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EL OPUS DEI
Jean Saunier
NOTA: Está agotada la versión española de esta obra. La colocamos aquí sólo con fines
didácticos y mientras no se ponga de nuevo a la venta.
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Este trabajo de Jean Saunier, en realidad una investigación acuciosa acerca de los
antecedentes, génesis y desarrollo del Opus Dei, nos alerta sobre sus verdaderos objetivos,
así como de los peligros que una preponderancia de la Obra en nuestros países
latinoamericanos entrañaría para las luchas reivindicativas de la soberanía nacional y del
libre desenvolvimiento económico en que todos estos países están empeñados.
¿Se trata, pues, de una sociedad secreta moderna? ¿Hasta dónde llegan sus
aspiraciones? ¿Qué métodos de penetración y desarrollo emplea? ¿De dónde emanan sus
directivas? ¿Se trata, tal vez, de alcanzar una especie de imperio económico transnacional?
Muchas preguntas más podríamos hacernos, pues el fenómeno es tan complicado como
complicado es hoy el mundo en que vivimos, en el que unas fuerzas caminan hacia su
desaparición por el imperio del desarrollo histórico y otras emergen en función de su propia
significación histórica. Este libro de Jean Saunier viene a hacer luz sobre un fenómeno
interesadamente oculto y que es necesario conocer para luchar contra peligros ciertos.
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INDICE
Un lance tenebroso
Integrismo y clericalismo
La ideología de Camino
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Sin respuesta, pues se trata del destino mismo de España -marcado desde hace
muchos años por una abominable certidumbre, la dictadura-, que se presenta hoy como un
inmenso interrogante.
Todo esto explica la dificultad que existe actualmente para sentar un juicio firme
acerca del destino del Opus Dei en España y en el mundo.
En efecto, muy pronto el Opus Dei intentó establecerse en México, y se conoce una
edición de Camino en ese país ya desde 1949, incluso antes de que la Obra se estableciese
en Francia, Italia o los Estados Unidos.
Por otra parte, México ha sido el primer país en que el Opus Dei haya penetrado en
América Latina, seguido de Perú, Venezuela, Colombia…
Según Jesús Ynfante, a partir de 1970 la Obra ya había fundado en México las
siguientes instituciones: la Residencia Universitaria Panamericana; el Centro Lati-
noamericano de Estudios Universitarios; la Escuela Superior de Administración de
Instituciones; el Centro de Capacitación para Empleados Domésticos (Alhucema); el
Instituto Superior de Cultura y Arte (en Yucatán); el Patronato Montefalco (granja-escuela
para campesinos); el Patronato Hogar y Cultura; la Librería Ibis (libros y exposición de
arte), y otros. Se afirma que los efectivos del Opus Dei en México alcanzan la cifra de
9,000 miembros (entre los cuales, hombres de negocios como Azcárraga, agente de la
Chrisler para México), y son conocidos los esfuerzos para establecerse seriamente en todo
el continente sudamericano.
Algunos de los miembros del Opus Dei forman parte de organismos oficiales: en
Perú, de la Oficina Nacional de Racionalización de la Administración Pública; en
Venezuela, de la Oficina Central de Coordinación y Planificación; en Colombia, de la
Escuela Superior de Administración Pública.
Más poco importa citar aquí lugares y nombres: por todo el mundo el Opus Dei
prosigue la misma labor, con los mismos medios que se describen en este libro.
Sería de desear que este trabajo permita comprender los reales peligros que la tal
Obra representa para la libertad de los pueblos.
JEAN SAUNIER
——
* Sin duda el lector comprenderá que los últimos acontecimientos políticos acaecidos en España en las
últimas semanas a partir de la enfermedad y posterior deceso del general Francisco Franco, dejan fuera de
actualidad determinados comentarios o previsiones respecto al futuro político de este país, en particular
teniendo en cuenta la velocidad con que se suceden los cambios tácticos tanto de parte de las fuerzas en el
poder como de la oposición democrática. A la vez aprovechamos la oportunidad de esta nota para llamar la
atención del lector en cuanto a que por la época tan fluida políticamente en que fue escrito este libro y su
aparición en lengua francesa, algunos elementos informativos que se dan en él hubieran sufrido ciertas
modificaciones o aclaraciones, si la obra hubiese aparecido algunos meses después; sin que ello reste en lo
absoluto el menor valor a este libro, importante para contribuir a difundir verdades ignoradas por el gran
público y de importancia sustancial para comprender muchos fenómenos que sin esa información parecerían
oscuros e incluso incomprensibles (N. del Ed.).
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“Si, por un lado, la conspiración que pretendo desenmascarar resulta inquietante en razón
de sus avances, por el otro tiene un carácter enteramente original. Las confabulaciones de esta
índole suelen planearlas hombres execrables que se valen de medios ruines. Pero la que aquí
menciono ha sido urdida por hombres píos en el marco de lo sagrado.” (FRANCOIS DE
MONTLOSIER, Memoria para consulta en torno a un sistema político y religioso que pretende
destruir la religión, la sociedad y el trono, 1826.)
UN LANCE TENEBROSO
MATESA
Tres sílabas de significado un tanto oscuro, pero que no entrañan misterio alguno
cuando advertimos que corresponden a las siglas de una firma comercial española:
Maquinaria Textil del Norte de España, S. A. Sí, a decir verdad, nada extraño hay en ellas.
La sociedad se constituyó el 20 de julio de 1956, con un capital escriturado que, en 1968,
era de 600 millones de pesetas. Tenía su sede en Pamplona, y su director general era don
Juan Vila Reyes. Una empresa como otras muchas en Europa. No obstante…
EL ESCANDALO FINANCIERO
Desde el verano de 1969, para los millones de españoles y para cuantos en el mundo
se interesan por lo que ocurre en España, MATESA es, antes que nada, “el escándalo
MATESA”, o lo que muchos llaman, también, “el asunto del Opus Dei”.
¿Qué relación puede existir entre una empresa industrial que explota una patente
francesa de telares y una organización religiosa que proclama como fin el “difundir en la
sociedad contemporánea, y en especial en los ambientes intelectuales, los principios de la
perfección cristiana”? 1
El mecanismo financiero del “asunto MATESA” es sencillo. Con todo, a pesar de que
la prensa internacional se ocupó del mismo con bastante detalle, bueno será rememorarlo a
grandes rasgos.
Hemos dicho que la mentada firma explotaba la patente francesa de un telar sin
lanzadera. A tal efecto, la empresa creó numerosas filiales en España y el resto del mundo
(más de setenta). En lo relativo a España se trataba de contribuir a la descentralización
económica pregonada por el Plan de Desarrollo español, y de cara al exterior se pretendía
conquistar para la industria española un puesto en el mercado mundial. MATESA vino a
erigirse en el símbolo de una España nueva, abierta al desarrollo económico y capaz de
hacer frente a la competencia internacional, tarea muy encomiable, por lo demás, si no
mediaran algunos detalles que empañan el cuadro de estas aspiraciones.
Digamos a este respecto que el importe de los créditos obtenidos por vía fraudulenta,
casi siempre a través del Banco de Crédito Industrial, se elevaba a casi 10,000 millones de
pesetas; o sea, 800 millones de francos nuevos, o bien 80,000 millones de francos antiguos.
En consecuencia, la estafa era de envergadura, y por muy acostumbrado que uno esté
hoy a los escándalos de toda especie: falsificación de facturas, fraudes en materia de
exportación -que no son, por supuesto, privativos de España únicamente-, surge de forma
obligada la pregunta de cómo fue posible que un fraude de tales proporciones pudiera pasar
inadvertido durante tanto tiempo.
Esa misma pregunta se formuló la opinión pública española a través de numerosos
órganos de prensa que, de repente, se volvieron muy prolijos en la reseña del caso. Por
ejemplo, La Vanguardia 3 indicaba que “la estafa se apoya en la falsificación de
documentos que han pasado cientos de veces por oficinas, organismos e instituciones
oficiales. Cuesta creer que haya podido pasar inadvertida por espacio de tanto tiempo’ .4
COMPLICIDADES INDUDABLES
La prensa española, que como es sabido está sometida a la estrecha tutela del
Gobierno, empezó a subrayar las múltiples relaciones personales que unían a ciertos po-
líticos con los ambientes financieros vinculados a MATESA. Y lo más curioso del caso era
que los políticos, banqueros y economistas complicados en el embrollo tenían que ver con
la organización religiosa conocida por el Opus Dei: la Obra de Dios, o simplemente la
Obra, en español.
Vemos, en efecto, que la compleja figura de don Juan Vila Reyes, principal dirigente
de MATESA, estaba relacionada con numerosos políticos de primera fila.
Y, sin embargo, hacía años que Vila Reyes se dedicaba a la exportación clandestina
de divisas; antes, incluso, de que estallara el escándalo MATESA. En efecto, quedó
demostrado que en fechas anteriores Vila Reyes había transportado a Suiza 103.510,428
pesetas en maletas llenas de billetes nuevos de mil pesetas.
Por otra parte, Vila Reyes también era amigo personal de Laureano López Rodó, una
de las figuras más prominentes de la política española y miembro del Opus Dei. 5 López
Rodó, que marca un hito capital en la evolución del régimen franquista, pasa por ser el
principal consejero del almirante Carrero Blanco, quien durante muchos años ha sido la
eminencia gris de Franco y que hoy se encuentra abiertamente instalado al frente del
gobierno español.
Vila Reyes era, también, uno de los principales consejeros de José Luis Villar Palasí,
a la sazón ministro de Educación Nacional y, como López Rodó, muy vinculado al
almirante Carrero.
Ello motivó que se estableciera una relación directa entre MATESA y el Opus Dei, y
entre el Opus y el Gobierno.
Pero no era éste el único vínculo. Dijimos con anterioridad que las asignaciones de
créditos oficiales a MATESA se hacían por intermediario del Banco de Crédito Industrial.
Pues bien, el ex director general del banco en cuestión, José González Robatto, era
miembro militante del Opus Dei, como lo eran Joaquín Planell, presidente del Consejo de
Administración, y Ángel de las Cuevas González, ex subsecretario del Ministerio de
Industria, hombre de confianza de López Bravo, opusdeísta notorio y ministro de Asuntos
Exteriores desde 1969 a 1973.
Dado que estas estrechas relaciones entre miembros del Opus Dei y financieros tenían
por marco buen número de entidades bancarias, oficiales y privadas, fueron muchos los que
llegaron a la conclusión de que la Obra era uno de los principales núcleos aglutinantes de la
oligarquía española, a la vez que uno de los instrumentos de que ésta dispone para imponer
decisiones políticas de signo neocapitalista.
A la vista de esta situación, uno se pregunta qué hay de cierto en las acusaciones
lanzadas contra el Opus Dei a raíz del escándalo MATESA, o lo que es lo mismo: si el
Opus Dei es en verdad una de las fuerzas político-económicas que dominan la España
actual, si es incluso la más poderosa y, sobre todo, si es cierto que este dominio se ejerce
por cauces encubiertos y, en fin de cuentas, ocultos. Por último, cabe preguntarse si es ver-
dad que sus ramificaciones internacionales le confieren el carácter de una verdadera
“potencia” europea y hasta mundial.
Nuestro libro trata, por supuesto, de dar respuesta a todas estas preguntas; pero ya
desde ahora el lector debe tener en cuenta que si hemos iniciado la exposición con la
mención de una escandalosa y monumental estafa, ha sido de forma intencionada. Con o sin
razón -el lector tiene la palabra-, nos resulta extraño que la cuestión de saber lo que es el
Opus Dei -organización religiosa- en la práctica, se haya planteado de tal modo ante la
opinión pública.
Por lo demás, esta consideración nos induce a establecer una distinción importante
entre lo que es fruto principal de la idiosincrasia política e histórica españolas y lo que
dimana de un problema de porte más general el papel que desempeñan algunos grupos
político-financieros vinculados a la Iglesia Católica.
Por lo que a España se refiere hemos de decir, en honor a la verdad, que el asunto
MATESA no ha sido ni con mucho el primer caso de corrupción que se registra tras la
instauración del régimen franquista. Este último, caracterizado por la colusión pura y
simple de los grupos dominantes en lo económico con los cargos políticos, ávidos de
prebendas, ha conocido en efecto una larga serie de asuntos comprometidos. Se dice
incluso que Manuel Arburúa, un alto, cargo del Banco de España, dio su nombre a la
corrupción de los funcionarios, designada con el término de “arburismo”, circunstancia que
por lo demás no impediría a tan singular personaje convertirse en ministro de Comercio y
disfrutar de la plena confianza del Jefe del Estado, quien lo nombró “procurador nato”,
representante personal suyo en las Cortes.
Pero el caso MATESA es, precisamente, mucho más que un simple chanchullo de
malversación de fondos y corrupción si se sitúa en un contexto como el aludido.
Tal como dijimos, la prensa divulgó el escándalo en agosto de 1969. Ahora bien: en
julio del mismo año concluyó lo que algunos llaman la “operación Juan Carlos”, es decir, ni
más ni menos que el ensamblaje de todo el aparato constitucional de la sucesión de Franco,
objeto de las más encarnizadas pugnas entre los diversos grupos en el poder. El Caudillo, 6
“responsable ante Dios y ante la Historia”, dando al traste con todas las incertidumbres que,
como oportunista consumado que era había mantenido hasta entonces, decidió instaurar la
monarquía en España.
Vistas las cosas desde el ángulo puramente jurídico, existían por lo menos dos
alternativas para la inevitable fase posfranquista: república o monarquía. No cabe duda de
que, en el primer caso, la fórmula republicana hubiera sido la mejor garantía de una
auténtica liberalización del régimen, o al menos eso cabía esperar.
Franco, empero, que había descartado sin ambages la opción republicana, no escogió
entre don Juan o los pretendientes carlistas, sino que recurrió a una tercera solución y eligió
al príncipe Juan Carlos 7
Este es sin duda descendiente “legítimo” de los Borbones, pero en todo caso no
deberá su corona a los derechos de la Casa Real española, sino a la persona de Franco. En
este sentido no cabe hablar de una restauración de la monarquía, sino más bien de una
instauración por concesión graciosa del Caudillo. Por lo demás, no faltan quienes apuntan
que, de todos los príncipes disponibles, Juan Carlos era el más mediocre y el más
manejable, y que su elección permitiría prolongar el actual estado de cosas.
Eliminada, según sus dirigentes, en beneficio exclusivo de “la gente del Opus Dei”.
De aquí que al estallar el escándalo MATESA, la Falange tal vez pusiera más empeño que
la propia oposición en lanzar la ofensiva contra el Opus, haciendo alarde de una violencia
inusitada en España tratándose de ministros de Franco, actitud que permitió afirmar a un
observador lúcido y valeroso de los asuntos españoles, la duquesa de Medina-Sidonia, que
la denuncia del escándalo fue “el último regalo de la Falange a la opinión pública”.8
Cuando tuvo lugar el reajuste ministerial de 1969, los que la opinión pública llamaba
opusdeístas”, lejos de ser alejados del poder, coparon de forma masiva los ministerios
clave, hasta el punto de que llegó a hablarse de un gobierno “monocolor”. Desde entonces,
hasta el ajuste ministerial de 1974, dirigieron abiertamente la política española, y todo
indica que a pesar de su eliminación del equipo ministerial de Arias Navarro, los opus-
deístas no han renunciado a jugar su papel, sobre todo cuando se produzca la inevitable
sucesión.
Si se tiene en cuenta que el Opus Dei tiene en España unos treinta mil socios y que
carece por completo de respaldo popular, uno se pregunta cómo ha podido alcanzar tal
preeminencia en el marco de la cosa pública.
Es aquí donde parece que los presupuestos políticos específicamente españoles deben
dar paso a cuestiones de porte mucho más general relacionadas con el papel que
desempeñan, de forma más o menos clandestina, determinados grupos católicos en el
ámbito político, económico, financiero y, también, docente, y siempre bajo una apariencia
cándida de orden puramente espiritual.
Nos hallamos, en efecto, ante una organización dotada de un estatuto canónico oficial
-el de “Instituto secular”- que reconoce como fin “la difusión de los principios de la
perfección cristiana” .9
Durante muchos años los observadores apenas repararán en su existencia. En ella todo
reviste gran sencillez, por no decir mediocridad. Faltan las prédicas ante vastos auditorios,
las publicaciones de prestigio, las ideas brillantes y, según todos los indicios, faltan también
hombres situados en primer plano. Sin embargo, los observadores no se daban cuenta de la
lenta pero metódica y organizada penetración de la Obra en los ambientes universitarios
frecuentados por los retoños de la alta y media burguesía, y sobre esta base, de la
penetración en los medios políticos y económicos integrados por la generación de la
posguerra.
Pero el Opus se defiende con tenacidad, bien directamente, bien -y no sin habilidad-
por medio de escritos periodísticos o por el intermedio de testimonios que no parecen tener
relaciones con la Obra. En Francia, por ejemplo, uno de los más recientes contraataques lo
constituye la obra de Jean-Jacques Thierry,11 para quien el Instituto es todo inocencia y
santa humildad.
El lector puede estar seguro de que en este libro prestaremos igual atención a todas las
tesis, o por mejor decir, a cada campo, ya que tratándose de España no debe perderse de
vista que la confrontación política es en extremo violenta. Ya Antonio Machado escribió
unos versos para cada nuevo español venido al mundo:
ha de helarte el corazón.”
El caso es que, para bien o para mal, el Opus Dei se encuentra hoy en el núcleo
mismo de esta guerra civil que continúa oponiendo sin tregua a las dos Españas.
Por otra parte, conviene tener presente que los problemas planteados por la propia
existencia de una agrupación de esta índole rebasan con mucho el marco de la historia
española contemporánea. Aun suponiendo que las precedentes afirmaciones fueran
exageradas -cosa que todavía está por demostrar-, no es menos cierto que en el caso del
Opus Dei plantean el problema general de las sociedades secretas de inspiración católica.
Conviene hacer notar que todos aquellos que hoy se declaran de forma manifiesta
enemigos del Opus Dei, incluidos los que hacen profesión de fe anticlericalista, tienen buen
cuidado de diferenciar al Instituto de la jerarquía religiosa ordinaria: obispos, clero regular,
las órdenes religiosas en sentido “tradicional.” como son los jesuitas, dominicos,
franciscanos, etcétera.
Es ésta una distinción que tiene su valor, por cuanto apunta menos a la referencia
religiosa de signo católico que a la existencia, real o supuesta, de métodos y maniobras
ocultos.
Lo más curioso, empero, es que los defensores del Opus Dei tratan con porfiado
empeño de realzar, por una parte, la singularidad de la institución, que no es una orden
religiosa, ni una orden tercera ni, en última instancia, un instituto secular, y, de otra parte, la
ausencia de secreto en cuanto a sus actos y organización.
Pese a lo que digan sus miembros, la cuestión estriba en saber si el Opus Dei es o no
una sociedad secreta católica. Si no lo es, ¿a qué viene esta aureola de misterio que lo
envuelve, y por qué se niega a publicar sus, Constituciones? Si, por contra, es una sociedad
secreta, ¿constituye el primer ejemplo de una sociedad de esta índole? Por lo demás, ¿cómo
explicar su innegable éxito?
Los hechos políticos e históricos expuestos con anterioridad pueden hacer que la
noción de “sociedad secreta católica” parezca paradójica, e incluso contradictoria. En
efecto, ¿cómo es posible acusar a una agrupación de llevar a cabo una acción política a
través de algunos de sus miembros que ocupan cargos ministeriales y, por lo tanto, de
naturaleza esencialmente pública, y reprocharle al mismo tiempo el constituir una organi-
zación oculta?
Creo que nadie en su sano juicio admitiría que el hecho de entregarse por entero a una
organización pareja, con objeto de “santificar” la propia vida, en todos sus aspectos activos
y contemplativos, carezca de todo influjo en la eventual acción política del individuo afec-
tado.
Como escribe uno de los últimos turiferarios del Opus Dei, los miembros de esta
institución “reciben una completa formación en la vertiente humana, ascética, profesional,
científico-religiosa y apostólica que consolida la unidad de vida y se traduce para todos, y
con mayor razón para los sacerdotes, en una integración de los conocimientos especulativos
en la vida práctica. El estudio progresivo de la teología, acompañado de actividades
profesionales y apostólicas, las informa y a la vez procura un sentido práctico, fruto del
contacto con la vida, muy útil llegado el momento de dar el consejo más oportuno y
adecuado”.12
¿Acaso el sesgo claramente religioso de esta argumentación puede hacernos creer que
esta “unidad de vida” y el “consejo más oportuno y adecuado” dejan de existir en el
instante mismo en que un socio del Opus pasa a ejercer responsabilidades administrativas,
económicas y políticas?
Las tesis fundamentales del Opus Dei giran, en efecto, en torno a la idea de una
“santificación del trabajo” de todos los hombres y de cada día, bien se trate de un abogado,
bien de un taxista, un ingeniero, etc. Pero nos preguntamos si son también aplicables al
caso de un alto funcionario, de un banquero, de un economista o de un político. Creemos
que la respuesta es un “no” rotundo. La espiritualidad de la Obra es demasiado rica,
demasiado completa -por no decir “totalitaria”- para que la acción de todos los que
participan de ella no esté, en la práctica, amplia e inevitablemente condicionada por la
ideología del Instituto.
Para dar respuesta a estos interrogantes nos parece oportuno, ante todo, volver sobre
las grandes líneas y las principales etapas de su existencia, tan discreta durante años. Es
preciso darse cuenta de que antes de verse hostigada en la palestra pública y de tener minis-
tros en su seno, la Obra practicó durante decenios una lenta penetración en medios
diversos; una penetración casi invisible, consumada en cierto modo por “capilaridad”.
Y puesto que ya conocemos las líneas maestras de la trayectoria del Opus Dei,
conviene examinar si en los anales de la historia eclesiástica existen precedentes
comparables y si este cotejo puede potenciarse referido al caso concreto de la Obra.
Ello nos lleva de forma obligada a evocar la existencia de asociaciones católicas tan
reservadas, e incluso secretas, como la Santa Liga y la Compañía del Santo Sacramento, o
también la famosa Congregación de principios del siglo XIX, y ya más próximo a nosotros,
el núcleo integrista conocido como la “Sapiniére”. Por lo demás, resulta curioso observar la
falta de información que acompaña a las citadas organizaciones, mientras se publican gran
número de libros en torno a otras sociedades que, en ocasiones, no tienen la menor
trascendencia
Por esta vía, conociendo detalles concretos sobre las que fueron sin duda auténticas
sociedades secretas de signo católico, podremos abordar con más holgura el estudio de la
organización del Opus Dei en España y en el mundo, el sistema de captación de miembros
que utiliza, la ideología que profesa, sus métodos de acción, y ofrecer en última instancia
una respuesta clara al dilema de saber si se trata de una honesta asamblea de hombres que
sólo aspiran a la santidad o de otra cosa.
——
1
Esta definición, que encontramos en el Gran Laroosse Enciclopédico, no tiene ningún carácter crítico
y corresponde a la que el Opus Dei ofrece de sí mismo.
2
Christian Rudel, en La Croix, 2-3 de agosto de 1970.
3
Periódico de Barcelona sin una ideología política muy definida.
4
Citado por Jacques Georgel en Le Franquisme, Du Seuil, pág. 180, París, 1970.
5
López Rodó ocupó el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores de junio de 1973, a enero de 1974.
6
Como es sabido, el término “Caudillo” es el equivalente al de “Führer” y al de “Duce”.
7
Nieto de Alfonso XIII, hijo de don Juan, nacido en 1938. Está casado con la princesa Sofía de Grecia.
8
Véase el artículo que bajo este título publicó Le Monde el 9 de junio de 1970.
9
En la actualidad dicho estatuto canónica es objeto de controversias. Con todo, basta saber que el Opus
Dei fue aprobado como tal por la Santa Sede.
10
Son dos los autores que han utilizado la expresión “Santa Mafia”. Uno es Jesús Ynfante, autor de un
libro capital: La prodigiosa aventura del Opus Dei: Génesis y desarrollo de la Santa Mafia, Ruedo Ibérico,
París, 1970. El otro es Yvon Le Vaillant, en Sainte Maffia, le dossier de l’Opus Dei, Mercure de France, París,
1971.
11
Jean-Jacques Thierry: L’Opus Dei, mythe et réalité, Hachette-Littérature, París, 1973.
12
J. J. Thierry, . ob. cit., pág. 55.
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En los inicios y a lo largo de toda la historia del Opus Deii topamos siempre con la
poderosa y un tanto enigmática personalidad de un sacerdote: don José María Escrivá de
Balaguer y Albás, que ostenta además, desde 1968, el título de marqués de Peralta. 1
Estas ínfulas nobiliarias, insólitas en un sacerdote de años al que cabría suponer
desligado de las efímeras vanidades terrenas, ponen de relieve las dificultades que debe
afrontar quien intente trazar una biografía completa del fundador de la Obra. Este detalle
tan insignificante trasluce no sólo el afán de hallar una especie de refrendo público a su
éxito social, sino también la decisión de crear la imagen de un personaje prestigioso y, por
esta vía, poder mostrar la otra cara de la moneda. Resulta sorprendente, dicho sea de paso,
comprobar que todas las biografías oficiales u oficiosas de Escrivá de Balaguer no sólo
abundan en inexactitudes y puntos oscuros, sino también -sobre todo por lo que respecta a
sus años mozos- en contradicciones. Ya tendremos ocasión de ver cómo algunos
historiógrafos lo han investido de todo género de funciones y dignidades, muy halagadoras
pero de imposible comprobación, cosa muy intrigante tratándose de un personaje que es
objeto de una auténtica veneración en el seno de la Obra.
INTRIGANTES INCERTIDUMBRES
Muchas veces se ha dicho que en los países con neto predominio católico y escaso
desarrollo económico la carrera religiosa, al igual que la militar, es uno de los contados
medios de promoción social de que disponen los jóvenes con ambiciones de las clases
medias o, incluso, populares.
Es cierto que nada nos permite impugnar la sinceridad de la vocación religiosa del
joven Escrivá; pero debemos señalar que, según parece, era hombre de gran ambición que
por lo demás se sustentaba en opciones inteligentes y decididamente modernas. En efecto:
en una época en que la mayor parte del clero hispánico muestra el mayor desdén hacia las
disciplinas y ciencias “profanas”, el joven Escrivá alterna sus estudios religiosos en el
seminario de Zaragoza con los estudios jurídicos en la Facultad de Derecho2
Por lo tanto, si Escrivá fue tonsurado por el cardenal (la tonsura equivale al ingreso en
la carrera sacerdotal), ello tuvo que ocurrir antes de la fecha en cuestión, cosa muy posible
tratándose de un muchacho que contaba a la sazón veintiún años. Pero, en tal caso, ¿cómo
admitir que se encomendara la dirección del seminario a un muchacho tan joven que
todavía no había sido ordenado sacerdote?
Daniel Artigues, por su parte, indica que Escrivá asumió la dirección del seminario de
San Carlos, en Zaragoza, después de su ordenación4
¿No son éstas muchas y excesivas actividades para un muchacho joven en el breve
lapso de unos meses?
Sin embargo, cuando uno ha logrado con esfuerzo poner un poco de orden en el
cúmulo de afirmaciones contradictorias, surge una nueva dificultad. Hasta el momento,
todos los historiadores, favorables o adversos al Opus, estaban conformes en que Escrivá
permaneció en Aragón por lo menos hasta 1926, año en que se instala en Madrid. Pero he
aquí que Jean-Jacques Thierry afirma ahora que en 1925 su héroe estuvo empeñado en la
tarea “de agrupar en torno suyo, en Madrid, donde era rector del Real Patronato de Santa
Isabel, a un pequeño círculo de estudiantes [...]“.
Por supuesto, los defensores del Opus Dei se lamentan amargamente de que muchas
personas ajenas al Instituto lo conciben y presentan en sus escritos como rodeado por un
aura de misterio. Comprendemos muy bien el pesar y la indignación que los embarga, pero
nos preguntamos por qué no arrojan ellos mismos un poco de luz sobre ciertos aspectos
elementales, tanto más cuanto que el principal protagonista sigue con vida.
Alegan entonces que si su venerado fundador diera por sí mismo los datos que se
solicitan, pecaría contra la “santa humildad” a que le obliga su condición de sacerdote. Por
desgracia, el argumento se nos antoja carente de valor. Baste recordar -lo contrario nos
parecería deshonesto- que esta tan cacareada humildad no impidió a Escrivá solicitar, en
una fase tardía de su vida, la rehabilitación de vanos títulos de nobleza. Pero todavía hay un
argumento más concluyente, y es que nos hallamos ante un sacerdote que, como veremos,
da a entender sin rodeos, y en todo caso permite decir y escribir a los suyos, que la
fundación de la Obra obedece a un especial favor divino, ya que Dios le inspiró la idea, lo
cual no nos parece en modo alguno una prueba de excesiva humildad; eso es lo menos que
puede decirse respecto.
Resulta, pues, que ese mismo personaje, alegando razones de humildad, no puede
responder a preguntas Elementales y, a mayor abundamiento, perfectamente legítimas. Es
lógico, pues, que tal actitud dé pie a todo tipo de cábalas y especulaciones, a cual más
aventurada. En tal caso, ¿por qué repudian la expresión “aura de misterio” aquellos mismos
que la han acuñado, cuando tan sencillo sería dar a conocer una biografía honesta -es decir,
fácilmente comprobable- de los años mozos de monseñor Escrivá de Balaguer y Albás,
marqués de Peralta.
Sea como fuere, el caso es que en 1925 ó 1926 el joven sacerdote se traslada a Madrid
para vivir en familia al lado de su madre viuda, su hermano Santiago y su hermana Carmen.
Aquí se nos presenta de nuevo la imagen de un hombre desbordante de actividad que da
clases en colegios particulares, anima círculos recreativos en los barrios suburbiales,
fomenta reuniones de estudiantes, etc. Daniel Artigues, al que no podemos considerar en
modo alguno un incensario del Opus, indica con cautela que, según parece, por esta época
“el padre Escrivá enseña también en la Escuela de Periodismo que funciona bajo los
auspicios del influyente periódico católico El Debate, otro órgano de influencia sobre la
juventud intelectual”.
En los medios católicos intransigentes que por aquel entonces frecuentaba el padre
Escrivá, habían comenzado las críticas contra la Institución, a la que se calificaba de
instrumento de la judeomasonería en términos de una ramplonería y estupidez sin límites
(al igual, por otra parte, que en Francia, Alemania e Italia bajo los regímenes que no es
preciso nombrar) que auguran con claridad la sangrienta “Cruzada” franquista.7
Es más que probable que la atmósfera de exaltación apostólica, avivada por la crisis
político-social que experimentó España bajo la dictadura del que fuera capitán general de
Cataluña, Miguel Primo de Rivera (del 13 de septiembre de 1923 al 30 de enero de 1930),
tuviera mucho que ver con la nueva vocación que el joven sacerdote sintió nacer en su
interior. ¿Por ventura Dios no le había elegido (junto con Franco) para salvar a la santa
España?
En respuesta a la pregunta de un periodista sobre esta vocación y sobre los inicios de
la Obra, Escrivá contestó con un arte inimitable para oscurecer las cosas más sencillas: “Yo
no tuve y no tengo otro empeño que el de cumplir la voluntad de Dios. Permítame que no
descienda a más detalles sobre el comienzo de la Obra -que el amor de Dios me hizo
barruntar desde el año 1917-,8 porque están íntimamente unidos con la historia de mi alma
y pertenecen a mi vida interior. Lo único que puedo decirle es que actué en todo momento
con la venia y la afectuosa bendición del queridísimo obispo de Madrid, donde nació el
Opus Dei el 2 de octubre de 1928.9
Al parecer, aquel día, mientras celebraba la misa en honor de los Santos Ángeles
Custodios, al llegar el momento de la consagración el padre Escrivá tuvo la revelación del
destino de la Obra que él estaba llamado a fundar. Incluso hay quien habla de una visión.
Por consiguiente, todo induce a pensar que desde el comienzo el joven sacerdote
rindió cuentas de sus iniciativas y esperanzas a su obispo, pero sin que pueda hablarse en
puridad de principios de una aprobación canónica referida a la fecha de 1928. Y aquí surge
el segundo factor destacable que mencionábamos más arriba: ¿qué es lo que se aprobó
exactamente?
Monseñor Escrivá y sus discípulos insisten de forma taxativa en que la fundación del
Opus se remonta al año 1928, cuando no a 1917… Pero ¿quién es capaz de demostrar que
en 1928, 1929 ó 1930 la Obra era algo más que un sueño del padre Escrivá? ¿Quién puede,
incluso, atestiguar que estaba ya en su mente?
Durante muchos años los cronistas más o menos oficiales de la Obra (¿quién es en
definitiva el portavoz del Opus Dei?) han dado a entender que desde un principio el padre
Escrivá estuvo acompañado en su tarea por un reducido grupo de seguidores, una docena a
lo sumo, e incluso circularon algunas listas de nombres. Daniel Artigues, por ejemplo,
escribe que “datos no comprobables, como los precedentes por lo demás, señalan entre los
fieles de primera hora a Pedro Casciaro, José María Hernández Garnica, José Luis
Marquiz10 y Álvaro del Portillo, los cuales recibieron más tarde el sacerdocio. Álvaro del
Portillo fue y sigue siendo, como veremos, uno de los personajes clave de la Obra. Parece
que uno de estos doce discípulos fue el célebre arquitecto Miguel Fisac, que luego se alejó
un tanto del Opus, así como el ingeniero de ferrocarriles Isidoro Zorzano, fallecido en
Roma, en 1943, y actualmente en proceso de beatificación.”
Jesús Ynfante añade otros nombres a esta lista, nombres que, como es lógico, nada
dicen al lector francés: Juan Jiménez Vargas, Federico Suárez Verdeguer, Alfonso Balcells,
Angel Santos Ruiz, Ignacio Orbegozo, etcétera.
Esta nueva versión de la fundación del Opus Dei es interesante en cuanto que justifica
las dudas manifestadas en torno a los relatos más o menos fantasiosos y extendidos, no sin
complacencia, por los miembros de la Obra.
No obstante, subsiste el hecho de que para formar una asociación de cualquier tipo se
necesitan por lo menos dos personas. Por consiguiente y según confesión de un defensor
del Opus Dei, nada demuestra que este último se fundara antes de 1930.
Por otro lado, tampoco acaba de verse muy claro por qué dicha organización adoptó la
denominación oficial de “Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz”, con la cual figura en el
Anuario Pontificio, y tampoco sabemos gran cosa de una pretendida “rama femenina” de la
organización que, al parecer, se creó en el transcurso del mismo año de 1930.
Hay que esperar hasta 1934 para tener una idea, bastante somera, de las actividades
apostólicas de la institución, con la salvedad de que las informaciones proceden de algunos
miembros del Opus que oyeron hablar de ellas, pero que no fueron testigos directos de las
mismas. Si hemos de ser sinceros, dichas informaciones no presentan ninguna originalidad
desde el punto de vista pastoral. Parece que en el año 1934 el padre Escrivá escribió y
publicó un pequeño opúsculo de carácter pío titulado Consideraciones espirituales.12 Según
afirma su autor, dicho opúsculo constituye un esbozo de su obra capital, Camino, de la que
nos ocuparemos más adelante.
En el curso de aquel mismo año, o en 1935, se abre la primera residencia de
estudiantes en Madrid, en un edificio de la calle de Ferraz situado en un barrio residencial
próximo al Paseo de Rosales y al Parque del Oeste. En esta residencia el padre Escrivá
vive, de hecho, rodeado de su familia y de algunos estudiantes a los que, posiblemente,
dirigía espiritualmente, pero sobre cuyo número nadie ha dado precisiones. Habrá que es-
perar al fin de la contienda civil para obtener algunos informes sobre las actividades y la
composición del Opus.13 Es muy poco lo que se sabe del padre Escrivá durante él periodo
que va desde 1928, supuesto año de la fundación de la Obra, hasta 1939.
La residencia de Madrid quedó destruida en los momentos iniciales del combate. Tras
permanecer oculto por algún tiempo, el padre Escrivá emprendió un periplo sobre el que se
sabe muy poco y que al parecer lo llevó a Valencia y a Barcelona (y, por tanto, a la zona
republicana), y de allí pasó a Andorra. No tardaría en dirigirse a Burgos, capital de los
rebeldes nacionalistas y franquistas, cuya causa abrazó con ardor, e incluso con violencia.
Fue sin duda en aquel Burgos trepidante y superpoblado donde trabó relación con gentes
que luego, una vez concluida la guerra, le ayudarían a propulsar su obra, y donde reflexionó
sobre los medios necesarios para conquistar y atraerse a la élite intelectual, que sería
preciso reconstituir.
Lo único que sabemos con certeza es que al cabo de poco tiempo de terminada la
guerra publicó en Valencia, en 1939, la primera edición de Camino, el conocido repertorio
de 999 máximas y sentencias llamadas espirituales que, hoy, los adeptos de la Obra
consideran muy superior a los Ejercicios espirituales, de San Ignacio, o a la Introducción a
la vida devota, de San Francisco de Sales, aun cuando en muchos aspectos sea producto de
una ideología netamente marcada por el sello de la cruzada franquista.
Por espacio de algunos años todavía, la Obra mantiene una vida precaria. Ya tuvimos
ocasión de ver que cuando monseñor Eijo y Garay, obispo de Madrid-Alcalá, la erigió en
Unión Pía, en marzo de 1941, sólo contaba con unos centenares de miembros (entre 400 y
500).
Por lo demás, este motivo es el que nos movió a exponer en su integridad lo poco que
sabemos de los primeros años de la Obra. Las actividades a que hemos hecho referencia
(muchas de las cuales todavía no están al alcance del historiador) no nos hablan de ningún
empeño extraordinario; todas se sitúan al nivel del apostolado puramente individual o casi
individual, y no rebasan el marco de un reducido grupo de estudiantes o de alguna
institución benéfica suburbial.
Pues bien, menos de veinte años después surgirá de este núcleo una organización que
logrará imponer sus criterios al gobierno español. ¿Cómo explicar hecho tan insólito?
UNA GRAN AMBICIÓN
En realidad, la desproporción entre una cosa y otra se nos antoja excesiva. Con todo,
rogamos al lector lea con atención los distintos apartados de las Constituciones secretas de
la Obra, tal como fueron redactadas en 1947, y en especial el artículo 3, donde se indica la
razón de ser y la finalidad del Instituto:
“3.2.-Pero lo específico sea el esforzarse con todo empeño en que la clase que se
llama intelectual y aquella que, o bien en razón de la sabiduría por la que se distingue o
bien por los cargos que ejerce, bien por la dignidad por la que se destaca, es directora de la
sociedad civil, se adhiera a los preceptos de Nuestro Señor Jesucristo y los aplique in
praxim; y asimismo favorecer y difundir entre todas las clases de la sociedad civil la vida
de perfección en el siglo e informar a hombres y mujeres para el ejercicio del apostolado en
el siglo”.
Este documento prueba bien a las claras que no conjeturamos nada al preguntarnos si
el Opus Dei desempeña o ha desempeñado un papel político-social importante en España
después de la guerra civil. Sus propias Constituciones indican bien a las claras que se ha
impuesto por misión la conquista de la clase intelectual y de la clase dirigente. Todo parece
indicar que sólo se trata de difundir los principios evangélicos, y esta afirmación puede ser
garantía de la renuncia a toda ambición terrena. Por desgracia, la historia nos demuestra que
el candor evangélico no excluye el afán de dominio, y la historia española tanto o más que
cualquier otra. Veamos algunos ejemplos escogidos al azar:
“No puede haber más pacificación que la de las armas; conviene extirpar toda la
podredumbre de la legislación laica”… (cardenal I. Gomá, primado de España).
“Benditos sean los cañones si en las brechas que abren florece el Evangelio”…
(monseñor Díaz Gomara). Otro ejemplo:
“Pregunta: ¿Y por qué son libertades nefastas? “Respuesta: Porque permiten enseñar
el error, propagar el vicio y conspirar contra la Iglesia”… (de un catecismo oficial).
Esta serie de citas, que podríamos multiplicar al infinito, ilustran de manera bastante
que en ocasiones la enseña evangélica puede enmascarar realidades que no son en modo
alguno desinteresadas y que derivan, pura y simplemente, de compromisos temporales.
Pero también sirven para mostrar que, en definitiva, la empresa del Opus Dei -recordemos
que su fundador bebió en fuentes ideológicas franquistas durante su estancia en Burgos- se
desarrolló precisamente después de la guerra civil, y que apunta a la clase dirigente y a los
intelectuales que se quedaron en España.
Téngase presente una vez más que muchos intelectuales, profesores y maestros
tomaron partido por la República por cuestión de ideología, pero también porque era la
forma de gobierno legalmente constituido y vigente en el país. Las destituciones, las
ejecuciones, la prisión y, sobre todo, el exilio mermaron de forma considerable los
efectivos de esta categoría, particularmente aborrecida por los franquistas.14
LA ÉPOCA DE LA ACCIÓN
Uno de los campos predilectos del Opus Dei después de la guerra fue la Universidad y
la enseñanza escolar, que el nuevo régimen tenía que reconstituir. Favorecido por las leyes
promulgadas en 1943, el Opus consiguió que algunos de sus miembros accedieran a puestos
claves. Esta preferencia del padre Escrivá por la acción en el medio estudiantil se manifestó
también en la creación de numerosas residencias y, por último, en la fundación de una
Universidad patrimonio exclusivo de la organización: la Universidad de Navarra, en
Pamplona. Es fácil suponer que tales circunstancias trajeron como consecuencia todo un
entramado de amistades en los medios intelectuales. La acción dirigida a la conquista de las
clases intelectuales y dirigentes de la sociedad civil se completó, en 1947, con la
penetración en los medios financieros a través de hombres vinculados al Banco Popular
Español.
Ni que decir tiene que cada etapa arrastra consigo todo un cortejo de seguidores o
simpatizantes de la Obra, cosa por lo demás perfectamente natural si aceptamos el hecho de
que a todos nos gusta rodearnos de las personas que conocemos o a las que profesamos
estima y que comparten nuestras ideas.
Con todo, el cambio repentino que se opera en el rumbo del Opus Dei justifica de por
sí un nuevo y sucinto examen de los métodos de penetración que las organizaciones
católicas deseosas de influir en las clases dirigentes han venido utilizando tradicionalmente.
——
1
Jesús Ynfante indica que Escrivá solicitó, también, la rehabilitación del título de Barón de San Felipe.
Escrivá murió en Roma, como consecuencia de una crisis cardíaca, el 26 de junio de 1975.
2
Nos atenemos a lo que se dice en la biografía oficial de
Escrivá, donde se precisa que obtuvo el título en Madrid, aunque otros creen que fue en Zaragoza.
3
Este asesinato ha sido atribuido a Durruti y Ascaso, que consideraban al cardenal como “el principal
artífice de la reacción”. Ambos intentaron ya, con anterioridad, el asesinato -frustrado- de Alfonso XIII, en
1921. Más tarde, Durruti se convertiría en uno de los “héroes populares” de la guerra civil.
4
Daniel Artigues, El Opus Dei en España, vol. 1, 1928-1957, pág. 9, Ruedo Ibérico, París, 1968. Ver
también la edición española: El Opus Dei en España, 1928-1962. Su evolución ideológica y política: de los
orígenes al intento de dominio, pág. 17, Ruedo Ibérico, París, 1971.
5
Estas incertidumbres son tanto más insidiosas cuanto que, según el biógrafo oficial de la Obra,
Florentino Pérez-Embid, “la historia del Opus Dei es la propia biografía de su fundador”. Así, tal como suena.
6
Fundada por Giner de los Ríos, en 1876.
7
El autor tiene interés en precisar que el anacrónico término de “Cruzada” no es objeto de polémica,
sino que traduce con fidelidad la imagen que la propaganda oficial española dio de la guerra civil, de las
ejecuciones sumarias subsiguientes y que todavía acontecen.
8
¿Qué significa esta referencia al año 1917? Escrivá tenía a la sazón quince años. Debemos entender
que fue en estas fechas cuando tomó conciencia de su vocación sacerdotal?
9
Entrevista con Pedro Rodríguez, en Palabra, octubre de 1967. Esta entrevista, al igual que otras que
citaremos a lo largo de esta obra, fue recogida en un libro titulado Conversaciones con Monseñor Escrivá de
Balaguer, SEPAL, París, 1969 (editado en España por Rialp), al que en adelante aludiremos con el título de
Conversaciones.
10
Otros escriben “Múzquiz”. Daniel Artigues, ob. cit., pág. 21.
11
J. J. Thierry, ob cit., pág._ 19.
12
Según J. Ynfante ob. cit., pág. 17 no es posible encontrar hoy ningún ejemplar de esta obra.
13
Como es bien sabido, la guerra civil duró desde el 18 de julio de 1936 hasta fines de marzo de 1939.
14
Un general franquista, Millán Astray, pronunció estas atroces palabras en Salamanca, dirigidas contra
Miguel de Unamuno: “¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!”
15
Profesor de Derecho, López Rodó recibió la misión de dirigir los estudios de todos los miembros del
Opus Dei.
16
J. Ynfante, ob cit., pág. 21.
17
Y. Le Vaillant, ob. cit., págs. 278_279.
18
R. Casanova, Montlosier et le partí prétre, Laffont, París, 1970.
—oOo—
Una de las más notables organizaciones secretas a las que por cierta tendencia natural
se suele comparar con el Opus Dei, al objeto de descubrir hipotéticas similitudes, es sin
discusión la “Compañía del Santo Sacramento del Altar”. También es indudable que, aun
hoy, esta sociedad se nos presenta impregnada de misterio en muchos aspectos, lo cual no
quita para que reconozcamos el importante papel que desempeñó a lo largo de casi todo el
siglo XVII en Francia.
El “Diálogo” a que antes aludíamos precisa que estos agentes tenían encomendado
muy en especial el frecuentar el trato de las “personas de bien” y “si los veían bien
dispuestos se presentaban, aunque sin decir nada de su asamblea [...] y según la resolución
que tomaran y conociendo las voluntades daban cuenta de ello a este pequeño consejo”.
Este último era el que decidía aceptar al nuevo miembro, al que no podemos
considerar como un candidato, ya que había sido elegido sin que él tuviera conocimiento de
ello. Esta técnica de la insinuación es característica de todas las auténticas sociedades
secretas, y se encuentra aquí perfectamente aplicada.
Además, la Liga cubría todo el territorio mediante una red centralizada inspirada por
las decisiones del consejo, sin que éste diera nunca la cara, animando la actuación de otros
consejos provinciales de cuya existencia se tenía noticia, pero que en realidad carecían de
autonomía y se limitaban a obedecer.
Unos decenios más tarde, entre 1625 y 1627, un par de Francia, Henri de Levis, duque
de Ventadour, tuvo la idea de crear la Compañía, al parecer instigado por su confesor, el
capuchino Philippe d’Angoumois y, sobre todo, por el padre Charles de Condren2 Este
último, autor místico que predicaba una doctrina de inmersión total de la criatura en Dios,
fue en su época un personaje importante y, en especial, sería el sucesor de otro místico, el
cardenal Pierre de Bérulle, a la cabeza de la famosa congregación del “Oratorio”, y él fue
quien dio sus estatutos a esta organización de sacerdotes sin jerarquía que vivían libremente
en comunidad sin que formaran una orden religiosa propiamente dicha .3
Sabemos que el Oratorio (en el siglo xvn) contaba entre sus afiliados a gran número
de personajes ilustres, pero sobre todo hemos de subrayar que durante mucho tiempo las
delegaciones provinciales de la Compañía se reunieron en las residencias pertenecientes a
esta congregación y que muchos de los miembros del Oratorio lo fueron también de la
Compañía con los mismos derechos que los laicos.
En una palabra, se trataba según otra formulación de “promover la gloria de Dios por
todos los medios”, aunque fuera convirtiéndose en lo que podríamos llamar una verdadera
“orden tercera de la represión”.
SECRETO ABSOLUTO
En la resolución del 3 de abril de 1658, por ejemplo, se dice: “Con objeto de preservar
el secreto, que es la esencia de la Compañía, se ha tomado la resolución de no remitir
correspondencia a las compañías, sino sólo memorándum y notas, sin firma, fecha del día,
lugar y año”…
Esas almas candorosas evitan mencionar, sin embargo, que sus asambleas tienen un
carácter muy misterioso. Por lo general se celebran cada quince días, en principio el jueves
a primera hora de la tarde, pues se considera este día como el de la institución de la Euca-
ristía, a la cual la Compañía, como su nombre indica, tributa una ardiente devoción. Pero
como las reuniones de diez, quince o veinte personas pueden llamar la atención, sobre todo
en las pequeñas poblaciones de provincia, los estatutos prevén de manera explícita que no
deberán celebrarse más de tres veces en el mismo lugar.
Por lo demás, en sus instrucciones, el grupo de París insiste una y otra vez en esta
necesidad de cambiar el lugar de las reuniones y su periodicidad a la menor sospecha,
venga de donde venga, sin excluir a las jerarquías del clero regular.
La obsesión del secreto es tal que se prevén todas las situaciones en las que puede
encontrarse un afiliado para evitar que los documentos sean leídos por personas extrañas a
la organización. Así, se arbitra una detallada serie de disposiciones para el caso en que
sobrevenga la muerte de algún miembro de la Compañía. Véase, si no, esta resolución de la
Compañía de París, que alcanzó amplia repercusión en todos los grupos provinciales: “Ha-
biendo la Compañía de Blois solicitado también instrucciones a ésta [la Compañía de París]
a efectos de saber por qué medios evitar que los archivos y todos los documentos relativos a
sus asuntos caigan en manos de personas ajenas a la misma, cuando el secretario o
cualquier otra persona que esté al cargo muera sin haber tenido tiempo de disponer sobre
ellos, se decide que cada Compañía tenga un arca con los mentados archivos y documentos,
sobre la que se hará constar: «El presente cofre y cuanto hay en el interior pertenecen y me
ha sido entregado en depósito por X, el cual tiene la llave».
Tales precauciones podrán parecer como una excepción, pero lo cierto es que son
moneda corriente en los documentos, publicados o inéditos, de la Compañía y de sus
numerosas ramificaciones en provincia. Así podríamos reproducir cientos de notas y
documentos, en todas las cuales se recomienda mantener el más absoluto secreto. Y es que
la Compañía del Santo Sacramento fue una auténtica sociedad secreta católica.
SILENCIOS INQUIETANTES
Así las cosas, nos vemos en la necesidad de dedicar unas líneas a consideraciones que
no por ser de orden más general revisten menos importancia.
La historia de esta organización cubre, poco más o menos, todo el siglo XVII, el siglo
del famoso “hombre de bien” que tantas lucubraciones ha promovido en el ámbito de las
escuelas secundarias. Lo que durante un tiempo se llamó “humanidades” destinaba un lugar
preponderante al estudio de esta edad clásica por excelencia.
En consecuencia, cabe preguntarse qué puede saber un “hombre de bien” que hizo
una carrera de humanidades, sobre lo que sabe de una empresa que es, sin discusión
posible, oculta y católica, a través de las enseñanzas que recibió y a través de las obras que
estaban fácilmente a su alcance.
De un modo general puede afirmarse que aquel que no haya sentido un profundo y
genuino interés por Moliére (más adelante veremos por qué) apenas sabe nada de la
Compañía del Santo Sacramento del Altar, de su acción o, incluso, de su misma existencia.
Ello nos parece un hecho inquietante, tanto más cuanto que en la actualidad no hay editor
que no exhiba hasta en los quioscos de las estaciones innumerables libros que abundan en
revelaciones sobre pretendidas sociedades secretas que han gobernado sin cesar el mundo,
desde sus orígenes hasta nuestros días, y todo por unos pocos francos.
Así, se sabe todo sobre tal o cual grupúsculo compuesto por cien afiliados que por
espacio de unos meses se agruparon en torno a unos magos de salón para sorber un “brebaje
de inmortalidad”, que, al igual que un coctel, estaba integrado por sendas partes de
gnosticismo y nazismo, de alquimia y de Zen, sin olvidar el “gran tercio” de catarismo y la
cáscara de exotismo que otorga su incomparable aroma a todo “archisecreto”.
Prácticamente nada.
Es verdad que abundan los trabajos de gente erudita, al menos durante una época
concreta: a principios de siglo. Aquí hemos sacado provecho de ellos y en la bibliografía se
da una referencia de las obras más importantes que merecen ser consultadas. Sin embargo,
se trata de estudios que resultan de difícil acceso, y de poco sirven al “hombre de bien”,
quien no suele mostrar interés excesivo en frecuentar la Biblioteca Nacional.
Esta observación, que por lo demás también es válida para las restantes
organizaciones ocultas católicas, nos lleva a observar que todo apunta, incluso en las pu-
blicaciones más sesudas, a minimizar el papel, es decir, a negar la existencia de las
sociedades secretas católicas.
Esta última frase no deja de ser cáustica cuando uno conoce el papel preponderante
que desde hace más de un siglo y medio han tenido los historiadores católicos en la
elaboración de lo que cabría llamar la mitología de las sociedades secretas, en especial para
luchar contra la francmasonería, ¡y a instigación del propio Santo Padre! 7
¿Dónde está en el caso que nos ocupa la exageración? Por lo demás, ellos mismos son
los primeros en admitir:
A buen seguro que uno estará de acuerdo con dichos autores a la hora de admitir que
resulta muy difícil “evaluar los resultados de su actividad”… Pero si esta ponderación es
dificultosa, ello se debe al hecho de que nos encontramos en presencia de una verdadera so-
ciedad secreta.. . y esta particularidad impide liquidar la cuestión de un plumazo al afirmar
que nuestros conocimientos son resultado de “la exageración habitual de todos los
historiadores de las sociedades secretas”…
En el caso que nos ocupa, lo que sabemos nos permite afirmar sin “exagerar” que el
púdico “manto de Noé”, que los historiadores católicos oficiales han querido arrojar sobre
la Compañía, resulta por lo menos tan sospechoso como las “exageraciones” no
demostradas a las que aluden.
Según hemos podido ver, la Compañía hizo cuanto estuvo en su mano para
permanecer en la clandestinidad y para desvirtuar la verdadera índole de sus actividades.
No es de extrañar, por lo tanto, que los historiadores hayan encontrado muchas dificultades
en encontrar un resquicio de luz a su respecto. ¿Quién será capaz en el año 2050 de
comprender lo que fue entre 1958 y 1972 la “red” política y policíaca de la V República,
camuflada tras la fachada de un orden caballeresco y con innumerables complicidades en
los distintos medios administrativos, financieros y culturales, sin olvidar, a veces, el
inevitable “medio”?
En este sentido, la Compañía del Santo Sacramento se salió por completo con la suya.
Veamos cuáles fueron, pues, las actividades de esta organización.
De forma sucinta cabe distinguir entre dos tipos de objetivos que se ponen bien de
manifiesto en el extracto ya mencionado de sus estatutos:
- “las obras ordinarias de los pobres, los enfermos, los prisioneros, los afligidos”; o
sea, actividades benéficas o filantrópicas;
Así, por ejemplo, en Toulouse, un santo sacerdote llamado Arnaud Baric, ejecutando
las decisiones de la Compañía, obtuvo en 1647 de los Capítulos la concesión de un local y
la autorización para recoger “a las pobres mendigas, busconas y chicas vagabundas para ser
conducidas al Refugio de la Grave, sito en el barrio de San Cipriano, junto con los
pordioseros, miserables indigentes capaces de valerse y enfermos para separarlos y pro-
ceder a la elección, expulsar a los impedidos y quedarse con los aptos para trabajar y con
los enfermos para alimentarlos y mantenerlos a expensas de las limosnas, obras de caridad,
donaciones y legados píos en favor del mencionado refugio, para instruirlos en el temor de
Dios, en los misterios de nuestra fe y religión”.9
Este caso que se dio en Toulouse se produjo asimismo en muchas otras poblaciones
bajo la denominación de Hospicio general o Limosna general, cuyo rasgo común era la
política de la “gran agrupación”.
En efecto, la sociedad del siglo XVII, que en muchos aspectos es una sociedad
arcaica, se caracteriza por la existencia de disparidades económico-sociales de gran
amplitud. Sus posibilidades tecnológicas no le permitían aferrarse a la esperanza de una
“expansión económica”, concepto que por lo demás era totalmente desconocido en aquella
época. Así las cosas, el mantenimiento del orden social suponía de forma inevitable:
a) una distribución más justa de la riqueza producida entre los diversos grupos
sociales en presencia; o sea, también la modificación de las jerarquías sociales. En una
palabra: una revolución;
b) o bien, en el caso de que se excluyera toda redistribución de la riqueza, una
represión sistemática de las aspiraciones y exigencias de los grupos dominados.
Estas dos políticas extremas no podían ser llevadas a la práctica de una forma integral,
por lo que la sociedad del siglo XVII practicará a la vez un poco de una y un mucho de la
otra.
¿En qué consistía esta última, a cuya realización la Compañía del Santo Sacramento
consagró una gran parte de su actividad?
En la primera mitad del siglo XVII encontramos un poco por todas partes, pero sobre
todo en París, una serie de refugios que dan cobijo de forma indiscriminada a locos,
indigentes, enfermos, gentes sin trabajo, individuos salidos de correccionales. Entre ellas
recordemos la Salpétriére, Bicétre, la Pitié, la Maison de la Savonnerie y muchas otras.
“Digamos, ya de entrada, una cosa que aparece muy clara: el Hospital general no es
un establecimiento médico, sino más bien una estructura medio legalizada, una especie de
entidad administrativa que decide, juzga y ejecuta de forma paralela a los poderes ya
constituidos y al margen de los tribunales. A tal efecto, los directores tendrán en el mentado
hospital postes, argollas, celdas y calabozos y dependencias anejas al mismo como estimen
conveniente, sin que haya recurso alguno contra las ordenanzas que ellos dicten en el seno
de dicho Hospital. En cuanto a las que se refieran al exterior, serán ejecutadas según su
forma y tenor y al margen de las protestas, y su cumplimiento no será diferido.”
“Ya no se trata de internar a los que carecen de trabajo, sino de dar un quehacer a los
que allí están recluidos y utilizarlos en beneficio de todos. La alternancia es clara: mano de
obra barata en época de pleno empleo y salarios elevados, y, en periodo de paro, absorción
de los ociosos y protección social contra la agitación y las revueltas.”
¿Qué relaciones existen, pues, entre este vasto plan social y la devoción al Santo
Sacramento que es en teoría la base de la Compañía? Cierto que la política de la gran
redada no es privativa de Francia. En la misma época Inglaterra tiene la Workhouse y
Alemania su Zuchthaus, que vienen a ser también una especie de campos de trabajos
forzados para los pobres, y a este título, sería muy simplista pensar que la Compañía fue la
única que aplicó la práctica del gran encierro.
Sin embargo, en la práctica nos damos cuenta de que la realización de tan ambiciosos
planes sociales se traduce en una vigilancia que puede calificarse de policial de la vida de
cada sujeto, vigilancia ejercida por una red perfectamente clandestina de hombres. Y nada
lo demuestra mejor que algunos extractos del registro de las deliberaciones de la Compañía
de Marsella, en una época por lo demás tardía, cuando teóricamente la organización se
hallaba disuelta, pero que, en la práctica, continuaba con su táctica de delaciones. Veamos
lo que dicen las actas de la 1010 conferencia, celebrada el 4 de mayo de 1684:
“En cuanto al escándalo producido en una casa situada más arriba de los Récollets, M.
de Colongue tratará de indagar más a fondo lo ocurrido.
“Respecto al caso de la mujer que continúa prostituyendo a sus hijas, MM. Ripert y
Cauvet, se seguirá «investigando».
“Ultimo de mayo de 1684. M. Nojaret se cuidará del caso enunciado respecto de las
imágenes que los chiquillos usan en sus juegos y que profanan, y hablará de ello al Vicario
Superior, y también de las desnudeces y otras cosas profanas que suele haber en las
alfombras que se ponen en los templos.
“24 de agosto de 1684. M. Bayn indagará acerca del vecino de M. d’Oraison que al
parecer es hugonote y que come carne los días prohibidos y ha dejado de asistir a la santa
misa.
“3 de febrero de 1685. El señor Superior hablará con el señor obispo para que los
sacerdotes vayan a la Opera..
“15 de mayo de 1687. En torno al asunto de esa joven seducida que vive en casa de
M. Garnier, M. de Ventou hablará con éste, autor del hecho, para terciar y ver de
recomponer las cosas.
“M. de Lalongue y el señor canónigo Butin han sido comisionados por los vicarios de
las parroquias de la ciudad para entregar a cada uno de ellos un informe con todos los
desórdenes y escándalos que se produzcan en su parroquia.”
Uno de los más célebres personajes considerados como libertinos, objeto de dicha
persecución por parte de los fieles de la época, fue el propio Moliére, quien sostuvo
frecuentes escaramuzas con estos hombres, muy bien representados por la Compañía del
Santo Sacramento.12
A pesar de ello, el día 12 del mes de mayo siguiente Moliére consiguió dar ante el rey
una primera versión en tres actos que nos es prácticamente desconocida. El mismo
delegado pontificio no encontró nada reprensible en la obra. Sin embargo, tan virulentos
fueron los ataques, que la pieza teatral no pudo representarse. Entonces, Moliére decidió
apelar al monarca, y en una súplica fechada el 31 de agosto de 1644, explica: “Sire, creí
prestar un gran servicio a todos los hombres de bien de vuestro reino escribiendo una
comedia que descubriera a los hipócritas y pusiera de manifiesto, como corresponde, todas
las bellaquerías encubiertas de estos falsificadores de moneda con disfraz de hombres píos
que tratan de atrapar a los demás con celo pervertido y caridad postiza”.
A pesar de sus alegaciones, por espacio de varios años Moliére tuvo que contentarse
con ofrecer unas pocas representaciones privadas de su obra.
En agosto de 1667 se atrevió, una vez más, a ridiculizar de forma pública a los fieles
de la Compañía del Santo Sacramento y presentó una nueva versión, muy atemperada, a la
que dio el título de Panulfo o el impostor, que alcanzó un éxito considerable. Sin embargo,
aprovechando la ausencia del rey, el presidente Gillaume de Lamoignon, miembro él
mismo de la Compañía (al igual que el arzobispo Hardouin de Péréfixe), volvió a prohibirla
al día siguiente del estreno. Todavía serían precisos muchos acuerdos y discusiones a lo
largo de casi dos años para que, al fin, Tartufo pudiera representarse sin ninguna traba el 5
de febrero de 1669.
Fue así cómo, discreta y calladamente, la Compañía del Santo Sacramento terminó
por extinguirse en tanto que organización estructurada. Si bien no pudo culminar sus
proyectos, es indiscutible que logró permanecer oculta por espacio de casi un siglo, lo cual
no es poco.
——
1
Roland Mousnier, Les Hiérarchies sociales de 1450 á nos jours, pág. 45 y ss., PUF, París, 1969.
2
El Oratorio fue el núcleo de lo que luego se denominó “la escuela francesa de espiritualidad”.
3
La flexibilidad de esta fórmula evoca la organización del Opus Dei.
4
Esta misma cláusula la volvemos a encontrar en el Opus Dei, que prohibe la divulgación de sus
estatutos y reglamentos.
5
Sólo hemos modernizado la ortografía del texto en cuestión.
6
Histoire du catholicisme en France, tomo II (“Sous les rois trés chrétiens”), pág. 317, SPES, París,
1963.
7
Cf. Jean Saunier, Les Francs-Magons, en la misma colección.
8
Los cofrades son los miembros de la Compañía.
9
Abbé Auguste, La Compagnie du Saint-Sacrement a Touiouse, pág. 62, Picard, París, 1913.
10
Michel Foucault, Histoire de la folie, pág. 56, Plon, París, 1961.
11
Michel Foucault, ob. cit., pág. 66. 58
12
Por lo demás la Compañía se disolvió en 1645.
—oOo—
A principios del año 1826 apareció en París un libro de apariencia jurídica titulado,
sin excesivas pretensiones literarias, Memoria para consulta sobre un sistema religioso y
político tendente a destruir la religión, la sociedad y el trono.
Este libro, al que habían precedido varias cartas publicadas el pasado otoño en el
periódico Le Drapeau Blanc, cuyos destinos presidía el extraño barón d’Eckstein, contenía
una serie de sorprendentes acusaciones contra una organización oculta de signo religioso y
político.
“El misterioso poder que bajo el nombre de Congregación aparece hoy en la escena
del mundo se me antoja tan confuso en su composición como en su objeto, y en éste como
en su origen. Tan difícil resulta explicar de forma precisa lo que es, como mostrar su
progresiva gestación, evolución y organización en el pasado. Y digo organización con la
salvedad de que, a veces, se muestra de cuerpo entero, con un tronco y unos miembros
visibles, mientras que en otras ocasiones desaparece parte de estos miembros y diríase que
el cuerpo está incompleto. El propio cuerpo está constituido de tal forma que, si le
conviene, puede esfumarse como una sombra, y entonces uno se pregunta si en verdad
existe una Congregación.
“Su objeto es tan difícil de precisar como su, naturaleza. Cuando se estime necesario
se presentarán como una simple asamblea de hombres píos y diríais que se trata de ángeles.
Otras veces actúan como senado, al modo de una asamblea deliberante, y uno cree estar en
presencia de gentes sabias, y por último, cuando así lo exijan las circunstancias, será un
antro de intrigas, espionaje y delación: nos encontramos en presencia de demonios.
“Una condición tan etérea, que escapa de nuestras manos cuando queremos
aprehenderla, revela en sus dirigentes no ya una sutileza ocasional, una inteligencia de
sesgo individual, sino un arte profundo, perfeccionado por antiguas tradiciones, un arte que
realza el genio particular de un cuerpo constituido con vigor y organizado con inteligencia.”
“A este respecto algunos estamentos sociales inferiores fueron tratados igual que las
clases superiores. A través de la llamada Asociación de San José, hoy todos los obreros
están encuadrados y sometidos a una disciplina; en cada barrio hay una especie de
centurión que es un burgués notorio dentro del distrito [...].
“En la Cámara de Diputados, el pasado mes de abril, había una concurrencia de 130
miembros de la Congregación unas veces y 150 otras. Pude hablar con un adepto de la
Congregación y me dijo que sólo eran 105. Se afirma que desde entonces su número se ha
incrementado [...].”
Vemos, pues, cómo el poder oculto que denuncia Montlosier -ya que de él se trata-
abarcaba en su esfera de influencia todos los aspectos de la vida pública francesa durante la
Restauración.
También debemos mencionar con mayor detalle los mecanismos mediante los cuales
este “contrapoder”, que pasó de las parroquias a los castillos, y de los castillos a los
salones, en defensa del poder (establecido), pero con la idea de adueñarse de él, se instaló
también en el mismo seno de las clases dirigentes.
Vemos así cómo el vizconde de Carné relata en sus memorias la entrevista que
sostuvo con un alto funcionario del ministerio de Asuntos Exteriores, al término de la cual
éste le dio la mano con cordialidad, pero “enlazó sus dedos con los míos de una forma que
me sorprendió y a la que yo no atribuí ningún significado especial”. Al cabo de unos días el
vizconde mencionó el detalle a un hombre que estaba muy al corriente de los hábitos de los
altos cargos de la administración, el cual se lamentó diciendo: “¡Desdichado! Era la
cadena… teníais que haber introducido el pulgar en el anillo. Habéis dejado pasar vuestra
oportunidad.”
Así pues, había toda una red de personajes que laboraban en beneficio de una empresa
que sólo ellos conocían, pero en la que tomaban parte gentes de todos los medios sociales.
A través del testimonio de Montlosier ya vimos que intervenían tanto los obreros como el
personal doméstico, y hemos de creer que éste no lo había soñado puesto que el propio
Chateaubriand tuvo buen cuidado de escribirle: “Pienso lo mismo que vos de la religión,
aborrezco como vos a la Congregación y a sus hipócritas asociaciones que hacen de mis
criados espías y que buscan en el altar un pretexto para hacerse con el poder.” (Carta del 3
de diciembre de 1825, anterior a la publicación de la “Memoria”.) 2
¿Quién era entonces el que según Montlosier impulsaba este formidable poder y esta
red de espionaje?
“Según un informe, las fuerzas que apoyan a la Congregación son inmensas. Ante
todo está el partido jesuítico, cuyo centro está en Roma, en la Escuela de la Sabiduría.
Después del partido jesuítico, otro ferviente sostenedor de la Congregación es el partido
ultramontano. Junto a él hay otro grupo que aunque se asemeja en otros aspectos, no es en
modo alguno de la misma índole. Es el que podríamos llamar el partido clerical, integrado
por todos aquellos que, contra viento y marea, quieren poner a la sociedad en manos de la
casta sacerdotal. Sus prosélitos piensan que el poder del Papa no es de primer orden, sino
que tiene un carácter subsidiario. Se declaran prestos a desechar en cualquier momento la
doctrina de la supremacía de Roma sobre los reyes con tal de que éstos reconozcan la suya
[...]. Es en este terreno donde arraigan con fuerza las raíces de la Congregación. Y más
fuertes son todavía sus raíces en las conciencias, por los sentimientos religiosos que
profesa, y en las opiniones, por sus doctrinas monárquicas. Sobre todo, su influjo se
extiende a las autoridades civiles y políticas, que en buena parte siguen sus directrices.”
A fuer de sinceros hemos de decir que cuándo Montlosier pone en entredicho a los
jesuitas y al partido clerical uno no puede menos de pensar que la Congregación que él
denuncia es, una vez más, fruto de ciertas obsesiones antijesuíticas. En realidad, el
personaje, por interesante que se nos aparezca, no acaba de inspirarnos absoluta confianza.
Por halagadores que puedan ser, estos testimonios no dejan de convertir en algo
sospechosas las afirmaciones de Montlosier. De hecho, el decimosegundo vástago de una
familia auvernesa de la pequeña nobleza, que de muy joven tuvo una vida sentimental
agitada, puede aparecer como un testimonio poco digno de crédito. Imbuido por el
magnetismo y el mesmerismo (más adelante abriría en Londres un consultorio como
médico), iluminista y un algo vidente, apasionado por la geología y siempre impregnado
del espíritu de su Auvernia natal, fue, por lo demás, un continuo oposicionista. Emigrado,
tras haber sido representante de la nobleza en la Constituyente, no soporta en modo alguno
los conciliábulos y mentalidad cerril de la emigración. Siendo monárquico, permanece al
margen de la Restauración; católico ferviente, considera su deber atacar las pretensiones del
clero del mismo modo que, siendo de noble linaje, atacó antes las de la nobleza. “Mi
destino -escribirá- fue el de atacar y a veces ofender, aun sin desearlo, a los hombres por los
que sentía más consideración”.
Pero lo cierto es que durante más de tres años, este original historiador acumulará los
documentos que darán lugar a encendidas polémicas y a un sinfín de artículos.
Además de su Memoria, ya mencionada, aquel mismo año de 1826 publicó una
Denuncia ante los tribunales reales, más tarde una Petición a la Cámara de los Pares. En
1827, dio a la luz una “Memoria” al señor conde de Villéle, a la que tituló Los jesuitas, la
Congregación y el partido clerical. Por último, en 1829 publicó un estudio de conjunto:
Sobre el origen, la naturaleza y los progresos del poder eclesiástico en Francia.
En esta última obra, dicho sea de paso, Montlosier habla de forma muy clara sobre la
continuidad de las tentativas clericales para hacerse con el poder, y hay que reconocer que
sus análisis todavía hoy sirven para buen número de países, entre los cuales posiblemente
España ocupe la primera plaza, sobre todo si llamamos “príncipe” a los responsables en el
orden político.
“El plan de la facción clerical se ejecuta por lo general en dos direcciones. Unos se
ocupan de esclavizar a los pueblos mediante los reyes, y otros de someter a los reyes a
través de los pueblos. Si un príncipe tiene sentimientos religiosos, no tardan en hacer
palanca desde este terreno. En una religión tan hermosa como la religión cristiana,
susceptible de fomentar tan bellos sentimientos y que tanto se presta a nobles impulsos de
elocuencia, se rodea con habilidad a un príncipe, se le engaña con artificios, se le imbuyen
inclinaciones devotas, y pronto, si ello es posible, se le arrastra a la vida devota.
“Con respecto a los pueblos, el plan de dominio sacerdotal funciona del mismo modo.
Una vez las mujeres han sido subyugadas por el amor de Dios y las clases inferiores por
todo lo que las ceremonias religiosas tienen de ostentoso, se intenta en otros estamentos
captar a los débiles por el terror de los dogmas y a los fuertes por el temor a los gendarmes.
Si es que por azar ha habido una revolución en este país que haya causado múltiples
infortunios, es un texto inagotable. A muchas nulidades que sé dicen hombres de Estado se
les asusta con la revolución y los jacobinos; a otros imbéciles presos en las supersticiones
se les atemoriza con el infierno y el diablo. ¿Podría encontrarse un medio más idóneo?”
Tal vez alguien se pregunte qué tienen que ver estas vaguedades, audaces en la época,
durante el reinado del beato Carlos X, con el caso concreto de la Congregación. Uno tiene
derecho a preguntarse si Montlosier, hombre un poco dado a las fantasías, puede
considerarse como testimonio fidedigno. A este respecto diremos que está muy lejos de ser
el único que denunció la influencia del “partido clerical’3 Incluso algunos publicistas, hoy
olvidados, le precedieron en esta senda. Es cierto que la “psicosis antijesuítica” imperó por
doquier bajo el Antiguo Régimen y que, de otro lado, las antiguas querellas entre galicanos
y ultramontanos permanecían vivas. Pero ya hemos visto que Chateaubriand, cuya obra El
genio del cristianismo anunció en 1802, año del Concordato, una renovación de la vida
religiosa en Francia, compartía por entero el punto de vista de Montlosier.
Otros autores, y no de segundo orden, dan fe de lo mucho que preocupó a la opinión
pública el complot congregacionista.
Así, Stendhal, que en su Courrier Anglais se hizo eca de. las protestas indignadas de
Montlosier, hará alusión más de una vez a la conjuración en Rojo y Negro, aparecida en
1830. Por otro lado vemos cómo Frilair, el gran vicario, se enfrenta con éxito al marqués de
la Mole, a su vez hombre notable e influyente. Asimismo, encontramos en diversas:
ocasiones la sombra de la Congregación en la obra de Balzac. En el Cura de Tours (1832),
el padre Troubert, simple vicario general; pero el personaje más influyente’ de la provincia,
donde representa a la Congregación, impone una sutil pero implacable -dictadura. En
Contrato de matrimonio (1825) y en Los Empleados (1838), la Congregación cobra un
sesgo temible.
Pero con el mismo derecho podemos preguntarnos si la extraña cofradía secreta que
aparece en Reverso de la Historia Contemporánea (que contiene dos relatos: “El Iniciado”
y “Madame de la Chanterie”) y que Balzac llama la “Orden de los Hermanos de la
Consolación” no es una especie de Congregación que ha degenerado en Un complot
político y que por esta circunstancia permanece fiel a su vocación espiritual.
Digan lo que digan estos testimonios literarios, la cuestión que nos interesa de verdad
es saber en qué medida puede concederse crédito a Montlosier cuando describe la actuación
de la Congregación. Pues bien, aun teniendo razón completa, parece que a este respecto co-
metió un error de magnitud.
Tal vez nos sorprenda este enunciado, pero lo cierto es que tiene plena justificación.
El complot- ultraclerical es sin duda un hecho histórico, y todas las acusaciones de
Montlosier son exactas. No obstante, esta conspiración no fue obra de una sociedad que
ostentara el nombre de “Congregación sino de otro grupo distinto oculto tras ella y que era
en realidad la Orden de los Caballeros de la Fe. A decir verdad y desde la época de la Revo-
lución, sobre todo bajo el Imperio, se asistió al surgimiento de toda clase de sociedades
realistas y católicas .que,. por, necesidad, desplegaban sus actividades de forma clandestina.
A este respecto se hace remontar a 1790 la, constitución de uno de los primeros “Institutos
seglares”., del tipo del Opus Dei .4 Al parecer un antiguo jesuita, el padre Cloroviére, tuvo
la idea de crear para los sacerdotes y laicos un tipo de sociedad distinta de las órdenes,
religiosas que permitía a la vez una gran obediencia. por parte de sus miembros y una
auténtica clandestinidad.
Unos años más tarde, otro antiguo jesuita, el padre Delpuits, creó en 1801 la
Congregación, asociación pía destinada; a los jóvenes de familias nobles o burguesas que.;
deseaban desarrollar su devoción a la Virgen María y dedicarse a la práctica de obras
benéficas.
Hacia esta época asistimos a una especie de renovación religiosa, favorecida por una
cierta normalización de las relaciones del Estado francés con el Vaticano. De este modo
vemos cómo se desarrollan empresas de índole pía que, por otro lado, tienen un trasfondo
polí. tico, como las “Sociedades de los Buenos Libros”, la “Sociedad de San José”, etc. La
Congregación participa en esta -renovación religiosa al nivel de la juventud y reúne a
estudiantes de Derecho y Medicina, alumnos del Politécnico y jóvenes de la buena
sociedad.
Con, estos medios escasos, pues sus miembros son sólo unos centenares, participa en
la resistencia ideológica y en las ideas revolucionarias adoptadas de nuevo por el Imperio.
Sobre todo desempeña un papel en la difusión de la bula de excomunión que Pío VII había
lanzado contra Napoleón, y que el emperador quería mantener en secreto.
Tal como escribe Bertier de Sauvigny, “entre todos estos grupos más o menos
secretos se adivinan conexiones invisibles”. El mero hecho de que en la base de todos ellos
se encuentre un antiguo jesuita resulta bastante sintomático. De hecho, tanto el padre
Cloriviére como el padre Delpuits eran antiguos miembros de esta orden. Cuando en 1809
estas asociaciones fueron disueltas, fue también un antiguo jesuita, el padre Ronsin, quien
cinco años más tarde insufló nueva vida a la Congregación. Esta se instaló entonces en el
seminario de las misiones extranjeras, en la rue du Bac. Como antaño, la Congregación está
formada por aristócratas y miembros de la alta burguesía y se dedica a la práctica de obras
pías.
Es indudable que no puede afirmarse que fuera neutra desde el punto de vista político.
La marejada de la revancha clerical se dejó sentir con auténtico furor durante la
Restauración. Las misiones predicadas con ostentación y destinadas a fomentar el temor en
los espíritus, los múltiples y variados autos de fe, las leyes de carácter excepcional
represivas de las “impiedades”, y la voluntad de tomar de nuevo las riendas de la enseñanza
fueron el objetivo esencial de la política del partido devoto, y es más que probable que
ciertas congregaciones participaran alegremente en tales excesos. Y, sin embargo, no puede
decirse que la Congregación resucitada por el padre Ronsin encaje, pieza por pieza, en el
perfil que Montlosier trazara de ella en 1826.
Ya hemos dicho, empero, que a pesar de todos los pesares Montlosier tenía razón: la
Congregación propiamente dicha no era la llamada Congregación, sino la orden de los
Caballeros de la Fe.
LOS CABALLEROS DE LA FE
Aun cuando la Congregación quede exonerada de culpa, no por ello dejó de servir de
tapadera a una organización oculta de matiz esencialmente político denominada la
“Asociación de los Estandartes”, pero que en realidad era la orden de los Caballeros de la
Fe, fundada en 1810. Los trabajos de Marie de Roux sobre la Restauración y, sobre todo, la
tesis de que Guillaume de Bertier de Sauvigny consagró a su antecesor en 1848 hacen que
hoy no tengamos ya ninguna duda sobre la naturaleza de lo que podríamos llamar la
“verdadera Congregación”. Este autor, en efecto, en su obra Un tipo de ultrarrealista: el
conde Ferdinand de Sauvigny y el enigma de la Congregación, describe de forma mi-
nuciosa la empresa de los singulares caballeros.
***
Esta fue, pues, la historia de la “auténtica Congregación”. No hay duda de que todavía
quedan muchos aspectos por esclarecer. Es muy probable que en el mundillo de las cliques
y camarillas ultrarreaccionarias de la época el extraño desdén de Montlosier fuera motivo
de regocijo, ya que éste acusaba a una asociación inocente de las fechorías de otra muy real.
De esta forma, al desviar sin pretenderlo la atención de la gente, secundaba a fin de cuentas
los planes de la sociedad secreta.
Pero de todo lo expuesto conviene retener sobre todo el hecho de que una vez más,
una sociedad secreta católica se había impuesto como objetivo encuadrar y dirigir una
porción de la élite políticosocial de su época. Su existencia y su acción no son fruto de la
exageración de los historiadores de las sociedades secretas, sino que son, por contra,
incontestables e incontestadas, aun cuando algunos prefieran que no se hable de ellas.
2
Memorias de Ultratumba libro X, pág. 179, Ediciones del Ministerio de Educación Nacional, París,
1972. 68
3
Así, en 1824, Dumesnil denunció también el poder oculto y corrompido.
4
Fundó dos sociedades: la “Sociedad del Corazón de Jesús” y las “Hijas del Corazón de María”. Cf.
Jean Beyer: Les Instituts séculiers, Desclée de Brouwer, París, 1954.
5
Lammenais formaba parte de uno de ellos, en Saint-Malo
6
De 1801 a 1807, F. de B. fue miembro de la logia “La Perfaite Estime”.
—oOo—
A fines del siglo XIX y principio del XX, el mundo católico se vio profundamente
conmocionado por lo que se dio en llamar la “crisis modernista”.
Esta última comparación, evocada con mucha frecuencia (“el caso Loisy es el caso
Dreyfus del Estado Mayor teológico”, escribiría el padre Birot), no resulta exagerada en la
medida en que se asistió a una rigurosa bipolarización de la opinión católica. 2 Dos
facciones entraron en liza (y en algunos aspectos siguen hoy enfrentadas): la de los
“modernistas” y la de los “integristas”, estos últimos amparándose en las condenas
fulminadas por el Vaticano contra cualquier concesión al pensamiento científico. En efecto,
el 4 de julio de 1907, un decreto del Santo Oficio condenó setenta y cinco proposiciones
doctrinales modernistas, y el 8 de septiembre del mismo año, una encíclica de Pío X
conocida con el nombre de Pascendi afirmó que el modernismo era “la encrucijada de todas
las herejías”.
Esta definición tiene un extraño parecido con ciertas condenas esgrimidas contra la
masonería, y no por mero azar, pues muchos dignatarios eclesiásticos estaban (y a veces
siguen estando) convencidos de que el modernismo, como el liberalismo o el progresismo
-y, en suma, todas las ideas modernas- tenían su origen en la francmasonería. De un modo
concreto, Pío X afirmaba en 1910 (o sea, tres años después de la condena) que “los
modernistas no han cesado de agruparse en una asociación secreta de nuevos adeptos”.3
EL ARZOBISPO Y EL COMPLOT
“En estos últimos tiempos ha surgido en las naciones católicas de Europa, un poco por
doquier, un podar al margen de la jerarquía legítima que se ampara tras la égida de algunas
personalidades y que pretende imponer sus ideas y deseos a los obispos, a los superiores
generales de las órdenes, al clero regular y secular. Este poder irresponsable, anónimo y
oculto, disponía de dos medios para reducir a los que se negaban a inclinarse ante sus
caprichosas exigencias: la prensa y la delaci5n. En París, Viena, Bruselas, Milán, Colonia,
Berlín y otros lugares han aparecido casi al mismo tiempo unos boletines semanales, sin
talento y sin lectores la mayoría de ellos, que parecen obedecer a una misma instigación.
Bajo la cobertura de una ortodoxia empecinada e intransigente, sus redactores no suelen
hacer otra cosa que dar satisfacción a sus rencillas personales”.
Pero el arzobispo de Albi no se contenta con analizar el fenómeno, sino que, además,
plasma el resultado de sus investigaciones en cuanto al origen de estas campañas de prensa.
“Los que han estudiado de cerca esta cuestión -escribe- no han tardado en darse
cuenta de que todo obedece a las directrices que imparte una personalidad residente en
Roma que, desde allí, tira de los hilos que mueven a todas estas marionetas que tiene a sus
órdenes. Un monseñor cuya crecida ambición se vio frustrada durante el pontificado de
León XIII se toma el desquite vapuleando a todos los que sometidos con la mente y el
corazón a la Sede Apostólica, pero inmersos en la vida y sus dificultades, tratan de adaptar
los principios eternos a las exigencias de la realidad.”
¿Quién era, pues, el que así impulsaba tan vasta empresa?
El tal monseñor Umberto Benigni (1862-1934) era, según Emile Poulat, del que
tomamos aquí numerosas referencias, un “personaje fuera de serie”.5 De temperamento
entero y combativo, de una poderosa vitalidad, impulsará por sí, mismo múltiples
actividades. Hombre instruido, amante de registrarlo todo y manejar expedientes, hombre
de mundo, curioso de todo e informado sobre todos, por una doble vocación que fue en
verdad una pasión, desde su juventud hasta su vejez, se convirtió en periodista e historiador
fascinado por el papel social y la política internacional de la Iglesia.
Vemos con todo lo dicho cuál era la índole de su ideario. En estas condiciones poco
puede extrañar que monseñor Mignot, tras haber denunciado el papel de los espías de
Benigni en la prensa católica, se creyera en el deber de denunciar una serie de prácticas
todavía más graves.
“He aquí cómo el poder irresponsable y oculto en el seno de la propia Iglesia, paralelo
a la jerarquía oficial y suplantándola a veces, ha puesto la prensa a su servicio para llevar a
término sus planes de intimidación y dominio. Pero disponía de otro medio aún más eficaz
y temible que éste, y me entristece tener que tocar este tema. No obstante, voy a hacerlo, ya
que está en juego la dignidad de todo el estamento eclesiástico. Estimo que el hecho no
debe ser ocultado a vuestra Eminencia. En un gran número de diócesis de Francia y del
extranjero se observó la aparición de un sistema de espionaje organizado. Los obispos,
sacerdotes, hombres de empresa, rectores y profesores de universidad eran objeto de
vigilancia. Se denunciaban sus escritos, sus discursos, sus menores palabras en las
publicaciones de la Camarilla o a la autoridad suprema. Sabemos que estas denuncias eran
a menudo secretas y anónimas. Pero testigos dignos de crédito han revelado que solían pro-
venir de laicos desequilibrados, de sacerdotes enemistados con sus superiores o de
religiosos turbulentas que se prestaban a las mezquinas pasiones de partido y a los rencores
de facción. Las palabras y acciones más inocentes, odiosamente tergiversadas, se
presentaban como traiciones a la fe o a la jerarquía. La víctima terminaba por claudicar,
pues le resultaba imposible acreditar su inocencia ante un calumniador anónimo y secreto.”
Hemos visto que formula una serie de acusaciones muy concretas y detalladas sobre
el “poder oculto” dirigido por Benigni, pero que hasta el momento no ha recibido ninguna
denominación.
No parece, empero, que esta memoria tuviera ninguna consecuencia. Es cierto que,
probablemente, su destinatario, el cardenal Ferrata, no tuvo ocasión de leerla dado que
murió de repente el 10 de octubre de 1914. Tampoco se sabe nada de lo que pensó de ella
su sucesor, el cardenal Gasparri, quien, como hemos apuntado, no se encontraba en buenas
relaciones con monseñor Benigni.
A lo que parece debemos llegar a la conclusión de que esta denuncia del “poder
oculto” ha ido a engrosar el cúmulo de secretos que se amontonan en los archivos del
Vaticano, y nadie hubiera ten’ do conocimiento de ello si no hubieran concurrido una serie
de insólitas circunstancias que más parecen un relato de espionaje.
Una vez más los secretos del poder oculto católico hubieran podido entonces
permanecer dormidos en cualquier archivo de no ser por la intervención de un religioso,
antiguo abogado, llamado Fernand Mourret, que tuvo conocimiento de las copias
conservadas en el gran seminario de Ruremonde, en Holanda.
Tras la consulta de estos documentos, Mourret escribió una memoria de cinco puntos
que durante muchos años fue conocida como la Memoria anónima y que por espacio de
varios decenios ha sido la única fuente de las “revelaciones que han podido hacerse sobre la
Sapiniére”.
A partir de la difusión de este texto en Bélgica, Suiza, Francia y Holanda, se
desataron diversas campañas de prensa. Pero, sobre todo, este documento fue amplia-mente
utilizado por un alto funcionario particularmente informado de los intríngulis de la política
vaticana. Nos referimos a Louis Canet,8 quien en 1928 publicó bajo el :seudónimo de
“Nicolás Fontaine” una obra titulada Santa Sede, Acción Francesa y Católicos integrales,
consagrada a la condena de Maurras y de la Acción Francesa, intervenida en 1926 por el
Vaticano.
Es sabido que esta condena supuso una crisis muy grave para la derecha de
inspiración maurrasiana, y la intención de Canet era denunciar la concepción del cris-
tianismo que realizaban entonces integristas y maurrasianos.
Veamos qué revelaba exactamente la Memoria anónima (obra de Mourret) sobre esta
organización. Para saberlo, bastará con dar lectura a los importantes extractos que
ofrecemos a continuación.
Desde 1909 a 1914, una sociedad secreta radicada en Roma, o mejor, una asociación
de sociedades secretas, funcionó en la sede del Corso Umberto, 466, en el domicilio de
monseñor Benigni, y en el Corso Umberto, .113. Sus ramificaciones se extendían de
manera aproximada por casi toda Europa. Uno de los principales centros era el de Gante,
cuyo jefe único era monseñor Benigni. Varios centenares de cartas, postales y telegramas
suyos dan fe de que intervenía de modo personal en todos los engranajes de la sociedad o,
como solía de,cirse, de la “Organización”.
1) Las conferencias de San Pedro (los dulces), “compuestas por amigos de la S.P., y
que no era ni una sociedad ni una obra”.
2) Una oficina consultiva que recoge y centraliza cuantas informaciones le son
solicitadas, todo dentro del secreto más absoluto.
Los afiliados -que hacia 1912 alcanzan el millar no pueden revelar nada de lo que
ocurre en ella. Sus estatutos reciben el complemento de un programa muy extenso y
detallado en el que se declara la intención de denunciar en todas partes y del modo que sea
el interconfesionalismo, el feminismo, el democristianismo, el sindicalismo explícita o
implícitamente anticlerical, la manía o la debilidad de tantos católicos de querer parecer
conscientes o evolucionados, siempre optimistas por sistema, etcétera.
El secreto debe guardarse, por supuesto, frente a 103 obispos, de los cuales se recela
siempre. Se les llama las “tías”, mientras que los sacerdotes son los “sobrinos”.
En una circular se habla de una “protesta general de tías, sobrinos y otros liberales”.
Se consideran sospechosos todos los obispos de Alemania, “excepto el cardenal Kopp y
monseñor Korum”.
También se oculta el hecho al cardenal Merry del Val y al Papa Pío X. Cuando el
primero pide en nombre de Pío X que la Correspondencia de Roma se limite a su condición
de revista documental, y más tarde la supresión de la misma, monseñor Benigni, que se
quejaba a menudo de que el cardenal Merry del Val “tiene un miedo atroz”, “tiene mieditis”
(sic), “agarrota a la corte romana como un baúl de viaje”, exclama: “Así tendremos más
libertad, Airelle no tiene protector”.
El fin declarado es la defensa del catolicismo integral. Mirando bien las cosas, se
observa que ese objetivo sólo intentó conseguirse por medio de las denuncias. En realidad,
la sociedad es una vasta empresa de denuncias centralizadas por monseñor Benigni.
A partir del 16 de enero de 1910 y hasta una época que resulta difícil precisar, las
circulares de Roma fueron remitidas a los diversos grupos por el padre Gustavo Verdesi,
calificado de “excelente eclesiástico” cuya “correspondencia es segura”. El tal Verdesi
apostató en marzo de 1911, ingresó en la orden metodista y lanzó graves acusaciones contra
su confesor, el padre Bricarelli, y contra el Papa.
Entonces monseñor Benigni confiesa que Verdesi, al “tiempo que cumplía con su
ministerio, “se vestía de paisano y se iba al teatro”.
Los ataques más porfiados y virulentos son los que monseñor Benigni dirige contra la
Compañía de Jesús. Veamos una muestra. En una carta del 4 de mayo de 1912, que tal vez
sea de 1914, los llama “figuras enharinadas”.
“Una carta de abril de 1913 declara que hasta este día los jóvenes belgas se agrupaban
bajo el nombre de «zuavos pontificios». Hoy, los jesuitas educan escutistas católicos.
“Sendas cartas de mayo, julio y agosto de 1913 (V. el propio original) solicitan
informes sobre el Instituto teológico de Enghien, dirigido por el Rvdo. padre Michel
d’Herbigny. Dirigir las cartas al padre Boulin, quien las hará llegar a monseñor Benigni.
“Una carta del 3 de diciembre de 1913 denuncia a los jesuitas de Austria, los cuales,
de acuerdo con los cristiano-sociales «llevan a cabo sin escrúpulos una campaña contra los
católicos integrales».
“Una carta de enero de 1914 denuncia el silencio de los Stimmen y de Maria Laach
sobre la encíclica Singulari, del padre Sauer, jesuita alemán, y del padre Lepke, jesuita
polaco. Este último es propagandista del «democristianismo y tenaz defensor del Sillon».
“Otra carta de 1914 habla de las divisiones entre los jesuitas franceses a propósito de
la Acción Francesa, de una circular del padre Pouiller para pacificarlos y para sostener a la
«Action Populaire» de Reims.
“En Italia se señala como jesuitas sospechosos a los padres de Santi, Bricarelli, Tachi-
Venturi y Leanza. En cuanto a los jesuitas franceses de los Etudes «han metido la pata en el
plato, los nuestros están advertidos Una carta del 4 de mayo de 1912 dice que la Civillá
cattolica sigue con sus ataques contra los católicos integrales.
“Una carta autógrafa de M. Miglietti (padre Salvien, abate Ricard, Rod) alude a la
inercia de la orden en Alemania ante las directrices pontificias, de una carta del Provincial
en la que trata de justificar esta inercia por el deseo de obtener el voto del centro en favor
del retorno de los jesuitas a Alemania. «Esta carta es estrictamente confidencial». Una
circular de Paulus, el boletín más secreto de la asociación, dice con fecha 24 de marzo de
1912 «que los jesuitas alemanes tienen orden de no abrir boca», de «mantenerse en razón
como la mayor parte de sus cofrades de Francia». Por último, una carta sin fecha de
monseñor Benigni: «He aquí a lo que hemos llegado con los Nasly9 Quieren destruirnos y
hemos de defendernos. El golpe bajo de Boan (Viena) deben, en cualquier caso, pagarlo
caro».
“Monseñor Benigni pide dinero. Los Trapistas de Wattou le han entregado mil
francos. «Vaya miseria -se lamenta-; ahora que necesitaría millones». Entre los personajes
de los que es preciso recelar se señala al canónigo Bernard Gaudzau, tachado de
«indeseable», M. Edouard Bernaert, «condenado por delitos de derecho común» y también
los dirigentes de la Action Francaise, que por un lado resultan muy útiles, pero que quieren
monopolizar el movimiento en provecho propio.”
Este extenso documento contiene, pues, acusaciones graves y precisas que con
posterioridad han podido ser prácticamente todas comprobadas. No hay duda de que hoy
muchos de los nombres no nos dicen gran cosa, en la medida en que denunciados y
denunciadores pertenecen por lo general al mundo eclesiástico. Por otra parte, la fama de
muchos de estos hombres no ha pasado la frontera de sus respectivos países, aun cuando los
especialistas en asuntos religiosos consideren a algunos de ellos como muy importantes.
Queremos hacer notar, empero, que entre los colaboradores de monseñor Benigni
figura el padre Boulin, alias Roger Duguet, alias Pierre Colmet, según hace constar la
Revue Internationale des sociétés secrétes.10 Este sacerdote, cuyo papel en relación con la
cuestión de la Sinarquía ya mencionamos, fue, al igual que monseñor Benigni, uno de los
grandes difusores del mito judeomasónico.
Como puede verse, los hechos son muy precisos. La consulta de las copias de los
documentos originales muestra que la descripción hecha por Mourret, el autor de la
“Memoria”, es exacta, pese a que muchos puntos demandan mayor número de precisiones.
Es cierto que haría falta un aparato crítico de gran envergadura para situar en el lugar
adecuado a cada una de estas personalidades. A este respecto, Emile Poulat dio unas
indicaciones preciosas para todo aquel que quiera profundizar más en este asunto. De todos
modos, lo que interesa retener es que el análisis realizado por monseñor Mignot en 1914 se
ve así confirmado: la “Sapiniére”, creación de Umberto Benigni, influía sobre la prensa y
recurría a la denuncia. Pero ¿cuál era la índole de la Sapiniére? 11
Por otra parte, algunas ramificaciones de la empresa nunca han llegado a esclarecerse
del todo. Por ejemplo: resulta sorprendente ver que algunas cartas de la Sapiniére están
escritas sobre papel de carta con membrete de la “Banca Commerciale Italiana”, a la sazón
uno de los bancos más importantes de Italia y que controlaba varios periódicos13 en los que
Benigni tenía amigos bien situados…
Por lo demás, ¿será posible aclarar algún día la verdad sobre tales “relaciones”, en un
terreno donde concurren el secreto financiero y el eclesiástico?
Pero lo cierto es que la lucha contra el liberalismo bajo todas sus formas, y en especial
en el terreno político y religioso, justificaba todas las convergencias. Es en este punto
donde conviene recordar que Benigni fue un ardiente partidario del fascismo mussoliniano.
a) Una vida personal por parte de los miembros que se atuviera de forma estricta al
“catolicismo integral”.
7. “Considerada en sí misma, la S.P. tenía que ser un importante órgano para servir a
la Iglesia según las directrices emanadas del papa Pío X. Tal vez su concepción pecara de
ser un tanto quimérica para plasmarse sin los defectos productos de la humana flaqueza,
pero no por culpa de su estatuto ni por su programa” (pág. 238). “La idea original y
primitiva de la S.P., tal como monseñor Benigni la concibió, era, sin lugar a dudas, hermosa
y de elevadas miras: un gran instituto laico extendido por todo el mundo para la ejecución y
defensa del programa de Pío X” (pág. 292).
Conviene, pues, no perder de vista que la Sapiniére fue concebida como Instituto
secular, es decir, como una organización pararreligiosa del mismo tipo que el Opus Dei.
Hay dos puntos sobre los que debemos insistir de forma especial: la afirmación
relativa a la existencia de un “cierto secreto”, y la concerniente a los enemigos “internos”.
En cuanto a la negación de la existencia de las denuncias y actividades de espionaje, carece
de fundamento, una vez examinados los escritos de monseñor Benigni.
La Sapiniére fue una sociedad secreta, sin paliativos de ningún género, menos
numerosa en la práctica de lo que indica la “Memoria Mourret”, donde se afirma que
contaba con un millar de afiliados, cifra en verdad muy exagerada. 14 Hubo, sin embargo,
algunos prelados romanos que no se dejaron engañar y se negaron en todo momento a darle
un respaldo oficial. Benigni, por ejemplo, anduvo porfiadamente tras el cardenal de Lai, se-
cretario de la Sagrada Congregación consistorial, insistiendo casi a diario para obtener la
aprobación de los estatutos y el programa de la Sapiniére. Por fin, en 1913, recibió una
carta del cardenal en la que se le comunicaba que Su Santidad veía con gusto la idea y
bendecía de buen grado su iniciativa, pero reservándose la aprobación ulterior del estatuto.
Los defensores de la Sapiniére suelen hacer referencia a esta carta, que consideran
como una sanción oficial de la organización. Pero en el reverso de dichos estatutos el
cardenal de La¡ no vaciló en escribir la siguiente anotación: “Les he advertido, empero, que
la S.G. (Sagrada Congregación) no puede aprobar ni una sociedad secreta ni un cuerpo
inquisitorial que esté por encima de los obispos. Así ha quedado convenido, pero [...]” 15
Sería difícil dar de la Sapiniére una definición más ajustada que la de Su Eminencia
Reverendísima.
Algunos autores se han planteado -de forma muy sumaria, todo hay que decirlo- las
posibles semejanzas que existen entre la Sapiniére y el Opus Dai, tanto en el tiempo como
en la inspiración.
Jesús Ynfante, por ejemplo, resalta la coincidencia en el tiempo de los avatares por
los que atravesó la Sapiniére bajo el pontificado de Benedicto XV y la circunstancia de que
monseñor Escrivá sitúe los orígenes del Opus Dei, o por lo menos sus “presentimientos” en
torno a la obra que iba a fundar, en esas mismas fechas. De todos modos, tal similitud se
nos antoja bastante superficial.16
Más interesantes nos parecen, en cambio, las alegaciones de Antonio Tovar, rector de
la Universidad de Salamanca, quien afirma de forma explícita que “en Roma, en ambientes
no alejados de la Curia y de las dos embajadas de España, nos informaron personas bien
enteradas de que monseñor Escrivá había bebido para su fundación en las doctrinas de un
grupo, precisamente sacerdotal [...] y tuvo por emblema un abeto, por lo que se llamaba la
Sapiniére”.
Resulta evidente la dificultad que entraña verificar tales afirmaciones. Sin embargo,
parece probado que a pesar de que uno de los colaboradores más allegados a Pío X, el
cardenal Merry del Val, fuera español y que hubiera un partido español (de filiación
carlista) que se autodenominara “integrista”, la Sapiniére no tuvo ramificaciones directas en
España.
De todos modos, no debe perderse de vista que la pugna del Sodalitium Pianum
contra el modernismo pudo ser conocida por numerosos sacerdotes hacia 1929. En esta
fecha se publicó en España la obra de Maximiliano Arboleya-Martínez, sacerdote español,
titulada La otra masonería: el Integrismo contra la Compañía de Jesús y contra el Papa.
Es innegable que el libro de referencia iba en contra de la empresa de monseñor Benigni,
pero contenía numerosos documentos, empezando por la memoria de Mignot y la del padre
Mourret, y es muy posible que tales documentos pudieran “dar ideas” a hombres que
también deseaban luchar contra el modernismo, como el entonces joven padre Escrivá.
Dijimos ya que Escrivá, al igual que monseñor Benigni, consagró mucha atención a
los problemas de la prensa -de una prensa que aspiraba a ser católica en su integridad-
como profesor en la Escuela de Periodismo patrocinada por El Debate, órgano de la Aso-
ciación Católica Nacional de Propagandistas, en la cual se pretendía formar a los mandos
directivos de una prensa católica militante, como la que soñara Umberto Benigni.
——
1
Emile Poulat, Histoire, dogme et critiques dans la crise moderniste, pág. 21, Casterman, París, 1962.
2
Esta época es también la de la separación de la Iglesia y el Estado (3 y 7 de diciembre de 1905).
3
Motu Propio de 1 de septiembre de 1910.
4
Eudoxe Irénée Mignot (1842-1918) era arzobispo de Albi desde 1900. Parece que la memoria fue
redactada por su vicario general, padre Louis Barot (1863-1936).
5
Emile Poulat, Intégrisme et catholicisme intégral, Casterman, París, 1969.
6
El título completo de este documento es: Disquisitio cisca quasdam objectiones modum agenti servi
Dei respicientes in Modernisimi debellatione una cum Summario additionaii ex officio compilato, Tipis.
Poligl., Vaticano, 1950. La traducción de este pasaje es del padre Raymond Dulac, en La Pensée catholique,
No. 23, pág. 92, Ed. du Cédre, París, 1952.
7
Historia social de la Iglesia, Milán, 1907-1933.
8
Louis Canet (1883-1958), consejero de Estado, fue asesor técnico en cuestiones religiosas del
ministerio de Asuntos Exteriores, de 1921 a 1946.
9
En lenguaje secreto los “Nasly” son los jesuitas.
10
C f. Jean Saunier, La Synarchie, pág. 195, en la misma colección.
11
E. Poulat, ob. cit., pág. 85.
12
El tal Jérôme es un personaje evidentemente ficticio con el que se alude a Benigni.
13
Se trataba de la Tribuna, del Corriéra delta Sera y del Giornale d’Italia.
14
En una memoria elaborada para defenderse, Benigni afirmaba en 1921 que sus prosélitos apenas
pasaban de cien.
15
E. Poulat, ob. cit., pág. 115.
16
E. Poulat, ob. cit., pág. 21.
—oOo—
INTEGRISMO Y CLERICALISMO
Hasta aquí, el Opus Dei se nos ha mostrado con la imagen que de él sé ha configurado
en la escena política española contemporánea. Primero bosquejamos sus orígenes y líneas
generales de actuación a partir de la compleja personalidad de su fundador. Seguidamente,
nos planteamos algunos interrogantes en torno a ciertas organizaciones secretas católicas
del pasado que, con o sin razón, nos parecieron si no “antecesoras” directas, sí al menos
una prefiguración de lo que sería la Obra.
Estas confrontaciones tan dispares de una misma realidad exigen, sin duda, una
ordenación, y ésa es la tarea que ahora vamos a emprender para poder determinar la exacta
naturaleza de la “Obra de Dios”.
A decir verdad, no es por azar por lo que hemos operado con realidades históricas tan
diversas. Lo más importante es averiguar si el Opus Dei es una organización católica y a
qué especie pertenece; si el Opus es una organización política y dónde debemos encua-
drarla; si es una organización secreta que pretende subordinar lo político a lo religioso, y si
es una especie de sinarquía a la vez teocrática y tecnocrática, como se ha dicho algunas
veces.
Hemos recurrido para ello, y no en vano, a los ejemplos del pasado. Pero debemos
reconocer, si queremos analizar seriamente el problema, que no es posible yuxtaponer cada
uno de los rasgos distintivos del Opus Dei a los que presentan las tres sociedades
genuinamente secretas esbozadas de un modo general con anterioridad.
Incluso cabría decir que, atendiendo a las -circunstancias de tiempo, lugar y contexto
social, las diferencias son considerables. ¿Qué pueden tener en común la España franquista
de 1969, de una parte, y el siglo XVII de Luis XIV, la Restauración en Francia e, incluso, el
primer cuarto del siglo XX en Italia, Bélgica y Francia, de otra?
Tan destacada fue la labor de la Compañía en este extremo durante el siglo xvü,’que
jamás fue denunciada como una organización formalmente constituida, aunque no es menos
cierto que nadie -desde Boileau a Colbert, y desde Moliére a Saint-Simon- ignoraba la
existencia de un “partido devoto”. Baste recordar el “Discours au Roi” de Boileau (1664)
No hace muchos años Alee Mellor intentaba en vano desacreditar las “obsesiones” del
conde de Montlosier;1 pero ya vimos como G. de Bertier de Sauvigny, apoyándose en
documentos irrecusables heredados de su antecesor, dejó bien sentado la existencia de la
organización secreta de los Caballeros de la Fe. La Congregación, en efecto, era inocente…
salvo que estaba impulsada, por no decir de un modo más familiar, pero no menos veraz-
“manipulada” por la facción de las “Banniéres”.
Ya tuvimos ocasión de ver que el Sodalitium Pianum era, sin la menor duda, una
sociedad secreta, cosa que sus afiliados y sucesores siempre han rechazado de plano.
Bien es verdad que toda esta serie de afirmaciones no demuestran nada positivo
cuando se trata del Opus Dei. No obstante, tienen importancia en cuanto al método
Utilizado, puesto que de todas las organizaciones ocultas que han existido, son las católicas
las que mejor han sabido escamotear la presa a los ojos de sus contemporáneos.
Por todo ello, las negaciones de los seguidores del Opus Dei deberían tomarse en
consideración mientras no se demuestre su falsedad, pero también hay que acogerlas con
una reserva que se asienta en la experiencia de épocas pasadas.
Se nos argüirá que aquí desempeñan un papel, en apariencia decisivo, los argumentos
que sustentan la radical diferencia entre la situación española actual y los ejemplos elegidos
en el cuadro de la historia de Francia.
A decir verdad, aun cuando estamos dispuestos a admitir que los contextos políticos,
económicos y culturales difieren contemplados en su conjunto, si centramos la atención en
las realidades económicas, políticas y religiosas, es evidente que las intenciones de las
distintas organizaciones están a menudo muy próximas unas de otras.
Después de la guerra civil española, el Opus Dei florece en los medios católicos, los
cuales, con el ánimo bien dispuesto ya que no evangélico, lo sacrifican todo a su afán
revanchista.
En efecto, tanto una como otra desempeñan el papel de una minoría dinámica que
pretende adaptar el cristianismo a las exigencias de los nuevos tiempos, en beneficio de las
clases dirigentes de la sociedad; o sea, de la aristocracia de nuestros días, pero, también, de
la burguesía intelectual o comercial de tinte moderno, sin excluir por ello al “plebeyo” o al
“pobre” de turno.
Tanto en un caso como en otro estas minorías tratan de influenciar un poder que,
llegado el caso, se ejerce por la fuerza sobre una comunidad en trance de mutación. En la
España de hoy, como antaño en la Francia de Luis XIV, se pretende imponer la norma
cristiana a una sociedad civil cada vez más indiferente a la religión. Entonces nos damos
cuenta de que las consideraciones que, en principio, parecían excluir cualquier tipo de
comparación entre el Opus Dei y las antiguas sociedades secretas católicas, no son, cuando
se analizan, impedimentos dirimentes, a excepción de un aspecto concreto, que es el
contexto económico.
Esta diferencia tiene su precio, y veremos las consecuencias que reviste en otro
apartado, cuando nos refiramos a los hechos sobre el papel político y económico de algunos
afiliados a la Obra.
Por el momento y con el objeto de aclarar mejor la vertiente religiosa del Opus Dei,
objeto de los dos capítulos siguientes (consagrado uno a la “espiritualidad” de la Obra, y el
otro a su organización), interesa determinar qué es lo que confiere singularidad a las orga-
nizaciones católicas ocultas en relación con las que cabría denominar formas “ordinarias”
del clericalismo.
Un buen ejemplo de esta lógica nos lo ofrece el libro, sobremanera curioso, que el
padre Emmanuel Barbier 2 consagró a principios de siglo a las Infiltraciones masónicas en
la Iglesia (1910). He aquí cómo expone el buen clérigo la actitud de la Iglesia ante el
problema de las sociedades secretas:
“El católico es hijo de la Luz. El más elemental sentido común indica que si, so
pretexto de dirigirse de forma más libre y segura hacia su objetivo, opta por las vías
clandestinas o secretas, llegará fatalmente un día en que haga su andadura al lado de los
hijos de las tinieblas, con el riesgo de que éstos lo conduzcan hasta un laberinto del que
sólo ellos poseen los secretos.
“Pero aun en tales casos, el principio de toda conducta católica permanece invariable:
hay que caminar a cielo abierto; todo lo demás es ilusorio.”
Nuestro autor comenta acto seguido las decisiones pontificias, y afirma que todas las
sociedades secretas están condenadas, exijan o no un juramento, porque son contrarias a lo
que él llama el “derecho natural” que, al igual que el derecho divino, sólo reconoce dos
sociedades independientes y perfectas: la Iglesia y el Estado. Así pues, las restantes
sociedades deben vincularse a una de ambas.
Prosigue diciendo que una sociedad oculta, “por el mero hecho del secreto, se
independiza de la Iglesia y del Estado, que no tienen medio de controlar su organización,
fines y actividades”. En consecuencia, concluye el clérigo, una sociedad de esta índole no
tiene su origen ni en el derecho natural ni en el derecho divino revelado, para terminar
afirmando que “la autoridad que la gobierna no proviene de Dios, sino del demonio, y es
enteramente ilegítima”.
Estos textos resultan muy ilustrativos. En primer lugar, por razones históricas, ya que
tan doctas declaraciones no impidieron en absoluto que el padre Barbier se embarcara en la
misma nave que monseñor Benigni en todo el asunto de la Sapiniere.
En el plano de los principios, subrayan lo que antes llamábamos “la lógica peculiar
del mundo eclesiástico” toda sociedad, dice Barbier, ha de estar subordinada a la Iglesia o
al Estado. Sabemos cómo puede obtener sanción legal una organización cualquiera en el
marco de un Estado democrático. Así, en Francia, basta abrir las páginas del Boletín Oficial
o de un directorio jurídico para saber quién dirige una asociación constituida al amparo de
la ley de 1901 o una sociedad comercial. Pero ¿qué ocurre en el seno de la Iglesia?
A este respecto, no cabe la menor duda de que los miembros de la Compañía del
Santo Sacramento tuvieron el pleno convencimiento de que constituían una asociación
lícita a los ojos de la Iglesia, en cuánto que estaban persuadidos de que su misión contaba
con su benevolencia y beneplácito.
Este equívoco subyace en todos los órdenes de las estructuras eclesiásticas. La Iglesia,
conceptuada como “entidad mística”, nunca se considera vinculada por los actos de tal o
cual grupo católico. Así, el Opus Dei tiene existencia canónica (según el derecho de la
Iglesia), pero en opinión de los religiosos, la Iglesia jamás se sentirá vinculada y, mucho
menos, comprometida por las iniciativas que pueda tomar la Obra.
De esta concepción derivan las razones por las que tan difícil resulta penetrar en la
actuación de las sociedades ocultas católicas. Dichas razones se asientan en dos silogismos:
1) Una sociedad secreta es una asociación que no depende de la Iglesia ni tampoco del
Estado. Todo lo que, de una forma u otra, emana de la Iglesia, es decir, de una instancia
vaticana, no puede constituir una sociedad secreta. Luego no existen “sociedades secretas”
católicas.
Estas disquisiciones de porte general no impiden, empero, que el clericalismo sea una
realidad sociopolítica indiscutible, sobre todo en España, y en este punto coinciden hasta
los historiadores menos sospechosos de partidismo. ¿Cómo podría ser de otro modo cuando
el propio “Caudillo” repite una y otra vez que “en la historia de España resulta imposible
separar los dos poderes, eclesiástico y civil?”.
Es por ello por lo que Jacques Georgel3 ha podido escribir que la Iglesia católica,
integrada al Estado inmediatamente después de la Restauración de 1874, que puso fin a la
efímera Primera República, persiste en vincular su suerte a la de las clases dirigentes: “Es el
brazo espiritual del Estado, pero esta alianza se salda con la falta de entendimiento entre
pueblo y clero” 4
Por lo demás es ésta una situación harto conocida para insistir con exceso en ella. Sin
embargo, en el caso de España se plantea un interrogante: ¿Por qué se estimó necesario
crear una “sociedad secreta” o, en todo caso, una organización independiente de la jerarquía
en un Estado donde la Iglesia es uno de los más firmes pilares del régimen?
Pero no ocurre lo mismo en los distintos casos que hemos tenido ocasión de examinar,
en que un gran número de laicos (muy devotos sin duda, pero sin una responsabilidad clara
en el orden canónico) toman parte en estas empresas.
Aclarado este extremo, podremos ocuparnos con calma de la actividad y del influjo
del Opus Dei en España y en el resto del mundo.
——
1
Alee Mellor, Histoire de Vanticléricalisme frangais.
2
E: Barbier (1851-1924): adversario encarnizado del “modernismo”. Dirigió una revista: La critique
du libéralisme. Mantuvo relaciones continuadas con Benigni.
3
Jacques Georgel, Le franquisme, pág. 243.
4
Estas relaciones entre Iglesia y Estado están actualmente en plena transformación; pero lo dicho es
válido para los años del “ascenso” del Opus Dei.
—oOo—
LA IDEOLOGIA DE “CAMINO”
La ideología que sustenta la actuación del Opus Dei ha de estudiarse a través de las
distintas fases de su evolución y al nivel de los distintos sectores en cuyos ámbitos ha
desplegado su actividad y que van desde las escuelas para la formación de empleadas
domésticas hasta la responsabilidad en las tareas de gobierno.
Con objeto de atenernos a un método racional, debemos empezar por examinar lo que
el Opus Dei pretende ser, a través, sobre todo, del más importante libro del padre Escrivá,
Camino, considerado por los celadores de la Obra como un auténtico “maná”.
Por ello conviene no perder de vista que, procediendo así, sólo ponemos de manifiesto
un aspecto de la ideología en cuestión: la versión oficial, que puede ser muy distinta de la
ideología real del Opus en relación con las demás corrientes del pensamiento español
contemporáneo y, en definitiva, del catolicismo mundial. ¿Cuál es, por consiguiente, el
ideario del Opus Dei? O, más exactamente, ¿cómo presenta este ideario?
A este respecto hay que señalar que Camino fue concebido como un repertorio de
máximas y reflexiones y que no constituye, por lo tanto, un conjunto didáctico. Por otra
parte, antes de proceder a su análisis, conviene tener una idea de los objetivos de la Obra a
través de la formulación oficial del propio padre Escrivá. El fundador ha concedido
frecuentes entrevistas a la prensa. Consideramos de interés referirnos a la que realizó Peter
Forbarth, corresponsal de Time (Nueva York), el 15 de abril de 1967. Como los defensores
del Opus Dei tienen por costumbre lamentarse de que los comentaristas cortan o deforman
el sentido de los textos, debemos evitar este reproche y citar con extensión algunos párrafos
de esta entrevista que, por lo demás, no difiere de otras similares.
“La actividad principal del Opus Dei consiste en dar a sus miembros, y a las personas
que lo desean, los medios espirituales necesarios para vivir como buenos cristianos en
medio del mundo. Les hace conocer la doctrina de Cristo, las enseñanzas de la Iglesia; les
proporciona un espíritu que mueve a trabajar bien por amor de Dios y en servicio de todos
los hombres. Se trata, en una palabra, de comportarse como cristianos: conviviendo con
todos, respetando la legítima libertad de todos y haciendo que este mundo nuestro sea más
justo.
“Cada uno de los socios se gana la vida y sirve a la sociedad con la profesión que
tenía antes de venir al Opus Dei, y que ejercería si no perteneciese a la Obra. Así, unos son
mineros, otros enseñan en escuelas o universidades, otros son comerciantes, amas de casa,
secretarias, campesinos. No hay ninguna actividad humana noble que no pueda ejercer un
socio del Opus Dei. El que, por ejemplo, antes de pertenecer a nuestra Obra trabajaba en
una actividad editorial o comercial, sigue haciéndolo después. Y si, con ocasión de este
trabajo o de cualquier otro, se busca un nuevo empleo, o decide, con sus compañeros de
profesión, fundar una empresa cualquiera, es cosa en la que le corresponde decidir
libremente, aceptando él personalmente los resultados de su trabajo y respondiendo
personalmente también.
“La misión principal de la Obra -ya lo he dicho antes- es, pues, la de formar
cristianamente a sus socios y a otras personas que deseen recibir esta formación. El deseo
de contribuir a la solución de los problemas que afectan a la sociedad, y a los cuales tanto
puede aportar el ideal cristiano, lleva además a que la Obra en cuanto a tal,
corporativamente, desarrolle algunas actividades e iniciativas. El criterio en este campo es
que el Opus Dei, que tiene fines exclusivamente espirituales, sólo puede realizar
corporativamente aquellas actividades que constituyen de un modo claro e inmediato un
servicio cristiano, un apostolado [...]” 1
Por una parte lamentamos haber tenido que abrumar al lector con la cita de un texto
tan tedioso. De todos modos, conviene indicar que todas las declaraciones públicas del
Opus Dei revisten este mismo tono, calculado a buen seguro para desanimar a los simples
curiosos.
Todos los temas desarrollados en los textos conocidos, tales como el desapego,
sacrificio, abnegación, trabajo incansable en favor de las almas, afán de santificación
personal, oración, vida de entrega, renuncia silenciosa a todo egoísmo, etc., todos esos
temas, decimos, han sido enunciados, poco más o menos, por todas las instituciones
religiosas católicas, bien se trate de órdenes religiosas, congregaciones, institutos o
asociaciones pías.
Más aún, muchas asociaciones repartidas por el mundo, incluso sin ser católicas,
podrían alegar que también ellas adoptan “iniciativas que revierten en beneficio de la
sociedad”, y que están “abiertas a todos, sin discriminación de raza, religión o ideología”.
¿Dónde buscar, pues, lo que algunos llaman pomposamente “el espíritu de la Obra”?
¿Debemos pensar que ocurre lo mismo que con su teología, de la que José Luis Aranguren
escribió una vez que no es ni buena ni mala, porque no existe? 2
Cuando se observa la importancia que en todas las declaraciones oficiales del Instituto
se atribuye a la vida profesional de los asociados y la indigencia de los presupuestos
teóricos del Opus Dei, hay motivos para pensar que su ideología reside en definitiva en una
“práctica” o, si se quiere, en una cierta “forma de ser”.
UN NUEVO KEMPIS
Para determinar la fecha exacta en que se escribió Camino, sólo contamos con el
testimonio del padre Escrivá, quien al parecer redactó buena parte del texto en 1934, a
modo de resumen de su experiencia sacerdotal concebido como una guía para las -almas
que tenía a su cargo.4
Lo que sí sabemos con seguridad es que la primera edición no se publicó hasta 1939,
en Valencia, con un tiraje de 2,000 ejemplares. Debemos hacer hincapié en que el dato de
la fecha es muy interesante, pues son muchas las máximas de Camino que acreditan el
espíritu de la “cruzada” franquista. Por lo demás, es muy probable que monseñor Escrivá,
al término de la década, remozara estos textos de 1934 en función de sus propias
experiencias durante la guerra civil.
Subrayemos que todos los textos conocidos del Opus Dei abundan en trivialidades.
Camino, por ejemplo, contiene numerosas máximas de escaso contenido, impregnadas de
un sentimiento facilón que Yvon Le Vaillant llama -con tino, por cierto- el “estilo
lamartiniano”.
Sin duda podríamos salir al paso de la dificultad diciendo que aquellos que consideran
este libro como “el Kempis de los tiempos modernos” se engañan a sí mismos porque
sienten la necesidad de engañarse. Pero si este afán es tan intenso y compulsivo, ¿cómo
explicar que haya encontrado plasmación en un libro cuya falta de consistencia en el plano
teórico es por demás evidente? Por nuestra parte, somos del parecer de que se ha venido
prestando una atención desmedida al aspecto “teórico del problema, ya que una cosa es
analizar -como han hecho muchos y bien- el sentimentalismo, la beatería, el paternalismo,
el tinte “clerical-autoritario”, etc., de Camino, y otra cosa comprender por qué la eficacia de
un librito de esta especie nada tiene que ver con sus indiscutibles defectos teóricos. No cabe
duda –y el autor de esta obra ha tenido ocasión de comprobarlo, incluso en personas sin
ninguna relación con el Opus Dei- que este librito posee un prestigio (en el sentido de
“atractivo”, de “artificio de seducción”) o, mejor aún, ejerce un influjo en el que desempeña
un papel importante el estilo de su redacción y, en especial, el cambio de “persona” que
utiliza el padre Escrivá.
“Unos y otros -todos-; cada cual siguiendo su propia vocación han encontrado en
Camino luz y calor, para la intimidad de su vida sobrenatural de unión con Dios. Bien se
puede decir, por eso, que este libro -«Kempis de los tiempos modernos», como se le ha
llamado- ha cumplido muy bien el fin para el que fue escrito.
“Pero precisamente porque ese fin es sobrenatural, quien leyese estas páginas con
pobre visión humana -pretendiendo encontrar en su contenido fines y motivos terrenales-
no haría otra cosa que desvirtuar, deformar y degradar el libro.
“Si eso no te falta, si alguna vez -aunque sea en años quizá lejanos- puso el Señor en
tu alma algo de hambre y sed de Dios, ten por seguro que no habrás abierto en vano este
libro. Y hasta es muy posible, por muy metido que estés en negocios del mundo, que por
encima del rumor de la calle y de la muchedumbre, vuelvas a oír la voz poderosa de Cristo
que te dice: Festinans descende, quia hodie in domo tua oportet me manera (Luc. XIX, 5);
o sea: «Baja de prisa, porque conviene que yo me hospede hoy en tu casa».” 5
El segundo consiste en el tuteo de que es objeto el lector: “[ ...] si alguna vez puso el
Señor en tu alma [...]” Se trata de una técnica redaccional que hallamos a lo largo de toda la
obra, y que sin duda influye en esta especie de fascinación que ejerce Camino sobre mu-
chos de sus lectores.
Con objeto de mejor calibrar este ascendiente, nos parece esencial transcribir aquí un
capítulo completo del libro. Muchos de los que han procedido a un análisis de Camino han
optado por agrupar las máximas atendiendo a su objeto, ayudados en la tarea por un índice
alfabético de los ciento treinta y cinco temas principales que, poco más o menos, contiene
el repertorio, y que van desde “acción de gracias” a “voluntad”, pasando por “ambición”,
“fuerza”, “presencia de Dios” y “tentaciones”. Este método, plenamente justificado para
detectar las líneas maestras del pensamiento del padre Escrivá, no confiere, sin embargo,
ninguna idea sobre el singularísimo estilo de su escritura.
El capítulo que hemos optado por reproducir ostenta el título de “Táctica”, y está
integrado por veintidós máximas. No tiene nada de particular y con igual razón hubiéramos
podido optar por otro cualquiera. En realidad, lo importante es leerlo como si se tratara de
una página abierta al azar.
“831- Eres, entre los tuyos -alma de apóstol-, la piedra caída en el lago. Produce con
tu ejemplo y tu palabra un primer círculo.., y éste, otro.., y otro, y otro… Cada vez más
ancho. ¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?
“832- ¡Qué afán hay en el mundo por salirse de su sitio! -¿Qué pasaría si cada hueso,
cada músculo del cuerpo humano quisiera ocupar un puesto distinto del que le pertenece?
No es otra la razón del malestar del mundo. -Persevera en tu lugar, hijo mío: desde ahí
¡cuánto podrás trabajar por el reinado efectivo de Nuestro Señor!
“833- Viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo. ¿No ves cómo proceden las
malditas sociedades secretas? Nunca han ganado a las masas. -En sus antros forman unos
cuantos hombres-demonios que se agitan y revuelven a las muchedumbres,, alocándolas,
para hacerlas ir tras ellos, al precipicio de todos los desórdenes… y al infierno. -Ellos
llevan una simiente maldecida.
Si tú quieres…, llevarás la palabra de Dios, bendita mil y mil veces, que no puede
faltar Si eres generoso…, si correspondes, con tu santificación personal, obtendrás la de los
demás: el reinado de Cristo: que omnes cum Petro ad Jesum per Mariam.
“834– ¿Hay locura más grande que echar a voleo el trigo dorado en la tierra para que
se pudra? -Sin esa generosa locura no habría cosecha.
“835- ¿Brillar como una estrella…, ansia de altura y de lumbre encendida en el cielo?
Mejor: quemar, como una antorcha, escondido, pegando tu fuego a todo lo que tocas.
-Este es tu apostolado: para eso estás en la tierra.
Es que trabajan con vistas al momento de ahora: «están» siempre «en presente».
-Tú… has de ver las, cosas con ojos de eternidad, «teniendo en presente» el final y el
pasado…
Quietud. -Paz. -Vida intensa dentro de ti. Sin galopar, si la locura de cambiar de sitio,
desde el lugar que en la vida te corresponde, como una poderosa máquina de electricidad
espiritual, ¡a cuántos darás luz y alegría!…, sin perder tu vigor y tu luz.
“839- No cuentes hechos de ‘tu» apostolado como no sea para provecho del prójimo.
“840- Que pase inadvertida vuestra condición como pasó la de Jesús durante treinta
años.
Pero son valientes declarando ante la autoridad su amor a Cristo -audacter- con
audacia, a la hora de la cobardía. -Aprende.
“842- No os preocupe si por vuestras obras «os conocen». -Es el buen olor de Cristo.
-Además, trabajando siempre exclusivamente por El, alegraos de que se cumplan aquellas
palabras de la Escritura: «Que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos».
“843- Non manifeste, sed quasi in occulto -no con publicidad, sino ocultamente: así
va Jesús a la fiesta de los Tabernáculos.
Así irá, camino de Emaús, con Cleofás y su compañero. -Así le ve, resucitado, María
Magdala.
Y así -non tamen cognoverunt discipuli quia Jesus est- los discípulos no conocieron
que era El, así acudió a la pesca milagrosa que nos cuenta San Juan.
¡Almas! -¡Vivificar almas…, para aquellos edificios… y para estos palacios! ¡Qué
hermosas casas nos preparan!
“845- ¡Cómo me has hecho reír y cómo me has hecho pensar al decirme esta
perogrullada!: yo… siempre meto los clavos por la punta.
“846- De acuerdo: mejor labor haces con esa conversación familiar o con aquella
confidencia aislada que perorando -¡espectáculo, espectáculo!- en sitio público ante
millares de personas.
“847- El esfuerzo de cada uno de vosotros, aislado, resulta ineficaz. -Si os une la
caridad de Cristo, os maravillará la eficacia.
al alcance de la mano: ser apóstol y no llamarte apóstol, ser misionero -con misión- y
no llamarte misionero, ser hombre de Dios y parecer hombre de mundo: ¡pasar oculto!
“849- ¡Hombre! Ponle en ridículo. -Dile que está pasado de moda: parece mentira que
aún haya gente empeñada en creer que es buen medio de locomoción la diligencia… -Esto,
para los que renuevan volterianismos de peluca empolvada, o liberalismos desacreditados
del XIX.
“850- ¡Qué conversaciones! ¡Qué bajeza y qué… asco! -Y has de convivir con ellos,
en la oficina, en la Universidad, en el quirófano…, en el mundo.
Si pides por favor que callen, se te burlan. -Si haces mala cara, insisten. -Si te vas,
continúan.
Si se lee atentamente el texto, nos daremos cuenta de que, aquí, el tuteo tiene el aire
de una plática con el director espiritual. Se trata de “consejos susurrados al oído”, de una
especie de insinuación penetrante. Desde este punto de vista, es probable que muchos de los
hechos triviales que se mencionan y que sirven de pretexto para el adoctrinamiento
espiritual tengan su origen en la actividad apostólica del fundador. Tal vez los primitivos
incondicionales del Opus Dei se vean reflejados en el texto. Pero esto no es lo esencial.
«ELITISMO» Y DOMINACIÓN
Indudablemente no resulta fácil captar este pensamiento, matizado con frecuencia por
un tono autoritario y fascistoide:
“16- ¿Adocenarte? ¿¡Tú… del montón!? ¡Si has nacido para caudillo! Entre nosotros
no caben los tibios. Humíllate y Cristo te volverá a encender con fuegos de Amor.”
“Todos son útiles: cada uno tiene su misión propia. Como en lo material: ¿quién se
atreverá a decir que es menos útil el serrucho del carpintero que las pinzas del cirujano?
Este elemento tiene como contrapartida una especie de totalitarismo teocrático que
hace que cada acción y cada pensamiento estén, de hecho, subordinados a un inmenso afán
de proselitismo.
El segundo rasgo característico, ya mencionado con anterioridad, es la gratuidad de
un gran número de máximas. Para ilustrar esta afirmación, basta leer la primera y la última
del libro:
“1- Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. -Deja poso. -Ilumina, con la luminaria
de tu fe y de tu amor.
“Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores
impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que
llevas en el corazón.”
Es indudable que estas recomendaciones no son exclusivas del Opus Dei. Podríamos
también hallarlas en la obra de cualquier autor religioso o, simplemente, de un moralista.
Más interesante resulta, en cambio -y éste es el tercer rasgo del pensamiento del padre
Escrivá- la acusada tendencia a un cierto elitismo de resonancias fascistoides, que encaja a
la perfección con la teoría franquista del “caudillaje”.6
“7-… No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas.”
“28- El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo. [...]”
“32- [...] Tú serás caudillo si tienes ambición de salvar todas las almas.”
Debemos indicar, una vez más, que no es posible reproducir aquí todos los textos
ilustrativos de este rasgo de la ideología opusdeísta; pero sí debemos hacer constar que
impregna todo el ideario de la Obra. A veces, parece como si el fervor religioso
enmascarara otra cosa, una especie de libido dominandi, o pasión de dominio, plasmada en
la creación de un modelo de “superhombre cristiano”.
Ello nos conduce a examinar el cuarto rasgo característico de la ideología del Opus
Dei; o sea, la decisión de salvar al mundo por y con los medios que el mundo ofrece.
“677 -Oro, plata, joyas…, tierra, montones de estiércol. -Goces, placeres sensuales,
satisfacción de apetitos…, como una bestia, como un mulo, como un cerdo, como un gallo,
como un toro.
Así pues, ¿cómo salvar a este mundo despreciable y a este ser infecto que es el
hombre?
Los teólogos responderían que por la gracia de Dios, según manda la ortodoxia…
Otros dirían, sin reticencias, que puede lograrse, sobre todo, a través del Opus Dei. Algunos
consejos de monseñor Escrivá al respecto se nos antojan bastante originales, como
demuestra la siguiente máxima:
“387- El plano de santidad que nos pide el Señor está determinado por estos tres
puntos: la santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza.”
Pero el “Plano de santidad” del Opus Dei no reside tan sólo en algunas
recomendaciones morales; en el supuesto de que la desvergüenza típica del hombre que no
se sonroja ante nada haya sido reconocida alguna vez como virtud moral.
En este sentido, Camino contiene algunas normas insólitas, habida cuenta de que era
aquélla una época poco dada a exaltar los valores del laicado.
“336- Si has de servir a Dios con tu inteligencia, para ti estudiar es una obligación
grave.”
“340- [...] Si has de ser sal y luz, necesitas ciencia, idoneidad. [...]“
“372- Si tienes un puesto oficial, tienes también unos derechos que nacen del ejercicio
de este cargo, y unos deberes.
“-Te apartas de tu camino de apóstol, si, con ocasión -o con excusa- de una obra de
celo, dejas incumplidos los deberes del cargo. Porque perderás el prestigio profesional,
que es precisamente tu «anzuelo de pescador de hombres».”
Creemos que esta última frase es, de por sí, bastante elocuente.
Por otra parte, el decreto del Vaticano 8 que daba la aprobación definitiva al Opus Dei,
en 1950, indicaba de forma explícita que los socios de la Obra “ejercen con el mayor ardor
todas las profesiones civiles honestas, y, por profanas que sean, tratan en todo momento de
santificarlas por medio de una pureza de intención renovada de continuo por el deseo de
acrecentar la propia vida interior, por una constante y gozosa abnegación, por el sacrificio
de un trabajo duro y tenaz que debe ser perfecto desde todos los ángulos”.
De ello se desprende que los socios del Opus Dei han de ser en todo momento los
mejores para dar respuesta a “su vocación de almas contemplativas en medio del mundanal
ruido”.
Por lo demás, entre los teóricos que han desarrollado la doctrina opusdeísta, algunos
han consagrado sus trabajos a esta moderna forma de espiritualidad. Ya los títulos de sus
obras resultan sintomáticos. Así, Jesús Urteaga escribió, en 1952, El valor divino de lo
humano, y en 1965, Juan Bautista Torelló publicó La espiritualidad de los laicos .9 La
misma cuestión aborda P. Rodríguez en su estudio: “Camino” y la espiritualidad de los
laicos.10 Recordemos, también, el estudio de José Luis Illanes: “La santificación del trabajo,
problema de nuestro tiempo”.
Podría parecer a primera vista que, una vez el Concilio Vaticano II hubo subrayado el
papel de los laicos en el seno de la Iglesia, este aspecto de la ideología opusdeísta resulta,
también, relativamente superficial y vacuo. La verdad, empero, es que la cuestión es más
compleja.
Ante todo, interesa saber que el Opus Dei desempeñó un papel destacado en la
inserción del tema del laicado en el orden del día conciliar, aunque sólo fuera porque la
comisión preparatoria “De laicis” y la comisión conciliar “De disciplina cleri et populi
christiani” estuvieron presididas una, e inspirada la otra, por Álvaro del Portillo, secretario
general del Opus Dei para más detalles.
Hay que señalar que, pese a su inconsistencia, la filosofía del Instituto es, al decir de
los socios del mismo, un aglutinante en extremo eficaz de personas que, por otro lado, son
en teoría libres para escoger la ideología política que más les plazca.
A esta descongelación de las mentes hay que añadir otra todavía más importante que
viene a reforzar este culto a la eficacia que impregna todo Camino. Se trata del “afán de
poder” profesional en sí, hasta entonces considerado como un vano apego a los bienes
terrenos y convertido ahora en un medio de apostolado y de santificación.
Así lo ha hecho notar con muy buen criterio la duquesa de Medina-Sidonia al referirse
al caso concreto de un ex ministro español: “Si intentáramos advertir a los seguidores del
Opus -dice- que el señor Villar Palasí, ministro de Educación, elimina sistemáticamente de
los puestos dependientes de su ministerio a todos los [cargos] que no están vinculados a la
Obra, los portavoces del Opus se encogerían de hombros y nos dirían que la
Administración necesita de hombres eficaces y que el proceder del ministro no hace sino
demostrar que el Opus Dei transforma al individuo de forma totalmente positiva”.11
Hay que decir que ninguna publicación del Opus expresa con claridad este punto, y
nos atreveríamos a decir que ni siquiera con sinceridad.
En el presente capítulo hemos citado con profusión, de forma intencionada, una serie
de textos oficiales del Instituto. Es indudable que no servirán para saciar la curiosidad del
lector, el cual se preguntará tal vez: ¿Son ésos todos los secretos del Opus Dei? Sin
embargo, aunque hubiéramos transcrito cien textos más, continuaría su enojo e
insatisfacción… Y es que la ideología del Opus Dei carece de importancia a los ojos de sus
dirigentes. Sin duda les es indispensable formular ciertas proposiciones en el plano de la
teoría, cosa que por lo demás realizan con prolijidad excesiva; pero su objetivo primordial,
llámese “apostolado” o “dominación”, tiende a convertirse en una pura práctica.
Ello explica el éxito que ha obtenido en una España anclada durante largo tiempo en
los mitos religiosos y militares de la “cruzada”, pero que ahora siente el deseo de conocer el
desarrollo económico y los placeres de la sociedad de consumo.
Pues bien, el Opus Dei es el instrumento de este apostolado del desarrollo económico.
Y ello enjuiciándolo no por el tenor de sus proclamas, sino en virtud de su organización,
sus sistemas de captación y su expansión internacional. Sin embargo, como está visto que la
lógica opusdeísta sólo obedece a sus propias leyes, interesa saber que, según la concibe su
fundador, la Obra es “una organización desorganizada”. Así, tal como suena.
——
1
Conversaciones…, págs. 49-50, Sepal, París, 1969.
2
En la revista Esprit, abril de 1965.
3
La santificación del trabajo, problema de nuestro tiempo, Sepal, París, 1968.
5
Se refiere a Zaqueo, el jefe de los publicanos. El párrafo de este fragmento bíblico, reza: “Zaqueo,
baja pronto porque hoy me hospedaré en tu casa.”
6
Es la teoría del líder, del caudillo, comparable al Führerprinzip alemán.
7
Aquí percibimos algunos aspectos masoquistas de la mística cristiana: insignificancia extrema de la
criatura humana frente a Dios.
8
Decreto Primum inter Instituta. Ver cap. siguiente.
9
Sepa], París, 1973.
10
Idem.
11
Le Monde, 9 de junio de 1970.
—oOo—
“Nuestro Instituto es, ciertamente, una familia; pero es además una milicia. Una
familia, sin cargar con los inconvenientes del afecto carnal, y una milicia, con la fuerza, la
más apta para la lucha, de una disciplina más severa.
Los artículos 197 y 198 de las Constituciones del Opus Dei, que acabamos de citar,
subrayan el constante afán de los dirigentes de la Obra por evitar una estructura rígida, para
que el instrumento que es la Institución conserve una flexibilidad que le permita adaptarse a
cualquier situación. Eso no quiere decir, ni muchísimo menos, que el ejercicio del poder en
el seno del Opus Dei no sea autoritario; incluso puede afirmarse que posee un centralismo
de corte militar. Lo que ocurre es que algunos de los medios utilizados, sobre todo cuando
se trata de técnicas de captación, excluyen toda clase de formalismo, hasta el punto de que,
hoy, los dirigentes de la Obra se resisten a encuadrar su asociación en las normas canónicas
oficiales de la Iglesia.
Por otro lado, el mismo monseñor Escrivá, en respuesta a unas preguntas que le
formuló Jacques Guillemé-Brúlon, afirmaba: “No piense en una organización potente,
capilarmente extendida hasta el último rincón. Figúrese más bien una organización
desorganizada”.1
Esta definición tiene el inconveniente de que resulta muy difícil formarse una idea
exacta de lo que es una organización desorganizada cuando no se dispone de datos
concretos sobre una sociedad tan original. No obstante, el Opus Dei se niega
terminantemente a proporcionar datos verificables acerca de su organización, sus miembros
y sus métodos.
Todo lo que sabemos del Instituto se ha obtenido con grandes esfuerzos, gracias al
trabajo de investigadores (muchas veces enemigos políticos de la Obra), a los que se intenta
siempre desacreditar recurriendo a los viejos argumentos ad hominem, del género “ya
vemos de quién proceden estas acusaciones”, lo cual permite, como es obvio, no responder
a las preguntas que verdaderamente interesa esclarecer. Y si las afirmaciones del adversario
son precisas y bien fundadas, la Obra no vacila en negar lo que afirmaba el día antes o en
proclamar vaguedades insustanciales. Una de las más típicas, referente a la organización, es
la teoría de que “el Opus Dei se modifica de continuo”, teoría que permite justificar toda
clase de contradicciones y piruetas. Por ejemplo: como el hecho de que la Obra se defina
como una milicia podría alejar a eventuales simpatizantes en virtud de la resonancia casi
medieval del vocablo, los dirigentes del Instituto creyeron necesario matizar que “en la
práctica cotidiana, el Opus Dei está más cerca de una empresa de gestión descentralizada
que de una milicia”.
Se trata de un hecho digno de consideración, por cuanto las obras en cuestión han:
aportado una serie de precisiones sobre el Opus Dei que éste siempre se había negado a
facilitar.
Es posible que así sea; en todo caso, el hecho merecería una explicación
suplementaria. Pero la que ahora nos interesa destacar es que el Opus Dei no se ha preo-
cupado de ofrecer estas justificaciones hasta después de que los adversarios de la Obra
dieran a conocer sus Constituciones. El libro de Jesús Ynfante contiene el texto íntegro de
las mismas traducido, no sin gran esfuerzo por lo demás, del latín al español .4
Y el Opus Dei está organizado, en efecto, de manera que pueda reclutar y operar con
una “élite de Dios”, situada en los puntos neurálgicos o estratégicos de la organización
social
Una obra editada por el anodino “Club Jean-Louis Richard. Centro de estudios
empresariales” (que muy bien podría estar conectado con determinados opusdeístas)
explica con toda claridad la metodología -la misma que aplicó la Obra- mediante la cual se
intenta “proponer el esquema de un dispositivo de estimulación humana con vistas a una
acción general de carácter intergrupal, flexible y armoniosa”… (sic).
“En el escalón superior, el acuerdo… (más o menos riguroso, según las posibilidades
psicológicas).
“Lo que, habida cuenta de la diversidad de tareas, de la imbricación entre las redes, de
la importancia tan dispar de los organismos [...], puede representar [...] de veinte a treinta
hombres de primera línea; cuarenta o cincuenta de segundo orden; trescientos o
cuatrocientos de tercer grado, y quinientos o seiscientos de cuarto grado. En total, así por
encima, unas mil personas.
Si el lector nos permite una cita más, resulta de interés resaltar que la obra de la que
acabamos de citar unos párrafos se ampara en una declaración del actual pontífice: “Tenéis
que planear y constituir una nueva generación de directores de fábrica y de empresarios a
los que pueda atribuirse con todo merecimiento el título de cristiana, título que en el orden
terreno consideramos equivalente al de excelente jefe”.7
Las dos citas que hemos reseñado parecen habernos alejado, en principio, del Opus
Dei; pero, en realidad, compendian con mucho acierto, cada una a su modo, las intenciones
y los principios de organización de la Obra. Para que Dios pueda contar con “este puñado
de incondicionales en cada una de las actividades humanas” y con hombres que, según los
anhelos del Papa, sean “excelentes jefes”, monseñor Escrivá y sus huestes, empezando por
el eminente secretario general del Opus Dei, don Álvaro del Portillo, han sabido crear en
España y en todo el mundo este “sólido vínculo intergrupal cuya cohesión tiende a la
unidad de espíritu y de método”.
En el capítulo anterior pudimos ver en qué consistían este espíritu y este método.
Examinemos ahora cómo se traducen en el plano de los hechos y en el plano de la
organización.
La milicia llamada Opus Dei está organizada de forma rígida, y sus socios han de
cumplir unas obligaciones prescritas con minuciosidad por las Constituciones. En este
sentido debemos distinguir: la organización del Instituto en tres ramas diferenciadas; su
organización a tenor de los países y regiones, y, por último, la jerarquía de los grados a que
pueden acceder los distintos miembros de la sociedad.
Existen cuatro grados, y las condiciones para acceder a cada uno de ellos pueden
resumirse como sigue: en el pináculo de la jerarquía están los socios numerarios, hombres
célibes, con estudios superiores equivalentes al nivel de un doctorado, aspecto físico
irreprochables 8, dentro de lo posible, con un amplio círculo de amistades y relaciones
sociales.
El artículo 15 de las Constituciones, que enuncia esta misma prescripción, resulta por
lo demás muy revelador en cuanto al afán de monseñor. Escrivá para atraerse a esta élite de
la Obra. En efecto, esta norma dispone que los numerarios asumen o conservan sus
funciones en la Administración pública, la enseñanza en las universidades, o también
dentro de profesiones como la abogacía, medicina y otras. El artículo 18 alude al
apostolado de los numerarios, que presupone siete obligaciones:
-propagar la fe católica por todos los medios; -ejercer los cargos públicos con
fidelidad ejemplar; -divulgar las obras de los católicos en todos los países;
La segunda categoría de miembros está constituida por los oblatos, hoy llamados
adherentes. Lo que distingue a los miembros de una y otra clase es, en esencia, que los
segundos no necesitan estar en posesión de estudios universitarios; pero, por lo demás,
guardan el celibato como los primeros, reciben también una formación teológica y se
entregan por entero a la Obra.
Los cooperadores no son, a decir verdad, socios del Opus Dei, ya que no pronuncian
votos. Son meros simpatizantes de la Obra que tienen como director espiritual a un
sacerdote del Instituto. Incluso los hay que no son católicos.
Jesús Ynfante indica que en los Estados Unidos muchos afiliados a las logias
masónicas cooperan con el Opus Dei.
Pero lo más destacable es, sin duda, la importancia que se otorga al hecho de poseer
estudios superiores, auténtica obsesión de monseñor Escrivá, lo cual demuestra con toda
claridad que el Opus concede prioridad a la captación de miembros entre las clases altas de
la sociedad.
Por lo demás, los distintos grados son de aplicación tanto a los hombres como a las
mujeres. En este sentido hay que señalar que el Opus Dei se compone de tres ramas:
-La Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz, que comprende a los sacerdotes de la Obra,
hayan sido ordenados antes o después de su ingreso en la misma (los sacerdotes de la
propia Obra se reclutan entre los numerarios laicos, y en algún caso entre los oblatos o
adherentes).
-La rama femenina, la mayor parte de cuyos efectivos está al servicio de los restantes
miembros de la organización. En efecto, al lado de las asociadas numerarias en posesión de
un título universitario, incluye a otras numerarias auxiliares (las llamadas numerarias
sirvientes), entregadas a tareas domésticas en las residencias de la Obra.
Desde 1946, fecha en que monseñor Escrivá se instala en Roma, las tres ramas del
Opus Dei tienen su sede en esta ciudad. Concretamente, la sociedad sacerdotal y la rama
masculina se encuentran en el número 73 de Viale Bruno Buozzi, y la sección femenina en
el 36 Via di villa Sachetti.
Estos estados mayores tienen al frente a un mismo superior: el Presidente general, hoy
nombrado con carácter vitalicio.9 Se trata, por supuesto, de José María Escrivá de Balaguer,
al que asisten un secretario general y un consejo general integrado en la actualidad por
personas de catorce nacionalidades distintas. Existe pluralidad de cargos directivos:
administrador general, procurador general, prefecto de estudios, consultor.
La discreción de que hace gala el Opus Dei dificulta la obtención de datos en esta
materia. En cualquier caso, existen unos consejos regionales a la cabeza de los cuales figura
un consejero general (también llamado “consiliario”). Se conocen los nombres de estos
últimos; pero resulta mucho más difícil determinar la composición exacta de los consejos.
Por otra parte, interesa saber que, con frecuencia, la actividad de ciertos grupos opusdeístas
se ejerce bajo el caparazón de asociaciones legales ordinarias. Así, en Francia, la llamada
Asociación de Cultura Universitaria y Técnica (ACUT) es, como tendremos ocasión de ver,
uno de los principales medios de acción con que cuenta el Instituto.
Este esquema de la organización demuestra con claridad que, lejos de ser una
“organización desorganizada” o una “empresa descentralizada”, el Opus obedece a una
concepción muy rígida que, contrariamente a los asertos de sus dirigentes, deja escaso
margen a la iniciativa de los miembros o grupos. Por otra parte, las Constituciones de la
Obra insisten demasiado en el principio de obediencia para que pueda ser de otro modo;
obediencia que ha de ser “general, pronta y jubilosa”. Por otra parte, los poderes del
presidente general, del “Padre”, son prácticamente absolutos y se extienden a todas las
regiones, centros y bienes de la Obra. El artículo 329 de las Constituciones precisa que la
potestad del Padre es ordinaria, social, gubernativa y prescriptiva sobre sus subordinados,
de tal suerte que tiene poder para dictar disposiciones para imponer penitencias por las
transgresiones de las normas y para “ordenar todo aquello que estimare necesario u
oportuno para la recta dirección del Instituto”. Vemos, pues, que el Padre es sin duda el jefe
supremo de una organización poderosa, estructurada y concebida como una milicia y que,
en efecto, ha llegado a serlo. Veamos ahora qué representa dicha milicia a los ojos de la
Iglesia.
Ya dijimos con anterioridad que monseñor Escrivá anduvo en permanente intriga con
las autoridades eclesiásticas para el reconocimiento oficial de su asociación.
En 1941, el arzobispo de Madrid-Alcalá concedió a la misma el título de Pía Unión
Diocesana. Más tarde, en 1943, la Santa Sede autorizó la transformación de esta Pía Unión
en “Instituto comunitario sin votos públicos Pero eso no bastaba al padre Escrivá para
llevar adelante sus ambiciosos proyectos. La Obra tuvo la fortuna de que, al término de la
Segunda Guerra Mundial, el Vaticano se preocupara de precisar los criterios en torno a una
nueva fórmula de santificación a la que se dio el nombre de Instituto Secular, entendido
como una “sociedad de clérigos o laicos cuyos miembros formulan el voto de practicar en
el mundo los preceptos evangélicos con vistas a lograr la perfección cristiana y a entregarse
por entero al apostolado”,
Se ha dicho que por esas fechas los socios del Opus Dei desempeñaron un papel
importante en la redacción de los referidos textos, sobre todo Álvaro del Portillo, actual
secretario general, cuyo influjo en el Concilio Vaticano II ya mencionamos con
anterioridad. Igual acontece con Salvador Canals, eminente prelado y opusdeísta, quien por
espacio de muchos años fue miembro de la Sagrada Congregación de Religiosos. En
cualquier caso, sabemos con seguridad que apenas publicada la constitución apostólica del
2 de febrero de 1947, la rama sacerdotal del Opus recibió una aprobación provisional y que
al cabo de veintidós días obtuvo la sanción oficial, como si todo obedeciera a un plan
previamente concertado. Dicha aprobación lleva el nombre de “Decreto de Alabanza”
(Primus Institutum), y adquirió carácter definitivo el 16 de julio de 1950.
Por consiguiente, en teoría, el Opus Dei es sin duda un instituto secular, y según
palabras de Pío XII, el “modelo” por excelencia entre los de su clase.
Sin embargo, con el paso del tiempo las concepciones de los dirigentes del Opus han
experimentado una clara transformación. Las dificultades con la jerarquía episcopal, la
hostilidad de algunos medios religiosos como la Compañía de Jesús, el afán de sacudirse la
tutela de algunas congregaciones romanas, son factores que sin duda han desempeñado un
papel no despreciable en la serie de cambios que se han operado. No es misión nuestra
analizar aquí las sutiles distinciones canónicas esgrimidas como argumento, que en
ocasiones han motivado polémicas de un bizantinismo exacerbado. No obstante, es preciso
ofrecer algunas precisiones en esta materia sobre la base de los estudios llevados a cabo por
algunos teólogos de la Obra.
Estos últimos, sobre todo Vicente M. Encinas y Julián Herranz, hacen notar que la
mayor parte de los restantes institutos seculares tienden cada vez más a identificarse con las
órdenes religiosas. Algunos imponen a sus miembros la formulación pública de sus votos;
otros visten un hábito distintivo o prescriben la vida comunitaria, e incluso los hay que
exigen a sus miembros guardar el secreto. De una manera general, cabe decir que en estos
institutos se observa la tendencia a prescindir de la “secularidad”, que es, sin embargo, su
auténtica razón de ser. En cambio, el Opus Dei quiere permanecer fiel a la línea teológica y
jurídica que se trazó desde un principio. Y si a la vista de esta situación se insiste en llamar
“institutos seculares” a unas organizaciones que son en realidad congregaciones religiosas,
la Obra prefiere renunciar a esta denominación para adoptar el título de “Asociación de
fieles”.
Por otra parte, conviene no confundir al Opus Dei con una asociación de fieles
ordinaria o con un simple “movimiento de apostolado” de los ya existentes. A este respecto,
Julián Herranz escribe que “el Opus Dei constituye una asociación de fieles, de régimen y
extensión universal’.10
En realidad, el Opus Dei no puede ni quiere otra cosa que parecerse a sí mismo.
Organización de una especie original (dentro de la Iglesia), dirigida con nuevos métodos y
provista de objetivos ambiciosos, sigue siendo una organización sui generis, como lo era la
Compañía del Santo Sacramento.
Extraña, sin embargo, que después de jactarse tan reiteradamente de haber creado la
noción de instituto secular, los dirigentes del Opus Dei hayan puesto tanto empeño, a partir
de 1960, en mostrar que su organización no es un instituto de este género.
EFECTIVOS Y RECLUTAMIENTO
Sabemos que, en 1941, el Opus Dei agrupaba a sólo unos centenares de miembros.
Apenas transcurridos treinta años, sus asociados y simpatizantes de todo el mundo suman
decenas de millares.
Ante todo hay que decir que se han barajado cifras muy dispares, lo cual no tiene nada
de extraño. El número de socios es uno de los secretos mejor guardados. En la oficina de
información de la Obra en la calle Vitruvio de Madrid, se nos dice con evidente hipocresía
que de este modo se evita cualquier brote de “triunfalismo” u “orgullo de cuerpo”. Con
todo, lo que ya se ha expuesto acerca de los distintos grados y dignidades existentes en el
seno de la Obra explica la dificultad de contar con cifras fidedignas, sobre todo a causa de
los miembros “cooperadores”, es decir, de los amigos y simpatizantes del Instituto, cuyo
número no resulta fácil contabilizar. La Asociación de Amigos de la Universidad de
Navarra, 11 por ejemplo, supera los 10,000 miembros, todos los cuales han de considerarse,
en principio, como simpatizantes del Opus Dei. ¿Hay motivos para pensar que se hallen
encuadrados como socios del Instituto?
En relación con este asunto de los efectivos, la revista americana Life indicaba, en
marzo de 1957, que ascendían a 72,000 miembros, distribuidos como sigue: 7,000
numerarios, 12,000 oblatos (o adherentes), 2,500 supernumerarios y 50,000 cooperadores.
En 1964, el New York Times mencionaba la cifra oficial de 50,000 miembros, menos de la
mitad de los cuales eran españoles.
En 1970, la agencia Fiel hablaba de una cifra de 37,000 socios sólo en la Península
Ibérica, de los que 12,000 eran mujeres. Por esas mismas fechas, parece que en México
había 8,000 socios, 1,000 en Francia, 500 en Chile (no se incluyen en estas cifras los socios
cooperadores). A la vista de estos guarismos podemos admitir que, hoy, el Opus debe de
contar con unos 60,000 afiliados “plenos” en todo el mundo, más un número indefinido,
pero sin duda importante, de simpatizantes. Lo único seguro es que no hay que confiar en
los datos facilitados por los opusdeístas, puesto que no son comprobables, detalle que no
constituye por supuesto ninguna novedad.
Ya se ha dicho que los criterios seguidos por el Opus para clasificar a sus miembros y,
sobre todo, la importancia que se concede a la posesión de estudios superiores en el caso de
los numerarios y de los adherentes (oblatos), tienen por efecto inmediato situar en el
pináculo de la jerarquía y en los puestos directivos a individuos pertenecientes a los estratos
sociales más elevados.
“La mayor parte de los miembros del Opus Dei son gente de modesta condición:
obreros, campesinos [...].” O bien este lastimero comentario aparecido en El Alcázar,14
periódico vinculado a la Obra: “Se insiste en la brillante posición de algunos de sus
miembros y se olvida a la inmensa mayoría restante: campesinos, madres de familia,
empleadas domésticas, maestros y taxistas.” Pero en este terreno la palma tal vez
corresponda al diario Madrid por una serie de entrevistas publicadas en marzo de 1970, por
las que vemos desfilar a un taxista, un banderillero, un oficinista, un guardia municipal, un
telefonista, un peluquero, un camarero, la dueña de una churrería… gente a cual más
humilde y que, desde luego, no estaban en condiciones de intentar siquiera la conquista de
ningún Estado.
No puede negarse que el Opus Dei cuenta en su seno con un determinado número de
personas de origen modesto cuyas funciones equivalen a las de los hermanos legos en otras
instituciones religiosas; pero no es menos cierto que estos ejemplos, aireados con tanta
insistencia, no bastan para disimular la verdadera naturaleza del Opus Dei, que recluta el
grueso de sus efectivos en los ambientes de la aristocracia y de la alta y media burguesía.
El obrero, pues, debe vivir como tal, y el burgués como lo que es. Esta concepción de
la ascesis tiene la ventaja de que no traumatiza a nadie, y, en el plano colectivo, de que
contribuye de modo eficaz al mantenimiento de las estructuras sociales existentes.
Sería difícil describir al socio tipo del Opus Dei mejor de lo que lo hace la duquesa de
Medina-Sidonia en su célebre novela La Huelga, al presentarnos el personaje de don
Alberto, el juez, que “gusta de buscar en la obra del padre Escrivá una máxima que pueda
aplicar en cada trance difícil de su vida”.
Tal vez sea la suya una visión literaria, como lo fueron las de Maliére, Stendhal o
Balzac, y también es posible que su ironía resulte un tanto forzada; pero, de todas formas,
ofrece una idea cabal del hombre que goza de un status social y que pertenece a la Obra en
España.
“Don Alberto era un hombre recto. Toda su persona, desde la corbata a los zapatos,
denotaba rectitud ante la opinión de las gentes [...].
“Casó joven con una mujer poco agraciada, enferma, de la que cuidaba
personalmente. Tuvo una hija para demostrar que podía ser padre, tras lo cual se dedicó a
convencer a su infortunada compañera de los beneficios eternos que podía reportarles el
voto de castidad. Será un sacrificio común que nos acercará a Dios. El nos recompensará
mostrándose a nuestros ojos después de la muerte.
“Era miembro de las cofradías más importantes, y por el bolsillo de su saco asomaba
en todo momento un librito de los Evangelios, que jamás abandonaba. Su imagen era la de
un hombre gris, metódico y correcto, que soportaba con estoicismo el calor y que huía cada
año de la playa, al llegar el verano, porque en ella es más fácil ofender a Dios.
“Algunos lo tenían por un santo, y es que, a decir verdad, don Alberto tenía una
moral. Su moral, perfectamente encuadrada en el principio Dios. El Dios de Camino, por
supuesto, ya que Dios siempre está del lado de la razón. Aquel que puede tener a Dios
como sostén en la vida triunfa, porque Dios es todopoderoso y nadie puede luchar contra él.
Así, los que triunfan, es decir, los ricos, son los amigos de Dios. Habida cuenta de que Dios
es justo, no puede tener amigos injustos. Por lo tanto, los poderosos son justos.” 16
Como es lógico, este testimonio literario de indudable calidad no pone de relieve toda
la diversidad que forma la base de reclutamiento de la Obra, cuya organización se concibió
enteramente para permitir la penetración en los medios más diversos.
Con todo, el libro tiene interés, por cuanto muestra, sobre todo cuando se analiza el
comportamiento de don Alberto en el transcurso de la narración, la ambigüedad de la
institución. Entonces resulta que, con el pretexto de la santificación individual -sobre este
punto debe reconocerse la sinceridad de muchos opusdeístas-, la Obra se configura como
una empresa sociopolítica, de una índole peculiar si se quiere, pero perfectamente
identificable…
Por lo demás, sus actividades son consecuencia directa del afán inicial que impulsó a
su fundador; o sea, la recristianización de la enseñanza en general y de la enseñanza
superior en particular, y la reconquista de la élite intelectual.
Pero las iniciativas de algunos opusdeístas han ido mucho más lejos, puesto que han
incidido en el terreno económico, financiero y político.
De esos tres aspectos vamos a ocuparnos acto seguido.
——
1
Le Figaro, 15 de julio de 1966.
2
J. J. Thierry, ob. cit., pág. 49.
3
En la versión original española se utiliza el término “publicadas”, término totalmente inadecuado en
el caso de que se trata. Hemos de entenderlo como “difundidas” en el seno de la Obra.
4
Jesús Ynfante, ob. cit., pág. 397-452.
5
La noción de “organización capilar” que leemos en algunas máximas de monseñor Escrivá,
pertenecen en realidad al vocabulario de “La Cité catholique”.
6
Louis-Marie Ferrier e Yves le Penquer, La Technocratie et les libertés, pág. 44, CLC, París, 1968.
7
S. S. Pablo VI, alocución del 7-2-1966. 140
8
Se aplican los mismos criterios que en el sacerdocio: no se admiten defectos como la tartamudez ni
taras como la cojera, gibosos, etcétera.
9
En la actualidad, el privilegio de nominación vitalicia sólo lo detenta el General de los jesuitas.
10
“El Opus Dei,” en Nuestro Tiempo, julio-agosto 1962. Se trata de una revista muy ligada al Opus
Dei.
11
Sobre la Universidad, véase el capítulo siguiente.
12
Le Monde, 12-13 de octubre de 1969.
13
Hoja del Lunes, 11 de junio de 1962, Madrid. 14 El Alcázar, 6 de febrero de 1964.
15
Se alude, naturalmente, a la guerra civil española.
18
Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina-Sidonia, La Grave, Grasset, París, 1970.
—oOo—
El franquismo no constituye ninguna excepción a esta norma, e incluso cabe decir que
ha desarrollado todas sus posibilidades, desde la destrucción sistemática de todas las
fórmulas docentes anteriores al régimen, hasta la reconstrucción metódica de otra
Universidad, adaptada a sus necesidades.
Una de las primeras medidas que adoptaría fue la creación del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, verdadero “caballo de Troya” utilizado por el Opus Dei para el
asalto a la Universidad.
Es obvio que el control por el Opus Dei de una institución oficial de esta índole
suponía un medio de acción de vital importancia. Daniel Artigues analiza con profundidad
y acierto esta primera conquista, cuando escribe que el Consejo “permitió al Opus Dei
pasar de la conquista individual de las minorías al control de un organismo oficial que
gozaba de una posición privilegiada para ejercer un influjo decisivo en la orientación de la
intelectualidad española. El C.S.I.C. presentaba la ventaja de ser una creación ex nihilo, en
donde el Opus Dei podía desenvolverse con relativa libertad de movimientos sin topar con
la influencia ya consolidada de los jesuitas, la Acción católica, los “propagandistas” o
cualquier otra asociación análoga. El C.S.I.C. abría toda clase de posibilidades de actuación
en el ámbito universitario. Por último -last but no the least-, el C.I.S.C. contó desde el
principio con un presupuesto autónomo, lo que ofreció por vez primera al Opus la
oportunidad de encauzar los fondos del Estado en una dirección ajustada al ideal de la
Obra.”
Sabemos, por ejemplo, que entre los años 1945 y 1950 el Consejo recibió más de 480
millones de pesetas. Durante este mismo periodo, las escuelas primarias recibieron 84
millones.
Estos datos resultan muy significativos si se tiene en cuenta que España todavía no se
había repuesto de los estragos de la guerra civil. El Consejo distribuye becas de estudios
para España y el extranjero, subvenciona los trabajos de catedráticos e investigadores y
contrata a eminentes profesores del extranjero. Por otra parte, coordina y financia la
actividad de los institutos científicos de todo tipo y, en fin, publica una revista, Arbor, que
ocupa un puesto de primer orden entre la clase Intelectual.
Con todo, uno se pregunta cómo fue posible que las otras tendencias dentro del
franquismo, sobre todo la Falange, permitieran el auge de una organización semejante sin
ponerle obstáculos.
Ante todo hemos de precisar que, en la fase inicial, el Opus Dei no aparece de forma
clara como impulsor del proyecto; intervención real no se haría patente hasta mucho
después.
En segundo lugar, la existencia del Consejo era demasiado útil al régimen para
prescindir del mismo. El franquismo, acusado de fascista, repudiado durante años por la
UNESCO, tenía necesidad de un movimiento intelectual que, en cierto modo, le servía de
coartada.
Con todo, por muy eficaz que fuera dicho instrumento, resultaba a todas luces
insuficiente. Subordinado al ministerio de Educación, el Consejo Superior de In-
vestigaciones Científicas seguía siendo un organismo con limitado campo de acción. Hoy
agrupa a más de tres mil personas, de las cuales mil se dedican a la investigación en los más
variados campos del saber. Representa, por consiguiente, una formidable fuerza intelectual,
aunque insuficiente para asegurarse un verdadero control sobre el conjunto del mundo
universitario.
Así pues, la Universidad fue objeto de una doble y metódica penetración: una que
afectaba al reclutamiento del profesorado universitario, y otra relativa a la propaganda en el
medio estudiantil.
. En cuanto al reclutamiento de catedráticos, los nuevos prohombres intelectuales de
España supieron sacarle provecho al antiguo sistema selectivo conocido por el nombre de
“oposiciones”.
Como se observa, Ibáñez Martín, aun sin ser personalmente socio del Opus Dei,
favoreció en todo momento, influido por Albareda, el desarrollo del Instituto.
Lo cierto es que todos los intelectuales del Opus Dei que gozan de un cierto prestigio
se beneficiaron del sistema instaurado por Ibáñez Martín. No quisiéramos dar aquí una lista
demasiado larga de nombres poco conocidos en Francia, excepto en los medios especiali-
zados; pero debemos precisar que entre los personajes que ocuparon puestos importantes en
el medio universitario figuran: Calvo Serer, Jesús Arellano, Pérez-Embid, Suárez
Verdeguer, Ponz Piedrafita, Palacio Atard, Alvaro D’Ors, José Orlandís, González Álvarez,
Millán Puelles, Alberto Ullastres,3 todos ellos filósofos, historiadores, juristas y biólogos
que se contaban entre los más eminentes de la España contemporánea. Nadie discute la
competencia profesional de estos hombres, pero debemos subrayar el hecho de que todos
ellos están dentro del sistema y que todos se beneficiaron -pues ni tan sólo puede hablarse
de confrontación- del silencio, la clandestinidad o el exilio a que se vieron relegados los
demás intelectuales. ¡Y Dios sabe lo que significa en España la palabra silencio desde
1939!
Resulta muy difícil saber cuántos opusdeístas lograron por esta vía infiltrarse en el
campo de la enseñanza media y superior española. El porcentaje varía según las épocas. Al
parecer, hubo momentos en que alcanzó el 40 por ciento de los efectivos; hoy, en cambio,
se asegura que no pasa del 20 por ciento, lo que sigue siendo un número muy crecido.
Sea lo que fuere, el caso es que esta “infiltración” en el cuerpo profesoral no hubiera
bastado por sí sola para atraerse a la élite intelectual de no haber ido acompañada de una
acción metódica sobre el medio estudiantil.
La naturaleza misma de este medio exige una acción multiforme. En el transcurso de
su experiencia personal, el propio Escrivá de Balaguer se percató de los diversos aspectos,
aunque sin dejar de manifestar una cierta predilección por la residencia en común. Ya
tuvimos ocasión de ver que, mucho antes de la apertura de la residencia de la calle Ferraz
en Madrid, Escrivá tenía la costumbre de recibir a numerosos jóvenes en su propia casa.
Este afán por enmascarar las cosas no es producto de una simple afición a la
clandestinidad, innecesaria por demás en un régimen como el franquista, sino un auténtico
método, debidamente experimentado y puesto al servicio de los objetivos particulares de la
Obra.
Este empeño explica la afición inmoderada a las tertulias, los retiros y las salidas
colectivas, que permiten calibrar a los jóvenes y atraerlos a su órbita. De aquí, también, los
notables esfuerzos imaginativos que despliega para animar grupos de estudiantes. El arte
supremo es, en todo momento, el de saber convencer lentá, cautelosa, pero eficazmente, al
joven codiciado como presa de que Camino es la única garantía de triunfo en este mundo y
de salvación en el otro, y de que debe a la Obra el ser lo que es.
Lo más curioso es observar que tanto los miembros que se han desligado del Instituto
tras una estancia en alguna de sus residencias, como los que le permanecen fieles, se
muestran acordes en la valoración de estas métodos.
Por otro lado, interesa señalar que algunas de las endencias que se observan en esta
acción resultan un tanto inquietantes: la residencia de La Moncloa, en Madrid, fue por
espacio de mucho tiempo uno de los baluartes más notorios y firmes del movimiento
fascista “Joven Europa”, que entroncó en Francia con los de “Jeune Nation” y la O.A.S., y
más tarde con el movimiento “Occident”. Su último avatar fue el de “Ordre Nouveau”,
disuelto en junio de 1973.4 Los mismos lazos le unían, como es de suponerse, con el
Movimiento Social Italiano, de corte neofascista.
De todos modos, estas actividades del Opus no son suficientes para dar una idea
completa de los esfuerzos realizados para la captación de la élite intelectual. Falta
mencionar la revista Arbor, la Universidad de Navarra y las equívocas realizaciones para
consumo del pueblo.
“
ARBOR“, LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA… Y EL PUEBLO
Tal como indica Daniel Artigues, la revista Arbor, cuyo primer número
(correspondiente a los meses de enero-febrero) apareció en marzo de 1944, nació como
órgano de oposición a la revista Escorial, fundada en 1940 por Dionisio Ridruejo y Pedro
Laín Entralgo, de inspiración católica a la vez que resueltamente falangista.
Entre los fundadores de Arbor (cuyo precedente fue la revista Síntesis) se encontraban
Raimundo Pániker, Ramón Roquer y Rafael Calvo Serer. Oficialmente la revista es el
órgano general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pero en realidad
constuye la vía de expresión de un grupo de intelectuales del Opus deseoso de crear una
“tercera fuerza” política.
Calvo Serer,5 que pese a ser un opusdeísta convencido milita en las filas de la
oposición al régimen, era por aquel entonces uno de los intelectuales más destacados de la
Obra.
Teórico de la misión de España, escribió dos obras importantes: España sin problema
y Teoría de la Restauración, en las que se declara católico convencido. “Sólo el catolicismo
-dice- es capaz de vertebrar a España”. Pero al mismo tiempo pretendía allanar el camino
para lograr la síntesis entre catolicismo y ciertas ideas modernas. Así, escribía: “La
experiencia nos demuestra que el hecho religioso es en España una realidad nacional. Por
ello no podemos desfallecer en la lucha contra los elementos que la tradición nacional
ortodoxa no puede asimilar” (España sin problema); pero añade de inmediato: “La única
síntesis posible debe hacerse sobre la base de la más rigurosa ortodoxia, asimilando todas
las aportaciones válidas del campo opuesto, cuidando al propio tiempo de distanciarse de lo
que pueda haber de perecedero en la tradición cristiana”. Junto a Calvo Serer, autores como
Florentino Pérez-Embid -presidente desde 1951 del Ateneo madrileño, el viejo cubículo
liberal-, erigido en paladín del régimen y director de una colección en Ediciones Rialp,6 y
también Ángel López Amo (autor de La monarquía de la reforma social) trataron de
inocular en la clase intelectual española una doctrina de inspiración opusdeísta.
Pero, en 1952, el Opus, tras un periodo muy fructífero por lo que a la captación de
miembros se refiere, se vio en la precisión de tener que variar su política universitaria.
El año 1952 fue, en efecto, el año de la fundación del Estudio General de Navarra, la
actual Universidad del mismo nombre. El colegio mayor Aralar de Pamplona, instalado al
principio en un viejo caserón, se convirtió en una gran Universidad integrada por veinte
facultades que imparten su enseñanza a más de 6,000 alumnos. Además, dependen de la
Universidad dos importantes institutos: el Instituto Superior de Secretariado y de
Administración de San Sebastián, y el Instituto de Estudios Superiores de la Empresa
(I.E.S.E.) en Barcelona. Según sus impulsores, la fundación de la Universidad respondía a
una necesidad de descentralización en provecho de la vieja Navarra. Su régimen no difiere
mucho del de otras universidades pontificias, como la célebre Universidad de Lovaina, en
Bélgica. Por lo demás, para lograr el reconocimiento oficial de los títulos otorgados por la
Universidad de Navarra (objetivo conseguido en 1962), el Opus tuvo que pugnar durante
diez años sosteniendo frecuentes polémicas en torno a la interpretación del Concordato de
1953 entre España y el Vaticano. Los dirigentes del Opus Dei, empezando por monseñor
Escrivá, siempre han afirmado con calor que la conversión del Estudio General en
Universidad de la Iglesia no va dirigida en modo alguno contra la Universidad oficial.
Parece que en este punto se muestran sinceros, ya que el Opus Dei no ha levantado su
propia Universidad para acabar con la Universidad oficial, sino porque esta última no
quería tratos con la Obra. Veamos lo que nos dice a este respecto José Luis Aranguren, 7
uno de los hombres que mejor conocen el tema de la Universidad española:
Esta afirmación es sólo una hipótesis; pero lo cierto es que al abandonar Ibáñez
Martín el ministerio de Educación, se amplificó la resistencia contra el Opus y sus
simpatizantes en todo el ámbito universitario, como anticipo de una oposición cada vez
mayor al régimen franquista que se afirmaría con nitidez en la década de los sesenta.
Se comprende, pues, que el Opus quisiera procurarse una especie de “base” adicta,
sobre la que pudiera ejercer absoluto control. Y para llevar a efecto la idea escogió Navarra,
viejo coto carlista y, por espacio de muchos años, una de las provincias más reacciona-,¡as
de España. Ello no impidió que la Universidad de Navarra, dirigida oficialmente por el
Opus Dei, continuara recibiendo importantes subvenciones, bien del Estado, bien de la
diputación de Navarra. La concesión de estos fondos originó en 1968 un tormentoso debate
en las Cortes, en cuyo transcurso se reveló que las subvenciones concedidas al Opus Dei
por el Estado español suponían más del 60 por ciento del total de créditos otorgados a la
enseñanza.
Así pues, el Opus dispone de medios influyentes para hacer sentir su acción en los
ambientes intelectuales. Completaremos el cuadro en un capítulo subsiguiente consagrado
al imperio financiero de la Obra, donde se pone de manifiesto su acción en el sector
editorial y de los medios informativos.
Con anterioridad dijimos que el Opus Dei aparentaba dirigirse a todas las clases
sociales. Por ello, sus dirigentes han hecho siempre gran ostentación de algunas obras
sociales que, en realidad, son simples pretextos para enmascarar las restantes actividades de
la Obra. Una de las más conocidas es el centro Tajamar, situado en los aledaños de la
capital, en el populoso barrio de Vallecas, camino de Valencia. Es éste un distrito de opo-
sición en el que menos de un 1 por ciento de la población se declara católica practicante. Es
fácil adivinar el valor simbólico que revestía para el Opus, que instaló en Vallecas un
centro de formación profesional para hijos de obreros con capacidad para 1,500 alumnos.
Por lo demás, el centro está dirigido por un antiguo “rojo”, Bernardo Perea Morales, hoy
militante en las filas del Opus Dei.
La Obra posee también algunos centros para jóvenes de uno y otro sexo,8 sobre todo
escuelas del hogar, donde puede desplegar a sus anchas una especie de paternalismo.
Veremos más adelante que este tipo de actividades está muy desarrollado en los países de
Iberoamérica.
Hacia 1962, la Obra intentó una acción dirigida no a los hijos de los obreros, sino a
los obreros mismos, por medio de los Ateneos populares o Ateneos obreros. Este
apostolado se saldó con un completo fracaso, lo cual no debería extrañarnos si se tiene en
cuenta que la captación de miembros por parte del Opus opera de forma principalísima en
los círculos de la alta y mediana burguesía, y está demostrado que los objetivos de la Obra
son los mismos en todo el mundo.
Por otro lado, los dirigentes del Instituto no pierden ocasión de afirmar que la Obra,
lejos de reducirse al ámbito nacional español, tiene, en realidad, vocación universal.
El propio Escrivá dijo en una ocasión, en respuesta a la pregunta que le fue formulada
sobre la situación actual del Opus Dei en el mundo:
“El Opus Dei se encuentra tan a sus anchas en Inglaterra como en Kenia, en Nigeria
como en el Japón, en los Estados Unidos como en Austria, Islandia, México o Argentina.
En cada lugar es el mismo fenómeno teológico y pastoral el que arraiga en el espíritu de las
gentes del país. No está anclado en una cultura específica ni en una determinada época de la
historia. En el mundo anglosajón, el Opus Dei, gracias a la ayuda de Dios y a la
colaboración de numerosas personas, mantiene obras apostólicas de diversas clases:
Netherhall House, en Londres, acoge sobre todo a los estudiantes afroasiáticos; Hudson
Center, en Montreal, cuida de la formación humana e intelectual de las muchachas; el
Nairana Cultural Center acoge a los estudiantes de Sydney… En los Estados Unidos, donde
el Opus inició sus actividades en 1949, podemos citar: Midtown, centro obrero en el mismo
corazón de Chicago; Stonecrest Community Center, en Washington, destinado a la
formación de mujeres sin una especialización profesional; Trimount House, residencia
universitaria en Boston, etc. Una última observación: la influencia de la Obra, según se dé
en cada caso, es siempre de orden espiritual y de carácter religioso, nunca temporal.”
En esta respuesta, monseñor Escrivá sólo alude de manera confusa a unas pocas
realizaciones notorias de la Obra. Y la verdad es que algunas han constituido auténticos
“logros”. Pero si examinamos la cuestión más de cerca, observaremos que por lo menos un
80 por ciento de las mismas se desarrollan en los medios universitarios; es decir, que
apuntan a los futuros ejecutivos de los países afectados.
No entra dentro de nuestros planes ofrecer aquí una relación general de las
realizaciones del Opus Dei. Sería una tarea tediosa e incompleta por definición, ya que nos
obligaría a dar la vuelta al mundo: Alemania, Gran Bretaña, Irlanda, Italia, Portugal y Suiza
en Europa; los Estados Unidos, Canadá y, sobre todo, Iberoamérica. En efecto, en Chile,
Perú, Colombia, Venezuela, México, etc., el Opus mantiene residencias de estudiantes, al
igual que en Kenia, Japón, Australia y Filipinas.
Por otra parte, ¿de qué serviría elaborar un catálogo de esta especie? El método es
siempre el mismo en todas partes: captación de la élite y, para que el empeño no resalte en
exceso, creación esporádica de alguna escuela del hogar o un centro de formación
profesional para consumo del pueblo.
Así pues, el Opus Dei afirma por todo el mundo una “vocación cultural” abierta a
todos, sin discriminación de clase, etnia o religión (al modo masónico a juzgar por las
apariencias) ; pero esta vocación envuelta en un espíritu apostólico apenas esconde un mal
disimulado afán de captación de unos hombres atraídos al seno de la Obra que, bien por su
origen, bien por su formación, están llamados a dirigir la vida intelectual, económica y
política de sus países respectivos.
Sin duda conviene hacer notar que el aparente desinterés con que la Obra efectúa su
labor, encaja mejor en los países en vías de desarrollo que en los países con una tecnología
avanzada. Así, la Escuela de Hogar y Cultura Palmares de Guadalajara (México), la
Escuela de Secretariado de Caracas, el Centro de Iniciación a la Informática “Orgarape”, en
Asunción (Paraguay) pueden ayudar de manera efectiva al desarrollo de los países
afectados, esto nadie lo niega.
Pero ¿cuál es la faz del Opus en Europa y, de una manera concreta, en Francia?
No cabe apenas duda de que el plan del Opus no presenta una fachada de actividades
benéficas y desinteresadas, sino que aparece como es en esencia, como una máquina de
guerra cultural. Y esta afirmación es particularmente cierta en el caso de Francia.
Apresurémonos a decir que si el mentado autor ofrece esta serie de precisiones, ello se
debe a que gracias a ciertas afortunadas filtraciones, el público tuvo conocimiento de
algunos nombres. Estamos ante el método habitual.
Pero si nos detenemos a reflexionar sobre estas frases, nos daremos cuenta de que no
hemos hablado en balde de “máquina de guerra cultural”.
O dicho sin tapujos: ¿espera el Opus Dei una especie de Ibáñez Martín francés? Es
decir, un ministro de Educación Nacional que le abra de par en par los portales de la
enseñanza superior, empezando por el Centre National de la Recherche Scientifique…
¿Debemos pensar, también, que el Opus trata de establecer núcleos de forma sistemática en
la Universidad y en la Administración como lo hizo en España, circunstancia que hoy nadie
pone en duda? Nosotros desearíamos que todas estas preguntas tuvieran respuesta negativa,
pero, en tal caso, ¿por qué el Opus viene a implantarse en Francia?
Según monseñor Escrivá, todo estaba dispuesto ya para esta implantación en 1935,
pero la guerra civil no permitió la culminación de este proyecto. Al parecer se efectuó otra
tentativa en 1938, sobre la cual no sabemos gran cosa. Por no saber, ni tan siquiera sabemos
con exactitud la fecha en que el Opus envió emisarios estables a nuestro país. Se ha dicho,
en orden de sucesión, que fue en 1952, 1954 o 1955.10
En todo caso, el primer grupo de opusdeístas enviado a Francia desde España estuvo
integrado por un sacerdote -Fernando Maicas- y tres estudiantes: un licenciado en letras, un
biólogo y un jurista, a los que se sumaron más tarde unos cuantos estudiantes de Medicina.
En 1955 este grupito fundó una asociación que ostentaba un nombre en apariencia
anodino pero que, según dijimos con anterioridad, era una trasposición al francés del
nombre de una de las sociedades españolas que regía diversas residencias universitarias: la
Asociación de Cultura Universitaria y Técnica (A.C.U.T.), cuya sede se halla desde
entonces en el 199 bis del bulevar Saint-Germain. Los estatutos del A.C.U.T. reflejan la
más cándida inocencia: “Favorecer la estancia y estudios en Francia de los estudiantes
oriundos de los países de lengua francesa y de los países latinos, ayudar a su formación
cultural, organizar todas las actividades culturales, científicas, deportivas o de otro género,
destinadas a los jóvenes de todas las edades y condiciones sociales [.. .], ejercer aquellas
actividades relacionadas con este fin o que permitan su realización, tales como la creación
de residencias o casas de estudiantes, clubes, organización de cursos y conferencias,
establecimiento de centros de documentación, etcétera.”
Esta lista dista mucho, por lo demás, de ser exhaustiva, ya que existen otras
residencias impulsadas por el Opus Dei, pero que están disimuladas tras “fachadas” de la
más completa trivialidad.
Las personas que regentan el consejo del A.C.U.T. (asociación legalmente registrada
desde el 28 de febrero de 1956) no tienen ningún prestigio especial. Por contra, se ha tenido
el cuidado de dotar a esta sociedad de un “comité de patrocinio” compuesto por
personalidades entre las que destacan: M. Jean Fourastié; el antiguo ministro Maurice
Schumann; el barón Guy de La Tournelle, embajador de Francia; René David y André
Magdelaine, profesores de las facultades de Derecho y de Ciencias, y según el testimonio
de Yvon Le Vaillant, entre las personalidades que animan las reuniones que organiza
A.C.U.T. están Jacques de Bourbon-Busset, Paul Chauchard, Georges Vedel, Georges
Hourdin, Hubert Deschamps, etcétera.
A este respecto, un trabajo muy documentado que apareció en 1962 en la revista del
Gran Oriente de Francia, ponía ya de relieve ciertos vínculos entre el Opus Dei y algunos
medios políticos franceses. Su autor, muy enterado de algunas interioridades, escribía
entonces que la influencia indirecta del Opus Dei “se halla muy extendida tanto en el
mundo político como en el de los negocios, y podemos mencionar sin comprometernos
demasiado los nombres de Robert Schumann, Triboulet, así como Duchet y Antoine Pinay,
supernumerarios, al igual que el reaparecido Paul Baudoin, ex ministro de Pétain
(Ministerio de Asuntos Exteriores) en 1940 y en fecha todavía reciente consejero personal
del protestante Baumgartner, ex ministro de Finanzas.11
La admiración que muchos partidarios de Vichy sentían por el franquismo viene con
toda seguridad a completar el cuadro.
Pero, en conjunto, la influencia del Opus Dei no sólo se ha manifestado en los medios
políticos aludidos. Al parecer este influjo fue bastante notable en determinados círculos
tradicionalistas o integristas, en especial en aquellos que constituyeron la “Ciudad católica”
de la década de los sesenta, bajo la dirección de Jean Ousset.
Y, sobre todo, este mismo influjo se dejó sentir en gran número de otras capillas
integristas, constituidas aquí y allá en torno a alguna personalidad eclesiástica o laica con
ansias de recristianización.
Cierto, esto no quiere decir que todos estos grupos estén más o menos manipulados
por el Opus Dei. Por contra, el espíritu de camarilla se ha exacerbado en ellos hasta tal
punto que con frecuencia la Obra aparece como un competidor, pero como un competidor
rodeado con el halo de su triunfo.
Tan consciente era el. Opus Dei de sus posibilidades en este terreno, que en 1958
quiso hacerse con un instrumento de acción suplementario adquiriendo La Table Ronde,
revista bien conocida de un amplio sector y que desapareció en 1969, y cuya redacción y
edición se confiaron a otra sociedad filial del Opus Dei, la S.E.P.A.L. (Sociedad de
ediciones y de publicaciones artísticas y literarias, Condrand, Tuzet y Cía., 23, rue du
Renard, París).15 El redactor en jefe, Henri Cavanna, era un miembro notorio del Opus, pero
fiel a sus métodos habituales, el Opus Dei se guardó mucho de aparecer como el impulsor
de la empresa. Muchos artículos llevaban la rúbrica de opusdeístas, pero no constituían la
mayoría, con lo que se salvaban las apariencias de “objetividad”, a la vez que se permitían
sutiles infiltraciones.
Y todavía hay que contar a todas las agrupaciones que el Opus impulsa bajo mano y
que los indagadores no han podido detectar.
Este breve esbozo de algunas de las actividades del Instituto en Francia muestran, en
efecto, lo más esencial de los métodos de penetración que utiliza, y cuyo carácter principal
es con seguridad la “santa inocencia”, al menos en apariencia, pues nadie puede afirmar que
mañana alguien acuda a la prefectura de policía para declarar la constitución de otra
asociación, o que se dé de alta en el registro mercantil otra sociedad comercial, con
distintos accionistas y administradores. En definitiva, serán propiedad del Opus Dei, el
cual, diga lo que se diga, será quien dé las directrices a seguir. Y esto en España, en Francia
y en cualquier parte del mundo.
Pero también se ha visto en el ejemplo que aporta Francia que el Opus actúa con
frecuencia por intermedio de firmas comerciales; de aquí que convenga plantear la cuestión
de sus relaciones con las altas finanzas y el mundillo económico en general.17
——
1
Ibáñez Martín era miembro del partido católico y fascistoide de Gil Robles, la CEDA (Confederación
Española de Derechas Autónomas).
2
Sólo hasta 1953, a instancias de Ruiz-Jiménez, se volvió a un sistema bastante parecido al de la época
republicana.
3
A la sazón, Ullastres es embajador de España ante la CEE.
4
“Jeune Nation”, “Occident”, “Ordre Nouveau” eran organizaciones abiertamente fascistas y racistas.
L’Organisation Armée Secrete (O.A.S.) era una organización terrorista constituida para mantener la presencia
francesa en Argelia.
5
Calvo Serer fue partidario de la restauración monárquica, y por lo tanto partidario del conde de
Barcelona en contra de su hijo Juan Carlos.
6
Ediciones Rialp está estrechamente vinculada a la Obra.
7
José Luis Aranguren, “El futuro de la universidad española”, en Cuadernos, julio de 1962, pág. 4.
8
Por ejemplo, “Los Tilos”, centro de formación de empleadas del hogar.
9
J. J. Thierry, ob. cit., pág. 79. 168
10
Cf. Yvon Le Vaillant, Sainte Maffia, pág. 142.
11
Bulletin du Centre de documentation du Grand Orient de France, No. 34-35, julio-octubre de 1962.
12
Cf. Jean Saunier, La Synarchie, CAL, París, 1971.
13
“Pertinax”, en Les Fossoyeurs, traza un bosquejo bastante singular de Paul Baudouin (Ed. du
Sagittaire, París, 1946). 172
14
En Francia está, por ejemplo, la revista Permanences y el “Club du Livre Civique”, en el número 49
de la calle Renaudes, París.
15
En el Consejo de administración figuraban: Jacques de Bourbon-Busset, Henri Cavanna, Yvan
Christ, Jean Fourastié,
16
Estos nombres aparecen citados en el libro de Yvon Le Vaillant, pág. 158, y confirmados por J. J.
Thierry, ob. cit., pág. 99.
17
Ver la obra de Yvon Le Vaillant para información sobre todas las ramificaciones financieras de estos
grupos.
—oOo—
Este método, por lo demás, está previsto de forma explícita en las Constituciones de
la misma, cuyo artículo 9 prevé que “los socios del Opus Dei actúan, bien de forma
individual, bien al través de asociaciones que pueden ser de orden cultural, artístico,
financiero, etc., y que se denominan sociedades auxiliares. Por lo que atañe a su actuación,
estas sociedades también deben prestar obediencia a la autoridad jerárquica del Instituto”.
Nada nos cuesta imaginar la acción individual de un miembro del Opus Dei; pero ¿qué
ocurre cuando la acción se ejerce por medio de las “sociedades auxiliares”?
Recordando que los miembros deben vincularse mediante los tres votos de pobreza,
castidad y obediencia, es preciso hacer notar que si nadie acusa a los opusdeístas de faltar a
los dos últimos, no ocurre lo mismo con el primero.
“631- Sepárate de los bienes de este mundo. Ama y practica la pobreza de espíritu;
conténtate con lo suficiente para una vida sobria y modesta. De lo contrario, nunca serás un
apóstol.”
Pero de inmediato aclara que esta pobreza de espíritu no implica una renuncia escueta
a la posesión de los bienes de este mundo:
Y, sin embargo, aquí radica el meollo de la cuestión, y es lo que explica buena parte
del éxito obtenido por el Opus Dei con la burguesía española. Daniel Artigues ha puesto de
relieve con mucho acierto las consecuencias prácticas de esta concepción de la “santa po-
breza” cuando escribe que “el comportamiento práctico del Opus Dei en cuanto al
problema de los bienes de este mundo podría definirse, en el cuadro español, del siguiente
modo: el dinero es bueno con tal de que se ponga al servicio de una obra buena. La riqueza
es un instrumento que hay que buscar y utilizar. Actuar de otro modo equivaldría a negar
adaptarse a las condiciones del mundo de hoy: es preciso que el apostolado moderno pueda
disponer de un arma esencial, pues sería absurdo dejarla utilizar sólo a los adversarios de la
Iglesia”.1
Daniel Artigues, el cual también cita este ejemplo bastante sorprendente de la moral
opusdeísta, añade: “Los miembros del Opus Dei no han caído desde luego en este defecto,
especialmente en España. Preocupados, ante todo de no distinguirse de las gentes de su me-
dio, muchos de los socios numerarios de la Obra viven con toda clase de comodidades. Así
se llega a la situación paradójica de hombres que en teoría no puedan hacer uso de su
fortuna pero que, sin embargo, frecuentan los mejores hoteles y restaurantes [...]. En cuanto
a los locales que pertenecen a la Obra, son por lo general confortables cuando no lujosos”.
De lo que se trata es de que un miembro del Opus, 3 sea cual fuere su origen o el rango
social alcanzado, no sorprenda con hábitos inadecuados a las gentes del medio que le es
propio, dando muestras de lo que vendría a ser considerado como una “pobreza ostentosa”
que le privaría de las posibilidades de apostolado.
Así, cualquier gran burgués miembro del Opus Dei tiene el deber de llevar el mismo
tren de vida que las personas de su círculo, y su mortificación consistirá precisamente en no
renunciar al lujo, aun cuando pudiera ser escandaloso, propio de las gentes de su posición
social.
Dicho esto cabe preguntarse de dónde proceden los recursos del Opus. Para sustentar
esta ética -sería difícil encontrar un medio más adaptable-, al mismo tiempo que las
residencias de lujo (que son en cierto modo propiedad colectiva de la Obra, los miembros
del Instituto se comprometen a entregar una parte de sus ingresos profesionales -según
parece, el mínimo es la centésima parte de dichos ingresos-. Según monseñor Escrivá, ésta
sería la fuente principal de financiación de las obras sociales en el mundo.
“Cada centro se financia de la misma manera que cualquier otro de su tipo. Las
residencias de estudiantes, por ejemplo, cuentan con las pensiones que pagan los residentes;
los colegios, con las cuotas que satisfacen los alumnos; las escuelas agrícolas, con la venta
de sus productos, etc. Está claro, sin embargo, que estos ingresos nunca son suficientes para
cubrir todos los gastos de un centro, y menos cuando se considera que todas las labores del
Opus Dei están concebidas con un criterio apostólico y la mayoría se dirigen a personas de
escasos recursos económicos, que -en muchas ocasiones- pagan por la formación que se les
ofrece cantidades simbólicas.”
“La financiación de cada centro es autónoma. Cada uno funciona con independencia y
procura buscar los fondos necesarios entre personas interesadas en aquella labor concreta.5
En consecuencia, a juzgar por las palabras de monseñor Escrivá, el Opus Dei sólo
cuenta con los recursos de las aportaciones de sus miembros y “cooperadores” y amigos de
todo el mundo .6
Preciso es dejar constancia de que la Obra no ha dado más datos que los expuestos
acerca de sus necesidades y el presupuesto de sus centros y residencias; pero como sus
dirigentes insisten siempre sobre el origen modesto de gran número de sus componentes,
resulta obligado pensar que las cuotas de estos últimos no pueden ser muy considerables.
Habida cuenta del poder adquisitivo de los salarios en España – y en los países del Tercer
Mundo, “Manuel Salvador, el camarero”, “Asunción Rama, la telefonista”, o “Gala, la
peluquera por devotos y afectos que sean, seguramente no pueden procurar a la Obra los
miles y miles de pesetas que necesita. Si, por otra parte, es cierto que los centros,
residencias, colegios y clubes del Opus están abiertos a los más pobres, resulta imposible
esperar que ellos cubran la totalidad de su pensión.
En consecuencia parece que hay que contar, sobre todo, con los “cooperadores”.
¿Cuántos son en número? El Opus no da precisiones, del mismo modo que tampoco precisa
el número exacto de sus realizaciones. Pero si admitimos ‘ que estas últimas son por lo
menos trescientas en todo el ámbito mundial -lo que representa .unos gastos de instalación
y de gestión de varios centenares de millones de francos por “año- y si suponemos que los
cooperadores sean cerca de 100,000, sería preciso que cada uno de ellos aportara cada año
a la Obra mucho más de 10,000 francos.
Este razonamiento carece, claro está, de una base sólida. En cambio, lo que sí es
seguro es que los recursos del Opus provienen, con mucha mayor frecuencia de lo que
reconocen sus dirigentes, del erario público o de los organismos financieros con los cuales
y por razones políticas se encuentra en las mejores relaciones.
Cuando se trata de saber lo que son las “amistades cooperativas” de que se beneficia
el Opus en el mundo de la banca y de la industria, los dirigentes de la Obra responden con
indignación que todas las imputaciones que se les reprocha en público no son más que
“difamaciones organizadas”.
Difamación sería el “caso Matesa”, que ya esbozamos al inicio de este libro para
poner de manifiesto su papel en la vida política española en 1969…
Difamación el caso “Ortega Pardo”, que deriva su título del nombre de este
opusdeísta, fundador de numerosas sociedades (como Lusofina, que contaba con el apoyo
de los gobiernos español y portugués) que entonces acababa de fundar oficialmente una
nueva residencia del Opus Dei en Venezuela, y al que le fueron hallados 225,000 dólares en
metálico y 40,000 dólares en joyas, producto de una gigantesca estafa.
Louis Meleux, socio del Opus Dei, era el director de una empresa que trabajaba para
el Estado, y que por tal motivo contaba con el respaldo de la Caja Nacional de Mercados.
Meleux fue hallado muerto en el bosque de Fontainebleau en marzo de 1965. Al propio
tiempo, una comprobación de las cuentas de la empresa mostraba un “agujero” de mil
quinientos millones de francos antiguos. Pues bien, las sumas desaparecidas por medio de
artificios contables habían sido invertidas en España. Por otro lado, esta evasión de
capitales había beneficiado indirectamente a una banca, que percibió en concepto de gastos
de representación más de tres millones de nuevos francos. Este banco, que era también uno
de los accionistas de la empresa Meleux, era ni más ni menos que la Banque des Intéréts
Francais. Ahora bien, en 1962, el Banco Popular Español, entidad controlada por el Opus,
adquirió más de 34,000 acciones en aquélla, y tiene su interés saber que el capital restante
perten_cía a medios muy próximos a la familia Giscard d’Estaing…
Todos estos “casos”, vinculados muy de cerca y de forma incontestable al Opus Dei,
son considerados por el Instituto como meras “difamaciones orquestadas”.
Tal vez sea cierto que algunos adversarios que de forma inexplicable tratan de dañar a
una asociación pía hayan exagerado la importancia de los mismos. Paro cualquier
asociación religiosa tiene un medio muy sencillo para no verse afectada por escándalos de
este género, y es la de no meterse en el terreno financiero, tanto más cuanto que es bien
sabido que los “casos” que llegan al conocimiento de la opinión pública son en esta materia
una nimiedad comparados con los “casos” que agitan el mundo económico.
Así pues, si se llega a aceptar que en los casos antedichos el Opus Dei ha sido víctima
de la maledicencia y encono de sus adversarios, debe tenerse en cuenta que sólo ha podido
exponerse a tales inconvenientes en la medida en que numerosos opusdeístas desempeñan
un papel muy importante en las altas finanzas, públicas y privadas. Después de haberse
defendido durante mucho tiempo, hoy el Opus ya no está en condiciones de negar este
hecho.
Por supuesto, no es posible plasmar aquí en detalle todas las ramificaciones bancarias
del grupo Opus Dei, con mayor razón si se tiene en cuenta que la mayor parte se asientan
en relaciones personales en las que el Opus, según tiene por costumbre, jamás aparece de
manera oficial.
Jesús Ynfante,8 por su parte, consagra cerca de ochenta apretadas páginas de su obra a
un estudio minucioso de este auténtico “imperio económico” organizado en torno a la Obra
gracias a verdaderas “redes de amistades y connivencias”. Este imperio se ha ido
construyendo de forma metódica a partir de un banco, el Banco Popular Español, y se ha ido
ampliando mediante, la adquisición de participaciones financieras en seis o siete . sectores
clave de la economía. A buen seguro que resultaría aburrido relacionar aquí la larga. serie
de empresas una parte de cuyo capital pertenece a miembros del Opus o está administrado
por ellos.
En el caso que nos ocupa tiene menos importancia el resultado de esta penetración
que los métodos que la han, facilitado. De todos modos, conviene pasar revista rápidamente
a los sectores de la economía en los que el Opus está presente por intermedio de sus socios.
El más importante y del que dependen todos los demás es el de la banca, las sociedades
financieras, las sociedades de crédito y las de seguros. Tras la adquisición del Banco
Popular Español, los miembros del Opus han penetrado así en el Banco Europeo de
Negocios, la Unión Industrial Bancaria, el Banco Atlántico, Vasconia, Banco, de
Andalucía, Banco de Salamanca, etcétera.
Por lo demás, esto no significa que el Opus sea el único capitalista en estas
instituciones. En el caso del Banco Europeo de Negocios o Eurobanco, por ejemplo, los
capitales españoles proceden del Banco Popular Español, pero también de la Caja de
Ahorros Provincial de Guipúzcoa y del Banco Zaragozano, junto con otros grupos
europeos, como la Banca de Indochina, la Société Générale de Banque, el First National
City Bank of Boston, o el Bayerische Vereinsbank.
El dinamismo financiero de los miembros del Opus es a este respecto innegable, y por
tal motivo encontramos a sus socios en compañías de seguros tales como La Previsión
Española, sociedades de crédito como Fiventas, sociedades de inversiones como
Popularinsa o sociedades de estudios y de análisis financieros como Dofisa. Pero, una vez
más, esta penetración -nada .tiene que ver con los objetivos religiosos del Opus Dei, sino
con la circunstancia de que la Obra ha sabido compaginar a las mil maravillas los intereses-
financieros de un sector de la alta burguesía.
Jesús Ynfante nos proporciona un buen ejemplo cuando escribe: “El Opus Dei,
orquestador de los intereses financieros de la economía capitalista española a través de la.
Banca oficial, y con influencia preponderante en los medios de la Banca privada, ha sido la
vanguardia que necesitaba la clase dominante en el proceso de concentración monopolista
en España.
“Los miembros del Opus mantienen una tupida red de conexiones dentro de la
oligarquía española, estrechando los lazos entre los distintos grupos oligárquicos y las
instituciones financieras. El contacto que mantiene la Santa Mafia con el Banco Central se
realiza por medio, de Juan Antonio Bravo Díaz-Cañedo, socio del Opus y miembro
destacado del Consejo de administración, del Banco Central. A niveles menos evidentes,
una hija de Fausto Blasco Oller, también consejero del Banco Central, está casada con un
Villalonga, y otra hija con José Vicente Puente, miembro militante del Opus Dei. Pedro
Armero Manjón, conde de Bustillo, fue, hasta su muerte, consejero del Banco Central,
presidente del Banca de Andalucía y acérrimo devoto de la Obra de Dios [...].9
No cabe duda de que resulta un tanto arbitrario destinguir en este terreno la acción
económica de la acción política del Opus Dei. En efecto, el 26 de enero de 1962, una
decisión gubernamental creaba el comisariado del llamado “Plan de desarrollo”, y fue
también una decisión política la que confió la dirección de esta oficina a Laureano López
Rodó.
Todos los discursos que se pronunciaron en aquel entonces por boca de los dirigentes
económicos vinculados al .Opus Dei, como Ullastres o Navarro Rubio, insisten en la
necesidad de terminar con los viejos hábitos autárquicos que marcaron el reinado de la
Falange.
Aun cuando desde el año 1954 España obtuvo una ayuda considerable por parte de los
Estados Unidos (muy poco desinteresada por cierto, ya que tenía como contrapartida la
instalación de bases militares), la agricultura continuaba asentada sobre bases latifundistas,
11
y la industria en especial estaba anticuada en su equipamiento. Así, en 1958, las tres
cuartas partes de la maquinaria e instalaciones metalúrgicas eran anteriores a 1930 y. su
renovación habría requerido una inversión superior a los cinco mil millones de pesetas, e
igual ocurría en casi todos los restantes sectores.
Por esta razón los dirigentes económicos llevaron a cabo una política en dos fases: a
partir de 1959, el plan de estabilización tenía por objeto preparar la integración de España
en el mundo capitalista moderno, lo que acarreó una vasta especulación en la que tomaron
parte importantes masas de capital extranjero (se estima que en el término de un año, desde
julio de 1959 hasta julio de 1960, las inversiones del exterior alcanzaron los 160 millones
de dólares). Sin embargo, este plan acarreó de forma paradójica una disminución del ritmo
de crecimiento económico, el alza de los precios y el déficit de la balanza comercial. En
consecuencia, había que atenerse a una política más dinámica. Por ello se procedió.. en
1962, a la creación del Comisariado del Plan, que se confió a López Rodó. Asimismo se
llevó a cabo la reforma de la Banca (en provecho de los grupos simpatizantes con el Opus)
y se solicitó la admisión en el seno del Mercado Común. En efecto, en febrero de 1962 el
embajador Castiella presentó la solicitud oficial a Maurice Couve de Murville, presidente
en funciones del Consejo de ministros de la Comunidad. Aquel mismo año de 1962 se
constituyó, en el mes de julio, un nuevo gobierno en el que la influencia del Opus se
manifestó de manera más clara .12
Pero lo más importante es que se estructuró un primer plan de desarrollo que anunció
López Rodó en Bilbao, en 1963, y para pasar de la estabilización a la etapa desarrollista se
tomaron como base los modelos franceses (es interesante señalar que el 19 de abril de 1963
Valéry Giscard d’Estaing visitó por aquel entonces España invitado oficialmente).
“El Plan posee un carácter indicativo para el sector privado, lo que significa el respeto
a la libre iniciativa, y un carácter obligatorio para el sector público”. Esto significaba, como
en Francia, que el sector público asumiría la dirección de los sectores poco rentables de la
planificación, en tanto que el sector privado quedaría con las manos libres para las
actividades lucrativas y especulativas.
De una manera global, el objetivo del Plan establecido por los opusdeístas era el de
incrementar en un 6 por ciento la renta nacional por año. Entre 1964 y 1967, se previó un
incremento de la renta per capita de 360 a 460 dólares anuales. Pese al alza de los precios,
se alcanzó este objetivo y se rebasó el umbral de los 500 dólares, gracias al ritmo de
industrialización y a los beneficios derivados del turismo 13 y de los fondos remitidos por
los emigrantes (en 1967 todavía trabajaban en diversos países de Europa más de 700,000
españoles).
Por otra parte, es indudable que las empresas dirigidas o controladas por el Opus Dai
desempeñaron un papel nada despreciable en la realización de este plan de desarrollo, así
como en la consecución de los inmensos beneficios resultantes producto de la especulación.
¿Cabe entonces hablar de un boom o de un “milagro económico”? Y si es que puede
hablarse de éxito, ¿a qué debemos imputarlo?
Tales preguntas equivalen de hecho a averiguar si los opusdeístas han sabido -como
se ha dicho- aglutinar en torno a ellos una “nueva clase dirigente” formada por tecnócratas.
De 1959 a 1965, el alza del costo de la vida rebasó el 50 por ciento, y sólo en el año
1965, en cuyo transcurso empezaron a dejarse sentir los primeros síntomas de
estancamiento del desarrollo, el porcentaje fue del 18 por ciento.
Por otro lado y de conformidad con la política especulativa seguida por los grupos
privados, los equipamientos colectivos escasa o nulamente rentables, empezando por la
vivienda, no progresaron en modo alguno al mismo ritmo que las inversiones de gran
rentabilidad.
Todos estos fallos de la política económica opusdeísta son tan evidentes que los
propios sindicatos oficiales, que todavía hoy no son más que simples correas de transmisión
del poder, han solicitado un cambio de política. Así, un sindicalista, a principios de 1973,
dijo a López Rodó: “Señor ministro, queremos que se distribuya la riqueza porque ya
sabemos demasiado bien lo que es la distribución de la pobreza”.15
Para que el presidente del Consejo Nacional de Trabajadores, Santiago Álvarez
Abellán, que es uno de los hombres destacados del régimen, llegue a decir una cosa así
después de diez años de desarrollo, es preciso sin duda que el “milagro económico” esté
lejos de ser tan completo como parece a primera vista. Y es que, en realidad, este
“desarrollo” es el resultado enteramente lógico de una concepción tecnocrática de la vida
social: prioridad a la economía; o sea, en el caso concreto que nos ocupa, al desarrollo de
las empresas, evaluado en términos de provechos inmediatos y rentabilidad del capital
invertido; prioridad a la eficacia, favorecida por el mantenimiento de las estructuras
estatales constrictivas puestas al servicio de los que detentan el capital.
Es verdad que estas dos prioridades las hallamos en la evolución de todas las
sociedades económicas del mundo occidental con las que España admita comparación. Por
lo demás, se entremezclan con este otro carácter de la tecnocracia llamado por algunos
“analfabetismo superior”, y cuya versión española lleva el nombre de “crepúsculo de las
ideologías”; es decir, que todas las ideologías que asignan a la sociedad unos fines
“filosóficos”, tales como la liberación de los hombres, la democracia, la cultura, se
consideran arcaicas o peligrosas. Sólo cuenta el desarrollo económico dentro del orden.
Este carácter tecnocrático de la política seguida por los opusdeístas resulta bastante
sorprendente si recordamos que la ideología oficial del Instituto se proclama cristiana y que
a veces incluso tiene resonancias integristas.
Sin embargo, los hechos que mencionamos están aquí y todos los observadores de la
economía española están de acuerdo en este punto: en la gestión económica de un López
Rodó, por ejemplo, no hay nada que se amolde a la práctica cristiana. Por contra, todo está
en la línea más ostensible de la práctica capitalista más implacable y menos generosa. Es
verdad que no nos corresponde en este libro formular juicios sobre este tipo de capitalismo,
sino ver que la política opusdeísta en materia financiera y económica no difiere en modo
alguno de la que practica cualquier otro grupo capitalista con un poder y unos recursos
comparables.
Por otro lado, ésta es la causa que motivó el inicio de las grandes luchas sociales de la
España actual en el año 1962, al agruparse los obreros por primera vez en la historia del
régimen franquista en organizaciones clandestinas de lucha llamadas “Comisiones obreras”.
Por lo demás, esta prioridad concedida al desarrollo ha acarreado otras consecuencias
bastante paradójicas en la política exterior del régimen. Mientras que la economía es
ampliamente tributaria de los grandes intereses norteamericanos (por los que vela la CIA,
muy arraigada en España y además ampliamente representada en el gobierno), la
diplomacia opusdeísta se ha abierto al comercio con todos los países comunistas sin
excepción. En efecto, a los técnicos del Opus les importa poco que se considere al
comunismo -al igual que cualquier forma de progresismo- como una lacra social en lo que
atañe a la política interna, si por otro lado sus intereses comerciales hacen indispensable la
cooperación con los estados socialistas del Este. Por este motivo, los opusdeístas no
vacilaron en crear sociedades especializadas de importación-exportación, y en un plano
general, un ministro como López Bravo, que en fechas recientes ocupaba la cartera de
Asuntos Exteriores, se entregó a esta política de apertura a diestro y siniestro.17
Vemos, pues, cómo en el plano económico y financiero, el Opus Dei (o por lo menos
un número importante de sus miembros) ha sabido constituir a un tiempo un imperio
financiero de tipo monopolístico y, de otro lado, inspirar una política de conjunto
susceptible de liquidar la vieja doctrina corporativista asentada en los dogmas de la
Falange.
En consecuencia, corresponde examinar ahora cómo el Opus Dei se hizo con el poder
en España y de qué modo lo ha utilizado.
——
1
Como sabemos, salvar el mundo con los medios que el mundo ofrece es la preocupación dominante
del apostolado tal como lo concibe la Obra de Dios.
2
J.B. Torello, La Espiritualidad de los laicos, Rialp, Madrid, 1965.
3
Se trata, en esencia, de los numerarios agregados y supernumerarios. D. Artigues, El Opus Dei en
España, pág. 97:
4
Recordemos que los socios siguen desempeñando sus actividades profesionales.
5
Entrevista realizada por Tad Szulc para el . New York Times, 7 de octubre de 1966.
6
Cf. Conversaciones…, pág. 81.
7
Cf. Le Canard Enchainé de 13 de abril de 1966. Yvon Le Vaillant publicó en su libro (pág. 319) un
resumen del caso.
8
J. Ynfante, ob. cit., págs. 215: a .285
9
J. Ynfante, ob. cit., pág. 243.
10
Como es sabido, el diario Madrid fue suspendido posteriormente ante la actitud oposicionista al
régimen de su director y propietario, socio mayoritario de la empresa, Rafael Calvo Serer. (N. del E.)
11
En 1955, un número estimado en 51,283 personas poseían la mitad de las tierras; 823,955
propietarios compartían la otra mitad. Todo ello sobre una población agrícola de 4.780,000 personas.
12
Por aquellas fechas la atención del mundo se centraba en Madrid, donde el 20 de abril moría
asesinado, tras una parodia de proceso, el líder comunista Julián Grimau.
13
En 1966, 17 millones de turistas extranjeros aportaron a España 1,135 millones de dólares en divisas.
14
De todos modos, las estimaciones -oficiosas en el momento de escribir estas líneas- correspondientes
al año 1972 arrojan una cifra del 7.5 por ciento.
15
Cf. Sindicalismo en España, No. 5, marzo-abril de 1973.
16
De este modo se ha desfigurado de forma irremediable gran número de regiones litorales de la mitad
norte de España.
17
Por lo demás, López Bravo tuvo que sufrir los ataques de la extrema derecha en razón de su política
exterior.
—oOo—
Para el líder socialista, la principal responsabilidad ante esta situación incumbía por
entero al gobierno, que tras el reajuste ministerial de julio de 1965, estaba controlado por el
Opus Dei, implicado directamente en las declaraciones del catedrático. Así, según Tierno
Galván, el gobierno presentaba dos rasgos destacados: “a) Por un lado se trata del gobierno
más homogéneo que el país había tenido desde la guerra civil, llegándose incluso a poder
afirmar que las personas que llevan las riendas del poder están todas prácticamente
sometidas a una misma disciplina, religiosa, moral y tal vez incluso política: me refiero al
Opus Dei.
“b) Este gobierno presenta la mayor concentración de poderes jamás conocida. Todas
sus funciones se hallan supeditadas a un esfuerzo principal: el Plan de Desarrollo y el
refuerzo de las bases económicas de la clase dirigente. Para realizar este empeño, trata de
intensificar el turismo y realizar un nuevo sistema de «apuntalamiento, gracias a las
inversiones de capital extranjero.”
Sobre la base de estas afirmaciones, Enrique Tierno Galván pone de relieve los cuatro
principios fundamentales de la política opusdeísta o neofranquista:
“1) Una firme voluntad de no aceptar ningún movimiento social espontáneo. Las
fuerzas sociales no san «auténticas» más que cuando es el gobierno quien las dirige. Los
movimientos de opinión no dirigidos por el poder serán considerados como ilegítimos y
punibles por la ley.
Este diagnóstico severo, que en definitiva atribuye al Opus Dei unos principios
políticos muy distintos de los de otros extremistas de derecha españoles, suscitó por
supuesto la indignación de los miembros de la Obra. Pero ya no tenían el recurso de
aferrarse a su antigua argumentación de afirmar que el Opus no se mete en política y que
cada uno de sus miembros es del todo libre de sostener las opciones políticas que se le
antojen, lo que conlleva así un auténtico pluralismo en el seno de la Obra.1
Durante algún tiempo, Arbor estuvo dirigida por un religioso, fray José López Ortiz,
más tarde obispo, y fiel compañero de viaje del Opus Dei. Pero muy pronto tomó el timón
Rafael Calvo Serer, en colaboración con intelectuales de la Obra, tales como Ramón
Roquer, Raimundo Pániker, Florentino Pérez-Embid, Rafael de Balbín Lucas, etcétera.
Pero Rafael Calvo Serer no se contenta con f losofar -aunque no se priva de ello en
obras suyas como son España sin problemas (1949) y La teoría de la Restauración (1952)-
sino que quiere, además, pasar a la acción.
Pasar a la acción significa para él, y para aquellos que siguen sus pasos, trabajar para
la restauración de la monarquía española según una línea de conducta que se opone de un
lado a la de los falangistas y de otro a la de las democracias cristianas (por ello se habla de
“tercera fuerza”, expresión que tiene aquí un sentido diferente del que posee en Francia,
donde designa a un bloque “centrista” de esencia demócratacristiana a caballo entre la
izquierda comunista y los “moderados”).
Por lo demás, el programa de esta “tercera fuerza” hace hincapié en la reforma del
Estado, y propugna la descentralización administrativa, reformas económicas, monarquía
popular, control de la gestión financiera de la Administración dentro del respeto a la
vocación católica, intangible, de España.
Ante las innúmeras dificultades económicas y sociales de todo género con que topaba
España en aquellos momentos, era preciso, sin duda alguna, introducir unas reformas
profundas. Mientras Calvo Serer continuaba exponiendo, al parecer en vano, sus teorías,
surgió la figura de otro teórico. Así, en septiembre de 1956, apareció en Nuestro Tiempo, la
revista del entonces Estudio General de Navarra -la futura Universidad de Navarra del
Opus Dei-, un importante artículo sobre la reforma administrativa debido a un hombre de
36 años, numerario del Opus Dei, Laureano López Rodó, quien a primeros de diciembre
fue llamado por el almirante Carrero Blanco para ocupar una función, modesta en aparien-
cia, pero esencial en realidad, como “secretario técnico de la Presidencia del Gobierno”,
Este nombramiento preludiaba en realidad una serie de modificaciones decisivas en el
funcionamiento del aparato del Estado franquista. Así, originó la creación de un “Centro de
Formación y Perfeccionamiento de Funcionarios”, estructurado sobre el modelo de L’Ecole
Nationale d’Administration Francaise, y que, al igual que ésta, tiene fama de ser una
cantera de tecnócratas.
Sin embargo, lo importante es que, al cabo de veinte años, López Rodó y Carrero
Blanco forman un “equipo gubernamental” monolítico. La llegada de López Rodó a las
esferas gubernamentales acarreó en seguida cambios importantes, y así, el 26 de febrero de
1957, la prensa anunció una profunda reorganización de la Administración central -que se
inspira en las tesis de jóvenes tecnócratas- y un reajuste ministerial. Esta último marca una
nueva etapa en el camino del Opus Dei hacia el poder, y el Instituto se encuentra entonces
en situación de dar entrada a muchos de sus miembros en la burocracia estatal. Ni que decir
tiene que este camino haca el poder no es una progresión sin problemas. Franco, fiel al
“juego del columpio” del que se ha valido siempre para no ser nunca prisionero de una sola
corriente política, dosifica astutamente cada gabinete y mantiene largo tiempo en sus
puestos a ministros de la Falange, sabedor de que ésta ve con malos ojos la llegada de
nuevos tecnócratas. A pesar de todo, se trata de una progresión regular. Así, el 10 de julio
de 1962, Franco forma su séptimo gobierno, en el cual el Opus ostenta por lo menos tres
carteras ministeriales. Menos de tres años después, en julio de 1965, López Rodó, hasta
entonces simple comisario del Plan de Desarrollo, accede al cargo de ministro sin cartera al
tiempo que sigue conservando la responsabilidad por el desarrollo económico. En torno a él
se aglutina un grupo de “hombres nuevos” muy vinculados al Opus Dei, como Faustino
García Moncó, ex director del Banco de Bilbao, que pasa a ocupar la cartera de Comercio;
Juan José Espinosa Sanmartín, administrador del Banco de Crédito Industrial, se hizo cargo
de la cartera de Hacienda, al tiempo que Federico Silva Muñoz, profesor de Economía
asume la cartera de Obras Públicas. Por su parte, Alberto Ullastres, ex ministro de
Comercio, pasa a ser nombrado embajador ante el Mercado Común.
Así, todos estos ministros próximos a la Obra arrastran tras de sí equipos completos
que asumen todas las funciones de los ministros y modifican profundamente el aspecto y la
política de la alta Administración, de la que eliminan todos los vestigios de fascismo a la
antigua usanza.
Por lo demás, la victoria del Opus Dei se verá netamente confirmada durante el
verano de 1967, cuando el capitán general Muñoz Grandes, que hasta el momento ejercía la
función de vicepresidente del Gobierno,5 es despedido sin más, con sólo las gracias por los
servicios prestados.
Muñoz Grandes formaba parte de los “azules”; es decir, de los que combatieron en la
División Azul en el frente oriental, junto a los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial.
Condecorado con la Cruz de Hierro, falangista convencido, el capitán general pasaba por
ser un hombre hostil a un tiempo a la restauración monárquica y a la política de los
tecnócratas. A este respecto, su apartamiento revistió el carácter de símbolo y vino a
consagrar la preeminencia de los políticos de la Obra.
Como era de esperar, estos últimos continuaron negando que su asociación fuera una
fuerza política, y con toda razón Daniel Artigues considera muy característica la actitud de
Laureano López Rodó ante las críticas suscitadas por el comportamiento del Opus Dei en
España.6
Y, sin embargo, desde 1967 los dirigentes del Opus Dei ya no pueden negar en modo
alguno la importancia del papel político que desempeña el Instituto. Esto era ya cosa
sabida, pero hasta entonces siempre podía aducirse que la promoción de algunos miembros
era pura cuestión de competencia personal y de edad… en suma, una coincidencia.
Este hecho se confirmó de forma apabullante con motivo del nuevo reajuste
ministerial que se produjo el 19 de octubre de 1969; es decir, en el momento de la crisis
surgida del caso Matesa, y a raíz del cual falangistas notorios como José Ruiz Solís y
Manuel Fraga Iribarne fueron a su vez apartados de sus puestos.
Entonces vemos aparecer al frente de los puestos clave a hombres que forman parte
del grupo López Rodó-Carrero Blanco; hombres como López de Letona, Monreal Luque,
Allende García-Baxter, Mortes Alfonso, y otros que no esconden su pertenencia al Opus o
su adscripción a la política del Instituto.
Uno de los ministros más destacados promovidos por esta vía fue Gregorio López
Bravo, ya ministro de Industria y opusdeísta en ciernes. Este ingeniero naval, nacido en
1923, tiene fama general de ser hombre inteligente, dinámico y ambicioso. Ahora se le
encomienda la cartera de Asuntos Exteriores, que orienta de forma audaz hacia la
cooperación económica con todos los países, incluidos los Estados socialistas.
Si tratamos de bosquejar las líneas generales de la acción política llevada a cabo por
el Opus Dei desde el poder, veremos que corresponden a tres preocupaciones dominantes:
El lazo político, dimanante del ejercicio del poder en el curso de muchos años, reposa
en una ideología que puede compararse bastante a la ideología del movimiento de los
Republicanos Independientes, llamado “giscardiano”. Pero en España se le añade la
circunstancia de que el Opus Dei sigue siendo una institución de carácter, religioso, lo que
le asegura un influjo considerable sobre la vida intelectual de sus miembros. Así se
comprende que los asociados con responsabilidades de índole administrativa o política,
están entregados por completo a la Obra sin que tengan conciencia de “estar haciendo
política”. Y ello es debido a que toda. su vida espiritual, intelectual, profesional y política
obedece a una lógica particular con respecto a la cual no tienen ningún “.retroceso”, ,
Este control del aparato estatal por los “tecnócratas neofranquistas” ha ido
acompañada de una asunción completa- del presente ‘y del futuro del régimen. En efecto,
desde 1966 los ministros opusdeístas preparan este, futuro haciendo prevalecer la idea de
una monarquía autoritaria. El famoso referéndum de 14 de diciembre de 1966 abocó en una
aprobación, masiva de la “ley orgánica’, que arbitra los mecanismos jurídicos de la
sucesión; referéndum tanto más notable y masivo cuanto, que el número de votantes fue
muy superior al del censo inscrito… ¡y que se procede a la detención masiva de los que
hacen campaña en favor de la abstención pura y simple! 8
Los opusdeístas no sólo fueron solidarios de esta acción gubernamental, sino que
además la orientaron de forma que pudiera llenar a la medida de sus deseos este marco
vacío que era la ley fundamental.
Aquí encontramos lo que se ha dado en llamar “la operación Juan Carlos”, llevada a
cabo en 1969 y de la que ya hicimos mención al comienzo de este libro. Era una operación
que el Opus venía preparando desde hacía tiempo.
Yvon Le Vaillant evoca con mucha oportunidad a este respecto que, en 1954, Franco
tomó la decisión de que Juan Carlos, hijo de don Juan, conde de Barcelona y nieto de
Alfonso XIII, recibiera en España una educación de príncipe que empezó con una estancia
en la Academia Militar de Zaragoza. Precisa, además, que “si don Juan, que era muy hostil
a estos proyectos, terminó por darles una respuesta también favorable, fue sobre toda
gracias a la intervención y a la persuasiva influencia de dos hombres del Opus que gozaban
de toda su confianza: Rafael Calvo Serer y Florentino Pérez-Embid” 9
El mismo autor precisa acto seguido que “desde el inicio de su- educación en España,
Juan Carlos tuvo como preceptor a uno de los hombres más devotos y más inteligentes del
Opus Dei: Ángel López-Amo.10 Primero en San Sebastián y luego en Madrid, López-Amo
tuvo a su cargo la educación política del joven príncipe., Entre los demás consejeros
directos de Juan Carlos figuran en todo momento representantes de la élite del Opus Dei:
Antonio Fontán, Federico Suárez Verdeguer, Juan Rodríguez Aranda… Cuando su
matrimonio con Sofía de Grecia suscita, también, remolinos (la novia es de religión
ortodoxa), los hombres del Opus Dei se ofrecen para resolver el caso, y, en efecto,
intervienen con eficacia ante el Vaticano para allanar las dificultades canónicas”.
De esta forma, el Opus Dei se había hecho con posibilidades únicas de intervención a
la hora de planear la sucesión de Franco. Pero incluso antes de que se suscitara esta
cuestión, supo ganarse a un hombre en el que Franco depositó toda su confianza y que
deberá desempeñar un papel decisivo el día en que el Caudillo abandone de forma
definitiva el poder: el almirante Luis Carrero Blanco.
El hombre que en 1967 pasó a sustituir al capitán general Muñoz Grandes ha sido
siempre descrito como una persona que trabaja entre candilejas y papeleo, una especie de
“eminencia gris”. Treinta años bajo la sombra de Franco le han entrenado en todos los
métodos de la política autoritaria.
Ahora bien, una vez escogido el futuro rey en 1969, el propio Carrero Blanco fue
designado a su vez como Presidente del Consejo, el 9 de junio de 1973, mientras Franco
retenía el cargo de Jefe de Estado.
En aquel momento, el Opus Dei podía considerarse instalado en el poder por largo
tiempo. No contaba con la excepcional audacia de la E.T.A., que realizó en pleno corazón
de Madrid un atentado extraordinariamente preparado y en el que Carrero Blanco encontró
la muerte. Este acontecimiento reavivó todas las contradicciones del régimen, y los
falangistas lo aprovecharon para recuperar la audiencia que habían perdido.
Vemos, pues, que la política opusdeísta tuvo como objetivo esencial terminar de una
vez con la incertidumbre relativa a la sucesión de Franco. Mientras la clase dominante
siguiera estando satisfecha con el régimen franquista, tanto más temía el fin de su reinado
que tan favorable le había sido. Pero el Opus también supo tranquilizarla en este terreno, ya
que en la práctica de cada día, todo el parloteo referente a una eventual “liberalización” del
régimen no ha tenido ningún efecto posterior.
A decir verdad, incluso los historiadores de los siglos futuros tendrán muchas
dificultades para comprender los matices entre opusdeísmo y falangismo en lo que atañe a
la represión policial de los movimientos sociales en el transcurso de los diez últimos años,
represión de la que los ministros opusdeístas son evidentemente tan responsables como los
colegas pertenecientes a otras tendencias políticas. Cuanto puede decirse es que el principal
de estos matices radica en el hecho de que el Opus Dei siempre ha sabido dar a entender,
cuando se han cometido y divulgado infracciones graves, que no estaban muy de acuerdo
con la política seguida por este o aquel ministro del Interior… Bien se trate del asesinato de
Julián Grimau en 1963, o del proceso “sumarísimo” de Burgos, en 1970, siempre ha corrido
el rumor de que algunos ministros opusdeístas reprobaban tales excesos, aunque nunca
llegaran a presentar la dimisión por ello.
Por otra parte, hay que decir que los grupos de extrema derecha que desfilaban
regularmente en Madrid saludando al estilo nazi y gritando: “¡Franco sí! ¡Opus no!”, o que
piden a voz en cuello “¡El ejército al poder!”, ayudaban mucho a conferir a los opusdeístas
una imagen positiva de hombres un tanto liberales.
-Marzo de 1972: manifestación de los obreros de los astilleros navales del Ferrol. La
policía dispara. Un muerto.
-Abril de 1973: en San Adrián (área suburbana de Barcelona), los huelguistas ocupan
la empresa COPISA. La policía dispara. Un muerto.
UN DESPOTISMO ILUSTRADO
Sin duda es difícil pronosticar cuál será el curso evolutivo de la política española en el
curso de los próximos años y, en consecuencia, predecir el papel que le está reservado al
Opus Dei.
En cuanto a este último pilar del régimen que es la Iglesia española, se producen hoy
en su seno una serie de contradicciones que no permiten referirse a ella de un modo aislado,
y más si se tiene en cuenta que estas contradicciones le permiten llevar a cabo un sutil
doble juego. Así, el cardenal Enrique y Tarancón puede al mismo tiempo guardar distancias
con respecto a ciertos aspectos de la política opusdeísta… y ordenar nuevos sacerdotes del
Opus Dei, siempre, en ambos casos, para el mejor bien de las almas. En teoría también
deberíamos mencionar la situación de las diferentes tendencias que forman en el campo de
la oposición española, pero en realidad las posibilidades de acción del Opus Dei dependen
estrechamente de la supervivencia del propio régimen. Y en el supuesto de que la oposición
fuera capaz de abatir al régimen, el Opus Dei le seguiría fatalmente en su caída.
En efecto, no es fácil que la Obra pueda situarse en un régimen de esencia popular y
progresista, aunque algunos escasos personajes que son miembros de ella, como el profesor
Calvo Serer, estén incorporados hoy a la Junta Democrática. Pero es más que verosímil, en
la hipótesis de una evolución realmente democrática en España, que la mayor parte de los
opusdeístas estarían de parte de los elementos más reaccionarios.
Si, por el contrario, el régimen llega a sobrevivir a su fundador, todo hace pensar que
la Obra pueda llegar a ser capaz, a pesar de la ausencia de apoyo popular, de inspirar una
política que hiciera inútil una dictadura militar sin, no obstante, restaurar una verdadera
vida democrática.
Podría ser, entonces, en una España liberada de la vieja sombra de la guerra civil,
poner a punto esta ‘tecnocracia autoritaria, que sería como la transposición moderna del
“despotismo ilustrado”.
Si, por contra, el régimen sobrevive a su fundador, todo hace pensar que a pesar de su
falta de apoyo popular el Opus será capaz de llevar a efecto una política que invalidaría la
necesidad de una dictadura militar, siempre posible, aunque no por ello instauraría una
auténtica democracia.
Es posible también que, libre ya- del viejo espectro de la guerra civil, podrá instaurar
al fin esta tecnocracia autoritaria, especie de heredero de aquel despotismo ilustrado que
también España conoció en el siglo XVIII, en tiempos de Carlos III, Aranda, Campomanes
y Florida-blanca. 12
Ahora bien, tal como escriben André y Francine Demichel en su notable obra Las
dictaduras europeas, esta tecnocracia autoritaria se ajusta a las exigencias del
neocapitalismo contemporáneo, “que tiene mucha necesidad de dejar a un lado los azares
de la discusión política (pues ya no existe una competencia entre pequeñas unidades libres
de la interferencia del Estado, sino proyectos económicos esbozados de forma global por
las grandes empresas y el -Estado), pero que prefiere limitar la represión, primero porque es
un derroche de tiempo, de dinero y de fuerzas, y en segundo lugar porque el proyecto
económico necesita la adhesión de todas las, clases. En el plano interno, -un régimen de
esta índole no tendría por qué introducir grandes cambios- en el derecho franquista. Los
tecnócratas instalados en el poder no tendrían más- que aplicar esta legislación- de forma
tolerante distinguiendo entre las impertinencias convenientes de la “oposición”, integrada
por gente de, la buena sociedad,- y la oposición, inadmisible, de los que quieren cambiar el
régimen”.13
Pero para llegar a una situación pareja, el Opus Dei deberá ser capaz de imponerse a
los otros adversarios en liza del campo conservador que hasta el momento han prestado su
apoyo al franquismo, sobre todo el Ejército y la Falange. Asimismo, será necesario que
pueda atraerse la confianza hacia una especie de “proyecto reformador” susceptible de
resolver los problemas económicos y, en todo caso, de “integrar” al sistema a la clase
obrera, a la sazón en el campo contrario. Si esta integración no fuera factible -cosa
probable-, sería preciso que los conservadores fueran capaces de organizarse políticamente
al estilo francés, tal como escribió un día Calvo Serer.14
Cabe preguntarse si el Opus Dei está en situación de llenar todas estas condiciones.
No es fácil contestar a una pregunta de este género, pero ¿quién habría sido capaz de
afirmar que la “Pía Unión” formada por unos pocos centenares de fieles y bendecida por el
arzobispo de Madrid-Alcalá en marzo de 1941, se convertiría un día en la potencia cultural,
financiera y política en que se ha convertido?
——
1
Hoy, esta afirmación no tiene ya ningún sentido, puesto que Alfredo Sánchez Bella, en 1960, y
Fernando de Liñán, después, han ocupado el cargo de ministro de Información y Turismo. En cuanto a López
Rodó es ministro de Asuntos s Exteriores desde junio de 1973.
2
En realidad, los ministros opusdeístas aprobaron la represión policial llevada a cabo por el gobierno
del que formaban parte.
3
Según Calvo Serer, la expresión “nihilismo de derechas” es aplicable al periodo comprendido entre
los años 1945 y 1951. En lo tocante a dicho autor, ver Franco frente al rey, pág. 12, París, 1972 (no consta el
editor).
4
D. Artigues, El Opus Dei en España, pág. 131.
5
Por estas fechas no existía aún el puesto de presidente del Gobierno, cuyas funciones recaían sobre el
propio Franco.
6
Daniel Artigues, El Opus Dei en España, pág. 217.
7
Cf. Salvador Pániker, Conversaciones en Madrid, pág. 229, Kairós, Barcelona, 1969.
8
En su Histoire de l’Espagne franquiste, Max Gallo indica que se solicitaron diez años de prisión para
Alfredo Fernández Antuna por haber hecho propaganda en contra del “sí”.
9
Y. Le Vaillant, ob. cit., pág. 329.
10
De López Amo debe destacarse su libro: La Monarquía de la Reforma Social. En 1966, La
Vanguardia publicó siete “Cartas al Príncipe” de sesgo claramente antidemocrático. López-Amo no reconoce
el sufragio universal ni la idea de soberanía popular.
11
Según algunos informes, la Guardia Civil parece que dispone en todo momento de municiones para
“resistir” cualquier ataque por espacio de un mes y medio.
12
.Cf.. Léo Gershoy, L’Europe des princes éclairés, 1763-1789, págs. 149 y ss., Fayard, París, 1966.
13
André y Fraricine Demichel, Les Dictatures européennes, pág. 354, PUF (París, 1793).
14
Franco frente al Rey, ob. cit., pág. 233.
—oOo—
Tal vez no haya ninguna otra realización que simbolice de manera más gráfica el
éxito logrado por el Opus Dei. Y no sólo por el número de estudiantes cuidadosamente
seleccionados que reciben enseñanza diversa de un nivel indiscutiblemente alto, sino que
dicho símbolo lo encontramos también en los propios edificios, modernos y a la vez un
tanto anticuados, con un toque preciso de ambición y discreción. Cierto que se benefician
de la nitidez del cielo navarro, cuya luz da a la piedra grisácea unos reflejos dorados, y
también de un hermoso parque que imprime al conjunto un encanto notable.
Este logro tan palmario que se observa en Pamplona -también el hecho de volver de
nuevo a esta ciudad donde tenía su sede la firma Matesa constituye un símbolo- ¿es el fin
de lo que podríamos llamar el “expediente” del Opus Dei?
A buen seguro que no, en la medida en que la Obra viene marcada por un equívoco
que no es fácil desentrañar: si es la potencia político-económica que se ha descrito (con
documentos irrefutables), ¿por qué conserva apariencias religiosas que hoy son
perfectamente inútiles?
Y, por otro lado, si es ciertamente la institución religiosa que alega ser, ¿cómo se
explica que un tan crecido -número de socios -y siempre los más brillantes- se dedique a
tareas de orden puramente temporal? ¿Piensan de veras conseguir por esta vía el
advenimiento del “reino de Cristo Rey”?
No cabe la menor duda que sí, atendiendo a las palabras recientes de monseñor
Escrivá sobre la libertad:
“Si el mundo y todo lo que contiene es bueno (excepto el pecado), porque es obra de
Dios Nuestro Señor, el cristiano que lucha de continuo para no ofender a Dios -lucha
positiva, lucha de amor- debe entregarse a ello en todos los terrenos, codo a codo con los
restantes ciudadanos; debe defender todos los bienes que tienen su origen en la dignidad de
la persona. Pero hay un bien que deberá buscar siempre de un modo especial: el de la
libertad personal. Sólo si defiende la libertad individual de los demás, así como la responsa-
bilidad personal que le corresponde, podrá defender la suya propia del mismo modo, con
una honestidad humana y cristiana.
“[. .] Algunos de los que me estáis escuchando me conocéis desde hace muchos años,
y podéis atestiguar que toda mi vida he predicado la libertad personal con la
responsabilidad personal. Yo la he buscado y la busco en toda la Tierra, del mismo modo
que Diógenes buscaba un hombre. Y cada día la aprecio más, la estimo más que todas las
cosas terrenales. Es un tesoro que nunca sabremos apreciarlo bastante [...]“.
Es muy probable que estas palabras sean sinceras, y descubriremos en ellas un acento
casi patético cuando se emplaza como testigos a los que integran su auditorio, uh acento
que por lo demás hallamos a lo largo dé toda la historia española. Sin pretenderlo,
monseñor Escrivá se convierte en un portavoz de una de las frases más hermosas que
Cervantes puso en boca de Don Quijote: “La libertad es uno de los dones más preciosos que
los cielos hicieron a los hombres; ningún tesoro de los que oculta la tierra y el mar pueden
equiparársele; al igual que ocurre con el honor, podemos y debemos arriesgar la vida en pro
de la libertad”…
Lo singular del caso radica en que, siguiendo con su homilía, la libertad que exalta el
fundador del Opus Dei no debe, según él, plasmarse en hechos ni, sobre todo, en la realidad
política:
“Cuando hablo de libertad personal no hago alusión, con este pretexto, a otros
problemas perfectamente legítimos, pero que no corresponden a mis menesteres como
sacerdote. Sé que no es de mi incumbencia abordar temas seculares y contingentes que
pertenecen al ámbito de lo civil y lo temporal, cosas todas ellas que el Señor dejó a la libre
y serena controversia de los hombres [...]. Celebrarnos hoy la fiesta de Cristo Rey, y no
rebaso mis funciones de sacerdote si digo que cualquiera que considere el reino de Dios
como un programa político, no ha calado la finalidad sobrenatural de la fe y está dispuesto
a cargar a las almas con lastres que no son los de Jesús.” 1
Sin embargo, existe más vinculación de la que parece entre estas consideraciones de
alto vuelo sobre el reino de Cristo Rey y el neocapitalismo tecnocrático del cual él Opus
Dei fue promotor en España. Se trata de un hecho sorprendente y, casi con seguridad,
único, ya que suponía una asombrosa mutación de la religiosidad española considerada en
sus aspectos más rigurosos y más “totalitarios”; como si la antigua y tan temida Santa
Hermandad 2 hubiera sabido conservar ‘ a un tiempo su tradición y entrar con paso firme en
la era de los computadores.
Pues bien, si examinamos con atención todo lo que ahora sabemos sobre el Opus Dei,
tanto en sus concepciones como en su actuación, veremos que ha sabido aglutinar de forma
por lo demás notable algunas de las “imágenes” 3 que desde- hace siglos rondan la mente’,
humana tanto en el orden colectivo como en el orden individual. Quizás haya que buscar
aquí, también, una de las claves de su éxito en materia religiosa a la par que en el terreno
político-económico.
Estas “imágenes” son las del Padre, las del Dictador, el Rey y el Técnico.
Debemos precisar a este respecto que, en el curso de los últimos decenios, numerosos
movimientos políticos y escuelas ideológicas europeas han podido apoyarse en una u otra
de estas imágenes o sobre varias de ellas a la vez, aun cuando la combinación más
frecuente sea, por así decirlo, la del padre-dictador.
El sistema que ha puesto en marcha el Opus Dei tiene como rasgo característico que
ha sabido poner en marcha, de forma simultánea, todas estas imágenes.
Otro tanto podría decirse respecto del papel político de los opusdeístas: la imagen
mítica del dictador y la del rey se ha utilizado con profusión en todos los países, y resulta
muy difícil ser un innovador.
Ni el Caudillo ni el Príncipe de España son miembros del Opus Dei, pero la Obra es el
nexo que une a ambos: Franco ha propiciado el desarrollo del Instituto, pero el Opus ha
hecho la fortuna de Juan Carlos.
En tanto que esta operación política sea, por consiguiente, capaz de tener una
incidencia real sobre el destino de España (cosa que no podrá comprobarse hasta que se
produzca la desaparición política de Francisco Franco), corresponde por entero a la
voluntad de la Obra asumir en su integridad el pasado español.
Pero es que, en su caso, el Opus Dei no sólo ha fundamentado su influjo en los viejos
pilares de la religión, la dictadura y la monarquía, sino que ha sabido utilizar también el
mito moderno del técnico, poseedor de los conocimientos y capaz de plasmarlos con
eficacia.
Vistas así las cosas, la concurrencia de todas estas imágenes en una misma política
explica que los ministros opusdeístas no desdeñen la utilización de los antiguos métodos de
la dictadura; o sea, la censura, la -represión, la multiplicación de las “fuerzas del orden”,
pero tampoco olvidan la práctica frecuente de la acción psicológica a través de los medios
de información y de la Universidad. La sutileza de esta convergencia, que les permite
desenvolverse por entre todas las ambigüedades y contradicciones de la sociedad española,
es sin duda la causa por la que ni la oposición de izquierdas ni las fuerzas de la derecha
“clásica” pueden frenar el actual predominio político de la Obra.
En tales condiciones, para comprender lo que es el Opus Dei ¿debemos considerar sus
finalidades religiosas como meras apariencias falaces?
Jean-Jacques Thierry, uno de los defensores de la Obra, estima por su parte que estas
finalidades constituyen la esencia y que, por contra, las consideraciones sobre la política
opusdeísta son fruto de un error de apreciación. En el epílogo de la obra que hemos
mencionado escribe, por ejemplo, que “los comentaristas que aluden al Opus Dei a
propósito de las tendencias políticas que se manifiestan en la sociedad española, caen,
muchas veces sin darse cuenta, en la trampa consistente en dar una interpretación política o
sociológica de un fenómeno puramente religioso. Por lo demás, eso no tiene nada de
extraño si tenemos en cuenta que ellos contemplan a la Iglesia dentro de la misma
perspectiva”.
Claro que hay una trampa… una trampa en la que Jean-Jacques Thierry y los
opusdeístas quieren hacer caer a los observadores: la de la existencia de un “fenómeno
puramente religioso”, del todo independiente de las demás realidades.
Queremos decir con ello que no ponemos en tela de juicio la sinceridad individual de
los opusdeístas, sino que sólo afirmamos que en el ámbito colectivo carece de importancia.
Es evidente, en efecto, que la ideología colectiva que caracteriza la Obra es el culto de la
eficacia temporal, de la expansión económica de las empresas y del país.
Y es que en el terreno de los hechos, la gestión política y económica de los miembros
de la Obra, que quieren convertir a España en una nación moderna en el aspecto económico
neocapitalista (incremento del consumo, integración al sistema de las distintas clases
sociales, “apoliticismo tecnocrático”, entre otros rasgos) no presupone en modo alguno la
lectura de Camino. En efecto, en Italia y Japón, como algún día en el Irán; se han producido
los mismos procesos sin que las máximas de monseñor Escrivá hayan tenido nada que ver
en ello.
Estas últimas, sin embargo, han tenido su importancia en cuanto han facilitado una
especie de “desbloqueo mental”. Los antiguos reflejos religiosos, como los provenientes del
fascismo falangista, hacían difícil en efecto la aparición de las ideologías que el país
necesitaba para su resurgir económico.
Tal como escriben los autores que acabamos de mencionar, “conviene mantener la
integridad del régimen, ya que está fuera de duda que la clase dirigente acepte compartir su
poder. Es cierto que se aviene a introducir una pequeña dosis de «liberalismo» para reforzar
la idea de integración, de aceptación del régimen por el conjunto de la población; en suma,
del fin de la lucha de clases. Pero es obvio que no renuncia a lo esencial ni otorga derecho
de ciudadanía a una auténtica oposición. En este sentido, considera que en última instancia
es bueno conceder a la burguesía estudiantil unos medios, incluso legales, de encauzar sus
pataleos, pero que no puede darse autorización al Partido Comunista.
“Una vez más, también en este aspecto el Opus Dei se encuentra en situación idónea
para llevar a cabo esta delicada dosificación. Católico, integrista y conservador, este
movimiento es ajeno tanto al autoritarismo bullanguero y anacrónico de la Falange como a
su palabrería social, que podría resultar peligrosa. El afán de eficacia del Opus Dei le da a
entender la necesidad de una cierta «liberalización». Su rigurosa disciplina interna lo pone a
resguardo de los azares.” 5
Por último, queda pendiente un problema para comprender de forma integral lo que es
el Opus Dei. Se trata de saber si esta “tecnocracia autoritaria” ha sido impulsada por una
auténtica “sociedad secreta”.
Hay que decir que en este punto los miembros de la Obra siempre han reaccionado
con vigor, y a veces con indignación, ante una tal acusación. Así, monseñor Escrivá
declaraba a Jacques Guillemé-Brúlon: “Jamás he necesitado secreto alguno. Los socios de
la Obra desdeñan el secreto porque son fieles corrientes, personas exactamente iguales a las
otras”…
La verdad es que la cuestión no merece ser objeto de largas discusiones. El Opus Dei
siempre mantuvo en secreto sus Constituciones, que no pueden ser divulgadas por los
socios. Asimismo, y durante mucho tiempo, mantuvo oculto su número de afiliados y nunca
ha proporcionado información precisa sobre ellos, ya que la cifra global que dio en una
ocasión no nos sirve prácticamente de nada.
Por otro lado, no creo que se nos pueda tildar de suspicaz en demasía si afirmamos
que en lo relativo a las diversas etapas de la historia del Opus, su propio destino viene
marcado por una prodigiosa duplicidad: una modesta asociación de cristianos ordinarios
con ansias de santificación que de repente pasan a ocupar el primer puesto en la
Universidad, la Economía, el Gobierno…
¿Qué nos importa entonces si esta duplicidad -tomada en un sentido etimológico- fue
algo buscado y organizado de forma metódica? Lo importante es que existió, que sigue
existiendo y que está ligada a la naturaleza misma de este “fenómeno puramente religioso”.
Y aún tendríamos que ponernos de acuerdo sobre la noción de “pureza”.
Es fácil entender cuánto molesta a los sesudos miembros de la Obra que les cuelguen
el rótulo de “sociedad secreta`; pero de ellos depende que no les sea imputado. Bastaría con
que dieran respuesta a todos los puntos mencionados y proporcionaran todas las precisiones
necesarias. ¡Es una cuestión de honor y de justicia hacerlo cuando se pretende gobernar en
nombre de Cristo Rey!
Y es que para todos ellos el Opus Dei es una obra humana, demasiado humana,
fatídicamente humana; un poder imperioso capaz de acallar todas las voces por cualquier
medio, incluso los más violentos.
Cabe preguntarse, empero, si los hijos del “Caudillo” y del “Padre” Escrivá podrán
siempre reprimir la antigua voz del pueblo, la que un día oyera el poeta José Agustín
Goytisolo:
“Entre el tumulto
oí su voz, la única
que ansiaba.
Llegó
como un relámpago,
rosa perenne.
Yo
la esperaba, y ella,
——
1
Homilía del 22 de noviembre de 1970. Ver el repertorio Es., Cristo que pasa, págs. 386-388, Rialp,
Madrid, 1973.
2
Las “hermandades” o “cofradías” fueron en el siglo XIII una federación de Aragón, León y Castilla
para luchar contra los abusos nobiliarios. Luego se convirtió en una milicia destinada a la captura de
malhechores. Por último, en el siglo XVI ya no era más que una “guardia civil”.
3
Sobre esta noción, de “imagen”, véase en especial Gérard Mandel, La Révolte contre le père. Une
introduction a la sociopsychanalyse, Payot, París, 1968.
4
Declaraciones hechas a la revista italiana Famiglia cristiana, diciembre de 1972.
5
André y Francine Demichel, Les Dictaturees européennes, PUF, col. “Thémis”, París, 1973.
6
La BPS es una sección policial particularmente temida por los métodos que utiliza en los
interrogatorios.
7
Ver la revista Papeles de Son Armadans, marzo de 1957, y Le romancero de la résistance espagnole,
Maspéro, París, 1962.
—oOo—
Las Constituciones del Opus Dei son un extenso y confuso documento redactado en
un estilo difícil por sus reiteraciones y circunloquios. La extensión del presente libro no nos
permite reproducir en su integridad el texto de las mismas, cuya versión más accesible es,
por desgracia, la que dio a conocer Jesús Ynfante. Con todo, para dar al lector una, idea del
contenido de dichas Constituciones, exponemos a continuación, de un lado, el índice de las
mismas con indicación del número de los artículos, y de otro, el primer capítulo, que tiene
un carácter introductorio.
1. De la obediencia (147-155)
2. De la castidad (156-160)
3. De la pobreza (161-171)
1. El Instituto, cuyo título es Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y del Opus Dei,
pero con nombre abreviado Opus Dei, es un Instituto Secular consagrado a la adquisición
de la perfección cristiana en el mundo y al ejercicio del apostolado. La denominación de
Opus Dei corresponde al Instituto en su totalidad; sin embargo, hay en él una cierta
agrupación de miembros, a la que se da el nombre de Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz,
que consta de sacerdotes del Instituto y de algunos laicos que a juicio del Padre se
consideran mejor dispuestos para recibir en su día el sacerdocio.
3.2. Pero lo específico sea esforzarse con todo empeño en que la clase que se llama
intelectual y aquella que, o bien en razón de la sabiduría por la que se distingue o bien por
los cargos que ejerce, bien por la dignidad por la que se destaca, es directora de la sociedad
civil, se adhiera a los preceptos de Nuestro Señor Jesucristo y los aplique in praxim; y
asimismo favorecer y difundir entre todas las clases de la sociedad civil la vida de
perfección en el siglo e informar a hombres y mujeres para el ejercicio del apostolado en el
siglo.
4.1. Este fin se consigue por medio de la santificación del trabajo ordinario y por
medio del ejercicio del cargo profesional o de otro equivalente, cargo que los miembros no
abandonan, ya que justamente persiguen por medio de él la santificación.
4.2. Por ello el Instituto exige de sus propios alumnos un exquisito cultivo del
espíritu, así en los deberes de la devoción como en las disciplinas ya eclesiásticas y pro-
fanas; fomenta en ellos un perfecto cumplimiento de las funciones profesionales y sociales,
incluidas las de la Administración pública, por las cuales ha de perseguirse la perfección
del propio status; promueve y dirige las instituciones y las obras que miran al cultivo de la
mente y al perfeccionamiento del espíritu, como las casas y residencias para estudiantes, las
casas de ejercicios espirituales y otras instituciones por el estilo.
4.3. Así pues, los medios que los miembros del Opus Dei prefieren y de los que deben
valerse con preferencia son: la vida de oración y sacrificio, según el espíritu del Instituto, y
una fidelidad lo mayor posible en el cumplimiento de la actividad o profesión social propia
de cada uno.
5. Los miembros del Instituto profesan la perfección evangélica, de tal modo sin
embargo que no han de pronunciar votos religiosos ni llevar consigo en sus personas o
casas signo alguno externo que indique una familia religiosa sino que los clérigos llevan el
vestido clerical común del lugar en que residen y los laicos las vestimentas acostumbradas
entre las clases de la misma o semejante profesión o condición social.
6. El Opus Dei profesa una humildad colectiva, por lo cual no puede editar hojas ni
publicaciones de cualquier género con el nombre de la Obra, a no ser internamente para uso
de los socios; sus miembros no llevan signo alguno distintivo; hablan cautamente del Opus
Dei con los extraños; pues la acción debe ser modesta y no ostentosa; el Opus Dei, como
pluralidad, no interviene en ningún acto social ni es en él representado.
8. Los socios del Opus Dei emplean su actividad en tres obras, cada una de las cuales
está constituida bajo patronos, a saber:
1º. Obra de San Rafael y de San Juan, para cultivar a los jóvenes; este trabajo es el
más propio del Opus Dei y como semillero del Instituto.
2º. Obra de San Gabriel y de San Pablo, para instruir a los socios Supernumerarios y
fomentar la observancia por parte de éstos, para fortalecerla y para hacerla más profunda
cada día, así como también, con ayuda de los mismos miembros Supernumerarios, para
imbuir a las diversas clases de la sociedad civil de un criterio católico, profesional y social.
3º. Obra de San Miguel y de San Pablo, para promover la formación de los
Numerarios y de los Oblatos, y para buscar la solución más oportuna a las cuestiones
académicas, sociales, profesionales, etc., con vistas al bien de las almas.
9. Los socios del Opus Dei actúan ya individualmente, ya por medio de asociaciones
que pueden ser bien culturales o bien artísticas, pecuniarias, etc., y que se llaman
sociedades auxiliares. Estas sociedades están igualmente, en su actividad, sujetas a
obediencia a la autoridad jerárquica del Instituto.
10.1. El Instituto, a no ser que otra cosa se estime necesaria, para sostener o fomentar
los servicios y las obras, no tendrá ninguna Iglesia propia, no fomentará ninguna asociación
de fieles propia; no recibirá estipendios por misas ni pago alguno por el ejercicio del
ministerio sacerdotal, incluso cuando haya sido ofrecido espontáneamente, ni
compensación de los gastos que por razón de viaje haya de soportar alguno de los
miembros. Solamente pueden los sacerdotes del Instituto recibir hospedaje y alimentación
con ocasión de algún servicio espiritual. Sin embargo, el Opus Dei acepta legados de
cualquier género destinados a perseguir la finalidad del Instituto; pero él de por sí no posee
bienes inmobiliarios ordinariamente.
10.2. Si entre todas estas cosas pareciere oportuno en el Señor admitir por graves
causas alguna excepción, el Padre según voto deliberativo del Consejo, hasta tanto que
perdure la necesidad o la gran utilidad, puede decretar esa excepción.
11. Si las circunstancias del caso exigen que el Opus Dei o la Sociedad Sacerdotal de
la Santa Cruz, en las diversas regiones, se constituya en sociedad civil, el Consiliario
regional podrá designar a su arbitrio un órgano directivo o consejo nacional, constituido por
un director, un secretario y tres vocales. De la incumbencia de este Consejo será procurar
que el Opus Dei observe siempre fielmente las leyes de la región o nación y que se
mantenga o actúe dentro de los límites por ellas establecidos; recoger y proporcionar los
medios económicos necesarios para atender a los gastos anuales del Opus Dei; asimismo
cumplir con diligencia y fielmente otros deberes que puedan serle impuestos por el propio
Consiliario regional.
12. La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y el Opus Dei tienen como patronos, a
los que veneran con singular devoción: a la Bienaventurada siempre Virgen María a quien
el Instituto adora como Madre; a San José esposo de la citada Bienaventurada Virgen
María; a los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael; a los Santos Apóstoles Pedro,
Pablo y Juan, a quienes se consagran especialmente la Institución entera y cada uno de los
tipos de actividad de la misma.
En México el Opus Dei es un siniestro fantasma que irrumpe en todos los lugares
imaginables, que domina y contamina las mentes de miles de hombres y mujeres,
adolescentes y adultos, y cuya virtud principal es pasar inadvertido para la inmensa mayoría
de la población. Ha elegido, para penetrar, consolidar y multiplicar su incontenible
influencia, dos puntos estratégicos: la educación, en todos los grados de escolaridad, y la
administración y control de empresas privadas y estatales. Ambos cauces llegan, tarde o
temprano, al poder político. Conseguir éste se presenta como finalidad a corto o a largo
plazo. El Opus Dei avanza y avasalla. Su presencia intangible alarma a todo aquel que se
acerca para investigarlo y analizarlo.
Consideremos primero la labor del Opus Dei en las instituciones de enseñanza.
El Opus Dei, que en México maneja más de una veintena de colegios importantes, en
sus finalidades, mantiene un conflicto gravísimo e incompatible desde el punto de vista del
derecho mexicano: contraviene el orden constitucional en materia de educación. En efecto,
el artículo tercero constitucional, tan manido, tan satanizado, tan reformado, establece, con
respecto a la educación, en su fracción primera:
La letra de la ley contrasta con la realidad cotidiana de los colegios del Opus Dei. Por
principio, una educación que se “mantenga por completo ajena a cualquier doctrina
religiosa” no es la educación que se imparte en los colegios del Opus Dei. En éstos,
contraviniendo el precepto constitucional, la enseñanza es exclusiva y excluyentemente
religiosa. La orientación religiosa invade e infecta todas las asignaturas; nada escapa: ni la
ética, ni la filosofía, ni la sociología, ni la biología, ni la lógica, etc. Los sacerdotes del
Opus Dei son los únicos encargados de establecer los criterios rígidos, inflexibles,
incuestionables sobre los puntos a tratar en las clases. Los programas de la Secretaría de
Educación Pública son despreciados, cuando no ignorados, tranquilamente: Educar sin Dios
es, para ellos, una aberración, una perversión que combaten momento a momento. En
realidad lo que están combatiendo, se dencuenta o no, es a la misma Constitución
Mexicana. Sus objetivos son incompatibles con el ordenamiento de la Carta Magna. Y, sin
embargo, continúan educando bajo una orientación religiosa, severamente católica. Las au-
toridades correspondientes no lo ignoran; las labores educativas del Opus Dei violan,
pública y notoriamente, la Constitución. Todo el mundo lo sabe; todo el mundo lo calla.
Asimismo, no existe pedagogía más alejada y contraria a los “resultados del progreso
científico” que la de las escuelas del Opus Dei. Verdaderamente en lo que se basan, para
educar a las futuras generaciones dirigentes, es en los textos bíblicos, o cuando menos, se
inspiran en ellos. Niegan, por ejemplo, al evolucionismo; son enemigos personales de
Darwin, no por razones científicas, sino teológicas. Impugnan neciamente a Freud por su
“grosero pansexualismo”. Pugnan esforzadamente por abolir los estudios de sexología; ex-
perimentan una paranoia inocultable, pues todo lo referente al sexo lo encuentran
peligrosamente cercano al pecado y, por lo tanto, lo quieren alejar de las mentes juveniles,
aunque las mentes juveniles no lo olvidan por el simple hecho de que se les ordene.
Desde el ángulo de la sociología las cosas no varían mucho. Las lecciones sobre los
fenómenos sociales son invariablemente remitidos tanto a la noción de “bien común”, de
armonía social -negando la oposición y la lucha de clases- como a la vaga noción de
transitoriedad del hombre en este mundo, que lo obliga a fijar sus ojos devotos en lo
sobrenatural. Una sociedad que no acepte esto último es una sociedad depravada e inmoral;
así, identifican como “Estados totalitarios”, curiosamente a aquellos que son socialistas.
Comunista y demoníaco son lo mismo para educadores y educandos. Afirman que las
únicas instituciones “perfectas” son la Iglesia -obviamente- y el Estado; pero como ambas
están manejadas por hombres, y como los hombres son los imperfectos, dichas instituciones
no funcionan bien. Por lo tanto, debemos prepararnos -dicen- para perfeccionarlas. Para lo
cual es menester llegar a conseguir el poder político; esto no lo dicen, pero lo dejan
inequívocamente implícito.
La educación impartida en todas las escuelas del Opus Dei es anticientífica (en todo
aquello que les conviene). La ciencia deja de ser la explicación racional y objetiva del
universo, para convertirse en una metafísica dogmática, cerrada e indiscutible. Por eso,
aquello de que “luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos
y los prejuicios”, queda en palabras, bellas sin duda, sin sobrepasar las buenas intenciones.
Es bastante sabido, por otra parte, que en los diversos institutos escolares del Opus Dei se
fomenta reiteradamente el antisemitismo (aún no olvidan la pretendida crucifixión de Cristo
por los judíos).
Por otro lado, la defensa perpetua de la Iglesia católica, de sus dogmas y tradiciones,
ha llevado a los miembros de la Obra a caer, lo acepten o no, en un fanatismo escandaloso y
temible. Estos hombres han sido caracterizados como intolerantes, inquisidores, inexpli-
cablemente disciplinados, en búsqueda de un Dios salvador y bondadoso con sus hijos
predilectos y escogidos: los miembros del Opus Dei. La gran mayoría de éstos llegan a un
fanatismo peligroso, que los mueve a actuar con violencia extrema si lo consideran ne-
cesario.
No es infrecuente encontrar muchachos mexicanos, imbuidos en el machismo
regional, que podrían, en ciertas circunstancias, suscribir las palabras de un correligionario
suyo, quien sostiene:
Mas nosotros declaramos a quienes quieren transigir, a esos embaucadores, que antes
que alguien ose poner la mano sobre Jesús para prenderlo, nosotros los fieles de Cristo
habremos arrasado el mundo. Si los hombres de este mar rojo y violáceo de envidia y de
rencor, quieren sangre para apagar su odio y su mentira, que sepan que los cristianos de este
siglo están dispuestos a morir matando.” 1
“592.-No olvides que eres.. , el depósito de la ba. sura, Por eso, si acaso el Jardinero
divino echa mano de ti, y te friega y te limpia.., y te llena de magníficas flores, ni el aroma
ni el color que embellecen tu fealdad, han de ponerte orgulloso. Humíllate: ¿no sabes que
eres el cacharro de los desperdicios?”
Las restricciones impuestas por la Constitución mexicana son muy claras como muy
clara es su violación. Las escuelas del Opus Dei no son, por desgracia, casos aislados; la
educación privada está en manos del clero, y sólo en pequeñísima escala en manos de
particulares no religiosos.
Esto no sucedió en ninguna escuela del Opus Dei, sino en la Universidad La Salle. El
director general de Nueva Generación me escribió poco después: “Soy una pequeña semilla
/ que se encuentra sembrada / en la profundidad de la tierra / El agua casi no me llega / La
tierra es arcilla / que me impide germinar / y una pesada capa de rocas / tarde o temprano /
me han de asesinar.” Y yo me pregunto ahora cuántas semillas en las escuelas del Opus Dei
habrán sido -y seguirán siendo- asesinadas.
Conclusión: el Opus Dei no puede poseer, de jure, ningún colegio o escuela. Sin
embargo, de facto, posee más de una veintena de ellos. Naturalmente que éstos aparecen
siempre a nombre de una sociedad, de un patronato o de algo similar. Jamás a nombre del
Opus Dei, aunque seguramente lo desea con fervor.
Una vez más el Opus Dei se burla y evade la Constitución. Pero, paradójicamente,
está reconocido de manera oficial por la Secretaría de Industria y Comercio (cualquiera
puede comprobarlo en los registros de esta Secretaría). Entonces es y no es a la vez.
Aunque, desde luego, los centros de enseñanza no figuren entre sus propiedades.
ACADEMIA MADDOX
También son mencionadas como del Opus Dei, sin que se pueda comprobar, dos
escuelas: una para niñas, ubicada en Cafetales 140, y otra, con dos direcciones: Frontera 60
y Francisco Sosa 116.
En todas estas escuelas, y otras más, se repiten impecablemente cada una de las
características señaladas arriba. Los métodos pedagógicos se mantienen invariables. No es
cuestión de personas, sino de sistemas, y los sistemas del Opus Dei, independientemente de
ser considerados como dañinos y deshumanizantes, han sido acogidos con entusiasmo por
la clase media y la clase dominante. Inclusive muchos, muchísimos hijos de funcionarios
públicos, se educan en las escuelas de la Obra; algunas veces los padres ignoran esta
circunstancia, pero también se dan casos contrarios, y con todo conocimiento de causa
envían a sus hijos a estas escuelas.
Las inscripciones en esas escuelas fluctúan entre los 700 y 800 pesos para primaria, y
mensualidades de 600 y 700 pesos mensuales. Es lógico que, en un país como es el nuestro,
tales colegiaturas resulten prohibitivas para la mayoría de la población. Así, ¿cuál es el
sentido caritativo de esas escuelas e institutos?
Las condiciones propias de México han hecho posible el tremendo éxito del Opus Dei
en materia educativa. Aquí, la religión católica es, nadie lo oculta, la religión
abrumadoramente mayoritaria. En consecuencia, las escuelas que ofrecen una enseñanza
dentro de los límites de la religión católica tienen asegurado el triunfo y la preferencia
sobre otras que, siendo particulares o estatales, imparten enseñanza laica.
Por otro lado, corre el mito de una educación cualitativamente mejor impartida en
dichas escuelas. Tal aserto es, por lo menos, discutible. Sin embargo, las mentes estrechas
no tienen la menor duda ni la menor discrepancia. Implícitamente están reconociendo,
aquellos que mandan a sus hijos a tales escuelas, su complacencia respecto de métodos,
objetivos e ideología pedagógicos.
Además, de los centros de enseñanza del Opus Dei son extraídos los futuros socios de
la Obra. Mediante un plan estudiado de antemano, y cuyos resultados han podido ser mil y
mil veces comprobados, los sacerdotes reclutadores de la Obra deciden tirar la red y pescar
a alguien, previamente seleccionado.
Todos los relatos que escuché coinciden con las palabras de Yvon Le Vaillant, quien
nos dice: “La selección se hace entre los colegiales, los bachilleres, los estudiantes. Estos
pueden haber sido «elegidos» desde la edad de trece años y, a partir de este momento, son
objeto de estrecha solicitud por parte de los ag:ntes reclutadores de la Obra, quienes tienden
alrededor de ellos sus redes cada vez más apretadas. Se les invita a los círculos, a las
reuniones, a las excursiones…
Quienes reúnen estas exigencias, un día, tarde o temprano, entablan una conversación
privada con el sacerdote confesor de la escuela en cuestión. La plática empezará por un
punto -totalmente ajeno a las intenciones del sacerdote- la mayor de las veces trivial, pero
que tenga algún interés para el interlocutor. Después de haber creado la atmósfera propicia,
de “camaradería” (“No me llames padre, dime Juan Manuel”), vienen las palabras unidas a
los símbolos: “Tú estás destinado a hacer cosas verdaderamente importantes,
trascendentes”. Si el o la joven se entusiasma en forma inmediata, el primer paso ha sido
alcanzado. Posteriormente vendrán los folletos, los libros, las pláticas sobre las lecturas. En
cada entrevista se renovarán los halagos y las promesas: “Ahora sí, tu vida empieza a tener
un sentido correcto: la salvación «eterna» depende de ti”; Luego, invitaciones a “retiros”
espirituales. Conferencias, ejemplos, anécdotas, conversaciones con iniciados, visitas
repetidas a una de las residencias y, sobre todo, lectura permanente hasta la memorización
de las frases de Camino, el libro del fundador.
Hasta que un día, una vez que el prospecto ha introyectado el misticismo de la Obra,
es invitado a incorporarse íntegramente al Instituto. Desde ese momento, aquel joven
ingenuo y cándido, estudiante en alguna de las escuelas del Opus, dedicará sus acciones,
sus obras, incluso sus pensamientos más íntimos, a la búsqueda constante, y angustiante, de
su “santidad personal”. Santificación que habrá de realizar -según dicen ellos en la oración,
en el apostolado y en el mundo. (Para los socios del Opus Dei existen dos ámbitos perfecta-
mente diferenciados: el de la Obra, vivido y vivenciado en sus hogares diversos, y el
“mundo”, la cotidianidad de todos los otros que no pertenecemos a su organismo.)
Y desde ese momento todo cambiará vertiginosamente: su carácter, sus intereses, sus
actividades, sus conversaciones.., su vida. Y se volverá arrogante e inconmovible con
respecto a sus directores; maleable y despreciativo para con los demás. La principal
metamorfosis se verá en su mentalidad, que se volverá dogmática, imperiosa y soberbia.
Esta mentalidad, coincidente con otras de antaño, quedó magníficamente plasmada en las
palabras agudas de Federico Nietzsche: “… imaginémonos al enemigo tal y como lo
concibe el hombre del resentimiento [el hombre del Opus para nosotros] -y justo en ello
reside su acción, su creación: ha concebido el enemigo malvado, el malvado, y ello como
concepto básico, a partir del cual se imagina también, como imagen posterior y como
antítesis, un bueno- ¡¡él mismo!!…”
En efecto, los malvados, los pervertidos, aquellos que sufrirán del fuego eterno del
infierno, somos los del “mundo”. Por antítesis aparecen los miembros del Opus Dei,
resplandecientes de virtudes y de méritos suficientes como para alcanzar una dicha eterna.
En ello se resumen todos los trabajosos esfuerzos de los miembros de la Obra: alcanzar la
salvación individual, pero sin perder los privilegios y las comodidades de este “pervertido”
mundo.
Charlas y discusiones que mantuve con gente joven del Opus me hicieron. darme
cuenta de su terror a salirse de ciertas problemáticas. Sus pretendidas refutaciones parecían
siempre prefabricadas. Trataban de aniquilar, por ejemplo, a Sartre sin conocerlo, pero no
se atrevían a leerlo por el inocultable prejuicio de ser un pensados ¡ateo! Sus
argumentaciones procedían de los juicios emitidos por algún dirigente. Nada más. Pero
nada menos.
Leían con avidez, eso sí, las revistas recomendadas, distribuidas y publicadas por el
mismo Opus Dei: Itsmo (revista de circulación interna entre sus miembros) y Resumen.
Itsmo es una revista de inmejorable presentación, bimestral, y publicada por Editora de
Revistas, S. A., ubicada en Floresta No. 20 (en el año de 1974 era director el licenciado
Carlos Llano Cifuentes, quien además, en la misma época, dirigía el IPADE, del que
hablaremos más adelante). Resumen: revista que tiene conexión con la ideología
indeclarada del Opus Dei. Resumen -dice su consejo editorial- “cree en la iniciativa privada
y la defiende: mercado libre, propiedad privada, gobierno limitado.”
Aquel que entra al Opus Dei pierde toda esperanza de pensar y actuar por sí mismo;
habrá siempre alguien que le dicte su “mejor” proceder. La impres’ón de una persona que
estuvo bastante cerca de estas gentes es elocuente de suyo: “Parecen aut5mates; se someten
al gusto y criterio del director espiritual o del dirigente secular; se dejan voluntariamente
manipular… ¡es increíble!”
Como se trataba de un sacerdote, los padres accedieron a que Antonieta fuera a una
casa del Opus en la colonia Clavería. La muchacha, que contaba entonces con dieciséis
años, empezó a asistir, primero los sábados, posteriormente sábados y jueves, luego los
lunes, jueves y sábados. Después, toda la semana. Hasta que un día avisó a sus padres que
se iba a vivir a una de las casas del Opus Dei. Trataron de disuadirla inútilmente: su mente
había sido programada para no aceptar razones. Ingresó a la Obra. Profesó los votos de
obediencia, castidad y pobreza; alcanzó el grado numerario.
En el artículo, la autora, Ada Irma Cruz, afirmaba, entre otras cosas, que aquí -se
entiende que en el Distrito Federal- funciona “la Escuela de Administración de
Instituciones (ESDAI), obra en la que la sección de mujeres del Opus Dei trabaja en
beneficio de muchísimas personas”. La cuidadosa autora empezaba su escrito con la
pregunta y contestación siguientes:
“Las versiones que circulan son -continúa Ada Irma— más bien obra de los
ignorantes (sic) o de quienes, sabiéndolo, tienen evidente mala fe. Porque el Opus Dei tiene
una clara y abierta (subrayado por nosotros) tarea de apostolado y labor social que realiza
en todos los continentes, bajo la luz del sol, expuesta a las miradas de los interesados y de
los curiosos, de los simpatizantes y de sus enemigos.” 4
c) La labor del Opus Dei en la ESDAI resulta, desde el punto de vista de la salud
mental, más un maleficio que un beneficio. En la ESDAI preparan exclusivamente a
muchachas para la administración de hoteles; hospitales o de cualquier “empresa estatal o
privada; además es internado. ¿Existe algo malo en ello? De ninguna manera. Lo
perjudicial estriba en las técnicas pedagógicas utilizadas como medios para llegar a tan
loable fin. La atmósfera que se respira allí es de absoluta represión. Debido a que la Obra
está dividida en “dos secciones: una de varones y otra de mujeres, las’ dos con el mismo
espíritu, pero totalmente independientes”, enmascaran con ello una concepción de las
relaciones intersexuales. Las educadoras y maestras pertenecientes a la sección femenil del
Opus que operan en esta y en otras escuelas, ven en cualquier instinto un fenómeno de
perversidad congénita, lo acepten o no.
Por último, y para que se vea más palpable el sentido del “beneficio”: inscripción,
3,000 pesos. Muy beneficioso… para la escuela y para el Opus Dei.
Para comprobar que tanto la ESDAI como otros organismos del Opus sí tienen nexos
oscuros y misteriosos, examinemos la relación de aquella con la industria hotelera.
Cualquier alumna destacada de la ESDAI puede conseguir, con una facilidad que dejaría
pálido a un estudiante de la UNAM, becas para ir a estudiar a cualquier parte del mundo; la
industria hotelera mexicana le paga los gastos. (Sabemos demasiado bien que esta industria
está, en su mayor parte, en poder de compañías transnacionales norteamericanas y, sobre la
índole misteriosa, verdaderamente tenebrosa de estas compañías sobran los comentarios.)
Algunas de las escuelas para hoteleros en el mundo, propiedad del Opus Dei son:
Scuola Alberghiera, en Italia; Nullamore Staff Training Center, en Irlanda; Chateau de
Couvrelles, en Francia, y en México: la Escuela de Hogar y Cultura Palmares, en
Guadalajara, 5 la Escuela Mexicana de Turismo y la multicitada ESDAI, en la capital de la
República.
La tarea abierta y clara del Opus Dei en México no es tan clara ni tan abierta, pese a
lo que diga la articulista Ada Irma Cruz, así como tampoco está “espuesta a las miradas de
los interesados y de los curiosos, de los simpatizantes…”, etcétera… (es más, intente usted,
lector, conseguir bibliografía sobre la labor “apostólica y social” del Opus Dei en México.
Prácticamente no la hay, lo que hace pensar que no ha de ser tan, tan importante ni tan
notoria como pretenden persuadirnos).
El Opus Dei tiene, además, una Universidad, con estudios reconocidos por la
Universidad Nacional Autónoma de México. Es el INSTITUTO PANAMERICANO DE
HUMANIDADES (IPH) en Tecoyotitla 366, en México 20, D. F., a espaldas del Centro
Escolar Cedros, anteriormente señalado. Las carreras profesionales que se pueden seguir en
este instituto son: licenciatura en Pedagogía (incorporada a la UNAM el 25 de octubre de
1967, acuerdo núm. 591); en Filosofía (con incorporación del 17 de febrero de 1970,
acuerdo núm. 133), o en Derecho (incorporada el 25 de septiembre de 1970, acuerdo núm.
878), sobre la cual hablaremos más tarde y, además, bachillerato (que se incorporó el 9 de
enero de 1970, acuerdo núm. 5). En el IPH estudian los miembros de la Obra, obtienen su
título -reconocido, como ya dijimos, por la UNAM- y posteriormente se van a estudiar al
extranjero -a la Universidad de Navarra, en España, por ejemplo, que también es del Opus-,
y regresan a México con un título de doctor en algo -teología, tal vez- y se disponen a
trabajar como maestros en alguna de las escuelas aquí mentadas. Aquí está la, trampa: los
del Opus Dei saben o presienten que las autoridades gubernamentales podrían, alguna vez,
obligar a que se cumpla la Constitución Mexicana, y ellos quedar desprotegidos. Por ello
han construido y establecido sus escuelas, sus universidades, con sus programas y sus
temas, pero han tenido, al mismo tiempo, la precaución de tener reconocidos oficialmente
sus estudios. Si el gobierno llegara a cambiar de opinión, ellos podrían ejercer
profesionalmente, puesto que tienen títulos reconocidos. No se les va una.
El IPH, es decir, el Opus Dei, tiene en Augusto Rodín 498 la sección de Derecho. El
edificio donde se ubica esta sección del IPH es deslumbrante; se trata de una edificación del
siglo XVIII que debe valer varios millones de pesos. Su director es el licenciado Felipe
González. Son maestros de esta sección los licenciados Jesús Rodríguez Tovar, Felipe
Gómez Mont, Elías Rizk y Juan Soto -mencionado como director general del IPH-, entre
otros. Varios de ellos realizaron sus estudios en la Escuela Libre de Derecho. También es
profesor Isaac Guzmán Valdivia, autor de varias y diversas obras como El conocimiento de
lo Social (Editorial Jus), El Destino de México (publicado en 1939), Notas para una teoría
de las ciencias sociales, Reflexiones sobre la administración, y otras. Fundador de una
preparatoria en Torreón y de la Asociación Mexicana de Administración Científica,
catedrático en la Escuela Libre de Derecho y muy ligado al desarrollo y expansión
ideológicos y materiales del Opus Dei. Capellán general del IPH es el doctor Guillermo
Porras.
En todas las instituciones del Opus, tanto escuelas como residencias, brilla y
enseñorea lo moderno, lo moderno en muebles, arquitectura, decorado: el american way of
life. Todas las casas, sin excepción, son confortables, agradables, acogedoras, y ello
contribuye a su inconmensurable éxito.
Por supuesto que si alguien pregunta sobre la relación del IPADE con el Opus,
obtendrá una respuesta poco satisfactoria: no lo niegan, pero tampoco lo afirman. Sostienen
que su labor es exclusivamente científica y técnica, que no existe nexo entre el aprendizaje
y la ideología de la Obra. La propietaria del IPADE es, desde el punto de vista jurídico,
puesto que al Opus Dei se lo impide el obstáculo Constitucional, la SOCIEDAD
PANAMERICANA DE ESTUDIOS EMPRESARIALES, cuya dirección es Floresta 20, la
misma de su filial.
Por el IPADE han pasado -según confesión propia de uno de sus directores-
ejecutivos y empleados de más de mil quinientas compañías (gubernamentales y privadas,
grandes y pequeñas, de la capital y de la provincia, nacionales y extranjeras).6
Los cursos impartidos por el IPADE -justo es reconocerlo- son de un altísimo nivel,
serios y rigurosos. Muchos de los cursos han sido preparados en los Estados Unidos de
Norteamérica, concretamente en Harvard. Dichos cursos son muy diversos, variados y de
diferentes grados de complejidad. Existe un curso, por ejemplo, que dura ocho meses, dos
veces a la semana, con un costo total -incluidas las comidas- de 48,000 pesos.
“Pero, además, esa santa casa -continúa Tellezgirón – funciona también como centro
recreativo o club para multimillonarios. Hay salones tan privados que a la servidumbre sólo
le está permitido explicar a algún curioso que se les destinan a `asuntos empresariales re-
servados». ¡Ah, si las paredes hablaran! Jure usted que ahí se han decidido las grandes
cuestiones económicas del país, más de una vez. Es decir, aquellas cuestiones que
corresponde decidir a los económicamente poderosos.” 7
En ambos institutos existe un gran número de becarios, muchos de los cuales han sido
alumnos del Opus en otras escuelas, o son miembros de la Obra, con aspiraciones. Todo
queda en familia.
Con otras palabras dicho: los institutos del Instituto secular denominado Opus Dei, no
son de ninguna forma independientes ni inocentes dentro del sistema capitalista. Muy por el
contrario, el Opus a través de sus institutos (IPADE, ICAMI), tiene una función específica,
definida e inobjetable: ensanchar y aumentar la tasa de beneficios del capital. Si esto no
fuera así, no tendrían razón de ser las enseñanzas de dichos institutos. De esta manera el
Opus Dei es hijo favorito, fiel y disciplinado del sistema capitalista. Naturalmente que los
socios de la Obra se empeñan neciamente en sostener lo contrario -necedad que de por sí es
significativa-: “que el Opus Dei no tiene ninguna actividad de fines políticos, económicos e
ideológicos: ninguna acción temporal”. Lo extraño es, si aceptamos sus palabras, que la
Obra no opera en ningún país socialista; ¿se deberá a su “neutralidad” política?
Y, por otro lado, como el capitalismo dependiente mexicano ha necesitado de la
participación del Estado, los miembros del Opus se han entronizado en éste para nutrir el
desenvolvimiento de aquél. Esta hermandad conquistada por los socios de la Obra
concuerda -dicen ellos- con el dogma de Cristo. Pero es rechazada, precisamente en nombre
de un espíritu verdaderamente cristiano, por Sergio Méndez Arceo, por Helder Cámara, y
por todos aquellos seglares y clérigos orientados en la llamada “Teología de la Liberación”,
o del movimiento de “Cristianos por el Socialismo”.
Un estudio sobre los directores y ejecutivos que han aprendido y asimilado los
sistemas y métodos de estos institutos y otros similares fue publicado sucintamente en un
suplemento dominical. A continuación transcribiremos algunas de las conclusiones del
estudio, en la inteligencia de que nos servirá para comprender mejor cuál es la labor oculta
-ideológica- que realizan estos institutos: 8
“2) El sistema ideológico funciona así, como una pantalla protectora que distorsiona
las percepciones cotidianas de la realidad; al mismo tiempo, provee al individuo de
racionalizaciones -socialmente aceptadas- para lograr mantener esa cohesión interna.
c) Al Opus Dei le interesa difundir y reiterar dicha ideología, pues con ello tiene
garantizado el mantenimiento de las tradiciones, hábitos, costumbres y prerrogativas que
ferozmente defiende. Si el Opus Dei, por mediación de estos institutos, asesora y guía a
ejecutivos y directivos del gobierno y de la iniciativa privada, intenta así orientar las
direcciones políticas y económicas del país hacia los objetivos que defiende: la Iglesia, la
religión católica y las “libertades” del sistema capitalista.
- El Centro de Capacitación Hotelera (de nueva cuenta los hoteles entre las
preferencias del Opus Dei) en Jaltepec, Jalisco.
Las listas de los socios del Opus Dei son un verdadero misterio. Sólo un grupo de
privilegiados las conocen; inclusive muchísimos miembros de la Obra las desconocen. Aquí
en el Distrito Federal son controladas y manejadas, entre otras personas, por la señorita B.
Sosa M. y por el conciliar de la región, el citado Juan Francisco López Félix. Fuera de un
reducido número de personas que saben de tales listas, el resto de la humanidad lo ignora.
Por lo que se refiere al poder político, hay que hacer notar que el Opus Dei instala,
aquí como en el resto de América Latina, un imperio económico y financiero como primera
meta. Después vendrá lo político. Aquello del voto de pobreza queda en broma hipócrita,
en coartada burda.
España es un ejemplo sólido y claro. Allí el Opus Dei tuvo, merced al franquismo,
prerrogativas, prebendas, beneficios, hasta subsidio. En España nació, se desarrolló,
consiguió medios de sustento y de expansión el Opus Dei. Siempre a la sombra del régimen
tiránico de Franco, apoyándose mutuamente como dos hermanos, o mejor, como dos
amantes.
De este trabajo y de mí, podrán decir los señores del Opus Dei en México las cosas
usuales: que estoy equivocado, errado o errático; que mi nombre es un seudónimo, etc. Sin
embargo, todos los datos usados corresponden a sus propias fuentes de información.
Lo cierto es que en México el Opus Dei es un siniestro fantasma que irrumpe en todos
los lugares imaginables, que domina y contamina las mentes de miles de hombres y
mujeres, adolescentes y adultos, y cuya virtud principal es pasar inadvertido para la
inmensa mayoría de la población.
——
1
Le Vaillant, Yvon, La Santa Mafia. Traducido por José Fernández Valencia, Editores Asociados, S.
de R. L., México, 1972, pág. 29
2
Las escuelas aquí citadas aparecieron en un anuncio publicado en la prensa nacional, cuyo
encabezado es este:
“EL INSTITUTO SECULAR «OPUS DEI» se permite informar que a partir del día 15 de marzo
quedarán abiertas las inscripciones en sus centros de, enseñanza:” (Véase: Agachados. Núm. 124. Ed. Posada.
1973).
3
Le Vaillant, Yvon, ob. cit., págs. 64-65.
4
Cruz, Ada Irma, “El Opus Dei. Una obra ni secreta ni ostentosa”, El Heraldo de México, 20 de enero
de 1976.
5
Le Vaillat. Ivon, ob. cit., páf. 91. Véase también: “¿Que es el Opus Dei?” en L’Observatore della
domenica, entrevista con José María Escrivá de Balaguer, por Enrico Zuppi y Antonio Fugardi, Ediciones
Rialp Mexicana, México, 1968.
6
Carta del señor Carlos Llano Cifuentes publicada en El Día, 15 de marzo de 1972. En esta carta el
entonces director del IPADE confiesa que el ICAMI es una filial de aquél; véase, en el folleto, Cristianos en
medio del mundo, algunos aspectos del trabajo apostólico del Opus Dei en México.
7
Consúltese los subsiguientes artículos de J.M. Tellezgirón entre el 22 y el 24 de marzo de 1972 en el
mismo periódico.
8
Artículo de Sara Moirón aparecido en “Diorama de la Cultura” suplemento dominical de Excélsior el
15 de diciembre de 1974.
9
Artículos recopilados en el folleto: ¡Este mundo nuestro! Ediciones Rialp Mexicana México, 1970.
FIN