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EL ZARCO

Capítulo I
Yautepec
Yautepec es un lugar que pertenece a la tierra caliente, el cual sus casas se
sitúan entre árboles frondosos.
Viniendo de Cuernavaca por el camino de las Tetillas entre dos colinas el cual
desciende la fría y empinada sierra de Tepoztlán, por el norte, el terreno abierto
que viene del valle de Amilpas, por el oriente pasando por las bellas haciendas
de caña de Cocoyoc, desde Calderón, Casa sano y San Carlos, se puede
apreciar Yautepec como un gran bosque en el que a lo alto sobresalen la
iglesia parroquial.
Yautepec se observa como un pueblo colorido , mitad oriental y americano;
Oriental por sus grandes árboles frondosos( naranjos y limoneros) los cuales le
dan una aroma indescriptible , productos de la buena tierra del lugar los cuales
crecen , se enredan entre sí , formando grandes sombras y huertas las cuales
algunas son plantadas por sus habitantes . Coloreado así, el lugar por unos
tonos verdes brillosos.
En los techos de las casas resalta el color marrón de las tejas.
En cuanto al estilo americano se encuentran magueyes y bananos con sus
hojas grandes y esbeltos troncos.
En 1854, perteneciendo a Yautepec todavía al Estado de México se realizó una
investigación sobre la vegetación de este lugar, 500 000, fue la cantidad de
arboles, ahora después de 20 años se han duplicado, los cuales, el ingreso
económico se debe a estos antes del ferrocarril de Veracruz.
Unas casas son muy coloridas pero con techos oscuros por las manchas de la
humedad, otras de paja o palmeras, la mayoría grandes.
El río que divide el pueblo, del bosque. Este río es el gran abastecedor de todo
alrededor, el cual es el causante de los grandes árboles frutales que ahí se
encuentran.
La vida en ese lugar es buena, tranquila, laboriosa, serena y hospitalaria
rodeada de caña de azúcar.
Yautepec en lo político y administrativo el cual ya pertenece al Estado de
México, ahora cabecera de distrito, no apoya las guerras civiles pero han sido
víctima de ellas, pero se ha levantado de sus desastres.
El río y los árboles son su tesoro y ningún bandido o partidario ha podido
destruir su capital. En este pueblo como en la mayoría se habla español, los
indios puros ya no existen más ahí.
Capítulo II
El terror
Un día en el mes de Agosto de 1861, Yautepec ya dormido, y silencioso .Los
vecinos, en las tarde solían salir a tomar aire fresco a las calles o a bañarse al
río.
Antes de que sonaran las campanas de la iglesia, se apuraban a terminar sus
labores he irse a sus casas. En aquel tiempo calaminoso comenzaba para los
pueblos los terribles asaltos por bandidos muy malos al divertirse con el miedo
que causaban en los habitantes los bandidos reconocidos como los “ Los
Plateados” con una gran crueldad exposición de vicio he infamia.
Por esta razón Yautepec como en todas las poblaciones vivían con miedo,
colocaban vigilancia en el edificio más alto del pueblo para que avisen la
llegada de los bandoleros a fin de defenderse a tiempo, lo cual era inútil, ya que
era casi imposible vigilar todos los caminos.
Los plateados tenían muchos cómplices dentro de la comunidad, y que la
autoridad carecía de elementos de defensa se sentían amenazados, lo único
que les quedaba era ocultarse o huir, para salvar su vida.
Los bandidos confiados se dividían en grupos de 100, 200 o hasta 500
hombres que recorrían toda la comarca , imponiendo grandes cuotas ,
asaltando los caminos, secuestrando a personas adineradas, estos crímenes
los cuales ha padecido México , un ejemplo seria el español Cobos, jefe clerical
de espantosa nombradía y que pago sus crímenes.
Estos ladrones establecían un cuartel general donde los jefes ordenaban todo,
el cual serbia de escondite para las víctimas de los secuestros donde además
los maltrataban.
El cuartel se encontraba en Xochimancas, una hacienda vieja.
Un día de agosto siendo tiempo de lluvias, ese día no llovió se encontraba
limpio y sereno.

Capítulo III
Las dos amigas
En el patío de una casa pobre que se encontraba en las orillas del lugar, donde
vivía una familia integrada por; una señora de edad y dos muchachas muy
bonitas. Una de 20 años, blanca, ojos oscuros, boca encarnada, alegre de nariz
ligeramente aguileña, cuello robusto y sonrisa un poco burlona. Sentada en un
banco, entretenida en enredar en su cabello una guirnalda de rosas blancas y
caléndulas rojas.
La otra joven como de 18 años de tez morena alejada del tipo de la otra, bien
podía ser digna representante del pueblo, humilde, ojos grande y oscuros, con
una sonrisa triste, con cuerpo frágil y esbelto con carácter muy diferente a la
otra, la cual también se hallaba peinando su cabello negro con una trenza
enredándose una guirnalda de azares.
- Mira mamá –dijo la joven blanca, a esta tonta que no termina de
acomodar esas flores en toda la tarde, parece que le urge casarse.
- ¿Yo? Pregunto la más joven , avergonzada
- ¡sí! Tú, dijo la mayor, tú ya te quieres casar, lo repites todo el día – Yo no
pienso en eso ni por un instante yo no me quiero casar todavía. además con la
corona de azares parece que uno se viste de la muerte. Así entierran a las
doncellas.
- Pues tal vez muera pronto, contesto la más joven.
- ¡Oh! ¡niñas! , no hablen de esas cosas, dijo la señora en forma de
regaño, así como está la vida de triste y ustedes hablando de eso, Manuela
deja a Pilar que se ponga las flores que más le guste, las dos son muy bonitas.
- ¡Que lastima! Dijo Manuela, su pudiéramos andar en los bailes o ver por
la ventana, pero ¡no! Tenemos que vivir escondiéndonos de los Plateados.
- Si pudiera venir por nosotros mi hermano, exclamo la señora.
Yautepec por la mañana, sustos si suena la campana, corremos a escondernos
y por la tarde cuando vuelve a sonar, mas sustos no se diga por la noche al oír
cualquier ruido. No se puede vivir de esta manera, con tantos asaltos, robos,
secuestros, gritos, balazos, puras noticias malas, que ya se llevaron a uno q ya
mataron a otro bueno en fin puras malas……dijo la señora con voz intranquila.
Que se escondan todos porque viene el Zarco o Palo Seco y atrás de ellos el
gobierno tratando de agarrarlos.
La señora con lágrimas en los ojos describiendo la situación que Vivian.
- La única buena es que no hemos padecido ninguna enfermedad, desde
la muerte de tu padre, en el pueblo me dicen Doña Antonia , esconda a
Manuelita o mándela lejos a México o Cuernavaca, aquí corre mucho peligro ,
es muy bonita si la ven los plateados se la pueden llevar.
- ¡Jesús bendito! Si me lo ha dicho hasta el padre, y mi hermano que me
canso de escribirle cartas y nada que me contesta.
- Vez hija si mi hermano no viniera por nosotros, no tendríamos otra
opción más que casarte.
- ¿Casarme? ¿y con quién?
- Tu sabes con quien, Nicolás te quiere, desde hace dos años que viene
todo los días a pesar de los aguaceros y peligros, solo para lograr que lo
aceptes.
- ¡Ha! debí sospecharlo desde un principio; siempre me hablas bien de él,
como el remedio a nuestra mala situación como si no hubiera otro.
- ¿A caso hay otro?
- Si… El de irnos a México con mi tío.
- Pero tú no vez que tu tío no viene, no podemos irnos solas, no podemos
confiar en otras personas se pueden enterar los plateados y sorprendernos,
pues se darían cuenta antes de nuestro viaje.
- Y con mi tío ¿No corremos peligro?
- Tal vez pero el nos podría proteger, podría traer una fuerza del gobierno.
Con él estaríamos más seguras, pero no viene, ni responde mis cartas, pero si
supiera el peligro que podría pasar, su familia no lo dejaría venir.
- Entonces mamá, seguiremos como hasta ahorita algún día cambiara la
situación, me quedaré para vestir santos.
- Desde que los plateados vinieron a establecerse en Xochimancas han
estado vigilando nuestra calle , saben de nosotras aunque no salgamos ni a la
tienda saben de ti Manuelita, un día has de quedar con los plateados hija , todo
el pueblo me lo ha dicho , que te cuide o te mande muy lejos para que no te
encuentren esos malvados.
- Pero mamá son puros chismes. Yo no he visto a nadie sospechoso, eso
de que me puedan llevar con ellos está muy difícil, podríamos salir huyendo por
la huerta, eso podría pasar si salgo, y eso no pasará.
- ¡Manuelita! Tú eres muy bonita y animosa, esos hombres no están
acostumbrados a ver eso, estos malvados son capaces de todo. Sabiendo que
aquí no hay armas para defenderse, ya sabes que hasta el prefecto y el alcalde
huyen al monte cuando los plateados de acercan. Al pueblo no lo han asaltado
porque pagamos nuestras cuotas, pero si algún día se vinieran a vivir aquí,
tendríamos que pagar por nuestra protección .Estos hombres andan en grupos
de 300 0 500 bandidos, el gobierno les tiene miedo.
- Bueno mamá, ¿qué lograríamos con casarme? Nicolás es un pobre
herrero feo.
- Ese muchacho es muy valiente, hasta ahora no se han atrevido atacarlo
en los caminos.
- Al casarte con él ya estarías bajo su protección, como su legítima
esposa.
- ¡No mamá! No soporto a ese indio horrible, jamás me casare con él,
prefiero irme con los plateados.
- ¿SI? Pues fíjate muy bien lo que estás diciendo, prefieres irte con esos
bandidos que casarte con un buen hombre que te quiere hacer muy feliz a su
lado, respetándote y adorándote toda su vida.
- ¡Me matarías si hicieras eso!
La joven se quedó por un momento pensativa mientras Pilara se acercaba a
consolar a su madrina. La madre se dirigió a Pilar preguntándole ¿Tu harías
eso?
L a señora exclamó con gran asombro. ¡Indio horrible!
- De cuando acá me saliste tan presumida, si solo eres una muchacha,
aunque seas muy bonita y blanca, con esos ojos que tanto alagan los hombres
de los alrededores, eres tan presumida que parecieras la dueña de la hacienda,
no sé de dónde has aprendido eso, en esta casa no te lo hemos enseñado, el
dinero se va como el agua y la belleza también.
- Ese indio como lo has llamado, es un hombre honrado, trabajador,
valiente y muy querido por toda la comarca. Dime Pilar ¿tengo razón?
- Así es madrina, Nicolás es un buen hombre que quiere mucho a
Manuela y no dudaría en hacerla muy feliz.
- ¡Si tanto te gusta Nicolás, pues cásate con él! Contesto Manuelita.
- ¿yo? Contesto Pilar, como me casaría con él, si a mí no es a la que
quiere, si no a ti.
En eso se escucha el sonido de la puerta, al darse cuenta de que era aquel
indio horrible que había descrito Manuela.
Capítulo IV
Nicolás
Quien hubiera escuchado a Manuela pensaría que Nicolás era un monstruo
repugnante.
Ese hombre el cual después de atravesar esos caminos tan peligrosos en ese
tiempo, por casi todo los días .Nicolás al llegar se dirigió al patío de la casa,
donde se encontraban las tres mujeres platicando.
Nicolás en realidad era un hombre trigueño, con tipo indígena, de estatura alta
y delgada pero bien proporcionado; ojos negros y dulces, boca grande, labios
gruesos, que sombreaban con la barba escasa, muy varonil, vestido con una
chamarra y una camisa azul, un cinturón de piel con varios cartuchos de rifle y
efectivamente un rifle, con un sombrero gris de alas anchas, sin ningún adorno
de plata a diferencia de los plateados que se identificaban por ser muy
ostentosos.
Después de saludar a la señora se sentó, al ver tiradas unas flores preguntó.
- ¿Por qué hay flores tiradas Manuela?
- Estaba haciendo un ramillete, pero me fastidie y las tire.
- ¡Pobre de mi hija! Con esta situación que vivimos, nadie puede estar de
buen humor. Y que noticias nuevas nos traes Nicolás.
- Puras malas señora, hace dos días se llevaron a purgador de la
hacienda de San Carlos, ayer al ayudante de campo y después a unos arrieros
de Cocoyoc.
- ¿Cómo podremos salir de aquí? Exclamo la señora.
- Señora, yo podría ayudarles a salir de aquí dijo Nicolás. Esta mañana
nos avisaron que viene una tropa del gobierno que vienen siguiendo la ruta de
los bandidos que esta mañana asalto a una familia de extranjeros que iban con
rumbo a Acapulco, dijeron que toda la familia quedo ahí muerta incluyendo
niños, ahí quedaron los cadáveres tirados, porque los plateados se llevaron
todo lo que encontraron, equipaje y todas las pertenencias de aquellas
personas infortunadas.
- Y ¿lograrán atraparlos?
- No... contesto Nicolás indignado.
- Los plateados son demasiados.
Cuando se asalta a personas distinguidas o con poder, se hace un escándalo,
y el gobierno manda ordenes a las autoridades de aquí, las cuales entre ellas,
están los soplones que dan aviso a los plateados.
Y cuando se trata de personas comunes del pueblo, el escándalo solo dura una
o dos semanas y después todo se olvida.
- Usted se arriesga todos los días al venir a visitarnos, dijo Doña Antonia.
- No se preocupe señora yo soy pobre y nada me pueden robar.
- Los herreros y algunos amigos no es hemos hecho de varios caballos y
armas para defendernos y poder vigilar los caminos de por aquí. Han pedido
dinero a los hacendados, pero no les han hecho caso.
- A mí me aborrecen, muchos han ofrecido hasta dinero por mi cabeza,
pero hasta ahora no me han podido hacer nada, pues saben que no será muy
fácil, pues sé defenderme.
- Ya es tarde y debo regresar señora, en cuanto sepa algo de la llegada
de la tropa del gobierno, les hare saber, y así les podre ayudar a salir, dijo
Nicolás.
- Gracias hijo contesto la señora que te vaya bien, te vas con cuidado.
El valiente hombre se dirigió a la salida, subió a su caballo y se dispuso a
regresar a la hacienda.

Capítulo V
El Zarco
Por un camino empedrado que baja de las montañas, descendía poco a poco y
cantando, con voz aguda y alegre, un jinete, en su caballo fino, echando
chispas sus herraduras.
El jinete, llevaba cruzada una pierna sobre la cabeza de la silla, como las
mujeres, cantando una melodía extraña compuesta por bandidos.
Mucho me gusta la plata,
Pero más me gusta el lustre,
Por eso cargo mi reata,
Para la mujer que me guste.
El jinete no llevaba ninguna prisa pues de vez en cuando se paraba a que el
caballo descansara y tomara agua.
Al fin el jinete observo que se acercaba a la llanura , y se dispuso a ponerse un
paño rojo el cual le cubría la mayoría de la cara, dejando solo ver los ojos,
también reviso las dos pistolas que traía , bien cargadas, se retiro un poco del
camino para observar bien el paisaje.
Se dirigió y tomo el camino a Yautepec dejando la hacienda a su espalda,
cuando vio que a poca distancia se acercaba otro jinete con un caballo negro,
hermoso.
- El herrero de Atlihuayan, dijo en voz baja, escondiendo su cara bajo el
sombrero, volteando a ver al jinete que se alejaba despacio.
- ¡qué bonitos caballos tiene ese indio! Exclamo con acento amenazador.
El jinete era un joven como de 30 años, alto bien parecido, espalda ancha y
cubierta de plata. El caballo era de raza fina, musculoso, robusto, de pesuñas
pequeñas, cuello fino, de cabeza inteligente y erguida.
Aquel hombre vestía, con un gusto muy extravagante pues traía adornos de
plata, llegando a la exageración, la cual, la luz de la luna que iluminaba y hacia
brillar la plata de su vestimenta.
Yautepec se encontraba en silencio, y muy tranquilo pues todos se
encontraban dormidos, ya eran las 11 de la noche.
El plateado después de haber examinado muy bien el paisaje se dispuso a un
recodo cerca del río donde se escondió entre las sombras, bajó del caballo, lo
dejo que tomara agua del río, volvió a subir, para así atravesar el río, pasando
por estrechos callejones, formados por los árboles, deteniéndose por una hilera
de ramas entre ellas un enorme zapote donde de pronto se escucha un ruido,
pues apareció una mujer de rostro muy blanco.
-¡Manuela! Dijo el plateado
-¡Zarco mío! Contesto la joven.
Aquel jinete plateado no era más que el tan nombrado Zarco, el hombre más
buscado por las autoridades pues se había ganado muy mala fama por sus
terribles fechorías.

Capítulo VI
La entrevista
Por las noches, Manuelita y el Zarco tenían sus encuentros, pues el Zarco en
cuanto tenía un poco de tiempo libre, corría a encontrarse con su amada,
Entre la cortina de la gran vegetación y bajo un gran zapote los amantes
platicaban sin que nadie sospechara de aquella relación la cual estaba rodeada
de peligro, En el pueblo solo había rumores de que encontraban huellas de
caballos que se detenían por algún tiempo en ese lugar.
Esa noche al encontrarse con el Zarco, Manuelita le comento lo que habían
dicho sobre la tropa del gobierno que llegaría por la mañana la cual su madre
esperaba con ansía para poder salir de Yautepec hacia la ciudad de México.
Con dicha advertencia Manuela le pide la Zarco que la rescate junto con sus
amigos, cuando se encontraran en camino a México, tal petición el bandido la
rechaza pues sería muy peligroso y además tales compañeros no se
arriesgarían tanto sin obtener nada a cambio, así que el Zarco le propuso que
se fugaran la noche siguiente, que la esperaría a las 11 de la noche, ahí en ese
mismo lugar, y que trajese con ella las joyas que le había dado a guardar junto
con sus pertenencias.
Aquella joven le juro amor eterno y que estaba dispuesta adaptarse a cualquier
circunstancia que se le presentara a lado de él.

Capítulo VII
La Adelita

A un costado de la Adelfa en el huerto de Doña Antonia, Manuela escondía en


una bolsa de cuero enterrada las cosas que el Zarco le regalaba con
frecuencia.
Esa noche le había traído joyas del asalto a los extranjeros rumbo a Acapulco
que consistían en un anillo enorme de brillantes, una pulsera con dos
serpientes de brillantes y unos pendientes que tenían marcas de sangre, los
cuales al darse cuenta de la mancha, por un instante se sorprendió y tal vez
paso por su mente la forma en que se habían conseguido esos aretes, el de la
muerte. Pero esto no le preocupó a Manuela y se probó sus nuevas joyas. Su
rostro y su conciencia se habían transformado en codicia y vanidad. Aquella
dulce muchacha que tejía guirnaldas en el huerto, tenía mirada malvada y
vanidosa. Pues todo eso se había reflejado en el agua del río, el cual utilizo
como espejo para admirarse con tan maravillosas joyas.
Manuela ocultó sus regalos en la bolsa de cuero, volvió a enterrar su tesoro y
se dirigió a regresar a su casa.
Capítulo VIII
Quien era el Zarco
Aquel bandido, ya alejado de Yautepec, dirigiéndose de nuevo a
Xochimancas .Ya era muy tarde, pero este hombre acostumbrado a vivir de
noche m siempre escondido entre los árboles y la oscuridad, siempre
acompañado de su fiel amigo, su caballo el cual a cualquier ruido, levantaba las
orejas, como aviso a su jinete.
El zarco, era un hombre bien parecido, de tez blanca, ojos azules, estatura alta
y delgada, de un tipo español.
El zarco , en su camino solo llevaba la gran satisfacción que le provocaba que
aquella bella joven , la cual era cotizada por muchos hombres , por fin seria
para él , como una especie de trofeo , al fin conocería los dulces deleites del
amor, pues aquel desdichado nunca había conocido nada referente al amor ,
pues desde muy pequeño , con su sed de ambición decidió abandonar a sus
padres para dedicarse a esa vida de peligros ,llegando a ser un hombre con
muchos enemigos , pues no conocía tampoco la amistad sincera , pues llego
hacer uno de los jefes mas nombrados , popular por sus infames hechos,
horribles venganzas y fría crueldad.
La joven que desde un principio había sido atraída por tal semejanza de
caracteres de aquellos dos amantes llenos de codicia, vanidad y ostentosidad.
Capitulo IX
El búho

El zarco se encontraba realizado, pues había conseguido lo que algún día se


propuso; le tenían miedo, y tenía mucho dinero.
Solo le faltaba disfrutar del amor, pero no un amor basado en encuentros
casuales o con mujeres de la vida galante , sin clase ni educación , quería una
mujer fina , elegante que fuera de una clase social más arriba de la que el
provenía, la cual se entregara a él sin condiciones.
Tal vez si la manera de acercarse a esa joven había sido diferente, con muchas
atenciones, cartas, flores, no hubiera obtenido la misma fortuna, pues jamás le
habría hecho caso.
L a hermosa joven de Yautepec, quien estaba a su entera disposición, le juraba
amor eterno sin pedirle nada a cambio, segura de abandonar hasta a su madre,
a esa muchacha que presumiría a todos sus compañero dejando con gran
envidia a los antiguos pretendientes de la joven. Con seguridad aquello no era
amor sincero, solo era un deseo salvaje encendido por el encanto y la belleza
superficial de ambos.
El zarco se preguntaba ¿Qué voy hacer con Manuela? ¿Me casare con ella? ,
estaría dispuesto a dejar su actual vida, para irse lejos con la muchacha,
casarse y dedicarse al cuidado de ella, y tal vez formar una familia.
- Ya veremos qué pasa- exclamo el zarco.
Alejándose del camino rumbo a la montaña, al pasar por un árbol el zarco se
dio cuenta que siempre escuchaba un tecolote, tal cosa le provocaba un
escalofrió, pero no hacía caso pues decía las supersticiones solo era para los
indios.

Capitulo X
La Fuga

Al día siguiente por la mañana y estaría muy poco tiempo en el pueblo. Doña
Antonia le pidió que vendiera su huerto y que fuera a visitarlas a México. Entre
tanto, Manuela dormitaba en su cuarto porque debía guardar fuerzas para su
fuga.

Doña Antonia estaba preocupada por el extraño comportamiento de su hija


desde un tiempo atrás, era mucho más dura, no hacía sus rezos y siempre
estaba inconforme. Todo ello lo atribuía a su encierro para protegerla de los
bandidos y estaba segura que en México cambiarían las cosas. También se
lamentaba de que no amara a Nicolás, quien ya estaba resignado al desprecio
de Manuela. Antes de marcharse, Nicolás prometió ayudar a Doña Antonia en
lo que le pedía, pues le tenía afecto.
Por la noche, Doña Antonia trató de dormir un poco, pero una fuerte tormenta
se desató a la hora que Manuela debía prepararse y se sintió inquieta por
pesadumbre y malos presentimientos. Por su parte, Manuela, como toda mujer
enamorada, no le importo las consecuencias que traería el escaparse con
aquel hombre. Al día siguiente, Nicolás visitó a Doña Antonia para informarle
que la tropa del gobierno llegaría pronto a Yautepec.
Capitulo XI
Doña Antonia

La mañana siguiente , la madre se levanto he inmediato fue a la habitación de


su hija , pues al darse cuenta de si ausencia , pensó que tal vez se había
levantado temprano , pues la busco por todas partes, por toda la casa, el patio,
la huerta etc. , ahora empezó a preocuparse pues no aparecía por ningún lado ,
su búsqueda llego hasta la cerca , donde con sorpresa vio que se encontraban
huellas de pies descalzos y pequeños, también se encontraba tirada una
lámpara, a todo esto la pobre madre estaba tan confundida pues a donde se
había ido su hija y con quien ,había señales de que estuvieron varios caballos
en el mismo lugar .
Dirigió a la casa del tío de Pilar, también preguntando si sabían algo de su hija,
pues les contó lo que había encontrado cerca de la huerta, con asombro y
preocupación nadie sabía nada, pareciera que se la había tragado la tierra.
Capítulo XII
La carta
Los tíos de Pilar junto con Doña Antonia revisaron bien la huerta, al percatarse
de que Manuela no estaba por ningún lado, solo encontraron la linterna que
había utilizado la joven.
Ahora quedaba averiguar ¿Quién o quiénes? Se la habían llevado .La triste y
desesperada madre mencionó por alguna ocasión que había sido el herrero de
Atlihuayan.
- ¡eso es imposible! Exclamo ella misma -¿Cuál sería la razón por la que
Nicolás se la pudo haber llevado?
- Además madrina, cuál sería el propósito de fingir un odio el cual no
sentía Manuela por Nicolás
- Tendremos que dar parte a las autoridades exclamó el tío de Pilar.
En ese momento llego un trabajador de la hacienda de por ahí, el cual dijo que
unos hombres iban a caballo con una mujer eso fue en la madrugada, los
cuales e habían detenido para darle una carta la cual tendría que traer a
Yautepec.
La anciana se apresuro abrirla está decía:
Mamá:
Perdóname, pero era preciso que hiciera lo que he hecho. Me voy con un
hombre a quien quiero mucho, aunque no puedo casarme con él por ahora. No
me llores porque soy feliz, y que no nos persigan, porque sería inútil.
Manuela

Al escuchar las letras de tal carta, todos se quedaron en silencio pues no


podían creer lo que estaba pasando , la pobre señora se desvaneció , llena de
tristeza, decepción, coraje entre muchos más sentimientos horribles.
Cuando de pronto se escuchó un caballo, pues se anunciaba la llegada de
Nicolás, de inmediato le contaron todo lo que estaba pasando, pues al pobre
herrero le cayó como balde de agua fría la noticia , pero a ese muchacho ya le
habían contado algo sobre el tema pues no le extraño la noticia.
Al hacer conjeturas, sabrían que Manuela se fue con el Zarco, por esa razón
decía en su carta que no la trataran de seguir pues sería inútil.
Enseguida se escucharon las trompetas, pues la tropa del gobierno entraba a
Yautepec.
Capitulo XIII
El Comandante

El prefecto de la ciudad esperaba la tropa para enterarse de los avances en


busca de los bandidos.
El comandante informó que habían atrapado y colgado a algunos presuntos
bandidos -en realidad campesinos pobres y culpables por sospecha, de ser
informantes de los plateados. Doña Antonia irrumpió para pedir la ayuda del
prefecto y el comandante, pero el comandante se negó, pues sabía que era
muy arriesgado enfrentarse a una partida de 300 bandidos por una muchacha
El comandante justificaba su negativa al decir que los bandidos probablemente
estaban muy lejos, pero Nicolás desmintió esta versión al dar su testimonio y
se ofreció para guiar a los policías hasta Xochimancas. En ese momento surgió
una fuerte disputa entre el comandante y Nicolás, pues éste último acusaba al
militar de ser un cobarde y de faltar a su responsabilidad de trabajo.
El comandante se enfadó tanto que decidió tomar preso a Nicolás, quien
aceptó con dignidad, pues ya se sospechaba que los militares eran iguales o
perores que los bandidos.
-¡llévenselo! , ordenó el comandante.
Mientras que el Prefecto no pudo hacer nada, más que reunir al ayuntamiento y
avisar al administrador de la hacienda de Atlihuayan, quienes se dirigieron
ayudar a Nicolás.
Capitulo XIV
Pilar
Doña Antonia que desde un principio supo que las autoridades no iban hacer
nada por ayudarla, y que saldría contraproducente al llevarse detenido a
Nicolás, tal señora se sintió mal, pero nadie se dio cuenta con tan tremendo
alboroto.
Se dirigieron a la casa; Doña Antonia, el tío de Pilar y varios vecinos.
Pilar cuidó de la señora, pero no olvidaba que Nicolás estaba detenido, pues se
dispuso a salir para ver qué podía hacer por su amado.
Nicolás que en ese momento se hallaba en un portal, que daba a la calle, los
custodiaban dos guardias, aún disfrazándose con la gente pudo verlo,
Uno de los guardias que lo cuidaban le repetía muchas veces que se fuera,
pues si el comandante llegaba, la iba a maltratar, a Pilar no le importo nada de
eso pues en voz alta dijo:
¡Qué me maten, pero déjenlo ir a él!
Tal declaración llegó a oídos de Nicolás, pues eso basto para darse cuenta de
que aquella tímida mujer, lo amaba incondicionalmente, fue como una luz entre
tanta oscuridad, pues él jamás se pudo dar cuenta de eso, el amor por Manuela
lo había cegado.
Pilar , regresó a la casa a traer un poco de comida para el prisionero, unos
minutos después ,el ejército se encaminó a la ciudad de México llevándose a
Nicolás preso, pero en el camino se toparon con un grupo de personas que
están dirigidos por el Prefecto , y otras personas más, pues exigían la
liberación del inocente.
Capítulo XV
El amor bueno
Desde su salida de Yautepec, Nicolás no había hecho más que pensar en Pilar
y Doña Antonia. Estaba seguro de que Pilar estaba cuidando de la salud de
Doña Antonia, pues era tan buena como un ángel. Nicolás se sentía afortunado
de no haberse comprometido con Manuela (un demonio que sólo sentía
desprecio y repugnancia por él) y por haber descubierto un dulce, tierno y buen
amor por Pilar, quien ante sus ojos, era demasiado buena para él y le
declaraba admiración y respeto.
Aquel joven, después de un tiempo, regresó a Yautepec, a casi llegar al río y
aproximarse a la casa de Doña Antonia lo llenaba de felicidad.
Capítulo XVI
Un ángel
Al llegar a la casa de Doña Antonia, una mujer se apresuro a su paso, era Pilar,
que al verlo se echo a sus brazos. Nicolás no había sentido tanta felicidad
como la sintió al ver a Pilar, que había ocupado su total pensamiento durante
aquellos días en prisión. Pero, Pilar aún con inseguridad le pregunta a Nicolás,
si su amor por ella es más fuerte que el de Manuela, él al escuchar eso le
asegura que su amor por ella es completamente sincero, puro y verdadero.
Capítulo XVII
La agonía
Nicolás entró al cuarto de Doña Antonia y esta se alegró mucho de verle. Al
caer la noche, Doña Antonia falleció. Para Pilar fue un golpe muy fuerte, pues
Doña Antonia había sido su segunda madre y protectora. Los bienes de Doña
Antonia pasaron al estado y Nicolás le propuso matrimonio a Pilar para celebrar
la boda en cuanto termine su luto. La vida en Yautepec regresó a la normalidad
y todas las tardes Nicolás visitaba a Pilar esperando la fecha.
Capítulo XVIII
Entre los bandidos
Los bandidos eran dueños impunes de la Tierra Caliente, se producía la guerra
de Reforma en contra del clero. Manuela fantaseaba sobre aventuras
peligrosas e intrépidas al lado del Zarco, que en lugar de asustarla, le
causaban emociones punzantes; confiaba en que su amado no sería
capturado, pues los militares no se enfrentaban ante un grupo de bandidos tan
grande y bien organizado.

La noche de la fuga, los bandidos y Manuela se refugiaron en una cabaña en


Atlihuayan. Fue allí donde escribió la carta para su madre. Al día siguiente,
poco antes de mediodía, arribaron a las ruinas de Xochimancas, el escondite
de los bandidos.

La realidad era muy distinta a lo que Manuela se había imaginado, había


muchos hombres groseros y embriagados, que al ver a la muchacha entrar,
comenzaron a hacerle piropos. El Zarco no frenaba a sus compañeros y
Manuela se sentía intimidada y humillada por el comportamiento de su amado,
no estaba acostumbrada a ver semejantes cosas y pensó que Nicolás, aquel
indio al que tanto despreció, la hubiera defendido al instante de esos vulgares.
En ese instante, surgió el desprecio por. Él Zarco. Todos los bandidos estaban
bien armados, con modales cínicos y brutales.
El lugar era sucio y con olor a comida pesada y orines, era el hogar de todos
los bandidos y sus mujerzuelas mal vestidas y sucias, encargadas de cocinar.
El Zarco dejó a Manuelita en un rincón, diciéndole que, por ahora, esto era lo
único que podía ofrecerle, pero algún día mejoraría su situación. La joven se
sintió aterrada y desamparada al escuchar las voces de las mujeres, las risas y
blasfemias de los bandidos ebrios y al aspirar aquella atmósfera pesada,
pestilente como la de una cárcel; no pudo menos que pensar en el terrible error
que había cometido.

Capítulo XIX
Xochimancas

En aquellos tiempos, ahí por 1861 y 1862, donde Xochimancas, era el


escondite perfecto para los bandidos. Era una hacienda vieja, con grandes
terrenos, los cuales, eran tierras perfectas para el cultivo de la caña de azúcar
o de maíz.
Desde antes de la conquista española, ese lugar de terrenos fértiles, había sido
descuidado o tal vez, habitado por personas malas.
Los aztecas veneraban, la diosa de las flores (Coaligue o Cohuatlantona). Los
encargados de los cultivos de flores, los llamados “Xochimanqui”. He ahí el
nombre de Xochimancas.
¡Quién hubiera dicho! , que este lugar tan bellos y poblado por gente buena,
ahora era todo lo contrario.

Capítulo XX
El primer día

Manuela estaba acostumbrada a una vida sencilla, educada y honrada. Como


estaba enamorada del joven bandido, había imaginado aquella vida de
aventuras clandestinas, pero la realidad era mucho más dura y solitaria de lo
que ella podría haberse imaginado, estaba en una cárcel al lado de mujeres
ebrias y sucias , bandidos groseros que no respetaban a las mujeres de sus
compañeros. Quizá esto último era lo que más le molestaba del Zarco por su
actitud pasiva y tolerante.
Manuela estaba llena de remordimientos, especialmente al recordar a su pobre
anciana,
Manuela se dio cuenta de la dura realidad, aún con los constantes cuidados de
su amado, quien ordenó a las mujeres que la cuidaran y entretuvieran.
Los bandidos temían que el rapto de Manuelita pusiera en peligro su
seguridad, así que aumentaron la vigilancia esa noche. El Zarco, con tal de ver
feliz a Manuela, mandó traer unas guitarras para entonarle unas canciones, y
con esto poder hacer sonreír a su amada, esto fue inútil, Manuela seguía triste
y arrepentida, por haberse dejado llevar por el disque amor que sentía por el
Zarco.

Capítulo XXI
La orgía
Pasaban los días y Manuela, entre más era la convivencia con el Zarco, más
era su arrepentimiento y miedo que sentía por haberse ido con aquél bandido.
Entre las mujeres que vivían ahí, la joven charlaba más con una de ellas, la
cual conocía muy bien Yautepec y a su familia. Esta mujer, le repetía muchas
veces el gran error que había cometido al irse con el Zarco, ya que esa vida no
era para ella, tal vez estaría mejor con Nicolás el herrero.
- ¡Veras niña! El Zarco es muy guapo, pero tiene muy mal carácter, tenga
mucho cuidado, si la sigue viendo triste, puede que lo haga enojar tanto, hasta
la llegue a maltratar, le aconsejo también que lo acompañe a todas partes.
La mejor manera de llevar la fiesta en paz, sería fingir y disimular que está feliz,
pues después de un tiempo que ya haya logrado que el Zarco le tenga
confianza, ahora si poder escapar.
Manuela, al pensar tanto, en como hubiera sido la vida a lado de Nicolás, una
vida llena de tranquilidad, respeto y felicidad, que ahora la tendría Nicolás con
Pilar. Esa idea sólo de pensarla, le llenaba de envidia y celos. Ahora se dio
cuenta que amaba a Nicolás.
Un día llegó el Zarco, muy contento pues le había traído mucho oro a Manuela,
el cual, provenía del secuestro de un francés, que aún tenían encerrado en el
sótano.
Manuela, suplicó al Zarco que dejara en libertad a ese hombre, pues tal
petición, fue denegada.
Pocos minutos después, se escuchó un gran alboroto, pues se aproximaba una
fiesta entre aquellos bandidos. Uno de ellos, se acercó a Manuela y al Zarco
para invitarlos al festejo.
Al llegar a la reunión, se acercó un hombre a invitar a Manuela a bailar, pues
está tuvo que acceder, pues el Zarco le había permitido tal cosa. Al terminar de
bailar, él hombre de advirtió a Manuela que el Zarco le pagaría mal y que
cuando eso sucediera, él estaría dispuesto aceptarla.
Después de un tiempo, el Zarco, por fin se acercó, pero venía con muy mala
cara.
- Ya supe que estas arrepentida de haberte fugado conmigo, que hubieras
preferido quedarte con ese indio de Nicolás.
Estaban en plena discusión cuando de pronto un hombre entró , alborotado,
pues traía noticias, una de ellas fue que habían agarrado a uno de sus amigos
un tal Juan el Gachupín , y la otra era, que acababan de enterrar a Doña
Antonia. Tal noticia derrumbó a Manuela, pues habían sido demasiadas
emociones malas, la joven estaba casi moribunda, pues tal cosa sería para que
el Zarco la consolara, pues sucedió todo lo contrario, era de esperarse.

Capítulo XXII
Martín Sánchez Chagollan
¡Colgar a 20 plateados!
Con este título, es como se dio a conocer Martín Sánchez Chagollan, hasta la
fecha no se había atrevido nadie a semejante cosa, ni el gobierno lo había
logrado.
Martín Sánchez era un hombre de 50 años, estatura pequeña, cabeza redonda,
de ojos verdosos y vivos, nariz aguileña, cara morena, boca delgada y labios
fruncidos. No era un hombre desconocido en Xochimancas, pues tiempo atrás,
los Plateados fueron a su rancho para saquearlo y asesinaron a su padre
anciano y a uno de sus hijos cuando él se encontraba en México con su
esposa.
La mujer de Martín estuvo enloquecida por el dolor y el miedo al encontrar un
rancho en cenizas y lleno de cadáveres. Martín Sánchez llevó a su familia al
pueblo Ayacapixtla, donde esperaban estar más seguros. Entonces vendió lo
poco que le quedaba y con el dinero, compró armas y caballos, juntó un grupo
de gente que también estaba cansada de los plateados y los equipó.
El prefecto de Morelos le ofreció los auxilios que estaban en su poder y lo
autorizó para perseguir ladrones en calidad de jefe de seguridad pública,
siempre y cuando los entregara al Gobierno para aplicar la justicia.
Con numerosas victorias Martín, fue haciéndose de muchas armas, municiones
y caballos.

Martín Sánchez fue un personaje histórico que ayudó, en gran medida, a


capturar a los bandidos del Sur del Estado de México; asimismo, se convirtió
en el representante del pueblo honrado y desamparado, rústico y feroz,
también implacable. Era la indignación social hecha hombre.

Capítulo XXIII
El asalto

La Calavera era una venta del antiguo camino carretero de México a Cuautla.
Allí se encontraban Martín Sánchez y cuarenta hombres bien uniformados de
negro y sin adornos –en protesta a los plateados que iban cargados de
adornos-, con caballos fuertes y bien armados.
Habían pasado tres meses desde los últimos acontecimientos y estaban
esperando a Nicolás, quien regresaría de México tras invertir su dinero en los
preparativos de su boda con Pilar. Martín dejó un grupo de 10 hombres para
esperar a Nicolás, y fue a patrullar el resto del camino. Después de media hora,
escucharon un tiro.

Martín a la cabeza caía sobre los bandidos que lo recibieron con una lluvia de
balas. Los jinetes negros hacían prodigios de valor mismo que su jefe. No
obstante, Martín fue herido y de pronto un socorro inesperado, encabezado por
Nicolás y 20 hombres más, vino a salvarlo. El Zarco y el Tigre rodearon a
Martín, pero al ver a Nicolás retrocedieron e intentaron huir, sin embargo
Nicolás alcanzó al Zarco cuando éste se acercó al grupo de mujeres de los
bandidos a caballo, y de un sablazo, le abrió la cabeza, dejándolo tendido en el
suelo del bosque. Manuela gritó, pero Nicolás no la escuchó y ésta se quedó
tendida al lado del Zarco, pues si regresaba con el grupo de mujeres y los
bandidos sería presa fácil del Tigre.
La pelea duró poco, pues los bandidos huyeron despavoridos dejando libre el
cargamento. Entre tanto, los soldados que buscaban más bandidos
encontraron a Manuela y al Zarco. Martín Sánchez se estremeció de gozo al
saber que el Zarco estaba en sus manos. Iba a colgarlo tan pronto amaneciera,
pero a la madrugada llegó la autoridad de Morelos con la fuerza y las camillas.
Martín tuvo que entregar a los bandidos prisioneros y heridos junto con
Manuela, quien se cubrió el rostro con el rebozo por la vergüenza que sentía.
Así marcharon a Morelos, Martín y sus soldados, para curarse de sus graves
heridas, y Nicolás a Yautepec, para preparar su matrimonio.
Capítulo XXIV
El presidente Juárez

Martín Sánchez estaba indignado porque los bandidos salieron libres y seguían
agrediendo impunemente. Pues eran protegidos por comisionados y
gobernantes corruptos que aceptaban sobornos.
El Zarco se recuperó de sus heridas y cuando iban a trasladarlo a Cuernavaca,
la comitiva fue asaltada por los plateados. Martín Sánchez tomó la resolución
de hablar con el Presidente para obtener las facultades de fusilar a los
bandidos.
En aquella época, pese al triunfo de la Guerra de Reforma, la lucha seguía
contra miles de bandidos, como la Independencia Nacional. Juárez se hallaba
entre los días de mayor conflicto, sin embargo el presidente escuchó con
atención a Martín, quien le dio un informe detallado, denunció algunos
empleados del gobierno que estaban en complicidad con el Zarco y su grupo,
solicitó 100 armas y pidió que le diera la autoridad legal para colgar a todos los
bandidos y hacer verdadera justicia. Juárez accedió, siempre y cuando los
fusilamientos se hicieran con justicia. Era la ley de la salud pública armando a
la honradez con el rayo de la muerte.
Capítulo XXV
El albazo

Pocos días después de la entrevista, Nicolás y Pilar festejaron su matrimonio.


Al efecto, se dispuso una cabalgata que debía de servir de cortejo al guayín,
con los esposos, el cura y los amigos. Pero poco antes de llegar al lugar donde
cantaba al búho cuando pasaba el Zarco, fueron interceptados por Martín
Sánchez y sus soldados. Martín no deseaba faltarle el respeto a Nicolás, pero
acababan de atrapar al Zarco y al Tigre, que venían a raptar a Pilar y cobrar
venganza contra Nicolás el día de su boda. De pronto Manuela se abrió paso
entre las filas del jinete y les rogó a Nicolás y Pilar que no mataran al Zarco,
éste pidió que no lo hicieran, pero Martín estaba resuelto. Pilar entró en llanto y
la pareja intentó llevarse a Manuela, pero ella prefirió quedarse a morir con el
Zarco.
Pilar y Nicolás continuaron su cortejo y Martín Sánchez se disponía a matar al
Zarco y al Tigre. Éste último estaba desconcertado porque había delatado el
plan, pero Martín no se compadeció y colgó al Zarco del árbol donde se
postraba el búho de mal agüero.
Manuela pareció despertar de un sueño, se levantó y sin ver el cadáver de su
amante soltó un grito y cayó al suelo. Dos soldados fueron a levantarla, pero al
ver que arrojaba sangre de su boca y su cuerpo estaba rígido, supieron que ya
estaba muerta.

FIN

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