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VALMIKI

EL
RAMAYANA

Era una vasta y extensa comarca, alegre, abundante en trigo y rebaños, junto a la orilla del Sarayu,
llamado también Kasala. Había allí una ciudad, célebre en todo el universo, fundada por Manú, el
jefe del género humano. Se llamaba Ayodya.
Ciudad bella y feliz, inexpugnable, provista de puertas bien distribuidas; con calles grandes,
amplias, entre las cuales. se destacaba la calle Real, donde el rocío del agua destruía las volutas de
polvo. Numerosos mercaderes frecuentaban sus bazares y numerosos joyeros adornaban los
escaparates. Casas enormes cubrían su superficie, embellecida por sotos y jardines públicos. Fosos
profundos e infranqueables la circundaban. Sus arsenales almacenaban grandes cantidades de armas
de todas clases. Arcos ornamentales coronaban sus puertas, constantemente vigiladas por los
arqueros.
Un rey magnánimo, llamado Dasarata, que añadía victoria tras victoria al imperio, gobernaba
en aquel tiempo la ciudad, como Amaravati la de los Inmortales.
Este príncipe magnánimo, bien instruido en la justicia y para quien la justicia era el fin
supremo, carecía de un hijo que prolongase su descendencia, y su corazón se consumía de dolor Un
día que pensaba en su desgracia, ocurriósele esta idea: "¿Quién me impide celebrar un asva-meda
para impetrar un hijo?"
Fuese el monarca a buscar a Vasista, y después de ofrecerle un homenaje de salutación, le
dirigió estas respetuosas palabras:
-Es preciso celebrar inmediatamente un sacrificio a manera de los que ordena el Sastra, tan
cuidadosamente, que ninguno de los genios
malos, destructores de ceremonias santas, pueda impedirlo. Exijo de ti, este sacrificio.
-Haré -dijo el más virtuoso de los regenerados- cuanto Tu Majestad desea.
Vasista hizo llamar a su vez a Sumatra, el ministro, y le dijo:
-Invita a los reyes de la tierra, fieles a la justicia.
Después de transcurridos algunos días y algunas noches, llegaron en gran número los reyes
llamados por Dasarata, a los cuales éste había enviado un regio regalo. Entonces Vasista, con el alma
henchida de satisfacción, se expresó así ante el monarca:
-Han venido, ¡ oh rey ilustre entre los ilustres!, todos los reyes, conforme a tus deseos. Los he
recibido y honrado a todos dignamente.
El rey, encantado de estas palabras, dijo:
-Que se celebre hoy mismo el sacrificio, íntegramente, en todas sus partes, con todos los
ofrecimientos.
En seguida los sacerdotes, consumados maestros en la ciencia de interpretar las Santas
Escrituras, dieron principio a la primera de las ceremonias, la ascensión del fuego, según los ritos del
sutra del Kalpa. Las reglas de la expiación fueron también observadas escrupulosamente, y se
hicieron todas aquellas Iibaciones exigidas por las circunstancias.
Kaosalya describió un pradaksina alrededor del caballo sacrificado, le adoró con unción,
derramó sobre él perfumes, guirnaldas y flores. Después, la casta esposa, en compañía del advaryu,
tocó a la víctima, y pasó la noche con ella, para obtener el hijo objeto de sus deseos.
Inmediatamente, el rituidje, desnués de degollar a la víctima y sacarle el tuétano de los huesos,
con- forme a las reglas sagradas, lo esparció y derramó sobre el fuego, invitando al sacrificio a cada
uno de los Inmortales, con la fórmula acostumbrada en las oraciones. Enton- ces, movido por el
deseo inmenso de obtener progenie, el rey Dasarata, unido en ese acto a su fiel esposa, respiró el
humo de los tuétanos quemados, que el brasero con- sumía sobre el altar. Los oficiantes cortaron en
pedazos, además, los miembros del caballo, y ofrecieron en el mismo fuego a los habitantes de los
cielos la parte que les asigna el ritual.
He aquí que de pronto apareció a los ojos de todos, saliendo del fuego sagrado, un gran ser, de
un esplendor refulgente, parecido al brasero. La tez morena, envuelto en una piel negra por vestido,
la barba verde, los cabellos atados a la djata, oblicuo el rabillo o ángulo de sus ojos y enrojecidos
éstos como el loto. Diríase que su voz era como el sonido de un tambor o el ruido de una nube
tempestuosa. Poseyendo todos los atributos .de la felicidad, adornado de celestes prendas, alto como
la cima de una montaña, tenía ojos y pecho de león. Apretaba entre sus brazos, lo mismo que se
estrecha a una esposa querida, un vaso cerrado, de oro puro, que semejaba algo maravilloso, lleno de
un licor celestial.
La resplandeciente emanación del dueño soberano de las criaturas dijo al hijo de Iksvaku:
-¡Gran rey, te doy en este vaso la felicidad, que es el caro objeto de tu piadoso sacrificio!
Tómalo, pues, ¡hombre eminente entre los eminentes!, y haz beber a tus castas esposas este brebaje,
que los dioses han compuesto. Que saboreen este néctar, ¡augusto monarca!, que pro- duce salud,
riquezas e hijos a las irujeres qUe lo beben.
Inmediatamente de haber entregado el brebaje al monarca, la maravillosa aparición se
desvaneció en el aire, v Dasarata entró en su gineceo, y dijo a Kaosalya:
-Reina, saborea esta bebida generatriz, cuya eficacia debe producir su bien en ti misma.
Habiendo hablado así su esposo, que había distribuido aquella ambrosía en cuatro partes
iguales, sirvió dos partes a Kaosalya, y dio a Kekeyi la mitad de la otra mitad. Dividió luego en dos
la cuarta porción, e hizo beber la mitad a Sumitra. Reflexionó un instante, y dio todavía a Sumitra la
última porción del néctar compuesto por los dioses.
Según el orden con que sus mujeres habían bebido la sin par ambrosía servida por el ley en el
colmo de la dicha, las princesas concibieron frutos hermosos y resplandecientes, a semejanza del sol
o del fuego sagrado.
De estas mujeres nacieron cuatro hijos de belleza celeste y de esplendor infinito: Rama,
Laksmana, Satruña y Barata.
Kaosalva fue madre de Rama, el primogénito, y el más virtuoso y bello de los hermanos, de
fuerzas hercúleas y rival de Vishnú por su valor.
Sumitra fue madre de dos varones, Laksmana y Satruña, inconmovibles en su abnegación y
grandes por su fuerza. Sin embargo, eran inferiores a Rama en sus cualidades.
Vishnú había formado aquellos gemelos con una cuarta porción de sí mismo: el uno había
nacido de una mitad, y el otro de otra mitad del cuarto.
El hijo de Kekeyi se llamó Barata: era justo, magnánimo, respetado por su vigor y su fuerza, y
tenía la energía de la verdad.
Desde la infancia, Laksmana mantuvo estrecha y ardiente amistad con Rama, amor de tas
criatu- ras: en cambio, éste, cuya ayuda sirvió poderosamente a st' hermano
mayor, el justo, el virtuoso, el victorioso Laksmana era más caro que la vida misma a Rama, el
destructor invencible de sus enemigos.
Laksmana tenía un cariño tan grande por Rama, como Satruña por Barata. Éste era más caro a
aquél, y aquél al otro, que el respiro a la vida.
Alegría de su padre, objeto de las miradas de la gente como ejemplo entre sus hermanos, Rama
era inmensamente amado de todos por sus cualidades naturales. Como sabía conciliar sus virtudes y
el amor de los mortales, se le dio el nombre de Rama, es decir, hombre que place u hombre que se
hace amar.
Un gran santo, llamado Visvamitra, llegó a la ciudad de Ayodya conducido por la necesidad de
ver al soberano.
Los raksasas, poseídos de su fuerza, de su valor, de su ciencia en la magia, interrumpían
incesantemente el sacrificio de este hombre prudente y abnegado en el amor de sus deberes. Por eso,
el anacoreta, que no podía sin obstáculo finalizar sus ccremonias, deseaba ver al monarca para
pedirle protección contra los perturbadores de su piadoso sacrifi- cio.
-Príncipe -le dijo-, si amas la gloria y áspiras a sostener la justicia, o si tienes fe en mis
palabras, pruéhalo cediéndome un solo hombre: tu hijo Rama. La décima noche presenciará él mi
sacrificio, en el cual serán vencidos los raksasas por una hazaña de tu hijo.
Dasarata besó amorosamente a su hijo y lo entregó al santo ermitaño en compañía de su fiel
compañero Laksmana.
Cuando estuvieron a media yodjana de la ribera meridional del Sarayu:
-Rama -dijo dulcemente Visvamitra-, es conveniente que arrojes agua sobre ti mismo,
conforme a nuestros ritos. Vov a enseñarte
nuestros saludos para no perder tiempo. Primero recibe estas dos ciencias maravillosas: LA
POtENCIA y LA ULTRAPOTENCIA. Ellas impedirán que la fatiga, la vejez u otro mal invada
nunca tus miembros.
Pronunciado este discurso, Visvamitra, el hombre de las mortificaciones, inició en las dos
ciencias a Rarna, ya purificado en las aguas del río, de pie, la cabeza inclinada y las manos juntas.
Entonces el guerrero, cuya fuerza jamás le engañó, y que conocía la importancia del lugar, del
tiempo y de los medios en la lucha, dijo con gran oportunidad a Visvamitra:
-Anacoreta, deseo que me digas en qué momento debo destruir los demonios nocturnos que
ponen obstáculos a tu sacrificio.
Llenos de alegria ante estas palabras de Rama, Visvamitra y los otros solitarios elogiaron su
conducta, y le dijeron:
-A nartir de este día es necesario, Rama, que durante seis noches veles continuamente, pues una
vez en las ceremonias preliminares del sacrificio está prohibido al sotitario romper el silencio.
Rama, oídas estas palabras de los cenobitas de alma contemplativa, estuvo seis noches de pie,
velando con Laksmana el sacrificio del anaco reta, con el arco en la mano, sin dormir ni hacer
movimiento, lo mismo que el tronco de un árbol, impaciente por ver a los raksasas abatir su vuelo
sobre la ermita.
Cuando el curso del tiempo trajo el sexto día, los fieles observadores de sus votos, los
magnánimos anacoretas, afirmaron el altar por la base. El sacrificio rociado de manteca clarificada,
había terminado, entre himnos, conforme a los ritos; la llama ardía en el altar, donde oraba el
contemplativo de alma atenta, cuando oyóse de pronto un mido inmenso, como sombria nube en el
seno de los cielos en tiempo de lluvias. Y he aquí que se precipitan en la ermita Mancha. Subau y los
servidores de los dos raksasas, desplegando todo el poder de su magia.
Rama los vio inmediatamente con sus ojos bellos como el loto, y tomando de su carcaj la flecha
llamada Dardo del Hombre, sin dejarse dominar por la cólera, lo lanzó al pecho de Maricha.
Conducido hasta la orilla del Océano por la impetuosidad de la flecha, Maricha cayó en él
como una montaña, con los miembros agitados por un temblor de espanto.
Después, el valeroso vástago de Ragú, cogió de su carcaj el dardo llamado flecha del Fuego, y
lanz& selo al pecho a Subau, que cayó muerto en tierra.
Y requiriendo la Flecha del Viento, colmando de alegría a los soliLarios, el ilustre descendiente
de Ragú inmoló a todos los otros demonios.
Cumplida su misión, Rama y Laksmana pasaron todavía allí la noche, honrados por los
anacoretas, de alma alegre. En el momento que las primeras luces del alba iluminaron el día, los dos
héroes, sobrinos de Ragú, fueron a postrarse ante Visvamitra, a quien dirigieron este discurso:
-Estos dos guerreros que se prosternan ante ti, ¡oh eminente entre los anacoretas eminentes!,
son tus servidores; mándales: ¿qué quieres que hagamos aún?
Visvamitra contestó:
-Djanaka, el rey de Mitila, ha de celebrar dentro de poco un gran sacrificio, muy santo: es
seguro que nosotros iremos. Tú mismo vendrás con nosotros: eres digno de ver allí el arco famoso,
maravilla y perla de los arcos. En otro tiempo, Indra y los dioses dieron al rey Mitila ese arco
gigantesco en depósito, al terminar la guerra con los demonios. Ni los dioses, ni los gandarvas, ni los
yaksas, ni los nagas, ni los raksasas son capaces de armar ese arco: ¡con menos motivo nosotros.
hombres, podemos hacerlo!
Y Rama se puso en camino, en compañía de aquellos santos, a la cabeza de los cuales
marchaba Visvamitra. Cuando estaban lejos de aquel camino, en las márgenes del Sona, en el
momento en que el sol desaparecía en el horizonte, se detuvieron para acampar delante de sus
riberas.
Durmieron el resto de la noche en la orilla del Sona. Cuando el alba tomerzó a disipar las
tinieblas, Visvamitra, dirigiéndose al joven Rama le dijo:
-¡Levántate, hijo de Kaosalya, pues ya se disipa la noche!
Después de largo camino se hizo completamente de día, y apareció a los eminentes risis el rey
de los ríos, el Ganges. Ante sus límpidas aguas, surcadas por cisnes y por todo género de aves
acuáticas, los anacoretas y el guerrero descendiente de Ragú sintieron viva alegría.
Acamparon con sus familias en los orillas del río y se bañaron en sus ondas; saciaron de
ofrendas a los dioses y a los manes de sus antepasados, quemaron en el fuego manteca Clarificada,
comieron, como ambrosía, el resto de las oblaciones y saborearon con alma gozosa e inefable el
placer de habitar en la margen pura del río santo.
En cuanto Djanaka supo que el santo ermitaño Visvamitra había llegado a su reino, escogió
ocho partes de que se Compone el argya, y dando preferencia en el cortejo a Satananda, su puroita, y
acompañado por los demás sacerdotes de su piadoso oratorio, acudió precipitadamente a saludar a
Visvamitra, y ofrecióle la cesta santificada en las rogativas.
El rey Djanaka. juntando entonces las manos, dijo a Visvamitra:
-Es para mí una dicha, un favor del cielo, gran anacoreta, el que hayas venido acompañado del
noble kakútsida para asistir a mi sacrificio. Tu sola presencia supone para mí un gran mérito.
Y cuando el alba se hubo encendido con su luz más pura, el monarca fue en busca del
magnánimo Visvamitra y del valeroso hijo de Ragú, y dijo:
-¡Seas bienvenido! ¿Qué quieres que haga por ti, gran asceta? ¡Dígnese tu santidad de darme
tus órdenes, pues soy tu servidor!
Visvamitra contestó en estos términos a las palabras del magnánimo soberano:
-Los hijos del rey Dasarata, dos ilustres guerreros en el mundo, desean ardientemente ver el
arco divino que guardas con religioso respeto en tu casa. Muestra esa maravilla a estos jóvenes, hijos
de rey, y en cuanta hayas satisfecho sus deseos, enseñándoles ese arco, hatán por ti aquello a que
alcance su voluntad.
El rey Djanaka, juntando las manos, contestó así a este discurso:
-Oíd primero la verdad acerca de este arco y la razón por la cual fue depositado en mi casa. El
arco fue confiado a un príncipe llamado Devarata, el sexto de mi estirpe después de Nimi. Antaño,
durante la matanza que ensangrentó el sacrificio del viejo Daksa, con éste arco invencible mutiló
Sankara a todos los dioses, haciéndoles al propio tiempo este merecido reproche: "¡Dioses, sahedlo
bien, si he derribado con este arco vuestros miembros es porque vosotros me rehusástéis la parte del
sacrificio debida!"
-Temblando de espanto, los dioses se inclinaron con respeto ante el invencible Rudra, y sé
prometieron recuperar su benevolencia. Siva, satisfecho al fin de ellos, sonriendo, devolvió a
aquellos dioses, de inmensa fuerza, los miembros derribados con su arco magnánimo.
-Éste es, santo anacoreta, el arco celeste del sublime Dios de los Dioses, que se conserva en el
seno dé nuestra familia, en medio dé los más religiosos honores.
-Yo tengo una hija, bella como las diosas y dotada dé todas las virtudes. No ha sido engendrada
en las
entrañas de una mujer, sino que nació de un surco que abrí yo un día en la tierra. Se llama Sita, y la
guardo como digna recompensa a la fuerza. Han venido a pedírmela en matrimonio varios reyes, a
los cuales yo he contestado: "Su mano será el premio al más grande vigor." Ante esto, deseando
todos los pretendientes de mi hija hacer un ensayo de su fuerza, vinieron a mi ciudad. Mostré él arco
a todos ellos, con él deseo de conocer su vigor; pero ¡brama venerado!, ninguno pudo levantar
siquiera este arma.
-Ahora voy a mostrar al valeroso Rama y a su hermano Laksmana el celeste arco, en el limbo
de su luz resplandeciente, y si acaso Rama llega a levantarlo, yo me comprometo a darle la mano dé
Sita, con él fin de que la corté del rey Dasarata se embellezca con una nuera que no fue concebida en
vientre de mujer.
Y diciendo ésto el rey, que parecía un dios, se dirigió a los ministros en éstos términos:
-¡Que traigan aquí el arco di- vino, para que lo vea el hijo de Kaosalya!
Inmediatamente los consejeros entraron en la ciudad e hicieron. conducir el arco por vanos
siervos. Ochocientos hombres de elevada estatura de gran vigor físico, condujeron 'con esfuerzo el
pesado estuche arrastrado por ocho ruedas.
R'ama se aproximó en seguida al estuche, dentro del cual, estaba encerrado el arco, y levantolo
con una sola mano, como si fuera un juguete lo dobló sin gran esfuerzo y le pasó la cuerda riendo, a
la vista de todos los concurrentes, esparcidos en rededor suyo. En cuanto hubo colocado la cuerda,
blandió el arco con mano robusta; pero la tensión del heroico esfuerzo fue tan grande que se rompió
por la mitad. Y, al quebrarse el arma, produjo un ruido fragoroso, inmenso, como una mon- tafia que
se hudiera, o como un trae-
no lanzado por Indra en persona sobré la cima dé un árbol.
Aturdidos por él ruido, los hombres cayeron en tiérra, excepto Visvamitra, el rey de Mitila y los
dos hijos de Ragú. Cuando la genté, lIena de pánico, volvió en sí, él monarca, poseído de
admiración, juntando las manos, dirigió a Visvamitra el discurso siguienté:
-¡Bienaventurado solitario, mucho había oído hablár dé Rama, el hijo del rey Dasarata; pero lo
que él acaba de hacer es más prodigioso, más grande, que cuanto pude imaginar! ¡Sita, mi hija, al dar
su mano a Rama, el dasaratida, honrará la familia de los djanákidas, y yo cumpío mi promesa al
honrar con éste matrimonio la fuerza heroica dé Rama! ¡Casaré, pues, a Rama con mi hija Sita, que
me es tan cara como la misma vida!
Se le enviaron correos al rey dé Ayodya. Ileváronle la agradable nueva en un discurso
concebido en es- tos términos: ¡ Poderoso monarca. el rey de Videa, Djanaka, te pregunta a ti, su
amigo, si la prosperidad es contigo y si tu salud es perfecta! Y después te anuncia, por boca nuestra,
esta nueva: -Sabes que yo tengo una hija que fue designada como recompensa, como premio, a la
fuerza mayor; tú sabes que su mano fue pedida muchas veces por reyes, pero ninguno tenía bastante
fuerza para ello. Pues bien, podé- roso monarca, esta mi noble hija, acaba de conquistarla tu hijo, al
que los consejos de Visvamitra condujeron a esta ciudad.
"En efecto, el manánimo Rama ha doblado el famoso arco de Shiva. y, desplegando su fuerza
ante una gran asamblea, lo ha roto por la mitad. Es preciso, pues que otorgué la mano de Sita, noble
premio de la fuerza, a tu hijo. Quiero, cumplir mi palabra: ¡dígnate acceder a mis deseos! ¡Dígnate
también, augusto y santo rey, venir sin retraso a Mitila!"
Oído el discurso de los mensajeros, el rey Dasarata, lleno de ale-
gría, dijo a Vasista y a los demás sacerdotes:
-¡Brama venerado, si la alianza con el rey Djanaka obtiene primero tu sanción, tu beneplácito,
vamos pronto a Mitila!
-Bien -respondieron gozosos al rey los bramanes y Vasista, su jefe-. ¡Que la felicidad se digne
descender sobre ti! ¡Iremos a Mitila!
Apenas recibida la orden, el ejército emprendió inmediatamente el camino detrás del rey, que
precedía a los cuatro cuerpos con los risis y los santos. Después dé cuatro días y cuatro noches llegó
al país dé los videanos.
Gozoso por la nueva de qué amado huésped se hallaba en sus do- minios, él soberano de Videa,
acompañado de Satananda, salió a su encuentro y le saludó con estas palabras:
-¡Bienvenido seas, gran rey' ¡Qué dicha! ¡Ya te encuentras en mi palacio! ¡Qué dicha para ti
también, noble hijo de Ragú, pues vas a tener el placer de ver a tus dos hijos!

Al aparecer la aurora, cuando hubo terminado las ceremonias dé la mañana, Djanaka pronunció
éste dulce discurso a Satananda, su sa-cerdote privado:
-Tengo un hermano menor, llamado Kusadvadja que, cumpliendo mis órdenes, habita en
Sankasya, ciudad magnífica, que baña con sus ondas frescas el Ikskuvati. Deseo verle. Que vayan a
buscarle los mensajeros y le traigan a mi casa lo más pronto posible.
Obedeciendo la orden dé su hermano, Kusadvadja sé puso en camino, y una vez que se hubo
inclinado delante de Satananda y de Djanaka, con el permiso del sacerdote y del monarca, aséntóse
en una silla de mucha distinción, digna de un rey. Los dos hermanos, sentados uno junto al otro.
mandaron llamar a Sudamana. primer ministro, y le ordenaron lo qué sigue:
-Vé pronto, ¡ ministro eminéntc entre los eminentes!, hasta donde sc
encuentra el rey Dasarata, acompá
flalo aquí en unión de su consejo, de sus hijos y de su sacerdote privado.
El enviado llegó al palacio, y dijo:
-Rey, Soberano de Ayodya, el monarca videano dé Mitila desea verte con urgencia, en
compañía del sacerdote de tu casa y de tu bella familia.
Oídas estas palabras, él rey Dasarata, sus parientes y multitud de risis, se trasladaron al sitio
donde él rey de Mitila esperaba a su real huésped.
-Rey poderoso -dijo el de Mi- tila-, té doy por nueras a mis dos hijas: Sita, a Rama, y Urmila, a
Laskmana. Mi hija Sita, noble premio de la fuerza, se la doy a Rama:
él la ha conquistado heroicamente por su fuerza y su vigor.
Cuando terminó de hablar, el prudente Visvamitra, el gran anacoreta, díjole, al propio tiempo
que el piadoso Vasista:
-Vuestras familias son parecidas ambas al mar inmenso: se ensalza la estirpe de los Iksvaku y
se alaba lo mismo a la de Djanaka. Tu hermano Kusadvadja, el heroico monarca, es igual a ti.
Sabemos que tiene dos hijas jóvenes, de incomparable belleza, Te las pedimos, pues, a ti, que eres la
justicia en persona, para dos príncipes déscendientes de Ragú: el justo Barata y e1 prudente Satruña.
Únélos a las dos hermanas, si nuestra petición te es grata.
El rey Djanaka, juntando las manos, contestó en estos términos a las nobles palabras de
Visvamitra y de Vasista, los dos eminentes solitarios:
-Vuestras reverencias nos demuestran qué las genealogías de ambas familias son iguales: ¡sea
lo que deseáis! Doy una de las vírgenes a Barata y otra a Satruña.
En aquel instante, propicio a los matrimonios, Dasarata, rodeado dé sus cuatro hijos.
bendecidos ya con las preces que inauguran un día
de himeneo, ornados con ricos aderezos y espléndidas vestiduras, fue en busca, según regias de
urbanidad, del soberano de Videa.
El rey de los videanos dijo a Rama, valeroso vástago del antiguo Ragú, cuyos ojos semejaban
los pétalos del loto:
-Acércate al altar. ¡Que mi hija Sita sea tu legítima esposa! Toma su mano en la tuya, digno
descendiente del noble Ragú.
-¡Ven, Laksmana! Aproxímate, hijo mío, y recibe en tu mano la de Urmila, que yo mismo té
presento, augusto hijo de Ragú.
Una vez dicho esto, Djanaka, la justicia en persona, invitó al hijo de Kekeyi, Barata, a tomar la
mano de Mandavi. Y él mismo Djanaka dirigió estas palabras a Satruña, que se hallaba al lado de su
padre:
-Te presento la mano de Srutakirti; toma su mano en la tuya. Vuestras esposas son iguales a
vosotros por su cuna, héroes a quienes el deber guía imperiosamente. ¡Cumplid bien los nobles
designios a que vuestro nombré os obliga, y que la prosperidad sea con vosotros!
Los cuatro jóvenes guerreros tomaron la mano de las cuatro vírgenes, y Satananda mismo
bendijo el himeneo. Después, las cuatro parejas, una tras otra, ejecutaron un pradaksina alrededor del
fuego.

Transcurrida la noche, Visvamitra, el gran anacoreta, se despidió de los dos poderosos


monarcas y sé dirigió hacia la alta montaña del norte. Después de la partida de Visvamitra, el rey
Dasarata dijo adiós al rey de Mitila y tomó el camino de su ciudad.
El rey Dasarata, después de cierto lapso de tiempo, mandó llamar a su hijo Barata, nacido de la
noble Kekeyi, y le dijo estas palabras:
-El hijo del rey de Kekaya, que de un tiempo a esta parte habita el lugar, ése héroe, tu tío
materno, ha venido, hijo mío, para llevarte a casa de tu abuelo. a preciso, pues,
que vayas con él: observa bien, hijo mío, la ciudad de tu abuelo.
El hijo de Kekeyi se dispuso a hacer el viaje acompañado de Satruña. Su padre lo besó en la
frente, abrazó con efusión al joven guerréro, que semejaba al león por su noble apostura, y le dijo,
con voz entrecortada por los sollozos:
-¡Vé, hijo mío!
Éste saludó con un "adiós" a su padre, y lo mismo hizo con Rama. el vigor sin medida, y
habiéndosé ya indinado ante las esposas del rey, madres suyas, partió, acompañado dé Satruña.
Días después, el augusto viajero columbró la ciudad, y el hernioso nalacio del rey, su abuelo.
Barata hizo alto cerca de él y envió un mensajero de su confianza para qué dijera al monarca: "He
llegado".
El monarca, en el colmo de la dicha, hizo entrar a su nieto, con todo género de honores, en los
arrabales de su ciudad, empavesada para reci-birle. Los habitantes acudieron a las puertas de la
ciudad a esperar a Barata, que entró, seguido de numerosas cortesanas, que cantaban y tañían
instrumentos de música, y danzaban ante él. Ésta fue su entrada en la ciudad. En palacio, donde le
esperaban numerosos oficiales en trajé de gala, fue obleto de todos los honores y agasajos. Y él hijo
de Kekeyi habita la corté rodeado del bienestar, como el más dichoso mortal de los mortales
dichosos.

Rama no deseaba que el cetro recayera en sus manos, conforme al orden hereditario de la
familia, sino que creía que llegar a la cumbre de la ciencia es preferible al honor de subir al trono.
El rey Dasarata no podía desechar este pensamiento del fondo dé su alma y que le torturaba con
insistencia: "Es preciso que consagré a mi hijo Rama como copartícipe de mi corona y príncipe de la
juven tud."
Esta idea agitaba incesantemente el corazón del prudente monarca:
"¿Cuándo veré yo a Rama ungido rey? Cuando yo vea a este hijo, glo ria mía, elevado al trono por
mí mismo, gobernando la vasta superficie de la tierra, iré dulcemente al cielo, adonde me llama mi
avanzada edad."
Cuando los hombres prudentes y de buen juicio, dados a inquirir en él fondo de las cosas, guías
espirituales, consejeros de Estado, los ciudadanos, y hasta los lugareños conocieron las intenciones
del monarca, se reunieron, celebraron consejo y resolvieron unánimemente decir al viejo rey
Dasarata:
-Augusto monarca, hé aquí que eres varias veces centenario; hé aquí. pues, que eres digno de
consagrar como a heredero de la corona a tu hijo Rama.
Esté discurso, que estaba de acuerdo con sus deseos, disimulando su emoción, para conocer
aún mejor él pensamiento de aquellos hombres. lo contestó así el rey:
-¿Por qué quieren sus excelencias que eleve al trono a mi hijo cuando aún puedo gobernar el
mundo conforme a los dictados de la justicia?
Y los ciudadanos respondieron al magnánimo:
-Numerosas e ilustres son, ¡oh rey!, las cualidades de tu hijo. Es dulce, de costuñibres honestas,
de alma celeste. y de sus labios no salen sino cosas amables y nunca invectivas; gusta de hacer el
bien, es él padre y la madre de tus va- salios. Dígnate, ¡oh, tú, que eres un dios entré los hombres,
asociar a tu corona a ese hijo, Rama, digno dé ser rey. señor del mundo, dueño del alma y del amor
de los hombres, de los cuales hace las delicias por sus virtudes!
El rey Dasarata hizo llamar inmediatamente a Sumatra, y le dijo:
-¡Trae en seguida a mi virtuoso Rama!
Después, sentados allí todos los reyes de Occidente, del Norte, del Oriente, del Mediodía, los
de los míechas, los de los javanas, hasta los de los sakas, habitantes de las montañas, lindes del
mundo, se escalonaron bajo su augusto monarca feudal Dasarata, lo mismo qué los dioses l>ajo
Jndra, hijo de Vasú.
Sentado en su palacio, en medio dé ellos, como Indra entre los ma- rutas, el santo monarca vio
avanzar en su carro, cual si fuera el rey dé los gandarvas, al valeroso hijo
-cuyo valor era ya celebrado en todo él universo- de largos brazos, con él alma grande, él aire
majestuoso, como el paso de un elefante embriagado dé amor.
Cuando Sumantra hubo ayudado a descender del carro magnífico al joven vástago del antiguo
Ragú, le siguió con las manos juntas, en tanto qué el valeroso y denodado héroe avanzó hacia su
padre. Juntando las manos, inclinando el cuerpo, sé aproximó al monarca, y honrándose a sí mismo,
le dijo:
-Yo soy Rama.
Y acercó la frente a los pies de su padre. Pero éste, viendo a su bien amado hijo prosternado,
Cogiólé las manos, íes atrajo a sí dulcemente, y le dio un beso. Después, el venturoso monarca
ofrecióle con el gesto un asiento incomparable, deslumbrador, el más digno de todos, ornado de
pedreria y oro. Y sonriendo, le dirigió la palabra, expresándose en éste lenguaje:
-Rama, tú eres mi hijo bien amado, el más eminente por sus virtudes, y, como yo, hijo de una
etposa sin igual y la primera de mis esposas. Ganados por tus buenas cualidades, estos pueblos te son
adictos: recibe, pues, la consagración de copartícipe dé mi corona, en tiempo en que la luna va a
hacer pronto Sil conjunción con el astérisnio Pusya, constelación propicia.
Cuando se hubo inclinado delante del rey su padre, el ragüida, resplandeciente, rtilgurante de
luces,
subió a su carro, y, rodeado por las multitudes, regresó a su palacio.
Después que hubieron partido los ciudadanos, el monarca, como hombre habituado a las
resoluciones enérgicas, tomó una decisión:
-¡'El asterismo Pusya debe aparecer mañana en él horizonte -di- jo-; quiero que mi hijo Rama,
que tiene la niña del ojo dorada como la flor del loto, sea consagrado a la legitimidad presuntiva dé
la herencia del reino!
Así habló el poderoso monarca.

La calle real de Ayodya estaba obstruida aquellos días por la multitud, cuya curiosidad había
excitado aquel acontecimiento. Las alegres danzas producían un ruido que semejaba al del mar
cuando el viento encrespa las olas. La noble ciudad regó y barrió las principales calles, adornó la real
y se empavesó con sus mejores estandartes.
Rama se recogió en su alma pura v entró con su esposa, la bella videana, en el santuario
doméstico, lo mismo que Narayana y Laksmi. Según la costumbre establecida, se puso en la cabeza
una patera de manteca clarificada, y derramó en el fuego encendido la libación, en honor del dios
grande. Cuando hubo comido el resto de la oblación, después de pedir a los mortales su favor y
benevolencia, el hijo del mejor de los reyes entregóse al silencio y a la meditación a propósito del
dios Narayana, y con santa continencia se acostó con la encantadora videana en una cama de verbena
cuidadosamente tendida en la bri- llanté capilla consagrada a Vishnú.
En las ultimas horas de la noche, sé despertó y oyó las voces sonoras de los bardos entonando
palabras dé buen augurio, adoró el alba naciente, murmurando su oración con el alma recogida,
vestido con hábito de lino inmaculado. Cuando los habitantes supieron que el noble hijo dé Ragú
había celebrado con su esposa la ceremonia de nupcias
del ayuno, se entregaron todos a la efusión de la dicha.
En los templos de los Inmortales, cuyas techumbres semejaban un conjunto, en el
fondo, de nubes blancas; en los cruces dé las calles; en las grandes vías públicas; en las cimas de los árboles
sagrados; en él glacis de los palacios; en los bazares, donde se acumulaban infinitas mercaderías de todos
géneros; en los suntuosos palacios de los jefes dé familia; encima de todas las casas destinadas a albergue de
asambleas, y en las cúpulas de los más majestuosos árboles, ondeaban er<hiéstos los estandartes y las banderas
poli-
- cromas. Por todas partes velanse grupos de danzarines, de comedian- -tes y cantores, cuya voz
se modula para delicia y placer del alma y del -oído.
Una criada de Kekéyi, parienta lejana suya, qué había conducido consigo a Ayodya,
subió en aquéllos días a la terraza de palacio, y pasando sus ojos por la ciudad, contempló la callé del rey,
brillantemente engalanada, y todas las calles empavesadas dé estandartes, invadidas por el pueblo satisfecho.
Ante el espectáculo de la ciudad riente e invadida por la gente en traje de fiesta, se
acercó a una no driza oue se encontraba cerca dé ella, y le preguntó:
-<4 qué obedece el júbilo a que se entrega hoy él pueblo? Dime, ¿qué cosa propicia
a los ciudadanos ha hecho el poderoso monarca? ¿Por
- qué razón, en encanto supremo, la madre de Rama dilapida sus tesoros?
La nodriza, gozosa, rélató a esta mujer jorobada la consagración a la corona,
esperada por el pue blo:
-El rey hará consagrar mañana, como heredero al trono, a su hijo Rama. Por esto se
entrega al júbilo el pueblo, en tanto qué llega la hora de la ceremonia; a esto obedece. él decorado dé la ciudad y
el que veas tan dichosa a la madre dé Rama.
Apenas hubo escuchado la jibosa estas para ella desagradables palabras, poseída por la cólera,
bajó inmediatamente de la terraza. Acababa de concebir un mal pensamiento, y la Mantara, con los
ojos inyectados por el furor, se dirigió a las habitaciones de Kékeyi, y le dijo:
-¡Mujer ciega, sal de la cama! - ¿Pero duermes todavía? ¡Un espantoso peligro te amenaza!
¡Desdichada, no has llegado a comprender que has sido arrastrada al abismo!
Kekeyi, en cuyos oídos había vertido, en su furor, con perversa intención, palabras tan amargas
la jorobada, le preguntó:
-¿Qué es lo que produce tu cólera, Mantara? Cuéntame eso que no eres capaz dé soportar. Estás
triste, y tienes demudado el semblante.
Mantara, qué era experta en urdir discursos artificiosos, con los ojos encarnados por la cólera y
la envidia, para aumentar la turbación de su señora y sépararia de Rama, cuya pérdida anhelaba ésta
mujer culpable, contestó así a las palabras dé Kékeyi:
-Un gravé mal te espera, ¡oh, reina mía!: el rey Dasarata se dispone a consagrar heredero a la
corona a su hijo Rama. La esposa bien amada del rey, dé ése rey de palabras falacés y mentirosas, va
a colocar en el trono a su Rama, y tú, ¡imprevisora criatura!, serás sacrificada con tu hijo.
Kékéyi, arrebatada de júbilo por los palabras de la jorobada, arrancó de su aderezo una
deslumbrante joya y se la ofreció como regalo a la Mantara. Una vez qué hubo entregado a la pérfida
sirvienta la magnífica alhaja, en testimonio del placer con qué oía la noticia, respondió gozosa a la
jorobada:
-Mantara, lo que acabas de contarme es agradable para mí; es una cosa que yo deseaba: por eso
tc doy con placer este testimonio de mi viva satisfacción. Mi corazón no distingue entré Barata y
Rama; veré,
pues, con agrado que el rey conceela a éste la real unción.
Mantara tiró al suelo la joya dé Kekeyi y respondió, como imprécándola, en éstos términos:
-Mujer ignorante, ¿por qué te muestras alegre en momento que el peligro te amenaza? ¿No
comprendes que estás sumergida en un océano de tristeza? ¡Yo creo feliz a ésa Kaosalya, que verá
un día a su hijo ungido y consagrado como heredero al trono de su padre! ¡Pero tú, mujer ignorante,
despojada de tu grandeza, serás sometida como una sierva. en tanto que ella, Kaosalya, enaltecida,
llegará a la más alta cumbre dé la ambición! ¡La esposa dé Rama gozará del trono y de la fortuna;
pero tú, nuera obscurecida, vegetarás en un rango inferior!
Kekeyi, fijando los ojos en la Mantara, qué hablaba con aire vivamente afligido, comenzó a
elogiar las virtudes de Rama.
La Mantara, profundamente afligida, respondió a Kékeyi, después de un largo y ardiente
suspiro:
-¡Oh, tú, qué careces de penetración en la mirada, mujer ignorante!, ¿no ves qué te hundes tú
misma en un abismo, en la muerte, en un infierno de dolor? Si Rama llega a ser rey; si después le
sucede en el trono su hijo y después él hijo de su hijo, y luego él retoño nacido de su nieto, ¿no se
encontrará Barata excluido de la familia del monarca? Me ha conducido a ti tu propio interés. Pero tú
no comprendes. En el momento que Rama se halle en posesión de la diadema, desembarazando el
camino dé esta peligrosa espina, desterrará a Barata, o lo que es más probable, lo enviará a la muerte.
Poseída de tu belleza, desdeñaste siempre, por orgullo, a la madre de Rama, esposa como tú del
mismo esposo. ¡Con qué fuerza te hará sentir ahora el peso de su odio!
Kekeyi suspiró, y respondió a la sirvienta;
-Tú me dices verdad, Mantara; - conozco la abnegación que me profesas. Pero no conozco
ningún medio de que mi hijo pueda obtener por la fuerza el trono de su padre y de sus abuelos.
La jorobada delibéró en su espíritu un instante, persiguiendo su fin criminal, y le dijo:
-Si tú quieres, conduciré a Rama a un bosque, y yo misma haré que unjan a tu hijo Barata.
Kékeyi, con la dicha en el alma al oír las palabras de la Mantara, sé incorporó un poco del
lecho, dulcemente preparado, y le respondió:
-Dime, mujer de inteligencia superior; dime, Mantara, ¿por qué medio sé puede elevar a Barata
al trono y lanzar en la selva a Rama?
Resuelta a realizar su pensamiento culpable, Mantara dijo a la reina, para ruina de Rama:
-Escucha, y reflexiona bien, una vez que me hayas oído. Antaño, en tiempo de la guerra entre
los dioses y los demonios, solicitado tu invencible esposo por el rey de los Inmortales, afrontó
aquéllos combates. Descendió a la playa meridional, en la comarca llamada Dandaka, donde él dios
que lleva en su estandarte la imagen del pez Timi posee una ciudad llamada Vedjayanta. Allí, un
gran Asura, no venido por los ejércitos celestes, llamado Sambara, podéroso en la magia, libró una
batalla con Sakra. El rey fue herido por una flecha en aquella terrible jornada. Regresó aquí
victorioso, y por ti, reina, curó él mismo. Gracias a ti cicatrizó la llaga. Dichoso, él agusto herido te
otorgó, mujer ilustré, dos gracias de tu libre elección; pero tú respondiste; "¡Reserva las dos gracias
hasta el momento en que vo desee su cumplimiento!" ¿No es cierto oué hablaste así a tu magnánimo
é;poso, y que él asintió con un "sí"?
-Reclama de tu esposo el cumplimiento de aquellas dos gracias:
pídéle qué una sea la consagración dé Barata, y la otra el destierro, du
rante catorce años, de Rama. Mués- trate enojada, vístete trajes mancillados, acuéstate en el duro
suelo, y no dirijas nunca la mirada al rey ni le hables, como mujer abandonada que duermé en el
suelo. Verás qué pronto el monarca, sumido en la tristeza, tratará de volver a tu simpatía y te
preguntará qué deseas. Si té ofrece nerías, oro, las más preciadas -alhajas, muéstrate inconmovible,
no te dignes siquiera volver la mirada a sus presentes. Pero si él trata dé completar sus buenos
deseos, cogiéndote de las manos para levantarté del suelo, encadénale, primero, oblígale por la fe de
su juramento, y después, radiante de belleza le solicitarás como gracia primera el destierro de Rama
durante nueve años y otros cinco años, y en segundo lugar, la herencia del reina para Barata.
Seducida por la sirviente, la dueña aceptó por bueno lo que era malo, y su alma no sentía que
aque- lía acción era culpable.
Tomó, pues, en sus brazos a la jorobada de miras criminales, la estrechó contra su pecho, y, a
impulsos de una alegría que por lo excesiva turbaba su razón, le dijo:
-Estoy muy lejos de despreciar tu previsión exquisita, ¡oh, tú, qué logras hallar los más sabios
consejos! ¡Sabe que no existe en él mundo otra mujer igual a ti en inteligencia!
Halagada la jorobada por esté elogio, para decidir más y más a la reina, respondió en estos
términos:
-¡Levántate, pues, dama ilustré! ¡Asegura tu fortuna e introduce la turbación en el corazón del
monarca! "¡Si!", respondió Kekéyi, asintiendo a sus palabras, y firme en su Ñsolución, conforme a
los consejos de Mantara, se prometió elevar a la unción real a Barata.
La noble reina se despojó de su collar de perlas, repujado de joyas y brillantes magníficos, y de
las de-
alhajas, y con el alma llena de
odio, a causa de Mantara, entró en la cámara de la cólera, aislándosé en la fuerza de su orgullo y de
su ambición.
Cuando el réy hubo señalado día y hora para la unción real de Rama, el poderoso monarca se
dirigió a su gineceo para anunciar la agradable nueva a Kekeyi. Al ver el monarca, dueño del mundo,
tendida en el suelo a su esposa, en un estado indigno oe su jerarquía, él anciano avanzó, transido de
dolor, hacia su joven esposa, más amada que su propia vida.
Acarició con sus manos a la inconsolable y le dijo:
-No sé quién pudo alimentar tu cólera. ¿Quién osó ofenderte? ¿Por qué, mujer antes dichosa y
ahora desolada, por qué, con vivo dolor mío, yaces en él desnudo suelo, en el polvo, como viuda
inconsolable, el día en que todo es júbilo en mi alma? -dijo, y levantó a su inconsolable esposa.
Entonces ella respondió con éstas palabras:
-No he recibido ofensa de persona, magnanimo rey; pero, sea el que fuere mi deseo, dígnate
hacer una cosa que anhelo. Prométeme en este momento si estás dispuesto a cumplirla, y una vez que
tenga tu promesa, te diré en qué consiste.
El príncipe, contemplando en su dolor a su querida esposa, dijo:
-¿No sabes, mujer amada, que excepto Rama no existe en el mundo criatura a quien yo ame
más que a ti? ¡Mi corazón me arrancara para dártelo! Así, Kekéyi mía, mírame y dime qué deseas.
Entonces Kekeyi, satisfecha, gozosa, reveló al rey su odioso deseo, con estudiada, profunda
perfidia:
-En tiempo de la guerra de los dioses y los demonios -dijo-, ¡oh, rey!, satisfecho de mis
cuidados, me concediste dos gracias, cuyo cumplimiento reclamo hoy. Quiero que mi hijo Barata
reciba la unción real, como heredero del trono. en la mis-
ma ceremonia preparada para ungir a Rama. Y que éste, conduciendo consigo él djatá, la piel
de corza y el traje de corteza, se vaya a vivir al bosque durante nueve años y cinco años. He aquí las dos cosas
que quiero.
Las palabras de Kékéyi hirieron el corazón del poderoso monarca. Bajo el golpe de
su inmenso dolor, cayó desvanecido al suelo.
Cuando volvió en sí, con el alma llena de aflicción, triste, amargado, contestó
encolerizado a Kekeyi:
-¡Malvada! ¡Mujer corrompida! ¿Qué mal te hizo Rama, o te hice yo, enemiga de mi
familia? ¿Por qué buscas la ruina de Rama? ¡Basta! ¡Renuncia a tu deseo! ¡He aquí mi frente a tus pies; pero haz
gracia de tu petición!
Y cayó en tierra, abrazando los pies de su mujer, cuyas manos, por decirlo así,
oprimían su corazón dolorosamente, y con voz entrecortada, dijo:
-¡Gracia, oh, reina mía!
Mientras él gran rey yacía a sus pies en una postura indigna de él, Kekéyi añadió
estas palabras:
-¿Por qué, señor, vacilas en cumplir las dos gracias que otorgaste?
Tembloroso, emocionado, irritado el rey Dasarata ante estas palabras dé Kekeyi,
respondió:
-¡Mujer inoble, enemiga, saborea, ¡ay!, la dicha de ver morir a tu ésp oso y a Rama,
el fiero elefan
- te de los hombres, desterrado en el bosque! ¡ Maldición para mí, cruel, naturaleza impotente, de
poco vigor, hombre subyugado por una mujer, e incapaz de elévarse por la cólera, sin energía y sin alma!
Y elevando las dos manos hacia Kekeyi, para persuadirla, aún, le dijo nuevamente:
-¡Protege a esté desdichado anciano, débil de espíritu, esclavo dé tu voluntad y qué
busca en ti su apoyo; séme propicia, mujer encantadora! Si se trata de un ardid para saber qué guardo en él
fondo de mi
corazón, contenta seas, mujer de la sonrisa graciosa, y hé aquí, en verdad mi alma: dispuesto estoy a
hacer todo lo que mandes: aquello que desees, tuyo es, todo, menos el destierro de Rama! ¡Todo lo
que me pertenece, mi vida misma, si quieres!
La mujer, de alma corrompida y cruel, no cedía, ni ante las lágrimas ni los ruegos de su esposo
el rey
dé alma pura: ,
-¿Por qué -dijo-, si eres amigo de cumplir tus promesas, rehúsas él cumplirlas, como un avaro o
un villano? ¡Envía a tu hijo Rama a las selvas! Si no cumples tus promesas pondré fin a mi vida
delante de tiS
Comprometido el monarca por Kekeyi, lo mismo que en otro tiempo Bali con Vistino, en la rea
de sus ardides, no pudo desenredar sus mallas.
Cuando los primeros rayos del alba matinal comenzaran a iluminar la noche, Sumantra llegó a
la puerta del rey, con las manos juntas, y despertóle:
-¡Oh rey -dijo-, ya comienza a clarear el día! ¡Descienda sobre

tlieíítfetttrds, ¡Despierta, oh, tigre tus bienes!


El monarca, poseído por su dolor inmenso, ante las salutaciones alegres de su escudero,
respondió:
-¿Por qué vienes a felicitarme, conductor de mi carro, en el momento que me invade la tristeza?
Con tu lenguaje añades un nuevo dolor a mis sufrimientos.
Mientras tanto, Kekeyi, perseverando en su criminal deseo, dijo nuevamente a su esposo, al
cual quería estimular con el aguijón de sus palabras:
¿Por qué te expresas en estos términos, como un ser de la más vil condición? ¡ Manda buscar a
Rama y envíale sin debilidades a las sel-' vas! Si eres fiel a tus promesas, cúmpleme una palabra pa?a
mí tan cara
Herido por el aguijón de sus pa labras, él rey dijo a Sumantra:
-Conductor de mi carro, éstoy unido a la cadena de la verdad, mi alma está
conturbada. Tráeme en seguida a Rama; déseo verle.
En cuanto Kékeyi oyó las palabras del rey, dijo al escudero:
-¡Vé, busca a Rama, dilé qué urgé se halle aquí lo más prQnto posible!

Aquel mismo día, en que la luna iba a efectuar su conjunción con él


- asterismo Pusya, estaba todo dispuesto para efectuar la ceremonia de la consagración de Rama.
Había preparado un trono de oro, resplandeciente, magníficamente adornado, que ostentaba una piel arrancada
rey de los cuadrúpedos. Había igualmente preparado para Rama, un cetro de ricas joyas, y de un brillo tan
puro como los rayos de luna; un mosquero, un magnifico abanico, decorado con una radiante guirnalda tal como
el disco del astro de las noches en su plenilunio. Había construido, además, para la asunción de Rama, en el
trono paternal un vasto parasol, emblema de la realeza.
Al llegar a la calle del rey, Sumantra, rompió las quietas oías de la apretada
multitud, escuchando en su camino palabras cambiadas en la c6nversación, de elogio para Rama.
-En este día recibe Rama -de- cía el pueblo- la herencia del reino, proclamada por su
propio padre. ¡Oh, los favores del cielo son hoy con nosotros; el amor amado de los hombres virtuosos, nos
protegerá desde hoy, como padre que defiende los hijos de su carne!
Estas palabras oía pronunciar a la -muchedumbre Sumantra, en tanto que se dirigía a
casa de Rama, précipitadamente, para conducirlo al palacio de su padre.
Sumantra, con aire dé modestia, se inclinó y saludó a Rama, cuya belleza refulgente
semejaba al sol que nace.
-¡Qué feliz es la reina Kaosalya al poseer un hijo como él! -sé dijo
él escudero-. El rey -añadió-, en compañía de Kekeyi, desea verte. Ven, pues, Rama, si ello te place.
Rama recibió la orden de su padre con la cabeza inclinada, y dijo a Sita:
-Sita, el rey y la reina se han reunido para deliberar, sin duda, sobre mi consagración como
heredero de la corona. Seguramente, mi madre, Kekeyí, guiada por el deseo de realizar una cosa
agradable para mí, en este momento desplega toda su habilidad para convércér a mi padre de la
necesidad de qué yo ciña la corona. Me voy, pues, impacienté de ver al dueño de la tierra en su
cámara secreta, solo con Kékeyi, libre de inquietudes.
Y Sita respondió a su marido:
-¡Vete, noble esposo, a ver a tu padre y a tu madre!
Rama encontró a su padre sentado en una silla en compañía de Kekeyi, mostrando en la
expresión de su cara las huellas del dolor y del insomnio. Juntando las manos, se prosternó ante él, y
tocó sus pies con la frente. Se inclinó otra vez, e hizo el mismo honor a Kekeyi.
La actitud de Rama -que estaba delante de él con aire de modestia -descorazonó al rey
Dasarata, que no tuvo fuerza para anunciar la odiosa nueva a aquél hijo intachable y bien amado.
Apenas pronunció esta sola palabra: "¡Rama!", quedóse mudo, como amordazado, e impedido por la
impetuosidad de las lágrimas. No podía articular palabra ni levantar la mirada sobre aquel hijo
amado.
Rama, lleno de inquietudes, al ver la revolución que se había operado en el espíritu de su padre,
tan diferente a cuanto esperaba, cayó también en el abatimiento, como si hiihiera pisado una
serpiente. Miró, con la faz coñstérnada, a Kekeyi, y le dijo:
-Reina, ¿habré yo ofendido. quizá por ignorancia, al señor de la Tierra, y por esa ofensa,
demudado v triste, no osa hablarme? ¿Habré
suscitado involutariamenté sus iras? ¡Dímelo, y pídele que me perdone!
Kekeyi, alma vil, corrompida por los discursos de la Mantara, y que conocía bien la sinceridad
del joven príncipe, le dijo:
-Antaño, noble hijo dé Ragú, en la guerra de los dioses y los demonios, tu padre, satisfecho de
mis servicios, me concedió la gracia de solícitarle dos cosas de mi libre elección. Acabo de pedirle
que las cumpla; le demando el trono para Ra- rata y para ti un destierro dé catorce años. Si quieres
que tu padre conserve su excelsa reputación y sinceridad en las promesas, o si tú mismo estás
resueltos a sostener por ti mismo la verdad, renuncia a la diadema, abandona este país, yerra por los
bosques, marcha a las selvas durante siete años, y otros siete años, a partir de hoy, con un cuero de
bestia por vestido, y anudando tus cabellos como el djatá de los anacoretas.
Para resistir a la violencia de es- tas palabras, Rama se refugió en la fuerza de su alma, y
considerando que la palabra comprometida por él padre era como un deber que obliga estrechamente
al hijo, resolvió partir a las selvas. Y sonriendo, el buen Rama respondió así al discurso de Kekeyi:
-¡Sea! Habitaré catorce años en el bosque, vestido de corteza y los cabellos atados en forma de
gavilla, para salvar dé la mentira la promesa de mi padre! Deseo saber sólo una cosa: ¿por qué rio es
el rey mismo, con toda seguridad, quien ordene esto a su servidor, obediente a su vol untad?
Kekeyi respondió:
-Por un sentimiento de pudor, él rey no osa hablarte él mismo. Mientras no abandones esta
ciudad por el bosque, la calma no puede renacer, Rama, en el espíritu afligido dc tu padre.
El monarca Oyó con l(xs ojos cerrados estas crueles palabras de Kekeyi, y en el paroxismo del
dolor. exclamó:
-¡Ah, me muero! -y abatido, gimió de tristeza.
Estas amargas palabras de la cruel Kékeyi, excitaron a Rama, quien lo mismo que un fogoso
corcel, y aunque tenía intención de lanzarse en seguida al corazón del bosque, sin que ello le turbase,
contestó a aquella mujer en estos términos:
-No soy hombre que haga de las riquezas el principal fin de la vida; no ambici9no una corona,
reina; no miento, sino que soy hombre dé palabra sincera y de alma ingenua:
¿por qué desconfías de mí? Tan pronto como diga adiós a mi madre y me despida de mi esposa,
saldré hacia las selvas. Tranquilíz ate. Cuida que Barata gobierne bien el imperio y sea dócil al rey,
su padre. Es para ti un deber imprescriptible, en todos los momentos.
Después, Rama, con él cuerpo inclinado, tocó con la cabeza los pies de su padre, que estaba
desvanecido; hizo lo mismo con Kekeyi, describió un pradaksina en torno del rey Dasarata y dé su
vil esposa y abandonó incontinenti el palacio 'dé esté.
En aquel mismo instante, la piadosa Kaosalya, prosternada, adoraba a Dios y cumplía un voto
prometido por ella a los Inmortales Creía que su hijo sería bien prontá consagrado principe de la
juventud, y vestida de blanco, entregada con devoción a la religiosa ceremonia, no permitía a su alma
distraerse un instante.
Rama, al ver a su madre, la saludó con respeto. Apruximóse, y ella le abrazó y acarició, y él la
honró, como Magavat a la diosa Aditi. Kaosalya le bendijo varías veces para impetrar su felicidad:
-¡Los dioses te concedan, hijo mío -le dijo-, largos años de vida, gloria y justicia! ¡Recibe, la
fuerza inmuntable, eterna, que tu padre te otorga, y que tu dicha sea la felicidad de tus antepasados!
El alma todavía conturbada dé dolor por las palabras de Kekeyi, Rama respondió en estos
térrninos a su madre:
-¡Madre, ignoras la tremenda desgracia que ha caído sobre mi, para dolor tuyo, de mi esposa y
de Laksmana! Kekeyi ha pedido al rey el cetro para Barata, y como ella había comprometido antes a
mi padre, por medio de un juramento, el rey no ha podido rehusárselo. El poderoso monarca
designará heredero de la corona a Barata, en tanto que me ordena a mí que vaya hoy mismo a habitar
las selvas. Durante catorce años, mi albergue, reina, será el bosque, y lejos de toda mesa ex- quisita,
mi alimento consistirá en raíces y frutas silvestres.
Vencida por él dolor al oír las palabras de Rama, la casta Kaosal- ya, cayó desvanecida como
un plátano cortado por la base. Al recobrar el conocimiento, delirante, apenada. dolorida, con los
ojos fijos en Rama, balbuciente de lágrima, gritó:
-¡Rama, no estás obligado a obedecer las palabras de un padre a quien ciega el amor de la
mujer! ¡Quédate aquí! ¿Qué puede contra ti ese monarca decrépito y viejo? ¡No partas, si quieres que
tu madre viva!
El gracioso Laksmana, viendo en tal grado de desesperación a la sensible madre de Rama,
pronunció estas palabras:
-Siento igualmente, noble dama, que el digno hijo de Ragú, enlazado por la palabra de una
mujer, tenga que abandonar la corona e irse a habitar al bosque. Como este suceso aún no es
conocido de nadie, ayudada por mí, pon tu mano sobre el imperio, cuyo derecho compartes.
Después de este discurso del magnánimo Laksmana, Kaosalya, que se hallaba sumida en la
tristeza, dijo a Rama:
-¿Has oído, Rama, las palabras de tu hermano, cuyo amor por ti es en él un culto? Medítalas, y
ejecútalas inmediatamente. Me debes,
hijo lilio, igual respeto qué a tu padre; espero, pues, que no despreciarás mis palabras y qué no irás al
bosque; de lo contrario, yo moriré.
La infortunada Kaosalya dijo estas palabras gimiendo. Rama, inspirándose en los sentimientos
del deber, respondió en estos términos:
-No puedo en manera alguna transgredir ni quebrantar las palabras de mi padre. Con la cabeza
inclinada a tus pies, te suplico que aceptes mis excusas. ¡Ejecutaré el mandato de mi padre!
Permítemé que parte madre soberana. Deja que me vaya con licencia tuya y libre el alma dé
inquietudes. Accede a esta despedida, que imploro de ti con la cabeza baja.
Al ver a Rama resuelto a partir, Kaosalya, su madre, con el corazón traspasado de dolor, le dijo:
-Hijo mío, estás obligado a obedecer ante todo a tu madre, pues eres el fruto de mis penosos
votos y mis laboriosas penitencias. Cuando eras débil niño, yo te protegía, Ram-a, obedeciendo a mis
esperanzas. Ahora que eres tú el fuerte, debes sostenerme en el dolor de la desgracia. En este día en
que, por decirlo así, los frutos están en sazón; no podré vivir ni un día más si me veo privada de ti,
Rama, árbol de ramas llenas de fruto que proyecta sobre mí su sombra deliciosa. No debes obedecer,
pues, la palabra dé ese monarca, esclavo dé una mujer, que quiere ungir a Barata, burlando tus
derechos.
Desplegando todo su esfuerzo, el virtuoso vástago del antiguo Ragú, trató de persualir una vez
más a su madre con palabras dulces, modestas, reflexivas, de la necesidad de partir:
-¡El rey, nuestro señor, tiene derecho no solamente sobre mí, sino sobre tu misma majestad,
reina, y tu autoridad no puede conducirme a no obedecerle! Cuando haya cumplido la promesa,
gracias a tu con- sentimiento indulgente, volveré aquí dichoso, sano y salvo; así, cálmate,
no te aflijas. Debo obedecer sin vacilaciones la orden emanada de él:
es la conducta que mejor sienta a tu virtud y a la mía. Consiente, madre venerada, consiente en que
esta víctima propiciatoria parta a su des- tino, en las selvas.
Esto dijo el más virtuoso de los hombres en observar el deber. Con los ojos preñados de
lágrimas, Kaosalya le contestó:
-¡Vete, hijo mío! ¡Ejecuta órdenes de tu padre, y qué la felicidad sea contigo!
¡ El día qué vuelvas dichoso y con buena salud, mis ojos te verán aún! Yo sabré hallar placer
en la obediencia a mi esposo. ¡Vé, pues, y que la felicidad te acompañe!
Al ver a Rama dispuesto a ejecutar inmediamente su resolución de vivir en las selvas, perdió e 1
dominio sobre sí misma, su alma se conturbó, y poseída de vivo dolor, sollozó, gimió, y, al hablar,
las lágrimas sé presentían en su voz.

En el mismo instante, la princesa de Videa se abstraía en este pensamiento: la consagración de


su esposo, coMo heredero de la corona. En medio de la habitación, con la mi-
- rada fija en las puertas de palacio, esperaba anhelante, la llegada de su Rama.
Hé aquí qué dé pronto entra Rama en sus habitaciones, invadidas por multitud de fieles criados.
Venia confuso con la cabeza baja, ligera- mente inclinada. Se adivinaba en su rostro el abatimiento,
la fatiga y la tristeza. Cuando hubo traspasado los umbrales, percibió en medio del palacio, de pie, a
Sita, inclinada ante él con respeto. Al notar en su rostro la tristeza escondida en su alma. le preguntó:
-¿Qué es eso, Rama? -Y temblorosa y anhelante-: ¿Por qué no cantan los poetas, y
los vates oficiales y los panegiristas de voz elocuente, en él momento en que vas a ser consagrado rey dé la
junventud? ¿Por qué los bramas no derraman sobré
tu frente miel y leche cuajada, conforme a los ritos, para dar a esa noble frente consagración oficial?
El hijo de Kaos4lya respondió en estos términos a las palabras con que Sita expresó la
incertidumbre de su espíritu:
-Tú, que naciste en el seno de una familia de reyes santos; tú, conocedora profunda del deber;
tú, cuya palabra es la palabra de la verdad, revístete de toda tu firmeza, noble mitilana. En otro
tiempo, el rey Dasarata, sincero en sus pro- mesas, en agradecimiento a un ser- vicio de Kekeyi
conoediole dos gra cias Requerido de improviso a cum plir su palabra en el preciso mo inento en que
todo estaba dispuesto para mi consagracion de heredero a la corona mi padre ha procedido como
hombre que onoce sus de beres Es preciso, mi bien amada que yo habite catorce años en el bosque, y
que Barata se quede en Ayodya, y ciña al mismo tiempo la corona. Próximo el momento en que he
de dirigirme al bosque solitario, vengo a decirte adiós. Busca sostén en tu firmeza y accede a que me
vaya. Réfúgiaté, hasta la hora de mi regreso, bajo el amparo de tu suegro y de tu suegra. Cumple con
ellos los deberes de la más respetuosa obediencia, y que tu sentimiento por mi destierro, no te lleve
nunca a elogiarme delante de Barata. Debes, igualmente, cara Sita, por amor a mí obedecer de todo
corazón a mi buena madre, abrumada por el peso de los años y por mi destierro.
Sita, a quien Rama habló al oído, contestó a estas desagradables palabras:
-Te seguiré adonde vayas. ¡Sin ti no quiero habitar ni el cielo, lo juro por tu amor y por tu vida,
noble hijo de Ragú! Tú eres mi señor, mi gurii, mi estrella, mi divinidad; iré, pues, contigo; estoy
resuelta. Habitaré el solitario bosque. dichosa de encontrar asilo a tus pies, y contenta dé pasar allí
mis días
como en el palacio de Indra feliz. Millares de años -allí, junto,' a ti, parecerán a mi alma lo, mismo
que un solo día. El paraíso sin ti me seria odioso, y el infierno, contigo me parecerá el Cielo.
Al terminar estas palabras, pro- nunciadas con aoento melodioso, la befla mitilana, de voz
dulce, prorrumpió en sollozoso y vertió ardientes lágrimas. Rama la miró fijamente un instante, y
levantándola de sus pies, donde ella se había sentado, consolóla con estas afectuosas palabras:
-¡El cielo mismo sin ti no tiene para mí atractivos, mujer de líneas y rostro suave! Puesto que
no vacilas en -arrostrar por mi amor los peligros de que la naturaleza ha sembrado el bosque, me es
tan imposible abandorarte como al sabio repudiar la gioria! ¡Ven conmigo, sígoeme, amada! sólo
quiero hacer lo que sea agradable a tu corazón, ¡ oh, mujer digna de todos los res- petos'

Después que Rama, ayudado por su ilustre videana, hubo dado sus riquezas a los bramas, tomó
sus arnaas y sus instrumentos, es decir, la azada y el cesto, salió de palacio en compañía de
Laksmana, y fuese a ver a su augusto padre. Le acompañaban igualmente su esposa y su hermano.
Para contemplar su paso y recrearse viéndole, las mújeres, los campesinos y los hombres de la
ciudad, se aglomeraban y subían a la techumbre de las casas y a las terrazas de los palacios. En la
calle real, invadida de aldeanos, no había espacio vacío, tal era el afecto del
->0 por Rama, que acudía a despedirle en su esplendor infinito.
Antes de que llegara Rama, acompañado de su esposa y de Laksmana, el poderoso monarca,
tíleno de turhación y dolor, dedicaba su tiempo a <'emir.
Entonces Sumantra, vivamente afligido, juntando las manos, pre-
sentóse ante el señor de la tierra y le dijo:
-Rama, que acaba de distribuir sus riquezas entre los bramas, después de haber atendido a la
subsistencia de sus criados, acompañado de Laksmana, su hermano, y de Sita, su esposa, ha venido a
ver tus augustos pies. Recíbele en tu presencia, si te place.
El rey, de alma pura como el aire suspiró profundamente, y en su vivo dolor, respondió:
-¡Sumantra, conduce aquí en seguida a todas mis esposas. Quiero recibir, rodeado de ellas, a la
digna sangre de Ragú!
Aquellas dam-as, cuyo número ascendía a la mitad de setecientas, encantadoras todas y
ricamente ataviadas, vinieron a visitar a su esposo. que se encontraba acompañado de Kekeyi.
El monarca las contempló, y al ver que estaban todas, sin ninguna excepción, dijo al noble
portero:
-¡Sumantra, conduce aquí en seguida a mi hijo! ¡
Cuando vio a Rama avanzar con las manos cruzadas, el rey bajó del trono, donde estaba
sentado, en medio de sus mujeres, y gritó afligido:
-¡Ven, Rama, hijo mío!
Y abrazóle. Pero, a causa de la fortísima emoción. cayó en tierra antes de que pudiera
abrazarle. Las mujeres turbaron con sus gritos el palacio del rey. Pero al cabo de un instante éste
volvió en sí, y Rama. cruzando las manos, invadido por un mar de tristeza, 1e habló así:
-¡Gran rey. vengó a decine adiós, pues tú eres, príncipe augusto, nuestro señor! Diríjeme una
mi- rada de benevolencia, que parto al momento para habitar las selvas. Dígnate también señor de la
tierra. despedir a Laksmana y a la bella videana, mi esposa, que a pesar de mis ruegos no han poelido
abandonar su resolución de seguirme a las selvas. Despídete, pues. de los tres.
En cuanto el señor de la tierra tuvo conocimiento de que lo que
conducía a Rama a su palacio era el deseo de despedirse de él, miróle con el alma consternada, y con
los ojos preñados de lágrimas, exclamo:
-Me engañaron. Pon - freno a mi delirio y toma tú mismo las riendas del Estado.
Ante estas palabras del monarca, Rama, el primero de los hombres en practicar religiosamente
sus deberes, se prosternó ante su padre, y con las manos ciuzadas, respondióle en estos términos:
-Tu majestad es para mí un padre, un señor, un dios; tu majestad es digna de todos mis
respetos; pero el deber es más venerable. Perdóname ¡oh, rey!; pero el mío consiste ahora en ser fiel
a la orden que me ha prescrito tu majestad. No puedes hacerme abandonar el camino adonde tu
palabra me ha conducido:
mfra lo que vale la verdad, y sé todavía, durante úna vida de otro millar de años, nuestra agusto
monarca.
E, inmediatamente, el joven príncipe despojóse de sus ropas de finos tejidos y vistióse con los
hábitos de anacoreta, que tomó de manos de Kekeyi. Y en igual forma, el heroico Laksmana
despojóse de su resplandeciente traje, y vistióse delante de su padre con aquella vil corteza.
Al llegar su vez a la hija ciel rey Djanaka, ésta enrojeció al ver aquellos toscos vestidos que le
presentaba Kekeyi los cuales tenía que cambiar por la ropa de seda amarilla con que se adornaba
graciosa- mente. Recibiólos confusa, y, temblando como una gacela, refugióse junto a su esposo.
Cuando hubo tomado los vestidos de corteza, con los ojos arrasados en lágrimas, dijo a su marido,
semejante al rey de los gandarvas:
-¿Cómo hay que ponerse estos vestidos de corteza, di, noble esposo?
Al mismo tiempo se echó al hombro parte de ellos. Como la joven reina no sabía vestirse de
anacore
ta, la princesa de Mitila lo hizo poco a poco, pensativa. Cuando las mujeres vieron vestida con
aquella vil corteza, lo mismo que mendiga desvalida, a aquella que tenía por apoyo a un tal esposo,
comeiaaarona gritar simultáneamente:
-¡Oh, verguenza, oh, vergüenza! Kaosalya beso en la frente con tee'nura a Sita y dijo estas peía
bras a Rama
-¡ Es preciso, noble hijo de Ragu, ¡oh, tu que enalteces el mundo!, que contmues siempre al
lado de Sita y de Laksmara ese herce que te es fiel!
Rama se aproximó a ella con las manos juntas, y respondióle:
¿Por qué me das -ese consejo, madre, respecto a Sita? Laksmana es mi brazo derecho y la
princesa de Mitila mi sombra. Me es tan imposible abandonar a Sita cómo al Sabio abandonar su
gloria. ¡No te aflijas. madre buena, y obedece a mi padre! ¡El fin de este destierro en el bosque
llegará un día y será con buena estrella!
Habló con acento de convicción, y, al terminar, levantóse y vio a las trescientas cincuenta
esposas del rey, y, como era el deber en persona, se apróximó con modestia y con la cabeza baja a
sus nobles madres y les habló así:
-¡Os digo adiós a todas! Si alguna vez, por omisión o por ignórancia, os ofendí, os pido ahora
humildemente pendón. -Sin dejarle terminar, las esposas del rey prorrumpieron en unánime
lamentación, dolorosas y compungidas.
En seguida se aproximó a él, con aire de modestia y las manos juntas, Sumantra, y le dijo:
-¡Honor a ti, hijo de Ragú, no ble vástago de Kaosalyal Aquel carro aparejado que ves allí, te
espera. Voy a conducine a donde deseas.
Al oír aquellas nobles palabras del cochero. Rama se disposo a montar en el magnífico carro,
en unión de su esposa y hermano. El
ndsmo depositó en el fondo, del vehículo los diferentes géneros de armas: dos carcajes, dos
corazas, un cesto y la azada. Después, el cochero, por orden del joven desterrado, colocó también un
cántaro, de harro, y subieron todos al carro.
-¡Ay, Rama! -exclamaba la muchedumbre-. ¡Detén los caballos, cochero! ¡Marcha despacio;
desea- 'nos ver ese semblante amable como la luna!
Rama no pudo resistir al dolor que le produjo el espectáculo de su padre, rodeado de sus
mujeres, seguirla y gemir a cada instante lo mismo que la reina Kaosalya. Al ver el infortunado a su
padre y a su madre miuchar a pie en aquella actitud, recomendó al cochero que fuese más deprisa:
-¡Corre, corre! -le dijo. No podía soportar la presencia de aquellos dos amados ancianos
poseídos por el dolor.
-¡Rama, hijo mío...! ¡Sita...! ¡Ah...! ¡Laksmana! ¡Volved los ojos a mí! -Y al prorrumpir en
estas exclamaciones, el rey y la reina corrían tras el carro.
En tanto que el rey, jefe de la raza de Iksvaku, percibió a lo lejos la forma vaga de su hijo que
mardlaaba al destierro, -permaneció absorto, sin apartar los ojos de aquella, dirección. Pero en
cuanto él, rey y señor del globo dejó de ver a su Raana cayó al suelo, pálido y muerto de pena.
Kaosalya, emocionada, acudió y se colocó a su derecha, y Kekeyi, satisfecha y llena de ternura por
su hijo Barata, a su izquierda, El rey, mirando a Kekeyi, aquelía mujer pertinaz en los malos
pensamientos, le habló en estos términos:
-Kekeyi, no, toques mi cuerpo. que vas camino del pecado. Quiero que no ofrezcas nunca la
vista de tu cuerpo a mis ojos; ya no veo en ti a mi esposa. ¡Si Barata llega a la celebridad, que mi
sombra no guste nunca de las honras fúnebres que
venga a ofrecerme ante mi tumba, ya que el trono llegó así a sus manos!
Entonces, la reina Kaosalya, presa de su dolor, ayudó a levantarse al anciano rey, y le encaminó
a su palacio. El monarca, que tenía por compañera a la tristeza, repuso:
-¡Que me conduzcan lo más pronto posible a casa de Kaosalya, madre de mi hijo Rama!
Los más devotos de Rama siguieron al héroe que, magnánimo y fuerte como la verdad,
avanzaba hacia el bosque, donde había de habitar. Rama, el deber en persona, los miraba y bebía con
los ojos, por decirlo así, el amor de aquellos fieles, y como si todos ellos fueran sus propios hijos, les
exhortó:
-¡Por amor a mí os ruego que depositéis ahora en Barata, habitantes de Ayodya, la confianza y
la estimación que habíais puesto en mi persona! ¡En la edad en que todavía se es un niño, él está
iniciado ya en la ciencia! ¡Es amable con sus amigos; es valeroso, audaz, y de su boca no salen sino
palabras agradables a todos!
Decidió hacer alto en la ribera del Tamasa. Al llegar allí el noble príncipe, habló así al ilustre
hijo de Sumitra:
-Pasemos la noche aquí, en compañía de nuestros seguidores. El lugar, con sus diferentes
especies de frutos silvestres, ine place.
El cochero del rey detuvo el carro en el momento preciso en que el sol se ponía. M ver que la
noche avanzaba, el noble conductor preparo con sus propias manos, ayudado del hijo de Sumitra, la
cama de Rama. Cuando éste hubo saludado y deseado una feliz noche a Laksmana, se acostó con su
esposa en aquella cama, hecha de hojas de árbol, al borde la ribera.
Así fue como Rama hizo noche en las riberas del Tamasa, acompañado de los súbditos de su
padre. Mas, levantóse a media noche. y,
contetaplándolos dormidos, le dijo a su hermano:
-Mira, hermano mío,, a estos habitantes de la ciudad, sin ningún cuidado por sus casas, y
teniéndonos a nosotros en el corazón; mira cómo duermen al pie de los árboles, tranquilamente,
como si fuera bajo techo. En tanto que ellos duermen, montemos pronto en el carro y ganem-os por
ese camino el bosque de las mortificaciones. De este modo, esos hombres, fieles a mi persona, no se
verán obligados, en lo sucesivo, a dormir al pie de los árboles.
Laksmana respondió inmediata- mente a su hermano:
-Soy de tu opinión, héroe de gran sabiduría; ¡subamos pronto al carro!
Montó Rama con sus dos compañeros de destierro, y se apresuró a atravesar el Tamasa.

Al poco, el héroe descendiente de Ragú vio el Ganges, que nace en el monte Himalaya, en
cuyas orillas habitan los santos y cuyas aguas purifican todo lo que se pone en contacto suyo y que
son como la escaía por donde se llega a las puertas del cielo. Rama, el hombre del carro de guerra,
contempló las ondas de vagos rernolinos, y dijo a Sumantra:
--Hagamos alto hoy. He aquí, nara abrigarnos, no lejos del río, un árbol ingundi, muy alto,
cubierto de flores, y de retoños recientes:
¡pasemos aquí la noche, conductor! Rama, vestido con los trajes de
corteza, recitó la oración acostumbrada en la puerta del sol, y tomó sol-amente un poco de agua que
le trajo Laksmana. Después, cuando éste hubo lavado los pies al noble ermitaño, que se acostó en el
suelo con su esposa, se acercó al tronco del árbol y se mantuvo de pie a su lado.
Cuando las primeras luces de la mañana aclararon la noche, el héroe ilustre dijo al brillante
Laksmana, su hermano,, hijo de Sumitra:
-En este momento sale el astro del día; la noche santa ha pasado. ¡Oye, amigo mio, a ese pájaro
feliz, el kokila, cantar su dicha! ¡Ya se oye en la selva el ruido de los elefantes: apresurémonos a
atravesar el Djanavi, que desemboca en el mar!
Cuando e1 hijo de Sumitra conoció el pensamiento de Rama, llamó en seguida al cochero
Sumantra. Desnués que hubieron requerido los carcajes, ceñido las espadas al costado y tomando los
arcos en las manos, los dos ragilidas se dirigieron al Ganges, acompañados de Srta. Una vez allí, dijo
el cochero, con las manos cruzadas, volviendo los ojos a Rama, el augusto joven, instruido en el
deber:
'Qué debo hacer9
-¡Vuelve! -le dijo éste-:
¡ Ahora el carro ya no me sirve de nada; iré a pie a la gran selva!
Rama vio una barca amarrada a la orilla del río, y como el principe anacoreta deseaba pasar
cuanto antes el Ganges, le dijo estas palabras a Laksman,a:
-¡Sube, tigre de los bombres, monta en ese barco que tan a pro pósito aparece! ¡Coge
dulcemente en tus brazos a mi amada Sita y colócala en el barco!
Laksmana obedeció la orden de su hermano, pues aquella tarea le agradaba: subió primero a la
princesa de Mitila, montó después él al esquife, y, por último, su hermano mayor, el magnánimo
ermitaño.
Cuando hubo saludado con un adiós a Sumantra, dijo el kakútsti- da al piloto:
Entra en tu barco, nauta; leva las amarras y condúcenos a la otra orilla. -El piloto obedeció y
condujo a los dos heroicos hermanos.
Los tres nuevos ascetas se internaron en la selva inmensa, y con- templando diferentes
porciones de tierra, deliciosos parajes y lugares nunca vistos, llegaron, por fin, al país adonde se
dirigían, o sea a la
comarca en que Jamuna halló las santas aguas del Bagirati.
Al poco tiempo de haber andado tranquilamente, arco en mano, líegaron fatigadísimos a la
santa choza de Baradvadja, después de la puesta del astro del día. El joven ragilida entró con su
hermano, sin abandc» nar las armas, en el paraje donde se ocultaba la ermita del anacoreta,
espantando a las gacielas y a los pájaros dormidos.
El anacoreta sabiendo que dos hermano, Rama y Laksmana, se presentarían en su casa, hizo
introducir inmediatamente a los pasajeros al interior de su ermita. Rama, su esposa y su hermaro, se
prosternaron, con las manos cruzadas, a los pies del eminente solitario, que sentado delante del fuego
sagrado, acababa de consumar las oblaciones religiosas. El anacoreta, a quien rodeaban piadosos
ermitaños, pájaros y gacelas, acogió con honores al joven príncipe, y le felicitó.
El mayor de los ragilidas se dio a conocer al eminente solitario en es- tos términos:
-¡Nosotros somos hermanos, hi-los del rey Dasarata; nos llaman Rama y Laksmana! ¡Mi
esposa, que yes aquí, nació en Videa; es la hija virtuosa del rey Djanaka! ¡Unida fielmente a su
esposo, me sigue a esta selva de la penitencia!
El sabio kakútstida, llamado Baradvadja, el anacoreta virtuoso como la virtud misma, después
de oír es- tas palabras, le presentó agua, tierra y un canastillo de argya, y le dijo:
-¡Bendigo y doy gracias, Rama, a la buena fortuna, que te ha con- ducido sano y salvo a mi
ermita, créeilo! ¡He oído hablar de este destierro inmotivado a que tu padre te obliga! ¡ Este lugar,
solitario es delicioso, hijo de Ragú; es célebre en el mundo por la santa confluencia del Ganges y del
Yamuna! ¡Si el país te gusta, quédate aquí con- migo, Rama: cuanto tus ojos alcanzan pertenece en
común a los ha-
bitantes del bosque consagrado a la penitencia!
Cruzanalo las manos, Rama respondió así al anacoreta:
-Sería un favor señalado para mi, ¡bramán venerado!, vivir aquí contigo. Mas mi país, ¡oh, el
más santo de los anacoretas!, está cerca de estos lugares, y mis parientes ven- drían de seguro a
visitarme. Por este motivo no quiero habitar aquí; pero. sin embargo, dígnate indicarme otra ermita
solitaria, en la selva desierta, donde pueda vivir tranquilo y gustoso, ignorado de mis parientes,
acompañado solamente de Laksmana y de mi casta videana.
El gran anacoreta Baradvadja reflexionó un instante, y respondió en estos términos a las
palabras de
Rama:
-A tres yodjanas de aquí hay, Rama, una montaña frecuentada por los osos, por los monos, y
cuyos gritos de golangulas repiten los ecos. Este santo retiro, rico en toda suerte de placeres,
habitado por grandes sabios y semejante al monte de Gandamandana, se llama
Chitrakuta: allí puedes vivir. Dirígete hacia esa montaña feliz, y, una vez allí, ocúpate en construir tu
vivienda.
Baradvadja les enseñó el camino, y después de ser saludado por Rama, Laksmana y Sita,
volvióse a su choza. Los dos héroes, precedidos de Sita, llegaron a la orilla del Kalindi. Cuando
hubieron recogido y atado madera y bambú, Rama tomó en sus brazos a Sita y llevó dulcemente a la
alameda a aquella niña querida, que temblaba como una liana, Una vez que efla estuvo dentro, Rama
y su hermano montaron en la frágil embarcación.
Con aquella ligera lancha atravesaron el río Yamuna, hijo del sol, de aguas torrenciales, de
guirnaldas vagas, de orillas inaccesibles ror el macizo espeso de los árboles jóvenes de sus riberas.
Decididos a fijar su residencia en Chitrakutci, se pusieron en camino.
Poco tiempo después entraban en el bosque Chitrakuta, de árboles variados, y Rama habló -así
a Sita:
¡Mira, mi bella amada; mfra cómo la naturaleza nos ha preparado en las orillas del Mandakini,
al pie de cada árbol, camas bordadas de flores!
Mientras que observaban los maravi'llosos -aspectos del rió Mandakini, 'llegaron al monte
Chitrakuta, sembrado de una variedad infinita de árboles y flores. En la ladera solitaria, rodeada de
límpidas aguas, Rama y Laksmana, los dos heroicos hermanos, construyeron una ermita.

En cuanto Rama, el tigre de los hombres, hubo partido hacia las selvas, Dasarata, el rey antes
afor- tunado, cayó en la desesperación. Llevaba seis días llorando a Rama, cuando este monarca
famoso acordóse, a media noche, de que en otro tiempo había cometido una gran falta.
Al recordarlo, dirigióse a Kaosalya, y le dijo:
-¡Si estás despierta, Kaosalya, escucha atentamente estas palabras! ¡ En mi adolescencia,
Kaosalya, jo ven imprudente, orgulloso de mi habilidad y de mi destreza en atravesar con una flecha
la bestia que viera por la oreja, cometí una grave falta. Por esto, aquella mala acción ha producido la
desgracia que hoy me aflige.
-Aún no, estaba casado contigo, reina, y sólo era presunto heredero de la corona; entonces,
durante la estación de las lluvias, -mi alma se inundó de dicha.
-En efecto, el sol quemaba la tierra con sus rayos, y cansado de recorrer las regiones del norte,
se trasladó al hemisferio que frecuentan los manes. Deliciosas nubes cubrían los cielos, y se veía a
las grullas, a los cisnes y a los pavos abatir alegres el vuelo. La tierra brillaba bajo su verde aderezo
de césped, donde jugaban el pavo y el radiante cuclillo.
-En tanto que esta deliciosa estación transcurría, cargué dos carcajes a mis espaldas, y, arco en
ma- no, me dirigí a las márgenes del Saryú. Así llegué a aquellas desiertas orillas, a donde me
llevaba el deseo de tirar, sin verla, sobre una bestia al ruido de sus pasos con fiado en mi destreza y
en mi largo habito en los ejercicios del arco Me escondí en las tinieblas siempre con mi arco en la
mano cerca del solitario abrevadero adonde condu cia la sed durante la noche a los cuadrupedos de la
selva
De pronto oi el raído que pro duce un cantaro cuando se llena de agua y que
semejaba el mugido de un elefante Empulgne el arco con una aguda flecha y ciego por el Destino la envíe
rapidamente al punto de donde procedía el ruido En el mismo instante que el dar
do dio en el blanco, oyóse gemir la voz de un hombre: "¡Ah, estoy muerto! ¿Cómo es posible que
haya sido lanzada una flecha a un asoeta como yo?
-Temblando, turbada el alma por el temor de mi falta, arrojé de mis manos las armas. Me
precipité al lugar donde se hallaba el anacoreta, y vi a un infortunado joven dentro del agua, con el
corazón atravesado, y que llevaba la piel de antílope y el djata de los anacoretas. Tenía una profunda
herida en una articulación. Fijó los ojos en mí, no menos infortunado y dijo estas palabras como si
quisiera consu mirn e en el fuego de su ardiente santidad' ¿En que te pude ofender yo chatria
solitario habitan te del bosque para ser blanco de tu flecha en el momento que reco gia agua para mi
padre? Los auto res de mis días, dos viejos, ciegos, desvalidos y sin apoyo de nadie, habitantes de la
selva esperan en estos momentos mi regreso. Has matado con una sola flecha, y de un solo golpe, a
tres personas: mi padre, mi madre y a mí. ¡Vé, inme
diatamente, hijo de Ragú, en busca de mi padre, y cuéntale este fatal suceso para que su maldición no
te abrase, como el fuego devora el bosque seco. ¡ El sendero que ves conduce a la ermita de mi
padre! ¡Vé pronto y aplácale antes que en su cólera no te maldiga! ¡ Pero primero sácame la flecha,
pues su contacto, quema como el fuego abra- sador del rayo y me impide la respiración! ¡Arráncame
el dardo! ¡Que no me sorprenda la muerte en esta actitud!"
-En estos términos me habló el joven a quien yo había atravesado con la flecha. Fuera de mí,
arranquéle con repugnancia, pero con un cuidado igual a mi deseo de conser- varíe la vida, la flecha
que tenía clavada en el pecho. Mas apenas hube sacado el dardo de la herida, cuando el hijo del
anacoreta, lleno de crueles dolores y con la respiración entrecortada, se agitó convulso un instante,
movió horriblemente los ojos y rindió el postrer suspiro.
-Cogí el cántaro y me dirigí a la ermita de su padre. Encontré a los viejos infortunados, ciegos,
sin nadie que les asistiera, semejantes a das pájaros de alas cortadas. ¡Sentados, esperaban a su hijo y
hablaban por él: esperaban la dicha de su presencia, ellos, a quienes yo había herido en su hijo!
-Pero el anacoreta oyó inmediatamente el ruido de mis pasos, y me dirigió la palabra: "¿Por qué
has tardado tanto, hijo mío? ¡ Dame agua.en seguida! Yadjnyadata, amigo mío, te has entretenido
jugando con el agua; tu buena madre y yo estábamos afligidos por tu tardan- za! ¿Por qué no
hablas?"
-Me aproximé dulcemente al viejo, y, sollozando, tembloroso, con la voz balbuciente de terror,
le dije:
"Yo soy un chatria, llamado Dasarata; no soy vuestro hijo: he venido a tu casa porque tengo noticia
de un crimen espantoso. Yo había ido, santo anacoreta, arco en mano, a las márgenes del Sarayú, a
espiar
los venados que la sed conduce a sus aguas, pues mi placer consistía en derribarlos sin verlos. En
aquel momento llegó a mí el ruido de un cántaro, que se llena; dirigí la flecha hacia aquel sitio, y he
herido a tu hijo, creyendo que era un elefante. Después de arrancar de su herida la flecha, ha
exhalado, su último, suspiro y se ha ido al cielo,, no sin deplorar la suerte de vuestras santidades. Por
ignorancia, ¡ venerable anacoreta!, he matado, a tu amado hijo..."
-Quedóse el anacoreta un instante como petrificado al oír estas palabras; pero en cuanto
recobró la lucidez de sus sentidos y la respiración, me dijo: "Si fueras culpable de una mala acción,
no me la habrías confesado tan espontáneamente. ¡Tu mismo, pueblo habría sido castigado y se
hubiera abrasado, con el fuego de mi maldición! Pero como, has muerto por ignorancia, por eso no,
has perecido ya, si no, la raza entera de los ragüidas habría dejado de existir en estos momentos!
-" ¡ Condúceme inmediatamente, cruel, al sitio, donde tu flecha ha muerto a mi hijo; donde has
roto el báculo en que se apoyaba este viejo en su ceguera!"
-Conduje a los viejos, profundamente afligidos, al lugar fúnebre. donde hice tocar al anacoreta
y a su esposa el cuerpo yerto de su hijo. Impotentes para soportar el peso de tan gran dolor, apenas
hubieron puesto la mano sobre el cadáver, exhalaron un grito de dolor y cayeron al suelo junto al
cuepo de su hijo: La madre gemía de un modo conmovedor:
-"¡Yadjnyadata! ¿No era yo para ti mis cara que la vida? ¿Estás enfadado conmigo que no
hablas?"
-Después, el afligido padre, enfermo de dolor, dirigió a su hijo
-lo mismo que si estuviera vivo, y palpando sus miembros yertos- estas palabras:
-"¡Hijo mío!, ¿no reconoces a tu padre ni a tu madre aquí presentes?
¡Levántate! ¡Ven! ¡Coge nuestro cuello con tus brazos! ¿Oiré yo la próxima noche la lectura de los
Vedas, con dulce voz, y con el mismo, deseo que tú, hijo mio, de aprender los dogmas santos?
¿Quién nos traerá del bosque en lo sucesivo las raíces y el fruto silvestre para nosotros, pobres
ciegos, que aguar- daremos muertos de hambre? ¡Vé al mundo de los héroes, que no vuelven nunca
del circulo de las transmigraciones! ¡Vé, hijo mio; ve, seguido de mi pensamiento, a esos mundos
eternos, adonde van los que velan por la seguridad de los pueblos, y aquéllos cuya palabra es la voz
de la verdad!"
En cuanto el infortunado solita- rio, exhaló con su esposa estos lamentos, fuese a celebrar la
ceremonia del agua en honor de su hijo.
-Mas, en tanto que yo me mantenía delante del anacoreta, con las manos cruzadas, el santo
penitente me dirigió este discurso: "¿Cómo es posible que seas nacido, hombre vil y presuntuoso, de
la raza de los iksvákidas? ¡No te maldigo, pero escúchame bien!:
-"¡Lo mismo que yo abandonaré por fuerza la existencia, por no poder soportar el dolor que me
produce la muerte de mi hijo, aban donarás tú, al fin de tu carrera, la vida, llamando en vano junto a
ti al tuyo!"
-Bajo el peso de esta maldición volví a la ciudad, y al poco tiempo el risi expiró, ganado por la
violencia de su dolor paterno. Sin duda, la maldición del bramán se éumple ahora, pues el dolor y la
memoria inconsolable de mi hijo precipita el respiro de mi vida.
Mientras que el recuerdo de Rama preocupaba al monarca, tendido, sobre el tapiz del lecho, el
astro de su vida se inclinaba poco a poco al poniente, lo mismo que la luna, a última hora de la
noche, hacia occidente desciende.
Cuando Kaosalya notó el silencio del monarca. poco después de sus
lamentaciones , se dijo desolada:
"¡Duerme!", y procuró no despertarle. Al amanecer, en el momento que el alba ilumina el día, los
poe- tas encargados de despertar oficialmente al rey se distribuyeron alrededor de su cámara.
Cuando, a pesar de todos los esfuerzos vieron que el monarca no despertaba despues de la
salida del sol sus esposas consternadas y tem blorosas ante el muerto rey grita ban: "¡Ay, senor ya no
existes!
Este inmenso clamor de las aflí gidas enviado desde el gineceo, líe go al cielo y resono en la
ciudad, despertando a los ciudadanos. Apenas Vasista, el bienaventurado, hizo evacuar la sala y
hubo, celebrado consejo de ministros, ordenó cuanto exigían las circunstancias. De acuerdo con los
ministros se planteó esta cuestión: "¿Cómo llamar a Barata y Satruña, que se encuentran tiempc ha
en la corte de su abuelo materno?" Los ministros no lpo:lían asistir a los funerales del monarca en
ausencia de sus hijos, y, para obedecer esta ley, guardaron el cuerpo inanimado del soberano.
Vasista mandó llamar inmediatamente a Asoka, Sidarta y Djayanta, y dijo a los tres
mensajeros:
-Tomad caballos ligeros e id inmediatamente a la ciudad, donde se levanta el palacio del rey de
los kekeyanos, y una vez allí, abandonando vuestro aire afligido, hablad 'a Barata como si fuérais
portadores de una orden de su propio padre y decidie Tu madre y todos los ministros se inforinan
sobre el es tado de tu salud y te envían estas palabras Procura venir en seguida una cosa de extrema
importancia reclama allí tu presencia. Una vez allí guardaos bien de decirle, aun- que' fuérais
interrogados acerca del asunto que su hermano Rama esta en el áestierro y que su padre se há ido al
cielo."
Y los mensajeros se pusieron en camino.
Después de siete días de camino, Barata, con el alma contrita ante el aspecto desolado de la
ciudad, dijo al conductor de su carro:
-¡Cochero, la ciudad de Ayodya no se presenta a mí alegre; sus jardines y sus bosquecillos
aparecen marchitcs; su esplendor parece como si no existiera! Y ahora veo repar- tidos por todas
partes símbolos lúgubres: ¿A qué se debe, conductor de mi carro, a qué se debe este temblor qiue
agita ahora mi cuerpo?
El magnánimo joven entró en el palacio de su padre con la cabeza indinada bajo el peso del
triste presentimiento. Y como no vio allí, en la casa del r'ey,, a su padre, Barata se dirigió
inmediatamente a la habitación de su madre. Apeiias Columbró Kekeyi a su hijo, abandonó
precipitadamente su asiento, con la dicha retratada en los ojos.
Barata, triste el alma, contó rápidamente a su madre el viaje y su regreso.
-Dígnate ahora contestar a las preguntas que deseo hacerte -di- jo- ¿Por qué no están los ciuda-
danos alegres como otras veces, sino por el covOtrariO, abatidos? ¿Por qué no he visto en su palacio
a mi padre? ¿Es que su majestad se encuentra en la habitacion de Kaosalya, mi buena madre?
Kekeyi respondió a Barata sin enrojecer, con estas horribles palabras, mezcla de dulzura y
acritud:
-Consamido de dolor por su hijo, el gran monarca, tu padre, te ha legado el reino antes de
marchar al cielo, el cual merecía por sus buenas obras.
En ciaanto Barata oyó a su madre aquellas palabras de sflabas horri- bIes, cayó de súbito al
suelo, como un árbol cercenado por el tronco.
Kekeyi, añadió entonces:
-¡Magnánimo hijo de rey!, quiero que conozcas las últimas palabras de tu padre: "¡Ah, Rama,
hijo mío! -gritó- ¡Ah, Laksmana, hijo mío!", y después de repetir
varias veces esta lamentación, tu padre dejó de existir.
Barata interrogó nuevamente u su madre:
-¿Dónde está ahora Rama? -Y con el semblante consternado, añadió-: ¿Por qué se ha retirado al
bosque? ¿Por qué su mbelia videana y Laksmana han acompañado a Rama a las selvas?
Kekeyi, creyendo decir una cosa agradable, contestó a las preguntas de su hijo en lenguaje
bajo, odioso:
-Cubierto con una valkala, acompañado de la videana y de Laksmana, emprendió el viaje al
bosque por orden de su propio padre. Soy yo quien ha sabido desterrar a las selvas a tu hermano y
rival. Yo he pedido a tu padre el destierro de Rama durante nueve años, seguidos de otros cinco
años, y tu padre desterróle fuera de la ciudad. Así, pues, toma el reino,, y haz que mi trabajo dé su
fruto. Ve en seguida, hijo mío, en busca de los bramanes y de Vasista, su jefe, y en cuanto terminen
los honores fúnebres que deben tributar a tu padre, hazte consagrar en seguida con- forme ordenan
los ritos, soberano de este imperio, que te pertenece.

Invadido por el fuego de su dolor, ante las palabras de Kekeyi, co municándole que su padre
había muerto y que sus hermanos estaban desterrados, respondió a su madre en los siguientes
términos:
-¡Mujer en riesgo de infamia y %n.minal, por tus pensamientos; es- tas abandonada de la virtud
puesto que le has quitado la corona a Rama, que nunca hizo mal a nadie! ¡ Que este mundo y hasta el
otro sean para ti, estériles de felicidad, homicida de tu marido! ¡Vete, pues, a los infiernos, Kekeyi,
maldita de tu esposo!

Transcurrida aquella noche, los poetas de la corte y los bardos oficiales acudieron a despertar a
Ba-
rata y a cantar con voz melodiosa elogios en su honor.
De pronto, Barata, interrumpiendo los ruidosos acordes, gritó a sus despertadores oficiales:
-¡Yo no soy el rey! -Y después dijo a Satruña-: ¡Ya ves, Satruña, qué horrible deshonra arroja
Kekeyi sobre mí, inocente, con esta acción maldita y abominable en todo el universo!
Después de disolver al pueblo, cuando el astro del día apareció en el horizonte, Vasista habló a
Ra- rata:
-¡ Levántate en seguida, Barata! ¡No perdamos tiempo, senor! ¡Deposita al rey de los hombres
en ese ataúd que ves alií, y carga sobre tus espaldas a tu padre, tendido dentro de ese féretro, y
condúcelo inmediatamente lejos de estos lugares.
Rarata depositó al gran rey en el féretro, en.galanó su cuerpo y cubrió con una tela preciosa al
augusto difunto. Colocó una guirnalda de flores sobre los restos de su padre, y perfumóle con
emanaciones de incienso divino. Levantó el féretro, ayudado de Satruña, y desolado, con lágrimas en
los ojos, lo condujo. En medio de su llanto, obedeciendo a una seña de Vasista, los respetuosos
criados tomaron el féretro y lo condujeron con paso menos vacilante.
Los domésticos del rey, conturbada el alma por el dolor, lloraban y precedían el ataúd, llevando
un parasol blanco, una sombrilla blanca, un espantamoscas y un abanico. Delante del monarva iba el
flamígero fuego sagrado, bendecido por los bramanes y Djavali, su jefe. Des- pués venían unos
carros abarrotados de oro y pedrerías para ser distribuidos entre los desvalidos y menesterosos.
Todos los servidores del rey llevaban joyas del mismo género para dism'tn.buirlas generosamente en
los funerales del rey de la tierra. Delante de él marchaban los poetas, los bardos, los panegiristas, que
cantaban con voz dulce los elo
gios discernidos a las buenas acciones del monarca.
Cuando llegaron a las márgenes del Sarayú, a un lugar solitario, construyeron una pira con
maderas de áloe y sándalo. Un grupo de amigos, con los 2jos empañados de lágrimas, levanto el
cuer'po yerto del monarca y lo colocó sobre la pira, y Barata aplicó con su mano el fuego. De pronto,
la llama se encendió, se hizo lenguas flamígeras y consumió el cuerpo del monarca, que estaba
encima del montón de leña.
El augusto Barata volvió a la mansión paterna y cubrió la tierra con un lecho de hierba,
permaneciendo tendido, lánguido y triste, durante diez días, pensando continuamente en la muerte de
su padre.
Al décimo día, ya purificado, ofreció a los inanes de su padre oblaciones fúnebres hasta el
duodécimo y treceno día. Inmediatamente después que expiró el treceno día, los ministros se
reunieron y hablaron así a Barata:
-El monarca, nuestro señor, se encuentra en el. cielo, después de desterrar a Rama, su mamado,
hijo, y a, Laksmana. ¡Hijo del rey, sube al trono, que por derecho te pertenece; reina sobre nosotros,
antes que el reino, falto de dueiio, caiga en la tristeza y el infortunio!
A estas palabras, que se referían a la consagración, Barata dijo, en signo de buen augurio, a los
ministros del difunto rey
En mi familia, desde Manu, el trono ha pertenecido siempre, legití mamente al hermano mayor
Rama el hombre que mejor conoce los de beres de los reyes Rarna, el de los ojos de loto merece,
como pnmo génito y por sus hermosas cualidades ser el monarca. No debéis escojer otro que no sea
él; Rama será nuestro soberano. Reunid inmediatamente un gran ejército dividido en cuatro cuerpos,
y yo mismo iré al frente de él a buscar a mi hermano, el virtuoso descendiente de Ragú.
Poco tiempo, después los genera]es vimeron a anunciar que el ejército, estaba ya dispueeto, con
los hombres de guerra, los carruajes tirados por torostm y sus admirables carros ligeros. El hermoso y
joven príncipe, movido, por el deseo de ver a Rama, se puso en camino, sobre urt carro, soberbio,,
conducido, por caballos blancos. Delante de él avan- zaban los principales ministros, en carros
parecidos al del sol y arrastrados por corceles ligeros. Dos mil elefantes equipados según todas las
reglas, seguían a Barata en su marcha; a Barata, que era la delicia de la raza del gran Iksvaku.
Sesenta mil carros de guerra, abarrotados de arqueros y proyectiles, seguían en su marcha a Barata,
el hijo del rey todopoderoso. Cien mil caballos, con sus correspondientes jinetes, seguían en su
marcha a Barata, al hijo del rey y descendiente ilustre del antiguo Ragú.
El rey de los nisadas, ante la presencia de este numeroso ejército, llegó cerca del Ganges,
acampo en las márgenes del rio, y dijo estas palabras a todos sus parientes:
-¡He ahí un gran ejército que apa- rece por todos lados: es tan inmenso el espacio que ocupa,
que se ex- tiende hasta donde no alcanza la vista! Es, indudablemente, el ejército de los iksvákidas,
pues percibo desde aquí, en uno de los carros, una bandera con su símbolo, un ébano de las
montañas. ¿Es que Barata va de caza? ¿Necesita quizá elefantes? ¿O viene a destruirnos? ¡Ay, en su
deseo de asegurar la corona, indudablemente, corre con sus ministros a irunolar a Rama, a mquien su
padre Dasarata desterró a las selvas! Rama, el dasarátida, es mmi dueño, mi pariente, mi amigo, mi
guru, y he venido aquí, hacia el río Ganges, para defenderle.
El r'ey Gua se reunió con sus ministros, los cuales sabían dar buenos consejos. Gua tomó
algunos presentes: pescados, carne, licores es-
pirituosos, y salió al encuentro, de Barata.
Presentóse ante él, e, incliándose, le dijo:
-Este lagar está desprovisto, por decirlo así, de casas y de lo más necesario; pero no lejos de
aquí tienes la vivienda de tu esclavo; dígnate habitar esa casa, que es la tuya, puesto que es la de tu
servidor. ¿Vienes acaso como enemigo a atacar a Rama, el de los brazos infatigables? La presencia
de tu temible ejército suscita en mí este temor.
Barata, puro igual que el cielo, contestó con voz suave a Gua:
-¡Nunca podría hacer tal cosa! ¡Lejos de mí esa infamia! ¡Voy a sacar de las selvas, donde
habita, a ese digno vástago de Kakutsta: éste es mi úrico, pensamiento,, mis palabras son verdad!
Radiante de placer por las palabras de Barata, el rey de los nisadas respondió en estos términos
al autor de sU dicha:
-¡Feliz tú! ¡No veo en toda la faz de la tierra un hombre semejante a ti, tú que quieres
abandonar un imperio venido a tus manos sin esfuerzo alguno!
Pasada aquella noche, Barata, el magnánimo, levantóse al salir el alba, y dijo a Satruña:
-¡Levántate, que viene el día! Trae ante mí a Gua, que reina en la ciudad de Cringavera. Él,
héroe, facilitará el paso del Ganges al ejército.
Gua, cruzando las manos, vino ante Barata y se expresó en los términos siguientes:
-¿Has pasado bien la noche en la orilla del Ganges, noble hijo de Kakutsta? ¿Estás bien de
salud; y lo mismo tu ejército?
El inconsolable hijo de Kekeyi, con aire afligido y conmovido por su efusivo deseo, res'pondió:
-¡Rey, nos confundes con tantos honores; pero sabe que nuestra no che no ha sido buena...! Sin
embargo. haz que tus criados nos ayií
den a atravesar el Ganges en numerosos barcos.
En cuanto Gua oyó las palabras de su señor, salió precipitadamente en dirección a la ciudad, y
dijo:
- ¡ Despertaos, caros parientes! ¡Despertaos, que la felicidad desciende sobre vosotros! ¡
Prevenid, aparejad los navíos! Voy a trasladar el ejército al otro lado del Ganges.
Gua mandó traer en seguida un esquife magnífico, cubierto con un dosel color pálido amarillo,,
y sobre el cual resonaban alegres conciertos y ondeaba una bandera con la enseña de los
bienaventurados svastikas.
En este navío embarcaron Barata, Satruña, Kaosalya, Sumitra, y las demás esposas del difunto
rey.
Los barcos atracaban en la orilla opuesta, donde desembarcaban las tropas, y volvían a la
margen interior, y allí los parientes y los criados de Gua instalaban a otros pasajeros. Los cornacas,
sentados sobre los elefantes, conducían hacia el Ganges a los enormes cuadrúpedos, llevando la
enseña desplegada: parecían, durante la travesía, montañas flotantes sobre cuya cima ondeara una
bandera.

Cuando Barata hubo atravesado el Ganges con su infantería y las tropas montadas, dijo estas
palabras a Gua:
-¿Qué camino debemos tomar para dirigirnos a la ermita del hijo de Ragú?
Gua, que conocía bien el sitio do,nde se hallaba el piadoso ragüida, respondió a Barata:
-Desde aquí, noble hijo de Kakutsta. dirígete derechamente a la gran selva confluente, donde se
encuentran multitud de especies de pájaros. Detente allí, príncipe augusto, y cruza en seguida la
ermita de Baradvadja, que se halla al levante de esta selva, a un krosa de distancia.
En cuanto el ilustre príncipe percibiCí la ermita de Baradvadja, man-
dó al ejército que se detuviera, y avanzó con sus ministros. Él marchaba a pie, detrás del gran
sacerdote del palacio, sin armas, sin escolta y vestido con un doble hábito de lino.
Llegó al umbral de esta ermita, detrás del gran sacerdote, y Barata vio al anacoreta en una
majestad suprema, en el claroscuro de un esplendor resplandeciente. El digno hijo de Ragú
suspendió, ante el aspecto del santo,, la marcha de los ministros, y entró solo en el puroíta. En cuanto
el ermitaño de las angustiosas maceraciones distinguió a Vasista, se levantó precipitadamente de su
asiento.
-¡ Permíteme que te ofrezca
-dijo el solitario al hijo de Kekeyi- los refrigerios que el huésped debe a su huésped! ¡Mas también
quiero ofrecer a ese ejército que te sigue un banquete! Será para mí una dicha pensar, noble príncipe,
que has sido bien acogido por mí.
Entró en la capilla del fuego sagrado, bebió agua, se purificó, y como precisaba todo cuanto
requiere la hospitalidad, llamó a Visvakarma.
-Quiero obsequiar con un banquete a mis huéspedes -dijo al celeste obrero-. ¡Que sirvan sin
dilaciones el festín! ¡Haz correr y converger aquí todos los ríos, ora se dirijan a oriente, ora a
occidente! ¡Que el caudal de unos sea de ron y de aguardiente; que viertan otros una onda fresca,
dulce, de gusto, igual al zumo de la caña de azúcar! ¡Que la luna rae proporcione los alimentos más
sabrosos, todas las cosas que se saborean, que se comen, que se beben, que se chupan, en número
infinito y en gran variedad; todo género de carnes y de brebajes, de ramilletes y guirnaldas, y que
haga correr de mis árboles la miel y todo género de licores espirituosos!
En tanto que el ermitaño, con sus manos juntas y la faz vuelta a levante, ocupaba aún su alma
en la contemplación, las divinidades líe-
garon a su ermita, familia por familia.
La tierra se acható por todos sus lados en un circuito de cinco yodjanas y se pobló de césped
nuevo,, que semejaba un pavimento de lapislázuli de fondo azul. Había pa- seos espléndidos,
cuadrados, entre

cuatro edificios, y caballerizas para los corceles, establos para los elefantes, numerosas arcadas,
multitud de grandes casas, muchos palacios y un castillo real, con un majestuoso pórtico que lo
adornaba, rodeado de agua de sector, tapizado de fi'» res blancas y semejante a grupos de plateadas
nubes.
Cuando se hubo despedido del gran santo, el héroe de largos brazos, hijo de Kekeyi, entró en
aquella morada centelleante, resplandeciente de pedrerías. En el mismo punto que sem oyó la voz de
Baradvadja, afluyeron mante su huésped, adornadas con sus divinos aderezos, los coros de apsaras,
numerosos en- jambres enviados por el dios de las riquezas, mujeres celestes en nú- mero de veinte
mil, esplendorosas como el oro y flexibles como lastm fibras del loto. Solicitado por una de ellas,
todo hombre se convertía sú- hitamente en enamorado.
Treinta mil mujeres más de los bosques de Nandana concurrieron a aquel lugar.
-¡Vamos -dijeron las mujeres- todo está arreglado! ¡Bebamos a nuestro plaoer leche y sura
mezclada con el agua o sura pura! ¡Tú, que mostrabas deseos de comer, sabo rea las más exquisitas
carnes!
Ahítos de todo cuanto puede desearse, adornados, emibellecidos con sándalo rojo, bermejo,
enajenados hasta el encantamiento por los en- jambres de apsaras, las gentes del ejército
pronunciaban clamorosas estas palabras:
-¡No queremos volver a Ayod- ya! ¡No queremos ir a la selva de Danidaka! ¡Adiós, Barata!
¡Que Rama obre corno quiera!
Así hablaban los infantes, ios caballeros, los asistentes, los guerreros de carro o de elefante.
Oíase por doquiera a millares de hombres exclamar dichosos:
-¡Estamos en el paraíso!
Mientras que los soldados se divertían en la deliciosa ermita del anacoreta, lo mismo que los
inmortales en los sotos del Nandana, transcurrió la noche. De pronto, los ríos, las gandaa'as y las
ninfas celestes se despidieron de Baradvadja y se ausentaron lo mismo que vinieron.
Cuando hubo transcurrido aquella noche y la siguiente, Barata fuese a buscar a Baradvadja en
momento oportuno; rnclinóse ante el hospitalaño anacoreta, y le dijo:
-Vengo a decir'te adiós, despídete de mí, si ello te place, santo anacoreta. Quiero ir cerca de mi
hermano; dígnate mirarme con benevolencia y serme propicio. Y dime, ¡oh, tú, venado en la ciencia
de la justicia!, ¿que- camino conduce a la ermita del magnánimo observador del deber?
El santo sabio repuso a las preguntas de Barata:
-A tres yodjanas, más una mitad y media, se eleva, amigo Barata, en la selva solitaria, el monte
Chitrakuta, lleno de grutas silenciosas y de rumcrosas cascadas. El lado septentrional del monte lo
bañan las aguas del Mandakini, de oñílas cubiertas de árboles floridos y pobladas de diversos
pájaros. Entre esta ribera y la montaña encontrarás, res- guardada por ambas, una choza con el techo
de follaje. Allí según mis noticias, habita Rama con Sita, su esposa, una alegre ermita, construida en
ese lugar solitario por sus propias manos, ayudado de su hermano LaksmanL
Después de andar un largo trecho de camino con sus infatigables corceles, tmel inteligente
Barata dijo a Satruña, dócil ejecutor de sus órdenes:
-Estos lugares se parecen perfectamente a los que me han des-
crito. Ese río, es el Mandaki; aquella montaña la de Chitrakuta. ¡Que se detengan los guerreros! ¡Que
registren esta selva!
Los guerreros obedecieron inmediatamente, y llevando en la mano los venablos, entraron en la
selva, donde, al poco, percibieron una bumareda. El gran ejército se detuvo entonces, contemplando
el humo que se elevaba ante él, por encima del bosque, y la esperanza y el deseo de reunirse al poco
con Rama, el bien amado, aumentó la alegría de todos los corazones.
En cuanto hubo permanecido un largo espacio de tiempo allí, como el más noble amigo de
aquella montaña, ya distrayendo con cosas amables a su cara videana, ya absorto en la
contemplación de su pensamiento, el dasarátida, semejante a un inmortal, mostró a su esposa las
maravillas del monte Chitrakuta, lo mismo que e¡ dios que ilumina las ciudades mostrara el cuadro a
su compañera, la divina Sachi.
-Desde el día que vi esta montaña, Sita, ni la pérdida de la corona, en el momento que ya era
dueño de ella, ni este destierro, lejos de mis amigos, atormenta mi alma. ¡Mira qué variedades de
pájaros pueblan la montaña. adornada de altas cuestas, ricas en metales y tan altas como el cielo
por decirlo así! Si es preciso que yo habite aquí más de un otoño contigo, mujer encantadora, y con
Laksmana, el dolor será impotente para vencer mi ánimo, pues esta admirable meseta, poblada por
infinitas variedades de pájaros, rica en toda diversidad de frutos y flores, coima plenamente. noble
seño,ra, mis deseos.

Después, el rey Kosala condujo a la hija dcl rey de los videanos ante la montaña y le hizo,
admirar el Mandakini, cl río, suave, surcado por grullas y cisnes, y cuyas orillas cubría la sombra de
mil especies cíe árboles, ura de flores. ura de frutos,
nacidos en sus riberas y surcado de admirables islas y resplandeciente por todas partes como el
estanque de Kuvera, almáciga y plantel de nelumbos celestes. En cuantotm Rama hubo mostrado a la
hija del rey Djanaka las maravillas del monte Chitrakuta y del rio campo placentero de lotos fuese
hacia otro lado
Laksmana salio a su encuentro con celendad y mostro a su amado hermano diversos traba]os
ejecuta dos por el durante su ausencia Ha bia muerto con sus flechas cente lleantes diez gacelas
negr'as, inma culadas. El hermano del sumitrida mostróse satisfecho de aquel trabajo, y volviéndose
hacia Sita, diole esta orden:
-¡Sírvenos de comer!
La noble dama comenzó por arrojar alimento en loor a todos los seres, y después ofreció a los
dos hermanos miel y carne condimentada.
-Noble hijo de Sumitra -le dijo tranquilamente su hermano-, oigo resonar la tierra de manera
profunda: averigua cuál puede ser la causa del ruido.
Laksmana subió en seguida a un árbol florido, y observó de uno y otro lado el espacio. Paseó
su vista. por la región oriental, volvióse hacia el lado norte y fijando atentamente su mirada, vio un
gran ejército del que se destacaban multitud de caballos, de elefantes, de carros, cuyos flancos
protegía la vigilante infantería. El tigre de los hombres, Laksmana, que abatía y derribaba a los
héroes enemigos, fue a decir a su hermano:
-¡Es un ejército en marcha! -y añadió-: ¡Da tregua al placer, noble hijo de Ragú; haz entrar en
una caverna a Sita; ata la cuerda de dos sólidos arcos y cúbrete con la coraza!
En cuanto Raina supo que se trataba de un ejército, con elefantes v jinetes. preguntó al hijo de
Sumitra:
-¿De quién crees tú que puede ser ese ejército? ¿Es quizás un monacca o el hijo de un rey que
viene a cazar a esta selva?
Laksmana, llameante de cólera, como fuego impaciente por que- marlo todo, respondió a Rama
estas palabras:
-Seguramente es tu rival, el hijo de Kekeyi, ese Barata, que se ha hecho ya consagrar y que
viene a inmolarnos en el paroxismo de su ambición. ¡ Prepárate, pues, hombre impecable! Yo no
creo que sea enmen el dar muerte a Barata. ¡Muerto él, pueeles dar leyes a la tierra! ¡Que la
ambiciosa Kekeyi contemple, atormentada de dolor, muerto a su hijo por mi propio brazo en la
batalla, oomo un árbol cercenado, por elefante.
Rama, tranquilo, trató de calmar la iracundia y el dolor de Laksmana, y repuso al hijo de
Sumitra:
-¿Qué acción odiosa cometió contigo Barata? ¿Has recibido ofensa de él para querer matarle?
¡Guárdate de dirigir a Barata palabra vio,- lenta u hostil, pues la consideraría como Qfensa propia!
Estastm palabras del hermano afee- to al deber, fiel a la verdad, hicieron renacer el pudor, por
decirlo así, en Laksmana. Confuso, apenas oyó a su hermano, balbuceé:
-Es verdad, Barata, tu hermano sólo viene aquí a vernos.
El ejército acampó, y el eminente Barata, impaciente por ver a su her- mano, se dirigió a la
ermita, acom- pañado de Satruña.
-He aquí que, según creo, nos encotitramos en el lugar designado por Baradvadja. Esa
humareda que sube hacia el cielo y se mezcla con él proviene de la choza de Rama. Es el humo del
frego sagrado que los penitentes desean mantener encendido indefinidamente en medio de las selvas.
Hoy verán mis ojos al digno vástago de Kakutsta, el que tiene el aspecto de un gran santo
y cumple en este bosque las órdenes de mi padre.
En sitio que miraba entre el septentrión y el oriente, Barata distinguió dentro de la casa de
Rama un altar puro, donde brillaban las lía- mas del fuego sagrado. Luego vio al reverendo solitario,
sentado dentro de su barraca de follaje, a Rama, el de espaldas de león, que, fiel al deber, iba vestido
humildemente de corteza y llevaba los cabellos a la manera de los anacoretas.
Invadido por el dolor y la pena ante el aspecto del noble ermitaño, que descansaba sentado
entre su esposa y Laksmana, el afortunado Barata, el virtuoso hijo de la injusta Kekeyi, se precipitó
en los brazos de su hermano. Con voz sofocada por las lágrimas balbuceé estas palabras:
-¡Por causa mía, mí hermano, acostumbrado a todos los plaoeres de la vida, se encuentra en
este infortunio! ¡Bárbaro, vergüenza eterna de la vida, maldito por el universo sea yo!
Gimiendo cerca de Rama, con el semblante de loto inundado de sudor, el desgraciado Batata
cayó a los pies de su hermano. El mayor de los ragúidas estampó un beso en la frente de Barata, le
estrechó en sus brazos, sentóle encima de su muslo y le preguntó con gran interes:
-¿Dónde está tu padre, amigo mío, que has venido a las selvas, ya que sin él no podrías haber
venido, puesto que vive aún? ¿Está bien de salud el rey Dasarata, fiel observador de la verdad? ¿Es
feliz Kao salya con su ilustre compañero Sumitra? ¿Es también dichosa Kekeyi, la reina augusta?
Barata, el alma turbada, poseído de profunda aflicción, dio á conocer al piadoso Rama la
muerte del rey su padre en estos términos:
-¡Noble príncipe, el gran monarca ha abandonado su imperio y se encuentra en el cielo,,
abrumado
por el dolor que le produjera el reprobable acto de desterrar a su hijo! ¡Siguiéndole siempre tu
recuerdo, profundamente conmovido por tu vida, no pudiendo separar de ti su alma, abandonado por
ti, abrumado por la pena de tu destierro, a causa tuya, tu padre ha descendido a la tunaba!
-Dígnate concederme esta gracia a mí, tu servidor ¡Hazte consagrar en el trono de tus padres,
como Indra en el trono del cielo,! Todas las nersonas que ves, y mis nobles nsadres, las viudas del
rey difunto, han venido a buscarte: ¡concédeles también el mismo favor!
Rama, después de abrazar en su dolor al príncipe, adelanté la mano, suspiró levemente, y dijo a
su hermano:
-Cuando mi padre y mi madre me dijeron: ¡Vete a las selvas!, ¿cómo iba yo a proieder de otra
manera? Tu destino es ceñir en tu frente la diadema de Ayodya, honrada en todo el universo; el mío
es habitar la selva de Dandaka, como ermitaño, vestido con un valkala. Confinado durante catorce
años en la selva de Danaka, quiero gustar aquí mi desimguio, conforme lo señaló mi magnánimo
padre.
Barata contestó a Rama:
-¿Desertando del deber, puede ser nunca mi conducta la de un rey? Es una ley imperecedera, ¡
noble príncipe!, que ha sul:sistido siempre entre nosotros. Tal es: "En tanto que el hermano mayor
viva, el hermano segundo no tiene derecho a la corona. ¡Ve, digno hijo de Ragú, ve a la deliciosa
Ayodya. llena de afortunados liabitantes, y hazte consagrar!
En cuanto oyó de los labios de Barata estas palabras, Rama extendió los brazos y cayó al suelo,
como un árbol de cima florida abatido por el hacha en medio de la selva. Al recobrar el
conocimiento, con los ojos bañados de lágilmas, puesto el pensamiento en su difunto padre, dijo:
-Aun al terminar el plazo de mi destierro en el bosque tendré luer,za para volver a esa Ayodya,
privada de su jefe, viuda del mejor de los reyes y turbada en la paz de su es- píritu. ¿Quién
pronunciará a mi oído aquellas palabras, tan dulces con que al regreso de paises extran]eros me
consolaba mi padre?
En cuanto hubo hablado así a Barata, el noble anacoreta se apro ximó a Sita, y prosiguió:
-Tu suegro ha muerto; Barata me acaba de comunicar la desgracia; el señor de la tierra nos ha
abandonado para ir a habitar el cielo.
Al conocer la noticia de la muerte de su suegro, el reverenciado en todos los mundos, la hija del
rey Djanaka no veía con sus ojos, ¡tanto se le llenaron de lágrimas!
Después, acompañado de los ministros y de los jefes del ejército, Ba- rata se acercó al piadoso
ragúida, y como era versado en la ciencia del deber, sentóse en sitio, inferior, con los hombres más
sabios en la ciencia del deber.
Y el justo Batata dirigió al noble solitario, que se había entregado a sus reflexiones, este hábil
discurso:
-¡Oh, tú, que conoces el deber, gobierna en paz y con tus amigos, en virtud de tu deber mismo,
este reino sin espinas de tus abuelos! ¡Que todos, y lo mismo los sacerdotes de palacio que Vasista y
los bramanes cono:odores de las fórmulas, te den la unción real ahora mismo! ¡Consagrado por
nosotros, como Indra por los marutas, cuando hubo conquistado rápidarnente los mundos, vé a
Ayodya a ejercer el imperio! ¡Vé, y reina sobre nos- otros!
Los sacerdotes, los poetas, los bardos, los vates, los panegiristas oficiales, las madres de voz
flébil por las lágrimas, que amaban al hijo de Ka,osalya con igual ternura, aplaudieron el discurso de
Barata, y prosternados delante de Rama.
suplicaron todos juntos al noble anacoreta que se dignase aceptar.
Cuando Barata terruinó de hablar, prosiguiendo firm'e en el camino del deber, respondióle:
-Recuerda tu firmeza y no te entregues al dolor. Vé, toro de los nombres, vé prontanaente a
habitar la bella metrópoli, y obedece en todo lo dispuesto por mi. padre. Por mi parte, yo cumpliré su
voluntad en el lugar prescrito por aquel monarca de obras santas. Seria ira- propio de mí faltar a sus
órdenes, héroe que sojuzgas a los enemigos. Su palabra debe ser obedecida por ti mismo, pues él es
nuestro pariente, más aún, nuestro padre.
Barata opuso al instante estas palabras a mías reflexiones de Rama:
-¡Posees un almma semejante a la de los Inmortales! ¡Eres mag- nánimo y fiel a tu alianza con
la verdad! ¡Pero yo, hearnano, prudente, separado de ti y privado de mi padre, no podré vivir,
vencido por la pena, lo mismo que el gamo he4do por envenenada flecha! Te ruego, pues, que obres
de manera que no deje mi vida en esta selva desierta, donde be visto, oon el al- ma desolada, habitar
tan noble prín cipe con su esposa y Laksmana:
¡Sálvame, pues, y toma en tu mano el cetro de la tierra!
Mientras que, tristemente, la cabeza prosternada, Barata suplicaba así a Rama, el seilor de la
tierra, con gran energía proseguía firme a su propósito de no volver al reino; pero, en cambio, su
fidelidad no le permitía apartar un momento el pensamiento del mandato de su padre. La ad,,nirable
constaccia del digno hijo de Ragú, llevó a los Co- razones al propio tiempo la tristeza y la alegría:
-¡No vuelve a Ayodya!, -gri- taban, y el pueblo decía esto con dolor, pero al mismo tiempo
experimentaba placer al conternplar aquella firmeza en cumplir la palabra dada a su padre.
Afligido Barata al no poder obtener lo que deseaba, juntó nuevaneente las manos y tocó con la
cabeea los pies de Rama, y con la garganta apretada de sollozos, cayó en tierra. En cuanto Rama vio
a Barata en aquella actitud, retrocedió inmediatamente con los ojos empañados por un ligero velo de
lágrimas. Sin embargo, Barata le tocó los pies, y llorando, afligido por un innienso dolor, cayó en
tierra como árbol en el ribazo de un río. No había en aquel momento un solo hombre que no llorara,
ganado por la melancolía, lo mismo los profesores que los guerreros, los mercaderes, los institutores
y que el gran sacerdote de palacio. ¡Las lianas, las enredaderas, llonban vert4endo mun chaparrón de
flores!; ¡cómo no habían de llorar de amor los hombres, cuya alma es sensible a las penas de la
humanidad!
R a m a, vivamente conmovido, atrajo hacia sí a Barata en un abrazo de amor, y dijo estas
palabras a su hermano, que tenía los ojos bañados de lágrimas a causa del dolor:
-¡Amigo mío, es demasiado! ¡Contén las lágrimas! ¡Mira cómo nos atorneenta a todos el dolor!
¡Parte; vuelve a Ayodya!
Dijo, y Barata trató de enjugar las lágrimas que humedecían su cara.
-¡Bendíceme con tu gracia primero! -exclamó Barata- No olvides, ¡oh, tú que conoces el
deber!; no olvides que acepto; pero con esta cláusula o condición, que harás tuya, sin duda, y que
consiste en pronunciar estas palabras: "Toma a título de depósito la corona imper¡a¡ de lksvaku."
-¡Sí! -respondió su hermano, en quien la decisión del joven por volver a su ciudad, aumentaba
la alegría, y al cual consolaba con dulces palabras.
En aquel momento llegaron el sabio Sarabanga y sus discípulos con un presente que consistía
en unos
zapatos tejidos de hierbas kusas. Vasista, a quien rodeaba la multitud, orador hábil dijo entonces:
-Mete tus pies primero dentro de estos zapatos, noble Rama, y retíralos inmediatamente, pues
quiero solucionar aquí los asuntos a gusto de todo el mundo.
El inteligente Rama, el hombre de vasto esplendor, pusose los dos zapatos; quitóselos y se los
dio al magnánimo Barata. El augusto hijo de Kekeyi, firme en sus votos, recibió él mismo con
alegría este par de zapátos, y describió al- rededor del piadoso raguida un respetuoso pradúsina,
colocando los dos zapatos en su cabeza, elevada como la de un gigantesco elefante.

Después que Barata hubo coloca- do los zapatos sobre su cabeza, radiante de alegría, montó
con Satruña en el carro que los había conducido. Delante de él marchaban Vasista, Vamadeva,
Javali, firme en sus promesas, y todos los ministros, honrados por la sabiduría y prudencia del
consejo. Al llegar a Ayodya, el hijo de Kekeyi fuese al palacio de su padre, viudo entonces del ladra
de los rnortales, como una caverna viuda del león que la habitó.
Después, Barata se dirigió a to dos los govaras, en estos términos:
-Me voy a vivir a Nandigrama; quiero refugiar allí todo el dolor que me produce la separación
del noble hijo de Ragú. Mi padre, el rey, ya no existe; mí hermano mayor está en el bosque; voy a go
bernar la tierra, hasta que Rama pueda gobernarla por sí mismo.
Serdalo en el carro Barata, cuya alma bebía todas sus inspiraciones en el deber y en el amor
fraternal, llegó pronto a Nandigrama, llevan- do consigo los dos zapatos. Entró con presteza en el
lugar, descendió del carro y dirigió estas palabras a los venerables:
-Mi hermano en persona me ha dado el imperio en depósito y estos
dos lindos zapatos, que salará gobernarlo prudentemente, sabiamente.
Desde aquel día, el infortunado Barata habitó con su ejército en Nandigrama, vistiendo hábito
de anacoreta, llevando los cabellos en diata y el valkala de cortezas. Fiel al amor de su hermano,
conforme con la palabra de Rama, esperaba allí su regreso, curnpliendo su pro- mesa. Después de
consagrar los dos zapatos, el bello y joven mpdncipe mandó traer junto a ellos el espantamoscas y el
abanico, insignias de la realeza. Y cuando hubo dado la unción real a los zapatos de su hermano en
Nandigrama -que se convirtió en la primera ciudad-, siempre que daba órdenes lo hacía en nombre
de los zapatos de su hermano.

El hijo de Ragú hallaba en sus reflexiones muchos motivos para trasladar más lejos aún su
habitación en la selvL "Aquí es donde he visto a Barata, a mis reales madres y los habitantes de la
capital. Estos lugares avivan los recuerdos y suscitan incesantemente en mi cora:zón el vivo dolor de
mi afloran- za. Así 1vayámonos más lejos!", se dijo
Trasladose a la ermita del ventu roso Atn inclinose ante este hom bre que había atesorado la
periten cia, y el santo anacoreta por su parte acogió paternalmente al real ermitaño. Al llegar la noche
Rama dijo adiós al solitario que quemaba en aquel momento en el fuego las oblaciones de la mañana.
Entonces Sita, la de los ojos grandes, presentó a los dos hermanos los resplandecientes
carcajes, los arcos y las espadas, cuyo filo segaba enemigos. Rama y Lásmana se ataron los carcajes
a la espalda, to maron los dos arcos en las manos, salieron y avanzaron para proseguir su visita a las
ermitas que aún no conocían.
Cuando la hija del rey Djanaka vio salir a los dos héroes, armados
de los sólidos arccs, dijo a su es- poso con voz flerna y suave:
-No me gusta eso viaje a la selva Dandaka, valeroso Rama. Efr tás en camino de la selva,
acompañado de tu hermano,, con tu arco y tus flechas; cuando encuentres animales errantes entre el
arbolado oquedal, ¿cómo 8&á posible que no les envíes flechas? ¿Es, en efecto, señor, el arco del
chatria, como el bosque, alimento del fuego? En su mano, el arma aumenta, a pesar suyo, su
flamígero ardor. Es preciso que exites por todos los medios la impaciencia, ahora que tienes el arco
en la mano. No hay que desencadenar la muerte ul aun sobre los raksasas sin motivo de hostilidad.
Me- dita, no obstañte, en tu espíritu es- tas palabras con mtu joven hermano, y haz lo que te plazca,
rey de los hombres.
En cuanto Rama hubo oído el discurso pronunciado por la bella videana, princesa de Mitila,
respon dió en estos términos:
-¡Reina, el arma se encuentra en la mano del chatria para impe dir que la opresión no obligus a
quejarie al desgraciado! Pues bien, Sita, ¡eoos anacoretas son desgra- ciados en la selva de Dandaka!
¡Esos hombres, cumplidores de los votos, tan piadosos con todas las criaturas, han venido ellos
mismos a jiripro rar mi socorro! En el bosque donde habitan, haciendo del deber un placer,
alimentándose sólo, de raíces y frutas, no pueden gozar un momento de paz, oprimidos por la ronda
de odiosos raksasas. Obligados du- rante todo el día a visitar los lugares de sus diferentes
penitencias, son dwvorados en medio del bosque por feroces demonios, disformes, que vagan entre
el espesor de la maleza.
Cuando hubieron andado largo tiempo. Rama vio, un cercado circular de ermitas, sobre el cual
habían sido lanzados hábitos de corte:za y gavillas de kusas. Acompañado de Sita y su hermano
entró dentro de aquel recinto, cubierto de lianas
y enredaderas y de árboles variados, donde los anacoretas se apresuraron a ofrecerle los honores de
la hospitalidad. Dentro del cerco afortunado habitó tranquilamente, c& modamente, honrado por
todos aquellos grandes santos. Después, el noble hijo de Ragú visitó uno tras otro a aquellos
magnánimos, y fuese de ermita en ermita para testi ficar a los pies de ellos los home najes de su
presencia: aquí un mes un año; allí, cuatro meses; en otrc lado, cinco o seis.
Mientras que vivía dichoso y sam boreaba así en las ermitas los sencillos placeres, vio
transcurrir dos años felices.
-He aquí que hemos llegado
-dijo un díz- a la ermita del Santo Agastya: entra tú delante, hijo de Sumitra, y anuncia al risi mi
llegada en unión de Sita.
Laksmana obedeció la orden de su hermano; entró en la santa cabaña; se dirigió a un discípulo
de Agastya, y le dijo estas palabras:
-Era un rey llamado Dasarata; su hijo primogénito se llamaba Rama y poseía una fuerza
extraordinaria. Yo me llamo Laksmana; soy el cornpañero fiel, inseparable, hermano segundo de este
resplandeciente héroe y he venido a visitar al santo ermitaño en compañía suya y de su esposa.
Apenas el solitario supo por su discípulo que Rama acababa de llegar en compañía de
Laksmana y de su augusta esposa, exclamó:
¡Qué dicha tan grande! ¡Rama, el de los largos brazos, se halla en mi casa en compañía de su
esposa:
le esperaba en mi corazón!
Y después de besar en la cabeza al piadoso ragilida, díjole respetuo samiente el hombre de la
grande y fervorosa penitencia: "Siéntate." Y después que hubo honrado a su hués- ped de manera
adecuada a las conveniencias y según la etiqueta observada con los Inmortales, el ermitaño Agastva
le dijo estas- palabras-
-¡Rama, hijo mío, estoy encantado de ti! Laksmana, estoy contento de que hayáis venido ambos
y Sita a testificarme vuestros homenajes. Hijo de Ragú, ¿no abruma la fatiga a tu cara videana? Sita
es delicada de cuerpo, y, hasta ahc> ra, no había abandonado sus pía- cenes.
El héroe de Ragú, fuerte como la verdad, juntó las dos manos y respondió al santo con estas mo
destas palabras:
-Soy feliz; el cielo me favorece, puesto que mis buenas cualidades, unidas a las virtudes de mi
esposa y de mi hermano, satisfacen al más eminente de los anacoretas, inspirándole gran alegría. Mas
indícame un lugar de ondas bellas, de sotos numerosos, donde pueda vivir feliz y contento, bajo el
techo de una ermita que yo mismo construiré.
Agastya reflexionó un inatante, y respondióle con las siguientes y muy sabias palabras:
-A dos yodjanas de aquí hay, Rama, un rmcón de tierra llamado Panchavati, lugar afortunado,
de límpidas aguas, abundante en dul- ces frutas y suculentas raíces. Vé allí, y construye una ermita y
habítala en compañía de tu hermano el suinitrida, observando la palabra de tu padre tal y conforme él
te la dijo. Conozco tu historia, joven intachable, gracias a mi poder ad- quirido por la penitencia y no
menos a mis lazos de amistad con Dasarata.

Luego, el gran buitre, que llevaba el nobbre famoso de Djatayu, se acercó al piadoso ragilida,
durante su marcha a Panchavan, y con voz dulce le dijo:
-Sabe, hijo mío, que yo soy el amigo del rey Dasarata, a quien debes la vida.
El noble desterrado, al saber que aquel hombre era amigo de su Padre, le presentó sus respetos,
y con gran modestia le preguntó si gozaba
de próspera salud. E impulsado por la curiosidad, añadió:
tu origen, amigo
mío; dime cuál es tu raza y tu estirpe.
El más eminente de los pájaros, respondió:
-Syem dio a luz una hija con otros hijos varones la hl]a se llamo Vinata y de ella nacieron dos
hilos Garuda y el cochero del sol Aru nL Yo soy hijo de Garuda lo mis mo que mi hermano
pnmogemto Sampatí prudente domador mven cible de sus enemigos Me llamo Djatayu y soy el hijo
menor de Syeni. Yo seré, si quieres, tu fiel compañero, y defenderé a Sita aquí en el bosque, cuando
I,aksm:ana y tú estéis ausentes.
-¡Sea! -dijo el príncipe anacoreta aceptando su ofrecimiento. Después abrazó alegre al rey de
los volátiles pues había oído refenr diferentes' veces la amistad de su padre con Djatayu. Después de
con?iarle la custodia de Sita, la mitilana prosiguió con gran rapidez el cainino de la ermita de
Panchavati. acompañado del pájaro Djatayu, el de la fuerza desmedida.
En cuanto Rama puso el pie en Panchavati, dijo a su hermano Laksmana:
-¡Esta selva es pura, es encantadora, posee mil cualidades! ,¡Hijo de Sumitra, habitaremos aquí
con el pájaro nuestro compañero!
En cuan'to I,aksmana hubo oído las palabras de su hermano, levantó, con sus manos, una choza
muy bo nita que abatían los héroes enemigos. Obrero inteligente, construyó una gran choza de follaje
encantadora, para el noble hered' ero de Ragú.

Mientras la vida deltm piadoso dasarátida se deslizaba feliz en la selva de la penitencia,


transcurrió el otoño y el invierno envió su amada estación. El rey de los buitres se piesentó y dijo las
siguientes palabrasmal noble hijo de Ragú:
-¡Héroe afortunado, el de fuer zas invencibles, el de largos brazos, el del gran arco, vengo a
decirte adiós a ti, el mejor de los hombres! ¡ Vuelvo a mi vivienda!! ¡ Es preciso que Observes
atentamente a todos los seres, nobletm hijo de Ragú! ¡Ten go desos de volver a ver, Rama, terror del
enemigo, a rnis parientes y amigos! En cuanto haya visto a todas aquellas personas a quienes amo, si
tú quieres, volveré, ¡oh, el más grande de los hombres! Te lo, digo en verdad.
Rama y Laksmana, respondieron a estas palabras del monarca de los pájaros:
-Vé, pues, ¡oh, el mejor de los volátiles!; pero a condición de que vuelvas pronto.
En aquel momento, cierta raksar Sa, llamada Surpanaka, hermana de Rayana, el demonio de
diez cabezas, vino a aquellos lugares espontánea mente, y vio allí, semejante a un dios, a Rama, el de
los largos bra zos, el de las espaldas de león, el de los ojos parecidos al pétalo del loto. Al ver a este
príncipe, hernio- so como un inmortal, la raksasa se inflamó dem amor, ella, hada innoble, cruel y
horrorosa, de pensa- miento siempre dispuesto al mal y que no tenía de mujer más que e] nombre.
Inmediatamente tomó la forma adecuada a sus deseos; aproximóse a!ml héroe de largos brazos,
y comenzando por ostentar su calidad de mujer, le dijo con dulce sonrisa es- tas palabras:
-¿Quién eres tú, que bajo la apariencia de un penitente, acompañado de tu esposa, con el arco y
las flechas en la mano, vienes a esta selva inabordable, refugio de los raksaaas?
E' noble hijo de Ragú, con un espíritu recto, relató lo siguiente a la raksasa Surpanaka, en
contestación a sus palabras:
-¡Oh, tú, que encierras todos los rasgos de la belleza! ¿Ouién eees, cuál es tu familia y por qué
motivo
te veo sola, errante, sin miedo aquí en la selva?
Turbada por la embriaguez del amor, la raksasa, repuso:
-Me llamo Surpanaka; soy una raksasa, revisto las formas que quiero, y si me paseo sola por el
bosque es, Rama, porque producco terror a todas las criaturas. Tengo por hermanos al rey de los
raksasas, llamado Ravana; a Vibisana, el alma justa, que repudia las costumbres de los raksasas;
Kumbakarna, el del sueño prolongado y la fuerza inneensa, y dos raksasas, famosos por su valor y
energía, Kara y Dusana. Tu sola presencia, Rama, me ha turbado: ¡árnsene, pues, como, yo te amo!
¿Qué te importa esa SRa? ¡No posee encantos. no es bella, no te iguala en nada; yo, al contrario, soy
la esposa que tú te mereces dotada como tú con los atril>ttos de la belleza! ¡Déjame devorar a esa
mujer sin atractivos ni virtud, y a tu hermano nacido después que tú, pero cuya vida ha terminado ya!
¡Uná vez realizado esto, serás libre y podrás pasearte conmigo por la region de Dandaka,
contemplando las cimas de una montaña y los bosques encantadores!
En cuanto el héroe de largos brazos oyó esse más que horroroso discurso, advirtió con una
mirada a Sita a Laksmana e inmediatamen-
y ,
te, para hurlarse, dijo estas palabras a Surpanaka:
-Estoy unido por el himeneo,. Ya ves a mí esposa querida; una mujer de tu condición no puede
compararse así con una rival. Pero ahí tienes a mi hermano segundo, llamado Laksmana, bello, de
gentil presencia, de carácter amable, heroico y que está aún sin casar. S&á un esposo digno de tu
beldad.
Al ofr estas palabras, la raksasa, que cambiaba de forma según su voluntad, abandonó a Rama,
volvióse a Laksmana, y le dirigió estas palabras:
-¡Ámame, pues, tú que das honor; ámame a mí, que soy la esposa digna de tu hermosura, y
sentiras el placer de pasear conmigo por la brillante selva de Dandaka!
El hiio de Soniltra, hábfl en el arte de hablar, miró fijamente a la raksasa, y respondió en estos
términos a sus palabras:
-¿Es que pori'as servir a un servidor siendo mi esposa? Sabe, alta dama, que estoy sometido a la
voluntad de mi hermano mayor. Tú necesitas, mujer de la más alta perfección, un hombre de mayor
fortuna que yo. Sólo hay un sabio que sea digno de ti, que posee virtudes semejantes a las tuyas; sé
unida a ese noble personaje, mujer de ]os grandes ojos, la más joeen y la segunda de sus esposas.
La perversa hada creyó estúpidamente, verdaderas las palabras de Laksmana, que parecía
adivinar, bajo la metamorfosis de aquella hembra, sus dientes puntiagudos y su vientre abultado,
cuando sólo se trataba de una burla. Mí, corrió por segunda vez hacia el dasarátida, que estaba
sentado al lado de Sita, y pronunció estas palabras:
-¡Estoy enamorada de ti; te quiero a ti mejor que a tu hermano; accede, pues, a ser mi esposo.
¿Qué te importa Sita?
Y miró a la videana, que la contenaplaba dulcemente, con ojos Parecidos a dos brasas
encendidas. Hubiérase dicho que era un gran rneteoro de fuego que rodaba por el cielo contra la
bella estrella Roini. En el instante que Rama vio a la raksasa lanzada como el nudo corredizo de la
muerte, detuvo men su curso a la furia, y dijo encolerizado a Laksama, el héroe de gran fuerza:
-¡Hijo de Sumitra, es preciso no jugar con gentes tan íeroces y malas: mira, amigo mío, qué
poco ha faltado para que mi cara videana no escapara a la muerte! Persigue al instante a esa raksasa
disfume, de grueso vientre, de conducta in
fame y loca hasta el paroxismo. Al oír Lalcsmana estas palabras, empuñó a la perversa hada ante los
propios ojos de Rama, y, tirando de espada, le cortó la nariz y las orejas Mutilada, la feroz
Suapanaka volvió a su estado natural y huyó al interior del bosque, con vuelo rápido lo .mismo que
había venido.
Desfigurada de aquella forma, fuese en busca de su hermano Kara, el de la fuerza terrible, el
cual había invadido la Djanmastana, y cayo en medio de los raksasas, que le rodeaban en aquel
momento, como el polvo cae de los cielos. Al ver a su herimana en el suelo, bañada en sangre con la
nariz y las orejas cortada' 5, Kara, el raksasa, le preguntó con los ojos rojos de cólera:
-¿Quién te ha puesto en ese estado a ti, dotada de fuerza y valor, y que paseas lo mismo que la
muerte'
Surpanaka respondió a las palabras de su hermano con voz que tartamudeaba por las lágriniis:
-Me he encontrado dos jovenes dotados de gran hermosura, de miembros duros y recios, de
fuerza hercúlea de ojos grandes como lo tos; dol'ados de todos los rasgos qu¿ se encuentran en los
reyes. Vestidos con pieles negras y de corteza, semejaban a los reyes de los gandarvas y yo no sé si
son dioses o simplein' ente hombres. Con ellos había una dama joven, de talle gracio so: su belleza
irradiaba como todas sus joyas. ¡Me disponía a devorar en la selva violentamente a esta mujer y a sus
dos compañeros, pero me vi redúcida al estado en que rne ves, lo mismo aue una miserable sin
apoyo... siendo tú mi protector!
Aloír ¿atas palabras, Kara, furio so dio esta Orden a catorce raksasa¿ noctivagos, semejantes a
la muerte:
-Dos hombres armados de flechas vestidos de pieles negras y de cort¿ns han entrado con una
mujer en la espantosa y terrible selva de Dandaka. ¡Marchad, y no vol-
vals sin haber dado muerte a esos dos malvados y a la mujer, pues mi hermana quiere beber su
sangre!
Obedeciendo dócilmente el mandato, los demonios partieron en seguida furiosos, con una lanza
em- puñada v rápidos como nubes per- seguidas por el viento. Tan pronto como Rama hubo,
divisado a los crueles demonios y a la furia, dijo a Laksmana, su hermano, el valiente ragüida:
-Hijo de Sumitra, quedate un instante cerca de mi cara videana, basta que yo derribe en
combate a esos raksasas fereces.
Rama, ya en el campo, con la cue'da de su arco inmenso dispuesta, dirigió a los demonios estas
palabras:
-¡Retiráos de aquí! ¡No os aproximéis si estimáis en algo vuestnL vida! ¡Retiráos, Demonios
noc- turnos!
Furiosos de rabia los catorce demonios, con lanza y los venablos en la mano, respondieron, los
ojos ro- los de cólera:
-¡Tú has provocado la cólera en el corazón de Kara, nuestro magnánimo señor, y vas a dejar
aquí tu vida, inmolada en combate con nos- otros!
Y furiosos los catorce raksasas cayeron sobre Rama, con las armas en alto y la cimitarra
levantada. Pero de pronto, Rama, con catorce flechas, rompió las armas de los ca- torce raksasas, E,
inmediatamente, tomó sereno, otras catorce flechas afiladas: Empulgó diestramente los dardos en el
arco, y tomando como blanco a los raksaaas, lanzó contra ellos las flechas con ruido parecido al
trueno que lanza el rayo.
Los dardos, montados de oro, hen- dían el aire, iluminándole con un resplandor igual a los
meteoros de fuego: Aquellas flechas atravesaron de parte a parte a los demonios. Los dardos
lucientes volvieron por sí mismos al carcaj, después que hubieron castigado a los demonios,
Surpanaka, ante la presencia de
aquellos vengadores, huyó rápidamente, temblorosa, lanzando gritos agudos, hacia la región donde
habitaba su hermano, el de fuerzas poderosas,

Al ver Kara por segunda vez a Surpanaka tendida a sus pies, con voz clara y colérica, dijo:
-Una vez que por complacerte he enviado a mis raksasas, fieros héroes que comen cruda la
carne, ¿por qué vienes todavía aquí a verter lágrimas?
La mala mujer, postrada de dolor, enjugó sus ojos y respondióle en estos términos:
-Los heroicos raksasas que tú enviaste, lanza en mano, los ha consumido Rama sólo con el
fuego de s"s flechas: Arranca tú mismo, demonio nocturno, esta espina que ha surgido en la selva
Dandaka para ruina de los raksasas.
El furioso Kara, excitado en su audacia por su cruel hermana, respondió así:
-Isse Rama, que no es más que un hombre, un ser sin fuerza, no tiene valor para mí, y bien
pronto. derribado por mi brazo, entregará su vida en pago de sus malas acciones. ¡Seca tus lágrimas,
pues! ¡Hoy mismo beberás la sangre caliente de Rama, derribado por esta maza, tendido sin vida
sobre la haz de la tierra!
La cruel oyó gozosa estas palabras, y nepuso:
-¡Vé pronto a dar muerte a ese malvado! ¡Estoy sedienta de beber la sangre de Rama en el
mismo campo de batalla!
En cuanto oyó estas palabras, dijo al general de sus ejércitos, que se llamaba D'usana, y que se
encontraba a su lado:
-Reúne catorce mil raksasas, héroes superiores, feroces, prácticos en crueldades, parecidos por,
su color a lóbregas nubes, provistos de toda clase de armas y que consideren voluptuosidad el
atormentar a la gente.
Furioso de cólera, Kara montó en su carro, arrastrado por vigorosos corceles, pero de
movimientos seguros, que tenía un timón cuajado de perlas y de lapislázuli, donde brillaba en oro el
astro de la noche.

De pronto, una nube densa hizo cieer al demonio, que avanzaba fogoso por el deseo de la
victoria!, entre una lluvia siniestra de agua, piedras y sangre. Sombría nube envolvía su capa negra,
ribeteada de rojo, o sea el color del astro del día, y que semeja por el matiz de su disco a tizón
ardiendo. En el cielo brillaba un color de sangre antes de la hora que anuncia el crepúsculo. Soplaba
un viento fuerte; la cíaridad del sol se olsscurecía, y viose brillar en medio del día la luna, rodeada de
su ejército de estrellas. En aquel momento, deseosos de presenciar el gran combate, acudieron los
risis, y los sidas, y los sioses, y los principales gandarvas, y los ce'lebres coros de apsaras.
En cuanto el demonio de fogosa audacia, Kara, llegó cerca de la choza santa, Rama y su
hermano vieron unas siniestras figuras, y el mayor de los ragüidas, dijo:
-Tenemos en nuestra mano la victoria y el enemigo la derrota, pues mi semblante está sereno.
¡Mira cómo resplandece! Ármate de tu arco, y con las flechas en la mano, toma a Sita y llévala a una
cueva de la montaña, rodeada de árbOm les, de difícil acceso, y que esté al cubierto del enemigo.
Permanece allí, bien provisto de armas, con la princesa videana.
Laksmana tomó el arco y las fle chas, y, acompañado de Sita, fuese a una cueva inaccesible. En
cuanto Laksmana entró en la gruta con Sita, Rama, que ataba en aquel mo mento sólidamente su
coraza, exclamó:
-¡Bien!
Y mirando el kakútstida a todos lados, vio a los batallones de rak-
sasas que venían a combatirle. Empuñó el arco, preparó las flechas, y
aPrEestsespecatocomdbelatiter:rrible hijo de

Ragú produjo estupor en los raksasas que se detuvieron un poco alterádos y quedaron inmo'viles
como una montaña. Kara, poseído de impetuosa bravura se lanzó con su carro contra el v'alerc:so
vástago de Kakutsta lo mismo que Rau hendió el astro que produce la laz. Al ver el ejército raksasa
que Kara entraba en combate aguijoneado por el furor se lanzó tras él en compacta falanje,
produciendo el ruido del trueno, propio de las borr'as:,as y del choque de los grandes ejercitos
Y' encolerizados, los grandes demonios noctivagos arrojaron sobre Rama una lluvia de
proyectiles, que iecibió él impasible, lonusmo que el océano reci e tributo de las flechas Y ya
comenzado el combate e'nvió multitud de dardos de oro' indomables, irresistibles, seme janCes al
lazo de la muerte. Las cahezas del enemigo partidas por los dardos en forma de garfio, caían por
tierra a millares, agitando convulsamente labios y boca. Entonces, el resto del enemigo se nefugió
junto al monarca y su hermano Dusana, rodeándole como un rebaño de elefantes Kara, al ver a sus
batallo nes d'iezmados por las flechas de Rama dijo mal general de sus tropas, guerráo de espantoso
vigor y de corazon ardiente
Héroe reanima el valor de mi ejérci tto!, ¡Caz un nuevo esfuerzo!
Dusana se precapito sobre el vas tago de Kakutsta con el mismo fu ror que lo hiciera en otro
tiempo el demomo Naimichí Igualmente todos los malos genios viendo a Du sana junto a ellos, se
lanzaron también sobre RaMa por segunda vez, provistos de toda suerte de proyectiles El héroe de
largos brazos, lo mismo que si jugara, cortaba diestramente dentro del círculo de los malos ge'nios,
cabezas y brazos.
De pronto, Dusana, el general del ejército, el del pavoroso vigor, tomó encoleriado una maza
horrible, como la cima de una montaña de grande. Annado con esta gran ma- za' el vigoroso Dusana
se lanzó, lo mismo que Trepas, sobre el valeroso Rama, coino antaño se lanzara el demonio Britra
contra el pode- roso Indra. Al ver a Dusana, inflamado de cólera, avanzar impaciente para darle
muerte, el rápido guerrero partió con dos flechas los brazos armados 'y condecorados del fiero
demonio. La terrible maza cayó en el campo de batalla, al propio tiempo que el brazo mutilado,
escapando de la cortada mano, como una bandera de Maendra cae del pináculo del templo. Y Dusana
cayó, igualmente, moribundo, con ambos brazos tajados.
El campo de batalla quedó limpio de combatientes, pues el fuego de las flechas de Rama los
había devorado a todos. En aquella joricacla, Rama dio muerte a catorce mii raksasas, espantosos,
audaces, valientes, y, sin embargo, él era un solo individuo a pie, un hombre solo.
El raksasa Hamado Trisiras, o el damonio de las tres cabezas, habiendo sido autorizado el
combate, alzó ruidosamente su arco y avanzó hacia Rama.
En aquel momento se entabló entre el demonio de las tres cabezas y el valeroso ragüida una
lucha encarnizada. Trasiras envió tres acerados dardos a Rama, el cual exclamó ira- cundo:
-¡He recibido los dardos que me ha disparado el nervio de tu arco; pero ahora permanece firme
delante de mí, site atreves!
E irritado, lanzó al pecho de Trisiras catorce flechas, como serpientes. El guerrero derribó los
corceles con cuatro flechas de lierro; rompió su carro con siete, y dio en tierra con el cochero,
asestándole siete dardos, y despedazó y rasgó con uno solo su bandera enhiesta.
El raksasa requirió rápidamente la espada, y lanzóse con impetuosidad sobre su enemigo; pero
en cuanto Rama vio saltar cerca de su carro diestramente al genio malo, le atravesó el corazón,
hundiéndole diez flechas. Y riendo de cólera el príncipe de los ojos de loto, cortó al monstruo las tres
cabezas con seis acerados dardos.
Al ver Kara derribado en el campo de batalla al héroe Trisiras, su corazón se consumía de
cólera y la fiebre de las batallas se apoderó de su alma. Armó su gran arco y envió a Rama veloces y
rabiosas flechas, que éste rompía inmediata- mente con sus irresistibles dardos de hierro. La bóveda
del cielo estaba inflamada por las agudas flechas que Rama y Kara se enviaran uno al otro, como
cuando el rayo ilummina sus relámpagos.
En aquel momento, con el cuerpo bañado en sangre por los numerosos dardos del raksasa, el
kakútstida brillaba lo mismo que el resplandor de un brasero encendido.
Bendiciendo entonces su gran arco, semejante al del propio Sakra, su excelente mano de
arquero disparó veintiuna flechas. El dominador invencible de sus eneinigos atravesó el 'pecho al
demonio con una flecha, y los brazos con dos, y con cuatro dardos de media luna derribó los cuatro
caballos. Encolerizado, lanzó otros dos para mandar al cochero a la negra estancia de Yama, y
empleó siete, el héroe de extraordinaria fuerza, para romper el arco y los agudos dardos que esgrimia
Kara. El noble hijo de Ragú rompió el yugo con un solo dardo y cortóle en seco; rasgó con cinco
dardos las cinco banderas cuya armadmura semejaba por su forma la oreja del jabalí.
Kara, enardecido de cólera como un trueno horrísono, lanzó su maza repujada de oro, ardiente,
horrible- mente pavorosa, envuelta en llamas, como un gran meteoro de fuego. Los arbolitos, y hasta
los árboles por
cuyo lado pasó esta arma, quedaron reducidos a cenizas. De súbito, el afortunado vas' tago de Ragu',
para destruirla, colocó en su carcaj la flecha del fuego, semejante a una serpiente, y disparóla
resplandeciente cocno la llama. El dardo de Agní, parecido M fuego, detuvo en su vuelo en los aires
a la enorme maza y la hizo revolotear varias veces sobre sí misma. La maza raksasa se precipitó en
tierra, consumida y destrozada con sus ornamentos y brazaletes, como un giobo de fuego encendido.
El demonio noctivago miró en rededor buscando un arma, y, furioso, con el ceño fruncido, vio
no lejos de sí un enorme árbol. El guerrero de inmensa fuerza arrancó aquel gran árbol; corrió; lanzó
un grito, y, apuntando a Rama, lanzóle rápidamente su maza, gritando:
-¡Eres muerto! -Pero su augusto enemigo cortó con un torrente de flechas el frondoso proyectil
en su vuelo.
Al fin, bañado de sudor y exasperado de cólera, traspasó con un millar de flechas, en postrer
combate, al demonio.
Luego, mezclado con el canto de melodiosas voces, oyóse en el seno de la atmósfera un son de
tambores celestes, al propio tiempo que estas exclamaciones: "¡Bien! ¡Bien!" Y una lluvia de flores
cayó sobre el campo de batalla y sobre la frente de Rama.
Poco tiempo después, Rama, alegre, al lado de Laksmana y su esposa, a la \cual había
reconfortado; al lado de Sita, la de los ojos encantadores de gacela, vivía en la ermita feliz recibiendo
los honores que le tributaban todos los otros ermitaños agrupados en rededor suyo.

En cuanto Surpanaka vio a los catorce mil raksasas muertos, a Dusana, Trisiras y Kara tendidos
en tierra, y que aquella hazaña habíala realizado Rama solo, a pie, con su varonil brazo, acudió, llena
de pá
nico a la ciudad de Lanka, fiel a las leyes de Ravana. Encontró a Ravana, azote del mundo, instalado
en su trono de oro, rodeado de su admirable cortejo, con sus diez caras sus veinte brazos, sus ojos
color' de cobre y su enorme pecho; con sus blancos dientes su dilatado semblante su boca siempre
abierta, como la muerte
surpanaka funosa pronuncio este discurso en presencia de los minis tros, y de Ravana, el azote
del mun do
-Entregado sin freno al goce de todos los placeres imaginables, ignoras que ha surgido para ti
un horroroso peligro, en el cual es preciso pensar. Kara ha muerto, ¡Dusana también y tú lo ignoras!
¡Rama solo, a pie. con su varonil brazo, ha destruido catorce millares de raksasas de extraordinario
vigor!
Ravana, colérico, preguntó a Surpanaka:
¿Quién es ese Rama9 ¿De dónde procede Rama? ¿Cuál es su fuerza? ; Cuál es su valor? ¿Por
qué ha penetrado en esta selva, casi inextricable?
Después de estas palabras de Ravana la furia comenzó a contar, llena de co"lera, lo que
realmente sabía de la vida de Rama:
-Tiene un hermano -dijo- de vivo resplandor, vigoroso, virtuoso, sumiso devoto a su hermano
mayor, señalaSo igualmente que él con signos afortunados: se llama Laksmana Una ilustre dama, de
grandes oj¿5 de talle encantador, es la esposS legítima de Rama: se llama Stmita No he visto jamás
sobre la faz de ja tierra mujer tan bella como
- ¡ni las ninfas ni la misma Kiesta, ni Yaksi, ni' Gandarvi, ni las dios'as pueden comparárseles. Sería
la esposa que tú te mereces, genio de gran esplendor, lo mismo que tú el esposo digno de Sita.

El rey de los raksasas examinó minuciosamente el plan de su em presa, y dio esta orden a su
cochero:
-¡Que enganchen nu carro! Y se puso en marcha en seguida en dIrección al Océano, soherano y
señor de los ríos. Pasó la ribera ulterior y en lugar solitario, puro, encantador, vio una ermita, en
medio del bosque. Allí encontró un raksasa llamado Maricha, que llevaba los cabellos cortados en
djata, una piel negra de gacela por vestido, y que vivía en la abstinencia, sin probar alimento.
Aprozimóse al anacoreta y le dijo:
-Maricha, escucha las palabras que van a salir de mi boca, pues estoy afligido y el supremo
refugio de mi aflicción es tu santidad. Tú Conoces el Djanastana. Allí vivían catorce millares de
raksasas, que realizaban espantosas proezas, que obedecían a la voluntad de Kara, que se habían
distinguido multitud de veces por su destreza y acierto en la puntería con la flecha y el venablo. Pues
bien, de pronto estos demonios de inmensa fuerza han venido a las manos con Rama, derrotándolos
éste en toda regla. Si, Rama, ha dado muerte en combate a Kara, a Dusana y a Trisiras; ha devuelto la
seguridad a los santos y la felicidad en todos los lugares de la selva Dandaka. Y este ser lleva, sin
embargo, un vestido de cortezas, y se dice penitente; pero tiene consigo una esposa célebre, deno-
minada Sita, de grandes ojos, joven, bella y encantadora como Sri y como Apadma. Conviértete, por
medio de una metamorfosis, en gacela de pelaje de oro y pintas de plata; vete a la ermita de Rama y
muestrate a los ojos de Sita. Indudablemente que, en cuanto te oirga, saldrá de la choza, y al verte en
forma de gacela, le dirá a su esposo y también e a Laksmana: "¡Coger vivo este
animal encantador!" Entonces ellos sal- drán en persecución tuya, cía ermita quedará indefensa y yo
me llevaré sin dificultad a la bella Sita. Y una vez que la pena debilite el vigor de
Rama, mi alma, en el coirno de la dicha, gustará el placer con toda seguridad.
Maricha, consternado, tembloroso, pálido, turbado por el miedo, al ver a Ravana decidido,
exclamó: "¡Marchemos!", y suspiró multitud de ve ces. Llegaron a la selva Dandaka, y el rey de los
raksasas y Maricha reconocieron bien pronto la ermita del piadoso ragüida.
-¡He ahí la ermita de Rama, allá a lo lejos, rodeada de árboles. Ejecutemos sin tardanza nuestro
plan.
Al oír las palabras de Ravana, Maricha desplegó toda su rapidez, desposeyóse de la forma de
raksasa, y convirtióse en el objeto encantador a todos los seres, en gacela de oro, con motas de plata,
ornada de lotos brillantes como el sol, el lapislázuli y la esmeralda. Cuatro cuernos de oro, cuajados
de perlas, ornaban su hermosa frente. El Demonio, metamorfoseado en gacela, iba y venía delante de
la puerta de Rama.

Sita quedó absorta de admiración en cuanto vio la gacela. La hija del Rey Djanaka, dijo estas
palabras a su esposo:
¿Ves, kakútstida, esa gacela de oro, con los miembros cuajados de pedrería? ¡ Me gustaría,
noble esposo mío, sentarme sobre la rica piel de OTO de esa gacela!
Rama dijo entonces, radiante de alegría, al hijo de Sumitra:
-Ya oyes, Laksmana, el deseo que esa gacela ha hecho nacer en mi videana; es preciso que
permanezcas atento al lado de esta hija de reyes hasta que yo haya derribado con una de mis flechas
a la gacela. ¡No Cte muevas en tanto que yo no vuelva!
Al ver Laksmana aquella gacela, igual en esplendor a la del antflo'pe celeste, sospechando
algo, dijo a su hermano:
-¡No hay ninguna gacela de oro! ¿De dónde procede, pues. esa asocia
ción contra natura de oro y gacela? Reflexiónalo. A mi parecer esa gacela ha sido creada por magia:
es un raksasa oculto bajo la forma de de gacela.
Rama, fascinado por la maravillosa gacela, dirigió estas palabras a Laksmana:
-¡Si la gacela que yo veo ahora, hijo de Sumitra, es creación de la magia, emplearé todos los
medios para matarla, pues es el objeto de todos mis deseos. No te muevas de aquí, mientras yo no
vuelva: los demonios se disfrazan en el bosque con mil ingeniosas formas!
En cuanto el vástago y amor de Ragú hizo estas recomendaciones a Laksmana, corrió hacia la
gacela, decidido a darle muerte. Con el arco ornado y curvado y con dos carcajes sobre las espaldas,
con una espada de puño de oro ceñida al lado, lan- zóse en persecución de la gacela. Tan pronto ésta
aparecía como se perdía o corría asustada; tan pronto se paraba, como desaparecía o volvía a
mostrarse rápidamente. Con este juego alejó al ragüida a bastante distancia de su choza.
Al fin el dasarátida, engañado a cada instante por la gacela, llegó bajo la bóveda umbría de un
lugar tapizado de hierbas nuevas, y se detuvo allí. No lejos de él mostróse nuevamente la gacela.
Decidido a darle muerte, el héroe de inmenso vigor armó su arco con la mejor de sus flechas. De
pronto, Rama estiró la cuerda hasta cerca de la oreja, y apuntando a la gacela, abrió el puño y
abandonó el acerado dardo, que, viejo en el hábito de dar muerte al enemigo, atravesó el corazón de
Maricha. Herido en sus articulacio nes por la incomparable flecha, rebotó a la altura de una palmera
y cayó moribundo. Pero, una vez roto el prestigio, apareció lo que era: un raksasa de largos dientes,
adornado cori todo género de joyas y una guirnalda de flores, con un collar dc tiro y tinos braceletes
admirables. Maricha, nl caer derribado por el
dardo, lanzó un grito espantoso, y pe9sando servir una vez más a su senor, con una inflexión de voz
parecida a la de Rama, exclamó:
-¡Ah, Laksmana! ¡Sálvame! Su pensamiento era éste: "¡Si al oír esta voz, Sita, angustiada por
amor a su marido, puede enviar aquí a Laksmana le sería fácil a Ravana secuestrar a la princesa,
abandonada por aquél!
Inmediatamente que Rama vio al horrible raksasa, descubierto por la muerte, se apresuró a
regresar, con el alma turbada, por el mismo camino que había venido.
Apenas hubo oído Sita el grito de angustia proferido por aquella voz parecida a la de su esposo,
dijo a
Laksmana:
-Vé y cerciórate de lo ocurrido al noble hijo de Ragú, pues el corazón y la vida parece que van
a abandonarme después de ese lastimero grito de Rama, pidiendo socorre en medio del peligro.
A pesar de esto, Laksmana, obediciendo las órdenes de su hermano, no salió. Entonces Sita, la
hija del rey Djanaka, le dijo, encolerizada, estas palabras:
- ¡Tú sólo eres amigo, Laksmana, en apariencia; no eres verdaderamente su amigo, ya que no
corres a socorrer a tu hermano!
Laksmana respondió en estos términos a la videana, que hablaba bañada en lágrimas y poseída
de dolor:
-¡Reina y mujer encantadora, es imposible que Rama perezca en un combate; por tanto, no
puedo dejarte sola en este lugar solitario. Me has sido confiada por el magnánimo Rama, devoto de
la verdad, como un precioso tesoro. No puedo, pues, abandonarte. Los gritos entrecortados que has
oído no son de él... ¡Rama, en caso de peligro, no delaria nunca escapar una palabra indigna de su
valor!
La videana, con los ojos hinchados de cólera, respondió a las razonables palabras de Laksmana
en estos términos:
-¡Ah, vil, crt£el, vergüenza dc tu estirpe, hombre de perversas intenciones, esperas, sin duda, al
hablarme así, que yo seré tu amante!
Laksmana replicó a estas amargas y terribles palabras:
-¡Pues bien, voy a donde se encuentra el kakutstida; que la felicidad no se separe de ti, joven de
rostro encantador! ¡Que las divinidades de este bosque te protejan, señora de ojos encantadores, pues
los presagios que ante mi vista aparecen me inspiran espanto! ¡Que a mi regreso con Rama te
encuentre aquí!

El justo Laksmana, conmovido de espanto, miró por última vez a la mitilana, y, a pesar suyo,
por decirlo así, partió. Entonces, viendo el monstruo de diez cabezas, el monarca de los raksasas,
sola a esta beldad en el solitario lugar, comenzó a agitar su espíritu demente este pensamiento: "¡He
aquí el momento oportuno para abordar a esta mujer de rostro encantador, ahora que ni su esposo ni
Laksmana están cerca de ella!"
Y el demonio de diez cabezas, aprovechando la excepcional ocasión, se presentó ante la
videana, metamorfoseado de bramán mendigo. Se cubrió con una túnica fina y amarilla; se ató los
cabellos en forma de cresta, cogió una sombrilla, cambió su calzado por unas sandalias, se echó un
paquete sobre el lado derecho de la espalda, y completó el disfraz con un jarro de arcilla, que llevaba
en la mano, y un palo.
Atravesado de una flecha de amor, el demonio nocturno, de alma corrompida, recitando las
oraciones del Veda, se dirigió hacia la mitilana, la de grandes ojos, y comenzó a adularla así:
-¿Quién eres tú, mujer de sonrisa ingenua? ¿Hija de los rudras o de los marutas? ¿Naciste de un
Vasu, pues semejas una divinidad, ¡oh, tú!, de talle encantador? ¿Quién
eres, joven beldad, entre las diosas? ¿Eres, eminente dama, una gandarva? ¿Eres una apsara, mujer
de cintura esbelta? Mas aquí no vienen nunca ni los dioses, ni los gandarvas, ni los hombres; este
lugar es el refugio de los raksasas: ¿cómo viniste aquí?
Mientras que el malvado Ravana hablaba, la hija del rey Djanaka se alejaba de él con
desconfianza y miedo. Al fin, la mujer de talle encantador, de formas elegantes, recobró su
confianza, diciéndose: "¡Es un bramán!", y le ofreció los agasajos que merece todo huésped. Des-
pues, acordándose de las preguntas que le formulara antes Ravana, respondióle en estos términos:
-Yo soy la hija del magnánimo Djanaka, rey de Mitila: me llamo Sita, tu servidora; mi marido
es el prudente Rama. Caminamos errantes por la selva. Mi esposo estará pronto aquí, trayéndome los
frutos más hermosos de la selva... Ahora, dime, mientras esperas a mi esposo, cómo te llamas, de qué
familia eres, y cuál es tu raza; pero sin disfrazar la verdad.
Herido por una flecha del amor, el vigoroso demonio respondió a las palabras de Sita:
-Escúchame, y sabrás cuál es mi origen, y quién soy, y en cuanto lo sepas, no te olvides de
hacerme los honores debidos. Me he metamorfoseado así para venir a verte. Yo he derrotado a los
hombres y a los Inmortales y al rey de los Inmortales. Yo soy ése a quien llaman Ravana, el azote de
los mundos; bajo mis órdenes, Kara gobierna aquí el Dandaka. Sé la primera de mis esposas, augusta
mitilana; la primera de todas esas numerosas mujeres; la de más alto rango por su belleza.
La encantadora hija del rey Djanaka respondió indignada al demonio:
-¡Soy fiel a Rama, mi esposo, hijo heroico de rey, de inmenso vigor, glorioso entre todos los
hom-
bres, que ha vencido en sí mismo los órganos de los sentidos, y cuyo semblante se parece al disco
lleno de las noches! ¡Pretender quitar por fuerza su esposa a Rama, es como si quisieras arrancar de
la boca de un león, enemigo y destructor de gacelas, la carne que devora furioso!
Así respondió esta mujer de alma pura al lenguaje impuro del demonio noctivago. Sita
pronunció estas palabras vivamente emocionada y temblorosa, como árbol roto por un elefante. El
monarca de los raksasas abandonó la forma de mendigo y recobró su forma natural. Era gran- de de
cuerpo y brazos, de largo pecho, de dientes de león, de espaldas de toro, abigarrado y de ojos
encendidos. El impuro vagabundo de las noches dijo estas palabras a Sita:
-¡Mujer, si no me quieres por esposo en mi forma natural, emplearé la violencia para someterte
a mi voluntad! ¡No olvides que soy dueño de ti, insensata, y que puedo transformarme a mi placer y
proporcionar a aquel a quien yo quiero los bienes más deseados!
E, impulsado por el amor, osó coger a Sita. Ésta, bañada de lágrimas, encolerizada, le dijo:
-¡Malvado, morirás a manos del magnánimo Rama! ¡Insensato; eres el más vil de los raksasas,
pronto exhalarás el último suspiro, lo mismo que tus parientes!
Las palabras de la bella videana inflamaron de furor al cruel Demonio, y sus diez caras
fulguraron exasperadas como nubes sombrías. Cogió por los cabellos con su mano izquierda a Sita, y
con la derecha agarró por los dos muslos a la princesa de ojos de loto. En cuanto Sita se vio en
brazos del vigoroso demonio, gritó:
-¡Ah, mi amado esposo...! ¿Por qué no me defiendes, héroe? ¡Ah, mi Laksmana!
El robusto demonio lanzóse con ella, a pesar de su resistencia, en
dirección a los cielos, en vuelo rápido, como Garuda condujera a la esposa del rey de las serpientes.
En aquel instante apareció, como por encanto, el carro de Ravana, y el raptor, amenazando a la
videana con voz fuerte y palabras brutales, apretóla contra su seno y colocóla en el vehículo.
En aquel momento dormía en la meseta de una montaña, en la selva, bajo el sol ardiente, el
monarca de los pájaros, Djatayu, el esplendoroso, el valeroso, el de fuerza extraordinaria. El rey ede
los pájaros oyó el ruido de un carro, que rodaba con estrépito de tempestad. Miró al cielo, observó
todos los puntos car- dinales del espacio y vio a Sita, la djanákida, lanzando gritos. El rey de los
pájaros lanzóse a los aires con rápido vuelo. Una vez allí, el poderoso volátil, enardecido de c& lera,
colocóse delante del raksasa, y contempló la ruta de su carro:
-¡Demonio de diez cabezas -di jo- yo soy el rey de los buitres, y me llamo Djatayu! ¡Soy un
pájaro viejo, endeble por la edad; pero vas a conocer pronto en combate el valor que aún queda en
mí! ¡Vas a morir! ¡Abandona, ser vil, el pensamiento de ultrajar a la mujer de otro, si no quieres que
te baje de tu magnífico carro, lo mismo que se sacude el fruto de la rama! Deja inmediatamente a la
augusta videana o te anonadaré con mi espantosa mirada.
Irritado el raksasa por las justas palabras del buitre Djatayu, sus ojos, lo mismo que fuego
ardiente, miraron amenazadores a éste. El demonio envió sobre el rey de los buitres una lluvia de
flechas. El monarca de los pájaros, inflamado de cólera, desplegó toda su envergadura, como una
inmensa montaña, y cayó sobre el dorso de su enemigo y lo destro zó con sus fuertes garras.
Después, el pájaro rey destrozó con sus patas el arco y la flecha de su rival, y retiróse con rápido
vuelo.
El monarca alado volvió otra vez y destrozó a golpes su diadema celesste, de oro puro y de
piedra finas. El vigoroso pájaro, furioso, lanzó la corona y la tiara a las planicies del aire, que al caer
se iluminaron como el disco del sol. Rompió el gran carro de alfajías de oro y piedras finas. Arrojó al
cochero, y en cuanto hubo desgarrado su cuerpo con mi agudo gancho de los destinados a conducir
elefantes, tiró su cadáver fuera del carro destrozado. Cuando Ravana vio su carro roto, su cochero
muerto, sus corceles sin vida, tomó a la videana en los brazos, y de un salto se trasladó a la tierra.
Después de este duro trabajo Djatayu, sobre el cual pesaba su vejez, se sintió fatigado. Ravana
le observaba, y en cuanto vio al príncipe de los pájaros cansado, a causa de su edad avanzada, tomó
nuevamente a la videana, y lanzóse otra vez go zoso a los aires. El monarca de los buitres, Djatayu,
desplegó de nuevo el vuelo, y siguiendo al demonio que estrechaba a la videana contra su pecho, se
lanzó impetuosamente detrás del raksasa. Atacándole por las espaldas, desgarró con sus afiladas
uñas, semejante al aguijón dc un cornaca, el lomo del monstruo de las diez cabezas. El pájaro cubrió
de heridas con su pico y sus garras al noctivago, reduciéndole a pedazos. Al fin, el vigoroso
dasagríva, furioso, abandonó a la videana, y valiéndose de sus pies y manos, hizo llover un
chaparron de golpes sobre el rey de los buitres.
Este nuevo combate sólo duró un instante. Ravana, desembarazado de Sita, levantó su espada y
cortó las dos alas y los dos pies al pájaro que luchaba valerosamente por la causa de Rama. Al sentir
cortadas sus alas, el buitre cayó a tierra, con un aliento de vida. Cuando la videana vio al pájaro
tendido en le suelo, bañado en sangre, profundamente afligida, corrió hacia él como si se tratara de
su esposo.
-¡He aquí inanimado -dijo-, el que hubiera podido decir a Rama que yo vivo y que en esta
desgracia soy aún virtuosa! ¡Ah, ésta es para mí la hora de la muerte!
Una, dos veces llamó a Rama, a Kaosalya, su suegra, y a Laksmana; pero en vano. El monarca
de los raksasas corrió entonces hacia su cautiva, pálida de terror, con las joyas y los ramos de flores
en desorden. Ella se asía a las cimas de los arbustos, abrazaba desesperadamen te los grandes
árboles, y gritaba con su dulce voz: "¡Salvadme, salvadme!" Pero él la asía por los cabellos, como la
muerte, para tronchar la vida de aquella mujer indefensa, lejos de su esposo, en el bosque. Ella
gritaba inútilmente: "¡Rama! ¡Rama...! ¡ Laksman a!"; pero el demonio proseguía su camino por
los aires, arrastrando a la videana.
Irritados los leones, los tigres, los elefantes, las gacelas, contra el raptor, corrieron detrás de
Sita, y marchaban por la selva siguiendo su sombra. En cuanto el sol, consternado, vio el rapto de la
augusta videana, su disco palideció y su brillo desapareci& "¡Ya no hay justicia! ¿Dónde está ahora
la verdad? ¡Ya no existe la rectitud! ¡Ya no existe la bondad!"
Así fue como el malvado raptó, a pesar de su resistencia, a esta infortunada. El diablo se dirigió
hacia la ribera Pampa, con el espíritu agitado por la demencia. La princesa no encontró en parte
alguna defensores, pero percibió sobre la cumbre de una montaña a cinco de los principales monos.
La djanál:ida arrojó les sus aderezos de brillantes y su vestido confeccionado con tejidos de seda y
oro: "¡Si fueran a contarle a Rama lo sucedido!", pensaba ella con los ojos arrasados de lágrimas,
mirarido a la tierra. A causa de su agitación, el monstruo de las diez cabezas no se percató de que
Sita arrojó a los pies de los monos todas sus alliajas, ni que le faltaba su di- vino penacho de
pedrerías. Los it-
fes de los monos volvieron curiosos sus ojos hacia la dama, y vieron que Sita maldecía a Ravana.
Al llegar a su gran ciudad de largas calles, el monarca de las diez cabezas depositó a su
víctima. Mandó llamar a los raksasas, de aspecto horrible, y le intimó que vigilaran a la cautiva:
-¡Consagráos atentamente -dijo a aquellas furias- a vigilar estos lugares; que nadie, ni mujer ni
hombre, hable sin mi permiso a la videana!

En cuanto Rama hubo dado muerte al demonio, Maricha, el que iba delante de él por el bosque
en forma de gacela, abandonó aquel lugar y volvió a su cabaña. En el camino encontró a Laksmana,
que iba en busca suya, con apagado esplendor. M ver al héroe triste, abatido, cons ternado, Rama,
más consternado que él, le dijo tristemente, abatido:
-¡Ah, Laksmana, has cometido una mala aoción abandonando a Sita por venir aquí! ¡Ojalá la
encontremos sana y salva a nuestro regreso!
Después de registrar su choza, el ragüida, vivamente dolorido, interrogó así al hijo de Sumitra:
-¿Cuando lleno de confianza te confié a la bella mitilana, la abandonas en medio de la selva
desierta, infestada de raksasas?
Laksmana, poseído por la pena y el dolor, contestó así al noble hijo de Ragú:
-Si vine a buscarte, abandonando Sita, no fue por voluntad mía, sino de ella. Las palabras:
"¡Laksmana, sálvarne!", pronunciadas por el noble demonio, llegaron a oídos de la mitilana. "¡Vé,
corre!", me dijo palpitante de terror. Entonces yo, deseoso de cumplir tus órdenes, le dije:' "No hay
nadie, Sita, que pueda vencer a tu esposo. Serénate, esa voz es un presagio y no una realidad." Al oír
estas palabras, la videana, bañada en lágrimas y con el alma extraviada, me dijo estas
mordaces palabras: "¡ Eres de naturaleza depravada y perversa; pero si mi esposo muere, no creas
que poseerás a su mujer!" Calumniado así por la videana, salí de la ermita con gran indignación, los
ojos rojos y los labios trémulos.
Rama turbado de inquietud res pondio al hi1o de Sumitra
'Has cometido amigo mio una falta al abandonar la ermita para venir a buscarme' 1No estoy con
tento de ti desapruebo que hayas dejado sola a la videana! ¡Estas al hajas de oro esta guirnalda estas
lentejuelas, pertenecen a su aderezo!. ¡ ¡Mira hijo de Sumitra: horribles gotas de sangre cubren la faz
de la tierra! ¡Mira las huellas del combáte librado por mi videana, que dos raksasas impuros se
disputan. ¿A quién pertenece ese gran arco, con ornamentos de oro, parecido al mismo de Indra,
caído y roto en el suelo? ¿De quién es esa armadura que no lejos de aquí yace rota, revestida de oro,
con ornamentos de pedrería y lapislázuli, y brillante como los matinales resplandores del sol?
¿Dóride ha ido mi soberana, después de abandonarme al peso de mi dolor, lo mismo que el esplendor
abandona al astro del día a la hora del crepúsculo?
Animados por el deseo de encontrar a Sita, los dos héroes visitaron las selvas, las montañas, los
ríos,, los estanques. Por fin, hallaron caídas en el suelo, en un charco de sangre las alas cortadas del
gigantesco pajaro Djatayu que semeraban las cimas de una montana Al ver este volatil Rama dijo a
su hermano
¡Es indudable que mi videana ha sido devorada aquí mismo por ese monstruo' ¡Voy a
atravesarle veloz con mis flechas de inflamada punta!
Inmediatamente disparó una flecha sobre el buitre, y la tierra se conmovió al propio tiempo que
el héroe. Pero el infortunado volátil, vomitando sangre, exclamó con voz lastimera:
-¡Rama, la mujer que buscas y mi vida se las ha llevado Ravana, noble hijo del rey de los
hombres! ¡Él ha robado ambas a la vez! Yo vi a Ravana secuestrar a la videana, abusando de su
fuerza, en cuanto vosotros la abandonásteis. Acudí vo lando en auxilio de Sita, y arrojé al suelo en
batalla a Ravana y a su carro, que rompí en pedazos. Ese arco que ves y esa sombrilla perteñeoen a
él; y ese es el carro que yo he roto. Pero, a causa de mis años, me cansé antes que él; me cortó las
alas, y tomó en sus brazos a tu videana y emprend¡ó de nuevo la fuga por los aires.
En cuanto Rama reconoció a Djatayu en el volátil que le acababa de contar aquella historia,
abrazó al monarca de los buitres y lloró con el hijo de Sumitra.
-Djatayu -dijo Rama- si tic- nes aún fuerza epara articular algunas palabras, dime, si quieres, en
qué circunstancias fue secuestrada Sita y cómo se ha producido tu muerte.
-Djatayu volvió sus ojos a Rama, el héroe invencible, y haciendo un supremo esfuerzo, dijo
con voz clara:
-El raptor es Ravana, el vigoroso monarca de los raksasas. Para realizar sus criminales
propósitos recurrió a las artes de la gran magia, que obra durante las 'tempestades de viento. Ha
robado a tu Sita en la hora del día que llamamos Vinda, es decir, en la cual el duesio del objeto
perdido tarda poco en en- contrarío. Esta circunstancia ha pasado inadvertida para Ravana.
Mientras hablaba, el pájaro se agitaba constantemente, saliéndole por la boca la sangre y la
came. Por último, mirando a todos lados, en las convulsiones de la agonía, el pájaro-buitre dijo
todavía estas palabras:
-El reino de ese monarca esta en Lanka, isla del mar del ¡Mediodía, y es hijo, indudablemente,
de Visravas y hermano de Kuvera.
Y al terminar estas palabras, en una crisis de debilidad, el rey de los volátiles exhaló el último
suspiro.
Los dos héroes de extraordinaria fuerza abandonaron la djanastana y continuaron sus
exploraciones en busca de Sita, hacia la playa occidental. Encontraron una inmensa selva,
inextricable, erizada de altas montañas y cubierta de lianas, de enredaderas, de arbustos y árboles.
Laksmana dijo a su hermano, que tenía el alma llena de tristeza:
-¡Mi brazo tiembla fuertemente; la turbación agita mi corazón; veo, guerrero de los largos
brazos, prodigios que nos son contrarios.
En aquel momento apareció ante sus ojos un torso enorme, del color de las nubes sombrías,
horroroso, disforme, sin cuello, sin cabeza, cubierto de pelos punzantes, hirsutos, y con una boca que
tenía¿ unos dientes largos hasta el vientre.
Por su colosal altura, el tronco igualaba a una gran montaña y producía un ruido igual al del
trueno. No tenía más que un ojo, largo, vasto, inmenso, en medio del pecho, y cuya vista alcanzaba
distancias infinita& Lo destruía todo con su fuerza desmedida; devoraba los osos más feroces y los
elefantes más enormes, y con sus dos horribles brazos, largos como un yodjana, estrechaba entre sus
manos cuadrúpedos y volátiles.
Apenas estuvieron cerca de él, este ser colosal asió con sus largos brazos a los dos héroes
hermanos. A pesar suyo, los dos guerreros con sus arcos, sus espadas y sus flechas, fueron
arrastrados por aquellos brazos, y apenas si pudieron detenerse cerca de su boca. Sin embargo, y a
despecho de sus brazos, no pudo engullir a los dos heroicos herma- nos, que resistieron con todas sus
fuerzas. Entonces el temible Danava dijo a los dos hermanos, Rama y
Laksmana:
<.Quiénes sois vosotros, guerre ros de espaldas de toco, que lleváis
arcos y espadas, que vinisteis a este bosque para servirme de pasto?
¡Mientras que hablaba así, el augusto hijo del rey Dasarata miró a Laksmana, cuyo exterior
anunciaba la firmeza de ánimo, y concibió in- mediatamente el proyecto de cortar los brazos al
coloso. Los dos ragüidas, que conocían el valor del lugar y del tiempo, desenvainaron sus cimitarras
y cortáronle los dos miembros. El demonio, al ver sus brazos cortados, interrogó, alegre sin embargo,
a los dos hermanos:
-¿Quién sois? -les dijo.
Laksmana respondió a la pregunta del torso mutilado:
-Este guerrero que ves aquí es él heredero de Iksvaku, de gran renombre: se llama Rama. Yo
soy Laksmana, su hermano segundo. Un raksasa ha secuestrado la esposa de este héroe, igual a los
dioses, en la selva donde habita y viene aquí a buscarla. Pero, y tú ¿quién eres?
Con suprema alegría, recordando palabras que en otro tiempo le dijera Indra, Kabanda
respondió a Laks niana:
-¡Héroes, sed bienvenidos! ¡¡Mi buena fortuna os conduce a estos lugares! ¡Es igualmente mi
buena fortuna la que os inspiró la idea de cortar'me los brazos, parecidos a mazas!
-En otro tiempo, yo residía en la tierra y seducía por mi belleza, semejante a la del Amor. Un
día cometí una falta, y ésta fue la causa que me hizo caer en la selva con unas formas contrarias a las
que tenía. Yo soy un danava; me llamo Danú, y soy el hijo mediano de Laksmi, diosa de la belleza.
Aprended, pues, a dónde llega la cólera de Indra, que a mí me ha revestido de estas odiosas formas.
Una terrible penitencia me valió la benevolencia del padre de las criaturas, que me concedió en
recompensa una larga vida, lo cual llenó de orgullo mi alma. Ahora que puedo gozar de larga vida,
¿qué puede contra mí Indra? -me dije-, y hasta 4esafíé
al propio Indra. Pero sus brazos des cargaron sobre mí el rayo de los cien nudos, e hizo incrustrar en
mí cuerpo mi cabeza y mis piernas. El rey de los Inmortales diome estos brazos largos como un
yodjana, y me hizo en medio del vientre esta boca de acerados dientes. Gracias a mis largos brazos,
atraigo hacia mí, de todos lados de la selva, elefantes, tigres, osos, gacelas, y hago con ellos mi
comida. Indra, al ver esto, me dijo: "Tú irás al cielo el día que Rama y Laksmana te corten los brazos
en un combate." Es indudable que 'tú eres Rama, pues nadie más que tú puede darme la muerte,
según las palabras del que habita los cielos. Quiero estar en relación con vosotros, hombres
eminentes, y jurar a vuestra grandeza eterna amistad, tomando como testigo al mismo fuego.
En cuanto Danú acabó de pronunciar estas palabras, el virtuoso ragüida le dijo:
-Hablemos de Sita, de su raptor y del lugar a donde ha sido conducida.
Danú respondió:
-Ya no poseo la ciencia celeste; no conozco a tu mitilana, pero puedo indicarte un ser que debe
cono; cerla. Esto, en el momento que mi cuerpo sea quemado en la hoguera, y recobre mi antigua
forma. Mientras el sol ande todavía en su carro, fatigado, cava mi fosa, Rama, y quémame según los
ritos prescriben.
Los dos héroes de extraordinaria fuerza, Rama y Laksmana, depositaron el tronco inanimado
en uaa fosa y prepararon la hoguera. El fuego consumió lentamente el enorme cuerpo de Kabanda, lo
mismo que una masa de naanteca pura, y los tuétanos se quemaron dentro de los huesos.
De súbito, sacudiendo las cenizas de la hoguera, voló rápidamente el hermoso Danú al centro
de los cielos, alegre, embellecido con todos sus miembros, mirando como un dios, es decir, sin
guiñar los párpa
dos, vestido correctamente con sus trajes, y con una guirnalda de flores del árbol celeste de Santana.
-¡Aprende, hijo de Ragú -dijo a Rama-, y fíjate en quién debe devolverte en su día a Sita! Cerca
de aquí hay un río llamado Pampa, y junto a él un lago; después una montana, llamada Risyamuka.
Pues en esa selva vive Sugriva, personaje de gran vigor, que cambia de forma a su capricho. Vé a
visitarle: es digno de todos los homenajes, y merece que le honres con un pradaksina. Este virtuoso
mono, en compañía de cuatro monos fieles, habita la alta montaña de Risyamuka, que el Pampa
embellece con sus frescas orillas. Ponte en camino al instante, mientras los rayos del sol iluminan, y
conferencia con el monarca de los monos.

Cuando hubieron andado un largo camino, adornado de árboles variados, los dos ragü¡das se
aproximaron a la ribera occidental del Pampa. Al contemplar este límpido, afortunado, encantado río,
los dos héroes de inmenso vigor se sintieron embriagados por la dicha, como ¡Mitra y Varuna el día
que vieron salir con sus ojos al gran río Ganges de la creación, a la voz de los risis.
Sugriva y sus compañeros acogieron con gran inquietud a los dos
magnánimos héroes. El príncipe de los cuadrumanos reflezionó y dijo con turbación a sus
consejeros:
-¡He ahí dos espías que Bali envía bajo la forma de hombres vestidos de corteza!
Sugriva saltó entonces de colina en colina, rápido conio el viento o como las alas de Garuda, y se
detuvo en la cúspide del Himalaya, donde fueron a reunirsele aquellos hombres del bosque. En lo
alto de la montaña se refugiaron también los compañeros de Garuda y permanecieron junto a él. Y el
prudente Hanumat habló así al conmovido y receloso monarca:
-¿Por qué corres de esta manera, rey de los monos? Yo no veo aquí a tu cruel primogénito,
artífice en crunenes, al feroz Bali, causa continua de tus inquietudes.
Sugriva respondió con estas palabras a las palabras de Hanumat:
-¿Quien no es capaz de sentir miedo en presencia de esos dos arqueros de grandes ojos, de
largos brazos, de valor heroico, de vigor inmenso? Es el propio Bali, indudablemente, el que envía
esos dos hombres formidables. Pregunta si no, noble mono, a esos hombres dotados de perfecta
belleza, qué es lo buscan aquí.
Apenas hubo oído Hanumat estas palabras, abandonó la montaña, transformóse en religioso
mendicante, y después de lisonjearlos, según la etiqueta, con voz insinuadora dijo a los dos
hermanos:
-Penitentes de votos, perfectos, parecidos al rey de los inmortales, ¿cómo es que vuestras
grandezas, anacoretas del bosque, han venido a este lugar? ¿Quiénes sois, pues, vosotros, que vestís,
a pesar de vuestra fuerza, un valkala; vosotros héroes de color de oro, de mirada de león, semejantes
al mismo león, de vigor sin medida, y que lleváis en vuestros largos brazos arcos como los del propio
Indra? ¿Por qué no me miráis? ¿Por qué no me habláis, cuando el deseo de hablaros me con- duce
cerca de vosotros? Un rey del pueblo de los monos, alma heroica y justa, llamado Sugriva, camina
errante por el mundo, huyendo de las violencias de su hermano. Yo soy un consejero de ese
monarca; yo me transformo a voluntad; ahora mismo he tomado la apariencia de un religioso
mendicante, y vengo del Hi- malaya, conducido por el deseo de secundar los intereses de Sugriva.
Rama reconcentro su pensaniiento un instante, y dijo a su hermano:
-Es el ministro de Sugriva a quien buscamos. Sumitrida, responde a su enviado con palabras
lisonjeras.
Laksmana, obedeciendo la invitación de Rama, respondió:
-Mi nombre es Laksmana, mono; y soy el hermano de Rama, que entró en la humanidad antes
que yo, y cuyas virtudes son tan grandes que me unen a él como un servidon ¡Mientras que este
príncipe, de vivo esplendor desterrado y despojado de la corona, habitaba en los bosques desiertos,
un raksasa, valiéndose del fraude y del engaño, le ha secuestrado la esposa. Él no conoce al demonio
secuestrador. Es sin embargo, un hijo de Laksmi, llamado Danú, que fue convenido en raksasa a
causa de una maldición. Según él, Sugriva, el rey de los monos, puede informarnos.
Hanumat, frente a frente de Laksmaria, respondió como sigue:
-Vamos al sitio donde me espera el mono Sugriva. En guerra declarada con su hermano por las
vejaciones repetidas de Bali, arrojado del trono, sectiestrada su esposa, lo mismo que la tuya, vaga
incesantemente, tembloroso, por el bosque. Sugriva, acompañado de nosotros, compartiendo las
penas de Rama, no podrá menos que ayudarnos a bus car a la videana.

Al llegar a las cimas del Himalaya, Hanumat presentó los valientes guerreros al magnámino
Sugriva:
-He ahí al prudente Rama, el de largos brazos, hijo del rey Dasarata, que viene buscando tu
protección. Un raksasa le ha robado a Sita, su esposa, por medio de la magia. Y en su infortunio,
Rama y Laksmana, su hermano, desean tu apoyo.
El rey de los monos tomó de súbito la forma humana, y revestido de un exterior admirable, dijo
a
Rama:
-Tu grandeza es paralela al deber, revestida de valor, amiga del bien. Si no desdeñas mi
naturaleza de mono y quieres ser mi amigo; si deseas aliane conmigo, te alargo mi brazo. estrecho mi
mano en la tuya,
y permaneceremos desde este momento sólidamente unidos.
Rama estrechó la meano «el mono y éste hizo lo mismo, e inflamado de amistad por su
huésped, abrazó estrechamente al iksvákida, y dijo al hijo del rey Dasarata:
-¡Calma tu dolor, guerrero de los largos brazos! ¡Te juro en verdad que yo conozco, por
igualdad de circunstancias, al que te ha robado la esposa! 1índudablemente, la mujer que un raksasa
llevaba en sus brazos y que gritaba: "¡Rama...! ¡Laksmana. . .! ¡Rama, Rama. . . es tu esposa!" Ella
me vio en una meseta de la montaña, donde yo me encontraba con estos cuatro monos, y me arrojó
rápidamente su traje y sus brillantes joyas. Estos, objetos que nosotros recogimos, estan aquí, hijo de
Ragú: voy a traértelos para que los reconozcas.
-¡Tráelos pronto! -respondió el dasarátida.
Deseoso de complacer a su huésped Sugriva hizo entrar a Rama dentr'o de una inaccesible
caverna de la montaña, y puso ante los ojos de Rama las resplan decientes jov'as y el vestido y le dijo
¡Mira!
En el instante que el raguida re conocio los objetos su firmeza le abandonó y cayó al suelo
Llevóse los aderezos al corazon y exclamo
-Sugriva, dime, 6hacia que lu gares se ha difigido ese feroz de monio, secuestrador de mi bien
amada, cara como mi vida? ¿Donde habita ese raksasa?
El rey de los monos estrechó amorosamente entre sus brazos al ragüida, y, afligido, habló al
esposo de Sita, que lloraba:
-No conozco bastante la casa, la fuerza la bravura y la raza de ese malvado y vil demonio.
Calma, sin embargo, tu pena, domador invencible de enemigos, pues yo te prometo que emplearé
todos mis esfuerzos en descubrir a la noble djanákida 'No te abandones al dolor! No pretendo
enseñarte la bondad,
Rama, ya que éste es un don que tú has recibido de la naturaleza. Pero atiende los consejos de un
corazón amigo y no gimas.
Calmado dulcemente por Sugriva, el augusto kakútstida enjugó sus lágrimas con la punta de su
vestido, abrazó al rey de los monos, y le dilo:
-Un amigo como tú es un raro tesoro en estos tiempos. Es preciso que emplees tus esfuerzos en
buscar a mi cara mitilana y al cruel demonio, de alma perversa, llamado Ravana. Dime sinceramente
la conducta que yo debo seguir y que mi felicidad nazca de ti como la mies nace de la lluvia
bienhechora en una tierra fecunda.
Sugriva, el cuadrumano, satisfecho de aquellas palabras, cxpresóse como antes con Laksmana:
-Iaas persecuciones me obligan, Rama, a caminar errante... Después que mi hermano me hubo
robado la esposa, busqué asilo en el bosque Risyamuka; pero como el vigoroso Bali me tiene
declarada la guerra, temiendo sus vejaciones, mi alma tiembla de miedo en medio de las selvas.
¡Protégeme tú, hijo de Ragú, contra Bali, terror del mundo entero!
El resplandeciente kakútstida, que conocía su deber y que amaba el deben respondióle
sodriente:
-Como reconocco en tu grandeza al 'amigo capaz de prestarme su ayuda, hoy mismo dare
muerte al secuestrador de tu esposa.
-Antes OOmienza por saber
-respondió Sugriva- cuál es el valor, la energía, la firmeza de Bali, y decide después en
consecuencia. Una vez traspasó con una sola flecha tres palmeras de las siete que ves aquí. Pues
bien, Rama, traspasa tú las siete con un solo dardo, y entonces creeré que
muerte a Bali. puedes dar Rama respondió entonces:
-Primeramente, quiero conocer en toda su extensión la causa, el origen de tu infortunio, pues
yo
no puedo adoptar mis resoluciones si no conozco bien el origen de vuestra enemistad.
El rey de los monos contó entonces sonriente al magnánimo kakútstida, con todos los detalles,
aquella rivalidad de hermanos:
-Bali, o sea el feroz inmolador de enemigos, es mi hermano mayor. Fue consagrado monarca de
los pueblos de monos con el consentimiento y unanimidad universal. Dundubi tenía un hermano
mayor, de mucha fuerza, llamado Mayavi. Una mujer que se disputaban Mayavi y mi hermano fue la
causa de una terrible enemistad entre los dos. Un día, a la hora de la noche en que todo el mundo
duerme, el demonio fue a la puerta de la caverna de Kiskindya, y rugiendo de cólera, desafió en
combate a Bali. Mi hermano, que había oído en medio de lis tinieblas los espantosos rugidos, salió
fuera de la caverna, y de nada sirvieron los esfuerzos de sus mujeres y los míos para detenerle. Yo
me lancé también al campo y apresuré mi marcha detrás del monarca de los monos, pensando
solamente en mi amistad por él. En cuanto el demonio me vio cerca de mi hermano, huyó
rápidamente, lleno de pánico; pero nosotros apresuramos aún mas el paso, siguiendo sus huellas. El
fugitivo asura vio una profunda caverna, oculta por unas gramíneas, y se precipitó dentro de ella.
Cuan- do Bali vio que un enemigo se había refugiado en la caverna, transportado de cólera, hablóme
en es- tos términos: "¡Quédate aquí, Sugriva! ¡Vigila cuidadosamente la puerta de entrada hasta que
yo salga. una vez que haya dado muerte a mi rival!"
-Transcurrió un año, y yo continuaba delante de la puerta, y él no salía. Pasado este espacio de
tiempo, que comprende una revolución del sol, salió de la catacumba un río de sangre espumosa. Mi
corazón se turbó. Al mismo tiempo llegaron a mis oídos, procedentes de
las profundidades de la caverna, unos rugidos lanzados por asuras, mezclados con gritos de
combatiente que muere en la batalla. Entonces yo, creyendo que má hermano había sucumbido, me
resolví a marchar. ¡Movido por el dolor volví a la caverna de Kiskindya, pero no sin interceptar antes
con peñascos la entrada fatal y celebrar, con gran dolor, una libación fúnebre en ho nor de mi
hermano.
-En vano traté de ocultar la catastrofe, que llegó a oídos de los ministros, los cuales me
consagraron heredero del trono vacante. Pero cuando yo gobernaba el imperio, conforme a los
dictados dt la justicia, volvió Bali, después de haber dado muerte a su enemigo. Al ver en mi frente
la investidura sagrada, se apoderó de él la cólera, hirió de muerte a mis consejeros y me ultrajó con
palabras groseras. Inmedia- tamente convocó a una asamblea a sus súbditos, me despojó de toda
vestidura, reduciéndome a la ropa que da la naturaleza, y me expulsó de la corte. He ahí, hijo de
Ragú, la causa de las persecuciones de mi hermano. Privado de mi esposa, despojado de mis honores,
me encuentro lo mismo que un pájaro a quien cortan las alas.
El radiante hijo de Ragú, azote de enemigos, después de oir a Sugriva, rearmó su valor con
palabras de aliento:
-Mis dardos, mis agudas flechas
-dijo- nunca yerran, Sugriva:
brillan como el sol. Los enviaré contra el cruel Bali.
Tomó entQnces su arco celeste, que refulgía igual que el arco del poderoso Indra; empulgó una
flecha, apuntando a las siete palmeras, y lanzó contra ellas el maravilloso proyectil. El dardo de oro,
impulsado por la vigorosa mano, traspasó las siete palmeras y la montaña, y Pcnetró hasta el seno de
los infiernos.
Al ver aquella incomparable pror- za. Sugriva, gozoso, elogió al noble ragúida:
-¿Qué varón es capaz de resistir a quien traspasa de una sola flecha todas estas palmeras y esta
montaña frecuentada por los danavas? Ah<> ra es cuando desaparece mi dolor; ahora veo muerto
sobre el campo de batalla a Bali, al tenaz combatiente, a quien embriagan los combates!
Rama el héroe de gran sabiduria, al oír a'quellas palabras, abrazó al noble mono:
-Ven conmigo, Sugriva -le dijo-; voy a la caverna Kiskindya, donde'reina Bali. Una vez allí
desafía a combate ese enemigo que te ha despojado de los derechos de hermano.
Con paso ligero llegaron a Kisk!ndya sitio oculto por la espesura de los 'matorrales, y se
escondieron detrás de los árboles en la selva impenetrable. El mayor de los ragüi- das dijo entonces a
Sugriva:
-Llama a tu hermano para que acuda al combate; oblígale a salir fuera de la boca de su caverna,
y le daré muerte con una flecha, brillante como el rayo.
Cuando el vigoroso Bali oyó los espantosos rugidos de su heiii' ano, se enardeció de cólera y
salió de su caverna, furioso, entablándose entre los dos rivales un combate ensordecedor. ¡En
horrible duelo se acometían con los puños, duros como diamantes, con los árboles y hasta con las
colinas de las montañas!
En aquel momento, Rama tomo su arco y miró a los combatientes; pero los vio parecidos por su
cuerpo exactamente semejantes el uno al 'otro e iguales por la bravura y la fuerza 2 y como era
imposible distinguirlos, no quiso lanzar todavía una flecha en lo mejor del combate. Quebrantado por
el poder de Bali, Sugriva corrió hacia el Risyamuka. Aniquilado, bañado en sangre, se refugió en la
selva. El noble ragüi- da acompañado de su hermano y de íos' ministros, fue en busca de Su griva a
aquel refugio. Cuando el in
fortunado mono vio a Rama con Laksmana y sus consejeros, besándole la cabeza, lleno de
vergüenza, bablóle así:
-Después de hacerme admirar tu fuerza, me dijiste: "¡Reta a combate a Bali!" ;Por qué has
olvidado tu promesa y has consentido que mi enemigo me venciera de ese modo?
El ragüida escuchó tranquilo, y dijo:
-Cálmate, Sugriva. Tú y Bali sois iguáles el uno al otro; me era imposible distinguiros. Así que
al ver, rey de los monos, mi confusión, me he abstenido de dispara mi flecha: "¿Quién me asegura, -
me dije, que no mato a mi amigo?" Te suplico, pues, que te pongas algo que sirva de seña.], y que
sea como bandera, que permita reconocerte una vez comenzado el combate. Trenza una guirnalda,
Laksmana, con un ramo de bosvelia y flores, y coloca- sela en el cuello al magnánimo Su- griva.
-Héroe -dijo el mono-, me has prometido que tu flecha le infligiría la muerte: ¡sea tu promesa
como una liana de flores, que dé pronto sus frutos!
-Ahora, que con esta guirnalda
-dijo Rama-, mis ojos pueden distinguirte, rey de los monos, vé por segunda vez, con plena
confianza, a desafiar a Bali.
Bali oyó, desde el serrallo de sus mujeres, el nuevo desafío de su bermano. Haciendo rechinar
los largos dientes, teñida la piel de un rojo subido a causa de su furor, brillante la faz y los grandes
ojos abiertos, el rey de los simios salió impetuoso. La tierra, por decirlo as{ temblaba bajo sus pies.

Cuando el vigoroso cuadauniano vio a su rival, orgulloso del apoyo de Rama, impaciente por
combatir, reafirmó sólidamente su coraza antes de lanzarse a la peligrosa aventura. Sugriva arrancó
sin temor un gran árbol y se lo arrojó al pecho a Bali, lo mismo que el rayo cae
sobre una alta montaña. Abrumado por la violencia del golpe, Bali vaciló.
Sin embargo, Rama empulgó de repente una flecha, parecida a una ígnea serpiente, y envióla al
corazón de Bali, el de enorme fuerza, que cayó con el seno atravesado y sin conocimlento, y la ruta
de su vida interrumpida.
-¡Ah -exclamó-, soy muerto! Pero ni ra vida, ni la fuerza, ni el valor, ni la belleza, habían
abandonado a este magnánimo, cuyo cuerpo yacía en tierra.
Bali, respirando apenas, dirigió en rededor suyo su débil mirada, y vio cerca de él a Sugriva, su
joven hermano. Al ver al rey de los monos, que acababa de obtener sobre él aquella victoria, dirigió
con voz clara la palabra a Sugriva y le dijo afectuosamente:
-Sugriva, te suplico que no me dejes partir atormentado por este desfallecimiento del alma y
con el peso de mi falta, ya que en la expiación llevo el pecado. Encárgate del cetro y reina sobre los
hombres del bosque, pues yo parto al instante para el imperio de Yama. Ciñe la guirnalda, presente
del cielo y tejida de oro. Cuando yo haya cesado de vivir, la opulenta y magnífica felicidad que
reside en ella se esparcirá sobre ti.
Inmediatamente, Rama dijo a
Sugriva:
-He ahí, en el seno del monte Risyamüka, una caverna deliciosa, amplia, protegida contra el
soplo del aire: allí habitaré yo, amigo mío durante la estación de los vientos, acompañado del hijo de
Sumitra. Pero cuando transeurra Kartiki, mes alegre, límpidas las ondas con las mieses del loto y de
ninfeas, consagra entonces todos tus cuidados a la muerte de Ravana. Esto es, pues, irecuérdalo
bien!, lo convenido entre nosotros. Vé a esa floreciente ciudad, y una vez consagrado en tu reino, haz
la felicidad de tus amigos.
Después de despedirse de Rama, el nuevo monarca de los monos entró en la amable ciudad,
alegre de corazón y exento de penas y dol<> res. Fue consagrado por los monos más nobles y de
mayor estatura, como los Inmortales consagran al dios de mil miradas.

El hijo del viento, Hanumat, no era de alma indecisa, y conocía el momento propicio de las
cosas. Cuando Hanumat vio que el amor impedía a Sugriva marchar con entusiasmo por el camino
del deber, se inclinó ante él, y le dijo:
-¡Oh, rey, en tus manos está el realizar una gran acción: socorrer a tus amigos! ¡Que tu
grandeza no olvide hacerlo! Desaprovechas la ocasión de resolver el asunto de tu amigo Rama, y
olvidas que el momento de las pesquisas para buscar a la videana ha llegado ya. Sírvele antes de que
él no te reclame el servicio que fue el primero en cumplir. Reúne a tus más valientes guerreros, y no
dejes transcurrir el tiempo sin enviar tus órdenes.
Inmediatamente, Sugriva se resolvió y dio esta orden al mono Nila, que permanecía siempre de
pie:
-Reúne todos mis guerreros de todas las partes del cielo. Organízalo todo de tal suerte, que mis
ejércitos de monos y sus jefes y sus capitanes y los defensores de las fronteras, de alma resuelta y
marca veloz, se reúnan bajo las banderas, valerosos y sin desfallecimientos.

El cleto se vio limpio de nubes, y el otoño llegaba. Rama pasó la estación de las lluvias
oprimido por la pena y el amor, y pensando que había perdido a la hija del rey Djanaka, y que
Sugriva, enervado por la molicie, había olvidado sus pro mesas y dejado escapar la ocasión propicia.
Un día dijo a Laksmana:
-Para 1os reyes altivos, magnánimos, ambiciosos de conquista, belicosos, siempre es ocasión de
reunir
los ejércitos. Es la principal ocupación de los príncipes que desean la victoria; sin embargo, yo no
veo a Sugriva ni nada anuncia una leva para su ejército. ¡Los cuatro meses de la estación de lluvias
han sido para mí largos como un siglo! ¡Me consumo de amor y no puedo ver a Sita! Te suplico que
vayas a la caverna de Kiskindya y repitas de mi parte estas palabras a ese estúpido rey de los monos,
que se duerme en medio de su grosera voluptuosidad:
"Difieres el cumplimiento del pacto acordado entre ti y nosotros. Nos- otros reclamamos tu socorro,
por- que lo necesitábamos, y comenzamos en cambio por prestarte ayuda. Ahora, poderoso rey, que
la estación de las lluvias ha transcurrido, acuérdate de h videana, y que el tiempo no pase
estérilmente."
Laksmana se dirigió a la ciudad de los monos. Bien pronto divisó la ciudad del rey, poblada de
monos de gran vigor; altos como montañas y de ojos atentos a los signos de su dueño. Asustados al
ver a Laksmana, todos aquellos cuadrunianos, lo mismo que elefantes, se subieron precipitadamente
a las colinas y a los grandes árboles. Laksmana vio que empuñaban armas, y esto irritóle aún más,
como se derrite la manteca pura lanzada al fuego en ofrenda.
Los jefes entraron en el palacio de Sugriva y anunciaron a los ministros que Laksmana acababa
de llegar, lleno de cólera. Sugriva entró inmediatamente en la sala del consejo a deliberar con sus
ministros. El más eminente de ellos, Hanumat, el hijo del viento, después de encomendarse a la
benevolencia de Sugriva, le habló así:
-Rama y Laksmana, los hermanos de extraordiqario vigor, devotos de la verdad, te prestaron en
otro tiempo su ayuda y a ellos debes la corona. Uno de los hermanos, Laksmana, está en la puerta
con su arco en la mano. El elocuente Laksmana, que posee el arte de la palabra, cumpliendo la orden
de su hermano,
ha venido aquí montado en el carro de la resolución.
Angada asintió tristemente:
-¡Así es! -y dirigiéndose a su padre adoptivo, añadió-: Admite- le en tu presencia o detén su
marcha, haz lo que creas conveniente; pero es mdudable que Laksmana viene furioso, y que nosotros
no ignoramos cuál puede ser la causa de su cólera.
Sugriva bajó un poco la cabeza y reflexionó un instante, y después de pesar el lado débil y el
lado fuerte de las palabras de Hanumat y de los ministros, dijo a los consejeros:
-Yo no encuentro motivo, ni de palabra ni de obra, que pueda explicar la cólera de Laksmana,
el noble ragüida. Tal vez mis envidiosos enemigos, que acechan la ocasión de perderme, habrán
deslizado en los oídos de Rama la especie de una falta, de la cual soy inocente.
Hanumat respondió así al monarca, ante sus ministros cuadrumanos:
-No es extraño, a no ser que tú hayas olvidado ese eminente servicio, pues lüe sólo por el
placer de obligarte por lo que el egregio héroe tendió sü arco y dio müerte a Bali, el de fuerza igual
al poderoso Indra. El ragüida está irritado, indudablemente, a causa de tú indi- ferencia, y para
testificártelo te en- vía a su hermano Laksmana, el cual ha unido su suerte a la de Rama.
A poco, Iaaksmana, el exterminador de héroes enemigos, transportado de cólera, penetró en la
espantosa caverna de Kiskindya, según las órdenes de Rama. Los monos, de cuerpo grande y vigor
inmenso, que guardaban las puertas, lanzaron exclamaciones rabiosas al ver la nr- diente iracundia
de Iaiksmana, se llevaron las manos a la cabeza, y, temblorosos de miedo, no se atrevieron siquiera a
detenerle.
El exterminador de héroes ene- migas, Laksmana, vio entonces
aquella gran caverna, bella, encantadora, deliciosa, provista de infinidad de máquinas de guerra,
poblada de jardines y paseos, de hoteles y palacios: era, en fin, una caverna maravillosa, celeste, de
oro, construida por el propio Visvakarma, con flores y árboles de toda especie, y de amables y sotos.
Allí había monos de aspecto amable, que adoptaban todas las formas que les sugería su fantasía, y
que vestían ropas divinas, adornadas de guirnaldes celestes; monos hijos de gandarvas o de dioses.
Una gran calle, embalsamada de perfumes olorosos, de esencias de loto, de áloe, de sándalo, de ron y
de miel, cruzaba la caverna. Laksmana vio a ambos lados de las calles las blancas hileras de palacios
en construcción, de igual altura que las cimas del monte Kelasa. En la calle real vio templos de bella
arquitectura, ensamblados de esmalte blanco, y hallaba por todas partes carros consagrados a los
dioses. Vio, igualmente, el delicioso castillo del monarca de los monos, semejante al palacio de
¡Maendra, casi inabordable, de cúpulas blancas, protegido por una muralla, grande como blanca
montaña, con jardines, donde crecían árboles de toda especie de frutos, ala- medas umbrías, celestes,
nacidas de Nandana, presente del gran Indra y que a lo lejos semejaban nubes de azur. Poblado de
monos terribles que llevaban constantemente los venablos en la mano, rebosante de flores divinas,
mostraba con orgulío sus arcadas de oro bruñido.
Al saber que el enviado de Rama se dirigía resueltamente a él, Sugriva ordenó a los ministros
que salieran a su encuentro. Laksmana fue reco nocido oficialmente y entró en el palacio. Una vez
dentro, oyó un canto dulce, arrebatador, acompañado de flautas liras y arpas. El hermano segundo de
Barata vio en el palacio un gran número de mujeres de diferente carácter y aspecto, pero todas
orgullosas de su juventud y
belleza. Y al comparar la dicha de Sugriva con la tristeza de su hermano primogénito, el contraste
aümentó aún más su cólera y su indignación.
Sentado en un trono de oro, cubierto de preciosos tapices, en la cumbre de un estrado,
resplandeciente como el sol, vestido con una ropa divina y rodeado de guirnaldas de flores celestes,
estaba el rey de los monos. A su derecha encontrábase su esposa Ruma, y a su izquierda, su otra
esposa, Tara. Dos encantadoras mujeres abanicaban la frente del rey con un abanico blanco y un
espantamoscas ornado de oro bruñido. M ver aquella voluptuosa indolencia, al comparar cuanto veía
con la pena inmensa de su hermano, sintió redoblarse su furor. Apenas Sugriva divisó a Laksmana,
que llegaba con los ojos rojos de cólera y el arco en la mano, se levantó y dijo:
-¡Siéntate ahí!
Ahogando un suspiro, cuidadoso de las instrucciones de su hermano, Laksmana le respondió en
estos términos:
-¡Rey de los monos, es imposible que un enviado acepte hospitalidad, tome alimentos o se
siente, antes de haber obtenido lo que pide en su mensaje!
En cuanto oyó estas palabras, Sugriva se inclinó delante de Laksmana, y respondió turbado de
miedo.
-Nosotros somos siempre los servidores de Rama, el de inenarrables proezas. Haré cuanto él
desee a cambio de los servicios que me prestó en otro tiempo. Permíteme, pues, que te ofrezca
primero, según la etiqueta, agua para lavarte y la cesta de argya.
Laksmana contestó:
-Hé aquí las instrucciones de Rama: "No aceptes los presentes de hospitalidad dentro de la casa
del mono mientras no hayas cumplido tu mensaje." Oye ahora cuál es mi misión; escúchala
atentamente, y si tc parece bien, ejecútala al instante.
Y Laksmana dirigió estas palabras mordaces al mono, que esciichaba de pie, rodeado de sus
mujeres'
-Un rey bien nacido, de gran corazón, misericordioso, dotado de sentido en sus órganos,
agradecido, veraz en sus palabras, es exaltado y alabado en toda la tierra. Pero 'hay nada más cruel en
el mundo que un monarca esclavo de la injus ticia violador de las promesas he1 chas' a los amigos, de
los cuales recibió favores? El ingrato que, obligado a los amigos, no paga el favor recibido, merece
que todos los seres preparen su muerte.
-Insensato, olvidas que lo,cO ha, en la montaña Rkyamuka, estrechas- te nuestras manos para
testificarnos la sinceridad de tu alianza. ¡Y ahora enervado por tus voluptuosidades ma' teriales no
cumples lo ¡tratado! Voy a enjiarte con mis agudas fle thas al aposento de Yama! Créelo, yo que te
hablo en este instante, te inmolaré con mis flechas lo mismo que fue inmolado tu hermano ya que te
has apartado del camino de la verdad ingrato mentiroso, de pala bras melosas y lisonjeras, de alma
inconstante, movida por el vicio de tu raza1
Laksinana hablaba enardecido por el furor. Tara, que parecía por su rostro reina de las estrellas,
respondi½Nnrmtoserettnelntosey; que le hables

así Laksmana; no nei'ece ese len- guaje acre sobre todo pronunciado por tus labios Este heroe no es
in grato cruel y perfido; su alma no gusta de la mentira ni son sus pen samientos tortuOsOS El
valiente Su griva no puede olvidar el favor uní Co inacoesible a los demas morta les que debe al
incomtair'able vigor de' Rama. Las intenciones de Su griva son hijo de Sumitra, las mismas que'
antes. Pronto llegarán todos los monos: los osos por decenas de billones y los golangulas por mi-
llares' las tribus simias, extendidas por la faz de la tierra, afluirán
aquí kotis por kotis. De la ribera de los mares, todos los monos que habitan las islas del Océano
acudirán apresuradamente ante ti. Cal- ma, pues, tu dolor, irascible guerrero. Una vez destruida la
ciudad gioriosa del rey de los Genios malos, los monos traerán aquí la bieq ama- da esposa de tu
hermano, ¡a djanákida encantadora, de formas delici<> sas. ¡Arrancaríanla, si preciso fuera, del
mismo cielo o de las entrañas de la tierra!
I"'aksmana, de carácter naturalmente dulce, acogió con benevolen- cia estas palabras modestas.
Y cuan- do el rey. de los monos vio que las palabras de Tara habían sido bien acogidas, abandonó el
temor que le habían inspirado los dos ilesváltidas, lo mismo que se abandona un traje mojado.
Después Sugriva, el sobe- 'ano de todas las tribus de simios, el de espantoso vigor, habló en este
lenguaje dulce a Laksmana, con objeto de aumentar su alegría:
-Yo había perdido mi trono, hijo de Sumitra, mi gloria y el irnperio eteimo de los monos; pero
gracias a la benevolencia de Rama pude recobrarlo. Seguiré, sin vacilar, los pasos del valeroso
Rama, para exterminar a Ravana y a sus generales.
Estas palabras del magnánimo Sugriva agradaron a Laksmana, que respondió con amor, con
dulzura:
-Sal inmediatamente de aquí hé roe; ven conmigo a consolar a tu amigo, que tiene el corazón
desgarrado por el recuerdo de su adorada esposa. Perdóname las palabras injuriosas que te he
dirigido, impresionado por el dolor del ragüida.
Los monos encargados de realizar las órdenes del rey volaron en todas direcciones y cubrieron
la ruta divina del cielo, por donde pasea Vis- nú. En los mares, en las montañas, en las selvas, en las
riberas de los ríos, los enviados convocaban a todos los monos a sostener la causa de Rama. Los
ejércitos de estos hombres del bosque acudían de las oríflas del mar, de los ríos, de las sel
vas, y el astro del día se había como eclipsado. Sugriva subió con Laksmana a su palanquín de oro,
brillante como el sol, y que sostenían unos grandes simios. Rodeado de numerosos y terribles monos,
que llevaban los venablos en la mano, y de sus vigorosos ministros, el afortunado monarca avanzaba
en busca de Rama, y en su rápida carrera, la faz de la tierra temblaba bajo el peso de su innumerable
ejército. En el intervalo de un instante anduvo la distancia que le separaba de la gran montana
Malyavat. Al llegar a la gruta, lejos aún 'leí noble ragüida, el rey de los ejércitos cuadrumanos se
detuvo. Sugriva descendió con Laksmana, y abandonando su litera de oro, el afortunado rey de los
monos se aproximó a Rama.
Cuando éSte contetnpló el formidable ejército de monos, mostróse satisfecho. El noble hijo de
Ragú estrechó entre sus brazos al real mono, saludó con algunas palabras a los ministros, y dijo a
Sugriva:
-¡Siéntate! -y desvanecida ya su cólera, habló bondadosamente en este lenguaje al rey de los
monos, que permanecía sentado en el suelo, en unión de sus ministros-: Escucha, amigo, escucha
estas palabras: renunciar a los goces brutales y prestar socorro a los amigos es defender tu reino.
Emplea tus esfuerzos en buscar a Sita, y trabaja, ¡oh. tú que sojuzgas al enemigo!, en descubrir el
país que habita Ravana.
Al oír estas palabras, el monarca de los monos, enteramente confiado, se inclinó ante Rama y le
dijo:
-¡Yo había perdido mi fortuna, mi gloria y el imperio eterno de los monos, y gracias a tu
benevolencia, héroe de largos brazos, lo he recobrado! El hombre que no te pagara tal favor sería el
más innoble de los seres. Monos como montanas y como nubes, y con poder para metamorfosearse
según su voluntad, seguirán tus pasos en la guerra, escoltados de su parentela. Estos guerreros, cuyas
armas son los peñascos,
las palmeras y los árboles, arrancarán la vida a tu enemigo Ravana y pondrán en tus brazos a la
mitilana.

Y llegó el formidable ejército del rey simio, en número tal, que eclip só en los cielos la luz del
astro de los mil rayos. Los ojos no podían distinguir ninguno de los puntos cardinales, envueltos en
polvo, y la tierra entera temblaba bajo su peso con sus bosques, sus selvas y sus montañas.
Cuando el monarca vio a todos los monos acampados, dijo alegre estas palabras a Rama:
-Ahora que ya me encuentro redeado de mis ejército, dígnate darme tus órdenes. Dime las
cosas en igual forma que deben suceder.
El bijo del gran Dasarata, estrechando en sus brazos a Sugriva, le dijo:
-Averigua, caro amigo, si mi videana está viva o muerta, y en qué país habita el demonio
Ravana. Cuando yo sepa bien si existe mi videana y el lugar donde se oculta Ravana, ayudado por tu
grandeza, emplearé los medios que exijan las circunstancias. Ni Laksmana ni yo somos ahora los
jefes; tú eres la causa que debe moverlo todo, y de ti depende todo,
El monarca simio hizo llamar al general de sus tropas, Vinata, e inclinándose con respeto ante
el héroe cuadrumano de espantoso vigor, le dijo:
-Marcha acompañado de los monos más hábiles a explorar la co marca oriental y sus selvas, y
sus montañas y sus aguas. Averiguad igualmente dónde se encuentra Sita y dónde vive Ravana, en
las regiones del bosque inexploradas, en las cavernas y en las selvas.

Después que el monarca de los si- mios hubo expedido aquello cuadrumanos hac¡a
el país de levante, ordenó la partida de otros para las regiones meridionales.
Sugriva tenía en gran estima la fuerza y la bravura de Hanumat. Así es que se dirigió a él, como
el más excelente de los cuadrumanos, y le habló en estos términos:
-Yo no veo, principe simio, ni en la tierra, ni en las aguas, ni en la atmósfera, ni en los
infiernos, ni en la estancia de los Inmortales, nadie que pueda poner obstáculos en tu camino. No hay
en la tierra ser que te iguale en fuerza: codúcete, pues, de modo que nuestros ojos puedan ver bien
pronto a Sita.
Cuando el monarca hubo confiado a Hanunsat este asunto, pareció que su alma y sus sentidos
se dilataban, como si hubiera alcanzado ya la victoria. En cuanto Rama comprendió que el rey
confiaba en Hanuniat el éxito de la expedición, entrególe gozoso su anillo que llevaba grabado en
caracteres su nombre, para que pudiera ser reconocido por la bija de reyes:
-Cuando la hija del rey Dasarata -dijo- lo vea, creerá inmedia- mente que has sido enviado por
mí, noble mono, y tu presencia no le causará inquietud alguna.
Hanumat cogió el anillo, llevóle a su frente, juntando las manos, y una vez que se hubo
prosternado a los pies de Rama y Sugriva, el noble hijo del viento, escoltado por sus compañeros,
tendió su vuelo en los aires.

El rey Sugriva, una vez que hubo destacado como exploradores a los primeros generales de los
ejércitos simios en dirección de todos los puntos del cielo, mostróse contento. ¡Mientras, Rama,
acompañado de su hermano, esperó en el monte Pras- ravana que transcurriera el mes otorgado a los
monos para que encontraran a su amada Sita.

Para buscar a la noble videana, los jefes de las tropas simias exploraron las montañas, las aguas
y las selvas; escudriñaron todas las playas del mundo, cumpliendo las instruc
ciones de su rey y señor. Transcurió un mes; las exploraciones terminaron, y los jefes del ejército
simio regresaron desesperanzados al monte Prasravana, donde esperaba el rey de los monos.
& aproximaron al monarca, se postraron a sus pies y le dijeron:
-Hemos explorado todas las montañas, los bosques, las espesüras, los ríos, los mares y los
campos. Nuestros monos no han omitido nada para que el viaje se realizara con éxito; sin embargo,
no han podido hallar rastro de la infortunada videana.

Hanumat, seguido de algunos monos, a la cal:'eza de los cuales iba Aligada, se dirigió a la
región meridional, siguiendo la orden dada por Sugriva. Estos cuadrumanos busca- ron con ardor,
arriesgando su vida por Rama, y penetraron en las regiones más apartadas inaccesibles y espantosas.
Cansados, extenuados de hambre y sed, exploraron la playa meridio nal, inextricable,
inaccesible, erizada de montanas, sin encontrar un arroyo ni sospechar remotamente el paradero de
Sita. Vencidos por la fatiga, abatidos, consteaaados, des- compuestos, temblorosos de alma y cuerpo
al pensar en el poderoso monarca de los monos y alucinados por el temor, decidieron reunirse y se
dijeron unos a otros:
-El plazo señalado por el rey para encontrar a la esposa de Rama y a Ravana, el impuro
vagabundo dc las noches, ha expirado ya.
&ntáronse al lado de los árboles floridos del monte Vindya y se sumergieron en un ensuetio
profundo.
Inmediatamente el heredero adoptivo, Angada, el de las espaldas de león, el de los brazos
largos y mus- calosos, dirigió estas enérgicas palabras a sus compañeros:
-¡Ya que hemos dejado transcurrir el tiempo fijado por Sugriva, lo que conviene a nosotros,
hom
bres del bosque, es sentarnos, privarnos en absoluto de alimentos y esperar la muerte! El monarca de
los simios es todopoderoso, y nattiralmente severo: el augusto Sugriva no nos perdonará esta
transgresión de sus mandatos. El no ignorará qué espantosos e inmensos esfuerzos hicimos por
encontrar a Sita; ¡él no verá más que la falta!
Después de escuchar las palabras del hijo de Bali, los nobles simios se ablucionaron y
sentáronse en dirección a oriente, decididos a seguirle en la muerte. Y mirando al septentrión se
sentaron en el suelo encima de kusas, con la punta de las hierbas curvadas hacia el mediodía.
¡Mientras los monos estaban ayunando sentados en la montaña, he aquí que llegó a aquellos
lugares Sampati, el rey de los buitres, viejo cargado de años, famoso por su valor y por su vigor, y el
más eminente de los pájaros, primogénito del buitre Djatayu. Al salir de una caverna del monte
Vindya, vio a los monos terididos en el suelo y pronunció alegre estas palabras:
-¡Sin duda hay en el otro mundo una suerte que dirige las cosas de aquí abajo, según su ley, ya
que después de tan prolongado ayuno encuentro aquí este festín preparado para mí! ¡Voy a comerme,
pues a medida que mueran, lo más exquisito de lo más excelente de los monos!
Cuando hubo pronunciado estas palabras, Sampati permaneció allí, mirando fijamente.
En cuanto Angada oyó estas espantosas palabras, dijo trémulo al virtuoso Hanumat:
-He ahí al hijo de Vivasvat, a Yama, que ha acudido en busca de Sita, desgraciadamente para
los mo- nos. Después de haber sido este rapto causa de la pérdida de Djatavu, de Bali y aun de
Dasarata, ha conducido a los monos a un pavoroso peligro. ¡Dichoso el rey de los buitres, que
pereció bajo los golpes
de Ravana, cuando empleaba su valor en la causa de Rama!
Al oír en boca de Angada aquellas palabras, el amor que profesaba a su hermano hizo palpitar
el corazón de Sampati. De pie, en el monte sublime, el irresistible buitre, de acerado pico dirigió
estas frases a los monos que ayunaban, dispuestos a morir:
-¿Quién habla aquí de Djatayu, que me es más caro que la vida? ¿Quién es ese Rama, por el
cual ha muerto Djatayu? Yo soy el primogénito, principe de los monos; Djatayu era mi hermano.
¿Quién ha matado a Djatayu? ¿Cómo? ¿Dónde?
Angada repuso:
-Rama, el ilustre héroe de los itatrias, el monarca del universo entero, el hijo encantador del rey
Dasarata, salió de su patria por orden de su padre, y marchando por el camino del deber, se fue a la
selva Dandaka, seguido de Sita, su esposa, y de Laksmana, su hermano. Pero Ravana, el eterno
enemigo de los bramanes, maestro consumado en toda clase de crímenes, le ha raptado su esposa.
--El buitre Djatayü, virtuoso pájaro amigo en otro tiempo del padre de Rama, vio a la doliente
mitilana cuando Ravana la secuestró. Rompió el buitre entonces el carro del demonio, y consiguió
librar un instante a la mitilana: pero vencido al fin por la fatiga y el peso de los años, pereció víctima
de los golpes y ataques del raksasa. Así fue muerto por el demonio, más fuerte que él, ese generoso
pájaro cuando se esforzaba por salvar a la esposa de su amigo. Indudablemente ha sido acogido en el
cielo, pues el ragüida le hizo el honor de asistir a sus funerales, Cumpliendo las órdenes que nos dio
Rama, buscamos por todas partes, aquí y allá, a su esposa, pero no la ven nuestros ojos, lo mismo
que duraute la noche no se ve la claridad del sol. ¡El monarca de los monos nos ba enviado a la playa
del mediodía para que escudriñemos todas las costas; hemos quebrantado nuestra misión, y ahora, el
temor a ser castigados, nos ha hecho adoptar la resolución de prolonga este ayuno hasta que venga la
muerte! Así, date un festín con nuestros cuerpos, conforme a tus deseos.
Al oir aquellas palabras, el soberano esplendoroso de los buitres dirigióse a los monos, que
renunciaban a la vida, y les dijo estas palabras, dignas de él, que produjeron gran alegría entre los
simios:
-Mis alas están quemadas, soy viejo; mi vigor ya no existe; sin embargo, quiero prestar un
eminente servicio a Rama, monos.
-Yo he visto una mujer espléndidamente hermosa, adornada con todos los atavios, que Ravana,
el demonio de alma cruel, conducía por los aires. "¡Rama! ¡Rama!", gritaba ella con voz lastimera:
"¡A mí, Laksmana!", exclamaba, agitando sus miembros y arrojando a todos lados sus aderezos. Sus
magníficas ropas de seda, imitando los rayos de sol sobre la cima de una montana, brillaban en torno
del negro demonio, como el fulgor de una nube. Esta mujer debe ser Sita, esposa de Rama. Escuchad
aún, pues voy a deciros dónde habita el rak- sasa,
-El hijo de Visravas, hermano del célebre Kuvera, monarca de los raksasas, llamado Ravana,
habita la villa de Lanka, que dista cien yodjanas de aquí, dentro del mar; es una isla, en el centro de
la cual se levanta la encantadora ciudad de Lanka, fundada por Visvakarma. Allí se encuentra Sita,
encerrada en el gineceo de Ravana y cuidadosamente vigilada por las mujeres raksasas. Al llegar a la
orilla de donde termina el mar, después de contar cien yodjanas, columbraréis hacia el sur la costa de
la isla.
El buitre Sampati recobró la serenidad, y al ver sentado a sus pies a Angada, al cual rodeaban
los
monos, prosiguió alegre su relato en estos términos:
-Guardad silencio, nobles mo- nos -dijo-; escuchadme atentamente; voy a deciros cómo conocí
a la mitilana.
-En otro tiempo, los rayos del sol me quemaron, y con los miembros llenos de llagas,
producidas por el fuego, caí sobre la cima del monte Vindya. Hay allí una ermita Irma- culada, a la
que concurren los pro pios dioses, y donde vivió en la mayor y más severa de las penitencias un
santo llamado Nisakara. Deseoso de ver al anacoreta, hice los mayores esfuerzos para lograrlo. Un
día llegué a la puerta de la ermita y me apoyé al »ie de los árboles.
-El santo anacoreta, al verme silencioso, me dijo: "Tu color obscuro y tus alas cortadas han
impe- dido que te roconoziera en seguida. ¿De qué enfermedad has sido víctima? ¿Cómo se te han
caído las alas? ¿Quién te ha infligido ese castigo? Quiero saberlo con certeza."
-El lenguaje del anacoreta evocó en mí el recuerdo de mi hermano, y las lágrimas corrieron por
mi semblante. Mas, conteniendo el saber: "Venerable santo, sabio, bien- aventurado, que me
reconoces, he cometido una falta: ¡sí, yo soy el primogénito del buitre Djatayu, el héroe amado!
Djatayu y yo, antaño en poder de la muerte, hicimos una apuesta delante de los anacoretas, en la
cima del Vindya, y nos jugamos el reino de los buitres, ¡ El objeto de la apuesta, nos dijimos,
consistirá en seguir el sol dessle oriente a occidente! Y nos lanzamos por las rutas del viento, y las
diferentes faces de la tierra desfilaron ante nuestros ojos.
-Siguiendo el camino del sol, caminábamos con gran velocidad; contemplábamos el
espectáculo que se nos ofrecía abajo en la tierra. Por fin, fuimos víctimas de una violenta, extrema
fatiga, de un calor asfixian- te y de una languidez y una fiebre
de delirio que atemorizó nuestro Corazón. No podíamos ya distinguir ninguno de los puntos
cardinales:
sólo veíamos una hoguera, formada por las llamas del sol, lo mismo que si el fuego consumiera el
universo en la época fatal en que termina un yuga. El fuego, completamente rojo, no era más que una
masa en el centro del cielo, y apenas si podía vislumbrarse su cuerpo en medio del general incendio.
El astro del día, que pude distinguir con grandes esfuerzos, paeecióme de tamaño igual a la tierra.
-¡Mas he aquí que, de pronto, Djatayu, sin preocuparse ya de disputar la victoria, dejáse caer
con la faz vuelta hacia la tierra. Yo, al ver su caída, precipitéme rápidamente. Yo sentía sus alas
sobre mí como si me abrigaran, y Djatayu no fue quemado; pero el sol tomó horrorosa venganza en
mí, y fui arrojado desde las rutas del viento. Con el alma llena de estupor y las alas quemadas, caí
sobre el Vindya y Djatayu sobre la Djanastana, según oí decir. Despojado de mi reino, separado de
mi hermano, desprovisto de mi vigor y de mis alas, tenía suficientes motivos para desear la muerte.
¡Quiero arrojarme por la cumbre de la montaña! ¿Qué atractivo tiene la vida para un pájaro sin alas,
que necesita ayuda para andar, y que es como un pedazo de madera o como un terrón de tierra?
-Después de haber hablado así, llorando, poseído por un vivo dolor al más virtuoso de los
anacoretas, derramé lágrimas, que afluyeron de mis ojos como río que baja de la montaña. Al ver mi
aflioción y mis lágrimas, el gran santo, compasivo, reflexionó un instante, y su reverencia me dijo:
"Llegará un día, rey de los pájaros, en que volverás a tener alas y con ellas recobrarás tu plenitud de
visión, tu plenitud de vida, tu inteligencia, tu valor, tu fuerza. En otro tiempo oi decir que tú
realizarías una gran obra; la be visto por mis propios ojos de peni
tencia: aprende, pues, aquí la verdad:
-"Era un monarca, descendiente de Iksvaku, llamado Dasarata; este monarca tendrá un hijo de
esplendor refulgente, que se llamará Rama. Este príncipe, de un heroísmo infalible, obedeciendo
órdenes de su padre, a causa de una cuestión qut no hay por qué contar, marchará a las selvas,
acompañado de su esposa y su hermano. Un rey de todos los raksasas, llamado Ravana, invulnerable
para los demonios y aun para los dioses, le robará su esposa en la Djanastana. Unos monos
mensajeros, enviados de Rama vendrán a buscar aqul a su real esposa: yo te confío el encargo de
indicarles el país donde han de encontrar a la hija del Rey Djanaka. No debes abandonar estos
lugares con ningún pretexto. ¿Dónde irás por otra parte, en el estado en que te encuentras? ¡ Llegará
un día en que recobrarás tus alas; espera aquí ese momento!"
-Desde entonces, consumido por el dolor, obediente a las palabras del solitario, no he querido
desertar de mi cuerpo, sostenido por la esperanza de ver al más noble de los ragüidas -dijo.
Y los nobles cuadrumanos sintieron redoblar su alegría con aquellas palabras, que el rey de los
buitres destiló de su boca con un sabor de ambrosía.

Cuando Sampati hubo hablado así a los monos, sintió que le crecían nuevamente las alas. El
monarca de los pájaros quiso conocer entonces hasta dónde podrían elevarle sus alas, y desplegó
todo el vuelo por encima de la meseta de la montana. Todos los monos seguían con la mirada el
vuelo sublime de Sampati. Después, el pájaro volvió a reposar sobre la cima, y con una voz que
modulaba las más suaves inflexiones, reanudó su discurso:
-¡¡Monos, ya véis el milagro del risi Nisacara, en el cual la penitencia ha consumido
enteramente la ma-
teria! ¡No ahorréis esfuerzo; pronto encontraréis a Sita; el santo ha hecho que yo recobrara las alas
delan- te de vosotros para que tengais confianza! Es preciso que dirija vuestros pasos, monos, hacia
la alta montaña de vasta meseta, que se encuentra al norte, por el mar ,del ¡Mediodía' una pequeña
distancia la separa del' monte ¡Malaya. ¡Allí, encargad de saltar el mar a aquel héroe que, entre
vosotros, sea capaz de salvar cien yodjanas sin encontrar penasco ni tierra donde apoyar un momento
el pie! -Y, al terminar estas palabras dijo adiós a los cuadrumanos, y lanzándose al espacio, partio
con un raudo vuelo, como alas de Ga- ruda
Y' los monos, con paso rápido como el viento, resueltos, decididos, contentos de alma,
avanzaron hacia la playa deseada, sobre la cual go bernaba el negro soberano de los muertos.
Al ver aquel mar sin orilla ulterior, como el cielo, algunos monos cayeron en el abatimiento y
otros se estremecieron de alegría y regocijo. Para reanimar su valor, Angada les dijo:
-¡Cuadrumanos de heroico vigor no hay que dejarse vencer por el a' batimiento! ¿Quién de
vosotros puede ir y volver a Lanka en dos vigorosos saltos? ¡Aquel que posea el don maravilloso de
salvar la distancia que reflexione bien y que hable 'después! ¡Gracias a él podremos regresar un día,
dichosos, Co ronados por el éxito y volver a ver nuestras fortunas, nuestras esposas y nuestros hijos!
Ninguno de los monos, aunque entre ellos estuviera el deseado, respondió palabra, y los jefes
del pueblo se quedaron inmóviles.
Djambavat, el de los largos brazos pasó revista en su mente a los cua'drumanos, y respondió al
hijo de Bali:
-Príncipe de los monos, yo Co- nozco al héroe cuadrumano que pue
de franquear la distancia de cien yodjanas y volver aquí coronado por el éxito.
Después que hubo recorrido con la nairada el abatido ejército de mo nos, compuesto de varias
centenas de núllares Djambavat avanzó ha- cia Hanümat, que estaba tendido solo, silencioso, él,
hábil en todas las materias de los sastras y uno de los principales del ejército cuadrumano, y le dijo:
-¿Por qué, por qué no hablas, Hanuinat? Yo ya soy viejo; mi vigor ha desaparecido; estoy en la
edad de la muerte; en cambio, todos los dones acompanan a la edad de tu grandeza. ¡ Despliega,
pues, héroe tu valor! ¿No eres tú el más excelente de los monos?
Excitado por el más venerable de los monos, el hijo del Viento, guerrero de renombrada
velocidad, hízose de pronto de forma alargada y adecuada para navegar en los aires. Este espectáculo
encantó a todo el ejército simio.

Mientras el inteligente cuadrumano se hinchó, su cara brillaba reful- gente, como el sol, rey del
cielo, o como fuego sin humo. Levantóse en medio de los monos, y con el pelo erizado inclinóse ante
los grandes y les dijo:
-¡Así pasaré el mar, desplegando mi vigor, y volveré cumplida mi misión: tened fe en mí,
monos! Lo mismo que Garuda desplegó sus alas traaando una serpentina, voy yo a ganar de un raudo
vuelo el cielo, morada de los pájaros. Esperadme en estos lugares; voy a salvar la distancia de cien
yodjanas. ¡Regocijáos, pues. monos! Mis presentimientos rne dicen que veré a la videana, y casi
puede decirse que la veo con los ojos del pensamiento.
El hábil Angada respondió en es- tos términos:
-Héroe, mono de gran vigor, aquí estaremos en tanto que tú vuelvas, con el pie en la misma
huella. ¡De ti depende nuestra existencia!
E inmediatamente, oídas las palabras de Angada y de la asamblea de los cuadrumanos, el gran
mono saludó a los que debe tributarse este homenaje, y comenzó a dilatar sus proporciones naturales.

El afortunado príncipe Hanumat, cuya mano derribaba siempre a sus enemigos, rodeado de
monos, ascendió al Maendra. Cuando el príncipe apretó con sus dos pies la montaña, ésta lanzó un
gemido, lo mis- mo que la cólera de un gran elefante herido por un león. Las alturas escarpadas de la
meseta vomitaban arroyos de espuma; los elefantes y los monos temblaron, y el tronco de los árboles
se conmovió. El noble mono, de pie sobre la meseta de la montaña, brillaba en aquel momento como
Visnú en el momento de salvar la distancia del mundo en tres pasos.
Para que la travesía del gran mar fuese buena, el gran mono de largos brazos inclinóse con
recogimiento, llevándose las manos a las sienes en hónor de los Inmortales. Después, abrazó a los
suyos, saludóles con un pradaksina, y lanzóse a la ruta limpia y sin escollo, habitada por el viento.
-¡Hasta la vuelta! -gritaron todos los monos. Y extendió los brazos y volvió la cara hacia
Lanka. Sus dos brazos, extendidos en el cielo, resplandecían como dos cimitarras o como dos
serpientes con piel nueva.
En todos los lugares del mar por donde pasaba el gran mono las ondas se levantaban con furia,
azotadas por el aire. Al ver a aquel tigre- simio, los reptiles que habitan en el mar creían que era el
propio Garuda en persona. Los peces, al ver la sombra del rey de los monos, que cubría diez
yodjanas de anchura y tres más le longitud, se quedaban atónitos dc estupon Las grandes nubes
producidas por los brazos del mono brillaban purpurinas, blancas, rojas, negras, en el espacio
iluminado de
rayos, inflamado de relámpagos y que festoneaban de guirnaldas de fuego en su caída.

Al llegar a la costa ulterior, el mono siempre dueño de su ánimo, se hizo esta reflexión: "Es
seguro que si entro en la villa de los raksasas con estos miembros desmesurados, excitaré su
curiosidad." El mono disminuyó entonces grandemente su cuerpo, y para librarse de la curiosidad,
volvió a su estado natural, como Visnú al final de sus tres pasos. Avanzó hacia Lanka, circundada
por todos lados de murallas, que semejaban grandes moles blancas, y de fosos profundos, llenos de
aguas inagotables. Esta ciudad, rodeada por una trinchera de oro, esta ciudad empavesada de
estandartes y banderas, ornada de balcones de oro y cristal, estaba coronada de centenares de
miradores.
Hanumat, el hijo del Viento, volvió a recogerse en sus pensamientos:
"¿Por qué medio -se dijo- podré llegar a la mitilana, la augusta hija del rey Djanaka, sin ser visto de
Ravana, el cruel monarca de los raksasas?"
Después de estas reflexiones, al ponerse el sol, llegó al bosque y ocultóse esperando el
momento de poder burlar la vigilancia de los raksasas. Cuando desapareció el día, el vigoroso hijo
del Viento, para penetrar durante la noche en Lanka, se redujo al tamaño de un gato, y saltando al
paseo, contempló la ciudad, constiuida en la cima de un monte. Lo mismo que en el cielo brillan las
constelaciones, resplandecía la ciudad con sus magníficos piilacios, altos como la cima del Kelasa,
blancos como nubes de otoño. El inteligente y cuerdo hijo del Viento lanzóse de un salto rápido, a la
hora en que la noche tiende sus velos, y penetró en la gran ciudad de Lanka, la de las grandes y bien
distribuidas calles.
Olanse en las moradas de los raksasas risas, gritos, charlas, y, sobre
todo música Entonces se dijo el simio todos estos ruidos se mez clan para formar una sola voz la de
Laaka Al llegar a a calle ma yor ocurriosele este pensamiento al inteligente mono que paseaba sus
miradas por todas partes Voy a inspeccionar una despues de otra la entrada de estas casas
principescas, que resplandecen como las constelaciones de los planetas y que, por decirlo así, llegan
hasta el cielo."

La luna, como si quisiera ayudar en su ministerio al mono, apareció en el horizonte, rodeada de


sus batallones de estrellas. El inteligente mono vió las casas llenas de gente ebria o somnolientas, de
tronos, de carros, de caballos y de despojos conquistados por los héroes.
El príncipe de los monos, paseando su mirada por cada casa, vio mujeres bellas, graciosas, que
enajenaban por su alegría, adornadas de flores. Pero no vio a Sita, mujer de origen divino, hija de
reyes, que llamaba a Rama en sus votos, y cuya imagen llevaba éste en el corazón. Como no veía por
ninguna parte a la esposa de Rama, el gran mono aproximóse a la morada del rey de los raksasas. Un
elevado antemural de color del sol rodeaba el castillo, adornado y defendido por unos fo- sos, con
masas de nelumbos, que formaban como unos arambeles. El mono dio una vuelta alrededor del
palacio de arcadas de oro, de perlas y piedras finas, de recintos de plata, y columnas de oro macizo; y
contempló el edificio sublime, de erizadas astas y de estandartes, y turbado por el grito de los pavos
reales y semejante al monte Mandara.
Hanümat vio, al cabo, un sitial eminente, de cristal y pedrería, parecido al trono de los
Inmortales. Vio también un quitasol blanco, ornado de guirnaldas atadas con cintas. Allí estaba el
monarca y señor de los raksasas, como nube blanca, vestido de plata, con brazaletes de oro bruñido,
los ojos rojos y los
miembros untados de sándalo encarnado de un olor exquisito, adornado con los más bellos aderezos,
abanicado por nobles damas, embalsamcado de perfumes diversos, de suaves inciensos, adormecido
en una cama resplandeciente: así apareció a los ojos del gran mono el héroe raksasa, amor de las
hijas de nairátas, alegria de las jovenes raksasas.
Acostada en üna brillante cama, cerca del monarca, vio el mono una mujer dotada de gran
belleza, Aquelía rubia favorita, de matiz de oro, estaba tendida sobre un diván soberbio como reina
del gineceo. El marútida de largos brazos contemplóla un momento, y al ver su juventud y su belleza,
pensó: "¡Ssta no puede ser otra que Sita!" Y palmoteó de alegría, maravillado. Y después de formular
esta conjetura, hizo prudentemente esta reflexión: "La prin- cesa videana, separada de Rama, no debe
comer, ni beber, ni dormir, ni adornarse. No debe permanecer cerca de otro hombre que el mismo
Indra, el rey de los Inmortales!"
Y el prudente hijo de ¡Maruta miróla nuevamente, y observó tales y tales gustos, que concluyó
por des- cubrir que aquella mujer no era Sita. Ardiendo en deseos de verla, el marútida prosiguió sus
indagacicnes dentro del palacio, en las casas y glorietas de enredaderas y bejucos, en las salas de
pinturas, en las cámaras de noche, pero sin encontrar a la mujer de rostro encantador. El mono vió
una sinsapa de oro, que extendía sus ramas llenas de hojas y ramilletes. Corrió de un salto al sinsapa
de elevada cumbre, majestuoso árbol nacido en medio de árboles de oro, y al pie de él se recogió en
sus propios pensanientos: "Desde aquí -se dijo- veré a la mitilana, que suspira por su esposo, pasear
con los ojos bañados de lágrimas y el corazón triste, cautiva, jadeante. como gamo separado de la
gama y bajo la garra del león." Y el magnánimo Hanumat, ya bus-
cara en el horizonte a la esposa del rey de los hombres, ya escrutara desde el pie del árbol cubierto de
flores, veíalo todo, escondido en el espesor del follaje.

El optimate mono de largos brazos vio algunas raksasas deformes, de rostro áspero y la tez
negra y curtida. Irascibles, pendencieras, llevaban en la mano martillos, mazas y picas de hierro,
Tenían la faz y las manos untadas de grasa, y todos los miembros sucios de carne y sangre.
Por fin, gozoso, erizándosele el pelo de placer, el mono vio en el cfrculo de las raksasas, lo
mismo que Roiní en la boca de Rau, a la infortunada reina, que estrechaba en sus brazos, como liana
de flores, el árbol bajo cuyas ramas se acurrucaba Hanumat. El mono vio sentarse tristemente junto
al árbol a la encantadora mujer, que tenía el semblante turbado como creciente de luna y velado por
una nube en el comienzo de su quincena blanca. Desolada, enflaquecido por la abstinencia, el
semblante bañado de lágrimas, el alma y el cuerpo consumidos de pena y de sufrimiento, de- ¡¡cada,
horrorizada, exhalaba nume- rosos y largos suspiros. El aspecto de aquella mujer, manchcada de
polvo, triste y sin adornar, y digna, sin embargo, de todas las joyas, sumió en la incertidumbre las
investigaciones del mono. Con dificultad pudo reconocerla Hanumat, el hijo del
Viento:
-¡Es ella, inquebrantable en la fidelidad a su esposo; Sita, la hija del magnánimo Djanaka, rey
de Mitila, esclavo del deber! Quiero interrogar a la virtuosa mitilana, conturbada por ese odioso
Ravana, lo mismo que fuente por hombre turbulento.
Al levantarse el poderoso monarca de los raksasas, a la hora oportuna, con la ropa y las
guirnaldas caídas su pensamiento voló hacia la videana. Atraído fuertemente por Sita. loco de amor
hasta Ci paroxismo,
era incapaz de ocultar la desenfrenada pasión que consumia su alma. Ardiendo en deseos de ver a la
mitilana, salió de su palacio, adornado con sus joyas de magnificencia incomparable. Solamente un
centenar de mujeres seguía a Ravana en su marcha. El hijo del Viento oyó entonces el murmullo de
los núpuras y de los cinturones de las mujeres. Y al ver el esplendor infinito que irradiaba de todos
lados, el vigoroso mono de gran energía pensó: "¡Éste es el monarca de largos brazos!" El inteligente
cuadrumano arrojóse al suelo, ganó otra rama oculta entre las hojas y el rastrojo de las matas,
deseoso de acechar al monstruo de diez cabezas.
Al ver a Ravana en aquel aspecto, la augusta mujer tembló como un plátano agitado por el
viento. El demonio de las diez cabezas encontró a la videana vigilada por las raksasas, sumergida en
su dolor como un navío se sumerge en el mar. In- quebrantable en la fe jurada a su marido, vióla
sentada en el desnudo suelo, como liana cortada del árbol conyugal y caída en tierra. Su pro xiniidad
produjo en ella movimientos convulsivos.
Amorosamente, Ravana dijo a la infortunada:
-Ocultando por todas partes tu dolor, al verme quisieras esconderte en el seno de lo invisible.
Destierra el dolor que te inspira mi presencia, pues no te encuentras entre hombres ni entre raksasas
siquiera. Tomar las mujeres por la fuerza, arrebatarlas por la violencia han sido en todo tiempo y
lugar nuestro oficio, temerosa dama. ¡Yo te amocc mujer de grandes ojos! ¡Amaine, mujer en quien
están reunidas todas las perfecciones corporales! ¡Concédeme tu amor, cara mitilana, y no te obstines
en tu dolor! ¡¡Mitilana, se-mi esposa, mi esposa favorita, la primera entre las más distinguidas de mis
numerosas mujeres! Las joyas que con violencia he arrebatado en todas partes y este mismo reino,
son
tuyos, dama doliente. Por ti quiero conquistar la tierra, mujer coqueta, y regalársela a tu padre
Djanaka, con las numerosas ciudades que la pueblan.

Después que Sita hubo escuchado este terrible discurso, abatida, contrita, con voz triste, respondió
lentamente al raksasa:
-Lo que pides es vergonzoso e indigno de una mujer virtuosa como yo, que forma parte de una
familia pura e hija de otra muy ilustre. Soy esposa de otro; no puado por tanto serlo tuya. Ni tu
imperio ni tus riquezas me seducen: ¡yo no pertenezco más que a Rama, lo mismo que la luz al astro
del día! Pronto el ragüida, mi esposo, caerá sobre ti, su odioso rival, y me arrancará de tus brazós.
Irritado por estas palabras, el monarca de los raksasas encolerizóse hasta el furor, y respondió:
-¡Cree"., sin duda, que tu condición de 1 mujer te pone al abrigo del suplicio, y por eso te
permites dirigirme esas palabras de ultraje! ¡Al extremo que mi cólera ha llegado, y habiéndose
apoderado ya de la cabeza, será preciso que te envíe a la muerte! ¡Si vives aún es gracias a que eres
mujer! Cada una de tus palabras de ultraj 9 merece ,una horrible muerte en justo castigo. Mas es
necesario que tenga paciencia durante dos meses: te coneedo ese plazo. Sube después a mi lecho,
mujer de ojos embriagadores. ¡Si transcurrido ese termino te niegas a ser mi esposa, mis cocineros te
cortarán en pedazos para mi comida!
Al contemplar a la bella djanákida, amenazada en tal formina por el monstruo de diez cabezas,
las jóvenes gandarvas de grandes ojos y los dioses se sobrecogieron de dolor. Resueltos a defenderla,
se miraron a hurtadillas, e hicieron serias con los ojos a Sita para comunicarle su propósito de
oponerse a la realización de las amenazas del odioso raksasa.
Ravana, que tantas lágrimas había hecho derramar en el mundo dio una orden severa a todas las
raksa- sas, medrosas de su presencia:
-¡Raksasas -les dijo-, cumplid sin vacilaciones todas las órdenes mías encaminadas a que Sita,
la djanákida, obedezca pronto a mi voluntad! ¡Emplead, para corromper- la, todos ¡os medios: los
regalos, las caricias, las lisonjas, las amenazas, y. si es preciso, el trabajo y los castigos! -Y, llena el
alma de despecho, de cólera y de amor, abandonó a la djanákida.

Apenas había salido Ravana cuando las raksasas de espantoso aspecto se lanzaron sobre Sita.
Aquellas furias, de cara disforme comenzaron por hurlarse de la cautiva, y a continuación la
cubrieron a capricho de palabras malsonantes y de injurias. ¡Y sólo homenajes merecía!:
-¿Conque tú, Sita, no eres feliz en este gineceo amueblado con lujosos lechos? ¿Por qué te
enorgulleces de tener un marido de condición humana? ¡Olvida a Rama; nunca volverás a verle!
La djanákida de cara de loto, con los ojos arrasados de lágrimas, respondió en estos términos:
-¡Mi alma rehúsa como un pecado ese lencguaje que sale de vuestra boca; esas palabras son
horribles, execrables. Bendecido o desgraciado en su reino, el hombre que es mi esposo es a quien
debo venerar. Es, pues, imposible que yo reniegue de él. ¿No es para mí una divinidad?
lais rkksasas, irritadas, rodearon completamente a Sita, lamiéndola con sus horrorosas lenguas
y blandiendo las espadas, inflamadas de cólera, le dijeron:
-¡Si no quieres por esposo a Ravana, perecerás, no lo dudes!
Al oír estas amenazas, Sita huyó, refugiándose, llorosa, en el tronco del sinsapa. Pero las
raksasas avanzaban por todos lados, abrumando a la enflaquecida videana, que mos
traha el semblante abatido, y que cubría su cuerpo con una ropa manchada.
Inmediatamente, una raksasa de horroroso aspecto, llamada Vinata o la Encorvada, de vientre
abultado, de modales descompuestos y dientes largos, le dijo:
-¡Basta ya con esta prueba, Sita, para persuadirnos de que amas a tu esposo! En todas partes es
una desgracia lo que pasa de la medida. ¡Estoy contenta de ti, noble dama; has hecho cuanto
humanamente puede hacerse! Pero escucha la palabra de la verdad, mitilana; escucha lo que voy a
decirte. ¡ Acepta como esposo a Ravana, el soberano de to dos los raksasas! ¡Si no sigues el consejo
que yo te doy, vamos a comerte ahora mismo!
Otra horrible furia, llamada la Descaderada, de aspecto iracundo, levantó el puño y vociferando
dijo:
-¡Hemos escuchado ya a causa tuya por nuestra benevolencia y dulzura, demasiadas palabras
impertinentes! Por ti, hija, nos encontramos abatidas de dolor y de cuidados, ¿por qué retardas tu
decisión? ¡Ama a Ravana, o mueres! ¡Si te obstinas en no obedecer, todas las raksasas van a comerte
ahora mismo, no lo dudes!
Luego, Cabeza de Caballo, merodeadora de la noche, de boca de fuego y ojos encendidos, dijo:
-Llevamos mucho tiempo mezclando nuestras caricias con nuestras advertencias y, sin
embargo. aún no te has decidido a seguir nuestras saludables palabras. Has de saber que te
encuentras en la orilla ulterior del mar inabordable a los extraños, en el gineceo del terrible Ravana.
¡Basta ya de lágrimas! ¡Abandona tu inútil dolor! ¡Acepta por esposo a Ravana, soberano de los
raksasas, o, de lo contrario, vamos a arrancarte, como ya te he dicho, el corazón y a comérnoslo!
Después de Cabeza de Caballo, una raksasa de horrible aspecto, lla- mada Vientre de Trueno,
blandien-
do una pica, pronunció estas palabras:
-En cuanto vi a esta mujer, secuestrada a Rama, de ojos que se mueven como la onda y el seno
palpitante de temor, me asaltaron grandes deseos de comérmela. -¡Qué regalo -pienso- será saborear
su hígado, su grupa, su pecho, su cabeza, su corazón, al propio tiempo que su sangre líquida!
La raksasa llamada la Encorvada usó de nuevo de la palabra:
-Estrangulemos a Sita -profi rió- y digamos que se ha dado muerte ella misma. Luego, cuando
nuestro dueño vea sin respiración a esta mujer en el imperio de Yama, nos dirá: "¡Comérosla!, no lo
dudéis."
-Repartámonosla antes, pues no me gustan las disputas -respondió una raksasa llamada Cabeza
de Cabra.
-Apruebo lo dicho por Cabeza de Cabra -repuso otra-, si no hace lo que le hemos dicho. ¡
Pongamos una rodflla sobre ella, y comámonosla entre todas!
Al oír las palabras de las raksasas, la prudente videana se apoyó en 41na larga rama florida de
asoka, y, abrumada de pena, su pensamiento fue para su esposo.
-¡Ay, Rama! -exclamó- ¡Ay, Laksmana'! ¡Ay Kaosalya! ¡Ay, noble Sumitra!
Y las lágrimas empapaban su cara, y, enferma, vivamente afligida, la cabeza baja, lo joven se
lamentaba ya como una alucinada, ya como una insensata, ya como una somnoliente de inerte
tristeza, ya se agitaba en el suelo como una yegua en el barro.
-¡Si Rama sabe que -me encuentro cautiva en el palacio de Ravana, su mano irritada enviará
sus flechas para despoblar toda Lanka, secará este mar y derribará la ciudad!
Estas ?alabras de Sita irritaban a sus guardianas hasta el extremo de que unas querían
contárselas a Ra-
vana; otras se acercaban a ella y la cubrían de improperios, de ultrajes y de palabras siniestras:
-¡Oh dicha; ahora es cuando, innoble Sita, te decides por el partido siniestro; ahora es cuando
las raksasas van a comer carne arrancada de tus miembros!
-Sin embargo, en aquel momento, un pájaro que estaba en una rama consoló repetidas veces,
insistente- mente, a la infortunada, y como corneja feliz envió a la cautiva con su dulce palabra un
"buenos, días", que parecía como si anunciara a Sita la proximidad de su esposo.

El valeroso Hanumat oyó, sin escapársele una, aquellas palabras. El hijo del Viento
contemplaba a la desgraciada reina lo mismo que si fuera una diosa en el seno del Nandana "Si
vuelvo sin consolar en su cautiverio a la infortunada se dijo Hanumat invadida por la triste za mi
olvido mi omision sera nial decida como una falta ¡Me es im posible hablar con ella en presencia de
estas impuras merodeadoras de la noche 6Cómo proceder9" Refle xiono, y por fin adopto esta idea.
"Voy a nombrarle a Rama y a ha- blarle en sánscrito, pero pronuncian- dolo como si no fuera
bramán. Así no asustaré a la infortunada cuya alma se dirige en pensamiento a su esposo.
Y el gran mono pronunció despacio estas palabras al oído de Sita:
-¡Reina que vio nacer la Videa, tu esposo Rama te dice por mi boca cuanto hay de más
agradable, y el joven hermano de tu marido, el héroe Laksmana, te desea la felicidad!
Temblando, con el alma emocionada la modesta Sita vio entonces en m'edio de las ramas un
mono de amable aspecto, y, respetuosamente se preguntó: "¿No es csueño lo que he oído? ¡Si hay
algo de real en las palabras de este habitante del bosque, que los dioses hagan que todas sus palabras
sean verdad!"
Hanumat habló por segunda vez:
-Si tú eres Sita la videana, aquella a quien Rama puede conducir por la fuerza a la Djanastana,
dime la verdad, noble dama.
La videana, gozosa al oír el nombre de su estmoso, rescpondjó en estos térininos al gran mono,
que se había colocado en medio del sinsapa:
-Yo soy la hija del magnánimo Djanaka, el rey de Videa: me lía- man Sita, y soy la esposa del
prudente Rama.
El noble mono Hanumat respondió en estos términos, con el alma gozosa y triste a la vez:
-Es el propio Rama quien me envía cerca de ti en calidi¿d de mensajero. Rama se encuentra
bien, noble videana; te desea lo que hay de más dichoso. -Y el mono inclinóse ante ella, y Sita
exhaló un largo y ardiente suspiro.
Deseosa de conocer mejor al mono, la hija del rey Djanaka le habló así:
-Puesto que eres mensajero de Rama, te suplico me digas, ¡oh, el mejor de los monos!, quién es
ese Rama, aliado de los monos, que ha- bitan en el bosque.
El augusto hijo del Viento respondió:
-Dentro de poco verás aquí a tu Rama, acompañado de su hermano Laksmana y de Sugriva, en
medio de diez millones de monos como Indra en medio de los marutas. Yo soy el mono llamado
Hanumat, consejero de Sugriva y mensajero de Rama, el infatigable héroe, león de los reyes. He
franqueado la mar grande y he entrado en la ciudad de Lanka. Yo no soy lo que tú piensas. reina:
disipa esa duda, y cree en mis palabras, mitilana, pues jamás la mentira ha manchado mi boca. Como
tú no ves en mí más que al mono, es natural que pienses así. Pero toma este anillo que lleva escrito el
nombre del magnánimo Rama. El me lo ha dado como signo que me acredite ante ti.
La real cautiva recibió el anillo palpitante de felicidad. los ojos ba-
ñados de lágrimas, y se lo puso en la cabeza. Apenas hubo escuchado las palabras que le enviaba
Rama y visto el anillo vertió de sus ojos negros, encantadores, el agua que tiene por manantial la
felicidad, y dijo al hijo del Viento:
-¡Estoy contenta de ti mono, y ojalá goces de larga vida! ¡Que seas feliz, tú que anuncias que
mi esposo goza de buena salud en compañía de su hermano segundo!
El hijo del Viento, con voz dulce y las manos en las sienes, respondió a las palabras de Sita:
-¡Reina, tu ragüida no sabe aún que te encuentras aquí; pero a mi regreso consumirán sus
flechas esta ciudad! ¡Entonces, si la Muerte, si los habitantes del cielo con el mismo Indra osan
ponerse delante de él. este noble hijo deKakutsta hará morder el polvo a todos en el campo de
batalla! Poseído por la gran aflicción que le produce la ausencia de tus ojos, Rama no encuentra la
calma en ninguna parte, como toro acometido por león.
Sita respondió al discurso del mono:
-¿Cuándo disipará Rama el héroe el sol que siembra a guisa de rayos una red de flechas, las
tinieblas con que Ravana obscurece nuestro cielo?
El noble mono respondió en es- tos términos:
-Voy a llevarte hoy mismo al seno de Rama, mitilana de los hermosos cabellos ensortijados,
como el fuego lleva a los dioses la ofrenda del sacrificio de los altares. ¡Ven, sube en mis hombros,
reina, y agárrate a mi 5 crines! ¡Hoy mismo verás a Rama!
La mitUana repuso con modestia a las agradables palabras del terrible mono Hanumat:
-¿Cómo, puedes conducirme, noble mono, con un cuerpo tan pequeño, ante mi esposo, el
monarca dc los hijos de Manú?
Hanumat, respondió:
-Mira, videana, la forma que voy a tomar ahora. -Y el enérgico tigre de los monos, que poseía
la virtud de transformarsce a voluntad, aumentó el tamaño de sus miembros. Una vez convertido en
una especie de nube sombría, el príncipe de los cuadrumanos púsose delanto de Sita, y le dijo-:
¡Tengo fuerza para conducir a tado Lanka con sus caballos y elefantes, sus arcadas, sus palacios, sus
murallas, sus parques, sus bosques y sus montañas!
Al ver al hijo del Viento parecido a una montaña, la hija del rey Djanaka, la princesa de ojos
grandes como pétalos de ninfa, dijo:
-¡Sé mono, que tiene fuerza para conducirme durante esta carrera; pero la esposa de Rama, para
la cual el deber lo es todo, no debe sufrir sobre la espalda de un ser que lleva nombre que pertenece
al sexo masculino!
El mono de loables cualidades respondió a Sita:
-Lo que tú dices, reina encantadora, está dentro de las coveniencias; tus palabras corresponden
al carácter de una mujer que es fama pertenece al rango de las más virtuosas; son dignas de tus votos.
Ya que no puedes venir conmigo por la vía de los aires dame an signo o una seña que permita a
Rama re- conocerte.
La joven Sita, semejante a una hija de los dioses, con voz balbuciente por las lágrimas, le
respondió:
-Dile al rey de los hombres:
"Sita, ladjanákida, consagrada a con- servar tu favor se encuentra tendida en el suelo, afligida, al pie
de un asoca, y duerme en la tierra desnuda. Con los miembros jadeantes, añorando de todo corazón
tu presencia, está sumergida en un océano de tristeza. Dígnate salvarla. ¡Señor de la tierra, posees un
gran vigor, tienes flechas y armas, y Ravana, merecedor de tu desprecio; vive todavía! ¿Cómo no
despiertas?"
Hanumat respondió en estos términos a las palabras de Sita:
-Tu esposo cumplirá todo lo que has dicho, mitilana. Confíame un signo que sea conacido de
Rama y que lleve la alegria a su corazon.
Sita contempló un momento el gracioso tejido de sus entrelazados cabellos, deshizo su larga
trenza y entregó al mono Hanumat la joya que ataba su cabellera:
-¡Dásela a Rama -dijo. Tomóla el mono diciendo:
-¡Adiós, mujer de ojos grandes; no te abandones al dolor!
Cuando el mono se hubo alelado de ella se hizo estas reflexiones:
"Para 'resolver esta cuestión falta muy poco. He visto a la princesa de ojos negros. ¡Sólo falta ahora
la energía nara desatar el nudo! ¡Destruiré, pues, lo mismo que el fuego devora una selva, seca, todo
el magnífico boscaje rico en lianas y árboles, encanto del alma y de los ojos, c semejante al propio
Nandana! Y ¿te parque devastado encenderá contra mí la cólera del monarca." Y el valeroso
Hanumat saqueé el bosque real, poblado de numerosas gacelas, de elefantes ebrios de amor. Bien
pronto el soto adquirio un aspecto horroroso: los árboles rotos. las fuentes anegadas y sus montanas
reducidas a polvo. Cuando el gran mono emisario del augusto y sabio monarca de los hombres hubo
consumado aquel estrago, avanzó hacia la puerta de la arcada, deseoso de combatir contra los
numerosos y potentes ejércitos de los raksasas.

Sin embargo, el grito del mono y la destrucción de la selva desconcertaron a los habitantes de
Lanka. En cuanto el sol cerró los párpados, las raksasas de horroroso aspecto vieron los jardines y el
boscaje destruidos y al gigante héroe de los cuadrumanos, y fueron inmediatamente a contárselo a
Ravana. Inclinando la cabeza hasta el suelo le dijeron, poseídas de pánico y con ojos extraviados:
-¡Rey, un mono de cuerpo horroroso y de vigor extraordinario, ha hablado con Sita en medio
del boscaje de asocas, y lo ha destruido después en un instante, respetando solamente la parte
ocupada por Sita, la djanákida! ¡Ordena el castigo de ese audaz y criminal que ha osado hablar a Sita
y destruir el jardín!
Al oir estas palabras de las furias, el soberano de los raksasas, con los ojos fulminantes de
cólera, flamígero como el fuego que devora una oblación, mandó detener a Hanumat.
Inmediatamente, un héroe de corazón generoso, el invencible Indragit, montó en su carro, tirado por
cuatro leones de agudos y cortantes dientes, y de velocidad espantosa. Al ver que el héroe Indragit
avanzaba hacia él, el mono lanzó un horrísono grito, y rápido, aumentó el tamaño de su cuerpo.
Indragit blandía desde su celeste carro el admirable arco con un ruido atronador. El inconmensurable
mono, que ignoraba la extraordinaria rapidez de las flechas de aquel guerrero, el más hábil arquero
de los que manejaban armas, lanzóse de súbito por las rutas de su padre. Y como Hanumat poseía la
velocidad del viento, delante mismo del héroe se burlaba de sus flechas.
De pronto, el hijo del rey de los raksasas pensó: "Este animal es inmortal. ¿De qué medios me
valdría yo para apoclerarme de él?" Y en aquel mismo instante enlazó a su ri- val con la flecha de
Brama. Imposibilitado de moverse el mono, cayó sobre la faz de la tierra, y maltratado por los
raksasas, y abrumado por una lluvia de proyectiles, no sabía cómo desprenderse del lazo que lo tenía
sujeto.
Cuando los raksasas vieron al marútida sujeto por aquel maravilloso dardo, le ataron con
múltiples cuerdas de cáliamo y lazos de líber envue'lto en vegetales. Indragit arrancóle el formidable
dardo, sin que se percaÉara de ello el noble mono. Y el marútida fue conducido a presen
cia del monarca de los genios nocturnos, a palos y a puñetazos.
El hijo del Viento vio al monstruo de diez caras, los ojos rojos de cólera, sentado en muelle
silla, dictando órdenes a sus principales ministros, a los más distinguidos por su edad, sus buenas
costumbres o su familia. Al ver al mono de largos brazos, Ravana montó en cólera, y, rabioso, los
ojos estriados de negro, dijo a Prasta el más eminente de los raksasas:
-¡Interrogad a ese malvado! ¿Quién es? ¿Por qué razón ha venido? ¿Por qué causa ha
devastado el jardín? ¿Porqué ha amenazado a los raksasas?
Cuando el monarca concluyó de hablar, Prasta dijo:
-¡Tranquilízate! ¡Salud mono! No tienes nada que temer aquí. Cuéntanos la verdad y serás
puesto en libertad inmediatamente; pero si mientes, ¡será difícil que escapes con vida!
El mono dotado de la palabra, el cuadrumano de gran velocidad, Hanumat, el hiio del Viento,
volvió sus ojos hacia el monarca de los raksasas, y con entereza dióse a conocer al demonio:
-Esta forma es la mía, y he venido aquí como mono -dijo-. No era fácil que yo pudiera obtener
esta entrevista con el monarca de los raksasas, sino destruyendo el boscaje.
-He venido a tu palacio por orden de Sugriva. El Indra de los monos, tu hermano, desea buena
salud al ladra de los raksasas. Oye las instrucciones que me ha dado tu hermano el magnánimo
Sugriva:
-Era un potentado llamado Dasarata. Su primogénito, príncipe encantador, fue desterrado un
día por su padre a la selva Dandaka, Acompañado de su hermano Laksmana y de su esposa Sita,
siguió el sendero del deber, como los grandes santos. En medio de la selva perdió a su esposa, la
casta Sita, hija del magnánimo Djanaka, rey de Videa.
Buscando a su reina, el hijo del rey Dasarata y su hermano segundo llegaron al monte Risyamuka,
donde conferenciaron con Sugriva. Éste prometió buscar a Sita. El rey dc los cuadrumanos ha
enviado, pues, monos a todos los puntos del espacio en busca de Sita. Mi nombre es Hanumat, y soy
el propio hijo del Viento, y por Sita he franqueado raudamente nuestro mar de cien yodjanas.
Escucha por entero el mensaje de que soy portador, gran rey. Cuando secuestraste a esta mujer, para
conyertirla en concubina real, ¿no sentiste, no advertirste de que tomabas una leona que iba a
devorare? Rama ha prometido delante del rey de los monos interrumpir la vida del odioso rival que
le ha robado a su mitilana. ¡Arroja, pues, ese lazo de muerte que tú mismo has atado a tu cuello;
arroja ese lazo oculto bajo las formas encantadoras de Sita, y piensa solamente en los medios de
salvare!"
Ardiendo en cólera por las palabras del mono, el monarca de los raksasas ordenó que fuera
conducido a la muerte.

Vibisana, con el fin de que el rey desistiera de dar muerte a Hanumat, se expresó así:
-Héroe, no es digno de ti enviar a la muerte a este mono. El deber se opone a ello; es un acto
que será maldecido en este mundo y en el otro. Este cuadrumano es, sin duda, un gran enemigo; pero
los sabios dicen que se debe respetar la vida de los embajadores y emisarios, Hay otras penas que
emplear contra ellos. Es lícito mutilar sus miembros, cruzar sus espaldas con el látigo, afeitarles y
arrancarles sus insignias:
este heraldo, cuyas palabras hieren, merece esos castigos; pero la muerte 110 ha sido incluida entre
los castigos que merece.
Después de oír el discurso de su hermano, el monarca respondió con estas palabras, conforme a
las circunstancias cli' lugar y tiempo:
'Tu grandeza se ha expresado perfectamente: maldito es el que da muerte a los embajadores!
¡Es preciso infligir al mono otra pena! 1,0s monos tienen en gran estima su cola' ellos dicen que es
un adorno. pues' bien, ¡que le quemen la cola al mono y que se marche! ¡Que sus cónyuges sus
parientes, sus aliados, sus amigos y su propio monarca, lo vean vejado por la deformidad de este
miembro!
Los raksasas, a los cuales la Co- lera había aumentado su maldad, en- volvieron el rabo del
mono con estofas de algodón. A medida que envolvían en su rabo materias combustibles el gran
mono aumentaba sus prop'orciones, como un incendio inlumina en las selvas cuando la llama prende
en madera seca. Después furiosos aquellos demonios de alma' feroz l¿ rociaron de aceite y
prendieron fuego en su rabo; le sujetaron fuertemente, le, arrastraron fuera del palacio y lugaron Con
crueldad a pasear al mono con el rabo ardiendo por la ciudad, alborotando con el sonido de las
conchas y de los tamboriles.
Y las raksasas se apresuraron a llevar esta noticia a Sita:
'Al mono de cara roja que antes habló contigo -le dijeron- le han quemado el rabo los raksasas
y ahora lo arrastran en esa forma!
Al oír estas crueles palabras, que le produjeron por decirlo así, la muerte Sita la djanákida,
volvió su rostro 'al gi'an mono y conjuró el fuego por medio de poderosos sortilegios Con alma
ferviente, recogida, aquella mujer de grandes ojos adoró el fitego'
'Ya q¿e nunca quebranté la obediencia debida a mi venerable
-dijo- ni dejé de cumplir penitencia, ni violé la fidelidad que debo a iI;i esposo, sé bueno Con
Hanumat Fuego' ¡Si este inteligente cuadruinano tiene alguna sensibilidad por mí oh si me queda
alguna dicha, sé' bueno con Hanumat, Fue- go! ¡Si este cuadrumano de alma
justa ha visto que mi ConduCta es honesta y que mi Camino sigue la senda de la virtud, Fuego, sé
bueno Con Hanumat!
Y el fuego, inmune de humo, de un resplandor suave, iluminó una pradaksina en torno de esta
mujer le ojos dulces Como el Cervatillo de la gacela. La llama parecía decirle:
"¡Soy bueno con Hanumat!"
Y el mono se hizo estas reflexiones durante el incendio: "He ahí el fuego; ¿por qué no me
quema su ardor? Este favor lo debo, sin duda a la bondad de Sita, al esplendor de Rama, a la amistad
del Fuego con el Viento, mi padre!"
El gran mono dirigióse a la puerta de la ciudad y acercóse a aquella magnífica entrada que se
elevaba como el Himalaya. Y dueño siempre de sí mismo, se hizo grande como una montaña,
convirtióse luego en tamaño pequeñisimo, sacudió los lazos, salió y volvió al instante a
transformiiarse en una montaña. Observábalo todo con sus ojos, y vio, por encima de la arcada, una
sinuosidad de terreno oculto por los ár- boles, e inmediatamente el mono de largos brazos cogió una
sólida arma de hierro y trituró a golpes a los guardianes de la puerta.
Y con la cola envuelta en llamas el gran mono pascóse por Lanka, por los techos del palacio,
como nube ilumiñada por relámpagos. Hanumat, sembraba el fuego, y el Viento, que amaba a su
hijo, soplaba el incendio que ardía encima de todos los palacios. Horrorizados y venci- dos por e]
aruido y por el fuego aque- líos grandes y terribles demonios de espantosa fuerza, se precipitaron
sobre el mono, arminados de numero sas flechas, lanzando sin cesar sobre él lanzas centelleantes,
flechas arpadas y una grannada de hachas y de hoces; pero irritóse de pronto el hijo del Viento, tomó
una forma espantosa, arrancó del palacio una columna de oro, le dio cien vueltas, repitiendo cada vez
su nombre, y como ladra abatió Con sus rayos a
los asuras, abrumó él a golpes a los horribles raksasas.

Después que hubo arruinado la ciudad y llevado la turbación al Co- razón de Ravana y
mosúado su espantosa fuerza, el valeroso matador de enemigos saludó a Sita, y ardiendo en deseos
de ver a su señor, escaló el gran monte Arista. Desde la cima, el heroico hijo del Viento contempló
aquel espantoso mar, morada de peces y reptiles. Lo mismo que ¡Maruta en medio de los aires, el
tigre de los monos, el propio hijo del Viento, se lanzó a la más alta ruta de st' padre.
El grande y afortunado cuadrumano, viajero aéreo, avanzó por el mismo cielo, morada habitual
del aire, y en su ardor arrastraba, por decirlo así, los lindes de los diez puntos del espacio.
Removiendo las grandes masas de nubes y atravesándolas infinidad de veces, se le veía igual que a la
luna: ora aparecía descubierto, ora desaparecía oculto. Por fin, con vertiginosa rapidez, el marútida
descendió y puso pie en la cima de la alta montaña, erizada de árboles. Todos los jefes de los monos
rodearon entonces con el alma gozosa al magnánimo Hanumat.
Hanumat saludó, inclinando ací cuerpo, al gran mono Djambavat, el de luenga ancianidad, y a
Angada, el príncipe de la juventud. Cuando hubo recibido de ellos las reverencias y los honores que
en justicia merecía, el valeroso cuadrumano anunció brevemente la nueva:
-'He visto a fa reina! -excla mo.
Al oir estas felices palabras, de una dulzura sólo a la ambrosía coinparable, el corazón de los
monos se llenó de felicidad, y con los ojos brillantes de placer, guardaron silencio, recogidos en sí
mismos, mirando a Hanumat y atentos al discurso de éste.

Después que hubo contado todas las aventuras acaecidas en la expedi-


ción, Hanumat, el hijo del Viento, prosiguió:
--Ahora decidamos lo que haya de hacerse.
Djambavat respondió:
-ExploTad -se nos ha dicho- la inmensa playa meridional; pero ni el rey de los monos ni el
prudente Rama han hablado de conquistas. Volvamos, pues, al sitio donde Rama, Laksmana y
Sugriva nos esperan, y llevémosles la noticia.
-¡Bien! -respondieron los monos. E inmediatamente se lanzaron de la cima del Maendra y
surcaron los aires. Los jefes de los monos pusieron a la cabeza del ejército al ilustre Hanumat,
eminente por su fuerza, sin que los ojos se cansaran de contemplar al marútida, el más eminente de
los monos, que saludaba de paso a todas las criaturas. Cuando Sugiva, el monarca de los simios, tuvo
noticia de la llegada de los monos, dijo a su aliado Rama, el de los ojos de loto, que tenía transido de
dolor el corazón:
-¡Consuélate! ¡Han visto a Sita! De lo contrario, no volverían los monos, habiendo estado
ausentes más tiempo del prescrito.
En aquel momento resonaron en el seno de los cielos vítores Clamorosos: eran los monos que,
orgullo- sos de las hazañas de Hanumat, avanzaban gritando hacia Kiskindya, como para anunciar la
noticia del éxito. En el monte Prasravana, los nobles monos inclinaron la cabeza ante Rama y el
héroe Laksmana. Con el principe heredero al frente, se prosternaron a los pies de Su- griva y
comenzaron a contar sus noticias sobre Sita.
El marútida elocuente, Hanumat, explicó en qué forma llegó a ver a la augusta princesa:
-Cautiva en el gineceo de Ravana -dijo-, y bajo la estrecha vigilancia de las raksasas, la reina
Sita, digna de todos los placeres, está sumida en profundo dolor. Así la hallé al aproximarme a ella.
Aprovcchandu un descuido de las
raksasas, la encantadora Sita me dijo con los ojos bañados de lágrimas: "No dejes de contar a Rama,
el más eximio de los hombres, lo que aquí tus ojos han visto y escuchado tus oídos. No me quedan
más que dos meses de vida; este es el término que me concede el monarca de los raksasas."
Estas palabras de Hanumat hicieron llorar a Rama y a Laksmana.
-¡Dime cuanto te haya dicho mi videana, bello mono -exclamó el dasarátida-, no me ocultes
nada; vierte el agua de tus palabras sobre mi corazón encendido por el fuego de la penL
Hanumat, en respuesta a estas palabras de Rama, contó nuevamente el suceso y el signo que le
había facilitado Sita para acreditar su relato.
-¡Bella reina, dije yo a esta mujer de talle encantador -prosiguió el simio- sube a mi espalda sin
titubear! Yo haré que hoy mismo vean tus ojos al augusto Rama, el dueño y señor de la tierra,
rodeado de Laksmana y Sugriva; ¡estoy resueltamente decidido a ello! Noble mono, me respondió la
reina, el deber me impide subir a tus espaldas. Verdad es, héroe, que mi cuerpo ha tocado el cuerpo
del raksasa; pero yo no podía impedírselo: ¿debo hacerlo ahora voluntariamente, sin que la necesidad
me obligue a ello? ¡ Marcha, pues, tigre de los monos, al lugar donde se encuentran los dos hijos del
más noble de los hombres!
Rama respondió:
-¡He ahí otro motivo de desolación para mi alma contristada; yo no puedo recompensar el
placer de tu relato con un don que equivalga a un placer igual! -¡Miró largamente con ojos amigos a
Hanumat, y le dijo con afectuosidad-: Este abrazo es toda mi riqueza, hijo del Viento; recibe, pues, el
presente, único adecuado a las circunstancias y a ini condición. -Y abrazó a Hanu
mat con los ojos arrasados de lágrimas, y se sumió en sus pensamientos.

Rama, el inmolador de sus enemigos, dijo a Sugriva, el mono de largo cuello:


-Sugriva, soy de opinión de que partamos al instante, pues esta hora es propicia a la victoria: el
astro del día ha llegado a la mitad de su carrera. Ponte pues, en camino con todo tu ejército, Sugriva.
Inmediatamente, Rama, el monarca de los cuadrumanos y Laksmana, avanzaron con el ejército
hacia la playa meridional. ¡Mandados por Sugriva, los monos franquearon las cimas del Vyndya y
del Himalaya, y llegaron por batallones a La orilla del mar de espantosos ruidos. Sugriva y
Laksmana hicieron acampar al ejército en las orillas, pobladas de árboles.
En cuanto Hanumat se hubo alejado de Lanka, incendiada por él, la madre de los demonios
noctivagos, al conocer, con vivo dolor, la matanza de raksasas, dijo a Vibisana, su hijo:
-Hanumat ha sido enviado aquí por el hijo de Ragú, versado en la ciencia de la política y
entregado ahora en cuerpo y alma a buscar a su bien amada esposa. El mensajero ha visto a la
cautiva. Ésta constituye un gran peligro para la comarca de los raksasas. Lo que hace tu hermano, es
justamente, una acción vituperable. Rama, conocedor de todos los caminos de las flechas, va a
realizar una hazaña digna de él. ¡Cuando pienso en las cualidades de que ha sido dotado el vástago
del rey Dasarata, el temor agita mis sentidos y mi alma no encuentra reposo ni atranquilidad!
Procura, si puedes, persuadir hoy mismo a Ravana, y haz que el nieto de Pulastya oiga de tu boca, lo
más pronto posible, estas palabras: "¡Pon en Iihertad a &'tal", pues de ello depende nuestra
salvación.
Cuando el monarca de los raksasas vio el desastre y desolación en que el magnánimo Hanumat
sumió a la ciudad de Lanka, con los ojos encendidos de furor y la cabeza ligeramente inclinada por la
cólera, dijo a los demonios, a sus ministros y a Vibisana:
-Hanumat ha llegado aquí, ha entrado en esta ciudad y ha penetrado hasta mi gineceo, y sus
ojos han visto a la videana. ¡Hanumat ha roto la techumbre de mi palacio, ha dado muerte a los
principales raksasas, y ha perturbado la ciudad de Lanka! ¿Qué debemos hacer nosotros en estas
circunstancias?
Todos los demonios de gran fuerza respondieron a las palabras:
-La desgracia que ha caído sobre tu ciudad es de un ser vulgar; no debes tomarlo a pecho
¡Nosotros mataremos al ragüida! ¡Tranquilízate, poderoso monarca! ¿A qué fatigarte? ¡ Ese guerrero
de largos brazos, Indragit, tu hijo, va a pulverizar a tu enemigo!
Pero, de repente, Vibisana, juntando las manos, habló así al monarca:
-Es imposible evaluar, noctívagos demonios, los ejércitos y las fuerzas de esos cuadrumanos.
Por otra parte, no hay que apresurarse nunca en el desprecio del enemigo. ¿Ha sido Rama quien
ofendió el primero al rey de los raksasas para que éste robara en la Djastana a la noble esposa del
magnánimo? Un grave peligro nos amenaza a causa de esta hija de reyes: devolved, pues, Sita a su
esposo; la salvación de tu familia lo exige, no lo dudes.
Después del saludable discurso de Vibisana, inspirado por el deber en lo substancial, el
inteligente Ravana deliberó con sus ministros; hábil en manejar la palabra, el elocucnte monarca,
soberbio, rodeado de sus soberbios compañeros, habló en es- tos términos:
-Se llama prudente al hombre que, habiendo analizado primero su fuerza, la de sus enemigos,
las cir
cunstancias de tiempo y lugar, no emprende un asunto sino después de bien examinado. Vosotros no
tenéis que razonar sobre el Destino, que es una cosa eterna. Tengo aquí a mi disposición a la
videana, y no muestro embriaguez por ella: ¿no prueba esto que soy dueño de mí mismo? ¿Qué
sabios austeros pueden vituperarme ofensas que yo haya inferido a ningún anacoreta? ¿Pero cómo un
hombre que lleva las insignias de anacoreta puede perseguir con el arco, las flechas y la espada en la
mano a los tímidos huéspedes de las selvas? ¿Dónde se ha visto que una mujer anacoreta habiete,
como Sita, en una ermita y lleve arracadas de oro fino y vista traje de púrpura de sutil tejido?
Prasta, experto en la ciencia del heroísmo y de la guerra, que eran sus propias ciencias contestó
a Ravana:
-El tiempo venturoso de las batallas, que esperan impacientes desde hace mucho nuestros
guerreros, ha llegado ya. ¡No carecemos, ciertamente de mazas, arcos, hachas y picas de hierro! ¡Los
guerreros, ávidos de combatir, y cuyo adorno más bello es el valor, desean esgrimirlas ea el campo
de batalla! ¡La tierra aspira a cubrirse de cadáveres, y rociada con su sangre, como líquido perfume, a
celebrar y reírse con la boca entreabierta por su postrer suspiro de esos guerreros de hermosos
dientes! ¡Comunica pues, hoy mismo tus órdenes a todos nuestros combatientes!
Vibisana, que era hombre de gran constancia, dijo nuevamente en tono dulce:
El hombre que desertando del deber no ve en la riqueza más que la riqueza y en el amor el
placer del amor, no es hombre de honrados pensamientos. El hombre juicioso, que inspire en la razón
sus convicciones, no osará disfrazar con falso color, en los consejos del rey, el alentado cometido en
la esposa de otro, y dirá: "¡Este es el deber;
sigue mi consejo!; si el virtuoso Rama viene en busca de tu todopoderosa grandeza, entrégale su
esposa!"
En cuanto el vigoroso monarca hubo oído el discurso de su hermano, su rostro se demudó,
como el sol en a5U menguante. Los ministros, que conocían el carácter del irascible monarca, al ver
su violento furor se echaron a temblar. Ra- vana, a impulsos de amargo despecho, dijo a Vibisana:
-Lo que tu grandeza acaba de decir lleva, a mi parecer, el sello de los pensamientos funestos: es
un lenguaje favorable a mis enemigos y que no se aviene con mi manera de pensar
-Al venir aquí delante del señor de la tierra demuestras que todo lo 9ue hay de tontería, de
pobreza, de idiotismo, de ceguera y de ininteligencia en el mundo, se encuentra runido en ti. ¡Sí
Rama depusiera su orgullo y viniera a pedirme gracia. . .! ¿Hay cosa hacedera a los ojos de la gente
de bien, que no esté dispuesta a hacer caso de que se les suplique? Yo sólo soy capaz de consumir en
combate con mi vigor a
Rama y Laksmana, lo mismo que a el fuego devora la hierba seca. Así, vuestras grandezas deben
tomar al instante la resolución de la guerra, para la cual estamos tan bien dotados, a excepción del
siempre vil y cobarde de Vibisana.
Inmediatamente, el prudente y generoso Vibisana, respondió a estas palabras del monarca de
los raksasas:
-Rechazar los discursos buenos para obstinarse en el mal es, según los sabios, signo precursor
de la ruina. Yo abandono a un rey esclavo del amor y que se olvida del deber; me retiro al instante y
voy en busca de ese Rama, invariable devoto del deber. Con vivo dolor dejo aquí mis diversos
parientes, y, aconsejado por el deber, voy a demandar asilo al noble hijo de Manú. Sobre tu cabeza se
cierne la ruina de tu familia y la
tuya, por culpa de tu obstinación. Me alejo, pues, dc ti con precipitado paso y colérico, lo mismo que
las aguas de un río van al océano. En el momento de descubrir que tu espíritu es falso, cruel,
infractor de la justicia, ¿qué puedo hacer sino abandonarte como a un elefante bundido en el barro?
Después de pronunciar estas amargas palabras, Vibisana, que se inspiraba siempre en la razón,
emprendió el vuelo con la cimitarra en la mano, seguido por cuatro de los ministros. Entrevistóse con
su madre, a la cual puso en antecedentes de todo, y hendiendo de nuevo los aires, fuese en busca del
héroe de extra- ordinaria fuerza,

En cuanto el vigoroso monarca de los monos, el invencible Sugriva, le reconoció, dijo a


Hanumat y a sus cuadrumanos estas palabras, dictadas por la prudencia:
-Ese raksasa, provisto de armas y de coraza, viene indudablemente a damos muerte.
Los jefes de las tribus cuadrumanas arrancaron entonces peñascos y árboles, y respondieron:
-Señor, dicta pronto tus órde- nes para dar muerte a esos malva- dos; ¡caigan inmolados en
tierra, bañados en su sangre!
Mientras Vibisana llegó a la ori- lía septentrional del mar y se sostenía meciéndose en los aires,
el sabio demonio, m;rando al monarca y a los monos, gritó con voz fuerte:
-¡Monos, sabed que vengo a ver al noble Rama! ¡Saber que el pode- roso soberano de los
raksasas, Ravana, es quien ha secuestrado a Sita, llevándola a la Djanastana, después de matar a
Djatayu! Yo soy el hermano segundo de ese monarca, y me llamo Vibisana. He intentado abrir sus
ojos a la verdad con prudentes discursos: ¡Devuelve, le he dicho mil y mil veces, Sita a Rama! Pero
Ravana, acosado por la muerte, desoye mis palabras. Anunciad
prontamente al magnánimo Rama, el protector de todas las criaturas, que be venido a solicitar su
protección.
Sugriva fuese en seguida a buscar a los dos iksvákidas, y les dijo:
-El hermano segundo de Ravana, el héroe Vibisana, según le denominan, viene a refugiarse
bajo tu protección, en compañía de cuatró ministros.
Con gran prudencia respondió
Angada:
-Es conveniente examinar bien a este extranjero que viene a refugiarse al amparo del enemigo.
No hay que apresurarse a creer en las palabras de Vibisana. ¡ Estos demonios, de pensamientos
tortuosos, disimulan su verdadera naturaleza, y ocultos en los hoyos, espían el instante de atacar: una
desgracia será aquí para ellos una dicha!
Hanumat, dotado de prudencia, y que era el más grande de los consejeros, pronunció estas
palabras, dictadas por el buen sentido:
-Tus consejeros han habido de enviar un espía o un emisario. Pues bien, no hay motivo para
tomar esta determinación, puesto que no ha de reportar ninguna ventaja. Un espía no puede conocer
inmediatamente a Vibisana, y el tiempo urge; por tanto, no se puede enviar ningún espía. Este
Vibisana conoce tus grandes hazañas y ve a Ravana en mal camino; sabe que tú inmolaste a Bali y
elevaste a Sugriva al trono; aspira a la corona de su hermano, y presagia en este caso una solución
idéntica. He ahí las principales consideraciones de su decisión y el mo- tivo que le trae junto a ti.
Después de oír al hijo del Viento, el invencible Rama le respondió en estos términos:
-¡Dios no quiera que yo repudie nunca a nadie que se me acerque buscando mi amistad!
Considerándole no más que como a un magnánimo, que sigue el buen camino y que viene a mí
noblemente, os rucgo que disipéis vuestras sospechas. Conduce a mi presencia, ilustre
mono, a Vibisana para que yo le dé testimonio de su seguridad.
Una vez que Rama hubo otorgado su salvoconducto, el hermano segundo de Ravana fue
invitado por el rey de los monos a descender del cielo con sus compañeros, lo cual realizaron
prestamente. El inteligente monarca de los cuadrumanos se acercó a Vibisana, estrechóle en sus
brazos, le hizo muchos cumplidos y presentóle al héroe descendiente de Ragú. El raksasa descendió
gozoso a fierra con sus compañeros y colgó todas sus armas en los árboles más próximos, e imitado
por sus seguidores, metamorfoscó su forma por otra más agradable, y se prosternó de rodillas ante
Rama.
Éste, al ver que trataba de tocar sus pies, le hizo levantar, abrazóle y le dijo estas dulces
palabras:
-Tu grandeza es mi amigo.
Vibisana respondió a estas corteses palabras:
-Yo soy el hermano segundo de Ravana, y he sido ultrajado por él. He abandonado Lanka, mis
riquezas y mis amigos, y vengo a buscar refugio bajó tu majestad, caritativa con todas las criaturas.
Te seré deudor de todo: de mis riquezas, de mi vida, hasta del propio imperio. Concertaré una alianza
contigo, héroe de gran sabiduria, y conduciré tus ejércitos contra los raksasas, a su exterminio y a la
conquista de Lanka.
Al oír estas palabras, Rama, el héroe, abrazó a Vibisana:
-Amigo mio -dijo a su berma- no-, trae un poco de agua del mar, y consagra ante los principales
monos, en este mismo instante, por mi gracia, monarca de los raksasas y rey de Lanka a Vibisana.
Sabe, hijo de Sumitra, que ha ganado mi amistad.
Hanumat y Sugriva dijeron inmediatamente a Vibisana:
-¿Cómo atravesaríamos nosotros este mar inmóvil, refugio de los monstruos marinos?
Indícanós el me dio de franquear sanos y salvos con
un ejército ese imperio de Varuna, soberano de los ríos.
Vibisana respondió:
-Un monarca descendiente de Sagara no tiene derecho a reclamar socorro a ese mar, pues la
mano que formó esa fuente de las aguas fue la de Sagara. Es, por tanto, un deber para ese mar hacer
al sobrino del anciano rey los servicios de un pariente. Esta es mi opinión.
Los dos héroes, Laksmana y Sugriva, firmemente resceltos, contestaron a estas palabras:
-¡Los dioses todopoderosos, el propio Indra, sería incapaz de conquistar Lanka sin tender antes
un puente sobre ese espantoso mar, morada de Varuna! ¡No perdamos tiempó, y sometamos el mar
con un puente!

Transcurrieron así tres noches en la inmovilización de los sentidos, de este héroe de infinita
grandeza, que estaba tendido sobre el suelo de la tierra. Rama juzgó prudente reprimir sus sentidos,
mas el mar no se mostraba a sus ojos. Entonces Rama irritóse contra el mar y tomó de manos de
Laksmana sus flechas y su arco celeste. Ató la cuerda del arco, y curvó éste, cuyo movimiento hizo
vacilar la tierra, por decirlo así. ¡Y lo mismo que Indra lanza sus truenos, disparo él sus acerados
dardos!
En aquel instante las olas, al ímpetu del soberano de los ríos, se elevaron por millares y
lanzaron a las nubes tiburones y cocodrilos. Erizado por multitud de olas monstruosas y cubierto por
una mele de conchas, el gran manantial de las aguas se agitaba por un oleaje envuelto en humo.
Abriendo sus enormes randales, el mar mostróse entonces cerca de Rama, rodeado por sus
monstruosos de bocas inflamadas. Semejante a suave lapislázuli, llevando ropa de púrpura y
guirnaldas de flores rojas y aderezos de oro, acercóse inmediatamente a Rama. Saludóle primero por
su nombre, y le dijo: -¡Rama, no quiero que se tienda ningún puente sobre mí, pero construye un
muelle sobre mis aguas y yo te proporcionaré un camino fácil para que pasen tus monos.
Y, de pronto, el mar entró de nuevo en sus dominios.
Por orden de Sugriva, los monos se lanzaron precipitadamente, por centenares de miles, a
construir un malecón dentro de las aguar del mar. Unos arrancaban con su fuerza inmensa las crestas
de las montañas y relucientes peñascos de oro y depositaban su carga en manos de Nala. Otros
parecidos a elefantes, elevaban aquella mole del mar con montes tan grandes como una ciudad y
árboles floridos.
El muelle comenzaba en la ribera sententrional y se prolongaba hasta la costa de Lanka; era de
admirable belleza, y dividía el mar en dos panes. Largo, bien ejecutado, propicio, construido para
todos los seres, brillaba frente al Océano como una raya de carne divide los cabellos en medio de la
cabeza. Una vez construido el muelle, el paso de los miles y miles de kotis de magnánimos monos
exigió un mes entero.
Cuando Rama el dasarátida y su ejército hubieron atravesado el mar, Ravana levantóse colérico
de su troRama, subió rápidamente a la cima de su palacio, miró abajo la tierra y contempló aquel
gran ejército, que no, y movido por el deseo de ver a cubría el mar, las montañas y las comarcas de la
tierra.
Y llamó al raksasa Vidyudjiva, mago de cuerpo enorme, de vigor inmenso y entró en el boscaje
donde se encontraba la mitilana. Cuando el poderoso mago se balló ante el rey. le dijo éste:
-Quiero fascinar por medio de tu magia el alma de Sita, la bija del rey Djanaka. Dame al
instante una cabeza encantada. un gran arco con su flecha, y tina vcz que hayas realizado tu obra,
vuelve junto a mí, noctívago.
-¡Bien! -respondió el rondador de la noche, Vidyudjiva, y, al poco, presentó a Ravana su
trabajo de una magia perfecta.
El rey entró, apresurando el paso, en el boscaje de asocas, y encontró a la triste djanákida, que
se había refugiado allí, sumida en inmerecido dolor, pensando en su esposo y custodiada de lejos por
las espantosas raksasas. El monarca de alma viciosa dijo estas palabras a la adolescente hija del rey
Djanaka, que, mirando al suelo, desviaba de él la faz:
-Noble dama, tu esposo, hacia el cual converge incesantemente tu alma, ha muerto en un
combate. Así que, de todas maneras, he cortado tu raíz y abatido tu orgullo. ¡Gracias a tu desgracia
serás mi esposa, Sita! ¡Escucha cómo fue la muerte de tu esposo, horrible como la del propio Vrita!
Uno de mis grandes ejércitos ha sorprendido esta noche, mandado por Prasta, el camPO donde
descansaban Rama y Laksmana. El terrible Prasta cortó de varios golpes, con mano firme,
blandiendo una enorme espada. la cabeza de Rama mientras dormía. Herido en la espalda en el
instante en que se levantaba sobresaltado, poniendo freno a su valor, Laksmana huyó con sus monos
hacia la playa oriental. Así fue inmolado tu esposo por mi ejército. Su cabeza me la han traído
cubierta de polvo. con los ojos ensangrentados.
En aquel momento el monarca de los raksasas dijo a una de las raksasas, cerca de Sita:
-Que entre Vidyudjiva, cl de la', acciones feroces. el mismo quc ha traído del campo dc batalla
la cabeza del ragü ida.
La raksasa corrió a buscar al mago impuro, rondador dc las noches, y lo introdujo ante la
presencia de Ravana. Vidyudjiva traía la cabeza y el arco, y se prusternó delante del monarca.
Inmediatamente, cl poderoso demonio. que estaba de pie junto a él. It' dijo:
-¡Muéstrale sin demora a Sita la cabeza del dasarátida! ¡Que esa desgraciada contemple la
última condición de su esposo!
Y el impuro espíritu hizo rodar
a los pies de Sita una cabeza, cara
a sus ojos, que desapareció al ms-
tante, y Ravana mostróle el gran
arco resplandeciente:
-¡He ahí lo que llaman en los tres mundos el arco de Rama! -ex clamó-. Este arma la ha traído
aquí el propio Prasta, después de haber dado muerte al jefe en esta noche de combate.
Apenas Sita vio el arco gigantesco, la adorada cabeza, cuyos cabellos formaban, como remate,
una gavilía, y la joya resplandeciente de su penacho, se sumió en profundo dolor, y convencida por
aquellas pruebas, maldijo a Kckeyi, y como águila del mar rugió desesperadamente:
-¡Goza de tus designios, Kekeyi! ¡El héroe que repartió la felicidad entre su familia ha muerto y
su estirpe ha sido destruida por una ambiciosa, amiga de la discordia! -ex clamó.
Y después de articular estas palabras, la casta videana, temblorosa, desgarrada por el dolor,
cayó al suelo, como árbol tronchado en el bosque. Al volver en sí y recobrar la respiración, besó
aquella pálida cabeza y gimió con ojos turbados por la pena:
-¡Muero contigo, héroe de largos brazos! ¿Por qué no vuelves, Rama, tus ojos a mí? ¿Por qué
no me hablas, tú que escogiste de niño a otra niña por esposa, que siguió siempre tus pasos?
¡Ravana, hazme matar prontamente, junto al cuerpo de Rama! ¡Une la esposa al esposo, y procúrame
la mayor dicha que puedo gozar ahora!
Así gemía, consumida por el dolor, la hija del rey Dasarata, con- templando con ojos turbados
los que ella creía el arco y la cabeza de su marido. Pero mientras ella gemía, he aquí que llega el
general de los ejércitos, deseoso de hablar con el
poderoso monarca. Éste salió precipitadamente a su encuentro, y vio a Prasta que esperaba, no lejos,
acompañado de los ministros. Apenas el monarca hubo salido, la fingida cabeza y el gigantesco -
arco desaparecieron, con viva emoción de la hija del rey Djanaka.
Habiendo sabido que Sita estaba como enajenada por el dolor, una raksasa llamada Sarama se
aproximó a ella para consolarla, y, compadecida, tomóle gran afecto y no le dirigía sino palabras
amables. Y vio que Sita tenía el alma traspasada de dolor, y que se sentaba en el barre y se manchaba
de polvo, como si fuera una yegua.
Cuando vio a su querida amiga en tal situación, Sarama, para consolarla, le dijo estas palabras,
con voz emocionada y amistosa:
-Djanákida de grandes ojos, no dejes que la turbación se apodere de tu alma. Has sido
fascinada por una ilusión, obra de un terrible encantador. ¡Bendice tu dolor, Sita, pues la felicidad va
a volver a ti!
Mientras que la buena raksasa hablaba así a Sita, oyóse un ruido espantoso, como de ejércitos
que vienen a las manos, y cuando se hubo percibido el son de los timbales, Sarama dijo con voz
dulce a
Sita:
-¡Escucha el timbal pavoroso que llama a las armas al valiente y encoge el corazón del cobarde,
y cuyo eco profundo hiende los aires como nubes de tempestad. Ya colocan los arneses a los
elefantes, ebrios para el combate; ya uncen los corceles a los carros y se espera aquí y allá a los
infantes, que se endosan precipitadamente las corazas, y la calle real está abarrotada de ejércitos,
como el mar de furibundas e impetuosas olas.

Lo mismo que el cielo devuelve con la lluvia la felicidad a la tierra, devolvió Yatudani con tal
discurso la dicha a aquella alma combatida por acerbo dolor. Y luego, esta bue
na amiga que deseaba y procuraba el bien de su amiga, le dijo:
-Yo puedo ir junto a tu Rama y volver sin que lo sepan, bella de ojos negros.
Y Sita respondió a Sarama:
-La gracia que yo quisiera obte- ner de ti, mujer de sinceras promesas, es ésta: saber todas las
acciones y los discursos del monarca de las diez caras que se relacionen con Rama, y sus decisiones
en el consejo.
Turbada por las lágrimas, Sara- ma respondió con voz dulce a esas nobles palabras:
-Si ése es tu deseo, bella djanákida, parto al instante para cumplirlo.
Y fuese cerca del poderoso demonio, enterándose de todas las deliberaciones de Ravana y sus
minastros. Cuando hubo descubierto las resoluciones del cruel monarca, volvió con igual rapidez al
encantador boscaje de asocas, donde la esperaba Sita, y dijo:
-Oye, mitilana, lo que ha decidido tu raptor: "Hoy, su propia madre le ha suplicado que te
pusiera en libertad, y el más anciano de sus ministros le ha hecho varias advertencias. Pero todo en
vano. Carece de fuerza para devolverte la libertad, como el avaro es incapaz de ábandonar su oro. Tu
raptor no podrá devolverte a tu esposo sin combate. Pero el ragiáida sabrá reconquistar su esposa e
inmolar a Ravana, mitilana de ojos negros."
En aquel instante elevóse en el campo de Rama el sonido del tambor, mezclado al de los
caracoles convocando a la conquista, y las montañas se cuartearon. El espantoso ruido fue trasladado
a lo lejos por un viento impetuoso, y la gran
ciudad, que no podía soportar el tumulto de los monos, se sobrecogió de miedo.

Al llegar al territorio enemigo el rey de los hombres y el de los cuadrumanos, el mono hijo del
Viento, Djambavat, cl rey de los osos, y el
raksasa Vibisana, Angada, Laksmana, Nala y el mono Nila se reunieron a deliberar.
-¡He ahí ante nuestros ojos -se dijeron-, a Lanka, inexpugnable para los demonios, para los
gandarvas, para los dioses y, por consecuencia, para los hombres!
El prudente Rama llamó junto a él a Angada, hijo de Bali, y, con la aprobación de Vibisana, le
dijo:
-Amigo mío, vé a ver al monarca de diez cabezas; atraviesa sin temor ni inquietud la ciudad de
Lanka, y repite estas palabras que vas a recoger de mi boca, a ese Ravana, cuya fortuna ha sido
destruida, su poder abatido, su razón ofuscada, y que busca la muerte: "Abusando de las mercedes
que te con- cedió Brahma, ha nacido el orgullo en tu corazón, vanidoso noctivago. ¡En tu locura has
llegado incluso a ultrajar a los reyes, a los gandarvas, a los risis, a los yaksas, a los nagas, a los
apsaras y hasta a los dioses! Yo, en quien tú has suscitado la cólera con el rapto de mi esposa, te
traigo el castigo que tu maldad y tus crímenes merecen. No dejaré un solo raksasa vivo, si no me
devuelves a mi mitilana, y vienes a implorar mt clemencia. Renuncia a la soberanía de Lanka, abdlca
tu imperio, abandona el trono, y, para salvar tu vida, pon en libertad, insensato, a mi videana."
A poco el gracioso mensajero abatió el vuelo sobre el palacio del monarca, donde encontró a
Ravana, tranquilo y sosegado, sentado en su trono, en medio de sus consejeros. El joven príncipe de
los monos, Angada, el de los brazaletes de oro, descendió cerca de él, y resplandes- ciente como
flamígero brasero, eolocóse frente al soberano. Después diose a conocer, y sin omitir nada,
pronunció ante el déspota, que le escuchaba rodeado de sus ministros las grandes, las supremas, las
irreprochables palabras del ragüida.
El incisivo mensaje de que era portador el rey de los monos pro-
dujo una violenta cólera en Ravana, el cual, poseído de desbordante furor, dijo varias veces a los
ministros:
-¡Apoderáos de este insensato y castigadlo!
Apenas Ravana, cuyo esplendor igualaba al del fuego, hubo pronunciado estas palabras, cuatro
espantosos noctivagos se apoderaron de Angada. Este dejóse prender voluntariamente, para tener
ocasión de mostrar su fuerza delante del ejército de los yatudanas. Mas Angada estrechó de pronto
entre sus brazos a los cuatro noctivagos, condújolos consigo como si fueran serpientes y elevóse con
ellos sobre el palacio, como si fuera una montaña. Lanza- dos por él impetuosamente, desde lo alto
de los aires, cayeron luego a tierra sin conocimiento y con la vida rota. El afortunado Angada golpeó
después con su pie la cima del palacio, y el soberbio techo cayó hecho pedazos ante los ojos del
monstruo de diez cabezas. Una vez que hubo destruido la techumbre del palacio y proclamado su
nombre, exclamó:
-¡Victoria al rey Sugriva, el poderoso monarca de los monos! ¡Victoña a Rama, el dasarátida, al
vigoroso Laksmana, al virtuoso rey Vibisana, soberano de los raksasas, pues suyo será el vasto
imperio de Lanka, una vez que él te haya dado muerte en el campo de batalla!
Y, gozoso, Angada agitó sus brazos y lanzóse a los cielos en busca del magnánimo Rama.
El ultraje dirigido a su palacio había encendido en Ravana la más viva indignación, y
previendo su ruina, exbaló profundos suspiros. En aquel mismo instante, los ejércitos fieles a Rama
escalaron por secciones, ante los ojos del monarca raksasa, la ciudad de Lanka.
Con el alma llena de cólera, Ravana ordenó inmediatamente a sus ejércitos que salieran a paso
de carga. Los héroes, gozosos, se apresuraron a cumplir sus órdenes y se
precipitaron hacia las puertas en masas compactas, como corrientes del mar. Una tremenda y
espantosa batalla entablóse entre noctívagos y monos, como si los danavas y los dioses llegaran a las
manos.
Mientras los Raksasas y los monos combatían, el sol llegó a su poniente y fue reemplazado en
los cielos por la noche, la destructora de existencias. El combate fue desde aquel momento nocturno
e infinitamente más espantoso. El odio empujaba a unos guerreros contra otros, y todos deseaban con
igual ardor la victoria:
'Eres raksasa9 -gritaban los monos.
-¿Eres mono? -proferían los raksasas, y al pronunciar estas palabras se acometían y se
asestaban golpes recíprocos en medio de la horrible obscuridad.
-¡Mátale . . .! ¡Desgárrale . . .! ¡Cógele! -decían los unos.
-¡Arrástrale ... ! ¡Persíguele!
-gritaban los otros.
Sólo estas palabras se distinguían, en confuso ruido, en la terrible obscuridad.
Rama y Laksmana apuntaban con gran precisión a los más excelentes noctívagos y les
asestaban sus flechas semejantes a la llama del fue-

go. Él campo de batalla, desolado, intransitable, pantano de carne, y de

sangre, ofrecía a la vista ramilletes de armas, en lugar de sus presentes de flores.


Encendido de cólera, furioso, Indragit lanzó una nube de flechas sobre el ejército de Angada.
Entonces Angada, el vigoroso rey de la juventud, indignado, llena el alma de cólera, arrancó con
toda la fuer- za de sus brazos un enorme penasco y lanzó tres o cuatro gritos. En medio de un
torrente de flechas, el principe simio arrojó rápidamente aquella roca, que rompio en su ímpetuosa
caída el carro de su enemigo. Los caballos y el cochero mu rieron, e Indagrit abandono precí
pitadamente el carro, y como era un poderoso mago, se hizo invisible.
El perverso héroe, Indragit, humillado, corrió a sacrificar en el fuego, siguiendo los ritos, sobre
el sitio destinado a las víctimas. El guerrero, ávido de combates, degolló vivo un macho cabrío
negro, y vertió en el fuego, conforme a los ritos, la sangre que emanaba de su cuello. Una gran llama,
exenta de humo, se encendió de súbito, signo que presagiaba victoria. El fuego inflamóse en sí
mismo, y volviendo al mediodía el espiral de la llama, color de oro puro, acogió graciosamente la
oblación de manteca clarificada. En seguida salió del fuego sagrado un carro magnifico, arrastrado
por cuatro hermosos corceles stn freno y que, provisto de diversos dardos y cubierto de ricas
vestiduras, armado de grandes lanzas, caminaba invisible.
Montado en el aéreo carro invisible, hirió con sus acerados dardos a Rama y Laksmana. Los
dos hermanos, envueltos por una nube de flechas, aprestaban sus arcos y lanzaban al cielo
espantosos dardos. Pero los dos héroes de extraordinaria fuerza, aunque cubrieron de flechas el cielo,
ninguna de éstas tocó al raksasa, semejante a un gran asura. Mientras él se paseaba en e! aire, no se
oía ni el ruido del carro, ni el de las ruedas, ni el sonido vibrante de su arco, ni se vislumbraba
siquiera la forma de su cuerpo.
Al fin, la cólera hizo hablar a Laksmana, y dijo rabioso a su hermano:
-¡Voy a lanzar la flecha de Brama para matar todos los raksa- sas'
Mas, casi en el intervalo de un guiño de ojo, el ravánida enlazó con una flecha encantada a los
dos hermanos, que cayeron en el campo de batalla sin poder apenas mover los ojos. Cubierto% tanto
el uno como el otro de flechas y venablos, con los miembros atravesados, trataron en vano de
destruir el sortilegio.
mientras yacían en tierra como dos árboles recogidos después de un día de fiesta, atados con una
cuerda. Héroes, yacían tendidos sobre el lecho de los héroes, sumergidos y sepultados en el dolor,
bañados en sangre y los miembros atravesados de flechas. No había en el cuerpo de los dos guerreros
espacio de un dedo sin herida, ni parte que no hubiese sido cortada, destruida o atravesada por los
dardos.
El ravánida, que poseía la propiedad de encontrar las articulaciones de los miembros entregóse
a la labor de fatigar con sus Lerribles flechas, regalo de Agni, a todos los jefes cuadrumanos, y
encadenándo- les con el sortilegio de sus dardos, hacía caer fascinados en tierra a aquellos héroes.
Cuando hubo sembrado el terror entre los monos y los hubo abrumado de heridas, soltó una ruidosa
carcajada y pronunció esta palabras:
-¡Mirad, raksasas, delante del ejército he agarrotado con el lazo de una flecha a los dos
afortunados hermanos!
En aquel instante todos los raksasas comenzaron a gritar ruidosamente, como nubarrones tonantes:
-¡Rama está muerto! -y honraban contentos al bravo ravánida.
Poco después. el indomable Indragit, victorioso en aquella batalla. entró con paso rápido en la
ciudad de Lanka, llevando la dicha y el contento a todos los nairritas. Una vez en la ciudad. se
aproximó a Ravana, inclinóse delante de su padre. juntando las manos, y le anunció la agradable
nueva de la muerte de Rama y Laksmana. En cuanto Ravana oyó que sus dos enemigos habían sido
muertos, llamó gozoso a una vieja raksasa, eminente, devota, que ejecutaba sus órdenes a la menor
señal, superior a las demás, y que se llamba Tridjidata, y le dijo:
-Dile a la videana que Indragit, mi hijo, acaba de dar muerte a Rama y a Laksmana; hazla
montar en cl carro Puspata y, nluést rale a los tíos
hermanos muertos en el campo de batalla.
Sita subió al carro acompañada de Tridjidata y vio desde él la tierra cubierta de héroes
cuadrumanos: a los raksasas, de espantoso aspecto, alegres, y a los monos transidos de dolor junto a
Rama y Laksmana. Al ver a los dos heroicos dasarátidas tendidos en tierra, con la coraza destruida,
el arco lejos de las manos, y el cuerpo, por decirlo así, revestido de flechas, sumida en el dolor,
temblorosa, se puso a gemir dolorosamente.
La raksasa Tridjidata dijo a la infortunada que gemía de pena:
-Reina, no te entregues a la desesperación, pues tu esposo vive. Siempre ha ido acompañada de
ciettos signos la derrota de los héroes. Fn efecto, cuando el rey es muerto, los jefes de los guerreros
no se encuentran enardecidos de cólera ni impacientes por elercitar su furioso ardor. Un ejército que
pierde a su general carece de vigor y de energía, se dispersa y huye a la desbandada, se encuentra en
la batalla como un navío sin gobierno. Este ejército, por el contrario, custodia el kakútstida, lleno de
ardor, sin turbación y con sus legiones en orden. Abandona, hija del Djanaka, el dolor que ha
producido en tu alma el triste aspecto de Rama y Laksmana, pues ninguno de los dos ha perdido la
vida.
Parecida a una hija de dioses, Sita juntó las manos y respondió afligida a las palabras de
Tridjidata.
-¡Puede que sea así!

Transcurrido mucho tiempo, el primogénito de los ragítidas, aunque estaba acribillado de


flechas, recobró al fin el conocimiento, gracias a su durabflidad y robustez, y también a la unión de
una gran parte del alma divina con su naturaleza humana. Pero cuando vio a Laksmana tendido cerca
de él, afligido por la pena y el dolor, desesperado, nronunció con acento lastimero el
nombre de su madre, y con voz renca dijo en medio de los monos:
'Para qué quiero yo ahora a Sita, ni a Lanka, ni siquiera la vida, si Laksmana duerme entre los
muertos9
Én aquel instante el Viento se acercó al dolorido héroe y deslizó estas palabras a su oído;
-¡Rama, Rama, el de los largos brazos acuérdate en tu corazón, de ti mis'mo! ¡Tú eres
Narayana, el bienaventurado, encarnado en este mundo para salvarlo de los raksasas; acuérdate
solamente del hijo, de yinata, el divino Garuda, de vigor, inmenso y que devora a las serpientes' El
vendrá a libraros de este horriÚle lazo que os ata, y al cual os han encadenado unas serpientes con
apariencias de flechas.
Apenas transcurrido un instante, todos los monos vieron a Garuda, el de fuerza extraordinaria,
como fuego oue brilla en el cielo. Al ver que el pájaro llegaba a toda velocidad los reptiles huían. Y
las ser- pientes que en forma de flechas permanecían clavadas en el cuerpo de los dos robustos
hermanos, desaparecían vertiginosamente en las profundidades de la tierra. En cuanto Garuda vio a
los dos príncipes kakútstidas saludóles con las manos y enjugó' sus rostros, resplandecientes como la
luna. Todas las heridas se cerraron en cuanto el pájaro Qivino las tocó y unos colores monocromos
borraban las cicatrices de sus cuerpos.
Suparna, el monarca de los palaros dijo sonriendo:
LYo soy tu amigo, kakútstida, y, por decirlo así, una segunda alma que posees fuera de ti.
Y el impetuoso Garuda remontose a los aires y desapareció lo mismo que el viento. Al ver
estos maravllIosos espectáculos y a los ragüidas devueltos a la salud, los simios lanzaron
aclamaciones de triunfo, que llevaron el terror al corazón de los raksasas.
Los ministros de Ravana, al percibir el ruido extenso y profundo de los habitantes del bosque,
habla- ron así:
-Cuando los alegres monos lanzan esos gritos inmensos, como truenos de tempestad, es señal
de que algún motivo de alegría ha surgido entre ellos.
Y subieron precipitadamente a la muralla, y pasearon sus ojos por los ejércitos del magnánimo
Sugriva, y vieron a los dos nobles príncipes de pie, libres de sus lazos, y quedaron consternados.
Con la aflicción retratada en sus rostros, los noctivagos, que eran hábiles oradores, llevaron la
desagradable noticia a Ravana, sin alterar la verdad.
Y el Indra poderoso de los raksasas, con el semblante consternado, dijo a Dumraksa:
-¡Sal acompañado de un numeroso ejército de guerreros de formidables hazañas, y entabla
combate con Rama y sus huestes!
En cuanto los monos vieron salir al demonio de ojos color de sangre, ávidos de pelea,
comenzaron a gritar, al propio tiempo que se entablaba un tumultuoso combate entre simios y
raksasas.
Con el arco en la mano, en la vanguardia, Dumraksa desparramaba riendo a los monos, que
huían de sus flechas. Mas en cuanto el marútida vio maltratar a su ejército, levantó un enorme
peñasco y se lanzó contra el raksasa. Éste, levantando en alto su maza, arremetió contra Hanumat y
la hizo caer contra su pecho.
El mono, sin reparar siquiera en el enorme golpe recibido, descargó en la cabeza del raksasa la
cima de la montaña. Fulminado por el golpe, Dumraksa cayó al suelo, con los miembros vacilantes,
lo mismo que se desploma un monte.
Al ver sucumbir a su jefe, los noctivagos, que habían escapado a la matanza, volvieron a entrar
en
Lanka, temblorosos y batidos por los monos.
En cuanto Ravana supo la muerte del héroe, dijo encolerizado al intendente de sus ejércitos:
-¡Que salgan al instante, a las órdenes de Akampana, los raksasas difíciles de vencer y hábiles
para el ejercicio de las armas!
Montado en un carro y adornado con unos pendientes de oro puro, el afortunado Akampana
salió, rodeado de los formidables raksasas, y de nuevo se entabló entre los monos y ellos una batalla
infinitamente más espantosa, sacrificándose de una y otra parte la vida por Rama o por Ravana.
Los monos no podían tenerse en pie, y huían desconcertados por las flechas del general
enemigo. Cuando Hanumat vio a sus soldados más próximos caer en manos de la muerte o reducidos
por el poder de Akampana, avanzó con su inmenso vigor. El mono de gran fuerza arrancó con
movimiento rápido un inmenso soré, para dar muerte a su enemigo. Llevando su árbol en alto. se
precipitó con arrojo sobre el noctivago Akampana, y descargó rápidamente el espantoso soré sobre
su cabeza. Apenas éste hubo recibido el golpe del mono, cayó muerto en tierra. Los más vigorosos
raksasas arrojaron sus armas, volvieron la espalda al enemigo y emprendieron la fuga hacia Lanka,
maltratados por los monos.
Al tener noticia de esta nueva dcrrota, Ravana dio prontamente nuevas órdenes a sus yatavas:
-Yo devolveré a Rama y a Laksmana el premio de su enemistad; saldré a exterminar a los
enemigos. a buscar la victoria con mis carros, mis elefantes, mis corceles; con todos mis raksasas, y
yo mismo iré con paso diligente a la vanguardia.
Al saber que Ravana se dejaba dominar por el deseo de los combates,. la noble y bella reina,
llamada Mandodari, levantóse y fue a su encuentro. En cuanto el monarca dc
diez cabezas vio aproximarse a la reina, levantóse precipitadamente, y abrazó a Mandodari, su bella
esposa. Tomó la palabra con voz alta y profunda, según la etiqueta, y le dijo:
-¡Reina, dime qué asunto te trae aquí!
La reina respondióle:
-¡Gran rey, escucha lo que voy a decirte, te lo suplico con las manos juntas! No te corresponde
a ti, eminentísimo príncipe, el afrontar al magnánimo Rama, al cual has robado la esposa. Es
impcsible que lo logres. Ésta es la opinión de tus ministros. ¡Devuelve, pues, su virtuosa esposa a
Rama! La suene de las batallas es dudosa: se mata y se muere; no tomes, por tanto, el partido de la
guerra, y piensa mejor en la paz, monarca de diez cabezas,
Al oír las palabras de su esposa, el monarca de los raksasas exhaló largos y ardientes suspiros,
miró a los miembros de la asamblea, tomó de la mano a Mandodari y le respondió:
-No dejes que penetre la inquietud en tu corazón; triunfaré en las batallas, mujer de sonrisa
ingenua; mataré a los monos, a Laksmana y al propio Rama. El miedo a Rama no hará que yo le
envíe a la videana. Por otra parte, Rama tampoco aceptaría ahora la paz.
La reina entró al punto en su brillante palacio. Ravana dirigióse así a los raksasas;
-¡Que preparen pionto mi carro y que lo conduzcan aquí inmediatamente!
Al ver a Ravana, que corría con rápido vuelo con su arco y su dardo inflamado, el monarca de
los simios salió a su encuentro, impaciente de medir sus armas con él. El soberano de los monos
auancó con sus brazos vigorosos la cima de una montaña, y levantaná> aquella mole, arrojóla contra
el rey de los raksa- sas, el cual remonté una loma cubierta por umbría selva. Pero al ver aquella
montaña que se precipitaba
sobre él, de pronto, el héroe deca- céfalo la cortó con unas flechas parecidas al cetro de la muerte.
Después do partir en pedazos la montana, el formidable monarca tomó una flecha terrible, que
semejaba una gran serpiente, y enviósela al soberano de las tropas simias, con la rapidez del rayo del
gran Indra. El dardo alcanzó a Sugriva y atravesóle con impetuosidad. Herido por la flecha, el rey
lanzó un grito y cayó en tierra, extraviada el alma por la emoción del dolor.
Al ver el hijo del Viento, el esplendoroso Hanumat, a Ravana lanzar por todas partes sus
proyectiles, avanzó hacia él, acercóse a su carro, y levantando el brazo derecho hizo temblar al héroe.
-¡Este brazo mío -dijo- tiene cinco ramas, y arrancará de tu cuerpo el alma que lo habita y en el
cual hizo una excesiva estancia!
Ravana, con los ojos rojos de cólera, respondió:
-¡Sal, pues, atácame sin temor! ¡ Cúbrete de gloria! ¡ Respetare tu vida hasta que haya
experimentado todo tu vigor!
Y con los ojos inyectados de sangre, el vigoroso demonio levantó su terrible puño y lo hizo
caer rapidamente sobre el pecho del simio. Conmovido y emocionado por efecto del golpe, el gran
mono perdió el conocimiento y tambaleóse.
El valeroso Rama, viendo el coraje del poderoso noctivago y a tantos famosos héroes del
ejército simio tendidos sin vida, corrió al encuentro de Ravana. Hizo sonar el nervio de su arco, y
con voz profunda dijo al monarca de los yatavas:
-¡Deténte! ¡Deténte! ¡Busca asilo en Indra, pues hoy no escaparas a mi cólera!
Acercóse a él, y con sus dardos de acerada punta volcó el carro del noctivago, destruyó sus
ruedas, los caballos, el cochero, el amplio estandarte y su blanca sombrilla de mango de oro. Después
lanzó al
pecho del demonio una flecha igual al trueno y al relámpago. Alcanzado por la flecha de Rama el
orgulloso rey, el cual no había podido abatir los dardos del rayo en su caída, vaciló y cayó
consternado dejando escapar el arco de sus manos. Al ver la vacilación del demoniQ, el magnánimo
Rama tomó un flamígero dardo en forma de media luna y cortó su radiante cresta, color de sol, al
monarca de los yatavas.
Ravana, herido en su orgullo, su jactancia abatida, roto su arco, muertos sus caballos y su
auriga, mutilada su gran tiara, eclipsada su gloria, apresuróse a volver a Lanka, consumido de dolon
Sentóse en su trono, y mirando a sus consejeros, habló en estos términos:
-Todas las penitencias que he practicado rigurosament deben ser vanas, puesto que yo, el igual
del rey de los dioses, he sido vencido por un hombre! ¡Que Kumbakarna, el de incomparable valor,
que abatió el orgullo de los davanas y de los dioses, despierte del sueño en que yace por la maldición
de Brama! Este gigante de largos brazos excede en el combate a todos los raksasas, lo mismo que la
cima de una montaña: él sólo hubiera dado muerte a todos esos monos y a los dos príncipes
desarátidas.
En cuanto los raksasas oyeron las palabras de su monarca, corrieron precipitadamente al
palacio de Kumbakarna, donde encontraron durmiendo, y de un aspecto glacial, el pelo erizado de
espanto, al horrible jefe de los nairritas, el comedor de carne, terrible por sus rugidos, soplando como
una boa, y con una respiración cavernosa, que salía de su boca tan grande como la boca del infierno.
Los raksasas rodearon al gigante, sosteniéndose fuertemente unos a otros, y se acercaron a él.
Entonaron después himnos en su honor y comenzaron la tarea de despertar al héroe, inmolador de
enemigos.
Los yatudanas producían un ruido enorme. como de borrasca, y sacudían lc>s miembros de
Kumbakarna, y, al propio tiempo que le sacudían y golpeaban, lanzaban agudos gritos. Llegaron a
fatigarse, pero no podían despertarle. Por fin, intentaron un supremo esfuerzo. Llenaron con su
aliento unas trompetas relucientes como la luna, y lanzaron en su impaciencia unanames y
estridentes gritos. Y azotaron a los camellos, a los asnos, a los caballos, a los elefantes, con látigos y
aguijones, e hicieron sonar con toda su fuerza timbales, conchas, tambores, y golpearon fuertemente
los miembros del gigante c:on grandes martillos, con mazas, hasta con pilones elevándolos cuanto
podían. Pero todo en vano; el tiumulto no lograba despertar al magnánimo demonio.
Entonces los noctivagos ensayaron un nuevo medio; hicieron venir a unas encantadoras
mujeres adornadas con deslumbradores collares de piedras preciosas. Y he aquí que, en sus locos
pasatiempos, estas damas celestes, de celestes aderezos. estas ninfas embalsamadas de incienso
celestial y perfumadas de olores celestiales, llenaron de esencias del cielo aquellaL espléndida
habitación.
Despertado por el murmullo de las núpuras, por el rumor de sus cinturas, por el concierto de los
cantos al compás de sus instrumentos, por el oro de sus dulces voces. por los exquisitos olores y por
los diversos contactos, el gigante creyó no haber gustado nunca sensaciones tan deliciosas como
aquéllas. El príncipe de los noctivagos extendió en el aire sus grandes brazos, altos como cimas cíe
montaña; abrió la boca parecida a un volcán submarino, y bostez4S horrorosamente. Frotóse luego
los ojos, que enrojecieron al contacto de sus manos. miró a todos lados, y dijo a los noctivagos:
-¿Por qué razón me han despertado vuestras excelencias? No Nc despierta a un persona de mi
rango por fútiles motivos.
-El rey soberano de todos los raksasas desea verte. Te rogamos que le complazcas y que
procures ese placer a tu hermano -respondieron ellos.
En cuanto oyó a los enviados de su hermano. el invencible Kumbakarna levantóse del lecho, y,
gozoso, lavóse la cara, tomó un baño y vistióse con sus más lujosos trajes. Después pidió un brebaje
para calmar la sed y reparar la fuerza de sus venas. Los noctivagos, conforme a lo prescrito por
Ravana, se apresuraron a llevar al gigante licores espirituosoros y alimentos de diversas clases para
dicha de su corazón.
Al ver el aspecto de este eminente raksasa, semejante a una montana. Rama, sorprendido, dijo
estas palabras a Vibisana:
-¿Quién es ese coloso? ¿Es un asura? Nunca vi, antes de ahora. scr dc esa especie.
Vibisana respondió;
-Es el hijo de Visravas, el noctivago Kumbakarna, que en la guerra de Yama venció al Rey de
los Inmortales. Tan pronto como nacío este magnánimo, exictadó por el hambre, comióse ya diez
apsaras, siervas del poderoso Indra. Indra trasladóse a la estancia del Ser-que- existe-por-sí-mismo. y
contó al venerable abuelo de todos los seres la maldad de Kumbakarna: "¡Pronto la tierra -le dijo-
quedará vacía si continúa devorando a todos los seres animados!" El augusto padre de todos los
mundos mandó llamar al horroroso gigante. Al ver el aspecto del coloso, el soberano y señor de las
criaturas quedóse asombrado. y di¡o al vigoroso Kumbakarna; "¡Puesto que sólo empleas tu fuerza
en asolar el mundo, desde hoy dormirás lo mismo que la muerte!" Y vencido de pronto por la
maldición de Brama, el raksasa cayó v durmióse.

Cuando cl príncipe dc los raksasas, el dc gran vigor, llegó al espíenclorósí, palacio real, estaba
todavía
bajo la embriaguez del sueño. Entró en el recinto y encontró a su augusto hermano sentado en el
carro de Puspaka, con el corazón turbado.
Y dijo a Ravana, con los ojos encarnados, colérico:
-¿Por qué me has hecho despertar sin consideración alguna? ¿De dónde proviene tu temor? ¿A
quién debo dar muerte?
-Noctivago, hermano mío-respondió el otro- hace mucho tiemPo que dura tu sueño, del cual te
hemos despertado hoy. Entregado a tu dulce descanso, es imposible que conozcas la desgracia en
oue me ha sumido Rama 1Contempla ¡ay! en las propias puertas de Lanka nues trós bosquecillos de
recreos invadí dos por esos monos que han llegado aquí por medio de una calzada in audita' Ellos
han dado muerte en guerra a los mas eminentes de mis raksasas ¡Guerrero de infinito vigor devuelve
la paz a mi pueblo defien dele con la velocidad v fuerza de tu brazo inmóla enemigo de los dio ses a
Rama y su ejercito!
Kumbakarna respondió en estos terminos al discurso de su hermano
¡Sería demasiado abandonarte en tal situación tigre de los raksa sas' Aleja tu nena y depon tu co
lera Yo inmolare al que causa tu deseracia
Y el coloso apoderose de su aguda lanza exterminio de enemigos y dijo a Ravana
iIré solo' ¡Que se quede aquí el ejército!
Su cochero dispuso al instante su carro celeste, arrastrado por cien asnos, sobre el cual ondeaba
la bandera de guerra.
En cuanto el coloso hubo traspasado el recinto de la ciudad. prorrumpió en un inmenso clamór
que resónó en todo el océano. Kumbakarma comenzó a derribar con soberano esfuerzo los ejercitós
simios. como fuego que devóra las selvas. Combatidos pór el terrible demonio. los monos
procuraban salvarse emprendiendo el camino por el cual
habían atravesado el mar. Al ver que los monos se desbandaban, Angada gritó:
-¡Detenéos, monos! ¡Luchemos! ¿De qué os sirve huir?
Nueve generales de loros ejércitos cuadrumanos levantaron en alto pesadas peñas y corrieron al
encuentro del gigante de enorme vigor. Pero, rotos los peñascos por su propio cuerpo, igual que sí
fueran montañas, sólo destrozaron en su caída su bandera, su carro, sus asnos y el cochero. El héroe
apeóse de prisa del carro, con la lanza en alto, y remontóse a los aires, como una montaña alada.
Y se paseó sobre los ejércitos simios, hollando con los pies a los guerreros. Y estrechando en
sus brazos a todos los monos, comenzó a devorarlos funosamente, como Garuda se come a las
serpientes. Algu- nos, huyendo de la muerte, corrían a ponerse bajo el amparo de Rama, que tomó
rápido su arco, la perla de los arcos.
Rama disparóle flechas bien emplumadas, pero, a pesar de haber sido alcanzado por los dardos,
cuya velocidad igualaba a la del rayo, el coloso mostróse impasible. Blandiendo su mazo de armas,
oponía su terrible furor a la impetuosidad de los proyectiles del valiente ragüida.
Pero Rama desplegó de repente un arco celeste, y acribilló de invencibles flechas el corazón de
Kumbakarna. El coloso, al sentirse herido por el dasarátida, expelió por la boca una mezcla de llamas
y carbones. y, en su turbación, su arma temible cayó al suelo. Al ver desarmado su brazo, el gigante
de gran vigor entregóse a la matanza, y a puntapiés y, a puñetazos, hizo una terrible carnacería,
devorando indistintamente cuadrumanos y raksasas.
Rama, desafiando aún a su ene- migo, lanzó sobre el gran noctívago la flecha-del-viento y
arrancóle de un golpe el brazo, que cayó en medio de los ejércitos cuadrumanos, alcanzando a los
batallones de monos.
Entonces Kumbakarna arrancó con la otra mano un soré y lanzóse con este árbol sobre el Indra de
los hombres. Pero asociando éste a la flecha de Indra un dardo igual al relámpago del trueno, cortóle
el brazo con el cual blandía el enorme soré.
Sin embargo, el raksasa gritaba y acometía con la misma furia. Rama requirió dos flechas
afiladas en forma de media luna y cortóle los dos pies. El demonio, al ver sus brazos cortados y sus
piernas mutiladas, abrió su boca de volcán submarino, y avanzó aún más impetuosamente hacia el
ragüida. Rama le llenó rápido la boca de agudas flechas, hasta impedir hablar al mostruo, que apenas
si podía emitir algunos sonidos inarticulados, y que acabó por perder el conocimiento.
Escogió otro dardo celeste, de duración eterna, venerado por los mismos dioses y por Indra
como segundo cetro de la muerte, y cortó con él Ja cabeza de meseta de montaña al rey de los
yatavas, y el demonio de largos y afilados dientes, que adornaba su cuello con un hermoso y
resplandeciente collar, murió exhalando un horrible grito. Así abatió Indra en otro tiempo la cabeza
de Vrita. Su enorme cuerpo aplastó al caer dos millares de monos, hizo temblar las murallas y los
pórticos de Lanka y agitó el gran mar.
Al saber que el magnánimo vástago de Ragú había dado muerte a Kumbakarna, los yatavas se
apresuraron a llevar la noticia a oídos del monarca raksasa.
Viendo a éste solicitado por sus inquietudes. nadie osaba hablarle. Al fin, su hijo Indragit, el
más grande de los héroes, viendo la consternación de su padre, le habló así:
-Padre mío, aún no es tiempo de abandonarrose a la desesperación, puesto que lndragit vive
todavía. ¡ Aquel que en combate es alcanzado por mis flechas, perece, rey de los nairritas! Pronto
verás a Rama y
a Laksmana soterrados y sin vida, erizado su cuerpo y sus miembros por mis agudas flechas -y
montó en el carro y dirigióse al campo de batalla.
Ordenó retírarse a su ejército, y solo en el campo de batalla, con su arco y una flecha, en la
mano, lanzó sobre los ejércitos simios una lluvia y una tempestad de flechas, rápidas como el rayo,
que cubrieron de heridas a los monos. 'En cuanto Indragit hubo deribado a los poderosos ragüidas, el
principe de los raksasas dio por terminado el combate, lanzando un grito de victoria.
Después de lanzar una mirada sobre aquel espantoso ejército que se extendía como las olas del
mar, Hanumat y Vibisana vieron al viejo Djambat cubierto de flechas.
El vástago de Pulastya aproximóse a él, y le dijo;
-¡Noble anciano! ¿No habrán puesto fin a tu vida esas aceradas flechas? ¿Vives aún, rey de los
buitres? ¿Te resta alguna fuerza?
Al oír la voz de Vibisana, Djambat, el monarca de los buitres, le respondió en estos términos;
-Poderoso rey de los nairritas, te veo por la oreja, mas no puedo verte con los ojos.
¡Escucha; si el invencible Hanumat respíra, este ejército, aunque muerto, puede vivir todavía! Si el soplo de la
vida no se ha extinguido en el marútida, esta- moros llenos de vida nosotros.
Apenas hubo oído estas hermosas palabras, Vibisana repuso;
El príncipe, hijo de Maruta, vive
y conserva un esplendor igual al del
fuego. Se encuentra aquí, y ha venido
a buscarte de acuerdo conmigo, señor.
Hanumat, hijo del Viento, acercóse al anciano, saludóle con modestia y le dijo su
nombre. El anciano rey de los buitres, emocionado, le habló así;
-Príncipe de los simios, salva a los cuadrumanos; no hay nadie tan capaz como tú dc
salvar a los mo-
nos. Después de recorrer una maravillosa ruta por encima de los mares, dirige tus pasos hacia el
Himalaya, rey de los montes. En seguida verás una montaña de oro llamada Risaba, de frente
arqueada, y con la misma cresta del Kelasa. Entre dos cimas encontrarás otra admirable montaña, de
un brillo incomparable: es la Montaña de los Simples, rica en toda especie de hierbas medicinales.
Herborizando sobre la cumbre se ofrecerán a tus ojos, noble mono, cuatro plantas de esplendor
rosáceo, inflamado, a las cuales iluminan los diez puntos del espa- cio. Una de ellas, hierba preciosa,
resucita de la muerte; otra hace caer las flechas de las heridas; otra cicatriza las llagas, y, por último,
otra devuelve a los miembros curados el color natural. ¡Cógelas todas y haz a todos los monos, hijo
del Viento, el presente de la vida!
Al oir estas palabras, Hanumat sintió correr dentro de si torrentes de fuerza.
Extendió sus dos brazos como dos serpientes extendidas, y desgarrando, por decirlo así, las playas del cielo,
dirigió su vuelo hacia el monte Merú, rey de los montes. Pronto divisó el gran mono al Himalaya, con sus
abundantes ríos y arroyos, sus cataratas, sus selvas y sus cimas de aspecto magnífico parecidas a un conjunto de
nubes blancas.
Púsose a buscar las cuatro inestimables panaceas; mas las divinas plantas, como
podían cambiar de forma, al saber que Hanumat venía a apoderarse de ellas, se ocultaron en lo invisible. El
noble mono irrítóse al no verlas, y prorrumpió en exclamaciones de cólera. Abarcando el monte en su furor,
rompió de un solo golpe la resplandeciente cima y separóla de la montaña con sus elefantes, su oro y sus
riquezas de mil metales.
En cuanto hubo descuajado y socavado la meseta, lanzóse a los cielos con ella y
desplegando su rapi
dez vertiginosa, espantando a los mundos, fuese rápidamente.
Ea el momento que los monos reconocieron a Hanumat prorrumpieron en exclamaciones de
júbilo. El héroe descendió en medio de los ejércitos cuadrumanos, llevando consigo la cumbre de la
montaña. Apenas los dos descendientes de Ragú hubieron respirado el olor que exhalaban las
celestes panaceas, las flechas salieron de las llagas y curaron de todas sus heridas. Todos los monos
privados de vida salieron de la muerte, lo mismo que se abandona el sueño al final de la noche, y
prorrumpiendo en gritos de júbilo, se incorporaron, de repente, celebrando y elogiando al glorioso
hijo del Viento.
Indragit, victorioso en la guerra, tina vez que hubo derrotado al ejército de los monos, regresó a
la ciudad. Pero bien pronto, al acordarse de los raksasas muertos por los monos, fue transportado por
la cólera y tomó nuevamente el camino del campo de batalla. Fuera ya del recinto de la puerta
occidental, el poderoso nocúvago resolvió poner en práctica toda su magia para fascinar a los
cuadrumanos, huéspedes del bosque.
Por virtud de la magia, el cruel hizo, pues, un fantasma, representando a Sita y lo subió a su
carro. Con la faz vuelta a los monos avanzó hacia el campo de batalla. Los monos, ávidos de
combatir, poseídos por la indignación y con las manos llenas de peñascos, se lanzaron contra él.
Delante de ellos marchaba el noble Hanumat, que vio montada en el carro de Indragit a Sita, triste,
con los cabellos en trenza y extenuada por el ayuno. Al ver esto, seguido de los más valerosos
cuadrumanos, cayó sobre el hijo de Ravana. Lleno de cólera ante la vista del ejército simio, Indragit
desenvainó su machete, lanzó una estridente carcajada, y cogió por los ca- bellos al simulacro de
Sita, la cual gritaba a voces; "¡Rama! ¡Rama!"
Al ver Hanumat que el ravánida cogía a Sita, amenazóle con estas palabras;
-¡Alma innoble, perverso, vil, no corresponde a ti hacer una cosa tan baja e ignominiosa!
¿Cómo quieres quitarle la vida a la mitilana, inocente de toda injuria e indefensa?
Apenas hubo articulado estas palabras, indignado y furioso, Hanumat, rodeado de los monos,
atacó al hijo del monarca raksasa. Pero Indragit sembró con mil dardos el desorden en el ejército
mono, y dirigiéndose al más valeroso de ellos, al marútida, le dijo:
-Yo, el mismo que te habla, ma- taré delante de ti a esta mitilana en busca de la cual venís tú,
Sugriva y Rama. Después de dar muerte a Sita, mataré a Sugriva, a Rama, a Laksmana, a fi y al vil
Vibisana.
Y golpeó con su afilada cuchilla el simulacro de Sita, y la bella anacoreta cayó en tierra,
cortada como un hilo.
Hanumat fuese en busca de Rama. y le dijo con dolor:
-Hijo de Ragú, mientras nosotros combatíamos con todas nuestras fuerzas, el ravánida ha
herido con su espada, ante nuestros ojos, a Sita llorosa. Yo lo he visto, turbado y consternado.
Apenas el ragüida hubo oído estas palabras, cayó en tierra sin conocimiento y con el alma
turbada por el dolon
Mientras que Laksmana, su devc» to hermano, se ocupaba en testimoniar su sentimiento a
Rama, Vibisana regresó de inspeccionar las tropas y señalarles puesto en el combate. Vibisana
dirigió a Rama, que ya había recobrado el conocimiento. estas consoladoras palabras;
-En lo que te acaba de contar con aire consternado Hanumat, no hay menos falsedad que la que
pudiera haber en esta noticia: "¡Todo el mar está seco!" Guerrero de los largos brazos, yo conozco
las intenciones del impío Ravana respecto a Sita; no le quitará la vida. Nc
te desesperes, pues tu ejército, al verte abatido, disruánuirá su valor.
Entonces el sumitrida, blandiendo sus flechas y su espada, cubierto con su coraza, revestido de
oro, tocó los pies de Rama, y lleno de júbilo le dijo:
-Dentro de un instante mis dardos, lanzados por este arco, devoraran al terríble demonio, lo
mismo que el fuego consume un haz de hierba seca.
Y salió animoso y alegre, impaciente por dar muerte a Indragit. Hanumat, rodeado de
numerosos monos y escoltado por sus ministros, siguió en seguida al hermano de Rama.
El ravánida, furioso, igual al negro Trepas, avanzó con ímpetu, montado en su carro. El
poderoso héroe lndragit, acostumbrado a vencer en los combates, se armó de un arco espantoso y
comenzó a disparar aceradas flechas.
Laksmana, con gran rapidez, alojó en el hijo de Ravana una flecha de cinco nudos. Alcanzado
por ella, indignado, el ravánida hirió a su vez a Laksmana con tres hábiles dardos. Erizados sus
miembros de flechas, respirando trabajosamente, inundados de sangre. los dos héroes combatían aún.
El cielo cubrióse con Nus flcchas, que hendían y desgarraban los aires a millares.
FI hermano segundo del ragúida armó tina cxcelente flecha, igual a la del fuego, dc
picadura mortal como la de las serpientes y que pro- ducía en el cuerpo males incurables. Laksmana, cl
protegido de Laksmi, empulgóla cn el mejor de los arcos. y al tirar dc la cuerda, pronunció estas palabras,
propicias y favorables al éxito:
-¡Tan cicrto como Rama cl dasaratida es un alma virtuosa, un Corazon amante de la
verdad, un guerrero sin igual por su valor en el singular combate, mata a ese raksasa! ¡Tan cierto como fue fiel a
su padre, y le ha sido concedida la gra- cia de los dioses, tan cierto como
que es juego para él luchar contra una multitud de héroes, que ama todos los seres y comparte todas
sus penas, mata a ese raksasa!
Pronunciadas estas palabras, el heroico Laksmana disparó contra el valeroso demonio la flecha
que da siempre en el blanco. La flecha derribó violentamente la cabeza de Indragit, con su arco y sus
resplandecientes arracadas.
En cuanto el gran ejército raksasa tuvo conocimiento de su muerte, maltratado por los
victoriosos mo nos, dispersóse por todos los puntos del espacio. Unos entraron temblorosos en
Lanka, otros se arrojaron al mar y otros escalaron las montañas.
Los monos se acercaron al valeroso vástago de Ragú, que había sabido dar en el blanco, y
formaron cerco en derredor suyo. Batiendo palmas, gritaban:
-¡Victoria a Laksmana!
El poderoso guerrero tenía los miembros rojos de sangre y el cuerPO acribillado de heridas.
Con el alma llena de gozo dirigióse al sitio donde le esperaban Rama y Sugriva.
Al saber que su heroico hermano había derribado a Indragit, el vigoroso ragü ida experimentó
sin igual alegría. Después, al observar que una flecha había herido cruelmente a su hermano, estuvo a
punto de desvanecerse, solicitado al propio tiempo por la alegría y el dolor. Dirigiéndose a Susena,
que estaba de pie a su lado, le dijo;
-Mira al hijo de Sumitra, felicidad de sus amigos, acribillado de flechas; procúrale, niono de
gran ciencia, un remedio que le devuelva la salud.
Susena, rey de los monos, puso en los orificios de la nariz de Laksmana el perfume
Extractor-de-flechas que crece en el Himalaya Ape nas hubo respirado el perfume cayeron al instante de su
cuerpo todos los dardos desaparecieron sus dolo res y se le cicatrizaron las llagas
El resto del ejercito raksasa que cscapo a la derrota entro con las
corazas rotas, fatigado, consternado, en la ciudad de Lanka, y anunció a Ravana que el ravánida
había sucumbido en la batalla, bajo el hierro de Laksmana. El supremo monarca de los ral;sasas
gimió consternado:
-¡Ay, hijo mío, Indragit, el de fuerza colosal, ¿cómo has sucumbido bajo el yugo de Laksmana?
¿No era a ti a quien correspondía celebrar mis funerales al descender yo a la morada de Yama? ¡Los
papeles se han cambiado!
Y subiendo a su carro, arrastrado por briosos corceles, el eminente héroe salió de la ciudad por
la puerta frente a la cual se hallaban Rama y Laksmana. Al oír los monos el ruido de los carros
raksasas, impacientes por combatir, avanzaron para aceptar la batalla. Enardecido de cólera, el
vigoroso monarca destrozaba cuerpos de mono y los devastaba en singular combate con sus flechas,
ra- diantes como el sol, y que cortaban las articulaciones.
Al ver a Rayana, que avanzaba lo mismo que una montaña, enrojecido como destructora nube,
blandiendo su terrible arco, Rama cogió el más excelente de los arcos, y dijo;
-¡Oh, felicidad, el déspota insensato de los nairritas se muestra a mis ojos! ¡Voy a entablar
combate con él, y a gustar el placer de quitarle la vida!
Y armando su arco, le arrojó un dardo, que el irritado monarca de los raksasas cortó con otros
tres.
Desde aquel momento entablóse entre los dos héroes uno de esos encarnizados y sangrientos
combates que acaban con la vida, animados ambos por un mutuo deseo de victoria. El raksasa, que
conocía cuál era su ligereza en preparar el dardo, en lanzarlo y en librarse de su enemigo, se
mostraba sereno. Sin embargo, Rama, excitado por el combate, atravesaba al noctivago con
centenares de agudos dardos, que vibraban al herir. Los dos guerreros se arrojaron en este combate
nubes de flechas: el ragüida sobre Ravana y
Ravana sobre el ragüida. Atentos a observarse mutuamente, describieron múltiples evoluciones uno
alrededor del otro, ora de derecha a izquierda, ora de izquierda a derecha, y aquellos hasta entonces
invencibles héroes dirigían de manera hábil y variada el ímpetu de los proyectiles. Al fin, Rama
colocó con mano vigorosa un manojo de flechas de hierro en la frente del valeroso ravánida. Pero
éste, llevando la horrorosa corona sobre la cabeza, como si fuera una guirnalda de lotos azulados, no
mostró emoción alguna. Recitando inmediatamente en voz baja la mística fórmula, que tiene la
virtud de enviar el dardo de Siva, Rama disparó la flecha de los gandarvas sobre el tirano, que se
encontraba de pie en su hermoso carro. Pero el demonio detenía los dardos que, de repente, tomaban
la forma de serpientes, y se introducían, silbando, dentro de la tierra, como sierpes de cinco cabezas.
Cuando, lleno de indignación, hubo evitado Ravana el dardo del ragilida, escogió él otro, el de
los asuras, a propósito para inspirar pánico. Irritado y doliente como una víbora, el monarca envió a
Rama flechas que terminaban en hocico de tigre y de león, en pico de garza y de cuervo. Acosado
por los dardos asuras, el ragüida respondió con la Flecha del Fuego, arma celeste y soberana. Una
vez que el dardo del ragüida hubo roto el encantamiento, los formidables dardos de Ravana se
perdían por millares en el seno de los aires. Los monos, diestros en transformarse en la forma que
deseaban, al ver desvanecerse aquellas armas merced al poder de Rama, el de los trabajos
infatigables, lanzaron gritos de júbilo.
En cuanto hubo superado el poder de su dardo, el monarca de los yatavas hirió con diez
flechas, en todos los miembros al ragüida. El guerrero, a pesar de las crueles beridas, no se
conmovió, sino que ex- citado su ardor y su cólera en el
más alto grado, envió impetuosos dardos que se clavaron en todos los miembros del demonio. Al
mismo tiempo, el poderoso Laksmana cogió colérico siete dardos y con vigorosa mano los lanzó
vibrantes para que cortaran la bandera del resplandeciente monarca, en cuyo campo se destacaba
como insignia la cabeza de un hombre. Después, con un solo dardo, el afortunado héroe hizo caer del
carro del magnánimo rey la cabeza de su cochero, adornada de fúlgidos pendientes. Y en el momento
que el soberano de los raksasas curvaba su arco, Laks mana lo rompió en sus manos con cinco y
cinco flechas.
Ravana armóse con una lanza de hierro refulgente, de luz innata, más terrible que la propia
muerte, y que en manos del demonio brillaba en medio del espacio lo mismo que el relámpago;
apuntó a Laksmana, y asestóle la pica, encantamiento de Maga el hechicero, y lanzó un grito.
Envuelta en un resplandor igual al del rayo de Sakra, la pica alcanzó al sumitrida. Rama
exclamó en aquel instante:
-¡Que la suerte salve a Laksmana! ¡Pica, respeta a Laksmana!
Pero, entre tanto, el proyectil chocó con ímpetu en el pecho de Laksmana, q'ue cayó al suelo
derribado por el golpe. Al ver Rama, que se encontraba a su lado, el golpe que acababa de recibir su
hermano, su corazón se llenó de tristeza y quedóse un instante absorto, con los ojos arrasados de
lágrimas; pero brillando en seguida como el fuego al final de un yuga, exclamó;
-¡No es este el momento de de- jaNe abatir!
E impaciente por arrancar la vida al demonio, reanudó el más tumultuoso de los combates,
disparando ag indas flechas.

Después de librar esta terrible batalla con el ragüida, el noctivago apartóse un poco del lugar
del cona
bate, y descansó. Aprovechando el momento que le proporcionaba la retirada de su enemigo, Rama
levantó la cabeza de su hermano y lloró de una manera conmovedora junto a su Laksmana. Sugriva,
el de la gran ciencia, monarca de los monos, dijo a Rama, que permanecía sumido en el dolor:
-Disipa tus inquietudes respecto al sumitrida; no te dejes abatir por el dolor. El médico Susena
viene a reconocer a tu hermano bien amado...
Éste examinó escrupulosamente a Laksmana.
Después que hubo reconocido todos los miembros y los sentidos íntimos del herido, Susena
dijo al primogénito de los ragitidas:
-Laksmana, cuya existencia acrecienta su felicidad, no ha abandonado aún la vida. En efecto,
su color no ha cambiado y su tez no ha empalidecido. ¡Que den orden de traer el simple del
Gandamadana! Si un herido ve esta planta es suficiente para curarle.
Al oír Rama las palabras de Su- sena, dijo;
-Sugriva, confía esta misión al vigoroso Hanumat, pues no encuentro hombre más capaz que él
para traernos esa panacea.
Sugriva respondio:
-Eleva tu vuelo sobre el mar, héroe de gran vigor, y dirigete al monte Gandamadana. Explora
aquelíos lugares donde crece la planta afortunada que hace caer las flechas de las heridas. Allí hay
dos reyes gandarvas, llamados Haha y Huhu. Treinta millones de guerreros habitan la deliciosa
montaña. Tendrás que sostener, no lo dudes, un terrible combate. ¡Vé, y que sea feliz el viaje!

Hanumat llegó con la rapidez del viento al monte Gandamadana y subió a la celeste montaña,
rica en metales. Cuando los gandarvas vieron trepar a Hanumat, le dijeron;
-¿Quién eres tú, que bajo la forma de mono vienes al monte Gandamadana?
Sí respondió;
-El homicida Ravana ha herido en el pecho con una lanza de hierro al gran héroe Laksmana,
hermano de Rama. Por eso vengo al monte Gandamadana en busca de una planta saludable, que
crece en estos lugares, y se llama Extractor-de-flechas. Mi deseo sería que me concediérais vuestra
benevolencia y os sirváis indicármela. En el pak de Rama, soberano de los hombres, se desea que
vuestras excelencias muestren un espíritu dócil a las voluntades del poderoso monarca.
-¿En la tierra de quién? -respondieron algunos gandarvas de gran fuerza-. ¿De quién sino de
Haha y de Huhu, los magnánimos gandarvas, somos servidores? ¡ Que den muerte, sin dilación, a ese
mono, el más vil de su raza!
Y los gandarvas le rodearon, y llenos de furor le asestaban golpes con los puños y los pies, con
las mazas y las espadas. Combatido por aquellos genios, orgullosos de su fuerza, Hanumat, sin
reparar en los golpes, se enardeció de cólera, y los puso en desorden con igual rapidez que el fuego
devora un haz de hierbas secas, y en un cerrar y abrir de ojos mató treinta millones de ro bustos
guerreros.
El mono, hijo del Viento, sc puso en seguida a recorrer la montaña celeste. A pesar de su
impaciencia, no encontraba la planta saludable. Al fin, el mono socavó, como si estuviera jugando, la
meseta de la montaña, y abarcóla con sus brazos. Socavada con aquel vigor. la montaña lloró, y sus
ojos vertieron lá- grimas de metal. Hanumat. que poseía la fuerza del Viento, asió la montaña, cuyos
ecos respondían a los gritos de sus magníficos animales, de sus habitantes de cada especie, lanzóse
prontamente a los vientos con ella. y partió con rapidez.
Cargado con su gran alpe, Hanumat descendió cerca de Lanka, y dio cuenta de su misión a
Sugriva, a Rama y a Vibisana.
El noble ragüida apresuróse a elogiar a Hanumat por su heroica acción, y le dijo:
-La obra que acabas de realizar, héroe de los monos, iguala a las acciones de los propios dioses.
Pero es necesario que devuelvas esta montaña al lugar de donde la has tomado, pues es el teatro
donde los dioses vienen a recrearse en cada nuevo plenilunio.
Susena contemplaba atónito la montaña, rica en raíces, en frutos, en árboles, en enredaderas, en
arbustos, en metales, y subió a ella. En la cima encontró la hierba saludable, recogióla
cuidadosamente y descendió. Maceró el vegetal en una piedra y se lo dio a respirar con mucho
cuidado al heroico Laksmana, el cual, apenas hubo aspirado el olor, viose libre de las flechas y
curado de sus heridas. Inmediatamente levantóse del suelo, donde se hallaba tendido.
Al ver de pie a Laksmana, libre de flechas y heridas, los monos lanzaron un grito de victoria. El
aspecto de aquella montaña, desconocida hasta entonces para ellos, ex- citó su curiosidad, y;
juntando las manos, se acercaron a Sugriva a rogarle les permitiera visitarla. El magnánimo rey
otorgóles el permiso que demandaban.
Cuando Rama vio que hubieron descendido, dijo al magnánimo Stigriva;
-Héroe, ordena al hijo del Viento que devuelva la montaña al sitio de donde la arrancó.
El hijo del Viento, después de recibir la orden de su magnánimo soberano, inclinóse ante los
jefes cuadrumanos, cogió en sus brazos la sublime montaña y lanzóse con ella rápidamente a los
aires. Llegó a Gandamadana y colocó la montaña en el lugar de donde la había arrancado.
A pesar de haberse retirado, el monarca de diez cabezas creó, valiéndose de su magia, un carro
resplandeciente como el fuego, abarro tado de proyectiles y de armas, terribles como Yama, la
agonía y la muerte. Dos corceles de faz humana uncen al sólido y afortunado carro. Montado en él el
rey decacé- falo, salió al encuentro de Rama, pravisto de sus más terribles dardos;
-Este combate -dijeron los gandarvas, los danavas y los dioses- es desigual, pues Rama lucha
de pie y Ravana montado en su carro.
Satakratu oyó las palabras de los Innaortales, y envió a Rama su carro con su cochero Matali.
El carro descendió del cielo con su bandera de asta de oro, sus paredes repujadas, su lanza de
lapislázuli y sus cien campanillas. Matali, el cochero del Inmortal de mil ojos, montó con su aguijón
al carro y ante los ojos del monarca de diez cabezas aproximóse al kakútstida y le dijo estas palabras;
-Maendra, el dios de las mil miradas te envía, para la victoria, este afortunado carro, exterminio
de enemigos, y este gran arco, construido por la mano de Indra y esta coraza igual al fuego, y estas
flechas, iguales al sol, y estas lanzas de hierro, lucientes, aceradas. Sube, pues, héroe, a este carro
celeste, e inflige, conducido por mí, la muerte a Ravana, como antaño Maendra hizo morder el polvo,
llevándome de cochero, a los danavas!
Rama subió con religioso temor al carro celeste, en busca de la victoria. Con la coraza sobre su
pecho, resplandecía de esplendor, igual que el monarca que ha reinado sobre los guardianes del
mundo. Matali, el más hábil de los cocheros, contuvo primero a los corceles y fustigóles después,
según el deseo de Rama. El dasarátida, diestro en el arte de lanzar el dardo sobrenatural, paralizaba
todos los de su enemigo, empleando el gandárvico contra el
gandárvico y el divino contra el divino.
Enardecido e hirviente de cólera, el monarca de diez cabezas lanzaba sobre Rama chaparrones
de flechas. Cuando hubo derribado con mil dardos al príncipe de formidables hazañas, atravesó con
multitud de ellos a Matali, lanzó al fondo del carro la bandera de oro e hirió los corceles de Indra.
Al ver al ragüida abrumado por su enemigo, los danavas y los dioses temblaron, y el terror se
apoderó de Vibisana y de los reyes de los monos. El mar convirtióse, por decirlo así, en llamas, y
envuelto en humo y enfurecidas sus olas, se alzaban hasta tocar la antorcha del día. Los rayos del sol
languidecieron horriblemente y tomaron el co lor del cobre, y el sol se conjuncionó en cierto modo
con un cometa.
El monarca de las diez cabezas y de los veinte brazos mostróse entonces invulnerable, como el
monte Menaka, y el propio Rama, obligado a retroceder por el terrible dasagriva, no podía detener el
torrente de flechas que éste le enviaba. Al fin, fruncidas sus cejas y con los ojos rojos de cólera,
apoderóse de él un ardiente furor que, en su llama, consumía, por decirlo así, al poderoso demonio.
De pronto, los asuras y los dioses reanudaron entre ellos la antigua guerra, y prorrumpían unos
y otros en estas apasionadas exclamaciones;
-¡Victoria a ti, dasagriva!
-¡Victoria a ti, Rama!
En aquel momento, Ravana, el de alma viciosa, cogió una terrible lanza con filo de diamante,
espanto de las criaturas, semejante a la muerte e irresistible para el propio Yama. Al ver la terrible y
resplandeciente arma, el vigoroso ragúida envía contra ella acerados dardos, alcanzándola en su
vuelo con un torrente de flechas.
Pero la enorme pica de Yatu consumía los dardos de su rival, como el fuego devora los
insectos. Al ver sus dardos rotos en el aire y reducidos a cenizas al solo contacto de la lanza, el
ragüida ardía en cólera. En su ardiente furor, empuñó la pica de hierro que le trajera Matali, y que
tanto estimaba Indra. En cuanto hubo levantado con mano vigorosa el arma, que sonaba con sus
numerosas campanillas, el cielo iluminóse como el meteoro que incendia el mundo al final de un
yuga. Rama envió la pica contra la lanza del monarca de los yatavas, la cual cayó rota a pedazos, con
sus resplandores apagados.
Luego Rama derribó con sus acerados dardos sus corceles rápidos como el pensamiento, e hirió
a Ravana en el pecho con tres agudas flechas, y, con todas sus fuerzas, clavóle otros dardos en medio
de la frente.
El heroico dasarátida, furioso, rabioso, prorrumpió en carcajadas y
habló en este mordaz lenguaje a
Ravana;
-¡En castigo al secuestro de mi esposa, vas a perder tu vida, raksarosa, vil entre los viles!
Aprovechando un momento de ausencia mía, me la robaste, violentándola, sin respetar su calidad de
anacoreta. Piensas que cres un héroe, y empleas tu valor con las mujeres indefensas, ladrón de las
mujeres del prójimo; crees ser un héroe y cometes acción de hombre inferior. Infringes los límites,
desertas de las buenas costumbres, tomas el partido de la muerte por orgullo y te crees un héroe.
Porque los débiles raksasas, temblorosos, te rinden culto, piensas, en tu orgullo y altivez, que eres un
héroe. Me has robado la esposa por medio de la magia, que se mostró a mis ojos en forma de gacela.
¡Buena manera de mostrar tu valor! ¡Y consideras que ésta es una acción maravillosa! ¡No duermo
de noche ni de día, noctivago criminal, ni gustaré del reposo mientras que no te haya arran-
cado de raíz! ¡Que los pájaros del cielo devoren hoy mismo las entrañas de tu cuerpo, atravesado por
mis flechas, como Garuda abate las serpientes!
Y al acabar de pronunciar estas palabras, arrojó un chaparrón de flechas sobre Ravana, que
permanecía entre la muchedumbre de los raksasas. La cólera había redoblado el valor, el ardor y la
fuerza de este guerrero. Ante el chaparrón de flechas que le enviaba Rama y la lluvia de piedras que
lanzaban los monos, sintió desfallecer su corazón. Todas las flechas y todos los venablos lanzados,
por él no eran suficientes para subvenir a las necesidades del combate. ¡Tal era la rapidez con que
marchaba a la muerte! Su cochero, al ver rendido y agobiado a su se ñor, turbóse también y comenzo
a poner poco a poco su carro fuent del campo de batalla.

Irritado hasta la demencia, cegado por la influencia de la muerte, Ravana dijo a su cochero:
-Si no has olvidado aún el respeto que se debe a mi calidad, si no eres un rebelde, conduce mi
carro al sitio del combate, antes de que mi enemigo se haya retirado.
Estimulado por aquellas palabras, el cochero hostigó a sus corceles, y. en un instante, el gran
vehículo del rey de los noctivagos encontróse delante del carro del ragüida.
El combate entre ambos guerreros, animados por el mutuo deseo de arrancarse la vida, ebrios
como dos elefantes rivales de cólera y amor, fue grande. Bien pronto los risis de más alto rango, los
sidas, los gandarvas y los dioses, interesa dos en la muerte de Ravana, se reunieron para contemplar
aquel duelo.
El combate fue rápido, vario y sabio. Enardecidos por el deseo de triunfar. se produjeron
mutuas heridas. Desplegando toda la velocidad de su mano y contestando al dardo con el dardo,
llenaron el cielo de flechas. parecidas a serpientes.
"¡Es preciso vencer!", se decía el kakútstida. "¡Es preciso morir!", se decía Ravana. Y los dos
mostraron en esta batalla la más fina esencia del valon
De pie sobre los carros llegaron a abordarse: la lanza del carro de uno afrontaba la del otro, los
estandartes a los estandartes y la cabeza de unos corceles la de los contrarios. Luego, Rama abatió
con una flecha parecida a una serpiente una de las cabezas de Ravana; pero, de pronto, apareció
sobre los hombros de éste otra cabeza, que abatió Rama igualmente con mano rápida. Mas otra
cabeza apareció sobre los hombros del demonio. Como las otras, Rama la cortó con sus dardos,
semejantes al rayo; pero aparecían tantas como cortaba. Al fin, segó cien cabezas esplendorosas; mas
el monarca raksasa no perdía la vida por eso, mientras que fatigaba a Rama con su chaparrón de
flechas de hierro.
La escena de aquel grande, tumultuoso, espantoso combate, fue tan pronto el cielo como la
tierra o la meseta de la montaña. El porfiado duelo duró siete días enteros y tuvo por testigos a los
raksasas, a los uragos, a los pisachas, a los yak- sas, a los danavas y a los dioses. El descanso no
suspendió el combate ni un día; ni una noche, ni una hora, ni un solo minuto.
Al fin, Matali recordó al ragüida lo que éste parecía haber olvidado:
-Dispárale, selior -dijo-, el dardo de Brahma, y será el propio Brahma el autor de su muerte. No
es preciso, raguida, que le cortes los nuembros superiores, pues la muerte no puede dársele por la
cabeza, sino por los otros miembros.
Rama, al cual las palabras de Matali volvieron a la realidad de las cosas, tomó entonces un
dardo inflamado, doloroso como una serpiente y fabricado en otro tiempo por Brama, de esplendor
infinito, para Indra, el cual dióselo al rey de los dioses, que aspiraban a ob-
tener la victoria en los tres mundos. Esta flecha tenía una gran parte de viento y en su punta el fuego
y el sol; en su peso, el Maru y el Mandara, no obstante componerse de aire. Brahma hizo sentarse en
sus nudos las divinidades portadoras dei terror: Kuvera, Varuna, el dios del rayo, y la Muerte con
una cuerda en la mano. Tenía la forma de la muerte, y llevaba el terror consigo. Rama curvó
fuertemente su arco, y, enardecido y rabioso, lanzó contra Ravana la flecha, que destrtiyó sus
articulaciones, y atravesó el corazón del Demonio, de alma cruel. Una vez cumplida su obra, recogió
su carcaj.
El monarca Raksasa cayó de repente a tierra, abandonó su arco y su dardo y exhaló el último
suspiro. Su ímpetu se extinguió, su esplendor desapareció y sucumbió en su carro. como Vrita bajo el
furor del rayo. Los noctivagos, escaso resto de los Raksasas muertos, huyeron, temblorosos de
espanto, al ver sucumbir a su soberano. Los victoriosos monos lanzaron gritos de júbilo,
proclamando la victoria de Rama y la muerte de Ravana. Honrado, agasajado por todos, el monarca
de la tierra refulgía esplendoroso, como el afortunado Indra, y recibía el homenaje de los grandes
dioses.
'Entonces el valeroso Rama dijo al mono Hanumat:
-Amigo mío, pide permiso a Vibisana, el poderoso monarca, entra en la ciudad de Lanka y da
los buenos días a la princesa de Mitila. Comunícale que me encuentro bien de salud, lo mismo que
Sugriva, que Laksmana, y dile que Ravana ha encontrado la muerte en el combate. Cuenta a mi
videana estas agradables nuevas, y vuelve en seguida que ella te haya comunicado las suyas.
El mono de gran vigor se introdujo en el opulento palacio dé Ravana, y encotnró desprovista de
sus honores a Sita, la virtuosa esposa de Rama. El mono saludó a la miti
lana, inclinando el cuerpo y bajando la cabeza, y después comunicóle las palabras de su esposo. Sita
levantó- rose sobresaltada, pero el gozo le impidió la emisión de la voz, y aquella mujer de rostro
brillante como el astro de la noche, no pudo articular palabra.
El mono, que seguía en pie delante de ella, prosiguió;
-¡Mujer virtuosa, que te consagras a la felicidad de tu marido y que eras para él la dicha de la
victoria, sírvete darme tus órdenes y volveré al lugar donde me espera el ragüida!
La hija del rey Djanaka, replicó;
-Jefe de los monos, lo que de- seo es ver a mi esposo.
El mono de gran ciencia fuese en busca de Rama, y dijo estas nobles palabras al héroe;
-Tu mitilana la he encontrado absorta en su pena y en sus lágrimas, y, sin enterarse apenas de la
victoria, me ha manifestado que desea verte.
Rama, bañado en lágrimas, al oír a Hanumat, abandonó sus reflexiones.
Después de largos y apasionados suspiros, mirando al suelo, dijo a Vibisana. el monarca de los
raksasas;
-Haz venir aquí a la princesa de Mitila, a Sita, mi videana, tan pronto como se haya lavado la
cabeza y vestido con trajes celestes y adornado con celestes joyas.
Aun no hubo terminado de hablar, y ya Vibisana babia partido diligente. Entró en el gineceo, y
juntando las manos, dijo a Sita;
-Báñate la cabeza, vístete con celestes vestidos. y sube. si te place, al carro, pues tu esposo
desea verte.
En cuanto ella oyó estas palabras. la videana, para quien su esposo era una divinidad, fiel al
amor y a la voluntad de Rama, exclamó:
-¡Así sea!
Unas jóvenes lavaron al momento su cabeza e hicieron su tocado; la
adornaron con ropas preciosas y con ricas joyas. Luego Vibisana la hizo montar en una litera
magnífica, cubierta de suntuosos tapices, y condújuola, escoltada de numerosos raksasas,
Excitados por la curiosidad, deseosos de ver a la mitilana, los principales monos la esperaron a
su paso por centenares de miles. "¿De qué belleza es esta videana? ¿Quién es esa perla de las mujeres
por la cual se arriesgó el mundo de los mo- nos?", se decían.
El prudente Rama dijo entonces a Vibisana, con voz fuerte que semejaba el ruido de un
conjunto de nubes;
-No son las casas, ni los vestidos, ni el recinto cercado de un serrallo los que ponen a una mujer
al abrigo de las miradas. ¡el Velo de la mujer es la virtud de la esposa! Ésta que vemos nos la trae la
guerra, y es presa de un gran infortunio; no encuentro mal, pues, que las miradas se dirijan a ella,
sobre todo en mi presencia. Hazía bajar de la litera y condúcela a pie hasta aquí. ¡Que los hombres
del bosque la vean!
Y Vibisana condujo a su presencia a la mitilana.
En cuanto hubieron oído las palabras del raguida, los monos y todos los generales de Vibisana
y el pueblo se miraron unos a otros, y se decían; "¿Qué es lo que va a hacer? Se adivina en él una
secreta cólera, que aparece en sus ojos." Y al ver los gestos de Rama, surgió el miedo en sus ánimos,
y, temblor'> sos, cambiaron de colon Laksmana, Sugriva y Angada, el hijo de Bali, se llenaron de
confusión, y abstraídos en sus pensamientos, parecían como muertos. Ante la indiferencia que
demostraba por su esposa, y ante sus maneras terribles, Sita parecía un ramillete de flores marchitas
abandonado por su dueño.
Seguida por Vibisana, desfalleciendo su miembros pudorosamente,
la mitilana avanzó hacia su esposo. Viósela aproximarse a él, tal como Sri, revestida con un cuerpo,
o tal como la Diosa de Lanka,o tal, en fin, como Praba, la esposa del Sol. Al ver a Sita, todos los
monos quedaron transportados a la más alta admiración por el poder de su gracia y de su belleza.
La djanákida, turbada por las lágrimas y el pudor ante la asamblea de aquellos pueblos,
acercóse a su esposo, como la encantadora Laksmi a Vishnú. El ragüida. al contemplar aquella mujer
de belleza celeste, prorrumpió en llanto; pero no le dijo ni una sola palabra, pues la duda había
surgido en su alma. Solicitado por la cólera y el amor, pálido, enrojecidos los ojos, se esforzaba por
contener las lágrimas. Veía de pie delante de él, a aquella reina, con escalofríos de pudor, confundida
por sus pensamientos, presa de la más viva aflicción y como viuda abandonada. Irreprochable,
inocente, alma pura, no conseguía que su esposo le dirigiera la palabra. Y con los ojos bañados en
pudorosas lágrimas, prorrumpió ante la asamblea de aquellos pueblos en un torrente de llantos, y
acercóse a Rama diciendo:
-¡Esposo mío!
Estas palabras, que pronunciara sollozando y suspirando, conturbaron con una lágrima los ojos
de los capitanes simios, que lloraron tristemente. El sumitrida sintió renacer su emoción; se cubrió el
rostro con sus vestidos, e hizo un esfuerzo para contener sus lágrimas y permanecer impasible en su
firmeza. Por fin. Sita, la del talle encantador, habiendo observado el cambio operado en su esposo, se
despojó de su timidez y púsose ante él. En su mirad asomaba más de un sentimiento; la sorpresa, el
amor, la dicha, la cólera y el dolor.
Rama frunció sus negras cejas y lanzaba miradas oblicuas a Sita, y ante los monos y los
raksasas le dirigió estas mordaces palabras;
-Lo que un hombre está obligado a hacer para lavar las ofensas, he hecho yo, y por esto te he
re:
conquistado; he salvado pues, ml honor. Pero no olvides una cosa; ¡los trabajos y las fatigas que en
unión de mis enemigos he soportado en esta guerra, lo han sido por rencor, señora, y no por ti! Te he
reconquistado entre las manos del enemigo, en mi cólera, para salvar mi honor y lavar la mancha
vertida sobre mi ilustre familia. Tu presencia me es enojosa, como lámpara que se mostrara a
intervalos ante %i5 ojos. Vete, pues ¡ Yo te autorizo para marcharte vete dlanakida, a donde te
plazca! 1He aht los diez puntos del espacio escoge! No hay nada comun entre tu y yo 6Es digno de
un hombre de corazon hijo de no ble familia el volver a tomar la es porosa despues de haber habitado
esta bajo el techo de otro hombre y cuando la duda ha empañado su alma?
Al oír por vez primera las horribles palabras de su esposo ante la asamblea de los pueblos, la
mitilana doblegóse al peso del pudor. Luego, enjugando su rostro bañado en lágrimas, lentamente,
con voz que tartamudeaba dijo estas pala bras a su esposo
9
6Por que me hablas heroe como a esposa vulgar en ese lengua le ofensivo y sin igual 1Nunca
ni siquiera en idea, te he sido infiel' ¡Ojalá los Dioses nuestros duenos me dieran el testimonio de la
certí dumbre de esta verdadera palabra! Si mi alma y mi naturaleza casta, si nuestra vida común no
han podido arrancarme de ti, esta desdicha me producirá la muerte eterna.
Y Sita, al hablar así, lloraba con voz balbuciente de lágrimas. Luego recogióse su espíritu y
dijo con tristeza a Laksmana;
-Hijo de Sumitra, levántame una pira. Ése será el remedio a mi infortunio. Combatida
injustamente por tantas desgracias, carezco ya de fuerza para sor)0rtar la vida.
Laksmana miró el rostro de su hermano, y como vio manifestarse su opinión en la expresión de sus
rasgos, el robusto guerrero hizo una
pira. Inmediatamente, la videana avanzó hacia el fuego encendido, y juntando sus manos y
alzándolas a la altura de las sienes, dirigió esta oración al Dios Agni:
-Así como jamás he violado en público ni en privado, en acciones ni en palabras, en espíritu ni
en cuerpo, mi fe dada al ragüida, así como mi corazón no se ha separado nunca del ragüida,
protégeme, Fuego, testigo del mundo, protégeme.
Y prosternándose ante su esposo, arrojóse con ánimo resuelto a las llamas. Una inmensa
multitud de adultos, niños y viejos, reunida en aquel lugar, vio arrojarse a la pira a la mitilana. Luego
acudieron a aquellos lugares, todos juntos, Ku- vera, el rey de las riquezas; Yama con los Manes, el
Dios de las mil miradas, monarca de los Inmortales, y Varuna, el soberano de las aguas, el dichoso
Shiva, el de los tres ojos, cuya bandera tenía un toro por emblema; el bienaventurado creador del
mundo, Brahma, y el rey Dasarata, que fue conducido en medio del espacio por un carro de
esplendor igual al del Rey de los Dioses. Todos llegaron apresuradamente, con sus carros parecidos
al sol, ante los muros de Lanka.
Después, el más eminente de los Inmortales, el santo creador de todo el universo, extendió un
brazo, cuya mano le servía de adorno, y dijo al ragüida que se hallaba delante de él, con las manos en
forma de copa;
-¿Cómo puedes ver con idiferencia lanzarse al fuego de la pira a Sita? ¿Cómo es que no te
reconoces a ti mismo? ¡oh, tú, el más grande de los Dioses mayores! ¿'Eres tú el que dudas de la
videana, como un esposo vulgar?
Rama respondió al rey de los Inmortales;
-Yo soy simplemente un hijo de Manú, nacido del rey Dasarata.
El ser de infinito esplendor que existía por sí mismo, replicó:
-Escucha la verdad, kakútstida, ¡oh, tú, en quien la fuerza no ha sido jamás desmentida! Tu
excelencia es Narayana, el Dios augusto y bienaventurado, cuya arma es la chakra. Tú eres la
mansión de la verdad; tú has vivido en el comienzo y en el fin de los mundos; pero se desconoce tu
principio y tu fin. Si has encarnado aquí abajo en un cuerpo, es para producir la muerte de Ravana.
Es, pues, gracias a nosotros por quienes has realizado esta hazaña, ¡ oh, tú, la columna más fuerte de
las que sqstienen el deher! Ahora que el impío Ravana ha muerto, vuelve dichoso a tu ciudad.

El ardiente fuego, exento de humo, respetó a la djanákida. De pronto, el fuego encarnó en un


cuerpo, y apareció llevando a Sita en sus brazos. El Fuego trasladó de sus brazos a los brazos de
Rama a la joven, a la hella, a la prudente videana, adornada con joyas de oro macizo, de cabellos
negros y ensor tijados, vestida con ropas de color escarlata, realzada de frescas guirnaldas de flores y
semejante al Sol niño.
El testigo incorruptible del mundo, el Fuego, dijo a Rama:
-He ahí tu esposa, Rama. Recí- bela pura, sin tacha y sin mancha. yo te lo aseguro. El Fuego ve
todo lo que se manifiesta y todo lo que se oculta.
El héroe de gran esplendor e inconmensurable energía, Rama, respondió al más excelente de
los Dio- roseros.
-Era absolutamente preciso que Sita fuera sometida ante los mundos a esta prueba purificadora,
pues ha habitado largo tiempo ella, mujer encantadora. en el gineceo de Ravana. Sin embargo, yo ya
sabía que la hija del rey Djanaka no había dejado de amarme y de serme fiel,
y que su pensamiento se ocupaba incesantemente en mí. ¡No! ¡Sita no puede entregar su corazón a
otro, lo mismo que el esplendor no puede divorciarse del sol!
Después que hubo escuchado este discurso del magnánimo Rama, el viejo abuelo de las
criaturas, el augusto Svayambu, habló así a su amado héroe:
-¿Ves allí, en un carro, al rey Dasarata, aquel que fue tu ilustre padre y guru en el mundo de los
hijos de Manú? Pues hoy, salvado por ti, es dichoso, y ha entrado en el mundo de Indra: inclínate
delante de él con Laksmana, tu hermano.
Y el kakútstida y Laksmana tocaron los pies de su padre, que estaba sentado en medio del
carro. El rey Dasarata dijo a su hijo:
-Has visto transcurrir, héroe, catorce años en las selvas, por amor a mí, en compañía de tu
videana y de Laksmana. Tu promesa, pues, está cumplida y tu estancia en el bosque es una deuda
pagada. Tu piedad filial ha salvado, hijo mío, la verdad de mi palabra, y la muerte de Ravana,
inmolado por tu mano, ha satisfecho a los Dioses. Ahora, goza tranquilo con tus hermanos, en tu
reino. la felicidad de una larga vida.
Después que hubo iluminado con sus consejos a la djanákida y a sus dos hijos, el monarca
descendiente de Ragú, Dasarata, elevóse brillante hacia el mundo de Indra. Siguió el camino de los
Dioses, y al alejar de la tierra sus miradas, sus ojos no se apartaban del rostro de su hijo, bello como
el astro de la noche.
Mientras que el kakútstida deificado se alejaba, Indra dijo a Rama:
-Estamos contentos de ti, dime qué es lo que desea tu corazón.
El ragüida. con alma serena, gozoso, respondió;
-Si he logrado agradarte. sobera- no de los Inmortales, te voy a pedir una gracia que te ruego
me concedas. Que los monos vencidos en los
combates y que por causa mía han caído en el imperio de Yama, resuciten a una nueva vida. Que
broten límpidos manantiales y nazcan raíces, flores y frutos, aunque no sean de la estación, en los
lugares donde se encuentran los monos.
El gran Indra respondió:
-Hoy mismo se realizará lo que pides. Osos, golangulas, gentes del pueblo y jefes; todos los
monos resucitarán, como salen del lecho los dormidos al final del sueno. Habra aquí árboles
cargados de frutos y de flores en tiempo que no es la estación y ríos de ondas puras.
En cuanto el ilustre monarca de los Dioses hubo articulado estas palabras Sakra hizo caer una
lluvia entreriezcíada de ambrosía sobre el campo de batalla. En el momento en que el agua
vivificante los tocaba, los magnánimos monos volvían a la vida Diríase que desper taban de un sueno
cuando el ene migo los habia derribado muertos con los miembros destrozados líe nos de heridas
Todos se levantaron sanos abriendo sus grandes ojos con estupor
Al final de estos sucesos Rama el kakútstida, dijo a Vibisana:
-Procúrame el medio de volver pronto a mi ciudad, pues el camino que conduce a Ayodya es
muy difícil de superar.
Vibisana respondió;
Hijo del monarca de la tierra, te haré conducir a tti ciudad en un carro celeste, refulgente,
incomparable. llamado Puspaka.
Y llamó apresuradamente al carro celeste. El ragüida se instaló en él acompañado de su
hermano, y témó en su anka a la idustre videana, que enrojecía de pudor, y le dijo a Sugriva;
Sube enseguida al carro con tus generales y sube tu tambien con tus ministros Raksasas, Vibí
sana
Sugriva y los reyes de los monos Vibisana y sus consejeros, subieron al instante en el carro
Puspaka líe
nos de felicidad. Cuando estuvieron instalalados, Rama ordenó que partiera al vehículo y el
incomparable carro de Kuvera elevóse a los cielos.
El carro voló a los cielos como nube movida por el viento. Desde allí, paseando sus ojos por
todos lados, el guerrero descendiente de Ragú, dijo a Sita la mitilana, con semblante parecido al del
astro de las noches;
-Mira, columbro allí el palacio de mi padre. .. ¡Ayodya! ¡Inclinate ante ella, Sita!
En cuanto las compactas muchedumbres los reconocieron, como nuevo sol en rápida marcha,
un grito de júbilo proferido por la boca de los ancianos, de los niños y de las mujeres, repercutió en
el cielo; " ¡ Rama!", gritaron todos. Barata paso- de la tristeza a la alegría, y acercóse con las manos
juntas a Rama, honróle y saludóle así;
-¡Bienvenido seas!
Rama hizo levantar a su hermano, y estrechóle en sus brazos contra su corazón.
Luego se aproximó a su madre, que se hallaba entregada a la observancia de un voto, y, pálido,
enjuto, apenado, prosternóse ante ella, tocóla los Pies, y su corazón alborozó- se al verla. Después de
esta reverencia, inclinóse ante Sumitra y la ilustre Kekeyi, y avanzó hasta Vasista, que se hallaba
rodeado de sus ministros, e inclinó su frente ante él, como si fuera Brama el eterno.
Barata, que conocía su deber, cogió en aquel momento las dos sandalias y colocólas a los pies
del monarca de los hombres, y con las ma- nos en la frente dijo a Rama:
-Afortunadamente, señor. te acuerdas aún de nosotros, después de tanto tiempo sin jefe. Todo
este imperio te pertenece; yo lo tenía en depósito, y te lo devuelvo. Hoy puedo ya considerar como
cumplido satisfactoriamente el fin de mi vida y mis votos, puesto que vuelves a reinar en Ayodya.
Inspeccione vuestra majestad los graneros. loros teso-
ros, los palacios, los ejércitos y la ciudad. Lo he decuplicado todo. gracias a la fuerza que me presté
la ciudad. Que no sirva de ofensa para mi madre; pero este imperio que me fue dado, te lo devuelvo
lo mismo que tu majestad me lo dio.
Inmediatamente, bajo la dirección de Satruña el cochero, unció los corceles, y el carro fue
adornado. Rama, el del valor infalible, subió a él, y viendo a Laksmana y a sus hermanos también en
el carro, sentóse junto a ellos, y púsose en marcha, refulgente de esplendor. Rodeado de monos
entraron en Ayodya, la ciudad encantadora, decorada de guirnaldas y empavesada de estandartes.
Una vez llegado a la ciudad habitada por los vástagos de Iksvaku. el glorioso monarca de los
hombres. trasladóse al palacio de sus padres. Entró, y él y Laksmana y Rama berosaron a Kaosalya, y
ésta puso en su anka a Sita, mostrando gran alborozo. Rama fue consagrado en presencia de todas las
divinidades, reunidas en los espacios, con el jugo de todas las hierbas medicinales, y en medio de los
rituidjes, los bramas las jóvenes vírgenes, los principales oficiales del ejército, de los comerciantes
notables, alborozados y colocados según su rango y calidad. Después de consagrado, refulgía con sin
igual resplandor. El propio Satruña llevaba consigo un magnífico narasol blanco, y Sugriva, el
monarca de los monos, conducía un espantamoscas y un abanico blancos.
Todos los días el augusto y virtuoso Rama estudiaba, acompañado de sus hermanos, los
asuntos de su vasto imperio. Durante su reinado de plena justicia, toda la tierra, habitada por pueblos
bien comidos y contentos, rebosaba de trigo y de riquezas. Nadie robaba; el pobre respetaba la
propiedad, y nunca se vio a los ancianos hacer honores fúnebres a los niños. Todos vivían dichosos:
la presencia de Rama incitaba al cumplimiento del deber.
y los hombres no se hacían daño entre sí.
Mientras Rama tuvo en sus manos las riendas del imperio, no hubo enfermedades ni penas; la
vida duraba cien años, y cada padre tenía un millar de hijos. Los arbo les, refractarios a las estaciones
y cubiertos sin cesar de flores, producían continuamente frutos. Dios arrojaba la lluvia en tiempo
oportuno y el viento soplaba un hálito acariciador.
Mientras Rama tuvo el cetro del imperio, la sociedad vivía reconfortada en el deber y entregada
a sus múltiples ocupaciones, y las criaturas practicaban la virtud.
Dotado de todos los signos felices, devoto en todos sus deberes, reuniendo todas las
cualidades, así gobernaba Rama la monarquía del mundo.
Este afortunado poema. que proporciona la gloria, que prolonga la vida, que da la victoria a los
reyes, es la obra primordial que compuso antaño Valmiki.
El hombre que en el mundo preste constantemente oídos al relato de esta admirable y variada
historia del ragüida de infatigables trabajos, se verá libre de pecado. Tendrá hijos, si desea hijos;
riquezas, si tiene sed de riquezas. La joven que desee un esposo, obtendrá esposo, para dicha de su
alma. Si tiene parientes que viajen por países extranjeros, obtendrá que se incorporen pronto Los que
reunidos oigan el poema que compuso el propio Valmiki, granjearán del cielo todas las gracias,
objeto de sus deseos, tal como las pudieran desear.
VOCABULARIO

Aditi: Diosa cuyo nombre significa "libre", o "sin límites". ¡Madre tradicional de ciertas
deidades de origen iranio denominadas Ashuras.
Representa el cielo y sus hijos son la tribu divina de los Aditias.

Aditias o Adityas: Grupo de deidades celestiales de probable origen iranio al que se sumaron
diversas divinidades de tradición aria hasta que se convirtieron en doce dioses menores que
representaban al sol en sus diversas fases. El aditia más importante fue Pushan.
Advaru: Sacerdote que tenía a su cargo algunos ritos sa
crificial es.
Agastia o Agastya: Sabio antepasado asceta que habitaba en la montaña Kunjara y poseía poder
en contra de los demonios.
Agni: Deidad de probable origen iranio. personifica el
fuego y posee el aspecto de un hombre rojo con
tres cabezas, tres piernas y siete brazos. Hijo
de Pritiví y Dyaus; hermano de Indra.
Nació maduro y devoró a sus progenitores. Po
sela siete leguas y se alimentaba de mantequilla
derretida. Concedía la chispa vital y consumia
sólo para crear. Era mediador entre hombres y
dioses. Es el fuego solar, el relámpago y el fuego
que encienden los sacerdotes para el sacrificio.
Akampana: General de los demonios sureños denominados
racshasas. ¡Murió a manos de Hanuman en Lanka.
Amravati: ¡Mítica ciudad indostánica; capital del supuesto
reino de Indra.
Amrita: Ver Soma.

Angada: Príncipe de los monos de Kiskindya. Se alió con Rama contra Ravana.
Anka: Significa en hindú seno o regazo.
Antílope celestial; Grupo estelar que forma parte de la constelación
de Orión.
Apadma: Es la diosa Sri.
Apsaras: Bailarinas y hetairas celestiales. Eran deidades
menores de la naturaleza y la fertilidad.
Arista: Montaña de Ceilán.
Aruna: Deidad menor conductora del vehículo solar.
Asoka: Árbol que florece, según la tradición, cuando lo
toca una mujer enamorada.
Asuras o Ashuras: Espíritus proteicos de origen iranio, quienes con
la supremacía de los dioses arios de la India
quedaron relegados a la calidad de demonios y
se les arrojó al inframundo, según unos, o al
fondo del océano, según otros. Empero, dioses
y ashuras quedaron con igual poder y están en
lucha constante. Los ashuras desean siempre
apederarse del amrita o néctar divino, para lo
cual efectúan serios ejercicios de austeridad. Se
supone que generalmente no atacan a los seres
humanos.
Asvameda: Ritual de fertilidad que involucra la aparente co
habitación de una reina con un caballo sagrado
que después se soltaba para que merodeara li
bremente por los terrenos del rey. Era un ritual
que reafirmaba la realeza de los príncipes y les
aseguraba progenie varonil.
Avatar: Cambio; encarnación.

B
Bagirati: Un sinónimo del río Ganges.
Bali: Hermano de Sugriva. Es rey maléfico de los
monos. Murió a manos del divino Rama.

Baradvadja: Anacoreta discípulo de Valmiki.

Baratavarsa: Coincide básicamente con la zona del Penjab.

Bargava: Autor del siglo II d. de C.


EBavabuti: Autor que vivió por el siglo VIII. Escrsabió dos obras basadas en el Ramayana.
Bosvelia: Árbol de la India.
Brahma: Dios creador que forma parte de la tríada tradicional. Surgió del huevo cósmico o del loto
que surgió del ombligo de Vishnú. Habita uno de los cielos más altos. Monta en un ganso y se
le representa con cuatro cabezas, y cuatro brazos en los cuales porta los Vedas, su cetro, un
rosario, un arco y una jarra. Su compañero se llama Savitri, Satarupa, Sarasvati o Brahmani. Shiva le
cercenó una de las cabezas, y por ello aparece con tres, por lo general. Brahma es el progenitor de la
raza humana.

Cabeza de caballo: Demonio femenino que adoptaba esa forma equina.

Cabeza de cabra: Demonio femenino que adoptaba forma antropomorfa, pero que aparecía con
cabeza caprina.

Cornacas: Los conductores de elefantes.

CH
Chakra: Un arma de Narayana.
Chandraketu: Uno de los dos hijos de Lakshmana.
Chandravamsha: La dinastía lunar.

Chanju Daro: Las ruinas de una ciudad prearia del tercer milenio.
D
Daksa o Daksha: Ver Prajapati.
Danavas: Genios maléficos.

Danu: ¡Monstruo también denominado Kabanda. Hijo de Lakshmi.


Dasarata: Monarca solar de Ayodya. Padre de Rama.

Desagriva: Epíteto de Ravana.

Devarata: Antepasado real de la dinastía solar. Guardián del arco de Shiva.


Devatas: Genios superiores que son la contrapartida de los Ashuras o seres demoníacos.
Devi o Mahadevi: La gran Diosa ¡Madre prearia. Es el arquetipo consteladísimo del eterno
femenino. Funge especialmente como deidad de fertilidad, pero posee innumerables variantes y
nombres.
Dicotomía:Corte que descubre las diversas capas que forman un material.

Djambavat: Rey de los osos que auxilió a Rama en el rescate de Sita.

Djanaka: Padre de Sita. ¡Monarca de Mitila.

Djanastana: Región cercana a Dandaka.

Djanavi: Sinónimo del río Ganges.


Djatá: TocadoEespecial que portan los ascetas.

Djatayu: Rey de las aves. Hijo de Garuda.

Djayanta: Consejero de Dasarata.

Dumraksa: Noble Racshasa a quien Hanuman maté en Lanka.

Dundubi: Asura hijo de ¡Maya y de Hema.

Dusana Hermano de Ravana.

Ganadevatas: Ejército de espíritus servidores de Shiva. Viven en el monte Kailasa y los encabeza
Ganesha. Comprenden a los Aditias, los Vashus, los Visvadevas, los Sidas, los Angirasas, y los
Atarvanas.

Gandamandana: Zona selvática donde se pensaba que estaba el monte ¡Meru, ombligo del mundo.
Gandarvas: Espíritus del aire que son mitad hombres y mitad aves. Son amigos de los seres
humanos y poseen virtudes curativas. Son, además, magníñcos músicos y su jefe es el guardián del
soma. Son los máximos enemigos de las nagas o sierpes.

Gandarví: Deidad femenina asociada con los equinos y los monos.


Garuda: Rey de las aves. Se dice que es brillante y por eso se le asocia con Agní. Es más veloz
que el viento. Odia el mal y las serpientes.

Golangulas: Peculiar especie de monos con cola de vaca.

Gonds: Tribus actuales de la India.

Gua: Rey amigo de Rama.


H
Habitat: Zona en donde se desarrolla un grupo humano.
Haha: Rey de los gandarvas.
Hanuman o Hanumat General de los monos. Puede volar y su origen
es divino. Famoso por su sapiencia y agilidad.
Su padre fue Vayu, el viento. Poseyó propiedades
curativas y quemó Lanka.
Harapa: Ruinas de ciudad prearia del tercer milenio a.
de C.
Huhu: Rey gandarva.
I
Ikskuvati: Río de la India.
Iksvaku: Rijo de Manú y nieto del sol. Fundador de la
dinastía solar. Rey de Ayodya.
Indra: Dios guerrero y atmosférico. Es rey de los tres
mundos. Su arma y emblema es un disco al que
llaman Vajra, tal vez relacionada con el trueno
y el relámpago. Su compañero es un perro de
caza. Es hijo de Pritivi y Dyaus, de piel rojiza.
Es buen bebedor de soma; monta un carro o, a
veces, un caballo, Es el guerrero montado aristo
crático por excelencia (maryanu). Lucha contra
las aguas del caos personificadas en la sierpe
Vritra y, como tal, es el "gran matador del dragón"
en la mitología hindú.

Indragit: Hijo de Ravana.


Indumati: Princesa madre de Dasarata.

J
Jainitas: Prosélitos del Jainismo. ¡Modalidad religiosa que
predica el quietismo, el no matar ningún tipo de
vida, para obtener una paz interior y la liberación
de la ronda de las reencarnaciones.

Jamuna: Río que se consideraba sagrado.


Javalí: Brahamán consejero de Dasarata.
Javanas o Yavanas: jonios, griegos.
K
Kabanda: Ver Danu.
Kaikeyi: Esposa de Dasarata.
Kakawir kama: Adaptación javanesa del Ramayana.
Kakutska: Padre de Ragú.
Kalpa: Día de Brahama formado por mil Mahayugas. Libro religioso, edad cosmológica y
también un árbol que concedía determinados deseos.
Kanda: Libro.
Kaosalya: ¡Madre de Rama.
Kara: Hermano de Ravana.
Kartikeya, Kumara,
Subramanya o Skanda: Dios de la batalla semejante a Indra. Es hijo de Agni. Monta un
pavorreal llamado Paravan y posee seis brazos y seis cabezas.

Kartiki: Período anual que va de octubre a noviembre.

Kekaya: Zona cercana a Cachemira.

Kelasa: Montaña de plata situada supuestamente en los Himalayas.

Kinaras: Espíritus que danzan y cantan. Poseen cabezas de caballo y son hermanos de los yacshas.

Kinari: Esposa de Kuvera.

Kiskindya: Morada montañosa de los monos.

Kokila: Ave semejante a las tórtolas.


Kosala: Río a cuyas márgenes estaba situada Ayodya.
Kotis: Especie de batallones.

Kravíadas: Racshasas o demonios devoradores de carne a quienes Agní destruyó. Adoptaban el


aspecto terrible de seres con gigantescos colmillos.

Krishna: Deidad que asumió aspecto humano. Fue el octavo avatar de Vishnú.

Krosa: Medida de longitud incierta.

Kubera: Yacsha o demonio principal del panteón védico. Uno de los ocho guardianes del mundo.
Logró
la divinización mediante eones de austeridad. También se le conoce como dios de la riqueza, a
semejanza de Kades, aunque se le representa como un enano deforme. Posee un carro mágico
llamado Pushpaca. Es el guardián del norte y su reino está en los Himalayas.
Kumara: Ver Kartikeya.
Kumbakariaa: Gigante racshasa, hermano de Ravana. Duerme
continuamente por un castigo de Brahma.
Kunti: Hfla de una ninfa; tía del Krishna terrenal y
made de Arjuna.
Kusa: Planta sagrada.
Kusadvadja: Tío de Sita, rey de Kekaya.
Kusha: Hijo de Rama. Reinó en Ayodya.

L
Lakshmana: Hijo de Dasarata y fiel hermano de Rama.

Lakshmi: Diosa de la riqueza, esposa de Vishnú.

Lava: Hijo de Rama. Reinó sobre el norte de Kosala.

M
Mahayuga: Conjunto de las cuatro edades cósmicas fundamentales llamadas yugas.

Malaya: Montaña de la costa malabar.


Mandakini: Río afluente del Ganges.
Mandodari: Consorte de Ravana.

Manú: Uno de los catorce padres de la raza humana. Avatar de Brahma-Vishnú.

Maricha: Asceta racshasa.

Marut: Uno de varios dioses de los vientos y la tempestad.

Matali: Boyero de Indra.

Mayavi: Ashura, hijo de Maya.


Menaka: Monte mítico.
Meru o Merú: Montaña de oro, centro del mundo y residencia de Shiva, dios onfálico.

Mitra: Deidad solar indoeuropea. Propicia la fertilidad y la creación de todo tipo.

Míechas: Pueblos no indogermanos; probablemente australonegritos .

Mocsha o Moksha: Liberación espiritual. Abandono del ciclo de reencarnaciones.

Mohenjo Daro: Ruinas de una ciudad prearia del tercer milenio


a. de C.

Mohini: Encarnación femenina de Vishnú.


Mrigasiras: Es, básicamente, la constelación de Orión.

Mundas: Tribus actuales del centro de la India.

Munis: Sabios anacoretas.

Nagas: Serpientes que en ocasiones son semiantropo- morfas, como los gigantes de la mitologia
griega. Habitaban bajo la tierra.
Nairritas: Especie de genios maléficos.

Nala: Jefe de los monos. Vástago de Visvakarma.

Namushi: Demonio que combatió contra los dioses.

Nandana: Especie de jardín paradisíaco.

Nandigrama: Ciudad que pertenecía a Dasarata.

Naraka: Parte del inframundo hindú, el cual constaba de varios planos.

Nelumbos: Lotos.

Niksha: Unidad de valor.

Nila: Mono que formaba parte del ejército que comandaba Sugriva.

Nimi: Padre de Dasarata, fundador de la dinastía de Mitila.

Nisadas: Pueblo semisalvaje de la zona del monte Vindya.

Núpura: Ajorca para el tobillo.


P
Pampa: Río y lago de la zona de Anagundi.
Panchavati: Lugar cercano a las fuentes de Godavari.
Panini: Autor de una gramática sánscrita.
Parasu: Hacha de combate.

Parasurama: Rama, el del Hacha de Combate. Fue un guerrero de Gujarat.

Pisachas o Pisacas: Genios antropófagos.

Pitris: Manes o padres antepasados que conservan y transmiten lá tradición.

Praba: Personifica la luz.

Pracrit o prakrit: Lengua de las clases sociales inferiores.

Prachetas: Sinónimo de Varuna.

Pradaksina: Saludo ritual.

Prajapati: Señor de las Creaturas, personificación de algunos conceptos astronómicos.


Prasta: Racshasa consejero de Ravana.
Prita: Ver Kunti.
Pulastya: Hijo de Brahma; fue el antepasado de tOdOs E los
racshasas.
Puranas: Colección de tradiciones escritas tardíamente
donde se elaboran filosóficamente ciertas ense
ñanzas de origen védico y otras más de origen
probablemente preario.
Puroita: Consejero sacerdotal.
Purusha: Gigante cósmico de cuyo cuerpo se formaron las
castas.
Puspaka: Maravilloso carro aéreo que perteneció primero
a Brahma, luEego a Ravana, a Rama y por últi
mo, a Vibisana.

Pusya: La octava casa lunar.

Racshasas: Espíritus malignos que atacan a los hombres. Descienden del sabio Kasyapa. Son
grotescos y
su horrible apariencia es muy diversa, Existen muchas especies o variedades de racshasas;
algunos son demonios necrófilos, como los darvas y butas.

Ragú: Fundó la dinastía ragüida. Hijo de Kakutska.

Rama: Rijo de Dasarata, rey de Ayodya. Encarnación de Brahma. Casó con Sita, a quien salvó
de Ravana, y tuvo con ella dos hijos: Cusa y Lava.
Ramacartmanas: Versión del Ramayana que escribió Tulsidas en un dialecto moderno.

Ramachandra: ESE el mismo Rama, séptimo avatar de BrahmaVishnú.

Rau: Demonio que encarna el supuesto maleficio de los eclipses.

Ravana: Llamado Sisupala y Hiranyakasipu. Le robó su palacio a su hermano Kubera, pero lo


venció prímero el mono Bali. Robó a Sita, esposa de Rama. Hermano del gigante Kumbakarna.

Ribus: Elfos artesanos hijos de Indra. Son los nietos del dios artesano Tvashtri. Poesían poderes
rejuvenecedores. Crearon cuatro copas o recipientes de soma, que pueden representar las fases de la
luna. Hacían germinar la vegetación y por esa actividad los dioses les confirieron la inmortalidad.

Risaba: Montaña de la cordillera del Himalaya.

Rishis o Saptarshis: Son siete sabios llamados Kasyapa, Atrí, Vasishta, Visvamitra, Gautama,
Jamadagní y Baradwaja. Formaron, luego, la constelación de la Osa mayor. Se les supone casados
con las pléyades (Kriticas).

Ritiudje: Sacrificador ritual.

Roini: Consorte predilecta del dios lunar.

Romany: Dialecto sánscrito que hablan actualmente los gitanos.


Rudra: Deidad védica menor, originalmente asociada con la tempestad. Es padre de los Marutes,
y es maligno y benigno a la vez, como el propio Shiva, dios que viene a ser una elaboración de
Rudra mismo. Su teofonía es un jabalí y era el patrón de los ladrones. Su nombre significa "el
aullador". Se asocia también con Agní y es rojo como él.
Era arquero y enviaba las pestes, como el griego Apolo. Como él, fue también deidad curativa
y apotropeica.

Ruma: Consorte de Sugriva, rey mono.

S
Saba: Asamblea tribal de los arios primitivos.
Sachí: Uno de los nombres de la esposa de Indra.
Sagara: Rey solar de Ayod ya.
Sambara: Genio maléfico a quien Indra venció. Personifica,
tal vez, la sequía.
Sambuca: Asceta de casta sudra.

Samití: Una de las dos asambleas tribales de los arios primitivos.

Samsara: La ronda de las reencarnaciones.

Sancara; o Shankara: Sinónimo de Shiva.

Santana: Árbol del paraíso que regía Indra.


Sarabanga: Sabio anacoreta.

Sarama: Dama protectora de Sita.

Sargas: Capítulos.
Satadratu: Sobrenombre de Indra.

Satananda: Consejero sacerdotal del rey de Mitila.

Satruña o Satrugna: Rijo de Dasarata; gemelo de Lakshmana.

Savitrí: Orgullosa princesa, esposa de Satiava.

Scylax: Viajero cario del siglo VI a. de C.

Shiva: Dios destructor del mal, el cual quedó personificado por un enano. Representa al
destructor en el ciclo perenne de creación, destrucción y renacimiento. Está casado con Devi o
Parvati, cuyo símbolo es el yoni (sexo femenino), mientras que el símbolo de Shiva es el hingam, u
órgano sexual masculino. Su origen probable se encuentra en un dios de la India prearia conocido
como "El Señor de los Animales" y su teofanía, como la de Shiva, era un toro. Shiva era una deidad
con advocaciones de longevidad. Poseía cuatro
rostros, cinco brazos, tres ojos y su garganta era azul. Su arma predilecta era un tridente
llamado Pinaca que pudiera simbolizar el rayo, como aconteció originalmente con el arma de
Poseidón. Shiva también es dios de los espectros, y porta, por ello, un collar de cráneos. Es también
deidad de la danza, ya que ella simboliza el eterno cambio universal, y es, además, dios de los
ascetas.
Shlokas o síocas: Versos.
Sidas: Ascetas sagrados.

Sita: Hija del rey Djanaka o Janaca, monarca de Videa. Es una encarnación de Lakshmi, la esposa de
Vishnú. Su nombre significa "surco", puesto que nació en un campo recién arado merced a su propia
voluntad. Rama ganó su mano mediante un concurso en el cual tensó el arco de Shiva. Era bellísima
y el demonio Ravana se la robó. Después de que Rama la rescató, se percató de que estaba encinta y
la hizo pasar por una prueba de fuego, de la cual, naturalmente, salió triunfante. A pesar de ello,
Rama la repudió y la joven dio a luz un par de infantes:
Cusa y Lava, a quienes, más tarde, Rama aceptó como sus hijos. Empero, quiso que Sita
volviera a pasar una nueva prueba, e indignada su madre, la Tierra, se la tragó.

Skanda: Ver Kartikeya.

Smiriti: Tradición mítico-literaria que se recuerda.

Soma: Se le llama también amrita. Es un líquido lechoso y fermentado que se sacaba de una
planta. Se ofrecía y bebía durante los sacrificios. Se personificó como deidad guerrera que se
sincretizó con Indra. Es el agua de la vida o líquido de la inmortalidad que llena el cuenco de la luna.
Es también una deidad medicinal.

Sona: Afluente del Ganges al norte de Magada.


Soré: Árbol gigantesco.

Sri: Sinónimo de Lakshmi, esposa de Vishnú, en su advocación de diosa de la belleza. Como


Afrodita, nació de las espumas del Océano.

Sringavera: Antigua ciudad hindú.


Srutakirti: Esposa de Satruña.
Sruti: Tradiciones que supuestamente revelaron o inspiraron los númenes o dioses antiguos.

Suarga o Swarga: Reino de Indra donde se reúnen los dioses. Como el Olimpo griego, está
enclavado en una montaña inaccesible que, en este caso, es el monte Meru. Su capital es Amravati y
se creía que allí residían las almas puras.

Subau: Racshasa que fue monarca de Chede. Rama lo mató.


Subramanya: Ver Kartikeya.
Sudamana: Primer ministro del rey de Mitila.

Sugriva: Rey de los Vanaras. Monarca de los monos a quien su hermano Bali destronó. Rama le
ayudó a ganar nuevamente el trono.

Sumatra: Ministro del rey Dasarata.

Sumantra: Consejero de Dasarata.

Sumitra: Una de las consortes de Dasarata. Madre de los gemelos Lakshmana y Satruña.
Suparna: Sinónimo de Garuda.
Surya: Hijo de Dyaus-Pitar. Personificación del sol que
absorbió a muchas otras variantes. Dorado dios
que va en carro tirado por siete yeguas. Es el
ojo de Varuna, y regula las leyes de la vida.
Formó parte de varias tríadas. Alimenta a la luna.
Suryavamsha: La dinastía solar.

Susena: Hijo de Varuna y médico del ejército de los monos.


Svayambu: Sinónimo del dios creador.
Swástíkas o Suásticas: Espíritus celestiales del paraíso de Brahma.
Syeni: Madre de las aves y esposa de Garuda.
T
Tamil: Lengua de tipo dravídico.

Tara: Esposa del rey mono, Bali, primero, y luego de su hermano Sugriva.
Timí: Deidad pisciforme de las aguas.
Trepas: Uno de tantos jefes de los racshasas.
Tridjidata: Anciana que protegió a Sita en Lanka.

Trisiras: Guerrero suprahumano que poseía tres cabezas.

U
Uragos: Sierpes del inframundo.

Urmila: Princesa de Mitila, esposa de Lakshmana.

Utar Pradesh: Zona del nororiente de la India.

Vala: Espíritu maléfico que habitaba en grutas y cavernas.

Valín: Ver Bali.

Valkala: Vestimenta tosca que los ermitaños elaboraban con cortezas vegetales.

Vamadeva: Otro de los múltiples consejeros de Dasarata.

Vana: Especie de flauta.

Varuna: Deidad celestial protoindocuropea correlativa al griego Ouranos. Posee escasa


himnología. Es soberano guardián del orden cósmico y de la noche, en especial. Podría decirse que
es el Primer motor del Universo. El sol es su ojo y ejerce ciertas funciones morales y judiciales. Rige
mediante leyes llamadas rta. Este dios uránico, como tal, terminó por alejarse del culto cotidiano, y
delegó parcialmente sus funciones en otros dioses que, con él, formaron diversos sincretismos y
tríadas, como fue el caso de Mitra, Indra y Aryaman.
Vasu: Padre de Indra.

Vasista: Consejero sacerdotal de Dasarata.

Vedjayanta: Ciudad mitológica donde habitaba Indra.

Vibisana: Racshasa noble y bueno, hermano de Ravana.

Videa: Región entre el Ganges medio y el macizo de los Himalayas. La capital de esta zona era
Mitila.

Vidyudjiva: Hechicero racshasa casado con Surpanaca, hermana de Ravana.


Vientre de Trueno: Raeshasa femenina especialmente horrible y ma
ligna.
Vina: Especie de laúd.
Vinda: Una hora del día.
Vinata: Madre de Garuda. Homónimo de un general de

los monos.
Vishnú: Deidad menor de los Vedas. Adquirió importancia de manera tardía. Personificó la
energía del universo, al cual puede abarcar con tres gigantescos pasos. Se relaciona con Agni y asiste
a Indra en su batalla contra Vritra. En la triada hinduista es el conservador. Porta un caracol y un
disco Vive en el monte Meru. Posee muchos avatares, de los cuales los principales son: Matsya,
Kurma, Narasinia, Vamana, Parasurama, Rama y Krishna.
sna avas: Nieto de Brahma y padre, a su vez, de Ravana.
svakarma: Es originalmente un título de varias deidades y
quiere decir "omnipotente". Por fin quedó como
nombre de la deidad demiurga por excelencia. El
gran artífice creador del universo e iniciador de
los sacrificios. En épocas tardías se asimiló parte
de la iconografía y mitología de Tvashtri. Es un
dios forjador, como el Kotar-u-Jasís de los mi
tanios, otro pueblo protoindoeuropeo, así como
también resulta semejante a Hefaistos. Además
de ser el gran arquitecto universal tainhién cons
truía los palacios de las demás divinidades.

Visvamítra: Eremita preceptor de Rama.

Vivasvat: Encarnación del sol naciente. El día de su matrimonio desapareció su esposa y tuvo que
casarse con otra joven idéntica a la primera. De esta unión doble surgieron los gemelos Ashwins, así
como Yama y Yami. Después, Surya usurpó sus funciones principales.

Vrita o Vrtra: Sierpe o dragón de las aguas primordiales. Indra lo aniquiló. Resulta el motivo
folelórico más antiguo dcl mundo. En la tipología de motivos de esta índole lleva el nombre
simplemente de "El Matador dcl Dragón".
Vyndya: Montaña al norte del Decán.
Y
Yachshas o Yaksas: Espíritus que guardan los tesoros del Himalaya. Frecuentemente se alían con
los hombres. Su rey era Kubera. Son enemigos de los Racshasas.

Yadjnyadata: Ermitaño a quien, por un error, Rama asesino.

Yaksi: Reina de los Yacshas. Su esposo era Kubera.

Yama: Déidad del inframundo. Preside sobre varios infiernos, pero tiene su palacio, llamado
Kalichi, en las regiones sureñas inferiores. Ante su trono desfilan todas las almas, mientras que el
escriba Chandragupta da lectura a los hechos del muerto. Según eso, el dios envía al alma a otro
infierno, ya sea con 1Q5 Pitris o a otros mundos, siguiendo la ronda del samsara. Yama posee,
además, el Gran Libro del Destino, donde se indica cuándo debe morir cada persona. Es un dios
gemelo.

Yatavas: Espíritus maléficos.

Yatu: Viejo demonio que portaba un arma hecha de brillantes.

Yavanas: Jonios, griegos.

Yodjana: Medida de longitud que equivale, aproximadamente, a una legua.

Yugas: Edades cósmicas.

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