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Contra su voluntad

Por Roberto Martínez (09-Ago-1997).-

Este artículo de opinión pretende ser un llamado a la sociedad en general para que
cambiemos la estructura socioeconómica actual que obliga a la mujer, en contra de
su voluntad, a salir de su casa para trabajar. No busco enfurecer a las feministas, ni
allegarme acusaciones de machista. No me refiero a las mujeres que trabajan por
gusto o por desarrollo profesional. Sencillamente abogo por las mujeres que
trabajan contra su voluntad, algunas incluso en una ciudad distinta a donde viven
sus hijos y otras por la pereza e irresponsabilidad del marido, pero la mayoría
porque el salario de miseria que gana su marido es insuficiente.

La sociedad moderna ha reconocido una "igualdad de la mujer" que está lejos de


ser un avance. Por un lado se le da derecho a desarrollar actividades que antes sólo
el hombre hacía, y por otra parte la estructura social le exige que las haga.

A la mujer se le vendió la idea de que trabajando sería más libre, y la realidad que
vemos es otra. Los sueldos han caído tanto por la oferta de miles de hombres y
mujeres buscando trabajo, que las familias ganan lo mismo que cuando sólo el
hombre trabajaba.

Nuestros gobernantes se dejaron cautivar por el crecimiento del PIB que resulta de
duplicar la población económicamente activa al incorporar a la mujer a la fuerza
laboral, pero no consideraron el desgaste social que implica que los hijos se vuelvan
huérfanos de ocho de la mañana a seis de la tarde todos los días hábiles.

Sabemos que la educación es el primer paso para resolver todos los problemas, sin
embargo, no hemos valorado suficientemente la educación que brinda una madre a
sus hijos.

La madre es insustituible en la dura labor de tejer una armoniosa red emocional e


intelectual en las mentes de sus hijos, que servirá de base para que los pequeños
puedan asimilar correctamente la educación que luego recibirán en la escuela y en
la vida.
Los hijos de las mujeres que trabajan sufren de desatención y baja autoestima.
Estas dos condiciones no les ayudan a desarrollarse plenamente como personas.

Los primeros años en la vida de un ser humano son ideales para infundirle una
jerarquía sana de valores éticos y morales. La madre auténticamente preocupada
por hacer de sus hijos personas de provecho no pierde la paciencia en esta difícil
tarea. Así los pequeños asimilan los valores y aprenden a diferenciar lo bueno y lo
malo de cara a una mejor convivencia humana y a construir una ambiente de
justicia y paz dentro de la familia y en la comunidad.

Por el contrario, los niños encargados a otras personas aprenden que lo malo es lo
que hace explotar a la niñera y lo bueno es lo que no. No se fomenta la actividad y
la creatividad en el niño porque representa más trabajo para el adulto que lo cuida.
Entre más quieto y callado, introvertido y pasivo menos problemas tiene el niño
con su niñera. La misma situación preocuparía en cambio a la madre y ella vería la
manera de fomentar actitudes positivas en su hijo.

Debemos como sociedad dar a la mujer la correcta significación y la adecuada


consideración que pueden permitirle cumplir esta importante responsabilidad en
favor de una vida auténticamente humana de las futuras generaciones.
Necesitamos revalorar a la mujer y su vocación natural de madre, esposa y
protagonista del avance hacia una sociedad cada vez más humana. Hay que
permitirle la libertad de escoger lo mejor para ella y para sus hijos.

Otra idea que le vendieron a las mujeres es que el matrimonio es la cárcel y la


familia un estorbo para su desarrollo en plenitud. Las campañas publicitarias las
convencen de que hay que tener pocos hijos para darles más. La realidad es: pocos
hijos para pagarle menos al esposo y para que la mujer se salga cuanto antes del
hogar y se ponga a trabajar.

Nos guste o no este supuesto avance social, actualmente son pocas familias las que
tienen la opción de educar bien a sus hijos o ambos trabajar. Si la familia es nuestro
tesoro más grande, por qué dejamos que nos reduzcan en tamaño. No será que
traducimos las campañas en: pocos hijos para tener más lujos.
Cabe aquí muy bien seguir el consejo del Apóstol San Juan: "No amen al mundo, ni
lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no ama al Padre; porque nada de
lo que el mundo ofrece viene del Padre, sino del mundo mismo. Y esto es lo que el
mundo ofrece: los malos deseos de la naturaleza humana, el deseo de poseer lo que
agrada a los ojos, y el orgullo de las riquezas. Pero el mundo se va acabando, con
todos sus malos deseos; en cambio, el que hace la voluntad de Dios vive para
siempre." (1 Juan 2, 15-17).

En días pasados, Monseñor Norberto Rivera, Arzobispo Primado de México, hizo


declaraciones en torno al tema de la mujer que se ve obligada a trabajar, contra su
voluntad. Me da gusto encontrar gente como él, que de manera sensata y
responsable, nos ofrece criterios para que, como sociedad, caminemos hacia un
verdadero progreso. Un progreso que busca mejorar no sólo el nivel económico de
vida de la población, sino primordialmente avanzar con hechos concretos en la
instauración de la justicia, la solidaridad y los demás valores.

Pienso que todos los que tuvimos la dicha de tener una madre en el hogar tenemos
la obligación de defender el derecho de todos los niños de gozar de la presencia de
su madre. Los niños necesitan no sólo calidad en el tiempo que les dedicamos,
también cantidad.

Obligar a la mujer a trabajar en contra de su voluntad es una actitud cobarde,


porque estamos abusando de los niños, porque estamos robándoles a su madre,
porque la vida sin libertad no es vida. Y mientras tanto, se debilita a la familia, se
fortalece el egoísmo y en las nuevas generaciones hay muchas personas
discapacitadas para socializar porque no han tenido una madre que les enseñe a
dar y recibir afecto.

¡ Basta ya!...

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