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SANTIAGO (93) 2001

Iliana Benítez Jiménez

Los estudios feministas y el


enfoque de género. Un
acercamiento teórico
conceptual

En el acercamiento a la situación social subordinada y explotada


de la mujer frente al hombre, se ha recurrido a una serie de
conceptos en calidad de herramientas que permitan conformar
ideas más precisas sobre este fenómeno.
Los científicos trabajan en el esclarecimiento conceptual de
términos como: patriarcado, género, sexo, división sexual del
trabajo, teoría feminista, feminismo, etcétera. Desde cualquier
perspectiva que se traten dichos conceptos se requiere para
analizar la esencia de este fenómeno, de una teoría de la historia
que ayude a indagar sus orígenes.
¿Por qué la subordinación de la mujer al hombre en el mundo
actual; siempre fue así; qué lo produjo; qué lo podría cambiar?
Éstas son cuestiones que aún no han recibido una respuesta
acabada a pesar de la inmensa cantidad de estudios que se realizan.
Tal vez esto se deba a que se han centrado en el estudio de
condiciones actuales de la mujer sin escarbar en el pasado lo cual
es de suma importancia si se pretende eliminar la discriminación
a la mujer y desmentir la tesis determinista acerca de la posición
subordinada de ésta respecto al hombre. 81
Teorías como la de Marx y Engels acerca de las formaciones
económico-sociales por las que ha transitado la humanidad, la de
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Bachofen de la existencia del matriarcado, la de Max Weber sobre


la historia de la humanidad, la psicoanalista de Freud, entre otras,
han servido de punto de partida para el estudio de las raíces de la
subordinación de la mujer y han sido también orientadas hacia un
fin reivindicativo o no en dependencia de si la teoría en cuestión
lo admita o si se pretenda utilizar de tal modo.
Cuando las mujeres movidas por las ansias de emancipación se
resolvieron a estudiar e investigar sobre su propia realidad todas
estas teorías se convirtieron en los sistemas de referencia para la
elaboración de las nuevas concepciones que trataban de buscar
espacios para y de las mujeres en la sociedad. Como es lógico las
mujeres hasta ese momento excluidas de toda actividad científica
no estaban pertrechadas de una concepción teórica que respaldara
lo que hasta ese momento no pasaba de ser un discurso político.
Fue bajo estas circunstancias que comienzan los intentos por
construir nuevos referentes teóricos que ayudaran en la elabora-
ción por las feministas de discursos no androcéntricos, cosa que
era harto difícil por la casi inexistencia de teorías que defendieran
la posición de la mujer. Hasta ese momento la mayoría de las
teorías creadas y reconocidas eran esencialmente patriarcales.
El feminismo antes de adentrarse en la construcción de una teoría
sólida cuyo contenido fundamental fuera la ubicación de la mujer
como parte activa de la sociedad y de su historia, constituía sólo
un movimiento revolucionario que abogaba por los derechos de la
mujer. Su proyección no superaba el nivel de demandas focaliza-
das, fundamentalmente, en el plano de la integración social de la
mujer bajo los preceptos de la igualdad.

El movimiento feminista toma auge en la Europa del siglo XIX. El


propio desarrollo de la sociedad industrial, con todo el avance
científico que ésta traía aparejado y la consiguiente ilustración
que las masas trabajadoras requerían para enfrentar dicho proce-
so, posibilitó en las mujeres la ampliación de sus conocimientos
y seguido a ello el autorreconocimiento de su situación discrimi-
nada. Comenzaron las demandas por los derechos civiles y el
acceso a la cultura, a la vida de la producción y el trabajo en la calle
82 y liberación en el ámbito sexual y de la vida familiar entre otras.
A esta etapa del movimiento feminista se le llamó sufragismo1 .
1
Revista FEM, Febrero de 1993, México, pág. 14.
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En otras etapas más modernas sus demandas fueron haciéndose


cada vez más profundas pasando del derecho al voto hasta el
cambio de la forma de organización de la sociedad que favorece
al varón.
Aunque en sus inicios el movimiento feminista estuviera repre-
sentado por mujeres burguesas, en su mayoría, ya que eran las que
tenían mayor acceso al mundo intelectual, vemos como en la
actualidad éste se expande en un amplio espectrum de corrientes
que agrupa a mujeres de todas las clases, razas o etnias en
dependencia de las perspectivas con que se proyectan.
Por otra parte podemos decir que una de las principales causas de
su diversificación ha sido la lejanía de intereses en las demandas
de mujeres de una u otra clase social, de una u otra raza, así como
las especificidades de las formas de opresión en la cultura a que
pertenezcan. Es ésta una de las causas por las que el feminismo en
América Latina se manifestara de manera diferente y tomara
mayor cuerpo en una etapa posterior a la del nacimiento del
feminismo europeo.
Las feministas finiseculares del siglo XIX se limitaban a hacer
vindicaciones.2 Este período en la historia del movimiento femi-
nista culmina con la declaración de los derechos humanos votada
por las Naciones Unidas en 1948, complementada con la decla-
ración de 1967 sobre la discriminación de la mujer. A partir de
entonces es que comienza una segunda fase caracterizada por la
crítica a la sociedad androcéntrica y la lucha por conquistar una
nueva sociedad sin discriminados ni oprimidos. Se cuestionan las
teorías tradicionales sobre las mujeres y demandan su inclusión en
los campos de donde habían sido excluidas, comenzando a intere-
sarse más por la teoría.
En este sentido plantea Elizabeth Gross que seguían dependiendo
de los métodos de las teorías patriarcales. Las obras que se
producían en estos momentos tenían un carácter misceláneo ya
que vinculaban el marxismo, el freudismo, el populismo, apoya-
dos en datos de la antropología, la psicología, la historia, teorías
de las ideologías, de las crisis, etcétera. Sin llegar a conformar un
cuerpo teórico único capaz de sustituir o sacudir el existente.3
2
Amelia, Valcárcel, "¿Es el feminismo una política o una ética?", en la
Revista Debate Feminista, Año 6, vol. X I I, México, octubre, 1995. 83
3
Elizabeth, Gross, "¿Qué es la Teoría Feminista?", en la Revista Debate
Feminista, Año 6, vol. X I I, México, octubre, 1995.
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Observemos que aun convirtiéndose las mujeres en el objeto


central de estos estudios y comenzar a conceptualizarse como
iguales a los hombres en términos intelectuales y socioeconómi-
cos, no se critican los elementos estructurales fundamentales
usados en las teorías patriarcales. A partir de aquí es que nace un
nuevo enfoque de los estudios feministas que se extiende hasta
nuestros días, el de la autonomía, donde el discurso patriarcal es
objeto de máximo reconocimiento.
Entre las teorías más usadas en los que serían a partir de ese
momento discursos feministas está la de Marx, debido a su
preocupación por eliminar todas las desigualdades humanas,
desde las clasistas hasta las meramente discriminatorias.
El marxismo le da un enfoque fundamentalmente clasista a la
problemática de la mujer y la ubica en el marco de una sociedad
capitalista que por su esencia conduce a poner al hombre como
único responsable de la vida pública.
Aunque no debemos dejar pasar por alto que existen ciertas
posiciones tendientes a absolutizar los postulados marxistas como:
historicista, en el caso de la teoría de Engels de los tipos históricos
de familia, o economicista, al analizar la situación de la mujer en
dependencia de su posición con respecto a los medios de produc-
ción. 4 En esencia han tratado de atribuir al marxismo el dogma de
sus propios juicios y han abandonado, por lo menos teniendo en
cuenta cómo se autoproclaman, el verdadero estudio dialéctico
que propone dicha teoría.
Es erróneo plantear que el enfoque marxista para el estudio de la
mujer se limite al análisis de la clase ya que los postulados del
marxismo plantean claramente la necesidad de la socialización de
las tareas domésticas, entre otros puntos, para el logro de su total
y verdadera liberación luego de eliminar su condición de explota-
da como clase. Aun encontrándonos con posiciones como éstas en
los estudios feministas podemos asegurar que gran parte de sus
actividades investigativas acuden a la posición dialéctica que le
brinda el marxismo para el estudio de la manifestación actual del
fenómeno. No podemos afirmar que sea una teoría feminista ni
84 4
Esta posición se puede encontrar en Trabajo Social Feminista, de Lene
Dominelli y Hielen MacLeod, Ediciones Cátedra, Universitat de València,
Instituto de la Mujer. Madrid, 1999, págs. 24-25.
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que haya tratado el problema en su compleja totalidad, pero sí


brinda las herramientas más eficaces para su enfrentamiento.
El hecho de haberse constituido el movimiento feminista sobre la
idea de demandas sociales no ha impedido que en el transcurso de
su desarrollo se hicieran de elementos teóricos conceptuales
obtenidos a través de la actividad investigativa de sus miembros
que lo situarían en el nivel teoría, a la que se le ha nombrado dentro
de la Sociología Teoría Feminista. En ella se encuentran todas las
investigaciones sobre la situación de la mujer que consideran a
ésta el centro del proceso investigativo. Incluye todas las concep-
ciones que existen en el mundo acerca de:
1. ¿Qué hay de las mujeres?
2. ¿Dónde están las mujeres en la situación investigada?
3. ¿Por qué no están?
4. ¿Qué es lo que hacen exactamente?
5. ¿Cómo experimentan la situación?
6. ¿Cómo contribuye a ella?
7. ¿Qué significa para ellas?5
Éstas son, entre otras cuestiones, las que tratan de definir el papel
y lugar de la mujer en la sociedad en su constante y estrecha
relación con la misma y por ende con los hombres. Salta a la vista,
aunque sólo tratemos de dar respuestas rápidas a las mismas, la
necesidad de tener en cuenta las diferencias entre las mujeres y los
hombres y de hecho, hacer uso de la categoría género. Aun cuando
estemos investigando sobre el género femenino es ineludible la
dinámica que el mismo mantiene con el masculino.
No sería difícil comprender la estrecha relación y las consecuen-
tes discusiones que surgen respecto a la nomenclatura de estudios
de género y estudios feministas cuando analizamos que una de las
clasificaciones más generalizadas que se hace de las Teorías
Feministas como aquellas que se dedican al tratamiento de la
problemática de la mujer se hace teniendo como criterio de
división el sustrato social, cultural o biológico que se le dé al 85
5
George, Ritzer, Teoría Sociológica Contemporánea , Cap. Teoría
Feminista. Impresos y revistas S.A. España, 1993. pág. 355.
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género por las feministas o investigadores en general. Dicha


clasificación es la siguiente:
1. Teoría de la diferencia. Refiérese a la teoría que agrupa las
explicaciones biológicas, institucionales y sociopolíticas sobre
las diferencias entre los géneros.
2. Teoría de la desigualdad. Es aquella que reúne a quienes
sostienen que además de existir diferencias entre los géneros
existe también desigualdad de status, recursos materiales,
poder y oportunidades de autorrealización aun en idéntica
posición social y que tanto hombres como mujeres responderán
mejor bajo situaciones sociales igualitarias.
3. La Teoría de la opresión. Describe la situación del género
femenino como consecuencia de una relación de poder de las
mujeres con los hombres en las que éstos tienen intereses
concretos en el control, uso y opresión de ellas, opresión que
está profundamente incorporada a la organización de la
sociedad. 6
Son muchos los elementos que se debaten hoy en torno a los
estudios feministas, los términos que se utilizan en su cuerpo
teórico, etcétera, así como las subdivisiones más elementales que
se manejan respecto a la Teoría Feminista, ya sea teniendo en
cuenta demandas específicas o posiciones y explicaciones res-
pecto al surgimiento de la desigualdad entre géneros o en cuanto
a las formas de enfrentar las problemáticas de la mujer, etcétera.
En el caso de la división que hace G. Ritzer y que fue expuesta
anteriormente, él considera que todos los estudios que tengan
como centro a la mujer en su vida social están dentro de la teoría
feminista sin tener en cuenta que en algunos la médula de sus
análisis se cirscunscribe en una concepción patriarcal. Un ejem-
plo de ello lo es la teoría psicoanalítica de S. Freud sobre las
diferencias entre los géneros, la cual lleva una fuerte carga
androcéntrica a pesar de su indiscutible aporte teórico para la
explicación de procesos psíquicos y culturales en hombres y
mujeres.
En este caso podríamos hablar también de E. Durkheim cuando
86 trata el suicidio en las mujeres, y de A. Comte en sus postulados

6
George Ritzer, Ibídem, págs. 364-392.
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sobre las formas de participación de la mujer en la construcción de


una sociedad equilibrada, entre otros teóricos, a los cuales nunca
podríamos llamarles feministas. En el fondo ellos asumen una
posición antifeminista.
¿Cómo ubicar una teoría que acentúa las desigualdades de
hombres y mujeres sin ofrecer perspectivas de cambio hacia la
equidad, dentro de las teorías con enfoque feminista? Sería
beneficioso reflexionar en este sentido y limitarnos a considerar
como teorías feministas a aquellas que teniendo como centro de
estudio a la mujer defiendan los derechos de las mismas a la
igualdad de oportunidades, independientemente del sentido que
tomen los intereses de lucha. Los resultados investigativos y
científicos de los movimientos feministas están dentro de la
categoría de Teorías Feministas.
La existencia de teorías precedentes al feminismo nos posibilita
encontrar entre ellas elementos conceptuales de gran importancia
para su uso en investigaciones con enfoque de género, y en
específico sobre la mujer, aun teniendo éstos en muchas ocasiones
un marcado carácter androcéntrico.
Uno de los primeros conceptos en los que se apoyó el discurso
feminista, el cual ya había sido manejado por anteriores investi-
gadores como J. Bachofen, M. Weber y F. Engels, fue el de
patriarcado. Esta categoría se ha analizado desde diferentes posi-
ciones aunque se comenzó a utilizar asociándolo, en lo fundamen-
tal, a las relaciones de poder entre el hombre y la mujer.
Este concepto mantiene un vínculo elemental con el de patrilinea-
lidad, el cual se refiere a la transmisión de determinados atributos
tales como: derecho, status, obligaciones, bienes, entre otros, en
línea descendiente a las personas del mismo género, el masculino.
Es de suponer que en una forma de estructura social en la que el
género masculino domina al femenino y es el primero, además, a
través del cual se transmiten los derechos y status de sus semejan-
tes, se conjuguen el patriarcado y la patrilinealidad y contribuya
cada uno a la existencia y perpetuación del otro. En ocasiones
algunos investigadores erróneamente han identificado estos dos
términos que en última instancia sólo se combinan. 87
El concepto de patriarcado en la literatura feminista se ha hecho
desde diferentes dimensiones como son: la económica, cultural, la
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de poder y la ideológica. La interpretación marxista actual del


análisis del patriarcado es observada, especialmente, a través de
las feministas socialistas, quienes para estudiar dicho fenómeno
utilizan el concepto de explotación en los marcos de las relaciones
capitalistas de producción. Al aplicar la teoría del valor-trabajo
para el estudio de la mujer en los marcos de una estructura
patriarcal se plantea por los investigadores que el trabajo domés-
tico realizado por ésta es la principal fuente de explotación sobre
ellas. Aunque dicho trabajo no produzca riquezas que se convier-
tan directamente en mercancía, objetivo último del capitalismo, sí
mantiene o reproduce la fuerza de trabajo del hombre y la futura
fuerza de trabajo de los hijos. De este modo se establece la relación
de servicios en el marco familiar. El hombre, patriarca, provee a
la familia del salario para su manutención económica y las
mujeres retribuyen con el trabajo doméstico.
En los casos en que la mujer también es una asalariada, en la
actualidad la mayoría, y el trabajo no doméstico no es remunerado
de igual forma que el del hombre se puede observar el momento
clímax de la explotación a la mujer por el sistema capitalista.
Luego, aportando su salario a la economía doméstica, ella sigue
siendo responsable de las tareas del hogar. Es éste el momento en
que el hombre se apropia del resultado del trabajo doméstico de
la mujer y por ende la explota. Esto ocurre independientemente
del sistema socioeconómico.
Bajo las condiciones del sistema social cubano se esperaba que
desapareciera la explotación a la mujer atendiendo a los principios
de igualdad que están establecidos legalmente. En cambio, la
realidad nos muestra como la estructura social patriarcal ha
sobrevivido a las barreras legales y políticas. Lo más sorprendente
y lamentable resulta encontrarnos con mujeres que repiten mode-
los de comportamiento que responden a su propia subordinación
lo cual sucede fundamentalmente en las familias tradicionales y
se observa menos en las familias monoparentales en las que las
mujeres son cabeza de familia y llevan una forma de vida indepen-
diente, aunque no descartamos que esta situación sea coyuntural
y no de verdadero y radical cambio. Tampoco pretendemos
proponer al igual que las feministas radicales, la negación de la
figura masculina ni la creación de espacios seguros donde sólo
88 intervengan mujeres, ya que sería una forma de aislamiento social
estéril por demás. Reflexionamos aquí en la necesidad del enfoque
del fenómeno con la combinación de varias dimensiones y no
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sólo desde la óptica de las relaciones capitalistas producción,


distribución y consumo de los bienes materiales.
Bajo esta idea unilineal se ha llegado a situar al patriarcado como
una estructura ligada al capitalismo y por tanto acabarlo requeriría
eliminar todo el sistema de explotación capitalismo-patriarcado
para alcanzar la verdadera liberación de la mujer. Ésta fue la
posición que caracterizó por un tiempo el movimiento feminista
en América Latina.
Resulta improcedente que los estudios feministas actuales con
enfoque dialéctico-materialista enmarquen su análisis en las con-
diciones del sistema socioeconómico capitalista. Esto haría que-
dar al concepto patriarcado exento de un análisis histórico, sin
períodos, variaciones, conflictos, dinámica y sobre todo sin un
núcleo que permita su transportación a otros momentos del
desarrollo social y comparar sus especificidades. La búsqueda
desenfrenada de alternativas a las teorías universalistas ha hecho
caer a muchos estudiosos en posiciones ahistóricas que no favo-
recen al más completo tratamiento del fenómeno del patriarcado.
El feminismo radical nos revela que precisamente el ordenamien-
to patriarcal consistente en la opresión a la mujer por la desigual-
dad de oportunidades frente al hombre, es el que hay que destruir
independientemente de la forma de organización social en donde
esté establecido.
Las feministas liberales, por su parte, ven la opresión patriarcal
como resultado de una gama ilimitada de papeles y supuestos que
colocan a la mujer en situación desventajosa respecto al hombre,
dándole así una explicación desde los términos de la socializa-
ción. Hay coincidencia, como se puede ver, por las diferentes
corrientes del feminismo, en que esa estructura social denomina-
da patriarcado es la causa de la opresión a las mujeres, pero que
en cuanto a qué lo sustenta existe división de criterios.
En sentido general, para hacer cualquier análisis de la categoría
patriarcado es necesario vincular todos estos enfoques. No enmar-
carnos en una óptica política, económica o culturalista, sino
encontrar y analizar la dinámica entre ellas. La necesidad de un
enfoque multilateral se pone de manifiesto al estudiar el caso
cubano. 89
En la sociedad cubana la política gubernamental aunque no apoya
las formas de relaciones patriarcales aparecen de todas maneras
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manifestaciones de éste. Jurídicamente la mujer tiene todo el


respaldo posible ya que posee igualdad de derechos respecto al
hombre así como de oportunidades para su realización.
Al observar la vida cotidiana de las féminas nos encontramos con
desventajas reales de éstas y manifestaciones diversas de una
forma reestructurada del patriarcado pero cuya esencia es la
misma.
La política de nuestro Gobierno ha tenido una gran influencia en
el irrebatible avance alcanzado por la mujer a escala social: en su
participación en la economía del país; su alfabetización, la que ya
cuenta entre las viejas metas logradas; las leyes para su protección
en centros de trabajos; entre otras más específicas. Resulta contra-
dictorio la realidad de una doble jornada laboral (en la calle y en
la casa), la práctica de la violencia conyugal, entre otros hechos
que indican la existencia de esa estructura patriarcal. Dada esta
situación se evidencia que el patriarcado no es un fenómeno sólo
del capitalismo y si retomamos los postulados del marxismo
podremos llegar a explicarnos mejor este fenómeno.
Federico Engels en su teoría, sobre la opresión femenina, utiliza
dos conceptos básicos: matriarcado y patriarcado, los cuales han
llegado a ser en la actualidad objeto de mucho debate. El pensador
alemán, basado en la teoría de Bachofen sobre la existencia del
matriarcado durante el primitivismo, plantea que el patriarcado
surge con la aparición de la propiedad privada. De esta manera
atribuye una base económica a las causas del cambio pero analiza
el fenómeno relacionándolo con aspectos de la antropología
cultural. Engels plantea que en un momento del desarrollo social
la filiación deja de ser por línea materna y comienza a producirse
por línea paterna. Lo que esencialmente condujo a ello fue la
necesidad que sentía el padre de legar los bienes que poseía a su
prole, lo cual era imposible en el estadio primitivo de la humani-
dad donde existía la promiscuidad sexual y sólo se podía
determinar la filiación por línea materna. De ahí que la mujer fuera
sometida a partir de entonces a la más estricta monogamia. La
existencia de la división sexual del trabajo marcaría más el
alejamiento entre hombres y mujeres.
La mujer cuidaba de los hijos y se dedicaba a la recolección y la
90 siembra en las formas más rudimentarias, mientras que el hombre
se dedicaba a la caza e iba a las guerras. Con el desarrollo de los
medios e instrumentos de trabajo las tareas masculinas pasaron a
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ser las de mayor importancia en la comunidad (daban más


seguridad de alimentación ) y por tanto las de mayor prestigio. El
hombre dueño de los medios de trabajo y padre de familia,
sometería a la mujer apoyado en su poder económico. De esta
manera comenzaría una forma de explotación que llega hasta
nuestros días.
A partir de este análisis se conforman los principales postulados
del marxismo sobre la opresión a la mujer, los que podríamos
resumir en: la mujer no está determinada biológicamente a la
subordinación; el fundamento de la subordinación está en la
familia y específicamente en la monógama histórica la cual es
legitimada por la sociedad al considerarla como fundamento de
todas las sociedades, el derrote del sexo femenino estuvo dado por
la aparición de la propiedad privada y que las nuevas formas de
explotación del trabajo han desarrollado situaciones más crudas
de dominación bajo las que se encuentra la mujer.7
Adentrarnos en esta posición para el análisis del patriarcado es
esencial para comprender y explicarnos el carácter histórico de
dicho concepto del cual se ha estudiado, más profundamente, su
manifestación en el seno del capitalismo. La historia nos dice que
existió desde mucho antes y que la esencia no ha variado aun en
sus manifestaciones más actuales: la existencia de una división
jerárquica de la sociedad en la que el hombre es poseedor del
poder.
Es tal la relación que se ha establecido entre el capitalismo y el
patriarcado que hasta se puede encontrar tendencias en las hipó-
tesis construidas para la búsqueda de respuestas a este debate.
Existen las que plantean que el patriarcado y el capitalismo no se
7
Estas ideas han sido extraídas tanto de las obras de los clásicos como de
otras literaturas feministas que abordan el tema y aquí nombramos:
- Engels, Federico, El Origen de la Familia la Propiedad Privada y el
Estado. Moscú Edit. Progreso. 1976.
- Colectivo de autores, Planeación con perspectiva de género, Universidad
Externado de Colombia, 1995.
- Marx, K., El Capital, t. I, Cao, "Jornadas Laborales", La Habana, Ed.
Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro. 1973. 91
- Michele, A., Sociología de la Familia y el Matrimonio, Barcelona, Ed
Península, 1974.
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relacionan; las que aseguran una interdependencia (los que se


subordinan en el patriarcado se subordinan en el capitalismo); otra
hipótesis de incompatibilidad: el patriarcado es un obstáculo para
el desarrollo del capitalismo y este último debilita las relaciones
patriarcales; y por último, la hipótesis de la jerarquía que plantea
que puede existir capitalismo sin patriarcado como mismo ha
existido patriarcado en otros sistemas no capitalistas.8
Sobre el capitalismo y el patriarcado cabe preguntar: ¿cómo
analizar de manera totalmente separada una de las estructuras
sociales que afecta en esencia las relaciones familiares (el patriar-
cado) de otra estructura más amplia (como lo es el sistema socio-
económico) que incluye y determina a la anterior en última
instancia. Esta hipótesis se limita a separar el patriarcado del
sistema capitalista obviando la existencia y relación entre ellos y
de este último con cualquier otro sistema socioeconómico. De esta
manera hace más estrecho su análisis y por tanto sus conclusiones.

Por su parte la posición de interdependencia atina muy bien a


decir que quienes se subordinan en el patriarcado también lo
hacen en el capitalismo. En cambio, se limitan a analizar estas
relaciones en el sistema capitalista. Se habla sólo de subordina-
ción asumiéndose que el núcleo del fenómeno del patriarcado se
encuentra en la posición pasiva de los individuos que en este
sistema se subordinan o aceptan el dominio de los patriarcas, y en
cómo reproducen dichas relaciones sin mencionar la fuerza de
oposición de la parte de la población dominada que intenta
cambiar dicha situación.

En cuanto a si puede existir capitalismo sin patriarcado, como este


último sin el primero, se puede preguntar si acaso no es heredero
el capitalismo de las formas de relaciones patriarcales que le
antecedieron, y que se refuerza a través de sus programas políticos
y jurídicos, a pesar de la enconada lucha que ha llevado la mujer
dentro de este propio sistema socioeconómico a lo largo de tantos
años.
Dejar de entrelazar al patriarcado y al capitalismo, así como dejar
de asumir el contenido histórico del patriarcado sería como
92
8
María Jesús, Izquierdo, El malestar en la desigualdad, España, Ediciones
Cátedra, Universitat de València, Instituto de la Mujer, 1998, pág. 238.
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atribuir la inequidad y desigualdad con que interactúan los géneros


en esta forma de estructura social, ya sea sólo a la subordinación
de las mujeres o sólo a la explotación que ejercen los hombres.
Frente a estas discrepancias que se pueden sopesar en los estudios
feministas, se debe plantear la multidimensionalidad del fenóme-
no, que como cualquier otro que se produce en la realidad, no
responde a una sola causa ni se manifiesta en una sola dirección.
Nos preguntamos qué hay de las mujeres en esta situación, ¿se
habría mantenido esta sutil y desgarradora forma de explotación
sin la participación de las más perjudicadas?
Tan real es la explotación que sufren las mujeres al apropiarse los
hombres del resultado de su trabajo doméstico como lo es también
la subordinación que ellas aceptan al someterse a la voluntad
masculina por el motivo que sea. En ocasiones buscan espacio y
tiempo que les permitan desarrollar tareas asignadas por esta
propia forma de relación en que son explotadas. Hay casos en que
se subvaloran y se autoposicionan por debajo de sus capacidades
reales porque la competitividad es una cualidad de hombres. De
esta forma se conforma, ejerce y alimenta el poder de los hombres
que imponen sobre ellas condiciones, formas de vida dentro y
fuera de la familia y cuando éstas no aceptan los modelos impues-
tos los hombres llegan a utilizar la violencia física contra ellas.
¿Cuál de estos tres momentos del patriarcado dio paso o condicio-
nó el otro? Todo parece indicar que para la total formación de la
estructura patriarcal fue necesario un intercondicionamiento de
cada uno de estos factores luego de haberse dado la premisa
económica de la que hablamos anteriormente y que Engels engro-
só exitosamente con elementos antropológicos culturales.
Es fundamental que en estudios actuales sobre la situación de las
féminas en la sociedad sean tenidos en cuenta estos aspectos, así
como reconocer que el patriarcado no responde a un solo sistema
socioeconómico. Esto permite, en lo particular, analizar el fenó-
meno en la sociedad cubana en la que, a pesar de haber desapare-
cido supuestamente los elementos que condicionan este sistema
misógino podemos reconocer algunos signos de él.
Es aquí donde reparamos en la necesidad de enfocar el estudio del
patriarcado en nuestra sociedad desde una óptica integradora, que
tenga en cuenta tanto la explotación a la que está sometida la 93
mujer, el poder que el hombre ejerce sobre ellas y cómo éstas se
subordinan. Por esta razón realizamos el estudio dándole un
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enfoque cultural al fenómeno ya que las condicionantes primeras


que dieron lugar a él han ido desapareciendo, pero la estructura de
este subuniverso simbólico se mantiene en nuestra sociedad. Han
accionado una serie de mecanismos para su mantenimiento que
han permitido la subsistencia de costumbres, valores, normas y
patrones, que no se manifiestan de manera idéntica a los patrones
del patriarcado de otros momentos históricos, pero sus elementos
significantes siguen siendo los mismos.
Los cambios que se han dado en los indicadores del patriarcado
hasta llegar a su contenido en la sociedad actual han sido un
proceso lento. En ello ha jugado un papel importante las condicio-
nes específicas de cada sistema social, pero también ha sido
decisivo el rol desempeñado por las propias mujeres como gesto-
ras de dichos cambios, en una primera instancia de manera
individual y a través de la formación de todo un movimiento social
como lo es el feminismo.
En otros momentos de la historia como en el nuestro, se hubo de
encontrar mujeres que llevaran la bandera del cambio y el progre-
so. A ellas se les ha tildado de inadaptadas, dementes y hasta
brujas por el hecho de haber mostrado un estilo alternativo de vida
en el que se potenciara la personalidad femenina. Las del tipo más
liberal de aquellos tiempos no alcanzaban las propuestas de
equidad de las de hoy. Pero las cualidades de estos grupos
inadaptados tienen en común una visión reflexiva y cuestionadora
del status social existente en cuanto a las relaciones de género el
cual se ha caracterizado por el dominio del hombre.
El hecho de poder encontrar en la historia de Cuba y de la
humanidad, y aún en la actualidad, muchos nombres femeninos
asociados a la lucha por inconformidad con su posición como
mujer frente al hombre nos reafirma el carácter histórico del
fenómeno del patriarcado que definimos finalmente como: una
forma de ordenamiento social en la que el hombre es poseedor del
poder el cual se transmite por tradición (cultura), y se fundamenta
en la explotación sexual y económica de la mujer y cuya sucesión
está apoyada en la patrilinealidad.
Existen investigaciones en las que se ha introducido el término
94 machismo como la forma más actual del patriarcado. Ésta sigue
siendo la estructura en la que el hombre posee el poder y la mujer
es explotada, pero en la que ella ya posee ciertos derechos tanto
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en la vida privada como en la pública. El machismo, en fin, se define


como el patriarcado de hoy, con sus cambios y nuevas caracterís-
ticas.9
En el machismo también se habla de explotación y de subordina-
ción. La primera porque sigue existiendo apropiación por el
hombre del trabajo doméstico de la mujer y segundo porque existe
una internalización por las mujeres de sus roles sociales como
género que la ubican en posición desventajosa tanto en espacios
públicos como privados.
Del mismo modo en que la mujer ha ido aprehendiendo en su
subjetividad, su existencia en una realidad donde es explotada por
el hombre, a nivel superestructural, se van institucionalizando las
normas que soportan esta explotación, lo cual sucede en muchos
países del mundo. En nuestra sociedad no nos enfrentamos a este
tipo de problema, ya que contamos con un apoyo legal para
alcanzar la verdadera equidad entre los géneros.
La política estatal de nuestro país está encaminada al logro de este
objetivo lo que ha marcado gran diferencia entre la lucha feminis-
ta en Cuba de la de otros países. En nuestra sociedad se lucha
contra la cultura patriarcal que a fuerza de tradición se conserva
y perpetúa y el mayor esfuerzo está encaminado a la educación de
los individuos en una visión diferente de las relaciones de género.
Es decir, la creación de una nueva cultura, la cultura de la equidad.
El uso intensivo del concepto de patriarcado, así como la profun-
dización en él, formó parte de los estudios feministas desde sus inicios,
sin embargo, en su posterior desarrollo incursionaron en otros concep-
tos que iban marcando un mayor nivel científico a las investigaciones.
Hemos visto cómo las feministas, en los inicios de su movimiento, para
realizar las actividades investigativas que devendrían aparato teórico
indispensable para fortalecer los cimientos de lucha, necesitaron del
andamiaje conceptual de teorías sociológicas precedentes. Ellas
iniciaron su actividad investigativa tratando de desconstruir las teorías
androcéntricas existentes, pero ante la imposibilidad de evadir la
utilización de sus métodos tratan de conservar el aparato conceptual
de las teorías susceptibles de rectificación.
9
Teresita, De Barbieri, Sobre la categoría género. Una introducción 95
teórico metodológica, Conferencia ofrecida en los marcos del Taller
sobre Derechos Reproductivos organizado por PRODIR. 1990, Monografía
CDIM, La Habana.
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El movimiento intelectual feminista en su empeño por derribar toda


construcción teórica hecha por hombres niega o pretende negar,
todas las teorías anteriores a los movimientos feministas debido a
que éstas, según ellas, contenían de alguna forma la dominación
masculina. Algunos de los autores que se tomaron en cuenta desde
esos momentos fueron los clásicos del marxismo. Las estudiosas
de la corriente marxista se propusieron analizar las condiciones de
la mujer dentro de la teoría del valor-trabajo y la acumulación del
capital en la cual el punto central es el trabajo doméstico.
Es así como comienza a utilizarse el concepto género ya para la
década de los años 70. La aparición de esta categoría pretendía
significar las bases sociales de las diferencias entre mujeres y
hombres, postulados que estuvieron antecedidos por los debates
naturaleza cultura (Levis Strauss) los cuales, al ser insuficientes
y en ocasiones improcedentes para la solución al problema de la
explotación a la mujer fueron criticados recurriéndose a otros
terrenos (social-cultural) para el enriquecimiento de la teoría
sobre el fenómeno.
La categoría género se comienza a instrumentar para el señala-
miento del componente sociocultural en el comportamiento de
hombres y mujeres como seres sexuados. Muchos investigadores
al referirse sólo a la dimensión biológica de los humanos les
diferencian en varones y hembras. Esto tiene su explicación en
que han atribuido de antemano un contenido sociocultural a los
términos hombre mujer.
Joan Scott al respecto plantea que las feministas utilizan la
categoría género como una forma de referirse a la organización
social de la relación entre los sexos. Añade que dicha categoría ha
sido fundamental para cambiar los paradigmas existentes y rede-
finir nociones que permitan a las mujeres incluirse en la historia.
Y agrega que en realidad esta terminología se integra más a las
Ciencias Sociales que a la política del feminismo y a través de ella
se logra insistir en el rechazo a las explicaciones biológicas de las
desigualdades.10
Muchos han sido los autores que han brindado sus definiciones de
género y en todos ellos se puede encontrar como elemento común
el carácter sociocultural atribuido a dicha categoría. Es usual
10
Joan W., Scott, "Género una categoría útil para el análisis histórico", en
96 Historia y género: Las mujeres en la Europa moderna y contemporánea,
Ed Alfonns el Magnánim, Institució Valenciana d‘estudis i Investigació,
1990, pág. 24.
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también que se combine esta categoría con la de sexo y se hable,


en la mayoría de las ocasiones en que se trata el género, del
sistema sexo-género. Sucede que al elemento sociocultural se le
busca el sustrato biológico en la sexualidad del individuo, pero lo
que no se puede concluir es que el género de una persona se defina
por el sexo al que ésta se ajuste funcional y morfológicamente.
Al decir de María Jesús Izquierdo, en su distinción del sexo:
[...] la categoría género tiene como objetivo diferenciar
conceptualmente las características sexuales, limitaciones y capaci-
dades que las mismas implican, y las características sociales psíqui-
cas, históricas de las personas, para aquellas sociedades [...] en que
los patrones de identidad, los modelos, las posiciones y los estereo-
tipos de lo que debe ser una persona responden a una bimodalidad
en función del sexo al que pertenezca.11

La declaración de lo que es el sistema sexo-género para la Teoría


Feminista hace posible una mejor delimitación de las categorías
sexo y género; y a la vez su interrelación. Cuando hablamos de
sexo-género no estamos sustituyendo a la categoría género, sino
que estamos proponiendo la expresión más amplia de conexión
entre los elementos biológicos y sociales que intervienen en el
comportamiento de los individuos como seres dotados de una
sexualidad que los hace diferenciarse y construir a partir de ahí
nuevos elementos identificativos por los cuales se guiarán y serán
gratificados.
La falta de claridad en estas categorías conlleva a que se cometan
errores como el de sustituir la palabra sexo por la de género de
manera automática y vaciando de su contenido real al género. Esto
sucede, generalmente, dentro de la demografía, en los mercados
de trabajo, entre otras ramas, lo cual no conduce más que a un
análisis frío de las estadísticas, sin sopesar la carga en el sentido
sociocultural que pueden tener las cifras de participación femeni-
na y masculina en las actividades en cuestión. Este hecho ha veni-
do a formar parte de los discursos políticos fundamentalmente en
occidente, por la fuerte presión de las feministas por que se tengan
en cuenta las diferencias de género en los disímiles espacios de la
vida cotidiana. Aunque en realidad no se utilice con el sentimiento
97
11
María Jesús, Izquierdo, El malestar en la desigualdad, España, Ediciones
Cátedra, Universitat de València, Instituto de la Mujer, 1998, págs. 29-
30.
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y la intención de tener en cuenta las diferencias de género en la


disposición de los recursos y oportunidades para cada individuo.
Otro error muy frecuente en el uso del concepto género es su
circunscripción al término mujer. El hecho de que dicho concepto
se utilizara por primera vez en los marcos de los estudios feminis-
tas y forme parte importante de esta teoría ha contribuido a que se
identifique mujer con género. Algo similar sucede cuando se
habla de una investigación con enfoque de género, la cual no se
refiere necesariamente a un estudio feminista. El analizar proble-
máticas de lo que atañe a los hombres a partir de lo que socialmen-
te se ha asignado a su sexo también significaría dar un enfoque de
género.
Los estudios de este corte, es decir, con enfoque de género,
usualmente van dirigidos a desentrañar cómo las diferencias que
existen entre los géneros se han apoyado en las diferencias
sexuales y biológicas en general, y en cómo se ha construido
socialmente esta diferenciación en las distintas esferas de la vida
cotidiana. También se ocupan de conocer la distribución y ejerci-
cio del poder y de las cuáles son las oportunidades de cada género
en las diferentes situaciones así como los mecanismos que se
establecen socialmente para controlar el comportamiento de todos
los individuos.
De este análisis en torno al sistema sexo género podemos recono-
cer que en su base se encuentra la definición del género como
producto social cultural. No identificar adecuadamente esta cate-
goría en las sociedades sexistas equivaldría a destruir un largo
camino en la lucha contra la discriminación de la mujer. Concien-
tizar el sustento sociocultural de los papeles que hoy desempeñan
hombres y mujeres contribuye a eliminar las viejas concepciones
biologicistas que ven con determinismo la actual situación
desigual y de explotación de un género por otro.
En el estudio de los géneros existe otra categoría que es la que
define con mayor precisión cuando las diferencias entre ellos
implique dominio o explotación de uno sobre otro; ella es la
estratificación de géneros, la cual describe una distribución
desigual de recompensas, recursos socialmente valorados, poder
98 prestigio y libertad personalmente hombres y mujeres reflejando
sus posiciones diferentes en una jerarquía social.

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La estratificación de géneros puede encontrarse en mayor o


menor medida en las diferentes sociedades atendiendo a varios
aspectos. Por ejemplo, en cuanto a la dicotomía entre lo doméstico
y lo público, que no es más que la gran diferenciación de estas dos
esferas de la vida. Frecuentemente las actividades de la esfera
pública son más valoradas que las domésticas.
En nuestra sociedad existe la dicotomía entre lo doméstico y lo
público. Por tradición la mujer se ha ocupado de las tareas
domésticas lo que la ha hecho tener menos prestigio. Ella, para
llegar a tener reconocimiento social ha tenido que destacarse en la
esfera pública aun con el costo que esto implica.
Otro elemento que interviene en la estratificación de género es el
contraste entre los roles masculinos y femeninos. Este elemento
está muy ligado al primero, si los roles femeninos están asociados
a lo doméstico y los masculinos a lo público estos últimos gozarán
de mayor prestigio aun cuando los roles que desempeñe sean más
engorrosos. Habrá mayor estratificación de los géneros si los roles
de uno y otro sean contrastantes, así el género que se dedique a los
trabajos de mayor prestigio podría tener mayor poder.
La participación en la economía de las sociedades es otro factor
que contribuye a elevar el status de los individuos por tanto la no
participación lo disminuye. El individuo que en una sociedad
posea una participación económica prominente tendrá mayor
status y si esta participación se diferencia de un género a otro se
elevará la estratificación.
Midiendo el conjunto de todos estos factores que hacen aumentar
o disminuir el prestigio de los individuos de un género no podemos
decir que éstos les doten de mayor o menor poder. Sólo cuando se
combinan el poder político, económico, el status, la libertad
personal, etcétera, podemos decir que existe dominio de uno de los
géneros tanto a nivel familiar como social general. A ello contri-
buye el sistema de parentesco que rija en esa sociedad.
El tratamiento del fenómeno de discriminación a la mujer desde
la categoría género y la profundización general de la teoría
científica feminista nos ha permitido desenmascarar la intención
androcéntrica de las teorías deterministas opuestas a las 99
explicaciones de la construcción social de los roles de género en
la sociedad, además de llegar a reflexionar que no podemos

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realizar los estudios de los comportamientos de hombres y mujeres


amarrados a una idea universalizadora de las relaciones entre los
géneros, sino enmarcándonos en un contexto sociocultural dada la
importancia que tienen éstos en la construcción misma de la
realidad cultural de los pueblos.
El intercalo de los postulados de varias teorías sobre lo femenino
y lo masculino es un principio impostergable para las féminas y los
teóricos del género. Evaluar el peso de las tradiciones es también
de gran importancia aun cuando pensemos que han desaparecido
las bases objetivas para la existencia de la estratificación y la
discriminación al género femenino.
Es destacable pensar que aunque diferenciemos los roles y atribu-
tos de los géneros en las diferentes culturas no podemos dejar de
reconocer cómo existe de manera casi universal la discriminación
al sexo femenino. En muchas sociedades existen estilos y formas
de vida que representan un ideal machista aun cuando la mujer
participe en la esfera pública. Esta misma situación ha llevado a
la formación de un pensamiento positivista que anuncia la funcio-
nabilidad de las actuales y ya heredadas condiciones de las
relaciones entre los géneros.
En franca oposición al machismo se levanta el pensamiento
feminista que aboga, a toda costa, por la igualdad de los géneros
y cuyo trabajo creciente se ha nutrido y se sigue nutriendo de los
elementos teóricos más avanzados para alcanzar un nivel cientí-
fico superior. Todo el trabajo académico e investigativo, dentro o
fuera de los movimientos feministas, ha llegado a conformar lo
que hoy podemos nombrar como Teoría Feminista.

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