, que das la paz, dios de
las criaturas, que destruyes el miedo en los tímidos,
maestro mío, señor del mundo, protégeme porque
me siento perdido en los sufrimientos de este
mundo…
Himno a Shiva

“En el principio la Palabra era, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era un
dios” trascribe el primer verso del Evangelio de Juan la Traducción del Nuevo Mundo, y
es respaldada por otras versiones bíblicas como la de Emphatic Diaglott, la de The New
English Bible y la de Smith-Goodspeed así como la del católico romano Joahnnes Greber.
Se señala que en el texto griego original “aparece el artículo definido ho, ‘él’, delante del
primer Dios, mientras que no aparece delante del segundo”1. Y es que La Palabra es el
nombre que el apóstol Juan le adjudica a Jesús, no sólo su ministerio en la tierra, sino
también durante su existencia prehumana como espíritu y después de su ensalzamiento al
cielo.

Y es duro porque en otro aparte se dice que Jesús es “el camino, la verdad y la
vida”, vale señalar que la verdad y la palabra entran en el mismo rango, se equiparan, se
convierten en una misma cosa con Jesús.

De donde se puede comenzar a razonar sobre el sentido que tiene la palabra en


relación con la conexión con lo numinoso.

El término palabra normalmente traduce la voz hebrea da-vár y la griega ló-gos,


que en la mayoría de los casos se refieren a una idea, un dicho, una declaración, y más allá
es la Palabra de Dios, la verdad. La misma verdad-palabra que hace decir al evangelista:

1
Esta explicación se profundiza en el libro Ayuda para entender la Biblia, que trabaja con 33 traducciones
diferentes de este libro sagrado. Publicado conjuntamente por Watch Tower Bible and Tract Society of
Pennsylvania e Internacional Bible Students Association. 1987. EEUU.

PALABRA LIBERADORA, PALABRA CASTRADORA….2


“Todas las cosas por medio de ella fueron hechas, y sin ella nada de lo que ha sido hecho
fue hecho. En la palabra estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”.

La Palabra no es juego, es la que va nombrando a las cosas por su nombre, les va


dando ser y símbolo, justificación y razón. Con la Palabra se construye el Universo, con la
Palabra de afirma y se confirma la existencia de todo, se abren canales y se permite la
interconexión para moldear la vida.

De más está decir que es esa Palabra-Jesús-Dios la que anuncia la liberación del ser
humano, la que permite intuir que puede romper las cadenas de lo material para
transformarse en camino y vida.

En los primeros tiempos de la Iglesia cristiana ese concepto prevaleció por sobre
cualquier otro.

Sin embargo, tiempo después, cuando la estructura humana se hizo fuerte, y creció
el poder político y económico de la institución, esa misma Palabra que en un principio fue
vida, perdió el potencial de yo directo con lo numinoso para transformarse en un yo
intermediado. Que viene a concretarse en el título Kal Hatze –la voz o la palabra del rey-
que le fue dado a un oficial abisinio.

“Basándose en sus viajes desde el año 1768 hasta 1773, James


Bruce describe las responsabilidades del Kal Hatze como sigue:
Este oficial estaba de pie junto a una ventana cubierta con una
cortina a través de la cual, oculto en su interior, el rey le hablaba.
Luego, él transmitía el mensaje a quien correspondiera. De este
modo el Kal Hatze actuaba como la palabra o la voz del rey
abisinio. (op. cit. 1987, pág. 1259)

Allí ya estaba la raíz de una nueva forma de establecer una comunicación con lo
divino, a través de la Palabra intermediada. Allí está la segunda parte cuando se mediatiza
el poder de ser fiel-comunicante, para aceptar al emisario-intermediador y hasta se justifica
esa tarea basándose en eventos donde hubo voceros, ángeles y profetas, oráculos y hasta
zarzas ardientes.

En tal sentido, este pequeño ensayo intentará acercarse a esa visión dialéctica del
doble mensaje engendrado en el planteamiento cristiano que permite tener dos formas de

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entrabar un diálogo con la divinidad: la liberadora y la intermediada, representado en dos
de sus oraciones más significativas: el Padre Nuestro y el Credo.

Antes de abordar el tema es importante recordar a Regis Boyer2 quien planteó:

La única verdadera historia de las religiones que puede concebirse


debería ser una historia de las mentalidades religiosas. Si existe
verdaderamente un homo religiosus, sería peligrosamente reduccionista,
incluso absurdo en última instancia, pretenderlo idéntico a sí mismo
siempre y en cualquier lugar. No puede esperarse del asiático de los
tiempos prehistóricos y del indoeuropeo del segundo milenio antes de
nuestra era, del negro de África Central y del indio de América del Norte
que hayan tenido las mismas reacciones y engendrado las mismas
imágenes. (Boyer, 1995. Pág. 66)

Sin embargo, cuando se trata del manejo organizado de los ritos de una estructura
religiosa-institucional a través de los siglos, utilizando su ritual para enfrentar
paralelamente la necesidad de comunicación con lo divino del individuo y los
requerimientos establecidos por la institucionalidad para mantener un control ideológico
activado como una camisa de fuerza mental-existencial, puede resultar interesante la
implementación de una revisión histórica y a la vez simbólica de las dos oraciones que se
integran como parte fundamental del rito de la Palabra, en la ceremonia de la misa.

Recordemos que el rito litúrgico por excelencia de la Iglesia Católica está dividido
en tres partes: la liturgia de la palabra, la de la trasmutación del pan y el vino en el cuerpo
y la sangre de Jesús, y la de la comunión o integración del pueblo en un mismo cuerpo.

En ese sentido nuestra unidad de análisis será la doble tarea que la Iglesia Católica,
en el paso de los últimos 20 siglos le ha dado a la Palabra, más allá del valor inicial de la
misma que es Jesús-Dios-Creador y dador de vida-liberación.

LA ORACIÓN: COMUNICACIÓN, DEVOCIÓN, RESPETO Y ESPERANZA

2
Boyer, Regis. La Experiencia de lo sagrado. Trabajo publicado en el Tratado de antropología de lo
Sagrado. Tomo I. Los orígenes del Homo religiosus. 1995. Editorial Trotta. España.

PALABRA LIBERADORA, PALABRA CASTRADORA….4


Antes de realizar el acercamiento a las dos oraciones modelos, es importante definir
lo que significa oración. Según explica Pietro Rossano3 el ser humano además de ser un
homo religiosus, también es un homo orans, un ser que reza.

El camino del hombre hacia la realidad última y primera, su relación con


Dios o el Absoluto, en las religiones se expresan en dos grandes formas:
la oración y la meditación. La oración como efusión y diálogo, domina
en las religiones monoteístas donde el hombre se dirige a un Dios
personal, pero también es frecuente en las religiones cósmicas, donde la
Realidad última no tiene rasgos personales. (Rossano, 1992, pág. 131)

Para algunos teólogos cristianos, la oración implica devoción, confianza, respeto y


un sentido de depender de aquel a quien se dirige la oración. Recalcan que las diversas
palabras tanto hebreas como griegas referidas a la oración transmiten ideas tales como
pedir, hacer solicitud, rogar, suplicar, instar con ruegos, implorar, buscar, inquirir de, así
como alabar, dar gracias y bendecir.

Según el Salmo 5: 1, 24 toda nuestra Palabra debe ir dirigida a Dios Padre, a Dios
Creador. El es el oidor de la oración y tiene el poder de actuar a favor de los suplicantes.

Toda oración consta de varias partes:

a) Confesión: Acto de entrega y sometimiento. “Y habló Resequías al corazón de


todos los levitas que habían mostrado buena disposición en el servicio de
Jehová”(2 Cró. 30:22)

b) Peticiones o solicitudes : “ Y Cristo, en los días de su vida terrena, ofreció


ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte,
y fue oído a causa de su temor reverente” (Heb. 5:7)

c) Expresiones de alabanza y acción de gracias. “Bendeciré a Jehová en todo


tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca” (Sal. 34: 1)

3
Rossano, Pietro. Las interrogantes del hombre y las respuestas de las grandes religiones. 1992. Ediciones
Paulinas. Venezuela.
4
Escucha, Jehová, mis palabras;
considera mi gemir.
Atiende a la voz de mi clamor,
Rey mío y Dios mío,
Porque a ti oraré.

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d) Votos. “E hizo voto diciendo: ¡Jehová de los ejércitos!, si te dignas mirar a la
aflicción de tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de tu sierva, sino que das
a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no
pasará navaja por su cabeza” (1Sam1:11)

Toda oración, entonces, todo acto de establecer el diálogo directamente con lo


numinoso está concebido como un instrumento para negociar con la divinidad, siguiendo
un patrón, manteniendo una estructura, pero no atados a un intérprete.

Hasta este momento el poder comunicacional está en el fiel-intermediario, una


relación que durante el Antiguo Testamento no pareciera lograr a profundidad, y
normalmente era de esperarse que la respuesta viniera por mampuestos. Suerte tuvieron
Abraham y Moisés a quienes Dios les habló directamente. Pero en el Nuevo Testamento la
cosa cambia, porque la presencia de la Palabra-Jesús sistematiza la manera de realizar el
rito sin intermediación.

EL PADRE NUESTRO: LA PALABRA LIBERADORA

En el evangelio según Mateo5, Jesús sentado en una colina con gente de Galilea,
Decápolis, Jerusalem, Judea y del otro lado del río Jordán, les recomendó que cuando
oraran no fueran como los hipócritas que lo hacen en público sólo para ser vistos. Todo lo
contrario: debían entrar en su cuarto, cerrar la puerta, y hablar en voz baja con Dios, sin
usar “las vanas repeticiones de los gentiles”, es decir sin fórmulas ni palabrería vacía. Por
eso recomienda una forma de conversar con la divinidad:

Padre nuestro
Que estás en los cielos,
Santificado sea tu nombre.
Venga tu Reino,
Hágase tu voluntad , como en el cielo
Así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día
Dánoslo hoy.
Perdónanos nuestras deudas, como
5
Mat. 6: 9-13. Y se refleja también en Lc. 11:2-4

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También nosotros perdonamos a nuestros deudores.
No nos metas en la tentación,
Sino líbranos de todo mal,
Porque tuyo es el Reino,
El poder y la gloria,
Por todos los siglos. Amén.
(Mt.6: 9-13)

Luego, los consejos siguieron y la estrategia de comunicación quedaba sellada.

Jesús propone sin limitaciones la manera de establecer un diálogo que sirva de


instrumento de liberación. Recientemente, el Papa Benedicto XVI6 presentó un análisis de
esta oración que según él consta de una invocación inicial y siete peticiones:

Tres de ellas se articulan en torno al “tú” y cuatro en torno al “nosotros”.


Las tres primeras se refieren a la causa misma de Dios en la Tierra y las
cuatro siguientes tratan de nuestras esperanzas, necesidades y
dificultades.

Más adelante lo analizaremos a la luz de la estructura planteada anteriormente en


este ensayo.

Por ahora, hay que revisar primero en qué contexto se gestó esta formulación o
propuesta crística. En su contexto más inmediato, el Padre Nuestro tiene las tradiciones
litúrgicas judías propias de la época de Jesús.

Según el teólogo y egiptólogo catalán Llogari Pujol7 uno antecedente concreto del
Padre Nuestro es un texto egipcio del año 1000 a.C. donde se recoge la llamada Oración del
Ciego.

Lo cierto es que para ese tiempo, en las religiones politeístas habían dos tipos de
divinidades: las grandes e inalcanzables, cuyo ritual era complejo y grandilocuente por lo
que se encargaban los mediadores, los sacerdotes; y los dioses domésticos, los de la familia,
a quienes se les pedía consejo y protección de una manera más íntima. Y justamente, el
grueso de los que se vuelven cristianos vienen de las filas de gentiles, los no judíos, los que
practicaban este politeísmo.

6
Ratzinger, Joseph. Jesús de Nazareth. 2007. Librería Editora Vaticana. Italia.
7
Llogari, Pujol. Jesús nació 3.000 años antes de Cristo. Entrevista en La Vanguardia, publicada el 25 de
diciembre de 2001. Disponible en wwwfortunecity.es/arcoirirs/mistico/307

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Por otra parte, del sector judío viene Moisés, ascendiente en la línea hereditaria de
Jesús y quien habló directamente con Dios, Jehová. Incluso entre los judíos, la oración es
un elemento común. Entre éstas destacan: Schemone Esre (la oración de las Dieciocho
peticiones); Shema, propuesta en el Deuteronomio, capítulo 6, que es un recordatorio de
todo lo que Jehová hizo por su pueblo; y Abbinu Malkenu, que traduce literalmente Padre
nuestro, y le solicita al Divino que las bendiciones recaigan sobre los seres humanos.

Y es así como en algunas oraciones judías hay textos que coinciden con el
propuesto por Jesús. Por ejemplo, en la liturgia para la mañana del Shabat se dice: Padre
nuestro del cielo, te deleitas en establecer tu Casa en nuestras vidas y posar Tu Presencia
en las tinieblas de nuestros días. Un kadish señala: Permite que tu grandioso nombre sea
magnificado y santificado. Y otro agrega: Permite que tu Reino llene las vidas, y los días y
la vida de toda la casa de Israel muy pronto, en un futuro cercano.

Lo cierto es que esta oración entonada por Jesús viene a establecer una manera de
conversar directamente con el Dios Padre, sin temor pero sí con respeto. Sin embargo la
idea es que se generase en libertad, sin palabras preconcebidas.

Entonces se tendría que el Padre Nuestro comienza con un reconocimiento o


confesión de que Dios está por encima de todos los seres humanos.

A continuación se le bendice (Santificado sea tu nombre) y se augura la santidad


para su nombre, para la palabra que lo marca y designa, lo nombra y lo reconoce.

El siguiente paso es bajar la cabeza y solicitarle que su grandeza y misericordia


haga a los creyentes parte de él (Venga a nosotros tu Reino y hágase tu voluntad aquí en la
tierra, como en el cielo) gracias a someterse a sus designios

Luego, viene la primera solicitud, la que garantiza el sustento, la posibilidad de


seguir vivos materialmente. (Danos hoy nuestro pan de cada día). Es solicitarle a las
fuerzas de lo numinoso la garantía de tener el sustento diario para permanecer al servicio
del Creador.

Después viene el compromiso, la parte en el trato que involucra a quien ora


(Perdona nuestras ofensas, deudas, equivocaciones, así como nosotros personamos a
quienes nos ofenden, nos deben, o se equivocaron con nosotros). Un planteamiento muy

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exigente, porque aún en el tiempo de las comunicaciones, de la Palabra en toda su
magnitud, se pone como regla o medida la conducta del propio creyente.

Y la segunda solicitud ( No nos dejes caer en la tentación y líbranos de todo mal),


una propuesta que busca obtener fuerzas para superar los escollos propios del vivir en
sociedad.

Finalmente el creyente sella su compromiso, lo rubrica con una palabra harto


significativa: Amén, que significa sumisión, hágase su voluntad, que sea tal cual.

Y la Palabra establece los logros y cometidos, las limitaciones y los posibles


avances.

Al comparar las dos versiones que hay (Mateo y Lucas) se puede percibir que no
hay contradicciones, ambas sirven para la formación y en entrenamiento de los discípulos,
para que aprendan a tener el concepto de Dios profundamente interiorizado, y puedan en
todo lugar mantener el contacto con la divinidad, sin intermediarios.

Es, ante todo, una herramienta liberadora: rompe los lazos con los sacerdotes
intermediadores; fractura la rigidez de las fórmulas tradicionales, y permite al creyente
acercarse exponiendo sus propias necesidades, en un lenguaje fácil, sin pretensiones ni
eufemismos, sin esconder nada, de forma de lograr una empatía inmediata. Libera de la
esclavitud de un formulismo y un modo ritualista; le da al fiel-sacerdote la llave de la
puerta.

Desde el otro lado del proceso comunicacional, también hay un cambio radical:
Dios también elimina los emisarios. Señala el Dr. Raymond Colle8 :

Dios se hace parte de la humanidad y establece de este modo una


conexión sin precedente entre la humanidad y su propia realidad íntima.
Adopta una forma física (al convertirse en la Palabra) y, de todas las
formas creadas por Él, elige la del ser humano porque es al ser humano
que quiere salvar y unir a su propia naturaleza para formar una estrecha
comunión, un nuevo cuerpo que será, esta vez, un “cuerpo místico”.

8
Colle, Raymond. La comunicación divina vista desde la Teoría de la Comunicación. 2003. Santiago de
Chile. Edición electrónica. Todos los libros de este especialista los coloca, el mismo autor, en el espacio
virtual.

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Así ya no se trata de mera información unilateral, la que traen los intermediarios en
forma de órdenes o edictos, ahora existe un canal bidireccional y el fiel-intermediario-
sacerdote está en control de lo que dice y de lo que recibe, sin intérpretes, sin oráculos.

Tan importante es el Padre Nuestro como instrumento liberador que el propio


Pontífice, Benedicto XVI, hombre que viene de las filas de la Congregación de la Fe (léase
Inquisición) se da a la tarea, hace apenas pocos tiempo, de reinterpretar la oración, párrafo a
párrafo, para tratar de establecer una línea única, transformando la libertad de expresar lo
que cada uno quiere en un formulismo ritual, apergaminado, casi momificado.

Un ejemplo es la manera como aborda el sentido de la culpa, una visión estructural


propia de la Iglesia Católica que ha concebido “la responsabilidad hereditaria” como una
deuda de toda la humanidad de forma tal que cada creyente-fiel-practicante sienta ese
pesado fardo sobre sus hombros y pague los intereses de algo que nunca hizo con las
mismas creces que los peones de una plantación.

Refiriéndose a la frase: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros


perdonamos a los que nos ofenden”, Ratzinger escribe aprovechando el carácter de
infalibilidad que se supone tienen los prelados cuando hablan de temas de fe, y que tan
duramente ha cuestionado el teólogo y mano derecha de Juan XXIII, Hans Küng:

Esta petición presupone un mundo en el que existen ofensas: ofensas


entre los hombres, ofensas a Dios. La superación de la culpa es una
cuestión central de toda existencia humana; la historia de las religiones
gira en torno a ella. La ofensa provoca represalia; se forma así una
cadena de agravios en la que el mal de la culpa crece de continuo y se
hace cada vez más difícil de superar. Con esta petición, el Señor nos dice:
la ofensa sólo se puede superar mediante el perdón, no a través de la
venganza. Dios es un Dios que perdona porque ama a sus criaturas; pero
el perdón sólo puede penetrar, sólo puede ser efectivo, en quien a su vez
perdona. (…) La petición del perdón supone algo más que una
exhortación moral, que también lo es y, como tal, representa un desafío
nuevo cada día. Pero en el fondo es –como las demás peticiones- una
oración cristológica. Nos recuerda a Aquel que por el perdón ha pagado
el precio de descender a las miserias de la existencia humana y a la
muerte en la cruz. Por eso nos invita ante todo al agradecimiento, y
después también a enmendar con Él el mal mediante el amor, a
consumirlo sufriendo. Y al reconocer cada día que para ello no bastan
nuestras fuerzas, que frecuentemente volvemos a ser culpables, entonces
esta petición nos brinda el gran consuelo de que nuestra oración es

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asumida en la fuerza de su amor y, con él, por él y en él, puede
convertirse a pesar de todo en fuerza de salvación. (op. cit., 2007)

Voila, ahí están claritas las anclas, las cadenas, colocadas como minas en el texto:
está la responsabilidad adánica, luego el martirio crístico y, por último, nuestra permanente
incapacidad de avanzar en un mundo de “miserias humanas”. Era demasiado contundente la
acción liberadora de la oración propuesta por Jesús, por eso, en estos tiempos en que hay
menos docilidad por parte de los creyentes-fieles-seguidores es importantísimo recordarles
que están imposibilitados por naturaleza y que simplemente deben seguir las reglas, bajar la
cabeza, permitir con resignación el maltrato y la explotación, desconociendo la frase
anterior: “hágase tu voluntad aquí en la tierra, como en el cielo”. Y si el cielo es el lugar
perfecto, entonces los creyentes están en la posibilidad de transformar esta “tierra de
miserias y dolor” en un paraíso, restándole ganancias a los intermediarios y distribuyendo
los dones de manera más equitativa y menos dolorosa.

Ya lo escribía Louis-Vincent Thomas9:

En la actualidad son muchos los que no dudan en contestar el valor


redentor del dolor o el sufrimiento. Ya Pío XII, en 1957, reconocía que el
sufrimiento “puede agravar el estado del enfermo, obstaculizar la
disposición del alma y minar las fuerzas morales”. A los médicos que le
preguntaron por el uso de los narcóticos que para aliviar los dolores
insoportables pudieran abreviar la vida, respondió de manera afirmativa:
“Sí, si no existen otros medios y si esto no es impedimento para otros
deberes religiosos y morales”. Importantes esclesiásticos adoptan en este
terreno actitudes que se habrían juzgado escandalosas hace diez o quince
años. Veamos algunos testimonios, entre muchos. Monseñor Echegaray
declara públicamente que “el sufrimiento no tiene valor en sí mismo;
para muchos supone una derrota y sólo para algunos, aquellos que
Claudel define como grandes almas en cuerpos impedidos, es ocasión de
un salto hacia delante”. El padre P. Verspieren que ha consagrado toda su
vida a la atención de enfermos, considera igualmente en su última obra
(1984) que el sufrimiento es, a menudo, un “hecho que simplemente
destruye al hombre y le impide vivir”. Es importante, pues, que “se
pongan todos los medios posibles para impedir que el enfermo sufra”,
pero, cuando no puede hacerse otra cosa, hay que saber “convivir con el
dolor y tratar de vivir esa situación en relación con Dios”, Esta forma de
pensar no ha dejado de oficializarse: ¿Hay una explicación cristiana del

9
Thomas, Louis-Vincent. Lo sagrado y la muerte. Trabajo publicado en el Tratado de antropología de lo
Sagrado. Tomo I. Los orígenes del Homo religiosus. 1995. Editorial Trotta. España.

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sufrimiento? –podemos leer en un célebre manual de dos eminentes
teólogos canadienses (F. Dumont y B. Lacroix, París, 1982)- A nuestro
entender –afirman- se ha de responder de manera negativa y si
reticencias. El sufrimiento, como la muerte, esun escándalo,
especialmente cuando es manifiestamente inocente e inmerecida”
(Thomas, 1995, pág. 221-222)

No cabe duda, pues, que en palabras del propio Papa actual, la Iglesia-institución
está tratando de recoger las cuerdas antes de que cunda, como en el mejor tiempo de Jesús,
el criterio libertario, y el poder terrenal quede expuesto en una acción anarquista que le
reste sobre los fieles-militantes-consumidores la capacidad de mantenerlos dominados,
castrados, controlados como fue la intención primaria a la hora de construir la segunda gran
oración: el Credo.

EL CREDO: LA PALABRA CASTRADORA

Yo creo, credo en latín, es el origen de la palabra Credo. Se trata de una forma


verbal activa que denota más allá de un conjunto de creencias, una confesión de fe. Una
manifestación pública, expuesta, abierta, de una toma de posición, de un asumir, de un
cargar a cuesta un paquete de principios, más allá de dogmas, que constituye la base para
garantizar una manera de actuar, de desenvolverse, de evaluar y de condicionar la acción
del individuo.

Un credo es un escrito o resumen doctrinario aprobado por una institución para que
sus miembros, lo reciten y lentamente vaya integrándose en un verdadero proceso de
programación neurolingüística en el accionar personal, y por ende en la actitud ante la vida
del grupo.

Un ejemplo interesante de un credo laico es la Oración a los Siete Espíritus de la


Nacional Panasonic, empresa transnacional de origen japonés que implanta como una
norma diaria a ser cumplida por todo su personal, en cualquier parte del mundo, la
recitación en colectivo, y antes de comenzar las actividades, de un texto que habla de la
lealtad a la empresa, el sentido del sacrificio individual en pro del bien del colectivo, la
honestidad y el amor al trabajo. Es la tarea de la alborada, en encuentro con sentimientos y

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actitudes que trascienden la venta de la fuerza de trabajo, para convertirse en una razón de
actuar de un colectivo, de una familia (disfuncional), de un equipo que traspasa las
fronteras para ser uno solo en la empresa. Es el fomento de un orgullo de pertenencia, y es
la tabla de la ley de la actuación, las reglas para medir la fidelidad al colectivo representado
en la transnacional.

Si una empresa nipona, alejada del sentimiento cristiano occidental y más bien
influido por el sentir budista zen, es capaz de diseñar un credo, una norma de fe, que genere
un yo colectivo que haga sentirse fuerte al individuo mientras consolida el poder de la
institución, ¿qué podemos nosotros esperar de la cultura de este lado del planeta que ha
llevado adelante guerras y confrontaciones, masacres y despojos, fortunas y ruinas a partir
de las propuestas religiosas?

Pues, solamente que se profundice el mecanismo de control partiendo de la


convicción del individuo estructurada desde fuera, pero convencida de ser original, libre,
participativa y voluntaria. Ya ese proceso logra verdaderas lealtades, que se transmiten más
por vía del ejemplo, y se refuerzan por el sendero de la Palabra.

En este punto es trascendente revisar la siguiente oración, que más que una
comunicación con la divinidad es una abjuración, una declaración pública de una actitud
que favorece a la institución con la fuerza de la fe, por encima de la debilidad de la razón.

La Iglesia Cristiana, primero, y Católica después, construyó, organizó e implantó


dos Credos verdaderamente clásicos, que con el paso del tiempo permitió unificar fuerzas,
y a la vez ganar partidarios comprometidos.

El primero fue el de los Apóstoles, cuyo contenido esencial fue pensado y escrito en
la época de los apóstoles, de los seguidores directos de Jesús. Y aunque no fue escrito por
ellos, tuvo su origen como una necesidad de darle una plataforma a dos rituales de
iniciación: la instrucción de catecúmenos y la liturgia del bautismo.

Los catecúmenos son los adultos que deciden por motu propio abrazar la fe católica.
Para poder integrarse en el seno de una iglesia, de una comunidad concreta, deben ser
preparados, entrenados y, principalmente, convencidos de que no hay otra verdad, otra
manera de ver el mundo y comprenderlo, de aceptarlo y disfrutarlo que el promovido por
esa fe religiosa.

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Es por ello necesario que se organice una plataforma ideológica que debe verterse
más poética y menos visible, o más clara y menos manipuladora, o más encubierta y
profundamente controladora, sobre los nuevos de manera que se integren sin producir
mucha disonancia social en el colectivo.

Quizás esto quede ilustrado con un párrafo de la carta que Pablo le envía a los
romanos, más o menos en el año 58 de nuestra era, los cuales formaban una comunidad
que tenía serios enfrentamientos internos entre los que venían del judaísmo y los que
provenían del paganismo. La iglesia de Roma había sido fundada unos 14 años antes.
Contaba entre 20 y 50 mil miembros. En el 49, un edicto de Claudio expulsa a los judíos de
la ciudad, y a su regreso, años después los hermanos de origen pagano los miraban con
desprecio10. El hombre les dice:

¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo,


sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte o
sea de obediencia para la justicia? Pero gracias a Dios que, aunque erais
esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de
doctrina que os trasmitieron; y liberados del pecado, vinisteis a ser
siervos de la justicia. Hablo como humano, por vuestra humana
debilidad: así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para
servir a la impureza y a la iniquidad, así ahora para santificación
presentad vuestros miembros para servir a la justicia. (Rom. 6: 16-19)

Mayor claridad no podía pedírsele al gran fraguador de la Iglesia-estructura, de la


expresión material de una experiencia que debía ser básicamente espiritual, pero que al
concretarse físicamente podía convertirse en un poder terrenal. Saulo de Tarso, luego
conocido por su nombre hebreo de Pablo11 tenía su origen en las filas del poder político-
económico, manejaba perfectamente dos idiomas (el hebreo y el griego) estaba formado,
era un soldado entrenado y la mejor muestra es que logra defenderse una y otra vez ante las
autoridades romanas, y hasta las convence de su inocencia. No era, como se diría
popularmente “un agarrado a lazo”. Sabía que para fortalecer la Iglesia-estructura tenía que
superar los rituales y la circuncisión así como dotarla de una herramienta más profunda,

10
Puncel, María (Coodinadora de edición). El Libro de la Biblia. Nuevo Testamento. 1989. Editorial Altea.
Taurus Alfaguara. . España.
11
Asimov, Isaac. Guía de la Biblia. Nuevo Testamento. 1985. Alfadil Ediciones. Venezuela.

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más ideologizante, que asentara las bases y pudiera erigir una fortaleza de comprometidos,
de convencidos, de seres dispuestos a dar la vida a cambio de una existencia eterna feliz.

Entonces se escribe la primera profesión de fe:

Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.


Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por
obra y gracia del Espíritu Santo;
Nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilatos;
Fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos;
Al tercer día resucitó de entre los muertos; ascendió a los cielos;
Está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, desde allí ha de
venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la Comunión de los
Santos, el perdón de los pecados, la resurrección y la vida eterna.

No importa cuál sea la causa que impulsa a las personas a aceptar esta plataforma
ideológica según Pablo, lo trascendente es que se debe quedar convencido, emocionalmente
converso, voluntariamente encadenado con una visión particular de la vida, con una
comprensión ontológica suya propia y del universo que le rodea, facilitada desde afuera,
incrontrovertible, que garantice “su esclavitud” así sea por la “obediencia para la justicia”.

La única posibilidad de libertad es la que puede ser ejercida dentro de los estrechos
parámetros de una Norma de Fe como ésta.

Señala el teólogo Greg Uttinger12 que los llamados Padres de la Iglesia al hablar de
una Norma de Fe se referían al sumario de aquellas cosas que los cristianos deben creer con
certeza, sin duda alguna que entorpezca el proceso de confianza y convicción en los
postulados. Incluso cita a Ignacio de Antioquia quien en 107 de nuestra era escribe:

Detén tus oídos, por tanto, cuando alguno te hable con desacuerdo de
Jesucristo, el Hijo de Dios, quien era Jesús el Cristo, quien descendía de
David, y también lo era de maría; quien nació verdaderamente , y comió
y bebió. Fue verdaderamente perseguido bajo Poncio Pilatos; fue
verdaderamente crucificado y [verdaderamente] muerto, a la vista de los
seres en el cielo y en la tierra y bajo la tierra. Él también fue
verdaderamente levantado de los muertos, siendo Su Padre quien le dio
vida, incluso según la misma manera en que Su Padre levantará a

12
Uttinger, Greg. La Teología de los Credos Antiguos. Parte 2: El Credo de los Apóstoles. 2002.

PALABRA LIBERADORA, PALABRA CASTRADORA….15


aquellos que creen en Él por Cristo Jesús, aparte de quien no poseemos la
vida verdadera.13

Este Credo de los Apóstoles conoció la luz más o menos en tiempo de Pablo, se fue
robusteciendo en el fragor de los encuentros y desencuentros de las corrientes que hicieron
vida dentro del movimiento cristiano, y cada vez se complicó más para garantizar su valor
como elemento castrador, privativo de libertad interpretativa.

Es por ello que el actual Catecismo de la Iglesia Católica 14 afirma:

192. A lo largo de los dos siglos, en respuesta a las necesidades de


diferentes épocas, han sido numerosas las profesiones o símbolos de la
fe: los símbolos de las diferentes Iglesias Apostólicas y antiguas (cf. DS
1-64), el Símbolo “Quicumque”, llamado de S. Atanasio (cf. DS 775-76),
de las profesiones de fe de ciertos Concilios (Toledo: DS 525-541);
Letrán: DS 800-802; Lyon: DS 851-861; Trento: DS 1862-1870) o de
ciertos Papas, como la “FIDES Damasi” (cf. DS 71-72) o el “Credo del
Pueblo de Dios” (SPF) de Pablo VI (1968)
193. Ninguno de los Símbolos de las diferentes etapas de la vida de la
iglesia puede ser considerado como superado e inútil. Nos ayudan a
captar y profundizar hoy la fe de siempre a través de los diversos
resúmenes que de ella se han hecho.
Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular en
la vida de la Iglesia:
194. El Símbolo de los Apóstoles, llamado así porque es considerado con
justicia como el resumen fiel de la fe de los apóstoles. Es el antiguo
símbolo bautismal de la Iglesia de Roma. Su gran autoridad le viene de
este hecho.: “Es el símbolo que guarda la Iglesia Romana, la que fue sede
de Pedro, el primero de los apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina
común (S. Ambrosio, symb. 7)
195. El Símbolo llamado Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad al
hecho de que es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos (325 y
381). Sigue siendo todavía el símbolo común a todas las grandes Iglesias
de Oriente y Occidente.

Nada ni nadie va a poder, mientras existe la Iglesia-estructura, contraponer un


sentimiento liberador a una profesión tan dogmática cuyo valor es primordial para la

13
Citado por Uttinger y tomado de La Epístola de Ignacio a los Tralianos (versión corta) en Alexander
Roberts y James Donaldson, editores. Los Padres Anti-Nicenos, Vol. I (Grand Rapids: Wn. B. Eedmans
Publishing Company. Reimpresión. 1987)
14
Tomado de http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/plslc3a2_sp.html#E1%20credo Consultado el 30
de agosto de 2008.

PALABRA LIBERADORA, PALABRA CASTRADORA….16


constitución de fieles-seguidores-conversos que deben repetirlo por primera vez durante la
ceremonia de iniciación, el bautismo, durante el cual se deben expulsar en un ritual
exorcístico los demonios naturales, para darle sólo albergue a la Palabra, a la Verdad, con la
profesión de la existencia de la Trinidad (Padre-Hijo-Espíritu Santo).

Una profesión de fe que debe servir como instrumento educacional para quienes
están ingresando al culto y cuya obligación es “adquirir un compromiso sincero tanto como
un entendimiento intelectual”, lo cual no conlleva una comprensión racional, sino más bien
una aceptación internalizada totalmente emocional.

Evidentemente se debe repetir en voz alta y fuerte, y si el catecúmeno es demasiado


pequeño, la obligación recae sobre padres y padrinos. De esta manera el resto de las
personas recibirán la información con un valor doctrinal.

Y finalmente, luego, a lo largo de la vida, los fieles-militantes deberán recitar el


Credo como parte de la misa, después del acto de arrepentimiento y de la liturgia de La
Palabra, una vez que se ha consultado y meditado sobre un par de textos bíblicos, es
necesario hacer la profesión de fe, para que no quede duda alguna.

Por último, y luego de la Liturgia Eucarística, es cuando se entona el Padre Nuestro,


recitado “como la oración de los cristianos”15, nunca como oración liberadora.

El Credo actual ya es la sumatoria de las necesidades ideológicas de una Iglesia que


ha perdido poder con relación a la Edad Media, que ha sido sacudida por varias
separaciones dolorosas y por el surgimiento interno de grupos y fuerzas que se niegan a
aceptar la pompa, el lujo y los compromisos que conlleva el poder económico.

Para combatir cualquier “desviación” sus fieles-seguidores-conversos deben recitar


permanentemente:

Creo en un solo Dios., padre Todopoderoso,


Creador del cielo y la tierra,
De todo lo visible e invisible.
Creo en un Solo Señor Jesucristo,
Hijo único de Dios,
Nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,

15
Misal Festivo del Pueblo de Dios. Ediciones Paulinas. 1985

PALABRA LIBERADORA, PALABRA CASTRADORA….17


Dios verdadero de Dios verdadero,
Engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre,
Por quien todo fue hecho.
Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación,
Bajó del cielo,
Y por obra del Espíritu Santo,
Se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre;
Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato,
Padeció y fue sepultado,
Y resucitó al tercer día según las Escrituras,
Y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
Y de nuevo vendrá con gloria
Para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu santo, Señor y dador de vida,
Que procede del Padre y del Hijo,
Que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria,
Y que habló con los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
Y la vida del mundo futuro. Amén.

Todo está perfectamente contabilizado: la existencia de la Trinidad; la virginidad de


María; la síntesis ajustadísima de los últimos días de Jesús, su resurrección como esperanza
de cada uno de los fieles-seguidores; la creencia a pie juntilla en la Iglesia la cual es
declarada única, se le adjudica el valor de lo sagrado, y la le agregan los epítetos “católica y
apostólica”, es decir heredera universal de los fundadores. Las otras, las separadas, las
escindidas, están fuera, perdieron su carácter representativo. Por último, está la esperanza
en una vida futura luego de la resurrección final en el tiempo del Juicio.

Todo está dicho, nada fuera de lugar. Una oración que marca un sendero único para
transitar quien desea ser salvo.

Explica G.W.Bromiley16 que es obvio el peligro de estar haciendo credos:

Los credos pueden llegar a ser formales, complejos y abstractos; se


pueden ampliar casi ilimitadamente, se pueden sobreponer a la escritura.
Manejados correctamente, sin embargo, facilitan la confesión pública de
fe, forman una base sucinta de enseñanza, salvaguardan la doctrina pura

16
Bromiley, G.W..El Credo. http://www.mb-soft.com/believe/tsc/creed.htm. Consultado el 2 de septiembre
de 2008.

PALABRA LIBERADORA, PALABRA CASTRADORA….18


y constituyen un foco apropiado para la congregación de la iglesia en la
fe. (Bromiley, 2008. Pág. 4)

A MANERA CIERRE
Dos oraciones que formalmente dan estructura a una de las religiones monoteístas
más extendidas del planeta, y con mayor poder político y económico se muestran los
dientes dentro de un mismo ritual. La función dialéctica de convivencia entre la Palabra
liberadora y la castradora mantiene a la Iglesia Católica sumida en una serie de
contradicciones, que luchan por modificarla desde dentro a pesar del esfuerzo de la Iglesia-
estructura por conservar su capacidad de instrumento de alienación del poder. Se agudizan
los enfrentamientos. La realidad real del hambre, la miseria, la violencia y la injusticia, se
opone a los designios ideológicos de la Iglesia-estructura y cada vez se reclama con más
fuerza la necesidad de regresar al fiel sin intermediario, que permita transitar por un
sendero liberador que haga de este mundo un reflejo más cercano al glorioso y equilibrado
que espera al otro lado de la muerte.

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