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EXALTACIÓN DE LA NAVIDAD 2010

17 de diciembre de 2010
Tuvo que ser en el año 345 de nuestra era cuando, San Juan
Crisóstomo y San Gregorio Nacianzeno, proclamaran que el 25 de
diciembre celebraríamos el nacimiento de Jesucristo.

¿Acaso se tenía en aquella época la seguridad de que en la noche del


24 de diciembre, María, tuviera los benditos dolores del parto? No, por
supuesto que no. Pero no sólo no se tenía dicha certeza, sino que se fijó esta
fecha y no otra por el interés cultural de aunar celebraciones paganas
antiguas con una totalmente nueva: el nacimiento de Cristo.

Roma, la imponente águila conquistadora del mundo, el 25 de


diciembre, celebraba el “Natalis Solis Invicti” o “nacimiento del sol
invicto” que, coincidente con el solsticio de invierno, lo empleaba en
realizar grandes banquetes y celebraciones, motivo por el cual era difícil
para el Cristianismo abolir esa fecha tan celebrada ¡y de qué forma!
Asimismo, de la romana festividad, tomamos, además del día, la magnífica
costumbre de intercambiar regalos.

Al mismo tiempo, en 25 de diciembre, los pueblos del Norte de


Europa se afanaban en organizar otra fiesta similar, conocida como Yule,
en la que, a través de la quema de árboles, se solicitaba a los dioses que el
sol brillara con más fuerza, dado que con la proximidad del solsticio, el sol
dejaba de brillar un tanto.

En esta tesitura de europeas y paganas celebraciones, entre la que


imperaba estos dos llamativos ejemplos, se vivía dicho día en alabanza de
lunas y soles. Así, con la necesidad de dar contenido a la imparable religión
cristiana y sus fiestas, es cuando estos dos Santos proclaman el 25 DE
DICIEMBRE como la fecha en que María da a luz al que ha de convertirse
en la llave de la fe de todo un pueblo, de toda una cultura, de un único
corazón.

Créanme, esta fue la razón, la única razón: Unir culturas, unir


costumbres bajo el regazo de un nacimiento tan celestial como el que hoy
nos trae. Y digo que ésta es la única razón porque, la fecha del nacimiento
de Cristo está muy discutida, estando todos los estudiosos casi de acuerdo
en que Cristo no nació en 25 de diciembre.

No os podéis imaginar la cantidad de teólogos que han intentando


aclarar este tema, escudriñando en lo más íntimo de las Sagradas Escrituras
o en manuscritos de la época. Sin querer entrar en dichas explicaciones

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larguísimas, curiosas y bien fundadas, sólo decir que las mismas resultan
más creíbles que aquella que San Juan y San Gregorio nos impusieron por
razones de oportunidad.

Dichas investigaciones, casi nos certifican que Nuestro Padre debió


de nacer sobre el mes de Septiembre, dato que comprenderéis más creíble
que el de diciembre, pues nadie se imagina que los pastores durmieran, en
el cuidado de sus rebaños, al fresquito del aire puro del mes de
diciembre…. Eso sí, menos mal que San Juan y San Gregorio decidieron
esta fecha… pues no me imagino yo comiendo polvorones en la piscina o
cantando villancicos en bañador y en las playas de Fuengirola.

No obstante, ya sea por razones de lógica o de oportunidad, se


comenzó a celebrar nuestra querida Navidad, introduciéndose toda suerte
de adornos hasta conformarla en la que hoy conocemos. Así, como dato
curioso, decir que nuestro querido “Nacimiento”, nuestro “Belén”, signo
inequívoco de nuestra más profunda e imperecedera fe doméstica, se
introdujo en la Edad Media, al igual que los villancicos, cuyos principales
músicos siempre han compuesto alguno, con mayor o menor acierto…
Igualmente, la Edad Media, si por algo se ha caracterizado ha sido por sus
excesos, que también tenían su consecuencia en el ámbito de lo religioso:
extravagantes y exagerados banquetes donde se celebraba La Navidad…
provocando, irremediablemente, que incluso La Navidad fuera prohibida en
Inglaterra en 1552 por manos de los puritanos… sólo recuperándose la
misma, tal cual hoy la celebramos, por la oportuna casualidad de la
publicación de una obra literaria en el año 1843, llamada “Un cuento de
Navidad”, de Charles Dickens, magnífica obra que abolió, de un plumazo,
todos los impedimentos religiosos del británico ánimo puritano, deseando
volver a celebrar dicho advenimiento como hoy lo hacen, y así lo han
hecho desde entonces.

Actualmente, a nadie escapa que La Navidad es un tiempo de gran


actividad comercial, nuestras plazas, blancas calles y sus avenidas se
engalanan con nombres mágicos, con luces de colores que anuncian la
venida del hijo de Dios…, se televisan programas especiales, se escucha en
la radio música sacra, se cuelgan banderas de las ventanas, se adornan
árboles, se dibujan belenes. También y recordando, un pelín
exageradamente, aquella fiesta romana de la “Natalis Solis Invicti” se
intercambian regalos (para gran satisfacción del Corte Inglés) y, por qué
negarlo, también nos parecemos a aquellos señores feudales que no paraban
de celebrar estas fechas con alguna que otra copa en la mano… (para gran
satisfacción de los bares, restaurantes y tabernas)… extremos ambos que

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generan, incluso en religiones muy afines a la nuestra, que no la celebren,
calificándolas como paganas.

Los Cristianos, el pueblo de Dios, sí la celebramos, sí la


compartimos, sí la interiorizamos, bien llamándola Christmas (Misa de
Cristo), Weihnachten, (Noche de bendición), o pura y llanamente La
Navidad.

En aquellos días apareció un decreto del emperador Augusto


ordenando que se empadronasen los habitantes del imperio.
Todos iban a inscribirse a su ciudad. También José, por ser de la
estirpe y familia de David, subió desde Galilea, desde la ciudad
de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén,
para inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta.
Mientras se encontraba en Belén le llegó el tiempo de ser madre
y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y
lo acostó en un pesebre. (Lucas 2, 1-5)

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y


contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad. (Juan 1. V14)

Ni a un solo cristiano, de los que hoy me escucháis, no se le


conmueve el alma, no se le vidria la mirada o no se le ilumina la vida
cuando escucha estas palabras. Ni uno sólo de nosotros es capaz de
comprender nuestra vida sin celebrar el advenimiento de Dios, hecho
hombre, que de una forma tan humilde llega e invade nuestro ser en LA
NAVIDAD.

La Navidad es algo más que pura estética, que celebración, que


comida, que regalo… es ética, es vida interior, es compartir, es recordar, es
conjugar un verbo tan importante para Dios como es el verbo AMAR.

Amamos a los que antes que nosotros celebraron la Navidad,


amamos a nuestra mujer, a nuestros hijos, a nuestros compañeros…
Amamos el ejemplo de vida que Jesús nos enseñó… Amamos a Cristo.

Pero este amor, el que brota de nuestros corazones, no es comparable


a aquél que puramente y, como un torrente, manó de nuestro Creador.

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En esta fiesta rememoramos este sublime acto de amor incandescente
del padre, entregándonos a su hijo, a su primogénito, en tan humilde
circunstancia, en tan extraordinario misterio concepcionista, en tan
incontestable acto de amor… que nos debemos de sentir pequeñitos, niños
a su presencia, almas haciéndose, forjándose, puliéndose...

No se nos entregó algo simple, se nos dio a su único hijo para que
nos enseñara a caminar y que, a través de su muerte, resucitáramos todos de
nuestros pecados. ¡Qué dolor embarga mi ser cuando imagino como la
miseria humana condenó al nazareno!, ¡cómo el hombre condenó al hijo de
Dios…! y cómo Dios, amante Creador, pese a la terrible ofensa… perdona,
mil y una vez, perdona y nos enamora, embriagando nuestras almas de
dulzura hacia él, de ese amor que también es Navidad, … ¿y cómo no
vamos a celebrarla?, su Navidad, su muestra de amor…, ¿cómo no vamos a
regocijarnos recordando la más pura entrega de vida, de amor, que nunca
nadie se atrevió de esta forma a regalarnos?

La Navidad nos enseña que cada año debemos de renacer en nuestro


compromiso, en nuestro agradecimiento a Dios por ese magnífico regalo.
La Navidad también nos muestra, año tras año, el camino que tenemos que
recorrer para recibir al hijo de Dios en nuestras casas.

Este año, María tiene que encontrar posada en tu corazón, José debe
tener sitio en tu hogar… deja que duerman en tu mejor cama, que beban de
tu agua más límpida, alimenta sus cansados cuerpos y arropa sus
necesidades, relaja su cansancio… y espera… espera el bendito
alumbramiento en su presencia, pues, el que ha de llegar, el que todos
anhelamos, te compensará de tal forma tu ofrenda que te bendecirá con su
incomparable mirada, que traspasará tu alma, saciando todos tus deseos,
llenando tu vida de Paz, no necesitando, a partir de ese momento, cosa
alguna más… salvo el no separarte de ese niño misericordioso que se llama
Jesús.

¿Acaso esta llaga de amor hacia Dios no supera a todos aquellos


argumentos que, inútilmente, nos tildan de paganos? Pues… la verdadera
razón de La Navidad, de Nuestra Navidad, no es otra que celebrar que Dios
nace… da igual el día en que lo haga, da igual con el vino con que se
brinde o qué se coma esa noche, da igual el vestido, el perfume elegido…
un año más, en esta Plaza de Capuchinos, en este Convento Franciscano, en
esta andaluza casa… nacerá Jesús en nuestros corazones, ¡y eso sí que no
da igual!

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La Navidad es Amor en familia. Son mis enamorados padres que me
escuchan hoy tras haberlos yo escuchado, orgulloso, amar a Dios toda la
vida. Es mi dulcísima, paciente, siempre queridísima mujer Ascensión que
contiene la respiración por ver donde se ha metido mi demasiado traviesa
hija, o por sentir mansamente a la que ya también se mueve jubilosa en sus
entrañas. La Navidad es mi abuela Cecilia de la que mana hoy inocencia…
es Lila recuerdo de flameantes noches de musicales villancicos frente a un
hogar siempre encendido. Es Horno, es leña, es incombustible fuego
cofrade encendido por mi siempre presente Tito Manolo… La Navidad son
mis hermanos, allá donde se encuentren siempre, siempre en mi corazón….
Siempre Josele y Jesús…. Sólo con pronunciar sus nombres huele a
almendra y anís, huele a recuerdo de chimenea de pueblo, huele a
Familia… huele a Navidad. Navidad es Chon, María, es José Ramón, es
Mary, Jose, Alvarito, Javi y siempre… siempre, la Navidad se llama y
llamará Eduardo.

La Navidad son los amigos, de cuyos nombres Dios me ha procurado


una larga lista… Jorge, Vicente, Jose, Javi, Antonio, Rafa, Rubén,
Manolo… y en cuya compañía veo a Dios, que se refleja en sus almas y
traspasa la mía.

La Navidad es la vida consagrada, son nuestros padres Capuchinos,


hoy presentes, es Fray Juan Jesús. Nuestros religiosos y religiosas que
celebran todo el año su presencia, con quien es más fácil ver a Dios y
sentirlo a nuestro lado, quienes nos dan ejemplo de vida, de fe, de dulzura y
cariño que hace que vivamos una experiencia mística cada vez que nos
regalan su verbo.
Con estas premisas es muy fácil exaltar La Navidad. El orgullo de
pertenecer a esta gran familia nos hace caminar gozosos por ese sendero
pétreo que es la vida cristiana, junto a los pastores de Belén, hasta llegar a
Capuchinos y, compartiendo la amorosa mirada de nuestra madre, Paz y
Esperanza en su Corazón, poder volver a regocijarnos con el nacimiento de
ese niño, Humilde y Paciente, cuyo ejemplo de vida volverá a exponernos
desde hoy mismo y desde ésta, La Casa de Dios.

La Navidad Cristiana es caridad con el prójimo, es amor a tu familia,


a tus amigos, a toda vida con la que compartas tu existencia. Es celebrar
que nos conocemos y que nos recordamos, es añorar a los que no están, es
sentirnos orgullosos de nuestro apellido cristiano, emoción contenida que
hierve nuestro corazón en la dulce espera del que ha de venir.

Celebrar la Navidad es celebrar ser Cristiano y tan bien nos tenemos


que aplicar en tal empeño que… fallar en el mismo, es fallarle a Dios, es

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fallarle al que hoy nos entrega a su hijo por manos de María. De nosotros
depende que hoy, al salir de aquí, sigamos una vida vacía o que la misma
tenga tal luminosidad que ciegue la mirada de aquellos que nos rechazan
por el simple hecho de ser testigos del misterio más maravilloso jamás
revelado al hombre… regocijaros con la Navidad, alegraros con el
nacimiento de Cristo, propagarlo a los cuatro vientos, ser amantes de su
amor, ser Cristianos.

Y ya me voy, ya termino, exaltando mi Navidad, la que espero que


sea vuestra, rogando con el alma abierta que, al igual que año tras año abrís
vuestro corazón a Cristo, abráis vuestra vida a los demás, que seáis testigos
de su mensaje en estos difíciles tiempos que nos ha tocado vivir… y que,
frente a nuestro testimonio, se estrellen las huestes de aquellos que
atacando a Cristo, al Cristianismo, creyendo que debilitan nuestra alma: el
alma de Dios.

Amigos, Cristianos todos, Feliz Navidad. Paz y Bien.

Julián Urbano de Sotomayor

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