Professional Documents
Culture Documents
Capítulo VII
Articular lo arcaico
Diferencia cultural y sinsentido colonial
Hay una conspiración de silencio alrededor de la verdad colonial, sea ésta cual sea. Silencio
desde el imperio pero también silencio, mas ominoso, que profiere una arcaica otredad
colonial, que habla en enigmas, obliterando los nombres propios y los lugares propios. Es un
silencio que transforma el triunfalismo imperial, en el testimonio de la confusión colonial, y
quienes oyen su eco pierden sus recuerdos históricos. Es la voz de la literatura “colonial” del
primer modernismo, la compleja memoria cultural de la que está hecha, en una excelente
tensión entre desarraigo melancólico del novelista moderno, y la sabiduría tradicional, cuyo
arte no trasciende a su propio pueblo. Un silencio repite siniestramente al otro.
Las palabras coloniales no representan el lugar pleno de la diversidad cultural, sino el punto
de desvanecimiento de la “cultura”. El silencio colonial despliega la alienación entre el mito
transformacional de la cultura como un lenguaje de universalidad y generalización social, y su
función trópica como “traducción” repetida de inconmensurables niveles de vida y
significado. La articulación del sinsentido es el reconocimiento del ansioso sitio contradictorio
entre lo humano y lo no humano, entre el sentido y el sinsentido.
Es el horizonte del holismo, al que aspira la autoridad cultural, el que se vuelve ambivalente
en el significante colonial. El significante colonial (ni uno ni otro) es, no obstante, un acto de
significación equivalente, que literalmente escinde la diferencia entre las oposiciones
binarias o polaridades, mediante las cuales pensamos la diferencia cultural. En el acto
enunciatorio de la escisión, el significante colonial crea sus estrategias de diferenciación, que
producen una indecibilidad entre contrarios u oposiciones.
Las palabras y escenas culturalmente inasimilables del sinsentido suturan el texto colonial en
un tiempo y verdad híbridos que sobreviven a, que subvierten, las generalizaciones de
literatura y la historia. Ahora quiero referirme a la ambivalencia del presente colonial en
marcha, y sus articulaciones contradictorias de poder y saber cultural.
En la enunciación del presente colonial, entre líneas, se articula una escisión de discurso de
la gubernabilidad cultural en el momento de su enunciación y autoridad. Según Franz Fanon,
es un momento maniqueo que divide el espacio colonial: una división maniquea, dos zonas
que está opuestas, pero no al servicio de una unidad superior. Las metáforas maniqueas de
Fanon resuenan con algo de la ambivalencia discursiva y afectiva atribuidas al sinsentido
arcaico de la articulación cultural colonial, tal como emerge con su borde significatorio, para
perturbar los lenguajes y lógicas disciplinarios del concepto mismo de cultura.
Escribiendo desde la India, Bhabha considera que la relación colonial es un sinsentido, puesto
que se legitima en función de ideas que en la práctica niega. La misión de civilizar,
universalizar el progreso que en la Inglaterra se impone, queda desmentida en las prácticas
cotidianas de abuso y deshumanización del otro. Bhabha cita a Meal diciendo “el gobierno de
un pueblo por si mismo tiene un sentido y una realidad; pero el gobierno de un pueblo por
otro no existe y no puede existir”. Entonces, el colonialismo en una anomalía que implica “el
gobierno virtualmente despótico de una colonia por un pueblo libre”.
El problema puede plantearse en términos de fines y medios. ¿Se pueden lograr fines buenos
con medios malos? ¿Puede surgir el bien del mal?
La problematización de Bhabha es pertinente para América Latina, pues aquí la colonización
se fundamentó en función de una evangelización redentora que, sin embargo, justificó el
institucionalizar el abuso.
Es este desfase entre la legitimidad colonial y sus prácticas cotidianas lo que lleva al silencio,
a una suerte de impasse, a una mala conciencia. Este silencio encuentra un correlato en la
actitud del colonizado, designado como primitivo, pagano, en todo caso persona a ser
redimida. El proyecto civilizatorio o evangelizador implica una transferencia de afectos y
objetos. En un caso, de la emoción religiosa a los objetivos seculares, en el otro de la
reverencia por las huacas o demonios al temor del Dios verdadero. No obstante, esta
transferencia implica una perturbación, un desplazamiento en la representación de la
potencia imperial, que no puede dejar de tomar nota del falseamiento de los objetivos que la
guían.
La creencia múltiple es una escisión, una forma de angustia, una estrategia para articular
proposiciones contradictorias.
En la evangelización el objetivo es la separación del alma pagana de su refugio de su “sistema
sutil”. La estrategia de escisión produce un espacio de creencias contradictorias y múltiples.
Se produce un espacio estratégico de enunciación (ni uno ni otro), cuya verdad es poner en
activo en ese momento de enunciación, donde decir miento es, extrañamente, decir la
verdad o viceversa. Se trata de un desplazamiento de la verdad en la identificación misma de
la ruptura, o una incertidumbre en la estructura de la cultura como identificación de cierta
verdad humana discursiva. El sujeto nativo es objeto de una coerción en la que no puede
existir verdad alguna. El problema ahora es entre la cultura misma, tal como quiere ser
representada y cuestionada en la imitación (no identidad) colonial del hombre. La imagen
coercitiva del sujeto colonizado produce una pérdida o falta de verdad que articula una
verdad siniestra sobre la autoridad cultural colonialista y su espacio figurativo de lo humano.
En el mundo colonial un cierto sinsentido persigue y habita las palabras. Pero, ¿cuánto menos
verídico se debe ser para no llegar a ser felizmente, aunque azarosamente, humano? Surge así
una forma discursiva donde la verdad y la mentira nunca están separadas. Es la supervivencia
arcaica del texto de la cultura, que es la demanda y el deseo de sus traducciones, nunca la
mera autoridad de su originalidad.
El cuento de Edgardo Rivera “El Ángel de Ocongate” deja en claro la incapacidad de los
significantes coloniales para crear una subjetividad consistente. El cuento es un largo
monólogo, en el que el sujeto de la enunciación trata de fijar su identidad. Pero ocurre que
nadie lo reconoce, que él mismo no sabe quién es, que no tiene recuerdos ciertos y, menos
aún, una memoria narrativa. Abrumado por la incertidumbre, sin saber si sus recuerdos son
realmente suyos, el ángel peregrina sin destino, sumido en la melancolía, la impotencia de
carecer de una autoimagen. Su duda es tan radical que no sabe quiénes son sus padres,
cuándo ha nacido, qué ha hecho en su vida. Vive un presente eterno, donde no se anuncia
ningún futuro. Pero hacia el final del cuento un hombre muy anciano le señala su lugar. Él
debe estar en un atrio de una iglesia abandonada y luminosa. Puesto en esa posición el ángel
observa un friso de cuatro danzantes celestiales donde, sin embargo, uno de ellos ha sido casi
destruido por un rayo. Comprende, entonces, su origen. Su vida resulta de la vivificación de
la piedra por el rayo. Un acto fortuito, violento, que no inaugura ningún sentido. Hijo del
azar, prisionero de su silencio, no va a ninguna parte. Es incapaz de metamorfosearse, está
ahí en la urna muerto en vida, dominado por la sombra, es una pura voz sin interlocutor
posible.
El Ángel de Ocongate podría representar al sujeto colonizado en una deriva sin pasado ni
futuro, inmovilizado en el silencio, incapaz de dar cuenta de sí en la medida en que nadie lo
reconoce, en tanto todos lo nombran de una manera en la que su ser no llega a estar
articulado en la palabra.