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DESAFÍOS ACTUALES EN LAS RELACIONES DE COLOMBIA

Y ESTADOS UNIDOS

Moritz Akerman

Las relaciones con Estados Unidos constituyen el almendrón de la política exterior


de Colombia, lo que para algunos no resulta de buen gusto, pero es y será una
realidad de a puño durante muchos años. Esas relaciones son multifacéticas,
aunque debiesen serlo mucho más. En este Gobierno se han centrado en lo
económico, en el logro del TLC y en lo político, en la colaboración en seguridad,
en tanto el apoyo del Plan Colombia a la lucha contra el narcotráfico y los grupos
armados de la guerrilla y los paramilitares.

En ambos aspectos el avance de esta cooperación ha sido grande, y tal vez por
ello mismo, controversial. Justamente esta controversia hace que estas relaciones
ya no sean solamente de los Gobiernos y definidas por ellos, sino que empiezan a
hacerse y discutirse por la gente, por los medios, por los partidos, las ONG, los
sindicatos y obviamente por los empresarios, lo que da por resultado una mayor
participación ciudadana en la política internacional del país. Pasaron las épocas
en que las Cancillerías trabajaban de espaldas y marginando al público.

Ambos temas, el del TLC y el de la cooperación en la seguridad, son temas


mayores y por tanto, condensan posibilidades políticas inmensas para las
relaciones. Estos dos temas tienden a derivar en nuevos desafíos. El éxito o
fracaso en las relaciones económicas con EU se traduce en mayor o menor
crecimiento económico: la pobreza o bonanza de nuestras gentes están
marcadas, en parte, por los niveles de empleo y formación de nuevas empresas
que esta relación permita. De allí la importancia del TLC.

El primer desafío de estas relaciones depende de la forma y del tiempo en que sea
aprobado el TLC. La superación de la recesión económica que se vislumbra y que
podríamos atravesar en el futuro inmediato, resultaría mucho menos impactante si
el TLC fuese prontamente aprobado. Estos dos años que restan del Gobierno del
Presidente Uribe, fuertemente ligados a la generación de demanda agregada para
la superación de la recesión, dependen por tanto, en buena medida, de la suerte
del TLC. Pero no sólo depende del TLC la suerte de lo que resta del actual
Gobierno; también se juega la suerte de gran parte de los colombianos.

El nivel del empleo, el equilibrio fiscal, necesario al desarrollo de los programas


sociales sobre la base de una economía sana, dependen en una buena parte de la
entrada en vigencia del TLC, de la cantidad de inversión y de demanda americana
que amplíe y modernice el sector empresarial. De aquí, que este desafío no se


 
pueda abordar de manera partidista. El caso no es si ‘‘al Gobierno de Presidente
Uribe le aprueban los miembros demócratas del Congreso americano el TLC’’. No,
el asunto es de interés nacional: lograr el marco legal y permanente entre las dos
economías que las haga más complementarias y dinámicas.

El asunto es cómo encontrar un camino para que las exigencias del Congreso de
EU sí se conviertan en factor democratizador de la vida y la política colombiana y
no, paradójicamente, en un factor de reforzamiento nacionalista que nos lleve ‘a
cocinarnos en nuestra propia salsa’ de atraso económico, de mezquindad cultural
nacionalista, excluyente y de continuación por tanto, de la violencia política.

Pero hoy quiero centrarme en otro desafío que se va tornando en un punto


sensible de lo que significa una relación entre iguales, una relación que
efectivamente esté marcada por el respeto de los intereses intrínsecos de cada
uno de los dos pueblos y Estados. Me refiero al tema de la cooperación judicial,
que pone en terreno totalmente nuevo y exigente la colaboración política, después
de la extradición de los 14 jefes paramilitares a EU: hoy la cooperación judicial de
EU con la CSJ y la Fiscalía colombiana se ha convertido en una línea, o si se
quiere en una tendencia, que de manera oblicua atraviesa esencialmente la
resolución verdadera del conflicto en Colombia.

Si el TLC va dirigido al bolsillo de los colombianos, la colaboración judicial va


dirigida al alma de todos los colombianos, víctimas directas o no del conflicto, pues
en caso de frustración de la verdadera colaboración judicial veríamos burladas la
verdad, la justicia y la reparación, elevándose el riesgo de la repetición del
conflicto. Ninguna economía sana se puede construir sobre ese tendal de muertes,
de desaparecidos, de expropiados y desplazados, de pueblos destruidos, de
secuestrados y extorsionados, de narcocapitales que chorrean sangre y lodo por
todos sus poros.

La colaboración judicial tiene que ser en todos los casos. Tanto en el caso de
guerrilleros como de paramilitares. Ya van frustradas seis diligencias de
interrogatorio de la Fiscalía a Simón Trinidad y otras tantas a los jefes
paramilitares recientemente extraditados. Pero no podemos ocultar que algo va de
Dinamarca a Cundinamarca: en este último caso la colaboración es esencial para
desmontar la estructura que a los paramilitares les permitió colonizar una parte
significativa del Estado.

De allí que si no hay una eficaz colaboración podemos decir que la corrupción del
narcotráfico y de la narco política seguirá campeando en la vida nacional y la
repetición del conflicto, aunque con otra presentación, sería inevitable. Entonces la


 
cooperación política para la seguridad –el otro campo esencial de las relaciones
Colombia EU- sería como sembrar en el viento para cosechar tempestades.

La primera damnificada de esta situación parece que sería la propia extradición.


Los colombianos hemos acompañado la extradición, a un costo de centenares de
muertos, bombas y toda suerte de terrorismo, porque sabemos que las penas y las
condiciones carcelarias son más rigurosas en EU y más eficientes para desmontar
las estructuras mafiosas que lo brindado, hasta ahora, por la justicia en Colombia.
Pero si de este proceso de extradición, por una deficiente colaboración judicial de
EU, resultase frustrada la posibilidad de desmontar las estructuras paraestatales
del narcotráfico y la violencia, la extradición quedaría convertida en un arma para
burlar no sólo a las victimas sino al país entero y la extradición quedaría herida de
muerte: nadie podría defender honradamente continuar con la extradición.

Y digámoslo de una vez: lo importante no es la duración de las penas, argumento


que ‘suena bien para la galería’, como de manera un tanto filistea lo planteó el
Presidente e ironizó el Embajador Brownfield, al señalar que en Colombia les
esperaba 5 a 8 años de cárcel y la continuación de su poder corruptor, frente a
mínimo 17 años en EU. El real desafío radica en que la colaboración judicial logre
romper el hecho de que los paramilitares continúen manejando, como manejaban,
el narcotráfico, la violencia, y la expropiación de las tierras. Lo esencial es
conocer la verdad para romper su penetración en el Estado y lograr que los
capitales y las tierras mafiosas vayan a la reparación de los desplazados y
las victimas. Lo esencial es, repetimos, desmontar las estructuras
paraestatales de la mafia para hacer una democracia cívica, pacífica y
honrada, sin dobles planos y dobles mensajes a la ética ciudadana.

Sabemos de la separación de poderes en EU. Pero igualmente sabemos que si el


Presidente Bush, así como le ha dado a la aprobación del TLC mensaje de
máxima importancia, de tal manera que EU pueda obrar con consecuencia en las
relaciones con su aliado estratégico, si le diera, repetimos, la misma importancia al
éxito de la colaboración judicial, se aseguraría una eficaz labor para superar el
conflicto y elevaría el papel de EU de un socio militar insustituible para la
seguridad y para la derrota del terrorismo, a la de un socio estratégico, ético y
político para la paz, la reconciliación y el posconflicto. La opinión política toda
tendría que reivindicar el papel democratizador incuestionable de EU.

Y si el Gobierno colombiano reivindica una colaboración judicial verdadera, sin


esconderse en argumentos diversionistas, si el Gobierno apoya a la CSJ y a la
Fiscalía para lograr esta colaboración y exige al Gobierno americano
consecuencia y compromiso con el socio estratégico para una verdadera
colaboración judicial que ayude a la terminación del conflicto, entonces podrá


 
demostrar que los paramilitares se extraditaron para romper su influencia en el
Estado y aún en entidades del propio Gobierno, como el DAS.

Demostraría palmariamente que la extradición de la cúpula paramilitar no se hizo


para pretender disminuir el impacto de la parapolítica; que no se hizo con agenda
distinta a la de a derrotar el fenómeno que más peligrosamente ha amenazado al
Estado y a la misma sociedad, a su ética y a la sustitución de la cultura cívica por
la narcoviolencia.

Agosto 2008


 

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