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Ruth Casa Editorial no es una empresa imparcial o exenta de compro-
misos sociales. Nace en un momento muy especial de la historia univer-
sal, cuando la humanidad ha llegado al umbral de la catástrofe total o
del parto de una nueva civilización. No obedece a intención apocalípti-
ca alguna afirmar que este es el dilema que se dibuja en el horizonte.
Hoy hemos aprendido de nuestros fracasos que el trazado de la trans-
formación socioeconómica que puede conducir a un mundo mejor pasa
por una mudanza moral, que depende de la inteligencia que las generacio-
nes involucradas logren transmitirse en esta dirección y de la implanta-
ción consecuente de una cultura de vida. Sin esto, otra democracia, no
solo distinta, sino incompatible con la caricatura que ha prevalecido,
sería imposible. Con eso se compromete Ruth Casa Editorial, con un
mundo en el cual la libertad no pueda ser concebida fuera de la igualdad
y de la fraternidad, sino exclusivamente a partir de ellas.
El nombre de la editorial se inspira precisamente en aquel pasaje bí-
blico que nos invita a apreciar más generosamente el significado de la
solidaridad como virtud, y el núcleo de valores que nos impele al resca-
te y a la reflexión, a creer y a crear con coherencia, a decidir con lealtad
y valentía, y a restituir al ser humano toda su dignidad.
Ruth Casa Editorial quiere proclamar desde el comienzo mismo su senti-
do de amplitud, sin fronteras, pero sin ambigüedades. Asocia su proyec-
ción a los movimientos sociales y en particular al Foro Mundial de
Alternativas, sin constituir un órgano de este, ni contemplar restriccio-
nes nacionales, continentales, sectoriales o institucionales. Con la única
aspiración de servir al impulso que reclama la marcha hacia un futuro
donde todos tengan cabida. Los lectores dirán si lo logramos.

FRANÇOIS HOUTART
Presidente

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Edición: Ana Molina González
Diseño: Claudia Méndez Romero y Rubiel García González
Corrección: Gladys Estrada García
Diagramación: Bárbara A. Fernández Portal

© Ruth Casa Editorial


© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2010
Ruth Casa Editorial, 2010
Todos los derechos reservados

ISBN: 978-9962-645-54-2
ISBN: 978-959-06-1279-4

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio, sin la autorización de


Ruth Casa Editorial. Todos los derechos reservados en todos los idiomas. Derechos
Reservados conforme a la ley.

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar por escrito su opinión
acerca de este volumen y de nuestras ediciones.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO


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Editorial

Cada época genera sus urgencias críticas. El siglo XX finalizó con la


frustración rotunda de las esperanzas que había creado la Revolución
de Octubre y con el encumbramiento del imperialismo bajo el liderazgo
más absoluto de los Estados Unidos. Estos hechos resumen las comple-
jidades, la irracionalidad, los peligros y los desafíos de nuestro tiempo.
Desafíos para el pensamiento crítico y para la praxis.
Bajo el sello Ruth Casa Editorial se funda RUTH. CUADERNOS DE PEN-
SAMIENTO CRÍTICO, que se reconoce precisamente así, de pensamiento
crítico. Internacional por la naturaleza de la problemática que aborda,
por la determinación de las alternativas y por una obligada vocación de
universalidad. Tan universal debe aspirar a ser el proyecto como ha lle-
gado a ser el mundo del capital que luchamos por subvertir. Nada de lo
que ocurre en el tiempo que nos ha tocado vivir puede sernos ajeno.
Nada debe escapar al rasero de la reflexión comprometida.
Por tal motivo nos reconocemos, como publicación, bajo el signo de
la radicalidad revolucionaria, que diferenciamos de la radicalidad doc-
trinal. Rechazamos cualquier exclusión dogmática que margine el inge-
nio y el espíritu de búsqueda en el camino hacia el socialismo. Del mismo
modo que no podemos ceder a propuesta de tipo alguno que nos distan-
cie de la ruta hacia un mundo signado por la seguridad, la justicia, la
libertad y la equidad para todos los pueblos.

RUTH
CUADERNOS DE PENSAMIENTO CRÍTICO

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Índice

Trípode

13/ SAMIR AMIN / Introducción / El Sur ante la crisis: África


en la globalización en crisis
29/ ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra
y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
81/ SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo
africano: estrategias alternativas para la Reforma
122/ ISSA G. SHIVJI / Neocolonialismo, neoliberalismo
y nacionalismo panafricanista: la restauración del legado
de Nkrumah. Los dos dechados del panafricanismo
142/ THANDIKA MKANDAWIRE / Repensando el panafricanismo,
el nacionalismo y el nuevo regionalismo
158/ MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur
¿Codesarrollo o gestión del conflicto?
195/ BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana:
inventario de la situación actual
232/ HEIN MARAIS / Romper el molde. El carácter de la integración
regional en el sur de África
255/ ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN / La cuestión de la deuda
La linterna

279/ GERARD PIERRE-CHARLES / Haití: ¿otra vez los marines?


Visiones

298/ LANGA ZITA / ¿Es Sudáfrica el eslabón más débil


en la cadena imperialista?
315/ Glosario de siglas

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A nuestro amigo Carlos Tablada debemos la feliz iniciativa de haber
concebido este número de Ruth Cuadernos de Pensamiento Crítico dedica-
do a África y dirigido a los lectores latinoamericanos.
En América Latina se conoce poco sobre África, y lo que se conoce
es solo a través de textos extranjeros bastante discutibles, sobre todo
estadounidenses y europeos.
Este número reúne diez estudios de diez autores, que conocen a la
perfección el continente africano y sus problemas, y que proponen análisis
críticos radicales para los desafíos a los que nuestros pueblos se enfren-
tan en la actualidad.
Hemos querido abarcar, aunque de forma concisa, el conjunto de los
grandes problemas. De manera general, estos tratan sobre:
I. Los campesinos como centro del conflicto: el campesinado hoy
se enfrenta a una nueva ofensiva de los grandes capitales que
pretenden despojarlos del acceso a la tierra para transformarla en
vastas explotaciones capitalistas;
II. el panafricanismo: ¿acaso no será la posibilidad de liberarse de la
dominación imperialista?, ¿estarán los proyectos de regionaliza-
ción a la altura del desafío y podrán reforzar la autonomía de los
pueblos afectados ante las presiones del sistema global imperia-
lista dominante?;
III. el lugar que ocupa África en la globalización contemporánea
y cómo la ven los Estados del continente, y

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IV. el papel de Sudáfrica en el continente: este país, considerado como
«emergente» en la globalización contemporánea, ¿será capaz de
romper el molde en el que fue formado en la época del apartheid
y convertirse en un motor activo, asociado a los demás países en
la emancipación de los pueblos del continente?
El incremento de la solidaridad de los pueblos de los tres continentes
—Asia, África y América Latina— frente al adversario capitalista común
y a la crisis de su sistema de explotación y de opresión, exige un mejor
conocimiento mutuo. Esperemos que esta recopilación contribuya efi-
cazmente a lograrlo.
A Carlos Tablada, nuestro enorme agradecimiento personal y colectivo.

SAMIR AMIN

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Trípode

África: conflictos, oportunidades


y desafíos de refundación

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RUTH No. 6/2010, pp. 13-28

SAMIR AMIN*

INTRODUCCIÓN **

El Sur ante la crisis: África en la globalización


en crisis

El conflicto Norte-Sur

El capitalismo global en crisis no cuestiona la contradicción centro/periferia, por el contrario,


agudiza el conflicto.

El capitalismo contemporáneo ha alcanzado el estadio extremo de con-


centración de capital: de tres a cinco mil grupos, casi todos situados en
los países de la tríada —Estados Unidos, Europa y Japón—, controlan,
por primera vez en la historia, el conjunto de los sistemas de producción,
distribución y consumo en las naciones del centro y, por extensión, a nivel
mundial. Esos monopolios generalizados centralizan, para sus propios
beneficios, una renta imperialista reforzada que proviene de múltiples
fuentes, visibles —los bajos salarios en las industrias exportadoras de
las periferias— o encubiertas tras el control del mercado financiero
globalizado, la protección excesiva de las patentes industriales, el acceso
*
(Egipto, 1931). Economista, director del Instituto Africano para Desarrollo Económico y la
Planificación en las décadas de los setenta y los ochenta. Director del Foro del Tercer Mundo
(FTM) y Miembro Presidente del Foro Mundial de Alternativas (FMA). Autor de numerosos
libros, entre sus publicaciones más recientes se encuentran: Obsolescent capitalism (2003), The
liberal virus (2004), Beyond US hegemony (2006), A life looking forward, Memoirs of an independent
marxist (2006), The world we wish to see: revolutionary objectives for the 21 st Century (2008), From
Capitalism to civilisation, reconstructing the socialist perspective (2010).
**
Traducida del francés y del inglés por Yanelis Rodríguez Rodríguez y Oscar Ochoa González.

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casi exclusivo a los recursos naturales de todo el planeta, y finalmente
la movilización de los potentes medios políticos de que disponen las
potencias occidentales, sustentados por su cuasi monopolio de las ar-
mas de destrucción masiva. Es por esto que la contradicción centro-
-periferia, lejos de atenuarse con la profundización de la globalización,
se ha acrecentado.
Sin embargo, aparentemente, los llamados países emergentes —Chi-
na, India, Brasil y otros— sacaron provecho de la globalización en la
última década del pasado siglo y en la primera del presente, lo cual les
permitió acelerar sus ritmos de crecimiento. Son estas apariencias las
que permiten decir —a la ligera— que el conflicto centro-periferia está,
para ellos, en vía de extinción («están recuperando el tiempo perdido»
en, y gracias a, la globalización capitalista).
La cuestión radica en saber cómo ha sucedido y si continuar con esta
evolución resultaría sostenible. El capitalismo entró en una profunda
crisis estructural a partir de los años setenta: las tasas de crecimiento de
los países de la tríada cayeron a la mitad de lo que habían sido durante los
«treinta gloriosos» (1945-1975) y jamás han recobrado estos niveles. El
capital ha respondido a esta crisis mediante la centralización y la
«financiarización», ambas indisociables: la fuga de finanzas ha sido el
único medio encontrado por los oligopolios como salida para sus exce-
dentes en constante crecimiento. La globalización neoliberal se convir-
tió en la máxima expresión del capitalismo. El éxito de esta respuesta
creó las condiciones para un florecimiento importante de 1990 a 2008
(que he llamado la «época dorada»). En esos años se sitúan las estrate-
gias de aceleración del crecimiento de los países emergentes, que con-
sistieron en la prioridad otorgada a sus exportaciones, lo cual garantizó
su éxito inmediato.
El mantenimiento de esta opción capitalista globalizada no es soste-
nible por numerosas razones. La principal es que esta vía no permitirá
absorber la gigantesca masa de campesinos —que aún constituye aproxi-
madamente la mitad de la humanidad, localizada casi en su totalidad en
tres continentes: Asia, África y América Latina— con un desarrollo de las
industrias y de los servicios modernos. La solución histórica del capitalis-
mo, basada en la propiedad privada del suelo agrario y su reducción al
estatus de mercancía, solo fue posible para Europa gracias a la emigra-
ción masiva que la conquista de las Américas permitió (los «Europeos»
representaban el 18 % de la población del planeta en el año 1500, en

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el 1900 los nativos europeos y los emigrados hacia Europa representa-
ban el 36 %). Los pueblos de Asia y de África, privados de una posibi-
lidad similar, no pueden tomar la misma vía de desarrollo. Es decir, si el
capitalismo histórico pudo solucionar la cuestión agraria para Europa,
sigue siendo incapaz de hacerlo para el resto del mundo.
Los países del Sur que persistan en esta vía, y acepten «ajustarse»
diariamente a condiciones que se volverán cada vez más severas con la
profundización de la crisis, se encontrarán con que no con habrán cons-
truido un «capitalismo nacional» capaz de tratar de igual a igual con el
imperialismo colectivo de la tríada, sino en la situación de países devas-
tados por un capitalismo lumpen, y por tanto continuarán siendo vulne-
rables y dominados. Las potencias imperialistas solo ven en estos países
«mercados emergentes» cuyo «desarrollo» necesariamente se inscribirá
en esta lamentable perspectiva. Pero los países en cuestión se ven a sí
mismos como «naciones emergentes». La diferencia es considerable.
Las naciones del Sur deben, por tanto, abandonar las ilusiones relati-
vas a un «desarrollo acelerado en, y gracias a, la globalización». Las
dificultades crecientes del ajuste fomentan ya las luchas de las víctimas:
los campesinos por la tierra, los obreros por mejores salarios, los pue-

SAMIR AMIN / El Sur ante la crisis: África en la globalización en crisis


blos por la conquista de sus derechos democráticos. Para responder al
desafío, los gobiernos deberán reajustar su estrategia de desarrollo en el
mercado interno (lo que China comenzó a hacer a partir de 2002). Esta
nueva vía de desarrollo autocentrado, que es inevitable, continuará siendo
difícil. Debe asociar medios complementarios, pero también conflictivos:
recurrir al «mercado» —el cual es siempre, en el mundo moderno, un
«mercado capitalista»— y a la planificación social —tan poco burocrá-
tica como le sea posible, permitiendo tanto como se pueda la interven-
ción activa de las clases populares—.
El conflicto entre el imperialismo colectivo de la tríada y las naciones
del Sur está llamado a intensificarse en torno a cuestiones relativas al
acceso a los recursos del planeta, a las tecnologías y al mercado finan-
ciero globalizado. El imperialismo sabe que los monopolios que garan-
tizan sus ingresos son frágiles y que los países del Sur pueden aniquilar
su poder, y por eso su única respuesta consiste en el despliegue del
proyecto de control militar a escala planetaria por las fuerzas armadas
de los Estados Unidos y de sus aliados subalternos de la [Organización
del Tratado del Atlántico Norte] OTAN.

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¿El conflicto centro-periferia logrará movilizar a los países del Sur?
Fue eso lo que sucedió en la época de Bandung, a pesar de las diferen-
cias gigantescas entre los países del Sur de la época, no menos marcadas
que hoy. Pero esta posibilidad es incierta. Los países emergentes —la
verdadera periferia del capitalismo contemporáneo— podrían alimen-
tar la ilusión de que pueden, al igual que los países imperialistas, aun-
que en competencia aguda con ellos, beneficiarse del saqueo de los
recursos de las periferias devastadas (una realidad que se ha repetido en
la historia), las cuales están particularmente impotentes.
¿Qué será del mundo «después de la crisis»? Imposible decirlo. No
olvidemos que la primera gran crisis, iniciada en los años setenta del
siglo XIX, a la cual el capital de la época había respondido también con la
monopolización, la globalización (colonial) y la financiarización, desem-
bocó, después del corto florecimiento de la primera «época dorada» (1894-
-1914), entre 1914 y 1945 en: la Primera Guerra Mundial, la Revolu-
ción Rusa, la crisis de 1929, el nazismo, la Segunda Guerra Mundial y la
Revolución China. Son estos «acontecimientos» —que difícilmente se
podrían calificar de menores— los que configuraron el mundo «pos cri-
sis», es decir, la combinación, durante los treinta años gloriosos, de la
socialdemocracia en Occidente, de los socialismos reales de los países
de la Europa del Este y de los nacionalismos populares de la era Bandung
(1955-1980) en el Sur. La segunda crisis requerirá de transformaciones
de amplitud similar (aunque «diferentes»). El conflicto centro-periferia
y el conflicto capitalismo-perspectivas, de por sí indisociables, requie-
ren ir aún más lejos.

África, una región particularmente vulnerable


ante la globalización en crisis

África fue sumergida en la oscura noche de la colonización, forma bru-


tal de globalización impuesta por el capitalismo monopolista en res-
puesta a su primera gran crisis, a finales del siglo XIX, y que vino a sustituir
a la trata negrera, causa principal de su regresión histórica. Los movi-
mientos de liberación nacional, que finalmente lograron la independen-
cia de los Estados del continente, concibieron entonces un gran proyecto
de renacimiento africano: un proyecto tan ambicioso como se necesita-
ba, asociando un desarrollo acelerado —agrícola e industrial a la vez—

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a la generalización de la educación y a las construcciones de integracio-
nes regionales que se inscribían en una perspectiva panafricana.
Las coaliciones históricas construidas por los movimientos de libera-
ción nacional imponían esta perspectiva para estar a la altura del desa-
fío. Y la intelectualidad radical, en la conceptualización y aplicación de
este proyecto, supo responder a las exigencias del desafío, pensar con
audacia y autenticidad. De esta manera, durante las décadas de los se-
senta y setenta, África progresó a pasos de gigante, hasta tal punto que
la nueva imagen del continente hacía olvidar aquella de desolación he-
redada de la colonización.
Pero estos logros se fueron perdiendo de forma gradual bajo el efecto
combinado de contradicciones internas, cuya aparición se desarrollaba,
y de la hostilidad del imperialismo. Al campesinado progresivamente se
le marginó de las coaliciones históricas de poder, en provecho de las
clases dirigentes —y en ocasiones de la nueva clase media— que aspi-
raban a erigirse amos absolutos del poder local; y, por tanto, a las for-
mas en decadencia del Estado se le destinó a ejercer las funciones de un
Estado comprador.
El origen de estas dificultades está en dos limitaciones fundamentales de
los primeros resultados de África independiente. La primera está rela-

SAMIR AMIN / El Sur ante la crisis: África en la globalización en crisis


cionada con los escasos resultados en el ámbito de la necesaria indus-
trialización, a causa de las ilusiones de que el capital extranjero fuese capaz
de ayudar a resolver la cuestión del financiamiento. La segunda se refiere al
estancamiento cultural de las naciones africanas, al quedar prisioneras
del uso exclusivo de las lenguas de la colonización.
Estos fracasos favorecieron las condiciones que le permitieron al
imperialismo reanudar la ofensiva de la recolonización de África duran-
te los años ochenta y noventa, por medio de los Programas de Ajuste
Estructural, de la privatización, de la destrucción de los Estados, de su
sumisión a los dictados de los «clubes de donantes de ayuda», acompa-
ñado de discursos insípidos de moda referentes a la «pobreza», la «bue-
na administración» y la «sociedad civil».
El drama es que los intelectuales africanos, en su conjunto, se deja-
ron engañar por estos discursos, los cuales presentaban al gran proyecto
de renacimiento africano como un desatino «grandilocuente, naciona-
lista e irrealista». Por supuesto, olvidan decir que los países devenidos
«emergentes» son precisamente aquellos que avanzaron en la industria-
lización a pasos redoblados.

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África está llamada en la actualidad a no tener más ambición que su
ajuste diario a las exigencias de la continua expansión del capitalismo
de los oligopolios, una vía que, como hemos dicho, solo puede conducir
al desastre absoluto. Desde esta perspectiva, África no existe más que
por los recursos naturales que ofrece al pillaje: los recursos de sus
subsuelos —hidrocarburos, diamantes, y más importante aún, minera-
les raros— y las tierras que ofrece para la expansión de los agronegocios
relacionados con nuevas producciones para la exportación (como los
agrocombustibles, entre otros).

La economía política de África en el sistema global

I. Es usual que se diga que África está «marginalizada». La frase sugiere


que el continente —o al menos la mayor parte al sur del Sahara, excep-
tuando, quizás, a Sudáfrica— está «fuera» del sistema global, o en el
mejor de los casos integrado solo superficialmente. También se sugiere
que la pobreza en los pueblos africanos es resultado de que sus econo-
mías no están integradas lo suficiente en el sistema global. Deseo desa-
fiar estas opiniones.
Consideremos primero algunos hechos que apenas son mencionados
por los defensores de la actual globalización. En 1990 el porcentaje del
comercio extra-regional en el [Producto Interno Bruto] PIB para África
fue del 45,6 %, mientras que solo fue 12,8 % para Europa; 13,2 % para
América del Norte; 23,7 % para América Latina y 15,2 % para Asia.
Estos porcentajes no fueron significativamente diferentes a lo largo del
siglo XX. El promedio para el mundo fue de 14,9 % en 1928 y 16,1 %
en 1990.1
¿Cómo podemos explicar esto de que África está, al parecer, aún más
integrada en el sistema mundial que cualquier otra región desarrollada o
en desarrollo? Por supuesto que los niveles de desarrollo, medidos por
el PIB per cápita, están muy desigualmente distribuidos y, desde ese
punto de vista, África es la región más pobre del sistema mundial mo-
derno, su PIB per cápita representa solo el 21 % del promedio mundial
y el 6 % del de los centros desarrollados. Por tanto, la elevada propor-

1
Serge Cordelier: La mondialisation au delà des mythes, La Découverte, París, 1997, p. 141
(datos de OMC, 1995).

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ción del comercio extra-regional de África con respecto a su PIB podría
reflejar el pequeño tamaño del denominador de su porcentaje. Al mis-
mo tiempo, las exportaciones (así como las importaciones) de África
representan solo una proporción muy pequeña del comercio mundial. Y
esta es justo la razón por la cual se considera que África está siendo
«marginada» en el sistema mundial, es decir, al tener poca importancia
«el mundo podría fácilmente vivir sin África». Este concepto, según el
cual un país o una región es calificada como «marginada» si su peso
cuantitativo en la economía global es pequeño, asume de forma implícita
que la lógica de la expansión de la economía capitalista global persigue
la maximización de la producción ( y, por tanto, también del comercio).
Esta suposición es inadecuada por completo. De hecho, importa poco
que, tanto en el pasado como en el presente, las exportaciones de África
hayan representado solo una diminuta parte de comercio mundial. El
capitalismo no es un sistema que tiene por objeto maximizar la produc-
ción y la productividad, sino uno que opta por los volúmenes y condi-
ciones de producción que maximizan la tasa de ganancia del capital.
Los países llamados marginados son, de hecho, los súper explotados de
maneras brutales y, por tanto, países pobres, no países situados «en las
márgenes» del sistema.

SAMIR AMIN / El Sur ante la crisis: África en la globalización en crisis


El análisis necesita, por tanto, ser completado en otros terrenos. La
relativamente modesta proporción para las áreas desarrolladas —Amé-
rica del Norte (los Estados Unidos y Canadá) y Europa centro-occiden-
tal (la Unión Europea, Suiza y Noruega)— se asocia no solo a los más
altos niveles de desarrollo, sino también con características cualitativas
que deben ser enunciadas: todos los países desarrollados se han cons-
truido históricamente como economías autocentradas. Aquí introduzco
que el concepto central es ignorado por la economía convencional.
Autocentrado es sinónimo de «básicamente centrado hacia el interior»,
no de «autárquico» («cerrado»). Eso significa que el proceso de acumu-
lación capitalista en esos países, que se han convertido en los centros
del sistema mundial, ha sido siempre —y sostengo que continúa y con-
tinuará siéndolo en el futuro visible— al mismo tiempo encerrado en sí
mismo y abierto, aunque en la mayoría de los casos abierto de manera
agresiva («imperialista»). Lo cual quiere decir que el sistema mundial
tiene una estructura asimétrica: los centros están autoenfocados,
autocentrados y, a la vez, integrados en el sistema global de una manera
activa (conforman la estructura global); las periferias no son autoenfocadas

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(no autocentradas) y, por tanto, están integradas en el sistema global de
una manera pasiva (se «ajustan» al sistema, sin jugar ningún rol signifi-
cativo en su conformación). Esa visión del sistema mundial real difiere
por completo de la ofrecida por el pensamiento convencional, la cual
describe superficialmente el mundo como una «pirámide» construida
por países con desigualdades en cuanto a riquezas, en un rango que va
desde los más bajos niveles de PIB per cápita hasta los más altos.
Mi conclusión de esta clasificación es que todas las regiones del mun-
do (incluida África) están igualmente integradas en el sistema mundial,
pero lo están de maneras diferentes. El concepto de marginación es vago y
oculta la verdadera cuestión, que no radica «en qué medida las distintas
regiones se integran», sino «de qué manera están integradas».
Además, las cifras indican que el grado de integración en el sistema
mundial no ha cambiado a lo largo del siglo XX, como es sugerido por
el discurso de moda dominante sobre la globalización. Hubo altibajos,
pero la tendencia que refleja el progreso del grado de integración ha sido
continua y lenta, ni siquiera acelerada a lo largo de las últimas décadas.
Eso no excluye el hecho de que la globalización —la cual es una vieja
historia— se ha desarrollado a través de fases sucesivas que deben ser iden-
tificadas como cualitativamente diferentes, centrándose en las caracterís-
ticas específicas de cada una de ellas, en relación con los cambios
promovidos por la evolución de los centros del sistema, es decir, el
capital global dominante.
II. Sobre la base de la metodología que sugiero aquí, ahora podremos
analizar las diversas fases de la integración de África en el sistema glo-
bal e identificar las vías específicas en que operaba la integración para
cada una de estas fases.
África estuvo integrada en el sistema global desde el inicio de la cons-
trucción de ese sistema, en la fase mercantilista del capitalismo tempra-
no (los siglos XVI, XVII y XVIII). La periferia más importante de esos tiempos
era la América colonial, donde se estableció una economía exportadora,
dominada por los intereses capitalistas de los comerciantes europeos
del Atlántico. Esa economía exportadora, centrada en el azúcar y el
algodón, se basaba en el trabajo esclavo. Por tanto, a través de la trata
de esclavos, una gran parte del África al sur del Sahara fue integrada en
el sistema global de esta destructiva forma. En gran medida el ulterior
«subdesarrollo» del continente se debió a esa forma de «integración»,

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la cual condujo a una disminución de la población tan notable que es
solo ahora que África ha recuperado la proporción de la población mun-
dial que probablemente había alrededor del año 1500. Condujo tam-
bién al desmantelamiento de las primeras organizaciones estatales, que
fueron sustituidas por pequeños sistemas militares brutales y las per-
manentes guerras entre ellos.
En la misma América la forma mercantilista de integración en el sis-
tema mundial destruyó el potencial de desarrollo en muchas regiones
devastadas. Durante la fase del capitalismo temprano las más altas ta-
sas de crecimiento fueron alcanzadas en áreas como el Caribe, el nor-
deste de Brasil y el sur de las colonias británicas de Norteamérica. Si un
experto del Banco Mundial hubiera visitado esas zonas en aquella épo-
ca, habría escrito sobre su «milagro» (¡el valor de las exportaciones de
azúcar de Santo Domingo, a la vez, era mayor que el total de las expor-
taciones de Inglaterra!) y concluiría que Nueva Inglaterra, la cual estaba
construyendo una economía autocentrada, iba por el camino equivoca-
do. ¡Hoy día, Santo Domingo es Haití y Nueva Inglaterra se convirtió
en los Estados Unidos!
La segunda ola de integración de África en el sistema mundial fue la
del período colonial, aproximadamente desde 1880 hasta 1960. Una

SAMIR AMIN / El Sur ante la crisis: África en la globalización en crisis


vez conquistada, era necesario «desarrollar» a África en cuestión. En
esta coyuntura se presentaban los razonamientos del capitalismo glo-
bal: ¿qué recursos naturales poseen las diversas regiones del continente
ahora, y cuáles poseían en la historia previa de las sociedades africanas?
Considero que, en este contexto, podemos comprender cada uno de los
tres modelos de colonización operados en África: la economía de inter-
cambio que incorpora al pequeño campesinado al mercado mundial de
productos tropicales al someterlo a la autoridad de los mercados
oligopólicos, haciendo posible la reducción al mínimo de las recompensas
para el trabajo campesino y el desaprovechamiento de la tierra; la eco-
nomía de las reservas del sur de África organizada alrededor de la mine-
ría, sustentada con mano de obra barata mediante la migración forzosa
proveniente, precisamente, de las «reservas» inadecuadas para poten-
ciar la perpetuación de la subsistencia rural tradicional; la economía de
pillaje que las compañías concesionarias desarrollaron a través de los
impuestos sin la contraparte de las ganancias de los productos de poco
valor en otros sitios, donde ni las condiciones sociales locales permi-
tieron el establecimiento del «comercio», ni los recursos minerales

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justificaban la organización de reservas con el fin de proveer abundante
fuerza de trabajo. La cuenca del Congo convencional pertenecía, en lo
fundamental, a esta tercera categoría.
Los resultados de este modo de inserción en el capitalismo mundial
demostraron ser catastróficos para los africanos. En primer lugar, retrasa-
ron por una centuria el comienzo de cualquier revolución agrícola. Un exce-
dente pudo ser extraído del trabajo de los campesinos y de las riquezas
ofrecidas por la naturaleza sin inversiones de modernización (ni maqui-
narias ni fertilizantes), sin pagar realmente por el trabajo (reproduciéndolo
en el contexto de la autosuficiencia tradicional) y sin siquiera garantizar el
mantenimiento de las condiciones naturales de reproducción de las ri-
quezas (pillaje de los suelos agrícolas y del bosque). Al mismo tiempo,
este modelo de desarrollo de los recursos naturales, introducido en el
marco de la desigual división internacional del trabajo de la época, im-
pidió la formación de cualquier clase media local. Por el contrario, cada
vez que esta última trataba de iniciar un proceso de formación, las auto-
ridades coloniales se confabulaban para suprimirlo.
Como resultado, la mayoría de los llamados «países menos adelanta-
dos» están, como todos conocemos, localizados en África. Los países
que hoy conforman este «cuarto mundo» han sido, en gran parte, des-
truidos por la intensidad de su integración en una fase temprana de
expansión global del capitalismo. Es el caso de Bangladesh, Estado su-
cesor de Bangal que fuera la joya de la colonización británica en la In-
dia. Otros han sido —o aún son— periferias de las periferias, por
ejemplo, Burkina Faso, que ha suministrado la mayoría de su fuerza
laboral activa a Costa de Marfil. Si se toma en cuenta que los dos países
constituyeron, de hecho, una región única del sistema capitalista de la
época, los índices característicos del «milagro de la Costa marfileña»
podrían haber sido divididos entre dos. La emigración empobrece las
regiones que alimentan los flujos migratorios y que, por ende, soportan
los costos de educar a los jóvenes que se pierden en el momento en que
devienen potencialmente activos, así como los costos de mantener a los
más viejos cuando regresan. Estos costos, mucho mayores que las
«remesas» enviadas a las familias por los emigrantes activos, son casi
olvidados en los cálculos de nuestros economistas. Solo existen unos
pocos países que son «pobres» y no integrados o poco integrados en el
sistema global, como lo eran hasta hace poco el norte de Yemen o
Afganistán. Pero su integración, todavía en curso, como la de otros an-

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taño, no produce más que la «modernización de la pobreza»: las villas
pobres conformadas por los campesinos sin tierras. La debilidad de los
movimientos de liberación nacional y de los Estados poscoloniales data
de este comportamiento colonial. No es, por tanto, el producto de esta
prístina África precolonial que desapareció en la tormenta, sino el de
la ideología del capitalismo global que procura derivar su legitimidad
de ello, manifestando con fuerza su usual discurso racista. El «criticismo»
al África independiente, a su corrupta clase media política, a su falta de
dirección económica, a la persistencia de las estructuras comunitarias
rurales, olvida que estos hechos en el África contemporánea fueron for-
jados entre 1880 y 1960.
No sorprende entonces que el neocolonialismo haya perpetuado es-
tos rasgos. La forma que asumió este fracaso está completamente defi-
nido por los límites de los famosos Convenios de Lomé que vinculaban
al África subsahariana con la Europa de la [Comunidad Económica
Europea] CEE. Estos Acuerdos perpetuaron, de hecho, la antigua divi-
sión del trabajo relegando al África independiente a la producción de
materias primas en el momento mismo en que —durante el período
Bandung (desde 1955 hasta 1975)— el Tercer Mundo se lanzó en otras
latitudes a la revolución industrial. Ellos hicieron que África perdiera

SAMIR AMIN / El Sur ante la crisis: África en la globalización en crisis


alrededor de treinta años en este decisivo momento de cambio históri-
co. Sin duda, las clases africanas dominantes fueron parcialmente res-
ponsables de aquello que inició la involución del continente, en particular
cuando se unieron al campo neocolonial en contra de las aspiraciones
de su propio pueblo, cuya debilidad explotaron. La confabulación entre
las clases dominantes africanas y las estrategias globales del imperialis-
mo es, por tanto, y en última instancia, la causa del fracaso.
III. Aún después de conquistar su independencia política, los pue-
blos de África desde 1960 impulsaron en los proyectos de desarrollo los
objetivos centrales que eran más o menos idénticos a aquellos persegui-
dos en Asia y América Latina, a pesar de las diferencias de los discursos
ideológicos que los acompañaron en todas partes. Este denominador
común se comprende con facilidad si recordamos que en 1945 casi todos
los países asiáticos (excluyendo a Japón), África (incluyendo a Sudáfrica)
y —aunque con algunos matices— América Latina estaban todavía
desprovistos de cualquier industria propiamente dicha —excepto una
minería dispersa—, con predominio rural en la composición de su po-
blación, gobernados por regímenes arcaicos, oligarquías terratenientes

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o coloniales (África, India, sudeste asiático). Más allá de su gran diver-
sidad, todos los movimientos de liberación nacional tenían los mismos
objetivos de independencia política, modernización del Estado, indus-
trialización de la economía.
En la actualidad existe una fuerte tentación de entender esta historia
como la de una etapa de expansión del capitalismo mundial, de la cual
se ha dicho que ha jugado, más o menos, ciertas funciones relacionadas
con la acumulación primitiva nacional y que a través de esta crea las
condiciones para la próxima etapa, en la que ahora se supone que este-
mos entrando, y que se distingue por la apertura al mercado mundial y
la competencia en este campo. No sugiero ceder ante esta tentación.
Las fuerzas dominantes del capitalismo mundial no han creado «espon-
táneamente» el (los) modelo(s) de desarrollo. Este «desarrollo» le fue
impuesto. Fue el producto del movimiento de liberación nacional del
Tercer Mundo contemporáneo. El enfoque que propongo subraya la con-
tradicción entre las tendencias espontáneas e inmediatas del sistema
capitalista, las que siempre están guiadas solo por las ganancias finan-
cieras a corto plazo que caracterizan este modo de administración so-
cial, y las visiones a largo plazo que guían el aumento de las fuerzas
políticas, en conflicto por esa misma razón, con la anterior. Este con-
flicto, ciertamente, no resulta siempre radical, el capitalismo mismo se
ajusta a él, incluso de manera ventajosa. Pero solo se ajusta, no genera
su movimiento.
Todos los movimientos de liberación en África compartieron esta vi-
sión modernista, la cual califico de capitalista por esta misma razón.
Capitalista por su concepto de modernización, del que se esperaba que
produjera las relaciones de producción y las relaciones sociales básicas
propias del capitalismo: las relaciones salariales, la administración de los
negocios, la urbanización, los patrones de educación, el concepto de
ciudadanía nacional. Sin duda, también otros valores característicos del
capitalismo contemporáneo, como el de la democracia política, desafor-
tunadamente estuvieron ausentes, y esto se debió a las exigencias aso-
ciadas a los inicios del desarrollo. Todos los países de la región —radicales
y moderados— escogieron la misma fórmula del partido único, eleccio-
nes absurdas y líderes fundadores de las naciones, etc. Incluso, en la
ausencia de una clase media empresarial se esperaba que el Estado —y
sus tecnócratas— la sustituyeran. Pero algunas veces, la emergencia de la
clase media era vista con sospechas con relación a la prioridad que más

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tarde se le daría a sus intereses inmediatos sobre aquellos en construc-
ción a más largo plazo. La sospecha devino, en el ala radical del movi-
miento de liberación nacional, sinónimo de exclusión. Esta ala radical
entonces creyó, de manera natural, que su proyecto era el de la «cons-
trucción del socialismo». Y asumió, entonces, la ideología soviética.
Si adoptamos el criterio del movimiento de liberación nacional, que
es la «construcción nacional», los resultados son en su conjunto discuti-
bles. La razón estriba en que, mientras que el desarrollo del capitalismo
en sus primeras etapas sirvió de base para la integración nacional, la
globalización que operaba en las periferias del sistema, por el contrario,
quebró las sociedades. Sin embargo, la ideología del movimiento nacio-
nal ignoró esta contradicción, cerrándose en el concepto burgués de
«sobreponerse a su retraso histórico», y concibió esta nivelación desde
una participación pasiva en la división internacional del trabajo (y no
trató de modificarla mediante la desconexión). Sin duda, de acuerdo
con las características específicas de las sociedades precapitalistas
neocoloniales, este impacto de desintegración fue, más o menos, dra-
mático. En África, donde los límites coloniales artificiales no respeta-
ron las historias previas de sus pueblos, la desintegración asociada a la
«periferización» capitalista hizo posible que sobreviviera el etnicismo, a

SAMIR AMIN / El Sur ante la crisis: África en la globalización en crisis


pesar de los esfuerzos de las clases dominantes, una vez conseguida la
liberación nacional, de eliminar estas manifestaciones. Cuando la crisis
llegó destruyendo de improviso los incrementos en los excedentes que
habían sido promovidos por las políticas trans-étnicas de financiamiento
del nuevo Estado, la misma clase dominante se fragmentó, perdiendo
toda legitimidad basada en los logros del «desarrollo», tratando de crear
para sí nuevas bases a menudo asociadas con el retroceso étnico.
Mientras un número de países en Asia y América Latina se lanzó durante
aquellas «décadas del desarrollo» de la segunda mitad del siglo XX a un
proceso de industrialización que resultó, en algunos casos, ser competitivo
en los mercados globales, «el desarrollo exitoso» (de hecho, desarrollo
sin crecimiento) se dio en África dentro de los marcos de la antigua
división del trabajo, es decir, proveyendo materias primas. Los países
petroleros, al igual que aquellos que poseen importantes recursos mine-
rales como cobre, usualmente sufren de largas crisis estructurales de
demanda, al igual que algunas «agriculturas tropicales», como Costa de Marfil,
Kenia, Malawi. Estos fueron presentados como «éxitos brillantes». De
hecho, ellos no tenían futuro, pertenecían al pasado desde el inicio de su

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prosperidad. Es por ello que la mayoría de estas experiencias resultaron
ser de crecimiento no exitoso incluso dentro de los límites de la antigua
división del trabajo. Este es el caso de la mayor parte del África subsaha-
riana. Estas dificultades no fueron necesariamente el resultado de «ma-
las políticas», sino de condiciones objetivas. Por ejemplo, este tipo de
desarrollo ya había sido alcanzado en las épocas coloniales y llegó a su
máxima expresión alrededor de 1960. Es el caso de Ghana, ¡el milagro
de la Costa marfileña fue simplemente un caso de catching up [nivelización]
con los éxitos alcanzados en la costa oeste africana!
IV. Lo que siguió a la erosión de los proyectos de desarrollo nacional
de los años sesenta y setenta está bien documentado.
El punto de partida fue una regresión brutal, en los ochenta, en el
equilibrio de las fuerzas sociales para beneficiar al capital. El capital
dominante, representado por las transnacionales, pasó a la ofensiva,
operando en África a través de los llamados «programas de ajuste estructu-
ral» impuestos a todo el continente desde la década de los ochenta. Les
denomino «llamados» porque, de hecho, aquellos programas fueron más
coyunturales que estructurales, su objetivo real y exclusivo era la subor-
dinación de las economías de África constriñéndolas al pago de los ser-
vicios de la alta deuda externa, de lo cual resulta, en gran medida, el
producto real del estancamiento que comenzó a aparecer en los Países
Menos Adelantados junto con la profundización de la crisis del sistema
global.
Durante las dos últimas décadas del siglo pasado, las tasas promedio
de crecimiento del PIB cayeron aproximadamente hasta la mitad de lo
que habían sido en las dos décadas anteriores, para todas las regiones
del mundo, incluida África. La excepción fue el este asiático.
Es durante el período de crisis estructural que la deuda externa de los
países del Tercer Mundo (y de Europa del Este) comenzó a crecer
peligrosamente. La crisis global está, por cierto —como suele ocurrir—,
caracterizada por el crecimiento de la desigualdad en la distribución de
los ingresos, altas tasas de beneficios y, por tanto, un aumento del exce-
dente del capital que no puede encontrar una salida en la expansión de
los sistemas productivos. Las salidas financieras alternativas tenían que
ser creadas para evitar la desvalorización brutal del capital. El déficit
de los Estados Unidos, la deuda externa de los países del Tercer Mundo
son respuestas a este financiamiento del sistema. La carga había ahora
alcanzado niveles insostenibles. ¿Cómo podría un país pobre africano

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destinar la mitad, o más, de sus exportaciones solo al pago de los intereses
de dicha deuda y, a la vez, exigírsele ser «más eficiente» y «ajustarse»?
Recordemos que después de la Primer Guerra Mundial el pago de las
reparaciones alemanas representó solamente el 7 % de las exportacio-
nes de este poderoso país industrial. ¡Y entonces, la mayoría de los eco-
nomistas de la época consideraban este nivel muy alto y el «ajuste» alemán
como algo imposible! ¡Alemania no podía ceñirse a la pérdida del 7 %
de su potencial exportador, pero se suponía que Tanzania fuera capaz de
ajustarse a la pérdida del 60 % del mismo!
Los resultados devastadores de estas políticas son conocidos: regre-
sión económica, desastres sociales, inestabilidad creciente y también,
en ocasiones, la conmoción de toda la sociedad (como en Ruanda,
Somalia, Liberia y Sierra Leona). Durante la década de los noventa, las
tasas de crecimiento del PIB per cápita en África fueron negativas (me-
nos 0,2 %). Este continente fue el único en este caso. Como resultado,
su participación en el comercio mundial decreció. Este hecho es preci-
samente lo que se ha calificado de «marginalización». En lugar de ello,
debemos hablar de una dramática inadecuada integración en el sistema
global. ¡Los economistas neoliberales convencionales pretenden que esta
es solo una «transición dura» hacia un futuro mejor! Pero, ¿cómo puede

SAMIR AMIN / El Sur ante la crisis: África en la globalización en crisis


ser? La destrucción de los tejidos sociales, el crecimiento de la pobreza,
el retroceso en educación y salud no pueden deparar un futuro mejor,
no pueden ayudar a los productores africanos a devenir «más competiti-
vos» como se les exige. Más bien todo lo contrario.
Este programa neocolonial para África es, de hecho, el peor patrón
de integración en el sistema global. No puede producir sino una mayor
disminución de la capacidad de las sociedades africanas para enfrentar
los retos modernos. Estos retos son seguramente novedosos en buena
parte, relacionados con los efectos posibles a largo plazo de la revolución
tecnológica en marcha (informática) y a través de ellos, en la organiza-
ción del trabajo, su productividad y los nuevos patrones de la división
internacional del trabajo. Lo que debe decirse al respecto es que todos
estos desafíos están operando en el mundo real a través de conflictos en las
estrategias. En este momento, el segmento dominante del capital global
—las transnacionales— parece dictar lo que es favorable para el pro-
greso de sus estrategias particulares. Los pueblos y los gobiernos africanos
aún no han desarrollado contraestrategias propias similares, quizás, a las
que los países del sudeste asiático tratan de impulsar. En este contexto

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la globalización no ofrece a África solución a ninguna de sus problemá-
ticas. Las inversiones directas, privadas y extranjeras en el continente
son, como todo el mundo conoce, insignificantes y exclusivamente con-
centradas en la minería y otros recursos naturales. En otras palabras, la
estrategia de las transnacionales no ayuda a África a superar el patrón
de la división internacional del trabajo que pertenece a un pasado remo-
to. La alternativa desde un punto de vista africano necesita combinar la
construcción de economías y sociedades autocentradas y la participa-
ción en el sistema global. Esta ley general es válida para África en la
actualidad tal como ha sido a través de la historia moderna para todas
las regiones del mundo.
Es aún muy temprano para saber si los pueblos africanos avanzan
hacia este objetivo. Existen discursos hoy sobre un «renacer africano».
No hay duda que la victoria del pueblo africano en Sudáfrica y el quiebre
del sistema del apartheid creó esperanzas positivas, no solo para este
país, sino también para muchas partes del continente. Pero aún no hay
señales visibles de que estas esperanzas cristalicen en estrategias alter-
nativas. Esto necesitaría de cambios dramáticos en varias dimensiones
nacionales, superar aquello que generalmente se enmarca dentro de las eti-
quetas de la «buena gobernanza» y la «democracia política multiparti-
dista»; así como también en los niveles regionales y globales. Otro patrón
de globalización debería entonces emerger gradualmente de estos cam-
bios, haciendo posible la corrección de la mala integración de África al
sistema global.

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RUTH No. 6/2010, pp. 29-80

ARCHIE MAFEJE*

La cuestión agraria, el acceso a la tierra


y las respuestas de los campesinos
en el África subsahariana**

Introducción

Es importante destacar que el punto de referencia en este artículo es


el África subsahariana. La razón es que el África subsahariana se caracte-
riza por algunos regímenes de tenencia de tierra y sistemas de organiza-
ción social para la producción, únicos. Esto tiene profundas implicaciones
conceptuales y plantea intrigantes preguntas en cuanto a la transforma-
ción agraria de la subregión. Como será mostrado, la mayor parte de
estas implicaciones se perdieron en la mezcla confusa de teorías euro-
céntricas y tendencias universalizantes. Sin embargo, un estudio cuida-
doso de los sistemas agrarios africanos podría mostrar con facilidad que
hay más de un camino hacia el desarrollo social agrícola y rural. Esto es
particularmente importante como consecuencia de la monoeconomía
de Occidente y el tránsito hacia la globalización y la homogeneización en
un orden mundial unipolar. El reconocimiento de la variedad no es solo
una parte de los imperativos de la democratización del orden mundial,
sino que también es enriquecedor a largo plazo.
*
Antropólogo sudafricano que fue forzado al exilio por el régimen del apartheid. Profesor en
varias universidades e institutos de todo el mundo: Instituto de Estudios Sociales en Le
Hague, Universidad de Dar Es-Salaam, Universidad Americana en el Cairo, Centro de Inves-
tigaciones Multidisciplinarias de la Universidad de Namibia y desde 2001 fue profesor en la
Universidad de Sudáfrica (UNISA). Autor de numerosos libros, monografías y artículos. Su
crítica al concepto de tribalismo y sus aportes a la antropología son referenciados en numero-
sos trabajos. Entre estos últimos sobresalen sus investigaciones sobre la cuestión agraria en
África. Falleció en Pretoria en 2007.
**
Traducido del inglés por Oscar Ochoa González.

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En consecuencia, el artículo tratará cinco cuestiones principales. Pri-
mero, interrogará conceptos eurocéntricos y nociones sobre la tenencia
de tierra en el África subsahariana. Segundo, intentará rehabilitar la auten-
ticidad de los sistemas africanos de tenencia de tierra y de organización
social para la producción enfocándolos desde el interior. Como tal, cons-
tituirá un estudio genérico de actitudes africanas hacia la tierra, su ad-
quisición y usos, y su administración para la reproducción social y la
producción. Tercero, se analizará la forma en que los productores afri-
canos se han adaptado a las cambiantes condiciones económicas, en
especial a la introducción del sistema capitalista y el mercado de pro-
ductos agrícolas. También implicará una revisión de los constructos teó-
ricos que han desarrollado principalmente los defensores eurocéntricos
para caracterizar dichas adaptaciones o las respuestas y las predisposi-
ciones políticas a las que han dado lugar. Cuarto, el documento intenta-
rá clarificar algunas cuestiones conceptuales implicadas para discernir
mejor algunos de los procesos subyacentes, y así explicar por qué los
campesinos africanos, en particular, se han comportado de maneras
impredecibles, incluso para sus gobiernos. Quinto, se evaluarán las pers-
pectivas para una genuina transformación agraria en el África
subsahariana. Sin embargo, es justo advertir al lector que estas cuestio-
nes están unidas dinámicamente y tenderán a entretejerse en el artículo.

Las concepciones y nociones eurocéntricas

Durante mucho tiempo, los estudios agrarios en el África subsahariana


habían estado sometidos a prejuicios derivados de las experiencias de
otros continentes, a saber, Europa, América Latina y Asia. Por ejemplo,
a pesar de que los investigadores africanos no han encontrado ninguna
relevancia en el concepto de «reforma agraria» fuera de las sociedades
de poblaciones africanas del sur, este se convirtió en preocupación prin-
cipal de eruditos europeos que trabajan la agricultura en África. Se re-
monta a los tiempos coloniales y continuó después de la independencia.
Agencias especializadas como la Organización de las Naciones Unidas
para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Banco Mundial, han
reforzado esta tendencia desde los años setenta. Ello a pesar de que
todos estaban conscientes de que el África subsahariana no había soporta-
do ningún terrateniente, que tenía un suministro abundante de tierra y

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que los productores, incluso las mujeres casadas, tenían garantizado el
acceso a la tierra para el cultivo. Sin embargo, los sistemas africanos de
tenencia de tierra siguieron siendo vistos como un obstáculo importante
para el desarrollo agrícola. La suposición eurocéntrica subyacente era,
y todavía es, que la carencia de derechos individuales exclusivos sobre
la tierra da ocasión a la inseguridad de la tenencia y, por tanto, inhibe la
inversión permanente en la tierra. Esta suposición está basada en la idea
errónea de que los sistemas africanos de tenencia de tierra son «comu-

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
nales» y, como tal, todos y cada uno de los individuos pueden reclamar
cualquier pedazo de tierra o tener acceso a ella a su antojo. Esto es un
error básico.
Primero que todo, es importante indicar que los conceptos usados
para caracterizar los sistemas africanos de tenencia de tierra fueron sa-
cados de la jurisprudencia europea, lo cual condujo a una serie de falsas
ideas. Entre estas puede mencionarse la noción de «propiedad» sobre la
tierra y la tierra como «propiedad». Según la jurisprudencia europea,
estos dos conceptos se refieren a algunas partes delineadas del solum
físico y confieren la jurisdicción, así como el control exclusivo, al titular. En
cambio, en el África subsahariana el titular podría ser cualquiera de va-
rios actores: las autoridades territoriales (dominium eminens), el clan, el
linaje, el grupo familiar o la unidad de producción, pero nunca el indivi-
duo. De ahí que se distinga entre depositarios y derechos de uso. Como
es completamente evidente en este caso, los titulares son grupos orga-
nizados de manera vertical con derechos corporativos y no la comunidad
en su conjunto. A diferencia de Asia y Europa, las aldeas africanas no
eran unidades económicas, sino más bien unidades sociopolíticas soste-
nidas por lazos de parentesco y de buen vecino. En tanto que la asigna-
ción y la explotación de la tierra cultivable fueron determinadas por el
ingreso en los grupos particulares enumerados más arriba, es una seria
transgresión conceptual pensar en los sistemas africanos de tenencia de
tierra como «comunales». Al contrario, aunque colectivos, los derechos
sobre la tierra en el África subsahariana eran más limitados y controlados de
lo que podría sugerir la noción de «régimen de tenencia comunal».
Esto influye de manera muy importante sobre la cuestión de la segu-
ridad de la tenencia, lo que se convirtió en una obsesión entre los teóri-
cos burgueses simplemente porque, por prejuicio, interpretaron los
derechos colectivos sobre la tierra como «libre para todos» en una base
comunal. Los derechos colectivos sobre la tierra en el África subsahariana

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son custodiados con mucho celo por grupos solidarios de tenencia de
tierra, y cualquier transferencia no autorizada socialmente conduce sin
remedio al conflicto, si no a la violencia real. Es uno de los principios
básicos que eluden quienes apuestan por el «libre acceso al mercado» y
los «reformistas agrarios» gubernamentales. Esto ofrece garantías a los
miembros de los grupos de tenencia de tierras, pero se opone con fuerza
a esquemas de reasentamiento, como los gobiernos de Kenia, Ghana y
Zimbabue han llegado a conocer.
En cuanto al concepto de propiedad de la tierra en el África negra,
después de muchos años de artificio legal, se ha acordado que este es
ajeno al derecho consuetudinario africano. La jurisprudencia africana
reconoció los derechos de posesión determinados por acuerdos previos
y la pertenencia a determinados grupos sociales, los derechos de uso
dependientes del trabajo social y los derechos de intercambio social
acentuados por derechos reversibles implícitos. En realidad, hubo una
distinción en el pensamiento social africano entre el suelo y sus posibles
manifestaciones, como los cultivos y la vegetación. En esencia, lo que
fue transferido al usuario no era el suelo en sí mismo, sino lo que podía
producir. Por otra parte, la tierra fue tratada como parte permanente de la
existencia humana y, en general, esto fue dado por sentado. Esto no dismi-
nuyó su valor, como generalmente creen los eurocentristas, sino que, en
cambio, lo hizo inestimable. Entre otras cosas significa que, lejos de ser
solum físico, la tierra es un atributo social, en principio inalienable. Está
asociada con la existencia social, asentada en el espacio, pero trascien-
de el tiempo; es decir, hay ciertas esferas reconocidas de la posesión de
tierra, pero ciclos variables de control sobre esta. Ello da al sistema una
inusual permanencia, así como una flexibilidad práctica dentro de sus
propios términos de referencia. En tiempos modernos esto se ha con-
vertido en una gran fuente de confusión y malentendidos. Deseosos de
cambio y desarrollo, planificadores, legisladores y responsables polí-
ticos se han esforzado por descubrir en este entorno conceptos materia-
listas occidentales equivalentes, o por imponerlos. «Propiedad» es una
de las palabras mágicas.
En un inicio era «propiedad comunal», ahora es «propiedad común».
Sin embargo, es evidente que las connotaciones judiciales y la frecuen-
cia del poder personal en la «propiedad» son demasiado específicas y
restrictivas para describir con precisión los derechos, inclusivos y diver-
sos, sobre la tierra como son entendidos por los africanos. Por ejemplo,
los derechos que un clan afirma sobre un área son en parte políticos y
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en parte rituales, y no más. En contraste, los derechos que un linaje
puede reclamar sobre la tierra son concretos y justificados por lazos
actuales de consanguinidad e intereses corporativos. Incluso más mun-
dano, son derechos de uso familiares ampliados, en los cuales el control
del suelo es más personalizado en la forma de cabezas de grupos de
familias. Mientras en este caso la reclamación sobre la tierra se justifica
por el trabajo social, sería erróneo suponer que este confiere «derechos
de propiedad» a los usuarios. Aunque en la literatura términos como

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
«estado familiar» sean invocados con frecuencia, se debe recordar que
estos son solo productos del trabajo social —por ejemplo, cosechas y
ganado—, que son objetos de la apropiación. Estos pueden mencionar-
se legítimamente como la propiedad de los usuarios. Sin embargo, debe-
ría prestarse más atención para distinguir entre los derechos de propiedad
de las diferentes unidades de producción y consumo. Una vez más, aunque
bajo la influencia occidental, pudiéramos estar acostumbrados a pensar
en «la familia» como la unidad fundamental de producción y consumo
en las sociedades agrarias, este no es necesariamente el caso en África.
A menudo son los grupos familiares quienes se ajustan a esta definición
social, mientras que las familias con frecuencia no son depositarias de
la propiedad hereditaria, con independencia de cómo es generada.
Esta aparente paradoja se explica por el simple hecho de que la orga-
nización social en el África subsahariana está basada en el principio de
linajes o grupos de descendencia unilineal. Legalmente, la propiedad es
sostenida y transmitida a través de ellos. Puesto que los linajes y los
clanes son exógamos, ipso facto excluye a los cónyuges, sean hombre o
mujer. Desde el punto de vista de la relación entre trabajo social y dere-
chos sobre su producto, esto constituye una gran contradicción y una
fuente de injusticia para las mujeres y otros miembros que no son pa-
rientes de los grupos familiares africanos. Esta regla de exclusión tiene
implicaciones serias para los grupos familiares, los cuales son las unida-
des básicas de producción en la agricultura y para cuya formación las mujeres
que los constituyen son una condición necesaria. Es decir, según la cos-
tumbre, la tierra es asignada solo a hombres casados para ser cultivada
por sus esposas, las cuales no tienen jurisdicción sobre la propiedad de
la familia o el linaje mínimo. En otras palabras, las mujeres casadas
producen valor para los grupos de sus maridos.1 Ellas retienen solo las
1
E. Boserup: Women and their Role in Peasant Societies, documento presentado en el Seminario de
agricultores.

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reclamaciones latentes del valor de uso en las familias de sus padres.
Además, en tanto que el reclutamiento en grupos familiares no solo
está basado en la descendencia, sino también en el matrimonio y en
otras relaciones, su composición es necesariamente variable e inconsis-
tente con el principio de determinar el acceso a la propiedad a través de
la descendencia. La separación entre el trabajo social y su valor actual
o acumulado tiene un efecto restrictivo definido en la movilización de
mano de obra y recursos dentro de la agricultura africana bajo las condi-
ciones del mercado moderno.

Las dinámicas de los sistemas de tenencia


de tierra africanos

Lo que se describe en la sección anterior es la gramática o los principios


rectores de los sistemas de tenencia de tierra en el África subsahariana.
Pero, como cualquier sistema, para sobrevivir en condiciones cambian-
tes debe dar muestras de flexibilidad necesaria. Es interesante observar
que la mayoría de los gobiernos africanos no tiene ninguna política sobre la
tierra de la que hablar, pero esencialmente tienen una política agrícola
(una de las excepciones es Etiopía después de la revolución de 1974).
Esto no es sorprendente, considerando nuestro argumento de que no
hay ninguna cuestión sobre la tierra en el África subsahariana, excepto
en las sociedades de colonos blancos del sur de África. Algunos peque-
ños ajustes en la asignación de tierras habían sido destinados a impulsar
la producción agrícola entre unos pocos agricultores seleccionados en
los programas particulares de desarrollo. En el sur de África habían sido
emprendidos pequeños ajustes similares, en aras de apaciguar a los negros
ávidos de tierra enfrentados a terratenientes blancos intransigentes. Aparte
de ello, la mejor manera de comprobar la validez de nuestra tesis de que
no hay ninguna cuestión de la tierra en la subregión, sería investigar el
mecanismo existente para la generación, asignación y reivindicación de
los derechos sobre la tierra en el contexto contemporáneo.

Generación de derechos sobre la tierra

Varias encuestas de diversos países subsaharianos2 han mostrado que


más del 90 % de los derechos sobre la tierra disfrutados por cultivadores
2
FAO: Report of the Round Table on The Dynamics of Land Tenure and Agrarian Systems in Africa.

34

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y pastores africanos se generan a través de la tenencia consuetudinaria.
Esto se aplica incluso en aquellos casos donde la presión demográfica
ha alcanzado proporciones críticas, por ejemplo, Ruanda, Burundi,
Gambia y Lesoto. La pertenencia a determinado linaje o clan sigue siendo
el principal criterio para la asignación de tierras. El reconocimiento de los
dominios del clan facilita a los linajes mantener un fondo estable de
tierra y controlar cualquier influjo de forasteros, es decir, de quienes no
son parientes. Del mismo modo sucede con los derechos corporativos

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
sobre la tierra, pues los miembros del linaje tienen en común salvaguar-
darla contra la enajenación de esta por forasteros.
Sin embargo, esto no significa que no haya intercambio de tierra a
través de las fronteras de los linajes, sino que todavía persiste una fuer-
te creencia en la inalienabilidad de la tierra o en los derechos de rever-
sión. En el pasado, este problema había sido infringido con la cesión del
uso de la tierra a extranjeros necesitados a cambio de un precio conve-
nido o parte de los productos, lo que no es equivalente a la venta de
terrenos. Esto dio lugar al conocido fenómeno de agricultores emigran-
tes en África Occidental y en el sur de Uganda, lo cual fue posible gra-
cias a la distinción en el derecho consuetudinario africano entre el solum
y sus manifestaciones. Al mismo tiempo, permitió el acceso a la tierra a
un círculo más amplio de usuarios potenciales, como respuesta a la in-
troducción de cultivos comerciales, sin poner en riesgo la seguridad de
los linajes. Hay varias cuestiones implícitas en este desarrollo, que han
suscitado respuestas contrarias de los teóricos del desarrollo. Hay quie-
nes ven en la insistencia de los habitantes rurales del África subsaharia-
na en los derechos corporativos sobre la tierra y en la inalienabilidad de
la tierra en general, una barrera para un mayor desarrollo. Se argumenta
que inhibe la inversión en tierras de sus actuales usuarios por el temor a que
sean asignadas a otros solicitantes. El contraargumento de aquellos
que están preocupados por la difícil situación de los pequeños produc-
tores, o los pobres rurales, es que la individualización de los derechos
sobre la tierra conducirá inevitablemente a la monopolización de la tierra
por los pocos afortunados y, por consiguiente, a la pauperización de la
mayoría de la población rural. Aunque lógicamente sostenibles, ambos
argumentos fallan en términos de la dinámica de la situación.
En cuanto al primer argumento, basta con señalar que no hay prue-
bas de que los productores agrícolas africanos en general no están ha-
ciendo lo correcto debido a la falta de acceso a tierras cultivables y a la

35

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inseguridad de la tenencia bajo regímenes de tenencia consuetudinaria.
Si este fuera el caso, no seríamos capaces de explicar la expansión de la
producción agrícola en el África subsahariana en los años cincuenta y
sesenta, y el desarrollo del modo ampliado de producción a pequeña
escala en varios países bajo las mismas condiciones de tenencia de tierra.
El segundo argumento también es concebido teóricamente porque desde la
independencia, y a pesar de la preferencia establecida de la tenencia
individual por los gobiernos neocoloniales africanos, más del 90 % de
los derechos sobre la tierra en las zonas rurales sigue siendo generado a
través de los canales acostumbrados.
En los pocos países en los que se ha logrado algún progreso en la
introducción de la tenencia individual de tierra, hay evidencia de la pre-
sión popular o intentos de recobrar los derechos corporativos sobre ta-
les tierras. En años recientes, en países como Kenia, se llegó al extremo
de una demanda sin precedentes por la que los residentes establecidos
desde hacía tiempo, venidos de otras partes, fueron desalojados. El mo-
vimiento, del cual los políticos locales se aprovecharon, se dio a cono-
cer como majimbo. Esto produjo resentimiento entre los residentes, al
mismo tiempo que creó oportunidades para que políticos locales
corruptos se adueñaran de la tierra.3 Sin duda, es una perversión de lo
referido a derechos de reversión. Se distingue de los movimientos po-
pulares en zonas muy pobladas, como la Provincia Central y el Valle del
Rift, donde los desplazados reaccionaron ocupando el clan original, las
tierras del clan o creando «empresas» con sus propios esfuerzos para
volver a comprar las tierras perdidas. Indudablemente es una manifestación
de resistencia popular contra la individualización de los derechos o los
controles sobre la tierra. Del mismo modo, es un veto popular de las
políticas de aquellos gobiernos que han tratado de instituir la enajenación
de la tierra a individuos y una tenaz reafirmación de los valores culturales
africanos hacia la tierra y su uso. Los críticos de izquierda han exagera-
do el grado de individualización de los derechos de la tierra en África
y con ello han minimizado el nivel de resistencia popular. Uno de los
motivos es que en sus mentes la comercialización de la producción agrí-
cola está muy asociada con la «individualización» de la producción a una
escala progresiva. Esto no es ni verdadero ni necesario para que ocurra
dicha comercialización. Lo cierto del asunto es que el grueso de la lla-
3
K. Kanyinga: The Land Question in Kenya: Struggles, Accumulation and Changing Politics (Tesis
doctoral).

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mada agricultura comercial en el África subsahariana ha ocurrido en
esquemas familiares, ya sea con un título de propiedad o sin él.
La élite misionera rural formada, podría haber acogido con satisfacción
la oportunidad de tener los títulos de sus parcelas o incluso aumentar estas.
La cuestión es, sin embargo, que fue hecho de manera general en nom-
bre de las mismas familias o unidades empresariales que adquirieron
educación occidental. La autoexaltación de los cristianos conversos en
las zonas rurales es bien conocida, pero rara vez esto resulta en «propiedad

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
absoluta» en el sentido occidental. En nuestra opinión, ello depende de
la dinámica del modo de organización social por linajes en el África
subsahariana, que consiste en unidades que son radicalmente diferentes
de lo que es conocido como «familia» en Occidente. Por tanto, lo que
podría haber cambiado en esta parte del continente no es tanto la gene-
ración de derechos sobre la tierra, sino más bien el manejo de los dere-
chos de los usuarios.

La asignación de derechos sobre la tierra

La asignación de la tierra en el África subsahariana ex colonial está su-


jeta a dos regímenes. Por una parte, existe la persistente tenencia con-
suetudinaria, por la cual los jefes o los cabezas de linajes son responsables
de la distribución de la tierra para el uso de los miembros de la comuni-
dad local, quienes están invariablemente ligados por lazos consanguí-
neos. Si bien esto no es exacto para cada miembro de la comunidad,
denota la resistencia de fundar linajes que explican la transmisión de la
tierra de generación en generación. Mientras que los adjudicatarios particu-
lares podrían tratar de maximizar sus beneficios en las condiciones moder-
nas de creciente presión demográfica y aumento del valor de la tierra, el
propio sistema está orientado a la equidad. Los miembros individuales
tratan de acceder a la tierra como un derecho natural factible en cierta
etapa de su ciclo vital. Esto, sin duda, pone límite a la cantidad de tierra
que cada miembro puede reclamar. Aunque los debates sobre esta cues-
tión a menudo degeneren en riñas ideológicas, es evidente que sus efec-
tos en el desarrollo dependen de factores demográficos y tecnológicos,
un punto al cual volveremos en el momento oportuno.
La segunda fuente de autoridad para la asignación de tierras en el
África subsahariana independiente es, por supuesto, el gobierno. Varios

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gobiernos, a través de la legislación y la intervención administrativa,
han intentado modificar los sistemas consuetudinarios de tenencia exis-
tentes. Prácticamente en todos los casos, la preocupación principal era
mejorar la producción agrícola. La transferencia de la tierra de una clase
de dueños a otros, excepto en Etiopía, era uno de los objetivos del
ejercicio. Basado en la persistente, pero errónea, creencia de que «la
propiedad comunal» de la tierra inhibe la inversión en tierras, varios
gobiernos africanos intentaron promover la tenencia individual, ofre-
ciendo títulos a los poseedores de parcelas asentados en las áreas desig-
nadas, por ejemplo, el esquema de «un millón de acres» en Kenia, o la
concesión de arrendamientos de hasta noventa y nueve años a poseedo-
res de parcelas seleccionados o a cabezas identificadas de familia, como
se hizo en Lesoto, Nigeria y Zambia. En términos generales, no se rea-
lizó ninguna asignación directa. La estrategia consistía en dejarlo a las
fuerzas del mercado, una vez que los títulos individuales habían sido
introducidos. Se trataba de una medida inefectiva porque se limitaba
a la consolidación patrocinada por el gobierno, el reasentamiento, los
planes de riego y un número limitado de fincas estatales que fueron
heredadas tras la partida de los colonos blancos. En este contexto no
deja de ser significativo que, cuando los gobiernos del África subsaha-
riana hablan de «reforma agraria», no consideran la redistribución de la
tierra, sino más bien la delimitación de esta y reformas técnicas en áreas
seleccionadas, tierras por lo general «liberadas» o públicas. Esto justifi-
caría la opinión de que no hay ninguna necesidad de reforma agraria en
el África subsahariana e indicaría que aquellos gobiernos africanos que
pretendan ponerla en práctica, son conscientes de la resistencia que encon-
trarían en los guardianes y los partidarios de la tenencia consuetudi-
naria. Por consiguiente, por el momento, la generación de derechos sobre
la tierra sigue siendo prerrogativa de la población. Ello no existe en
ninguna otra parte del mundo moderno y podría apuntar a modos alter-
nativos de organización social que habían sido descartados por los
eurocéntricos.

Vindicación de los derechos sobre la tierra

El concepto de «tenencia comunal de la tierra», aunque persistente, es


insuficiente para explicar cómo se generan y vindican los derechos so-

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bre la tierra en el África negra. Asimismo, no distingue entre diferentes
tipos de derechos sobre la tierra. Sin embargo, es importante señalar
que mientras que los pastaderos, los árboles para leña y construcción,
y las hierbas para techar son de uso comunal, las parcelas de tierras
cultivables no están disponibles para todos. Su uso se restringe no a
individuos, sino a unidades de producción particulares que son repre-
sentadas por los jefes de los linajes mínimos o las llamadas familias
ampliadas. Tales adjudicatarios tienen derecho a seguridad máxima de

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la tenencia mientras sus posesiones sean cultivadas continuamente
y ellos mismos no sean expulsados por sus parientes o desterrados por
las autoridades territoriales bajo cuya jurisdicción caen. Como las dos
últimas suceden en raras ocasiones, ello implica que los linajes realmen-
te mantienen su tierra adjudicada a perpetuidad. Lo que puede ocurrir
—y ocurre— es que en condiciones de creciente escasez de tierra, las
adjudicaciones originales sean subdivididas entre varios titulares, por
ejemplo, hermanos y primos. Llamarle a esto «comunal» sería forzar
demasiado el asunto puesto que se comparte entre aquellos que ya tie-
nen ciertos derechos comunes de propiedad sobre bienes o inmuebles y
que están relacionados por lazos exclusivos de mutua obligación. Por
tanto, se puede concluir que los derechos africanos subsaharianos de
tenencia consuetudinaria son reivindicados por la pertenencia a grupos
socialmente reconocidos y por el uso continuado de las tierras por las
unidades productivas beneficiarias.
Como se mencionó anteriormente, hubo de manera paralela una in-
troducción selectiva de tenencia individual de tierra en algunos países
africanos. Esto se hizo sobre la base de que ofrecía mayores garantías
que los sistemas consuetudinarios de tenencia y que así se animaba la
inversión en la tierra. Esta posición recibió el apoyo de marxistas orto-
doxos como Samir Amin, quién planteó que «la propiedad privada so-
bre la tierra» era una condición necesaria para el desarrollo agrícola en
África.4 Nos arriesgamos a decir que esto no es nada más que presuposi-
ciones basadas en la experiencia histórica europea. En el Oriente ocurrie-
ron grandes revoluciones agrícolas sin la introducción de la propiedad
privada sobre la tierra. En efecto, fue la producción colectiva lo que
hizo posible grandes proyectos agrícolas, tales como proyectos de riego
y economías de escala en la agricultura de Mesopotamia, Egipto e India.
4
Samir Amin: Class and Nation, Historically and in the Current Crisis.

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En el África negra, todavía tiene que ser probado que, en general, la
inversión en las tierras privadas ha sido mayor que en las equivalentes
parcelas mantenidas bajo la tenencia consuetudinaria; excepto en el sur
de África, donde la política del gobierno favoreció a los agricultores
blancos excluyendo a los llamados agricultores de subsistencia de las
antiguas reservas nativas. La agricultura colectiva y las cooperativas no
han recibido una buena oportunidad entre los productores negros de la
subregión. En países como Senegal y Zimbabue, a las mujeres produc-
toras, quienes son una categoría desfavorecida, bajo condiciones de mer-
cado, les ha ido mejor uniéndose. Sospechamos que los miembros
masculinos de los linajes dados harían lo mismo, si les dieran la oportu-
nidad en virtud de esquemas de consolidación apropiados. Bajo la nueva
administración en Sudáfrica, las comunidades que habían sido expro-
piadas en beneficio de los agricultores blancos se alegran de que se les
devuelvan sus tierras no como individuos, sino como colectividades
nativas. Sería interesante ver cómo ellos distribuyen la tierra entre sí
después de casi cien años de despojo. Esto podría aplicarse también a
Zimbabue, si tiene éxito caótica tal cual es la campaña de los negros
para recobrar las tierras perdidas. El majimboísmo en Kenia está lleno
de dificultades en tanto no fue iniciado por fuerzas populares, sino por
políticos oportunistas quienes, en vez de dejar a la gente decidir cómo
tratar la cuestión de la tierra, arrebataron la disputada para ellos mis-
mos. Esto podría probar que no es el final de la historia y, por tanto, los
kenianos democráticos obtendrían muy poco alivio de ello.

Gobierno y respuestas del campesinado


a la cuestión agraria

En la discusión anterior, se plantea con fuerza que los derechos sobre la


tierra en el África negra siguen relacionados con la pertenencia a grupos
de filiación y con nociones consuetudinarias, hasta en aquellas áreas
donde los gobiernos han impuesto la limitada tenencia individual de
tierra. Desde el punto de vista de la reforma agraria, esto crea cierta
confusión y carencia general de dirección. Las cosas que no deberían
pasar por derecho pasan por hecho. Significa un conflicto potencial en-
tre el Estado y los cultivadores asentados o el campesinado. Además, se
refleja negativamente sobre las políticas agrarias que hasta ahora han

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sido adoptadas por los diferentes gobiernos africanos. Para una correcta
evaluación de la situación, sería útil identificar algunas de ellas. Se in-
cluirían en la lista los esquemas especiales de desarrollo, la innovación
tecnológica, la mercadotecnia y los impuestos.

Seudo-reformas agrarias

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
Como se ha advertido ya, los programas de reforma agraria en el África
subsahariana no se orientaron a la redistribución de la tierra —excepto
en Etiopía—, sino a mejorar lo que se pensaba que era la inseguridad de
la tenencia en virtud de la tenencia consuetudinaria. Debido al impacto
del colonialismo europeo, esto se asoció con fuerza a una sola alternati-
va, es decir, a la tenencia individual de la tierra. Por consiguiente, poco
después de la independencia varios gobiernos africanos hicieron esfuer-
zos vigorosos para conseguir este objetivo a través de una serie de pla-
nes.5 Como es evidente, no presupuso el desalojo o la expropiación de
los agricultores asentados. Los planes previstos se introdujeron en terrenos
baldíos, generalmente considerados tierras públicas, o en tierras ocupadas
con la cooperación de los actuales poseedores que tenían la esperanza
de conseguir los títulos de propiedad, como en Kenia. En otros sitios,
esto se aplicó sobre todo a colonos, quienes estaban preocupados por
garantizar la propiedad de sus árboles adquiriendo derechos exclusivos
sobre la tierra misma. Además, las granjas estatales de los colonos que
se marcharon fueron vendidas a algunos individuos privilegiados a tra-
vés de préstamos estatales.
Aunque la individualización de los derechos sobre la tierra en áreas
densamente pobladas, como el sur de Malawi, privó a los pequeños
productores bajo tenencia consuetudinaria del acceso a buenas tierras,
el grado de tenencia individual de tierra en los países africanos es míni-
mo. En los casos peores, como Kenia,6 Costa de Marfil7 y Malawi,8 re-
presenta apenas el 20 % de las tierras disponibles en cada país. Sobre
todo, a pesar de la existencia de los títulos individuales, las encuestas
5
Ver Ann Seidman: «The Agricultural Revolution», en East Africa Journal.
6
Ver la obra de Odingo de 1986.
7
B. Campbell: «The Fiscal Crisis of the State: The Case of the Ivory Coast», en H. Bernstein y
B. Campbell (eds.): Contradictions of Accumulation in Africa: Studies in Economy and State.
8
T. Mkandawire: «Economic Crisis in Malawi», en J. Carlsson (ed.): Recession in Africa.

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realizadas en 19869 mostraron la fragmentación progresiva de los Estados
africanos, las ocupaciones ilegales, los contratos de arrendamiento de mano
de obra, los empréstitos y préstamos de tierra privada a parientes y ami-
gos, y la aparcería. La mayor parte de estas transacciones está prohibida
conforme a la ley y le resta mérito a la idea de los gobiernos afectados
sobre la tenencia individual de tierra. Por estos motivos, se podría argu-
mentar que, en su caso, los gobiernos en el África subsahariana no han
logrado instituir en sus sociedades la tenencia individual de tierra.
La observación anterior podría resultar impopular tanto para la izquierda
como para la derecha. Sin embargo, vale la pena considerarla. Por lo que
se puede ver, hay dos explicaciones básicas. Primero, es evidente que la
mayor parte de quienes se lanzaron tras los títulos de las tierras no pen-
saban ser agricultores capitalistas en el sentido que los gobiernos
patrocinadores pretendían. Hay pruebas abundantes, sobre todo en
Kenia, de que los derechos fueron requeridos con otros objetivos, los
cuales serán señalados más adelante. Segundo, ellos no pensaron renun-
ciar la pertenencia a sus grupos de filiación respectivos, sino más bien
mejorar su situación personal dentro del grupo social y en la sociedad
en general. Es bien conocido que la mayor parte de los granjeros africa-
nos, que por lo general son políticos o funcionarios de alto nivel, son
granjeros ausentes. Delegan en parientes o confían en amigos para que
dirijan sus granjas (algunos contratan gerentes profesionales). En tér-
minos generales, la idea de la hacienda no está muy alejada de esto.
Además, es una práctica común entre ellos usar sus títulos de tierra para
obtener préstamos con el objetivo de financiar compañías fuera de la agri-
cultura. Una buena cantidad de su acumulación a menudo va a invertirse
socialmente dentro de sus grupos de filiación, la comunidad de origen y
otros posibles aliados —no es una manera inusual de aumentar el capi-
tal social de alguien en las sociedades tradicionales—. A largo plazo, les
garantiza acceso a más recursos, servicios y mano de obra por la vía de
parientes pobres y clientes. En otras palabras, consiguen enriquecerse
no tanto por la explotación directa de la tierra, sino a través de su con-
trol directo. Esto no los hace terratenientes, sino «gente importante»,
que a parientes y campesinos libres de las aldeas africanas no les impor-
ta tener en su medio, cuestión válida para el análisis de clases.
Los pequeños terratenientes y los llamados granjeros comerciales
hacen justo la misma cosa, aunque en escala descendente. La principal
9
Ver la obra de Odingo de 1986.

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diferencia es que al inicio se concentran en la explotación directa de sus
tierras con el fin de incrementar sus ingresos mediante la producción de
cultivos comerciales. Sin embargo, una vez que tienen suficiente dinero, en
vez de reinvertir en la agricultura continuamente, dedican parte de su capi-
tal a pequeñas tiendas comerciales de venta al por menor, bares, gasolineras,
carnicerías y transporte. El último se usa con frecuencia para trasladar el
producto agrícola de los agricultores más pobres, quienes se ven inmersos
en transacciones usurarias con los transportistas. La inversión social

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
también figura fuertemente en esta categoría de agricultores.
Queda claro, pues, que la tenencia individual de tierra defendida por
algunos gobiernos africanos benefició solo en parte a la agricultura
y, probablemente, no más que a la producción parcelaria bajo la tenen-
cia consuetudinaria —un punto que será abordado más tarde—. La razón
subyacente es que una proporción significativa del valor derivado de la
privatización de la tierra provino de la circulación y el consumo. Así, a
finales de los años sesenta, la producción agrícola en el África subsaharia-
na había llegado a una meseta, mientras unos cuantos especuladores
siguieron prosperando. Otro aspecto preocupante de las limitadas re-
formas agrarias africanas es que favorecieron la explotación y el parasi-
tismo entre latifundistas y pequeños granjeros, o entre ricos y pobres. Algo
que no hicieron fue desarrollar una clase auto-reproductora de capitalistas
agrícolas, basada en el trabajo a tiempo completo, despojada de cualquier
medio de producción, como es afirmado por el modelo europeo clásico.

Política del gobierno hacia la modernización

Asociado a la idea de la tenencia individual de la tierra estaban las pers-


pectivas de introducir nuevas tecnologías o intensificar los factores téc-
nicos, mientras se presumía que la propiedad privada era más segura
que la propiedad comunal. En efecto, los agricultores con títulos de
tierra no solo tuvieron fácil acceso a préstamos bancarios y estatales,
sino que también recibieron los mejores servicios técnicos del gobierno.
En Malawi eran conocidos como achikumbe, y como «agricultores progre-
sistas» en Zambia y Uganda. En Tanzania, bajo el impacto de la ideología
de ujamaa, estos fueron simplemente apodados como kulaks, pero los
productores de granos en la región occidental fueron denominados cate-
góricamente como «agricultores capitalistas». Se hizo un intento de

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extender la misma denominación a los agricultores medios de Kenia
hacia el final de los años setenta. Pero esta no se mantuvo porque en
Kenia se hizo difícil distinguirlos de los campesinos medios, que eran
en gran parte responsables de la «exitosa historia keniana». En el África
Occidental, Polly Hill se refiere a los campesinos medios como «agricul-
tores capitalistas»,10 a pesar del hecho de que no se basaba en la propiedad
y las relaciones de producción, sino solo en el volumen de producción.
Por otra parte, los agricultores de cacao en Ghana y los cultivadores de
café en Costa de Marfil fueron denominados simplemente como
«plantadores», con las mismas connotaciones.
Como es natural, este desarrollo incrementó la producción agrícola
hasta cierto punto. Lo que está en seria duda es si de hecho marcó una
revolución tecnológica en la agricultura, encabezada por los grandes
agricultores favorecidos. De acuerdo con las pruebas disponibles, no
parece haber una diferencia apreciable con respecto a los avances tec-
nológicos y la productividad laboral entre agricultores africanos con pleno
dominio de las parcelas y aquellos que tienen solo derechos usufructua-
rios bajo la tenencia consuetudinaria, pero que tienen suficientes recur-
sos propios para participar en la expansión de la producción mercantil
simple. En efecto, la actual crisis agrícola en el África subsahariana ha
sido atribuida al «estancamiento tecnológico». Si bien el debate está
abierto, pone en duda la suposición acrítica de que la tenencia indivi-
dual ofrece oportunidades de desarrollo, negadas bajo la tenencia con-
suetudinaria. Por otra parte, esta creencia condujo a una tendencia de
los gobiernos africanos a la asignación de recursos a favor de propieta-
rios privados que fueron confundidos con agricultores capitalistas en el
sentido clásico. Esto ha ocurrido con un muy alto costo social y econó-
mico, pues causó el abandono de la mayoría de los productores agríco-
las y de la producción de alimentos en favor de los cultivos comerciales
de ciclo corto.

Respuestas de los campesinos

Desde el punto de vista del desarrollo, es muy importante tener en cuenta


que los gobiernos, a pesar de su papel crítico, no tienen el monopolio de
la iniciativa. En el África subsahariana, los pequeños productores o los
10
Polly Hill: Migrant Cocoa-Farmers of Southern Ghana.

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campesinos han demostrado ser muy sensibles al mercado capitalista y
han tomado las iniciativas necesarias cuando las oportunidades se ofre-
cieron. En el sur de África y Kenia, respondieron a la producción de
maíz con gran ahínco. Del mismo modo, se convirtieron en los más
grandes productores de algodón en Uganda y Tanzania. En el oeste de
África, eran en gran parte responsables de la producción de arroz y maní.
Como respuesta a la prolongada crisis agrícola en el África subsahariana,
en algunos países como Kenia,11 Tanzania, Zimbabue y Senegal, han

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
cambiado los cultivos tradicionales por cultivos de alto valor, tales como
el maíz híbrido, la horticultura, el arroz con cáscara, las aves de corral y
las granjas lecheras. Otros han vuelto a las variedades originales resis-
tentes al calor —y a la sequía—, como el mijo y el sorgo. Todas estas
adaptaciones ocurren dentro de los límites de la tenencia consuetudinaria.
Pero las personas involucradas se han «modernizado» en el sentido de
que han recibido la educación moderna mínima, han tenido experiencia
en las ciudades como trabajadores emigrantes, y han tenido imaginación
suficiente para movilizar los recursos familiares y el trabajo de grupo para
adaptar sus actividades agrícolas a las condiciones cambiantes del merca-
do. Con el tiempo su número aumentará porque la participación está en
principio abierta a todos bajo la tenencia consuetudinaria, y es del inte-
rés de productores menos afortunados para prevenir la exclusión.
Esto es perfectamente sostenible porque las personas exitosas de-
penden de los miembros de sus grupos familiares para el trabajo y el
apoyo, y están ligados por principios de reciprocidad. Lo que inclinó la
balanza hacia el individualismo precedente fue la intervención del gobier-
no en nombre de sus elegidos agricultores progresistas, quienes actúan
sin obligaciones familiares y utilizan solo mano de obra contratada. En
realidad esto no sucedió, hasta tal punto que en algunos casos comuni-
dades enteras, por ejemplo, en Luoland en Kenia,12 rechazaron ofertas
de tenencia individual de tierra. El Gobierno ghanés, que estaba dis-
puesto a proteger los derechos de los agricultores emigrantes, encontró la
misma resistencia. Es igualmente importante, sin embargo, el hecho de que
la solidaridad de grupo o de los familiares no implica ausencia de explo-
tación y de dominación social. Como fue mencionado, los individuos
11
P. Collier y R. Horsnell: «The Agrarian Response to Population Growth in Kenya», en A.
Mafeje y S. Radwan (eds.): Economic and Demographic Change in Africa.
12
P. Anyang’ Nyong’o: «“Middle Peasantry” in Nyanza», en Review of African Political Economy,
vol. 8, no. 20.

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exitosos, y a menudo lo hacen, pueden sacar provecho de los miembros
menos afortunados del grupo. Pero una cosa que no pueden hacer es
despojarlos por completo. Para extraer ciertas concesiones de sus pa-
rientes, los individuos emprendedores deben invertir socialmente en el
grupo. De esta manera, no solo la miseria y el hambre pueden reducirse
al mínimo, sino que los miembros más pobres también pueden recibir
ayuda para mejorar sus posibilidades de subsistencia, que es más que el
«modernizarse» mencionado por los gobiernos africanos. Ellos simple-
mente no ofrecen a los aspirantes sin tierras ninguna seguridad en la
tentativa de individualizar la producción agrícola, como ocurrió espon-
táneamente en Occidente en las condiciones de la industrialización rá-
pida y simultánea.
Hay muchos argumentos de reserva contra el sistema anteriormente
descrito. El primero es el argumento de falta de inversión. El segundo
es la afirmación de que la lealtad a los familiares no contribuye a
maximizar el rendimiento del capital y el trabajo. Y en el tercero se
afirma que si la gente no compite por tierra, trabajo y capital, tienen
mayor probabilidad de usar estos escasos recursos de manera impro-
ductiva. En cuanto al primer punto, puede señalarse con facilidad que
durante los últimos cincuenta años o más, los cultivadores africanos
adoptaron, donde se les permitió, la suficiente tecnología moderna para
poder aprovechar el mercado capitalista. Llegaron a un punto culmi-
nante en la década de los sesenta. Lo que es de especial importancia
para nuestro análisis es el hecho de que la mayoría de esto se le atribuye
a la aparición de lo que llamamos «campesinos medios». Con seguridad
no era el trabajo de agricultores capitalistas, insignificantes en números
y no distinguibles tecnológicamente de los últimos. Sin embargo, se cree
que la agricultura africana ha sufrido un estancamiento tecnológico desde
el final de la década de los sesenta. Contrario a esta creencia, en el
descubrimiento —tan asombroso como desconcertante— de un estu-
dio sobre la PSC13 realizado por la FAO y agencias de las Naciones
Unidas, fue declarado que:
La intensidad del uso de la tierra estimado actualmente implica
que la agricultura africana utiliza la tierra en intensidades cercanas
a aquellas compatibles con el nivel intermedio de la tecnología del
13
Capacidad potencial de apoyo a la población, PSC por sus siglas en inglés: Potencial Population
Supporting Capacity. [N. de la E.].

46

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estudio de PSC… Sin embargo, los rendimientos que prevalecen
en la actualidad están decididamente más cercanos a aquellos de la
baja tecnología del estudio de PSC.14
Este resultado se volvió a verificar, usando diferentes técnicas de
programación informática, y resultó confirmado. Plantea algunas pre-
guntas fundamentales y va en contra de la teoría aceptada por la mayo-
ría, incluida la que se refleja en el informe de la FAO de 1986, African
Agriculture: The Next 25 Years.15 En conclusión, se puede afirmar que

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
cualquiera sea el problema de la agricultura en el África subsahariana,
este no reside en la existencia o inexistencia de la tenencia individual de
tierra o en el «estancamiento tecnológico». Vale la pena señalar que en
la crisis actual se ha producido un colapso virtual entre los agricultores
de todos los tamaños y descripciones. De hecho, hay indicios de que los
pequeños productores han capeado mejor el temporal que los agricultores
capitalistas o comerciales. Sus estrategias de supervivencia, tales como
el desarrollo de mercados paralelos, el trueque de productos agrícolas
con productores de países vecinos y el cambio a cultivos de alto valor,
aunque a una escala modesta, parecen haber dado resultado. Así, la
pregunta por la innovación tecnológica o su opuesto, el estancamiento
tecnológico, debe ser estudiada de nuevo, y también la cuestión de quién
debería «movilizar» a quién.
Se sabe, pero no se reconoce, que los campesinos africanos subsaha-
rianos, quienes estuvieron profundamente implicados en el mercado ca-
pitalista de diversas formas, han sido muy dinámicos desde principios
del siglo pasado como mano de obra emigrante y como productores de
gastos menores. Lo que se convirtió en un problema es la relación es-
tructural entre ellos y sus gobiernos. También se conoce que el creci-
miento de los mercados va de la mano del desarrollo capitalista. Sin
embargo, los mercados, como en el capitalismo, no pueden ser desarro-
llados de manera uniforme en todas partes. Esto es particularmente
cierto en el África subsahariana. Por tanto, en la propuesta para promo-
ver el desarrollo capitalista entre los productores agrícolas después de
la independencia, los gobiernos africanos eran conscientes de que esto
no podría hacerse sin proporcionar las instalaciones de mercadotecnia
14
N. Alexandratos: «Food-production potential of African lands and projections to 2000», en
A. Mafeje y S. Radwan (eds.): Economic and Demographic Change in Africa.
15
Agricultura africana: los próximos veinticinco años. [N. del T.].

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necesarias. La idea de las juntas de comercialización apeló a ellas. No
solo ofreció la posibilidad de una mejor coordinación y regulación de
los precios, sino que también creó oportunidades de incrementar los
ingresos. Del mismo modo en el que los agricultores «capitalistas»/«co-
merciales» se orientaron hacia la producción de efectivo, las juntas de
comercialización se referían exclusivamente a los cultivos comerciales
según fueron definidos por los gobiernos coloniales. Esto dio lugar a
una incapacidad para desarrollar los mercados internos para los cultivos
alimentarios y, por tanto, al abandono de los que eran conocidos como
«agricultores de subsistencia». También tuvo efectos negativos a largo
plazo que no fueron reconocidos hasta el inicio de la actual crisis agrí-
cola en el África subsahariana.
Baste decir por el momento que mientras las juntas de comercialización
fueron vistas al inicio como instituciones facilitadoras, en realidad ter-
minaron por ser instrumentos poderosos para extraer excedentes, no
tanto de los agricultores estatales y comerciales, como de los producto-
res campesinos bajo tenencia consuetudinaria. En algunos países, el
nivel de impuestos para esta categoría de productores llegó al 70 % del
valor de sus productos en el mercado mundial.16 Los mayores agriculto-
res, a menudo muy bien representados por la burocracia del gobierno,
quedaron eximidos de tales exacciones y, por lo general, se les permitió
vender sus productos en ferias. Las implicaciones sociales, económicas
y políticas son demasiado obvias como para merecer un comentario.
Dadas las circunstancias, no es sorprendente que los productores pe-
queños y medianos reaccionaran a estas políticas retirándose del merca-
do regular, enrolándose en lo que es oficialmente llamado «contrabandeo»
o reduciendo la producción. En estos momentos, no queda muy claro si
la producción de la mayoría de los productores agrícolas se redujo tan
abruptamente por constreñimiento del lado de los suministros o de la
demanda. Las políticas de liberalización del Banco Mundial en los años
ochenta no parecen haber marcado ninguna diferencia.17 Esto sigue siendo
un problema difícil de resolver entre los gobiernos africanos y los cam-
pesinos, y parecería que son los gobiernos africanos quienes tienen que
ser «movilizados» a fin de ser más sensibles ante las necesidades de los
campesinos, y no al revés. Los campesinos africanos, a diferencia de
la clase campesina tradicional, no están «arraigados a la tierra». Son
16
C. C. Wrigley: «Crops and Wealth in Uganda», en East African Studies, no. 5.
17
Ver T Mkandawire y C. Soludo: Our Continent, Our Future.

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muy dinámicos como pequeños productores de mercancías, trabajado-
res emigrantes y pequeños comerciantes de productos agrícolas, en una
lucha continua por la supervivencia. Son sus gobiernos los que están
moribundos y necesitan el rejuvenecimiento y la transformación demo-
crática.18

Crítica al neoliberalismo desde una perspectiva africana

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
Los problemas expuestos anteriormente son comprendidos de manera
diferente por los neoliberales occidentales y sus adversarios africanos.
Entretanto, la posición neoliberal es tan dominante en la coyuntura his-
tórica actual que pretende ser la única alternativa viable desde el colap-
so del llamado socialismo en la Europa del Este. Por tanto, una crítica
a las pretensiones neoliberales, quiérase o no, se vuelve imprescindible
para ponerlo todo de relieve y ofrecer a los protagonistas una oportunidad
de volver sobre sus antagonistas. Esto ya ha sido hecho por Mkandawire
y Soludo en su libro, Our Continent, Our Future,19 antes referido. Aquí
solo podemos examinar lo que se podrían considerar los presupuestos
básicos de los neoliberales y sus desastrosas consecuencias en cuanto a
la cuestión agraria en el África subsahariana.
Desde el advenimiento de la actual crisis agrícola y de alimentos en
África, los Programas de Ajuste Estructural [PAE]20 son, probablemen-
te, la intervención más drástica en las economías africanas. Llegaron
pisando los talones del Plan de Acción de Lagos, el cual era un claro
reconocimiento de los gobiernos africanos de la necesidad de solucio-
nes sociales y políticas a sus problemas económicos. El Banco Mundial
demeritó esta visión al insistir en: 1) la intensificación y diversificación
de la producción para la exportación entre los agricultores que cuentan
con los recursos necesarios; 2) la eliminación de los controles de pre-
cios sobre los productos agrícolas básicos; 3) el retiro de subvenciones
oficiales a todo tipo de agricultores; 4) la eliminación de subsidios a los
alimentos por parte del gobierno; 5) recortes en asistencia social, y 6) la
retirada del Estado de toda la producción en una región subdesarrollada.
18
M. Mamdani: «Extreme but not Exceptional: Towards an Analysis of the Agrarian Question
in Uganda», en Journal of Peasant Studies, vol. 4, no. 2.
19
T. Mkandawire y C. Soludo: Ob. cit.
20
En inglés: StructuralAdjustment Programmes (SAPs). [N. del T.].

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Estas recomendaciones, que se convirtieron en «condicionantes» para
obtener préstamos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacio-
nal (FMI), eran consecuentes con las prescripciones del Informe Berg,21
que fueron declaradas incompatibles con el Plan de Acción de Lagos y
rechazadas como «inaceptables» por el Consejo Africano de Ministros
en Trípoli ese mismo año. A pesar de ello, treinta y cuatro gobiernos
africanos capitularon ante las exigencias del Banco Mundial y el FMI.
Los resultados de esta intervención sin precedentes del Banco Mun-
dial son bien conocidos. Los Programas de Ajuste Estructural no han
conseguido ni crecimiento ni mejora social. Por el contrario, contribu-
yeron al aumento de la tasa de pobreza y al endeudamiento entre los
países africanos «ajustados». El efecto total de diez años de Programas
de Ajuste Estructural fue la «década perdida» de los años ochenta en
África. El Banco Mundial solo podría ofrecer excusas frágiles para sí
mismo22 cuando fue desafiado, primero, por la Comisión Económica
para África en un crítico documento titulado African Alternative Framework
to Structural Adjustment Programmes for Socio-Economic Recovery and
Transformation23 y, finalmente, por Our Continent, Our Future.24 Este
último marcó el fin del Consenso de Washington en África, pero no
llegó a una clara perspectiva de desarrollo económico en el futuro, sobre
todo en cuanto a la cuestión agraria, la cual es importante si realmente
la agricultura es la columna vertebral de las economías africanas. Con la
continua crisis en el África subsahariana, ni el Banco Mundial ni los
neoliberales tienen una agenda clara para el desarrollo de la subregión
en el nuevo milenio. Esto deja la puerta abierta para el desarrollo de
nuevas perspectivas y para ofrecer nuevas soluciones.
Primero, ¿se puede suponer que la tenencia individual es una condi-
ción necesaria para el desarrollo de la agricultura, con independencia
del contexto cultural y la coyuntura histórica? Segundo, ¿el individua-
lismo burgués es el único modo posible de organización social para la
producción agrícola en un mercado capitalista? Tercero, ¿la idea de la agri-
cultura y los cercados a gran escala es aplicable a las condiciones de África
21
R. Berg: Accelerated Development in Sub-Saharan Africa: An Agenda for Action.
22
Ver C. Humphreys: Comments on ECA’s Response to the World Bank/UNDP Report on Africa’s
Adjustment and Growth in the 1980s.
23
Economic Commission for Africa (ECA): African Alternative Framework to Structural Adjustment
Programmes for Socio-Economic Recovery and Transformation.
24
T. Mkandawire y C. Soludo: Ob. cit.

50

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donde no existe ninguna cuestión de la tierra ni industrialización para
absorber una población rural desplazada? Cuarto, y relacionado con lo
anterior, ¿es la pobreza inevitable en la etapa de acumulación primaria bajo
cualquier modo de organización social? Finalmente, ¿la reforma agraria
presupone la reforma de la tierra en el África subsahariana?

Perspectivas para la reforma agraria


en África subsahariana: una contratesis

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
Parece que el hecho de que no hay ninguna cuestión sobre la tierra en el
África subsahariana, excepto en el sur de África donde la reforma de la
tierra es un tema candente, ha adormecido a los gobiernos y responsa-
bles políticos en la idea de que tampoco hay ninguna cuestión agraria.
Es una visión errónea porque se prolonga la crisis agrícola y alimentaria en
la subregión, un claro indicador de que no todo está bien. Sorprenden-
temente, esto no ha dado lugar a ninguna investigación seria sobre la
cuestión agraria en la subregión. Aún hay varias cuestiones que deben
ser abordadas en este sentido. Primeramente, está la pregunta de cómo
los mejores sistemas de tenencia de tierra existentes y los modos de
organización social para la producción en la subregión pueden ser mo-
dificados con el fin de satisfacer las necesidades actuales de todos los
productores agrícolas, incluidas las mujeres. En segundo lugar está la
relación entre el Estado y el campesinado. Es evidente que los gobier-
nos no pueden seguir considerando la agricultura como una vaca leche-
ra para conseguir fondos que financien el desarrollo en las zonas urbanas,
descuidando el campo. Se requiere un nuevo contrato social entre los
gobiernos y los productores agrícolas, particularmente los pequeños y
medianos, quienes constituyen más del 90 % de todos los agricultores.
En tercer lugar están las consecuencias del colapso de la estrategia de
desarrollo basada en la agricultura de «gran escala». Esta es de crucial
importancia, dado el hecho de que la erradicación de la pobreza es una
prioridad en las agendas de todas partes. Ya no es una cuestión de
maximizar la producción física, sino de un desarrollo con justicia y pro-
tección del ambiente, o de agricultura sostenible. Todas estas son cues-
tiones nuevas cuyas respuestas válidas no pueden ser sacadas de modelos
eurocéntricos, como ha sucedido antes. Sin embargo, teóricamente, el
problema no ha sido resuelto todavía. Los economistas neoclásicos,

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dirigidos por el Banco Mundial, están convencidos de que el «libre mer-
cado» es la clave para resolver todos estos problemas y así mantener el
individualismo burgués de Occidente. Huelga decir que aquellos que
están en el extremo receptor prefieren soluciones sociales, que entran
en el dominio de la economía política.
Por tanto, al abordar la cuestión agraria en África, nuestro punto de
partida es la división colonial del trabajo en la agricultura. Esta deter-
minó no solo el papel de los hombres y las mujeres en la producción,
sino también la estructura de la economía en su conjunto. Mientras que
la agricultura se dividió en dos subsectores —el de «subsistencia» y el sector
«moderno»—, la disparidad entre lo rural y el sector urbano aumentó. De
hecho, el sector urbano creció a expensas del sector rural precisamente
porque fue el resultado de la urbanización sin industrialización (excep-
to en Sudáfrica). En tanto que las necesidades de subsistencia de la
población rural fueron subordinadas a las del llamado sector moderno y
a la demanda colonial de materias primas, se podría argumentar que,
como consecuencia de la imposición colonial, los productores rurales
podrían defenderse mejor priorizando sus necesidades de subsistencia.
En otras palabras, no se trataba simplemente de una cuestión de con-
servadurismo, sino sobre todo de un conflicto de intereses que ha per-
sistido hasta el momento en que se redacta este escrito y que es la base
de la cuestión agraria en el África subsahariana. A la luz de esto, la
adopción o no de cultivos comerciales no es el tema, y la división del
trabajo entre hombres y mujeres en la agricultura es incidental. Eran las
familias las que estaban siendo socavadas por el capitalismo colonial,
un proceso que alcanzó su punto clímax en el sur de África.25 Es esta
contradicción subyacente, y sus manifestaciones, lo que ha recibido in-
terpretaciones contrapuestas de intelectuales burgueses y marxistas.

De las teorías duales al modo de producción de los clanes

Los teóricos burgueses, bien representados por Arthur Lewis, un


jamaicano negro que lo hizo tan bien que ganó fama internacional,
sostienen que «el sector de subsistencia» sería gradualmente absorbido
por el más dinámico y expansivo «sector moderno», o agricultura capi-
25
C. Murray: Families Divided; C. Desmond: The Discarded People.

52

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talista.26 Pero, a diferencia del desarrollo del capitalismo en Europa,
esto no se ha materializado hasta ahora en el África subsahariana. Pare-
ce entonces que, aunque sean rápidos para descartar a los presuntos
socialistas, los capitalistas metropolitanos tienen mucho que explicarse:
hasta ahora han fracasado en desarrollar el capitalismo en África, a pesar de
su dominio histórico en el continente. ¿Será esta la causa probable? La
izquierda está más que convencida de que este es el caso, como se refle-
ja en teorías, tales como «el desarrollo del subdesarrollo», «el intercam-

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
bio desigual» y la «articulación de modos de producción». Es la última
teoría la que proporciona una antítesis a las «teorías duales» de la derecha.
Fue creada por marxistas franceses, pero no fue hasta la publicación de
Rey, Colonialisme, neo-colonialisme et transition au capitalisme, en 1971, que cir-
culó entre los estudios africanos. La tesis básica era que, al contrario de
las suposiciones neoclásicas, el capitalismo no se expandió de tal mane-
ra que se hizo universal en África, precisamente porque el colonialismo
intentó socavar los modos africanos de producción, al mismo tiempo
que buscaba la vía de conservarlos en una forma modificada a fin de
garantizar la reproducción social del trabajo sin costo para los explota-
dores coloniales. En tanto los productores de subsistencia se compro-
metían en este rol estructural o imperativo, no estaban destinados a
hacerse capitalistas por derecho propio, como se predijo.
Si bien la teoría de la disolución y la preservación —como llegó a ser
conocida— ha sido rechazada como «funcionalista»,27 así como no dia-
léctica,28 ciertamente se sostiene en situaciones donde la política segui-
da fue la coacción extraeconómica o la discriminación contra los pequeños
productores, por ejemplo, en el sur de África y en países como Kenia y
Malawi. El reconocimiento de este hecho tiene significación teórica
porque el efecto catalítico del voluntarismo es a menudo minimizado
en la teoría marxista clásica. Asumido esto, también hay que reconocer
que, en su caso, el voluntarismo por sí mismo no es suficiente, pues a menu-
do es obstaculizado por las actuales condiciones objetivas existentes y los
reflejos de los agentes reales de la historia. Por ejemplo, no deja de ser
26
A. Lewis: «Economic Development with Unlimited Supplies of Labour», en The Manchester
School.
27
H. Bernstein: «Agricultural «Modernisation» and the Era of Structural Adjustment:
Observations on sub-Saharan Africa», en Journal of Peasant Studies, vol. 18, no. 1.
28
A. Mafeje: African Households and Prospects for Agricultural Revival in Sub-Saharan Africa,
CODESRIA working paper, no. 2/91.

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significativo que, incluso bajo los regímenes más coercitivos y discrimi-
natorios, los llamados productores de subsistencia se enrolan en diversas
actividades relacionadas con sus necesidades de consumidor o para com-
plementar sus decrecientes ingresos de subsistencia.
La necesidad se hizo más aguda en el sur de África donde el sistema
de reserva había sido perfeccionado y la producción de tipo subsisten-
cia ya no podía garantizar la reproducción social de los trabajadores
emigrantes y de las unidades productivas a las cuales ellos pertenecían.
De hecho, hasta el 80 % de los ingresos rurales provenía de las zonas
urbanas en forma de remesas de los trabajadores emigrantes. Así, iróni-
camente, el caso histórico que parecía confirmar la teoría de la disolu-
ción y la preservación terminó refutándola. Sin que fuese planeado, la
disolución se convirtió en la tendencia inexorable y gradualmente las
zonas rurales se transformaron en barrios rurales pobres, pero todavía
se empleaban como vertedero para trabajadores urbanos no deseados en el
llamado control de la inmigración. En otros sitios de África, aunque
el sector de subsistencia no sufrió los mismos estragos que en el sur,
prácticamente todos los pequeños productores implementaron algo más
que la producción de subsistencia. Se dedicaron a lo que el empirismo
británico denominó «subsistence plus». Si esto implicaba o no una tran-
sición del modo simple de pequeña producción al ampliado, en cual-
quier caso es una cuestión de interpretación.
No obstante, se puede afirmar que esto último carece de interés teó-
rico para los seguidores neoclásicos, ya que ellos creen inequívocamente
en la acumulación desde arriba como cosa natural. Por el contrario, los
de la izquierda se han preocupado por explicar el «subdesarrollo» de los
pequeños productores en África desde finales de la década del setenta.
Dos grandes perspectivas dominaron el debate. Estas fueron: a) la
«proletarización» de los campesinos debido al incremento de la migra-
ción de mano de obra y la dependencia general del empleo laboral inter-
mitente, y b) la diferenciación de los campesinos debido «a la acumulación
desde abajo». Aunque estos dos procesos parezcan ser antitéticos, es-
tán, de hecho, dinámicamente vinculados. Pero este punto parece que
se les pierde a los protagonistas de uno u otro bando. Por buenas razo-
nes históricas, la tesis de la proletarización recibió su mayor ovación en
el África de «reservas de mano de obra», en el sur de África.29 La mayo-
ría de los hombres negros africanos del sur ha pasado gran parte de sus

29
H. Wolpe (ed.): The Articulation of Modes of Production.

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vidas en edades comprendidas entre quince y cincuenta y cinco años
trabajando como emigrantes en zonas urbanas o en granjas de blancos,
con remuneraciones muy bajas en relación al valor real de su trabajo. A
través de la legislación discriminatoria o racista, a los empleadores se
les permitía pagar salarios miserables, que no tomaban en cuenta el
costo de la reproducción social de su trabajo. Esto obligó a los trabaja-
dores emigrantes a mantener un pie en el llamado sector de subsisten-
cia, a pesar de la disminución del valor económico.

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
Lo consiguieron al invertir parte de sus exiguos salarios en la produc-
ción agrícola. Aquí, la expresión anterior se emplea conscientemente, a
pesar de los persistentes estereotipos acerca de la agricultura africana,
incluso entre marxistas eurocéntricos, la producción de subsistencia en
el sur de África hace mucho tiempo dejó de existir. Incluso los llamados
cultivos básicos, como el maíz, han sido comerciales desde finales del
siglo XIX.30 Las ovejas son criadas por su lana, la que es vendida a co-
merciantes blancos locales; el ganado no solo es criado para fines cere-
moniosos-rituales como dotes matrimoniales, sino también para la venta
en ferias (fantesi, de la palabra en afrikáans vandusie), organizadas por
comerciantes blancos ambulantes; mientras crían caballos principalmen-
te para el transporte, los excedentes son vendidos a compradores loca-
les; y el pollo, los huevos y las hortalizas a menudo son producidos y
vendidos por las mujeres a los comerciantes blancos locales. Por su-
puesto, las relaciones de intercambio entre los campesinos y los comer-
ciantes blancos son peores que las que, por lo general, se dan entre los
granjeros blancos y las zonas urbanas. Esto no solo reduce significati-
vamente las perspectivas de acumulación desde la base, sino que tam-
bién obliga a los productores a subsistir en niveles más bajos de lo que
se justifica su productividad.
Finalmente, una vez más contrario al estereotipo habitual sobre el
atraso tecnológico de los productores agrícolas africanos, en el sur de
África la tracción animal y el uso del arado de hierro han sido práctica
estándar entre todos los tipos de cultivadores durante gran parte del
siglo pasado. Además, el plantador de hierro, la grada, el escardador
mecánico, el abono y los fertilizantes (por lo general los fosfatos) son de
uso general, aunque no siempre asequibles. Sin embargo, todo esto no
incrementó la productividad de los agricultores negros bajo el apartheid,

30
C. Bundy: The Rise and Fall of the South African Peasantry.

55

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como tampoco detuvo los decrecientes niveles de subsistencia entre
ellos. La incompetencia no es la explicación inmediata, porque es el
mismo trabajador emigrante quien labora y administra las granjas blan-
cas en la región —más del 80 % de los gerentes de las granjas en Sudáfrica
son negros, de acuerdo con Wilson—.31 Queda claro, por tanto, que la
tecnología y su uso no es la explicación universal considerada por los
«modernizadores» occidentales. Las condiciones socioeconómicas desfa-
vorables, tales como la tierra y la cuestión agraria en el sur de África,
han demostrado ser más críticas que la mera existencia física de tecno-
logías europeas. Es interesante observar que los productores africanos
de la zona tropical, que no han adoptado el «venerado» arado, por sen-
tido común de su ambiente físico y no por ignorancia, como suele ser
alegado,32 no están en peores condiciones que sus hermanos en el sur.
En todo caso, pudieran estar en mejor situación económica porque ellos
mantienen el control eficaz de la tierra y, por lo general, determinan sus
propias condiciones de subsistencia.
Esto nos lleva directamente a la pregunta sobre la acumulación des-
de la base. ¿Cuáles son sus perspectivas y bajo qué condiciones ocurre?
Ha sido argumentado33 que aquellos que enfatizan la proletarización del
campesinado en África obvian la importancia de la acumulación desde
la base y su efecto liberador. Es cierto que el proceso de proletarización
en África no es lineal, como lo demuestra el doble rol de los trabajado-
res emigrantes antes mencionados. Sin embargo, el proceso de acumula-
ción desde la base no puede ser descartado bajo todas las condiciones
socioeconómicas, ni puede asumirse de antemano su contribución al
desarrollo de la democracia. Neocosmos es el culpable de ambos presu-
puestos. La razón fundamental es que Neocosmos se basa excesi-
vamente en la analogía de Rusia, como es descrita por Lenin en The
Development of Capitalism in Russia.34 Es oportuno advertir que en el aná-
lisis social las analogías pueden ser muy engañosas, sobre todo cuando
son trazadas entre continentes. Referente a la analogía rusa, se debe
recordar que el interés de Lenin era derrocar la aristocracia feudal en
Rusia y, por tanto, vio el auge de los capitalistas independientes asociado
31
F. Wilson: «Farming, 1866-1966», en M. Wilson y L. Thompson (eds.): The Oxford History of
South Africa, vol. II.
32
C. Coquery-Vidrovitch: «Research on an African Mode of Production», en P. Gutkind y P.
Waterman (eds.): African Social Studies.
33
M. Neocosmos: The Agrarian Question in Southern Africa and «Accumulation from Below».
34
V. I. Lenin: The Development of Capitalism in Russia.

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a la acumulación desde la base como su negación. En realidad, era una
fuerza liberadora de la sumisión feudal. Lenin también supuso que la
desaparición de la comuna (mir) era el precio pagado para el desarrollo
del capitalismo en Rusia y para el desencadenamiento de las fuerzas
progresistas como preludio de la revolución socialista. Entre estas, Lenin
incluyó a los campesinos desplazados, y consiguió la distinción de ser el
primer teórico marxista que abogó por una alianza entre campesinos y
obreros en la lucha revolucionaria hacia el socialismo.35

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
Cuando se aplica al África subsahariana, la analogía rusa se desmoro-
na por completo. En primer lugar, no existe una aristocracia feudal de la
cual los capitalistas emergentes podrían desear «liberarse» y, así, contri-
buir al desarrollo de la democracia burguesa. En segundo lugar, los po-
cos agricultores capitalistas que han surgido en el África subsahariana,
excepto en el sur de África, no necesariamente han desplazado a los
pequeños productores ni los han explotado con frecuencia como mano
de obra asalariada (es decir, convertirlos en un proletariado rural despo-
jado de los medios de producción). Más bien es la migración del campo
a la ciudad la que ha conducido a la proletarización de los campesinos
africanos. Probablemente, esto habría hecho más fácil la tarea de Lenin
dado que la alianza necesaria entre campesinos y trabajadores estaría
encarnada en los mismos agentes sociales. Pero incluso esto no ha sido
demostrado. Las diferencias de perspectiva entre los trabajadores urba-
nizados por completo y los trabajadores emigrantes persisten. En tercer
lugar, a diferencia de la Rusia zarista, en África los agricultores capita-
listas son auspiciados por el Estado. Este ha sido el caso desde el régi-
men colonial, y fue mayor en el sur de África con respecto a los agricultores
blancos. Por el contrario, la relación entre el campesinado y el Estado
siguió siendo antagónica. No solo los Estados coloniales y poscoloniales
aplicaban políticas de extracción a la clase campesina, sino que también
ambos utilizaban métodos represivos para asegurar obediencia. No es
sorprendente que el Estado llegara a ser considerado un enemigo del
pueblo. Pero, asombrosamente, los agricultores capitalistas, también lla-
mados kulaks, son vistos con buenos ojos por el Estado, no los conside-
ran, por lo general, enemigos, excepto en África austral. Se trata de una
roca sobre la cual el mecanicista análisis de clases marxista titubea, y es
una de las trampas en la que Mamdani cayó sin darse cuenta.
35
Ver P. Waterman: «Notes on Lenin and the alliance of the working class and peasantry», en
Human Futures.

57

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A pesar de que Mamdani36 y Neocosmos37 parecen pensar que están
en la misma cuerda en lo que a la acumulación desde la base se refiere,
una lectura más detallada de sus textos sugiere lo contrario. Para
Mamdani, la acumulación desde la base no conduce a la expansión de la
democracia social, sino a la creciente explotación y a la dominación
política de los campesinos pobres por un número en extremo pequeño
de candidatos a capitalistas locales, quienes están invariablemente en
alianza con burócratas de todos los niveles, si no forman parte ellos
mismos de la burocracia. En segundo lugar, a diferencia de Neocosmos,
quien se inclina a destacar que la acumulación desde la base ha ocurrido
a pesar de los regímenes blancos represivos en el sur de África, Mamdani
está convencido de que el Estado africano represivo y la falta de demo-
cracia popular son un obstáculo a la genuina acumulación desde la base.
Él realmente muestra, a través de una variedad de ejemplos, que los
capitalistas locales son tan malvados como los burócratas del gobierno.
Sin embargo, esto podría no ser totalmente verdadero, si la sociología
de estas dos relaciones se toma en cuenta.
De hecho, existe cierta duda acerca de la caracterización de Mamdani
de las aldeas «capitalistas». Estas no se caracterizan por relaciones de
producción, sino en gran parte por relaciones de intercambio, incluidas
las formas tradicionales de intercambio de trabajo. Su argumento es que
tales transacciones implican el intercambio desigual entre campesinos
ricos y pobres. Sin embargo, admite en otra parte que la diferencia entre
un campesino «rico» y uno «pobre» es tener o no un pollo. Veo esto
como un desliz innecesario por parte de Mamdani, pues él se había to-
mado el trabajo de medir meticulosamente aquello que consideró eran
las diferencias esenciales entre lo que clasificó como campesinos ricos,
medios y pobres en una de las aldeas donde hizo el trabajo de campo.
De todos modos, es revelador, porque a mediano plazo un pollo es tan
bueno como ningún pollo, dado que no puede reproducirse a sí mismo.
En las actuales condiciones objetivas del norte de Uganda, donde la
pobreza rural está por encima del promedio del 83,1 % de los campesi-
nos, comparado con el 26,1 % del sur de Uganda,38 es concebible que
todos los campesinos sean pobres, y no a causa del intercambio desi-
gual entre ellos y unos pocos «capitalistas» locales aislados. Más bien,
36
M. Mamdani: Ob. cit.
37
M. Neocomos: Ob. cit.
38
M. Mamdani: Ob. cit., p. 213.

58

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son pobres debido a la falta de cualquier tipo de desarrollo en su región,
una lúgubre y debilitante condición humana.
Marx había advertido que las diferencias en el «peso de la bolsa» no
necesariamente significaban diferencias de clase. En el caso de Mamdani,
de manera similar podría advertirse que las diferencias en la ligereza o el
vacío de la bolsa serían de poca importancia en las condiciones predo-
minantes en África. Este es un comentario en el que pesan mucho los
índices cuantitativos en detrimento del análisis cualitativo. En el pasa-

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
do,39 las relaciones de dominación e intercambio40 habían sido interpre-
tadas simplemente como relaciones de clase, sobre la premisa de la
desigualdad social. Esta suposición fue refutada con éxito por autores
como Meillassoux,41 Coquery-Vidrovitch42 y Samir Amin.43
Como se ha reiterado a través de nuestra discusión, uno de los princi-
pios más perdurables y únicos de la organización social en África
subsahariana es el parentesco, por el cual se supone la afiliación por
descendencia o consanguinidad. Sin excepción, el grupo de descendencia
o clan es el pivote alrededor del cual giran la producción y la reproduc-
ción social. Esto está regulado, por lo general, por hombres de alto ran-
go, tradicionalmente conocidos como los ancianos, los cuales hoy día
todavía son reconocidos como los representantes de las unidades consti-
tuyentes del clan (clanes mínimos). Ellos son los que determinan la asigna-
ción de recursos y trabajo, y actúan como representantes político-jurídicos
de sus respectivas unidades en la esfera pública o asuntos externos. Esto
implica una relación jerárquica entre ellos y sus subalternos, así como
entre ellos mismos y las mujeres. A su vez, aceptan la responsabilidad
de la protección y el bienestar de ambos, es decir, controlan los medios de
subsistencia y de reproducción social.
Es de gran importancia que algunos marxistas franceses, a pesar de haber
sido instruidos en el universalismo marxista, como es ejemplificado por los
cinco modos de producción o etapas históricas del desarrollo postula-
dos por Marx, encontraran no solo intrigante el modo subsahariano de
organización, sino también único, al punto que estaban dispuestos a
hacer una excepción de ello. Coquery-Vidrovitch planteó que: «Teniendo
39
G. Dupre y P. Rey: «Lineage Mode of Production», en D. Seddon (ed.): Relations of Production.
40
M. Godelier: Perspectives in Marxist Anthropology.
41
Claude Meillassoux: L’Anthropologie Economique des Gouro de Côte d’Ivoire.
42
C. Coquery-Vidrovitch: Ob. cit.
43
Samir Amin: Ob. cit.

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en cuenta estos rasgos específicos (articulación entre parentesco, y po-
der político y económico), es posible discernir un modo de producción afri-
cano distinto del modelo clásico del modo de producción asiático».44 Pierre
Phillippe Rey,45 inspirado por el análisis de Claude Meillassoux46 sobre
la economía de parentesco entre los gouro en Costa de Marfil, trata de
demostrar la existencia de un modo diagnóstico de producción de clanes en
África. Ambas sugerencias recibieron resistencia por parte de marxistas
ortodoxos, bajo el criterio de que estas darían lugar a «particularismos»
y a la proliferación de modos de producción según la especificidad his-
tórica de cada región. Es precisamente la singularidad del modo de organi-
zación social africano lo que deseamos destacar de nuevo en este trabajo.
Como hemos afirmado, se basa en el parentesco y está caracterizado
por relaciones de dominación y no de producción. Por tanto, no puede,
teóricamente hablando, ser referido como un modo de producción.
Debido al estado corporativo-colectivo del modo de organización de
clanes, cuando los miembros de la comunidad firman transacciones con
otros miembros, ellos no lo hacen como individuos, sino como repre-
sentantes de sus grupos respectivos. Esto crea una red muy compleja
de obligaciones mutuas que son manipulables según el poder relativo de
cada grupo. Esta es la razón por la que los miembros del clan se enorgu-
llecen de tener «un hombre importante» entre ellos. Un hombre impor-
tante domina más servicios y prestaciones que uno menos importante,
no solo en relación con los forasteros, sino también con sus parientes
y mujeres. Pero a menudo sus obligaciones aumentan según el caso, por
ejemplo, la matrícula escolar para los niños de sus parientes pobres, la
asistencia en situaciones de necesidad, tales como bodas, enfermeda-
des, entierros y cualquier otro acontecimiento importante. Entonces se
puede decir que, aunque los sistemas africanos de parentesco están
marcados por relaciones de dominación, también tienen una función
social muy importante que garantiza la supervivencia de los individuos
y con frecuencia hace posible que los jóvenes prometedores reciban
educación, contribuyendo así al desarrollo del capital humano en la so-
ciedad. Las generaciones de africanos instruidos están familiarizadas
con esta tradición y seguirán siendo parte de ella.

44
C. Coquery-Vidrovitch: Ob. cit. (cursivas en el original).
45
Pierre Phillippe Rey: Colonialisme, Neo-colonialisme et Transition au Capitalisme.
46
Claude Meillassoux: Ob. cit.

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La idea de que las relaciones de dominación, que suponen desigual-
dad social, no son relaciones de explotación justo porque implican una
redistribución socialmente determinada, no tiene porqué invalidar cual-
quier hipótesis sobre la acumulación desde abajo. El argumento es que, si
por acumulación desde abajo se entiende diferenciación de clases, en-
tonces no todas las formas de intercambio social conducen a la forma-
ción de clases. Los linajes africanos son prueba de ello y, por tanto, su
dialéctica redistributiva ha sido responsable de una falta de acumula-

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
ción entre los productores africanos. Esto solo es cierto desde el punto
de vista del individualismo burgués. En conjunto, un porcentaje signifi-
cativo de las unidades de producción africanas ha sido capaz de acumular
valor cultivando cosechas o criando animales para el mercado capitalista.
De lo contrario, no es posible explicar la prosperidad de los campesinos
africanos en los años cincuenta y sesenta, cuando los precios de los produc-
tos básicos eran boyantes, o el rápido incremento de campesinos «me-
dios», es decir, el desarrollo a pequeña escala del modo ampliado de
producción en todas partes, excepto en el sur de África. Probablemente
sea cierto que el desarrollo del capitalismo, en el sentido burgués, fue
frustrado por la resistencia colectiva contra la individualización de la
producción, aceptando la comercialización bajo la tenencia consuetudi-
naria, donde los derechos de uso se garantizan a todos los productores po-
tenciales. Lo anterior también afecta los intercambios de tierra preexistentes
entre grupos depositarios. Por esto es que la venta de tierras a indivi-
duos no significa mucho, ya que, bajo ciertas condiciones, el grupo origi-
nal podría invocar sus derechos de reversión y ofrecer la recompra de la
tierra con la debida compensación por las inversiones permanentes. Es lo
que sucedió en Kenia y podría pasar a los herederos del «comprador
capitalista» de Mamdani en el norte de Uganda.
El modo menos problemático de acumulación desde la base que ha
ocurrido en África es aquel que no implicó la alienación de la tierra,
sino que aprovechó la tenencia consuetudinaria al permitir el uso per-
petuo y la herencia de parcelas de tierra asignadas. También se necesita
que no sea tan agresivo como en el caso de Mamdani. En el este y el sur
de África fue financiado por las remesas de las áreas urbanas, por los
salarios de la pequeña burguesía entrenada por misioneros, por ejemplo,
sacerdotes, profesores, pequeños burócratas, artesanos, especuladores
a pequeña escala y aparceros. Los factores técnicos de la producción
simplemente se intensificaron mientras dependían del trabajo del grupo

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familiar. El término «trabajo del grupo familiar» se utiliza aquí delibera-
damente porque en África, al contrario del uso europeo común, los gru-
pos familiares son las unidades de producción, no las familias, cuya
composición está determinada por la descendencia (filiación) y son los
depositarios de los activos de linaje y el valor acumulado. En cambio,
en los grupos familiares la relación primaria es el matrimonio (afinidad)
y el objetivo primario es la reproducción y la producción. Es por esta
razón que las personas solteras no tienen derecho a la asignación de
tierras y se espera que reciban el sustento para alimentarse de su madre,
con independencia de su sexo o edad. Esto parecería ser irracional. Sin
embargo, hay razones estructurales subyacentes. Tradicionalmente, las
mujeres debían cultivar la tierra para sus maridos. Por tanto, habría sido
inútil asignar tierras a un hombre soltero. Solo en sociedades matrilineales
se esperaba que el marido cultivara la tierra en beneficio no tanto de su
esposa, sino de su grupo, ya que estaba sometido a la autoridad del hijo
de su hermana o de su cuñado mientras viviera en su casa. Como puede
verse, incluso en las sociedades matrilineales los hombres son los represen-
tantes legales, y los bienes matrilineales se transmiten a través de ellos.
El hijo de la hermana era el heredero, excluyendo a los niños de los maridos
que trabajan. Las mujeres de ambos lados no tienen ni derechos de heren-
cia, ni autoridad jurídico-política en el grupo matrilineal al cual perte-
necen por descendencia.
La razón lógica es que en las sociedades africanas donde la exogamia
del clan es la regla, al contraer matrimonio, las mujeres se trasladan al
grupo de su marido. En primer lugar, dadas las circunstancias, los clanes
impiden cualquier posibilidad de transferir sus bienes a otro linaje a
través de las mujeres. En segundo lugar, en tanto que ellas están desti-
nadas a abandonar sus linajes natales, la continuidad necesaria para el
mantenimiento de la integridad del linaje no puede depender de las
mujeres. Se trata de predisposiciones estructurales del modo de organi-
zación de los clanes y no de actos de voluntad de los hombres, sin im-
portar qué tan dominante sean. Por lo tanto, la cuestión básica es el
modo de organización del clan en sí mismo, el cual las feministas no
pueden aspirar a transformar mediante la exigencia de los derechos in-
dividuales de las mujeres. Por ejemplo, si bajo el sistema de clanes exis-
tente los hombres no tienen ningún derecho individual sobre la tierra,
¿por qué deberían las mujeres tener derecho alguno? Igualmente, si los
hombres solteros no tienen derecho a la asignación de tierra para el

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cultivo, ¿por qué las mujeres solteras deberían ser una excepción? Estas
no son demandas basadas en principios y provienen de una incoheren-
cia entre el hecho de que los hombres casados tienen derecho de usu-
fructo, mientras que las mujeres no, y solo acceden a la tierra a través de
sus maridos, es decir, las mujeres solo tienen derecho al uso de la tierra
(o parte de ella) asignada a su marido para la producción de subsistencia
para su familia. Pero son los maridos quienes tienen el control absoluto
sobre los medios de la subsistencia.

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
La introducción de cultivos comerciales se ha convertido en una fuente
importante de conflicto entre esposas y esposos, porque da a los mari-
dos el derecho de apropiarse del valor de lo que sus mujeres producen
y disponer de él a su discreción. Posiblemente sea este un ejemplo de
dominación y explotación, ya que el producto —pero no el trabajo de las
mujeres— es de consumo general. Aquí se manifiestan con más fuerza
las desventajas de la tenencia dependiente. La solución inmediata al
problema sería otorgar los mismos derechos de usufructo a hombres
y mujeres, casados o no. Esto no amenazaría los derechos de reversión
de los grupos de tenencia de la tierra, puesto que ninguno de los
adjudicatarios adquiriría así el derecho de disponer de la misma, sino
solo de sus manifestaciones. La cuestión es que ello afectaría de forma
radical la división del trabajo entre hombres y mujeres, y afectaría profun-
damente los procesos de reproducción social de los clanes africanos.
El intercambio de mujeres es esencial para la reproducción biológica
de los clanes africanos, ya que la exogamia y el tabú del incesto impiden
a los hombres casarse con sus parientas, reales o putativas. En primer
lugar, para su supervivencia material, los clanes se esfuerzan por mantener
su patrimonio-matrimonio intacto y dentro del colectivo. Esto inmedia-
tamente excluye a las mujeres que están casadas en el grupo, y a aquellas
que nacen en él, pero que están destinadas a pasar a otros clanes como
esposas, de cualquier control jurídico que ellas pudieran desear ejercer
en su propio nombre. En segundo lugar, para incrementar sus recursos
de subsistencia, los clanes africanos dependen en gran medida del tra-
bajo de las mujeres que asimilan mediante el matrimonio. Los derechos
de usufructo les permitirían a las mujeres desarrollar su fuerza de trabajo
por cuenta propia y les concederían el derecho de disponer del producto.
Sin embargo, es muy poco probable que las mujeres casadas descuida-
ran las necesidades de subsistencia de sus grupos familiares. En tercer
lugar, es probable que los esposos estuvieran obligados a trabajar más

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en la agricultura o a contratar mano de obra externa, sobre todo cuando
ellos mismos son contratados temporalmente en otros sitios. A diferen-
cia de antes, el resto del presupuesto familiar se haría negociable, algo
que no es desconocido en el África Occidental mercantil.47
Queda claro que los maridos no desearían ser vistos como negligen-
tes ante sus deberes y obligaciones con el clan, al mismo tiempo que se
oponen enérgicamente a cualquier intento de sus mujeres para transfe-
rir valores de sus familias a los clanes natales de estas. Lo último podría
resultar no negociable ya que la dote de la esposa, cedida al clan, trans-
fiere a su marido no solo los derechos conyugales y su capacidad de
procrear —lo que forma parte de la reproducción del clan—, sino tam-
bién la capacidad de mantener a su marido. Sobre la cuestión de retener
el valor máximo, los posibles miembros del clan —incluso las muje-
res— mantienen unanimidad. Por otra parte, las mujeres africanas comu-
nes, es decir, no de clase media, no desean casarse sin el pago de la dote
a su linaje por temor a perder el apoyo y el auxilio de sus miembros, si el
matrimonio fallara. En este último caso, la mujer automáticamente pier-
de sus derechos de usufructo en el área del marido y se espera que retorne
a su familia natal, o que salga a buscar fortuna a otra parte (por lo general
en las ciudades donde la vida es impredecible). Para concluir, se puede
afirmar que el modo de organización social por clanes tiene tanto ventajas
como desventajas. Estas son acentuadas por la ideología de parentesco, la
cual da lugar a graves problemas de género que afectan tanto a hombres
como a mujeres, y no se puede culpar solo a los hombres como si ellos
fueran socialmente producidos sin la participación activa de las mujeres.

Las perspectivas para la resolución de la cuestión agraria en África

A pesar de las contradicciones y las relaciones de dominación mencio-


nadas anteriormente, no es factible una revolución a gran escala contra
los linajes en África subsahariana. Los lazos de parentesco siguen sien-
do vitales para los individuos en una situación donde el desarrollo es
tardío y las nuevas instituciones no pueden sostener a las personas,

47
Ver E. R. Fapohunda: «The Nuclear Household Model in Nigerian Public and Private Sector
Policy: Colonial Legacy and Socio-political Implications», en Development and Change, vol. 18,
no. 2.

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y donde la función de bienestar de la economía y el papel del Estado
no pueden ser garantizados. Esto no es simplemente un problema de los
desposeídos. Trasciende la clase social, pues incluso los privilegiados
profesores universitarios y secundarios, burócratas ancianos y otros em-
pleados administrativo están también profundamente implicados. Sin
embargo, la situación ha estado lejos de ser estática. En la agricultura
varios grupos familiares han transitado del pequeño modo de produc-
ción al modo ampliado de producción a pequeña escala. Tanto los hom-

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
bres como las mujeres han sido agentes activos en el proceso, aunque
en condiciones desiguales. Lo han conseguido mediante la producción
de cultivos comerciales para el mercado capitalista, mientras confían en
el trabajo familiar y la ayuda ocasional de parientes y trabajadores
subcontratados. Esto vino acompañado por la intensificación de algu-
nos factores técnicos de producción, tales como el uso de tracción ani-
mal e implementos mecánicos, donde fuera posible, y utilizando abonos
y aplicando fertilizantes inorgánicos e insecticidas. Así, el problema de la
agricultura africana no es la cuestión de la tierra o los sistemas de tenen-
cia de tierra —excepto en el sur de África y algunos pequeños países
con problemas en sus tierras como Lesoto, Burundi, Ruanda, Gambia
y las Islas Comoros—. Sin embargo, las Seychelles y Mauricio, aunque
países pequeños, solucionaron su cuestión de la tierra dividiendo las
antiguas haciendas coloniales en granjas de tamaño medio y ampliando
los sectores no agrícolas de sus economías. De ese modo, se absorbió la
población excedente de la agricultura (que no debe ser confundida con
el campo en general). El desarrollo rural a través de actividades no agrí-
colas era una parte importante de su estrategia de desarrollo.
Para el resto del continente africano, la cuestión agraria es un tema
crítico. Como se conoce, implica reformas sociales, económicas y tec-
nológicas que varían en función de las circunstancias históricas. Es evi-
dente que en la agricultura africana hay un imperativo problema
económico y social para liberar a las mujeres de la dominación masculi-
na. Esto, además de ser su derecho democrático, es una fuerza liberadora
en el sector agrario en general. No solo son las mujeres la mayoría de los
productores agrícolas en África subsahariana —casi el 70 %—, sino
que no se ha desarrollado plenamente su potencial bajo el modo de
organización de linaje restrictivo, parcial y machista, el cual ha pervivido
a pesar del individualismo burgués fomentado primero por los misione-
ros y el Estado colonial, y ahora por el Banco Mundial y las agencias

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similares. También se ha demostrado que la participación en el sistema
capitalista no está supeditada a la producción individualizada y que las
formas colectivas de organización social pueden funcionar igual de bien
en las sociedades no occidentales. Históricamente, los lazos de paren-
tesco desempeñaron un papel muy prominente en el desarrollo del capi-
talismo en el sudeste asiático. Es evidente que, a corto y mediano plazo,
el individualismo burgués, como es propugnado por las feministas de
orientación occidental, podría fácilmente ser usado por los fervientes
machistas. Por tanto, la vía en que se conduzca la reforma es tan importante
como el objetivo final en sí. La igualdad de derechos sobre la tierra para
hombres y mujeres, la equitativa participación en el proceso laboral y
en la distribución del producto, son demandas justas con capacidad para
transformar el modo de organización por clanes, si son conscientemen-
te aplicadas por los gobiernos africanos. Esto presupone que los futuros
gobiernos de África sean democráticos y sensibles a la cuestión de gé-
nero. La implicación obvia aquí es que las mujeres puedan alcanzar sus
derechos legítimos solo como parte de una lucha política por la demo-
cracia social. De lo contrario, podrían con facilidad caer víctimas del
banal reformismo liberal, como está ocurriendo en Occidente.
Como consecuencia del razonamiento anterior, puede afirmarse que
las productoras en términos generales caen en la categoría de «campesi-
nos pobres» o productores a pequeña escala, lo que incluye también a
los hombres. En conjunto, son objeto insoslayable de la reforma agra-
ria. Ellos sufren determinados problemas comunes, como las políticas
estatales de extracción, la falta de infraestructura, la falta de instalacio-
nes apropiadas de comercialización, la explotación por intermediarios y
comerciantes sin escrúpulos, lo cual milita en contra de la acumulación
desde abajo. Esto se refiere a la gran mayoría de los productores agríco-
las africanos, sin cuya plena participación en la producción es difícil
hablar de desarrollo agrícola. Su marginación no ha sido compensada
por la concentración de los grandes hacendados en la era de los «agri-
cultores progresistas», luego de los «agricultores comerciales»-«agricul-
tores a gran escala» y, finalmente, de los falsos «empresarios agrícolas»
en la era de los Programas de Ajuste Estructural. La agricultura a gran
escala ha fallado como modelo para la transformación agraria en el Áfri-
ca subsahariana, con excepción del sur de África donde tuvo éxito al
crear la peor miseria y una tasa crónica de desempleo entre los campesi-
nos ávidos de tierra.

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Los agricultores a gran escala no podían reproducirse a sí mismos,
principalmente por motivos tecnológicos y de gestión. En primer lugar,
se hicieron cada vez menos competitivos porque siguieron confiando
en las tecnologías europeas convencionales y en los cultivos tradicionales
de exportación. En segundo lugar, la mayor parte de ellos no tenían las
habilidades directivas necesarias para la moderna agricultura a gran es-
cala, y la dependencia de cosechas permanentes, tales como, cacao, café
y té, hicieron que la necesidad pareciera aún menos urgente. Es intere-

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
sante notar que los propietarios tradicionales de las haciendas de azúcar
en Mauricio sufrieron el mismo destino y se vieron obligados a vender
sus tierras a los medianos productores, quienes encontraron más fácil
diversificar la producción. Bajo la actual crisis agrícola los agricultores
a gran escala, que no tenían mercado seguro para sus granjas más o
menos abandonadas, simplemente fueron sacados de la circulación agrí-
cola (del comercio). Ello no es sorprendente porque hasta en los mejores
tiempos los mayores agricultores africanos mostraron una preferencia
definida por ganar dinero rápido invirtiendo sus excedentes en el co-
mercio, más que reinvirtiendo en la agricultura. Este es un signo de la
debilidad del capital agrícola en el África subsahariana y tiene implica-
ciones muy graves para el desarrollo de una auténtica agricultura capi-
talista, en lugar del actual capitalismo agrícola lumpen.
En contraste con los agricultores a gran escala, los campesinos afri-
canos han demostrado gran capacidad, quizás porque no tenían muchas
opciones. Ellos han hecho todo lo posible para mantener sus activida-
des agrícolas, incluso bajo la actual crisis. Como antes, a los campesinos
medios les ha ido mejor. Aunque convencionalmente se entiende por
«campesinos medios» aquellos que tienen entre cinco y ocho acres, el
área cultivada no es la mejor medida porque está sujeto a la fertilidad
del suelo, los cultivos y la intensidad del trabajo. Un criterio más confiable
es su productividad y el tipo de mano de obra utilizada. Esto se presta
para diferenciar entre el modo pequeño de producción, en el cual el
valor de uso es el factor dominante, y el modo ampliado de producción
a pequeña escala, en el cual el valor de cambio es un factor importante
en la asignación de recursos y mano de obra, es decir, parte de la pro-
ducción se destina expresamente al mercado y su objetivo es la acumu-
lación de valor. Ya sea que se utilicen más o menos acres, o se vendan
algunos productos innecesarios, aquellos que operan dentro del modo
pequeño de producción son cualitativamente diferentes porque su ob-
jetivo primario es la subsistencia y no la acumulación.

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Esto no significa que se opongan a la acumulación, sino que está más
allá de su alcance. Es esta categoría de productores la que puede deno-
minarse exactamente como campesinos pobres. Los que no tienen acceso
a recursos agrícolas de cualquier tipo, como tierras, animales domés-
ticos y aperos, y que sobreviven por otros medios, incluso por la venta
de su fuerza de trabajo, técnicamente no pueden ser considerados como
campesinos, aunque residan en el campo. En el África subsahariana,
donde hasta los desposeídos tienen derechos remanentes en los bienes
de sus clanes, el problema es menos de acceso que de carencia de medios
para participar en la movilización de los recursos existentes. Dicho de
otra manera, la acumulación mínima es el requisito previo para la repro-
ducción social. Los pobres no son pobres porque lo sean, sino porque
son socialmente despojados, es decir, pueden ayudarse a sí mismos si
alguien en algún sitio de la sociedad les puede ayudar a hacerlo. La
pobreza no es culpa solo del individuo, sino una condición económica
socialmente determinada.
Esto indicaría que, si bien siempre es posible, la acumulación desde
abajo tiene sus propios límites bajo ciertas condiciones. Por ejemplo,
podría ser irrealizable en condiciones de superexplotación de los cam-
pesinos, de represión política o de coerción extraeconómica, como en el
sur de África y, cada vez más, en el resto del continente. No está abso-
lutamente claro si acumulación desde abajo, como es utilizada por
Mamdani y Neocosmos, significa lo mismo que «acumulación primiti-
va» —la que no tiene que ser desde abajo, si tomamos en serio la noción
marxista de «acumulación socialista primitiva»—, o si significa lo que
ocurrió con el establecimiento del capitalismo de Estado en países no
socialistas (como Sudáfrica bajo la dominación afrikáner) y en algunos
intentos malogrados por nacionalistas negros después de la indepen-
dencia. Lo que se observa es que los términos preferidos en el discurso
liberal son «ahorros», «formación de capital» y simplemente «acumula-
ción», y se hace una asociación directa entre estos e inversión. Esto
último es un presupuesto burgués, que es traicionado por la experiencia
africana. Las élites africanas dirigentes acumulan gran cantidad de in-
gresos mal habidos, pero no son notados por su propensión a invertir.
En el otro extremo, los pequeños productores africanos, contrario a los
presupuestos neoclásicos, ahorran, pero no movilizan sus ahorros. En
cambio, los guardan como un seguro contra tiempos difíciles. Por tanto,
sería útil si la noción de acumulación primitiva, ya sea desde arriba o

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desde abajo, se limitara a la conversión en capital de las reservas de
ingresos disponibles. Es importante reconocer que este proceso no es
automático y que a menudo está sujeto a factores extraeconómicos,
como el significado social adjunto al valor material. El homo economicus
es una construcción social burguesa históricamente determinada. Como es
conocido, en Europa, los aristócratas feudales no tenían la misma actitud
social hacia el valor material que la burguesía en ascenso. ¿Por qué de-
bería ser diferente en otras partes?

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
Por casualidad, después de investigaciones infructuosas de econo-
mistas africanos, encontré en el olvidado artículo de Toyo, «Primary
Accumulation and Development Strategy in a Neocolonial Economy»,
la definición más clara de «acumulación primitiva» que yo había encon-
trado en los escritos de la izquierda africana.
«[L]a acumulación capitalista primitiva es una categoría transicional
de la acumulación. Es la creación de la empresa capitalista, es decir,
empresas que emplean por salario con capital privado, cuyo origen no
es el excedente generado por ella misma u otra empresa capitalista».48
Aunque Toyo continúa diciendo: «Es obvio que la fuente de este
capital para el capitalismo embrionario debe ser el exceso generado en
la esfera precapitalista de producción», esto es una distracción innece-
saria porque el mercado capitalista, a un alto grado, ha integrado los
diferentes sectores de las economías africanas. Por ejemplo, sería difícil
sostener que el empleo asalariado, el pequeño comercio y los ingresos
del gobierno en África son «precapitalistas». Lo que es pertinente con
el argumento de Toyo es el hecho de que los excedentes derivados de
ellos son precapital, en tal grado que tienen que ser convertidos en capi-
tal —la única forma de valor que puede reproducirse indefinidamen-
te— sin recurrir a ninguna fuente primaria. Es probable que sea por eso
que es avanzado, es decir, no primitivo. Dado que estas otras formas de
acumulación son apenas primitivas, parece muy adecuado referirse a
ellas como «acumulación simple».
Una vez hecha la distinción crítica entre acumulación simple y acu-
mulación ampliada, es hora de volver a los sujetos de estos procesos. Es
evidente que los campesinos medios son capaces de lograr tanto acu-
mulación simple como ampliada, y de ahí que su modo de producción
sea referido como modo ampliado de producción a pequeña escala. En
48
E. Toyo: «Primary Accumulation and Development Strategy in a Neocolonial Economy», p. 21.

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contraste, los campesinos pobres no pueden alcanzar ninguno y son
felices si satisfacen sus necesidades de subsistencia. Sin embargo, a pesar
de ello, algunos siguen intentándolo, pero a menudo fallan. Esta es la
lógica de su modo de existencia social —«pequeña»— y ha dado lugar a
suposiciones, entre economistas neoclásicos, acerca de su «falta de pro-
pensión a ahorrar». Ellos son los condenados a una existencia social
humilde o a vender su fuerza de trabajo a sus superiores. Esto deja a los
economistas neoclásicos desprovistos de cualquier teoría para la erradi-
cación de la pobreza en África, donde las oportunidades de empleo fue-
ra de la agricultura son muy limitadas. Dentro de esta, el acceso general
a la tierra hace que no esté disponible lo que parece ser una abundancia
de mano de obra, a saber, los campesinos pobres.
Para asombro de los incautos, en informes de la FAO —y el Banco
Mundial parece estar de acuerdo— se cita a menudo la escasez de trabajo
como uno de los mayores obstáculos para la extensión agrícola en Áfri-
ca. Del mismo modo, en informes feministas hay una queja frecuente
acerca de que las mujeres productoras, a diferencia de los hombres,
sufren más debido a la falta de acceso a contratas de trabajo. Aparte de
las connotaciones ideológicas de tales afirmaciones, la individualiza-
ción de la producción, como es exigido por algunas feministas, implica
la competencia de mano de obra. Sin embargo, esto no viene al caso. Lo
que es importante desde el punto de vista del desarrollo es la falta de
disponibilidad general del trabajo en una situación en la que se supone
que la oferta de mano de obra sea ilimitada. El Banco Mundial, en par-
ticular, considera que los salarios en África son «demasiado altos», olvi-
dando que por la misma lógica los salarios podrían ser demasiado bajos
para aquellos que tienen acceso a los recursos de la tierra u otras formas
de autoempleo. De lo contrario, ¿por qué los campesinos africanos po-
bres prefieren ser independientes? ¿Por qué ha aumentado el desempleo
en las zonas urbanas no «cubiertas» por los mercados urbanos de traba-
jo, y se ha acelerado el crecimiento del sector informal, como otra for-
ma de autoempleo entre los pobres? ¿El autoempleo no implica «la
propensión a ahorrar», por limitada que pueda ser? Los economistas
neoclásicos no tienen respuestas claras a estas preguntas, en gran parte
porque ellos sufren de eurocentrismo.
La insistencia o el estímulo-incentivo hacia el autoempleo entre los
pobres de África, a raíz del colapso de las economías nacionales y el
crecimiento de la pobreza a un ritmo alarmante, han dado credibilidad a

70

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la demanda de una estrategia de desarrollo de abajo hacia arriba a ini-
cios del nuevo milenio. En su Human Development Report,49 el Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentó un convin-
cente argumento humanitario para la «erradicación» de la pobreza, y no
simplemente su alivio, como era la moda en las dos últimas décadas.
Consecuente con ello, hizo hincapié en el desarrollo del «capital huma-
no», sin entrar en la economía de ninguno de estos dos pilares de su
estrategia de desarrollo. El Banco Mundial bajo fuertes críticas por ha-

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
ber dejado de tomar en cuenta la «dimensión humana» en sus Progra-
mas de Ajuste Estructural, que lejos de aliviar la pobreza la aumentaron,
al menos entre los grupos vulnerables encontró conveniente seguir la
corriente. Sin embargo, conscientes de que el desarrollo del capital hu-
mano menoscaba la acumulación antes de acentuarla, el Banco Mun-
dial buscó la forma de acomodarlo en virtud de los límites del crecimiento
económico. En una línea similar se vio la erradicación de la pobreza
como una consecuencia del crecimiento, encabezado por los producto-
res capitalistas sin la interferencia del Estado.50 Así, colocaba a los po-
bres en un papel pasivo bajo la creencia de que ellos son incapaces de
generar excedentes para la inversión y que, por regla general, son quie-
nes jamás accederían al financiamiento de los bancos, a diferencia de
los grandes agricultores. ¿Es todo esto verificable y universalmente cierto?
Es posible que la mayor parte de estas suposiciones no sean nada más
que prejuicios burgueses basados en la historia del desarrollo del capita-
lismo en la agricultura de Occidente.
Por ejemplo, no hay evidencias de que los grandes agricultores en el
África negra sean más eficientes que los pequeños. En segundo lugar, si
los agricultores a gran escala eran los mayores ganadores de divisas has-
ta el inicio de la actual crisis agrícola, las pequeñas cultivadoras en Áfri-
ca fueron y siguen siendo los mayores productores de alimentos. La
observación última no es invalidada por el hecho de que hay un déficits
de alimentos en los países africanos. En todo caso, es un argumento
para dar a esta categoría de productores un trato preferencial, en lugar
de marginarlos. Del mismo modo, no se puede demostrar que los gran-
des agricultores en África sean más sensibles a las innovaciones tecno-
lógicas que los pequeños agricultores. En la actual crisis agrícola en
África, los grandes agricultores en general han respondido al colapso de

49
PNUD: Human Development Report, 1997.
50
T. Mkandawire y C. Soludo: Ob. cit.

71

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los mercados internacionales para los cultivos tradicionales de exporta-
ción, abandonando la actividad agrícola, en lugar de encontrar alterna-
tivas a los cultivos como una cuestión de conveniencia. Por el contrario,
los campesinos medios en países como Kenia se han adaptado a la crisis
cambiando a cultivos anuales de alto valor, la industria lechera y la cría
de aves;51 también se han adapatado las productoras a pequeña escala
en países como Senegal y Zimbabue. Esto indicaría que la capacidad de
respuesta tecnológica no tiene nada que ver con el tipo de agricultor,
sino más bien con el costo de la innovación. En este contexto los cam-
pesinos pobres están en desventaja y, naturalmente, poco interesados
en arriesgarse. En un entorno más propicio este no sería el caso. Con
cierto nivel de estímulo, los campesinos de Kenia y Zimbabue han cam-
biado con rapidez a las variedades de maíz híbrido, mientras que sus
hermanos en Malawi, frente a un gobierno cínico y opresivo, han evitado
conscientemente esa medida.
En cuanto a la propensión al ahorro, tampoco esta vez se puede de-
mostrar que los grandes agricultores realmente ahorren más que los cam-
pesinos más pobres de África. Según una encuesta realizada por E.
Aryeetey,52 la probabilidad indica que los campesinos pobres ahorran
más como porcentaje de sus ingresos que los grandes agricultores. Sin
embargo, la diferencia esencial es que el ahorro de los campesinos está
concebido como un seguro contra inesperadas exigencias económicas.
Por tanto, permanece inmovilizado durante largos períodos de tiempo.
Visto desde este ángulo, el problema no es el ahorro, sino la inseguridad
económica. Esto proporciona argumentos adicionales para el apoyo
gubernamental en forma de préstamos, ya que los bancos comerciales
no consideran aceptables financieramente a los agricultores pobres. A
diferencia de los campesinos sin tierras de Asia y América Latina, los
campesinos pobres de África tienen derecho a los recursos de la tierra y
sus derechos sobre esta suelen ser reconocidos por sus familias o clanes.
Tal garantía los hace completamente financiables y un activo económi-
co, si se les da la oportunidad de ser productivos. En Malawi, Kydd y
Hewitt53 encontraron que la tasa de reembolso de los préstamos del
gobierno por campesinos pobres superó el 94 %. Para dejar sentado el
51
P. Collier y P. Horsnell: Ob. cit.
52
E. Aryeetey: Saving Among the Rural Poor in Ghana.
53
J. G. Kydd y A. Hewitt: «Malawi after six years of adjustment, 1980-1985», en Development
and Change, vol. 17, no. 3.

72

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punto sobre la posibilidad de financiar a los pobres, se podría hacer
referencia al famoso Banco Grameen en Bangladesh, el cual experimen-
tó el 100 % de recuperación de préstamos hechos a mujeres pobres, o al
Esquema de Garantía de Empleo de Maharashtra en la India, que hizo
posible que miles de desempleados rurales pobres fueran productivos a
través de la ayuda alimentaria.
Las consideraciones anteriores nos predisponen no hacia el alivio de la
pobreza, sino hacia una estrategia paulatina para el desarrollo, cuyo ob-

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
jetivo inmediato es la eliminación de la pobreza. Sin embargo, es impor-
tante señalar aquí que el énfasis no está en el margen de tiempo, sino en el
tratamiento a la eliminación de la pobreza como desarrollo básicamente
desde abajo. Esto tiene mucho sentido en regiones como el África subsaha-
riana, donde la mayoría de la población es pobre, pero tiene acceso a la
tierra. En su informe, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola54
argumentó de modo persuasivo no solo que la productividad de los po-
bres rurales se ha incrementado con facilidad por la inversión modera-
da, sino también que la relación entre el capital marginal y la tasa de
retorno es mucho más baja para los productores rurales pobres que para
los agricultores a gran escala de capital intensivo. Teniendo en cuenta la
productividad del capital marginal —es decir, lo recíproco del capital
al índice de ingreso— entre los dos subsectores, el informe postuló que
una unidad de recursos invertidos en el subsector campesino podría
generar mayores ahorros que si fuera invertido en el subsector del capi-
tal intensivo. Además, sugirió que, dada una situación en la que los
pobres son mayoría, el retorno decreciente al capital no sería tan signi-
ficativo en el sector pobre como en el sector no pobre.
La idea central de estos inspiradores argumentos consiste en que, en
situaciones donde los pobres predominan, es más eficiente invertir en ellos
que en los no pobres, quienes son propensos a absorber más recursos que
pueden ser justificados económicamente. En otras palabras, no solo es más
barato, en términos de gastos de capital (incluidas las divisas extranje-
ras), invertir en la mayoría descapitalizada, sino que también ayuda a
movilizar su única forma de riqueza, su mano de obra. Esta es una
garantía para el desarrollo personal y una base necesaria para el desarro-
llo nacional. En este contexto, los argumentos burgueses sobre los pro-
ductores marginales dispersos e improductivos pierden toda relevancia,
54
International Fund for Agricultural Development (IFAD): The State of Wold Rural
Poverty, 1992.

73

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ya que no tienen en cuenta la realidad social, los costos económicos y
humanos de la pobreza. En el contexto de África subsahariana, la po-
breza generalizada es fundamentalmente un problema de desarrollo y es
susceptible a estrategias «paulatinas» de desarrollo.
Al invertir en los productores pequeños, los gobiernos africanos po-
drían aspirar a obtener múltiples beneficios, a saber, la eliminación de la
pobreza absoluta y la aceleración de la expansión agrícola, al promover
en ellos el modo ampliado de producción a pequeña escala tanto como
sea posible, y la reducción-eliminación del desempleo rural. Todo esto
requeriría un aumento significativo de la inversión en la agricultura y el
desarrollo rural. Hasta ahora, los gobiernos africanos dedican como pro-
medio aproximadamente el 6 % de sus presupuestos nacionales para
invertir en la agricultura. Sin embargo, se estima que se requeriría hasta
el 24 % para mejorar la productividad en la agricultura africana.55 Esto
le resta sentido a cualquier demanda de que el Estado se retire de su
participación en la producción económica. Se sabe que el capital priva-
do solo se interesa por las zonas más desarrolladas de la economía y que
no se implica en la acumulación primaria, el desarrollo de la infraestruc-
tura, ni en el desarrollo de recursos hídricos y energéticos. Estas respon-
sabilidades le corresponden al Estado, así como el desarrollo del capital
humano, beneficio directo para los empleadores, quienes por lo general
buscan exenciones fiscales, lo cual es especialmente cierto para el capi-
tal extranjero. El Estado tiene un importante papel que desempeñar en
la facilitación del desarrollo en África, cuyos capitalistas locales son
insuficientes y demasiado débiles para hacerse cargo de la economía
nacional.
A pesar de las habladurías sobre el proteccionismo de Occidente, es
obvio que las inexpertas economías, como las africanas, necesitan cier-
ta protección del Estado contra las grandes economías externas, como
es el caso incluso de países desarrollados. La tragedia africana consiste
en que el Estado mismo se ha convertido en el mayor problema para el
desarrollo. Aparte de la corrupción desenfrenada, hay un dilapidado gasto
de recursos en el desarrollo de medios de represión, como la militariza-
ción.56 No es simplemente una cuestión de falta de democracia, bien
entendida, sino de la destrucción física de las personas que deberían ser
movilizadas para el desarrollo. Dadas las circunstancias, a pesar de las
55
World Bank: Adjustment in Africa: Reforms, Results and the Road Ahead, 1994.
56
E. Hutchful y A. Bathily: The Military and Militarism in Africa.

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inhibiciones liberales habituales, la línea divisoria entre insurrección y
progreso se torna de hecho muy delgada. No obstante, la intervención
de un Estado desarrollista democrático no debería interpretarse como
un caso en contra de la acumulación capitalista. El desarrollo de una
burguesía nacional fuerte podría reforzar la necesaria revolución demo-
crática nacional y reducir las perspectivas para el resurgimiento del auto-
ritarismo estatal. En la agricultura, como ha sucedido en Japón, si los
campesinos medios se convierten en la fuerza dominante, debería alentarse

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
su transformación en agricultores capitalistas a través de la intensificación
de los factores técnicos, tales como, los regadíos, la introducción de
nuevos cultivos, un uso mayor de fertilizantes, mejor control de las pla-
gas y uso de herramientas más modernas, más que a través de la aliena-
ción de la tierra.
Esto presupone el desarrollo de industrias que sean capaces de res-
ponder a la demanda de la agricultura, incluida la generación de tecno-
logías apropiadas, como ocurrió en el Japón después que el país dio la
espalda al modelo occidental de desarrollo agrícola.57 Más cerca de casa,
en Egipto —la cuna del arado—, la despreciada azada con una hoja
mucho más amplia y el mango más corto que la que es común en el
África subsahariana, todavía se utiliza junto con un arado tirado por
tractor en, prácticamente, todas las operaciones, además de remover el
suelo y romper los terrones en las fincas medias y pequeñas. También,
entre esta categoría de agricultores aún se emplean animales de tracción
—caballo y burro— para transportar los productos al mercado. Y, sin
embargo, su productividad e intensidad de cultivo está solo por debajo
de la de los agricultores holandeses y daneses. Los africanos subsaharia-
nos están todavía muy lejos de agotar estas posibilidades, lo que signifi-
ca que se podría lograr mucho con una inversión relativamente muy
pequeña de capital. Pero el eurocentrismo bloquea su visión.
En contra de la estrategia de desarrollo proyectada desde abajo y
arriba, es importante señalar que dar prioridad a la agricultura es una
cosa, y considerar a la agricultura como la «columna vertebral» de las
economías africanas, en un sentido intrínseco, es otra. De hecho, es una
gran falacia perpetrada por el Banco Mundial y los antiguos amos colo-
niales para sus propios beneficios. Considerando que África tiene mu-
cha más tierra por persona que cualquier otro continente, la proporción
57
P. Franks: Industrialisation and the «Japanese Model» of Agricultural Development: A Case Study.

75

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de tierra cultivable es relativamente pequeña. De los diez principales
tipos de suelo encontrados en África, dos —los desiertos y los suelos
poco profundos— no son capaces de apoyar el cultivo de secano y ellos
constituyen casi el 40 % de la superficie terrestre. Del 60 % restante, el
20 % está cubierto por suelos arenosos de diversos tipos, deficientes en
nutrientes para las plantas y sujetos a la erosión del viento y la lluvia.
Posiblemente la mitad de lo que queda consiste en arcilla y suelos mal
drenados que, si bien no infértiles, son muy difíciles de manejar. Esto
deja una pequeña proporción, alrededor del 20 %, de buena tierra cul-
tivable, encontrada principalmente en las tierras altas tropicales del África
Oriental, las tierras bajas tropicales del centro y sur de África Occiden-
tal, los suelos tropicales ferruginosos de sureste de África y partes de
África Occidental. Aquí es importante señalar que, mientras que los
suelos tropicales son generalmente profundos, la mayor parte de ellos
en las zonas húmedas se caracterizan por tener una delgada capa orgá-
nica, que se desintegra con facilidad en ausencia de cubierta vegetal.
Sin embargo, todavía hay suficientes reservas de tierras cultivables
en África, en especial en el centro y el sureste de África. Fuera de la
zona tropical húmeda y subhúmeda, el factor limitante es la lluvia o el
agua (incluyendo las frecuentes sequías). Para empeorar las cosas, las
perspectivas para el riego en África son muy limitadas: entre 20 y 25
millones de hectáreas, de un estimado de 600 millones de hectáreas de
tierras, son aptas para el cultivo. Peor aún, en la actualidad menos del 5 %
de estas tierras se irriga y casi la mitad de ellas está en el norte de África
(especialmente en Egipto). Por otra parte, se estima que el costo de irriga-
ción en África sería prohibitivo —dos o tres veces tanto como en la In-
dia—.58 La disponibilidad de agua no es el problema en África, la
dificultad radica más bien en obtenerla donde es más necesaria: fuera
de la zona ecuatorial. Debido a la baja capacidad de transporte, las
subregiones fuera de la zona húmeda y semihúmeda han sufrido un de-
terioro ecológico estable bajo regímenes de cultivo intensivo (excluyen-
do la mayor parte del Sudán). Este deterioro ha afectado a la mayor
parte de Etiopía central y oriental, el África Oriental subhúmeda y mon-
tañosa, y el subhúmedo y semiárido sur de África (con Botsuana, el sur
y noroeste de Namibia, desde Cabo del Este hasta Zululand y el sur de

58
FAO: Ob. cit.

76

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Madagascar que muestran casi la misma intensidad de degradación que
la región sudano-sahel). La sabana a ambos lados del ecuador se ve
amenazada por la erosión del suelo debido a los frecuentes incendios
incontrolados.59
De esta forma, es probable que la mayor parte de la disminución de la
productividad agrícola en África se explique por la degradación del sue-
lo, lo cual se puede atribuir en gran parte a técnicas de producción ina-
decuadas, incluyendo el uso indiscriminado de tecnologías occidentales.

ARCHIE MAFEJE / La cuestión agraria, el acceso a la tierra y las respuestas de los campesinos en el África subsahariana
Por tanto, la preservación de suelo y la protección del ambiente podrían
ser un factor crítico en cualquier esfuerzo para revitalizar la agricultura
en África. Entre otras cosas, ello significa que África tendrá que
industrializarse, con carácter urgente —no solo para sobrevivir econó-
micamente, sino también con el fin de satisfacer las exigencias técnicas
y científicas para el desarrollo de la agricultura—. La implicación inme-
diata es que, al contrario de las habituales presuposiciones eurocéntricas,
la acumulación primaria para la industrialización no podría venir de las
deprimidas economías agrícolas africanas. La tarea inminente para los
planificadores africanos y responsables políticos es asegurarse de que la
agricultura pueda, en el futuro previsible, alimentar a la creciente po-
blación africana. Los gobiernos africanos deberían sacar buen provecho
de esto, por razones tanto sociales como financieras, y pensar en otras
formas de financiar la industrialización, que se está convirtiendo en
condición sine qua non para el futuro del continente. No debería ser tan
difícil, si se recuerda cómo los recursos preciosos —incluidos la riqueza
mineral, la ayuda externa y los préstamos— han sido dilapidados en los
últimos treinta años en actividades desdeñables como el consumo cons-
picuo, la inútiles guerras civiles y, sobre todo, en apoyo a pequeños dic-
tadores. Todo esto conduce nuevamente a la cuestión de la democracia
social como condición necesaria para el desarrollo equitativo en África.
En este contexto, el requerimiento importante es que, si tomamos en
serio la erradicación de la pobreza y una estrategia de desarrollo de aba-
jo hacia arriba, entonces la política de extracción de plusvalía de los
campesinos en beneficio de las zonas urbanas debe ser abandonada para
asegurar la equidad y garantizar que las zonas urbanas vivan del valor
añadido, como un imperativo lógico de tal estrategia de desarrollo.

59
E. Lambini y D. Ehrlich: Broad Scale Maps of African Land Cover and its Dynamics, 1982–1991.

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80

01 Archie Mafeje.pmd 80 06/09/2010, 14:59


RUTH No. 6/2010, pp. 81-121

SAM MOYO*

La tierra en la economía política


del desarrollo africano: estrategias
alternativas para la Reforma**

Introducción

Las preguntas sobre la tierra en África son un factor crítico en la defini-


ción de la transformación social contemporánea y en la formación de la
trayectoria de desarrollo del continente. La escasez de tierras y las res-
tricciones de acceso son la principal fuente de la persistente inseguridad
alimentaria, la pobreza rural, la acumulación y el desarrollo distorsionados,
así como de los conflictos que se intensifican sobre los derechos a la tierra.
La ciudadanía, según lo proscrito por los derechos impugnados sobre la
tierra que marcan la «posesión», está siendo reconfigurada cada vez más.1
El aumento de las luchas por la tierra refleja la ausencia de un desarrollo
capaz de absorber el empleo y las necesidades de consumo de las pobla-
ciones crecientes en la industrialización y la diversificación de las eco-
nomías. La transición agraria ha fallado en su materialización, mientras
el mercado doméstico permanece desarticulado. La irresuelta cuestión de
la tierra en África también destaca el fracaso en el campo de la justicia
*
Profesor y Director Ejecutivo del Instituto Africano para los Estudios Agrarios (AIAS) de
Harare. Investiga y enseña sobre políticas ambientales y movimientos sociales, con énfasis en
la reforma agraria y el cambio agrícola. Es Presidente del Consejo para el Desarrollo de la
Investigación Económica y Social (CODESRIA), y también es miembro de varias juntas
directivas.
**
Traducido del inglés por Oscar Ochoa González.
1
P. Geschiere y F. Nyamnjoh: «Capitalism and Autochthony: The Seesaw of Mobility and
Belonging», en J. Comaroff y J. L. Comaroff (eds.): Millennial Capitalism and the Culture of Neo-
liberalism.

81

02 Sam Moyo.pmd 81 06/09/2010, 14:59


social histórica y los temas de las desigualdades contemporáneas, sobre
todo a través de las reformas neoliberales.2 Las relaciones de propiedad
sobre la tierra son deformadas cada vez más por la creciente concentra-
ción y exclusión de tierras de cultivo, la expansión de la propiedad pri-
vada sobre la tierra y la profundización de las relaciones capitalistas (de
exportación) de producción agraria, junto a la inseguridad alimentaria y
el aumento de las importaciones de alimentos (dependencia de la ayu-
da), la disminución continua del valor de los cultivos para la exporta-
ción y el colapso de la base agroindustrial naciente de África.
Los estudios recientes sobre la tierra en África3 se han caracterizado
por concentrarse en la tenencia de tierra consuetudinaria y en temas de
«subsistencia» más que en los mayores problemas de la tierra que subyacen
tras el desarrollo agrario, minero e industrial. Aunque algunos estudio-
sos se han preguntado si África tiene un significativo problema sobre la
tierra, excepto en las antiguas colonias, dada la ausencia generalizada
de la expropiación colonial de tierra, la irresuelta cuestión agraria en
todo el continente está ampliamente reconocida.4 Esto sugiere la nece-
sidad de entender el lugar que ocupa la tierra en los procesos de acumu-
lación de capital a largo plazo y en la proletarización, 5 así como los
efectos de los sistemas de administración de tierra en el desarrollo y en
la democratización.6

La reforma agraria, la cuestión agraria


y el desarrollo nacional

La reforma agraria es necesaria, pero no es condición suficiente para el


desarrollo nacional. El eslabón entre la reforma agraria y el desarrollo
2
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Provinces; R. Palmer: «A Guide to, and Some Comments on, The World Bank’s Policy Research
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3
J. Quan: «Land Tenure, Economic Growth and Poverty in Sub-Saharan Africa», en C. Toulmin
y J. Quan: Evolving Land Rights, Tenure and Policy in Sub-Saharan Africa; R. Palmer: Ob. cit.;
World Bank: Land Policy for Pro-Poor Growth and Development; Unión Europea: Guidelines for
Support to Land Design and Land Reform Processes in Developing Countries.
4
A. Mafeje: «Imperatives and Options for Agricultural Development in Africa: Peasant or
Capitalist Revolution?» [ensayo inédito].
5
G. Arrighi: «International Corporations, Labour Aristocracies, and Economic Development
in Tropical Africa», en G. Arrighi y J. Saul (eds.): Essays on the Political Economy of Africa.
6
M. Mamdani: Citizens and Subjects: Contemporary Africa and the Legacy of Late Colonialism.

82

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nacional fue ampliamente reconocido en un período anterior de desarrollo
—entre 1950 y 1970—, aunque su ejecución fue en general limitada y
contingente en la geopolítica de la «Guerra Fría».7 A partir de los años
ochenta, bajo la influencia de las finanzas internacionales y la economía
neoliberal, la reforma agraria intervencionista conducida por el Estado
fue removida de la agenda de desarrollo y sustituida por una política de
la tierra basada en el mercado. Este marco de política persiguió la priva-
tización y la comercialización de la tierra, y se concentró en las transfe-
rencias de tierras según principios de mercado.8

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
El marco de la política neoliberal ha tenido dos implicaciones para el
desarrollo nacional. Se abandonó el proyecto de integración de la agricul-
tura y la industria en una base nacional, promoviéndose en cambio su
integración a mercados globales, lo que también agravó las inseguridades
económicas y sociales, la migración intensificada hacia áreas urbanas
y creó un modelo más profundo de «desarrollo inadecuado».9 Con el fin
de la Guerra Fría, el fin del dominio blanco en el sur de África, la
profundización de la crisis del desarrollo en África, la emergencia de varias
crisis de la tierra —por ejemplo, en Zimbabue y Costa de Marfil— y
la reemergencia de los movimientos rurales de reforma agraria desde la
década de los noventa, los temas sobre la reforma agraria y la pobreza
han vuelto a la agenda política, pero en menor medida a la agenda del
desarrollo. La práctica de la reforma agraria sigue basándose en princi-
pios de mercado, mientras que su teoría no ha articulado todavía un
objetivo coherente para la reforma en relación con el desarrollo nacio-
nal. Estas tendencias reflejan diferencias ideológicas y políticas que se
manifiestan en varias formas de conflictos organizados y esporádicos
sobre la tierra.
La reforma agraria es una dimensión fundamental de la cuestión agraria,
y a su vez esta lo es de la cuestión nacional. La cuestión agraria clásica,
relacionada con la transición de la sociedad feudal-agraria a la sociedad
capitalista-industrial, solo ha sido en parte resuelta por el curso del de-
sarrollo en el período de la posguerra. Aunque las relaciones capitalistas
de producción han desplazado a las relaciones de tipo feudal en casi
7
P. Yeros: «The Political Economy of Civilization: Peasant-Workers in Zimbabwe and the
Neocolonial World».
8
S. Moyo y P. Yeros: «Land Occupations and Land Reform in Zimbabwe: Towards the National
Democratic Revolution», en S. Moyo y P. Yeros (eds.): Reclaiming the Land: The Resurgence of
Rural Movements in Africa, Asia and Latin America.
9
Ibídem.

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todos lados, en pocas partes del continente —si es que en alguna— se
ha experimentado la industrialización. De hecho, la división internacio-
nal del trabajo en la producción industrial y agrícola ha persistido con
cambios menores desde 1960. La integración de las economías del norte
entre sí y con un pequeño número de nuevos satélites industriales ha
crecido, y ha surgido una nueva división del trabajo dentro de la indus-
tria y la agricultura mundial, basada en capacidades tecnológicas, privi-
legios financieros y políticas mercantilistas de comercio.10 Estas tendencias
han aumentado la dependencia popular a la tierra para la reproducción
social, mientras que los potenciales de productividad agraria permane-
cen sin explotarse.
Con el fracaso para resolver la cuestión agraria, la cuestión nacional
permanece irresuelta, así como la autodeterminación nacional, nacida
de las luchas contra el imperialismo durante el siglo XX, no ha logrado
promover el desarrollo. En efecto, hubo un retroceso en los términos de
la cuestión nacional en sí; bajo los auspicios del capital internacional, y
por medio de la liberalización de las economías y una ideología de la
«globalización», el final de la soberanía nacional y el sistema de los Es-
tados-nación ha sido ampliamente proclamado.11 Sin embargo, como el
período de la acumulación global de posguerra llega a sus límites, carac-
terizado tanto por la sobreproducción en la industria mundial y en la
agricultura, como por la financiarización del capital, la cuestión nacio-
nal reemerge con particular urgencia.
Durante el último cuarto de siglo muchos hechos económicos y polí-
ticos han cambiado dentro de los países africanos, así como entre ellos.
El capital nacional ha sido cada vez más absorbido por el capital interna-
cional, incluso en Sudáfrica, la mecanización agrícola ha crecido y las
economías nacionales se han hecho mucho más dependientes de los
mercados internacionales. Externamente, el sistema monetario interna-
cional está menos comprometido con los tipos de cambio estables y los
mecanismos de ajuste entre el superávit comercial y los estados de défi-
cit. La moneda internacional clave permanece bajo la jurisdicción de un
solo Estado (Estados Unidos). Los controles de capital han sido elimi-
nados (bajo ajustes estructurales), y los mercados financieros interna-
cionales ahora controlan por completo las políticas macroeconómicas
nacionales. El nuevo sistema de normas y procedimientos comerciales
10
Ibídem.
11
Ibídem.

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—bajo la Organización Mundial del Comercio— ha profundizado la
liberalización y ha subordinado más Estados africanos a sus socios comer-
ciales de Occidente, aunque la tendencia emergente del capital chino
en busca de petróleo africano y minerales incline ligeramente este cua-
dro. Mientras el regionalismo se ha renovado a través de la Unión Afri-
cana, y es un proceso potencialmente progresivo, en la práctica ha sido
socavada la integración regional, al perseguir las prioridades de la integra-
ción global, en vez de aquellas del mercado interno africano. Estas con-
diciones sugieren la necesidad de una estrategia alternativa de desarrollo

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
nacional basada en un programa de reforma agraria creíble.
La reforma agraria, incluso la reforma de la tierra, tuvo siempre la
intención de servir a la industrialización nacional. Sin embargo, los re-
cientes debates africanos sobre la tierra han minimizado el potencial de
desarrollo nacional de la reforma agraria en contraposición a tres puntos de
vista generales sobre su objetivo: el «social», el «económico» y el «polí-
tico».12 La versión social de la reforma agraria predomina en la actua-
lidad en muchos de los debates sobre la reducción de la pobreza en
África.13 Esta supone, implícitamente, que la actual base agroindustrial
africana, que sobrevivió al ajuste estructural y a la liberalización, es
suficiente y bastante competitiva, y que la capacidad de exportación
agrícola es provechosa, pero limitada por los pocos incentivos para la
inversión extranjera y, en menor grado, por la deformación del mercado
del norte. Siendo así, cualquier intervención en el sector agrario debería
limitarse a proporcionar cierta seguridad a la tenencia de tierra, sobre
todo a los trabajadores desposeídos y desempleados, hasta que más
empleos de «subsistencia» o no agrícolas puedan ser generados en otros
sitios de la economía informal.14 Desde este punto de vista, también se
sostiene que el problema del empleo ya no puede ser tratado por medio
de la reforma agraria,15 como había sido la fórmula en los años cincuenta
12
Ibídem.
13
R. Palmer: «The Struggles Continue: Evolving Land Policy and Tenure Reforms in Africa:
Recent Policy and Implementation Process», en C. Toulmin, C. y J. Quan (eds.): Evolving Land
Rights, Tenure and Policy in Sub-Saharan Africa; J. Quan: Ob. cit.; World Bank: Ob. cit.
14
R. Palmer: «The Struggles Continue: Evolving Land Policy and Tenure Reforms in Africa:
Recent Policy and Implementation Process», en C. Toulmin, C. y J. Quan (eds.): Evolving Land
Rights, Tenure and Policy in Sub-Saharan Africa.
15
D. Bryceson: «African Peasants Centrality and Marginality: Rural Labour Transformations»,
en D. Bryceson, C. Kay y J. Mooji (eds.): Disappearing Peasantries?: Rural Labour in Africa, Asia
and Latin America.

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y sesenta, ya que esto destruiría la agroindustria existente. Algunos ale-
gan que la producción a menor escala es intrínsecamente improductiva
y tiene que ser complementada por el capital intensivo de cultivo en
granjas a gran escala,16 y que la tendencia al crecimiento de la urbanización
de las dos décadas pasadas es irreversible, reflejando la«desagrarización»17
y una nueva modernidad urbana que requiere el tipo de formalización
de la tenencia de tierra «de Soto» para asignar valor a los activos de los
pobres.18 Así, los debates sobre la reforma de la tierra, que se centran en
la reducción de la pobreza, suelen ser permeados por una perspectiva
asistencialista social del desarrollo, reflejada en varios programas de te-
nencia de tierra en Benín, Malawi, Tanzania, etcétera.
La versión económica de la perspectiva sobre la reforma de la tierra
promueve la idea de que la agricultura a pequeña escala podría alcanzar
un nivel razonable de productividad, y que la reforma de la tierra es una
base útil para el desarrollo, ya que la urbanización es en parte reversi-
ble.19 Esta visión hace énfasis en la «granja familiar» y esencialmente
aboga por la promoción de granjas capitalistas medias que utilizan mano
de obra asalariada. Ellas tendrían el potencial para absorber la mano de
obra, en función del buen uso de las tecnologías desarrolladas, pues
estas podrían socavar el empleo a largo plazo.20 A pesar de todo, para
que la granja mediana lograra su potencial de redirigir su producción
al mercado nacional y, por tanto, creara una sinergia dinámica con los
salarios nacionales, se requeriría de una reorientación de las políticas
neoliberales. Los Estados tendrían que adoptar, en cambio, un marco
de concertación de políticas nacionales de desarrollo en busca de la
integración del mercado interno.21 Este marco de promoción de la pe-
queña producción mercantil agraria ha avanzado en numerosos países
africanos22 con el proceso de diferenciación social que genera menos del
10 % de la granja media entre la clase campesina.23 Una posición rela-
16
J. Sender y D. Johnston: «Searching for a Weapon of Mass Production in Rural Africa: Unconvincing
Arguments for Land Reform», en Journal of Agrarian Change, vol. 4, no. 1/2, pp. 142-164.
17
D. Bryceson: Ob. cit.
18
H. de Soto: The Mystery of Capital: Why Capitalism Triumphs in the West and Fails Everywhere Else.
19
M. Lipton: Why Poor People Stay Poor: A Study of Urban Bias in World Development.
20
S. Moyo y P. Yeros: Ob. cit.
21
Ibídem.
22
H. Bernstein: «Rural Land and Land Conflicts in Sub-Saharan Africa», en S. Moyo y P. Yeros
(eds.): Reclaiming the Land: The Resurgence of Rural Movements in Africa, Asia and Latin America.
23
M. Eicher y C. K. Rukuni: «Zimbabwe’s Agricultural Revolution: Lessons for Southern
Africa», en M. Eicher y C. K. Rukuni (eds.): Zimbabwe’s Agricultural Revolution.

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cionada con este debate ve potencial económico en un sector agrícola
bifurcado, en el cual la agricultura a gran escala se especializa en la
exportación de cultivos de alto valor, mientras que la agricultura a pe-
queña escala se especializa en la provisión doméstica. Sin embargo, no
es de esperar que se atenúen las contradicciones existentes entre la agricul-
tura a pequeña escala y a gran escala en el proceso económico y políti-
co, sino que se acentúen, y el modelo bifurcado exigiría un cambio
generalizado en el marco de la política nacional que desafiaría los privi-
legios históricos (en términos de créditos, servicios, electricidad, infra-

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
estructuras de riego y comercialización) disfrutados por el sector agrícola
a gran escala. Hace poco este marco bimodal de política agraria ha sido
enérgicamente asumido en Botsuana, el Congo, Mozambique, Nigeria y
Uganda, sobre todo con la ayuda para la reubicación de los agricultores
blancos de Zimbabue. Los opositores sostienen que las ventajas de la
agricultura a gran escala se sobrestiman, dado sus privilegios históricos,
los costos sociales y la sostenibilidad ambiental.24 Este argumento ve
valor en una estrategia nacional de «desvinculación» parcial del merca-
do mundial, pero afronta el dilema del intercambio crónico de divisas,
así como la oposición nacional e internacional.25
La versión política de la reforma de la tierra también tiene dos gran-
des tendencias que no son necesariamente diferentes del pensamiento
económico: las tendencias «micro» y «macro». La tendencia micro ve
valor político en la reforma de la tierra como un medio para disolver las
relaciones no capitalistas de producción o las estructuras de poder ex-
cesivamente concentradas, donde continúan existiendo a nivel local y
regional. La reforma de la tierra, según este punto de vista, debe limitar-
se a un proyecto de democratización local y regional, y no a un proyecto
nacional de transformación estructural. Por el contrario, la tendencia
macro ve la reforma de la tierra como un medio para disolver el poder
político de los grandes capitales agrarios que operan alineados con el
capital internacional y tiene interés en mantener un modelo extroverti-
do de acumulación.26 Para esta tendencia la reforma de la tierra a gran
escala es una condición política previa a la implementación de una po-
lítica de desarrollo nacional para la integración del mercado interno, y la
24
S. Moyo: «The Politics of Land Distribution and Race Relations in Southern Africa», en Y.
Bangura y R. Stavenhagen (eds.): Racism and Public Policy.
25
Ibídem.
26
S. Moyo: «The Land Occupation Movement and Democratization in Zimbabwe: Contradictions
of Neo-liberalism», en Millennium Journal of International Studies, vol. 30, no. 2, pp. 311-330.

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propiedad privada de la tierra es considerada como un obstáculo para la
movilización de un proyecto nacional.

Las reformas africanas de la tierra, la acumulación


primitiva y el desarrollo

La base económica y material del Estado africano descansa en gran


parte en la extracción de recursos primarios y en actividades de exporta-
ción agrícola, del petróleo, la minería y otros recursos naturales (fores-
tales y fauna, la explotación de la biodiversidad en general). Con algunas
excepciones de países que han experimentado un crecimiento industrial
intensivo, como Sudáfrica, el control de la tierra, los recursos naturales
y sus mercados de productos son factores dominantes en la corriente
principal de los procesos de acumulación de capital y de reproducción
social. Estos determinan los ingresos y la base de recursos de la mayoría
de los Estados africanos, de tal forma que las estructuras de poder y la
política están muy influenciadas por el control de la tierra, aun donde
las rentas mineras son significativas.
En muchos países africanos las grandes extensiones de tierras son
controladas por el Estado a través de varias relaciones de propiedad. Las
agencias estatales retienen la tierra directa e indirectamente, el Estado
tiene poderes sobre las autoridades locales que controlan la tierra bajo
la tenencia consuetudinaria y, a través de sus instrumentos de regula-
ción, ejerce poderes legales sobre las tierras estatutarias, en particular
sobre las arrendadas y los mercados de tierras. El poder estatal y la hegemo-
nía política sobre el territorio nacional se expresan concretamente
a través de la competencia para la asignación de tierras y los recursos
relacionados, la regulación de la tenencia de tierras y su uso, y a través
de estructuras estatales responsables de la resolución de disputas que
provienen de reclamaciones rivales sobre la tierra. Tal control es acom-
pañado por la extensa influencia del Estado sobre la asignación y el uso
del agua y los recursos naturales; junto a estas y otras políticas econó-
micas, dirige los recursos financieros y los incentivos que influyen en
los patrones de utilización del suelo. Así, el Estado africano es interme-
diario, construye estructuras de poder y acumulación en gran medida
a través del control de la tierra y la asignación de los recursos naturales
usando diversos sistemas de distribución. Las reformas de la tierra repre-

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sentan cambios en las asignaciones existentes de los recursos, los poderes
reguladores e instituciones estatales, las autoridades tradicionales y las
formas emergentes de capital.
El Estado africano, situado en el contexto de los procesos neocolo-
niales de formación de clases y las estructuras económicas extroverti-
das, está formado en sí mismo por fuerzas sociales internas diferenciadas
que definen el poder político y la acumulación, pero que permanecen
subordinadas al capital y a los mercados externos. Sin embargo, el Esta-
do es fundamental para la «acumulación primitiva» en general y para el

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
acceso a importantes recursos socioeconómicos nacionales en particular,
dada la ausencia de una burguesía nativa madura. El acceso a un cargo
político puede ser crítico para la dirección de la acumulación. Los débi-
les Estados africanos neocoloniales, ya sea que fuesen asentamientos
coloniales o no, mantienen diferentes grados de regímenes «consuetudi-
narios» de autoridad, incluyendo algunas formas similares a remanentes
de regímenes semifeudales, como aquellos localizados en Marruecos,
Etiopía y el norte de Nigeria. Estos desempeñan un papel fundamental,
junto con los gobiernos locales y centrales, en el control y la asignación
de la tierra.
La contradicción primaria que afrontan las estrategias neoliberales de
desarrollo y las luchas democráticas radica en los mercados globalizados
desigualmente. Las relaciones comerciales están destinadas a sustituir
la intervención estatal como instrumento de desarrollo para las necesi-
dades internas de la sociedad dentro de una economía integrada, basadas
en la mejora de los recursos, la productividad técnica y el producto del
trabajo en niveles adecuados para la reproducción social básica. Las inter-
venciones estatales para el desarrollo, ligadas a relaciones cada vez más
basadas en el control del mercado de recursos —incluyendo la tierra—,
han tendido a excluir la débilmente organizada y favorecida élite inter-
na, y el capital extranjero a través de la manipulación de los mercados
y los procesos administrativos que gobiernan los recursos como la tierra y
el agua.
El control de la tierra se ha convertido cada vez más en una fuente
clave de poder de movilización a través de la política electoral, en la
cual el poder de clase y de capital dirige la lucha por la democratización
y el desarrollo. Las reformas de la tierra pueden ser espacios críticos de
luchas políticas, cuando la clase y las estructuras de poder y de raza son
desigualmente promovidas en función de los intereses del capital externo

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y en el contexto de distribuciones desiguales de tierra, como lo demuestra
la experiencia de Zimbabue. El resultado de las elecciones de 1992 en Kenia,
por ejemplo, se basaba en estrategias cínicas de políticos que manipularon
disputas interétnicas sobre la tierra, existentes desde hacía mucho tiem-
po, pero que estaban latentes en confrontaciones violentas.27 Así, la na-
turaleza, las vías del control estatal y la base ideológica dominante pueden
ser cruciales para la forma y el contenido de las reformas de la tierra.
La naturaleza de los actuales debates intelectuales y políticos africa-
nos sobre la tierra reflejan importantes controversias ideológicas y polí-
ticas en torno a la definición de la tierra y los problemas agrarios, de ahí
la trayectoria de las reformas que se requieren para apuntalar el desarro-
llo sostenible y el papel del Estado cara a cara con los mercados inter-
nos —incluidos los mercados agrarios—, así como con los mercados
internacionales. La agenda neoliberal enfatiza en la liberalización de los
mercados dentro de un proyecto hegemónico mundial que subordina el
proyecto de acumulación del Estado-nación africano al capital finan-
ciero mundial. Las contradicciones de esta trayectoria neoliberal se
manifiestan parcialmente en los problemas agrarios y de la tierra en Áfri-
ca, las ineficaces reformas de la tierra y la movilización de varias fuer-
zas sociales en torno a esta.

Rasgos únicos de la cuestión de la tierra africana

Hay algunos rasgos sociales africanos exclusivos que definen sus


interrogantes sobre la tierra y los enfoques de su reforma, incluyendo
por qué ha evolucionado el énfasis dominante en la reforma de la te-
nencia de tierra. Mafeje28 enfatiza la ausencia, en el advenimiento de la
colonización africana, de extendidas formaciones políticas puramente
feudales basadas en específicas relaciones sociales de producción, en
las cuales los procesos de la tierra y de mano de obra están basados en la
servidumbre o sus variantes, esencialmente la extracción de la plusvalía
de los siervos por los terratenientes mediante la renta de terrenos con
27
S. Moyo: «Land, Food Security and Sustainable Development in Africa», documento prepa-
rado para la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África (por sus siglas en inglés,
UNECA).
28
A. Mafeje: «The Agrarian question, Access to Land and Peasant Responses in Sub-Saharan
Africa», UNRISD, documentos del Programa sobre la Sociedad Civil y los Movimientos
Sociales.

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formas primitivas de asignación de tierras, y a través de la provisión obliga-
toria de diferentes formas de servicios laborales de «servidumbre» o
«no libres», como la aparcería. Otras exacciones tributarias de la clase
campesina bajo el feudalismo eran poco comunes en África y cuando
las obtenían no eran tan intensas. Mafeje señala también29 que la mayo-
ría de las sociedades africanas rurales se organizaron alrededor de es-
tructuras comunales basadas en la autoridad política de linaje y en una
organización social, en la cual el acceso a la tierra se basó en derechos
de usufructo reconocidos y universales asignados a las familias —tanto

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
pastoril como de asentamiento— de las agrupaciones a través de los
linajes dados.30 Tales derechos sobre la tierra también incluyeron aque-
llos asignados eventualmente a los «esclavos» asimilados, emigrantes y
colonizadores, tal y como advierten Mamdani31 y otros. Esto significa
que los grupos familiares africanos mantuvieron la tierra y movilizaron
sus relaciones laborales con relativa autonomía de los linajes gobernan-
tes y los jefes, principalmente por sus propias necesidades de consumo
y, en segundo lugar, por proyectos sociales o comunales en una escala
menor. Bajo estas condiciones, la producción para el comercio ocurrió a
una pequeña, pero creciente escala desde el colonialismo.32 Amin ha
argumentado33 que estas formaciones sociales africanas tenían algunos
elementos explotadores de las relaciones sociales tributarias de produc-
ción. Estos pueden ser citados a través de las contribuciones que los
grupos familiares aportaban, a partir de pequeñas porciones del producto
del trabajo y de la familia, a los proyectos sociales de los gobernantes
(por ejemplo, los campos del rey, las reservas de graneros, etc.). La cuestión
esencial que distingue el problema de la tierra en África es la ausencia
de relaciones sociales rurales de producción basadas en la servidumbre,
como la renta de la tierra y el trabajo servil, en un contexto donde el
monopolio sobre la tierra por parte de unos terratenientes no existía. El
colonialismo extendió la extroversión de la producción y el proceso de
extracción de plusvalía a través del control de los mercados y de las
fuerzas extraeconómicas, pero dejó la tierra y las relaciones laborales
genéricamente libres.
29
Ibídem.
30
S. Moyo: «Land, Food Security and Sustainable Development in Africa».
31
M. Mamdani: When Victims Become Killers: Colonialism, Nativism, and the Genocide in Rwanda.
32
S. Moyo: «Land, Food Security and Sustainable Development in Africa».
33
Samir Amin: Neocolonialism in West Africa.

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Bajo el colonialismo, la «ley indirecta» modificó la organización de las
sociedades campesinas a través de cambios artificiales en los proce-
dimientos de la norma consuetudinaria y de liderazgo, y dirigió la pro-
ducción campesina hacia la pequeña producción mercantil generalizada,
principalmente a través del control de las finanzas, los mercados y
las infraestructuras.34 Si bien los procesos migratorios de mano de obra
fueron diseñados casi en todas partes, dentro de las fronteras geográficas
limitadas por las colonias de África se acompañaron de extensas e institu-
cionalizadas expropiaciones de tierras que condujeron a la proletarización
de grandes segmentos del campesinado, lo que generó escasez de tierras
a gran escala junto a la semiproletarización. Conforme a la ley indirecta,
se mantuvieron los sistemas consuetudinarios de autoridad con respecto a
la tenencia de tierras, pero se adaptaron para ajustarse a la necesidad del
Estado de gravar algunas tierras y asignarlas a esquemas específicos
de producción o clases, y esto le permitió a los líderes de linaje mayores
dotaciones de tierra.35
Si bien la dicotomía que define las cuestiones de las tierras africanas
de pobladores y no pobladores, continúa basada en la alienación histó-
rica a gran escala de la tierra, cada vez más se ha hecho menos aguda en
algunas regiones de países dados a causa de formas generalizadas, pero
limitadas, de concentración de tierras. Esta concentración ha surgido
tanto «desde abajo» como «desde arriba» —desde abajo a través de la
diferenciación social interna y desde arriba por la escisión de tierras de
las élites, por medio de estructuras estatales de administración de la
tierra y sus mercados emergentes—. Esto enfatiza el hecho de que el
Estado africano neocolonial ha sido «activista» en la promoción del cam-
bio capitalista agrario, de forma que ha apoyado la concentración de
tierras entre los agricultores capitalistas y ha permitido a las clases do-
minantes marginar a campesinos y trabajadores. No obstante, a nivel
continental, estos procesos sugieren que ni la alienación de tierras a
gran escala, ni la falta de estas, ni la total proletarización, ni las formas
de servidumbre del trabajo rural han obtenido resultados. Ellos señalan
hacia una estructura difusa, pero importante, de concentración de tie-
rras y a procesos de marginación social políticamente significativos.36
34
S. Moyo: «Land, Food Security and Sustainable Development in Africa».
35
S. Moyo: «The Politics of Land Distribution and Race Relations in Southern Africa», en Y.
Bangura y R. Stavenhagen (eds.): Racism and Public Policy.
36
S. Moyo: «Land, Food Security and Sustainable Development in Africa».

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Campesinos africanos resistentes,
semiproletarización y reforma agraria

La prevalencia de la semiproletarización en trabajadores campesinos,


junto a la retención de grandes campesinos, o pequeños cultivadores,37
significa que, en general, las sociedades rurales africanas detentan grupos
familiares con tenencia de tierra independiente, aunque a una escala
decreciente y en tierras cada vez más marginadas. Su producción agrí-
cola, las actividades de uso del suelo y las relaciones de producción

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
están gravemente restringidas por la calidad y la disponibilidad de tierras,
y por políticas agrarias estatales, así como por mercados que extraen
la plusvalía significativa de ellas. Las reformas africanas agrarias y de la
tierra tienen, por tanto, que corregir estas desigualdades de tierras y su
uso directo para el desarrollo internamente beneficioso y articulado en
la transformación de la clase campesina africana.38
La clase campesina —a pequeña escala y de familias agricultoras que
operan dentro del sistema generalizado de producción de productos
básicos— no constituye una clase en sí misma, sino que le son inherentes
las tendencias antagonistas entre el proletario y el propietario.39 La fa-
milia campesina ideal se reproduce como capital y trabajo a la vez y en
contradicción interna, pero esta combinación no es uniforme dentro del
campesinado por dos razones principales.40 En primer lugar, el campesi-
nado se diferencia en pequeños productores de materias primas ricos, me-
dios y pobres, un espectro que va desde el capitalista que contrata fuerza
de trabajo más allá de la familia, hasta el semiproletario que la vende.
Como tal, el campesino medio es la única categoría que encarna el tipo
ideal de producción de la pequeña burguesía, que ni contrata ni vende
fuerza de trabajo —y que, a su vez, es raro—. En segundo lugar, la
combinación de capital y trabajo no es uniforme dentro de los hogares
individuales ya sea por diferencias de género o de generación; los patriarcas
controlan los medios de producción, mientras que las mujeres y los ni-
ños proporcionan trabajo no remunerado. En la superficie esto puede
parecer un modo de producción «diferente», pero se ha argumentado
37
A. Mafeje: «The Agrarian Question in Southern Africa and Accumulation from Below»,
SAPEM, vol. 10, no. 5.
38
S. Moyo: «Land, Food Security and Sustainable Development in Africa».
39
S. Moyo y P. Yeros: Ob. cit.
40
Ibídem.

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convincentemente que la pequeña producción mercantil está arraigada
con firmeza en el sistema capitalista y, de hecho, es un rasgo normal de
su sociedad, aun cuando esta sea subordinada e inestable.41
Bajo el capitalismo, la clase campesina permanece en un estado de
cambio dentro de la estructura centro-periferia engendrada por el colo-
nialismo, en tanto la proletarización coexiste con la «campesinización»
y la semiproletarización. La forma y escala de la actual clase campesina
existente en África es tanto un problema empírico como interpretativo
que se desprende de la composición de los ingresos de los hogares según la
fuente, incluidas las fuentes no intercambiables de sustento, y de un análisis
de los patrones residenciales de los hogares, entre el campo y la ciudad.42
Se ha planteado que bajo los ajustes estructurales los campesinos se
han convertido en una «problemática», puesto que son «multiocupacio-
nales, a horcajadas entre las residencias urbanas y las rurales, e inun-
dando los mercados de trabajo».43 A pesar de ello, la clase campesina
africana se ha desarrollado de esta manera la mayor parte del siglo XX.
Sin embargo, el ajuste estructural ha ido acompañado por una migra-
ción intensificada. África exhibe la mayor tasa de urbanización en el
mundo —3,5 % anual— y casi el 40 % de la población ahora está urba-
nizada. La migración no debe interpretarse en el sentido de la total
proletarización o de la urbanización permanente, sino de la propaga-
ción del riesgo en circunstancias muy adversas. Si esta urbanización se
hubiera acompañado de industrialización y formación laboral, la con-
clusión bien podría haber sido otra. Pero la realidad es diferente: la urba-
nización, de mano de una desindustrialización y de la reducción de gastos.
La urbanización toma la forma predominante de asentamiento ilegal no
planificado. Es notable en este contexto que la migración no se da en un
solo sentido, los trabajadores despedidos de las minas y las granjas bus-
can la «campesinización», o como los habitantes de las ciudades entran
en el proceso de reforma de la tierra. Esta situación se refleja en las
tendencias en América Latina, que no son considerablemente diferen-
tes, aun cuando la población está casi dos veces más urbanizada y en
crecimiento.44

41
P. Gibón y M. Neocosmos: «Some Problems in the Political Economy of “African Socialism”»,
en H. Bernstein y B. Campbell (eds.): Contradictions of Accumulation in Africa.
42
Ibídem.
43
D. Bryceson: Ob. cit.
44
S. Moyo y P. Yeros: Ob. cit.

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La intensificación de la migración ha sido un proceso de doble senti-
do también en América Latina, en oposición a la urbanización secular,
la que Kay denomina «ruralización de las áreas urbanas» y «urbaniza-
ción de las áreas rurales»,45 por medio de la cual los trabajadores urbanos
y rurales compiten tanto por empleos, incluyendo los empleos agrícolas,
como por espacios residenciales en zonas urbanas y rurales. Además, se
ha observado que los trabajadores despedidos de las minas y la indus-
tria se han unido a esta lucha y también han procurado convertirse en
campesinos; el caso más prominente radica en Bolivia, donde los antiguos

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
mineros han asumido la producción de coca.46 La tesis de la semiproletari-
zación es cuestionada por aquellos que ven la urbanización y proletarización
de manera categórica y, por tanto, desestiman la reforma de la tierra
como anacrónica, sobre todo la versión particular de Kay de la semipro-
letarización, que subvalora la importancia política del campo y hasta se
combina con la tesis del «fin de la reforma de la tierra» para eliminar
un modelo alternativo de acumulación.47 La tesis de la semiproletarización
aún tiene que ser volcada en la teoría y la práctica, sobre todo teniendo en
cuenta el cambio agrario en la estructura contemporánea centro-periferia
que no prevé traslados demográficos masivos hacia el norte.
El surgimiento de una clase más rica de campesinos junto a una ma-
yoría que se convirtió en semiproletaria o sin tierras, significa que la
completa proletarización ha sido generalmente anticipada, no tanto por
la acción estatal como por las familias rurales que se aferran a sus par-
celas de tierra y mantienen la estrategia dual de ingresos de pequeña
producción mercantil y el trabajo asalariado. Las actividades rurales no
agrícolas y los mercados han proliferado, de manera que entre el 30 y
el 40 % de los ingresos de las familias se derivan ahora de fuentes exter-
nas a la granja. La transición al capitalismo en la periferia ha ocurrido
así bajo una acumulación desarticulada y subordinada a las necesidades
de acumulación del centro. Como consecuencia, la transición no se ha
caracterizado por el «camino americano», como fuera identificado por
Lenin —es decir, una acumulación de amplia base «desde abajo» de
pequeños productores comerciales—, sino por caminos variados.
45
Citado en D. Bryceson, C. Kay y J. Mooji (eds.): Disappearing Peasantries?: Rural Labour in
Africa, Asia and Latin America.
46
J. Petras: «MST and Latin America: The Revival of the Peasantry as a Revolutionary Force»,
en Canadian Dimension, vol. 31, no. 3.
47
D. Bryceson, C. Kay y J. Mooji (eds.): Ob. cit.

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En Zimbabue, la agenda social neoliberal falló de manera espectacu-
lar, la «recampesinización» a gran escala ha tenido lugar fuera del con-
trol del Banco Mundial, de ahí las sanciones impuestas desde el norte,
pero todavía no ha emergido un nuevo modelo de acumulación desde
abajo.48 Tales tendencias son procesos «normales» de cambio agrario en
la periferia africana bajo el neoliberalismo, donde las poblaciones rurales se
han visto sometidas a las fuerzas del mercado sin restricciones, han
luchado por la «recampesinización», entre otros fines políticos y econó-
micos, y, en efecto, han pugnado por reproducir el dualismo funcional
en gran medida por su cuenta, con éxito variable y niveles diferentes y
esporádicos de apoyo de agencias tanto estatales como no estatales.
Junto a este proceso de semiproletarización, varias jerarquías sociales
relacionadas con género, generación, raza, casta y pertenencia étnica se
han intensificado bajo el capitalismo y el dualismo funcional.49 En el
mundo contemporáneo, la acumulación desarticulada y su corolario, la
semiproletarización, proporcionan la base económica estructural para
la prosperidad de las poderosas jerarquías sociales, que se mezclan con
la clase —por ejemplo, la raza, la casta— o la atraviesan —como el
género—, y reproducen al parecer formas no capitalistas de «latifun-
dio», incluso a pesar de la culminación histórica de la «trayectoria de
armatoste50».51 La sinergia entre clase y raza es notable en Zimbabue,
Sudáfrica y Namibia, donde la dominación histórica y el proceso de
resistencia han fundido los discursos sobre ellas.52

Las cuestiones agrarias y de la tierra


en el África colonial

Otro factor crítico que define la cuestión de la tierra en África en rela-


ción con su trayectoria de desarrollo, es el legado colonial de las tierras
de los colonos y las expropiaciones de ganado que acompañaron la con-
quista colonial y la naturaleza y el alcance de las compensaciones exigi-
48
P. Yeros: «Zimbabwe and the Dilemmas of the Left», en Historical Materialism, vol. 10, no. 2,
pp. 3-15.
49
S. Moyo y P. Yeros: Ob. cit.
50
Armatoste, del inglés original «junker path». [N. del T.].
51
P. Yeros: «Zimbabwe and the Dilemmas of the Left», en Historical Materialism, vol. 10, no. 2,
pp. 3-15.
52
S. Moyo y P. Yeros: Ob. cit.

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das, basado en la «memoria viva» como un elemento integral para resol-
ver la cuestión «nacional».53 Esta cuestión nacionalista de la tierra sobre
el derecho soberano y la corrección de los desequilibrios raciales y étnicos
en la propiedad y las relaciones económicas, ha tendido a ser subesti-
mada a pesar de las numerosas luchas por las tierras indígenas, eviden-
tes hoy. En esta situación, donde la compensación de los grandes
terratenientes actuales es considerada casi normativa, los programas de
reforma de la tierra afrontan las expectativas populares de que los anti-
guos amos coloniales deberían pagar no solo a las víctimas de las actua-

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
les expropiaciones de tierras resultantes de dicha reforma, sino también
a las víctimas de la expropiación colonial, que han sufrido la pérdida a
largo plazo.54 Las demandas de compensaciones de tierras coloniales se
han hecho en Kenia, Zimbabue y Namibia, y en menor escala en
Botsuana y Suazilandia, como ha sido el caso de otras naciones con una
historia de expropiaciones coloniales de tierras. En algunos países don-
de ocurrieron las históricas reformas de tierras, por ejemplo, en Japón y
Taiwán, estas fueron apoyadas económicamente por antiguos poderes
coloniales o imperiales, sobre todo en el contexto de los esfuerzos
hegemónicos de la Guerra Fría.
Las compensaciones por la pérdida de tierras coloniales en África no
han sido tratadas de manera adecuada.55 Los gobiernos africanos, el
Gobierno de Zimbabue en particular, alegan que el racismo y la protec-
ción por parte de los donantes internacionales de sus terratenientes «ami-
gos y parientes» y de su capital en África están en el centro del dilema
de la reforma de la tierra y de la actual controversia política. Los actua-
les Programas de Ajuste Estructural (PAE) y las estrategias de reduc-
ción de la pobreza, proporcionan préstamos y ayudas para el desarrollo
bajo la condición de reformas económicas neoliberales y de formas de
gobierno, y socavan la capacidad nacional para resolver estas quejas
sobre la tierra según el estado de derecho. Esta característica enfatiza la
dimensión colonial y externa de la cuestión de la tierra en África y los
procesos de reforma, así como la controversia política de las estrategias
de reforma de la tierra promovidas por el mercado en el contexto de la
«globalización» neoliberal.56
53
S. Moyo: «Land, Food Security and Sustainable Development in Africa».
54
M. Mamdani: When Victims Become Killers: Colonialism, Nativism, and the Genocide in Rwanda.
55
S. Moyo: «Land, Food Security and Sustainable Development in Africa».
56
Ibídem.

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Por consiguiente, las demandas de reformas agrarias en el África colonial
se han clavado en el corazón de las identidades nacionales y culturales
dominantes, a través de las cuales las condiciones de superexplotación
se reproducen. En África, sin embargo, las cuestiones de raza y clase han
estado fuertemente politizadas durante un período más largo,57 y las luchas
armadas de liberación nacional contra el colonialismo lo aumentaron. El
logro del gobierno mayoritario en todo el continente, dentro del marco
neocolonial, estuvo caracterizado por la consolidación de pequeñas
burguesías indígenas extrovertidas con un interés de defender el mode-
lo desarticulado de acumulación, mientras que en el neocolonialismo
del sur de África coincidió con el ajuste estructural. La política nacional
ha estado revestida por las luchas de clases rurales y urbanas a través
de la creciente diferenciación de clase entre los negros. Esto ha inaugu-
rado un nuevo período en el conflicto intercapitalista entre la emergente
burguesía negra y el capital establecido, ambos extrovertidos y pujantes
sobre la cuestión de la tierra. El resultado ha sido una bifurcación sombría
de la cuestión nacional. Por una parte el capital nativo se ha enfrentado
a los colonialistas y al capital extranjero, transformando el significado de
la «liberación nacional» en sus propios términos y secuestrando la refor-
ma de la tierra, mientras, por otro lado, la realidad histórica de clase y
raza persiste, caracterizada por el dualismo funcional dentro de un mar-
co de supremacía blanca, incluida la posesión racista de la tierra a la que
da lugar.58

Tres dimensiones de la cuestión agraria y de la tierra

El desarrollo de la economía política en África hoy está dominado por


tres cuestiones: la creciente concentración del control sobre la tierra
y el acceso restringido a poblaciones rurales y urbanas marginadas; la
expansión de las transacciones de tierras mercantilizadas; y la persisten-
cia de los procesos de uso de la tierra que distorsionan la transición
agraria. La escasez de tierra y la negación de acceso a los recursos na-
57
F. Fanon: The Wretched of the Earth; A. Cabral: Unity and Struggle.
58
S. Moyo: «The Land Occupation Movement and Democratization in Zimbabwe: Contradictions
of Neo-liberalism», en Millennium Journal of International Studies, vol. 30, no. 2, pp. 311-330;
P. Yeros: «The Political Economy of Civilization: Peasant-Workers in Zimbabwe and the
Neocolonial World», disertación doctoral, Escuela de Economía de Londres; Consultar tam-
bién la obra de Rutherford de 2001.

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turales por los grandes terratenientes y el Estado, a través de leyes que
excluyen a la mayoría y que privatizan recursos públicos, han contribui-
do al desamparo humano, la pobreza, la falta de tierras y de hogar. En
algunas situaciones, la escasez de tierras cultivables es lo que está en
juego (por ejemplo, en el norte de África), mientras que en otras (por
ejemplo, en África Occidental), lo es el sistema de administración de la
tierra y los conflictos entre el Estado, las comunidades locales y varios
grupos sociales —hombres, emigrantes, mujeres, citadinos, funciona-
rios, jóvenes y familias pobres— que son problemáticos.59 En las anti-

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
guas colonias de pobladores, es el desafío de la redistribución de la tierra
y las luchas relacionadas con la tierra, las que son dominantes.

La cuestión de la distribución de tierras: equidad


y relaciones sociopolíticas

Las desigualdades en la distribución de la tierra en África varían en su


amplio carácter según el grado de historia colonial, la propiedad extran-
jera, la clase interna y la diferencia etno-regional. La expropiación de
tierras de los pobladores varió en África. Fue más extensa en Kenia,
Sudáfrica, Zimbabue y Namibia, pero también ocurrió en menor medi-
da en Mozambique, Suazilandia, Botsuana, Tanzania y Zambia. La
mayor escala de expropiación de la tierra de los colonos blancos ocurrió
en Sudáfrica, donde el 87 % de la tierra fue expropiado. Después de la
independencia, las poblaciones de estos colonos blancos en todos estos
países tendieron a disminuir, aunque la proporción de tierra poseída por
las minorías blancas no disminuyó proporcionalmente. En cambio, hubo
un aumento gradual de la posesión extranjera de tierras en países como
Mozambique, Zambia y Malawi en el contexto del interés renovado del
capital internacional en los recursos naturales alrededor del turismo y la
minería.60 En Malawi, durante los tres últimos años, los residentes asiá-
ticos a largo plazo han sido cada vez más identificados como propieta-
rios de tierra «extranjeros», en gran parte por motivos raciales y de doble
ciudadanía, dado que las reformas de política de la tierra prohíben la
propiedad extranjera de tierra. La propiedad de esta en ausencia del
59
K. Amanor: Land and Sustainable Development in West Africa.
60
S. Moyo: «The Politics of Land Distribution and Race Relations in Southern Africa», en Y.
Bangura y R. Stavenhagen (eds.): Racism and Public Policy.

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propietario exacerba los sentimientos contra la propiedad extranjera de
la tierra. En Namibia la propiedad corporativa de las tierras esconde la
afluencia de los terratenientes extranjeros, en particular aquellos que
cambian el uso de la tierra de la agricultura al turismo. La diferenciación
racialmente fundamentada del poder económico y la riqueza, asociada
a algún grado de control de la tierra, sigue siendo una fuente de conflic-
tos por esta. Incluso en algunos países africanos no coloniales, las pe-
queñas poblaciones de inmigrantes extranjeros, tales como los asiáticos
en el este de África, tienden a estar asociados con grandes feudos fran-
cos y tenencias de tierras bajo arrendamiento.
Los problemas de distribución de la tierra en países no coloniales
ocurrieron inicialmente a través de procesos rurales de diferenciación,
que aumentaron a partir de los años setenta y se intensificaron en los
noventa. La maduración de una pequeña burguesía africana después de
la independencia vio las nuevas concentraciones de posesión de tierras
entre funcionarios jubilados, profesionales, comerciantes nativos y otras
élites urbanas. Estas fuerzas sociales emergieron de anteriores naciona-
listas, líderes políticos y administrativos, élites tradicionales y la nueva
clase media de posindependencia, cuya fuente de acumulación se con-
centraba en las exportaciones agrarias. Esta diferenciación rural, junto
con el crecimiento de la clase campesina rural pobre y las poblaciones
semiproletarias que se sitúan en la brecha entre lo rural y lo urbano,
explica la demanda de políticas de reformas de la tierra en favor de las
élites. Evidencias de Botsuana, Kenia, Malawi, Mozambique y Zambia
revelan que la desigualdad de tierras rurales ha crecido en línea con los
Programas de Ajuste Estructural. El acceso diferencial a la tierra y el
crecimiento de la concentración de estas han emergido tanto «desde
abajo» como «desde arriba».
Las injusticias coloniales y las políticas actuales sobre la tierra han
dado lugar a una mayor diferenciación en el control y el acceso a ella.
Cada vez más los patrones de propiedad de la tierra muestran diferen-
ciaciones de clase que surgieron en la época colonial,61 dando lugar al
aumento de la carencia de tierras. Por ejemplo, la ley de la tierra en
Kenia concede enormes poderes de control al Presidente, quien la detenta
en fideicomiso para el Estado. Los presidentes kenianos, sin embargo,
61
O. Lumumba y K. Kanyinga: «The Land Question and Sustainable Development in Kenya»,
borrador para el Regional and World Summit on Sustainable Development (WSSD).

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se han caracterizado por conceder la tierra a unos pocos individuos y
a intereses corporativos, enajenando tierras como las pastorales, que
ocupan más del 60 % de la tierra en Kenia. La acumulación de tierra
«desde arriba» es, pues, impulsada por el Estado. Los procesos desde
abajo de poder de diferenciación locales agrarios han animado a las élites a
acumular grandes posesiones de tierras, generando una creciente escasez
de estas. La acumulación, por tanto, se extiende desde la apropiación de
tierras, los recursos estatales y la acumulación de pequeños ahorros agrí-
colas, salarios y remesas, y otras fuentes de ingresos no agrícolas. La

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
concentración local de tierras también implica situaciones en las cuales
los líderes tradicionales, los ancianos y los «colonialistas» nativos han
acaparado las más grandes extensiones de tierra y de mejor calidad, que
estaban «en venta». Mientras, condonan los persistentes abusos de las
élites y los funcionarios estatales locales. Aunque las desiguales estruc-
turas de tenencia de tierras en el oeste de África no son tan extremas
como en los territorios de los colonos blancos, los procesos de concen-
tración de tierras están ocurriendo a una escala significativa.
Las políticas coloniales y de posindependencia sobre la tierra tam-
bién tendieron a dividir las economías nacionales en enclaves etno-re-
gionales de crecimiento desigual, donde la concentración de tierras y
recursos ocurrió junto con la marginalización. Los conflictos por las
tierras toman la forma de luchas «étnicas» entre grupos pastoriles que
compiten por el control de los pastos y los abastecimientos de agua,
especialmente durante las sequías.62 Tales conflictos por las tierras se
incrementaron con la demarcación de las fronteras, la cual fragmentó a
los grupos pastoriles, impidió los movimientos fronterizos y socavó la
viabilidad de la tierra consuetudinaria y los sistemas de uso del recurso.
Los grupos minoritarios han sufrido considerablemente, y los conflictos
de distribución de tierras afectan a algunos grupos étnicos, en especial
a los grupos minoritarios «nativos» (como los sans o bosquimanos en
Botsuana, y los herero en Namibia). Esto es común en algunos países,
sobre todo donde las expropiaciones de tierras de la posindependencia
por el Estado han facilitado o han promovido la reasignación de tierras a las
élites locales y al capital extranjero. En algunos países, el reordenamiento
espacial de los pueblos y las familias fue instrumentalizado para conso-
lidar las estructuras de poder étnicas de las alternativas colonialistas y

62
F. Flintan y I. Tamrat: «Spilling Blood over Water? The Case of Ethiopia», en J. Lind y K.
Sturman (eds.): Scarcity and Surfeit: The Ecology of Africa’s Conflicts, pp. 243-319.

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crear un marco propicio para la recaudación de impuestos, la regulación
de la migración y la asignación selectiva de tierras para satisfacer sus
intereses. Así, muchos conflictos sociales o étnicos africanos están es-
tructurados por el control desigual de las tierras y los recursos natura-
les, en función de las historias del control de las tierras, los sistemas de
cultivo y las estructuras políticas. La distribución desigual de tierras
también proviene de la creciente tendencia a ser otorgadas y vendidas a
«inversionistas» extranjeros, haciendo de las transnacionales una fuerza
fundamental en el control desigual de este recurso y enfatizando la im-
portancia de la dimensión internacional de la cuestión de la tierra.

Derechos sobre la tierra, propiedad privada y mercados

Una dimensión importante de la cuestión agraria y de las tierras en África


ha sido la búsqueda —tanto colonial como por los Estados de la posin-
dependencia, así como por las clases emergentes poseedoras de tierras,
incluyendo el capital extranjero— de la transformación de la tenencia
consuetudinaria de la tierra, los derechos a la propiedad como propiedad
privada de la tierra, el establecimiento de mercados de estas basados en el
pleno dominio individual y los títulos de arrendamiento de tierras rura-
les y urbanas. La experiencia con reformas de tenencia de tierra está,
quizás, mejor documentada en el oeste y en el este de África. Varios
países en el oeste de África han perseguido el registro de la tierra como
un paso hacia la creación de mercados de tierras.63 La política de tenen-
cia de tierra y las reformas legislativas se han intensificado en el oeste
de África desde principios de los años noventa, en países como Burkina
Faso, Guinea, Guinea-Bissau y Mauritania, con la introducción del con-
cepto de propiedad privada en respuesta a tales presiones.64 Cuando las
evidencias empíricas cuestionaron la importancia de la privatización en
la promoción de la seguridad de la tenencia y la ausencia de diferencias
marcadas en la inversión entre los sistemas de tenencia consuetudina-
rios y los derechos a la propiedad privada, el debate de la política de
tenencia de la tierra se revertió hacia el «reconocimiento de los derechos
63
S. Moyo: «The Interaction of Market and Compulsory Land Acquisition Processes with
Social Action in Zimbabwe’s Land Reform», en I. Mandaza y D. Nabudere (eds.): Pan Africanism
and Integration in Africa.
64
P. L. Delville et al.: Negotiating Access to Land in West Africa: A Synthesis of Findings from Research
on Derived Rights Land.

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locales».65 El aumento de la comercialización y la expropiación de la
tierra, como consecuencia de la producción de cultivos para la exportación,
activaron serios conflictos, incrementaron la presión por la tierra
y causaron el crecimiento de un mercado de tierras en Ghana.66 Estas
reformas de tenencia esencialmente giran hacia el establecimiento de
mercados de tierras a largo plazo.
En el este y en el Cuerno de África, las reformas de tenencia de tierra
de la posindependencia han abarcado desde la individualización y la
privatización, como en Burundi, Kenia y las Comoras, hasta un acerca-

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
miento colectivista, como en Tanzania y Etiopía.67 La mayor parte de
los países en el este de África ha proporcionado algún reconocimiento
legal a la tenencia consuetudinaria indígena de tierras.68 Tanzania, Etio-
pía y Eritrea abolieron la propiedad privada y procuraron sustituir los
sistemas de tenencia indígenas con reformas alternativas de tenencia
basadas en la comunidad. En el norte de África las reformas de tenen-
cia se iniciaron a partir de los años setenta con un proceso incompleto
de registro y certificación de la propiedad en Túnez y Marruecos. El
proceso de privatización de tierras de propiedad colectiva y del Estado
también ha sido lento, al igual que la aparición de mercados de tierras.
La extendida tendencia en el África de los años setenta y ochenta
hacia la individualización y la titulación de tierras tradicionales fue pa-
trocinada por los donantes que estaban convencidos de la superioridad
de los derechos de la propiedad privada.69 Cuando estos esquemas per-
dieron la aceptación social y política, el Banco Mundial en la década de
los noventa sostuvo que, como la presión demográfica aumentó, las
sociedades desarrollarían espontáneamente nuevas relaciones de pro-
piedad y mercados de tierras, y la tarea de los gobiernos africanos debe-
ría consistir en formalizar tales relaciones de propiedad a través de la
titulación.70 Sin embargo, contrario a los reclamos por el reconocimiento
de los derechos sobre las tierras locales, el establecimiento de títulos de
65
Ibídem.
66
K. Amanor: Ob. cit.
67
S. Moyo: «The Interaction of Market and Compulsory Land Acquisition Processes with
Social Action in Zimbabwe’s Land Reform», en I. Mandaza y D. Nabudere (eds.): Ob. cit.
68
J. W. Bruce: Country Profiles of Land Tenure.
69
J. P. Platteau: «The Evolutionary Theory of Land Rights as Applied to Sub-Saharan Africa: A
Critical Assessment», en Development and Change, vol. 27, no. 1, pp. 29-86.
70
S. Moyo: «The Interaction of Market and Compulsory Land Acquisition Processes with
Social Action in Zimbabwe’s Land Reform», en I. Mandaza y D. Nabudere (eds.): Ob. cit.

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tierras y los registros también han facilitado una nueva ola de alienación
de la tierra y la inversión de los empresarios domésticos y extranjeros.
En general, los conflictos sobre la tierra, derivados de los intentos de
comercializarla por medio de asignaciones de derechos exclusivos a in-
dividuos, han dado lugar a una relación complicada sobre la potestad
para asignar la tierra frente a las autoridades tradicionales. El control
sobre la asignación de tierras y los procedimientos de concesión en los
Estados africanos posindependientes, se caracterizan cada vez más por
ser delegados o designados a consejos rurales, lo cual da lugar a conflic-
tos entre la ley formal y los derechos de tierra consuetudinarios, por
ejemplo, en Costa de Marfil, Burkina Faso71 y Etiopía.72 Aunque el Es-
tado ha asumido el derecho absoluto de la asignación de tierras, estas
autoridades locales, por lo general, permanecen legitimadas a los ojos
de la comunidad y siguen disfrutando de un considerable poder político
sobre los sistemas de dirección de la tierra.73
En muchos países africanos un doble sistema jurídico para la gestión
de conflictos de tierra y la adjudicación ha sido la fuente de muchos
conflictos y contradicciones sobre los derechos de tierra.74 La ley con-
suetudinaria en asuntos de tierra en el sur de África, por ejemplo, se
aplica principalmente a los africanos indígenas, mientras que el sistema
jurídico formal es reservado para los mercados de tierras de los pobla-
dores blancos.75 Los países africanos con grupos étnicos que practican
diferentes sistemas legales consuetudinarios, pueden o no reconocer los
sistemas dominantes de adjudicación consuetudinaria. En esos países
con importantes poblaciones musulmanas —como Nigeria, Tanzania y
Sudán—, la adopción de leyes islámicas de familia en regiones predo-
minantemente musulmanas contradice tanto a las leyes consuetudina-
rias como a la legislación aceptada por la mayoría sobre la tierra, que se
aplica en otras regiones con diferentes tradiciones legales.76 No obstante,
71
P. L. Delville: Harmonising Formal Law and Customary Land Rights in French-Speaking West Africa.
72
J. Submarian: «Eritrea Country Profile», en J. W. Bruce (ed.): Country Profiles of Land Tenure,
pp. 164-168.
73
Ibídem.
74
D. Tsikata: «Securing Women’s Interests within Land Tenure Reforms: Recent Debates in Tanzania»,
en Journal of Agrarian Change, vol. 3, no. 1/2, 1991, pp. 149-183; I. Shivji: Not Yet Democracy:
Reforming Land Tenure in Tanzania; S. Lastarria-Cornhiel: «Concepts of Property Rights and
Citizenship: Market Economy, Customary Tenure, and Gender», presentación para la conferencia
«Conflictos sobre la Tierra y el Agua en África: interrogantes de ciudadanía e identidad».
75
M. Mamdani: Citizens and Subjects: Contemporary Africa and the Legacy of Late Colonialism.
76
S. Lastarria-Cornhiel: Ob. cit.

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los individuos con feudo franco suelen tener más derecho o «libertad»
para administrar sus tierras como ellos deseen, dada la superioridad asu-
mida de esta forma de tenencia.
Así, las desigualdades de tenencia son reforzadas por el hecho de que
la expropiación de tierras para el desarrollo «comercial» y «social» es,
por lo general, llevada a cabo por instituciones estatales centrales que,
en nombre del desarrollo y de los intereses nacionales, asignan la tierra
a proyectos estatales e intereses comerciales privados con exclusión de
los pobres.77 Cuando la población rural se opone a esta expropiación, los

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
canales legales disponibles para atender sus preocupaciones se limitan
a órganos no representativos, incluidos jefes, ancianos y otros líderes
locales.78 Mientras los jefes suelen ser los socios del Estado en la expro-
piación de tierras de cultivo, ellos son reconocidos por este como los
representantes legítimos del pueblo, por lo que su papel en la media-
ción de conflictos por las tierras es usualmente eclipsado por la trans-
misión de órdenes del gobierno a la población rural y garantiza la
conformidad con las políticas gubernamentales.79

Desarrollo agrario extrovertido


y mercados domésticos distorsionados

Existe, desde hace tiempo, una problemática sobre la tierra en África, y


es la manera en la cual las políticas de desarrollo —incluyendo los in-
centivos económicos y las asignaciones públicas— han dirigido el uso
de la tierra de forma no beneficiosa para el desarrollo nacional y favore-
cen la acumulación distorsionada por una pequeña élite y el capital ex-
tranjero. Los objetivos productivos del uso de la tierra, incluidos los
tipos de productos comerciales, su comercio y ventajas domésticas, y
los niveles de productividad promovida por estas políticas, se han ca-
racterizado por permanecer extrovertidos.
La tendencia a ampliar los modelos de uso de la tierra para las exporta-
ciones ha conducido no solo a la pérdida de medios locales de subsistencia
77
K. Amanor: Ob. cit.
78
I. Shivji: Ob. cit.; K. Amanor: Ob. cit.; J. Murombedzi: «Land Expropriation, Communal
Tenure and Common Property Resource Management in Southern Africa», en The Common
Property Resources Digest.
79
K. Amanor: Ob. cit.

105

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—el pastoreo y los sistemas de cultivo campesino—, sino también al
aumento de conflictos por el control de tierras y a procesos graduales de
alienación de la tierra. La liberalización económica de las políticas de uso
de la tierra ha conducido a la conversión de tierras cultivables en tierras
exclusivamente para la vida salvaje y el turismo, a través de la consoli-
dación de granjas a gran escala en otras aún más grandes para la «conser-
vación», así sucede, por ejemplo, en el este y el sur de África. Esto está
considerado, desde el punto de vista ambiental, social y económico, como
administración sostenible de la tierra y los recursos naturales en áreas
frágiles. Sin embargo, estas reservas naturales añaden más exclusión de los
campesinos a la ya existente, pues el Estado actúa en función de atraer
al capital nacional, regional e internacional para el turismo, la silvicultura y
los sectores de la biotecnología. Todo esto, hace que se deshumanice la
problemática sobre la propiedad individual de la tierra en las luchas por ella,
para centrarla en instituciones jurídicas abstractas omnipresentes, justifi-
cado a través de teologías ambientales supuestamente benignas.80 Así, la
cara socioeconómica de la diferenciación rural, a través de la propiedad
de tierras a gran escala y la utilización para mercados externos, es trans-
formada en estructuras remotas de acciones públicas y privadas que
enaltecen los regímenes modernos de administración de propiedades
comunes y desacreditan las tenencias comunales tradicionales.
El turismo, el ambientalismo y los mercados afines han creado así
una nueva frontera terrestre entre los Estados africanos, en la que los diver-
sos «grupos de presión» a nivel local, barrial, provincial, nacional e interna-
cional, involucrando actores privados, estatales, [Organizaciones No
Gubernamentales] ONG y comunitarios, están comprometidos en lu-
chas por la exploración y la preservación de nuevas formas de la
biodiversidad y los métodos de su explotación económica y social.81
Esta asignación preferencial de los recursos estatales para usos de tierras
destinadas a la reproducción de la naturaleza, en parques y bosques,
enfatiza su valor comercial y macroeconómico a corto plazo para el
Estado, las élites y el capital extranjero, en lugar de un interés por redu-
cir la pobreza rural. Las políticas de uso de la tierra y las regulaciones
tienden a basarse en la opinión de que las grandes haciendas son funda-
mentales para el crecimiento de las exportaciones agrícolas, y que los
80
S. Moyo: Land Reform Under Structural Adjustment in Zimbabwe: Land Use Change in Mashonaland
Provinces.
81
Ibídem.

106

02 Sam Moyo.pmd 106 06/09/2010, 14:59


pequeños productores deberían concentrarse en la producción para
su propio consumo y los mercados domésticos. En la mayor parte de
África —excepto, tal vez, en áreas occidentales y del noreste—, las
parcelas relativamente grandes bajo tenencia de propiedad plena o en
arrendamiento son apoyadas por el Estado, debido a su superioridad
percibida en la producción de productos agrícolas para la exportación.
Sin embargo, los pequeños agricultores en tierras consuetudinarias cultivan
casi todas las exportaciones de café en Etiopía, Kenia, Ruanda, Tanzania
y Uganda. Lo mismo ocurre con el té, los frijoles y varios productos hortícolas

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
en Kenia. Además, hay muchos pequeños agricultores de cacao en el oeste
de África y pequeños agricultores de algodón en el oeste, este y sur del
continente. Al mismo tiempo, la evidencia sugiere que la producción de los
pequeños productores de alimentos para el consumo propio se ha hecho
importante para la seguridad alimentaria y la subsistencia sostenible de la
mayoría de la población africana.
El rasgo más persistente de los resultados agrícolas africanos, durante las
últimas tres décadas, es el aumento de las desigualdades en la distribución
de los crecientes ingresos rurales y una mayor diferenciación social,82 como
consecuencia de la expansión de los mercados rurales y de la negativa
integración económica global. En esta perspectiva histórica esto se re-
fleja negativamente en la agenda nacionalista africana, porque no se ha
generado desarrollo industrial ni estabilidad, y ha propiciado mayores
conflictos sociales por la tierra y otros recursos naturales.
Los modelos africanos de uso de la tierra siempre han sido una di-
mensión muy controvertida de la cuestión agraria. Las políticas de uso
de la tierra sostienen un valor moral y socioeconómico por el que privi-
legian su utilización para la exportación de cultivos, ganado y vida sal-
vaje, en lugar de aprovechar los suelos para mejorar la integración de la
economía nacional y satisfacer el mercado doméstico basado en las ne-
cesidades de tierras de la mayoría pobre rural y urbana. En cambio, un
número reducido de grandes terratenientes, y los propios animales, son
privilegiados por excluir a los campesinos de enormes extensiones de
tierras, recursos naturales y de las asignaciones financieras estatales.
Las políticas que directa o indirectamente orientan el uso de la tierra
hacia los intereses externos y de minorías capitalistas, se han converti-
do en un asunto importante de protestas en toda África.
82
Ver D. Ghai y S. Radwan: Agrarian Policies and Rural Poverty in Africa.

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La pregunta es si esta nueva generación de políticas de uso de la
tierra, y las regulaciones, promueven eficiencia en su utilización, la mano
de obra y el desarrollo nacional. La persistencia de la infrautilización entre
los grandes agricultores, la escasez de tierras, la productividad del trabajo y
la orientación de la producción, sugieren que no. Las políticas económicas
neoliberales han sido un obstáculo para la transformación agrícola, mien-
tras promueven nuevas formas de concentración de la tierra.

Reformas de la tierra en África: redistribución


contra reforma de tenencia

Se esperaría que las reformas redistributivas de las tierras africanas im-


plicaran recuperar las tierras que son físicamente controladas por grandes
terratenientes a través del reasentamiento de los campesinos desplazados y
los semiproletarios alienados, y la ampliación de las zonas de tierras
campesinas, utilizando las tierras contiguas recuperadas. Asegurar los
derechos de los pobres a la tierra, sobre todo reasignándoles el «título»
de posesión independiente de la tierra y/o mejorando las condiciones de
tenencia bajo las cuales las tierras son arrendadas, es también relevante
en partes de África donde ha surgido la renta de la tierra y la aparcería,
sobre todo en el oeste del continente. Las reformas redistributivas son
fundamentales en grandes zonas del sur, el este y el norte de África,
donde la posesión de tierras altamente desigual ha producido carencia
de estas. Sin embargo, las limitadas reformas redistributivas de la tierra
se habían intentado allí desde finales de los años cincuenta, mientras
que desde la década de los ochenta las reformas gradualistas basadas en
el mercado se iniciaron en el sur de África. La reforma de la tierra fue
«radicalizada» solo recientemente en Zimbabue.
La necesidad de reformas redistributivas de la tierra también se prevé
en otros países africanos donde los enclaves localizados y regionales de
concentración de tierras han emergido a través de la expropiación gra-
dual, y poco sistemática, por parte del Estado colonial, el Estado de la
posindependencia y actores privados.
El foco de las iniciativas de redistribución de la tierra es la descon-
gestión de las zonas superpobladas, ampliando la base de la agricultura
productiva, restableciendo a los ocupantes ilegales y la «desracialización».
En el este de África las reformas redistributivas fueron llevadas a cabo
principalmente en Etiopía y Kenia.

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La naturaleza de las luchas de liberación nacional, en términos de la
movilización ideológica y política de las fuerzas sociales, ha variado
durante décadas. En el sur de África hubo una división entre las radica-
les reformas redistributivas de la tierra nacionalistas-socialistas y los
enfoques liberales.83 Donde la liberación nacional fue decisivamente
concluida, como en Mozambique y Angola, la cuestión de la distribu-
ción de la tierra parecía haber sido resuelta por completo, sin embargo
han surgido nuevos sitios de concentración localizada de tierras. Donde
la liberación nacional solo fue parcialmente concluida, como en los terri-

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
torios de Zimbabue, Namibia y Sudáfrica, los acuerdos negociados de-
jaron relativamente sin resolver tanto la cuestión nacional como la de la
tierra, en particular las dimensiones raciales de las desigualdades en la ri-
queza. Las reformas radicales de la tierra implicaron la nacionalización
de las posesiones coloniales, extranjeras y de pobladores, tales son los
casos de Zambia a inicio de los años setenta, y de Mozambique y Angola
a mediados de los años setenta. Zambia y Tanzania siguieron reformas
agrarias y de la tierra «socialistas», basadas en sistemas estatales de
comercialización y la reorganización de los asentamientos de tierra y
su uso. Mozambique siguió la nacionalización de la tierra e intentó una
transformación socialista por medio de granjas estatales y cooperativas.
Angola, que comenzó envuelta en una guerra civil, no siguió una reforma
significativa de la tierra luego de la nacionalización de estas. Las guerras
civiles en estos territorios fueron alentadas por los imperialistas y la
desestabilización sudafricana. Estas comprenden reformas agrarias radi-
cales, mientras las reformas de tenencia de tierra posconflicto reinsertaron
alguna concentración de ellas.
En contraste, se adoptaron más estrategias liberales de reformas de
la tierra en los «protectorados» coloniales, en los cuales experimenta-
ron, fundamentalmente, la autoridad colonial indirecta acompañada de
grados menores de asentamiento blanco, junto a sistemas de trabajo
migratorios baratos (Botsuana, Lesoto, Malawi y Suazilandia). Aquí la
reforma implicó un grado limitado de expropiación de tierras, acompa-
ñado de la compensación en condiciones de mercado con algunas fi-
nanzas coloniales, como fue el caso en Suazilandia y Botsuana. La tierra
expropiada era «indigenizada» como grandes granjas, con una limitada
minoría blanca y extranjera propietaria de tierra a gran escala, y la restante
agricultura estatal junto con la aparición de granjas estatales, campesinos
83
S. Moyo: «Land, Food Security and Sustainable Development in Africa».

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resistentes y estructuras agrarias pastorales. La redistribución liberal de
tierra en función del mercado, intentaba modernizar la agricultura cam-
pesina dentro de un contexto contradictorio de una desequilibrada asig-
nación de recursos públicos concentrándose en el sector a gran escala
y de exportación.
Zimbabue —desde 1980— y Namibia —desde 1990— utilizaron un
enfoque centrado en el Estado, pero basado en el mercado de transfe-
rencias de tierra. ¡La tierra fue adquirida por el Estado sobre una base
de potenciales vendedores y compradores para la redistribución, y los
gobiernos identificaron la demanda y acertaron con la oferta! Estos pro-
gramas eran ineficaces y se acompañaron de ocupaciones de grandes
extensiones de tierras. El uso de la adquisición coercitiva de la tierra
por el Estado, con o sin compensación por la tierra y las mejoras, se
siguió a mediados de los años noventa, principalmente en Zimbabue.
Otro enfoque liberal de redistribución, implementado en Sudáfrica, es el
enfoque «asistido por el mercado», el cual es propugnado por el Banco
Mundial. Los beneficios condujeron a la adquisición de tierras, con el
apoyo del Estado, el sector privado y las ONG, dentro del marco de
mercado. Muy poca tierra ha sido redistribuida mediante este enfoque,
el cual Malawi adoptó en 2005 usando un préstamo del Banco Mundial,
bajo condiciones habituales de la política macroeconómica. Finalmente,
una estrategia de auto-aprovisionamiento comunitario84 se ha llevado a
cabo en Zimbabue, en especial en la forma de ocupaciones «ilegales» de
tierra por los beneficiarios potenciales. Este enfoque ha sido tanto faci-
litado y formalizado por el Estado, como reprimido en varios momen-
tos en el tiempo.85 A pesar de todos estos enfoques, se ha alcanzado un
pequeño progreso en la implementación de la reforma redistributiva de
la tierra en África.
Las reformas de tenencia de tierra en África persiguen una reclama-
ción de reformas institucionales para defender a los pobres contra las
potenciales pérdidas de tierras, así como tomar en cuenta a los excluidos
—mujeres, minorías, pobladores— que sufren el incremento de la es-
casez de tierras cultivables. Estas reformas también pretenden prevenir
y resolver los conflictos sobre las reclamaciones de derechos a las tierras, y
asegurar una administración justa de estos derechos y las regulaciones
84
S. Moyo: Land Reform Under Structural Adjustment in Zimbabwe: Land Use Change in Mashonaland
Provinces.
85
S. Moyo: The Land Question in Zimbabwe.

110

02 Sam Moyo.pmd 110 06/09/2010, 14:59


de su uso. Si las necesarias reformas de tenencia de tierra deberían incluir la
capacidad de tramitar —en la renta y venta— e hipotecar las tierras de los
campesinos, sobre todo en ausencia de medidas para prevenir enajenación
de tierras y su concentración, ha sido tan políticamente controvertido
como cuestionable su viabilidad.
Las reformas africanas de tenencia de tierra no han conducido a un
acceso y control equitativo de este recurso, en cambio han tenido el
efecto opuesto al promover el incremento de su concentración. Los
marcos legales y administrativos africanos existentes de asignación de

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
tierra, regulación de su uso y solución de disputas tienden a proteger los
intereses de aquellos cuyos derechos sobre la tierra son desproporcio-
nados y mayores, incluidos los derechos de propiedad derivados de la
expropiación del pasado, en lugar de proteger los intereses de las vícti-
mas de estas injusticias. Las reformas de administración de la tenencia
de tierras se han caracterizado por tener una concepción neoliberal de
la buena forma de gobierno, concentrada en la descentralización y la
democratización de instituciones de la tierra, el realce de la eficiencia
administrativa, la representatividad universal de las estructuras locales de
control de la tierra y la participación de la sociedad civil en su adminis-
tración, dentro de un marco de introducción de la ley formal y estatutaria
en sistemas de administración de la tierra. Son llamados a «asegurar la
tenencia de tierra» e implícitamente hacer más amistosas a las institu-
ciones del mercado.
Un enfoque realmente democrático para conseguir reformas admi-
nistrativas de la tierra requeriría que los principios básicos de la demo-
cracia —equidad, eficacia, responsabilidad, transparencia, legitimidad
y participación— sean los criterios para la resolución de los problemas
administrativos.86 La concentración en las autoridades nacionales de po-
deres administrativos sobre la tierra y los recursos naturales es el princi-
pal obstáculo. Las demandas populares de la transparencia reflejan las
preocupaciones por la corrupción y asignaciones de recursos, sobre todo la
tendencia por la que funcionarios estatales y líderes políticos dominan
las licencias, los arriendos y las concesiones. Las instituciones de admi-
nistración de la tierra también suelen ser inaccesibles y poco represen-
tativas de los intereses locales.87
86
I. Shivji et al.: «Draft National Land Policy for the Government of Zimbabwe», documento
para el debate, FAO and Ministry of Lands and Agriculture.
87
Ibídem.

111

02 Sam Moyo.pmd 111 06/09/2010, 14:59


Además, como Amanor argumenta,88 hay canales limitados para res-
ponder a los reclamos y la reforma de tenencia de tierras. Las organiza-
ciones populares rurales suelen ser débiles y estar dominadas por los
ancianos de linajes, situación esta que ha sido reforzada por el Estado
para impedir que las demandas rurales sean colocadas en un horizonte
más amplio fuera de los marcos de la comunidad.89 Dado que la distribu-
ción territorial de las autoridades «tradicionales» locales está basada gene-
ralmente en el linaje/clan, las estructuras sociales con identidades étnicas
particulares y los conflictos por la tierra han tendido a asumir un carácter
«étnico» explícito o implícito. Las administraciones coloniales en África
habían creado distritos administrativos y políticos alrededor de las jefa-
turas «tribales», las cuales en muchos casos impusieron centros regionales
de autoridad étnicamente basadas sobre grupos que habían sido, de hecho,
autónomos, así se generaron conflictuales estructuras de administra-
ción de la tierra. Las reformas de tenencia por lo general descuidan los
aspectos redistributivos como la mejora del acceso a la tierra, agua,
parques naturales y bosques para los pobres.

Los movimientos y las luchas por la tierra en África

Dada la importancia del acceso a la tierra para la subsistencia de la


mayoría de los africanos, la demanda social de las reformas —expresada en
diferentes formas según la naturaleza de las fuerzas sociales que las
articulan— ha crecido. Los discursos intelectuales dominantes sobre
los conflictos de tierras en África han tendido a subestimar el significado
político de la cuestión sobre la tierra en la movilización política. Las
numerosas agrupaciones de la sociedad civil relacionadas con la proli-
feración actual de organizaciones campesinas, en su mayoría son con-
ducidas por la ayuda de la clase media internacional y suelen descuidar las
estrategias de reformas radicales de la tierra. Ellas reproducen las bases
políticas de las organizaciones campesinas como apéndices de su de-
sarrollo neoliberal y las agendas de democratización. Sus operaciones
se caracterizan por el financiamiento de pequeños proyectos de «desarro-
llo» destinados a los beneficiarios seleccionados,90 dejando un vacío
88
K. Amanor: Ob. cit.
89
Ibídem.
90
S. Moyo: «Peasant Organisations and Rural Civil Society in Africa: An Introduction», en S.
Moyo y B. Romdhane (eds.): Peasant Organisations and Democratisation in Africa.

112

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político y social en el liderazgo de la agenda de la reforma de la tierra.91
La composición de las alianzas políticas de los agricultores normalmente
es muy diversa, con liderazgos dominados por los agricultores de élite
cuyas demandas son ampliar las porciones de tierras en feudo franco.92
Estas organizaciones —como sus organizaciones comunitarias, que están
fundamentalmente bajo el control social de las jerarquías de linaje—, lejos
de representar a la mayoría campesina en sus demandas de reformas
redistributivas de tierras, han sido cooptadas hacia la tenencia de tierra
reformista neoliberal. Los intereses de tierra mayoritarios se reflejan

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
más a menudo en los movimientos informales que representan diversas
fuerzas sociales, incluyendo aquellos que persiguen las ocupaciones de
tierras, la caza furtiva de recursos y otras formas de «sabotaje».
Los movimientos de ocupación de tierras como los de la Zimbabue
rural y urbana, antes y después de la independencia, representan pre-
sión social no oficial y subterránea utilizada para forzar la redistribución
de la tierra como parte de las agendas políticas.93 Las ocupaciones de
tierras entre 2000 y 2001 en Zimbabue marcaron el clímax de una lucha
mayor, menos pública y más dispersa por la tierra en ese país, la cual se
intensificó bajo las adversas condiciones económicas que fueron exacer-
badas por el ataque de la reforma liberal económica y política. Las diná-
micas de la reforma de la tierra, en este y otros contextos, son complejas
y pueden entenderse mejor en términos políticos. Esto es, en términos
de una prolongada lucha de los campesinos, obreros urbanos pobres y
otros grupos por el acceso a la tierra, y en términos de la reacción a esta
lucha por la clase dominante dueña de la tierra y por el Estado.94 Las ocupa-
ciones de tierras reflejan así una táctica de la lucha de clases y dirige la
acción colectiva. Sin embargo, los movimientos por la tierra son diver-
sos y adoptan diferentes estrategias, cuyas tácticas pueden contradecir
algunos aspectos progresistas del proyecto de democratización.
Los movimientos y luchas por la tierra son numerosos, aislados y
dispersos, sobre todo muchos son incipientes y no están formalmente
organizados. Abundan los conflictos tanto de alto como de bajo perfil,
91
S. Moyo: «The Land Occupation Movement and Democratization in Zimbabwe: Contradictions
of Neo-liberalism», en Millennium Journal of International Studies, vol. 30, no. 2, pp. 311-330.
92
S. Moyo: The Land Question in Zimbabwe.
93
S. Moyo: «The Land Occupation Movement and Democratization in Zimbabwe: Contradictions
of Neo-liberalism», en Millennium Journal of International Studies, vol. 30, no. 2, pp. 311-330.
94
J. Petras y H. Veltmeyer: «Are Latin American Peasant Movements Still a Force for Change?
Some New Paradigms Revisited», en Journal of Peasant Studies, vol. 28, no. 2.

113

02 Sam Moyo.pmd 113 06/09/2010, 14:59


espontáneos o artificiales.95 Algunos movimientos por la tierra resisten
la lógica dominante de desarrollo capitalista en las zonas urbanas y en
las luchas particulares por mantener el control sobre la tierra.96 En general,
aun las organizaciones formales de agricultores y los sindicatos que co-
laboran con el Estado están diferenciadas en sus propósitos políticos y
sus demandas de política interna, dada su relación con el capital, los
procesos de producción conducidos por el Estado y las intervenciones
extranjeras. Los movimientos rurales africanos contemporáneos, en espe-
cial aquellos que están organizados, incluyendo los que están en proceso de
organización y tienen una agenda de reforma agraria progresista, están
emergiendo solo lentamente, y no se han convertido, en la mayoría de
los casos, en núcleos de políticas oposicionistas dentro de sus respectivos
Estados. Esta debilidad o vacío se incrementa porque su base social
genera contradicciones para la unión rural-urbana de los pequeños agri-
cultores y el proletariado, incluyendo el citadino desempleado, y porque
su liderazgo permanece dominado por las élites urbanas de clase media.
Sus tácticas de dirección de la acción tienden a ser confundidas por la
represión estatal y cooptadas por los proyectos de bienestar de las ONG.
Por todas sus diferencias en las tácticas, estrategias y resultados, los
movimientos de Zimbabue dirigidos por veteranos de guerra han dejado
perplejo al internacionalismo. El hecho de que el movimiento de vete-
ranos de guerra en Zimbabue no capturara la imaginación de la izquierda
mundial tiene menos que ver con la violencia a la que fue asociado —la
cual fue de hecho menos lejos que en otras convulsiones políticas en
África, Asia y América Latina que la izquierda ha apoyado— que con
las normas «civilizadas» posnacionales y antiestatales del movimiento de
antiglobalización. Incluso el Movimiento de la Gente sin Tierra (MGT)97
en Sudáfrica sintió las contradicciones de la situación, defendiendo las
ocupaciones de tierras en los foros públicos, pero sin llegar demasiado
lejos como para producir una posición oficial.
En general, las demandas de reformas radicales agrarias y de la tierra
fueron conducidas bajo el dominio colonial por los movimientos de libe-
ración, y en la década de los setenta se perseguían a través de la lucha
armada por la independencia. La reforma radical de la tierra continúa sien-
do exigida principalmente por los antiguos movimientos, las asociaciones
95
S. Moyo: «The Land Occupation Movement and Democratization in Zimbabwe: Contradictions
of Neo-liberalism», en Millennium Journal of International Studies, vol. 30, no. 2, pp. 311-330.
96
O. Lumumba y K. Kanyinga: Ob. cit.
97
En inglés: Landless People’s Movement (LPM). [N. del T.].

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de veteranos de guerra y los dispersos esfuerzos radicalizados de los
líderes tradicionales y los médiums espirituales, junto a la emergencia
de unas pocas organizaciones de base «izquierdista» de la sociedad ci-
vil. Este fue el caso de Sudáfrica, aunque las contradicciones en torno a
la tierra entre el liderazgo intelectual de la clase media de las estructuras de
los pueblos sin tierras y la clase transnacional y de naturaleza naciona-
lista se han hecho evidentes en la desmovilización de los movimientos
por la tierra, a pesar de sus amenazas de votar contra la ANC.98
La indigenización o la negociación de acción afirmativa, en busca de

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
la construcción de una clase capitalista agraria más amplia, algunos casos
concentrados en lo etno-regional y en el género, tiene por otra parte
reenfocada la agenda de reforma de la tierra hacia la desracialización de
la propiedad de las tierras agrícolas comerciales en los asentamientos
africanos y una estructura agraria bimodal grande-pequeña. Así, un en-
foque dual, pero esencialmente nacionalista, defendido por aspirantes a
grandes agricultores y campesinos pobres, domina ahora la agenda ofi-
cial de reforma de la tierra en África. Esto ha cambiado el discurso
político en cuanto al criterio de acceso a la tierra, reenfocando la visión
desde el «sin tierra» y la «inseguridad» hacia los capitalistas agrarios na-
tivos «capaces» y «eficientes», dentro de los términos del paradigma de
desarrollo global neoliberal, utilizando la movilización regional.
En Botsuana, algunos defensores de reforma de la tierra desde la
sociedad civil suelen ser movilizados dentro de un marco social y de dere-
chos humanos en defensa de los derechos a la tierra de las etnias nativas
y los grupos minoritarios marginados, particularmente los basarwa. Cada
vez más, este grupo de minoría étnica desafía el paradigma dominante de
construcción de la nación que ha sido construido a través de la difusión
de los valores de la cultura mayoritaria de los grupos tswana dominantes.
Los barsawa, a menudo denominados como los «habitantes de tierras re-
motas», han sido históricamente una clase baja servil, explotada por los
grupos tswana dominantes como pastores de ganado o peones.99 Los
sans en Sudáfrica, Namibia y Botsuana demandan la restauración de sus
98
Congreso Nacional Africano, ANC por sus siglas en inglés: African National Congress. Organi-
zación política sudafricana fundada en 1912 que, en 1994, ganó las primeras elecciones del
país en las que la mayoría negra pudo votar. En mayo de ese año el líder de esta organización,
Nelson Mandela, se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica [N. de la E.].
99
M. G. Molomo: «The Land Question and Sustainable Development in Botswana», borrador
para el Regional and World Summit on Sustainable Development (WSSD).

115

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tierras y la transnacional; los movimientos de derechos sociales de las
formaciones étnicas sans han emergido, aunque dependen otra vez de
las ONG. Algunos movimientos pastoriles similares también han
emergido en el este de África.
Muchas de las nuevas políticas nacionales sobre la tierra, las cuales
resultan de las negociaciones de las ONG, reflejan los intereses domi-
nantes. Sus tácticas incluyen los paneles de expertos, los contingentes
de fuerzas, los equipos de investigación o las comisiones comprensivas de
investigación, las que implican procesos de «consulta» e informes, que
a menudo proveen material para las decisiones políticas estatales sobre la
tierra.100 Así, por ejemplo, la defensa de la sociedad civil ha procurado
desentrañar la propiedad de la tierra de los capitalistas agrarios en Kenia,
pero sus demandas de redistribución radical han sido acalladas. Los
movimientos por lo tierra no deberían ser idealizados, sin embargo varias
luchas progresivas y retrógradas por la reforma sugieren que su impor-
tancia no puede ser subestimada. La reemergencia de la reforma radical
de la tierra en Zimbabue desde la mitad de la década de los noventa, la
cual coincidió con la debacle de su programa de ajuste estructural, marcó
un importante cambio en las relaciones políticas y económicas entre el
campesinado y el Estado frente a los distritos electorales urbanos.

Conclusiones101

El Estado africano no ha promovido ni el acceso equitativo a la tierra


a través de reformas redistributivas, ni por reformas progresivas de te-
nencia de tierras. En cambio, la concentración de tierras ha crecido.
Esto se debe a los marcos legales vigentes y a que las instituciones para
administrar la reforma de la tierra suelen proteger los intereses de aquellos

100
S. Moyo: «Land, Food Security and Sustainable Development in Africa».
101
Los fenómenos «no capitalistas» fueron señalados por los teóricos clásicos: Marx (1976,
cap. 13), destacó el tráfico de niños en Inglaterra como una función de la industrialización, y
Lenin (1964: 204-206) la persistencia del trabajo cuasi-feudal en Rusia, lo que refleja la
propensión del capitalismo a recrear tales fenómenos en un largo período de tiempo.
Véase P. Yeros: «Zimbabwe and the Dilemmas of the Left», en Historical Materialism,
vol. 10, no. 2.
Para más detalles de los argumentos ver de CODESRIA Greenbook, S. Moyo: African Land
Questions, Agrarian Transitions and the State: Contradictions of Neo-liberal Land Reforms.

116

02 Sam Moyo.pmd 116 06/09/2010, 14:59


cuyos derechos sobre la tierra son mayores y desproporcionados, inclu-
yendo los derechos de propiedad derivados de la expropiación colonial,
en lugar de ampliar las capacidades productivas de los pobres. La ley
consuetudinaria africana y los derechos consuetudinarios a la tierra han
sido manipulados para promover la concentración de tierras a lo largo
del continente, incluyendo aquellos países donde grandes porciones de
tierras fueron alienadas bajo los regímenes de tenencia de propiedad
privada. La tarea fundamental es que las estrategias de los emergentes
movimientos africanos por la tierra, tengan el potencial para influir en

SAM MOYO / La tierra en la economía política del desarrollo africano: estrategias alternativas para la Reforma
la reforma radical de la tierra en el sentido clásico e histórico de orien-
tarse hacia la cuestión agraria.

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RUTH No. 6/2010, pp. 122-141

ISSA G. SHIVJI*

Neocolonialismo, neoliberalismo
y nacionalismo panafricanista:
la restauración del legado de Nkrumah**

Los dos dechados del panafricanismo

Al hablar en el cuadragésimo aniversario de la independencia de Ghana


en Accra, el 6 de marzo de 1997, Julius Nyerere rindió un sano homena-
je a Kwame Nkrumah. Nyerere dijo que «Kwame Nkrumah fue un líder
(ghanés), pero fue también nuestro líder porque fue un líder africano».1
Lo describió como «el gran cruzado de la unidad africana». Nkrumah y
Nyerere fueron los dos grandes modelos de la liberación y la unidad
africanas. Lo hicieron de maneras distintas y sus diferencias se pueden
percibir en sus antecedentes y su formación intelectual. Nyerere arribó
a África a través de Tanganika; Nkrumah arribó a Ghana a través de
África. Aún así, ambos fueron grandes defensores de la unidad africana.
«Sin unidad, no hay futuro para África», planteó Nyerere.

*
(Tanzania, 1946). Fue profesor de Derecho en la Universidad de Dar es-Salaam y ocupa la
cátedra de Mwalimu Julius Nyerere de Estudios Panafricanos en esta misma universidad. Ha
publicado más de una docena de libros y numerosos artículos. Presidió la Comisión Presiden-
cial sobre Asuntos de la Tierra en Tanzania entre 1991 y 1992.
**
El presente artículo está basado en una conferencia preparada para el Simposio Kwame Nkrumah’s
Philosophical Writing, que tuvo lugar el 14 y 15 de septiembre de 2009, y fue organizado por el
Departamento de Filosofía y el Instituto de Estudios Africanos de la Universidad de Ghana
en colaboración con el W. E. B. du Bois Memorial Centre for Pan-African Culture. [Traducido del
inglés por Oscar Ochoa González].
1
http://findarticles.com/p/articles/mi_qa5391/is_200602/ai_n2140880/print

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Nkrumah estuvo varios pasos delante de Nyerere en su comprensión
de la economía política del imperialismo y del neocolonialismo. La com-
prensión de Nkrumah del imperialismo era holística y sistémica. El im-
perialismo, el colonialismo y el neocolonialismo para Nkrumah eran
tanto consecuencia lógica como histórica del capitalismo. El antimpe-
rialismo de Nyerere era fragmentado. No estaba lo suficientemente fun-
damentado en la economía política desde lo político, lo social y lo
cultural. Nkrumah veía al neocolonialismo y a la unidad africana como

ISSA G. SHIVJI / Neocolonialismo, neoliberalismo y nacionalismo panafricanista: la restauración del legado de Nkrumah
dos caras de una misma moneda: el sistema capitalista, el sistema rapaz
de explotación.
Nkrumah fue el autor del gran trabajo de análisis: El Neocolonialismo,
la última etapa del Imperialismo. Nyerere escribió el manifiesto político La
declaración de Arusha.2 Ambos documentos son radicalmente nacionalistas y
antimperialistas. Pero la Declaración de Arusha de Nyerere no era tan ra-
dical en su tratamiento al imperialismo como el Neocolonialismo de Nkrumah.
Si la Declaración de Arusha tuviera un subtítulo en el lenguaje estratégico
de Nkrumah, podría haber sido algo así como «La primera etapa de la
autosuficiencia». Cuando Neocolonialismo fue publicado, el embajador
ghanés ante las Naciones Unidas fue llamado al Departamento de Esta-
do para presentar una protesta. Unos meses después, la CIA3 tramó un
golpe para derrocar a Nkrumah. Cuando la Declaración de Arusha fue
adoptada y los principales medios de producción nacionalizados, los
bancos extranjeros se cerraron, pero sus Estados fueron llamados a ne-
gociar una compensación. Nyerere los calmó planteando que la nacio-
nalización no tenía nada que ver con la ideología. Era simplemente un
acto de nacionalismo económico. «…(E)ste nacionalismo económico
no tiene nada que ver con las ideologías del socialismo, capitalismo o
comunismo», planteó apenas unos días después de la nacionalización.
«Es universal entre los Estados nacionales».4
Lo más intrigante en la comparación de las dos figuras son sus
posicionamientos panafricanistas y sus visiones. El panafricanismo de

2
J. K. Nyerere: «The Arusha Declaration», 29 de enero de 1967, en J. K. Nyerere: Freedom and
Socialism: A Selection from Writings and Speeches, 1965-1967, pp. 231-250.
3
Agencia Central de Inteligencia, CIA por sus siglas en inglés: Central Intelligence Agency.
[N. de la E.].
4
J. K. Nyerere: «Economic Nationalism», 28 de febrero de 1967, en J. K. Nyerere: Freedom and
Socialism: A Selection from Writings and Speeches, 1965-1967, p. 263.

123

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Nkrumah era político, pero basado en un análisis sobrio y turgente.
Concluyó su Neocolonialismo así:
Las firmas extranjeras que explotan nuestros recursos desde hace
tiempo vieron la fuerza que consiguen actuando a escala panafricana.
(…) La única manera efectiva de desafiar este imperio económico y
recuperar la posesión de nuestra herencia es actuar también noso-
tros con una base panafricana, a través de un Gobierno de Unión.5
El panafricanismo de Nkrumah era político porque en su análisis no
se puede desafiar el poderío económico imperialista sin una unidad polí-
tica de los Estados africanos. «Procuren el reino político primero…»
aplicado igualmente al gobierno de la Unión Africana como se le hizo al
Gobierno soberano de Ghana. La razón fundamental de Nyerere para la
unidad africana era política, y en menor medida económica. Pero para
él, cualquier unidad —regional o económica— era un paso adelante y la
justificación era más social que política. Nyerere planteó:
«Durante siglos, hemos sido oprimidos y humillados como africanos.
Fuimos cazados y esclavizados como africanos, y fuimos colonizados
como africanos. (…) Ya que fuimos humillados como africanos, debe-
mos ser liberados como africanos».6
Mientras que Nkrumah subraya la explotación económica, Nyerere
destaca la opresión social. El argumento de Nyerere, sin lugar a duda,
está articulado, es poderoso y aún promueve su solución, cualquier for-
ma de unidad a cualquier nivel es pragmática, firme y es mucho menos
política que la de Nkrumah de un Gobierno de Unión Africana «ahora».
La lógica estaba del lado de Nyerere —sería más fácil unir a dos o tres
gobiernos primero que a 53 de una vez—. Pero la historia ha probado
que Nkrumah estaba en lo cierto. Después de medio siglo de indepen-
dencia, las unidades regionales han fallado o se han empeñado en el
tablero de ajedrez imperialista. Y ahora tampoco estamos más cerca de
la unidad continental. Sin embargo —y esto es importante—, la visión y el
sentimiento panafricano se rehúsan a desaparecer. De hecho, han regre-
sado al centro del escenario. La cuestión para la actual generación de
africanos no es, por tanto, si debemos o no tener unidad africana, sino
qué tipo de panafricanismo. Y aquí, una vez más, el Neocolonialismo de
Nkrumah ofrece potentes indicadores, los cuales han sido sostenidos
por la ruda embestida del neoliberalismo de las últimas dos décadas.
5
K. Nkrumah: Neo-colonialism: The Last Stage of Imperialism, p. 259.
6
Discurso de 1997. [Sin más referencia en el original en inglés].

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El neoliberalismo confirma el Neocolonialismo
de Nkrumah

Hay tres proposiciones fundamentales en el Neocolonialismo de Nkrumah,


las cuales fueron muy apoyadas por el neoliberalismo en una forma que
Nkrumah no podía haber previsto. Estas son, primero, la esencia de la
definición de neoliberalismo; segundo, su énfasis en la economía inte-
grada como base del desarrollo y, tercero, la centralidad del capitalismo

ISSA G. SHIVJI / Neocolonialismo, neoliberalismo y nacionalismo panafricanista: la restauración del legado de Nkrumah
financiero bajo el imperialismo.

La esencia del neocolonialismo

La citada definición de neocolonialismo de Nkrumah era la de un «Es-


tado, el cual en teoría» es «independiente y tiene todos los adornos visi-
bles de la soberanía internacional», mientras que en «realidad su sistema
económico y, por tanto, su política es dirigida desde afuera».7 Esta pro-
posición fue vulgarizada a menudo de una manera simplista: «indepen-
dencia política, dependencia económica». En nuestros días de juventud
en los sesenta y setenta, este tipo de vulgarización nos condujo a mini-
mizar por completo la significación de la «independencia nacional» como
una simple bandera de independencia o, para utilizar la frase de Walter
Rodney, «la revolución de portafolio». A pesar de que hubo mucho
de verdad en esto, como el mismo Nkrumah planteó con gran sabiduría
a posteriori, considero que no comprendimos que para un pueblo que
estuvo bajo cuatro siglos de esclavismo y uno de colonialismo con explo-
tación rapaz, opresión y humillación racial, la independencia realmente
fue un «momento revolucionario». Nyerere lo expresó muy bien:
Yo era un estudiante en la Universidad de Edimburgo cuando
Kwame Nkrumah fue liberado de la cárcel para convertirse en Jefe
de Gobierno en su primera elección al gobierno (en 1951). El com-
portamiento de los estudiantes de la Costa de Oro cambió. La for-
ma en que se comportaban, la forma en que nos hablaban a nosotros
y a los otros, la forma en que miraban el mundo a largo plazo,
cambió de la noche a la mañana.
7
K. Nkrumah: Ob. cit., p. IX.

125

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Incluso lucían diferente. No eran arrogantes, no eran despóticos,
no eran distantes, pero eran orgullosos, ya sentían y transpiraban
que el orgullo de la autoconfianza de libertad sin humanidad es
incompleto.8
Mientras que algunas de las formulaciones de Nkrumah guiaron a cierta
vulgarización, considero que en Neocolonialismo hay un análisis suficiente, el
cual nos brinda la esencia del neocolonialismo como un estado en el cual no
se es «dueño de su propio destino».9 En efecto, esto significa que la lucha
por la independencia está incompleta mientras el derecho a la autodetermi-
nación política y económica no esté completamente realizado. Lo cual su-
braya el hecho de que una neocolonia no es completamente independiente
mientras su «política sea dirigida desde afuera».
Nkrumah, como siempre, vinculó el estado del necolonialismo con el
«pecado» original colonial, por así decirlo, de balcanización de África.
Señaló que los Estados africanos eran económicamente inviables. Sus
mercados estaban fracturados. En sí mismos, eran demasiado débiles
para aspirar a políticas independientes y tomar decisiones políticas en
interés de sus pueblos. Por tanto, la antítesis para el neocolonialismo era
la unidad africana. Nkrumah era tan apasionado y justo sobre su posi-
ción, que sus colegas jefes de Estado lo acusaron de tener ambición y
ansias de poder. Incluso, un colega simpatizante como Nyerere acabó
ridiculizando la noción de Nkrumah acerca del Gobierno de la Unión
en la conferencia de la OUA10 en el Cairo, en julio de 1964.11 Nyerere se
sintió ofendido por la crítica implacable de Nkrumah a las unidades
regionales incluyendo el proyecto mimado de Nyerere, la Federación
del África Oriental. Nkrumah caracterizó a las unidades regionales como
la «balcanización a gran escala». Unos meses después de su muerte,
Nyerere reconoció las diferencias con Nkrumah, pero en términos me-
nos mordaces. Sufrió la experiencia del fracaso de la unidad regional así
como el sueño de Nkrumah de la Unión del Gobierno había pasado a
un segundo plano.

8
Discurso de 1977.
9
K. Nkrumah: Ob cit., p. X.
10
Organización para la Unidad Africana, fundada en 1963. [N. de la E.].
11
J. K. Nyerere: «African Unity-O.A.U. Cairo», 20 de julio de 1964, contribución para el debate
en la unidad africana, en J. K. Nyerere: Freedom and Unity: A Selection from Writings and Speeches,
1952-1965, p. 300.

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Traté de lograr la unidad del Este de África antes de la indepen-
dencia. Cuando fallamos en esto fui prudente con el enfoque con-
tinental de Kwame. Correspondimos profusamente a ello. Kwame
dijo que mi idea de «regionalización» solo era la balcanización a
gran escala. Más tarde los historiadores africanos tendrán que estu-
diar nuestra relación con este asunto de la unión de África.12
Somos los historiadores africanos los que debemos ser capaces de
evaluar este debate no solo con la sabiduría de la percepción a posteriori,

ISSA G. SHIVJI / Neocolonialismo, neoliberalismo y nacionalismo panafricanista: la restauración del legado de Nkrumah
sino también con la experiencia inmediata del neoliberalismo imperial.
Volveremos sobre esta cuestión en la última sección.
El neoliberalismo ha probado ser la peor forma de neocolonialismo y
la subversión excesiva de la unidad africana. Las tres generaciones de
condicionantes dictadas por el trío profano del [Fondo Monetario Inter-
nacional] FMI-Banco Mundial-OMC [Organización Mundial del Comer-
cio], apoyados por los poderes imperialistas, fueron un ataque directo
y bramante a la soberanía política y económica de los Estados africa-
nos. Comenzando con la primera generación de condicionantes econó-
micas en los renombrados Programas de Ajuste Estructural, seguidos
por la despiadada privatización y los dictados en políticas financieras
y fiscales, hasta las condicionantes políticas vagamente encubiertas por
los llamados «buena gobernanza, derechos humanos y responsabilidad»,
que no eran más que un ataque abierto a la verdadera noción de inde-
pendencia. La independencia se constituyó en el reclamo de la sobera-
nía del Estado, la cual era precisamente lo que socavaba estas
condicionantes. Incluso a los parlamentos africanos se les estableció pla-
zos dentro de los cuales debían promulgar leyes deseadas por las Institu-
ciones Financieras Internacionales (IFI), con independencia de lo que
los parlamentarios pensaran como «representantes» del pueblo. Duran-
te el apogeo del neoliberalismo en Tanzania, en el transcurso del tercer
mandato de nuestro presidente, Mkapa, a menudo replicó a las críticas
internas planteando que incluso el Banco Mundial elogió sus políticas.
Así, los gobiernos africanos buscaban la legitimidad política afuera, en
lugar de buscarla en su pueblo. Nkrumah no podía haber soñado, ni en
su sueño más salvaje, que los Estados africanos podrían ser reducidos a
tal cobardía.

12
J. K. Nyerere y Ikaweba Bunting: «The Heart of Africa: Interview with Julius Nyerere on
Anti-colonialsim», en New Internationalist Magazine, no. 309.

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Una economía africana integrada

El segundo elemento en el Neocolonialismo de Nkrumah es el concepto


de una economía africana integrada. Él planteó que no podía haber ningún
desarrollo sostenible en África para beneficio de los pueblos africanos,
a menos que hubiera una amplia integración continental del sistema de
producción como un todo, en particular, el uso de los recursos —petróleo,
productos forestales, minerales, etc.— para construir un «complejo indus-
trial integrado».13 En el mismo sentido, enfatizó en que el capital inicial para
la construcción de tal complejo se había perdido a través del drenaje de
excedentes desde África por las multinacionales.14 Además, destacó la im-
portancia de los mercados comunes dentro y fuera de África.
Nkrumah fue un gran creyente de las sinergias económicas y de las
economías de escala a nivel africano. Es interesante que en nuestros
debates en la Universidad de Dar es-Salaam,15 en los sesenta y los seten-
ta, hablábamos mucho acerca de la necesidad de construir una economía
nacionalmente integrada yuxtapuesta a la verticalmente integrada economía colo-
nial.16 Diferente a Nkrumah, en nuestro caso, el espacio social y geográ-
fico para la construcción de una economía integrada era el simple
territorio/país. Estos eran los días de construcción de la nación, y Nyerere
era un gran defensor de la construcción de la nación a pesar de su
panafricanismo. Dos décadas más tarde la visión de Nkrumah se con-
cretó en el Plan de Acción de Lagos, en 1980, elaborado por la Comi-
sión Económica para África. Pero, como Adebayo Adedeji expuso, «estos
(planes) eran rechazados, socavados y desechados por las Instituciones
de Bretton Woods y los africanos se ven obstaculizados de ejercer el
derecho básico y fundamental de tomar decisiones sobre su futuro».17
Nkrumah constantemente reiteró y documentó la explotación rapaz
de los recursos africanos por el capital internacional apoyado por las
estrategias imperialistas. Su ilustración de este fenómeno mediante un
estudio de caso del Congo es clásico.18 El neoliberalismo aumenta la
13
K. Nkrumah: Ob. cit., p. 234.
14
Ibídem, p. 238.
15
Es la ciudad de Tanzania más poblada y fue su capital de 1974-1996. [N. de la E.].
16
Ver, por ejemplo, I. Shivji: Class Struggles in Tanzania.
17
Adebayo Adedeji: «From the Lagos Plan of Action to the New Partnership for Africa’s
Development and from Final Act of Lagos to the Constitutive Act: Whither Africa?», en
Peter Anyang’ Nyongo, Aseghedech Ghirmazion y Davider Lamba (eds.): New Partnership for
Africa’s Development, NEPAD: A New Path?, pp. 35-36.
18
Discurso acotado en K. Nkrumah: Ob. cit., pp. 198-200.

128

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explotación de los múltiples recursos naturales africanos. El actual inte-
rés del imperialismo norteamericano por África —como han perdido
Asia y están por perder América Latina— está en los recursos naturales
africanos, no solo en el petróleo y los minerales, sino también en la
tierra para biocombustibles, y en lo forestal como bio-recursos. Así, están
volviendo a lo que Nkrumah había descrito como «un tipo más viejo de
neocolonialismo… basado primariamente en consideraciones bélicas».19
Excepto que en la actualidad la inminente militarización del continente
está basada fundamentalmente en la protección de las fuentes de los

ISSA G. SHIVJI / Neocolonialismo, neoliberalismo y nacionalismo panafricanista: la restauración del legado de Nkrumah
recursos naturales y su resguardo para la explotación imperial. Es en
este punto de vista, junto con la estrategia para responder al creciente
poderío chino, que debemos ver la formación del Comando Norteame-
ricano para África o Africom20 y el escenario de desarrollo de la estrategia
geopolítica y militar en el Océano Índico. Esto último requiere de ser
estudiado y analizado por académicos africanos, si no queremos ser sor-
prendidos con que el terreno de batalla por el gran poder ha cambiado
de los Océanos Atlántico y Pacífico hacia el Índico con la costa este
africana, desde Djibouti hasta Durban, como el punto débil al borde del
Océano Índico.
La primera generación de nacionalistas africanos, como Nyerere y
Nkrumah, era consciente de estas consideraciones, por su firme lealtad
a la política de no alineamiento (positiva). El neoliberalismo debilitó el no
alineamiento con la renombrada «nueva generación de líderes africa-
nos», desvergonzadamente abrazada (y continúa haciéndolo) al impe-
rialismo norteamericano.
Antes de terminar esta sección, permítanme llamar la atención sobre
un debate importante, el cual ha emergido de la explotación rapaz de
los recursos humanos y naturales de África bajo el neoliberalismo. Este
es el debate acerca de las formas de acumulación. Las tesis de Rosa
Luxemburgo sobre la acumulación primitiva coexisten con la actual acu-
mulación, a partir de que la reproducción ampliada ha sido extendida
para argumentar que, de hecho, la acumulación primitiva bajo el neoli-
beralismo, particularmente en África, es la tendencia dominante.21 Por
otra parte, he argumentado que en términos de acumulación el «período
nacionalista» (1960-1975) puede ser descrito como un período de lucha
19
K. Nkrumah: Ob. cit., p. 22.
20
Por sus siglas en inglés: United States Africa Command. [N. del T.].
21
Ver D. Harvey: A Brief History of Neo-liberalism; I. Shivji: Accumulation in an African Periphery:
A Theoretical Framework.

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entre estas dos tendencias de acumulación, bajo el neoliberalismo la
tendencia a la acumulación a través de medios primitivos —saqueo,
piratería, especulación y manipulación financieras, etc.— se ha hecho
dominante.22 Pienso que esta es la dirección teórica en la cual necesita-
mos proyectar la tesis de Nkrumah sobre el neocolonialismo.

El capitalismo financiero

La tesis de Nkrumah sobre el capitalismo financiero está dentro del para-


digma leninista de capitalismo monopolista. Como es bien conocido, la pro-
posición de Lenin era doble, una, que el capital financiero —los bancos,
las compañías de seguros, etc.— viene a dominar el capital industrial y,
dos, que hay una aceleración de la centralización del capital financiero
en algunas grandes casas financieras internacionales. Nkrumah docu-
mentó meticulosamente ambas proposiciones en su Neocolonialismo.23
Todo lo que ha sucedido desde entonces ha corroborado con amplitud
estas proposiciones. Como una cuestión de hecho, el neoliberalismo,
basado como estuvo en los paradigmas de política monetaria, llevó al
capitalismo financiero a una nueva etapa cualitativa a partir de que el
dinero se convirtió en un medio de hacer más dinero y los circuitos
financieros se separaron de los circuitos de producción. Las finanzas
perdieron contacto con la producción.
Hay un indicador de esta evolución en el concepto leninista de má-
quinas de cortar cupones, pero, hasta donde puedo ver, no hay ninguno
en Nkrumah. Probablemente la más potente y prolífera observación
fue la de Marx.
El sistema de crédito, el cual tiene su centro en el renombrado
banco nacional y los grandes prestamistas y usureros en torno a él,
es una enorme centralización, y le brinda a esta clase de parásitos un
poder fabuloso…24 para interferir en la producción actual de una
manera mucho más peligrosa y no podemos hacer nada contra ello.25
Nkrumah cita este pasaje, pero no hace mucho con él, en particular
el concepto de «una clase de parásitos» con «poder fabuloso» quienes

22
I. Shivji: «Keynote address to Maputo Conference April 2009 on Forms of Accumulation».
23
K. Nkrumah: Ob. cit., pp. 63-64, 36, 72-78 y ss.
24
Las cursivas son del autor del presente artículo. [N. de la E.].
25
El capital, vol. 3, capítulo 33, citado en K. Nkrumah: Ob. cit., p. 82.

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saben «nada acerca de la producción». Es el poder de estos parásitos el
cual rige bajo el neoliberalismo globalizado y el que finalmente derribó
el año pasado al, ya sin base, castillo financiero de naipes.
En África, el Banco Mundial impuso políticas monetaristas —deflación,
libre mercado de divisas, intercambios sin regularización de mercancías,
desregularización y equilibrio de los presupuestos fiscales gubernamen-
tales, bancos centrales «independientes», etc.— que fueron aplicadas de
una manera extrema. Como Ha-Joon Chang ha mostrado, persuasivamente,

ISSA G. SHIVJI / Neocolonialismo, neoliberalismo y nacionalismo panafricanista: la restauración del legado de Nkrumah
cada una de estas políticas fue contraria al —y socavaba el— desarrollo
económico de los países en vías de desarrollo.26 En África, solo se tuvo
éxito en el desvío de excedentes y en la creación, de la noche a la maña-
na, de una clase de compradores financieros, quienes prosperaron con
la especulación y el drenaje de los ingresos del Estado a través de la
gran corrupción rampante.
Una de las expresiones dramáticas de la financiarización en África
fue (y es) que sus deudas soberanas fueron convertidas en mercancía
para la compra bajo descuento y revendidas con ganancias. Uno de los
casos ilustrativos es el de Zambia, descrito en el recuadro siguente. El
mayor escándalo en Tanzania estuvo relacionado con la venta de deudas
que comprendían 132 millones de dólares. El pago por las deudas sobera-
nas debidas a compañías comerciales privadas fue colectado en la Cuenta
de Atrasos de Pago Externo, o EPA, como fue notoriamente bautizado.27
Las personas con conexiones políticas o posición, en complot con funcio-
narios bancarios, le presentaron al Banco de Tanzania documentos frau-
dulentos que pretendían mostrar que tales deudas habían sido asignadas
a ellos. Así lograron retirar del banco central millones de dólares.
Obtener ganancias de la venta de deudas soberanas: El caso de Zambia

«En 1979 Zambia incurrió en una deuda con Rumania, a quien le


compró maquinaria agrícola y servicios. Zambia incumplió y ambos
países estaban en medio de renegociaciones para liquidar la deuda
cuando Donegal International, una compañía registrada en las Islas
Vírgenes británicas y propiedad de un hombre de negocios nortea-
mericano, compró la deuda con un fuerte descuento del precio de
menos de 4 millones de dólares. Esto fue en 1999. La compañía
entonces negoció un acuerdo con Zambia, cuando estaba bajo Chiluba,
mediante el cual Zambia reembolsaría la deuda por un valor de
26
Ha-Joon Chang : Bad Samaritans: The Myth of Free Trade and the Secret History of Capitalism.
27
EPA por sus siglas en inglés: External Payment Arrears Account. [N. de la E.].

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15 millones de dólares. El acuerdo pactado incluía severas cláusulas
de penalización si Zambia incumplía con el pago. En una ocasión, en
el 2007, la compañía presentó una demanda contra Zambia en un
tribunal británico reclamando cerca de 55 millones de dólares. Zambia
intentó que el caso fuera desestimado, dado que el acuerdo de liqui-
dación había sido obtenido por la compañía pagándole 2 millones
de dólares, como un soborno, a la obra de caridad preferida del
presidente Chiluba, a cambio de un acuerdo favorable. La compa-
ñía negó la acusación, diciendo que era «una donación caritativa»
a «una iniciativa de vivienda de bajo ingreso» en Zambia. En el terreno
legal, el tribunal no aceptó el argumento de Zambia. El tribunal no
le concedió a Donegal lo que había reclamado, pero el monto con-
cedido era casi cuatro veces lo que la compañía pagó originalmente
por la deuda. Irónicamente, la reclamación de la compañía, si hubie-
ra sido plenamente confirmada, habría borrado toda la ayuda para
la deuda que Zambia había obtenido bajo la HIPC luego de seis
años de seguir las duras condiciones impuestas por el FMI y el Ban-
co Mundial (Tan, 2008:20-21)».28

A nivel internacional, gente como Soros se hicieron millonarios a


través de la especulación financiera al transferir trillones de dólares
desde un régimen financiero/fiscal a otro, aprovechando las diferencias
en los intereses, el cambio y las tasas de impuestos. Esto fue posible por
la desregularización de los mercados financieros, los cuales fueron for-
zados en los países en desarrollo, los más vulnerables, entre los que
destacan los países africanos.
En cualquier caso, hay un límite ante el cual el dinero puede ser sepa-
rado de su valor subyacente, el cual es creado en la producción. El
sistema no pudo continuar y colapsó como un castillo de naipes en la
llamada crisis financiera. Esta es, sin duda, una crisis del sistema capi-
talista neoliberal globalizado, tengan o no éxito los Estados imperialistas
en rescatar temporalmente el sistema. Como G-9,29 y ahora G-20,30

28
I. Shivji: Accumulation in an African Periphery: A Theoretical Framework, pp. 44-45
29
Grupo que está conformado por los siete países más industrializados (G-7: Alemania,
Canadá, los Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido), Brasil e India. [N. de la E.].
30
Grupo de los 20 o G-20, es un grupo de países formado en 1999 por los siete países más
industrializados (G-7), Rusia (G-7+1 o G-8), once países recientemente industrializados de
todas las regiones del mundo, y la Unión Europea como bloque. [N. de la E.].

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reescriben las reglas del juego para salvar el sistema, sus IFI están tra-
tando desesperadamente de asegurar que África no se escape de entre
sus dedos. Gordon Brown, sin ninguna vergüenza ni arrepentimiento,
declaró que el Consenso de Washington había terminado. El Banco
Mundial, una vez más, desvergonzadamente y sin arrepentimiento, giró
180 grados su política de privatización y otras recetas afines. Sin embar-
go, mientras «repensaba» sus políticas, quería asegurarse de que África
no se le escapara a través de las redes globalizadas, en kisuahilí se llamó

ISSA G. SHIVJI / Neocolonialismo, neoliberalismo y nacionalismo panafricanista: la restauración del legado de Nkrumah
utandawazi (redes abiertas), pero los intelectuales, en un giro de térmi-
no, lo han llamado utandawizi, lo que significa una red de robo. Una
convocatoria de ponencias para tres días de la conferencia «Repensar la
política económica africana a la luz de la crisis económica y financiera
global», que tuvo lugar en diciembre de 2009, organizada por el Consor-
cio de Investigación Económica Africano y apoyado por el Banco Mun-
dial, el Banco de Desarrollo Africano, USAID,31 IDRC32 y el PNUD,
enumera las preguntas y sutilmente advierte a África acerca de cómo
obtener ideas para crear un sector público permanente:
En la medida en que la respuesta de los Estados Unidos y los paí-
ses europeos ante la crisis es aumentar la participación directa del
gobierno en las actividades económicas, especialmente en el sec-
tor financiero, y aumentar el gasto del gobierno, ¿deben los gobier-
nos africanos repensar las políticas de privatización y austeridad
fiscal? ¿Cuál es el papel apropiado del Estado africano en la ges-
tión económica a raíz de la crisis económica y financiera global?
¿Cuáles son las cuestiones de política económica asociadas a otras
estrategias alternativas de intervención estatal, y cómo África ges-
tionará las consecuencias y evitará el peligro de la captura y el
posible conflicto? Si es conveniente que los gobiernos africanos
intervengan también en las actividades económicas, ¿cuáles son
los ajustes institucionales y las salvaguardas necesarias para garan-
tizar que el Estado se retirará de tales actividades tan pronto como sea
posible y de una manera transparente?33
31
Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, USAID por sus siglas en inglés:
United States Agency for International Development. [N. de la E.].
32
Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (CIID), IDRC por sus siglas en
inglés: International Development Research Centre. [N. de la E.].
33
Tomado de http://www.aercafrica.org/html/announcements2.asp?announcementid=115
[Las cursivas son del autor del presente artículo].

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¡Falta mucho para la muerte del Consenso de Washington! La interro-
gante que se hacen progresistas y dedicados estudiosos e intelectuales
africanos es si esta vez también se someten a «repensar» las alternati-
vas africanas bajo el tutelaje del Banco Mundial o a repensar por sí
mismos en beneficio del pueblo africano. Después de haber interiorizado
las recetas neoliberales de sus amos imperiales, los compradores africanos
están, sin embargo, confundidos y perplejos, incluso para repensar con el
Banco Mundial, ¡ya que utilizan el pensamiento de este para ellos!
Ello me lleva a lo que considero debe ser el más importante impacto
del neoliberalismo el cual era (es) ideológico.

Los límites del nacionalismo territorial

A pesar de que los años cincuenta y los sesenta habían sido descritos
como la época dorada del capitalismo, en términos económicos, el impe-
rialismo a nivel global estaba ideológicamente a la defensiva. Durante este
período tres movimientos de resistencia se unieron y reforzaron la lucha
de los pueblos del mundo contra el imperialismo. El movimiento de
liberación nacional comenzó en Asia en los años cuarenta y llegó a Áfri-
ca en los cincuenta como un potente movimiento. Los siete años de la
guerra de Argelia, la lucha brutal Mau-mau del Ejército de Liberación
de la Tierra en Kenia y la lucha armada en el Sur de África, fueron una
expresión concentrada del movimiento de liberación nacional. Otra
poderosa lucha antimperialista que encontró resonancia en el continente,
fue el movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos en
contra de siglos de opresión racial. El movimiento socialista en el sudeste
asiático, que culminó en la guerra de Vietnam y su triunfo final fue un
duro golpe al imperialismo norteamericano. Esto catalizó y movilizó a
la juventud educada a nivel mundial con manifestaciones masivas, ocu-
pación de universidades y luchas callejeras, nunca antes vistas.
A pesar de que el imperialismo tuvo éxito al ejecutar sus actividades
corruptas en África y en otras partes a través de golpes militares, asesi-
natos y cambio de antiguos regímenes, en lo moral y lo ideológico esta-
ba a la defensiva. El Neocolonialismo de Nkrumah pudo haberlo conducido
a su derrota por el golpe organizado por la CIA, pero su libro se convir-
tió en una Biblia para la juventud africana, devorada en los campus
universitarios, inspirando revueltas estudiantiles contra los regímenes
neocoloniales y campañas en contra de la CIA. En el campus de Dar es-
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-Salaam, nos pensábamos socialistas y marxistas en lugar de nacionalis-
tas, pero con los beneficios de la comprensión retrospectiva, ahora pue-
do afirmar que detrás de nuestro marxismo hubo un nacionalismo fuerte,
además de radical.
No vemos un fuerte apego al nacionalismo territorial en Nkrumah.
Por supuesto, él era un jefe de Estado ghanés y como tal el líder de una
«nación», pero uno renuente. Ali Mazrui hasta lo describió como un
«gran africano, pero como un horrible ghanés». Nyerere, por otra parte,

ISSA G. SHIVJI / Neocolonialismo, neoliberalismo y nacionalismo panafricanista: la restauración del legado de Nkrumah
fue abiertamente apegado al nacionalismo (territorial). Él se suscribió a
las ideologías de construcción de la nación que estaban generalizadas
entre políticos y académicos en el período inmediato a la independen-
cia. En los años sesenta, Nyerere continuó agonizando con lo que él
llamó el dilema entre el nacionalismo africano y el panafricanismo. En
un discurso a la Congregación de la Universidad de Zambia en 1966, le
llamó apropiadamente El dilema del panafricanista, y planteó:
¿Puede la unidad africana ser construida sobre el fundamento exis-
tente y el creciente nacionalismo?
No creo que la respuesta sea fácil. Efectivamente, creo que el dilema
real lo enfrenta el panafricanista. Por una parte el Panafricanismo de-
manda una conciencia y una lealtad africana; y por otra cada
panafricanista debe también preocuparse con la libertad y el desarrollo
de una de las naciones africanas. Esto puede generar conflictos.34
En años posteriores, este dilema retrocedió en la medida en que
Nyerere consolidó el poder del Estado tanzano y su soberanía, y a la
vez que tomaba medidas, a menudo conscientemente, para forjar una
nación a partir de 120 etnias. Lo más intrigante acerca de este sentido es
el uso de Nyerere del nacionalismo africano y las naciones africanas para
describir a los países africanos, mientras, al mismo tiempo, condenaba
en fuertes términos estas entidades artificiales llamadas países o nacio-
nes. Las fronteras eran artificiales, trazadas por los colonialistas. No
había contigüidad cultural, social, económica o lingüística entre los pue-
blos de un mismo país, a menudo el pueblo de una misma etnia o clan
estaba separado por las fronteras. A pesar de la condena vociferante
de estas entidades artificiales, o de los pequeños Estados, como él los
34
J. K. Nyerere: «The Dilemma of the Pan-Africanist», discurso para la congregación de la
Universidad de Zambia en ocasión de la toma de posesión del presidente Kaunda como el
primer Canciller de la Universidad, 13 de julio de 1966, en J. K. Nyerere: Freedom and Socialism:
A Selection from Writings and Speeches, 1965-1967, p. 28.

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denominó, en el plano intelectual Nyerere continuó utilizando las cate-
gorías de nación y nacionalismo para describirlos. Incluso, consideraba
como uno de sus éxitos el haber forjado una nación en Tanzania más
allá de 126 «tribus» y dos Estados soberanos —Zanzíbar y Tanganica—.
En una entrevista, pocos meses antes de su muerte, afirmó:
«La Declaración de Arusha y nuestro sistema democrático uniparti-
dista, junto con nuestro lenguaje nacional, el kiswahili, y un ejército
nacional altamente politizado y disciplinado, transformó a más de 126
tribus diferentes en una nación cohesionada y estable».
Ni la Declaración de Arusha ni el sistema unipartidista sobrevivieron
a la agresión del neoliberalismo. Y con el creciente uso del inglés en las
escuelas y en la correspondencia oficial es dudable que el kiswahili so-
breviva. Peor aún, la cohesión y la estabilidad de la «nación» están sien-
do seriamente desafiadas por la naturaleza precaria de la Unión y las
políticas fragmentadas a lo largo de las líneas religiosas, étnicas y regio-
nales. Tanzania, que fue acertadamente considerada por muchos como
uno de los ejemplos más exitosos de «cohesión nacional», hoy no puede
jactarse de presentar la misma cohesión, nacionalismo y patriotismo.
Está tan fracturada como precaria. Esto se debe, en gran medida, a las
políticas neoliberales adoptadas por los sucesivos regímenes de las últi-
mas dos décadas.
Por encima de todo, el neoliberalismo fue un ataque ideológico frontal
al nacionalismo. Lo desacreditó y ridiculizó, particularmente al naciona-
lismo radical como el de Nyerere y Nkrumah. La globalización, otro
nombre para el imperialismo, es, por definición, una antítesis del naciona-
lismo. Un par de años atrás, el embajador estadounidense en Tanzania, al
alabar la política exterior del país basada en la «diplomacia económica»,
le dijo a los parlamentarios del país que la «diplomacia de la liberación
del pasado, cuando las alianzas con las naciones socialistas eran primor-
diales y la renombrada solidaridad del Tercer Mundo dominaba la polí-
tica exterior, debe dar paso a un enfoque más realista para negociar con
sus verdaderos amigos —aquellos que están trabajando por elevarlos al
siglo XXI donde la pobreza no es aceptable y la enfermedad debe ser
conquistada—».35 Era así que el imperialismo procuraba rehabilitarse
moral e ideológicamente. El neoliberalismo era primero, y ante todo, un
35
Citado por Shivji: «Pan-Africanism or imperialism? Unity and Struggle towards a new
democratic Africa», Second Billy Dudley Lecture, delivered at the University of Nigeria,
Nsukka, 27 de Julio de 2005, en Issa G. Shivji: Where is Uhuru?: Reflections on the Struggle for
Democracy in Africa.

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ataque a la ideología del nacionalismo. Hasta la debacle financiera del
año pasado, parecía que el imperialismo estaba ganando la batalla ideoló-
gica cuando el síndrome TINA de la Thatcher dominó a los responsables
políticos, y el derecho soberano de los Estados africanos de elaborar sus
propias políticas pasó a manos de los consultores donantes-donados.
Pero lo más significativo acerca del ataque neoliberal es la facilidad
con la cual los Estados africanos rindieron su soberanía y nacionalismo
sin, como señaló Pilger, «una cañonera a la vista». Retrospectivamente,

ISSA G. SHIVJI / Neocolonialismo, neoliberalismo y nacionalismo panafricanista: la restauración del legado de Nkrumah
la mayor contribución del neoliberalismo ha sido desvelar los límites del
nacionalismo territorial, así, irónicamente «vindica» la idea de Nkrumah
de que sin unidad africana, África no podría defender su independencia
y soberanía. El neoliberalismo marcó la derrota del proyecto de libera-
ción nacional. ¿Pero no fue esta derrota también la del proyecto de cons-
trucción de la nación basada en los espacios territoriales creados por el
imperialismo, de lo cual también estuvimos orgullosos tanto como de
«nuestros países, nuestras naciones»?

Nacionalismo panafricanista

Nyerere creció inmerso en la ideología de Fabian y desarrolló su nacio-


nalismo en la lucha por la independencia de Tanganica. Llegó a la uni-
dad africana y al panafricanismo de manera lógica, no histórica. Nkrumah
desde sus tempranos días de juventud universitaria se nutría del
panafricanismo. Intelectualmente se crió en los guetos de Nueva York
y cultivó su nacionalismo a los pies de grandes panafricanistas como
W. E. B. du Bois, George Padmore y C. L. R. James. Para él, por tanto, la
génesis del nacionalismo africano descansa en el panafricanismo. En
ello, verdaderamente representa al movimiento histórico del nacionalis-
mo africano. El nacionalismo africano nació del panafricanismo, no al revés. De
hecho, literalmente, Nkrumah y Jomo Kenyatta volvieron a luchar por
la independencia de sus países siguiendo el Quinto Congreso Panafricano
en Manchester. Así el resumen de Nkrumah, «África es un continente,
un pueblo, y una nación», no es solo política, pragmática o expediente
para apoyar su posición acerca de la unidad africana, sino también una
síntesis profunda derivada de un análisis histórico. Para Nkrumah, la
independencia de Ghana era solo un medio, un primer paso en el camino de
lograr el nacionalismo africano, el cual solo podría ser el panafricanismo.
Esto fue quizás lo que lo hizo, en términos de Mazruist, un «horrible

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ghanés». Ahora que los cincuenta años de experimento de nacionalismo
territorial han fracasado, debemos retornar y revisitar la verdadera esen-
cia del nacionalismo africano: el panafricanismo.
Se pueden presentar muchos argumentos prácticos, políticos y eco-
nómicos para demostrar el imperativo de la unidad africana. No necesito
referirme a ello. El punto que quiero enfatizar es ideológico y político.
El nacionalismo panafricanista, propongo, es la ideología de la libera-
ción nacional, la nación existiendo como nación africana. El proyecto
de liberación nacional ha sido derrotado, sin duda, por las fuerzas
imperialistas, pero también debido a razones internas, pues los compra-
dores africanos, e incluso los nacionalistas, concibieron a la nación como
territorios colonialmente constituidos llamados países. El espacio so-
cial del nacionalismo panafricanista es el continente.
Como una ideología de la liberación nacional, el panafricanismo com-
partiría algunas de las características fundamentales de la ideología de
la liberación. En primer lugar, un profundo antimperialismo. En segundo
lugar, un programa alternativo de desarrollo apoyado en recursos conti-
nentales básicos integrados para implementar las sinergias económicas
y las economías de escala. Tal programa debe, además, ser capaz de
abordar el desarrollo desigual en el continente a través de ciertas políticas
económicas de «tipo afirmativas». En tercer lugar, una reestructuración de
las instituciones estatales para garantizar la independencia política y la
democracia, la cual significa la independencia de elaborar políticas pro-
-pueblo. En cuarto lugar, un sistema de defensa para todo el continente.
Muchas de estas características fueron señaladas por Nkrumah. Sin
embargo, hay una diferencia fundamental. Cuando Nkrumah fue a pro-
poner su gobierno unido, los países africanos estaban en el umbral de la
independencia. Varias fuerzas y clases estaban unidas en contra del co-
lonialismo. Desde entonces las sociedades africanas están mucho más
diferenciadas en clases cuyos intereses objetivos se contraponen. El
nuevo nacionalismo panafricanista, por tanto, tiene también que encar-
garse de asuntos relacionados con la emancipación social, más allá de la
liberación nacional. El cómo puede hacerse, dependerá de la correcta
identificación de las fuerzas motrices del panafricanismo. No puedo
entrar en detalles, solo quiero sugerir tentativamente que el núcleo y
la(s) clase(s) dirigente(s) sería, al decir de Rodney, el «pueblo trabaja-
dor» de África. El concepto de pueblo trabajador es una extensión del
concepto tradicional de clase trabajadora o proletariado y también va
más allá de la formulación tradicional de alianza obrero-campesina. He
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obtenido esta idea del examen de la economía política de África y del
análisis de las formas de explotación y de acumulación.36
Finalmente, las preguntas que quiero presentar son: ¿Por dónde co-
menzar? (en vez de ¿qué se debe hacer?). Y, ¿cuál es el rol de los intelec-
tuales? Sugiero que debemos comenzar con ideas. Tenemos que convertir
el panafricanismo en una categoría intelectual de pensamiento y desarrollar
un discurso teórico e ideológico basado en el panafricanismo. El sitio
para comenzar esto son nuestras universidades. La creación de la Cáte-
dra Nkrumah en Legon y la Cátedra Nyerere en Dar son pequeños, pero

ISSA G. SHIVJI / Neocolonialismo, neoliberalismo y nacionalismo panafricanista: la restauración del legado de Nkrumah
significativos, pasos en esa dirección. Uno de los resultados de la Sema-
na del Festival Intelectual Julios Nyerere, que se celebró en la Universi-
dad de Dar es-Salaam, en abril de 2009, fue la propuesta de hacer del
panafricanismo un curso académico de pleno derecho. Si todo marcha
bien, seremos capaces de iniciarlo en abril de 2010. Estoy seguro que
hay otras iniciativas de las cuales no somos conscientes. Necesitamos
coordinación. Jornadas como esta, por tanto, son una contribución a la
creación de una comunidad intelectual panafricana para la que ya tene-
mos una casa en CODESRIA.
Permítanme terminar citando lo que Nyerere dijo hace unos cuarenta
años:
¿Quién va a mantenernos activos en la lucha por convertir al nacio-
nalismo en panafricanismo, si no es el personal y los estudiantes de
nuestras universidades? ¿Quién tendrá el tiempo y la habilidad para
pensar en los problemas prácticos para conseguir el objetivo de la
unificación si no aquellos que tienen la oportunidad de pensar y
aprender sin la responsabilidad directa de los asuntos del día a día?
¿Y no pueden las universidades ellas mismas moverse en esta di-
rección? Cada una de ellas tiene que atender a las necesidades de
su propia nación, su propia área. Pero, ¿no debe también atender a
África? ¿Por qué no podemos intercambiar estudiantes —que los
tanzanos obtengan títulos en Zambia y los zambianos reciban el
suyo en Tanzania? ¿Por qué no podemos hacer otras cosas que
vinculen indisolublemente nuestra vida intelectual?37
Vincular nuestra vida intelectual indisolublemente es la tarea de la
generación posneoliberal de los intelectuales africanos.

36
Shivji: «Keynote address to Maputo Conference April 2009 on Forms of Accumulation».
37
J. K. Nyerere: «The Dilemma of the Pan-Africanist», 13 de julio de 1966, en J. K. Nyerere:
Freedom and Socialism: A Selection from Writings and Speeches, 1965-1967, pp. 216-217.

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——: Accumulation in an African Periphery: A Theoretical Framework, Mkuki
na Nyota, Dar es-Salaam, 2009.
——: «Keynote address to Maputo Conference April 2009 on Forms of
Accumulation», disco compacto de audio, 2009.
——: «Pan-Africanism or imperialism? Unity and Struggle towards a
new democratic Africa», Second Billy Dudley Lecture, delivered at the
University of Nigeria, Nsukka, 27 de julio de 2005, en Issa G. Shivji:
Where is Uhuru?: Reflections on the Struggle for Democracy in Africa, Fahamu

ISSA G. SHIVJI / Neocolonialismo, neoliberalismo y nacionalismo panafricanista: la restauración del legado de Nkrumah
books, Nairobi, 2009.

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RUTH No. 6/2010, pp. 142-157

THANDIKA MKANDAWIRE*

Repensando el panafricanismo,
el nacionalismo y el nuevo regionalismo**

Introducción

Una de las más importantes respuestas a la globalización ha sido el re-


gionalismo, por el cual las naciones han sacrificado parte de su sobera-
nía a autoridades supranacionales, para protegerse colectivamente del
asalto a sus soberanías, modelos sociales y culturas. En todos estos es-
quemas, las ideologías y las aspiraciones regionalistas han de reconci-
liarse con las aspiraciones nacionalistas, las cuales permanecen como
una característica definitoria del orden mundial y, de hecho, sostienen
gran parte de las iniciativas regionales. A menudo se ha discutido que,
bajo el ímpetu de la globalización, el proyecto Westfalia de «construc-
ción de la nación» es anticuado, irrelevante y quijotesco. Para aquellos
con inclinaciones cosmopolitas todo esto es bien recibido y celebrado.
Sin embargo, esta celebración es prematura, pues no tiene mucha rele-
vancia para la existencia humana, en general, y para el comportamiento
político en gran parte del mundo, cuando la nación y el Estado-nación
siguen siendo un escenario efectivo para las luchas sociales.
*
Profesor y catedrático de la London School of Economics, de la Universidad de Estocolmo
y de la Universidad de Rhodes. Fue Secretario Ejecutivo del Consejo para el Desarrollo de la
Investigación Económica y Social (CODESRIA), y Director del Instituto de Investigación
para el Desarrollo Social (UNRISD). Fue profesor de la Universidad de Estocolmo y de la
Universidad de Zimbabue. Ha publicado sobre diversos asuntos del desarrollo económico,
política social y ciencias políticas.
**
Traducido del inglés por Oscar Ochoa González.

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Durante más de un siglo, el panafricanismo ha sido impulsado por
diferentes actores como respuesta a presiones externas, entre las cuales
la globalización es la expresión más reciente. Desde sus inicios surge
como un movimiento para la reafirmación de la humanidad de los pueblos
de origen africano, ahora aparece como un movimiento tanto para la
independencia colectiva como para el nuevo regionalismo. En su forma
original, el panafricanismo surgió naturalmente de actores no estatales, y
estuvo muy influenciado por la diáspora africana y por el racismo, el cual
alentó la unidad de los africanos. El panafricanismo no fue simplemente
un momento de unificar a los pueblos de origen africano, sino también
una ideología que dejó una profunda huella en el pensamiento y sensibi-
lidades políticas africanas. Comprende dimensiones culturales, políti-
cas y económicas. Como todas las ideologías, el panafricanismo articuló

THANDIKA MKANDAWIRE / Repensando el panafricanismo, el nacionalismo y el nuevo regionalismo


una visión sobre qué es lo deseable, prescribió normas por las que sus
partidarios eran juzgados, ofreció una apariencia de cohesión de intereses
disímiles. Pero también como toda ideología, ha tenido sus puntos ciegos,
algunos de los cuales han amenazado con subvertir sus proyectos centrales.
Con el objetivo de mantener su pertinencia y vitalidad, el panafricanismo
debe ser sometido a revisión crítica constante y renovación.
Una de las principales tareas que el panafricanismo se propuso —la
completa liberación del continente— ha sido alcanzada. Sin embargo,
en otros temas de la agenda que se esperaba que siguieran a la descolo-
nización, el panafricanismo ha fracasado hasta ahora, al menos cuando
valoramos los sueños de las principales figuras del movimiento panafri-
cano y la comprensión bien articulada y ampliamente compartida de las
necesidades del continente, así como las declaraciones y la retórica de
los líderes africanos, y los documentos y proyectos elaborados por las
Conferencias panafricanas.

Proyectos nacionales y panafricanismo

Mientras el panafricanismo comenzó como un movimiento «apátrida» y


desnacionalizado, desde la Conferencia de Accra en 1958, ha tenido
que confrontar su programa más trascendental con la agenda nacional de
los nuevos Estados y naciones. Y desde entonces, el nuevo programa del
panafricanismo ha estado mucho más desorganizado que sus versiones
anteriores. El tamaño del continente y la dispersión de la población de

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descendencia africana, ha significado que el proyecto panafricano ha
tenido que llegar a un acuerdo con una amplia gama de identidades,
intereses y preocupaciones, las cuales incluyen género, etnia, naciona-
lidad, religión, raza y distribución geográfica, por solo mencionar algu-
nas de las principales. En ocasiones, los conflictos originados de algunas
de estas identidades han puesto el proyecto panafricano bajo una ten-
sión severa (por ejemplo, la reciente tragedia en Darfur).

Identidad étnica, nación y panafricanismo

Permítanme comenzar con la más ubicua y temida de las identidades: la


identidad étnica. Los proyectos de construcción y desarrollo de la na-
ción presupusieron un Estado fuerte gobernando una nación coherente.
En este esquema, la etnicidad fue vista como hostil para ambos proyectos.
El Estado se debilitaba con los conflictos generados por ella, mientras que
la multiplicidad de sus reclamos simplemente negaba a los nuevos paí-
ses una «imagen nacional». Los movimientos nacionalistas vieron en el
reconocimiento de este pluralismo el sucumbir ante la táctica de «divide
y vencerás» de las fuerzas de los antiguos colonialistas y neocolonialistas,
quienes estaban decididos a negar a los africanos una verdadera in-
dependencia, y allí donde fue reconocido, fue visto como vaciar la inde-
pendencia de cualquier significado cuidando el potencial disgregador
que el pluralismo social siempre albergaba. Entonces, el nacionalismo
se vio a sí mismo como el levantamiento en armas contra el imperialis-
mo y las fuerzas retrógradas del tribalismo. Algo más sucedió en el pro-
ceso: al combatir el tribalismo, el nacionalismo negaba la identidad étnica
y consideraba cualquier demanda basada en estas identidades —ya fue-
ra política o, peor aún, económica— tan diabólica como el imperialis-
mo. La búsqueda nacionalista de la identidad nacional fue transformada
inadvertidamente en una búsqueda de la uniformidad. La consecuencia
fue que las expresiones anodinas de la identidad y las demandas étnicas
se convirtieron en algo letal. También produjo una cultura política
esquizofrénica en la que los líderes eran «nacionalistas por el día y
tribalistas por la noche».
Los nacionalistas pueden ser disculpados de muchas maneras por la
fusión del tribalismo con la identidad étnica, pues las fuerzas dirigidas
contra el nacionalismo tienden a abusar de la identidad étnica. El im-
pacto de la secesión de Katanga en el curso de la descolonización del
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Congo afectó tan profundamente la percepción de los nacionalistas so-
bre la etnicidad y las reivindicaciones regionales, que «tshombes» y
«katangas» eran vistos detrás de cada movimiento que desafiara la auto-
ridad del gobierno central.
Mientras que el nacionalismo cometió el error de creer que la identi-
dad étnica era incompatible con la construcción de la nación, el
panafricanismo siempre ha corrido el riesgo de suponer falsamente que
la identidad nacional, de por sí, socava el proyecto panafricano. La obser-
vación habitual es que las fronteras de África fueron talladas de forma
artificial en una conferencia en Berlín y que este artificio representa el
pecado original. Al aceptar estas fronteras, los africanos se impusieron
a sí mismos «la carga del hombre negro».1 Ahora, todas las fronteras son
construcciones sociales y, por tanto, artificiales —resultados de trata-

THANDIKA MKANDAWIRE / Repensando el panafricanismo, el nacionalismo y el nuevo regionalismo


dos, conquistas, mandatos burocráticos, imaginación humana de comu-
nidad, historias inventadas, etcétera—.
La nación-Estado en África se basa en la extensión de los privilegios
de Westfalia de la nacionalidad para los Estados descolonizados. Tal
orden estuvo caracterizado por la primacía del Estado territorial como
un actor político a nivel mundial, la centralidad de la confrontación
internacional, la autonomía del Estado soberano para regular los asuntos
dentro de las fronteras internacionales reconocidas, y la legitimidad de los
Estados que eran étnicamente diversos. Los nuevos Estados encuentran
estos principios muy atractivos. El respeto de las fronteras coloniales ga-
rantizaba un mínimum de paz en África al minimizar los conflictos
interestatales; el nacionalismo africano, a pesar de su paranoia, ha tenido
éxito en la creación de identidades nacionales en sus países multiétnicos.
También debemos recordar la Conferencia de Berlín que tuvo lugar en-
tre 1884-1885 y las generaciones de africanos que han vivido dentro de
las fronteras actuales desde entonces. La identidad nacional no se forjó
en la mañana de la independencia, sino en el proceso de responder a la
situación colonial y en la lucha contra el colonialismo.
Además, es discutible que precisamente porque las fronteras coloniales
ignoraron las afinidades naturales o primordiales, ello socavó el etnona-
cionalismo, un hueso mucho más difícil de roer, tal y como el caso de
los Balcanes ha mostrado. En cambio, tenemos una nación multiétnica y
un entrelazamiento de naciones multiétnicas, lo cual no hace a la unifica-
ción regional anatema emocional para grandes sectores de la población.
1
Basil Davidson: The Black Man’s Burden.

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Al contrario, hace particularmente difícil sostener posiciones políticas
contra un vecino sin desmembrarse uno mismo. También ha hecho de la
secesión una opción poco atractiva en África.
Más que continuar insistiendo en la artificialidad obvia de las fronteras
en África, debemos trabajar en repensar el significado de estas y en cómo
pueden ser la base de una nueva identidad panafricana coherente con las
múltiples identidades de los pueblos africanos. No creo que, como se
afirma a menudo, el fracaso del panafricanismo se pueda atribuir a la
falta de identificación con África por parte de los africanos, chovinís-
ticamente sumidos en sus diversas identidades. Tampoco creo que el
fracaso se deba a la consolidación exitosa de identidades nacionales, las
cuales de alguna manera militan contra el ideal panafricanista.

Falta de anclaje nacional

Una fuente del fracaso de la integración regional en África ha sido la


falta de un anclaje nacional, unido a la divergencia entre el proyecto
panafricano y el de construcción de la nación. Las políticas de entida-
des nacionales constitutivas son cruciales para el éxito del proyecto
panafricano. Es probable que «África» sea el nombre de continente más
evocado emocionalmente. Sus pueblos le cantan, le pintan y le escul-
pen más que a cualquier otro continente. Sus artistas producen cente-
nares de iconos de este «tan amado continente». Incluso, a menudo
muchos de los himnos nacionales evocan más a África que a los nom-
bres particulares de los países.
Aún, en el nivel político cotidiano, el compromiso emocional con la
«unidad africana» jamás se ha traducido en programas políticos nacio-
nales y no tiene resonancia política, excepto en el sentido negativo de
que no se ataca abiertamente la idea de la «unidad africana».
Es probable que la barrera más importante para el anclaje nacional
del panafricanismo fuera el autoritarismo, el cual solo permitió el ancla-
je nacional de cualquier cosa dependiente de una persona y su (siempre
su) camarilla. Es este ambiente político asfixiante en un régimen autori-
tario, el que explica la ausencia de un correlato político para el compro-
miso emocional de los pueblos africanos y ello ha convertido a la «unidad
africana» en asunto de jefes de Estado. Esto nos aclara porqué el preám-
bulo de la OUA habla en términos de «Nosotros, los jefes de Estado» y

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no «Nosotros, los pueblos africanos». Y de esta manera, aun cuando la
unidad africana fue emocionalmente aceptada a nivel popular, el régi-
men político autoritario posindependencia africana significaba que las
consideraciones para estas emociones quedarían, en realidad, sujetas a
los antojos y artimañas de líderes individuales. Una importante lección
de los últimos treinta años es que resultó ingenuo pensar que los dicta-
dores africanos podrían unir África. Primero, los líderes que podrían
ignorar el reclamo de cuestiones básicas como educación y salud, no
podrían ser molestados con abstracciones tales como el Plan de Acción
de Lagos, la ECOWAS,2 y la PTA.3 Segundo, la integración regional
implica ceder parcialmente la soberanía nacional. Los dictadores que
han tendido a confundir soberanía nacional con su propio poder, tenían
más probabilidades de considerar cualquier disminución de la soberanía

THANDIKA MKANDAWIRE / Repensando el panafricanismo, el nacionalismo y el nuevo regionalismo


nacional como un ataque a su persona. Por tanto, solían bloquear cual-
quier transferencia de autoridad a una instancia regional superior.
Tales acuerdos regionales, firmados por líderes no responsables ante
nadie, no tenían fuerza legal a nivel nacional ni regional. La tradición
habitual era que los jefes de Estado, incluyendo generales muy conde-
corados, se reunieran con periodicidad para firmar protocolos de inte-
gración regional que nunca fueron objeto de debate, y menos aún
aprobados a nivel nacional. Y así nuestros dictadores podían entrar o
retirarse de cualquier acuerdo simplemente sobre la base de la química
personal con los demás miembros del acuerdo.
Si África debe unirse, el portavoz de los variados elementos políticos
constitutivos del proyecto panafricano deberá obtener su autoridad del
pueblo. La voluntad popular para unirse solo puede ser expresada por
gobiernos democráticamente elegidos. El argumento aquí no es que la
democracia dirigirá automáticamente la integración panafricana, sino
que debe ser un principio central de organización del panafricanismo.
La democratización, en sus fases inciales, puede generar problemas de
unidad nacional, un argumento que los enemigos de la democracia han
repetido ad nauseum.4 De esta forma, señalando los derechos de los ciuda-
danos, la democracia puede conducir muy involuntariamente al
2
Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO), ECOWAS por sus
siglas en inglés: Economic Community of West African States, fue fundada en 1975. [N. de la E.].
3
Zona de Comercio Preferencial para los Estados de África Oriental y Meridional, PTA por sus
siglas en inglés: Preferential Trade Agreement. [N. de la E.].
4
Ad nauseum: hasta la saciedad. [N del T.].

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cuestionamiento de la ciudadanía de otros y a la xenofobia contra los
no ciudadanos. Los nuevos espacios que la democracia abre, también
pueden ser objeto de abuso para movilizar contra los sentimientos de
unidad. Para superar estas posiciones, los demócratas no solo deben
politizar la integración regional, sino también evitar o aconsejar contra
el populismo mezquino que saca provecho de la etnicidad y rechaza el
ideal panafricanista.
Una de las principales debilidades del panafricanismo y del acuerdo
regional africano ha sido su fracaso para proteger a los africanos de sus
tiranos locales. Concentrarse en la seguridad de los Estados miembros
ha llevado a descuidar la seguridad de los pueblos africanos. La solidaridad
en nombre del panafricanismo ha lanzado un manto de oscuridad sobre
los horrendos hechos cometidos por los dictadores africanos —desde
corrupción hasta genocidio—. Para que el panafricanismo pueda refor-
zar el orden democrático nacional, tendrá que proveer a los ciudadanos
de una instancia superior a la cual puedan apelar en contra de la prela-
ción de las autoridades nacionales. Una innovación muy importante en
los nuevos debates sobre la unidad africana es el automonitoreo. Se
trata de la aceptación final de la opinión de que los Estados africanos
tienen derecho a intervenir en los asuntos de sus vecinos que se com-
porten inadecuadamente. La formulación actual de dicho monitoreo
mutuo es el proceso de «revisión de pares», aunque esto tiene el aire de
vender a «África» al mundo, o en conjunto reconocer los condiciona-
mientos del G-8.5

Actores políticos para el panafricanismo

Una vez que es reconocida la importancia de la democracia para el


panafricanismo, tenemos que formular las siguientes preguntas: ¿Qué
fuerzas, en el plano nacional, están presionando para la integración afri-
cana? ¿Hay algún grupo a nivel nacional para el que valga la pena gastar
recursos en la movilización política y la negociación? ¿Cuáles son las
trayectorias ideológicas de los viejos y nuevos movimientos sociales?
¿Cuál de estos debe probablemente realzar, contradecir, socavar o com-
5
Se denomina G-8 a un grupo de países industrializados cuyo peso político, económico y
militar es muy relevante a escala global. Está conformado por Alemania, Canadá, los Estados
Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia. [N. de la E.].

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plicar el proyecto panafricano? ¿Puede su agenda ser hecha para armo-
nizar con el proyecto panafricano? Estas preguntas raramente se plan-
tean en los debates sobre la integración en África.
Durante las dos últimas décadas, hemos visto el resurgimiento de los
partidos políticos y movimientos sociales. Y si bien aumenta la literatu-
ra sobre los efectos de este tipo de organizaciones sociales y políticas en
materia de democratización, su calidad y sostenibilidad, hay poca dis-
cusión sobre su relación con el panafricanismo. Mucho se ha dicho acerca
de las pocas diferencias ideológicas entre los partidos políticos, sus rasgos
característicos, sus bases étnicas y su paternalismo. Pero, ¿qué implicaciones
tiene todo esto para la fundamentación política del panafricanismo en
estos países? ¿Y cómo, de hecho, estos partidos responden a la agenda
del panafricanismo?

THANDIKA MKANDAWIRE / Repensando el panafricanismo, el nacionalismo y el nuevo regionalismo


Preguntas similares surgen con respecto a los «antiguos» y «nuevos»
movimientos sociales. La mayoría de los «nuevos movimientos socia-
les», en especial las denominadas ONG, no parecen prestar mucha aten-
ción a las cuestiones regionales. Muchas de ellas participan en alianzas
globales verticales y no se enrolan activamente en redes de cooperación
Sur-Sur o de tipo horizontal panafricano. Mientras que para algunos los
vínculos verticales son reflejo de afinidades ideológicas, en muchos ca-
sos es el trasfondo que orientó la búsqueda de aliados.

El caso especial de la clase capitalista africana

La mayoría de los responsables políticos se han resignado al hecho de


que, cualquiera que sea la integración que tenga lugar en África, será en
gran parte de las economías capitalistas. Esto plantea inmediatamente
la cuestión de la capacidad de los capitalistas africanos y de sus intere-
ses específicos. Han existido pocos intereses económicos nacionales bien
articulados, o bien organizados, en la búsqueda de grandes mercados
que sean protegidos contra la competencia extra-regional. Esto no es
sorprendente, sobre todo si se mira de cerca la estructura de la propie-
dad industrial en la región. ¿Existe algún grupo, a nivel nacional, para el
que valga la pena el esfuerzo de la integración regional en la moviliza-
ción política y la negociación? Esta pregunta rara vez es planteada en
los debates sobre la integración. Y aún más, si la integración regional es
tener anclaje político a nivel nacional, los principales actores políticos a

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ese nivel deben aceptarlo. Para responder a la pregunta anterior, tendre-
mos que identificar los actores claves a nivel nacional e identificar sus
intereses económicos reales y percibidos.
El sector privado, el cual era también en gran parte extranjero, había
sido atraído hacia los distintos países a través de incentivos específicos.
Los inversores extranjeros a menudo también se conformaban con la
fragmentación del mercado africano. En cuanto a los capitalistas loca-
les en África, ha habido un gran cambio ideológico. Hay una aceptación
mucho mayor del sector privado y los mercados, que la que había en las
décadas de los años sesenta y setenta. Pero los que no quedan aclarados
son los intereses de esta clase emergente en el proyecto panafricano, y
tampoco su capacidad para aprovechar el espacio económico ampliado.
Acoger al sector privado no significa necesariamente que el mismo ten-
drá una respuesta favorable, como tampoco que vaya a compartir la
visión panafricana —definitivamente no si está subordinado a intereses
corporativos globales—. El proceso de «compradorisation»6 asociado al
ajuste estructural, a través del cual las actividades mercantiles pasaron
a ser más importantes que las de producción, milita contra la emergen-
cia de una burguesía nacional para quien la producción dirigida a mer-
cados regionales consolidados podría ser de su interés.

Desarrollo económico e integración

Los padres fundadores del panafricanismo siempre estuvieron muy cons-


cientes de que una de las funciones de este era desarrollar las econo-
mías y la capacidad tecnológica del continente. Con el paso de los años,
la agenda desarrollista del panafricanismo y de los Estados individuales
se ha diluido tanto por los cambios ideológicos, como por las vicisitudes de
ajuste durante las «décadas perdidas».7 Con la mayoría de nuestras econo-
mías atadas al Consenso de Washington, el intervencionismo de los pro-
yectos de desarrollo y el empuje del pensamiento desarrollista sobre
regionalismo, perdieron su vigencia como lo demuestra el posiciona-
miento del Banco Africano de Desarrollo y el Plan de Acción de Lagos.
6
Término asociado a la manifestación de la penetración extranjera en la élite nacional. [N. del T.].
7
Thandika Mkandawire: «Shifting Commitments and National Cohesion in African Countries»,
en L. Wohlegemuth et al.: Common Security and Civil Society in Africa, pp. 14-41; «Thinking
About Developmental States in Africa», en Cambridge Journal of Economics, no. 25, pp. 289-313.

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¿Qué economías nacionales?

Para que la cooperación regional tenga éxito, es importante contar con


una imagen precisa de los componentes de las economías. Tal vez la
imprecisión más criticable en experiencias anteriores sea el supuesto de
que los Estados miembros contaban, de alguna manera, con economías
«planificadas», cuando en realidad eran economías de mercado. Se dice
todo esto a pesar de la ubicuidad de los «planes de desarrollo», a pesar
del dirigismo tan enfáticamente condenado por las instituciones de Bretton
Woods y de las ideologías anticapitalistas de algunos regímenes elegidos.
Es cierto que el sistema de mercado no había sido plenamente desarro-
llado y que había muchos mercados «faltantes», pero el hecho es que los

THANDIKA MKANDAWIRE / Repensando el panafricanismo, el nacionalismo y el nuevo regionalismo


miembros constituyentes eran economías de mercado abiertas. Los Pro-
gramas de Ajuste Estructural han hecho superfluo mi razonamiento.
La opinión de que se estaba tratando con economías de planificación
llevó a una grave falta de comprensión en cuanto a la naturaleza de las
economías de los miembros constituyentes, lo cual tuvo serias repercu-
siones en el pensamiento y funcionamiento del conjunto. Este plantea-
miento condujo automáticamente a un mayor énfasis en actividades
económicas de complementariedad, planificación y asignación concer-
tada, y, en menor medida, a la competencia en un mercado protegido y
a la compensación de los fracasados en el proceso. Como consecuencia,
la integración en África ha sido del «modo de planificación», por lo que
los esfuerzos por lograrla se han enfocado en decidir cómo asignar lo
que fue concebido como actividades esencialmente complementarias, a
fin de explotar las economías de escala, en lugar de crear un mercado
interno competitivo, «regulado» de manera que se fomente la industria-
lización regional, mientras prepara a la industria local para la competen-
cia eventual en el mercado global.
Se ha demostrado que tal enfoque es difícil de sostener. El principal
problema radica en la falta de cumplimiento, en gran parte asociado a la
inmovilidad y ausencia de mecanismos de implementación para las de-
cisiones tomadas por las instituciones regionales. Tal «inmovilidad» po-
dría depender de una serie de factores. Quizás porque el Estado no ha
aceptado completamente su rol en la distribución especial de las indus-
trias. Además, los Estados miembros nunca han contado con un control
total sobre las decisiones de inversión en sus respectivos países. Cuando la

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lógica de distribución administrativa de las actividades industriales
entra en contradicción con las estrategias de inversión de las empresas
transnacionales, la mayoría de los Estados obedecen a las exigencias de
estas últimas.
Existen varios argumentos para la integración regional, uno de los
principales es la ampliación del mercado. Detrás de estos argumentos
hay una estrategia para la «profundización» de la sustitución de impor-
taciones, en la que la «sencilla» fase de producir alimentos para el con-
sumo había sido conducida a una paralización total por las limitaciones
de los mercados liliputienses de las economías africanas. Estos mercados
no permitían la producción de bienes intermedios y capitales, porque
confiaban en las economías de especialización y de escalas. La integra-
ción regional proveería los mercados necesarios para «profundizar» el
proceso industrial dentro de un mercado grande, pero protegido. El ar-
gumento es sólido por sí mismo. Sin embargo, es importante resaltar
que el caso se afirma a menudo de tal forma que sugiere que el tamaño
basta para resolver el asunto. Si lo que importa es el tamaño, las econo-
mías de escala deben ser explotadas deliberadamente. Lo cual reclama
al instante de una estrategia que explique en detalle las áreas de coope-
ración y competencia. También demanda un grupo específico de insti-
tuciones. La integración regional, comprende, de una forma u otra, un
tratamiento preferencial de los miembros constitutivos. Esto significa que
los productores individuales dentro de estos Estados disfrutan de las
ventajas de un mercado protegido. Dicha ubicación privilegiada debe
ser correspondida con el sometimiento de las distintas empresas a los
rigores de la competencia y a la regulación dentro de esta unidad. Y por
dos razones: el mercado regional no debería funcionar como un chasse
gardée8 de los monopolios, sino como campo de entrenamiento que brinde a
las industrias regionales una ventaja competitiva en el mercado mun-
dial, y cualquier posición privilegiada dada a la industria dentro de esos
acuerdos debe ser reciprocada por los beneficiarios de esa protección.
En tal situación, una de las principales tareas de las autoridades centrales
de los esquemas de integración será la regulación de los mercados, tanto
para estimular el dinamismo de la competencia como para atenuar el
abuso de las «rentas» y la lucha contra las crecientes desigualdades que
los mercados puedan reproducir.

8
Chasse gardée (francés): campo o terreno limitado. [N. de la E.].

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La NEPAD9 se inició con una hipótesis diferente sobre sus Esta-
dos miembros. Comenzó con la suposición y la esperanza de que sus
Estados fueran economías de mercados, a la manera del Consenso de
Washington, cada uno trazando estrategias orientadas a la exportación
y en busca desesperada de inversión extranjera. Si los argumentos ini-
ciales para la integración regional se basaban en el supuesto, bastante
razonable, de que la sustitución de importaciones se vería facilitada por
la ampliación de este mercado, el argumento de la NEPAD se basa en el
supuesto inverosímil de que el neoliberalismo sería sostenido por el re-
gionalismo. Al neoliberalismo no le interesa el regionalismo genuino, el
cual asumiría alguna forma de proteccionismo y tratamiento preferen-
cial. Ciertamente, el neoliberalismo y el regionalismo son, en esencia,
contradictorios. Este programa de reformas SAP [Programa de Ajuste

THANDIKA MKANDAWIRE / Repensando el panafricanismo, el nacionalismo y el nuevo regionalismo


Estructural] se opuso fundamentalmente a la integración regional y solo
indicaba a cada país que abriera sus mercados a la «economía mundial».
La Unión Africana y la NEPAD surgieron en una época donde el
control externo de las economías africanas por extranjeros era mayor
desde la independencia. Este fue un período luego de dos «décadas pér-
didas», durante el cual muchos países africanos estuvieron sometidos
a reformas económicas guiadas por el Consenso de Washington. Hoy
existe una tensión reforzada entre la afirmación de la autonomía colec-
tiva a nivel continental y la tendencia de una mayor dependencia finan-
ciera a nivel nacional. Esta es una vieja historia. Desde la independencia,
los intentos de cooperación regional han sido coartados por la especial
relación que los países africanos han mantenido con el mundo exterior,
fundamentalmente con sus antiguos colonizadores. Incluso, en la actua-
lidad, las relaciones especiales que países individuales mantienen con el
mundo exterior no siempre benefician las relaciones al interior de África.
Así, las nuevas iniciativas de la Unión Africana y de la NEPAD tienen
que enfrentarse a las condiciones impuestas por las instituciones de
Bretton Woods como miembros individuales. Históricamente, estas ins-
tituciones han mostrado poco interés en la colaboración regional. La
principal razón es que, en general, la integración regional ha conducido
a la adopción colectiva de la industrialización por sustitución de impor-
taciones, una estrategia de desarrollo económico que estas institucio-
nes han criticado fuertemente y han tratado de revertir con los Programas
9
Nueva Alianza para el Desarrollo de África, NEPAD por sus siglas en inglés: New Partnership
for Africa’s Development. [N. de la E.].

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de Ajuste Estructural. Por otro lado, estas instituciones consideran que
la economía debe «abrirse» al mundo entero —comprar al proveedor
más barato y vender al mejor postor, ninguno de los cuales necesita ser
el vecino más cercano con el cual se busca integrar—. Esto socava el
trato preferencial a los Estados miembros sobre los no miembros, los
cuales son parte inherente de la cooperación regional. Y ahora, los pro-
gramas de ajuste que los Estados miembros individuales han firmado
insisten en la apertura no discriminatoria al mundo, que a menudo debi-
lita cualquier acuerdo alcanzado entre los Estados africanos. La posi-
ción de sometimiento que las naciones han adoptado vis-à-vis10 los poderes
extranjeros no es compatible con la imagen audaz del panafricanismo.

Globalización y regionalismo

El panafricanismo siempre ha tenido que conectarse al orden mundial


actual. Primero, la diáspora, que dio a luz el panafricanismo, fue el re-
sultado de la peculiar integración de África al orden mundial median-
te el saqueo, la esclavitud y, más tarde, el colonialismo. La agenda de la
cooperación regional siempre ha implicado proporcionar un escudo co-
lectivo contra la globalización, enemiga de los intereses africanos, más
concretamente, contra el imperialismo. El recurso del regionalismo frente
a la globalización, que ha debilitado a los Estados individuales, por
supuesto que no es peculiar para África. En las negociaciones de co-
mercio contemporáneas, los grupos comerciales regionales se han vuel-
to muy importantes. Sin embargo, hasta ahora solo la Unión Europea
negocia como bloque. Una respuesta común a la globalización ha sido
intensificar los esfuerzos regionales. De hecho, existe una amplia evi-
dencia que sugiere que en los países más exitosos el aumento del co-
mercio dentro de los bloques regionales ha desempeñado un papel mucho
más importante que la globalización.11 Ciertamente, a los países africa-
nos y latinoamericanos «globalizadores» no les ha ido tan bien como a
los países «regionalizadores», como las economías europeas y asiáticas.
El panafricanismo todavía debe tratar de mejorar la posición de África
en un mundo global, en el cual muchos actores persiguen individual,
10
Vis-à-vis (francés): con respecto a o frente a. [N. de la E.].
11
Georgios E. Chortareas y Theodore Pelagidis: «Trade flows: a facet of regionalism or
globalisation?», en Cambridge Journal of Economics, no. 28, pp. 253-271.

154

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nacional o regionalmente, intereses que muy a menudo están en contra-
dicción con los nuestros. El regionalismo siempre ha implicado el trato
preferencial de los Estados miembros (o «preferencia comunitaria», como
en el caso europeo), mientras que la retórica de la globalización insiste en
«igualdad de condiciones» y conductas «no discriminatorias» hacia to-
dos los países en el nuevo orden mundial.
Las relaciones de África con el resto del mundo permanecen repletas
de contradicciones sin resolver y mutuas recriminaciones. Aunque un
número de donantes se ha enrolado en la NEPAD como base para una
nueva asociación, es preciso recordar que a pesar de la buena voluntad
de los Estados individuales, muchos de estos donantes están inmersos
estructuralmente en acuerdos regionales y mundiales que se oponen a
los intereses de África, o colocan sus propios intereses regionales por

THANDIKA MKANDAWIRE / Repensando el panafricanismo, el nacionalismo y el nuevo regionalismo


encima de los intereses africanos. Un panafricanismo que parte de la
premisa de un mundo mejor, listo para suscribir nuestros sueños pana-
fricanistas, implica un salto de fe y un desarme unilateral que es irres-
ponsable, por no decir más.

Conclusión

Los problemas que los Estados-naciones le han generado al panafrica-


nismo no son consecuencia de naciones que toman demasiado en serio
sus proyectos nacionales en detrimento del proyecto panafricanista. Algo
más ha hecho al proyecto nacional mostrarse tan hostil. Más bien, los
Estados-naciones no tomaron con suficiente seriedad sus proyectos
nacionales como para ver que su consumación requería autonomía co-
lectiva, la cual era fundamental para el panafricanismo.
La gran fuente de incoherencia de los proyectos nacionales provino
del fracaso para conciliar lo que, con claridad, eran medidas socialmen-
te pluralistas con medidas políticas y económicas monolíticas muy cen-
tralizadas. Mientras los contrahechos destacan los elementos de elección
en el proceso histórico, los actores políticos contemporáneos tienen que
actuar sobre la base de hacia dónde les ha conducido el camino elegido.
El nuevo pensamiento sobre el panafricanismo tendrá que comenzar
con el legado del rico tapiz africano de entrecruzamiento de identida-
des, así como con el Estado-nación. Cualesquiera que sean las oportu-
nidades perdidas, se han producido muchos Estados en África, y es

155

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políticamente significativo que estos constituyen los componentes básicos
del panafricanismo. Las principales preocupaciones de los ciudadanos
—derechos humanos, democracia, equidad, ciudadanía e inclusión social—
están siendo enarboladas dentro del contexto del Estado-nación, aun
cuando la solución puede llegar a trascender los límites de este. El pana-
fricanismo debe demostrar que es pertinente en estos asuntos y que
propicia el contexto ideológico y espacial dentro del cual estas cuestio-
nes pueden ser abordadas adecuadamente. La visión del panafricanis-
mo propone que debe ser construido no sobre el camino no asumido, sino
sobre las historias vividas en el continente africano y sus pueblos. Si la
integración regional es tener cualquier anclaje político a nivel nacional,
debe ser aceptado por los principales actores políticos a ese nivel. Y más
importante aún, si el panafricanismo es tener resonancia entre la nueva
generación, debe alinearse con las luchas por la democracia y la justicia
social en el África poscolonial. Debe extenderse para proteger a los afri-
canos no solo de los estragos del imperialismo, sino también de los de
sus propios depredadores. Por tanto, han de prestar mayor atención a las
nuevas voces emergentes.
La Unión Africana tiene una mejor oportunidad. Nació en una época
de mayor demanda de democratización y del fin del régimen autoritario.
La total descolonización de África y el fin del flagelo del apartheid han
cambiado dramáticamente el panorama africano y las prioridades del
continente. La liberación de Sudáfrica ha traído a la escena africana una
nueva vitalidad en lo que respecta a los debates sobre la democracia, y
también permitió un alejamiento de los problemas de la descoloniza-
ción y los «derechos colectivos» hacia los de desarrollo, democracia y
derechos humanos. Ya no podemos justificar la violación de los derechos
humanos en nombre de los «derechos colectivos». La democratización
de la región puede ser, por tanto, un buen augurio para la integración
regional. Asimismo, ofrecerá un debate más abierto y colectivo sobre el
futuro de África.
Un proyecto más democrático y desarrollista, en el cual la autonomía
es el principio rector, conduciría inevitablemente a la conclusión de que
la visión panafricana no solo resuena bien con las identidades de los
pueblos africanos, sino que también proporciona el andamiaje ideológi-
co y el recurso básico para el progreso individual y colectivo. Si se toma
en serio la agenda nacional, seremos conducidos al precepto de Nkrumah:
«África debe unirse». Dada nuestra historia y situación actual no tene-
mos otra opción creíble o viable que no sea la autonomía colectiva.
156

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Por último, el panafricanismo debe ser arrancado de las manos de los
Estados y las burocracias regionales y, una vez más, ser ideología de los
movimientos sociales que buscan la autonomía, la paz y el desarrollo a
nivel continental.

Bibliografía

CHORTAREAS, GEORGIOS E. Y THEODORE PELAGIDIS: «Trade flows: a facet


of regionalism or globalisation?», en Cambridge Journal of Economics,
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DAVIDSON, BASIL: The Black Man’s Burden, James Currey, Londres, 1992.
F ORSTER , J ACQUES Y OLAV S TOKKE : Policy Coherence in Development

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Cooperation, Frank cass., 1999.
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——: «Thinking About Developmental States in Africa», en Cambridge
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157

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RUTH No. 6/2010, pp. 158-194

MAKHTAR DIOUF*

África y la relación Norte-Sur


¿Codesarrollo o gestión del conflicto?**

Introducción

Hace ya unos veinte años que en la literatura económica sobre el Tercer


Mundo solo se habla de temas como la globalización, el ajuste estructu-
ral, la deuda, el crecimiento, y más tarde sobre el crecimiento sostenible
(sustainable growth), es decir, que no perjudica al medio ambiente. Los
temas de preocupación de las décadas de los sesenta y los setenta, como
el desarrollo autocentrado, el nuevo orden económico mundial, el dete-
rioro de los acuerdos de intercambio han sido echados a un lado. El
FMI y el Banco Mundial han llevado a las élites intelectuales y políticas
del Tercer Mundo a abandonar la problemática del desarrollo y a razo-
nar solo en términos de crecimiento económico. La operación logró cierto
éxito, en la medida en que un gran número de economistas de estos
países, al dedicarse a este ejercicio de demostración de la incoherencia
de los Programas de Ajuste Estructural, que por cierto no es tan compli-
cado, abandonaron por completo los problemas reales del desarrollo.
Este estudio vuelve a enfocar el debate en los problemas del desarrollo y,
por consiguiente, en los temas alrededor de los cuales giraban esos pro-
blemas antes de la llegada del neoliberalismo a inicios de la década de los
ochenta. Pero antes de entrar en ese tema es necesario aclarar qué signi-
fican los términos «Norte» y «Sur». El Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo en sus Informes sobre el Desarrollo, recoge 50 países
industrializados, 25 de ellos en América del Norte, Europa Occidental
*
Economista senegalés, profesor de la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar. Autor de
L’Afrique dans la mondialisation (2002), Endettement puis ajustement (2002).
**
Traducido del francés por Yanelis Rodríguez Rodríguez.

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y Japón; y otros 25 en Europa del Este; también clasifica 125 países en
vías de desarrollo en Asia, África y América Latina. En este estudio,
cuando se habla de «Norte», hacemos referencia solamente a los primeros
25 países industrializados, y cuando aludimos a «Sur», estamos hablando de
los 124 países en vías de desarrollo, sin contar a China. Hay que dejar claro
que ninguno de esos dos grupos es homogéneo, ni en el plano sociocul-
tural, ni en el de los índices de desarrollo. En particular, el Sur abarca
desde los años setenta a un grupo de países recién industrializados (NIP),1
económicamente competitivos en el mercado mundial de los países in-
dustriales, y también al Cuarto Mundo, que aún no ha comenzado su indus-
trialización. Los países del Norte se agrupan dócilmente tras las posiciones
establecidas por los Estados Unidos, cuya hegemonía aceptan. Las condi-
ciones para un Frente Sur que permita reducir las desigualdades Norte-Sur,
y que tenga como objetivo principal y permanente un verdadero diálogo
entre ambos, aún no están dadas. Atribuimos la ruptura del diálogo Norte-
-Sur desde los años ochenta, a la dificultad del Sur para solucionar polí-

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


ticamente sus contradicciones, como lo hacía antes, en la era de Bandung
(1955-1975). El texto está dividido en tres partes: 1) El Sur en potencia;
2) La ruptura del diálogo y sus consecuencias; 3) Conclusiones y recomen-
daciones. En cuanto a la cuestión institucional, mientras que el Sur pro-
pone el reforzamiento del poder económico de la [Organización de las
Naciones Unidas] ONU —en realidad, del Consejo Económico y So-
cial—, el Norte prefiere reforzar el del Banco Mundial.
El informe de la Comisión Sur2 considera al año 1974 como el punto
culminante de los diálogos Norte-Sur, con la declaración sobre el Nue-
vo Orden Económico Internacional (NOEI). Pero si se considera que
el NOEI fue una etapa importante del diálogo Norte-Sur, hay que decir
que solo fue posible gracias a cierto número de actividades que se ha-
bían desarrollado durante los años precedentes, en el marco de la Orga-
nización de las Naciones Unidas.

Preludio al diálogo

Desde inicios de la década de los cincuenta, el desarrollo del Sur está en


el centro de los debates en el seno de las Naciones Unidas. Pero durante
esa década, ese desarrollo no abarca la cuestión de la especialización

1
NIP por sus siglas en francés: Nouveaux Pays Industrialisés. [N. de la E.].
2
Informe de la Comisión Sur, p. 126.

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agrícola, minero o petrolera heredadas del siglo XIX. Dos cuestiones domi-
nan el debate: 1) el financiamiento y transporte de las materias primas hacia
el «Norte», y 2) las funciones respectivas de la ONU y del Banco Mundial.
En cuanto a la cuestión institucional, como ya se dijo, mientras que el
Sur propone el reforzamiento del poder económico de la ONU —en reali-
dad, del Consejo Económico y Social—, el Norte prefiere reforzar el del
Banco Mundial.
Con relación al financiamiento, el Sur aboga por un autofinanciamiento
basado en el aumento de los precios y en la estabilización de los ingresos de
exportación mediante acuerdos entre los países productores y los países
consumidores. Esta propuesta es rechazada por el Norte, que prefiere la
posición de los Estados Unidos, quienes plantean que de esa forma
existe el riesgo de interferencia con los mecanismos de mercado. El
Norte también provocó el fracaso del proyecto de la Organización In-
ternacional del Comercio (OIC), quien, a diferencia del GATT3 que lo
sustituyó, comprendía entre los aspectos de su carta la posibilidad de
realizar acuerdos sobre los productos básicos, y de llegar a regular las
inversiones extranjeras y las prácticas comerciales proteccionistas.
En general, el resumen de la década de los cincuenta es pobre y bas-
tante débil. Se limitó a crear la Agencia Internacional para el Desarrollo
(AID) en el seno del grupo del Banco Mundial, con el objetivo de realizar
los préstamos en condiciones de favor a los países del Sur. Paralelamente,
se crea la Sociedad Financiera Internacional (SFI) para el financiamiento
del sector privado, en general garantizado por el Estado. El Norte no
hizo verdaderas concesiones, aunque se vio obligado a hacerlas en el
transcurso de la década siguiente.

I. El Sur en potencia o las décadas de debate


sobre un orden económico que promueva el desarrollo

En pleno auge del debate sobre el orden económico internacional y el


desarrollo, aparece la obra pionera de Simon Kuznets sobre la distribu-
ción de las ganancias a escala mundial, Modern Economic Growth: Rate
Structure and Spread. Este estudio revela que en 1958 los países desarrolla-
dos —Estados Unidos, Canadá, Europa Occidental, Japón y Australia—
3
Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, GATT por sus siglas en inglés: General Agree-
ment on Tariffs and Trade. Fue sustituido, a su vez, por la Organización Mundial del Comercio
(OMC). [N. de la E.].

160

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tenían el 20 % de la población mundial y percibían el 65 % de los ingresos
mundiales. Los países de Asia —sin contar a Japón—, África y América
Latina, que agrupaban al 67 % de la población mundial, solo disponían del
18 % de los ingresos mundiales. Este estudio, cuyos resultados fueron muy
divulgados en esa época, contribuyó enormemente a la sensibilización con
los problemas del subdesarrollo del Tercer Mundo.
La década y media que abarca de 1960 a 1976 es, de cierta forma, del
Sur, que obtiene concesiones en el plano de los principios. Ahora, es
necesario señalar algunos momentos importantes. En 1961, la Asamblea
General de las Naciones Unidas adopta la resolución «El comercio in-
ternacional como instrumento de desarrollo», lo que inaugura la prime-
ra «década de desarrollo» y constituye un momento crucial. Por primera
vez, la ONU reconoce que el comercio es legítimo gracias a su contri-
bución al desarrollo. Es en ese contexto que se crea la Conferencia de
las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo (CNUCED) en

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


1964 y su sede se establece en Ginebra. En 1962 se celebró en El Cairo
una conferencia sobre los problemas de los países en desarrollo, con la
presencia de representantes de 35 países de Asia, América Latina y África.
Esto animó al grupo de países en vías de desarrollo a solicitar, al Secre-
tario General de la organización, una conferencia internacional sobre
los problemas del comercio y de las materias primas. Los países del Norte,
que habían rechazado la propuesta de los países del Este referente a la
creación de la OIC, apoyan la propuesta de crear la CNUED como una
forma de pagar esa «deuda». El Secretario General, al tener un voto por
mayoría, toma la decisión de convocar a dicha Conferencia. Fue durante la
creación de esta institución, que surgió el Grupo de los 77,4 que com-
prende al grupo A o afroasiático y al grupo C o latinoamericano. En su
informe titulado Hacia una nueva política comercial para el desarrollo, la
CNUCED presenta el deterioro de los acuerdos de intercambio como
uno de los principales obstáculos para el desarrollo, y hace recomenda-
ciones sobre las preferencias comerciales, los acuerdos sobre los productos
básicos y el incremento de la ayuda. Sin embargo, este informe hace énfasis
en el comercio equitativo: trade, not aid [comercio, no ayuda], a diferen-
cia de la posición estadounidense, que de hecho no ve inconvenientes
en compensar la ayuda con un unfair trade [comercio desigual].
4
Grupo de países en vías de desarrollo concebido para promover los intereses económicos y
colectivos de sus miembros (G-77). En la actualidad el número de sus integrantes asciende
a 130. [N. de la E.].

161

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La creación de esta institución marca un momento decisivo en el
diálogo Norte-Sur. Es la primera gran institución de las Naciones Unidas
que cuenta con recursos humanos y financieros, y que ha sido prácticamen-
te impuesta por el Sur. Además, es el resultado de la toma de conciencia
del peso del Sur en la economía y la política mundial, demostrado por la
entrada a la ONU de unos cincuenta países africanos a inicios de los
años sesenta, y también porque el que la concibió, que además es su
primer Secretario General, es un gran teórico del Sur, el profesor argen-
tino Raúl Prebish. En su informe, se aborda progresivamente toda la
cuestión de las relaciones dentro del sistema económico internacional
(y no solo las del comercio y el financiamiento). El punto culminante se
sitúa entre 1974 y 1976. En 1974 la Asamblea General de las Naciones
Unidas vota una «declaración o Programa de Acción», cuyo objetivo es
instaurar un Nuevo Orden Económico Internacional. El texto está di-
vidido en tres secciones, es una carta de los derechos y obligaciones de
los Estados, que reconoce a los países en desarrollo la soberanía sobre
sus recursos naturales, su derecho de control por encima de las firmas
transnacionales, el derecho de nacionalización y el derecho de adoptar
el sistema económico que prefieran.
Fue para poner en funcionamiento esta declaración que la CNUDEC
presentó en 1976 un programa compuesto por las reivindicaciones del
Sur en su cuarta conferencia celebrada en Nairobi (CNUCED IV).

CNUDEC IV (1976): Programa compuesto por las reivindicaciones


del Sur en 1976, su resumen

En el marco del proyecto de un Nuevo Orden Económico Internacio-


nal, la CNUDEC, bajo la nueva dirección de Gamani Correa (Sri Lanka)
y durante la cuarta sesión en Nairobi en 1976, presenta el Programa Inte-
grado del Sur. Este programa se basa fundamentalmente en el informe
que Prebish presentó durante la primera CNUCED y reúne el conjunto
de reivindicaciones del Sur en cuatro puntos.

1. El problema de las materias primas

En el sector de las materias primas, el objetivo del Sur es alcanzar pre-


cios ventajosos y estables a la vez, para poner término a las grandes

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fluctuaciones que afectan sus ingresos de exportación. El Programa In-
tegrado de las Materias Primas, cuyo objetivo es «el establecimiento y
mantenimiento de precios para las materias primas a niveles que, en
términos reales, sean equitativos para los consumidores y ventajosos
para los productores», propone con ese fin dos tipos de medidas: el
compromiso de las transacciones a precios fijos y el sistema de depósi-
tos regulados.
El compromiso de precios fijos consiste en establecer para cada ma-
teria prima un precio mínimo y un precio máximo; los importadores se
comprometen a comprar al precio mínimo establecido, incluso cuando
la oferta es abundante; asimismo, los exportadores se comprometen a no
sobrepasar el precio máximo convenido, incluso cuando la demanda es
mayor que la oferta. Un factor importante para la puesta en práctica de
este proyecto es la política de los depósitos regulados, que consiste en
establecer un dispositivo internacional de almacenamiento de materias

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


primas, dotado de abundantes recursos financieros, que le permitan in-
tervenir en los mercados para mantener las fluctuaciones en curso
dentro de ciertos límites. El dispositivo debe contar con 17 materias
primas, que representan el 75 % de las exportaciones de los países en
vías de desarrollo —sin contar el petróleo—, de las cuales 10 pueden
ser almacenadas con facilidad.
El balance de los países del Norte en términos de compromiso es
insignificante. En 1979, el Acuerdo de Ginebra estableció la puesta en
práctica de un fondo común de financiamiento de los depósitos regula-
dos para compensar las pérdidas en cuanto a ingresos de exportación.
El establecimiento de los precios, por su parte, debe ser el resultado de
la confrontación de la oferta y la demanda en el mercado mundial; y está
dividido en dos secciones: la primera (con un presupuesto de 400 millo-
nes de dólares) debe ser financiada por cada uno de los 150 miembros
de la CNUDEC, a razón de un millón de dólares por país, y el resto está
a cargo de los países del Norte; la segunda será financiada por contribu-
ciones voluntarias. Una vez establecido, el fondo debería iniciar las ne-
gociaciones con los países del Sur que hayan llegado a acuerdos mutuos
sobre ciertas materias primas como el café, el cacao, etc., para confor-
mar un contra poder de negociación, nombrado: «facilidades para la
seguridad del desarrollo». De hecho, lo que se ha creado es una variante
de las facilidades de financiamiento compensatorio del FMI.

163

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2. EL problema del financiamiento para el desarrollo

En este sentido, el punto de vista de los países desarrollados es que hay


que priorizar las inversiones privadas directas y solucionar el problema
de las balanzas de pagos mediante préstamos solicitados al sistema ban-
cario. Esta visión guiada exclusivamente por la rentabilidad, genera con
facilidad crisis de pago por insolvencia o déficit de liquidez. Es por esta
razón que los países en vías de desarrollo reivindican un aumento de la
ayuda pública para el desarrollo (APD).5 En la CNUCED II de 1968, en
Nueva Delhi, lograron que los países desarrollados se comprometiesen
a dedicar al menos el 1 % de su [Producto Nacional Bruto] PNB a la
APD. En 1976 pocos de esos países habían logrado este objetivo.

3. El problema de la industrialización del Sur

Además de la CNUCED, otra institución se activa en el sector de la indus-


trialización del Sur, la Organización de las Naciones Unidas para el De-
sarrollo Industrial [ONUDI]. Durante su conferencia celebrada en Lima en
1975, la ONUDI comprueba que la parte que ocupa el Sur en la produc-
ción industrial mundial solo alcanza el 7 %, lo que la conduce a recomendar
que se aumente esa parte hasta alcanzar el 25 % en el año 2000. Sin embar-
go, estudios prospectivos realizados por su secretariado demostraron que
no se lograría alcanzar en el plazo fijado, ni siquiera el 13 %.
El Sistema de Preferencias Generalizadas (SPG) que había sido re-
clamado en Nueva Delhi (CNUCED II) se retoma en el programa inte-
grado. Según el SPG, los países del Norte debían comprometerse a admitir
en sus mercados internos, sin pagar derecho de entrada, los productos
manufacturados provenientes del Sur. No obstante, ciertos gobiernos
no dudan en establecer un dispositivo proteccionista cuando, debido a
ciertas importaciones provenientes del Sur, el empleo en sus países se
ve amenazado. Es en el caso del sector textil, fundamentalmente, don-
de gracias al Acuerdo Multifibra de 1974, echan por tierra la regla de
libre intercambio del GATT. En otros sectores de actividad la indus-
trialización del Sur puede resultar una ventaja para los países del Norte
debido a sus importaciones de equipamientos, lo cual crea empleos en
el Norte. Un estudio de la [Organización para la Cooperación y el Desarro-
5
APD por sus siglas en francés: Aide Publique au Développement. [N. de la E.].

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llo Económico] OCDE demostró que los intercambios comerciales con
los países recién industrializados del Sur, condujeron en los países del
Norte a la creación de 900 mil empleos en el período de 1973 a 1977.6

4. El problema del transporte marítimo

En el dossier del programa integrado de la CNUCED figura también la


reivindicación de una participación más amplia del Sur en el transporte
marítimo internacional. El Sur exporta cerca de dos tercios de las mercan-
cías que se transportan por mar, y sin embargo solo posee el 8 % de la flota
mundial; pudiese aumentar con facilidad su parte de mercado en el trans-
porte marítimo, pues posee la mano de obra apropiada, la cual, por otra
parte, es la que a menudo emplean las compañías marítimas de los países
del Norte. En este caso el costo financiero no constituye un obstáculo
insuperable, debido a las posibilidades de comprar a crédito y a la dis-

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


minución del precio de los navíos. El obstáculo principal en este sector,
como en los otros, reside en la voluntad de los gobiernos de los países
de la OCDE de salvaguardar los intereses de sus monopolios privados.

De cuando el Sur resolvía con éxito las contradicciones surgidas


de las formas diferenciadas de inserción en la economía mundial.
El ejemplo del petróleo

Los recursos naturales, fundamentalmente los minerales y petroleros,


ocupan una posición especial en la economía mundial. Su dispersión
según el azar de la geología y las fronteras internacionales hace que los
diferentes países involucrados estén dotados de esos recursos de forma
desigual. Sin embargo, en todos los casos, su extracción debería estar
ligada en esencia a las exigencias del desarrollo nacional y regional, y no
al mundial. Ahora bien, la economía política de los productos básicos
muestra que los países del Norte solo persiguen un objetivo: poner esos
recursos al servicio de sus economías. Su estrategia solidaria consiste
en impedir la formación de cárteles de productores, lo que permitiría
que se fijen precios, teniendo en cuenta igualmente el agotamiento de los
yacimientos. El Sur resiste, pero si aún no ha perdido la guerra, tampoco

6
Marchés Tropicaux et Méditerranéens, 1ro. de febrero de 1980.

165

05 Makhtar Diouf.pmd 165 06/09/2010, 14:59


ha ganado muchas batallas, aunque la estrategia del Norte, que se pro-
pone dividir al Sur, no ha logrado romper definitivamente el Frente Sur
ni impedir una eventual recuperación. Este es el resultado del examen
en el caso del petróleo, entre otros recursos.
La iniciativa más importante fue la creación en 1960, por cinco paí-
ses, de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en
Bagdad: Irán, Iraq, Kuwait, Arabia Saudita y Venezuela; a estos se unie-
ron luego otros ocho países: Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Indone-
sia, Ecuador, Argelia, Libia y Gabón. La segunda iniciativa de los años
sesenta fue la creación del Consejo Internacional de los Países Exporta-
dores de Cobre (CIPEC). Aunque algunos miembros aspiraban sobre
todo a proteger sus yacimientos, otros tomaron en cuenta los problemas
de la producción y de la comercialización —en especial en el caso de
los hidrocarburos—, y con ese objetivo establecieron políticas de na-
cionalizaciones.
La quiebra del sistema monetario de Brettons Woods entre 1968 (deva-
luación sin remedio de la libra esterlina) y 1971 (devaluación del dólar y
cese de la paridad fija en beneficio del cambio fluctuante), seguida por
la inflación de los precios de los productos manufacturados provocaron
una verdadera respuesta del Sur, que se materializó en: 1) la decisión de
un aumento unilateral del precio del petróleo por parte de la OPEP; 2)
la creación de otras asociaciones de países productores de minerales
como hierro, uranio, fosfato, y productores de banana, caucho y otros
productos agrícolas; 3) la convocación de una asamblea general extraor-
dinaria de las Naciones Unidas, dedicada a la adopción de una carta
para un nuevo orden económico mundial, elaborada por el Sur y que reco-
nociera a los países en vías de desarrollo la soberanía sobre sus recursos
naturales. El aumento de los precios de los productos básicos afecta de
diferentes formas a las economías del Sur, en dependencia de si son
importadores netos, si son países que necesitan con urgencia el aumen-
to de los productos básicos (es el caso de los NPI), o si por el contrario
son grandes exportadores de materias primas. La unidad del G-77 fue
sometida en aquel momento a una dura prueba. En su conjunto, los
países exportadores de petróleo demostraron una gran responsabilidad,
aplicando una dinámica para la ayuda financiera compensatoria, directa
o indirecta, a través de las instituciones internacionales. Pero en esa época
no estaban creadas las condiciones que permitiesen transferir 300 mil
millones de petrodólares hacia los países en vías de desarrollo y no hacia

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los centros financieros del Norte. A pesar de eso, es indudable que los
países de la OPEP demostraron una solidaridad real en los años setenta.
El Norte lanza, entonces, una gran ofensiva contra el frente de los
países del Sur, al convocar a la «Conferencia Internacional sobre Coopera-
ción Internacional» (Conferencia de París). El objetivo inicial era esta-
blecer un diálogo entre la OCDE y la OPEP, excluyendo al resto del
Tercer Mundo, y limitar el orden del día a las discusiones sobre la regu-
lación del mercado mundial del petróleo. En aquel momento el petróleo
gozaba de una posición única en el comercio internacional por varias
razones: abastecía cerca de la mitad del consumo de energía en el mun-
do; los dos tercios de la producción petrolera mundial se destinan al
comercio internacional, lo que no sucede con los cereales, por ejemplo;
el valor de las exportaciones de petróleo equivale al de todas las expor-
taciones del resto de las materias primas de origen mineral y vegetal; los
recursos petroleros están concentrados en un número reducido de paí-

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


ses, que han resultado ser países del Sur: por ejemplo, la producción de
los Estados Unidos, aunque es muy grande, solo satisface a medias las
necesidades del país.
Los países miembros de la OPEP exigieron, y obtuvieron, que las
discusiones no se limitaran solo al petróleo, sino que se incluyeran tam-
bién el resto de las materias primas y que, por ende, se invitaran a los
otros países del Sur no productores de petróleo. De esta forma, tres
grupos de países se ven representados en la Conferencia:
• El grupo de países desarrollados: Australia, Canadá, España, Estados
Unidos, Japón, Suecia, Suiza y la Comunidad Económica Europea.
• Un grupo de países miembros de la OPEP: Argelia, Arabia Saudi-
ta, Indonesia, Iraq, Irán, Nigeria y Venezuela.
• Un grupo de países del Sur no productores de petróleo: Argentina,
Brasil, México, Perú, Jamaica, La India, Pakistán, Camerún, Zam-
bia y Zaire.
La Conferencia de París abordó entonces las relaciones Norte-Sur
en general y no se limitó al sector del petróleo. Por tanto, los trabajos se
desarrollaron en cuatro comisiones —Energía, Materias Primas, Desarro-
llo, Asuntos Financieros—. A pesar de este relativo triunfo del Sur, no
debemos olvidar que existen conflictos de intereses, incluso en el seno de
la OPEP, y que el Norte considera que ha perdido quizás una batalla, pero
no la guerra por el control del acceso a los recursos naturales del Sur.
167

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Regionalización del diálogo Norte-Sur en la era del auge
del desarrollo y de la «Guerra fría»

Antes de que los países de Asia y África obtuviesen la soberanía interna-


cional tras la Segunda Guerra Mundial, cada país colonial constituía un
Imperio. Esos imperios se desmoronaron al mismo tiempo que surgía la
Comunidad Económica Europea. Se establecieron nuevas relaciones
Norte-Sur para ciertas regiones del Sur, antiguas colonias, en dos etapas
que establecieron las convenciones de Yaoundé (1963-1969) y de Lomé
(1975), y más tarde la de Cotonou (2000). En la convención de Yaoundé,
el Sur solo estaba formado por las antiguas colonias francesas y belgas de
África subsahariana. En las convenciones sucesivas, el Sur estaba repre-
sentado por toda el África subsahariana, el Caribe y el Pacífico (de ahí
surgió la CEE-ACP).7
El diálogo Norte-Sur no solo tuvo, por tanto, una dimensión mun-
dial. Las relaciones especiales establecidas por un país o un grupo de
países del Norte con un grupo de países del Sur, deben situarse igual-
mente en el marco del diálogo Norte-Sur.
1. El Tratado de Roma de 1957, donde se creó la Comunidad Econó-
mica Europea, introdujo un dispositivo de asociación con las colonias
de África. La asociación, prevista para un período de cinco años, contiene
una disposición comercial en forma de preferencias aduanales —reciproci-
dad de las ventajas comerciales o sistema de preferencias inversas— y
una disposición financiera con el establecimiento de una estructura para
la ayuda, el Fondo Europeo para el Desarrollo (FED). Cuando las colo-
nias lograron la independencia, la asociación inicialmente «otorgada» se
convirtió en «libremente negociada» con los Estados Africanos y Mal-
gache Asociados (EAMA), y se retomaron las mismas disposiciones más
tarde en las dos convenciones de Yaoundé en 1963 y 1969. En Yaoun-
dé II, se aumentaron los recursos del FED para compensar la supresión
progresiva de las cantidades suplementarias que Francia pagaba por cier-
tos alimentos tropicales como el maní; al mismo tiempo, los países afri-
canos asociados debían pagar los productos manufacturados franceses
a precios superiores a los del mercado mundial.
7
Se refiere a las relaciones económicas y de cooperación establecidas entre la Comunidad
Económica Europea (CEE) y el grupo de países de África, del Caribe y del Pacífico (ACP).
[N. de la E.].

168

05 Makhtar Diouf.pmd 168 06/09/2010, 14:59


Con la adhesión de Inglaterra, Irlanda y Dinamarca a la CEE en 1973,
la asociación CEE-EAMA cede su lugar a la convención CEE-ACP
(África, Caribe, Pacífico), teniendo en cuenta el hecho de que Inglaterra
mantenía relaciones particulares con un conjunto de países del Sur como
parte de la Commonwealth. Hasta la actualidad, se han firmado cinco
convenciones, cuatro de ellas en Lomé (Togo); las tres primeras tenían
una duración de aplicación de cinco años y la cuarta prevista por diez
años; la quinta convención se firmó en Cotonou. En la primera convención
en 1975, se menciona la «igualdad de los miembros y el respeto a su sobe-
ranía, así como el derecho de cada Estado a determinar sus opciones
políticas, sociales, culturales y económicas», todo lo cual lleva el sello
de la carta del Nuevo Orden Económico Internacional. En general, las
disposiciones comerciales y financieras son las mismas en las tres pri-
meras convenciones que abarcan el período de 1975 a 1990.
Sin embargo, las disposiciones están repletas de restricciones. Por ejem-

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


plo, contienen una cláusula de reserva que autoriza a un Estado de la
CEE a no aplicarla si presenta alguna dificultad económica o financiera.
Las importaciones por parte de la CEE de productos agrícolas brutos o
transformados, provenientes de los ACP, se ven sometidas a un «régi-
men especial» cuando estos productos le hacen la competencia a pro-
ductos similares que se rigen por la política agrícola común de la CEE,
como es el caso del azúcar, que debe sufrir un protocolo especial, pues
el azúcar de caña de los ACP es un rival del azúcar de remolacha de la
CEE. Al igual que en los acuerdos de Yaoundé, el alcance de las prefe-
rencias comerciales se ve limitado por la extensión de la cooperación de
la CEE con otros países, además de la aplicación del SPG desde 1971.
Las convenciones de Lomé introducen de igual forma una innovación en
materia de disposiciones financieras. El FED financia un fondo para la
estabilización de los ingresos de exportación de los ACP, el Stabex. Por lo
general, los fondos recibidos de esta forma son préstamos que deben
ser devueltos en los cinco años siguientes, y los ACP deberán realizar
sus exportaciones en los mercados de la CEE. Sin embargo, se le reser-
va un tratamiento particular a los países del ACP menos desarrollados.
2. El balance es pobre, ¿es eso fatal? Para Europa dos factores impor-
tantes han influido a favor del mantenimiento de relaciones especiales
con sus antiguas colonias.
Sin duda, el factor geopolítico fue determinante. Los países de África
subsahariana alcanzaron la independencia en condiciones que dejaban

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en un estado frágil a su soberanía. En general, los fondos públicos pro-
venientes en su mayoría de los ingresos de las importaciones y de las
exportaciones agrícolas o mineras, eran insuficientes. Resultaba necesa-
rio un apoyo técnico y financiero a los nuevos Estados. En el contexto
de la Guerra fría, la amenaza de un acercamiento entre esos nuevos
poderes nacionales y la Unión Soviética era bien real.
El segundo factor que motivó el establecimiento de esas relaciones
especiales fue la preocupación de Europa por garantizar su libre acceso
a los recursos mineros de los países africanos miembros.
Los Estados del Sur, miembros del «grupo ACP», nunca tuvieron otra
alternativa ante el proyecto europeo. Son demasiado frágiles y dependien-
tes de los recursos financieros exteriores, son víctimas del deterioro de los
acuerdos de intercambio y de las fluctuaciones de los precios de sus pro-
ductos de exportación. Sus economías nunca han estado realmente protegi-
das, ni siquiera antes de que se estableciese la dominación neoliberal.
¿Este balance tan pobre podía resultar fatal en el marco de esas con-
venciones? Es cierto que no es inverosímil una asociación entre miem-
bros desiguales decididos a reducir los factores de desigualdad entre
ellos. A pesar de todas las carencias, los acuerdos de Lomé tuvieron, en
principio, un aspecto potencialmente positivo: el de afirmar la corres-
ponsabilidad de los Estados desarrollados —en este caso los de la Unión
Europea (UE)— y los Estados en vías de desarrollo —los ACP— en
cuanto al desarrollo.8

II. La ruptura del diálogo

La Cumbre de Cancún representa la ruptura del diálogo Norte-Sur

Fue en el Informe Brandt que se recomendó la introducción en el diálo-


go Norte-Sur de un nuevo espíritu de eficiencia, y para ello se propuso
celebrar cumbres ocasionales solo para los jefes de Estado, no con el
objetivo de negociar, sino para esbozar compromisos y líneas directrices
con vistas a las negociaciones futuras en el marco apropiado. Fue con
esa intención que el presidente de México, Luis Echeverría, tomó

8
Samir Amin: Afrique, pour un nouveau contrat de développement, Foro del Tercer Mundo, enero de
2000, p. 29.

170

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la iniciativa de la cumbre que se celebró en la ciudad de Cancún, Méxi-
co, el 22 y el 27 de octubre de 1981 («Reunión Internacional sobre la
Cooperación y el Desarrollo»). La particularidad de esta cumbre fue que
reunió alrededor de una misma mesa, durante dos días, a los jefes de
Estado de unos veinte países y al Secretario General de las Naciones
Unidas. El Sur estuvo representado por 14 países (por África, los jefes
de Estado de Nigeria, Tanzania y Argelia, y un representante del jefe de
Estado de Costa de Marfil). Los jefes de Estado de las grandes poten-
cias (Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Francia) estuvieron pre-
sentes. La Unión Soviética declinó la invitación.
¿Cuáles fueron los resultados de la Cumbre de Cancún? Podemos
hacernos una idea a partir del titular del semanario Jeune Afrique, núme-
ro 1087 del 4 de noviembre de 1981: «De cómo Reagan venció en Can-
cún». El único punto en el que se llegó a un acuerdo fue en la adopción de
un plan de lucha contra el hambre, con un plazo hasta el año 2000, pero

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


sin ningún compromiso preciso sobre las modalidades prácticas para su
aplicación. No se logró nada en cuanto al programa de reivindicaciones
del Sur, reflejado en el Programa Integrado. El presidente estadouni-
dense, de hecho el único interlocutor que tuvieron los dirigentes del
Sur, simuló hacer una concesión al aceptar de labios para afuera por
primera vez el principio de las negociaciones, pero sin comprometerse
ni en cuanto a la forma ni a la fecha.
En este sentido, es necesario recordar que los Estados Unidos siem-
pre defendieron el principio según el cual los diferentes capítulos de las
reivindicaciones del Tercer Mundo deberían presentarse de forma sepa-
rada en el tiempo y en el espacio, en el marco de las instituciones ade-
cuadas, o sea, las instituciones internacionales especializadas, como el
GATT para los problemas del comercio o el FMI y el BM para los pro-
blemas de financiamiento. El problema es que en esas instituciones, los
países desarrollados constituyen la mayoría, en dependencia del poder
de voto según sus contribuciones financieras. Para el presidente Re-
agan, no es siquiera discutible el cuestionar la función de esas institu-
ciones, que de hecho, están bajo el control estadounidense. Y sobre
todo, no hay por qué discutir sobre cierto nuevo orden económico inter-
nacional. El presidente estadounidense no deja tampoco de señalar que
el sector privado es el motor del desarrollo, y que la mejor ayuda que su
país pueda dar a los países del Sur, es inspirándoles su propio modelo de
desarrollo.

171

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Por el contrario, los dirigentes del Sur son partidarios de las negociacio-
nes globales en el seno de una sola instancia, la Asamblea General de las
Naciones Unidas, que les ofrece más garantías, pues ellos constituyen la
mayoría y además allí cuentan con el apoyo de los países socialistas.
La Cumbre de Cancún se convirtió de esta forma en una verdadera
dictadura estadounidense, quien, por otra parte, había exigido y obtenido
antes de la inauguración de la reunión que no se invitara a Fidel Castro,
que no se fijara ningún orden del día y que no se redactara ningún comuni-
cado final.

El nuevo enfoque liberal interno de los problemas


del desarrollo: los Programas de Ajuste Estructural

Los inicios de la década de los ochenta marcaron un momento decisivo


en la orientación neoliberal en la forma de llevar a cabo los negocios en
el mundo. La globalización requiere estructuras que funcionen a nivel
mundial. Los países del Norte decidieron, en este sentido, que las gran-
des instituciones económicas internacionales que existían —el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial, el GATT y luego su suce-
sor, la OMC, todos creados y controlados por los Estados Unidos—
eran las únicas que sabían cómo organizar el proceso de la globaliza-
ción. Esas instituciones ya habían contribuido mucho a la internaciona-
lización económica durante el período de posguerra, mediante la nueva
dinámica de los intercambios comerciales y la promoción de las relacio-
nes multilaterales entre los países de la OCDE.
El objetivo declarado de estos programas de ajuste es «restablecer los
grandes equilibrios», es decir, reducir el déficit presupuestario, el déficit
externo, la inflación, y promover el crecimiento y el empleo. La expe-
riencia tras cerca de veinte años de aplicación de estas medidas muestra
que, fundamentalmente, solo han logrado profundizar el fenómeno de
la pobreza. Pero en realidad estos programas de ajuste solo han respon-
dido plenamente a sus verdaderos objetivos: la liberalización excesiva
de las economías del Sur debido a las necesidades de interactuar con las
políticas económicas de los países del Norte, la preocupación por el
«desarrollo» ha sido abandonada, para ser sustituida por completo por
la del «crecimiento»; el nuevo enfoque de las discusiones únicamente
sobre las economías nacionales y el olvido del diálogo Norte-Sur. La

172

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cuestión del ajuste estructural es verdaderamente «un factor crítico en
las relaciones Norte-Sur».9

El debilitamiento de la CNUCED y la creación de la OMC

Recordemos que la creación de la CNUCED fue el resultado de un


conjunto de fuerzas favorables a la teoría del desarrollo del Tercer Mundo,
en contra de la primacía de las ganancias que proclamaban las sociedades
transnacionales. Durante la Conferencia de Manila en 1979, CNUCED V,
el Secretario General se adelantó al presentar una resolución que afir-
maba que «la CNUCED se ha convertido en el instrumento principal de la
Asamblea General para las negociaciones, en la esfera del comercio
y de la cooperación internacional para el desarrollo, y particularmente
en el contexto de las negociaciones para el establecimiento de un nuevo
orden económico internacional».10 Sin embargo, esta posición nunca había

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


sido reconocida por las fuerzas dominantes del sistema. El debilitamiento
del socialismo realmente existente, más tarde la caída de la URSS y la
crisis de endeudamiento del Sur permitieron al neoliberalismo iniciar la
ofensiva contra la CNUCED.
La crítica neoliberal que formuló desde 1964 Richard Gardemer, ad-
junto del jefe de la delegación estadounidense en la asamblea constitu-
tiva, nunca cambió. El eje central de esta posición es la denuncia de la
coalición de los países en vías de desarrollo que, según ellos, impediría
una distribución óptima de los recursos a escala mundial. De forma
hipócrita, pasa por alto los monopolios que caracterizan a las econo-
mías del Norte. Por otra parte, se acusa a la CNUCED de atribuirse
responsabilidades que entorpecen las del Consejo Económico y Social,
y las de la Asamblea General. Olvidan simplemente que la CNUCED
es también una institución de las Naciones Unidas. También añaden
que el trato preferencial que reclaman los países en vías de desarrollo
iría en contra de la regla de igualdad de las naciones en las relaciones
comerciales internacionales. Y olvidan mencionar que son los países
desarrollados los más proteccionistas, como lo demuestran los Acuer-
dos Multifibra y la exclusión de la agricultura durante mucho tiempo de
la agenda de libre comercio.
9
J. Loxley: Interdépendance, Déséquilibre et Croissance. Réflexions sur l’économie politique des relations
Nord-Sud à l’aube du prochain siècle, p. 48.
10
Proceedings of the 5th Session of the Conference, Basic documents, vol. 111, p. 498.

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El resultado es que por primera vez en la historia de esta institución,
los países del Sur se presentaron a la VII CNUCED, celebrada en Ginebra
en 1987, sin ninguna resolución preparada de antemano y sin ninguna
reivindicación en especial. La Conferencia adopta solo un «acta final» y
no una «resolución».
El debilitamiento de la CNUCED en cuanto a las reivindicaciones
del Sur, se produjo en el marco de una transformación mayor que tuvo
lugar en el sistema de las Naciones Unidas durante la primera mitad de la
década de los noventa. En 1993, se presenta un nuevo programa priori-
tario («Agenda por la Paz»): el presupuesto destinado al mantenimiento
de la paz es ahora tres veces superior al destinado para el desarrollo.
Además, con el pretexto falaz de reducir gastos de funcionamiento, se
suprimen el Centro de Sociedades Transnacionales y el Departamento
de Cooperación Técnica entre Países en Desarrollo, ambos creados por
las Naciones Unidas. Esta nueva orientación de las Naciones Unidas no
fue ignorada por países del Sur y numerosas fueron las críticas que reci-
bió el Secretario General. También se le reprochó por haberle dado dema-
siada importancia en este período a las operaciones para el mantenimiento
de la paz, y por echar a un lado el desarrollo, visto como secundario,
casi marginal, cuando se sabe que el desarrollo es esencial para mante-
ner la paz.11

La OMC, ¿escenario del monólogo Norte-Norte?

La creación de la OMC estuvo precedida por la Ronda Uruguay, cuyo


objetivo principal era frenar la consolidación de los NPI, que ya demos-
traban ser bastante competitivos, y más específicamente, frenar la emer-
gencia de potencias industriales en el Sur. La OMC es una organización
en cuyo seno las transnacionales y la cámara de comercio internacional
—su rama política desde 1910— ejercen una influencia decisiva. La
ambición de la OMC es crear un espacio económico mundial integrado,
sin incluir al trabajo. A diferencia de la CNUCED, la OMC se presenta
como una autoridad económica supranacional. Cada Estado miembro
debe modificar su legislación comercial para adecuarse a las directivas de la
OMC, exactamente como lo hacen los miembros de una agrupación
11
C. J. Dias: «Au mépris de leurs propres normes les Nations unies négligent leur mission en
matière de développement», en Développement et Coopération, no. 3, pp. 11- 14.

174

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nacional que alcanza la etapa de unión aduanal. Pero a pesar de todos
esos avances, las disposiciones de la nueva organización no fueron más allá
del deseo ardiente de las sociedades transnacionales: la igualdad de tra-
to entre las empresas extranjeras y las nacionales. Los representantes de
los países del Sur en las discusiones de la Ronda Uruguay no podían
aceptar ese principio. Fue por esa razón que los países occidentales pre-
firieron utilizar la estrategia del «rodeo» para lograr que se adoptara el
Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI), que fue elaborado por la
OCDE a partir de un informe de la Cámara de Comercio Internacional
publicado en 1996, (Reglas Multilaterales para la Inversión). El texto del AMI
permaneció en secreto hasta su divulgación en Internet por la organiza-
ción estadounidense de defensa del consumidor Public Citizen de Ralf
Nader. La estrategia que concibieron los promotores del AMI fue lograr
que lo aprobaran en una primera etapa los principales interesados, los paí-
ses del OCDE, que intervienen en una proporción del 85 % en las inver-

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


siones internacionales, y que poseen más del 90 % de las multinacionales.
En una segunda etapa, deberían aprobarlo los países del Sur, pues se
supone que no tendrían otra opción, si se tiene en cuenta su deseo de recibir
la mayor cantidad posible de inversiones extranjeras. El alcance del Acuerdo
Multilateral sobre Inversiones se resume en esta declaración: «Estamos
escribiendo la constitución de una economía mundial única». Esta fue
la declaración del primer director general de la Organización Mundial
del Comercio, el 8 de octubre de 1996. A partir de entonces quedó
prohibido cualquier tratamiento diferenciado a favor del Sur.

La regionalización de la cooperación Norte-Sur, ¿una ilusión?

¿Es posible imaginar una regionalización Norte-Sur que tenga como


objetivo la erradicación de las desigualdades entre ellos y la obtención
de la equidad social, y sobre esta base organizar la transición hacia un
sistema mundial multipolar y democrático? Es difícil responder afirma-
tivamente a esta pregunta si tenemos en cuenta cómo evoluciona el
mundo en la actualidad. Primero examinaremos la evolución de las relacio-
nes entre Europa y su Sur, más específicamente la cooperación CEE-ACP,
y después el proyecto de libre comercio americano-africano.
¿Cómo será la convención UE-ACP en los años futuros? Parece que nos
dirigimos hacia la sustitución de las preferencias comerciales tradicionales

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por acuerdos de libre comercio entre Europa y las zonas de unión adua-
nal subregionales que se crearán en los países de África, del Caribe y del
Pacífico. Al menos esos son los proyectos de la parte europea, que quie-
re establecer a partir de 2005 una nueva convención con cinco o seis
zonas de libre comercio, llamadas Acuerdos de Cooperación Económi-
cos Regionales (APER).12 Eso implica que las estructuras de integra-
ción económica en los países de ACP deban ser operacionales, lo que
aún no sucede. Si el proyecto no es aprobado, pudieran tenerse en cuenta
otras alternativas, como el mantenimiento de la convención con prefe-
rencias no recíprocas exclusivamente para los ACP más pobres, o bien
«globalizar» la convención admitiendo en ella a otros países pobres del
Tercer Mundo, que no pertenecen al ACP. De hecho, habría que pregun-
tarse sobre el impacto efectivo de estas preferencias comerciales. Según
el Libro verde sobre las relaciones entre la Unión Europea y los países de ACP,
publicado por la Comisión Europea en 1997, la parte de las exportacio-
nes de los ACP en el mercado europeo cayó de un 6,7 % en 1976
a un 2,8 % en 1994, y sin embargo este mercado se amplió debido a
la adhesión de nuevos miembros. El mismo documento precisa que las
materias primas aún constituyen más del 80 % de las exportaciones de
los ACP hacia sus socios europeos, lo que significa que los sistemas
de estabilización de los ingresos de exportación, Stabex y Sysmin, han
sido únicamente soluciones a corto plazo para los problemas financie-
ros de los ACP, y que solo han logrado reforzar las estructuras hereda-
das de la economía de trata colonial, mientras que el desarrollo de los
ACP requiere de modificaciones estructurales, como la revalorización
interna de sus productos primarios y la diversificación de sus exporta-
ciones. En la medida en que los ACP ya tienen libre acceso a los merca-
dos de la UE, esas zonas de libre comercio van simplemente a abrir los
mercados de los ACP a los países de la UE. De esta forma, ellos sufrirán
la competencia de los países de la UE y perderán los ingresos aduanales,
como le está sucediendo en la actualidad a la República Centroafricana.
Algunos «estudios de impacto» efectuados por la UE en 1999 revelan
que los APER provocarán la disminución de los ingresos públicos hasta
en un 16 %.
La revisión que sufrió la Convención de Lomé IV presenta la particu-
laridad de incluir en sus disposiciones un doble condicionamiento, econó-

12
Según sus siglas en francés: Accords de Partenariat Economiques Régionaux. [N. de la E.].

176

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mico y político. El condicionamiento económico se resume en que los
socios ACP deben continuar aplicando el reajuste económico. Hasta el
momento, los ACP habían aceptado las exigencias del Banco Mundial y
del FMI de establecer programas de ajuste. Esta vez, la iniciativa viene
de los socios europeos. El segundo condicionamiento es de orden polí-
tico, y en las convenciones anteriores no se hacía ninguna alusión de este
tipo. El texto revisado de Lomé IV incluye nuevos términos, como «prin-
cipios democráticos», «Estado de derecho», «buena gestión de los asun-
tos públicos», entre otros, lo que permite a la Unión Europea suspender
la cooperación cada vez que considere (ella sola) que los derechos hu-
manos, los principios democráticos o los que se refieren al Estado de
derecho, han sido violados. Dos países africanos, Níger en 1996, y Togo
en 1998, ya han pagado las consecuencias.
El contencioso sobre el protocolo de la banana ilustra perfectamente
la sumisión de la Convención de Lomé a las reglas fijadas por la OMC.

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


La banana es el cuarto producto mundial de exportación. El consumo
de Europa es de 4 millones de toneladas por año, o sea, el 38 % de las
importaciones mundiales. De ellos, Alemania consume las dos terceras
partes. A finales de los años ochenta, Europa tenía tres proveedores:
América Latina, que proporcionaba el 60 % de su producción, los ACP
con un 21 %, y su propia producción —proveniente de las Antillas
(Francia), de las Canarias (España), de Madera (Portugal) y de Creta
(Grecia)— que representaba un 19 %. Las bananas de América Latina,
las bananas-dólar,13 eran las más baratas: a 217 dólares la tonelada, a
diferencia de los 455 de las bananas importadas de Camerún y de los
692 de las de Madera. La UE, a pesar de la resistencia de Alemania,
creó en 1992 una Organización Comunitaria del Mercado, que estable-
cía una reglamentación especial para la banana; así protegía su propia
producción e instituyó preferencias comerciales para las bananas de los
ACP, les otorgó entrada libre, mientras que las bananas de América La-
tina, a partir de cierta cantidad, debían pagar derechos de entrada eleva-
dos. A finales de 1997, los países afectados —México, Ecuador,
Honduras y Guatemala— se unen y junto a los Estados Unidos atacan
a la UE ante la OMC. El Gobierno estadounidense está en este caso
defendiendo a sus multinacionales de la banana —Chiquita, Dole, Del
Monte—, que controlan el 80 % del comercio mundial de la banana y
13
Nombre dado a las bananas que exportan los países de América Central y del Sur. [N. de la E.].

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comercializan, incluso, una parte de la producción de los ACP. La OMC
da la razón a los demandantes y así, a partir de enero de 1999, las bananas-
-dólar pueden entrar libremente en la UE sin restricciones. Entonces se
crea en Europa una asociación de ONG y de productores independien-
tes, Euroban, que exige y obtiene del Parlamento Europeo que se ten-
gan en cuenta las normas sociales y medioambientales —que faltan en
la producción de las multinacionales de América Latina—, para así re-
servar una parte del mercado a las bananas de UE-ACP, exigiendo la
colocación de una etiqueta de calidad.

Un proyecto americano de zona de libre comercio


con África está en curso

En el pasado, los Estados Unidos reconocían y respetaba el predominio


económico europeo en África, pero parece que las cosas cambiaron.
Tras la creación de la ALENA y de la Caribbean Bassin Initiative en 1993,
el Gobierno estadounidense lanzó el «African Growth and Opportunity
Act»; los cinco objetivos de este plan son los siguientes: liberalizar el
comercio, ampliar las zonas africanas de libre comercio, promover las
inversiones estadounidenses, apoyar al sector privado, mejorar las infraes-
tructuras, y apoyar las reformas económicas y políticas. Los medios de
acción previstos son: un fondo de desarrollo para África, una zona de libre
comercio americana-africana, un foro de cooperación económica ame-
ricano-africano, dos reuniones anuales entre el Secretario del Tesoro, el
representante del comercio y sus homólogos africanos, y al menos una
cumbre americana-africana cada dos años, entre otros muchos.
Sin embargo, en la sección 8, capítulo 2 del acta menciona, se le pide
al presidente de los Estados Unidos que «redacte un informe para el
Congreso sobre el crecimiento textil y las ropas de origen africano en
el mercado estadounidense, con el objetivo de proteger a nuestros con-
sumidores, trabajadores y fabricantes del sector textil contra cualquier
prejuicio económico».

Consecuencias de la sustitución del diálogo Norte-Sur


por el ajuste estructural

Según el Informe de la CNUCED de 1999 sobre el Comercio y el De-


sarrollo, luego de diez años de reformas liberales en los países en vías de
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desarrollo sus dificultades de pago, que habían conducido a repensar las
orientaciones de dichos países, no habían disminuido en lo más mínimo.
El déficit comercial promedio de los años noventa, calculado en pro-
porción con su PIB, sobrepasa el de los años setenta en casi un 3 %.
La tasa promedio de crecimiento anual de los ingresos, por su parte, es
inferior en un 2 %. Dos factores importantes explican esta evolución.
La liberalización comercial no frena el deterioro de los términos del
intercambio para los países en vías de desarrollo. Desde un punto de
vista global, los términos del intercambio disminuyeron más de un 5 %
por año en la década de los ochenta. Las pérdidas no solo se limitan
a los exportadores de productos básicos. Un gran número de artículos
manufacturados exportados por los países en vías de desarrollo comien-
zan a comportarse como materias primas, debido a que un número aún
mayor de países se esfuerzan a la vez por incrementar esas exportacio-
nes hacia los mercados relativamente tranquilos y protegidos de los países

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


industrializados.14
La liberalización de los flujos de capitales ha provocado la apreciación
y la inestabilidad de las monedas, y solo ha dejado a los países en vías de
desarrollo, como instrumento de política monetaria, la devaluación, que
tiene el efecto de aumentar el peso de la deuda externa sin mejorar
la balanza de los pagos. El análisis muestra que tras un largo período de
apreciación, 8 países devaluaron su moneda en un 25 % o más durante
los años setenta, y que en la década de los ochenta, otros 24 hicieron lo
mismo. De 1990 a 1997, antes de la crisis financiera del sudeste asiático
y de América Latina, las monedas de otros 19 países sufrieron descen-
sos similares.15

Obligación para el Sur de entrar en la lógica


de la financiarización

Una proporción creciente de aportes netos de capitales es absorbida por


actividades que no benefician en nada a la capacidad productiva de los
países que tienen la suerte de recibir esos capitales: por cada dólar aportado
por los no residentes, un 24 % ha sido reexportado por los residentes,
a diferencia del 14 % existente en 1980. A pesar de las reformas iniciadas
14
CNUCED: Informe sobre el comercio y el desarrollo, 1999.
15
Ibídem, p VII.

179

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para garantizar una mayor flexibilidad de las tasas de cambio y un ma-
yor acceso a los mercados financieros mundiales, el incremento de las
reservas entre 1990 y 1998 correspondió al 60 % del aumento de la
factura de las importaciones en el mismo período.16
La globalización que practican los países del Norte, desde la Ronda
Uruguay, se ve frenada por su proteccionismo. Como última opción, un
mayor acceso a los mercados de los países del Norte continúa siendo la
clave para solucionar los problemas de pago a los que se enfrentan los
países en vías de desarrollo. Para esto, los países desarrollados deben
aplicar políticas macro económicas expansionistas. Lo que en realidad
sucede es que para los países del Norte es imprescindible aplicar el pro-
teccionismo de las tarifas (y otros más) a los productos industriales im-
portados del Sur. Esto se debe a la frecuencia de las crestas tarifarias
tras la Ronda Uruguay por grupos de productos, de algunos de los cuales
ilustraremos el porcentaje a continuación: para los productos agrícolas,
Estados Unidos 19, Canadá 15, la Unión Europea 48, Japón 42; productos
manufacturados, Estados Unidos 10, Canadá 15, la Unión Europea 18,
Japón 12; ropas, Estados Unidos 44, Canadá 93, la Unión Europea 0, Ja-
pón 0; calzado, Estados Unidos 42, Canadá 67, la Unión Europea 0, Japón 71.
Entre las medidas proteccionistas no tarifarias, las subvenciones agrí-
colas ocupan un lugar especial por su importancia. Teniendo en cuenta los
límites fijados por la Ronda Uruguay, las subvenciones agrícolas de
los países de la OCDE alcanzaron los 350 mil millones de dólares en el
período de 1996 a 1998, lo cual se puede comparar con el total de las
exportaciones de productos agrícolas de los países en vías de desarrollo,
que fue de unos 170 mil millones de dólares.
Por otra parte, se puede apreciar la reducción de los medios de finan-
ciamiento. Con objetivos de crecimiento modestos, las necesidades de fi-
nanciamiento de los países en vías de desarrollo superan en un 40 %
a los aportes netos de capitales registrados a mediados del año 1999.17

El acuerdo de Cotonou: un programa de globalización

Un Acuerdo de Cooperación se firmó en junio de 2000, en Cotonou, entre


los 15 países de la UE y los 77 países de ACP. Algunos pasajes del preám-
bulo muestran con claridad las nuevas orientaciones de la cooperación:
16
Ibídem.
17
CNUCED: Informe sobre el comercio y el desarrollo, 1999.

180

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(…) confirmando su compromiso de trabajar unidos para el logro
de los objetivos, como la erradicación de la pobreza, el desarrollo
sostenible y la integración de los países de ACP a la economía
mundial (…).
(…) reafirmando su resolución (UE) de ayudar a los países de ACP
a enfrentar el desafío de la globalización y a reforzar la cooperación
ACP-UE, con el objetivo de conferirle al proceso de globalización
una mayor dimensión social (…).
(…) reconociendo que un ambiente político que garantice la paz,
la seguridad, la estabilidad, el respeto a los derechos humanos, a los
principios democráticos, a la regla del derecho y a una buena adminis-
tración, es un factor esencial del desarrollo a largo plazo (…).
(…) reconociendo que las políticas económicas rigurosas y soste-
nibles son requisitos fundamentales para el desarrollo (…).

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


(…) recordando los compromisos adquiridos en el marco de la
Organización Mundial del Comercio (…).
(…) hemos decidido concluir este acuerdo.
Todas las disposiciones del acuerdo llevan el sello del enfoque de la
liberalización-globalización. Se reflejan en la liberalización del comer-
cio tal y como lo dicta la OMC, la promoción del sector privado, el
debilitamiento progresivo del Estado africano y la exigencia de la inte-
gración de los mercados.

Liberalización del comercio

El acuerdo estipula que «la cooperación económica y comercial tenga


como objetivo promover la integración progresiva y armoniosa de los
Estados ACP en la economía mundial…» (Art. 43, § 1), aunque con una
sencilla cláusula de estilo se añade «…en el respeto de sus decisiones
políticas y de sus prioridades de desarrollo». El sistema de tarifas prefe-
renciales no recíprocas de Lomé se mantuvo hasta el 31 de diciembre
de 2007. Es necesario precisar que las preferencias comerciales otorga-
das a los ACP continúan perdiendo valor relativo, debido a las conce-
siones que la UE ha hecho a nuevos socios, como México y los países
de Europa del Este. El protocolo azucarero aún se mantiene, pero con
una disminución del límite de intervención —de apoyo a los precios de
181

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exportación—, lo que hace pensar en un anuncio para su liquidación.
Después, habrá que someterse al régimen de la OMC. A partir de sep-
tiembre de 2002, se iniciaron las negociaciones para la puesta en prácti-
ca de los Acuerdos de Cooperación Económica. El Stabex y el Sysmin
fueron suprimidos como instrumentos aislados con presupuestos espe-
cíficos autónomos, lo que sin embargo no excluye alguna intervención
financiera de la UE mediante el FED. La ayuda se flexibilizará, aumen-
tará o disminuirá según los resultados que se obtengan.
Está previsto un período preparatorio de ocho años, de 2000 a 2007,
en el transcurso del cual se negociarán acuerdos de cooperación, para
luego llegar a acuerdos de libre comercio entre Europa y las zonas de
unión aduanales subregionales que se crearán en los países de África,
del Caribe y del Pacífico. Eso requiere que las estructuras de integra-
ción económica de los países ACP sean operacionales, lo cual aún no es
una realidad. Por supuesto, no existirán preferencias comerciales unila-
terales de libre acceso de los productos ACP al mercado europeo. La vía
de la liberalización a todos los niveles ha sido abierta con el nuevo
régimen de importación de bananas. Esas zonas de libre comercio sim-
plemente abrirán los mercados de los ACP a los países de la UE. Así,
ellos sufrirán la competencia de los países de la UE y perderán sus ingresos
aduanales, como le está sucediendo ahora a la República Centroafricana
(que fue admitida desde 1999 en el sistema de preferencias recíprocas).
Estudios de impacto realizados por la UE en 1999 muestran que los
nuevos acuerdos harán que los ACP sufran pérdidas de hasta 16 % de
los ingresos públicos.

Promoción del sector privado

Se espera que el sector privado sea el motor del crecimiento, que cree
empleos, que luche contra la pobreza. Uno de los medios para promover al
sector privado es el ajuste estructural, y han sido previstos los medios
para apoyar el desarrollo de este sector. El Centro para el Desarrollo
Industrial (CDI), creado en 1977, se convirtió en el Centro para el De-
sarrollo de las Empresas (CDE), para poder cubrir el turismo, el trans-
porte y las comunicaciones. El CDE reside en Bruselas y no financia las
inversiones, sino que interviene solamente en la asistencia a los estudios de
factibilidad (en una proporción de 2/3, la fuente de financiamiento del
sector privado es el Banco Europeo de Inversiones, con su nueva Faci-
182

05 Makhtar Diouf.pmd 182 06/09/2010, 14:59


lidades de Inversión). La transformación del CDI —aunque no haya
desempeñado ninguna función eficaz— en CDE no deja de tener una
connotación: refleja el proceso de desindustrialización al que los Programas
de Ajuste Estructural han conducido a la mayoría de los países del Tercer
Mundo en el transcurso de los últimos veinte años. En esta nueva globa-
lización, la industrialización de los países en vías de desarrollo no cons-
tituye una prioridad. La paradoja es que a pesar de la importancia que se
le ha otorgado a la liberalización, lo que por demás supone un riesgo, el
acuerdo de Cotonou contiene en sus anexos una cláusula (capítulo 5)
de protección y de garantía a las inversiones extranjeras.

Estrategia para el debilitamiento del Estado

La iniciativa de introducir la dimensión política en la cooperación, ini-


ciada en Lomé IV, se ve reforzada con el acuerdo de Cotonou. El segundo

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


capítulo de la primera parte del tratado se titula «Dimensión política», y
trata sobre el reforzamiento del diálogo político en aspectos como la
paz, la seguridad, el comercio de armas y la prevención de conflictos.
También ocupa un lugar especial el respeto de los principios democráticos
y la «buena administración», que se define de la siguiente manera: «ges-
tión responsable y transparente de los recursos naturales, humanos, eco-
nómicos y financieros, para lograr un desarrollo sostenible y duradero».
Además, se incluye en la dimensión política a la corrupción como uno
de los motivos posibles de suspensión de la cooperación, cualquiera
que sea el origen de los fondos.
El acuerdo de Cotonou tampoco olvida situarse acorde con los tiem-
pos, y junto al Estado africano incluye a otros socios: las colectividades
locales, las organizaciones subregionales, el sector privado, algunos so-
cios económicos y sociales, entre los que se encuentran los sindicatos y las
cámaras de comercio, y por supuesto, la sociedad civil en todas sus for-
mas posibles según las características de cada nación.
El proceso puede ser visto como una estrategia de debilitamiento del
Estado. Aunque no podemos menos que regocijarnos por el apoyo que
se le da al reforzamiento de la democracia, no dejamos de sentirnos mal
al comprobar que en nombre del estricto respeto de la democracia y de la
regla de derecho, el Estado africano ha sido puesto bajo vigilancia, luego de
haber sido liberado en parte de toda responsabilidad como interlo-
cutor tradicional y exclusivo, para beneficio de los nuevos actores.
183

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Al hacérsele un lugar de esta forma al Estado en el acuerdo de Coto-
nou, este parece entonces inscribirse en la perspectiva descrita por el
sociólogo estadounidense Daniel Bell: un Estado que se ha vuelto de-
masiado pequeño para los grandes problemas, y demasiado grande para
los pequeños problemas.

Integración de los mercados

La UE incita a los ACP a firmar acuerdos de libre comercio con ella,


pero no de forma individual sino colectiva, en forma de grupos regiona-
les. Para firmar un acuerdo de libre comercio con la UE, la organización
africana debe ser una zona de libre comercio eficaz o bien una unión
aduanal como la Unión Aduanal Sudafricana. Esta fue la exigencia que
condujo a nueve de los 21 miembros de COMESA18 a establecer la
primera zona de libre comercio de África en octubre de 2000. Fue con
ese mismo objetivo de liberalización-globalización que la Unión Europea
trabajó para la transformación de la SADC,19 de modelo de integración
mediante proyectos, lo cual constituía su originalidad, en un modelo de
integración de mercados. Hay una sola dificultad para la cual el acuerdo
de Cotonou no tiene respuesta: un gran número de países africanos son
miembros de más de una comunidad económica, como es el caso de
África Occidental con la [Unión Económica y Monetaria del África del
Oeste] UEMOA y la CEDEAO, y de África Oriental y del Sur con la SADC
y COMESA. ¿Con cuál de esas organizaciones la UE negociará?
Es evidente que la UE incita a los países africanos a iniciarse en
experiencias de integración de mercados. Ahora bien, una de las causas
del fracaso de la integración económica en África, después de su inde-
pendencia, ha sido los intentos de transponer de forma mecánica el
modelo europeo de integración de mercados a un medio desprovisto las
estructuras necesarias. ¿Cómo establecer una zona de libre comercio o
una unión aduanal en ausencia de infraestructuras de comunicación, de
medios de pago adecuados, si se tiene en cuenta la proliferación de mone-
das no convertibles, e incluso cuando se carece de una simple base de
información comercial (sobre los productos, los clientes y los posibles
18
Mercado Común de África del Este y de África Austral (COMESA), del inglés: Common
Market for East and Southern Africa. Los nueve países miembros de la zona de libre comercio
son: Egipto, Sudán, Kenya, Madagascar, Mauricio, Zambia, Zimbabue, Malawi y Djibouti.
19
Comunidad del África Meridional para el Desarrollo, SADC por sus siglas en inglés: Southern
Africa Development Community. [N. de la E.].

184

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proveedores)? Además, la UE como entidad única, busca tener como
interlocutores a socios dispersos. Lógicamente, la cooperación debería
efectuarse sobre la base de un monopolio bilateral, es decir, de una
entidad única por cada lado. Esto quiere decir que el acuerdo de Cotonou
hace caso omiso de la perspectiva de reagrupamiento más amplia que
existe, el proyecto de Unión Africana, y sin embargo, la materialización
de la Unión Africana está prevista en un plazo no muy lejano a partir de
la adopción de un nuevo acuerdo de cooperación (unos veinte años).

Además del problema de la globalización y de la cooperación,


el problema de la inmigración

En la CEE, la política para el control de la inmigración se inicia a me-


diados de la década de los ochenta. La formación de la UE aborda el
problema de la inmigración en cada una de sus etapas de forma unilate-

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


ral, sin consultar con la parte africana y sin tener en cuenta los acuerdos
de Lomé: en el Acta Única Europea, en la Convención de Schengen, en el
Tratado de Maastricht y en el de Ámsterdam.
En 1985, se plantea de forma explícita el problema de la inmigración
a nivel comunitario con la firma de la Convención de Schengen sobre el
reforzamiento de los controles en las fronteras exteriores. Los signata-
rios fueron Francia, Alemania, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. La con-
vención expone el principio de la colaboración y de la coordinación de las
políticas de inmigración en una primera etapa, con el objetivo de lograr
una política común de inmigración.
En 1986 se crea el Grupo Ad Hoc sobre la Inmigración, para introdu-
cir medidas restrictivas sobre la reunificación familiar. La intención era
llegar a un acuerdo en cuanto a la política de inmigración, en vista de
la entrada en vigor en 1987 del Acta Única Europea. Asimismo cuan-
do se crea el Grupo TREVI, aunque su objetivo declarado era com-
batir el tráfico de drogas, sus prerrogativas se extienden además a la
cooperación con las autoridades para luchar contra la inmigración. Tam-
bién surge el Grupo Rhodes, organización que se encarga de coordinar
las actividades de los diferentes grupos que se ocupan de los problemas
migratorios.
El Tratado de Maastricht de 1992 aborda el problema de la inmigración
(en la sección VI, artículos K1, K2 y K3), pero se limita solo a la colabora-
ción y a la coordinación de las políticas nacionales de inmigración.

185

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La etapa siguiente se caracteriza por la aplicación en marzo de 1995 de
la Convención de Schengen, que había sido reforzada en 1990 y se había
extendido a los demás miembros, excepto Inglaterra, Irlanda y Dina-
marca. Su primera acción concreta fue el establecimiento de una visa
común para el paso de las fronteras. La idea era aplicar a los movimientos
de personas los principios que rigen los movimientos de mercancías en una
unión aduanera: permitir la libre circulación de los europeos en el interior
(el mercado único tal y como lo describe el Acta Única Europea de 1986)
y proteger las fronteras externas comunes contra la inmigración.
El Tratado de Ámsterdam sobre la Unión Europea, firmado el 2 de
octubre de 1997 —en sustitución del Tratado de Maastricht de 1992,
donde se había previsto la revisión de los tratados—, entró en vigor el
1ro. de mayo de 1999. Allí se establece un «espacio de libertad, seguri-
dad y justicia» en el interior de la UE, y se integra a la Convención de
Schengen. El Tratado de Ámsterdam dedica la sección de la coordina-
ción de las políticas nacionales de inmigración (Maastricht) a la puesta
en práctica de una política migratoria común. Sucedió lo mismo que
cuando se pasó de la armonización de las políticas monetarias y fiscales
en el mercado común, a las políticas monetarias y fiscales comunes en
el marco de la unión económica.
A pesar de los acuerdos de cooperación, el problema de la inmigra-
ción, que también atañe a los países africanos, siempre ha sido abordado
de forma unilateral por la parte europea. Fue en el Acuerdo de Cotonou
donde se expuso el problema de la emigración por primera vez con un
espíritu de concertación. Se abordó en la sección «dimensión política»,
artículo 13, en los siguientes términos: «el problema de la emigración será
objeto de un diálogo profundo en el marco de la cooperación ACP-UE».
Es fácil de comprobar que todas las disposiciones aprobadas hasta el
momento giran alrededor de las preocupaciones de la parte europea:
trato equitativo de los trabajadores inmigrantes en lo que se refiere a las
condiciones de trabajo, de remuneración, de despido; estrategia de re-
ducción de la pobreza para frenar los flujos migratorios, sobre todo en
las regiones que emiten un mayor número de inmigrantes; ayuda para el
reforzamiento de la integración de los ciudadanos en sus países de origen;
política preventiva contra la inmigración ilegal; respeto de la dignidad y los
derechos de los inmigrantes repatriados, y medidas de reinserción en
sus países de origen.

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En cada una de esas disposiciones la reciprocidad está estipulada,
pero está claro que se refieren en primer lugar a los inmigrantes africa-
nos. En resumen, se trata de que la parte africana acepte y legalice las
medidas, hasta el momento, unilaterales, de expulsión y de lucha contra
la inmigración. La acusación de una «fortaleza europea» que dirigió los
Estados Unidos contra la UE en el sector del comercio, se puede aplicar
aún más en el caso de la inmigración africana.
Las medidas migratorias van dirigidas en especial a los africanos ne-
gros y a los de origen árabe. Sin embargo, un país como Francia en el
que la inmigración es un tema particularmente sensible, solo contaba
con 148 mil africanos negros en 1990. En 1994, la proporción de inmi-
grantes en la población francesa era menor que en 1931 (de 6,6 % con-
tra 7,4 %, según el Informe OCDE sobre las migraciones internacionales
de 1997). Por otro lado, según las organizaciones francesas para la de-
fensa de los inmigrantes (Colegio de Mediadores), el problema de la inmi-

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


gración en Francia fue una creación política que surgió debido
al auge del partido político de extrema derecha Frente Nacional. Según
estas organizaciones, la inmigración no es tan grande como se dice, y
los eslóganes como «controlar la inmigración» o «cero inmigración» no
guardan relación con la magnitud del fenómeno, además de que no exis-
te un mundo sin inmigración.
La exageración del fenómeno migratorio existe de hecho en toda
Europa. Entre 1982 y 1990, el número de extranjeros se mantuvo estable,
alrededor de 13 millones frente a una población de un total de 370 millo-
nes. De esta cifra, las fuentes oficiales europeas estiman en alrededor
de 111 mil las inmigraciones provenientes de 16 países de África Occi-
dental hacia los países de la UE en el período de 1988-1992. En el
mismo período, unos 33 mil ciudadanos de África Occidental regresa-
ron a sus países de origen, lo cual hace que el flujo anual sea de 22 200
personas que van hacia Europa y de 6 600 que regresan. Aunque en
realidad, el flujo migratorio neto de África Occidental hacia Europa es
de 15 600 personas por año.20 La relativa modestia de estas cifras per-
mite afirmar que la presión migratoria es un asunto más mítico que real,
y que existe una gran diferencia entre la dimensión política y la dimen-
sión demográfica del fenómeno.21
20
Ph, Traoré Sadio Bocquier: «Migrations en Afrique de l’Ouest: de nouvelles tendances», en La
Chronique du CEPED, no. 20.
21
Christian de Brie: «Aux frontières des libertés. La politique française d’immigration mise à
l’épreuve», en Le Monde Diplomatique, pp. 18-19.

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La tolerancia hacia la inmigración se ha visto de forma más marcada
en América del Norte, que fue construida por trabajadores inmigrantes.
Pero se puede comprobar que a partir de 1990, bajo el pretexto de la
globalización, se está produciendo una tendencia a la convergencia de
las políticas migratorias («transnacionalización de políticas») entre los
Estados Unidos y Europa. Se creó un Grupo Consultativo Europa-
-América del Norte-Australia sobre los Refugiados y la Inmigración. En
Europa, las políticas de integración de los inmigrantes eran diferentes,
con países relativamente abiertos y que permitían la naturalización, como
Francia, y otros países abiertos a la inmigración pero que no permitían
la naturalización, como Alemania. Habría que preguntarse si la evolu-
ción actual está inclinándose más hacia el modelo alemán, donde el
derecho de la sangre prevalece sobre el derecho de la tierra.
La realidad es que en sus políticas de inmigración, los gobiernos occi-
dentales se debaten entre dos intereses opuestos: por una parte, sus
propias preocupaciones electorales, que los llevan a entenderse con el
sentimiento de xenofobia de ciertos sectores populares, para quienes
los inmigrantes constituyen la causa de todos los males (desempleo,
delincuencia, criminalidad, etc.); y por otra, los intereses favorables de
los empresarios hacia la inmigración, de preferencia irregular, lo que les
permite disponer de una mano de obra barata y desprovista de derechos
sociales, y que no tiene ningún interés en protestas, por miedo a ser
expulsados. Esta ambigüedad se manifiesta en la Unión Europea a tra-
vés de dos tendencias opuestas: por una parte, la dificultad para obte-
ner una visa de entrada al espacio Schengen, los minuciosos controles y
las medidas de expulsión por chárter; por otra, el elevado número de inmi-
grantes que logran cruzar las fronteras a pesar de todo el arsenal de
leyes, prohibiciones y controles. Esto sucede porque la inmigración clan-
destina está organizada; existe toda una red de personas que se dedican
a hacer pasar a los inmigrantes, otras que los alojan, funcionarios impli-
cados en el tráfico de documentos falsos, empleadores que operan en
sectores que tiene gran demanda de mano de obra no calificada, como
la construcción y las obras públicas, la hotelería, gastronomía, limpieza,
confecciones, vendimias, entre otros muchos.
Los países desarrollados en general encuentran ventajas en la inmi-
gración, que les permite materializar una «deslocalización en su territo-
rio» o más bien una «deslocalización doméstica»: así no se ven obligados
a construir fábricas en el exterior para poder utilizar la mano de obra
barata. En estos casos, ¿no es acaso la inmigración una alternativa a las
inversiones extranjeras, consideradas como una de las principales ca-
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racterísticas de la globalización y que son tan anheladas por los dirigen-
tes de los países en vías de desarrollo?
De esta forma, el problema de la inmigración queda al margen de la
globalización, cuando uno de sus componentes debería ser la libre cir-
culación de todos los factores de la producción, sin excepciones. Pero
es forzoso reconocer que la libertad de movimiento solo es impulsada y
reconocida para los capitales. En todo lo que concierne al «trabajo», la
globalización solo se interesa en la inmigración de trabajadores calificados
del Tercer Mundo, que es objeto de un tratamiento diferenciado. Este
tipo de inmigración es simplemente considerada como un movimiento
ligado a la globalización y a las operaciones de las multinacionales. Esos
trabajadores deben ir allí donde las multinacionales los necesiten. El
objetivo es crear un verdadero mercado internacional del trabajo, tema
que fue tratado con especial atención en la Ronda Uruguay con el GATS
(Acuerdo de Libre Comercio y Servicios). Ese tráfico de tecnologías en

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


sentido contrario está incluido en el precio. Se trata sencillamente de un
robo organizado de cerebros hacia los países desarrollados, en detri-
mento de los países del Tercer Mundo.

III. Conclusiones y recomendaciones

A. Nuestro estudio permite hacer una serie de observaciones:


1. La lógica de la economía capitalista reproduce, desde hace varios
siglos, relaciones estructuralmente asimétricas entre el Norte y el
Sur en los sectores decisivos. Esta lógica solo se ha quebrantado,
aunque no ha sido realmente cuestionada por las fuerzas dominantes
del Norte, en la coyuntura particular de los años 1945 a 1980. En
el transcurso de esta «época dorada», el Sur unido logró imponer
un inicio de diálogo. En la actualidad, la tendencia se ha invertido
nuevamente.
2. Esta crisis se explica por la erosión del proyecto para el desarrollo
y del socialismo verdaderamente existente propios de la «era de
Bandung» (1955-1975).
3. La política desempeña un papel esencial en el establecimiento de las
relaciones económicas Norte-Sur. Ella ha permitido administrar, en el
transcurso del período precedente, las contradicciones entre los inte-
reses de los países del Sur, teniendo en cuenta las formas de inserción
de sus diversos componentes en la economía mundial.
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4. La regionalización de las relaciones Norte-Sur solo sería provecho-
sa si se basara en una verdadera responsabilidad mutua, y no en
estrategias de mercado expansionistas o de aseguramiento en ma-
teria de suministro de productos básicos.
5. La asociación CEE-ACP reconoció en principio esta responsabili-
dad mutua, pero no ha trabajado en función de una regionalización
simultánea entre los países miembros del Sur.
6. La Ronda Uruguay y la OMC fueron concebidos principalmente
para frenar la competitividad de los nuevos países industriales y
hacer casi imposible la industrialización del resto del Tercer Mundo.
El principio del consenso oculta los mecanismos del monopolio
del Norte en la toma de decisiones.
7. La reivindicación de una alternativa para el orden económico neo-
liberal no es solo un reclamo de los movimientos antisistémicos
del Norte y del Sur, sino también el de muchos gobiernos del Sur
(cf. Seattle).
8. Una solución duradera para la crisis Norte-Sur requiere de la cons-
trucción de un mundo multipolar democrático, en el que las partes
negocien libremente el contenido y los mecanismos de sus relaciones.
B. Por otra parte, será necesario:
1. Estabilizar el sistema monetario y financiero internacional, sin que
por ello se bloqueen el crecimiento, el desarrollo económico y el
mejoramiento de las condiciones materiales y políticas de vida en
los países en vías de desarrollo.
2. Comprometerse a crear un fondo mundial para el desarrollo, cuyo
volumen esté determinado según los principios siguientes: a) evaluar
el objetivo; b) hacer que pase por ese fondo todo lo destinado a la
ayuda, que sería, por tanto, pública; c) dejar a los países beneficiados
la responsabilidad de administrar la repartición de esos fondos en el
marco de la regionalización Sur-Sur y de la cooperación Norte-Sur.
3. Anular, sin condición, las deudas que se contrajeron durante el mal
funcionamiento del sistema monetario en los años setenta y durante
los Programas de Ajuste Estructural de los años noventa.
4. Comprometerse a participar en la regulación de los productos bási-
cos, para evitar una superproducción que provoque el deterioro de
los términos del intercambio.
5. Frenar, mediante leyes apropiadas, la corrupción que practican las
sociedades transnacionales.
190

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6. Eliminar el paraíso fiscal en el marco de la lucha contra la corrupción.
7. Renunciar a las guerras desiguales como medio para adquirir ven-
tajas geoestratégicas o neoeconómicas (como el acceso a los mares
o a los recursos naturales).
8. Comprometerse a no proporcionar armas a los focos de guerra en el Sur.
9. Abstenerse de imponer el neoliberalismo económico y dejar que el
país actúe según sus propias decisiones.
10. Reconocer la inevitabilidad de las políticas voluntaristas de de-
sarrollo, con ese objetivo, permitir que se redefina la OMC. Dejar
de imponer a los países en vías de desarrollo el respeto de reglas
que los perjudican en las negociaciones Norte-Sur.
11. Participar en la construcción de un sistema mundial policéntrico.
Hemos decidido titular a este sintético estudio presentado aquí con
los términos «codesarrollo o gestión del conflicto».
El lenguaje de la diplomacia internacional exige que los Estados

MAKHTAR DIOUF / África y la relación Norte-Sur ¿Codesarrollo o gestión del conflicto?


—excepto cuando se encuentran en guerra— califiquen sus relaciones
como «cooperación». Este término resulta con frecuencia engañoso,
pues el conflicto real de intereses no deja de formar parte de la realidad,
ni siquiera en tiempos de «paz». La «cooperación» solo es un término
que permite evitar el hablar de la realidad, o sea, del conflicto y su
gestión. Se disimula aún más la realidad cuando se sustituye el término
de «cooperación», un poco gastado ya, por el más grandilocuente de
«desarrollo común». Ya vimos que no significa nada. En el estado actual
de las relaciones Norte-Sur, solo se puede hablar de una dictadura del
Norte, que ha sido posible (provisionalmente) por un desequilibrio a su
favor en las relaciones de fuerza. La única estrategia digna de ese nombre
no es «ajustarse» a ese tipo de relaciones, sino luchar para modificarlas.
El lenguaje de las Ciencias Sociales en general ha sido, por otra parte,
revisado por el discurso neoliberal, para borrar cualquier huella que per-
mita reconocer los verdaderos conflictos de intereses. Ya no se habla de
dominadores y dominados, ni de clases y pueblos. Se insinúa que ya
todos se han convertido en «socios», agentes sociales (patrones y em-
pleados) o agentes internacionales (países principales y secundarios).
El deber de los intelectuales es levantar esas máscaras.

Bibliografía

ADAMS, NASSAU: Worlds Apart. The North-South Divide and the International
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RUTH No. 6/2010, pp. 195-231

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA*

África subsahariana: inventario


de la situación actual**

África subsahariana atraviesa por una crisis estructural grave desde su


integración forzada a la llamada globalización mercantilista. Esta crisis
es grave por varias razones: porque esta parte del continente aún no ha
entrado en la modernidad, porque solo comenzó a controlar su destino
hace cuatro décadas, y porque la globalización neoliberal impide la for-
mación de clases y de Estados que tengan la voluntad y la capacidad
para lograr una transición exitosa. Los pueblos tratan de reorganizarse
un poco como lo hacían durante la colonización, algunos buscando una
alternativa posliberal y otros, una alternativa poscapitalista. Pero las
fuerzas del neoliberalismo, las empresas transnacionales y los Estados
de la Tríada, ejercen una influencia ideológica y poseen una capacidad de
acción técnica, política y financiera tan poderosas, que aunque las alter-
nativas han surgido, aún no poseen una fuerza política y cultural con un
poder verdaderamente transformador. La primera parte del presente texto
analiza las raíces históricas de la crisis. La segunda critica la solución
neoliberal. La tercera expone las trampas de la pequeña democracia, y
la cuarta se centra en la sociedad civil y los movimientos sociales. Por
último, concluimos proponiendo soluciones alternativas.

1. Orígenes de la crisis del Estado

Durante la primera fase de la llamada globalización mercantilista, el


Estado del occidente europeo, aún patrimonial, se estructuró y adquirió

*
Geográfo cameronés, director del Foro del Tercer Mundo. Ha publicado numerosos libros, el
más reciente es Migrations de travail et insécurités humaines (2009).
**
Traducido del francés por Yanelis Rodríguez Rodríguez.

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una relativa autonomía con respecto al feudalismo mediante el apoyo a
las empresas industriales y a las grandes compañías comerciales con
estrategias globalizadas que le proporcionaban prestigio, medios finan-
cieros y armas para sus ejércitos y para mantener las guerras que forja-
ban en la conciencia nacional. En esa misma época, Maquiavelo provocó
una revolución en el pensamiento político al excluir a Dios y a la moral.
De esta forma, desempeñó un papel fundamental en la construcción del
Estado moderno, factor esencial en la formación de los Estados-naciones
en Europa.1 Durante este período que duró hasta la Revolución Francesa,
el Estado nacional del Occidente se fortaleció, pero como era imperia-
lista, su formación conllevaba una hostilidad abierta ante la imitación
de su historia por parte del resto del mundo. Esta hostilidad alcanzó en
ocasiones el genocidio. Ese Estado-nación comenzó, sin embargo, a ser
considerado como la forma superior de organización política.
Si la Europa mercantilista logró despoblar a África en lo concerniente a
la valorización triangular (y no del comercio), fue principalmente a causa
de las mismas estructuras africanas socio-políticas y culturales. Es cierto
que en esta parte del continente habían existido grandes imperios y siste-
mas políticos sofisticados, pero la comunidad rural era la entidad política
que más fuerza tenía. La cultura era dominada por la creencia de que
ciertas personas podían transformar el mundo, siempre y cuando se inicia-
ran en las prácticas mágicas adecuadas. El islam, religión de revelación en
expansión y capaz de lograr una resistencia de origen cultural, aún no se
había afianzado en las regiones costeras. De cualquier manera, y como
lo demuestra el comportamiento del rey del Congo, la ignorancia del
funcionamiento del sistema mundial en formación era total. ¿Acaso no

1
Es necesario señalar que mientras Maquiavelo exponía el principio de las inquietudes metafí-
sicas, el gran pensador africano Ibn Khaldoun, contemporáneo suyo, invitaba a los árabes
a evitar el laicismo. «En efecto, los asuntos naturales no tienen ninguna importancia para
nosotros, ni desde el punto de vista de la religión ni desde el de la vida cotidiana. Constituye
por tanto, nuestro derecho, el no ocuparnos de esos asuntos». La muqaddima. Fragmentos
de G. Labica. Traducción al francés revisada por Jamel Eddine Ben Cheikh, Alger, Hachette,
1965, p. 166.
La importancia histórica del paso de la confianza a la razón durante el surgimiento de la
modernidad y la dominación de Europa sobre el mundo, fue puesta en evidencia de una
forma particular por Cheikh Anta Diop: «Estamos convencidos de que lo mejor que nos legó
la colonización fue el racionalismo laico, que nos permite ver las cosas fuera de los conceptos
religiosos, cualesquiera que estos sean, y de esta forma, ser libres desde el punto de vista
intelectual». Cheikh Anta Diop: Alerte sous les tropiques. Culture et développement en Afrique noire,
Editions Présence Africaine, artículos 1946-1960, 2006.

196

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estaba convencido este rey de que su conversión al cristianismo podría
salvar su poder y evitar la dispersión y el despoblamiento de su reino?
Peor aún: a causa de una conversión parcial al islamismo, los comer-
ciantes musulmanes aceptaban la lógica del despoblamiento y, por tan-
to, de la desestabilización de África en beneficio de los países del Golfo
arábigo-pérsico e incluso, de los países del norte de África.
Durante los siglos de la trata intensiva, surgieron Estados en relación
con la inserción en la valorización triangular. Se trataba en lo funda-
mental de Estados costeros que con ayuda de los fusiles —en aquella
época verdaderas armas de destrucción masiva si se les compara con
las flechas y los machetes— se dedicaban a destruir el resto del país
para obtener la fuerza de trabajo que vendían en el mercado mundial,
cuyo primer eslabón se encontraba en África. Pero la crisis de la economía
de la trata esclavista a inicios del siglo XIX, provocó que se reunieran
grandes concentraciones de esclavos en algunas regiones costeras, los

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


cuales se rebelaron con razón contra el Estado aún incipiente.2 Por otra
parte, las clases sociales explotadoras que se basaban en la valorización
triangular, solo podían ser compradores. Ninguna de ellas poseía los
medios intelectuales ni materiales para crear un Estado moderno basado en
el modelo europeo. Ningún Estado africano trató de imitar a Europa intro-
duciendo la literatura, ya no solo con fines de expansión religiosa, sino
para convertir el conocimiento en un instrumento de desarrollo económico
y de reafirmación del Estado. Y en lugar de transformarse en Estados-
-naciones, las etnias solo se consolidaron culturalmente sin alcanzar
nunca dimensiones políticas, excepto en algunos lugares que por desgracia
tenían una escasa dimensión demográfica.
La resistencia de las clases dirigentes a la inserción económica y política
subalterna solo alcanzó su apogeo entre el fin de la trata y la fase de coloni-
zación-pacificación del siglo XIX, en forma de resistencia o de oposición al
islam y al cristianismo; pero las entidades políticas que surgieron eran
por lo general imperios frágiles.3
La colonización consistió fundamentalmente en la creación de territorios
bajo dominación y en la explotación directa por parte de las potencias colo-
niales. Como la colonización era un fenómeno generalizado, a diferencia
de lo que sucedió en la época anterior, las sociedades africanas se
2
Dike Onwuka: Trade and politics in the Niger Delta. 1830-1885, Oxford, 1956.
3
Walter Rodney: How Europe underdevelopped Africa, Tanzania Publishing House, Dar es-Salaam,
1972.

197

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conmocionaron. Desde el punto de vista económico, tuvieron que producir
de forma masiva los productos que Europa necesitaba para la segunda
fase de la revolución técnica del capitalismo, que representaban la electri-
cidad, el automóvil y el avión; además, debieron responder a la demanda
de nuevos productos agrícolas tropicales (madera, café, cacao, bananas,
algodón, etc.) y mineros (cobre, hierro, manganeso, oro, diamantes, alumi-
nio, etc.). Así, prevalecieron tres modalidades de relaciones de trabajo:4 la
economía de trata, predominante en África occidental, que incorporaba
al pequeño campesino al mercado mundial de los productos tropicales y
lo ponía bajo el control de los oligopolios, lo cual les permitía reducir al
máximo la remuneración del campesino y destruir los suelos; la economía
de reserva del sur de África estaba organizada alrededor de la extrac-
ción minera y basada en la mano de obra barata, que se veía obligada a
emigrar de las zonas rurales tradicionales en las que la subsistencia era
imposible. Y finalmente, la economía de saqueo, donde las compañías
concesionarias obtenían sin rivalidad alguna las producciones de los
campesinos. Esta modalidad prevaleció en la cuenca minera del Congo
hasta los años treinta del siglo pasado.
Por tanto, el desafío que debía enfrentar el movimiento de liberación
nacional o de independencia nacional era inmenso: obtener la sobera-
nía, construir economías autocentradas y legitimar el poder a través del
desarrollo social y del sufragio universal. Era un reto de gran enverga-
dura. En efecto, la cristalización de un proyecto social válido para todo
el continente era muy difícil, puesto que un abismo separaba por un
lado a los dirigentes, que querían reivindicar en primer lugar el recono-
cimiento de la cultura negra y de su aporte a la civilización universal,5 y
por otro a los partidarios de la independencia política, los cuales la con-
sideraban una condición para lograr la emancipación cultural.6
Tras la colonización, surgieron dos proyectos para el futuro de Áfri-
ca, pero ninguno incluía la democratización de las sociedades.
Los dirigentes radicales o pro soberanía y los populistas, elaboraron
un proyecto social que constaba de tres componentes, relacionados unos
con otros. En primer lugar se encontraba la soberanía, que debía garan-
tizarse lo antes posible mediante la construcción de Estados modernos,
en el sentido de asociarse a las nuevas tecnologías de la información, y
también a través de basarse en el poder que aportaba la gran extensión
4
Samir Amin: L’accumulation à l’échelle mondiale, Anthropos, París, 1970.
5
Senghor L.: Liberté 3: Négritude et civilisation de l’universel, Seuil, París, 1977.
6
Cabral A.: L’arme de la théorie (editado por Mario de Andrade), Maspéro, París, 1975.

198

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de recursos naturales y humanos (una población de alrededor de 50 millo-
nes de habitantes en aquel momento); de ahí el papel crucial que poseía la
unidad africana para el establecimiento de la soberanía. La legitimación del
poder a través del progreso social, basado en la escolarización en masa —se
pretendía alcanzar el 100 % en la tasa de alfabetización en 1970—, era
considerado indispensable para lograr una independencia duradera.
La economía se encontraba en tercera posición: en la medida en que
no tenía un objetivo propio, la revolución económica (industrialización
más autoabastecimiento alimentario) y por consiguiente, los cambios
sociales que la acompañaban, solo se justificaban por su contribución a
la obtención de la soberanía y del progreso social. Mientras que la Unión
Soviética manifestaba simpatía por este proyecto, como lo demuestra
una serie de tratados de amistad firmados, los países occidentales y los
candidatos locales de la burguesía compradora de negocios o burócrata,
se oponían violentamente.

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


A la par se desarrollaba la visión neocolonial de la modernización de
los Estados en la balcanización heredada de la colonización y en el
reforzamiento del poder occidental. La economía era considerada como
un sector que obedecía a sus propias leyes internas, lo que justificaba la
imitación del modelo de desarrollo colonial de dependencia técnica,
comercial y financiera, que contaba con el apoyo, más bien político que
económico, de las antiguas potencias coloniales y de los Estados Uni-
dos. Se mantenían regímenes de dictaduras sangrientas solo con el argu-
mento de que eran antisoviéticos.
Las fuerzas internas, hostiles al proyecto soberano pero que apoya-
ban el modelo neocolonial, tenían mayores oportunidades de expresar
sus intereses, todos relacionados con la especialización agrícola o mine-
ra, con el comercio de importación-exportación y con las funciones pú-
blicas. También es necesario destacar que una pequeña parte de los
intelectuales y los sindicalistas estaba a favor del primer modelo.
Finalmente, ningún modelo fue puesto en práctica de forma integral,
pues la cuestión de la democracia no fue tratada con seriedad. Incluso,
Nkrumah creía que era posible un Estado democrático que mantuviese
además los reinos y las jefaturas heredados de la África precolonial,
pero que ya habían sido adaptados a la forma de los gobiernos colonia-
les indirectos.7 Otros dirigentes políticos universitarios como Nyerere
7
Ninsin Kwame: Social and political movements for alternatives in Africa: achievements, difficulties, prospects
and conditions for meaningful/irreversible success. Seminario del FTM: Regionalización, movimientos
sociales y estrategias para una alternativa a la crisis africana, Dakar, 9-12 de abril de 2001.

199

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insistieron más en la dimensión social del nuevo Estado, al sostener la tesis
de la compatibilidad entre la socialdemocracia que se aplicaba en Europa
en las relaciones capital-trabajo y el comunitarismo africano. El sector
público se desarrolló de igual manera en ambos modelos (neocolonial y
soberano). La sobreexplotación del campesinado se mantuvo también en
los dos. Pero desde el punto de vista ideológico y por tanto, cultural, la
distinción se mantuvo hasta la crisis general del endeudamiento, que marcó
el final oficial del modelo soberano. Desde entonces, el continente vive
en el llamado modelo neoliberal que se aplica en el Cuarto Mundo. Es
evidente que la búsqueda de la soberanía y del progreso social que ca-
racterizaba al modelo radical desapareció con el neoliberalismo, y que el
discurso sobre la unidad africana se mantiene, pero ahora sirve para ocultar
políticas de integración económica a modo de trampantojo.
A pesar de la crisis de una construcción estatal nacional, en el África
poscolonial se produjeron en dos décadas cambios muy importantes en
los sectores de la construcción de infraestructuras para el transporte,
la urbanización, la electrificación, etc. La tasa de escolarización pasó
de 10-15 % a 50 % como promedio, incluso en algunos países alcanzó
el 100 %. Sin embargo, estas tasas de escolarización hasta los dieciséis
años, a pesar de ser superiores a las de la etapa colonial, siguen estando
muy por debajo de las del sudeste asiático. La enseñanza superior alcan-
zaba 2 % de alumnos en esas edades —50 % en Corea del Sur—, pero
hay que reconocer que en el momento de la independencia, las cifras
que existían eran insignificantes. En el sector de la salud se apreciaron
también avances significativos, a pesar de que se le dio prioridad a la medi-
cina curativa moderna, en detrimento de la prevención y del abandono de
los sectores rurales. Pero esos logros eran de una fragilidad extrema, a causa
de la crisis precoz de los intentos de industrialización, que tuvo su origen
en una agricultura de escasa productividad por unidad de trabajo y de
superficie. En un sector tan decisivo como los cereales, por ejemplo, la
proporción del rendimiento por hectárea en África subsahariana con
respecto al de la Unión Europea es de 1 a 50, a diferencia del 1 por 2 que
había en 1980. El problema es que se trata de una agricultura demasia-
do dependiente del exterior, y por tanto, víctima del deterioro de los
acuerdos de intercambio. La crisis agrícola reflejaba la dificultad de lograr
en África subsahariana un desarrollo de la agricultura campesina8

8
Mazoyer Marcel y Roudard Laurence: Histoire des agricultures du monde, Le Seuil, París, 1997.

200

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y explicaba la desnutrición —menos del equivalente a 150 kg de cerea-
les por persona al año— que sufrían los campesinos y las capas pobres de
las ciudades. Más específicamente, esta crisis explicaba el fracaso de las
tentativas de industrialización mediante su sustitución por un sistema
embrionario. En efecto, si no se llevaba a cabo una disminución de los
precios agrícolas y se duplicaban los salarios de los campesinos, sería
imposible lograr una industrialización significativa en un país de media-
nas dimensiones.
En 1980, el Estado era frágil, pues no solo no cumplía con las funcio-
nes antes mencionadas, sino que las soluciones que proponía eran tempo-
rales; además, estaba endeudado en extremo y la corrupción había alcanzado
niveles incompatibles dado el reto impuesto por el neoliberalismo.

2. Crítica a la solución neoliberal

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


Catecismo neoliberal para África

La ideología neoliberal proyecta la imagen de un futuro ideal para Áfri-


ca, en el cual el Estado sería cuantitativamente menos importante que
el Estado pro desarrollo, pero mucho más eficiente, y las energías indi-
viduales serían liberadas gracias a la economía de mercado.
En el sector económico, la eficiencia del Estado se mediría según el
lugar que el país ocupa en la competitividad del sistema, es decir, en
una economía de mercado completamente abierta a la libre circulación
de capitales, tecnologías, productos y servicios —pero no de trabajo—,
en el marco de las reglas establecidas por la Organización Mundial del
Comercio, en realidad por la Tríada. La función del Estado se limitaría
a tres tareas: garantizar la estabilidad económica mediante una gestión
macroeconómica que evite los desequilibrios de origen interno (inflación)
o externo (déficit comercial, tasa de cambio inadecuada, etc.); velar por el
respeto de los contratos en vigor, con el principio de lograr el menor
costo posible en las transacciones; instaurar de forma permanente la
propiedad privada como basamento de la sociedad, en la misma catego-
ría que la familia y los derechos humanos. El desempleo y el desarrollo
del sector informal no son considerados como factores de desequilibrio,
y se elimina totalmente el voluntarismo económico.

201

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En el sector social, el neoliberalismo parte de la hipótesis de que la
gran pobreza de las masas va a desaparecer, solo quedará la pobreza de
algunos individuos incapaces de inscribirse en la competitividad del sis-
tema, sobre todo por causas relacionadas con limitaciones naturales
primarias o adquiridas. Para manejar este tipo de pobreza, el Estado
llevará a cabo una política de ayuda social en colaboración con asocia-
ciones caritativas de la sociedad civil, nacionales y extranjeras; esta ayuda
no constituirá un derecho absoluto de nadie y, por tanto, podrá ser reti-
rada en cualquier momento. El Estado incitará a las personas aptas para
el trabajo a contratar un seguro individual contra los riesgos sociales,
tales como la vejez, el desempleo o la enfermedad.
En el sector político, la eficiencia del Estado se medirá por su capaci-
dad para garantizar el ejercicio de los derechos humanos, a los que están
ligados de forma indisoluble la protección de la propiedad privada y la
libertad ilimitada de las decisiones individuales, en el marco de una econo-
mía capitalista. El Estado será considerado poco eficiente si decidiera in-
cluir los derechos sociales en su definición de derechos humanos.
Con respecto al sector geopolítico y al geoestratégico, el discurso
neoliberal permanece en silencio; y sin embargo es conocido que los
ejércitos del G-7 están activos para crear el orden económico neoliberal
de la OMC.9
Por supuesto que África no está evolucionando hacia el tipo de
neoliberalismo aquí descrito. Ni siquiera los que crearon estas reglas
creían verdaderamente en ellas. Ellos están conscientes de que este ajuste
estructural está concebido para manejar la crisis de la deuda. No se hace
ninguna alusión a la crisis política más allá de la disminución de la capaci-
dad financiera y administrativa del Estado, ya que después del derrum-
be de la URSS, estas no afectan el funcionamiento del sistema global.

Instrumentación de la crisis de la deuda

La gestión de la crisis de la deuda fue el pretexto fundamental para


obligar a las clases dirigentes africanas a aceptar las políticas de globali-
zación neoliberal que les fueron impuestas por el G-7, en tratados como
el Consenso de Washington, los Programas de Ajuste Estructural, etc.
Esta gestión desempeñó el papel principal en la lucha contra los intentos
9
Samir Amin: Neoliberal globalisation and USA hegemony, Seminario del FTM, 9-12 de abril de 2001.

202

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de construir Estados modernos y por consiguiente, en que la vida polí-
tica se haya vuelto ilegal.
De hecho, la crisis mexicana de 1982 fue la que legitimó la aplicación
de los PAS en el Tercer Mundo. Fue solo otra muestra de la estrategia de
los Estados Unidos para consolidar su hegemonía sobre los países del
Sur, por una parte al frenar la industrialización en los países emergentes, y
por otra, al aislarlos del Cuarto Mundo, aún en formación. El proyecto
del endeudamiento extremo fue una respuesta ante los intentos del Tercer
Mundo de enfrentar, de forma solidaria, a esos centros de poder mediante
las posibilidades que ofrecía el sistema de la ONU; tentativas que se
materializaron en la creación de la CNUCED en 1964, en la adopción
en 1974 de la Declaración sobre el Nuevo Orden Económico Interna-
cional y en la aceptación por parte del G-7 de discutir las conclusiones
de la Comisión Brandt que defendían un keynesianismo globalizado. De
hecho, después de la Conferencia de la CNUCED de 1976 en Nairobi,

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


quedó claro que para el G-7, la Declaración de la ONU solo representa-
ba un catálogo de votos piadosos. En Cancún, el G-7 decidió que la
deuda del Tercer Mundo debía ser tratada caso por caso.10 Como conse-
cuencia, cada país de África subsahariana debería enfrentar solo a sus
acreedores, los cuales, por su parte, estaban organizados en un Club de
poderosos que dictaban sus condiciones a los aliados locales, cada vez
más mercantilistas.
El monto de la deuda externa se triplicó entre 1980 y 1996, y, a pesar
de que África pagó unos 170 millones, pasó de 84,3 mil millones a 235 mil
millones. Cada año, África subsahariana debe pagar solo en intereses de
la deuda el equivalente a cuatro veces los presupuestos sociales. Pero a
pesar de esas sumas colosales, los atrasos en el pago no hacen más que
aumentar el peso de esta deuda.
Este sistema se mantiene gracias a toda una serie de técnicas:
• La ausencia de distinción entre este deuda odiosa, una deuda dudosa y
una deuda legítima, porque, evidentemente, la deuda del régimen del
apartheid fue odiosa y la de los elefantes blancos,11 dudosa.
10
S. Amin, M. Diouf y B. Founou: Le dialogue nord sud, ronéo FTM, 2000.
11
Son considerados «elefantes blancos», y desastres ecológicos, la mayoría de los megaproyectos
(como la represa de Inga en ex Zaire, represa de la Narvada en la India, ruta trans-amazónica
en Brasil), que fueron concebidos con el apoyo activo del Banco Mundial, y contribuyeron
fuertemente a conectar las economías periféricas con el mercado mundial, dominado por los
países más industrializados. [N. de la E.].

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• La conceptualización aproximada de los problemas económicos
africanos. El indicador de África en el comercio mundial y el flujo
de capitales nos conducen a hacer énfasis en la marginalización,
mientras que el ratio del comercio en el PIB permite comprobar el
carácter estructural de la crisis económica africana y que la integra-
ción de estos países es más fuerte que la de la Tríada. El primer ratio
sugiere que la crisis de la deuda puede ser superada si se le da la
prioridad a las exportaciones, mientras que la segunda incita a bus-
car soluciones más equilibradas. En cuanto a la gestión de la crisis
de la deuda del Tercer Mundo, el FMI y el Banco Mundial conside-
ran que «el endeudamiento externo de un país es viable solo si el
mismo puede cumplir con sus obligaciones presentes y futuras sin
tener que recurrir a nuevas medidas para la reducción de la deuda o
a su aplazamiento, o a la acumulación de intereses, y sin que esto
comprometa demasiado su crecimiento».12 De hecho, esta defini-
ción es lo suficientemente vaga como para dejar un gran margen a
las decisiones arbitrarias de los acreedores, sobre todo en lo que se
refiere al establecimiento de los indicadores y de los límites. De
esta forma, en la Cumbre del G-7 en Colonia se decidió disminuir
el ratio de la deuda sobre las exportaciones de 250 % a 150 %, y el de
las exportaciones sobre el PIB de 30 % a 15 %.
• La ausencia de un escenario creíble. Cuando se fijan los límites
para un país, este proceso no constituye el resultado de un análisis
de los principales factores económicos que afectan el crecimiento.
Stiglitz,13 desde el interior del Banco Mundial, nos revela que por lo
general las decisiones se toman en la Sede, antes de que los expertos
vayan al terreno. Así fue como en Mozambique una disminución
de los precios de los productos de importación, bastó para que se
cuestionara la concesión de un aplazamiento de la deuda otorgado
anteriormente; y el mismo análisis fue realizado en el caso de Uganda.14
• El establecimiento de tutelas a los Estados deudores. Los acreedo-
res han confiado esta tarea al FMI y al BM: estas instituciones
12
A. R. Boote et al.: «Debt relief for law-income countries and HIPC debt initiative», en Z. Iqbal
y R. Kanbur (eds.): External fiannce for law-income countries, p. 126, en Ndiaye: Les PMA, p. 19.
13
J. Stiglitz: «World economic crisis. An insider view», en South African journal of social economic
policy, verano de 2001.
14
Ndiaye A.: Au delà des programmes d’ajustement structurels et de l’initiative des pays pauvres très
endettés, Seminario del FTM, Dakar, 9-12 de abril de 2001.

204

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deberán elaborar el marco conceptual, fundamentar las decisiones
del G-7 y velar por que los deudores cumplan con sus obligaciones.
En ciertos casos ocurre que algunos deudores suscitan un aumento
de las contradicciones secundarias entre los acreedores, por ejem-
plo entre Francia y los Estados Unidos, pero la hegemonía nortea-
mericana predomina en última instancia.
• La pérdida de legitimidad de los poderes locales. Por lo general, los
medios locales son utilizados para difundir las buenas intenciones
de los acreedores. En nuestra opinión, la intención es convencer a
la opinión pública de que el país es mantenido casi totalmente por
el sistema financiero internacional, y que el único responsable de
que la crisis se mantenga es el gobierno. Se trata de crear la impre-
sión de que un empleo eficiente de los fondos de origen externo
permitirá resolver los problemas del desarrollo. De esta forma, se

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


le da demasiado valor a la ayuda que se recibe, al monto total de
anulación de la deuda o a su aplazamiento.
• La dispersión de los esfuerzos. Esta técnica consiste en distraer al
gobierno de las tareas esenciales, proponiendo de forma periódica
seudo conceptos y enfoques, que solo constituyen pretextos en forma
de seminarios de superación; de esta forma, primero proponían la Fa-
cilidad para el Ajuste Estructural (FAS), luego la Facilidad para la Reduc-
ción de la Pobreza y el Crecimiento (FRPC), pasando por la Facilidad
para el Ajuste Estructural Reforzado (FASR), entre otros. Cada «faci-
lidad» origina documentos con un lenguaje más o menos técnico, que
los funcionarios deben asimilar.
• La técnica de la división de los deudores. Los países africanos se en-
cuentran divididos actualmente en las categorías de países con deuda
sostenible y países pobres muy endeudados (PPTE),15 a los que se les
concede un trato de favor. Pero existen países de la categoría [Países
Menos Adelantados] PMA que de hecho se ven excluidos de las ven-
tajas de los PPTE por razones geopolíticas, como en el caso de Sudán.
También hemos podido comprobar que países como Senegal y Camerún
negociaban desesperadamente por entrar al grupo de los PPTE.
• La técnica de las estadísticas imprecisas. Durante dos décadas, una
única cuestión absorbió las energías de los Estados: cómo confeccionar
15
Por sus siglas en francés: Pays Pauvres Très Endettés. [N. de la E.].

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los informes a presentar al BM y al FMI con vistas a obtener una
reducción de los intereses de la deuda mediante el aplazamiento, o
ante los gobiernos acreedores para obtener una anulación parcial.16
Se trataba de convencer a los acreedores de que las reformas y
políticas macro económicas propuestas eran capaces de lograr un
crecimiento y un excedente comerciales suficientes para garantizar
el pago de los intereses de la deuda, y por tanto, lograr mantenerse
conectado a los flujos financieros mundiales. Los funcionarios de
las agencias de cooperación bilateral y multilateral sabían cerrar
los ojos ante estos proyectos poco realistas, a fin de conservar sus
empleos. Pero con frecuencia, los intereses geopolíticos o geoeco-
nómicos de las grandes potencias tenían el papel decisivo en los
resultados de las negociaciones. El BM y el FMI debían ser flexi-
bles con los amigos de los Estados Unidos, y la cooperación fran-
cesa, con los países francófonos.
• La preponderancia del discurso ideológico sobre los hechos. Tras
unos quince años de discurso sobre el indispensable papel del Estado
en la economía, los ingresos fiscales de los dos campeones del
neoliberalismo, Gran Bretaña y los Estados Unidos, habían pasado
entre 1980 y 1995, de 33,6 a 37,5 %, y de 18 a 19 % del PIB
respectivamente. Durante ese mismo período, los ingresos de un
país como Camerún, cuyo PNB por habitante representaba la cuadra-
gésima parte del de los Estados Unidos, caían de un 15 a un 9,5 %
(Banco Mundial, RDM 1997).

Impacto catastrófico en el ámbito nacional

La percepción de la cuestión nacional en África se vio muy influenciada


por la formación de identidades nacionales francesas e inglesas, que
conformaron Estados nacionales muy homogéneos en el plano de la
cultura y de la centralización de los poderes políticos. ¡Qué contraste
con África, la tierra por excelencia del pluralismo cultural y de la descen-
tralización! De hecho, las comunidades rurales y la pertenencia a una
etnia continúan desempeñando un papel fundamental en el imaginario
de la población, incluso de la que vive ya en las ciudades. Eso fue lo que
16
A. Ndiaye: Les PMA. Los análisis y las informaciones que nos proporcionó A. Ndiaye sobre la
crisis de la deuda nos fueron de una inmensa utilidad.

206

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la primera generación de nacionalistas no previó. Si no se maneja de
forma adecuada, esta diversidad puede provocar tensiones y conflictos
independientes frente a la globalización, tal y como lo plantea Nzongola,17
quien, por otra parte, nos ha brindado la mayor parte de la información
en la que nos basamos. Él clasifica los conflictos que pudieran conducir
hasta la lucha armada según sus causas principales, pero, probablemen-
te, los conflictos más peligrosos tienen como origen el acceso a los re-
cursos agrarios, al poder central o a la autodeterminación. En la actualidad,
este problema tiene como centro las responsabilidades de la globalización
neoliberal y la capacidad del Estado para poner en práctica la divisa que
plantea que la unidad está en la diversidad.
Sin llegar a resolver los problemas, los poderes poscoloniales de la
primera etapa comenzaron, generalmente, a llevar a cabo la reconstruc-
ción nacional, que se puede apreciar en la distribución geográfica de las
actividades y de las infraestructuras escolares, sanitarias y de comuni-

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


cación. Es cierto que la eficacia de las inversiones dejaba con frecuen-
cia mucho que desear y que los préstamos de capitales, tan sencillos en
1970, permitieron el desarrollo de la corrupción a gran escala, mediante
la adquisición de deudas dudosas. Con el ajuste estructural, las priori-
dades cambiaron. Los criterios de la etapa colonial para las inversiones
volvieron a predominar, y la preocupación por obtener un equilibrio
regional y social cedió ante la imperativa necesidad de producir divisas
para asegurar el pago de los intereses de la deuda. Como los recursos
eran cada vez más escasos, se vieron afectadas, principalmente, la segu-
ridad del poder y del capital internacional, en especial en las zonas de
producción o evacuación de petróleo. La lucha por los recursos, que
disminuyen cada vez más, desvía la atención de los gobiernos de otras
cuestiones que amenazan la reconstrucción nacional. La creciente
somalización se convierte en una amenaza real.
En las guerras por los recursos, como las llama Nzongola:
El abandono de la soberanía y la globalización neoliberal —que
permiten la libre circulación de capitales de un extremo a otro del
planeta—- han propiciado el auge de un mercado de finanzas fuera
de la ley y sostenido por las ganancias de los grandes delincuentes,
que se convirtió en el motor de la expansión capitalista. Empresas

17
Ngonzola G: Les dimensions politiques de la situation de l’Afrique dans le système mondial, Seminario
del FTM, Dakar, 9-12 de abril de 2001.

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asociadas en la red planetaria del lavado de dinero, gobiernos,
mafias, compañías bancarias y sociedades transnacionales prospe-
ran en medio de la crisis y se entregan al saqueo de los bienes
comunes con toda impunidad.18
La lógica del saqueo, que caracteriza las relaciones entre la economía
mundial y África desde el siglo XVI, no hace más que reforzarse a medida
que la decadencia del Estado y de su autoridad se vuelven cada vez más
frecuentes en las zonas de explotación minera, bajo el control de movi-
mientos armados de oposición. Los líderes de esos movimientos entran en
sociedad con los traficantes de drogas y de armas, con los bancos extraterri-
toriales y las transnacionales mineras, con el objetivo de promover intere-
ses económicos y estratégicos, en los que también participan otros Estados
extranjeros, incluyendo a las grandes potencias. El libre comercio de armas
ligeras ha florecido después de la desintegración del campo socialista. Las
ansias de poder y la búsqueda de riquezas materiales son tan grandes, que
los señores de la guerra prefieren destruir y dividir su propio país antes de
compartir el poder con el hermano enemigo.
Tomemos algunos ejemplos de la desintegración de los Estados en el
Golfo de Guinea y en la cuenca minera del Congo, donde la interacción
entre la globalización económica y la fragmentación política toma di-
mensiones inquietantes. Los dos elementos del conflicto no tienen la
misma importancia en todos los lugares. Tras el genocidio ocurrido en
Ruanda y las repercusiones que tuvo en la región de los Grandes Lagos,
el Congo-Kinshasa entró a partir de 1996 en esta zona de turbulencias.
La caída del Estado y del ejército bajo el peso de la corrupción del
régimen de Mobutu, acentuaron los proyectos expansionistas de Ruanda
y de Uganda, y también el de otras fuerzas lejanas, para las cuales la
balcanización de este vasto país ofrecía mejores garantías para sus inte-
reses.19 Si se tiene en cuenta el descontento de la población y el gran
número de jóvenes «desclasados», sin posibilidades de continuar los
estudios secundarios y sin empleo, se puede comprender porqué los se-
ñores de la guerra no tienen ninguna dificultad para reclutar todo un
ejército de jóvenes, incluyendo a muchachos de hasta doce años.
18
Nzongola: «Dans l’archipel planétaire de la criminalité financière», en Le Monde Diplomatique,
abril de 2000, pp. 4-8.
19
Sobre este tema, leer el informe detallado del International Crisis Group, Scramble for the
Congo: Anatomy of an Ugly War, ICG Africa Report no. 26, Nairobi/Bruselas, 20 diciem-
bre de 2000.

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Según Ngonzola, en la [República Democrática del Congo] RDC existen
numerosos grupos armados que se oponen al gobierno central. Solamente
el de Jean-Pierre Bemba posee una verdadera base local en la provincia
de Ecuador, su región de origen. El resto no goza de tanto arraigo.
Imitadores de las organizaciones de Ruanda y Uganda, las dos fracciones
de la Unión Congolesa para la Democracia (RCD),20 no poseen ninguna
autonomía ni tienen ningún alcance en el plano político. Es decir, que
sería una exageración hablar de guerra civil en el este del Congo, pues
está claro que los rebeldes de la RCD solo son simples marionetas. En
Angola, la asombrosa longevidad de la guerrilla de Jonas Savimbi de-
muestra plenamente que la duración de este tipo de conflicto depende
del arraigo del señor de la guerra a un feudo regional. Pero este enemigo
ha podido también apoderarse con habilidad del control de las minas de
diamante y estrechar relaciones con la criminal mafia financiera internacio-
nal. Durante la década de los noventa, en solo seis años la Unita obtuvo de

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


la venta de diamantes21 la colosal suma de 3,7 mil millones de dólares.
En Liberia y en Sierra Leona, la lucha por el poder enfrenta a grupos
cuyos dirigentes tienen por único objetivo el enriquecimiento privado a
través de la opresión de sus pueblos y de la sobreexplotación de los
recursos naturales, en especial del diamante. Uno de los señores de la
guerra de Liberia, Charles Taylor, ganó la guerra con el apoyo decisivo
de su homólogo sierraleonés Foday Sonko, pensando quizás que lo ne-
cesitaría en el poder para consolidar su hazaña. Las atrocidades y la
cínica explotación de la miseria en estas guerras fueron muy difundidas
por los medios de comunicación, que presentan a África como un con-
tinente en el que la diversidad étnica genera espontáneamente violencia
y conflictos armados.
Todas esas guerras ponen en evidencia las limitaciones del proyecto
de reconstrucción nacional tal y como fue concebido por los movimien-
tos de liberación. La democratización de estas sociedades no formaba
parte del proyecto. De hecho, el reto es construir Estados capaces de
organizar la resistencia ante el dúo globalización-fragmentación, con
ayuda del desarrollo sostenible22 y equitativo en la democracia.

20
RCD, según sus siglas en francés: Rassemblement Congolais pour la Démocratie. [N. de la E.].
21
Conflict Diamonds, Informe de Global Witness, Londres, junio de 2000.
22
Yenshu E.: Social movements and the search for alternatives strategies of democratic participation and
development in Cameroon. A research proposal, Seminario del FTM, Dakar, 9-12 de abril de 2001.
En Camerún, la catástrofe del lago Nyos, las erupciones del Monte Camerún y la deforestación

209

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3. Las trampas de la pequeña democracia

El África colonial estaba lejos de ser democrática y la poscolonial no lo


es tampoco, cualquiera que sea la acepción de ese calificativo. Ya los
pueblos africanos se habían sublevado para exigir el fin de los regíme-
nes monopartidistas mucho antes de que el G-7 estableciera la buena
administración como una condición para la gestión de la crisis de la deu-
da. En un período de tiempo muy corto, África dio la impresión de
haber entrado a la era de la democracia neoliberal.23
Contrario a una opinión muy extendida, sobre todo en Occidente, el
inicio del debate africano sobre la democracia y por consiguiente, sobre
la economía del desarrollo, precedió al derrumbe de la URSS e incluso a la
Perestroika; además, el Foro del Tercer Mundo fue pionero en ese campo
con la publicación en 1986 de los estudios de un grupo de trabajo creado
en 1983.24 En esa ocasión se elaboró el concepto de democracia de baja
intensidad,25 este concepto designa a un régimen político, generalmente
de la periferia, que respeta en esencia los derechos civiles y cívicos de
las personas, sin por eso convertirse en el motor de las transformacio-
nes sociales y económicas necesarias para su pervivencia. Se trata en
efecto, de regímenes con una base social conformada por las clases medias
organizadas en el modelo clientelista, y que obtienen la mayor parte de
sus ingresos mediante sus relaciones con el Estado. La estructura del
poder está muy jerarquizada: el jefe de Gobierno es el jefe de Estado. Él
dispone de un arbitrario y enorme margen de decisiones para la distri-

abusiva que existen actualmente hubieran debido incitar al Estado a crear estructuras para la
investigación y los debates sobre el desarrollo sostenible.
23
Para definir la democracia liberal A. Mafeje propuso un concepto por comparación que
retomamos aquí. «Para la definición moderna de democracia, la Revolución Francesa de 1789
constituyó un momento histórico irrecusable. Fue solo después que los tres conceptos de
democracia liberal, social y socialista aparecieron en el discurso teórico y político europeo. En el
plano teórico, todos los conceptos nacieron de la crítica de las formas ya existentes de gobier-
no y de distribución de las riquezas. Pero después de 1917 los tres han coexistido políticamen-
te imitando los puntos de referencia de Europa (y de América del Norte); en Europa occidental
de forma general, en Escandinavia de forma particular, y en Europa del Este». A. Mafeje:
«Théorie de la démocratie et discours africain: Cassons la croûte mes compagnons de voyage»,
en Processus de démocratisation en Afrique (Bajo la coordinación de Eshetu Chole), CODESRIA,
Dakar, 1995.
24
Peter Nyongo Anyang (coord.): La longue marche de la démocratie, L’Harmattan, París, 1988.
25
Samir Amin: L’Empire du chaos, L’Harmattan, París, 1991; «La mondialisation économique et
l’universalisme démocratique», en Alternatives Sud, vol. VI, 1993, pp. 171-221.

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bución de los presupuestos, precisamente porque no existe una verda-
dera separación de poderes.26
En nuestros debates nos hemos preguntado si estaban reunidas las con-
diciones para avanzar más allá de la pequeña democracia; en otras palabras,
si los nuevos regímenes podrían ser muy diferentes de los antiguos en cuan-
to a su base social y al empleo que dan a los fondos públicos.

Afectaciones clientelistas de los recursos públicos

En el pluripartidismo, la utilización de los recursos presupuestarios en


el marco del clientelismo continúa siendo la misma que bajo el régimen
monopartidista. En principio, la Constitución garantiza la separación
de las finanzas privadas y públicas, pero en realidad, los gastos públicos
alimentan las cajas del partido y enriquecen a la alta jefatura y a la bur-

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


guesía privada, compradora, cliente o proveedora del Estado, pero siem-
pre miembro del partido. Las empresas transnacionales e incluso otros
Estados extranjeros financian al partido que está en el poder. Los parti-
dos de la oposición, que estaban ausentes o clandestinos bajo el régi-
men monopartidista, pueden en lo adelante sumarse a esta política de
corrupción.
La introducción del régimen pluripartidista llega en el momento en el
que la ideología del mercado dominante a escala mundial le resta valor
al debate político. Ya no queda otra alternativa, y desaparece la necesi-
dad de tener verdaderos partidos políticos, como sucedió en Europa
occidental tras la Segunda Guerra Mundial, para beneficio del modelo
estadounidense.27 Se conoce que en ese modelo, los partidos políticos
no son más que clubes electorales, que la política apoya a la riqueza y
que, por consiguiente, el gran capital define la agenda de los dos partidos
en competencia. Esta concepción de la democracia excluye las prerro-
gativas del Estado a la universalización de la protección contra los riesgos
sociales, y se aferra a los principios del liberalismo del siglo XIX.
En África la situación es, evidentemente, por completo diferente. La
mayoría de los políticos aún no han acumulado una gran fortuna. Pudiese

26
Amady Dieng: «Situation politique, économique et sociale du Sénégal», en Dieng (coord.): Le
Sénégal à la veille du troisième millénaire, L’Harmattan, París, 2000, pp. 377-489.
27
B. Founou Tchuigoua : «L’hostilité de l’Occident (et du Japon) à la formation du potentiel écono-
mique de démocratisation au Sud: quoi de nouveau?», en Alternatives Sud, vol. I, no. 1, 1994.

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parecer lógico que la lucha por el acceso al poder pueda confundirse
con la lucha por el acceso a los recursos fiscales, sobre todo en los
contextos marcados por grandes desigualdades sociales y donde la clase
media aspira a un nivel de consumo que no está en relación con la situación
económica nacional. El jefe de Estado puede entonces utilizar sus recursos
para captar a la oposición y, de esta forma, instaurar un monopartidismo
de hecho. Así fue como en Gabón, el MORENA (Partido para la Recupe-
ración Nacional) —partido de ideología nacional y social fundado en
1964 por Oyono Aba’a, hombre de convicciones morales—, funcionó
en la clandestinidad hasta el surgimiento del pluripartidismo.28 A partir
de entonces, para ganar las elecciones, el partido en el poder no solo
pretendía la desintegración de la oposición (70 partidos en muy poco tiem-
po), sino que decidió distribuir la suma de 1 750 millones CFA,29 por enci-
ma de cualquier regulación constitucional, a razón de 25 millones por
partido. Así fue como la Conferencia Nacional, que la oposición preten-
día fuese soberana, se transformó en un simple foro: el partido que esta-
ba en el poder desde hacía al menos treinta años y su Secretario General,
ganaron las elecciones presidenciales. El desafecto hacia estos partidos
y la decepción de los partidarios de los verdaderos cambios se manifes-
taron a través de la hemorragia que se produjo en el seno de todos los
partidos de la oposición, incluyendo al MORENA. El financiamiento
más o menos indirecto al partido y a la coalición en el poder por parte de las
empresas transnacionales, del BM, del FMI y de la cooperación bilateral
continúa.30 Por semejante que parezca a una caricatura, el caso de Gabón
muestra la esencia del empleo de los fondos públicos en los regímenes
pluripartidistas. Y mientras tanto, la pobreza extrema de la mayor parte
de la población continúa en ese país, en el cual las rentas minera y pe-
trolera por habitante están entre las más elevadas del mundo.
Por tanto, los regímenes pluripartidistas son vulnerables e inestables;
basta con una crisis estructural de los ingresos fiscales y con una dismi-
nución del apoyo externo para que el sistema se vea amenazado por una
crisis política mayor.
28
Omar Bongo, presidente de Gabón desde 1967 hasta 2009, año de su muerte, había declarado
el unipartidismo y solo fue a inicios de la década de los noventa que el pluripartidismo fue
permitido, pero este fue amañado. [N. de la E.].
29
El franco CFA (Comunidad Financiera Africana) es la moneda que se utiliza en 14 países
africanos, en su mayoría antiguas colonias francesas. [N. de la E.].
30
Fidèle Pierre Nze-Nguema: Mouvements sociaux et politiques en Afrique centrale. Problématiques et
stratégies alternatives à la globalisation néo-libérale, Seminario del FTM, 9-12 de abril de 2001.

212

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La globalización económica produce nuevos problemas, reduce la
capacidad del Estado para obtener los recursos necesarios al imponerle
la separación de lo económico y lo político, para que participe en la
creación de un mercado autorregulador a escala global. Para esto se
ponen en práctica cuatro técnicas. La primera consiste en el estableci-
miento de un derecho para los negocios lo más independiente posible
del poder político, según los principios de la minimización de los costos
de las transacciones y la incitación a la competencia. La segunda con-
siste en asegurar la neutralidad del presupuesto al obligar al Estado a
equilibrar su presupuesto mediante la disminución de la presión fiscal y
de las cargas sociales. La tercera fija como único objetivo del Banco
Central el aseguramiento de la estabilidad de los precios, y el mandato
del Banco Central Europeo obedeció este principio de forma muy es-
tricta.31 La cuarta técnica consiste en adoptar o en imponer tratados y
acuerdos internacionales que limitan legalmente la soberanía de los

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


Estados. La fundación de la Organización Mundial del Comercio es en
la actualidad la piedra angular de esta técnica. El regionalismo europeo
aplica de forma sistemática esta técnica en sus relaciones dentro y fuera
de la comunidad.
Es evidente que si los africanos no participan activamente en las prin-
cipales tomas de decisiones de las orientaciones económicas, si los go-
biernos no pueden utilizar ninguno de los instrumentos que permitieron
a los países capitalistas convertirse en lo que son, el estancamiento eco-
nómico y la pobreza se profundizarán. En el mejor de los casos, los
países que posean una burguesía administrativa sólida y una renta sus-
tancial de origen geopolítico o minero, podrán tratar durante cierto tiempo
de practicar la democracia liberal, al servicio de un grupo dirigente nue-
vamente convertido en comerciante.
A modo de resumen, podemos decir que cualquier discurso que pro-
clame que los partidos políticos liberales están ganando fuerza en los
sistemas políticos africanos es engañoso.
31
En su funcionamiento el BCE [Banco Central Europeo] permitió la libertad de perseguir este
objetivo en total independencia con otras instituciones europeas y gobiernos nacionales…
«En la Unión económica y monetaria, los problemas de macroeconomía que afectaban la vida
de los ciudadanos y el destino de los gobiernos en la economía mixta entre 1930 y 1980,
actualmente están determinados por los tecnócratas políticamente independientes». «State,
Market and regulatory competition in European Union: lessons of integrating world economy
1998», en Andrew Muravsk (ed.): Centralisation or fragmentation. A council on foreign relation
books, Estados Unidos, p. 95 (traducción libre).

213

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La clase media y el movimiento social

Los movimientos sociales en la democracia de baja intensidad pueden


obtener un éxito más o menos duradero, pero siempre limitado. Y este es
mucho más limitado que en las democracias de los países industrializados.
Esto se debe a dos razones relacionadas con las características y la evo-
lución de la clase media.
I. La clase media no es una clase en expansión en África subsahariana,
pues depende fundamentalmente de la extensión del sector público y de
la evolución de los gastos presupuestarios. En los países donde la crisis
del crecimiento económico duplica la crisis de las finanzas públicas,
esta clase no solo disminuye relativamente, sino que puede llegar a desa-
parecer de forma absoluta. La parte que se encuentra en la oposición
política, sufre entonces una disminución de su capacidad para dirigir
una coalición antigubernamental en caso de verse afectada por esta
pauperización. La crisis de la clase media y su extraordinaria movilización
en Nigeria en la década de los ochenta, se explican en esencia por el impac-
to brutal de la disminución de los ingresos petroleros en su situación
material. Según cálculos del Banco Mundial, el PNB por habitante, expre-
sado en dólares americanos, descendió de forma dramática: 760 dólares
en 1985, 370 en 1987, 280 en 1988 y 230 en 1989. Las dos fracciones
de la pequeña burguesía acudieron entonces a las etnias, a la confesio-
nalidad o al regionalismo, una para conservar el poder, la otra para con-
quistarlo. Fue por esta razón que partiendo del único análisis crítico de
la actitud del Estado federal, Uroh predijo como solución a la crisis de la
democratización, el cuestionamiento del Proyecto Nigeria mediante la intro-
ducción del derecho a la autodeterminación de los grupos.
Al punto al que ha llegado el país, la única solución viable es una
constitución que garantice el derecho a la autodeterminación de
los diferentes grupos que existen en Nigeria. Lo que quiere decir
que es necesario volver a examinar el concepto de derecho, que
actualmente es libertario y por tanto, individualista y desintegrador,
para dar más importancia al colectivo por encima de los derechos
individuales, entre ellos los derechos políticos o de autodetermi-
nación, los derechos económicos o derechos al control de los re-
cursos por parte de los ciudadanos, en lugar de la producción (en el
sentido geográfico del término), y los derechos culturales.32
32
Uroh Chris Okechukwe: The irresponsible state and the restive society. Neoliberalism and social
movements in Nigeria, Seminario del FTM, Dakar, 9-12 de abril de 2001.
214

06 Bernard Founou-Tchuigoua.pmd 214 06/09/2010, 14:59


En esta lista no figuran los derechos humanos ni los derechos socia-
les, lo que demuestra que Uroh no se desprendió del todo de su perte-
nencia a la clase media que se oponía al sistema en el poder, pero que
no poseía un proyecto social alternativo, por no decir reformista.
Fue en ese contexto que estallaron las guerras civiles poscoloniales y
los nuevos golpes de Estado, en la llamada era de la transición democrá-
tica. Esto fue lo que sucedió en Sierra Leona y en Liberia, donde provo-
có guerras atroces. Por supuesto que existen conflictos internos que solo
encuentran explicación en el comportamiento de la clase media en la
crisis del desarrollo. Es el caso, por ejemplo, de Ruanda y Burundi. Allí,
las causas de los conflictos armados que desangran a estos dos países
son la herencia de la colonización. Antes de la colonización, la oposi-
ción entre hutus y tutsis era cuestión de clases o de castas, reforzadas
en mayor o menor medida por elementos morfológicos (pero, ¿acaso no

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


sucede lo mismo en todos los países, no son las clases dirigentes más
bellas en el imaginario, y a menudo en la realidad también, que las cla-
ses inferiores?). El drama de estos dos pueblos es que los colonizadores
alemanes, y luego los belgas y el imperialismo colectivo poscolonial,
opusieron a ambos grupos como naciones diferentes, y sin embargo los
dos reinos forman parte del reducido grupo de formaciones sociales
africanas que respondían a la definición europea de Estado nacional (la
misma cultura, el mismo Estado y el mismo destino histórico).
II. La fracción de la clase media que se encuentra en la oposición
política, garantiza necesariamente la dirección de las coaliciones que
forman los estudiantes, los trabajadores y los miembros de las profesio-
nes liberales, entre otros. En ocasiones puede movilizar también al sector
informal y al conjunto de los excluidos por la globalización, categoría
donde se encuentran los campesinos (cf. Operación de las ciudades muertas
en Camerún). Esta fracción no tiene ningún proyecto, ni siquiera el de
instaurar realmente, y mucho menos de consolidar, la pequeña demo-
cracia. Su principal ambición no es poseer el poder económico, pues
sabe que deberá plegarse a las órdenes del G-7, sino poseer el poder
político que ejercen los gabinetes ministeriales, los parlamentarios, los ma-
gistrados de alto rango, los oficiales superiores y los directores de los
grandes servicios públicos. Estatus que procura poder y riquezas. Pro-
bablemente en Nigeria nada ha provocado tanto el cuestionamiento de
la legitimidad y la continuidad del Proyecto Nigeria como las preguntas: ¿Quién

215

06 Bernard Founou-Tchuigoua.pmd 215 06/09/2010, 14:59


recibe qué del Estado? ¿Quién debe controlar los recursos?33 Uroh nos brinda
precisiones en por cientos sobre la repartición de los gastos federales,
pagados fundamentalmente por los ingresos provenientes del petróleo:
el Estado federal 48,5 %, los 36 Estados locales 20 % y los Estados
productores de petróleo 13 %. El potencial de redistribución del Estado es
muy importante, puesto que según la Constitución, es el propietario
de todos los recursos del subsuelo. El autor critica la centralización de
la propiedad y de los ingresos por parte del Estado central, y propone
que los recursos del subsuelo sean controlados por las comunidades, pues
ellas se preocupan más por la conservación del medio ambiente y por la
reproducción de estos recursos.
Si la carrera por el reparto de los recursos se convierte en el principal
reto del poder, solo estallarán las coaliciones en caso de victoria o de
derrota del contrario (Sopi en wolof). En efecto, irremediablemente, las
reivindicaciones de las clases populares, de los obreros, de los campesi-
nos, de los desempleados y del conjunto de excluidos, reclaman la de-
mocratización porque el poder ha dividido a la oposición. Se puede
citar el caso de las revueltas que terminaron en fracaso a causa de la
capacidad del grupo en el poder para dividir a la oposición. En la RDC
(antiguamente Zaire)34 y en Togo, esos compromisos provocaron el fra-
caso de las Conferencias Nacionales a inicios de los años noventa, en la
medida en que no terminaron por derrocar al régimen en el poder, sino
que solo lograron su transformación de régimen monopartidista a
pluripartidista. En Níger, la coalición dirigida por la clase media estalló
después de la Conferencia Nacional.

4. Sociedad civil y movimientos sociales

La sociedad civil

I. La definición de sociedad civil que predomina en África subsahariana


solo incluye a las asociaciones sin fines políticos ni religiosos, las aso-
ciaciones religiosas están excluidas precisamente porque persiguen ob-
33
Uroh Chris Okechukwe: The irresponsible state and the restive society. Neoliberalism and social
movements in Nigeria, Seminario del FTM, Dakar, 9-12 de abril de 2001, p. 1.
34
La República Democrática del Congo llevó el nombre de Zaire entre 1971 y 1997. [N. de la E.].

216

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jetivos ideológicos. La sociedad civil se encuentra ubicada en oposición
con el Estado, y por tanto este excluye las formas de expresión y de
organización mediante las cuales las clases populares luchan por la trans-
formación a su favor de las relaciones sociales de fuerza, al calificar
someramente a esas luchas de políticas, y al devaluar de forma sistemá-
tica el alcance y sentido de este calificativo. A fin de cuentas, esta defini-
ción reduce a la sociedad civil en cuestión a un conjunto de asociaciones,
por desgracia impotentes al renunciar a la transformación del mundo
simplemente para ajustarse a las exigencias de la reproducción del siste-
ma dominante. De hecho, las fuerzas del capital dominante solo acep-
tan a esta sociedad civil en la medida en que las condiciones de su
intervención la dejen impotente, y por tanto, manipulable.35
II. En este sentido, los actores principales serían precisamente las
Organizaciones No Gubernamentales [ONG], las cuales podemos agrupar
según su sector de actividad. Las primeras absorben aproximadamente

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


dos tercios de los medios de la vida asociativa y se dedican a actividades
que dependen del Estado en una democracia con tendencias sociales
(educación, salud, servicios sociales), algunas de las de actividades de
ese grupo necesitan una mayor asistencia, por no decir, caridad. Lo que
sucede es que, por lo general, los programas de esas asociaciones son
concebidos prácticamente para captar la atención de los donantes extranje-
ros, en los términos que definen los modos de lucha contra la pobreza.
El segundo grupo reúne a las ONG asociadas a proyectos de desarrollo
específico, ellas representan alrededor del 15 % de las asociaciones que
se encuentran en los países ACP. El tercer grupo reúne a las organiza-
ciones dedicadas a la defensa de los derechos, ya se trate de derechos de
los seres humanos en general, de derechos de los trabajadores en espe-
cífico o de derechos o reivindicaciones de la mujer. En esta categoría
encontramos algunos centros de estudios, de reflexión y debate, impor-
tantes en una coyuntura de miseria intelectual dominante y de restric-
ción de las libertades y de los recursos de las universidades. Las
actividades de esta categoría de ONG que orienta sus actividades hacia
el análisis del sistema neoliberal y de sus dificultades, en el Cuarto Mundo
poseen pocos recursos precisamente por esta razón. Por eso es que vamos a
enfocar nuestro análisis en los dos primeros grupos, que absorben
35
El análisis sobre el desarrollo de la sociedad civil ha sido tomado del artículo de Samir Amin:
«La société civile dans les pays ACP face à la mondialisation», Foro del Tercer Mundo, julio
de 2001.

217

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el 85 % de los recursos. La actividad de esas ONG puede frenar el
desarrollo de la autoorganización del campesinado, por ejemplo, y de los
actores subalternos del sector urbano informal, o sea, el 90 % de la
población. El discurso sobre la acción en la base continúa siendo solo
retórica. No debemos asombrarnos si los dirigentes se comportan como
clientes, ni tampoco si tienen actitudes nepotistas. Por tanto, la rebelión
es potencialmente posible.
La dependencia del apoyo externo de un gran número de estas orga-
nizaciones de la vida civil es un hecho. No se trata solo, ni siquiera
fundamentalmente, de una dependencia financiera, aunque esta es con-
siderable. Se trata, primero que todo, del total acuerdo con las estrate-
gias propuestas por las grandes instituciones exteriores, que se expresan
a través de múltiples y poderosos medios, expuestos en la globalización
neoliberal; por ejemplo: series de conferencias mundiales y de cumbres
—sobre sectores tan diversos como el desarrollo social, el medio am-
biente, los derechos humanos, los de la mujer, del pueblo, el racismo,
etc.— que sirven de amplificador para temas ideológicos y declaracio-
nes políticas (las políticas) elaboradas en el exterior, en los centros de
reflexión del capital dominante. Son soluciones que se presentan como
pociones mágicas (lucha contra la pobreza, liberalización del Estado,
desregulación de los mercados, etc.), pero que no tienen una eficacia
real frente a los problemas, los cuales se supone que deberían enfrentar.
Sin embargo, es necesario señalar que esta fuerza externa solo puede
actuar gracias a sus contactos internos, y por tanto, gracias al Estado, ya
que este se sumó a la globalización neoliberal.
Las ONG no constituyen por lo general modelos de una gestión com-
petente y transparente. Por esa parte, tienen más de un punto en común
con los gobiernos, de ahí su sumisión al principio de la autorización
previa, en vigor en los países africanos, lo cual facilita las trampas de la
administración (y en ocasiones las de la policía por medios brutales).36
Estas trampas pueden llegar, incluso, a volver prácticamente imposible
cualquier actividad que no esté de acuerdo con la línea de opciones del
Estado. En los países en los que el poder parece fuerte y estable, el
compromiso predomina y la mayoría de las ONG son en realidad lo que
en inglés se califica de Government sponsored NGOs.37
36
Ebousi Boulaga Fabien : La démocratie de transit au Cameroun, L’Harmattan, París, 1997.
37
ONG patrocinadas por el Gobierno. [N. de la T.].

218

06 Bernard Founou-Tchuigoua.pmd 218 06/09/2010, 14:59


III. La despolitización es una preocupación constante del gobierno
local y del Estado donante extranjero. Ellos desconfían de las ONG
cuya actividad principal consista en poner en evidencia las dificultades
del sistema neoliberal, y que ayudan al campesinado y al sector infor-
mal a auto organizarse o a incorporarse a las grandes alianzas que reúnen
a los sindicatos obreros. Una de las técnicas para neutralizar a esas ONG
es privarlas de los recursos para su funcionamiento, o crear otras ONG con
actividades reales, pero lo suficientemente ricas y cercanas de los pode-
res internos y externos como para no criticarlos. Otra técnica es
instrumentar la diversidad étnica y confesional para impedir las coali-
ciones horizontales. Algunos gobiernos propician incluso el fundamen-
talismo religioso y étnico.
En conclusión, el pleno desarrollo de la sociedad civil se enfrenta a la
agudización de la fractura social y al aumento de la pobreza —humana
y monetaria— en más del 50 % de la población, factores que favorecen

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


el desarrollo de la delincuencia estructural, la cual fomenta a su vez la
violencia y las rebeliones. La solución del problema exige que se reco-
nozca que la democratización es indisociable del progreso social. Un
incremento de la protección social basado en la igualdad de derechos al
acceso a la educación, la salud y subsidios de desempleo, exige, en con-
tradicción con la sumisión a las políticas pauperizantes de la globaliza-
ción actual, la rehabilitación del Estado y la creación de poderosas
asociaciones campesinas y urbanas aliadas a los partidos políticos de
izquierda. Si continúan imperando la política del beneficio y del merca-
do, el pluripartidismo y el derecho de asociarse conducirán, no al pro-
greso de las sociedades, sino, por desgracia, a la propagación progresiva
y duradera del caos en ciertas regiones del subcontinente.38

El problema de las organizaciones campesinas

Después del período colonial, los campesinos africanos están oprimi-


dos y sobreexplotados a la vez, la opresión explica la sobreexplotación.
Ellos resisten porque se adaptan, de una etapa a otra, a la globalización
económica y a los cambios de regímenes políticos. En los países capita-
listas industrializados, la rebelión terminó siendo controlada, entre otras
razones, gracias a la eficacia del aislamiento comercial. Esta solo es
38
Mbembé Achille: Du gouvernement privé indirect, CODESRIA, Dakar, 1999.

219

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verdaderamente despolitizante cuando está acompañada de la autoor-
ganización y de un progreso material periódico significativo. Sin embar-
go, en África subsahariana, el ajuste estructural no está acompañado
por ninguno de los dos; no entrega la tierra a los campesinos sin tierras
ni a los minilatifundistas; no conduce a un mejoramiento de los términos
del intercambio interno de productos agrícolas; el crédito para lograr
mejorías en la productividad del trabajo en la agricultura familiar no
aumenta. Las bases de la agricultura multifuncional a las que se aferran
los campesinos ya están obsoletas. Al mismo tiempo, la liberalización
política no es lo suficientemente real como para permitir el desarrollo
de movimientos campesinos con verdadera autonomía y capacidad, por
tanto, de ejercer una influencia sobre las políticas de precios, de crédi-
tos, de distribución de los ingresos y de la forma de explotación agrícola,
que tienen en cuenta la multiplicidad de funciones de la agricultura.39
Tras la primera etapa del ajuste estructural, la ineficacia de la técnica
del aislamiento comercial en el medio campesino conlleva, necesaria-
mente, al regreso de la acción visible del Estado y de las agencias de
cooperación internacional. En los países donde se respetan la libertad
de asociación y de expresión, como sucede cada vez más, la estrategia
principal consiste en captar a los dirigentes de los movimientos o en
crear organizaciones sin una base campesina verdadera. Se les aleja en-
tonces de los problemas reales de la agricultura y del campesinado, para
que participen en seminarios sobre los avances de las políticas agríco-
las, cuyos problemas no conocen en realidad. De esta forma, contribu-
yen a la neutralización de las organizaciones campesinas que exigen
reivindicaciones. «Las que pretenden llegar a las preocupaciones de base
son marginalizadas mediante un enfoque selectivo».40 «Por ejemplo, en
Burkina Faso, el programa de apoyo a la industria del algodón excluye a
las organizaciones campesinas que pretenden establecer una verdadera
estructura de discusión con la sociedad civil».41
39
Mjedo L. E. Mkandawiré: Peasant movements against poverty in Malawi: Achievements, constraints and
prospects, Seminario del FTM, Dakar, 9-12 de abril de 2001. El texto, que es uno de los mejores
sobre el problema de la cuestión campesina en Malawi, se ubica en una prospectiva más general.
40
B. Founou-Tchuigoua: Secteur informel ou secteur du travail précaire, Documento de comunica-
ción del FTM, no. 6, 1998, p. 32. «En el Cuarto Mundo, cuando aún no existían la industria-
lización ni la modernidad, el trabajador de la época anterior al neoliberalismo solo podía
escoger entre la inmigración, la producción de lo básico en el medio rural, u otras actividades
de baja productividad y con una remuneración ínfima en el medio urbano».
41
Ouedraogo Ousseyni: Bilan et perspective des mouvements paysans ouest africains depuis les programmes
d’ajustement structurel, Seminario del FTM, Dakar, 9-12 de abril de 2001, p. 9.

220

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En esas condiciones, podemos esperar que se desarrolle la violencia
y las rebeliones, las cuales pueden alcanzar dimensiones imprevisibles.

Movimientos feministas

La revelación de que las desigualdades entre los sexos son relaciones socia-
les establecidas y no exigencias biológicas, es, a nivel mundial, bastante
posterior a la Segunda Guerra Mundial. En África, la reflexión y la acción
en este sentido datan de la primera década de la mujer en las Naciones
Unidas (1975-1985). A partir de entonces, la cuestión principal gira alrede-
dor de la forma de garantizar la igualdad. El enfoque de la modernización
plantea que el desarrollo económico y social aplicado hasta ahora, ya no es
aceptado desde el punto de vista teórico. El que se impone hoy día es el
enfoque de género, defendido por la teoría de la globalización capitalista.
Este enfoque permite comprender que la desigualdad hombre-mujer, al

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


igual que la desigualdad Norte-Sur, no constituye simplemente una cues-
tión de atraso en términos de acceso a los recursos ni a la educación, sino
que también es una cuestión de dominación y de relaciones de poder.42
Según Kinsey, lo que se aprecia en realidad no es tanto la opresión sexual de
las mujeres como la magnitud que ha alcanzado, de ahí el carácter eminen-
temente político del feminismo. En África, las actividades de los movi-
mientos de las mujeres no obedecen esta teoría. Las organizaciones
femeninas son de naturaleza diversa, en dependencia de si provienen de un
medio intelectual, rural o de un medio popular urbano. Las asociaciones
creadas por las élites femeninas alcanzaron su apogeo a mitad de los años
setenta, y siguen cuatro líneas fundamentales.
La perspectiva femenina insiste en la movilización de las mujeres
para conquistar los mismos derechos que los hombres en todos los sec-
tores. En Senegal es donde ha alcanzado una mayor influencia a través
de la organización Yewwu Yewwi (expresión wolof que significa Para la
liberación de la mujer). Este movimiento posee en efecto un discurso comba-
tivo, pero no ha logrado obtener su autonomía frente a los partidos de
izquierda; sin embargo, desempeñó un papel importante en la toma de cons-
ciencia del problema de género en Senegal43 y en África Occidental. Logró
42
Fatou Sarr: Les stratégies d’auto insertion des femmes dans la mondialisation économique; succès,
difficultés, limites et perspectives, Seminario del FTM, 9-12 de abril de 2001, p. 4.
43
M. A. Gueye: Leçons de l’expérience du mouvement féminin au Sénégal, Seminario del FTM,
Dakar, 9-12 de abril de 2001, p. 10.

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que se reconociera y que se adoptara el 8 de marzo como Día de la
Mujer, y además frenar el movimiento fundamentalista que pretendía
cambiar el Código de la Familia.
En cuanto a la perspectiva profesional, podemos decir que aunque
los movimientos feministas son raros, las asociaciones de mujeres de
negocios han alcanzado un gran auge a partir de la Conferencia de Beijing
en 1994; están en la actualidad en funcionamiento verdaderas redes, prin-
cipalmente en África occidental y central. En ocasiones son transcontinen-
tales, ya que los vínculos familiares, religiosos o nacionales desempeñan un
papel fundamental. El comportamiento de esas mujeres, que inscriben to-
talmente su acción en el neoliberalismo que desconocen, no está sin embar-
go dominado por los valores de la competitividad. Por el contrario, establecen
a menudo lazos de solidaridad con las asociaciones de mujeres productoras,
en especial en medios rurales.
En la mayoría de las sociedades del África negra, los obstáculos que
enfrenta la igualdad de los sexos no están relacionados con una posi-
ción doctrinal, como la interpretación del Corán que exige la aplicación
de la Charia, por ejemplo, sino que es un problema del sistema político
y económico. Pensamos que esta situación encuentra su explicación en
dos factores principales: 1) en un medio urbano, las mujeres nunca han
sido confinadas exclusivamente a las tareas domésticas; 2) la diversidad
étnica facilita la instauración de Estados laicos y de derechos humanos
idénticos a los establecidos en la Carta de las Naciones Unidas.
La perspectiva social puede ser ilustrada a través de la actividad de
la Asociación de Juristas de los países francófonos quienes, formados a
mediados de los años setenta, se mostraron críticos con respecto a la orien-
tación de las primeras asociaciones feministas, que funcionaban como
clubes. La de Senegal tuvo una amplia participación en la toma de con-
ciencia de derechos positivos de las mujeres de ese país. A través de
emisiones radiofónicas, esta asociación dio a conocer el Código de la
Familia, el Código del Trabajo, los textos que establecían los factores de
la función pública y los textos sobre las imposiciones, que poseían artículos
que discriminaban a la mujer; también propuso al gobierno enmiendas
a esos textos para restablecer la igualdad entre los sexos. Fue en esta
misma perspectiva que surgió el WILDAF,44 que tomó la iniciativa de
44
Mujeres en la Ley y el Desarrollo en África, WILDAF por sus siglas en inglés: Women in Law and
Development in Africa. [N. de la E.].

222

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proponer enmiendas a la Carta Africana de los Derechos Humanos y de
los Pueblos,45 en la que la dimensión de género no aparece.
En cuanto a la perspectiva de la lucha por el reparto del poder políti-
co, las mujeres africanas son cada vez más activas en la lucha por el
acceso al poder, en un contexto en el que el hombre controla totalmen-
te las estructuras que lo rigen. Escribe Nguema:
En la mayoría de nuestros Estados, las mujeres ministras, encargadas
de los problemas de las mujeres, solo son damas de compañía de las
esposas de los jefes de Estado. Es por eso que las asociaciones
senegalesas, que alcanzaban la cifra de 185 en 1996 en la Federa-
ción Femenina Senegalesa, nunca interrogaron ni cuestionaron las
políticas elaboradas para las mujeres, sino que insertaron su acción
en el marco de las políticas y estructuras que ya existían. Ellas
están ideológicamente muy cerca del poder y le sirven de portavoz

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


ante las masas femeninas. Para poder cambiar este estado de cosas,
sería necesario adaptar a la organización parlamentaria y partidaria
a una función paterna, y garantizar una mejor distribución del po-
der doméstico.46
Quizás sea cierto, pero es necesario señalar que la lucha por el poder
en este sentido no es interesante para las mujeres de las clases populares
víctimas de la crisis, solo lo sería si su finalidad fuese eliminar la pobreza y
extender la participación democrática a toda la sociedad. Por tanto, para
que sea eficaz, la lucha por la igualdad de los sexos debe ser antineoliberal
y, según Fatou Sarr, debe estar dirigida por las mujeres mismas.

Movimientos de estudiantes y de universitarios

I. La institución universitaria es muy joven en África subsahariana. En


su mayor parte fue creada después de la independencia. Es por ello que
solo a través de las universidades metropolitanas las asociaciones de
estudiantes pudieron ejercer una influencia significativa en la articula-
ción del discurso independentista radical. Incluso algunos ya gradua-
dos, como Nkrumah, Cabral u Osendé Afana, se convirtieron en los
45
Coulibaly Mariame: Le point du débat sur l’introduction des droits de la femme dans la Charte africaine
des doits de l’homme et peuples, Seminario del FTM, Dakar, 9-12 de abril de 2001.
46
Fidèle Pierre Nze-Nguema: Ob. cit., p. 38.

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dirigentes de la corriente soberana nacional. La mayoría de los dirigentes de
esta corriente no eran universitarios, solo habían sido alfabetizados o
eran autodidactas capaces de convertirse en intelectuales orgánicos,
según los principios de Gramsci. La formulación de las reivindicaciones
por categorías estaba por lo general situada en el marco de un proyecto
social.47 Esta tendencia continuó durante la primera década posterior a
las independencias, al mismo tiempo que surgían universidades en África y
que el número de estudiantes y de profesores aumentaba rápidamente.
Los movimientos eran antineocolonialistas. Es cierto que en aquella
época la asistencia técnica extranjera era aún demasiado frecuente; la
simpatía por la lucha del pueblo vietnamita se manifestaba prácticamente
en todas las universidades. Este contexto explica la gran participación
de algunas universidades africanas en el gran movimiento estudiantil que
tuvo lugar en todo el mundo a finales de los años sesenta.
En algunos países como Nigeria, la oposición de los estudiantes uni-
versitarios al proyecto neoliberal se hizo evidente de forma muy fuerte
durante la crisis de los ingresos petroleros.48 Pero, por lo general, las
universidades africanas se convirtieron en lugares de reivindicaciones
más bien corporativas. A menudo se plantea que el nivel de formación,
la calidad y el volumen de las investigaciones han disminuido, que el
sistema ha sufrido una transición hacia la informalización, entre otras
causas. Hay que admitir que el material pedagógico escasea mucho, y
que los estudiantes y los investigadores brillantes emigran de forma
definitiva o temporal hacia los Estados Unidos y Europa.
II. ¿Es capaz la universidad de superar su crisis con una alternativa
diferente a la del proyecto social? Las evaluaciones realizadas desde el
punto de vista micro económico neoclásico permiten responder de for-
ma afirmativa a esta pregunta. Estas nuevas alternativas basan sus po-
líticas de privatización de la enseñanza superior, que pretenden que
haya que pagar en lo adelante, en el modelo estadounidense, que es
presentado aquí como el mejor del mundo. Se pretende que los estu-
diantes universitarios de las ciencias sociales demuestren que dominan
el posmodernismo y que estén conscientes de que no pueden pretender
ser los intérpretes de las aspiraciones colectivas. Ellos deberían aceptar
47
Amadi Dieng: Fiche sur le mouvement étudiant africain et le panafricanisme, Seminario del FTM,
Dakar, 9-12 de abril de 2001.
48
Fadahunsi Akin y Tunde Baba Wale (eds.): Nigeria Beyond Structural Adjustment, Friedrich
Ebert Foundation, Lagos, 1996.

224

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que la desintegración de las sociedades representa el progreso y es un
proceso natural, incluso si sus efectos son nefastos.
Aceptar el posmodernismo y por tanto, defender el neoliberalismo,
no es una opción que en África pueda ser adoptada. El aporte de las
ciencias humanas y sociales es fundamental para la elaboración de una
alternativa progresista a la crisis africana. Este aporte será mucho más
decisivo si las asociaciones estudiantiles, los investigadores y los profe-
sores organizan un foro para debatir entre ellos y con los movimientos
sociales, los partidos políticos e incluso con segmentos del Estado que
aporten soluciones positivas, sobre los cambios que se necesitan en las
universidades y en el país en general.

El movimiento sindical

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


En África subsahariana, el movimiento sindical como organización para
la defensa de los intereses de los trabajadores asalariados dependientes
del Estado o del sector privado, es en su mayoría posterior a la Segunda
Guerra Mundial. Recibió la influencia de las concepciones socialdemó-
cratas que predominaban en la época en Inglaterra y Francia, y de allí
tomaban prestados los objetivos y los métodos organizativos.49 En esos
países, el sindicalismo perseguía dos objetivos: reforzar la posición de
los trabajadores en las negociaciones con la patronal, en aspectos como
el salario y las condiciones de trabajo; y también eliminar los riesgos de
abandono en caso de accidente de trabajo, enfermedad, desempleo o
vejez. Sin embargo, los sindicatos africanos nunca pudieron alcanzar
esos objetivos, ni siquiera antes de la globalización neoliberal. Es nece-
sario preguntarse cuáles fueron los factores que determinaron este fra-
caso antes de presentar algunas propuestas.

49
Andreas November: L’évolution du mouvement syndical en Afrique occidentale, tesis presentada en
la Universidad de Ginebra para obtener el grado de doctor en Ciencias Políticas, 1965. «La
contribución del Congreso de los sindicatos (Trade Union Congress, TUC) británicos al de-
sarrollo del sindicalismo en las colonias parece, a primera vista, limitado. Cuando se examinan
los aportes del TUC, se demuestra, sin embargo, que la influencia del sindicalismo inglés es
mayor de lo que parece», p. 21.
Jean Bernard Ouedraogo: Formation de la classe ouvrière en Afrique noire. L’exemple du Burkina
Faso, Khartala, París, 1989, p. 185. «Los trabajadores de las empresas públicas y privadas solo
representan el 0,7 % de la población total y el 8-9% de la población activa», p. 186.

225

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Causas del fracaso

La base social del movimiento sindical siempre fue muy pequeña, de


hecho, solo representa el 10 % de la población activa, y solo incluye a
los trabajadores que reciben un salario estable y una protección social,
aunque sea insuficiente. A causa de la crisis precoz de las tentativas de
industrialización poscoloniales, la clase obrera nunca ha constituido una
masa crítica necesaria que desempeñe un papel fundamental en los sindica-
tos y no ha adquirido una conciencia de clase.50 Estos movimientos
sindicalistas no incluyen a los asalariados del sector informal, lo cual
constituye un problema en los países en los que, según las estadísticas
disponibles, el porcentaje de los empleos fuera de la agricultura sobrepasa
por lo general el 50 %.51
Las relaciones de los sindicatos con los gobiernos sucesivos no han
favorecido su concentración en la defensa de los intereses del conjunto
de trabajadores. Durante la colonización, la principal reivindicación te-
nía por objetivos lograr la igualdad en la jerarquía del poder (un coloni-
zado nunca podría estar por encima de un colono) y en los salarios (en
un puesto que requería las mismas habilidades y el mismo nivel de res-
ponsabilidades, el colono recibía un salario superior al del coloniza-
do).52 Para lograr la satisfacción de estas reivindicaciones era necesario
sumarse a la lucha por la independencia. Por eso se explica que un gran
número de líderes de movimientos de liberación nacional haya dirigido
primero sus sindicatos.
Tras la independencia, el movimiento sindical fue domesticado. Según
las informaciones, cada Estado creó su sindicato oficial,53 pero como esta-
ban vinculados al poder, sus dirigentes frenaban las reivindicaciones de
50
Agier M., Copans J. y Moria. A.: Classes ouvrières d’Afrique noire, Khartala, París, 1987. «He
aquí una de las mayores contradicciones del capital en este continente: aunque los salarios sean
buenos o malos, él separa a los trabajadores del proletariado, y refuerza al mismo tiempo las
estructuras tradicionales en las que opera el sector no salarial».
51
El 80 % en Benín en 1992, 79 % en Ghana en 1997, 77 % en Senegal en 1992, 72 % en
Gambia en 1993, y 56 % en Tanzania (67 % en Dar es-Salaam) en 1995. Estas cifras no
incluyen el trabajo doméstico realizado por el 100 % de las mujeres. Según Dan Gallin: Droits
sociaux et secteur informel, 1999. Sitio en internet del Global Labour Institute.
52
Patrice Lumumba: Le Congo, terre d’avenir est-il menacé, Oficina de publicidad, Bruselas, 1961, p. 30.
53
Babacar Buuba Diop: «Les syndicats, l’Etat et les partis politiques au Sénégal», en Momar
Diop: Trajectoires d’un Etat, L’Harmatttan, París, 1992. «Después de 1947, el fenómeno de las
alianzas entre los sindicatos y los partidos políticos se acentuó. El acercamiento entre los
políticos del Bloque Demócratico senegalés y los sindicalistas de la CGT [Confederación
General del Trabajo] aumentó», p. 481.

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la base. En Senegal, donde el sistema adquirió una forma perfecta entre
1970 y 2000, la Confederación Nacional de Trabajadores Senegaleses
(CNTS) funcionó como una sección del Partido Socialista (PS), que poseía
sus cuotas de ministros y parlamentarios. Esa era la fórmula del sindica-
lismo de participación responsable, cuya paternidad se atribuye al anti-
guo ministro Magatte Lô.54
Con la globalización neoliberal económica y política, la gestión de la
crisis de la deuda provocó, como ya se sabe, una política antisocial y
antisindicalista abierta en el transcurso de los años ochenta. Paralelamente,
se le dio la tarea a ciertas ONG —aunque no existe ninguna que posea un
medio obrero en el sentido más estricto de la palabra— de desmovilizar a
los trabajadores. La liberalización del mercado del trabajo, el abandono
por hechos o por derechos del [Salario Mínimo Interprofesional Garan-
tizado] SMIG, los despidos en masa por parte tanto de las empresas del
sector estatal como del privado, provocaron fuertes desacuerdos entre

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


la dirección y la base de trabajadores. A pesar de todo, estallaron violen-
tas huelgas.

Condiciones para el desarrollo sindical

Los vientos de la democratización política y la instauración del pluralis-


mo sindical, permitieron abrir serios debates sobre el desarrollo del sin-
dicalismo en África. Aquí nos limitaremos a enunciar algunos temas
que podrían ser abordados.
• El papel del sindicato en la discusión sobre la transformación de
los derechos sociales en derechos humanos, al mismo nivel que los
derechos cívicos y civiles:55 ¿Es tarea del Estado garantizar la se-
guridad y la prevención de todos los miembros de la sociedad, con-
cediéndole la prioridad al derecho a la educación, al empleo y a la

Momar Diop: Le syndicalisme étudiant, pluralisme et revendications in Trajectoires d’un Etat?,


CODESRIA, Dakar, 1992. «Los estudiantes desempeñaron un papel importante en la cons-
trucción del proyecto antihegemónico de la izquierda. Aunque cuestionaban sin cesar el
liderazgo de la clase dirigente, no fueron capturados por el Estado», p. 476.
54
Magatte Lô: Syndicalisme et participation responsable, L’Harmattan, París, 1987. «Aunque Senegal
ha mantenido el principio del pluralismo sindical, el estado de subdesarrollo en el que vivimos,
ha convertido en un deber del partido dominante y del gobierno el lograr que ese pluralismo
sindical no se transforme en anarquía sindical».
55
PNUD: Informe Mundial sobre desarrollo humano, 2000. Introducción.

227

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salud, factores esenciales en la lucha contra las desigualdades so-
ciales y la pobreza?56
• La ampliación de la base social de los sindicatos: Para ser eficiente,
¿acaso el sindicalismo africano no debería basarse en un concepto
del proletariado más amplio, capaz de incluir a todos los trabajado-
res considerados pobres porque su desarrollo humano, según el
concepto del PNUD, es limitado, o a aquellos que son susceptibles
de volver a caer en la pobreza? De hecho, en su mayoría pertene-
cen al llamado sector informal.
• Las relaciones entre los sindicatos y el Estado: El sindicalismo
africano se inspiró en el modelo europeo en sus variantes francesa
y británica, en las cuales predominan la concertación social dirigi-
da por el Estado y las manifestaciones reivindicativas. Estos mo-
delos son muy diferentes del estadounidense, que se caracteriza
por una gran desconfianza en el Estado —excepto en las relacio-
nes internacionales— y por una concepción de la sociedad civil en
la que las asociaciones practican el lobby. El modelo estadouniden-
se parece ganar terreno. ¿Cómo sería un modelo de Estado-sindi-
cato adaptado a las condiciones africanas?
• La transparencia de la gestión financiera y la democracia interna.
En este sentido, el Código Ético que acaban de adoptar las ONG
miembros del CONGAD57 (Consejo de las ONG para la ayuda al
desarrollo en Senegal) puede servir de punto de partida.
• El sindicato debe estar presente en la reflexión sobre la globaliza-
ción y en particular, sobre los desafíos de la cláusula social de la
OMC, incluso si la institución que citan de referencia es el [Buró
Internacional del Trabajo] BIT.

5. Alternativas: África en una encrucijada

La dominación neoliberal basada en el capitalismo tecno-científico


e imperialista, sirve a las potencias y apoya la exclusión de los pueblos
africanos de los beneficios del desarrollo económico mundial. Esta po-
lítica refuerza una liberalización del Estado, que puede conducir de
56
François Bourguignon: Problèmes économiques, no. 2 684, 18 de octubre de 2000.
57
Babacar Diop: Les ONG sont-elles une alternative pour le développement, Seminario del FTM,
Dakar, 9-12 de abril de 2001.

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forma progresiva o brutal, a la decadencia de este, lo que privaría a los
pueblos del instrumento esencial necesario para las transformaciones
sociales y económicas positivas. Solo se logrará revertir verdaderamente
esas tendencias nefastas, el día en que el socialismo post soviético, que
reunía muchos elementos positivos de la socialdemocracia de Europa
y Japón, pase a ocupar un lugar preponderante a escala mundial. ¿Es
acaso esto una utopía? Quizás, pero necesitamos creer en esa utopía.
Necesitamos creer en un sistema social en el que la libertad y la razón
podrán convivir con un nivel mínimo de desigualdades; un sistema en el
que la competencia entre los individuos, comunidades y naciones no
será el valor supremo. La humanidad necesita de movimientos fuertes
que luchen por la libertad, la igualdad y la fraternidad, pues si se le da
rienda suelta a la lógica del capital, esta nos conducirá a una sociedad
en la que el concepto de ser humano habrá perdido todo sentido.
En medio de las luchas, se producirán conjunciones entre los analistas

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual


y los movimientos inmersos en la acción. Quizás sea necesario privile-
giar a los movimientos que presentan un enfoque horizontal, por ejem-
plo, los sindicatos, los movimientos campesinos, feministas, ecologistas,
y luchar contra el desarrollo de las fuerzas centrífugas y sobe todo, contra
la tendencia a la agrupación por etnias. Mantener la perspectiva pana-
fricana de creación de una federación de grandes subregiones multiétni-
cas es una condición indispensable para la supervivencia, desde el
momento en que se toman en cuenta las dimensiones geopolíticas y
geoeconómicas. Los intelectuales progresistas deben desempeñar un
papel fundamental, que consiste en instruir a la crítica contra cualquier
aproximación al concepto de verdad. Ellos deben sentir el deseo de
formar parte de la historia, para explicar las causas de las desigualdades
sociales, sexuales y generacionales, entre otras. El intelectual que desea
que los pobres y los explotados refuercen su poder, se opone al intelec-
tual conservador o reaccionario, partidario del inmovilismo, del que pre-
tende obtener beneficios materiales o en especies.
La globalización neoliberal debe ser considerada como un proyecto so-
cial, en el que el mantenimiento de las desigualdades internas y la polariza-
ción Norte-Sur son simples componentes y no efectos negativos. Como
proyecto puede fracasar porque posee debilidades internas, debidas al libe-
ralismo y a la liberalización financiera, que pueden provocar un verdadero
derrumbe si todo comienza por los Estados Unidos, y además porque la
movilización en contra del sistema, que aún no posee una alternativa bien

229

06 Bernard Founou-Tchuigoua.pmd 229 06/09/2010, 14:59


elaborada, pudiera ganar en madurez en el plano de los análisis teóricos y en
el dominio de las técnicas de organización y de comunicación, y podría
obtener victorias que pudieran incrementarse.
Las reivindicaciones y las propuestas inmediatas de los movimientos
sociales y de los intelectuales orgánicos, pudieran organizarse alrededor
de ocho aspectos:
• La economía debe satisfacer primero las necesidades de las mayo-
rías, tanto en África como en el resto del mundo.
• Las desigualdades internas y externas deben ser mínimas. A escala
mundial, eso se traduce en poner fin de forma progresiva al de-
sarrollo desigual.58
• La igualdad entre los sexos debe ser reafirmada, sin que la emanci-
pación de la mujer en el marco del capitalismo neoliberal sea con-
siderada como la bandera en nombre de la cual el imperialismo
puede sembrar el terror o la muerte en el Tercer Mundo.
• La democratización de las sociedades y el respeto de los derechos
de la persona humana deben permitir que se creen condiciones para
los debates, los cuales tienen como objetivo hacer que disminuya el
aislamiento comercial y el fanatismo comunitario (religioso y étnico).
• La oposición a una globalización en la que África no tendría lugar
en la toma de decisiones que comprometen el futuro de la humani-
dad en los sectores ecológico, biotecnológico, etc., debe tener como
contraparte un panafricanismo conceptual, militante y político.
• Se impone un análisis sin complacencias de las relaciones internas.
En el continente existen fuerzas sociales y Estados que luchan por
el neoliberalismo. Los movimientos sociales partidarios de las uto-
pías posliberales y poscapitalistas nunca deben olvidar esto.
• Es necesario evolucionar, pasar de la lucha para obtener la anula-
ción de la deuda, y de las manifestaciones en contra de las reuniones
del G-7 y de otras instituciones multinacionales que él controla,
hacia otros objetivos: luchar contra la existencia de las empresas
transnacionales como organizaciones que contribuyen a debilitar,
liberalizar y, en ocasiones, a privar a las sociedades de un Estado;
58
Alioune Sall: Lutte contre la pauvreté dans l’ajustement structurel ou développement non générateur de
pauvreté et d’inégalités grandissantes?, Seminario del FTM, Dakar, 9-12 de abril de 2001.

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iniciar acciones contra las políticas de la Unión Europea y Japón,
entre otras.
• Nunca renunciar al panafricanismo ni en el pensamiento ni en la
acción, y en ese sentido, proceder a un análisis crítico de las inicia-
tivas de la Unión Africana y de la Nueva Cooperación para África.
Porque es nuestro deber concebirla y luchar por su construcción; nunca
llegaremos a obtener una ciudad radiante sin un plan de urbanización, y debe-
mos armarnos de principios, entre los que se encuentra el de la erradicación
del apartheid urbano de hecho. Lo más importante es estar conscientes de
que las diferencias de opinión son ontológicas y que los avances solo son
posibles en contradicción con los elementos de una alternativa determina-
da. Es otra manera de decir que es necesario luchar contra las injusticias, la
opresión, la dominación y el cientificismo, que nos someten a la lógica de
las ganancias y de la competencia capitalista.

BERNARD FOUNOU-TCHUIGOUA / África subsahariana: inventario de la situación actual

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RUTH No. 6/2010, pp. 232-254

HEIN MARAIS*

Romper el molde.
El carácter de la integración regional
en el sur de África**

Este artículo asume como punto de partida la proposición de que, en el


actual sistema mundial, la mayoría de los países son incapaces de rever-
tir las tendencias de desigualdades y carencias crecientes precisamente
tras los perímetros del Estado-nación. Esta noción no es nueva. A los
países en desarrollo usualmente se les recomienda como su único recurso el
ajuste a los imperativos del libre mercado. Recompensar su obediencia,
se afirma, presupone una mayor competitividad económica y una ma-
yor proporción de la recompensa. También está de moda la opinión de
que la ruta más atractiva para cosechar algunos de los premios es la
formación de bloques regionales de comercio que unen las economías
estructuralmente ajustadas. En el sur de África se postula una regiona-
lización más profunda como la clave que puede liberar el latente poten-
cial de la región para el crecimiento y la prosperidad. Cabe destacar que
es un punto de vista sostenido no solo por los conversos al libre merca-
do, sino también por sus adversarios (que van desde promulgadores del
desarrollismo de la era de Bandung hasta reconstructores poskeynesia-
nos). El presente texto interroga las demandas para examinar el carácter
de desarrollo de la integración en el sur de África.

*
(Johannesburgo, 1962) Escritor y periodista sudafricano. Trabaja temas de políticas económi-
cas, sociales y de la vida política en general. Es autor de South Africa, limits to change (1998) y
To the Edges (2000), así como de numerosos ensayos y artículos.
**
Traducido del inglés por Oscar Ochoa González.

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¿Convergencia 1 a través de la regionalización?

Para los países en vías de desarrollo tales proyectos parecen ser una vía
atractiva de eludir el estancamiento y la marginación, y de fortalecer sus
posiciones de negociación frente a los países industrializados.
El lugar de un país o una región en el sistema mundial —y los térmi-
nos en los cuáles está vinculado o integrado en el sistema— conforma
decisivamente su camino al desarrollo. Eso, a su vez, conforma su habi-
lidad para ir al encuentro de los derechos socioeconómicos de sus ciu-
dadanos. Confrontar este enigma es fundamental para la mayoría de los
países del mundo: ¿En qué medida, y en qué condiciones, se cumplen
los ajustes prescritos asociados con la globalización neoliberal para que
pueda modificar su ubicación en el sistema mundial?
Prevalece el sueño de la «convergencia», de escapar del estatus periférico

HEIN MARAIS /Romper el molde. El carácter de la integración regional en el sur de África


en el sistema mundial a través de un nuevo o revitalizado proceso de indus-
trialización. Típicamente, es tomado para demandar conformidad total
con las «racionalidades» económicas que se dice que regulan el sistema
económico global. Sin embargo, ese sistema no se caracteriza por un
círculo cada vez mayor de «ganadores», sino por la aplicación de «una
nueva jerarquía en la distribución de los ingresos» y una mayor, no me-
nor, desigualdad a escala mundial.2 Cualquier intento de «recuperación» a
través del proyecto de regionalización tiene que hacer frente a esta realidad.
La idea de la «convergencia», por supuesto, no es nueva. En la era
posterior a 1945, los Estados descolonizados, sin excepción, concen-
traron sus esfuerzos en tal proyecto. En América Latina, África y el
Oriente Medio, esto ocurrió en gran medida por la vía de la industriali-
zación intrínseca, detrás de barreras proteccionistas, a menudo con el
apoyo material de una de las dos antiguas súper potencias y, sin excep-
ción, impulsado por los muy activos «Estados desarrollados».
¿Cuáles son las perspectivas para los países en desarrollo que preten-
den «recuperarse», en el actual orden económico y geopolítico, median-
te el ajuste de sí mismos en el marco vigente de la economía de libre
mercado? La respuesta de Amin es, a la vez, convincente y aleccionadora.
Según Amin, el sistema mundial, esencialmente sesgado, se caracteriza

1
Convergencia o Catchin up del inglés original. [N. del T.].
2
Samir Amin: Regionalization in the Third World-In response to the challenge of polarizing globalization,
(con especial referencia a África y al mundo árabe), p. 14.

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por un conjunto de monopolios, ejercido por uno o más de lo que po-
dríamos llamar los «centros» —los Estados Unidos, Europa occidental
y Japón—.3 Esas áreas de dominación incluyen:
• El desarrollo e implementación de armas de destrucción masiva;
• dominio en (como opuesto al control de) los mercados financieros
internacionales;
• acceso monopolizado a los recursos naturales mundiales;
• dominio de instituciones supranacionales ocupadas en administrar
o modular la operación del mercado a nivel global;
• predominio en el campo de la comunicación y sus medios, y en la
producción cultural e ideológica,
• el desarrollo e implementación de nuevas tecnologías (de ahí el
fuerte énfasis en la protección de las patentes y la defensa de los
«derechos de propiedad intelectual» en la OMC).
En opinión de Amin, en la actualidad el eje del sistema mundial está
constituido por esos países «que controlan el sistema industrial global a
través de su control del sistema financiero y los sistemas de comunica-
ción, su dominio en las tomas de decisiones en el uso de los recursos a
nivel mundial, y sus monopolios de la tecnología y las armas de des-
trucción masiva».4
Claramente, la noción de catching up pierde su maniobrabilidad en un
sistema organizado de tal manera. El rasgo de la industrialización exitosa
ya no implica más el acceso al centro, el cual no solo está definido por niveles
de desarrollo y competitividad, sino también por la preeminencia en las zonas
descritas.
Los países recientemente industrializados de Asia (y América Lati-
na), lo que puede ser llamado como el «tercer mundo» de hoy, están
integrados con relativa comodidad en el sistema mundial. Varios de ellos
son capaces de desafiar de vez en cuando a algunos de los monopolios
conformados por los países del centro, pero en el corto y mediano plazo
ninguno es capaz de arrogarse esos monopolios.
El resto del planeta conforma el «cuarto mundo», marginado en gra-
dos desde moderado hasta extremo y débilmente integrados (si lo están)
en el sistema mundial. Incluye países:
3
S. Amin : Ob. cit. ; y H. Marais: South Africa: Limits to Change. The political-economy of transition.
4
S. Amin en H. Marais: Ob. cit., p. XI.

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• Que están parcialmente industrializados, pero se mantienen incom-
petentes y requieren una reestructuración radical para revertir el
estado de cosas (por ejemplo, Sudáfrica, los países árabes indus-
trializados como Argelia y Egipto, así como algunos países de la
Europa del Este);
• que aún son esencialmente pre-industriales, pero han alcanzado
prosperidad comparativa en sus bases agrícolas, mineras o en la
exportación de petróleo (por ejemplo, los Estados del Golfo, Gabón,
Costa de Marfil);
• que son incapaces de promover exitosamente ni siquiera la expor-
tación de artículos tradicionales y como resultado naufragan (la
mayor parte del África subsahariana).5
En la mayoría de estos países persiste la opinión de que la burguesía
nacional se erige en el centro de una estrategia de desarrollo exitosa. En

HEIN MARAIS / Romper el molde. El carácter de la integración regional en el sur de África


Sudáfrica, la visión de desarrollo de la ANC está profundamente media-
da por este enfoque, el cual Amin ha resumido como sigue:6
1. Una determinación para desarrollar las fuerzas productivas y di-
versificar la producción (notable para la industrialización);
2. una determinación para asegurar que el Estado nacional guíe y
controle el proceso;
3. la creencia de que los modelos «técnicos» son neutrales y pueden
ser reproducidos simplemente;
4. la creencia de que este proceso no involucra la iniciativa popular
como punto de partida, sino solo como soporte popular para las
acciones del Estado;
5. la creencia de que este proceso no está fundamentalmente en con-
tradicción con la participación en la división internacional del tra-
bajo, aunque comprenda conflictos temporales con los países
capitalistas desarrollados.
No se puede discutir más que los enfoques de este tipo, los cuales, en
su mayoría, han fracasado en el mundo en desarrollo. El debate en la
actualidad es si el «proyecto burgués nacional» puede ser modificado y
seguido dentro del cambiante orden económico mundial, o si pertenece

5
Ibídem, pp. X-XI.
6
S. Amin, Arrighi y Wallerstein: Transforming the Revolution: Social movements and the world system,
p. 113.

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a una época que ha terminado. Nosotros consideramos que se trata de
lo último. La división mundial del trabajo ha tendido a relegar la renom-
brada «burguesía patriótica» en el mundo en desarrollo «para llevar a cabo
su desarrollo en la subordinación “compradorizadora” que la expansión del
capitalismo transnacional le impone».7 Más que servir como vehículo
para lograr una mayor independencia en el desarrollo, la burguesía nacional
era más probable que operase en un rol estructuralmente de sumisión
y de apoyo al capital internacional.8 El auge de China, la industrializa-
ción de la India e incluso la expansión transnacional de algunas corporacio-
nes sudafricanas, no obstante, plantea preguntas sobre si la subordinación
sigue siendo tan clara como parecía en el pasado.
Sin embargo, en contra de este contexto general, está el examen pen-
diente tanto de los conceptos como de las realidades de la regionaliza-
ción, pues las diferentes concepciones sobre la regionalización todavía
comparten la esperanza de que en la coordinación a nivel regional esté
el camino más promisorio para los países no industrializados y semi-
industrializados para «recuperarse».
Un punto obvio, pero a menudo olvidado, que necesita ser subrayado
en primer lugar: la popularidad de la regionalización es relativamente
nueva. Los modelos económicos implementados tanto por los países
industrializados como por los países no alineados del Sur por lo general
eran, hasta la década de los ochenta, nacionales. Por otra parte, los ajus-
tes coordinados a nivel regional resultaron atrayentes primero en la
Europa occidental y Norteamérica (la CEE y el NAFTA), y estaban
enfocados primariamente a cambiar el balance de fuerzas entre los cen-
tros del mundo industrializado. El mismo objetivo continúa sostenien-
do las concepciones dominantes sobre la regionalización en los años
noventa, la cual Amin ha llamado «neo-imperialista»,9 conectando dife-
rentes partes del Sur con sus socios preferenciales del Norte —África
detrás de Europa, América Latina detrás de los Estados Unidos, el su-
deste asiático detrás de Japón—.
Visto a nivel de sistema mundial, la principal función de los bloques
regionales estructurados a lo largo de los principios del libre mercado es
apoyar la resolución de las contradicciones dentro, y entre, los centros de
7
Ibídem, p. 115.
8
Esto señala intencionadamente a Sudáfrica, donde el 43 % del PIB era generado por las
empresas transnacionales en la pasada década de los noventa.
9
S. Amin: Ob. cit., p. 25.

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la economía mundial —no para acentuar la autonomía del desarrollo de
sus «socios del Sur», como México ha descubierto—. Estas formas de
regionalización están engranadas, entonces, para profundizar la integra-
ción de los países del Sur en la economía mundial en términos que be-
neficien, en primer lugar, los poderes económicos dominantes.
Sin embargo, existen diferentes interpretaciones de la regionalización.
Puede ser vista como:
• «Fases intermedias o puntos de apoyo» para la consolidación de
una economía mundial única e integrada;
• la «racionalización» de las economías nacionales (en desarrollo)
dentro de un marco regional para alentar y apoyar un vínculo más
estrecho con los poderes (conglomerados) industriales;
• la creación de conglomerados de países en desarrollo con mayor
efecto multiplicador y un espacio desde el cual ellos «colectiva-

HEIN MARAIS / Romper el molde. El carácter de la integración regional en el sur de África


mente puedan involucrarse más efectivamente (…) y lograr una
integración más favorable en el sistema global»; o
• «una forma de desconexión temporal, incluso un grado de desvin-
culación del orden global liberalizado, y un marco para la imple-
mentación de programas de desarrollo divergente del paradigma
dominante».10
Algunas formas de regionalización, por tanto, están dirigidas a refor-
zar el estatus subalterno de los países en desarrollo, mientras otras pueden
servir como el «marco para una más eficiente gestión económica, social
y política de las interdependencias negociadas», de manera que potencien
las capacidades de los Estados participantes para dirigir sus respectivas
prioridades de desarrollo a nivel regional y nacional.11 La regionalización,
en otras palabras, puede ser designada como un subsistema conformado
por la racionalidad de la globalización (neoliberal), o como un sustituto
de esta, o como un bloque constructivo para la reconstrucción de un
sistema global diferente.12
El actual proceso de globalización es sostenido no por la unanimidad
a nivel global, sino por la contestación. Su carácter está conformado por
las contradicciones sociales, políticas y económicas y las luchas en, y
10
D. Keet: «Integrating the World Community. Political Challenges and Opportunities for
Developing Countries», (artículo para taller), p. 8.
11
S. Amin: Ob cit., p. 25.
12
Ibídem, p. 1.

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entre, los niveles nacional, regional y global, una cuestión sobre la que
volveremos.
Aunque no es ambiguo por completo, el carácter del sistema econó-
mico mundial en desarrollo —y, por tanto, también los proyectos de
regionalización— permanece impugnado y está saturado con tensiones
sistémicas y contradicciones políticas.13 Las tentativas de ampliar las
asociaciones regionales como TLCAN14 y de la Unión Europea en
América Latina, Asia y África revelan algunas de esas tensiones, las
cuales han sido descritas como «rivalidades neo-mercantilistas» entre
los poderes económicos que «compiten por adelantarse a los otros».15 El
círculo de la globalización no ha sido, por definición, cerrado. Pero las
presiones ejercidas sobre los países en desarrollo —especialmente en
África— por la Unión Europea y los Estados Unidos para establecer
tratados de libre comercio «recíprocos», ya sea con países individuales o
con bloques regionales, no pueden ser subestimadas. Los esfuerzos en
curso para integrar más estrechamente las economías de los países del
sur de África proceden en contra de este contexto.

Enmarcar la regionalización en el sur de África

Las tentativas de medir las perspectivas de los proyectos de regionaliza-


ción en el continente —y de explorar las formas más apropiadas de
regionalización— tienen que provenir de un enfoque sobrio de la posi-
ción de África en la economía mundial. Lo que hemos descubierto es
que África subsahariana no está plagada por una integración insuficiente
en la economía mundial. Sus sectores económicos básicos —aquellos
que producen los artículos primarios— están, como Keet señala, «casi
totalmente extrovertidos». Pero esto no es complementado por la inte-
gración interna, a través de vínculos ascendentes o descendentes, a ni-
vel regional, continental o, incluso, a nivel nacional. Su relación con el
mundo industrializado sigue siendo esencialmente neocolonial. Al mis-
mo tiempo, y a pesar de los intentos desesperados, la mayoría de los
países subsaharianos siguen siendo incapaces de atraer a largo plazo
una sostenida inversión extranjera directa a escala significativa. La in-
13
Como D. Keet sostiene (Ob. cit.), ver especialmente pp. 7-26.
14
Tratado de Libre Comercio de América del Norte, también conocido como NAFTA, por sus
siglas en inglés: North American Free Trade Agreement. [N. del T.].
15
D. Keet: Ob. cit., p. 9.

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versión extranjera directa continúa estando muy dirigida a los enclaves
mineros y las operaciones de extracción, en especial del petróleo.
Faltan «estrategias de inversión multidimensionales orientadas a un
mayor desarrollo autónomo e internamente integrado».16 Sudáfrica, so-
bre todo, representa la única fuente subsahariana notable de inversión.
Sin embargo, como veremos más adelante, estas inversiones parecen
aberrantes y no encajan en las estrategias de inversión coordinadas.
Mientras tanto, las poderosas élites nacionales en el gobierno y los ne-
gocios han desarrollado intereses para mantener los actuales tipos de
vínculos con el mundo industrializado. El desafío, por tanto, no es solo
económico sino, en sus aspectos fundamentales, también político.
Existen diferentes variantes de regionalización, pero es común a todas,
excepto en las versiones más autárquicas, la convicción de que los países en
desarrollo —fuertes y débiles— no pueden aspirar a alcanzar sustentabilidad

HEIN MARAIS / Romper el molde. El carácter de la integración regional en el sur de África


económica y un desarrollo exitoso a través de caminos de crecimientos
centrados en lo nacional. Es a nivel de región que los países parecen más
propensos a ganar (algunos) el margen de maniobra suficiente que les per-
mite seguir los caminos de desarrollo que, en las primeras décadas de la
era poscolonial, había parecido posible a nivel nacional.
Los «tigres» asiáticos son citados a menudo como prueba de que la
mezcla apropiada de políticas, estructuras y metas puede reproducir
esos logros en el sur de África. Sin embargo, muchas de las condiciones
y factores que permitieron a las dos generaciones de los «tigres» asiáti-
cos emerger, ya no existen, mientras que en su mayoría no se cuenta con
ellos en el caso del África subsahariana. En términos generales, los re-
gistros de crecimiento económico exhibidos por los países del este asiá-
tico y, más recientemente, del sudeste asiático estaban basados en las
siguientes características y enfoques:
• Medidas proteccionistas que permitieron «concentrarse» en lo in-
dustrial y habilitaron a las empresas para «madurar» antes de cam-
biar a sistemas de incentivos que favorecen las exportaciones de
manufacturas;
• El desarrollo y/o la defensa de un sector agrícola relativamente
estable, basado en un campesinado productivo capaz de satisfacer
las necesidades internas de alimentación (relacionado parcialmente
con tempranos programas de reformas de la tierra);
16
Ibídem, p. 28.

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• Suficiente tasa de absorción laboral por los sectores agrícolas y de
pequeños negocios;
• Altas tasas de ahorro doméstico, las que fueron incrementadas por
un acceso relativamente fácil a finanzas extranjeras (muchas de
ellas dentro de las respectivas regiones);
• La proximidad a grandes mercados con fuerte demanda;
• Mayor latitud para la flexibilidad macroeconómica gracias a la in-
dulgencia de instituciones financieras multilaterales y los Estados
Unidos;
• La habilidad para resistir o regular la penetración generalizada de
las corporaciones multinacionales;
• Regulación del sector financiero;
• El hecho de que, en todo el mundo, las estrategias de crecimiento
descansan en las unidades de exportación de manufacturas, fue la
excepción y no la norma, como lo es en nuestros días.17
La ausencia de la mayoría de estos factores y condiciones en el África
subsahariana —y el sur de África— destaca la necesidad de mantener
modestas expectativas con el proyecto de integración regional que se
lleva a cabo en el sur del continente. Hay muy poca perspectiva de que
la región se convierta en una especie de «tigre» económico en las próxi-
mas dos décadas.
Proclamar la necesidad de una mayor integración no es, en absoluto,
una nueva propuesta. Sus virtudes son proclamadas por el Banco Mun-
dial, sectores de la comunidad empresarial, gobiernos de toda índole y
organizaciones de desarrollo. Son típicas las exhortaciones como esta
del Banco Africano de Desarrollo: «África debe transformar sus débiles
estructuras de producción y mercados fragmentados, acogiendo la inte-
gración económica con un renovado sentido de sus propósitos y direc-
ción. La alternativa es que el continente se arriesgaría a estar cada vez
más marginado en su participación en la economía global».18
Pero, ¿qué tipo(s) de integración regional es (son) más adecuado(s)
para reducir el estatus marginal de los países en la economía mundial?
17
Ver R. Wade y F. Veneroso: «The Asian Crisis: The High Debt Model Versus the Wall-
Treasury-IMF Complex», en New Left Review, no. 228; J. Ghosh: «India’s Structural Adjustment:
An assessment in Comparative Asian context» (artículo para conferencia).
18
African Development Bank: Economic Integration in Southern Africa, vols. 1-3; Abidjan, v, citado
por B. Oden: «The Prospects for South African Benign Hegemony in the Regionalisation of
Southern Africa», (artículo en borrador para taller), p. 4.

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En el sur de África está propagada una versión que podría guiar hacia
«niveles más alto de bienestar regional, una distribución más balancea-
da de la actividad económica y un balance mejor en el desarrollo de la
región». Esto implica el diseño y la introducción de «mecanismos para
evitar que los países más fuertes monopolicen los beneficios de la regio-
nalización».19 El gobierno de la ANC comparte esta opinión y se ha
comprometido a compensar las pasadas desigualdades, las cuales carac-
terizaban no solo las relaciones Norte-Sur, sino también algunos víncu-
los Sur-Sur. Nosotros haremos nuestro mayor esfuerzo por evitar la
dominación de la economía sudafricana sobre la región.20
Una variedad de factores determina el destino y el carácter de los
proyectos de regionalización. Estos incluyen:
• La globalización de la economía mundial, particularmente el creci-
miento de la producción transnacional asociado, la porción cre-

HEIN MARAIS / Romper el molde. El carácter de la integración regional en el sur de África


ciente del comercio mundial que ocurre entre corporaciones
transnacionales, y la desregulación del sector financiero. Esto, jun-
to a la imposición de políticas fiscales y monetarias austeras, y la
eliminación de regímenes de protección y sistemas estatales de re-
gulación han forzado a los países a una competencia desigual con
las fuerzas económicas más poderosas;
• El alcance con el que los países han adoptado (voluntariamente o
bajo coacción) paquetes de ajustes económicos de variedad neoli-
beral, los cuales tienden a erosionar sus capacidades para imple-
mentar estrategias nacionales de desarrollo;
• Las autoridades policíacas/disciplinarias del FMI y el Banco Mun-
dial (en particular con respecto a los países con grandes deudas
exteriores y/o que sufren dificultades crónicas con la balanza de
pago), y la OMC;
• Los términos de los acuerdos de libre comercio actuales o emer-
gentes con las autoridades económicas dominantes;
• La ubicación de los países en la economía mundial la que, por su-
puesto, describe sus características estructurales, es decir, hasta
qué punto se han industrializado y desarrollado capacidades
diversificadas de exportación o, por el contrario, permanecen dete-
nidos en un modo neocolonial de producción para la exportación
de productos básicos;
19
Scott, 1995, p. 211 [s/d].
20
Nelson Mandela, citado en Southscan, 29 de marzo de 1991.

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• Los niveles de ahorro interno que están presentes, el atractivo para
los inversores extranjeros, y sus capacidades para articular la afluen-
cia de capital con las estrategias económicas internas;
• La existencia de marcos para la inversión, políticas agrícolas y/o
industriales, y el alcance en el cual estas están articuladas con las
estrategias de desarrollo;
• La presencia de una fuerza económica y política dominante en la
región;
• Niveles de estabilidad política y cohesión nacional en la región;
• Los grados de compromisos políticos que existen para la regionali-
zación, así como los niveles de capacidad institucional para pro-
mover tal proceso;
• La presencia de instituciones existentes o en desarrollo orientadas
a alcanzar alguna forma de integración regional.
Muchas de las economías del sur de África ya están asociadas, en
muchos casos, muy íntimamente. Como resultado, existe un alto grado
de integración regional efectiva. Otros factores que pueden influir en la
trayectoria de la regionalización en el sur de África son:
• El débil estatus de las economías de base y su ubicación marginal
(individual y colectivamente) en el sistema mundial;
• Su ubicación geográfica en un continente que, a pesar de un fuerte
crecimiento de su participación, no comparte el crecimiento del
comercio mundial o no atrae flujos importantes de capital;
• La presencia en la región del sur de África de un poder regional
hegemónico cuyo dominio está expresado en el tamaño de su eco-
nomía, su infraestructura comparativamente desarrollada (en es-
pecial, transporte, telecomunicaciones, electricidad y suministro
de agua) en el comercio regional y los patrones de inversión;
• El alto carácter ambivalente de esa «superpotencia» regional, la
cual goza de una economía relativamente desarrollada mucho más
grande que las del resto de los países de la SADC combinadas y
mucho más diversificada, pero la que también es atacada por pro-
fundos problemas de subdesarrollo (en particular en zonas rurales
del interior), amplias desigualdades en ingresos y salud, alto desem-
pleo y lento crecimiento económico;

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• La existencia en el África meridional y oriental de tres organismos
regionales —SACU,21 PTA y SADC— que junto con los lazos eco-
nómicos que ya existen entre la potencia regional, Sudáfrica, y otros
países de la región trae la ventaja de no tener que diseñar y fomen-
tar un proyecto de integración regional ab initio;22
• El peligro que encierran los intentos de aprovechar la característi-
ca anterior podría aumentar dada la naturaleza altamente desigual
de los lazos económicos, lo cual ha generado una considerable re-
sistencia política y sospecha hacia los beneficios anunciados de
una versión revisada y más íntima del proyecto de regionalización;
• Consecuentemente, el alcance por el cual el compromiso político
de un proceso de regionalización más estrecho y equitativo es evi-
dente, sobre todo por parte del Estado sudafricano;
• La existencia de contradicciones entre las visiones políticas de in-

HEIN MARAIS / Romper el molde. El carácter de la integración regional en el sur de África


tegración y las dinámicas del mercado;
• La aparición en la región de pequeñas, pero poderosas «castas» de
élites «compradoras» que han desarrollado intereses creados en
correspondencia con las políticas neoliberales.

El contexto de la integración regional en el sur de África

El carácter sesgado de la regionalización en el sur de África ha sido


exhaustivamente estudiado en numerosos libros, ensayos e investigaciones.
El resumen presentado por Marais (1998)23 es una guía útil para sus contor-
nos. Basta decir que la economía regional ha estado sustancialmente inte-
grada, desde las últimas décadas del siglo XIX, con Sudáfrica en calidad de
eje y principal beneficiario de estos lazos económicos.
Como esbozó el historiador Dan O’Meara, la competencia de los colo-
nialismos europeos modelaron una región en el sur de África marcada por
un grado bastante alto de lo que puede llamarse integración sesgada —una
economía esencialmente regional en la que el polo central de la acumu-
lación fue la minería y, posteriormente, los sectores agrícolas, industria-
les y de servicios de la economía sudafricana—. Todas las otras economías
21
Unión Aduanera del África Austral, SACU por sus siglas en inglés: Southern African Customs
Union. [N. de la E.]
22
Expresión latina que significa «desde el principio». [N. de la E.].
23
H. Marais: Ob. cit.

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de la región, excepto la de Angola, estaban atrapadas en esta economía
regional como suministradores de mano de obra emigrante barata, algu-
nos bienes y servicios (agua, energía, transporte, etc.) para la economía
sudafricana, y como mercados para sus manufacturas y capital.24
Las herencias de la dominación histórica sudafricana y las campañas
de desestabilización del régimen del apartheid, plantearon obstáculos y
prerrogativas para un proyecto de integración regional capaz de «pro-
mover activamente un tipo de crecimiento económico que trajera bene-
ficios a todos los miembros de la sociedad».25 Muchos de los países de la
región ya están firmemente integrados desde lo económico, a través de
vínculos comerciales, redes de energía y movilidad de mano de obra. Al
mismo tiempo, el dominio de Sudáfrica ha exigido grandes costos. La
prueba es evidente en los asimétricos (y en la mayoría de los casos,
profundamente atrofiados) niveles de desarrollo de la región y en la
inmensa devastación causada por la desestabilización del apartheid,
cuando Pretoria pretendió ejercer su hegemonía política y la ampliación
de la dependencia económica de los países que habían adoptado abier-
tas posiciones antiapartheid.
El desafío de hoy está en rediseñar las relaciones regionales de mane-
ra que produzca beneficios mutuos. Se ha hecho axiomático afirmar
que el destino de la región como un todo no puede ser separado de la
suerte de los países individuales. Por supuesto, para Sudáfrica, los bene-
ficios de una cooperación más cercana son manifiestos. El aumento del
comercio con la región (y el resto de los países africanos subsaharianos)
podría impulsar las exportaciones de manufacturas sudafricanas, ayu-
darle a escapar de su condición de exportador de productos primarios y
crear empleos muy necesitados. La energía procedente de la región podría
aumentar sus esfuerzos para desarrollar la economía. Las inversiones
regionales que se dirigen a los sectores industriales viables pueden incre-
mentar el potencial de ingresos de otros países, manteniendo su papel de
mercados para los productos y servicios sudafricanos. En resumen,

24
D. O’Meara: «Regional Economic Integration in Post-Apartheid South Africa. Dream or
Reality», en A. van Nieuwkerk y G. van Staden (eds.): Southern Africa at the Crossroads, citado
por Beaudet y Theade N. (eds.): Southern Africa after Apartheid, p. 233.
25
ICFTU/Organización Regional Interamericana de Trabajadores, 1991, Economic Integration,
Development and Democracy: An International Conference, Costa Rica, citada por R. Davies:
«Emerging Southern African Perspectives on Regional Cooperation and Integration After
Apartheid», en Transformation, no. 20, p. 17.

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es «en el propio interés de Sudáfrica trabajar por un clima de crecimien-
to y desarrollo en toda la región y el continente».26
Pero eso requiere, en muchos frentes, de altos grados de reciprocidad
por parte de Sudáfrica. Las decisiones de inversión deben ser guiadas por
las necesidades de otros países «para promover el crecimiento y diversi-
ficar sus bases productivas», y no estrictamente por objetivos de ganan-
cias a corto plazo de las empresas sudafricanas.27 Otros países necesitan
un mayor acceso al mercado sudafricano, mientras que el sistema de
transporte regional tiene que ser reestructurado «para afrontar los pro-
blemas derivados por la distorsión de los flujos históricos de transpor-
te».28 De manera crucial, tienen que darse soluciones regionales —no
meramente nacionales— a los problemas de la migración de mano de
obra. En conjunto, un nuevo marco regional para las relaciones debe
fomentar la democracia en las esferas política, económica y social.
Pero las economías en la región siguen siendo muy dependientes de

HEIN MARAIS / Romper el molde. El carácter de la integración regional en el sur de África


una pequeña canasta de productos tradicionales exportables, la mayoría
de los cuales se comercian con países fuera de la región (y el continente en
su conjunto). Las relaciones comerciales están muy sesgadas a favor de
Sudáfrica, la cual tiene un superávit comercial elevado que la hace centro
de la región. Los niveles de comercio intra-regional son bajos. Los prin-
cipales mercados de exportación de los miembros de la SADC consis-
ten en la Unión Europea, América del Norte y el este asiático. Nuevamente,
Sudáfrica es una excepción, pero solo en la medida en que se trate de
sus exportaciones de productos manufacturados, la región de la SADC
es un destino principal para sus exportaciones de estos productos (pero
muy pocas fuentes de sus importaciones procedentes de esos países). La
región atrae minúsculos volúmenes de inversión extranjera.
Dada la función en curso de Sudáfrica en la sesgada arquitectura so-
cial y económica de la región, cualquier intento de modificar el carácter
de la integración regional continuará articulado a este centro de poder re-
gional. Con una economía más de tres veces mayor que la combinación
de los otros países de la SADC y trece veces tan grande como la segun-
da mayor economía de la región (Angola), Sudáfrica es vista como una
superpotencia regional y potencialmente continental.
26
Davies et al.: Reconstructing Economic Relations with the Southern African region: Issues and options for
a democratic South Africa, p. 19.
27
Como sugirió R. Davies: «Emerging Southern African Perspectives on Regional Cooperation
and Integration After Apartheid», en Transformation, no. 20, pp.14-18.
28
Ibídem.

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La cuestión no es si la hegemonía de Sudáfrica se está prolongando, sino cuál
será la naturaleza de esa hegemonía. En aspectos de largo alcance, el papel
de Sudáfrica en la regionalización del sur de África está siendo definido
por una mezcla contradictoria de los impulsos promovidos por el mer-
cado (que refuerzan y amplían los desequilibrios históricos y las desi-
gualdades) y los esfuerzos, a veces muy mal coordinados por el Gobierno
de Sudáfrica, para ayudar a construir una forma más equitativa de inte-
gración regional.
Son tres los organismos regionales activos en el sur de África:
• El Mercado Común del África Austral y Oriental (COMESA),
previamente conocido como el Área de Comercio Preferencial
del África Austral y Oriental (PTA).
• La Unión Aduanera del África Austral (SACU) con Sudáfrica,
Botsuana, Lesoto, Suazilandia y Namibia como miembros. Con
Sudáfrica como su eje, la SACU es, por mucho, el bloque regio-
nal más arraigado en el sur de África. Funciona en gran parte
para beneficio de Sudáfrica, en particular como un mercado para
los servicios sudafricanos y sus exportaciones de manufactu-
ras. Los patrones de comercio están altamente desbalanceados.
Todos los miembros de la SACU también pertenecen a la SADC.
• La Comunidad de Desarrollo del África Austral (SADC) con 14
miembros: Sudáfrica (incorporada en 1994), Botsuana, Lesoto,
Suazilandia, Namibia, Zambia, Zimbabue, Mozambique, Malawi,
Angola, Tanzania, la República Democrática del Congo (incor-
porada en 1997), Seychelles (incorporada en 1997) y Mauritania
(incorporada en 1996). Fue creada en 1980 en un intento por
reducir la dependencia de los países del apartheid sudafricano, se
denominó originalmente la Comunidad de Desarrollo y Coopera-
ción del África Austral (SADCC).

Principales características de la «potencia regional»

En esencia, la economía sudafricana combina tres características prin-


cipales, dos de las cuales son intrínsecas a los países de ingresos me-
dios: una fuerte dependencia de las exportaciones de productos básicos
y un sector aprisionado en una fase semindustrializada (marcada por
el conjunto estándar de factores concomitantes, tales como una baja
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productividad, limitada base de habilidades, fábricas obsoletas y, por
tanto, un exceso de capacidad, dependencia de las importaciones de
bienes de capital, etc.). La otra característica —información sobre el
desarrollo, las comunicaciones y los sistemas de transporte—, en cierta
medida, diferencia a Sudáfrica de otros países en desarrollo, aunque es
muy difícil comparar la sofisticación (o eficiencia) de estos asociados
con los países del Primer Mundo.
También prevalece la creencia nostálgica de que Sudáfrica en un
momento determinado estaba situada en la corriente principal de la
comunidad económica global (una noción que carece de evidencia que
la apoye) y la afirmación de que a partir de los años sesenta en adelante el
país se «desvinculó progresivamente de la familia de las naciones».29 La
afirmación anterior resultaba más acertada para los contextos diplomá-
ticos, culturales y deportivos que para la esfera económica. Pese a los

HEIN MARAIS / Romper el molde. El carácter de la integración regional en el sur de África


efectos limitantes de las sanciones en los campos del comercio y las
inversiones, una gran parte de la economía sudafricana permaneció orien-
tada hacia el exterior —fundamentalmente sus sectores mineros y agríco-
las—. Su sector industrial no pudo mantener el ritmo del desarrollo de las
nuevas tecnologías, en gran parte debido al deterioro estructural de
la economía desde los años setenta, el cual generó problemas crónicos con
la balanza de pagos y reducción del intercambio con el extranjero. Fue solo
a mediados de la década de los ochenta que el acceso a las nuevas tecnolo-
gías y a la financiación de los préstamos internacionales se vio afectado
significativamente por las sanciones internacionales. Entretanto, su sector
económico central —la minería— continuó satisfaciendo sus necesida-
des de mano de obra fuera de las fronteras sudafricanas. Esta nunca fue
una economía estructurada siguiendo líneas autárquicas.
En verdad, Sudáfrica en gran parte se ha integrado al sistema econó-
mico mundial en la misma medida y en aspectos similares a la mayoría
de los países semindustrializados en desarrollo. En solo un aspecto tra-
zó su camino de crecimiento, posterior a 1945, para adquirir una incli-
nación hacia dentro: en la producción de lujo y bienes de consumo
duraderos. Estas secciones de la industria eran regionales solo en la
medida en que la producción y/o el ensamblaje de los productos lo era;
los bienes de capital y un alto porcentaje de los componentes todavía
eran importados desde el extranjero.
29
Scott: Ob. cit., p 201.

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Mediante la introducción, en junio de 1996, de la estrategia de Creci-
miento, Empleo y Redistribución (GEAR),30 el Gobierno sudafricano optó
por un método de ajuste, el cual incluyó muchos de los principios asociados
con el «Consenso de Washington» de la década de los noventa. El docu-
mento GEAR describe la esencia de la estrategia como sigue:
La senda de mayor crecimiento depende en parte de la atracción de
inversiones extranjeras directas, pero también requiere un mayor
esfuerzo del ahorro interno. Una mayor competitividad industrial,
una política presupuestaria estricta, moderación de los incremen-
tos salariales, inversión pública acelerada, prestación de servicios
eficiente y una importante expansión de la inversión privada son
los aspectos integrales de la estrategia. Una política de tasas de
cambio consistente con la mejora de la competitividad internacional,
políticas de responsabilidad monetaria e incentivos orientados a la
industria caracterizan el entorno de la nueva política.31
El resultado fue un compendio de ajustes engranados para crear un
clima óptimo para la inversión privada.
Fuera de un estado real de desarrollo, solo unas pocas compañías
inversionistas han hundido dinero en nuevos activos; su énfasis ha sido
«ya sea la obtención de participación en las corporaciones existentes,
las ampliaciones o las reinversiones». El cambio profesado hacia las
exportaciones de productos manufacturados, como pilar de la econo-
mía, se ha hecho sentir con más fuerza en los países de la SADC (y,
progresivamente, más allá del continente). La proximidad geográfica de
los países, su comercio histórico y sus enlaces en el transporte con
Sudáfrica, y sus sectores manufactureros subdesarrollados (sus servi-
cios minoristas y financieros, y las tecnologías de la información) los
han convertido en blancos ideales para la expansión de Sudáfrica.
Limitada por su pobre capacidad de atracción de inversiones, la mayor
parte de la región de la SADC (que comprende países del «cuarto mundo»,
con la excepción de Sudáfrica) ha competido por la inversión extranjera
mediante la venta de las empresas estatales, muchas de ellas del sector
primario (que, en muchos casos, aún no han sido objeto de una explotación
óptima). Las empresas sudafricanas se han apresurado en aprovechar estas
oportunidades. El dominio sudafricano está siendo, por tanto, ampliado en
la propiedad y/o control de los sectores básicos de las economías vecinas.
30
Por sus siglas en inglés: Growth, Employment and Redistribution. [N. del T.].
31
Department of Finance: Growth, Employment and Redistribution: A Macroeconomic Strategy, p. 21.

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La flexibilización de los controles del mercado por Sudáfrica ha teni-
do dos efectos fundamentales. En primer lugar, se ha incrementado dra-
máticamente la vulnerabilidad de la economía ante las turbulencias de
los mercados financieros internacionales, presionando al gobierno para
la «obtención de señales correctas» en línea con los dictados neoliberales.
En segundo lugar, la capacidad de las empresas sudafricanas para mo-
ver libremente los fondos en el extranjero ha aumentado la dependencia
del país en materia de inversiones extranjeras (lo que también refuerza
la necesidad percibida de «enviar el mensaje correcto»).
Por un lado, el Gobierno sudafricano ha parecido estar alerta a los
posibles caprichos de la inversión foránea en las empresas sudafricanas.
Por otra parte, se ha visto la inversión foránea en los países de la SADC
como un factor integral en la revitalización económica de la región y la
propia de Sudáfrica. Pero no ha logrado elaborar una estrategia cohe-

HEIN MARAIS / Romper el molde. El carácter de la integración regional en el sur de África


rente para que las decisiones de estas empresas se alineen con las nece-
sidades de desarrollo a nivel local y otras partes del continente. Ha
surgido un enfoque confuso.
La retórica del patriotismo y la lealtad se aplica aún para animar a las
empresas a que inviertan en el país, especialmente en empresas produc-
tivas. Al mismo tiempo, los controles de intercambio se han levantado,
permitiendo a las empresas desplazarse más allá de las fronteras, y se
han puesto en marcha incentivos para fomentar la inversión en otros
sitios de África. En parte, esto surgió de la necesidad percibida de crear
un «espacio» en la economía para los inversores extranjeros, quienes encon-
traron una economía dominada por grandes empresas locales con tendencia
a las fusiones y adquisiciones, dejando poco espacio para los competidores
extranjeros a gran escala. En teoría, las empresas de cambio extranjero ven-
derían las operaciones no centrales en Sudáfrica a fin de obtener capital de
inversión, ofreciendo así oportunidades de compra para los inversores ex-
tranjeros y consorcios de empoderamiento económico negro.

Resumen de la situación

Visto desde el contexto continental, el sur de África tiene un potencial


considerable. La región produce el 81 % del PIB de África y el 80 % del
total de exportaciones africanas, mientras que absorbe el 81 % de las
importaciones de África. Al mismo tiempo, casi la mitad del PIB regional

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y de las exportaciones son generadas por un país: Sudáfrica. Por otra
parte, la profundización de los desequilibrios económicos y sociales
define de facto la regionalización en el sur de África.
A excepción de Sudáfrica, las economías de la región no han alcanza-
do la etapa semindustrializada y están pobremente diversificadas. To-
dos son muy dependientes de las exportaciones de productos primarios
hacia el mundo industrializado, aunque muchos han registrado modes-
tos incrementos en la exportación de manufacturas, de manera más no-
table, Sudáfrica. Por el lado de las importaciones, las nuevas tecnologías
y los bienes de capital tienen su fuente en los Estados Unidos, Europa y
Asia. Los sectores agrícolas, ya sea que funcionan inconsistentemente
(como en los casos de Sudáfrica y Zimbabue) o que están, de manera
inadecuada, desarrollados para satisfacer el mercado interno, conllevan
a una dependencia crónica de las importaciones de alimentos. Ha ocurrido
una leve diversificación de las exportaciones, aunque la contribución
de productos primarios y manufacturas para la exportación continúa
siendo muy pequeña. Los vínculos de la región con el mundo industrializado
son, por tanto, esencialmente neocoloniales, una característica reflejada en el hecho
de que cerca del 80 % del comercio total de la SADC se produce con países no
pertenecientes a esta organización.
Los bajos niveles de ahorro interno y, en el caso sudafricano, la ten-
dencia cada vez mayor a que las empresas inviertan en el extranjero ha
aumentado la dependencia de las economías de los flujos de capital.
Junto al incremento de la deuda, estos vínculos definen la situación
periférica del sur de África en el sistema mundial. La escasez de exce-
dente de capital nacional ha llevado a esfuerzos exagerados para atraer
el capital extranjero mediante la introducción de medidas de liberaliza-
ción y desregulación de la economía.
Todos los países de la región han introducido los Programas de Ajus-
te Estructural. Esta reestructuración no es uniforme y no ha ocurrido al
mismo ritmo. Aunque se han adherido de manera desigual, la austeridad
fiscal se ha convertido en la palabra de orden y ha conllevado a recortes
en los gastos sociales, desgaste en el servicio público y privatización a
gran escala. El déficit social se eleva como resultado.
Los programas de privatización —aplicados con más energía en
Zambia y Mozambique— han propiciado la transferencia de la propie-
dad y el control, ya sea parcial o totalmente, de las antiguas empresas
estatales (incluyendo los principales activos naturales) a empresas de

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propiedad extranjera, incluidas empresas sudafricanas. Sin embargo, la
región atrae pequeños volúmenes de inversión extranjera, en consonan-
cia con la participación cada vez menor del África subsahariana en la
[Inversión Extranjera Directa] IED global y a pesar de la amplia intro-
ducción de los Programas de Ajuste Estructural impuestos por el FMI.
Las esperanzas de una reactivación económica regional, que pueda
satisfacer las crecientes necesidades sociales, dependen en gran medida
del papel de Sudáfrica. El dominio sudafricano moldea formativamente
la mayoría de las otras economías del sur de África. Su influencia se
manifiesta en el tamaño de su economía (con un PIB 75 % mayor que el
de las otras economías combinadas de la SADC), el superávit comercial
masivo que se ejecuta en la región y su infraestructura comparativamente
desarrollada (en especial en transporte, telecomunicaciones, electricidad y
suministro de agua), y en el comercio regional y la inversión.

HEIN MARAIS / Romper el molde. El carácter de la integración regional en el sur de África


El dominio regional sudafricano en el comercio ha reforzado el ca-
rácter estructural de otras economías regionales y garantizó el manteni-
miento de los monopolios creados históricamente, también ayudó al
desarrollo del transporte relativamente sofisticado, las infraestructuras
de comunicación y los sistemas financieros. Al mismo tiempo, la econo-
mía de Sudáfrica no ha logrado revisar su dependencia de las exporta-
ciones de productos primarios o escapar de las filas de los países
semindustrializados en lucha por acoplarse a la economía mundial so-
bre la base de las capacidades diversificadas y competitivas de exporta-
ción. El sur de África es también un factor importante en el destino
económico de Sudáfrica. Pero su búsqueda de un camino de crecimien-
to posapartheid parece reforzar la ubicación de los otros países de la
SADC en la economía mundial y debilitar la revisión de las relaciones
económicas regionales a lo largo de líneas más equitativas.
Se hace necesario que el Gobierno sudafricano establezca un foro y
un marco de incentivos que podrían conciliar los proyectos de inversión
de las empresas sudafricanas con las necesidades del desarrollo regio-
nal. Este marco trataría de:
• Promover la complementariedad entre los países sobre la base de
los nichos de especialidad que dependen de maximizar las fortale-
zas existentes (por ejemplo, proyectos de manufacturas que se ba-
san en la prevalencia de determinados recursos naturales);
• Favorecer las empresas productivas de eficiente mano de obra;

251

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• Hacer hincapié en el desarrollo de infraestructuras relacionadas
tanto con las fortalezas potenciales comparativas de un país deter-
minado como con las necesidades regionales.

BIBLIOGRAFÍA

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RUTH No. 6/2010, pp. 255-276

ABDOURHAMANE NDIAYE* Y SAMIR AMIN

La cuestión de la deuda**

La cuestión de la deuda constituye un tema demasiado amplio para ser


tratado aquí en todas sus dimensiones. Por tanto, nos contentaremos
con recordar algunas de las principales conclusiones a las que llegamos
en los debates organizados en Dakar durante el Foro sobre la Deuda

ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN/ La cuestión de la deuda


Africana, celebrado del 11 al 17 de diciembre de 2000.
1. El discurso dominante atribuye toda la responsabilidad de la deuda a
los países deudores, cuyo comportamiento, según ellos, no tiene justifica-
ción (corrupción, facilismo e irracionalidad de los dirigentes políticos,
nacionalismo excesivo, etc.). La realidad es completamente diferente.
En efecto, una buena parte de los préstamos fueron el resultado de políticas
sistemáticas puestas en práctica por los prestamistas, con el objetivo de
colocar el excedente de capital —producto de la profunda crisis econó-
mica de los últimos años— para el que no encontraban salida ni en las
inversiones productivas, ni en los países ricos, ni en aquellos que se
suponía que pudiesen asimilar ese capital. Entonces hubo que crear
otras vías ficticias para evitar que se desvalorizaran esos excedentes de
capital. La explosión de los movimientos de capitales de «especulación»,
colocados a corto plazo, es el resultado de esas políticas, así como el
*
Economista senegalés. Profesor e investigador de la Universidad de Bordeaux Miembro
fundador de ATTAC Senegal.
**
La sección I del presente ensayo está escrita por Samir Amin, y la II por Abdourahmane
Ndiaye. Traducido del francés por Yanelis Rodríguez Rodríguez.

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haberlos colocados en la «deuda» del Tercer Mundo y en los países del
Este. La mayor parte de la responsabilidad en este asunto, aunque nunca se
hable de ello, la tiene el Banco Mundial específicamente, pero también
muchos de los bancos privados de los Estados Unidos, Europa y Japón,
así como las transnacionales. La «corrupción» se le atribuyó a esas polí-
ticas, con la doble complicidad de los prestamistas —el Banco Mundial,
los bancos privados y las transnacionales— y de los responsables de los
Estados afectados del Sur y del Este. Se hace necesario, pues, realizar
una auditoría sistemática de las «deudas», lo cual demostraría que una
gran parte de las deudas en cuestión son jurídicamente ilegítimas.
2. El peso de la deuda es prácticamente insoportable, no solo para los
países más pobres del Sur, sino incluso para aquellos que no lo son
tanto. ¿Acaso es necesario recordar aquí que cuando, a finales de la
Primera Guerra Mundial, se condenó a Alemania a pagar reparaciones
que representaban el 7 % de sus exportaciones, los economistas libera-
les de la época llegaron a la conclusión de que esa carga era insostenible
y de que el aparato productivo de ese país no podría «ajustarse» a ella?
En la actualidad, los economistas de la misma escuela liberal no dudan
en proponer el «ajuste» de las economías del Tercer Mundo a las exigen-
cias de una deuda que es cinco, y en ocasiones diez veces más pesada.
Conclusión: aplican la ley del embudo. En raras ocasiones el discurso
liberal ha sido tan cínico. Eso demuestra que, en realidad, en la actuali-
dad los intereses de la deuda constituyen una forma de saqueo de las
riquezas y del trabajo de los pueblos del Sur (y del Este). Esta forma de
saqueo es particularmente fructífera, porque ha logrado convertir a los
países más pobres del planeta en exportadores de capitales hacia el Norte.
También es particularmente brutal, pues libera a los capitales dominan-
tes de las preocupaciones y de los riesgos que conlleva la gestión de las
empresas y las fuerzas de trabajo que estas necesitan. Los intereses de
la deuda hay que pagarlos, es todo. Es un deber de los Estados afecta-
dos (y no de los capitales de los «prestamistas») extraerlo del trabajo de
sus pueblos. Así el capitalismo dominante se ve liberado de toda res-
ponsabilidad y preocupación: ¿acaso es un síntoma de senilidad?
3. Se impone entonces una «clasificación» de las deudas. Estas pue-
den ser ubicadas en una de las tres categorías siguientes:
• Las deudas indecentes e inmorales:
Un ejemplo perfecto de este tipo de deuda es el de los préstamos al
gobierno del apartheid de la Sudáfrica de aquel entonces, destinados

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a la compra de armas para enfrentar la rebelión del pueblo africa-
no. ¿Por qué este último debería hoy «devolver» esa deuda o cargar
con los intereses? Que los vendedores de armas se vuelvan contra
sus propios gobiernos que toleraron ese compromiso activo al ser-
vicio del apartheid.
• Las deudas sospechosas:
Son los préstamos que han sido muy recomendados por las poten-
cias financieras del Norte (incluyendo al Banco Mundial) y que se
materializaron mediante procedimientos corruptos, en los que los
acreedores tuvieron tanta culpa como los deudores. La mayoría de
esos préstamos no fueron invertidos en proyectos que al menos
aparentasen el fin para el que habían sido otorgados (hecho cono-
cido por los prestamistas cómplices). En esos casos, las deudas
son pura y simplemente ilegales a los ojos de cualquier justicia
digna de llevar ese nombre. En algunos casos, los préstamos fue-
ron bien utilizados, pero en proyectos absurdos impuestos por los
prestamistas (y sobre todo por el Banco Mundial). En estos casos,
a quien habría que hacerle una investigación es al mismo Banco
Mundial. Pero esta institución no es «responsable» desde el punto

ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN/ La cuestión de la deuda


de vista financiero, pues se ha colocado ella misma por encima de
las leyes y de los discurso del liberalismo sobre los «riesgos».
Estas deudas, como las anteriores, deben ser repudiadas luego de
que se compruebe, mediante las debidas auditorías, su carácter
dudoso, que es lo menos grave que se le puede decir.
• Finalmente las deudas aceptables:
Cuando los préstamos se han utilizado realmente para los fines
para los que estaban destinados, no se puede dejar de reconocer la
validez de la deuda.
4. La estrategia que propusimos a los Estados del Tercer Mundo, y
en especial a los de África, se basa en la clasificación antes expuesta. Se
debe no solo repudiar unilateralmente las deudas sospechosas e inde-
centes tras una auditoría, sino que los pagos realizados deben ser devueltos
por los «acreedores», luego de capitalizar las mismas tasas de interés que
los deudores debieron soportar. Se podría comprobar entonces que es
de hecho el Norte quien es ampliamente deudor de sus víctimas del Sur.

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II

La gestión de la deuda propuesta a los «Países Pobres Muy Endeudados» (PPTE)


posee una lógica muy diferente. Toda la deuda es considerada perfectamente «legíti-
ma», sin examen ni auditoría. La propuesta, analizada a continuación, solo reve-
la un principio, inaceptable por demás: el de la «caridad». Consiste en «aligerar»
la carga de los «pueblos muy pobres», pero de paso, en imponerles condiciones
draconianas adicionales que los coloquen definitivamente en una categoría cercana
a la de «colonias administradas directamente desde el extranjero».
Los principales mecanismos de gestión de la deuda de los PMA antes
de la iniciativa de los PPTE son los siguientes. Las redistribuciones son
reajustes de los plazos de pago negociados con el Club de París, y para
los que han sido acordados plazos de gracia sin que continúen aumen-
tando los intereses.
• La compra de las deudas, «debt buy backs». El deudor vuelve a comprar
la deuda aprovechando una rebaja en el mercado secundario de las
deudas. En lo adelante, evitará tener que pagar los intereses de la
deuda y devolver la totalidad del capital prestado. Por otra parte,
esta compra se produce en divisas, pues el prestamista desea que
se le devuelva su capital en la misma moneda en que lo prestó, o al
menos en alguna moneda convertible. Esta es la desventaja del
costo en divisas para el país endeudado, que limita la cantidad de
compras de ese tipo. Mientras más grande sea la rebaja, menor será
el esfuerzo del deudor. De esta forma, el banco acreedor recupera
«dinero fresco» y equilibra su capital, pero sufre una pérdida de
activos equivalente a la rebaja.
• La compra o conversión en activos reales, «debt equity swap». El deudor
intercambia un crédito por la participación en una empresa públi-
ca, o con más frecuencia, hace la compra en la moneda local y con
la cantidad obtenida, el banco invierte en el país o participa en las
instituciones financieras locales. Esta operación pone en contacto a
un banco, a un país deudor y a un inversionista.
• Las conversiones en obligaciones, «exit bonds». Consiste en intercambiar
obligaciones, una rebaja contra un título generalmente redactado
en la misma divisa que la deuda. Estos títulos tienen larga validez,
alrededor de veinte años, y son por lo general negociables, es decir,

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que pueden ser vendidos libremente sin el consentimiento del emi-
sor a cualquier persona jurídica o física que desee adquirirlos.
• La reducción de los intereses que por lo general solo se aplica a las
deudas no concesionales. Se efectúa si los países del Norte con-
sienten en otorgarles subvenciones a los bancos que acepten redu-
cir sus intereses.
• Anulación de los créditos.1 Esta solución a la crisis del endeudamiento
internacional no es nueva. En efecto, a partir de 1978 y por inicia-
tiva de la CNUCED, Alemania efectúa las primeras anulaciones de
deudas (1,8 mil millones de dólares estadounidenses), y también
Gran Bretaña (228 millones de dólares estadounidenses). Diez años
más tarde, doce países habían anulado un poco más de tres mil
millones de dólares estadounidenses, fundamentalmente en bene-
ficio de los países de África subsahariana; sin embargo, esto solo
representaba el 3 % del total de la deuda en 1988. Aunque esta
sería una buena solución, es necesario señalar que las anulaciones
de las deudas aún son algo secundario cuando se enfoca el proble-
ma de forma global (2,3 mil millones de dólares estadounidenses
entre 1980 y 1988). Incluso, aunque las anulaciones no son la solu-
ción ideal, representan una bocanada de oxígeno para los países

ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN/ La cuestión de la deuda


más endeudados y más pobres del planeta, sobre todo los PMA de
África subsahariana.
La mayoría de los PMA ya han explotado esas posibilidades de
liberarse de la deuda, para obtener al menos anulaciones parciales.
Entre 1978 y 1986, en 33 de los PMA se aplicaron medidas retro-
activas para el ajuste de las condiciones por parte de 15 países del
[Comité de Ayuda al Desarrollo] CAD; medidas referentes a deudas
de un valor total de 4,1 mil millones, de los cuales 3 mil millones
fueron objeto de anulación de la deuda.2 Entre 1988 y 1998, casi
todos los PMA recibieron anulaciones de deudas, por un valor total
de 7,2 mil millones de dólares estadounidenses. Durante los años
noventa, se les realizó un ajuste en el Club de París a los PMA, y
para la mayoría, este no era el primero. En 1998, 12 PMA se dirigieron
al menos cinco veces al Club de París para solicitar una reestructu-
ración de sus deudas; diez de estos recibieron una reducción de sus
1
Los datos sobre las anulaciones de las deudas han sido tomados de Marc Raffinot: Dette
extérieure et ajustement structurel, EDICEF, 1991, pp. 93-94.
2
CNUCED, 1986, pp. 128-134.

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deudas comerciales gracias a los fondos para la reducción de
la deuda de la IDA.3 El monto total de la deuda comercial de los
PMA, anulada por medio de compras financiadas por ese fondo,
alcanzó los 620 millones de dólares, con una gran rebaja (de 87
a 92 %).4
Sin embargo, en 1998, 27 de los PMA sufren bajo el peso de una
deuda externa casi insostenible. Esto se debe a que una deuda externa
influye de diferentes maneras en las inversiones internas, que son el
motor del crecimiento y del desarrollo. En primer lugar, los recursos
que se destinan para pagar los intereses de la deuda, están en contradic-
ción directa con la capacidad de los países para importar bienes de
equipamiento, y con la de los poderes públicos para satisfacer las nece-
sidades básicas de la población. Además, una deuda externa que se con-
sidera insostenible provoca incertidumbre en los inversionistas nacionales
y extranjeros, y perjudica las cotizaciones de los créditos, y por tanto, la
percepción del riesgo de invertir en el país, lo que frena a las empresas
potencialmente rentables el acceso a los mercados financieros interna-
cionales.
Como podemos comprobar, estos mecanismos «tradicionales» per-
miten sin dudas aligerar el endeudamiento de muchos PMA, pero no
constituyen una solución duradera al problema del endeudamiento externo
excesivo de estos países. Para determinar la magnitud de la reducción
de la deuda, los acreedores evalúan el monto mínimo a reducir, con el
objetivo de que se garantice el pago de la deuda sin tener que renovar la
anulación de la misma.5 Si se tienen en cuenta las condiciones desfavo-
rables en las que se realizan los reajustes, los países deudores se ven
obligados a hacerlo más de una vez, y por tanto, la deuda aumenta. Para
que los reajustes se realicen en condiciones favorables, se han estable-
cido los acuerdos de Toronto (1988), de Londres (1991), de Nápoles
(1995) y de Lyon (1998), decretados por el G-7 y puestos en práctica
por las Instituciones de Bretton Woods.

3
Asociación de Desarrollo Internacional, IDA según sus siglas en inglés: International Development
Association. [N. de la E.].
4
CNUCED, 2000, p. 140.
5
Killick y Stevens: «Assessing the Efficiency of Mechanisms for Dealing with the Debt Problems
of Low-Income Countries», en Z. Iqbal y R. Kanbur (eds.): External Finance for Low-Income
Countries, Fondo Monetario Internacional, Washington DC, 1997, p. 154.

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La iniciativa de los países pobres muy endeudados

La iniciativa PPTE, aprobada en 1996 durante las Asambleas generales


anuales del Banco Mundial y del FMI en Washington, que fue apoyada
por las decisiones del G-7 en Colonia en junio de 1999, se sitúa en una
perspectiva que trata de dar una solución duradera al espinoso proble-
ma del endeudamiento externo de los países en vías de desarrollo. Para
poder recibir los beneficios de la Iniciativa PPTE (1996) y de Colonia
(junio de 1999)6 los países deben seguir reglas draconianas; las principa-
les de ellas son:
1. El país debe ser muy pobre (alrededor de 760 dólares de salario
anual por habitante) y estar muy endeudado (aquí se aplican ratios
como «que el monto de la deuda sea igual o superior al 265 % del
PNB y los intereses iguales o superiores al 25 % de los ingresos de
las exportaciones»). Los criterios son tan estrictos y arbitrarios que
algunos países endeudados muy pobres no son considerados como
PPTE; no se admiten, por ejemplo, en esta categoría, con derecho
a eventuales reducciones de la deuda, países como Haití, Bangla-
desh, Pakistán, Nigeria, Perú o Ecuador, sin mencionar a la India o
a Indonesia. Sin embargo, el 80 % de los más pobres del planeta

ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN/ La cuestión de la deuda


viven en países que no son considerados como PPTE.
2. Debe considerarse que el país ofrece garantías políticas. Es por
esto que algunos PPTE como Sudán, Liberia, la República Demo-
crática del Congo o Somalia no pueden siquiera imaginar el entrar
a un proceso de selección mientras no cambien radicalmente su
orientación.
3. El país debe haber aplicado durante un período de tres a seis años,
y con éxito, una política de ajuste estructural establecida por el
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Son estas dos
instituciones las que evalúan los resultados del país, los cuales deter-
minan sus posibilidades de éxito. Si las reformas que se llevan a
6
En efecto, desde 1988, año del Plan de Toronto (Canadá) hasta Colonia (Alemania), se han
presentado los mismos discursos sobre la anulación de la deuda al Tercer Mundo a la opinión
pública internacional. Y sin embargo, nunca antes la deuda del Tercer Mundo había sido tan
pesada ni había estado tan lejos de una solución sostenible. La deuda pasó de 1 265 mil
millones de dólares en 1988 a más de 2 030 mil millones en 1998. En once años, casi se ha
duplicado a pesar de todos los planes de reducción y de las supuestas anulaciones de la deuda
de los países más pobres.

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cabo durante los tres primeros años, que preceden a la toma de
decisiones, permiten incrementar las exportaciones, la reducción
de la deuda se convierte en un compromiso. Sin embargo, a pesar del
éxito que se pueda lograr durante estos tres o seis años, el peso de
la deuda debe continuar siendo considerado insostenible por el FMI
y el BM. Imaginemos el caso siguiente: los resultados son tan buenos
que el país ha logrado que su deuda sea menos pesada, sobre todo
porque el valor de sus exportaciones ha aumentado. Fue lo que
sucedió en Uganda y en Benín, donde el café representa la principal
exportación, y cuyo precio acababa de aumentar de forma temporal.
Consecuencia: el FMI y el BM consideraron que el nivel de endeu-
damiento era sostenible y que no había porqué aligerar la carga de
la deuda. Conclusiones: las autoridades de un PPTE deberían tratar
de mantener una situación crítica justo antes de presentarse al examen
del FMI y del BM.
4. Es necesario que el país haya agotado el resto de las posibilidades
de reducción de la deuda ante el Club de París. El país debe pre-
sentarse solo ante el Club de París, si este le da su autorización, el
país debe ir de nuevo ante el FMI y el BM para obtener una reduc-
ción de reembolso de estas dos instituciones.
5. A partir de septiembre de 1999, con el reforzamiento de la Inicia-
tiva PPTE, se añadió una nueva etapa a este recorrido plagado de
obstáculos: las autoridades del país deberán elaborar, en conjunto
con la sociedad civil, un documento titulado «Estrategia de lucha
contra la pobreza». No es más que la búsqueda del tan añorado
vínculo entre la lucha contra la pobreza y la reducción de la deuda.
En todo caso, es una nueva condición que viene a sumarse a las
otras ya presentes en la estrategia del PAS. El Banco Mundial solo
necesitó dos años para elaborar un programa para la reducción de
la pobreza, pero a Uganda le hicieron falta cinco años para hacerlo.
En necesario señalar que la Iniciativa PPTE es para los países pobres
y no solo para los PMA; sin embargo, está a punto de convertirse en un
problema que afecta fundamentalmente a los PMA, ya que introduce
algunas innovaciones que es conveniente exponer:
• Coloca a la introducción de la lucha contra la pobreza como una
condición importante para la Iniciativa reforzada.
• Abarca un mayor número de tipos de deudas que pudieran ser re-
ducidas, incluyendo las deudas multilaterales. La imposibilidad de
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anular las deudas multilaterales en el pasado, condujo a las Institu-
ciones de Brettons Woods a conceder nuevos créditos para permi-
tir el reembolso de los créditos de antiguas deudas. Dicho de otra
forma, estas últimas prestaban para el reembolso de las deudas, lo
que terminó creando una situación insostenible para los PMA, en
los que las deudas multilaterales tienen un peso muy grande, aproxi-
madamente del 60 % del total de la deuda a largo plazo.
• Se estudia la viabilidad de la deuda. Según Boote y otros,7 «el en-
deudamiento externo de un país es viable si se puede esperar de él
que logre sobreponerse por completo a sus obligaciones actuales y
futuras sin tener que recurrir a nuevas medidas, como pedir reduccio-
nes de su deuda, aplazamientos, o acumulación de atrasos en el pago,
y sin que todo esto no comprometa demasiado su crecimiento».
• La Iniciativa PPTE introduce también nuevas fuentes y mecanis-
mos de financiamiento para la reducción de la deuda, mediante la
venta de oro del Fondo Monetario Internacional para la alimenta-
ción del Fondo de afectación especial. La Iniciativa se basa en el
concepto de la sostenibilidad.

ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN/ La cuestión de la deuda


La sostenibilidad de la deuda de los PMA,
un concepto controvertido

El endeudamiento extremo de los países africanos constituye en la actua-


lidad uno de los principales obstáculos para el crecimiento y el desarrollo
económico en esa región del mundo.8 Los préstamos externos fueron
considerados durante mucho tiempo como una fuente de financiamiento
de los déficits internos y externos.9 En el ámbito nacional, el déficit se
refleja en la insuficiencia de fondos internos para financiar las necesa-
rias inversiones. En el plano internacional, se trata de encontrar los re-
cursos necesarios para el financiamiento del saldo deficitario de la cuenta
corriente de la balanza de pagos. Un gran número de países recurren,
7
Boote et al.: «Debt Relief for Low-Income Countries and the HIPC Debt Initiative» , en Z.
Iqbal y Kanbur (eds.): External Finance for Low-Income Countries, Fondo Monetario Internacio-
nal, Washington DC, 1997, p. 126.
8
Dahou, Kassé y Ndiaye, 2000, [s/d].
9
Modelo de los déficits dobles, Chenery y Strout: «Foreign Assistance and Economic
Development», en American Economic Review, 1966.

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por tanto, a los fondos externos para cubrir sus necesidades de consumo
y de inversiones. Es por esto que el financiamiento externo viene a su-
marse a los ingresos de las exportaciones, para lograr niveles de gastos supe-
riores a los ingresos reales permanentes de las economías endeudadas. De
esta forma, el boom de los ingresos de las exportaciones provenientes del
petróleo ha dirigido —incluso más allá de esos ingresos— importantes flu-
jos de capital hacia los países que se han beneficiado. ¡Como dice el prover-
bio, «solo a los ricos se les presta»! Jarret y Mahieu (1991) demuestran, a
través del ejemplo de Costa de Marfil, que esos aportes de capitales bene-
fician igualmente a países rentistas no petroleros. Los movimientos de capi-
tales son guiados, en efecto, por las variaciones de las tasas de interés, que
a su vez dependen de la rareza relativa del capital.
El préstamo externo permite de esta manera librarse de ciertas trabas
internas, y brinda la posibilidad de alejarse de medidas de política eco-
nómica poco populares, como el aumento de la presión fiscal. Los mo-
vimientos de capitales son igualmente considerados como mecanismos
de transmisión del crecimiento mediante la sustitución progresiva de
los fondos locales a los flujos exteriores de capital. De hecho, estos
modelos se cuestionan si el endeudamiento externo es compatible con
la tasa de crecimiento de la producción. En otras palabras, se trata de
determinar las consecuencias del financiamiento externo en el creci-
miento y el equilibrio de la balanza de pagos. La respuesta más antigua
a esta pregunta constituye la «teoría de los estadios de la balanza de
pagos».10 Según esta teoría, las economías pasan por cuatro fases sucesi-
vas que marcan la transformación de un joven país recién endeudado
en un país prestamista evolucionado. No obstante, si creemos que las
jóvenes naciones necesitan de los capitales extranjeros, hay que admitir
que el proceso de endeudamiento de los países africanos no sigue este
ciclo de la deuda.
Los modelos basados en esta teoría reposan en la hipótesis de que el
financiamiento externo está destinado a las inversiones productivas. En
virtud de los modelos de crecimiento del tipo Harrod-Domar, no existe
una sustitución entre los factores de producción: la oferta de trabajo es
perfectamente adaptable, por tanto, el crecimiento solo depende del
aumento de los fondos de capital. El financiamiento externo viene a
completar el déficit externo (déficit de la balanza corriente, al que se

10
John Elliott Cairnes: Some leading principles of political economy newly expounded, Harper &
Brothers,1874; Charles Francis Bastable: The commerce of nations, Methuen & co, Londres, 1899.

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añade el interés de la deuda externa). De esta forma, los fondos internos y
externos son considerados como complementarios, aunque en muchísimos
casos se ha demostrado la relación negativa entre los fondos internos y
los flujos financieros internacionales.
Por otra parte, se supone que los capitales externos financien las inver-
siones internas. Esta última hipótesis no siempre se puede demostrar,
ya que en muchos casos el financiamiento externo solo alcanza para
suplir el déficit de presupuesto; esto es lo que sucede en la mayoría de
los PPTE de África. Esto también puede significar que existen niveles
de endeudamiento más o menos sostenibles. A partir de cierto límite, los
nuevos préstamos solo permiten, en el mejor de los casos, devolver
los préstamos del pasado; en el peor, ni siquiera alcanzan para pagar los
intereses de la deuda. Es el efecto «avalancha». Cuando la tasa de interés
del préstamo es superior a la tasa de crecimiento de la economía, el peso
de la deuda en el PNB crece indefinidamente. A partir de entonces, es
fundamental evaluar el grado de endeudamiento que puede soportar
una economía.
Esos indicadores de sostenibilidad de la deuda son aún muy contro-
versiales en cuanto a sus posibilidades de aplicación. La reciente decisión
del G-7 de reducir la deuda de los países pobres muy endeudados, apoyado

ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN/ La cuestión de la deuda


por las Instituciones de Bretton Woods, hace necesario un debate pro-
fundo sobre el concepto de sostenibilidad de la deuda, que permita agru-
par a los países deudores en dos categorías: aquellos cuya deuda es
soportable según su capacidad de devolver lo que deben, y los que se
asfixian bajo la carga de su deuda externa. El concepto de sostenibilidad
es discutible por dos razones. Según Raffinot (1998), la renovación de los
análisis del crecimiento, sobre todo en el marco de las diversas teorías sobre
el crecimiento endógeno, constituye un primer motivo de preocupación.
Por otro lado, las economías más pobres presentan especificidades difí-
ciles de obviar cuando se evalúa su solvencia. Y en ese sentido, no se
puede dejar de hablar del carácter tan concesional de los financiamientos
recibidos. En efecto, el hecho de que el Estado sea el único deudor en el
exterior y que solo tenga acceso a financiamientos en su mayoría mul-
tilaterales provenientes de organismos especializados, solo aumenta
las dificultades para preservar la soberanía nacional, que es, sin embar-
go, tan necesaria para el establecimiento de políticas con una relativa
autonomía.
Esta última característica implica que el análisis del impacto de la
deuda debe ser realizado en un período muy largo, pues los reembolsos
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se realizan a lo largo de varias décadas. El inconveniente es que en
períodos tan largos, los estudios modelo del crecimiento solo alcanzan
cierto límite debido a que les es difícil tomar en cuenta las modificaciones
estructurales que acompañan el proceso de desarrollo. Normalmente,
estas modificaciones deberían incluir a las del financiamiento externo,
pues el desarrollo, a partir de un cierto nivel, debería poder dar acceso
a los mercados internacionales y reducir el hecho de tener que recurrir a la
ayuda pública para el desarrollo. Todo esto debería incitar a aplicar los
resultados de los estudios realizados siguiendo los métodos financieros
clásicos solo con infinitas precauciones, siempre que se trate de esta-
blecer un pronóstico sobre la sostenibilidad de la deuda de los países
más pobres. Por otra parte, el análisis del problema del endeudamiento
internacional no debe hacerse solo en sentido técnico o tecnicista, y así
olvidar o pretender olvidar las implicaciones del endeudamiento inter-
nacional como instrumento de dominación de unos sobre otros.
La selección de los criterios que determinan la viabilidad de la deuda
es fundamental en un proceso de anulación competitiva y equitativa.
Mientras más se baje el nivel de los parámetros, más oportunidades
tendrá el país de salir de forma permanente del círculo vicioso de la
deuda, pero en ese caso, el proceso será más costoso para los acreedo-
res. Por ese motivo, los ratios han sido manipulados en numerosas oca-
siones para responder a las nuevas exigencias de los países donantes
y de los socios capitalistas. Por ejemplo, el ratio del valor actual de la
deuda sobre las exportaciones pasó del 200-250 % al 150 %, según lo
estipulado en los acuerdos de la Cumbre del G-7 de Colonia. En lo que
concierne el ratio del valor actual neto sobre los presupuestos asigna-
dos, pasó de 280 a 250 %, el ratio de las exportaciones sobre el PIB, de
40 a 30 %, y el de los ingresos de las exportaciones sobre el PIB, varió
de 20 a 15 %.
En lo adelante, la posibilidad de obtener una reducción de la deuda
según la Iniciativa PPTE y de los créditos plagados de condiciones del
BM y del FMI, está muy relacionada con la elaboración de una estrate-
gia de reducción de la pobreza. La introducción de esta nueva condi-
ción que consiste en luchar contra la pobreza para poder recibir rebajas
de la deuda merece ser discutida. Porque de hecho, al introducir una
nueva condición sin haber eliminado ninguna de las anteriores, solo se
somete a los países que desean acogerse a la Iniciativa PPTE a una

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selección aún más rigurosa que antes.11 La decisión de luchar contra la
pobreza como objetivo central de la política económica se ve reforzada
por el hecho de que se pasó de una Facilidad de Ajuste Estructural
reforzada, a una Facilidad para la Reducción de la Pobreza y para el
Crecimiento (FRPC), que entró en vigor en noviembre de 1999, tras la
Asamblea General de primavera del FMI y del BM. Estos programas se
definen en el Documento de la Estrategia para la Reducción de la Po-
breza (DSRP),12 donde se hace un llamado a un proceso participativo
abierto a la sociedad civil, para lograr una mejor aplicación de los pro-
gramas de reformas. El DSRP, como de costumbre, debe someterse a
una evaluación del FMI y del BM para ser aprobado o rechazado; esa es
la famosa «confirmación de no objeción». Además, los aumentos de los
presupuestos previstos por la Iniciativa reforzada son microscópicos si
se tienen en cuenta las gigantescas reducciones que han sufrido durante
los últimos veinte años. A un ritmo de un 2 % al año, habrá que esperar
al año 2010 para volver a tener el mismo nivel de gastos que en 1985.
Por tanto, incluso si se aplica la Iniciativa en un país, puede esperarse
que la situación de la salud de la población continúe empeorando.
Si los países deudores aceptan que se les impongan estas condiciones, el
mecanismo de administración internacional del proceso de reducción de

ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN/ La cuestión de la deuda


la pobreza pudiera tener consecuencias negativas. Este riesgo es particu-
larmente grande cuando las condiciones impuestas a los países difieren de
todo lo que sería necesario para promover la acumulación de capital, la
eficiencia económica, el desarrollo sostenible y una inserción provechosa
en la economía mundial. Si se subordina el aligeramiento de la deuda a la
reducción de la pobreza, se corre el riesgo de que disminuyan las sumas
destinadas a la ayuda o de que se destinen a otra cosa, y de ahí pudiese
resultar una crisis que podría provocar el fracaso de todo el proceso.13 Por-
que no podemos olvidar que el objetivo principal de estas estrategias es
reducir la deuda y estimular el crecimiento mediante una modificación de la
anticipación de los agentes del sector privado.
El haber introducido, por una parte, un proceso participativo (la buena
administración) y, por otra, un control por parte de los socios capitalistas,

11
T. Killick: HIPC II and conditionality: Business as before or a new beginning? (Documento comisio-
nado por Commonwealth Secretariat for Policy Workshops on «Debt, HIPC and poverty
reduction»), 17-18 de julio de 2000, p. 3.
12
DSRP por sus siglas en francés: Document de Stratégie de Réduction de la Pauvreté. [N. de la E.].
13
Deusy-Fournier, 1999, [s/d].

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coloca a los Estados en una situación incómoda y reduce su libertad de
decisión en esta nueva empresa que se inicia, la de la lucha contra la
pobreza mediante un crecimiento económico grande. Es necesario ini-
ciar estrechas negociaciones con la sociedad civil en el ámbito nacional
y con los socios capitalistas en el internacional, con el objetivo de llegar
a un acuerdo acerca de las prioridades de las políticas que se van a poner en
práctica. Este acuerdo es importante, pues la sociedad civil podría blo-
quear el proceso de reducción de la deuda si no comparte la visión del
gobierno; por otra parte, su disposición para tomar el lugar que le han
asignado los socios capitalistas no siempre resulta la mejor, pues la ca-
pacidad de negociación entre ambos es aún muy pobre. La elaboración
de políticas de reducción constituye aún un terreno inexplorado, en el
que nada garantiza que los PMA sean competitivos.
Sin embargo, desde el punto de vista del deudor, lo fundamental es
saber si la reducción permitirá eliminar las trabas que entorpecen las
inversiones y tratar de evitar que los intereses de la deuda absorban una
parte demasiado grande de los ingresos de cambio y de los gastos públi-
cos. Por otro lado, es necesario que una gran parte de la deuda sea redu-
cida al inicio del proceso para que tenga efectos positivos en las
anticipaciones del sector privado y produzca un efecto inmediato en el
nivel efectivo de los intereses de la deuda, y logre así ser una bocanada
de aire fresco para el país. Como respuesta a esta preocupación, los crea-
dores de la Iniciativa plantean que estará lo suficientemente financiada para
que la reducción que se produzca sea bien real y tenga consecuencias posi-
tivas. No obstante, existen dos aspectos que ensombrecen los propósitos
de la Iniciativa. Primero, el 85 % de los compromisos irrevocables de
reducción de las deudas, según la Iniciativa, deberán cumplirse antes de
que termine el año 2000, y los compromisos de los IFI están basados en un
financiamiento garantizado. Por otra parte, la mayoría de los acreedores
multilaterales y bilaterales no pueden dar respuesta inmediata debido a
dificultades presupuestarias.14 Existe, además, la dificultad de que una ayu-
da extra, que no proviene del Club de París, no siempre es segura. Hasta
junio de 2000, ningún país beneficiario había obtenido garantía alguna por
parte de los acreedores.
La conclusión de la CNUCED sobre la capacidad de la Iniciativa
PPTE para reducir de manera sustancial la deuda es bastante explícita.
Según ella, «un buen número de los países afectados no ha podido
14
Government Accountability Office (GAO), Estados Unidos, 2000.

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librarse de todas sus obligaciones contractuales y, por tanto, habían acu-
mulado atrasos en el pago. En algunos casos, pudiera suceder que tras
la aplicación de la Iniciativa PPTE aumentara la suma que los países
deben pagar». Tumusiime-Mutebile es aún más crítico cuando analiza
esta Iniciativa.15 Según él, las consecuencias serán las siguientes:
1. La Iniciativa PPTE reforzada no será considerada como la primera
etapa de una estrategia global de reducción de la deuda y de la
pobreza, lo que provocará cada vez más la crítica de los grupos de
presión.
2. Los países beneficiarios no obtendrán al final una reducción satis-
factoria. Como consecuencia, sus endeudamientos no podrán alcan-
zar un nivel viable y se comprometerá entonces el financiamiento
para sus programas de lucha contra la pobreza, todo lo cual les
impedirá alcanzar los dos objetivos principales de la Iniciativa.
3. La deuda que se tenga con países que no son miembros de la OCDE
no desaparecerá de las cuentas del país deudor, lo que podría di-
suadir al sector privado de aumentar sus inversiones, siendo esta la
condición esencial para el éxito del programa de lucha contra la
pobreza.

ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN/ La cuestión de la deuda


La Iniciativa PPTE puede prevenir de eventuales crisis de liquidez
como consecuencia de choques exógenos. De hecho, esto invoca de por
sí la cuestión de la viabilidad de la deuda a mediano plazo. Cuando se
establecen los estimados de los niveles de viabilidad de la deuda, los
pronósticos no deben ser demasiado optimistas, como sucedió en el
caso de Mozambique y de Uganda durante la primera iniciativa PPTE.
En el caso de Mozambique, una gran baja de los precios de los produc-
tos primarios bastó para cuestionarse los logros de la primera Iniciativa.
En Uganda, el efecto combinado del descenso de los precios de las
materias primas como el café, las malas condiciones climáticas y una
baja generalizada de las tasas de interés terminaron aumentando los
intereses de la deuda. De esta forma, podemos constatar que las probabili-
dades de éxito de una empresa semejante, que consiste en mezclar la re-
ducción de la deuda y la pobreza, no parecen gozar de mucha credibilidad.
En efecto, vemos que los ingresos se alejan bastante de las previsiones

15
Tumusiime-Mutebile: «Making partnerships work on the ground», en Experiences in
Uganda, Ministry of Finance, Government of Uganda, 1999, pp. 7-8.

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y que el endeudamiento pudiera agravarse,16 aunque las previsiones
macroeconómicas con frecuencia pueden variar a causa de un contexto
internacional que fluctúa.17
Desde esta perspectiva, la Iniciativa reforzada pudiera muy bien ser
una nueva operación de seducción y de demostración de altruismo por
parte de los países donantes y de las instituciones multilaterales. Cons-
tituye igualmente un elemento importante de la estrategia para dismi-
nuir tensiones que iniciaron el G-7 y las Instituciones de Bretton Woods
con el objetivo de obtener un escenario de negociaciones y de toma de
decisiones más sereno; pues como ya hemos señalado, las Cumbres del
G-7, la Cumbre Económica Mundial de Davos, las Cumbres para el
Desarrollo Social de la Organización Mundial del Comercio, así como
las Asambleas Generales del Fondo Monetario Internacional y del Ban-
co Mundial, se ven perturbadas de forma significativa por la opinión
pública internacional y por los defensores de «otra globalización». Tras
las tergiversaciones que sufrió la primera fase de esta Iniciativa, una
buena parte de la opinión mundial creyó —equivocadamente— que los
acuerdos de Colonia serían una solución duradera para el problema del
endeudamiento externo de los países más pobres, la mayoría de los
cuales se encuentra entre los PMA de África subsahariana.
En la actualidad, 18 de los PMA están excluidos de la Iniciativa de
los PPTE y los motivos expuestos para justificar la exclusión de aque-
llos que están muy endeudados son poco convincentes. Por otra parte,
para la mayoría de los PMA considerados como PPTE, el tiempo nece-
sario para alcanzar el estado requerido provoca un problema mayor.
De esta forma, para devolver a los Estados su soberanía nacional y
dejarlos volver a ser los dueños de su destino, se hace urgente encontrar
16
En Mauritania, si bien el volumen de las exportaciones disminuye en 5 %, el ratio promedio
del valor actual de la deuda/exportaciones aumentará en 29 % en relación con la proyección
de base, para llegar a 195 % durante el período de 1998-2017 y a más de 251 % en el período de
1998-2007. El caso de la República Unida de Tanzania está también repleto de ejemplos
de este tipo. Aunque las exportaciones tradicionales aumenten menos de lo previsto, el ratio no
caerá a 150 % antes del 2013-2014, y a pesar de que el mercado del oro da menos resultados de
lo previsto, seguirá siendo mayor para cada año entre los períodos de 1999-2000 al 2017-2018.
Como promedio será de alrededor de 184 % entre 1999-2000 y 2008-2009 (CNUCED, 2000,
p. 159).
17º
Los criterios de anticipación de la viabilidad se basan en el crecimiento real del PIB, en la
flexibilidad de los ingresos de las exportaciones, en la evolución de las cantidades y de los
precios de los productos y servicios de exportación tradicional y otros, en los futuros flujos de
donaciones, de inversiones extranjeras directas, en flujos creadores de deudas, y en las condi-
ciones de los préstamos.

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soluciones alternativas para la deuda externa. Movilizar cada vez más los
recursos del país y el aporte de los capitales privados para el financia-
miento del desarrollo son soluciones alternativas, las cuales permiten
aliviar la presión que constituye que el financiamiento externo sea
la única solución para lograr la recuperación y el desarrollo. Liberarse de la
dependencia de la ayuda extranjera es uno de los objetivos centrales
de los estudios sobre los PMA. Este ambicioso objetivo requiere de un
fuerte crecimiento, lo que implica que la lucha contra la pobreza necesi-
ta de un crecimiento sostenible y de una preocupación por reducir las
desigualdades socioeconómicas. En efecto, cuando aumentan los ingre-
sos por habitante, los fondos internos aumentan considerablemente. Por
tanto, este aumento del crecimiento debe ir acompañado de una inten-
sificación de la movilización de los recursos internos.
Los programas de reducción de la pobreza exigen un apoyo financiero
considerable, pero al mismo tiempo, está comprobado que los PPTE se
asfixian bajo las exigencias de reembolso de la deuda. Cada año, África
subsahariana dedica el 14 % de sus ingresos de exportación a pagar los
intereses de su deuda, lo que representa 13 o 14 mil millones de dólares
como promedio que entrega a sus «acreedores». ¡Y esta suma es superior al
total que se destina a la educación y la salud! Es por esto que, como

ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN/ La cuestión de la deuda


dice el PNUD, una de las mayores responsabilidades de los acreedores
tanto bilaterales como multilaterales, consiste en anular sin condicio-
nes y por completo la deuda del Tercer Mundo. Más allá de la propaganda
(solo 14 mil millones anulados de los 100 mil millones previstos des-
de 1999) la Iniciativa PPTE nos deja perplejos. Podemos apreciar que la
comunidad internacional condiciona su ayuda pública al desarrollo, que
solo representa el 0,22 % del PIB global de los países industrializados.
¡Bien lejos estamos del 0,7 % de su PIB adoptado por las Naciones
Unidas en la década de los setenta!

Nexos entre el desendeudamiento


y la reducción de la pobreza

Para establecer una relación entre la reducción de la deuda externa y la


de la pobreza, hay que analizar dos aspectos. El primero es conocido
como el estudio directo según criterios de bienestar para determinar la
amplitud y el ritmo de la reducción. El segundo es todo lo contrario,

271

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pues determina la amplitud y el ritmo del desendeudamiento basándose
en criterios de viabilidad de la deuda, y según una concepción del proceso
de reducción de la deuda como una forma que favorezca la reducción de la
pobreza. Para este segundo enfoque, el desendeudamiento debe alimentar
el fondo social de inversiones para la educación, la salud, la alimenta-
ción y la lucha contra la pobreza. Y este enfoque, llamado indirecto, es
el que se aplica en la Iniciativa PPTE reforzada. En él se incita a los
gobiernos a adoptar reformas económicas que favorezcan a los pobres y
a los programas de reducción de la pobreza, y a utilizar recursos prove-
nientes de la reducción de los presupuestos sociales (salud, educación y
alimentación). Este enfoque necesita de algunos señalamientos:
En primer lugar, como las políticas de compensación y de asistencia
humanitaria ya han demostrado su incapacidad para reducir de manera
duradera la pobreza, las estrategias socioeconómicas de reducción de la
pobreza no pueden aplicarse sin tener en cuenta que es necesario hacer
que las poblaciones más vulnerables sean productivas. El objetivo es
elaborar estrategias socioeconómicas que tengan el doble efecto de re-
ducir la pobreza y de contribuir al crecimiento económico.18 Puede su-
ceder que, desde el punto de vista político, esto disminuya su sistema
de dominación y de legitimación, pues las opciones estratégicas que
pudiesen adoptar los gobiernos contienen a la vez preocupaciones eco-
nómicas y exigencias políticas. Las políticas que pueden ayudar a los
pobres, pero que imponen a los no pobres gastos, por mínimos que sean,
sin duda, encontrarán resistencia. Los no pobres son por lo general po-
líticamente poderosos y ejercen una gran influencia en las orientaciones
estratégicas de la política económica y social. Si los pobres tuvieran una
mayor participación en las esferas de decisión, esto pudiera ayudar
a reestablecer el equilibrio. Pero ya que el poder político está subordinado
al poder económico, es necesario concebir estrategias para la reducción
de la pobreza que sean apoyadas por los no pobres, o al menos que no
encuentren una resistencia activa de su parte. Por regla general, la nece-
sidad de prevenir la resistencia por parte de los no pobres impondrá
medidas cuyo peso será menos difícil de soportar para la mayoría, pero
en su mayor parte serán menos eficaces que las medidas impopulares.
Parece que es algo difícil de lograr el hacer que los gastos sociales solo
18
Sin embargo, el mejoramiento de las condiciones de vida de los países del sudeste asiático es
malinterpretado por el Banco Mundial, que siempre los pone como ejemplo. En efecto, el
consumo per cápita aún es insuficiente, y puede ser comparado con el de África.

272

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beneficien verdaderamente a los más pobres sin afectar a la administra-
ción de las políticas más elevadas.
En segundo lugar, la cantidad de recursos adicionales obtenidos gra-
cias a la Iniciativa PPTE continúa siendo modesta a mediano plazo.
En tercer lugar, incluso si sabemos bien quiénes son los pobres, para
lograr la reducción duradera de la pobreza es necesario el crecimiento,
la creación de empleos, las ganancias de la producción y una distribu-
ción más equitativa de los frutos del crecimiento. No se trata solo de
insistir en el ritmo del crecimiento (importancia de la tasa de crecimiento),
sino también en su calidad (durabilidad) y en su distribución.
En cuarto lugar, la concepción y la elaboración provocan el problema
de la puesta en práctica si se tiene en cuenta la experiencia adquirida en
materia de políticas, que rigen los socios capitalistas (PAS). Con el ob-
jetivo de lograr una mejor implementación de estas políticas, los socios
capitalistas han pedido a los Estados que inicien un proceso participativo
de elaboración de DSRP en conjunto con la sociedad civil. El problema
es que los PPTE no aplican la concepción, la visión. Están excluidos de
las instancias de consulta y de decisión en las fases que preceden a la
elaboración de los DSRP. La adecuación y la responsabilidad de la so-
ciedad civil sería como una maniobra que permita atenuar las críticas

ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN/ La cuestión de la deuda


de los sectores más activos de los PPTE, porque ellos deberían haber
participado en la elaboración de las políticas. Pero la aplicación de la
que hablamos no tiene que ver con la visión, es solo dictada; se trata de
adaptar las herramientas, los instrumentos de política económica. Sin
embargo, hay que tener en cuenta que la capacidad de los PPTE para
elaborar programas de reducción de la pobreza eficaces no ha sido pro-
bada, sobre todo en este nuevo aspecto. Por eso, los programas que se
creen con esta visión serán experiencias piloto que permitirán perfec-
cionar las estrategias de reducción de la pobreza.
En quinto lugar, parece demostrado que los PAS tuvieron un impac-
to negativo en una gran parte de las poblaciones de los países que adop-
taron los programas. Estos efectos en la sociedad han conducido a
cuestionarse si no sería necesario abordar al mismo tiempo los proble-
mas de la equidad y de la distribución de las ganancias junto al del
crecimiento económico.19 El problema es saber si es posible hacer que
sean compatibles y complementarias las estrategias económicas y las
19
Remitirse a los trabajos realizados por Morrisson, en el Centro de Desarrollo de la OCDE,
sobre el crecimiento y la igualdad.

273

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sociales. Aunque parece demostrado en teoría que el crecimiento es la vía
para aumentar los recursos del Estado y de las familias, algunas investiga-
ciones suelen disminuir esta «verdad». Pues si el crecimiento económi-
co parece ser indispensable para la reducción de la pobreza, resulta que
no es ni necesario ni suficiente. Las ganancias del crecimiento nunca se
reparten equitativamente, y mucho menos a favor de los pobres. Esta
realidad ha hecho que algunos autores se pregunten: do rising tides lift all
boats? [¿acaso la marea alta levanta a todos los botes por igual?]. Al no existir
un sistema de redistribución eficiente y adecuado, numerosos grupos
sociales continúan al margen. Recientes investigaciones de Danziger y
Gottschalk (1986), demuestran que la relación entre el crecimiento y la
pobreza no es lineal, y que con frecuencia se produce un fenómeno de
rendimientos del crecimiento en escala descendente para los pobres.20
En sexto lugar, según la CNUCED,21 los autores de la mayoría de los
trabajos recientes sobre la pobreza se han preguntado si el crecimiento
provocaba una reducción de la pobreza y cuáles serían las vías para
aumentar sus efectos sobre la pobreza, y no si la reducción de la pobreza
era buena para el crecimiento y cuáles serían las vías para aumentar sus
efectos sobre el crecimiento. Sin embargo, la segunda opción merece un
poco más de atención. ¿Acaso la reducción de la pobreza es un factor
de crecimiento? Por supuesto que no se puede concebir la reducción de
la pobreza como una operación de compensación social o de asistencia
humanitaria, sino como programas de generación de empleos y de crea-
ción de infraestructuras físicas y humanas. Estos objetivos necesitan de
un aumento de los ingresos de los agentes económicos. Dondequiera
que la pobreza ha desaparecido en masa, los pobres se han convertido
en la clase media, como sucedió durante el crecimiento fordista que
sostuvo los «gloriosos treinta». La reducción de la pobreza necesita, sin
duda, de un mayor acceso a los ingresos, a los bienes y a los servicios.
Además, la reducción no se produce de un día para otro, el proceso
toma años. Volvamos al recorrido plagado de dificultades. Los países
deberán haber aplicado con anterioridad, durante un período de tres a
seis años, políticas de austeridad presupuestaria y reformas económicas
neoliberales. Esas políticas deberán haber recibido la aprobación del
FMI y del BM. Luego de este período de prueba, el país candidato a la
20
Touhami Abdelkhalek y Abdelaziz Chaoubi: Croissance économique et pauvreté au Maroc: le contexte
théorique, Institut national de statistique et d’économie appliquée, 1999, p. 2.
21
CNUCED, 2000, p. 167.

274

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reducción deberá presentarse ante el FMI, quien le dará o no su aproba-
ción para pasar a la siguiente etapa, en la cual el país deberá presentarse
solo ante sus acreedores públicos del Club de París. El Club decidirá
eventualmente si otorga una reducción o una anulación. Contrario a las
declaraciones de los gobiernos que han difundido la mayoría de los
medios, es imposible anular el 90 o el 100 % de la deuda que se debe a
los acreedores públicos. ¿Por qué? Porque esta reducción (o anulación)
solo sería del total de la deuda bilateral establecida antes del primer
aplazamiento de pago (lo que se conoce como fecha tope, pre cut off
date). En el caso de los siguientes países, se trataría del total de la deuda
bilateral anterior al año 1983: República Centroafricana, Senegal, Togo,
Costa de Marfil, Madagascar y Níger. Ahora bien, la mayor parte de la
deuda bilateral, tal y como está en el año 2000, se ha acumulado des-
pués de la fecha tope y está compuesta en su mayoría por atrasos. Y
existe además una etapa adicional: en el caso de que el Club de París dé
su autorización para aplicar al país en cuestión los términos de Colonia,
el país debe regresar solo ante el FMI y el BM para solicitar que se le
conceda una reducción de la suma a pagar.
El FMI y el BM pueden, si consideran que la deuda de un país es
insostenible y si este ha cumplido con las condiciones del Club de París,

ABDOURHAMANE NDIAYE Y SAMIR AMIN/ La cuestión de la deuda


tomar la decisión de reducirle la suma que el país debe pagarles. Ejemplo
teórico: un país debe pagar 52 millones de dólares al BM y al FMI du-
rante diez años. El BM y el FMI deciden reducir esa suma en 20 millones
de dólares. El país deberá pagar por tanto 32 millones en lugar de 52.
¿Acaso el FMI y el BM han renunciado a cobrar los 20 millones de
diferencia? No, con el objetivo de asegurar su dinero, ellos han creado
un fondo fiduciario (Trust fund, en inglés) del que van a cobrar durante
diez años hasta recuperar sus 20 millones de dólares. ¿Cómo se alimenta
ese fondo? Mediante contribuciones de los países miembros del FMI y
del BM, principalmente los países más industrializados, aunque no son
los únicos. Esas contribuciones se colocan en los mercados financieros
internacionales, y el rendimiento de esas inversiones (intereses o plusvalía)
es lo que se utiliza para pagarle al BM y al FMI. De esta forma, ellos logran
que el tesoro público de los Estados miembros financie lo que se supo-
ne que sea su contribución a la reducción de la deuda. Por tanto, hablar
de anulación en este caso constituye un verdadero abuso del lenguaje, y
añadir que el FMI y el BM son generosos ya sería una calumnia. Como
planteó muy acertadamente el Wall Street Journal, gracias a la Iniciativa

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PPTE y al mecanismo del fondo fiduciario, el FMI y el BM han logrado
que los tesoros públicos de los Estados paguen la transformación de
antiguos préstamos irrecuperables en nuevos préstamos. Porque en efecto,
el BM y el FMI otorgan nuevos préstamos a los PPTE para que en lo
adelante puedan pagar a tiempo lo que aún deben, sobre todo a ellos.
En lugar de hablar de una política de reducción de la deuda a favor de
los países pobres, habría que hablar de una política de saneamiento de los
bolsillos del BM y del FMI. ¡Y eso sin mencionar el hecho de que ellos
aumentan la burbuja financiera cuando financian el costo de la operación
mediante nuevas inversiones en los mercados financieros! Al financiar
ese fondo fiduciario, los tesoros públicos de los países industrializados
provocan un efecto de evicción de los presupuestos antes destinados al
[Apoyo Presupuestario Directo] APD. En la actualidad, el APD solo
representa el 0,25 % del PNB de esos países.

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RUTH No. 6/2010, pp. 277-278

La linterna

Viejas y nuevas historias sobre la intervención


«preventiva» y «humanitaria»

La cuestión no es saber si habrá intervención, sino más bien qué forma tomará la misma.

New York Times, 1966.

La linterna enfoca en esta ocasión la densidad histórica de las relaciones de los


Estados Unidos con Haití, acumulado que sin duda gravitó en las preocupaciones
iniciales de varios gobiernos latinoamericanos tras el despliegue de fuerzas mi-
litares estadounidenses al paso del terremoto el 12 de enero de 2010. Las re-
flexiones de Gerard Pierre-Charles pueden ayudarnos a comprender cuántos
mecanismos están efectivamente transformándose. Haití bien puede conside-
rarse una prueba, en el área del Caribe, de la creciente importancia de la ayuda
militar en caso de catástrofes naturales, énfasis que no resulta marginal dentro
de la estrategia de seguridad del imperio. En medio de la activación de los
movimientos populares en América Latina, la respuesta hegemónica podría
tornar al viejo arsenal de dispositivos ensayados una y otra vez a lo largo del
pasado siglo. ¿Qué puede significar la presencia militar norteamericana en la
nación caribeña durante más de una década —tiempo que se estima durará la
reconstrucción—, aunque sea presentada bajo los auspicios de la ONU?
También es un intento por recordar parte de los acontecimientos políticos
del pasado siglo XX haitiano, que nos ayudan a mantener despierta la capacidad
crítica hacia el interior de la realidad caribeña. La invisibilidad de la sociedad

010 Gerard P. Charles.pmd 277 06/09/2010, 14:59


haitiana como agente central de cualquier política de reconstrucción no es solo
una cuestión de soberanía. El texto de Gerard Pierre-Charles apunta al menos tres
aspectos significativos: las relaciones entre institucionalidad política y corrupción,
entre ayuda financiera y subdesarrollo, y el tema de las capacidades organizativas
y de resistencia del pueblo, ignorado por la avalancha de fuerzas internacionales
movilizadas. Cuando el Estado y la institucionalidad se han visto sobrepasados,
resulta pertinente volver la mirada al pensamiento del militante comprometido
que, tras su experiencia en el exilio mexicano, logra volver coherente la voca-
ción organizativa que lo lleva, a mediados de los años cincuenta del siglo pasa-
do, a la fundación de un sindicato en la fábrica donde trabajaba. Durante ese
tiempo, Pierre-Charles permanece cercano a la tradición marxista y en transgre-
sión incesante de este universo ideológico a la hora de promover iniciativas de
concertación política. En todas las coyunturas de cambio social hallamos su
vocación ecuménica: contra la dictadura duvalierista, a la que denunció como
uno de los primeros ensayos de represión concertada y científica en América Lati-
na; en el movimiento de esperanza que generó la candidatura de Aristide a
inicios de los años noventa, y después en la vertebración de la oposición. En la
actualidad, esta vocación hacia la convergencia democrática se vuelve cada vez
más urgente.

MIRIAM HERRERA JEREZ


28 de abril de 2010

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RUTH No. 6/2010, pp. 279-297

GERARD PIERRE-CHARLES*

Haití: ¿otra vez los marines?**

En 1966 la novela de Graham Greene, The Comedians, fue un best seller


en los Estados Unidos y en Inglaterra. A los pocos meses era traducida
a una docena de idiomas... y servía de guión para una película de gran
espectáculo que hizo impacto mundial. Millones de personas se enteraron
[de] que existía hoy en día en el exótico Caribe una «república de pesadilla»,
versión miniatura del Tercer Reich, con sus SS llamados Tontons Macoutes,
su Hitler llamado Duvalier, tan sanguinario y loco como el otro, con la
diferencia [de] que aquel masacraba en Auschwitz a blancos y judíos y
este, el negro Duvalier, se nutre de la sangre del pueblo haitiano.
Este último paralelo histórico puede parecer forzado. Pero Duvalier
mismo lo acepta como un título de orgullo. Sus lecturas favoritas son
obras biográficas de Hitler. En una ocasión declaró: «Quisiera visitar
Alemania, para conocer los altos lugares donde vivió Hitler. Fue un
gran hombre, incomprendido como yo». Poco después, uno de los
turiferarios del presidente vitalicio escribió en un periódico haitiano:
«Si Hitler con el Mein Kampf conquistó la fama, el doctrinario Duvalier
con sus obras esenciales se volvió inmortal».

*
(Haití, 1935-Cuba, 2004) Dirigente político haitiano de la Organización del Pueblo en Lucha
y del Partido Comunista Haitiano, exiliado en México por veinticinco años durante la dicta-
dura de François Duvalier y Jean-Claude Duvalier. Fue profesor de Ciencias Sociales y Eco-
nomía en el Colegio de México. En 2003, fue propuesto al Premio Nobel de la Paz por su labor
para solucionar las permanentes crisis políticas haitianas.
**
Este artículo ha sido tomado de Pensamiento Crítico, no. 32, pp. 165-181, La Habana, septiem-
bre, 1969.

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Cualquier dictador ordinario hubiera destituido a un admirador que fue-
ra tan lejos en sus loas... En el Haití de Papa Doc, los favores y privilegios
del poder se adquieren en esa forma... o por la otra: matar a los adversa-
rios de Duvalier. Este dijo en una ocasión: «Me gusta el salvajismo de
mis Tontons Macoutes».
Sea a través de los cuadros de héroes de The Comedians o de las infor-
maciones publicadas por la prensa internacional desde hace más de una
década, las grandes líneas de la situación de Haití son bastantes conocidas
en el extranjero. En los Estados Unidos en particular, el nombre de Papa
Doc se ha vuelto tan conocido como cualquier personaje del folclore.
Haití para numerosos norteamericanos no solamente evoca los exóticos
misterios del vodú o la imagen de la miseria institucionalizada en una
isla del Caribe, sino también la turbulencia innata del negro o su impo-
tencia a gobernarse. Y no faltan en los círculos gobernantes quienes
vislumbren el momento en que el cuadro negro de la situación haitiana
pueda volverse rojo, involucrando «intereses fundamentales» de los
Estados Unidos en el hemisferio.
Precisamente a nivel de esa última preocupación se sitúa la perspectiva
del futuro de Haití y de sus relaciones con el pueblo de los Estados Unidos.
A ese nivel se plantea la pregunta: «¿Haití, madura para los marines?»,1 y
otra: «¿puede un país pequeño y pobre de América Latina pretender
o construir su futuro en forma revolucionaria o liberarse de la miseria y del
subdesarrollo sin enfrentarse a los Estados Unidos?».
Esas interrogantes cobran una importancia extraordinaria, cuando ya
existe una situación de crisis en Haití. Más que nunca, algunos especia-
listas de la política estadounidense planean una intervención norteame-
ricana en Haití. Ya John Plank, especialista en América Latina y el Caribe
en el Departamento de Estado, en octubre de 1965 escribía en la revista
Foreing Affairs: «Según la evolución de la política haitiana, la interven-
ción preventiva de Estados Unidos podría volverse necesaria e inevita-
ble». El New York Times del día 20 de noviembre de 1966 comentaba:
«La cuestión no es saber si habrá intervención, sino más bien qué forma
tomará la misma».
En otras esferas, la idea de la intervención preventiva viene íntima-
mente ligada a la misión «humanitaria» que desempeñaría la [Organiza-
ción de los Estados Americanos] OEA o la ONU. Raymond Alcide
Joseph, cabecilla de la llamada Coalición Haitiana, hace la pregunta en

1
Raymond Alcide Joseph: «Haiti Ripe for the Marines», en The Nations, 31 de marzo de 1969.

280

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el referido artículo: «¿Podrá la OEA moverse para llenar el vacío que
dejará Duvalier o tendrá que recurrir a las Naciones Unidas para reali-
zar su primera misión pacificadora en el continente?».
Frente a esas posibles «soluciones» que pretenden desvirtuar el pro-
ceso haitiano de su evolución natural e histórica, los sectores de van-
guardia responden: «El pueblo haitiano busca y encontrará su camino,
sin intervención de ningún mentor que le imponga un camino. Tan solo
así, por sus esfuerzos internos, puede librarse de las trabas a su desarrollo y
entrar en la senda del progreso... La intervención extranjera bajo cual-
quier forma no hará sino imponer nuevos sacrificios y humillaciones al
pueblo más humillado del continente. Vendrá a perturbar el proceso de
una nación que busca resolver desde adentro sus contradicciones eco-
nómicas y sociales. Dejad a nuestro pueblo forjar su destino».

Una larga historia de tiranía

La historia de la tiranía en Haití es tan vieja como el descubrimiento de


América. Los indios que poblaban la isla antes de la llegada de Colón
habían situado su «paraíso terrenal» en un rincón del sur de Haití, donde
frente a playas hermosas podían gozar de la felicidad. Esa leyenda india
se convirtió, desde la llegada de Colón, en un sueño que el pueblo haitiano
no ha alcanzado a vivir aún. Los españoles esclavizaron a los indios en

GERARD PIERRE-CHARLES / Haití: ¿otra vez los marines?


las minas de oro. Llegaron los negros de África para reemplazar a los
indios... después los franceses para reemplazar a los españoles. Saint
Domingue fue llamada la Perle des Antilles por los amos franceses. Era el
infierno colonial para los 600 000 negros que habían logrado hacer de
esa colonia la más próspera de las colonias existentes en este fin del
siglo XVIII...
«La libertad y la independencia» conquistadas a precio de quince años
de lucha no pusieron fin al reino de la tiranía. La hipoteca del pasado
colonial o esclavista se impuso a los nuevos oligarcas negros y mulatos
surgidos con la República. Al término de un siglo de vida nacional,
Haití estaba enfrascado en perpetuas luchas por el poder entre genera-
les, grandes latifundistas y comerciantes, mientras la masa del pueblo
sufría de miseria, ignorancia y explotación. Hombres de negocios ex-
tranjeros aprovechaban la situación para proveer armas a los políticos
rivales o bienes de consumo a un país que no había salido del cuadro de

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la agricultura de subsistencia e importaba todo: jabón, pescado, etc. Así
entró Haití en el siglo XX. Una economía precaria exportadora de café
(90 % de las exportaciones). Una estructura agraria en donde el estado
absentista viene a ser el mayor latifundio y distribuidor de latifundios
privados a altos funcionarios. Finanzas públicas arruinadas por el pago
de una deuda exterior interminable, y por la gabela oficial. Una sociedad
dividida por fuertes antagonismos entre la élite educada en París, para la
cual Haití era «una provincia cultural de Francia», y la masa analfabeta
hundida todavía en la Edad Media. Una política hecha de violencia, de
coups d’état,2 de parodia democrática ejecutada por una minoría mulata y
negra que mantenía al pueblo fuera de toda vida política.
Los conflictos sociopolíticos se volvieron tan agudos que en el perío-
do 1908-1915 se turnaron en el palacio ocho presidentes. El último de
ellos fue derrocado en condiciones de violencia que bien pueden repe-
tirse con la caída de Duvalier. El presidente Sam y su ministro de Guerra,
Charles Oscar, fueron sacados de la Embajada de Francia, en donde se
habían refugiado, y ajusticiados en la calle por haber hecho masacrar
días antes a 68 presos políticos encerrados en la penitenciaría nacional.
Al ocurrir este último hecho en un momento en que el intervencionismo
era la regla de las relaciones entre los Estados Unidos y las naciones
latinoamericanas, el imperialismo aprovechó la coyuntura y desembar-
có sus «marines» en Haití el 28 de julio de 1915.

Golpes de Big Stick

En su libro, muy conocido en los Estados Unidos, El Rey Blanco de la


Gonave,3 Wirkus hace el relato de su cooperación paternal con la pobla-
ción de esa isla adyacente de Haití. Según Wirkus, los indígenas llega-
ron a amarlo como a un hermano mayor...
Claro, esa experiencia realizada con uno de los grupos sociales más
primitivos, más atrasados cultural y políticamente de Haití, vino a ser
como una experiencia misionaria llevada a cabo con las tribus indias
más remotas del Este de los Estados Unidos en el siglo pasado, o con
las tribus lejanas de África...
2
Coups d’état (francés): golpes de Estado. [N. de la E.].
3
Faustin Wirkus: Le Roi Blanc de la Gonâve. Le culte du vaudou en Haïti. 1915-1929, Éditions
Payot, París, 1932 (original en inglés: The White King of La Gonave).

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En ningún caso, sin embargo, el episodio Wirkus da una idea de lo
que fue la ocupación norteamericana en Haití y el contenido de cin-
cuenta años de relaciones de dominación y dependencia entre la nación
más rica y la más pobre del continente. La intervención norteamericana
en Haití fue la más sangrienta de todas las realizadas por la marina de
los Estados Unidos en América Latina. El episodio que cobró más vidas
humanas, entre todas las acciones realizadas por los Estados Unidos en
condiciones que no fueran de una guerra declarada. Según el historiador
haitiano Dantes Bellegarde colaborador del ocupante y ministro de
Educación de 1915 a 1922, el saldo de la ocupación norteamericana en
Haití fue de 12 975 muertos.4
La mayoría de esas víctimas fueron campesinos caídos en la lucha
patriótica encabezada por Charlemagne Péralte.5 Esa lucha duró dos
años cubriendo un territorio de 4 mil millas cuadradas, y poblado con
casi un millón de habitantes. La ocupación fue un típico caso de la política
de Gran Garrote aplicada a favor de los intereses financieros de los Esta-
dos Unidos en Haití. Detrás de la ocupación escribe el profesor Arthur
Link, de la Universidad de Princetown: «trabajando en concierto con el
Departamento de Estado se encuentra el Nacional City Bank de Nueva
York. El «Marine Corps» actúa en realidad a favor de los grandes intere-
ses financieros de los Estados Unidos».6
De hecho, el consorcio Rockefeller, y la Haytian American Sugar
Company [fueron] los grandes beneficiarios de la ocupación norteame-

GERARD PIERRE-CHARLES / Haití: ¿otra vez los marines?


ricana en Haití.
El control de las aduanas y de las finanzas haitianas había sido desde
fines del siglo pasado una de las metas de la política estadounidense
hacia Haití. Una vez logrado el control directo de estos puntos clave por
The Financial Adviser y el jefe de la Marine Corps, los hombres de
negocios norteamericanos pudieron aprovechar al máximo los benefi-
cios de la ocupación. En particular el National City Bank, dueño del
Banco Nacional de Haití.
En 1922 lanzó a favor de Haití un empréstito de 40 millones, de los
cuales tan solo 2,4 millones ingresaron en el tesoro haitiano. La mayor
4
Dantes Bellegarde: La Résistance Haïtienne: récit d’histoire contemporaine, Editions Beauchemin,
Montreal, 1937.
5
(Haití 1886-1919) Líder nacionalista haitiano que se opuso a la invasión de su país por los
Estados Unidos, en 1915. [N. de la E.].
6
Arthur S. Link: La política de Estados Unidos en América Latina, 1913-1916, Fondo de Cultura
Económica, México, 1960.

283

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parte de dicho empréstito fue utilizado para pagar viejas deudas del
Estado haitiano adjudicadas anteriormente por el propio trust. Al fin el
tesoro haitiano pagó, con intereses de 6 % y amortización adelantada,
el valor nominal del empréstito.
Al terminar la ocupación haitiana en 1934, Haití había pagado unos
seis millones en adelante, de las inversiones conceptuales, prestando
así dinero a Wall Street. Mientras las compañías fruteras recibían con-
cesiones de unas cien mil hectáreas.7
La ocupación norteamericana pisoteó la dignidad de ese pueblo ne-
gro que desde más de un siglo gozaba de su independencia.
Todas las clases sociales sufrieron de la soberanía de los marines, que
se sentían en un país conquistado. Ya desde el principio Washington
recomendaba «mandar a Haití marines originarios del sur de los Esta-
dos Unidos, ya que a causa de su largo trato con los negros sabrían
tratar a los de Haití».
La élite mulata y negra era menospreciada y alejada de los honores
del poder que había compartido tradicionalmente. En cuanto a la masa
fue sometida al «trabajo obligatorio» para la construcción de carreteras
y de obras públicas. Los campesinos desposeídos de sus tierras tuvieron
que emigrar hacia Cuba y República Dominicana.

Lección de democracia made in USA

La ocupación norteamericana logró modernizar la vida política haitiana.


El sistema político, tal como ha funcionado en el último medio siglo, es
fruto de las lecciones de democracia administrativa con palos dados
por los marines.
En primer lugar, la Guardia de Haití, modernizada, tecnificada, amaes-
trada, vino a ser el rector de la vida política, y el cuerpo de procónsules
encargados de obedecer las órdenes de la Casa Blanca. Ese papel lo
desempeña la Guardia con brillo dando un golpe de Estado a Lescot
en 1946, a Estimé en 1950 a favor del General Paul Magloire.
En segundo lugar, la ocupación procedió a remendar el viejo disfraz
de democracia constitucional haitiana... Desde su independencia (apar-
te unos temporales imperios o reinos) Haití había tenido constituciones
7
Susy Castor y Pierre Gerard-Charles: «El Big Stick contra Haití», Tesis Doctoral, UNAM,
México, 1969.

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republicanas sumamente democráticas. Tal vez las constituciones más
democráticas del mundo... Pero quedaban olvidadas en los cajones de
sus ilustres redactores, diputados y senadores.
En el marco de la lección de democracia que pretendían implantar
los marines, Franklin Delano Roosevelt, entonces subsecretario de la
Marina, redactó de su propia mano una nueva constitución para Haití...
«Una muy buena constitución según él mismo la reconoció en 1920».8
Para imponer esa farsa del constitucionalismo y dar a su ocupación
un carácter legal, el Almirante Caperton, jefe de las Fuerzas de Ocupa-
ción, había ya disuelto por cuatro veces consecutivas el parlamento.9
Utilizó para ello incluso las bayonetas, convocando a elecciones, ple-
biscito, o nombrando a nuevos parlamentarios; pero siempre se había
encontrado con legisladores rebeldes que no querían aprobar legalmente el
«hecho de la ocupación». Cuando se trató de votar la Constitución-
Roosevelt se manifestó, otra vez, la resistencia de los legisladores. Algunos
no querían aceptar el protectorado; otros se negaban a conceder el dere-
cho de propiedad inmobiliaria a los extranjeros; algunos sencillamente
se rebelaban con los numerosos anglicismos que contenía un texto origi-
nalmente redactado en inglés...
En definitiva la Constitución-Roosevelt fue impuesta. Durante diez
años más el presidente Borno, pelele de los ocupantes, se aplicó a man-
tener el estatuto colonial. Pero la oposición nacionalista crecía, dirigida
por Jean Price-Mars10 y Jacques Roumain.11 Borno y sus mentores tuvie-

GERARD PIERRE-CHARLES / Haití: ¿otra vez los marines?


ron que salir más de una vez del cauce constitucional, arrestando a pe-
riodistas y opositores... La amplitud de la resistencia patriótica y
nacionalista, el odio y desprecio del pueblo hacia los marines, la simpa-
tía levantada por la lucha haitiana en los Estados Unidos, los obligaron
a levantar sus tropas de Haití en 1930, y a defender en 1934 el aparato
de dominación colonial, que reglamentaba las finanzas y la administra-
ción pública haitiana.
8
Hearings: U.S. Congress. Senate Select Committee on Haiti and Santo Domingo, Gov. Printing
Office, Washington, 1922, p. 181.
9
Suzy Castor y Gerard Pierre-Charles: «Cuando los marines desembarcaban en Haití», en Cua-
dernos Americanos, no. 4, México, 1968, p. 158.
10
(1876-1969) Político y escritor haitiano, fue director del Buró de Etnología de Haití y
presidente del I y II Congreso de Escritores y Artistas negros, en 1957 y 1959.
11
(1907-1944) Escritor y etnólogo. Estudió en Puerto Príncipe, Suiza y Francia. Participó
directamente en la creación del movimiento indigenista, que aspiraba a rescatar la cultura
nacional haitiana. Activo militante antimperialista, fue fundador y secretario general del
Partido Comunista de Haití.

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La ocupación norteamericana modernizó la vida pública haitiana,
hasta entonces netamente medieval, dominada por el imperio de los
caciques ignorantes. Instauró normas o instituciones que correspondían
al funcionamiento de la democracia constitucional y burguesa. Logró la
restauración de los mecanismos electorales de tal modo que la evolu-
ción política fue regularizada «democráticamente», es decir, sin violen-
cia. Como médula de toda esa política de modernización emergía la
Guardia, arbitro supremo de la democracia haitiana, heredera y repre-
sentante exclusiva de los marines en Haití.
Todo aquello constituía una política de facade12 y no podía acarrear
beneficios reales y duraderos a la sociedad haitiana. Se habían logrado
remoldear algunas instituciones. Las bases mismas de la sociedad
haitiana quedaban carcomidas y anacrónicas. El capital norteamericano
no logró romper las estructuras agrarias de tipo feudal y lanzar al país en
la vía del desarrollo de tipo capitalista. El régimen económico social
quedaba intacto y el sistema político recubierto de un revestimiento
modernista que le asemejaba a una democracia representativa.

«Papa Doc» surgió como producto de un sistema

«La democracia representativa» haitiana, tal como fue armada por la


ocupación norteamericana, funcionó con cierto equilibrio durante vein-
ticinco años. Las clases dirigentes aprendieron a mantener su régimen
de opresión sin violencia desmedida. Los conflictos y contradicciones
entre ellas se resolvían por los «buenos oficios» de la embajada yanqui o
de la Guardia. Así, en 1940 fue nombrado Presidente de Haití el embajador
en Washington, señor Elie Lescot, un hombre casi desconocido en el país.
El descontento del pueblo contra Lescot estalló con violencia en 1946.
Intervino la Guardia como árbitro y una junta militar tomó el poder,
para depositarlo en manos de Estimé en 1946. Cuatro años después, el
ejército derrocaba a Estimé y el General Magloire13 resultaba el benefi-
ciario del golpe.
En todo este período el sistema evolucionaba de modo suave. Claro,
las masas eran excluidas del poder. Las elecciones venían a ser burdas
12
Facade (inglés): Fachada.
13
Paul Eugène Magloire, presidente haitiano (1950-1956), fue elegido en las elecciones del 8 de
octubre de 1950 y en diciembre de 1956 renunció al poder. [N. de la E.].

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mistificaciones destinadas más bien a ratificar «democráticamente» de-
cisiones tomadas en las altas esferas del poder.
Los legisladores eran nombrados de hecho por el Ejecutivo. El único
caso de un diputado elegido por voto popular fue el de Daniel Fignolé,
líder populista que resultó electo primer diputado de Puerto Príncipe,14
pese a la negativa de Magloire, entonces hombre fuerte... Fignolé tuvo
que pagar este desafío con unos meses de cárcel... En este mismo perío-
do algunos periódicos de oposición fueron clausurados.15
El funcionamiento de la maquinaria política venía siendo facilitado
por condiciones bastante favorables de las finanzas. Durante la década
posterior a la Segunda Guerra Mundial (gobiernos de Estimé y Magloire),
los altos precios de las materias primas y productos agrícolas asegura-
ron al Estado un superávit fiscal considerable. Los comerciantes y la
nueva burguesía negra aprovecharon esa situación al máximo. El poder
de compra de la población resultó también favorecido. Cierta «prosperidad»
superficial para las clases acomodadas ocultó la miseria tradicional de las
masas y el anacronismo de las estructuras socioeconómicas. En los años
de oro 1950-1955 las exportaciones alcanzaban la cifra récord de 50 millo-
nes de dólares. La burguesía y los sectores funcionaristas exultaban, ha-
ciendo excelentes negocios. Pero el 50 % de los campesinos carecía de
tierra. En el departamento del Nordeste se registraban casos de muerte
por inanición. Las estructuras semifeudales y de dependencia semicolonial

GERARD PIERRE-CHARLES / Haití: ¿otra vez los marines?


impedían el progreso de la nación haitiana.
Precisamente de esas fallas estructurales arrancó la crisis económica
y política de los años 1956 y 1957. Una mala cosecha cafetalera, a raíz
del ciclón Hazel de 1955, bastó para echar por tierra el espejismo de
prosperidad de los años anteriores. Las clases medias, descontentas por no
participar lo suficiente [en el] banquete de las finanzas públicas, irrum-
pieron en la escena contra Magloire. También, la burguesía tradicional
mulata deseosa de sentir su dominio exclusivo.
Durante dos años estos sectores dirigentes pelearon con una violen-
cia ciega por el poder. El ejército monolítico construido por los marines
y fortalecido durante el período posterior vio su unidad quebrantarse.
Sectores rivales fueron surgiendo en su seno tras los diversos candida-
tos. La máxima creación de los marines resultaba así irremediablemente
14
En 1951.
15
Independence...

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herida. La fracción duvalierista, encabezada por el General Kebrau,
emergió como árbitro de las pugnas y colocó a Duvalier en el poder.

Papa Doc, enfant terrible del Tío Sam

El reino de Duvalier empezó el 22 de septiembre de 1957, con el evi-


dente beneplácito de Washington. Duvalier había sido durante años un
funcionario de la Misión Norteamericana de Salud Pública, [que quedó]
en Haití al salir los marines en 1934.
Trabajó bajo las órdenes de un mayor del United States Marine Corps.
Consiguió después una beca de la Universidad de Michigan.
Estrechamente ligado a la embajada norteamericana de Puerto Prín-
cipe y al Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública [SCISP],
Duvalier subió al poder como un viejo amigo de Washington. Para rei-
terar su absoluta disposición a servir en forma incondicional, declaró
en su primera conferencia de prensa que su sueño era «hacer de Haití un
segundo Puerto Rico».16
Enseguida la ayuda financiera norteamericana empezó a fluir: 3,5 mi-
llones de dólares en las primeras semanas de gobierno de Duvalier. Diez
meses después de su toma de posesión, había firmado con Washington un
convenio para que una «misión militar» norteamericana viniera a adiestrar
al ejército. De hecho, la misión dirigida por el Coronel Robert Heinlnt
adiestró no solo al ejército regular, sino también a núcleos de las fuerzas
especiales que iban a transformarse pronto en los conocidos Tontons Macoutes.
Esa misión entregó a Duvalier cuantiosas cantidades de armas.
La cooperación entre Washington y el Gobierno haitiano alcanzó un
nivel nunca visto durante o después de la ocupación norteamericana.
Como lo subraya Hanigat en el estudio mencionado, de 1958 a 1962
Duvalier recibió en concepto de donaciones y empréstitos unos ochen-
ta millones de dólares. Además, un sinnúmero de expertos y misiones
técnicas asesoraban al gobierno en todos los campos de la administra-
ción pública. Un plan de desarrollo regional fue concebido por la Haytian
American Development Organization en el norte del país, abarcando
unos 5 000 km2.17
16
Leslie François Marigat: Haiti in the Sixties, Object of the International Concern, Washington
Center of Foreign Policy Research, 1964, pp. 23-24.
17
Gerard Pierre-Charles: La economía haitiana y su vía de desarrollo, Ed. Cuadernos Americanos,
México, 1965, pp. 115-117.

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Tan solo una «inyección masiva» de dólares, había dicho el señor pre-
sidente, podía salvar la economía de la bancarrota. Sin embargo, la cuan-
tiosa asistencia recibida no sirvió para fines de desarrollo. Permitió
mantener el cuerpo de los Tontons Macoutes, transformados ya en una orga-
nización de unas treinta a cuarenta mil personas. Alimentó la corrup-
ción oficial, el despilfarro, el robo, las transferencias hacia los bancos
extranjeros. Al mismo tiempo, inversionistas norteamericanos recibían
concesiones ilimitadas. Los aventureros de las finanzas afluían a Haití
deseosos de hacer fortuna rápida y de pagar por ello cuantas prebendas
fueran necesarias, ya fuera a un ministro o al propio Duvalier.
Esa cooperación perfecta iniciada durante el gobierno de Eisenhower
duró parte del gobierno de Kennedy. La situación en el Caribe a raíz de la
Revolución Cubana, y la doctrina Betancourt, que presionaba a la OEA
para que no se ayudase a las dictaduras, obligaron a la administración
Kennedy a alterar esa etapa de cooperación.
El round Kennedy con Duvalier culminó en el año 1963, en que lle-
gaba a su término el mandato constitucional del dictador... El Gobierno
estadounidense suspendió su ayuda económica para presionar a Duvalier.
Al mismo tiempo, la Misión Militar de los Estados Unidos patrocinaba
casi abiertamente un golpe de Estado del ejército. Duvalier reaccionó
expulsando a la Misión Militar y declarando «persona non grata» al em-
bajador Raymond Thurston. Eso era en mayo...
El epílogo de Dallas, en noviembre de 1963, hizo bajar el telón sobre

GERARD PIERRE-CHARLES / Haití: ¿otra vez los marines?


las nuevas relaciones entre Washington y Papa Doc, que se volvieron
más íntimas.

Adaptación mutua

Escasas semanas después de la muerte de Kennedy, en enero de 1964,


el presidente Johnson reanudó las relaciones con Duvalier. Aceptó así,
sin mayor humillación, la afrenta que había sufrido de parte de su laca-
yo terrible, «Papa Doc», quien de hecho no tenía otra pretensión que la
de seguir siendo lacayo. Mac Namara declaró poco después: «buscamos
con Duvalier, un nivel mínimo de adaptación mutua».
La adaptación mutua sigue siendo hasta hoy el contenido de las rela-
ciones entre el Tío Sam y el Papa Doc... con el complemento de «ventajas
mutuas». Los niveles de esa fase de cooperación varían desde lo míni-
mo hasta lo máximo, según la conveniencia de Washington. El gobierno
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norteamericano proporcionó al gobierno de Duvalier la ayuda indispensa-
ble para mantenerse en vida. Nivel mínimo tal vez. La corrupción e inefica-
cia del régimen son harto conocidas y, además, es una amistad tan
comprometedora. Para ello el dinero se suministra por debajo de la mesa a
través del [Banco Internacional de Desarrollo] BID, del BIRD, 18 del USAID.19
La ayuda bajo diversos rubros, durante 1964-1969, ha alcanzado 4,4 millo-
nes de dólares anuales, o sea, unos veintidós millones. La ayuda del
FMI a través del sector bancario no viene incluida en esa evaluación.
Representa unos dos millones de dólares anuales, indispensables para
mantener la paridad de la gourde al dólar.20 Siendo el presupuesto de los
gastos públicos de veinticinco millones de dólares, esta partida de ayu-
da representa la quinta parte del mismo. Lo que viene a ser una asisten-
cia sustancial. Además, algunas firmas norteamericanas comisionadas
para ejecutar obras en los países subdesarrollados han estado realizan-
do contratos con el Gobierno haitiano para realizar obras de infraes-
tructuras. La más importante es la J. G. White Corporation, una firma
constructora que había realizado obras públicas en Haití durante la dé-
cada de los cuarenta, en condiciones realmente escandalosas. En 1968,
esa misma compañía firmó con el gobierno de Duvalier un contrato por
la reconstrucción de los muelles de Puerto Príncipe. En principio las
obras son financiadas con recursos internos. Pero la compañía J. G. White
queda respaldada por el Eximbank, una vez más. Otras dos compañías,
de denominación canadiense, están realizando desde 1967 obras de su-
ministro de agua potable y de instalación de un servicio telefónico en
Puerto Príncipe, con respaldo financiero del BID. Las instituciones fi-
nancieras, como el BID, el BIRD y la [Agencia Internacional para el
Desarrollo] AID sobre todo, han prestado al gobierno de Duvalier una
asistencia discreta pero importante. El Comité Interamericano de la
Alianza para el Progreso, en un informe de marzo de 1964, recomenda-
ba una asistencia de 40 millones en tres años para Haití; otro documen-
to de esa institución, el «Informe por el año de 1967», subrayó la
importancia de la ayuda prestada, la cual ha permitido al Gobierno

18
Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (Banco Mundial, ONU). [N. de la E.].
19
Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, USAID por sus siglas en inglés:
United States Agency for International Development. [N. de la E.].
20
Robert D. Heinl: «Haiti, Next Mess in the Caribbean?», en The Atlantic, no. 220, noviembre,
1967, pp. 83-84.

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haitiano sobrevivir y emprender algunas obras de productividad funda-
mentalmente política.
En el plano político militar, el apoyo de Washington a Duvalier cobra
un carácter práctico y relativamente eficaz. Después de la expulsión de
la Misión Militar yanqui de Haití en mayo de 1963, las entregas de armas y
de municiones habían sido oficialmente suspendidas. Pero los servicios de
inteligencia yanqui se arreglaban con algunos agentes duvalieristas en el
exterior para dejar pasar en contrabando desde los Estados Unidos cuan-
tiosos equipos bélicos... Así los cónsules haitianos en Miami, Ruddy
Baboun, Georges Baboun y Maximilien expedían importantes embarques
de armas y municiones. En una ocasión la mercancía venía a ser aviones de
combate TU 34. Raras veces el FBI lograba interceptar los embarques.
Al principio de 1968 una Misión de la Junta Interamericana de De-
fensa visitó Haití para concertar con el gobierno de Duvalier planes
para integrar mejor a Haití en la Defensa Continental. Mientras, la co-
operación policíaca de la CIA era ampliada a un nivel nunca alcanzado.
Una vigilancia estricta se ejerce en el extranjero sobre las actividades de
los exilados en general, sobre todo los de izquierda. Una oficina espe-
cial de la CIA funciona en Miami como coordinadora de las actividades
de inteligencia entre los haitianos de las Bahamas, la República Domi-
nicana, México y Centroamérica.
También la CIA ha establecido una vigilancia estricta sobre los haitianos
en viaje al exterior. Los viajeros son fotografiados, arrestados, interro-

GERARD PIERRE-CHARLES / Haití: ¿otra vez los marines?


gados en cualquier aeropuerto por agentes especiales de la CIA en activi-
dad de servicio o comprados directamente por Duvalier. Y numerosos
ciudadanos de regreso en Haití han sido arrestados en Puerto Príncipe por
haber sido señalados por la CIA como eventuales agitadores.
En Haití mismo, los servicios de inteligencia empeñados en proteger
el país del comunismo utilizan las misiones protestantes como cobertu-
ra de su actividad de espionaje. Duvalier recibió ayuda de esas misiones
para acceder al poder. Durante su gobierno favoreció la instalación de
nuevas iglesias protestantes en Haití. En el seno de esas misiones, agentes
especiales colaboran con la policía represiva duvalierista, en el campo
sobre todo.
Paradójicamente, esas mismas iglesias financian las actividades de
grupos oposicionistas haitianos en el exterior. La Coalition Haïtienne
des Forces Democratiques, en especial, recibe fuerte ayuda de las mi-
siones protestantes.

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Bastión anticomunista

La política oficial de Washington parece estar inspirada más que nunca


por la idea de que Duvalier es una pieza necesaria e indispensable para
el mantenimiento del statu quo en Haití. La necesidad de la «estabilidad»
opaca cualquier otra consideración acerca del desprestigio, impopu-
laridad e incapacidad del régimen. Qué importa al fin al Tío Sam que
Duvalier se olvide de los derechos humanos, asesine a negritos o acen-
túe la degradación de la sociedad haitiana... Basta que Duvalier y sus
huestes sirvan para asegurar el statu quo, es decir, para defender a Haití
del comunismo. Al fin, es el mismo objetivo que los Estados Unidos
persiguen en Viet Nam del Sur... Y los métodos utilizados por los G. I.21
y los marines no son tan diferentes de los usados por los Tontons Macoutes.
A partir de ese criterio realista, la administración Johnson y la de
Nixon no solo han entendido la necesidad de no modificar la situación
creada por el duvalierismo, sino también de evitar que se modifique. De
ahí que se oponen resueltamente a toda operación de los grupos pro
yanquis instalados en los Estados Unidos y que han sido promovidos
como fuerza de reserva del juego imperialista en Haití. La «invasión»
preconizada por la Coalición en mayo de 1967, preparada con la com-
plicidad de agencias policíacas de Washington, fue bloqueada en último
momento. El territorio de Bahamas servía como base de operación. Su
acceso fue prohibido a los hombres de la Coalición. Una emisión de
radio de New York World Wide, que desde 1966 servía como tribuna
propagandista de la agrupación en los Estados Unidos, fue quitada a la
Coalición... Un grupo de haitianos que se adiestraba en la Florida en un
campo dirigido por boinas verdes fue descubierto al principio de enero
de 1969 y sus integrantes arrestados. Estos últimos, acusados de violar
la ley norteamericana de neutralidad, pasaron once días de cárcel...
Duvalier ha entendido perfectamente esa nueva fase de la política
norteamericana que tomó cuerpo definitivamente con el acceso de Nixon
a la Casa Blanca. En entrevista al director del Miami Herald, señor George
Beede, el 10 de marzo último,22 declaró que su gobierno era el «bastión
más fuerte contra el comunismo en el Caribe». En la misma época desa-
21
Término que describe a los miembros de las fuerzas armadas de los Estados Unidos (siglas en
inglés: Government Issue, suministro del gobierno). [N. de la E.].
22
O sea, el 10 de marzo de 1969. [N. de la E.].

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taba una represión sangrienta e indiscriminada contra todos aquellos
sospechosos de actividades comunistas.
La bandera anticomunista sustentada con igual frenesí por el Tío Sam
y Papa Doc abre a la «cooperación» nuevas perspectivas con desprecio
de las aspiraciones del pueblo haitiano a la libertad y al bienestar.

Planes de intervención

Washington presta su apoyo a un régimen odiado que oprime a un pueblo


harto de miseria y de tiranía. Niega asimismo a ese pueblo el derecho de
levantarse para conquistar mejores condiciones de vida. Planes de in-
tervención «preventiva» son elaborados para frustrar cualquier esfuer-
zo del pueblo tendiente a derrocar este régimen de vergüenza, a establecer
un orden de progreso y justicia, y ejercer la soberanía que corresponde a
una nación.
Mientras, los políticos haitianos refugiados en los Estados Unidos se
deleitan con la perspectiva de una intervención, ya que esta constituye
lo único que puede ofrecerles una posibilidad de reemplazar a Papa
Doc como peón de la política norteamericana en Haití. Algunos sueñan
ya con la idea de entrar en Haití sobre el puente de algún barco de la
Marina de Guerra de los Estados Unidos... integrando un gobierno pro-
visional impuesto por Washington.

GERARD PIERRE-CHARLES / Haití: ¿otra vez los marines?


De hecho, desde hace tres meses, cuando estalló la actual crisis
haitiana, y desde que se habló de la enfermedad de Duvalier, las fuentes
noticiosas norteamericanas no han dejado de referirse a la «probable
necesidad de una intervención en Haití». Han dado a entender que esa
intervención podría realizarse desde la República Dominicana, como
«medida preventiva» para evitar un éxodo masivo de haitianos al veci-
no país. Por ello el ejército dominicano ha movilizado sus efectivos a lo
largo de la frontera. Al mismo tiempo, el jefe de Estado Mayor domini-
cano manifestaba sus preocupaciones para el caso de que surgiera un
gobierno izquierdista a la desaparición de Duvalier.
Portavoces de la OEA, por su parte, al anunciar la formación de una
guardia encargada de la protección del edificio de la Organización en
Washington, han expresado que bien puede ser que esa «policía» sirva
también para proteger las instalaciones de la OEA en Haití en caso de
surgir allí desórdenes... Y como las instalaciones de la OEA en Puerto

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Príncipe no pasan de una oficina de unos 500 m2, estas declaraciones
ponen en relieve el cinismo con que se busca una fórmula intervencionista
que logre no levantar la indignación continental o permita vencer la negati-
va de algunos gobiernos latinoamericanos, que nunca aceptarán esa nueva
humillación a un país hermano que durante doce años ha sido humillado
por el tirano de más mala fama que conoce la historia de América.
Al mismo tiempo, desde mediados de mayo, barcos de guerra nortea-
mericanos están maniobrando en las aguas territoriales de Haití.

No a la intervención

La espada de Damocles de la intervención norteamericana está suspen-


dida sobre el porvenir de Haití. Pero no podrá impedir que la nación
haitiana se ponga de pie. A la amenaza de la intervención, el pueblo
está respondiendo con una movilización política cada día más cons-
ciente y decidida. A la intervención bajo cualquier forma, la nación
haitiana responderá por la resistencia armada para la defensa de su so-
beranía. Luchar contra una dictadura tan abyecta y vergonzosa como la
de Duvalier es un deber al cual ningún pueblo podría sustraerse. Que
nuestro pueblo haya tenido que aguantar durante doce años esa infa-
mia, se debe a que faltaban organizaciones de partidos e instituciones
democráticas. Faltaba tradición reciente de lucha revolucionaria. De
todos modos, nunca durante ese largo tiempo de tiranía nuestro pueblo
ha dejado de luchar contra Duvalier y su pandilla. Millares de hombres
y mujeres han sido asesinados, millares han sufrido en la lucha contra el
régimen de los [Tontons Macoutes] TTM. Ciudadanos de las más diversas
posiciones políticas o animados por motivaciones múltiples han hecho
grandes sacrificios.
En los últimos años, cuando la oposición abierta parecía totalmente
ahogada en el territorio nacional y la oposición tradicional en los Esta-
dos Unidos pensaba ya en la intervención yanqui como única solución
posible, grupos jóvenes movidos por un profundo patriotismo han em-
pezado a organizarse clandestinamente. Elementos católicos, socialis-
tas, comunistas o sencillamente antiduvalierista se han unido en esa
forma de resistencia.
Ha tocado a la izquierda destacarse en esa lucha difícil por su fuerte
ideología, por la decisión y la bravura de sus hombres, por sus esfuerzos

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para ligarse y despertar confianza a las masas del pueblo. Para desafiar
un régimen de muerte como el de los Tontons Macoutes hace falta además
una mística. Las ideas del socialismo la han brindado a la izquierda.
Igual se había visto en Francia y en Italia durante los días difíciles de la
ocupación nazi.
Los comunistas en particular, al lograr vencer sus discrepancias y unirse
en un partido único (El Partido Unificado de los Comunistas Haitianos),
han hecho avanzar de modo decisivo la lucha. La izquierda militante
haitiana, integrada por comunistas, socialistas, católicos, nacionalistas,
patriotas, radicales, ha sabido organizarse al precio de duros sacrificios
y encontrar el camino de la liberación... El 26 de marzo de 1969 ocurrió
un levantamiento armado en el poblado de Cazale, a 50 km de la capi-
tal... Campesinos armados de machetes, encabezados por un maestro
rural y un ex sargento del ejército, tomaron la localidad, llamando a la
población a unirse a ellos... Se internaron luego en las montañas de
Matheux... Desde entonces, la agitación en todo el país alcanzó un ni-
vel nunca antes conocido. Algunos verdugos duvalieristas fueron ajus-
ticiados, comandos revolucionarios sorprendieron a puestos policíacos
arrebatándoles armas. Numerosas bombas estallaron en Puerto Prínci-
pe, una verdadera batalla campal se sostuvo en la capital el 14 de abril
entre revolucionarios y fuerzas represivas. Un oficial fue muerto en el
encuentro. Según numerosos observadores de las misiones diplomáti-

GERARD PIERRE-CHARLES / Haití: ¿otra vez los marines?


cas acreditadas en Puerto Príncipe, nunca la situación ha sido tan difícil
para Papa Doc.
Duvalier ha reaccionado con una campaña de exterminación. En
Puerto Príncipe centenares de ciudadanos, sobre todo jóvenes, han sido
arrestados, muchos de ellos asesinados en el acto. En las regiones de Cazale,
Arcahaie, Dessables, poblados enteros han sido diezmados. El 28 de abril
la Cámara de Diputados, sujeta a Duvalier, votó una ley que por sí traduce
toda la gravedad de la situación. Toda persona culpable de actividades
comunistas o de profesar doctrinas comunistas o anarquistas, o de ayu-
dar a los comunistas, es susceptible de la pena de muerte.
La situación haitiana ha entrado en una nueva etapa. Todo deja pre-
ver que el proceso culminará en una crisis de extraordinaria violencia.
Violencia que la misma dictadura duvalierista ha ido sembrando desde
hace doce años. Violencia inevitable y necesaria que, canalizada, servi-
rá de fuerza de arranque a la sociedad haitiana en su afán de progreso.

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La intervención norteamericana, bajo el pretexto de evitar sangre en
Haití o de proteger la vida de los súbditos estadounidenses, vendrá a
perturbar el proceso endógeno de la nación haitiana, que busca resolver
sus contradicciones sociales, económicas y políticas, y conquistar el
desarrollo económico, el progreso social y la liberación nacional. Lo más
trágico del asunto, que demuestra además el cinismo de las posturas
imperialistas en el mundo actual, es que esa «intervención humanitaria»
viene de hecho a apoyar un régimen oprobioso que significa hambre y
muerte para la comunidad haitiana. Pretende defender, sino a Duvalier
y sus Tontons Macoutes, ya demasiado podridos para ser salvados, un sistema
económico social arcaico e injusto. Un régimen que significa dos millones
de campesinos sin tierra, un ingreso per cápita de sesenta y siete dólares
anuales, un médico para treinta y cinco mil habitantes, una esperanza
de vida al nacimiento de treinta y tres años... la muerte prematura, antes de
cumplir un año, de 345 niños de cada mil nacidos vivos.
Un régimen que significa también para los monopolios norteamerica-
nos medio millón de toneladas de bauxita y dieciocho mil toneladas de
cobre exportados anualmente por diez millones de dólares, con benefi-
cio directo de la Reynolds Mining Corporation y del Trust Guggenheim.
La total dominación sobre la producción haitiana de electricidad, de
harina de trigo, de azúcar y de sal. La exportación anual de un millón
de dólares de carne vacuna, cuando el 90 % de la población haitiana no
come carne. El dominio directo sobre el 40 % de las exportaciones que
se cifran al monto raquítico de cuarenta millones de dólares. Todo lo
que, junto con la dominación política, significa para Haití un estatuto
de dependencia semicolonial.
Frente a ese peligro, el pueblo haitiano tendrá que desviar hacia la
defensa de la soberanía amplios recursos materiales y humanos, que
tanto le hacen falta para la construcción de su economía y el bienestar
de su población. Pero no queda otra alternativa. Las masas haitianas,
guiadas por las fuerzas más avanzadas del país, pelearán por su sobera-
nía con la misma decisión que los esclavos negros pelearon contra los
franceses por la independencia nacional.
Haití ha conocido en carne propia la humillación de la ocupación
yanqui. Esa ocupación ni siquiera ha proporcionado al país los «orope-
les que pudieran dar a la miseria haitiana el lustre brillante de Puerto
Rico...». Haití dispone de fuerzas suficientes para resolver sus proble-
mas. Hombres y mujeres abnegados que han sabido exponer su vida

296

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para salvar al país de la vergüenza duvalierista... Técnicos capaces, dis-
puestos a brindar toda su ciencia y conciencia. Muchos han tenido que
fugarse de la pesadilla de los Tontons Macoutes, emigrados en Europa, en
África, en los Estados Unidos, Canadá y América Latina, muchos de
ellos estarán dispuestos a regresar a la patria tan pronto se establezca
allí un régimen de dignidad y honestidad.
La ayuda que la nación haitiana puede necesitar de la comunidad
internacional para respaldar el esfuerzo interno de sus hijos, no puede
ser impuesta por los barcos de guerra. Aun cuando fueran abanderados
por el pabellón de la OEA o de las Naciones Unidas.
Los «boinas verdes» que Washington ya está despachando hacia Hai-
tí, disfrazados de turistas, o como asesores técnicos de los Tontons Macoutes,
se enfrentarán con la decisión y el heroísmo del pueblo haitiano, desper-
tando al fin de su largo sueño, decidido a sacudirse de sus amos negros
y a enfrentarse a los que pretenden constituirse en amos blancos.

GERARD PIERRE-CHARLES / Haití: ¿otra vez los marines?

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RUTH No. 6/2010, pp. 298-313

Visiones

LANGA ZITA*

¿Es Sudáfrica el eslabón más débil


en la cadena imperialista?**

La noción del eslabón más débil

El fracaso de la revolución socialista en el mundo desarrollado ha obli-


gado al marxismo histórico a repensar su comprensión del curso probable
de la transición hacia una sociedad alternativa. Lenin, quien al igual que
muchos líderes socialistas consideraba a la bien organizada clase obrera
alemana, la que presentaba socialmente como la vanguardia de la revo-
lución socialista, examinó esta tesis sustituyéndola por la formación
económico-social de Rusia con sus características combinadas y desi-
guales. Él concibió la noción del eslabón más débil en la cadena imperialis-
ta, y al examinar la Rusia de su tiempo identificó su atraso económico, pero
también su combinación con la más organizada y la más militante clase
obrera y el movimiento campesino. Lenin preveía que las demandas de
estos movimientos no podrían ser contenidas o resueltas dentro de la
lógica de una Rusia capitalista subdesarrollada semifeudal.
*
Miembro del Parlamento sudafricano, del Partido Comunista Sudafricano y del Congreso
Nacional Africano (ANC).
**
Traducido del inglés por Oscar Ochoa González.

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En este artículo deseo retomar la noción del eslabón más débil. Este
concepto no es utilizado aquí en su uso original, como una configuración
aguda de las contradicciones sociales en la víspera de una insurrección de
masas. Se utiliza consciente y específicamente para indicar la probabili-
dad de un avance hacia una sociedad poscapitalista, en el terreno de-
mocrático, a través de medios democráticos.
El eslabón más débil fue concebido en sus inicios para la lucha por la
construcción de una alternativa socialista. Lenin se había apartado de
muchos de sus contemporáneos, precisamente por la posibilidad de una
transición al socialismo en Rusia. Hoy, después de un siglo de intentos
de construir el «socialismo», es necesario un nuevo examen de algunas de
las afirmaciones de Lenin. También quiero plantear la cuestión de si
esta concepción del eslabón más débil es aplicable a Sudáfrica. Samir
Amin sostuvo,1 en relación a los países semiperiféricos, que el desarro-
llo orgánico del capitalismo previsto en la teoría del desarrollo de catching
up es doblemente imposible porque el subdesarrollo por definición implica
la inhabilidad de crear un capitalismo orgánico y desarrollado. Pero el
subdesarrollo es, a la vez, un impedimento para la construcción de una

LANGA ZITA / ¿Es Sudáfrica el eslabón más débil en la cadena imperialista?


sociedad socialista en condiciones semiperiféricas. Asumiendo que Amin
está en lo cierto, en la actualidad el concepto del eslabón más débil
podría ser aplicable a los tímidos intentos revolucionarios, los cuales no
son ni explícitamente socialistas, ni capitalistas. La lógica de estas revo-
luciones, sin embargo, obliga a adoptar cambios sociales radicales de
carácter anticapitalista.
El carácter anticapitalista de la revolución se supone que es en res-
puesta a la polarización dentro del «capitalismo realmente existente».
Amin afirma asimismo que ya no es útil entender el capitalismo a la
antigua usanza, como fue definido por los clásicos, principalmente como
una contradicción entre el capital y la clase trabajadora en torno a la
extracción de la plusvalía. Para citarlo, plantea:
Hay dos formas de ver la realidad social dominante de nuestro
mundo (el capitalismo). La primera enfatiza la relación esencial, la
cual define el modo capitalista de producción en su nivel más abs-
tracto, y, a partir de ahí, se enfoca en la supuestamente fundamen-
tal lucha de clases entre el proletariado, en el sentido más estrecho

1
Samir Amin: «The Social Movements in the Periphery: An end to National Liberation?», en S.
Amin et al. (eds.): Transforming the Revolution.

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del término, y la burguesía. La segunda subraya la otra dimensión
de la realidad capitalista, su desigual desarrollo mundial, y por con-
siguiente, centra su análisis en las consecuencias que la polariza-
ción implica en todos los niveles, así define otros puntos en las
luchas políticas y sociales que ocupan el frente de su fase histórica.
Aquí opto por la segunda manera de ver lo que como resultado
llamo «capitalismo realmente existente».2
Amin quería así argumentar que las fuerzas y los movimientos
«antisistémicos» son aquellos que cuestionan la desigualdad y se rehúsan
a someterse a sus consecuencias. Aunque la lucha es dirigida de inme-
diato contra una característica inmanente de la expansión capitalista,
rechazada socialmente por sus electores, esto lo pone en un conflicto
directo con una característica intrínseca del capitalismo según opera
realmente en la actualidad.
Estos desafíos al orden capitalista por parte de las rebeliones en su
periferia, nos obliga a repensar con seriedad la «transición socialista»
para la abolición de las clases. Por desdicha la tradición marxista perma-
nece atrapada por su visión inicial de la «revolución obrera», la cual
podría ocurrir en un ambiente de fuerzas productivas avanzadas. El
desarrollo podría, así, llevar a cabo la transición por sí mismo en un
período muy corto de tiempo.
Todas las revoluciones de nuestro tiempo —Rusia, Yugoslavia, China,
Cuba, Vietnam, etc.— son deliberadamente mal referidas como «socialis-
tas». El término es aplicable a las intenciones de los actores, quienes ha-
bían de hecho establecido esta meta: crear una alternativa socialista. Pero
estas revoluciones fueron, en realidad, complejas revoluciones anticapitalistas
porque ocurrieron en regiones subdesarrolladas. Ellas no podían abrir el
camino de la «construcción socialista» consistente con el criterio aso-
ciado al marxismo clásico, precisamente por su subdesarrollo.
Mi segunda línea de argumentación está construida en torno a la ob-
servación de que el inmanente desarrollo desigual en la expansión capi-
talista ha colocado en la agenda un nuevo tipo de revolución, dirigida
por los pueblos de la periferia. El carácter anticapitalista de tales revoluciones
radica en que ellas son rebeliones contra el desarrollo del capitalismo
realmente existente, el cual resulta intolerable a estos pueblos. Pero ello
no significa que, por tanto, estas revoluciones simplemente sean de ca-
2
Ibídem.

300

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rácter socialista. Por fuerza de las circunstancias, tienen una naturaleza
compleja. Son la expresión de nuevas y específicas contradicciones, las
cuales Marx no podía haber imaginado. El contenido real de tales regí-
menes poscapitalistas es la reconstrucción nacional popular en la cual «(…)
las tres tendencias, el socialismo, el capitalismo y el estatismo se combi-
nan y están en conflicto…».3
Tanto la revolución burguesa (considerada como el camino de aper-
tura para el desarrollo del capitalismo orgánico) como la revolución so-
cialista, son imposibles en los países de la periferia del capitalismo. La
rebelión contra la «periferalización» no puede resolver el dilema. En el
mejor de los casos es una revolución nacional popular con un carácter
anticapitalista porque persigue romper la lógica inmanente al capitalis-
mo realmente existente.
Tales movimientos de los pueblos quizás son el determinante fun-
damental de la evolución del sistema mundial hacia la trascendencia
del capitalismo en ambas dimensiones, por una parte, por repeler gra-
dualmente los efectos de la polarización mundial peculiar del capitalis-
mo y, por otra, por alentar (igualmente no sin contradicción) a las fuerzas
sociales que aspiran a abolir la explotación capitalista.

LANGA ZITA / ¿Es Sudáfrica el eslabón más débil en la cadena imperialista?


La consigna aquí es gradual. Es una larga transición no porque quera-
mos que lo sea, sino porque debido a las circunstancias, es apropiado
que así lo sea. Tenemos que verlo como un largo proceso de desafío del
desarrollo de las fuerzas productivas. El socialismo fue entendido por
Marx como la transformación de la sociedad capitalista desarrollada.
Debido al nivel de desarrollo de las fuerzas de producción sería posible
compartir la abundante riqueza. Este no es el caso del Tercer Mundo,
tampoco el de nuestro propio país. Hay características específicas de las
relaciones capitalistas, la competencia y la innovación sobre todo, que
mejoran el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas. En una
formación socioeconómica subdesarrollada es recomendable recurrir a
este elemento, no como el único factor, sino como un elemento fundamen-
tal. Si es este un proyecto necesario se requiere, por tanto, de desarrollar
la capacidad de predecir, de manera que los individuos que despliegan
su capital puedan tener horizontes suficientes para recuperar su renta-
bilidad. Una transición corta milita contra esto.
El papel y el lugar de los elementos capitalistas, estatistas y socialistas en
el proyecto nacional popular presentan retos específicos cuya resolución,
3
Ibídem, pp. 98-101.

301

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por definición, excluye cualquier atajo. Permítannos analizar el elemen-
to capitalista. Un proyecto popular, como ya se ha definido, es un desa-
fío fundamental a todas las fuerzas que están involucradas. Implica tanto
cooperación como conflicto. Cada uno de los actores tiene que redefinir
su relación con los otros. En general, el capital podría encontrar relati-
vamente fácil propulsar su proyecto de acumulación, pero tendría que
hacer frente al Estado, el cual no es el único objeto de su interés. Lo
mismo ocurre con la tendencia estatista, habría que reelaborar su papel.
¿El Estado debe ser reducido o expandido? ¿Cuáles áreas deberían estar
involucradas y de qué forma? ¿Qué relación debe mantener con otras
tendencias? La tendencia socialista también tendría que repensar la ela-
boración de su proyecto. En primer lugar, ¿cómo se traza la economía
política socialista en relación con otras clases? ¿Cuál es el contenido de
esa economía política en la actualidad: la semana laboral más corta, las
cooperativas, el ingreso básico?¿Es la elaboración de redes económi-
cas, relaciones y empresas que se autoproveen —y, por tanto, que pro-
mueven una salida desde el marco capitalista— una versión radical de
medios de subsistencia sostenibles? ¿Cómo se pueden entretejer esas
relaciones? ¿Cómo se puede elaborar un proyecto de esta naturaleza, el
cual es complejo y difícil y, aún así, enfocarlo como aplicable en el me-
nor tiempo posible?
Debemos ver la transición desde un punto de vista amplio porque
debemos estabilizar la economía. El reto de construir una economía
dinámica, demanda por definición estabilidad. Aunque hay muchas opi-
niones sobre el tema, es difícil ignorar la crítica de que los comunistas
chinos han nivelado la Revolución cultural. Lo mismo puede decirse
sobre las ocupaciones de tierras en Zimbabue. La estabilidad es un fac-
tor crítico con el fin de poder planificar, para interrogar las interrelaciones
de los distintos elementos de la economía, y poder aclarar la estrategia
más apropiada para la acumulación. La estabilidad, sin embargo, no debe
ser vista en contra posición a la transformación. Si tiene lugar una ge-
nuina transformación, no desde abajo, sino desde y con el pueblo, tiene
que procederse a un paso y a un ritmo que no esté muy lejos de este. El
experimento de Porto Alegre, en Brasil, de la elaboración de presupuestos
populares fue debatido durante diez años antes de ser implementado.
El proyecto de descentralización radical en la provincia de Kerala, en la
India, llevado a cabo en 1996, fue planteado por primera vez en 1957.
Esto no significa que debamos prolongar las cosas por el mero hecho de

302

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su prolongación, sino que un horizonte más amplio siempre es más útil
si el proyecto en sí es tener anclaje popular.
Para que el socialismo sea sostenible, tiene que emerger y desarrollar-
se como un modo de vida, una cultura y una civilización. Una civiliza-
ción por definición es una evolución de prácticas, actitudes y modos de
ser. Mientras que la fuerza no pueda ser descontada en los asuntos polí-
ticos, el socialismo, como una realidad vivida, no puede ni debe ser
meramente un producto de la fuerza, en particular para aquellos que se
benefician de ello.
Desde 1994, teniendo redefinido fundamentalmente el marco de las
relaciones políticas, hay un espacio para seguir el ideal socialista inspi-
rado en proyectos y culturas de la cooperación y la solidaridad.
Los pueblos no pueden ser arrastrados a esta relación. A lo sumo las
vanguardias deberían movilizarlos. Pero para que estas relaciones so-
cialistas perduren, el pueblo en sí mismo debe organizarse. Deben ver
estas relaciones como la manera más natural de resolver sus problemas
de la vida cotidiana. Tal comprensión y cambio, por definición, no puede
ser impuesta. Debe ser argumentada, el pueblo puede ser persuadido,

LANGA ZITA / ¿Es Sudáfrica el eslabón más débil en la cadena imperialista?


pero debe vivirlo como experiencia propia y eso, por definición tam-
bién, requiere tiempo. Las civilizaciones toman tiempo. Si el socialismo
es una nueva civilización, el tiempo es un aliado.
El proyecto socialista, el cual tiene que ser elaborado por la tendencia
socialista como un elemento dentro de un proyecto popular multiclases, es
un experimento. Es un ensayo histórico. No ha existido antes, a pesar de
los intentos que reclaman con honestidad su nombre. Un experimento
puede tener éxito o fracasar. También puede haber muchos fracasos en
el desarrollo de lo que pudiera terminar como un experimento exitoso.
No podemos acercarnos a un experimento como algo que está conclui-
do, esta aproximación debe ser abierta. Precipitar un experimento que
incluye millones de vidas es una gran irresponsabilidad. Una vez más,
es mejor llevar a cabo el proyecto con recursos de paciencia, por ello la
necesidad objetiva de una larga transición hacia el socialismo.
Si la transición hacia el socialismo tiene que ser vista como una larga
transición, entonces nuestro lema «el socialismo es el futuro, construyá-
moslo ahora», ¿está fuera de lugar? No, no lo está. Porque mientras tan-
to el proyecto socialista se pone en práctica, proyecto que objetivamente
tiene que ser largo, el pueblo sufrirá los problemas generados por el
capitalismo. Esta violencia de la realidad dominante del capitalismo

303

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reclama medidas socialistas. En segundo lugar, queremos el socialismo
porque pensamos que sus medidas ofrecen soluciones más apropiadas a
los problemas del capitalismo. Pero la realidad no está lista para la revi-
sión total de la sociedad en una dirección socialista. Tenemos que cons-
truir ahora elementos del socialismo como respuesta necesaria a la
violencia capitalista, y bloques de construcción de una sociedad alter-
nativa. Este proyecto no puede ser solo acerca de la contemplación, la
propaganda y la educación política, por importantes que estas puedan
ser; sino que, primordialmente, tiene que tratarse sobre la inmersión en
actividades socialistas, extraer lecciones de esta práctica, las que serán
de gran valor cuando las condiciones maduren para el avance socialista
generalizado. Por eso, estamos en lo correcto cuando planteamos, como
lo hace el SACP,4 que para preparar tal futuro, ¡es necesario construir el
socialismo ahora!
Algunos opinan que el advenimiento de la revolución microelectrónica
puede minimizar la duración de la transición. Esto puede ocurrir porque
esas tecnologías en sus diversas formas, como la biotecnología, los pro-
ductos de la microelectrónica flexible, los satélites, etc., pueden ser fá-
cilmente aplicables en entornos rurales, y ser desplegados en actividades
de producción propia. De hecho, hay algo de verdad en ello. Sin embargo,
el Norte desarrollado monopoliza actualmente el desarrollo de estas tecno-
logías. Unos pocos países en desarrollo, si existe alguno, poseen la in-
dustria de bienes de capital (máquinas que construyen máquinas) para
producir máquinas microelectrónicas. Más crítico es el hecho de que la
aplicación de tales tecnologías en proyectos radicales todavía tiene que
ser probada, sin embargo, ya hay trabajos pioneros al respecto en ciertos
círculos progresistas en los Estados Unidos. En segundo lugar, el acceso
a tales tecnologías implica un ambiente generalizado de creación de
riquezas (con el fin de ampliar los ingresos), el cual es llevado a cabo
con mejores resultados en un proyecto multiclases. En la misma cuerda,
el acceso a esas tecnologías y su despliegue para su uso popular será
rebatido por las otras clases. La educación y el entrenamiento para la
aplicación y el mantenimiento de estas tecnologías, la infraestructura
necesaria para transferirla, demandará mucho tiempo y dinero. Más im-
portante, el desempleo, que en Sudáfrica es de alrededor del 35 %, una
expresión de su aislamiento histórico y su estatus colonial, no puede ser

4
Partido Comunista de Sudáfrica, SACP por sus siglas en inglés: South African Communist
Party. [N. de la E.].

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resuelto en corto tiempo, aun con el despliegue de tecnologías de avan-
zada. He ahí, una vez más, la importancia de mantener la perspectiva
estratégica de la necesidad de una larga transición hacia el socialismo.
Me he apoyado conscientemente en las implicaciones estratégicas y
en el sentido de abrazar la reflexión de Amin sobre la lección de los
proyectos radicales del siglo XX. ¿Qué tan relevantes son las conclusio-
nes de Amin para nosotros como revolucionarios sudafricanos? ¿Pue-
den ellas asistirnos en la comprensión de los intentos de «construcción
socialista»? ¿Nos ayudan a repensar nuestro propio proyecto?

¿Es Sudáfrica el eslabón más débil


en la cadena imperialista?

Después de definir el carácter anticapitalista de las revoluciones popu-


lares del Tercer Mundo, podemos plantear la siguiente pregunta: ¿es
Sudáfrica, de hecho, el eslabón más débil en la cadena imperialista?
Para que un país y una sociedad sean considerados como el eslabón más

LANGA ZITA / ¿Es Sudáfrica el eslabón más débil en la cadena imperialista?


débil, deben exhibir características que no solo indiquen la competen-
cia de sus clases populares para desafiar la lógica de la polarización,
sino también la capacidad de vencer en tal contienda. Esto implica que,
más allá del potencial de las clases populares, también tiene que existir
la posibilidad de la victoria. Me atrevería a afirmar que este es el caso
de Sudáfrica. Para ilustrar esto permítanme comparar a Sudáfrica con
otros países del Tercer Mundo con similares problemas.

Sudáfrica y los movimientos progresistas


en el Tercer Mundo

Sudáfrica comparte la violencia del capitalismo realmente existente con


el resto del Tercer Mundo. Más del 35 % de su población económicamente
activa está desempleada. También tiene niveles muy altos de pobreza
y la tasa de analfabetismo está por encima del 50 %. La victoria demo-
crática de Sudáfrica en 1994 ha sido la única victoria de la izquierda obte-
nida en el Tercer Mundo en el pasado más reciente. Si se relaciona esto
con los logros mundiales del movimiento antiapartheid, Sudáfrica ocu-
pa una posición única en la geopolítica mundial. La exclusividad le brinda

305

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una medida de maniobrabilidad, la cual Chile y los nicaragüenses no
tienen. Pero debemos protegernos frente a esta situación favorable al
generar ilusiones acerca de lo que es posible.
Aunque el marco de la estrategia de la ANC de una revolución demo-
crática nacional hizo hincapié en la dimensión social de la liberación, en
particular como se refleja en la Carta de la Libertad Popular, el ascenso
de la ANC al poder tiene que ser principalmente por la vía de la demo-
cratización. Por supuesto, ha habido democratización, que ha sido apun-
talada por un número de medidas sociales progresistas. En los últimos
siete años, Sudáfrica ha sido testigo de la consolidación de la democra-
cia representativa expresada a través de las siguientes instituciones:
políticas democráticas representativas, con un vocal de la oposición
derechista; un poder judicial independiente con un tribunal constitucio-
nal efectivo y activo; diversas comisiones constitucionales en materia
de género, derechos fiscales y humanos, todas orientadas al fortaleci-
miento de la democracia y de una cultura del imperio de la ley. Estos
mecanismos de procedimiento democrático por sí mismos son una con-
dición necesaria, pero no suficiente, para la consolidación de la demo-
cracia. Sin embargo, las fuerzas populares, para mantener al gobierno en
«jaque», así como para mantener una perspectiva de cambio radical a
largo plazo, están utilizando cada vez más este marco democrático de
procedimientos. En este sentido, el proyecto sudafricano parece estar
sentando las bases para su defensa popular desde su nacimiento. Europa
del Este y el «socialismo real» fallaron al no tomar en cuenta esto y, en
parte, explica los retrocesos producidos, que bien podrían ser una ame-
naza para la lucha por el «socialismo», en Cuba, China y Vietnam.
Una segunda característica importante que podría fortalecer el estatus
de Sudáfrica como el eslabón más débil es el relativo desarrollo de la
economía sudafricana. Mientras la economía industrial estuvo construida
históricamente sobre la minería, evolucionó un considerable sector
manufacturero, el cual es mundialmente eficiente y competitivo. En la
actualidad, contribuye más al producto interno bruto que la minería.
Sudáfrica también tiene un muy desarrollado, aunque racialmente sesgado,
cuadro de dirigentes administrativos. Aunque hay escasez de trabajadores
altamente especializados, las políticas están orientadas a enfrentar tal
déficit. Ya sea que se concibe como inmanentemente anticapitalista o
como parte de una larga transición mundial hacia el socialismo, a me-
diano plazo, es muy posible que estas fuerzas se puedan utilizar para
mejorar el proyecto de transformación en Sudáfrica.
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El desarrollo relativo de la economía sudafricana presenta perspectivas
novedosas para la transformación que pudieran haber existido solo en Chi-
le. El excedente generado por las clases urbanas podría así convertirse en
motor de la transformación de las zonas rurales. Para lograr esto, el
gobierno democrático debe adquirir la coherencia estratégica necesaria.
El desafío de la transformación, dado que no hay grandes perspectivas
para la creación de empleos en los centros urbanos, sería incrementar
nuestra fuerza para promover el desarrollo rural. Todavía no hemos aco-
gido por completo una reforma acelerada de la tierra, a pesar de que una
reforma agraria está emergiendo progresivamente como el camino a seguir.
Pero incluso, en relación con esto último, queda mucho por hacer.
En su camino adverso, Sudáfrica refleja la interconexión entre el
mundo desarrollado y el Tercer Mundo. De hecho, los patrones de con-
sumo de la minoría blanca, junto con la clase media negra y la élite, se
corresponden con sus contrapartes del Norte. Esta dimensión norteña
no es del todo negativa. Fue precisamente esta relación la que propició
las tradiciones de lucha de la clase obrera, los sindicatos, los partidos
políticos, incluyendo al Partido Comunista de Sudáfrica. Desde su fun-
dación, el SACP ha surgido como un actor formidable dentro de la esce-

LANGA ZITA / ¿Es Sudáfrica el eslabón más débil en la cadena imperialista?


na política. Las implicaciones del desarrollo relativo de la economía
sudafricana también tienen dimensiones culturales.
Algunos podrían sentirse tentados a ver a Sudáfrica como un posible
mediador entre el Norte y el Sur. Eso sería una peligrosa ilusión. Sudáfrica
es parte del Sur.
Parece, sin embargo, que esta relación encierra una serie de posibilidades
positivas. Debido a esta relación con el Norte, particularmente con Gran
Bretaña y Europa, la clase trabajadora sudafricana estaba en una posición
para obtener algunas victorias que la colocaron en una relativa posición de
fuerza, incluso bajo el apartheid. Hay un sistema de pensiones, lo que es
bastante excepcional en el Tercer Mundo. En consecuencia, un volumen
considerable de la riqueza pertenece objetivamente a los trabajadores. El
reto es transformar este recurso objetivo en una capacidad subjetiva que
pueda ser desplegada para reforzar una lógica de acumulación alternativa.
Sudáfrica también ha aprovechado la experiencia europea del corpo-
rativismo. Empezando en los últimos días del apartheid, el movimiento
sindical luchaba por el establecimiento de instituciones de diálogo so-
cial como fue perfeccionado por los movimientos sociales escandina-
vos. Pero en nuestro caso, el establecimiento de estas instituciones no
se ha traducido en la elaboración de un consenso que subordine todo a
307

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los ritmos del capital. De hecho, algunos críticos han insistido en que
estas instituciones deben estar situadas en el contexto de una estrategia
«anticapitalista». Conceptualmente, estas instituciones son diferentes
de las europeas. Su composición toma en cuenta nuestra situación
periférica y permite la participación de los actores sociales más allá del
capital, el trabajo y los nexos con el gobierno, por ejemplo, representan-
tes de organizaciones comunitarias, las ONG y movimientos rurales. A
pesar de esto, la cámara comunitaria está luchando por tener un impac-
to. Asimismo, a la estructura corporativa no se le ha dado el peso social
que tiene, a diferencia de lo que sucedió en los países escandinavos. La
práctica en los últimos siete años se ha visto complicada por los inten-
tos de cultivar el corporativismo, al mismo tiempo que afirma sin ambi-
güedades el papel del gobierno democrático.
Por supuesto, la pregunta que hay que plantearse es: ¿qué tan apro-
piadas son estas instituciones en el contexto de una incipiente revolu-
ción popular en el Tercer Mundo? Aunque la consulta de las fuerzas
populares es fundamental, su ordenamiento debe ser el principal énfasis
del movimiento democrático nacional. ¿Se puede ordenar y consultar al
mismo tiempo? Esto nos da la medida de la importancia de escuchar de
primera mano las opiniones de las diversas fuerzas sociales desde el
mismo inicio; el corporativismo le proporciona al movimiento una caja
de resonancia. Estas estructuras corporativas han ayudado a alcanzar
grandes avances en la industria automotriz, transformando una indus-
tria que estaba en crisis desde hacía cinco años en una de las de mejores
resultados. Tendremos que ver más iniciativas de éxito antes de que
podamos elaborar un balance adecuado de las mismas.
Esta intersección Norte-Sur tiene una mayor conciencia y sensibili-
dad entre los sectores avanzados y críticos de nuestra sociedad a los
debates y las estrategias de reforma en el Norte. En la actualidad, la
principal federación sindical, COSATU,5 está encabezando una campa-
ña a favor de una reforma a fondo en el sistema nacional de salud. Si se
implementa, será un gran logro para todo el pueblo trabajador ya que su
efecto sería la consolidación de todos los gastos relacionados con la
salud y los costos en un único sistema de seguros. En este sentido, esta-
mos aprovechando, mientras nos adaptamos, lo mejor de la experiencia
europea. Aunque nada de esto haya sido finalizado, esta parece ser la
dirección que el Ministerio de Salud está tomando.
5
Congresos de Sindicatos Africanos del Sur, COSATU por sus siglas en inglés: Congress of South
African Trade Unions. [N. de la E.].

308

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En una línea similar, está surgiendo una coalición de fuerzas que pro-
curan renovar nuestro sistema de seguridad social. En el pasado, el sis-
tema atendía fundamentalmente a los ancianos, a los discapacitados, y
a las madres solteras y trabajadoras durante los primeros seis meses de
desempleo. Este sistema de seguridad social es totalmente insuficiente
en un contexto de más de 35 % de desempleo. Las fuerzas agrupadas
dentro de la ANC, SACP, COSATU, la coalición de las ONG y las igle-
sias apoyan la implementación de una subvención de ingresos de soli-
daridad incondicional para todos los ciudadanos. Esta subvención, por
supuesto, será mucho más pequeña que cualquier otra disfrutada por los
trabajadores en las economías desarrolladas.
Antes, bajo el innovador ministro de trabajo, Tito Mboweni, el go-
bierno incluso consideró explorar la reducción de la semana laboral como
una forma de ofrecer más empleos a los trabajadores. Tal como fue
concebido originalmente, una semana laboral más corta habría condu-
cido a una reducción de los ingresos de los trabajadores. Desafortuna-
damente, nadie ha respondido aún a esta idea y sus implicaciones. Sin
embargo, indica una voluntad por parte del movimiento popular en

LANGA ZITA / ¿Es Sudáfrica el eslabón más débil en la cadena imperialista?


Sudáfrica para aprovechar las tradiciones radicales de las clases trabaja-
doras del Norte. Dichas reformas en nuestro contexto constituirán un
cambio revolucionario, ya que resultarán en un cambio fundamental en
la vida de las personas. El carácter revolucionario de estas reformas se
verá reforzado por la coincidencia de estas reformas avanzadas con las
contradicciones de una sociedad masiva del Tercer Mundo.
La alianza tripartita —ANC, COSATU y el SACP— es el último garante
de que Sudáfrica, de hecho, se convierta en el eslabón más débil de la cade-
na imperialista. De manera muy notable, esta alianza ha sobrevivido por
más de ochenta años. Es el único caso, además del vietnamita, donde un
partido comunista ha implementado con éxito la línea del Comintern6 de
trabajar con el nacionalismo con la intención de radicalizarlo. La alianza ha
evolucionado a una cultura y métodos de análisis marxistas por parte del
movimiento para la total liberación. Pero, como demuestra nuestra historia
reciente, las tres tendencias que animan las revoluciones del Tercer Mun-
do están vivas dentro de la alianza, por tanto, el patrón de conflicto
junto con la cooperación ha caracterizado a la alianza política en los
últimos diez años. Debido a nuestra historia, nuestro arraigo en el pueblo,
las tradiciones únicas de participación en el movimiento del Congreso,
6
Abreviaturas en inglés de la Internacional Comunista. [N. del T.].

309

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soy de la opinión que la alianza será la piedra angular y el garante de la
elaboración de una «reconstrucción nacional popular».

Obstáculos para el debilitamiento del eslabón más débil

Sería completamente erróneo presentar este proyecto como factible


y sin problemas. He identificado sus características esenciales más arri-
ba. Hay muchos obstáculos reales tanto dentro del movimiento revolucio-
nario como más allá de él. Más importante aún, existen intereses creados
que serían amenazados por las medidas propuestas. Una clase dominan-
te, que se ha beneficiado de un sistema basado en lo racial, es probable que
no coopere para lograr estos cambios sin una fuerte resistencia.
Este dilema es más agudo cuando consideramos que se toma a la
clase urbana como la vanguardia, liderando al resto. Nuestra estructura
económica subdesarrollada es comparativamente débil en términos de
competitividad mundial y productividad. Además, si surgiera la necesi-
dad de recomponer las bases clasistas de la trayectoria de acumulación,
sin alterar el carácter esencial de la economía, estos cambios necesita-
rían de una sinergia y cooperación entre el Estado y el sector privado. A
la luz de nuestro pasado racial, ¿qué tan probable es la resolución posi-
tiva de estos problemas? Sin embargo, debemos encontrar formas de
estimular la cooperación entre el Estado y el gran capital.
Al abordar estas cuestiones tenemos que ser conscientes de la orien-
tación general de nuestro camino hacia el desarrollo. Pero esta es una de
nuestras debilidades más grandes.
Hubo una presencia saludable de capital internacional en nuestras
costas durante el pasado siglo. Sin embargo, este factor internacional no
inhibió la consolidación de un capital nacional dominante. Lo que tiene
que ser considerado, y que no ha sido atendido con la seriedad que se
merece, es nuestra estrategia para tratar con el capital internacional.
Hemos sido firmes con respecto a nuestras leyes progresistas de merca-
do laboral. Somos aun más firmes al tratar con nuestro propio capital
nacional, como lo demuestra la intención de nacionalizar los derechos
mineros. Pero, ¿son estas evidencias de una disposición particular o son
aspectos de un plan consciente?
Existen serios problemas entre las fuerzas revolucionarias para el cam-
bio. Hay una tensión importante entre la vocación declarada de la alianza
—una clase obrera sesgada de la sociedad— y la forma en que el gobier-

310

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no de la ANC persigue tal objetivo. Irónicamente, este es el organismo que
debe ser la expresión organizada de la clase obrera dentro de la alianza,
es decir, COSATU y el SACP, quienes están experimentando las mayores
dificultades con el día a día de las políticas gubernamentales de la ANC.
Yo diría que es una expresión de una transición no teorizada. La ANC,
como todos los movimientos de liberación nacional genuinos del siglo XX,
se vio afectada por la caída del socialismo de la Europa del Este. Sin
embargo, a diferencia de su aliado el Partido Comunista, no hubo un
intercambio abierto y público sobre las implicaciones de estos aconteci-
mientos de suma importancia para la ANC. Hago hincapié en el debate
público porque, a pesar de la ausencia de este debate, parece que hay
una línea clara que informa a la práctica diaria de la ANC. En general, se
trata de una línea progresista con un énfasis pronunciado hacia los pobres.
El peligro, sin embargo, radica en que esta línea no es resultado de una
amplia participación popular. Como resultado, nosotros, como ANC,
hemos sido tímidos para pronunciarnos con claridad y actuar fuera del
carácter de clase en la sociedad que estamos construyendo, a pesar de la
orientación a favor de los pobres.

LANGA ZITA / ¿Es Sudáfrica el eslabón más débil en la cadena imperialista?


Es importante que planteemos estas cuestiones porque ser pro-pobres
no necesariamente significa que su programa contempla a los pobres como
la clase dominante. Del mismo modo, mientras hoy preservamos la orien-
tación del movimiento hacia los pobres, necesitamos interrogar la rela-
ción entre el estar a favor de ellos y estar a favor de la clase obrera. Los
sectores principales de la clase obrera no son los más pobres entre los po-
bres, pero las ventajas que tienen sobre los más pobres de los pobres
son: su infraestructura organizacional, la ideología y la tradición de lucha
de la clase obrera que la habilita para dirigir la sociedad. La clase obrera,
no los pobres, tiene la capacidad de guiar a la sociedad. Planteo estas
inquietudes con plena conciencia de que hubo tres grandes Congresos de la
ANC desde el levantamiento de su proscripción. Pero a pesar de ello y de
numerosas discusiones que se han producido, no ha habido un debate serio
dentro de la ANC sobre las implicaciones de la caída del socialismo de la
Europa del Este.
Hay, sin embargo, preguntas difíciles que tenemos que enfrentar, particu-
larmente, como comunistas dentro de la ANC. La participación y la
cooperación de los comunistas por más de ochenta años con y en la ANC
estaba destinada a ofrecer y mantener una orientación de clase obrera en la
ANC. Si hemos llegado a comprender que las revoluciones del Tercer

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Mundo no son para la creación inmediata de una sociedad dirigida por
la clase obrera —el socialismo—, sino que se trata de la reconstrucción
popular en la que las tendencias capitalistas, estatistas y socialistas ope-
ran, ¿cuáles son las implicaciones de este hecho para la ANC? ¿Esto
significa que la ANC debe abandonar su preferencia por la clase obrera
en favor de las tres tendencias? ¿Es esto lo que objetivamente está su-
cediendo? ¿Esto no equivaldría para las fuerzas de la clase obrera entre-
gar la ANC a otras fuerzas de clases? ¿O es posible hacer hincapié en la
orientación hacia la clase obrera mientras, simultáneamente, se posibilita
la expresión sin trabas de las otras tendencias? ¿El carácter anticapitalista
de esta revolución no obtiene su inspiración y sustento de su orienta-
ción inicial a favor de la clase obrera? ¿No es esta orientación a favor de la
clase obrera el último garante de que estas luchas, en efecto, son parte
de la larga transición mundial hacia el socialismo? Considero que toda-
vía no se ha desarrollado una plena reconstrucción popular consciente;
hasta tal punto, los movimientos del Tercer Mundo con una inclinación
hacia la clase obrera siguen siendo el vehículo más apropiado para al-
canzar estos objetivos.
Otro reto debe ser resuelto. Se trata de la dirección exclusiva de la
clase y la cuestión nacional en la revolución sudafricana. El Partido
Comunista Sudafricano, a partir de su herencia africana, fue capaz de
hacer hegemónica la política marxista en todo el movimiento de libera-
ción. A diferencia de la disputa usual en el contexto eurocéntrico, estas
cuestiones fundamentales se resuelven en un escenario cordial, en esen-
cia informal. Las consignas en estas interacciones son la confianza. En
el ambiente neoliberal de hoy, es discutible si la confianza, la que per-
mitió la hegemonía de las ideas de la clase obrera para que germinaran
en el movimiento del Congreso, sigue siendo posible en la actualidad.
Pero una cosa sí está clara: sin el restablecimiento de esta confianza no
habrá reconstrucción popular, solo compradorisation.7
Para concluir, efectivamente, Sudáfrica parece ser el eslabón más débil
en la cadena imperialista. Esto es resultado del movimiento masivo que
el pueblo sudafricano ha desarrollado en la lucha contra el apartheid.
Este movimiento, de conjunto con los grandes problemas sociales que
la sociedad enfrenta, en el contexto de sus tradiciones radicales positi-

7
Del inglés, «comprador»: principal criado indígena en casas de europeos en el Oriente, gene-
ralmente en casas de comercio. [N. del T.].

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vamente dispuestas a catalizar el proyecto, puede abrir posibilidades
radicales sostenibles para el Tercer Mundo. Sin embargo, para lograrlo
con éxito hay desafíos fundamentales que el movimiento debe enfren-
tar. Estos desafíos incluyen un replanteamiento de la naturaleza de la
revolución misma.

Bibliografía

AMIN, S.: «The Social Movements in the Periphery: An end to National


Liberation?», en S. Amin et al. (eds.): Transforming the Revolution, Monthly
Review, Nueva York, 1990.
ZITA, L.: «Beyond the Social Contract», en African Communist, no. 134,
Johannesburgo, 1993.

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Glosario de siglas

AFRICOM: Comando Norteamericano para África, AFRICOM o USAFRICOM


por sus siglas en inglés: United States Africa Command.
AID: Agencia Internacional para el Desarrollo.
AMI: Acuerdo Multilateral sobre Inversiones.
ANC: Congreso Nacional Africano, ANC por sus siglas en inglés: African
National Congress.
APD: Apoyo Presupuestario Directo.
APD: Ayuda Pública para el Desarrollo, por sus siglas en francés: Aide Publique
au Développement.
APER: Acuerdos de Cooperación Económicos Regionales, APER por sus
siglas en francés: Accords de Partenariat Economiques Régionaux.
BCE: Banco Central Europeo.
BID: Banco Internacional de Desarrollo.
BIRD: Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (Banco Mundial,
ONU).
BIT: Buró Internacional del Trabajo.
BM: Banco Mundial.
CAD: Comité de Ayuda al Desarrollo.
CDE: Centro para el Desarrollo de las Empresas.
CDI: Centro para el Desarrollo Industrial.
CEE: Comunidad Económica Europea.
CFA: Comunidad Financiera Africana.
CGT: Confederación General del Trabajo.
CIA: Agencia Central de Inteligencia, CIA por sus siglas en inglés: Central Intelligence
Agency.
CIPEC: Consejo Internacional de los Países Exportadores de Cobre.

010 Gerard P. Charles.pmd 315 06/09/2010, 14:59


CNTS: Confederación Nacional de Trabajadores Senegaleses.
CNUCED: Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo.
CODESRIA: Consejo para el fomento de la investigación en las Ciencias So-
ciales en África, CODESRIA por sus siglas en inglés: Council for the Development
of Social Science Research in Africa.
COMESA: Mercado Común de África Oriental y Austral, COMESA por sus
siglas en inglés: Common Market for East and Southern Africa.
CONGAD: Consejo de las ONG para la ayuda al desarrollo en Senegal,
CONGAD por sus siglas en francés: Conseil des ONG d’Appui au Développement.
COSATU: Congresos de Sindicatos Africanos del Sur, COSATU por sus si-
glas en inglés: Congress of South African Trade Unions.
CROP: Programa de Investigación Comparativa sobre Pobreza, CROP por
sus siglas en inglés: Comparative Research Programme on Poverty.
DSRP: Documento de la Estrategia para la Reducción de la Pobreza, DSRP
por sus siglas en francés: Document de Stratégie de Réduction de la Pauvreté.
EAMA: Estados Africanos y Malgache Asociados.
ECA: Comisión Económica para África, ECA por sus siglas en inglés: Economic
Commission for Africa.
ECOWAS: Comunidad Económica de los Estados del África Occidental
(CEDEAO), ECOWAS por sus siglas en inglés: Economic Community of West
African States.
EPA: Cuenta de Atrasos de Pago Externo, EPA por sus siglas en inglés: External
Payment Arrears Account.
FAO: Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimenta-
ción, FAO por sus siglas en inglés: Food and Agriculture Organisation of the
United Nations.
FAS: Facilidades de ajuste estructural, FAS por sus siglas en francés: Facilités
d’Adjustement Structurel.
FASR: Facilidad para el Ajuste Estructural Reforzado.
FED: Fondo Europeo para el Desarrollo.
FMI: Fondo Monetario Internacional.
FRPC: Facilidad para la Reducción de la Pobreza y el Crecimiento.
FTM: Foro del Tercer Mundo.
G-7: Grupo que está conformado por los siete países más industrializados:
Alemania, Canadá, los Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido.
G-8: Se denomina G-8 a un grupo de países industrializados que está confor-
mado por Alemania, Canadá, los Estados Unidos, Francia, Italia, Japón,
Reino Unido y Rusia.
G-9: Grupo de países industrializados que está conformado por Ale-
mania, Canadá, los Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido, Brasil
e India.
G-20: Grupo de los 20, o G-20, es un grupo de países formado en 1999 por
los siete países más industrializados (G-7), Rusia (G-7 + 1 o G-8), once países

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recientemente industrializados de todas las regiones del mundo, y la Unión
Europea como bloque.
G-77: Grupo de países en vías de desarrollo concebido para promover los
intereses económicos y colectivos de sus miembros.
GAO: Oficina de Responsabilidad Gubernamental, GAO por sus siglas en
inglés: Government Accountability Office.
GATS: Acuerdo de Libre Comercio y Servicios, GATS por sus siglas en inglés:
General Agreement on Trade and Services.
GATT: Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, GATT por sus siglas
en inglés: General Agreement on Tariffs and Trade.
GEAR: Crecimiento, Empleo y Redistribución, GEAR por sus siglas en inglés:
Growth, Employment and Redistribution.
IDA: Asociación de Desarrollo Internacional, IDA por sus siglas en inglés: In-
ternational Development Association.
IDRC: Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (CIID), IDRC
por sus siglas en inglés: International Development Research Centre.
IED: Inversiones Extranjeras Directas, también FDI por sus siglas en inglés.
IFAD: Fondo Internacional para el Desarrolo de la Agricultura, IFAD por sus
siglas en inglés: International Fund for Agricultural Development.
IFI: Instituciones Financieras Internacionales.
MGT: Movimiento de la Gente sin Tierra, en inglés LPM Landless People’s Movement.
NEPAD: Nueva Alianza para el Desarrollo de África, NEPAD por sus siglas
en inglés: New Partnership for Africa’s Development.
NOEI: Nuevo Orden Económico Internacional.
NPI: Países recién industrializados, NIP por sus siglas en francés: Nouveaux Pays
Industrialisés.
OCDE: Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
OEA: Organización de los Estados Americanos.
OIC: Organización Internacional del Comercio.
OMC: Organización Mundial del Comercio.
ONG: Organización No Gubernamental.
ONU: Organización de las Naciones Unidas.
ONUDI: Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial.
OPEP: Organización de Países Exportadores de Petróleo.
OTAN: Organización del Tratado del Atlántico Norte.
OUA: Organización para la Unidad Africana.
PAE: Progamas de Ajuste Estructural, SAP en inglés: Structural Adjustment
Programmes, también PAS por sus siglas en francés: Programmes d’Ajustement
Structurel.
PIB: Producto Interno Bruto.
PMA: Países Menos Adelantados.

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PNB: Producto Nacional Bruto.
PNUD: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
PPTE: Países pobres muy endeudados, PPTE por sus siglas en francés: Pays
Pauvres Très Endettés.
PS: Partido Socialista.
PSC: Capacidad potencial de apoyo a la población, PSC por sus siglas en in-
glés: Potencial population Supporting Capacity.
PTA: Zona de Comercio Preferencial para los Estados de África Oriental y
Meridional, PTA por sus siglas en inglés: Preferential Trade Agreement.
RCD: Unión Congolesa para la Democracia, RCD por sus siglas en francés:
Rassemblement Congolais pour la Démocratie.
RDC: República Democrática del Congo.
SACP: Partido Comunista de Sudáfrica, SACP por sus siglas en inglés: South
African Communist Party.
SACU: Unión Aduanera del África Austral, SACU por sus siglas en inglés:
Southern African Customs Union.
SADC: Comunidad del África Meridional para el Desarrollo, SADC por sus
siglas en inglés: Southern Africa Development Community.
SADCC: Comunidad de Desarrollo y Cooperación del África Austral, SADCC
por sus siglas en inglés: Southern African Development Coordination Conference.
SCISP: Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública.
SFI: Sociedad Financiera Internacional.
SMIG: Salario Mínimo Interprofesional Garantizado.
SPG: Sistema de Preferencias Generalizadas.
TLCAN: Tratado de Libre Comercio de América del Norte, también conoci-
do como NAFTA por sus siglas en inglés: North American Free Trade Agreement.
TTM: Tontons Macoutes, policía secreta del régimen de Francois Duvalier en Haití.
UE: Unión Europea.
UEMOA: Unión Económica y Monetaria del África del Oeste.
UNECA: Comisión Económica de las Naciones Unidas para África, UNECA
por sus siglas en inglés: United Nations Economic Commission for Africa.
URSS: Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
USAID: Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, USAID
por sus siglas en inglés: United States Agency for International Development.
WILDAF: Mujeres en la Ley y el Desarrollo en África, WILDAF por sus siglas
en inglés: Women in Law and Development in Africa.

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Presidente: François Houtart
Director General: Carlos Tablada Pérez
Asesor de la Dirección: Pablo González Casanova
Editora: Ana Molina González
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DENISE OCAMPO ALVAREZ/

RUTH. CUADERNOS DE PENSAMIENTO CRÍTICO responde a la creciente necesidad de la sociedad


del siglo XXI de información sobre el desarrollo del pensamiento social, económico, político
y filosófico de actualidad. Los conceptos expresados por los autores no reflejan necesaria-
mente los criterios de la Dirección, que se reserva el derecho de expresarlos cuando lo estime
conveniente.

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