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Septiembre (o el recorrido hacia un parto en casa).

Por Cecilia Castrilli.

Una noche de septiembre terminé de leer de un saque un libro sobre parto


humanizado, que avaló todo lo que mi instinto me venía diciendo, y decidí que
quería considerar tener un parto en casa. Un rato después, cuando mi marido se
levantó para ir al trabajo, le dije "Pablo, en realidad no quiero usar la obra
social, me parece que quiero un parto en casa, pero después lo hablamos bien". Y
me dijo que estaba bien.
Antes de quedar embarazada quería toda la tecnología posible, así que nos
metimos en la mejor prepaga para maternidad en Capital Federal. Estaba
entusiasmada porque me iban a dar pantuflitas en la clínica y una afeitadora a
mi marido. Al pasar los meses, a medida que mi panza crecía también crecía mi
conexión con la naturalidad del embarazo, el parto y el nacimiento, y mi instinto
me decía que las cosas no iban a salir como lo había sentido toda mi vida si
seguía el camino que estaba tomando. Pero no tenía las herramientas para
pensar otro camino. Al leer ese libro, se me presentaron muchas variantes, y vi
que no era tan hippie, descocado, ni necesitaba tanta preparación el tenerlo en
casa o buscar un parto más natural. Me acuerdo de haberle dicho a mi mamá,
con una panza de cinco meses: "estaría bueno tenerlo en casa, pero ya es tarde,
eso necesita mucha preparación".

Yo quería que no me metan ninguna sustancia; yo quería que no me corten; yo


quería que me esperen lo que me tengan que esperar; que me dejen libre; que lo
dejen a Pablo libre; que no nos asusten; que no nos manipulen para amoldarnos a
su comodidad; que no me separen, en lo posible, del bebé; que no le hagan cosas
innecesarias al bebé. Yo sabía –y siempre supe- que iba a estar todo bien en mi
parto, pero que no sólo dependía de mí, de Pablo y del bebé sino también de la
gente con la que eligiéramos hacerlo.
Al hacerse más presentes esas inquietudes, cuando el libro avaló lo que me venía
diciendo mi instinto, tanteé la posibilidad de lograr un parto totalmente natural
dentro de la prepaga. Decidí hablar del tema con mi obstetra (al que había
elegido luego de pasar por otros tres que no me convencieron al principio del
embarazo), que era divino pero me dijo cosas como "es una estupidez no darte la
epidural", "si te duele una muela ¿que hacés?, ¿te ponés anestesia o dejás que se
pudra?", "está bien, no te pongo oxitocina, pero si el parto no avanza en dos
horas vas a cesárea", "es muy raro que una primeriza se salve de la episiotomía",
"vos vas a tener suero desde el principio y el feto va a estar constantemente
monitoreado y si cambian los latidos vas a cesárea". De esa charla me fui mal
pero al mismo tiempo más aliviada, porque al menos él fue sincero y yo ya sabía
lo que me esperaba si seguía con él.
A raíz de esa conversación empecé a averiguar en mi amiga internet (donde
aprendo a tejer, a cocinar, busco direcciones, teléfonos, y muchas otras cosas
que la hacen muy necesaria en mis días), y encontré varios grupos de
profesionales que asisten y asesoran la clase de embarazo, parto y crianza que yo
quería lograr y que iba con lo que queríamos Pablo y yo. Leí otro libro y varias
notas, mientras le iba contando a Pablo y pasándole lecturas.

Lo que fui aprendiendo, que se confirmaba mientras más mujeres y hombres me


contaban sobre sus experiencias en establecimientos tanto privados como
públicos, es que se genera una reacción en cadena por un intento de los
profesionales de la salud de controlar el parto, que casi siempre termina en
cesárea o en un acontecimiento no del todo agradable, donde los protagonistas
son los médicos y asistentes y la mujer es un objeto –y uno enfermo. El
marido/papá directamente casi no figura. Tienen todo armado para ser fábricas
de bebés y todo dispuesto para la comodidad de los médicos, con respecto a
tiempos, condiciones y procedimientos. Se trata al parto como una enfermedad
cuando no lo es. Y se contradicen cosas que no solo son obvias por sentido común
sino que -por ejemplo- están recomendadas por la Organización Mundial de la
Salud (y se hacen rutinariamente cosas que están altamente contraindicadas por
la OMS).

Me di cuenta de que en las clínicas privadas es inusual un parto sin anestesia


peridural. Hasta les parece muy raro que alguien les diga que no la quiere. Raro y
estúpido, y no sólo a los médicos, sino a la gente de esta ciudad en general. Pero
esa anestesia no es inofensiva, tanto física como emocionalmente. Parece que
"anula" la hipófisis, y no se segrega más oxitocina natural (que es una hormona
que se libera en el parto o cuando se amamanta, y parece que también en el
orgasmo y cuando estamos enamorados), que conduce las contracciones.
Entonces, se pasa a la segunda instancia, que es poner un goteo de oxitocina
(que no es oxitocina, en realidad), lo cual hace las contracciones más violentas y
seguidas, así logrando lo que quieren: obtener un parto en menos de dos horas.
Pero en la mayoría de los casos hay que ir a cesárea porque las contracciones al
no ser naturales causan sufrimiento fetal, entre otras cosas. La mamá
naturalmente genera contracciones que tanto ella como el bebé pueden
soportar: pero si hacen todo así, arruinan irreversiblemente el proceso. Además
el dolor en el parto es, entre otras cosas, lo que ayuda a despertar el instinto
animal que hace que se pueda vivir de la mejor forma -y sobrellevar- semejante
labor, sin dejar lugar a que la mente aporte miedos, angustias, distracciones,
preocupaciones, enojos, ideas, antojos, que sólo traban el proceso. Y es lo que
enfatiza las ganas de pujar: porque muchas veces pujando se lo alivia.
El índice de cesáreas en Capital Federal es de un 50% a 60% en hospitales
públicos y un 80% a 90% en clínicas privadas, cuando debería ser un 10% de todos
los partos. Increíble. Y ni hablar de la episiotomía: obviamente como los tejidos
no tuvieron el tiempo necesario, no están listos para que salga la cabeza del
bebé. Así que, si después de todo eso, se logra un parto por vía baja,
seguramente va con episiotomía -que la hacen de rutina, obviamente. La OMS
recomienda que es mejor un desgarro del tipo o nivel uno o dos que una
episiotomía, porque la episiotomía es cortar directamente todo, incluido el
músculo. Frente a un inminente desgarro de grado tres, es bueno un corte. Pero
si no: no. Pero no hay con qué darle, la hacen mucho antes de que corone el
bebé.
También averiguamos lo que le podían hacer al bebé como rutina innecesaria:
- Cortar el cordón en seguida, cuando es mejor que quede hasta que deje de
latir, ya que la placenta le manda todo "lo bueno" (hierro, etc.) al ver que el
bebé salió, y es muy beneficioso para el primer tiempo. Además lo obligan a
introducirse en el medio aéreo de golpe, cuando podría estar tosiendo,
eliminando secreciones, y recibiendo oxígeno por el cordón hasta estar listo para
usar sus pulmoncitos.
- Separarlo de la mamá, aunque es lo primero que necesita y a lo que está
acostumbrado.
- Meterle sondas -una gástrica y otra anal- cuando no es necesario hacerlo de
rutina y es totalmente invasivo y violento para el pobre bebé. Se pueden
controlar las obstrucciones en una primera instancia de otras formas no tan
agresivas, con un estetoscopio y observando al bebé.
- Pesarlo, bañarlo, manipularlo, pincharlo, ponerle un líquido en los ojos, en vez
de dejarlo con la mamá y la teta (y el papá) que es lo mejor que puede pasarle y
lo que necesita.
- Si pesa aunque sea apenas menos de 3 Kg., va a incubadora por un par de días
en observación, cuando, de nuevo, la mejor incubadora en este caso (que no es
que peligra realmente su salud) es la mamá.
A veces hasta le dan leche de fórmula y suero, sin siquiera preguntar. Y las
vacunas, que son un tema aparte.
La posibilidad de que le hicieran algunas de estas cosas nos angustiaba. Y las
cosas que podrían llegar a hacerle fuera de la rutina normal -presentada alguna
mínima eventualidad-, ni nos queríamos imaginar. No confiábamos en la forma en
que eran tratados los recién nacidos sanos por el sistema médico.

Entonces el panorama era que en los partos normalmente se hacía una reacción
en cadena de procesos que no necesitaban ser rutinarios, que empezaban con un
suero y la inmovilidad de la madre en posición acostada y el monitoreo fetal
constante con un cinturón (lo que impide que el parto avance bien y las cosas
circulen como deben), al ir todo lento siguiendo con un goteo de oxitocina y/o
rompimiento de bolsa, que iba de la mano con la peridural, y ahí o terminaba en
cesárea, en la mayoría de los casos, o si no en parto vaginal pero con episiotomía
y un bebé sometido a un proceso violento por demás (con contracciones tan
duras y brutas, no naturales), y al que le esperaba todavía más con las rutinas
que le harían a él.

Eso es lo usual, si antes no se apura a la embarazada y le despegan la membrana,


o si no le ponen prostaglandina en algún tacto de las últimas semanas, sin
siquiera decirle, ya que piensan que deben inducir el parto (se lo hicieron a una
amiga y a una conocida, y parece que es común), o si no la fuerzan a inducir el
parto artificialmente por una cuestión de fechas o a cesárea apurándola o con
pretextos como que existe circular de cordón (la realidad es que el bebé se
enrosca y desenrosca constantemente).
La mayoría de los procedimientos médicos antes mencionados son realmente
útiles y extraordinarios cuando son necesarios. Debemos agradecer que existan y
que haya profesionales entrenados para hacerlos. Pero usarlos
metodológicamente en partos sin patologías es tratar de dominar lo indomable.
Es intervenir artificialmente en uno de los actos más primitivos del ser humano.
Es tratar de prever, planear, determinar y estructurar los partos en un molde
cuando cada parto es diferente, así como es diferente cada vez que se hace el
amor.

Leí en algún lado que en un embarazo de bajo riesgo es menos factible que pase
algo si el parto transcurre en la casa, ya que –entre otros factores, como que la
mujer se siente más cómoda con sus cosas, sus olores y en un lugar propio e
íntimo- en clínicas y hospitales, al intervenir el hombre en algo totalmente
fisiológico y natural, hay más tendencia a alterar el proceso y que éste se
complique. Lo ideal sería que los partos sean en los hogares o en casas de partos
o instituciones específicamente aptas para eso, y que los hospitales y clínicas
estén preparados para recibir a la madre y al bebé si hace falta, con el equipo
que los acompaña (parteras, idealmente), suministrando todo lo que sea
necesario (transporte, profesionales, insumos, tecnología e instrumental
médico).

Recuerdo que en una clase de gimnasia para embarazadas (a la que fui una
sola vez), la profesora al leer mi ficha mencionó mi interés en tener un
parto en casa, y todas me miraron, absorbiendo con sus bocas abiertas de
asombro todo el aire del salón. Una de las panzonas me dijo: "pero... ¿no te
da miedo? a mi me daría miedo no tenerlo en una clínica", y yo le contesté:
"a mí me da más miedo todo lo que me harían en el hospital".
Automáticamente me arrepentí un poco, porque tal vez las asusté. Quizás
esa noche no durmió la pobre chica. Pero que se jodan, me daba bronca
porque estaban todas asustadísimas y totalmente desinformadas. No sabían
nada de lo que pasaba en un parto, especialmente fisiológicamente. Si algo
te asusta: ¡informate! ¡averiguá! Hasta le preguntaron a la profesora, en la
charla que tomaba lugar después de la clase, qué era la peridural. Ellas se
entregaban a las manos de los médicos, parteras, anestesistas, enfermeras,
neonatólogos y pediatras como vacas temerosas al matadero. Ellas
colaboraban con el sistema de "fábrica de bebés" siendo sólo envases. Es
cruel mi forma de decirlo, y no es taaan así. Pero me sacaban.

A raíz de ir aprendiendo todo esto me contacté con tres de las personas o


agrupaciones de personas que pugnan por un parto fisiológico y natural, dos de
ellos autores de los libros que mencioné. Fuimos con Pablo a tres charlas
distintas en distintos barrios de esta ciudad, donde escuchamos testimonios,
hicimos y escuchamos muchas preguntas y sus respuestas, miramos videos, y
conocimos a las personas que podrían acompañarnos en ese camino que todavía
no habíamos decidido del todo tomar. Luego fuimos a tres consultas, una por
cada charla: la primera con un médico y las otras dos con parteras.
Nos dimos cuenta de que es casi imposible "pelear" al sistema desde adentro, y
que no es lo mejor que el parto sea una lucha con la institución. Si se quiere un
cambio es bueno movilizarse pero desde otros lados. Es demasiado valioso un
parto/nacimiento como para arriesgarse así, casi ingenuamente, pensando que
por imponernos, plantarnos con fuerza, por nuestros gritos o por llevar un
documento que muestra las recomendaciones de la Organización Mundial de la
Salud, los hospitales y clínicas van a cambiar sus métodos y su organización.
Además hay muchísimos profesionales que lo hacen de buena fe, porque
realmente piensan que es lo mejor, porque les enseñaron así.

Un mes después de la noche en que leí el libro ya prácticamente decidíamos


cómo encarar un parto en casa. No sólo por esto de que queríamos evitar al
sistema tan equivocado y hasta a veces perverso, sino porque también
aprendimos que el parto/nacimiento es algo natural y parte de la vida familiar y
de la intimidad de la pareja, y que es muy hermoso si puede suceder de la misma
forma que empezó: en la intimidad de nuestra casa, y de una forma tan hermosa
y amorosa. Que no hay que verlo como una enfermedad, sino como algo con una
connotación sexual, muy especial e íntimo y familiar; con cierto riesgo, sí, por lo
que hay que tomar recaudos, pero que lo ideal era que suceda en casa
naturalmente, dado que las instituciones no estaban preparadas para hacer las
cosas bien.

Entonces, mientras terminábamos de decidir cuál de las dos parteras iba a


acompañarnos, saqué turno con tres obstetras más de la prepaga, que me habían
recomendado como "los más potables de la cartilla". Quería tener alternativas
dentro de mi cobertura médica prepaga, por las dudas, con una orientación
similar a la nuestra. El primero me dijo casi lo mismo que mi ex-obstetra, y que
sería imposible encontrar lo que quería en este sistema. Que deje de buscar y me
amolde al mismo. Que si él hiciese los partos como los quiero yo, no podría hacer
los X partos que hacía al mes (1: él no hace los partos. 2: adaptan a las
parturientas a sus comodidades o a sus billeteras y encima te lo dicen en la
cara).
El segundo me dijo que no iba a estar para mi fecha probable de parto pero que
estaba de acuerdo con que el parto sea lo más natural posible dentro de lo que la
situación y la clínica permitan. Que era complicado, y que me comunique con
grupos que hacen partos en casa, porque era lo que más iba conmigo. Le dije que
ya había ido a algunas charlas, y le pedí que me diga, como médico, si realmente
funciona la teoría del "plan B" para emergencias. Si se puede llegar a la clínica al
haber una complicación en el parto en casa. Me dijo que las patologías se ven
venir, y dan tiempo a llegar.
La tercera tenía un enfoque mucho más como el nuestro, aunque sentí que
llegado el caso tendería aunque sea levemente hacia la búsqueda de la patología
y la intervención quizás innecesaria. Nos quedamos con ella como mejor opción
dentro de la prepaga, para seguir teniendo estudios y medicamentos "gratis" y
por las dudas.
A todo esto ya habíamos elegido quiénes nos iban a acompañar e íbamos a
reuniones de preparto y controles con ellas. Aprendí de a poco a escuchar a mi
cuerpo, a desactivar mi mente cuando es necesario, a divertirme, a soltar, a
sentir más, a confiar, a traspasar obstáculos o al menos intentarlo con todo mi
ser, a sentir mi poder. Con Pablo fuimos acercándonos a conocer lo que pasa
fisiológicamente, emocionalmente y a nivel de pareja en el parto y posparto, y
nos íbamos preparando para el gran acontecimiento.

Como casi entrando al octavo mes se me complicaba barajar el doble control del
embarazo y la obstetra empezaba a querer intervenir (quiso hacerme un tacto
innecesario), mi partera nos recomendó que directamente tengamos al bebé en
casa con ella y una obstetra con la que ella trabajaba, en vez de con ella y otra
partera. Y si pasaba algo íbamos a la clínica con esta médica. La conocimos y
decidimos que eso nos cerraba más. Hice muchas averiguaciones y trámites en la
obra social, ya que teníamos un plan cerrado, y logré que llegado el caso la
dejen pasar a ella y nos cubran la internación y el anestesista en una clínica a
doce cuadras de casa.

Después de mucho trabajo, de mucho aprender, de mucha introspección, mucho


observar y averiguar ya había tomado forma nuestro plan de
embarazo/parto/nacimiento/primera crianza.
No sólo lo emocional nos hizo llegar a esa decisión, sino también lo lógico. No
teníamos duda de que estábamos haciendo lo correcto y estábamos felices de
haber llegado a ese camino. Sentíamos que estábamos haciendo las cosas bien –
pasara lo que pasara-, y que le dábamos lo mejor a Casiel, y a nosotros mismos.

¿Quién sabe? Así como ese libro me ayudó a hacer el clic de "se puede", tal vez
este escrito que da cuenta de ese recorrido tan importante en nuestras vidas que
hicimos con mucho trabajo le llegue a alguna persona (si es que alguien llega
hasta acá abajo), la movilice aunque sea mínimamente y la ayude en la creación
de su recorrido personal.

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