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Dionisio Byler
NO VIOLENCIA
Y GENOCIDIOS
Jesús y la no violencia
Los genocidios en la Biblia
y otros ensayos sobre justicia y no violencia
Biblioteca Menno
Biblioteca Menno
Secretaría de AMyHCE
www.menonitas.org
Prólogo 195
Jesús y la no violencia
El ejemplo del Cordero
Biblioteca Menno
Dedico estas páginas a todos los jóvenes cristianos, objetores de
conciencia, en cualquier parte del mundo, que hoy sufran persecu-
ción o incomprensión porque pretenden amar al enemigo como
nos enseñó Jesús.
Índice
PREFACIO 11
CAPÍTULO 3. EL PROBLEMA DE
LA GUERRA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO 57
3.1. Planteamiento del problema 57
3.2. Posibles soluciones 59
3.3. La solución propuesta 63
3.4. Inspiración y la «teología oficialista» 69
Desde que este libro primero empezó a tomar forma, hace ya siete u
ocho años, algunas cosas han cambiado. Los cambios políticos en
Europa central y oriental han obligado a dibujar mapas nuevos y olvidar
el conflicto ideológico internacional que ha caracterizado a nuestro
siglo.
¡Paz! ¿Qué sería lo que se estaba tramando? ¿Tendría acaso algo que
ver con la poesía que había escrito algunos meses antes la chica que
aquella noche daba a luz un hijo? Algunos versos de esta poesía decían:
1
Las citas bíblicas están tomadas de distintas versiones castellanas. La más em-
pleada ha sido la Reina-Valera 1960. También he usado la versión Dios Habla Hoy, la
Nueva Biblia Española, y la Biblia de Jerusalén. En algunos casos, por diversos moti-
vos, he traducido yo mismo los textos hebreos o griegos.
16 Jesús y la no violencia
¿Qué es la paz? ¿Qué es la violencia? ¿Qué tiene que ver la paz anun-
ciada a los pastores, con la revolución social anhelada por María?
Pero hay otras violencias contra las que no solemos estar tan con-
cienciados. En el año 842 a.C. el general Jehú se dirige hacia Jezreel, en
Israel. Tiene la intención de destituir al rey Joram, que se aloja allí. Mien-
tras se acerca, el rey manda dos veces a jinetes para que pregunten a
Jehú si hay paz. A ambos les dice Jehú: «¿Qué tienes tú que ver con la
paz? Vuélvete conmigo». Y cuando el rey mismo sale a su encuentro con
idéntica pregunta, la respuesta de Jehú es significativa: «¿Qué paz, con
las fornicaciones de Jezabel tu madre, y sus muchas hechicerías?» En-
tonces, asesinando al rey, ordena echar su cadáver en la heredad por la
que la madre del rey había hecho asesinar a Nabot (2º R. 9).
Jehú. Y al rey le pregunta: «¿Que si hay paz? ¿Qué paz? ¿Qué paz puede
haber en estas condiciones?»
Esta paz que sostenían los profetas estaba basada en el pacto entre
Dios y su pueblo. Dios había pactado: «Si anduviereis en mis decretos y
guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, […] daré paz en
la tierra, y dormiréis, y no habrá quien os espante, […] y la espada no
pasará por vuestro país» (Lv. 26:3-6). La ley de Moisés estipulaba que el
rey de Israel debía ser uno más entre hermanos dentro de su nación, en
lugar de hacerse respetar con mucho protocolo; no debía cimentar su
reino en la acumulación de armamentos ni en tratados militares; por el
contrario, debía aprender bien la ley del Señor (Dt. 17: 14-20).
Y bien, ¿qué tal era esta ley? ¿Qué clase de cosas decía? Leamos
algunos ejemplos:
Este anuncio de la llegada del año agradable del Señor que hace
Jesús, tiene claramente que ver con el cumplimiento de la antigua ley de
Moisés acerca de la celebración de años especiales de ajuste socioeco-
nómico. Según aquellas leyes, cada siete años, los que empobrecían
hasta el punto de tener que venderse como esclavos para poder sobre-
vivir debían recibir la libertad y lo que fuere necesario para volver a
empezar su pequeña granja familiar. En esos años especiales también
debían ser perdonadas todas las deudas, y cada cincuenta años debía
ser devuelta a la familia de origen toda propiedad hereditaria que en el
transcurso de aquellos años hubiese sido vendida.
Y Jesús anuncia: «¡Ese soy yo! Y daré la vista a los ciegos… pero
también abriré las puertas de los presos políticos, romperé las cadenas
de los esclavos y exigiré la auténtica paz de Dios entre los hombres: la
paz de justicia social».
Si unimos este sentir con otro de los grandes temas del Sermón del
Monte, a saber, el amor hacia los enemigos, devolver el bien por el mal,
y tratar a otros como uno quisiera que se le trate, empezamos a vislum-
brar los perfiles majestuosos de la paz anunciada por Jesús. Pero vamos
a abordar esto desde otro ángulo; otro tema también predicado en este
mismo sermón de Jesús. El tema de la imitación de Dios.
Una alternativa cristiana a la violencia 21
Algo por el estilo nos dice Jesús en el Sermón del Monte, donde tam-
bién nos exhorta a imitar a Dios:
Cuando Jesús hace su famoso llamado: «Venid a mí, los que estáis
trabajados y cargados, y yo os haré descansar» también agrega una ex-
hortación a la imitación de su persona. ¿Y qué características suyas son
las que requiere que imitemos? «Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». Son su manse-
Una alternativa cristiana a la violencia 23
dumbre y su humildad los puntos en los que nos toca parecérnosle (Mt.
11 :28, 29).
Juan el evangelista nos dice que aquel verbo divino que era original-
mente con Dios, y mediante quien fue hecha la creación entera, «Aquel
verbo se hizo carne» (Jn. 1:14). El autor de la carta a los Hebreos insiste
de muchas maneras en que Jesús, como sumo sacerdote según la orden
de Melquisedec, está plenamente capacitado para representar a la raza
humana, siendo un hermano entre hermanos de la raza. «Porque no
tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
debilidades», escribe, «sino uno que fue tentado en todo según nuestra
semejanza, aunque sin pecado» (He. 4: 15).
De modo que si en Jesús vemos a Dios como Dios es, también po-
demos ver en Jesús al hombre como Dios desea que el hombre sea. La
Carta a los Romanos nos dice que en Cristo se efectúa la restauración de
la raza humana a los propósitos eternos con los que Dios la creó. Si con
Adán todos caímos, con Cristo todos hemos sido levantados (Ro. 5:12-
19). Desde la muerte y resurrección de Jesús hay una nueva realidad en
cuanto a las verdaderas posibilidades que hay en el ser humano. Ahora
sí, puesto que Jesús nos abrió brecha, nos mostró el camino, nos dio el
ejemplo y llegó a ser nuestro caudillo que va delante nuestro rehabili-
tándonos para lo que antes no éramos capaces. Ahora sí podemos lo-
grar la imitación de Dios para la que fuimos creados.
En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo
aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de
Dios. Porque éste es el mensaje que habéis oído desde el principio:
Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y
mató a su hermano (1ª Jn. 3:10-12).
Entre los elementos que hacen que la violencia sea terrible, figura
éste: Una vez que la violencia se ha cometido, el que la ha cometido
puede hacer muy poco para lograr la reconciliación. La única posibilidad
de reconciliación depende de la disposición de la víctima. Porque sin su
perdón la reconciliación es imposible.
Pero, ¿pueden quedar así las cosas? ¿No hay otra posibilidad que la de
someterse a la violencia de la que uno es víctima? Si queremos estar en
paz con Dios, ¿tenemos acaso que aguantar todo el mal que los
violentos nos quieran ocasionar a nosotros y a nuestros seres queridos?
víctimas surge del amor, entonces ese mismo amor nos impulsará a
hacer todo lo posible por lograr que cese aquella violencia también.
Porque sabemos la enemistad con Dios que su violencia le está produ-
ciendo.
Dios hizo algo de lo más significativo una mañana hace casi dos mil
años. Dios, inconteniblemente feliz al ver que por fin hubo un hombre
capaz de entenderle y vivir y morir como él había querido que todos los
hombres vivieran, derrochó aquella madrugada la gloria de su poder.
Es porque aquel hombre Jesús de Nazaret, nacido hace casi dos mil
años entre anuncios de paz a los hombres, vive hoy, que sus discípulos
seguimos desengañados acerca del supuesto poder de la violencia.
El autor del Apocalipsis tiene una visión del trono de Dios. Y junto al
trono, vivo y de pie, hay un cordero que ha sido sacrificado; su cuello
degollado, su vellón manchado con sangre. Y dice:
P¿
OR QUÉ HABLAMOS de «indefensión» en los evangelios? La acti-
tud cristiana ante la agresión, a cuya explicación nos dedica-
remos en las páginas siguientes, podría describirse con varios vocablos.
Uno sería «pacifismo». Como se notará, aquí nos referimos a una actitud
mucho más generalizada que la del rechazo de la guerra. Es posible
argumentar que la enseñanza de Jesús incluye el pacifismo, o por lo me-
nos cierto tipo de pacifismo, si bien oblicua e indirectamente. Y en
ciertos párrafos trataremos directamente del rechazo de la guerra y de
la objeción de conciencia. Sin embargo, esto no es más que un aspecto
de la totalidad de la enseñanza que aquí nos interesa.
¡Pero no!
38 Jesús y la no violencia
Bueno, parece ser que Jesús pensó que tenía bastante que ver.
Como todos sabemos, dijo que para seguirle, sus discípulos también de-
bían aceptar la cruz.
copa del odio que el ser humano le guarda, del rencor por haber sido
creados por él, de las frustraciones humanas acerca de la vida. En Cristo
fue definitivamente desechado Dios; fue tenido por basura, como cosa
abominable.
Y Jesús y Dios… no devolvieron mal por mal. Cargó sobre sus hom-
bros moribundos nuestra maldad y la hizo desaparecer. Porque algo
extraño sucede en el corazón humano al leer el evangelio: Cuando la
furia de la maldad del hombre se agota contra el amor de Cristo, ya no
hay más maldad. Y el hombre, desconcertado, se da cuenta de que el
amor ha vencido; que Jesús ha resucitado, que Dios sigue amando, que
el mundo sigue en su órbita. Frente a este amor incondicional surge en
nosotros el arrepentimiento. Cae sobre nosotros la convicción de
nuestra maldad y nos abrimos al que no nos dio nuestro justo merecido.
Nuestros deseos son transformados. Queremos aprender a ser como él.
Dice Juan que «la sangre de Cristo su Hijo nos limpia de todo pecado»
(1 Jn. 1:7). Esto significa que en él hemos recibido el perdón por nuestra
rebelión. Pero también quiere decir que al observar cómo Jesús derra-
mó su sangre, tenemos una demostración viva de que es posible amar al
enemigo, que en su caso fuimos nosotros. Así nos motivó Jesús para
que le imitáramos. E imitándole somos limpiados de nuestra naturaleza
pecadora. «Nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de él» (Ef. 1:4).
Es ésta la obediencia que aprendió Jesús cuando dice que «por lo que
padeció aprendió la obediencia» (He. 5:8). Es ésta la fe viva que, como
Indefensión en los evangelios 43
«Bienaventurados los que lloran»: las balas, las granadas y las bom-
bas han hecho llorar a millones de familias mientras los que las usan tra-
tan de justificarse con ideales altisonantes.
Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os
digo: No resistáis al que es malo; antes a cualquiera que te hiera en la
mejilla derecha, ,vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a
pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que
te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida,
dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. Oísteis
que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os
maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os
ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que
está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que
hace llover sobre justos e injustos (Mt. 5:38-45).
Este mensaje de Jesús, como todo lo que él dijo, tiene que hacernos
mirarnos a nosotros mismos en un severo y honesto examen personal.
¿Hay en mí arrebatos de ira y enojo? La Palabra de Jesús me llama al
arrepentimiento. ¿Suelo expresarme y comportarme con desprecio ene-
mistad? Jesús me ofrece otro camino. ¿Hay en mi casa un arma «por las
dudas» por si tuviera que defenderme de un ladrón? Jesús me habla
directamente al caso. ¿Me toca el servicio militar? Cristo me llama a una
seria y difícil evaluación acerca del comportamiento que he de seguir
para no comprometerme con la violencia y el desamor. En todas estas
Indefensión en los evangelios 47
Si bien es cierto que aquí habla de amarnos unos a otros (se entiende
que los hermanos en la iglesia), ya hemos visto cómo en una oportuni-
dad Jesús nos insta a amar al enemigo como a un amigo y hermano.
El lobo es aquí figura del hombre sin Cristo. El hombre para el cual
siempre habrá de existir una motivación que justifique el recurso a la
violencia, a los insultos, incluso a las armas. El hombre de orgullo, que se
estima a sí mismo y es capaz de luchar por obtener lo que cree justo, ya
sea para sí, como para su familia o para su sociedad.
Prudentes.
Pero, ¿qué ocurre? He aquí que hay personas que se llaman cristia-
nos, que concurren a las iglesias y adoran a Jesús, pero que son como
lobos entre ovejas.
Hemos dicho que Jesús profetizó que sus seguidores serían víctimas
de la violencia. Pero vemos a quienes profesan ser seguidores de Jesús
y son a la vez obradores de violencia.
¿Habrá sido Jesús un falso profeta? ¿O será que sus discípulos nos
resistimos a aprender de aquel a quien llamamos «Maestro»?
«Ama», nos dice Jesús. Hay quien dice que en tales casos sería una
expresión de amor eliminar al enemigo para evitar que éste acumule un
pecado más a su perdición. O sea, que lo mato para que no peque más.
Esto es un sofisma; un disparate, un argumento incoherente. Matar no
es amar. El amor bendice, el amor es sufrido, el amor es benigno, el
amor perdona, el amor aguanta.
Aquí conviene recordar que los que recurren a las armas en circun-
stancias límite también suelen sufrir. También ellos suelen ser atacados,
torturados, mutilados y desaparecidos. Entonces la protección de las
armas posiblemente sea más engañosa que la protección de Dios. La
esperanza del cristiano es que hallaremos la vida aunque la perdamos.
Lo que debemos notar aquí es que a los humanos nos está vedado el
juzgar entre uno y otro con el propósito de destruir a «los hijos del
malo». Este es trabajo para ángeles, no para cristianos. Si bien Jesús
parece reconocer que hay personas que deben ser destruidas, personas
cuyo único fin justo es ser «echados al horno de fuego», personas que
es imposible admitir que su existencia continúe, no somos los cristianos
los encargados de acabar con tales personas. Dios es el que castiga al
perverso, y él enviará sus ángeles, cuando a él le plazca, para hacer esa
obra.
Hay cosas que Dios nunca ha querido que haga el hombre. Entre ellas
figura el tomarse la atribución de destructor de los malvados.1 Para tal
obra Dios tiene a sus ángeles. También ha establecido el gobierno hu-
mano como portador legítimo de la espada, según Ro. 13:1-7. Pero si
1
En cuanto a determinados episodios del Antiguo Testamento, véase el capítulo 3.
Indefensión en los evangelios 53
2
Aquí habría que mencionar la actitud ambivalente acerca de los reyes de Siria,
Asiria y Babilonia, que observamos en Eliseo, Isaías y Jeremías. Por un lado estos
reyes claramente están ejecutando la voluntad punitiva del Señor. Jeremías llega a
llamar a Nabucodonosor «mi sirviente», en boca del Señor (Jer. 25:9; 27:6; 43:10).
Por otro lado no cabe duda de que estos mismos profetas siguen considerándoles
unos idólatras paganos, que no por ejecutar la voluntad punitiva del Señor merecen
aprobación en sí mismos. (Véase el canto de Nahúm.) ¿Es posible dudar que el
«sirviente de Dios» en Ro. 13:1-7 caerá bajo la misma sentencia?
54 Jesús y la no violencia
obras, que acabamos pensando que esto no puede ser. ¡Pero aquí
estamos examinando palabras atribuidas directamente al mismísimo
Jesús! ¿Y acaso no son muy claras sus palabras? Esto es lo que dice: Si
hemos ganado el mundo entero pero en el proceso de ganarlo hemos
obrado de una manera otra que amorosa, perdonadora y misericordio-
sa, seremos juzgados severamente. Vendrá el Hijo del Hombre y
recompensará a cada cual conforme a sus obras. Al que obró con violen-
cia se le recompensará con violencia. Al que obró con amor, perdón y
misericordia, se le recompensará con amor, perdón y misericordia.
3.1. LA NECESIDAD DE
UN MODELO ALTERNATIVO PARA LA SOCIEDAD
1
El complot de Absalón se fundó, entre otras cosas, en la desesperación del pueblo
que no recibía justicia en la corte de su padre (2a S. 15:2-6).
60 Jesús y la no violencia
Pero Jesús sí pensó que tenía algo que decirnos sobre el tema. El sí
pensó que su ejemplo, su vida y su enseñanza, venían directamente al
caso. Es absurdo alegar que cuando Jesús habla de amar al enemigo no
nos está diciendo nada acerca de cómo actuar cuando ataca un
enemigo. Jesús dice: «Amarás a tu enemigo». Y este argumento respon-
de: «¡Qué pena que Jesús no nos diga nada acerca de cómo actuar fren-
te al enemigo!»
Es evidente que tendremos que hallar una solución mejor: una solu-
ción con la que podamos tomarnos seriamente las palabras y el ejemplo
de Jesús.
Sin embargo existen tres problemas con esta solución del problema
de la guerra en el Antiguo Testamento.
2
Según afirmaciones hechas por el Dr. Jacob Enz en su clase sobre el libro de los
Salmos, del Associated Mennonite Biblical Seminaries, Elkhart, Indiana, USA, una
notable excepción a la regla fue Cyrus L. Scoffield, dispensacionalista y a la vez paci-
fista. Según la misma fuente, a su Biblia anotada le fue expurgado el pacifismo
durante la Primera Guerra Mundial. Lamento no haber podido confirmar esta infor-
mación por cuenta propia.
El problema de la guerra en el Antiguo Testamento 63
mujeres. Y el que tenga escrúpulos para cometer tal acto, será tenido
por malvado, perverso y pecador.
Pero la Biblia nos revela un Dios muy distinto. Un Dios del que dice
que es el mismo ayer, hoy, y por todas las edades. El bien es el bien y el
mal es el mal. Por la propia naturaleza de las cosas.
3
En Mateo 13:52 Jesús posiblemente indica el principio de elegir entre todo lo que el
Antiguo Testamento dice. «Todo estudioso que ha aprendido algo sobre el reino de
los cielos […] deberá descartar (posible traducción de ekbállei) cosas nuevas, pero
también cosas viejas». Aparentemente el que entiende del reino de los cielos no
sólo tiene que deshacerse de tradiciones humanas recientes (en tiempos de Jesús)
sino también «antiguas» (¿o sea bíblicas?). Véase el contexto en el evangelio.
66 Jesús y la no violencia
4
Este principio opera en otros pasajes que los citados, los cuales son apenas ejem-
plos. Ver Col. 2:20-23; Gá. 3; 1ª Co. 7:19; 1ª Co. 8; etc. Nótese también la acusación que
se le hace a Esteban en Hch. 6:13, 14. Lucas llama a los acusadores testigos falsos; sin
embargo a la luz de Hch. 7:44-51 la acusación es del todo verosímil, si bien exagera-
da y malintencionada. Algo parecido sucede en Hch. 21:21.
5
Este criterio no está limitado al Nuevo Testamento. Lo vemos ya, por ejemplo, en
Jer. 7:21-23 y Jer. 8:8, además del Salmo 40.
68 Jesús y la no violencia
Dios demostró, al liberar a los israelitas del ejército egipcio, que los
hombres nunca necesitarían pelear si contaban con él.
La elección que nos pone por delante Jesús a nosotros, así como a
los judíos de su época, es escandalosa. O bien Jesús es superior al Anti-
guo Testamento, o es un impostor. Creer que Jesús es el Mesías de Dios
nos pone a sólo un paso del convencimiento de que la guerra, el homici-
dio, las masacres genocidas de hombres y mujeres, ancianos y niños,
nunca fueron del agrado de Dios. Escriba lo contrario quien lo haya escri-
to. Al pensar así no hacemos más que expresar la misma opinión que
Jesús y los profetas.
6
En realidad, si quisiéramos, podríamos debatir acerca del significado de la palabra
griega theópneutos, que aquí he traducido como «tienen su origen en el Espíritu de
Dios». Este vocablo griego permite muchísima más flexibilidad en la interpretación
70 Jesús y la no violencia
8
Los estudiosos ni siquiera se pueden poner de acuerdo acerca de dónde acaecen
estos sucesos. La mayoría imagina un supuesto «Mar de Juncos» de ubicación geo-
72 Jesús y la no violencia
Algo parecido pasa con David. Desde que existe el David de la Biblia,
el David de la historia pierde importancia. David, una vez emperador
militar de varios pequeños reinos en Medio Oriente, se transforma aho-
ra en símbolo del ejercicio de la soberanía de Dios. Una soberanía que a
veces se expresa por medio del rey, a veces a pesar suyo, pero que
siempre es soberanía divina. Es importante que esa soberanía se vea en
relación con el rey más poderoso que tuvieran los israelitas. Si el Señor
siguió reinando por encima de David, no caben dudas sobre su sobera-
nía en cualquier otra situación política. Por eso el David de los hechos
históricos rápidamente se transforma en una sombra. «David» en los
profetas a veces es un símbolo más que una persona. ¡Jeremías y Eze-
quiel hasta pueden hablar de la reaparición de David mismo como rey
en el futuro! (Jer. 30:9; Ez. 34:23, 24; 37:34, 35). Es su manera de expre-
sar su confianza en la soberanía política de Dios. «David», ungido por el
profeta en el pasado, se ve transformado en el símbolo del Mesías del
futuro.
gráfica imprecisa. Pero véase Bernard F. Batto, «The Reed Sea: Requiescat in Pace»,
Journal of Biblical Literature, Vol. 101, pp. 27-35.
9
Se ha observado que la aprobación divina expresada en el bautismo de Jesús, que
combina una frase del Salmo 2 (exaltación del rey dinástico en Sion) con otra frase
tomada del poema al Siervo Sufriente en Is. 42, obra en una forma que modifica
radicalmente la definición del Mesías davídico de la profecía. El verdadero heredero
de David queda ahora definido como un sufridor indefenso y no violento, Mt. 3:17.
(Véase, por ejemplo, John H. Yoder, Jesús y la realidad política, Certeza, 1985, p. 30.)
El problema de la guerra en el Antiguo Testamento 73
«Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual
es Jesucristo» (1ª Co. 3: 11).
Capítulo 4.
Un pueblo de paz
4.1. LA NECESIDAD DE
UN MODELO ALTERNATIVO PARA LA SOCIEDAD
Del modo en que el hecho de Jesús nos otorga una nueva capacidad
para juzgar este asunto, ya hemos tratado en el capítulo 3. Sólo nos
incumbe subrayar ahora que Israel antes de la monarquía, bajo la guía
de su Dios único, dio un salto sin parangón en la dirección del estableci-
miento de una sociedad que radicalmente abandonara la violencia en
todas sus dimensiones. Las imperfecciones patentes y confesadas no
pueden ocultar esta realidad sorprendente.
80 Jesús y la no violencia
1
Véase la lista de los derrotados en Josué 12:7-23, con su especial énfasis en la muer-
te única del rey en cada ciudad conquistada. En hebreo comienza así el versículo 7:
«Y éstos son los reyes de la tierra, que asesinaron Josué y los israelitas…»
Un pueblo de paz 81
Pero esta liberación no llega a todas las personas por igual. Sólo
aquellas personas que en realidad han sufrido esta transformación inte-
rior, marcada por el arrepentimiento y la recepción del Espíritu Santo,
serán capaces del estilo de obediencia a Dios que habilita la formación
de una nueva sociedad. En el Nuevo Testamento, como en el Antiguo,
volvemos a ver el concepto de un pueblo «elegido», distinto a la socie-
dad que lo rodea.
Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el
mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de
ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhecho-
res; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el
más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor,
el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la
mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve (Lc. 22:24-27).
Es importante que veamos que esto forma parte del panorama total
de aquella primera comunidad cristiana. Los otros elementos de la
convivencia afectaban la capacidad para llevar a cabo los aspectos eco-
nómicos y sociales. Éstos, a la vez, convalidaban la autenticidad espiri-
tual de todo lo anterior. Jesús había dicho: «No todo el que me dice:
Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt. 7:21).
Por ejemplo los exorcismos, que para Jesús eran señal potente de la
liberación de las personas para el servicio abnegado de su prójimo (Lc.
10:17-37), vuelven a relegarse al ámbito de una mitología interiorista que
afecta mínimamente a las relaciones sociales. Pablo luchaba «contra
principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas
de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones ce-
lestes» (Ef. 6:12), refiriéndose claramente a realidades demoníacas que
engendran violencia en la sociedad humana. En el cristianismo posterior
estas palabras se transforman en mitología rayana en el politeísmo. Mi-
tología que, curiosamente, explica la violencia de las turbaciones psico-
lógicas, pero frecuentemente enmudece ante la violencia social.
2
Probablemente hace falta explicar lo que entiendo por «mito» y «mitologizar». Me
refiero con estos términos al desarrollo de una teología y espiritualidad que se apar-
ta de la obediencia radical a la voluntad de Dios revelada en la Biblia. Tuerce el signi-
ficado natural de las Escrituras, adormeciendo al pueblo de Dios con mentiras que
suenan muy «espirituales», mientras se desentiende de la justicia y la paz que Dios
ha ordenado. Estoy convencido de que el Señor contempla con beneplácito todo in-
tento de desenmascarar estas ficciones fantasiosas surgidas en torno a su persona.
3
Véase nota 2.
Un pueblo de paz 89
¿Por qué? Posiblemente Dios les inspira a esto con el fin de no per-
mitir que la iglesia olvide su llamado a ser comunidad y a vivir en justicia
y armonía su abandono de la violencia en todas sus formas. Posiblemen-
te es que, mientras existan estas comunidades, la mitologización del
cristianismo no puede seguir su curso sin impedimento hasta sus conse-
cuencias finales en la legitimación de un orden social egoísta.
Pero esta paz que vivimos a nivel social y económico es más que la
paz incompleta de Israel premonárquico. Es la paz informada por la
indefensión de Jesús, el ejemplo del Cordero al que hemos recibido el
mandamiento de imitar. La eliminación de la violencia en sus aspectos
socioeconómicos ha culminado en Jesús en el abandono voluntario de
toda violencia. Para el que es capaz de recibido, las profecías se han
cumplido: Para nosotros ya han cesado las guerras, en el sentido de que
ya no las peleamos más. Nosotros ya no nos adiestramos para la guerra;
hemos convertido nuestras espadas en azadones y nuestras lanzas en
podadoras. No necesitamos la protección de un arsenal nuclear, porque
confiamos en el poder del Espíritu.
Sí. Dios está levantando hoy un pueblo de paz. Dios está formando
comunidades de reconciliación. En ellas estamos viviendo una reconci-
liación auténtica con Dios que es inseparable de la reconciliación con el
prójimo, como ya lo dijo Jesús. Tienen éstas el ministerio profético de
anunciar al resto de la iglesia que sus orígenes revolucionarios y revolu-
cionariamente indefensos siguen en vigencia hoy. Que no son un sueño
de utopistas, sino la realidad concreta y cotidiana que algunos vivimos
en esta tierra imperfecta.
Los genocidios
en la Biblia
Reflexiones sobre
la violencia y la no violencia
en la historia del pueblo de Dios
Biblioteca Menno
Para mi hija Rebeca, cuyo segundo nombre, Irene,
expresa el profundo anhelo de mi corazón:
Que el mundo conozca la paz que es posible en Cristo.
Índice
Presentación 101
Aclaraciones 105
He conservado también los títulos que sugirió Ana Ruiz para cada
una de las conferencias. Ani tenía opiniones bastante claras sobre qué
títulos podían atraer a estudiantes universitarios sin otra motivación
para asistir a un «aula evangélica» que el anuncio del tema en los me-
dios divulgativos de la universidad. Sólo en la tercera conferencia no
respeté el título que se anunció; y esto debido a una confusión por mi
parte.
Quien acaso se fije en las fechas que figuran para cada conferencia,
notará que el orden en el que aquí aparecen es distinto al de su presen-
tación original. Hemos pensado que la conferencia sobre la experiencia
de objeción de conciencia en los últimos siglos debía figurar al final.
Damos así a la serie un orden cronológico al reflexionar sobre las pers-
pectivas de paz que ofrece el evangelio en: (1) el Antiguo Testamento,
(2) el Nuevo Testamento, (3) la iglesia primitiva, (4) los últimos dieciséis
siglos, (5) la historia de una iglesia evangélica pacifista.
¿Cómo se entienden
los genocidios en la Biblia?
28 NOVIEMBRE 1995
Así el pensamiento cristiano reiteró de una vez por todas que el Dios
y Padre de Jesucristo no es otro que Jehová, creador del universo y de
todo lo que en él hay. No hay otro Dios. Luego el mundo material no es
malo en sí mismo. Fue declarado bueno por Dios en el acto de la
creación. La muerte y la corrupción existen por la rebeldía del ser
humano. No es porque lo material sea moralmente inferior a lo incor-
póreo. Por último, es cierto que Jesús nos revela el amor, la gracia, y la
misericordia de Dios. Pero esta no es una revelación absolutamente no-
vedosa. El Jehová del Antiguo Testamento también entiende de amor,
de gracia y de misericordia.
Hasta ahora Dios no figura para nada. Pero en este momento por fin
interviene. Dice la Biblia que al romperse las negociaciones, «el Espíritu
de Jehová vino sobre Jefté».
Y él le respondió: —Di.
[…]
112 Los genocidios en la Biblia
Y Samuel dijo: —Como tu espada dejó a las mujeres sin hijos, así
tu madre será sin hijo entre las mujeres.
[…]
Una, que Dios, sin dejar de ser el mismo, haya cambiado profunda-
mente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Y dos, que los héroes
del Antiguo Testamento nos den una imagen distorsionada de Dios.
Suponiendo que Dios de verdad haya cambiado hasta tal punto que
aunque antes ordenaba genocidios vengativos ya es incapaz de ello, la
verdad es que el cambio le ha sentado bien. Me congratulo con toda la
¿Cómo se entienden los genocidios en la Biblia? 117
Decir que Jesús sabe más que ellos y que por lo tanto ellos se
equivocaron en algunos particulares, no lleva consigo el rechazo del
Antiguo Testamento como Sagradas Escrituras. En mi opinión no equi-
vale a poner en duda su inspiración divina. Sencillamente es admitir que
si toda la revelación de Dios se hubiera hallado ya en forma perfecta e
inconfundible al escribirse el Antiguo Testamento, Jesús se podía haber
ahorrado el tema de la Encarnación. Es precisamente porque el Antiguo
Testamento aunque inspirado quedaba incompleto, y por incompleto a
veces incluso falso en su testimonio, que Jesús tuvo que venir.
Tenemos que poder decir con claridad que algunas cosas que se
atribuyeron al Espíritu de Jehová en el Antiguo Testamento, al com-
pararlas con el Espíritu Santo que reveló Jesús, ya son insostenibles. El
Espíritu de Cristo nunca pudo inspirar directamente una conducta como
la de Jefté. El Espíritu Santo nunca pudo inspirar un genocidio como el
cometido contra Amalec. Pudo sí, por qué no, permitir a Jefté, un hom-
bre violento con ideas tan paganas que hasta fue capaz del sacrificio
humano, salvar a Israel en un momento difícil. También escogió a Ciro,
emperador pagano de los persas, como «mesías» del regreso de los
judíos desterrados, según Isaías 45:1. Pero esto no supone que Dios
aprobara de la conducta de uno ni del otro. Sencillamente constata que
Dios es señor de la historia humana y se vale del que quiera valerse.
Ya que de todas maneras los hombres, por rebeldes contra Dios, van
a recurrir a homicidios, guerras y genocidios, corresponde a Dios encau-
zar esa violencia hacia buen fin. Si Dios existe y es bueno, el mal nunca
puede en última instancia salirse con la suya. Los horrores cometidos
122 Los genocidios en la Biblia
mos que Jeremías tenía razón. A nadie hoy día se le ocurre matar
corderos cada vez que desobedece a Dios.
Vemos entonces, y con esto concluyo, que las cuatro respuestas que
hemos ensayado a la pregunta que da lugar a esta conferencia, condu-
cen todas ellas a una misma conclusión:
Hace pocos días mi hija menor veía el vídeo de «La Bella y la Bestia» y
me senté con ella a ver los últimos minutos. Observé que aquí el desen-
lace es exactamente el mismo. Como en la mitología babilónica, las
fuerzas del mal casi prevalecen. La batalla es terrible y el héroe lleva
todas las de perder. Pero al final se arma de fuerza sobrenatural y el
que muere es el malvado. Esa muerte hace posible el milagro; el caos
embrujado cede ante el amor, purificado por la sangre derramada.
Mi primer impulso ante un tema como el que hoy nos ocupa, Jesús y
la no violencia, sería el de examinar detenidamente la enseñanza de
Jesús y explicar su sentido contrario a la violencia. De hecho, es lo que
les prometí en mi última conferencia y es lo que he hecho, entre otras
cosas, en mi libro que lleva este mismo título: Jesús y la no violencia.
Pero me doy cuenta que con volver sobre la enseñanza de Jesús no
adelantaríamos nada.
Cuando los que no son cristianos leen el evangelio, si hay una cosa
que siempre captan sin la más mínima dificultad, es que Jesús fue un
hombre pacífico, que enseñó a amar al prójimo, a devolver el bien por el
mal, a dejarle la otra mejilla a quien te golpea, incluso a tomar una cruz y
seguirle en el martirio indefenso. Esto despierta profunda admiración,
incluso en la persona que prefiera no adoptar la religión de Cristo.
Los cristianos también saben que Jesús fue así y que Jesús enseñó
estas cosas. Pero como ya hemos dicho, antes de conocer a Jesús ya
habían sido adoctrinados respecto a la necesidad cósmica de la violencia
justa. Entonces los cristianos se proclaman seguidores de Jesús, pero
no son capaces de abandonar los dioses de Babilonia. Utilizan todo tipo
de mecanismos, a veces subconscientes, otras veces racionales y
filosóficos, pero siempre con el mismo efecto: el de admirar y adorar a
Jesús, pero sin permitir que Jesús transforme su entendimiento de la
realidad. En el mejor de los casos, muchos cristianos son profundamen-
te transformados en su carácter y conducta; llegan a ser mansos, humil-
des y pacíficos como Jesús… y sin embargo no dejan de mantener
como idea fundamental sobre la naturaleza del cosmos, que siempre
existirán situaciones en las que sólo puede prevalecer el bien sobre el
mal si se recurre a la violencia y el homicidio.
Entonces, como decía, de nada valdría volver sobre los textos de los
evangelios en los que Jesús con tanta claridad predica un orden cósmi-
co basado en el amor más que en la ira divina, en el perdón más que en
la venganza homicida, y en la reconciliación en lugar de la violencia.
Esos textos nos los sabemos todos, cristianos, ateos y adeptos a otras
religiones. Y no hay nada en ellos que explicar; no hay nada en ellos que
no sea tan sencillo que se explica solo. Para entender la no violencia de
Jesús no hace falta explicar mejor lo que Jesús quiso decir, sino liberar-
nos de nuestra esclavitud primera al dogma de la violencia justa.
Todo el grupo social desplaza entonces hacia esa persona la ira homi-
cida que nace de la envidia que no podemos confesarnos ni a nosotros
mismos. Nos ponemos de acuerdo en que esa persona es absolutamen-
te malvada y perversa y diabólica, sin ningún atenuante humanizante.
En lugar de atacarnos todos unos a otros en un caos envidioso que
destruiría nuestra coherencia como sociedad humana, descargamos en
esa persona nuestro furor homicida. Unidos en la complicidad contra
esa persona, hallamos la paz, el alivio del conflicto y de la tensión
insoportable para la convivencia. El sacrificio de la víctima elegida es
siempre eficaz. La sociedad nunca se equivoca en su selección de la
víctima. Porque siempre, sea quien sea la víctima, el resultado es paz,
orden, estabilidad y el restablecimiento de la convivencia.
Nunca fue más visible que el día que crucificaron a Jesús, la bondad
del recurso a la violencia. Nunca se demostró con mayor claridad la
eficacia de la violencia justificable. No hemos entendido la trama del
evangelio si no nos damos cuenta que a Jesús no le mataron los malos
sino los buenos. El antisemitismo con que la iglesia durante siglos
Jesús y la no violencia 131
persiguió a los judíos por la muerte de Cristo, demuestra hasta qué pun-
to seguimos sin enterarnos de nada. Jesús no murió porque los judíos
fueran mala gente, sino precisamente porque eran buena gente, piado-
sa y devota, que cargaron con la responsabilidad de mantener la paz en
la sociedad y procuraron, cueste lo que cueste, evitar una escalada inútil
de la violencia. Su motivación, como lo demuestra la sentencia de Cai-
fás, era intachable. «Nos conviene que un hombre muera por el pueblo,
y no que toda la nación perezca».
Pero la Biblia nos deja ver las cosas desde el punto de vista de la
víctima. Y la víctima se sabe en algunos casos nada peor que los que le
persiguen; y en la mayoría de los casos absolutamente inocente. Esto
es cierto en diversos pasajes del Antiguo Testamento. Pensemos por
ejemplo en el relato de Abel y Caín, o en los salmos de lamentación, o en
el libro de Job. Pero esto es especialmente cierto en el caso de Jesús.
Los evangelios nos dejan ver cómo Jesús es transformado en víctima,
sin renunciar a la vez a verle como inocente. Cuando los escribas decla-
ran: «Tienes un demonio», los evangelios explican cómo es imposible
132 Los genocidios en la Biblia
que los demonios inspiren los milagros de Jesús. Ante cada acusación,
frente a cada culpa que se le quiere achacar, los evangelios dan respues-
ta. Incluso en su atrevimiento aparentemente blasfemo de equipararse
a Dios Jesús es inocente. ¡Porque de verdad es el Hijo Unigénito de
Dios!
Esto, para el que tenga ojos para ver, tiene un efecto tremenda-
mente perturbador, que ataca los mismísimos cimientos de la violencia
justa. Porque si pretendiendo eliminar la maldad hemos eliminado al
único inocente, la maldad sigue con nosotros. Si la víctima era inocente,
todos los que le eliminamos somos culpables. Y si la víctima que ha
cargado con todo el pecado y con todas las culpas de la sociedad no era
la encarnación del demonio sino la encarnación de Dios, descubrimos
que en lugar de celebrar un acto religioso estábamos en la más absoluta
rebeldía imaginable contra Dios. Descubrimos que nuestra violencia
pretendidamente justa no refleja la voluntad de Dios sino que es oposi-
ción frontal contra Dios.
Nadie, ningún ser humano, es tan perverso como para querer una
guerra como la de Bosnia o la de Ruanda. Somos llevados mansamente
de aquí para allá por lo que modernamente llamamos fuerzas históricas,
que impulsan a distintos pueblos a odiarse de tal manera que desembo-
quen en conflictos espantosos. Algo de ello intuía Tolstoi en su impor-
tante reflexión sobre la naturaleza de la historia con que cierra su nove-
la Guerra y paz. Tolstoi lo describía como un destino, una fuerza invisible
que había arrastrado al ejército napoleónico hasta las puertas de Moscú
para ser inevitablemente vencido por Rusia.
Todo esto viene a decir que, si algo de verdad intuían los antiguos
que nuestra presente cultura materialista ignora, entonces cada deci-
sión moral o ética que tenemos que tomar tiene una dimensión espiri-
tual. Las cosas no son siempre lo que parecen. Lo que a primera vista
se presenta como una opción clara entre el bien y el mal, en blanco y
negro, puede no ser tan sencillo.
Por este error quedan destronados todos los dioses, ángeles, demo-
nios y espíritus de este mundo. Ya han de someterse ellos mismos a los
pies de Jesús. En la cruz queda despojado de su poder el demonio de
de la turba popular. En la cruz queda despojado de su poder el espíritu
fariseo de intolerancia religiosa. En la cruz quedan despojados de su
autoridad el genio del Imperio Romano y el dios de sus fuerzas armadas.
sin vida de Jesús colgaba de sus clavos. Porque ningún demonio como
él había abogado tan vivamente por su ejecución.
Siendo así las cosas, hay que coger este párrafo con pinzas. Hay que
verlo dentro del contexto de la vida de su autor e interpretarlo de tal
manera que sea coherente con su pensamiento y conducta en general.
También hay que interpretar este párrafo de tal manera que sea
coherente con su contexto en la carta apostólica donde figura. Vean lo
que pone inmediatamente antes de aquello de que Dios estableció las
autoridades:
Cuarto: Todos los poderes espirituales, así como todo ser humano y
la creación entera, se acabarán sometiendo bajo los pies de Jesucristo.
Acabada su rebeldía en cuanto la humanidad deje de otorgarles un
grado de autoridad y gloria superior a lo que les corresponde, volverán
a ocupar el lugar que sí les corresponde bajo la autoridad suprema de
Jesús el Mesías.
—Sí, las he tirado. Porque no es justo que un cristiano, que lucha por
Cristo su Señor, sea soldado conforme a las brutalidades de este mun-
do.
Durante los tres primeros siglos después de Jesús, todas las eviden-
cias indican que los cristianos compartieron ampliamente esta actitud
respecto a las fuerzas armadas. Si después de leer el Nuevo Testamen-
to quedara alguna duda sobre si los primeros cristianos creían incompa-
tible seguir a Cristo y la actividad militar, esta se despejaría con el exa-
men de la realidad cristiana hasta comienzos del siglo IV.
Así nos emplaza el apóstol en las filas de la paz. Estas son nues-
tras armas invulnerables; equipados con ellas mantengámonos en
formación contra el maligno. Apaguemos los dardos de fuego del
maligno con puntas de lanza remojadas en agua por la Palabra.
El 12 de marzo del año 295 un tal Fabio Víctor traía a su hijo Maximi-
liano a la ciudad de Tébessa (hoy en Argelia), con la idea de incorporarle
a filas. Aunque los dos profesaban el cristianismo, no parece que padre
e hijo hablaran mucho las cosas, ya que por lo visto no caía el padre en
la cuenta de que la conducta que exigía de su hijo era contraria a su
conciencia. Después de los hechos trágicos que se desencadenaron
tuvo que reconocer la legitimidad del martirio de Maximiliano y es de
suponer que siempre lamentó la ligereza de sus propias convicciones
cristianas respecto a la carrera militar.
La objeción de conciencia en la Iglesia Primitiva 151
El procónsul decidió pasar por alto esta falta de respeto y dio orden
de que le midieran para el uniforme. Sin embargo mientras le tomaban
las medidas el joven siguió protestando: «No puedo ser soldado; no
puedo hacer ninguna maldad, ya que soy un cristiano».
Una vez más el procónsul decidió hacer vista gorda de las protestas
de Maximiliano y ordenó que se le atara al cuello la insignia imperial de
plomo.
A todo esto, a partir del año 416, nadie que no fuera cristiano podía
servir en el ejército del imperio. Para poder ser soldado había que
demostrar haber sido bautizado como cristiano. La transición desde la
prohibición de los cristianos en el ejército hasta hacer de la fe cristiana
un requisito para la admisión al ejército, tan sólo había tardado un siglo.
Pero para el año 418 en Hipona, las cosas habían cambiado mucho. El
militar a cargo de la defensa de la ciudad era el tribuno Bonifacio.
Parece ser que la muerte de su esposa le había hecho reflexionar sobre
su vida, y estaba decidido a dejar las armas para dedicarse a la vida
monástica. Los vándalos se habían apoderado del sur de España y posi-
blemente fuera previsible ya el paso de cruzar a África que emprendie-
ron algunos años más tarde. Quizá Bonifacio pensó que en tal caso se
vería envuelto en el ejercicio real de su profesión y no le apetecía cargar
su conciencia con sangre humana. Fueren cuales fueren sus motivos,
Bonifacio parece haber llegado a la conclusión de que una vida de ora-
ción y retiro del mundo convenía más a su alma que la profesión militar.
Pero su obispo Agustín le escribió una carta expresándole su más firme
desacuerdo.
Bien es cierto que ocupan un lugar más elevado ante Dios los que,
abandonando toda preocupación secular, le sirven en la más severa
castidad —le escribió Agustín—. Pero «Cada cual», como dice el
apóstol, «tiene su propio don de Dios; el uno de esta manera y el
160 Los genocidios en la Biblia
otro de aquella». Algunos, entonces, al orar por ti, luchan contra tus
enemigos invisibles. Mientras que tú luchas por ellos al combatir a
los bárbaros, sus enemigos visibles. ¡Ojalá todos mantuvieran la
misma fe!, pues entonces habría menos de todo tipo de conflicto y el
diablo y sus ángeles serían vencidos con facilidad. Mas es necesario
que en esta vida los ciudadanos del reino del cielo, con el fin de que
se manifiesten aprobados y «refinados como el oro en el crisol»,
padezcan tentaciones frente a hombres impíos, sumidos en el error.
Entonces no es justo que antes del tiempo señalado aspiremos a
vivir tan sólo con aquellos que son santos y justos. Al contrario,
mediante nuestra paciencia hemos de manifestarnos dignos de
recibir esta bendición a su debido tiempo.
de los tres primeros siglos del cristianismo. Jesús, los apóstoles y las
primeras generaciones de cristianos se habían manifestado unánime-
mente en contra de la violencia y las armas.
Cicerón, un gran orador latino que murió poco antes de nacer Jesús,
había expresado sentimientos parecidos:
Jesús y los apóstoles eran judíos marginados, lejos de las esferas del
poder, obligados a depender absolutamente de Dios para sobrevivir de
día en día. Agustín era un prestigioso e intelectual obispo de la
organización religiosa que instruía sobre sus deberes cívicos a empera-
dores, generales y nobles. No tenía ninguna otra cosa en común con
Jesús y los apóstoles: ¿Por qué iba a coincidir entonces con ellos respec-
to a las virtudes de la no violencia? La no violencia podía acaso ser
comprensible para los pobres y marginados que no tenían otra esperan-
za que Dios. Sin embargo para alguien en la posición privilegiada de
Agustín, privarse voluntariamente del recurso a la fuerza tenía que pare-
cer ridículo e irresponsable.
Si lo que se pretende es limitar las guerras: ¿No sería más eficaz hacer
de ellas algo impensable para los cristianos? Si los cristianos, todos los
cristianos, nos negáramos a pelear, el mundo sería un lugar bastante
más habitable que lo que hoy es. Recordemos que los serbios y croatas,
precisamente los que empezaron la guerra bosnia, son cristianos; y que
el 80% de hutus y tutsis en Ruanda y Burundi también lo son. Pero el
monstruo diabólico de la justificación de las guerras ha carcomido el
alma del cristianismo y es difícil imaginar un mundo en el que los cristia-
nos no estén siempre entre los primeros en disparar sus armas contra el
prójimo.
Es difícil examinar con calma una teoría cuyo efecto ha sido tan
desastroso y tan contrario al fin que perseguía. Pero ya que la abru-
madora mayoría de los cristianos juran por ella, habrá que analizarla
punto por punto. Los comentarios que siguen a continuación no pue-
den aspirar a ser exhaustivos. Son mis apuntes desordenados más que
un análisis minucioso.
O sea que son los gobernantes tiránicos los que han empezado la
violencia. Pero según la teoría de la guerra justa, las guerras de
agresión sin provocación son siempre injustas, por lo que se justifica
defenderse de la agresión. Entonces, si un tirano agrede a sus súbditos
sin provocación, se justifica la revolución.
Es una pena tener que ser tan crueles con la gente pobre pero,
¿qué íbamos a hacer si no? Es necesario y es lo que Dios quiere para
que el pueblo sienta temor. De lo contrario Satanás haría mucho da-
ño. […] De ahora en adelante, los campesinos se enterarán de lo
perversa que es su conducta y dejarán de crear disturbios o por lo
menos lo harán menos. No os preocupéis por su sufrimiento, ya que
será de provecho para muchas almas.
conflicto cuál de las partes pueda estar en posesión de una causa justa.
Por falta de causa justa nunca desde que vivió Agustín hasta hoy, se
dejó de pelear una guerra.
Qué duda cabe que en la segunda mitad del siglo XX pudo evitarse
una tercera guerra mundial como las dos de la primera mitad, expresa-
mente por el deseo de evitar el recurso a las armas nucleares. La guerra
para la que los comunistas y los occidentales nos preparábamos era tan
disparatada, sus consecuencias tan fuera de proporción de cara a nin-
gún fin concebible, que fue posible evitarla.
2. La guerra santa.
3. La guerra justa.
4. La guerra de liberación
5. Pacifismo nuclear
6. Pacifismo político
7. No violencia
8. Pacifismo separatista
9. Pacifismo preapocalíptico
Sin duda sería prematuro hablar ya de una inversión del proceso del
siglo IV cuando la Iglesia abandonó la no violencia. Sin embargo no deja
de ser cierto que son cada vez más los cristianos que inspiran sus
convicciones y una conducta no violenta en Jesús de Nazaret. Son
cristianos que se ciñen a la visión integral de paz que enseña la Biblia y
que los hebreos llamaban shalom. Shalom es la armonía que se extiende
por toda la sociedad cuando nadie padece opresión ni violencia a manos
de su semejante. Es la paz concebida como algo inseparable de la justi-
cia. Es una justicia que por definición renuncia a los métodos violentos,
reconociendo que los métodos violentos son siempre injustos en sí mis-
mos. Shalom es una visión de solidaridad con el prójimo donde la paz y
la justicia se dan la mano, se funden en un abrazo eterno e inviolable. Es
imposible la paz sin justicia. Pero la justicia sólo puede existir donde ha
desaparecido la violencia. Cualquier justicia que requiera de la violencia
para establecerse perece bajo el peso de su propia contradicción.
Creo que todas las demás posiciones derivan y a la vez se han distan-
ciado en algún particular de la última, la de la no violencia bíblica. Creo
que la única esperanza que tenemos los cristianos de volver a hablar
con una sola voz sobre este tema, se halla en que recuperemos la visión
bíblica de shalom, y luchemos denodadamente por la justicia, por me-
dios no violentos. En esta lucha no perdamos jamás la perspectiva: el
enemigo no es nunca nuestro prójimo humano, sino Satanás. Como las
primeras generaciones de cristianos, luchemos contra Satanás con toda
la fuerza de nuestro espíritu —resistiendo su tentación de matar a nues-
tro prójimo—, mientras construimos una sociedad alternativa basada
en la solidaridad y la justicia.
Cuatrocientos años de objeción de conciencia:
Perspectivas de futuro
14 NOVIEMBRE 1995
1
Esta conferencia fue la primera de la serie en su presentación original.
Cuatrocientos años de objeción de conciencia 179
Así como uno puede recibir órdenes de ejecutar acciones muy diver-
sas que den motivo a la objeción, también pueden ser muy diversos los
argumentos morales que se esgriman para no ejecutar una orden. La
experiencia de mi pueblo menonita, que es la que al parecer da lugar a
mi presencia aquí hoy, no es propiamente dicha una objeción de con-
ciencia pura sino la objeción planteada por un conflicto de autoridades.
Como comunidad religiosa que somos, los menonitas no basamos nues-
tra conducta —ni nuestras objeciones— sobre la base de la soberanía
moral de la conciencia personal, sino como obediencia a Dios.
Es la lógica con que los poderes religioso y civil se aliaron para asesi-
nar a Jesús de Nazaret. En las palabras del sumo sacerdote Caifás res-
pecto a Jesús: «Conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que
toda la nación perezca». Aunque ese hombre sea inocente. Más impor-
ta la nación que la justicia. Más importa el orden que la persona. El ser
humano es sacrificable ante el altar de las instituciones. La fría lógica
institucional es inhumana y mecánica, y siempre tiene que prevalecer
por encima de los tiernos sentimientos de compasión y solidaridad que
pueda albergar el corazón humano.
184 Los genocidios en la Biblia
Los nacidos de nuevo, por tanto, viven una vida penitente y nue-
va, ya que han sido renovados en Cristo y han recibido un nuevo co-
razón y espíritu. Antes eran de mente terrenal, ahora celestial;
Cuatrocientos años de objeción de conciencia 185
Vemos entonces que para Menno, como para todos los menonitas
después de él, dejar las armas de este mundo es una parte íntegra e
inseparable de la verdadera conversión. Quien se convierte a Cristo se
convierte en parecido a Cristo. Sus valores y su conducta son idénticos
a los valores y la conducta de Cristo, porque es el Espíritu de Cristo el
que habita en su interior y le guía.
Una de las ironías con que los objetores siempre han tenido que
enfrentarse es que de todos los insultos con que se les ha atacado, el
más corriente ha sido siempre el de llamarles cobardes. Como si se
requiriese más valor para armarse hasta los dientes y adiestrarse para
matar al enemigo, que para presentarse desarmado ante inquisidores,
torturadores, y turbas linchadoras.
—A la plaza —contestó.
Empezó a hablarles del amor de Cristo. Les recordó que los rusos
siempre se habían preciado de su cristianismo. Les habló de que Jesús
ama a todos y murió para salvar, que no para destruir. Les habló de Caín
que mató a su hermano. Parece ser que habló casi una hora y lo que es
más extraño, que le dejaron hablar y le escucharon.
—Estoy seguro de que aquí no habrá nadie que quiera manchar sus
manos con la sangre de un hermano —dijo por fin—. ¡Pero si todos so-
mos hermanos! ¡Todos! Tú mismo eres mi hermano —dice, y se inclina
desde el carro para coger a un enorme campesino ruso, sucio y malo-
190 Los genocidios en la Biblia
Pedro Friesen se bajó del carro y nunca supo como llegó a su casa.
Su mujer lo metió en la cama. Su fiebre había vuelto a subir, y su agota-
miento físico era total. Pero en Sebastopol nunca se llegaron a producir
disturbios antisemitas.
(2) En segundo lugar, y con esto termino, quiero hacer una brevísi-
ma referencia a lo único que sé con certeza acerca del futuro. Lo que
diré sonará a especulación estúpida para quien no sea cristiano conven-
cido. Pero es algo que yo creo con la misma certeza como si ya lo
hubiera visto: La esperanza cristiana está puesta en el glorioso retorno
de nuestro Señor Jesucristo, la resurrección de los muertos, y el imperio
eterno de la justicia y el amor.
sea, con tal ya no tan sólo de no destruir la vida humana, sino de hacer
todo lo posible para ayudar a quienquiera que sea, incluso a tu enemigo
más cruel y despiadado.
Entre tanto, tal vez porque al haber escrito aquello hay quien opina
que soy la persona más indicada para hablar sobre estos temas, he
recibido invitaciones a dar conferencias en distintos lugares de España y
de las Américas. Y como no me suele gustar repetir oralmente cosas
que ya he publicado —amén de que a veces las invitaciones especifica-
ban un matiz concreto de la cuestión, que no había abordado ya por
escrito— he seguido desarrollando mis ideas en otros escritos adiciona-
les. Casi todos estos escritos están colgados en internet desde hace
años, por cierto, a disposición de quien tuviera interés en leerlos:
(www.menonitas.org).
1
Me parece recordar que donde primero di esta charla fue en Vigo. La fecha que
indica mi primer borrador, es de noviembre de 2000. Está claro que lo revisé des-
pués del atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York.
200 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
De los que son como uno en ese único factor del que se ha
decidido que pende lo verdaderamente humano y digno: reli-
gión, lengua, clase social, raza, etc. Si lo importante es la re-
ligión, la lengua, la clase social y la raza no importan; si lo
importante es la raza, no importan la religión ni la lengua ni la
clase social; si lo importante es la lengua, no importan ni la re-
ligión ni la clase social, etc.
A B
A-B C
Tanto los terroristas como las fuerzas del orden —y en principio casi
todo el mundo— están dispuestos a matar a un ser humano para
conseguir un objetivo que se considere suficientemente importante. A
nosotros nos resulta inmensamente superior el objetivo de la paz, la
202 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
Por amor a los que son como uno mismo, en ese aspecto de la hu-
manidad que se ha decidido que es el fundamental (sea la religión, el
color de la piel, la clase social, la lengua materna, o el mero hecho de
haber nacido en un lugar y no en otro), la gente se vuelve terrible en su
desprecio homicida de los que en ese particular son distintos, y nos
tornamos capaces de cometer atrocidades como los campos de concen-
tración nazis, los campos de muerte de Camboya o de Ruanda, las lim-
piezas étnicas de Bosnia o de Croacia o de Kosovo y sí, también, los
coches bomba y los tiros en la nuca de ETA.
El legítimo amor al prójimo, en este caso a los que son como uno en
ese particular que se ha decidido que es el importante, se transforma en
motivo de odio, muerte, dolor y destrucción.
I. INTRODUCCIÓN
1
Mi anotación para este artículo indica la fecha de 2 de octubre, 2001. Me parece
recordar que empezó como una conferencia para una reunión interdenominacional
para la juventud, que se celebró en una iglesia céntrica de Madrid.
208 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
es además, creo yo, la única que nos puede ofrecer algo de esperanza
respecto a la vida humana en este planeta a estas alturas, a comienzos
del siglo XXI.
II. DEFINICIONES
A. Primero habría que definir qué entendemos por política:
1. En primer lugar, «política» es todo aquello que tiene que ver con la
vida de la polis,2 que en griego significa «ciudad», aunque hoy día,
por extensión, la política afecta no sólo a la vida de la ciudad, sino la
de provincias, regiones, naciones e incluso el gran conjunto interna-
cional que incluye a toda la humanidad. Política es aquello que afec-
tará directa o indirectamente la salud, el bienestar, la economía, el
orden y la paz (o en su defecto el caos y la guerra) de un determi-
nado conjunto de seres humanos.
2. En segundo lugar, la «política» tiene que ver con el poder. Tiene que
ver con la autoridad, con la capacidad real de hacer que ciertas deci-
siones, pensadas para beneficio del conjunto de la sociedad, se
plasmen en hechos concretos en lugar de quedarse en meras ideas.
Cualquiera de nosotros podría decidir, si quisiera, que España nece-
sita más hospitales o mejores carreteras, pero esa decisión sería pu-
ramente anecdótica a no ser que estuviéramos comprometidos con
la política, militando en un partido político o una organización con
fines políticos. Porque en ese caso, siempre existe la posibilidad de
que tarde o temprano podamos llegar a ejercer poder para llevar a
cabo nuestras ideas, ya sea el poder de un cargo público o el de un
grupo de presión que no puede ser ignorado por las autoridades.
2
Es inevitable observar la influencia de John H. Yoder en mucho de lo expresado
aquí; no sólo su libro La política de Jesús (Buenos Aires: Certeza, 1985), sino sus cla-
ses a las que asistí en mis años de estudiante.
Los cristianos ante la política 209
3
Las siguientes anotaciones etimológicas vienen de la entrada por Grundman y
otros autores, en Kittel y otros, Theological Dictionary of the New Testament, 10 to-
mos (Grand Rapids: Eerdmans, 1976).
210 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
2. Trasfondo histórico
3. El Antiguo Testamento
4. El Nuevo Testamento
5. El cristianismo imperial
4
Estas observaciones sobre el vocabulario del poder en el Nuevo Testamento, se
basan en mi lectura de Walter Wink, Naming the Powers (Philadelphia: Fortress,
1985).
5
En estas citas, empleo la traducción Reina-Valera 1960.
Los cristianos ante la política 213
Apoc. 12.10 Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha
venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad
de su Cristo…
Ef. 1.21 [Cristo está sentado en los lugares celestiales] sobre todo
principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se
nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero…
Ef. 6.12 Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra
principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinie-
blas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones
celestes.
Col. 1.16 Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en
los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos,
sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por
medio de él y para él.
214 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cie-
los y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean
dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por
medio de él y para él.
Estos diversos sentidos de las palabras que tienen que ver con el
poder o la autoridad, no son sentidos especiales bíblicos, sino que es así
como se entienden estas palabras en la antigüedad en general.
a la vez esa cualidad divina propia del poder residía en el cargo mismo,
de manera que un hombre perfectamente normal, al acceder a un cargo
poderoso, era transformado por la espiritualidad del poder en un ser
poderoso él mismo, comparable a los demonios y dioses en su capaci-
dad de influir sobre las vidas de los hombres.
Una de las propuestas que se han hecho en las últimas décadas res-
pecto a cómo los cristianos han de incidir en la política afectando
directamente a los «poderes y potestades» espirituales y su influencia
sobre la humanidad, es lo que se viene en llamar la guerra espiritual. Los
que promueven estas ideas han escrito un buen número de libros,
muchos de ellos traducidos al castellano por las editoriales evangélicas
de Miami.
Según ellos las ciudades y las naciones están regidas por el demonio
particular del lugar. En resumidas cuentas, se adhieren a la creencia
pagana en una diversidad de dioses, donde cada dios defiende los
intereses del lugar que ha elegido y le da a ese pueblo su carácter parti-
cular: marcial, pacífico, intelectual, comerciante, etc. Los políticos
siempre acabarán realizando la voluntad del dios de la entidad política
que gobiernan. (Los defensores del concepto de guerra espiritual, al
ser cristianos, no los llaman dioses sino demonios, porque no quieren
negar que haya un solo Dios; parecen ignorar que en griego las palabras
dios y demonio son sinónimos perfectamente intercambiables entre sí.)
Ellos proponen, entonces, una serie de disciplinas espirituales, principal-
mente la «oración de guerra», que sirven para «atar al hombre fuerte» y
que, cuando se realizan correctamente, dan lugar a lo que ellos llaman
«avivamiento», o sea conversiones en masa al cristianismo evangélico.
a. Así como las masas que sólo venían para ver el «poder» de
Jesús le acabaron traicionando, mucho me temo que Jesús volverá a
ser traicionado por las masas multitudinarias que acuden como res-
puesta a los enfrentamientos bélicos de «poder». Jesús, en el evan-
gelio de Marcos, hacía callar a los que querían proclamar a voces su
poder. El plan que él tenía era de humillación, servicio abnegado,
poner al prójimo antes que uno mismo, etc. Era el camino de la
renuncia a la imposición por la fuerza. Ese camino no será más
popular hoy que lo fue ayer.
seguida de abandono, tal vez haya sido descrito con tanta fidelidad
por los evangelistas a manera de advertencia. Las masas pretendían
entonces y siempre pretenderán algo distinto a lo que ofrece Jesús.
Jesús ofrece un estilo de vida no violento, una lucha sin cuartel
contra el mal desde abajo, desde la humildad, el servicio desinteresa-
do, el sufrimiento y la cruz. Tal vez la tendencia hacia la derecha
política, y las posturas violentamente machistas que caracterizan a
los que profesan la guerra espiritual, no sea una mera coincidencia. El
caso es que al evangelio de la guerra espiritual, aunque a veces sus
defensores parecen conscientes de que hay injusticias humanas,
conductas humanas que causan sufrimiento en el prójimo, no parece
que le sobren energías para luchar positivamente por el reino de
Dios, que no tan sólo negativamente contra el reino de Satanás.
libro de Hechos también empieza con una multitud (3000 varones) que
se convierten en Jerusalén en un solo día, pero acaba con Pablo solo y
ministrando desde la cautividad en Roma. Aquí, al igual que en las epís-
tolas de Pablo, vemos que es desde la debilidad, no desde el poder y la
gloria, que ha de triunfar el mensaje de Jesús.
Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cie-
los y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean
dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por
medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las
cosas en él subsisten…
6
Walter Wink, Engaging the Powers (Minneapolis: Fortress, 1992) pp. 65-74. Cf. algu-
nas coincidencias con Berkhof, Christ and the Powers (Scottdale: Herald, 1962) y con
Yoder, The Politics of Jesus (Grand Rapids: Eerdmans, 1972) (tr. al español, Jesús y la
Realidad política (Buenos Aires: Certeza, 1985). A Yoder, sin embargo, no le acababa
de convencer Wink. Yoder prefería enfatizar el tema de la obediencia e imitación del
ejemplo paradigmático de Jesús, que no la eficacia de la acción no violenta, que es lo
que propone Wink.
Los cristianos ante la política 219
Si todo esto es así, y ahora decimos además que los poderes y las
autoridades de este mundo han sido creados por medio del Hijo y
para el Hijo, entonces hay que mantener que en su origen y creación
—y por tanto en su más pura esencia— todos estos poderes y autori-
dades, los principados y las potestades, tanto mejor funcionarán
cuanto más abandonen la violencia, la coerción, la imposición y la
amenaza para conseguir sus objetivos de paz, orden y justicia en la
sociedad humana.
Puesto que los vv. 25, 27 y 28 hablan de someter, o someter bajo los
pies de Cristo a estos poderes, lo que dice de ellos en los vv. 24 y 26
difícilmente puede significar que serán destruidos. La primera defini-
ción que viene en mi diccionario del verbo katargéo (traducido como
«suprimir» en el v. 24 y como «destruir» en el v. 26) es «dejar inactivo o
impotente». Se trata de quitarlos de allí donde se han endiosado —o
donde los hemos endiosado, otorgándoles unos derechos y una autori-
dad que sólo le correspondía a Dios—, despojarlos de sus bienes mal
ganados, quitarles la capacidad real de causar ningún daño.
¿Cómo se logra esto? ¡Sometiéndolos, nada menos que bajo los pies
de Cristo! ¿Qué quiere decir esto?
Sin embargo, tan tarde como el capítulo 19 (Apoc. 19.19) los reyes de
la tierra y sus ejércitos —o sea los principados y las potestades— figura-
ban como el enemigo a batir. ¿Cómo se explica esto, salvo que, efecti-
vamente, el fin que persigue la guerra apocalíptica no es la aniquilación
de los principados y potestades, sino su sumisión radical bajo los pies de
Aquel por quien y para quien fueron creados? No se los vence para
destruirlos, sino para que dejen de actuar independientemente de los
planes de aquel que los creó para servir a la humanidad, no para ense-
ñorearse sobre ella.
V. LA POLÍTICA DE JESÚS
Esta conferencia ya se ha extendido demasiado. Demasiado he abu-
sado de vuestra amable atención. Aún me quedan muchísimas cosas
que quisiera decir, y otras tantas que han quedado poco o mal explica-
das por la necesidad de resumir un tema tan enorme en relativamente
pocas palabras. Sin embargo esbozaré todavía, en brevísimas palabras,
algunos de los elementos concretos que veo yo en la política de Jesús.
Los cristianos ante la política 223
1
Me parece recordar que el presente artículo empezó como apuntes para una de
varias conferencias que di en Colombia allá por el 1997. La forma presente viene de
una conferencia para un encuentro para estudiantes de SEUT, que a la postre se pu-
blicó en la Separata (Nº 2, Vol. 2, 2001) de la revista Cristianismo Protestante.
226 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
Los antiguos concebían del aire, para todos los seres vivos, algo así
como nosotros concebimos de la sangre dentro de un organismo. El
aire va de aquí para allá, bañando todos los seres vivos con las mismas
esencias y las mismas realidades, haciendo de comunicación directa
entre un ser y otro. Los cuerpos humanos no se veían como algo total-
mente autónomo, único, separado de los demás sino que, inmersos
todos en un mismo aire, todos estaban sometidos a las mismas influen-
cias.
Para los filósofos, entonces —y ¿quién sabe hasta qué punto estos
conceptos habían llegado a penetrar la cultura en general hasta ser
ideas de uso corriente?— los «espíritus inmundos» (pneúmata akáthar-
ta) que Jesús y los apóstoles echaban fuera para sanar a la gente, bien
podían concebirse como una especie de emanaciones perjudiciales o
gases tóxicos. La característica concreta del pneuma en este caso sería
su impureza, suciedad, inmundicia, contaminación o corrupción. El
pneuma que está en todas partes y en todas las personas, en este caso
concreto estaba sucio, contaminado, corrupto. Esa contaminación, lógi-
camente, lo afectaba todo: la conducta, la cordura, la pureza formal
para los ritos judíos, pero especialmente la salud. Si los romanos decían
aquello de mens sana in corpore sano, un corolario lógico sería que quien
2
Dale B. Martin, The Corinthian Body (New Haven and London: Yale University Press,
1995) p. 24. Tradujo D. Byler.
228 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
3
Cuando escribía este artículo, eran noticia ciertos actos de violencia contra inmi-
grantes en aquella población española, un episodio que con el paso de los años ha
quedado relegado al olvido.
232 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
4
Cf. Walter Wink, Engaging the Powers (Minneapolis: Fortress, 1992), pp. 36-39
La espiritualidad de la guerra y la violencia 233
tes que yo he leído hasta ahora. Este es un tema complejo, que en todo
caso merecería tratamiento aparte.5
5
Cf. Varios autores, Poder y misión (San José: INDEF, 1997)
ENSAYO 4.
Números 31:
Historias inmorales en el texto sagrado
1
Este artículo, salvo algunos pequeños retoques posteriores, apareció en Alétheia
Nº 18 (Barcelona: Alianza Evangélica Española, 2000). El director de dicha revista lo
publicó con una introducción severamente crítica y encargó a José de Segovia un
artículo de réplica. En el número siguiente respondí con las consideraciones herme-
néuticas adicionales que se adjuntan aquí a partir de la p. 278.
2
Edwin M. Good, «Deception and Women: A Response», Semeia 42 (1988), p. 132. El
presente artículo podría haber abierto con una cita de, por ejemplo, Mieke Bal, Tina
Pippin, Esther Fuchs o Renita Weems, entre otras. Cito a Good, aunque es un hom-
236 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
Lo que quiero hacer aquí entonces es, en primer lugar, examinar con
atención una de las historias de violencia inexplicable que la Biblia
registra y en segundo lugar, intentar comprender qué pinta esta historia
en un libro que, pese a Good, me niego a rechazar como Sagrada Escri-
tura.
bre, por el efecto personal que han tenido sobre mí sus conclusiones sobre adónde
nos hubo traído la crítica bíblica feminista ya en la década de los 80.
3
Dionisio Byler, La autoridad de la Palabra en la Iglesia (Terrassa: CLIE y Bogotá:
CLARA, 2002).
4
Susan Niditch, «War, Women, and Defilement in Numbers 31» (Semeia 61, (1993),
pp. 39-57 también ha escrito acerca de esta historia. Curiosamente, descubro que
su lectura, aunque feminista, resulta más académica, menos horrorizada respecto al
contenido real de lo narrado, que la mía.
Números 31: Historias inmorales en el texto sagrado 237
El texto designa esta guerra antes que nada como una de venganza y
represalia (heb. naqam). Es imposible reconstruir la naturaleza exacta
de la ofensa contra el Señor en Baal-Peor que pudo requerir que, incluso
después de resuelta la crisis, siguiera siendo necesario el exterminio
genocida de un pueblo que hasta ese momento no había sido considera-
do hostil, ni contrario a la religión de Moisés (Jetro el madianita había
recibido a Moisés cuando huía de Faraón, y le había dado su hija en ma-
trimonio). Si podemos suponer que Núm. 31.16 hace referencia a Núm.
25 (donde, sin embargo, se nos informa que el episodio tuvo que ver
con los moabitas, que no los madianitas), parecería que «el» (obviamen-
te algunos de los hombres del) pueblo de Israel tuvo que ver con «las»
(obviamente algunas de las) mujeres madianitas y adoraron a los dioses
de Madián, dando lugar a una enfermedad mortal (¿que afectó a esos
mismos hombres?), todo lo cual llega a su fin cuando Finees mata a un
hombre hebreo y a una mujer madianita pillados en el acto sexual.
5
Geroge E. Mendenhall, The Tenth Generation (Baltimore and London: The Johns
Hopkins University Press, 1973), pp. 105-121, opina —con razonamientos apoyados
en abundante investigación histórica— que se trataba de una epidemia de peste
bubónica y sugiere más o menos lo que pongo aquí respecto a lo sucedido en Baal
Peor.
238 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
6
He escrito «Dios» con mayúscula aquí porque a pesar de la dirección en que esta
oración parece tender con bastante claridad, el marcionismo no me resulta una
solución satisfactoria ante los problemas a que esta historia da lugar [cf. Dionisio
Byler, Los genocidios en la Biblia (Terrassa: CLIE y Bogotá: CLARA, 1998), pp. 15-17,
reproducido en el presente libro, pp. 107-9].
Números 31: Historias inmorales en el texto sagrado 239
¿Qué clase de «batalla» tendría que tener lugar para que todos y cada
uno de los combatientes de un ejercito mueran, sin una sola baja entre
sus contrarios? Sugiero que esto no puede propiamente describirse
como una «batalla» sino como una «masacre». Creo que cualquiera que
conozca el idioma español coincidirá conmigo en que el término «masa-
cre» describe mucho mejor un evento de tales características. ¡Está
claro que las fuerzas madianitas no opusieron resistencia! Aunque
hubieran sido cogidos totalmente desprevenidos al no esperar un ata-
que de sus aliados hebreos, si los madianitas hubieran opuesto resisten-
cia es difícil imaginar que nadie, en todo el ejército madianita, hubiera
causado una sola baja entre los hebreos durante el tiempo que éstos se
dedicaron a clavar sus lanzas y espadas en fila tras fila de madianitas.
Sin embargo los madianitas muertos no son tan sólo los 32 mil comba-
tientes potenciales, sino la totalidad de la población masculina salvo los
niños más pequeños (heb. tapim).
Sólo las hembras vírgenes podrán vivir. Arrancan a todos los niños
pequeños de los brazos de sus madres y los destripan. A continuación
hemos de imaginar una escena en que una por una obligan a las miles
de cautivas a desnudarse ante el ejército, para que quienes las inspec-
cionan abran con los dedos sus vulvas y examinen el himen por si mos-
trase señas de penetración.
240 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
7
Harold C. Washington, en «Violence and the Construction of Gender in the Hebrew
Bible: A New Historicist Approach», Biblical Interpretation, V, 4, (Oct. 1997), pp. 324-
363, observa que la violación de las cautivas fue considerada normal en las guerras
de los hebreos bíblicos. La legislación de Deut. 21.10-14 pretendía limitar esa
costumbre, aunque distaba mucho de prohibirla.
Números 31: Historias inmorales en el texto sagrado 241
8
Se recordará que Marción (Siglo 2), con saña antisemita, arremetía contra el Anti-
guo Testamento y contra el Dios del que habla, considerándolo muy inferior al Padre
de Jesucristo que revela el Nuevo Testamento.
242 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
Por cierto, sospecho que es así como los menonitas han encajado tra-
dicionalmente la violencia del Antiguo Testamento. Nunca la hubieran
visto como un ejemplo a seguir salvo en el más alegórico de los senti-
dos.
adelante) pensó que oyó que Dios ordenaba este monstruoso crimen
contra los madianitas.9
9
Aunque quisiera intentarlo, jamás podré evitar leer el Antiguo Testamento desde
mi condición de cristiano. No siento más necesidad de pedir disculpas por esto que
la que puedan sentir las feministas al leer la Biblia como mujeres, las «womanistas»
al leerla como mujeres norteamericanas de raza africana, o los liberacionistas al
leerla desde su propio trasfondo y experiencia. Incluso así, léase más adelante,
estoy convencido de que la interpretación que ofrezco es plausible dentro del
marco de, por ejemplo, el judaísmo de la época del Segundo Templo.
10
Obviamente estoy de acuerdo con la idea de que toda redacción de historia está
siempre, inevitablemente, marcada por el prejuicio ideológico; quizá nunca tanto
como cuando la persona que escribe alega ser objetiva, lo cual sólo puede querer
decir que el autor ni siquiera es consciente de lo interesada que resulta su redacción
de la historia.
Números 31: Historias inmorales en el texto sagrado 245
mismo que significaba antes, una vez que se lee con ojos de fe en el
contexto del Canon que guía la visión espiritual de un pueblo?11
11
Aunque esta última pregunta retórica quizá requiera explicación, no es este el
lugar para darla. Piense solamente el lector qué interpretación merecería el Cantar
de los Cantares si nos hubiera llegado en el cuerpo de la literatura griega y no me-
diante la Biblia. Es tan sólo porque está en la Biblia que entendemos que pueda
tener significado espiritual. Antes de su reconocimiento como Sagrada Escritura sin
duda circuló entre los hebreos como un poema erótico más. Pero desde el día que
ocupa su lugar en la Biblia, se lee de una manera radicalmente distinta.
12
En mi opinión, Norman K. Gottwald, The Tribes of Yahweh (Maryknoll: Orbis, 1979)
ha argumentado de una manera bastante convincente que existe algún tipo de
conexión, aunque más no sea semántica, entre los antiguos forajidos hapiru de
Canaán, y los hebreos primitivos.
13
La consagración del botín de guerra (incluso prisioneros) a la destrucción total.
246 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
14
Esdras, caps. 9-10, da cuenta de la primera vez que se lleva a cabo un programa
destinado a obligar la pureza étnica y racial de los judíos. Las narraciones anteriores
de la Biblia dan cuenta con toda naturalidad de por ejemplo la cananea Tamar,
antepasada de la mayoría de la tribu de Judá (Gén. 38) o la moabita Rut, bisabuela
del rey David. Pero el programa de Esdras se limita al divorcio y al repudio de los
hijos mestizos. Jamás se le cruza por la cabeza llevar a cabo un genocidio.
Números 31: Historias inmorales en el texto sagrado 247
la Biblia, como para hacer que el genocidio por motivos religiosos fuese
algo absolutamente impensable.
15
Puestos al caso, la Biblia misma nos indica que tal genocidio jamás tuvo lugar, por
lo menos no en las dimensiones y proporciones que indica el texto de Números. La
Biblia conserva, además del relato de Números 31, la no menos curiosa e intrigante
historia de Gedeón. Según Jueces 6, los madianitas encabezaron una alianza de
pueblos del oriente que durante al menos una generación logró tener totalmente
dominadas a las tribus de Israel, asentadas ya en toda la extensión de su territorio
nacional. A todo esto los madianitas eran «como langostas en multitud», lo cual no
cuadra con la erradicación total y absoluta de esa etnia que nos había contado
Números 31.
El relato acerca de Gedeón tiene dos efectos importantes en relación con Nú-
meros 31. En primer lugar entronca la guerra contra los madianitas dentro de la
corriente menos violenta del pensamiento hebreo. Como bien demuestra Millard C.
Lind, Yahweh is a Warrior (Scottdale: Herald, 1980) existe una tradición profética
dentro de Israel, que entiende que la fidelidad a Yahveh exige dejarle a él derrotar a
los enemigos. Con el Mar Rojo a modo de paradigma, esta corriente del pensamien-
to hebreo confía que Dios defenderá los intereses de su pueblo, en lugar de pensar
que el pueblo de Dios tenga que defender mediante las armas los intereses de Dios.
Si Dios quisiera destruir a los madianitas, medios tiene él mismo para hacerlo sin que
su pueblo tenga que mancharse con crímenes monstruosos.
El segundo efecto que tiene la historia de Gedeón en relación con Números 31 es
que, negando tan rotundamente por inferencia que haya habido tal cosa como un
genocidio total de los madianitas, nos exige entender Números 31 de otra manera
que la literal. Números 31 puede servir de inspiración a la fidelidad al proyecto del
Segundo Templo, por ejemplo y como hemos sugerido; pero no puede dar a enten-
der que ni Dios ni Moisés hayan de verdad, literalmente, ordenado jamás crímenes
de dimensiones tan horrendas como los descritos aquí.
248 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
16
Esto no viene a ser lo mismo que la alegorización. Una cosa es entender que la
historia sirva de inspiración en general; otra cosa distinta es buscar una concordan-
cia, punto por punto, entre la historia y nuestras circunstancias presentes. Sin
embargo es fácil acabar exagerando la diferencia entre entender que una historia
sirva de inspiración en general, y leerla como una alegoría. Después de todo, a efec-
tos prácticos, no es muy importante la distancia entre recibir ánimos para mantener
una pureza étnica y religiosa, y decidir que éste y otros pasajes parecidos «en el
fondo» enseñan a exterminar el pecado en nuestras vidas.
Richard B. Hays (The Moral Vision of the New Testament, San Francisco: Harper-
Collins, 1996) opina que «Sea cual fuere la validez de tal interpretación a efectos de
la edificación privada, resulta inaceptable como exégesis» (p. 336). Eso sería cierto
si pudiésemos estar seguros de que los autores bíblicos no esperaban que incluso
los pasajes no alegóricos fuesen a interpretarse alegóricamente. Lo que hace Pablo
con la historia de Sara y Hagar en Gál. 4.22-31 (por poner tan sólo un ejemplo del
Nuevo Testamento), lo hace con tanta soltura que da la impresión de que tiene que
proceder de una larga tradición de recibir instrucción de las Escrituras precisamente
de esa manera.
Lo que estoy exponiendo aquí es que, dado que el genocidio era impensable en
el período del Segundo Templo (o en el de la monarquía preexílica, puestos al caso),
el autor de la presente versión y el presente contexto literario de la historia bien
pudo haber esperado una interpretación más o menos acorde con la que los lector-
es piadosos siempre han hecho instintivamente.
17
También resultarán aparentes algunas semejanzas con ciertas variantes de la
crítica bíblica postmoderna, aunque estoy seguro de que a la mayoría de los críticos
postmodernos les resultaría curiosa y pintoresca mi necesidad de encontrar edifica-
ción e inspiración en la Biblia. Las lecturas inspiracionales (ni qué hablar de las ale-
góricas) siempre serán altamente personales y subjetivas, algo que el postmodernis-
mo alega que de todas maneras sucede siempre, no importa cuánto se pretenda
evitar.
Números 31: Historias inmorales en el texto sagrado 249
18
Phyllis Trible, Texts of Terror (Philadelphia: Fortress, 1984).
250 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
19
Esto debería ser cierto, pero dos mil años de existencia del cristianismo dan fe de
sobra de que esto no es así. La religión cristiana ha resultado históricamente tan
inútil como cualquier otra para refrenar no sólo el sexismo, sino la más pavorosa
violencia y crueldad de que es capaz el corazón humano. Así las cosas, no me sor-
prende que haya quien achaque las culpas a nuestro Texto Sagrado. Yo me manten-
go, sin embargo, en que el problema reside en cómo se lee ese Texto, que no en el
Texto mismo. Ver D. Byler, La autoridad de la Palabra en la Iglesia (Terrassa: CLIE y
Bogotá: CLARA, 2002), pp. 135-164.
20
Carta al director de Alétheia (Nº 19, 2/2002). Se publicó, pero sólo con modifi-
caciones sustanciales. En esta ocasión el director de la revista, S. Stuart Park, se
encargó personalmente de descalificar como heréticas las opiniones del autor. La
versión presente es la original, sin censura.
Números 31: Historias inmorales en el texto sagrado 251
21
La palabra «pacifismo» —con sus ecos de conformismo y pasividad ante el mal y la
maldad— dista enormemente de describir adecuadamente cómo entiendo yo que
debe actuar el cristiano en situaciones límite.
Números 31: Historias inmorales en el texto sagrado 253
22
Harold C. Washington, «Violence and the Construction of Gender in the Hebrew
Bible: A New Historicist Approach», Biblical Interpretation, V, 4, (Oct. 1997), pp. 324-
363.
23
Los traductores de la versión RV60 observaron claramente la contradicción que
señalo aquí, por lo que en lugar de limitarse a traducir lo’ ye‘aseh ken beyisra’el, pre-
firieron sacarse de la manga la frase: «no se debe hacer así en Israel».
24
Aunque Washington no dice nada al respecto, observo que el caso de Betsabé es
uno donde se ve cómo actúa el mecanismo de negación de la violación cuando
ocurre. El texto no dice claramente que David violara a Betsabé. No obstante, es
difícil imaginar cómo ella podría haber rechazado la orden del rey, sin que tal
rechazo ocasionara precisamente el desenlace trágico que sin embargo sucedió de
todas maneras: el asesinato de su marido por un autócrata sin escrúpulos. Sin em-
bargo Betsabé es casi universalmente tratada como una vulgar vampiresa cuando
254 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
se comenta este texto, ocultando así la enorme diferencia de poder entre el rey y su
súbdita. En la parábola con que el profeta Natán reprocha al rey, él la compara con
un corderito indefenso que ha sido devorado.
25
Deryn Guest, «Hiding behind Naked Women in Lamentations: A Recriminative Res-
ponse», Biblical Interpretation, VII, 4 (octubre 1999), pp. 413-448.
Números 31: Historias inmorales en el texto sagrado 255
Quiero creer también que los autores inspirados de estos textos eran
lo bastante profundos espiritual e intelectualmente, como para preten-
der en efecto despertar en el lector26 las alarmas morales que conducen
a una lectura sofisticada, no superficial —o sea, no limitada a las apa-
riencias de la superficie del texto—, algo así como mis reflexiones en
torno a Números 31.
Pues… yo opino que no. Pienso que sólo podrán oír su mensaje los
que tienen oídos para oír.
26
Sí, el lector, en masculino. Si hubieran tenido los autores bíblicos la sensibilidad
que empieza a caracterizar a nuestra propia cultura hoy día, probablemente habrían
podido imaginar que además de lectores habría también lectoras. Y seguramente
habrían evitado también expresarse como lo hicieron respecto a determinados epi-
sodios históricos y determinadas cuestiones sociales. Pero esa es una suposición
superflua, por anacrónica. Eso nos daría una biblia del siglo XXI, no la Biblia inspira-
da —aunque extremadamente antigua— que es la que interesa.
ENSAYO 5.
La familia de Dios
en un mundo violento y cruel
1
Esta fue una de cuatro conferencias que di en el Congreso Menonita del Cono Sur,
en Uruguay, enero de 2007. Las cuatro conferencias se pueden leer en
www.menonitas.org/textos.htm
258 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
lo malo ante los ojos del Señor. La consecuencia de esta maldad es que
el propio Señor, el Dios de Israel, fortalece a Eglón, rey de Moab. Éste
consigue reunir bajo su mando también a los amonitas y amalecitas.
Con esta alianza de tres pueblos, Eglón presenta batalla a Israel y la de-
rrota, tomando Jericó, a este lado del río Jordán. A la postre los israeli-
tas sirven a Eglón durante dieciocho años.
¡Vaya! ¡Esto sí que es interesante! ¿Quiere decir esto que todos los
que llegan al poder por la fuerza cuentan con el beneplácito de Dios?
¿Fortalece Dios, entonces, la mano de todos los tiranos con el fin de
castigar a los pueblos que los tiranos tiranizan? Hay mucha doctrina so-
cial cristiana que tiene esto como su punto de partida. De hecho, esta
teología cristiana del derecho divino de los gobernantes es mucho más
exigente que la historia que estamos viendo en el libro de Jueces. Pare-
ce bastante claro que Eglón sólo exigía tributo, es decir dinero. Pero
durante gran parte de los siglos XIX y XX los gobiernos de todo el
mundo exigieron los cuerpos y las almas de sus súbditos, con leyes de
servicio militar obligatorio que venían a ser una especie de ley de escla-
vitud universal, si bien de duración limitada, cuyo fin era obligar a la
gente a estar dispuesta a matar y morir según el capricho de sus gober-
nantes. Pagar un tributo y entregarse de cuerpo y alma, son dos cosas
muy distintas. Y confundir una cosa con la otra me parece a mí que es
abandonar toda esperanza de conducirnos por criterios de moral y de
conciencia.
Dios castiga con esclavitud a los hombres libres que actúan con
maldad. Pero Dios libera a los esclavos, sin importarle por qué hayan
sido reducidos a la esclavitud. Desde luego que aquí tenemos otros va-
2
Algunas traducciones ponen Aod. Yo prefiero la pronunciación hebrea Ehud,
donde la h se pronuncia como en inglés y alemán: una j muy suave.
260 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
Nuestro narrador nos cuenta que Israel mandó con Ehud el tributo a
pagar a Eglón y a continuación aprendemos que Ehud se forja una
espada corta, de unos 60 centímetros de largo y se la ata al muslo dere-
cho, disimulada bajo la falda de su vestido. Aquí descubrimos por qué
nuestro narrador indica desde el principio que Ehud era zurdo. Las
personas diestras, que entonces como ahora eran la inmensa mayoría
de las personas, llevan la espada a su izquierda, desde donde es posible
desenvainarla con facilidad. Es hacia la izquierda de la persona, enton-
ces, donde se dirigen las miradas siempre que se quiera ver si alguien
viene armado. Pero Ehud era zurdo y por tanto para él era natural llevar
la espada a la derecha. Si además la llevaba debajo de su ropa, el enga-
ño era doblemente eficaz. Ehud podía ir armado con su espada corta
especial y nadie sospecharlo.
y se sentó en aquel lugar donde Sancho Panza opinó que todos, desde
los reyes hasta los siervos, somos iguales y donde nadie puede hacer
por uno lo que uno tiene que hacer.
A todo esto Ehud había huido —pasando por donde los ídolos israeli-
tas, que nuestro narrador no quiere que olvidemos— y siguiendo hasta
Seirat.
La familia de Dios en un mundo violento y cruel 263
3
Me parecen convincentes los argumentos de Norman Gottwald, The Tribes of Yah-
weh (Maryknoll: Orbis, 1978) pp. 270-78.
264 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
El mundo en que vivía Jesús era también sórdido, cruel, inmoral, vio-
lento y sanguinario. Era un mundo donde gobernaban con tiranía y
crueldad, a capricho personal, los emperadores romanos. Un mundo
donde la forma más popular de entretenimiento no era ni la televisión ni
el fútbol sino el circo romano, donde la gente no iba a ver a actores fin-
gir que mataban y morían, como hoy día en el cine, sino que iban a ver
matar y morir de verdad, porque les resultaba así especialmente emo-
cionante y morboso el espectáculo. En todas las ciudades importantes
se ofrecía regularmente este espectáculo de la muerte humana, procu-
rándose siempre agudizar el morbo hallando nuevas formas de conver-
tir la muerte en diversión popular.
4
Mis cuatro conferencias que di en Uruguay en enero de 2007 tenían como hilo con-
ductor el tema de «la familia de Dios».
266 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
En este mundo, Jesús hace una pregunta muy sencilla a todo aquel
que pretende conocer a Dios y vivir conforme a su voluntad:
Jesús nos invita a imitar ese exceso irracional de la gracia divina. Nos
invita a nosotros a hacer lo que no hacen los demás, los que no conocen
a Dios ni siguen a su Hijo, el Cordero inmolado. Que aunque nos traten
con injusticia nosotros sigamos siendo justos. Que aunque nos traten
con odio, desprecio y crueldad, nosotros sigamos amando, perdonando
y haciendo lo que es correcto y bueno y de beneficio para el prójimo.
Que aunque estemos en medio de una guerra no seamos de los que
matan sino de los que recogen a los heridos sin preguntar de cuál bando
son.
Por pura gracia vivimos y respiramos y por eso vivimos por la gracia;
es decir, vivimos conforme a los valores de la gracia: sin medida, sin
calcular si alguien merece nuestro favor y nuestra ayuda. Puesto que de
gracia recibimos, de gracia damos, alegremente y porque nos sale de
dentro, donde habita nada menos que el mismo Espíritu de aquel Dios
5
Antonio González, Reinado de Dios e imperio (Santander: Sal Terrae, 2003) describe
la ética de justos merecimientos como el pecado «adámico»; aquí y también
especialmente en “Gracia y libertad” (ponencia para el congreso MERK, Barcelona,
mayo 2006, publicado en http://www.menonitas.org/niv2/ textos.htm#libcomp), ex-
plica la importancia que tiene en la Biblia, al contrario, el concepto de gracia.
268 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
que hace brillar el sol y caer la lluvia sobre buenos y malos, sobre justos
e injustos indiscriminadamente.
6
Uno de los argumentos interesantísimos de Jared Diamond, Guns, Germs, and
Steel: A Short History of Everybody for the Last 13,000 Years, 1997; traducido al es-
pañol como Armas, gérmenes y acero: breve historia de la humanidad en los últimos
trece mil años (Barcelona: Debate, 2006).
La familia de Dios en un mundo violento y cruel 269
Está claro que siempre habrá individuos excepcionales que estén dis-
puestos a morir por el prójimo —y a matar también, si hace falta; pero
la disposición a hacerlo a escala masiva, y por una causa tan abstracta
como la justicia o la patria o un dios, exige que la sociedad entera se
movilice para adoctrinar a los individuos desde su más tierna infancia.
Bien es cierto que los parámetros generales de «La Ley y los Pro-
fetas» venían de dos o tres siglos AEC.2 El impulso de la cultura helenista
había producido las sinagogas como centros de estudio de la literatura
nacional israelita. Esto había obligado a decidir cuáles libros serían los
que se estudiaría. Aunque el debate sobre unos pocos libros no se
1
Esta fue una ponencia preparada para la Jornada de Reflexión Teológica de SEUT
(Seminario Evangélico Unido de Teología, El Escorial, España) el día 14 de noviembre
de 2009. Fue publicado en formato digital en el Boletín Encuentro Nº 6 de SEUT:
http://www.centroseut.org/articulos/e2/enc06-1.pdf.
2
A lo largo de este artículo estaré empleando las siglas EC (Era Común) y AEC (Antes
de la Era Común), términos «neutros» —no religiosos— de uso corriente reciente
para designar fechas.
272 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
3
Philip S. Alexander, «Jewish Believers in Early Rabbinic Literature (2d to 5th Centu-
ries)», en Oskar Skarsaune and Reidar Hvalvik, ed., Jewish Believers in Jesus: The Early
Centuries (Peabody, Mass.: Hendrickson, 2007), pp. 859-709, esp. p. 680-1. Karel van
der Toorn, Scribal Culture and the Making of the Hebrew Bible, pp. 233-64) sostiene
que la delimitación canónica ya estaba definida en el siglo II AEC. Christoph Levin,
The Old Testament: A Brief Introduction (Princeton: Princeton University Press,
2005), pp. 169-72), indica la era entre las guerras con Roma (70-132 E.C.) como punto
final.
¿Hasta cuándo, Señor? 273
4
Aunque Hans von Campenhausen, The Formation of the Christian Bible (alemán,
1968; tr. ing. Philadelphia: Fortress, 1972) se ha quedado desfasado en muchos parti-
culares, su reconstrucción de la formación del canon cristiano como reacción al reto
marcionita sigue siendo persuasiva en sus lineamientos generales. John W. Miller,
How the Bible Came to Be: Exploring the Narrative and Message (New York: Paulist,
2004) brinda una narración excelente de cómo fue creciendo el canon hasta la
añadidura de los libros cristianos para formar la colección llamada inicialmente «Los
Profetas y los Apóstoles», conocida a la postre como «La Santa Biblia». Christoph
Levin, op. cit., brinda una narración sucinta de los procesos que produjeron la Biblia
Hebrea (el Antiguo Testamento). Cf. también Frank Moore Cross, From Epic to
Canon: History and Literature in Ancient Israel (Baltimore: Johns Hopkins U. Press,
1998), pp. 219-229. El interés de los Padres de la Iglesia en identificar y desautorizar
tendencias «gnósticas» viene descrito minuciosamente en Karen L. King, What is
Gnosticism? (Cambridge: Harvard University Press, 2003) y en Antonio Orbe, S.J.,
Introducción a la teología de los siglos II y III (Salamanca: Sígueme, 1988). King,
siguiendo la tendencia más reciente, tiene mucho menos claro que Orbe que de
verdad hayan existido «gnósticos» en el siglo II EC, opinando que ésta tal vez haya
sido sencillamente una designación artificial necesaria para los intereses polémicos
de autores como Ireneo.
5
Muchos opinan que esa exclusión ya viene dictada por los propios escritos del
Nuevo Testamento. El debate sobre cuándo se produce el cisma definitivo entre el
judaísmo y el cristianismo como religiones diferentes, que no ya dos formas de
enfocar una misma religión, ha cobrado bastante vida en los últimos años. En mi
opinión, la propia polémica contra «los fariseos» en Mateo, indica que éste se
redactó para una comunidad en plena crisis de distanciamiento de sus orígenes
cristiano-fariseos en Galilea en la primera o segunda generación postapostólica (ver
Anders Runesson, «Rethinking Early Jewish-Christian Relations: Matthean Communi-
ty History as Pharisaic Intragroup Conflict», Journal of Biblical Literature Vol. 127, No.
1 [Spring 2008], pp. 95-132). Algo parecido se produce con la polémica contra «los
judíos» en Juan; y en el Apocalipsis, contra «los que dicen ser judíos pero no lo son»
(ver Peter Hirschberg, «Jewish Believers in Asia Minor according to the Book of
Revelation and the Gospel of John» (Skarsaune and Hvalvik, op. cit., pp. 217-238). La
división en todos estos casos no resultaba en absoluto obvia sino que era necesario
indicarla y argumentarla. La separación absoluta tardó varios siglos y dependió
siempre de factores locales. Los textos del Nuevo Testamento no indicarían, enton-
274 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
Mención especial merece Yohn H. Yoder, (ed. Michael G. Cartwright and Peter
Ochs), The Jewish-Christian Schism Revisited (Grand Rapids: Eerdmans, 2003), que
sostiene la opinión de que el cisma entre el judaísmo y el cristianismo no sólo no era
necesario entonces, sino que sigue sin serlo ahora. En algunos sentidos —a su jui-
cio— el judaísmo ha sido más consecuente con la enseñanza de Jesús (y de todo el
Nuevo Testamento) que el cristianismo. Una opinión que, a la inversa, también
compartía Clarence Bauman, en On the Meaning of Life: An Anthology of Theological
Reflection (Napannee: Evangel Press, 1993), p. 133-8. Es decir, Bauman sostiene que
es menester establecer el diálogo contemporáneo entre judíos y cristianos, sobre el
reconocimiento de que ambas tradiciones han rechazado por igual al Jesús histórico
como Mesías de Israel. Salvo que los cristianos lo han hecho solapadamente, ado-
rándolo como Dios aunque ignorando su enseñanza específica —a la que Yoder
opina que, sin pretenderlo ni reconocerlo, el judaísmo tradicional se aproxima más.
El presente párrafo se justifica en que ambos, Yoder y Bauman, identifican el punto
de fidelidad judía (e infidelidad cristiana) en el rechazo del empleo de la defensa
armada de su religión y sus vidas, confiando al contrario en que Dios les levantaría
posteridad en cada generación. Precisamente lo que hay en juego también en las
diferentes visiones escatológicas: si lo que se espera es venganza o al contrario,
vindicación. (Yoder, y también su amigo el rabino Steven S. Schwarzschild, eran
conscientes de la transformación fundamental del carácter del judaísmo en el siglo
XX, como consecuencia de la shoa’ nazi y la fundación del estado de Israel. El
judaísmo tradicional está siendo marginado por un militarismo nacionalista que imi-
ta el enaltecimiento «cristiano» de la guerra.)
¿Hasta cuándo, Señor? 275
6
Jacob Neusner, Questions and Answers: Intellectual Foundations of Judaism (Peabo-
dy: Hendrickson, 2005), pp. 41-92; Instone-Brewer, op. cit., pp. 6-17.
7
Mi traducción.
276 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
8
Empleando el mismo término que había empleado Daniel para describir el sacrile-
gio de Antíoco Epífanes (Dn 11,31).
9
Martin Goodman, Rome and Jerusalem: The Clash of Ancient Civilizations (New York:
Random House, 2007) p. 464.
¿Hasta cuándo, Señor? 277
10
Ibíd., p. 471.
11
Ibíd., p. 549.
12
Ibíd., pp. 536-9.
13
Ver una descripción de Palestina como destino de peregrinación para el cristianis-
mo bizantino en James C. Skedros, «Shrines, Festivals, and the Undistinguished
Mob», en Derek Krueger, ed., Byzantine Christianity (Minneapolis: Fortress, 2006),
pp. 87-89.
278 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
14
Ex 25,9.40; 26,30; 27,8.
15
El autor de la carta «de Pablo» a los Efesios ya apuntaba a algo parecido, al
describir un edificio figurado, construido sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas y con Cristo como piedra angular, que se erige ahora como templo santo y
morada de Dios en el Espíritu (2,19-22). Si los propios adoradores constituyen el
templo y la morada del Señor, desaparece la necesidad del templo de piedra en
Jerusalén. Así se resta dramatismo a la destrucción del templo en el 70 EC Juan 4,21
también tiende en esa dirección.
16
Richard A. Horsley, Scribes, Visionaries, and the Politics of Second Temple Judea
(Louisville: Westminster John Knox, 2007), p. 166, indica que en los capítulos 89-90
de 1 Enoc (siglo II AEC) ya era posible imaginar una reconstrucción de Jerusalén
donde no hay templo. Dios personalmente se involucra en restaurar «su casa» Israel
¿Hasta cuándo, Señor? 279
A la par que lo que todavía no era más que la «secta mesiánica» del
judaísmo —es decir los cristianos— ensayaban esta manera de afrontar
la religión después de la desaparición de Jerusalén, el judaísmo rabínico
se reafirmó en la necesaria reconstrucción de la Jerusalén terrenal, la
ciudad de sus antepasados, con su Templo dedicado al Señor Dios de
Israel.17 Esto se ve de innumerables formas en las tradiciones del judaís-
y está presente de tal suerte que el templo ya no hace falta. Esto indicaría la agudi-
zación de los conflictos entre diferentes partidos sacerdotales en Jerusalén, del tipo
que dio lugar también al establecimiento de la comunidad de Qumrán. Aquí sin em-
bargo no solamente se deslegitima el sacerdocio que está en el poder, sino incluso
la propia existencia del templo. Está claro que algunos de los autores del Nuevo
Testamento conocían 1 Enoc u otras tradiciones más o menos equivalentes; y el
razonamiento para la ausencia del templo en la Jerusalén celestial en el Apocalipsis
es el mismo que en 1 Enoc 89-90 respecto a la Jerusalén reconstruida en la tierra.
17
En las tradiciones de los judíos creyentes en Jesús, también pervivió la esperanza
de la reconstrucción material de la Jerusalén terrenal (Skarsaune and Hvalvik, op.
cit., pp. 408-14). De hecho, el propio Apocalipsis habría de generar en el transcurrir
de los siglos, abundante especulación quiliástica, con una salvación escatológica en
dos etapas: mil años de restauración y soberanía judía, antes de la instauración defi-
nitiva de la vida eterna en el cielo. Los rabinos también dan a entender que tras la
resurrección de los judíos y reconstrucción de Jerusalén, existirá una vida eterna
celestial (Nesuner, op. cit., pp. 155-7). Esto significa que aunque para la claridad de
esta exposición estoy describiendo un contraste entre las tradiciones judía y cristia-
na, la realidad es más bien de matices y puntos de énfasis.
19
Según indica Oskar Skarsaune, Israel J. Yuval ha desarrollado la teoría de que la
recitación de la Haggadá en la Pascua judía fue también —como indico acerca del
cierre canónico de la Biblia Hebrea— una reacción frente a las presiones del judaís-
mo mesiánico («cristiano»). Las iglesias en Asia celebraban la Pascua en la misma
fecha que los judíos (Skarsaune and Hvalvik, op. cit., pp. 516-528), pero conmemo-
rando los hechos salvíficos de la pasión y resurrección de Jesucristo. Para dar res-
puesta a lo que no podían más que interpretar como una tergiversación del
significado auténtico de la Pascua, los judíos no mesiánicos (no «cristianos») empe-
zaron a incorporar a su celebración la recitación de los hechos salvíficos de la libera-
ción de la esclavitud en Egipto. No he tenido oportunidad de leer el artículo de
Yuval (citado en Skarsaune and Hvalvik, p. 527), pero entiendo que el sentido del
argumento resulta parecido a lo que vengo sosteniendo en esta ponencia con
respecto al canon.
282 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
20
La naturaleza «sectaria» de la literatura apocalíptica con respecto al judaísmo rabí-
nico se puede constatar no sólo por lo idiosincráticos que resultan muchos manus-
critos de Qumrán o los de Nag Hammadi (King, op. cit., pp. 191-217), sino también
por el hecho de que los que fueron conservados durante la Edad Media, aparecen
en bibliotecas cristianas.
¿Hasta cuándo, Señor? 283
21
Neusner, op. cit., p. 144-5.
22
Yoder, op. cit., p. 200, n. 40.
284 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
Vistas así las cosas, lo importante para los judíos es desafiar a los
gentiles con el sencillo hecho de su supervivencia a pesar de todas sus
tribulaciones y persecuciones. Se aferran a la vida y levantan descen-
dencia, generación tras generación, sabiendo que mientras esa descen-
dencia no desaparezca, Abraham, Isaac y Jacob siguen vivos. Así burla-
ron a su peor enemigo de toda la historia, a Hitler, que murió sin dejar
hijos mientras que sesenta años más tarde, ellos se cuentan en millones
y poco a poco vuelven a Alemania. ¿Qué necesidad hay de especulación
escatológica o celestial, siempre que los judíos puedan conservar una
descendencia viva sobre esta tierra?
23
Neusner, op. cit., p. 153.
¿Hasta cuándo, Señor? 285
24
Ibíd., pp. 153-4.
25
Ibíd., p. 151-3.
26
Ídem.
27
Ibíd., pp. 156s.; cf. Juan 20,24-27, con la misma presuposición: Jesús, aunque
resucitado, tiene todavía abiertas las heridas que lo mataron. Escrito en un contex-
to cultural judío, el evangelio de Juan comparte con los rabinos las mismas nociones
sobre la resurrección.
286 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
28
Ibíd., p. 157.
29
Una frase que sólo Lucas recoge —en una tradición textual que dista mucho de
ser unánime. Quizá se justifica aceptarla como lectio dificilior, precisamente por
carecer de paralelo en los otros tres evangelios. Es posible que Lucas se basara en
la enseñanza previa de Jesús (cf. Mt 5,44) o incluso en el profeta Isaías (Is 53,12). En
¿Hasta cuándo, Señor? 287
la medida que Jesús no podía ser menos benigno que Esteban, la tradición recogida
en Hch 7,60 pudo haber influido en la redacción (o transmisión textual) de Lc 23,34.
30
He buscado en todos los lugares que se me han ocurrido, pero no he sido capaz
de recuperar dónde fue que leí esta forma curiosamente suspicaz de entender las
palabras de perdón de los mártires.
288 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
lada («Es mejor que perezca uno solo, que no todo el pueblo» —Caifás
31
).
3ª PARTE:
LA VINDICACIÓN DE LA MUERTE DE JESÚS EN EL EVANGELIO DE MARCOS
Volveremos al sentido último que tiene el martirio cristiano, pero
antes quisiera anotar algunas observaciones sobre la vindicación de
Jesús en el evangelio de Marcos. Últimamente hay cada vez más reco-
nocimiento de que los autores de los evangelios en el Nuevo Testa-
mento no eran solamente narradores de los hechos, sino teólogos con
una profundidad inusual en su reflexión teológica.32 Con el evangelio de
Marcos parecerá que me desvío una enormidad de nuestro texto en el
Apocalipsis de Juan. Pero confío que se verá que estas observaciones
guardan relación estrecha con el tema de la vindicación de Jesús, el
mártir (testigo) fiel de Ap. 3,14 (cf. 1,5) —y nuestro intento de desentra-
ñar lo que puede significar en el Apocalipsis la reclamación de: «¿Hasta
cuándo, Señor?»
31
Jn 11,50. Juan entiende que Caifás habló rectamente por ser Sumo Sacerdote,
pero la mitologización de la muerte de Jesús —donde ésta responde a un plan pre-
concebido e inevitable de Dios— también es una desautorización, que no una
vindicación. Nos permite eludir la responsabilidad por el crimen de la humanidad
entera contra Jesús y esconde el escándalo de que ese crimen no sea vengado sino
perdonado.
32
Robert R. Beck, Nonviolent Story: Narrative Conflic Resolution in the Gospel of Mark
(Mariknoll: Orbis, 1996) me abrió los ojos a una forma nueva de entender el evange-
lio de Marcos y valorar la contribución creativa que aportó el propio evangelista.
Beck compara la trama de Marcos con las novelas de cowboys del oeste americano,
para pronunciar la opinión de que Marcos es una cosa extremadamente rara en la
historia de la literatura: una trama nueva, diferente, que se salta todos los tópicos y
propone un desenlace nunca antes ensayado.
¿Hasta cuándo, Señor? 289
Esto tiene que suponer un enorme disgusto para todos los cristianos
que creen que Jesús —y por tanto Dios mismo— padecen de lo que
antes se llamaba «Trastorno de personalidad múltiple» pero la psicolo-
gía moderna llama «Trastorno de identidad disociativo».34 Las personas
con este trastorno desarrollan dos o más personalidades diferentes,
que nada tienen que ver entre sí. Es como si dos personas diferentes
vivieran en un mismo cuerpo. Según esta manera de entender a Jesús y
a Dios como una persona hondamente trastornada, cuando Jesús vino
hace dos mil años era el Mesías, sí, pero con una personalidad de buena-
zo, dulce de carácter, que enseñó sobre todas las cosas el perdón y el
amor. Esta historia que cuentan los evangelios es hermosa por todo lo
que nos comunica de amor y paz y reconciliación, pero al final resulta
incompleta y deja demasiadas cosas en el aire.
33
Julián Mellado, sermón del domingo 5 de abril, en la Iglesia Menonita de Burgos.
Esta 3ª Parte de la presente conferencia, es lo esencial de mi sermón del domingo
siguiente, Pascua de Resurrección, 2009.
34
El caso es que entiendo muy poco de psicología. ¡He tenido que buscar el nombre
y la descripción de este trastorno en internet (en la Wikipedia)!
290 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
Su reinado no tendrá nada que ver con la clase de persona que fue
Jesús, sino una tiranía eterna, donde no se tolerará la más mínima des-
viación del frenesí de adoración fanática colectiva de toda la creación.
Fue así hace dos mil años, es así ahora y será así por los siglos de los
siglos amén. Lo que vimos en la Pascua de Resurrección es lo que hay,
ni más ni menos. Dios es así y no hay otro dios. Esto del perdón y el
amor y la reconciliación y el olvido de las ofensas sufridas, no es una
locura pasajera sino que es la realidad eterna de Aquel que nos creó y
nos ama y nos salva por las buenas, aunque no nos lo merezcamos.
mos oír una vez que nos hemos dado cuenta de que todos somos
culpables, que todos hemos participado en la crucifixión de Jesús, que
todos hemos sido rebeldes contra Dios. Las buenas noticias de que a
pesar de todo, Dios sigue ahí, abriéndonos sus brazos para recibirnos
sin reproches ni recriminaciones.
Él les preguntó de nuevo: Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Sentándose, llamó a los doce y les dijo : Si alguno desea ser el pri-
mero, será el último de todos y el servidor de todos.
294 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
Observamos, entonces, que Jesús anuncia otra vez que será cruci-
ficado, pero los discípulos se ponen a discutir sobre quién será el más
importante entre ellos. Jesús toma a un niño (o a un esclavo, el término
griego35 vale para ambos conceptos y viene a describir a la persona sin
derechos ni identidad personal propia) y se identifica él personalmente
con ese rango social, el más bajo de todos. Quien recibe a estos sin-
derecho, lo está recibiendo a él.
35
παιδίον.
¿Hasta cuándo, Señor? 295
¿Y quiénes son sus escogidos? Marcos no lo pone aquí, pero hay que
imaginar que son, como habían sido siempre, los esclavos, los margina-
dos, los pobres, los desesperados, los que les han embargado la casa
porque no pueden pagar la hipoteca, los que lloran amargamente la
destrucción del templo, los deprimidos, los trastornados, los que una
guerra o un tsunami o un terremoto les ha matado a todos sus seres
queridos, los oprimidos por demonios, los enfermos… Estos serán —
porque siempre han sido— los escogidos del Hijo del Hombre.
hasta los pensamientos más escondidos de los que sólo obedecen por
obligación. No, nada de eso. Sencillamente un hondo sentimiento de
tristeza porque ya se está identificando con la vergüenza que van a
pasar, el arrepentimiento y la aflicción de sus propias conciencias cuan-
do al fin entiendan lo que ahora son incapaces de entender.
36
Uno de nuestros colegas de SEUT, Sergio Rosell, ha escrito también sobre el
martirio en los primeros siglos del cristianismo: «Amar a Dios… hasta la muerte: El
testimonio de los primeros cristianos», Encuentro Nº 3: Amar a Dios (El Escorial:
SEUT, 2006), pp. 11-23. Una versión actualizada del mismo artículo es: «Loving
God… unto Death. The Witness of the Early Christians», Hervormde Teologiese
Studies/Theological Studies (2010).
¿Hasta cuándo, Señor? 297
Entre las muchas cosas que llaman la atención en este libro de pro-
porciones enciclopédicas,38 está la naturalidad con la que, empezando
con Jesús y los demás mártires del Nuevo Testamento, continúa con las
historias (de otras fuentes que el Nuevo Testamento) sobre la muerte
mártir de los apóstoles; y después, con mártires cristianos en cada uno
de los siglos hasta el surgir del movimiento anabaptista en 1525. Para
algunos siglos (por ejemplo los siglos IV o XII), van Braght halla muy
poco que contar. Pero en general, la idea que quiere comunicar es que
ha existido una sucesión ininterrumpida de mártires que han sellado con
su muerte el testimonio por la verdad de Jesús. A partir de la página
353, las siguientes 800 páginas se destinan a los mártires anabaptistas
de los siglos XVI (especialmente) y XVII.
37
El título original, como se estilaba en la época, llena toda una página. En holandés
se conoce habitualmente como Martelaersspiegel. Ver tr. al inglés on-line en:
http://www.homecomers.org/mirror; y magníficos grabados del maestro flamenco
Jan Luyken para la edición de 1685, en:
http://www.bethelks.edu/mla/holdings/scans/martyrsmirror.
38
Mi edición de la versión en inglés (Martyrs Mirror [Scottdale: Herald, 1972]), es de
1157 páginas de tamaño de folio, a dos columnas.
298 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
39
Ver Donald B. Kraybill, «Yieldedness and Accountability in Traditional Anabaptist
Communities» y Fred W. Benedict, «Yieldedness and Accountability: Contemporary
Applications and Prospects», en Carl F. Bowman and Stephen L. Longenecker, Ana-
baptist Currents: History in Conversation with the Present (Bridgewater: Penebscot
Press, 1995). Traducido por Dionisio Byler como «Entrega, sumisión y dar cuenta de
la vida en las comunidades tradicionales anabaptistas» y «Entrega, sumisión y dar
cuenta de la vida: Aplicaciones y perspectivas contemporáneas», en:
http://www.menonitas.org/vistaprevia/corranab/contenido.htm.
300 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
La pregunta de las almas de los mártires que están bajo el altar celes-
tial —¿Hasta cuándo, oh Señor santo y verdadero, no juzgas ni vengas
nuestra sangre de entre los que moran sobre la tierra?—40 tiene su
respuesta inmediata en el versículo siguiente: Falta poco. Hasta que se
completen sus consiervos y hermanos que todavía han de ser matados
igual que ellos (Ap 6,11).
La respuesta parece —y tal vez sea— una evasiva. Tal vez la intención
divina no es «juzgar y vengar», sino dejar que transcurran los hechos
sobre la tierra, con todos los mártires que se irán añadiendo con el paso
de los siglos. Tal vez la intención divina sea perdonar con un perdón
que de inmenso e insondable, nos deja a todos perplejos y turbados.
Puesto que la mayoría de los mártires auténticos de Cristo han muerto
—como él— con himnos y bendiciones e invitación en sus labios y con
santa y humilde Gelassenheit ante Dios, tal vez la intención divina sea
honrar esas alabanzas y bendiciones y Gelassenheit; y no complacer esas
40
Ap 6,10, mi traducción.
¿Hasta cuándo, Señor? 301
41
Puesto que en muchos sentidos el Apocalipsis es una liturgia celestial que incorpo-
ra en diversos puntos sendos salmos de alabanza, es significativa la ausencia —aquí
en Ap 6,10— de un salmo de imprecación al estilo del Salmo 109. El reclamo de jui-
cio y venganza, reducido a su mínima expresión aquí, resulta entonces relativamen-
te modesto y atenuado. Aunque los apóstoles, por ej. las cartas de Judas y 3 Juan,
son capaces de descalificaciones de bulto con respecto a sus adversarios eclesiales,
no hay nada en el Nuevo Testamento que sea ni remotamente parecido a los salmos
de imprecación. La tendencia en el Nuevo Testamento es a seguir la enseñanza de
Jesús en Mt 5,44-5 y paralelos (cf. Ro 12,14.17.19-21): bendecir y perdonar a los que los
maldicen y persiguen.
UNA IDEA FINAL A MANERA DE EPÍLOGO
La parábola del sembrador
E 1
STA SEMANA HE ESTADO LEYENDO un libro cuyo título, traducido al
castellano, sería algo así como: El poder destructor de la
religión. La violencia en el judaísmo, el cristianismo y el Islam.2
1
Sermón predicado en la Iglesia Menonita de Burgos, el 14 de marzo, 2010.
2
J. Harold. Ellens, ed., The Destructive Power of Religion: Violence in Judaism, Christia-
nity, and Islam (ed. condensada, Westport: Praeger Publishers, 2007).
304 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
Todo empieza —para las tres religiones— con Abraham, al que Dios
promete entregar una tierra que ya está habitada por una población
autóctona. La única forma de que Dios pueda cumplir esa promesa es el
genocidio. Y el genocidio, efectivamente, es lo que los textos bíblicos
vienen en defender, promover, justificar y contar que sucedió. Desde
que la promesa inicial a Abraham exige necesariamente la descalifica-
ción de los cananeos como indignos de vivir, cuya aniquilación está más
que justificada, las tres religiones que descienden de la fe de Abraham
tienen el genocidio inscrito en su ADN espiritual. Son religiones que ven
306 Otros ensayos sobre justicia y no violencia
nos, los israelíes de nuestra era luchan otra vez hasta extremos genoci-
das por poseer una tierra que cuando ellos llegaron, volvía a estar
habitada por un pueblo autóctono desde hace miles de años. El terro-
rismo islámico no surge de la nada, entonces, como por inmaculada
concepción. Es la reacción lógica —con unos siglos de retraso, eso sí—
al colonialismo e imperialismo de los pueblos cristianos de Europa y a la
aparición ahora dentro de sus fronteras, del estado moderno de Israel.
Entre tanto que se producía esta reacción fundamentalista islámica, se
da la ironía de que la mayoría de los europeos ya no se identifican con
los preceptos de la religión cristiana de sus antepasados. Pero eso es
imposible de explicarle a un musulmán, que tiene perfectamente
interiorizado que todo europeo es cristiano por naturaleza y por naci-
miento.
3
Mi traducción.
La parábola del sembrador 309
Sin embargo, tal vez el título de este libro no resulte del todo fraudu-
lento. Se encontrará aquí mucha información de gran utilidad, tanto
para los que tienen el hábito de leer la Biblia, como para los que todavía
no hayan adquirido ese hábito. Y hay quien profesa creer la Biblia pero
preferiría no enterarse cuál es la naturaleza de esta colección que ha
llegado hasta nosotros desde un pasado muy remoto.
identidad cristiana
(en la corriente anabaptista/menonita)
Los Reformadores protestantes no lo
cambiaron todo. Todos los cristianos del
siglo XVI coincidían en que la Iglesia y el
Estado debían ir siempre de la mano.
http://www.bubok.com/libros/187196/No-violencia-y-Genocidios