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Fragmento del libro Mujeres de Maíz de Guiomar Rovira

MUJERES DE MAIZ
Guiomar Rovira

LAS RAICES
Hubo un tiempo antiguo, “tiempo todavía sin tiempo”, dicen los choles, cuando el mundo fue formado
en esta oscuridad líquida por el padre-madre, antes aún de que el sol fuera a su vez concebido. Con la
llegada de los españoles Dios dejó de ser dualidad masculina y femenina, y pasó a ser uno, único y
macho, el Padre. Y jamás a partir de entonces una mujer ocuparía un lugar igual al hombre.

Anteriormente, en varias de las grandes dinastías mayas hubo mujeres que ocuparon el puesto máximo
de poder político y religioso. Palenque –donde ahora prevalecen unas de las más importantes ruinas de ese
pasado- tuvo reinas antes de tener reyes y en todos los bajorrelieves se puede observar cómo los reyes
sucesivos tratan de arreglárselas con ellas. Incluso una mujer de la dinastía de Palenque fue reina de Copán en
Honduras.
Con la cristianización, todos los cultos autóctonos fueron perseguidos. Un régimen patriarcal absoluto
se impuso. La tradición oral maya describe bien lo que hicieron los conquistadores: “Para que su flor viviese
dañaron y sorbieron la flor de nosotros”. Esa flor puede asociarse a la mujer, la madre, la esencia, la vida dentro
de la vida.
El historiador Jan de Vos hace una reflexión que nos abre las puertas a entender la tragedia real del
“descubrimiento de América” en sus dimensiones humanas: “¿Qué sintieron y pensaron los indios –y a esto
agreguemos las indias- al ver llegar a los primeros conquistadores y ser sometidas –violadas- por ellos? ¿De
qué manera se las arreglaron para suavizar el impacto de las enfermedades, del trabajo forzado, del tributo de
guerra, de la derrota moral, del silencio de sus dioses, de la aparición de nuevos cultivos y de animales
domésticos desconocidos?”
La historia a veces sólo puede ser contada con interrogantes. ¿Era una maldición divina, un
Apocalipsis? Los dioses que habían venerado los habían abandonado o eran inferiores al dios de los blancos
españoles. “El embate iconoclasta nunca antes visto en tierras chiapanecas debe haber causado entre los
indios un impacto descomunal porque al caer templos y esculturas cayeron también los dioses que los
moraban”, dice Jan de Vos.
No obstante, como señala García de León en su libro Resistencia y utopía, el papel de las mujeres en
las culturas antiguas no quedó del todo borrado. Y ellas reaparecieron en cada brote de inconformidad indígena:
“Las antiguas sacerdotisas, importantes en la religión hablaron ahora por la boca de las imágenes sagradas de
las vírgenes o de las mujeres elegidas que desde la conquista dirigieron o aconsejaron las grandes
sublevaciones”.
Tres fueron las grandes sublevaciones indígenas en Chiapas: la de los chiapanecas y zoques de 1532 a
1534, la de los indios de Cancuc y demás pueblos de la provincia de los zendales en 1712 y la de los chamulas
en 1869-1870. En todas ellas había una mujer encabezándolas.
La resistencia de los pueblos mayas sería secreta y soterrada. En las manos de las mujeres estaría
salvaguardar la lengua, los ritos, las tradicionales, las costumbres que heredarían a sus hijos e hijas hasta hoy.
Les tocó a ellas, porque los hombres tuvieron que salir, buscar trabajos, enrolarse, aprender español,
abandonar el hogar, mientras ellas, sumidas en la miseria, mantenían allí a lumbre de lo permanente.
Jan de Vos señala en su libro: “Los universos en donde esta estrategia –la resistencia velada- dio mejor
resultado fueron el hogar y la milpa, los dos lugares más fáciles de defender de la intromisión de los clérigos y
jueces. Las dos corrientes más ricas de tradición india se transmiten en el seno de la familia gracias al cuidado
de las mujeres y por medio del trabajo campesino a cargo de los hombres”.
Siempre hay mujeres hacedoras de la historia. En 1813, cuando el primer brote de insurgencia hace
repicar las campanas de San Cristóbal, las monjas de la Encarnación son acusadas de complicidad con los
rebeldes. En la guerra de la independencia, la heroína Josefa Ortiz de Domínguez tuvo sus homólogas entre las
mujeres de la parroquia de Comitán. Durante la denominada “Noche Terrible” del 22 al 23 de octubre de 1863,
cuando los conservadores invaden la ciudad de San Cristóbal, las mujeres solas son las protagonistas de una
revuelta ante la ausencia de sus hombres, sometidos a la leva forzosa. Los conservadores incendiaron el
palacio municipal y las mujeres respondieron saliendo a las calles, tomando la cárcel y empujando a los
soldados fuera de la ciudad. El antropólogo Andrés Aubry explica: “Rebeliones, insurgencia, guerra de la
independencia, guerras de reforma, la noche terrible y ahora… En cada periodo de transición, la mujer viene a
tomar un lugar”.

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Una vez conquistado Chiapas por los españoles, Diego de Mazariegos fundó en 1528 la Ciudad Real,
ahora San Cristóbal de Las Casas, que es una de las ciudades más antiguas no sólo de México, sino de todo el
continente americano. Eran setenta los conquistadores que la moraban y debían organizar su defensa porque
en todas las montañas aledañas estaban los indios, enemigos potenciales e invisibles. Crearon un escudo
humano regalando tierra a sus aliados de guerra de otros estados, y así surgen los barrios de la ciudad,
alrededor del centro. En cuanto terminó el trazado urbano, en 1529, hubo un acuerdo del Cabildo y una
comisión se fue a México. Su objetivo era conseguir que se autorizara la importación de doscientas mujeres
indígenas de otros lares.
Desde entonces y en adelante, el excedente de población femenina caracterizó a la ciudad. Para las
que no encontraban marido o aquellas que estimaban que no había esposo de su rango, se construyó el
convento de las monjas en 1595.
Después, en 1712, se hizo la Casa de Recogidas Santa Rosa de Viterbo “para mujeres públicas y
escandalosas”. La prostitución era la única salida para muchas mujeres solas. “Los domingos, los frailes se iban
a cantar el rosario por las calles para espantar a las prostitutas”, explica el antropólogo Andrés Aubry.
En el siglo XVIII el número de hombres viudos era muy reducido, en cambio en los archivos municipales
se registraron siete y ocho veces más viudas. Las mujeres abandonadas, que eran muchas, se declaraban
como esposas de difunto en las estadísticas oficiales.
En 1778 hay trescientas sesenta y cinco hijas y sólo ciento sesenta y tres hijos registrados en los
censos, lo que indica que los varones están fuera en el campo y que la ciudad está llena de mujeres.
Los hombres partían a las fincas temporadas enteras, a las guerras, a otros estados a buscar trabajo,
eran víctimas de enfermedades, cárceles y enganchadores. La diferencia entre los dos sexos es directamente
proporcionar a la pobreza: es mínima entre los españoles y mayúscula entre los indios, con setenta por ciento
de población femenina.
No obstante, también los grandes señores estaban ausentes, iban a vigilar sus haciendas, a controlar
las propiedades rurales. Las mujeres quedaban a cargo de la ciudad, la casa y los hijos. De ahí surge el mito de
la “mamá grande” coleta, la matriarca que contra viento y marea levanta la familia.
Muchas veces el marido nunca regresaba. Las madres se veían abocadas a ejercer oficios como el
tristemente célebre de “atajadora de caminos”. Las coletas se apostaban en las entradas de la ciudad para
interceptar a las indígenas que bajaban con sus fardos de productos al mercado. Les robaban la mercancía o
les daban una cantidad irrisoria de dinero que arrojaban al suelo.
Durante varios siglos, San Cristóbal ofreció una situación cómoda para los hombres. Por porcentaje les
correspondían varias mujeres, podían cambiar, gozar de queridas… Y como dice la antropóloga feminista
Dolores Juliano, por cuestiones demográficas las hembras desarrollaron una cultura de concesión. Con tal de
ganar y no perder al hombre, necesario para la supervivencia, ellas se sometían a sus designios y acataban su
voluntad, renunciando a buscar un plano de igualdad.
(Las cursivas y negritas son nuestras)

MUJERES DE MAÍZ
Guiomar Rovira
Ediciones Era, S. A. de C. V.
Primera edición: 1997.
Quinta reimpresión: 2007.
www.edicionesera.com.mx
(Permiso de la autora para la reproducción del fragmento: Las Raíces, pags 21-24).

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