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Sobre la invisibilidad1

por Alejandro Reyes-Arias

Hace unos días estaba platicando con un paisano que trabaja en un


restaurante japonés aquí en San Francisco y no sé por qué salió en la plática
que estaba yo en este programa de Radio Zapatista. Y el paisano me dijo:
“oye, pero ¿para qué le mueves? Si estás bien, ¿pa qué le buscas? Luego te
andan fichando y tú nunca sabes… Mejor estarse tranquilo y no moverle.
Total, mírame a mí. Trabajo un chingo pero ahí voy ahorrando mi lanita y
todos los meses le mando sus dólares a la jefa. En unos años me regreso al
pueblo, me construyo una casa, pongo un negocito y ya estufas”.
Y eso me dejó pensando. Me pasé todo el día andando p’arriba y p’abajo
pensando, observando y pensando. Raza… ¡somos invisibles! Pasé hace
unos meses por la ciudad de Solvang, la dizque la auténtica ciudad danesa
en California, con auténtica arquitectura danesa y auténticas costumbres
danesas y auténticas danesas rubias sirviendo auténticos platillos daneses a
turistas desorientados. Pos que me disculpen los promotores de turismo, los
especialistas de marketing y los dizque historiadores, pero yo no vi ningún
danés. Puro paisano. Lo que pasa es que se me ocurrió salirme de las calles
destinadas al turismo y meterme por las calles traseras. Y ni hablar, pura
raza, haciendo funcionar la auténtica ciudad danesa. Pero ningún folleto
turístico habla de la auténtica cultura mexicana de Solvang. Somos algo así
como los andamios que sostienen las fachadas de un escenario de una
pésima película de Hollywood. Según el censo de California de 2000, los
latinos somos casi la tercera parte de la población: unos 10 millones. ¿Cómo
se esconden 10 millones de seres humanos? ¿Dónde los meten? Pues no,
paisanos, no nos esconden. Simplemente no nos ven. Nomás nos ven a la
hora de las elecciones y a la hora de hacer política y de echarnos la culpa
por todos los males sociales, el desempleo, el crimen, la mugre y los malos
modales, porque nada une más a la gente que el odio, todos los políticos lo
saben perfectamente. Y nosotros, ¿qué? ¿Qué hacemos? Bueno… de eso voy
a hablar más tarde.
Lo que quería decir ahora es que los latinos aquí en el norte somos
igualitos de invisibles que los indios en México. Allá en México nadie ve a los
indios… o por lo menos nadie los veía hasta que los zapatistas dijeron: ¡Ya
basta! Son muchísimos pero nadie los veía. Y andan en todos lados:
trabajando en las casas y en los restaurantes, construyendo todo lo que se
construye, limpiando todo lo que se limpia, trabajando los campos para que
todo mundo coma. Pero nadie los veía. Como nadie ve a los latinos que están
aquí quebrándose la espalda con los peores empleos para mantener a este
país.
1
Texto escrito para Radio Zapatista – Chiapas no se olvida (www.radiozapatista.org). Transmitido en KPFA
(Pacifica Radio, California) el 9 de diciembre de 2005.

Radio Zapatista 1 Alejandro Reyes-Arias


Yo estuve viajando por el centro y el sur de México en el 93, unos meses
antes de que estallara la revolución zapatista. En las ciudades la gente
andaba que daba brincos, todo mundo sintiéndose muy moderno porque
Salinas se la pasaba diciendo que ya mero nos hacíamos primermundistas,
que ya casi entrábamos al club de los de arriba, que nos fuéramos olvidando
que éramos atrasados porque ahora sí, ¡puritito progreso!
Pero luego estuve con los zapotecas en la Sierra Juárez de Oaxaca y con
los tzotziles de Los Altos de Chiapas y los lacandones de la selva. Y me
contaron sus historias de pobreza, de marginación, de explotación. Vi a las
ancianas subiendo la sierra cargando fardos inmensos de leña, a los niños
muriéndose de enfermedades curables por falta de medicinas y de médicos
y creciendo sin educación, a los hombres trabajando de sol a sol para
cultivar el café y llevarlo a cuestas durante horas o días para poder venderlo
a los intermediarios por 60 centavos de dólar por kilo. Y vi a la gente
angustiada porque, con las reformas del Artículo 27 de la Constitución, las
comunidades corrían el riesgo de perder sus tierras, y con el Tratado de
Libre Comercio el maíz gringo iba a invadir los mercados y entonces sí cómo
le iban a hacer, ¿de qué iban a vivir?, ¿qué diablos iban a comer? Y entonces
yo me dije: esto va a explotar, esto no puede seguir así.
Y explotó. Porque por más que la gente aguante, llega un momento que
no puede más. Pero aunque explotó por desesperación, no surgió de la nada,
no fue pura desesperación sino que fue mucho pensamiento y mucha unión.
Los zapatistas tenían diez años armándose, discutiendo, pensando en su
situación y en la de todo México. Sabían que el camino por donde iba el país
y por donde iba casi toda Latinoamérica sólo iba a traer más desigualdad,
más hambre y más injusticia. La fiesta neoliberal de privatizaciones y de
mercados dizque libres sólo iban a enriquecer a los ricos y empobrecer a la
inmensa mayoría de la gente. Y digo dizque libres porque en realidad el
NAFTA, el Tratado de Libre Comercio de Centroamérica y el abortado ALCA
jamás fueron libres, están diseñados para beneficio de unos y maleficio de la
mayoría. En los primeros cuatro años del NAFTA los tecnócratas anunciaban
felicísimos que se había generado 1 millón y medio de empleos. Lo que se
les olvidó decir es que sólo la 1/5 parte de esos empleos pagaban más de
$5/día, y que en el proceso 28,000 empresas medianas y chicas quebraron y
se perdieron 2 millones de empleos. Con la liberación del maíz y la invasión
del maíz norteamericano, millones de mexicanos se quedaron sin manera de
sobrevivir. El maíz ha sido la base del sustento, la alimentación y la cultura
mesoamericana desde hace miles de años, y con el golpe de una pluma y la
ceguera de los intereses comerciales y políticos se está aniquilando. Todo
eso lo previeron los zapatistas y lucharon y continúan luchando por
impedirlo.
Y justamente por todo eso, por el Tratado de Libre Comercio y la
modificación del Artículo 27 y las privatizaciones y la brutalidad de ese
capitalismo descarrilado, millones de mexicanos han huido de su país para
tratar de arreglárselas como puedan aquí en el norte. O sea que la gran

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mayoría estamos aquí porque nuestro país no nos da los medios para vivir
dignamente; y no nos los da porque le entró al juego justamente de este país
y de los grandes capitales, del Banco Mundial, del FMI y del llamado
consenso de Washington.
Esa es la gran paradoja: que nuestra gente tenga que huir de la pobreza
y se venga justamente al país que más ha contribuido para crear esa
pobreza. Y no estoy hablando sólo de las presiones económicas y políticas y
los tratados injustos. Estoy hablando también de la miseria provocada por las
guerras en Centroamérica patrocinadas por los Estados Unidos y las
represiones en toda Latinoamérica, por los horrores y las violaciones a los
derechos humanos impulsados por la Escuela de las Américas y toda esa
infame historia que todos estamos cansados de saber. Es todo eso lo que
está en el origen de la migración de los latinos al norte, que no nos vengan
con otros cuentos.
Y luego llegamos aquí y nos volvemos invisibles. Digo, en el mejor de los
casos, porque cuando no, somos perseguidos y humillados y acusados de
todos los males. Ahí están los Minuteman, según ellos defendiendo a su
patria de la misma miseria de la que se alimentan sus propios privilegios. Y
mientras en Tijuana este 6 y 7 de diciembre se reunía un grupo de
académicos y activistas en el Primer Foro Internacional del Migrante, y
discutían la migración como un síntoma de la pobreza y la marginación, el
gobierno norteamericano construye el “Muro de la Vergüenza” y el
Departamento de Seguridad Nacional anuncia que va a mandar 1700 nuevos
agentes a la frontera para combatir la inmigración ilegal. Esa es la visión del
gobierno de Bush, en vez de pensar seriamente en las causas fundamentales
de la migración y darse cuenta de que si no cambia su política de chuparle la
riqueza a nuestros países y de darle de patadas a cualquier país que trate de
implementar un poco de justicia social, la migración sólo va a seguir
aumentando. Pero no, lo único que se le ocurre es militarizar más y más la
frontera y hacerle la vida más difícil a nuestros paisanos, que dejan todo y
arriesgan sus vidas y están aquí matándose por bajísimos salarios y dándole
de comer a toda esta gente que ni siquiera los ve.
Y es que en todo esto el problema, paisanos, está en la ceguera: la
ceguera de la ignorancia, de la intolerancia, del privilegio, de la ganancia.
Así llegamos a donde empezamos: a nuestra invisibilidad, que es la
misma que la de los indios en México. A la ceguera de los que se benefician
de la pobreza ajena, que es la misma de los dos lados de la frontera. O sea
que cuando los zapatistas luchan contra la ceguera, es nuestra misma lucha.
Y cuando los zapatistas dicen ¡Ya basta! para salir de su invisibilidad, es el
mismo ¡Ya basta! que nosotros necesitamos gritar.
Y eso me lleva a lo que pregunté al principio: Y nosotros, ¿qué? ¿Nosotros
qué hacemos? Pues la verdad es que, aunque algunos hacen mucho, la
mayoría no hacemos gran cosa. Ahí está la raza matándose. ¡Qué barrio,
ese! ¿Cómo que qué barrio, banda? ¡No jalen! ¿Cómo que qué barrio? ¡El

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barrio nuestro es latinolandia, raza! Es todo el mundo de la latinidad, aquí y
allá y acullá y donde sea. Aunque… no… la verdad es que no. El barrio
nuestro es el mundo, todo el mundo, en cualquier lado. ¿Pa qué chingaos —y
discúlpenme las palabrotas— vamos a pelearnos por el barrio si podemos
pelearnos por el mundo? Mientras nosotros nos jalamos de los pelos y nos
matamos los unos a los otros, seguimos siendo los de abajo y haciéndole el
favor a los de arriba que quieren que sigamos donde estamos. Yo la verdad
lo que pienso es que todo ese coraje no es más que la frustración de estar
hasta abajo y las ganas de dejar de ser invisibles. ¿Pero qué tipo de
visibilidad es esa? ¿Para qué sirve? Para irnos al hoyo más rápido, nada más.
Por eso a mí me parece que el zapatismo es un ejemplo vivo para
nosotros. El zapatismo no es sólo la lucha de los indios allá en Chiapas.
Nunca lo fue, pero sobre todo ahora, con la Sexta y con La Otra Campaña, el
zapatismo es tan nuestro como de todos. El zapatismo es una forma de
organización, una forma de resistencia, y yo diría que hasta una forma de
vida. El zapatismo nos dice que o nos unimos o nos chingamos. El zapatismo
es una forma de lo que el antropólogo James Holston llama “ciudadanía
insurgente”. La ciudadanía insurgente es una forma de decir que no estamos
afuera, que somos parte de la sociedad, pero que nos rehusamos a aceptar
los términos que nos imponen para nuestra participación. A los latinos nos
repiten una y otra vez que no somos parte, que no somos ciudadanos, que
estamos aquí de prestado, y que hay que dar las gracias por la oportunidad
que nos da este país y quedarnos calladitos y no reclamar, porque si no, nos
mandan de retache a nuestros dizque incivilizados países de origen con una
patada en el trasero. Y pues no, sucede que sí somos parte, sí somos
ciudadanos, con deberes y responsabilidades. Y esa ciudadanía la tenemos
que exigir y nos la tenemos que ganar. Para eso está el zapatismo, para
unirnos en una participación de a de veras democrática. Para unirnos. Para
que nuestros 10 millones en Califas, nuestra tercera parte de la población,
tenga realmente una tercera parte de participación. ¿Cómo es posible que
seamos tantos y sigamos hasta abajo?
En los próximos programas vamos a hablar de los conceptos y de las
formas de resistencia zapatistas y de cómo las podemos aplicar a nuestra
realidad aquí. Pero por ahora vamos a darles un adelanto.
Lo primero es convencernos de que sí se puede, de que somos parte de
este mundo. Los zapatistas dicen: “Nuestra profesión es la esperanza”.
Ustedes me van a decir que eso suena muy cursi y es que hoy en día la
esperanza está fuera de moda. El capitalismo nos ha enseñado que lo único
que importa es consumir: tener y tener, comprar y comprar… cuando se
puede, y si no, pos ni modos. ¿Esperanza en un ideal común? ¿Ayudarnos los
unos a los otros para cambiar la realidad de todos? Pura cursilería, nos dice
el capitalismo, la onda es ver por sí mismo… a lo más por la familia. Los
demás que se las arreglen solitos. Por eso somos tan desunidos. Por eso en
vez de ayudarnos mutuamente nos dedicamos a ver cómo les sacamos
provecho a los demás. Por eso se la ven tan difícil los compas migrantes que

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llegan sin saber qué onda, después de todas esas dificultades, la explotación
de los coyotes, la persecución de la migra mexicana y de la migra
norteamericana, los robos, las violaciones, el miedo, el hambre, el peligro, la
separación de los seres queridos. Y llegan aquí y en vez de encontrar el
apoyo de los paisanos, se ven explotados y engañados por su propia gente.
Pero si van a las comunidades zapatistas en Chiapas van a ver otra cosa, y
es eso lo que tenemos que aprender aquí. El trabajo comunitario, las
cooperativas, la educación autónoma, la salud. Y todo eso con la hostilidad
del gobierno, con el puro apoyo de todos los cursis que todavía creemos que
sí se puede construir un mundo mejor. Lo que nosotros tenemos que
aprender a hacer es a formar colectivos de apoyo mutuo, crear cooperativas,
crear colectivos de defensa legal. No que no los haya, hay mucha gente
haciendo muchas cosas. Pero se necesita mucho más. Y además lo que se
necesita es la participación de todos los individuos. Mexicanos, chicanos,
latinos, migrantes documentados e indocumentados. Lo que se necesita, la
neta la neta, es una ética. Es decir: “Soy zapatista y por eso actúo de cierta
forma. Soy zapatista y por eso no acepto la violencia contra la mujer, soy
solidario con los paisanos y con todos los latinos. Soy zapatista y por eso no
discrimino a nadie, no exploto a nadie, no engaño a nadie. Soy zapatista y
por eso exijo tener una vida digna, exijo participación equitativa, exijo ser
considerado parte de esta sociedad. Soy zapatista y por eso exijo ser
visible.”
Y en todo esto digo “zapatista” como podría decir simplemente “latino”,
o simplemente “humano”. Porque a final de cuentas el zapatismo es
simplemente una forma de ser humano.

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