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A.N.E.P
CO.DI.CEN
Filosofía de la Educación.
Profesorado de Sociología.
“La realidad
anacrónica de
un
metalenguaje
que ironiza las
credibilidades
Filosofía de la Educación Ce.R.P del Norte
05/11/10
La realidad anacrónica de un metalenguaje que ironiza las
credibilidades absolutas de la posmodernidad.
absolutas de la
modernidad”
María Victoria Silva
1
Como periodización histórica la Edad Moderna ya es pasado. Los
historiadores la ubican entre los siglos XV y XVIII. A partir de la Revolución
Francesa comienza la Edad Contemporánea. En realidad, cuando decimos moderno,
como superado por lo posmoderno, no nos referimos al sentido de actualidad que
tiene la palabra, ni tampoco a la Edad Moderna. (…), en realidad se hace referencia
anuncian el fin de una época que sentó las bases para la conformación de un
conocimiento absoluto, racional y determinista planteado en toda su amplitud
por medio de la ciencia que “no es menos socio-político que epistemológico”.2
Cabe preguntarnos entonces por qué la modernidad y sus preceptos han
desencadenado un desencanto desmedido que pone en tela de juicio todas las
credibilidades instauradas: “en la modernidad, la ciencia determinaba qué es lo
verdadero. Pero ese conocimiento verdadero necesitaba ser legitimado por
otro discurso, propio del saber narrativo. La modernidad generaba y (creía en)
meta discursos, racionalidades discursivas que entrañan un toque de delirio
“mítico”, que no valen para los modernos por sí mismos, por lo tanto, había que
fundamentar esos conocimientos de manera racional”3. Pues bien, la
modernidad ha sido estructuralmente dogmática y perdurable, tanto que su
fuerza asienta la duda sobre lo dilemático que resulta fundar afirmaciones de
que esta época ha llegado a su fin dándole paso a otra. Las dicotomías en
torno a la cuestión del fin o no de la época moderna encierran una complejidad
no menor. Para algunos aún persistimos en la modernidad, para otros la
modernidad ya se agotó desde mediados del siglo XX. Pero las ambigüedades
no pueden ya ser más relevantes que los hechos, asistimos a cambios
profundos que abarcan transversalmente los diversos aspectos de la esfera
social. El tiempo pasa y las creencias insospechadas que se tenían acerca de
la realidad, sostenidas por el baluarte que ha sido la “Diosa” ciencia, han
perdido credibilidad y vigencia.
El discurso de la modernidad generó el advenimiento de esperanzas que
se alimentaron de creencias en verdades absolutas, universalizaciones y
progreso. “El discurso de la posmodernidad, en cambio, sostiene que sólo
pueden haber consensos locales o parciales, diversos juegos de lenguaje o
paradigmas inconmensurables entre sí”4. Todo lo que podía ser explicado,
4
Díaz, Esther. “Posmodernidad”. (1999). Pág. 15.
5
Díaz, Esther. “La posciencia. El conocimiento científico en las postrimerías de la
modernidad”. (2007). Pág. 184.
6
Cf en “El pensamiento de Vattimo, www.filosófico.net/vattimospagn.htm.
7
El concepto de nihilismo en principio alude, pues, al derrumbe de todos aquellos
valores y “verdades” que, desde la filosofía griega hasta ahora, venían obrando
como fundamentos de nuestra cultura. (Díaz, 2007. Pág.184).
más allá de las líneas, descubrir la ideología y los propósitos del autor” (Idem).
Pero la mayoría de los educandos terminan absorbidos por la simultaneidad y
la saturación de información, dejándose atrapar por discursos que operan como
un arma que se utiliza para convencer y manipular. Cuando se enfrentan a
docentes que exigen capacidad crítica y reflexiva ante el conocimiento, lo que
hacen es repetir “opiniones ajenas” que han encontrado en algún sitio de
internet por ahí. Se pierde también el sentido de lo que decimos, porque
reproducimos todo aquello que nos resulta de más fácil comprensión, que tiene
por detrás, los intereses que ostenta siempre cada autor. El desfasaje entre lo
que los alumnos piensan y dicen se constituye por el desencuentro entre la
creencia arraigada de que “a nada se le encuentra sentido” y la inconsciencia
de las consecuencias que ello tiene en una cultura del todo vale, porque todo
se puede decir ante lo que nada se puede ya comprobar.
Sin desconsiderar la importancia y la necesidad que los medios de
comunicación tienen para los tiempos actuales, su uso ha contribuido a
degradar la calidad educativa de manera significativa. Es una realidad casi
insospechada de que se está muy informado pero se sabe muy poco. La
información tergiversa el conocimiento real, leemos generalmente
interpretaciones que un cierto autor le hace a lo que dijo otro y así
sucesivamente, pero lo más negativo es que no tomamos parte en la
información que accedemos, la consideramos como un asunto más frente al
cual nos mostramos neutros.
A los educadores les queda repensar como situarse en este nuevo
“paradigma cultural posmoderno”, que deviene pero que se presume a-histórico
y a-temporal a falta de una afirmación cronológica que lo pueda definir con más
precisión. El desfasaje entre lo que pensamos y decimos – si bien denota una
asimetría entre lo que reconocemos y fingimos –, no supone diferencias
abismales, es un decir que emerge de las cosas que resultan difíciles de
comprender y que por lo tanto, ya no interesa saber, se esfuma el deseo, la
voluntad de encontrarle sentido a un contexto que ha impulsado a la inminente
sospecha.
Para que sea posible reconocer los déficits que impregnan todo proceso
de formación que no queda para nada al margen de esta nueva era
posmoderna, es necesario en primer lugar repensar sobre lo que se piensa,
sobre lo que se dice y también sobre lo que se hace. Acá la diferencia sí es
notable, porque si bien somos conscientes de que nos encontramos en medio
de una cultura del ausente deseo de sentido que se traduce a un discurso
meramente irónico y ambiguo, no obstante, seguimos actuando como
modernos. Y lo que hacemos afirma más la continuidad de la época moderna
que el afianzamiento de esta nueva condición sociocultural posmoderna. Vale
destacar que se superponen otros matices a la forma de actuar que no por ello
desvalorizan los cimientos estructurales que ha implantado la modernidad. Los
matices que se suman a las nuevas formas de actuar, se caracterizan por la
continuidad de los encorsetamientos, por transitar – en este caso, al proceso
de formación me refiero – desapercibidamente, por contribuir al sistema sin
cuestionarlo, sin hacer uso del poder al estilo foucaultiano. En fin, seguimos
actuando de acuerdo a lo que se nos impone, pero sin siquiera cuestionarlo, no
porque veamos demasiada complejidad en los ideales de emancipación como
lo plantearon – en su debido tiempo – las teorías críticas sino porque, la falta
de sentido nos hace actuar sin responsabilidad. Los límites que condicionan
nuestras acciones, se quedan en la concepción moderna que debemos
proceder respetando los parámetros de lo que se considera normal. La
modernidad sigue siendo más eficaz porque a través de sus modelos
reglamentarios perdurables, nos controla y nos subordina. Entonces, actuamos
cautelosamente; seguimos adheridos a los preceptos modernos.
Lo que decimos en cambio, no tiene límites porque está permitido,
porque no se sabe quien exactamente lo dice y que hay por detrás de tales
opiniones. Estamos situados en medio de dos sistemas, uno que ha sido lo
suficientemente estructurante y perdurable, un sistema racional que
históricamente ha dominado los instintos humanos y un segundo sistema –
que si bien no es tan pragmático y añejo –que se caracteriza por la fuerza
incontrolable del anonimato. Tal como lo plantea Foucault “no se coloca al
hombre en el puesto de Dios, sino a un pensamiento anónimo, a un saber sin
sujeto, a lo teórico, sin identidad”9. Y acá se dice lo que se quiere, “se protesta
vulgarmente a través de las pintadas, los grafitis y los pasacalles” (Nuñez,
2009), se revela el pensamiento más rebelde a través de lo que se dice y se
escribe. Pero este pensamiento anónimo – a diferencia del primero – no tiene
como reprimir, tampoco sería sensato cuando se deja al libre albedrío la
decisión o no de trasladar asuntos privados a la esfera pública que no
contribuyen a la formación de una verdadera ciudadanía sino que, aumenta el
carácter banal del mundo de la información. El nuevo “sistema del anonimato”
esconde tras un mensaje, la denuncia anónima de lo que en el fondo nos
indigna: no poder saber quien realmente somos, de dónde venimos y a donde
vamos. Ello no debe servir como excusa ante la falta de sentido. Y los
educadores deberían promover una concientización de que las inferencias, las
presuposiciones, la ironía y los dobles sentidos, no pueden dominar la libertad
individual que cada ser humano posee para construir un conocimiento genuino
propio que haga posible cambiar las maneras de pensar, decir y hacer. Sería
pensar con confianza, hablar con coherencia y hacer sin ataduras.
9
Foucault, 1991.
Referencias bibliográficas.