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Debate Matus Hernández en Cartas al Director de El Mercurio

Tribuna
Jueves 09 de Diciembre de 2010

¿Qué hacer con nuestro sistema penitenciario?


Jean Pierre Matus
Profesor Titular de Derecho Penal, Universidad de Chile

La tragedia de la madrugada del miércoles en la Cárcel de San Miguel


que costó la vida de al menos 81 condenados por diversos delitos, ha
puesto nuevamente en el centro de la discusión la cuestión
penitenciaria.

Para abordar este problema es necesario, primero, dejar sentado lo


siguiente: las estadísticas demuestran que el aumento de nuestra
población penitenciaria en los últimos 20 años está correlacionado con el
de los delitos y, por lo mismo, en la medida en que no se reduzca
sensiblemente la actividad criminal, no es esperable que lo haga la
población penitenciaria, si el sistema de justicia criminal sigue operando
conforme a derecho.
Sin embargo, nuestro sistema penitenciario no parece haberse
preparado para este aumento de la población carcelaria. No ha habido,
en estos últimos 20 años, una inversión sistemática y con perspectiva de
mediano plazo en el sistema penitenciario propiamente tal, salvo
aislados esfuerzos en materia de personal de Gendarmería y una tímida
inversión en cárceles concesionadas. En cambio, buena parte de la
inversión pública en justicia criminal ha ido a parar en las dotaciones y
nuevos edificios de los Juzgados de Garantía, Tribunales Orales, el
Ministerio Público y la Defensoría Penal Pública, que operan el sistema
de justicia criminal que procesa y condena a los infractores.

Esta falta de inversión en el sistema penitenciario acorde con el


aumento de la actividad criminal explica el hacinamiento, la falta de
segregación y de condiciones de seguridad mínimas para reos y
gendarmes de muchas prisiones en Chile, que, a veces, rayan en lo
inhumano y otras, permiten que se desencadenen desgracias como la
que estamos viviendo.

Luego, sólo hay dos caminos que se pueden adoptar seriamente para la
reducción del problema carcelario: primero, y directamente, mediante
una adaptación constante del sistema carcelario al verdadero número de
personas que ingresan al mismo, y segundo, indirectamente, reduciendo
la actividad criminal.
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La urgencia del momento hace que nos aboquemos ahora en la primera


de estas vías: ella supone voluntad política para realizar grandes
inversiones, empezando por contar con cárceles que ofrezcan a los
condenados reales condiciones de seguridad y oportunidades de
resocialización. Esto supone que el Estado realmente se haga cargo de
reducir el hacinamiento construyendo o mandando construir penales
acordes con el número actual y el previsible de la población condenada
(la que aumentará al menos vegetativamente con el incremento de la
población), proveyendo lo necesario para su seguridad, alimentación y
vestimenta, segregando a los presos de acuerdo a sus grados de
peligrosidad y terminando con el sistema de carretas, encomiendas y
comercio clandestino que favorece todo tipo de abusos para y entre los
internos. Algo como esto último ya se hace en algunas cárceles
concesionadas y el ejemplo debería extenderse sin demora a todo el
sistema.
Todo esto cuesta dinero, y mucho. Pero no hay otra forma de abordar
con seriedad el asunto.

Naturalmente, escucharemos estos días los "cantos de sirena" del


camino fácil de reducir la población penitenciaria por decreto, esto es,
aumentando los beneficios penitenciarios, las salidas alternativas y
reduciendo las penas o los hechos merecedores de una sanción criminal.
Pero ninguna de estas medidas apunta a las causas del problema y más
bien puede incidir negativamente en el mismo. En efecto, si bien se
conseguirá disminuir temporalmente la cantidad de internos en nuestras
cárceles, al reducirse también con esas medidas los costos de la
actividad criminal, ésta tenderá a aumentar, provocando no sólo
mayores daños a la población general víctima de los delitos, sino
también, en el corto plazo, un aumento correlativo en la cantidad de
condenados y, por lo tanto, de presos.

Viernes 10 de Diciembre de 2010


Sistema penitenciario

Señor Director:

En columna de opinión del 9 de diciembre, el profesor Jean Pierre Matus


sostiene que en Chile no podrá haber menos presos mientras no se
reduzcan las tasas de delincuencia, de modo que el único abordaje serio
del problema carcelario consiste en invertir en más y mejores cárceles.
Cualquier otra cosa sería un canto de sirena, sospechoso, además, de
subvertir al parecer el Estado de Derecho.
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Al margen de que parezcan urgentes las inversiones de ese tipo, no se


puede compartir la afirmación central del profesor Matus. Que mayores
tasas de delincuencia debieran conducir a más condenas es, sin duda,
obvio. Que esas condenas deban implicar necesariamente encierro, no
lo es en absoluto, como lo muestra cualquier comparación de sistemas
penales en el mundo. Cuántos delitos deben llevar aparejadas penas de
encierro y por cuánto tiempo, así como si éstas admitirán alternativas de
cumplimiento en medio libre, con cuánta generosidad y bajo qué
condiciones son decisiones políticas susceptibles de mejor o peor
justificación técnica, también desde el punto de vista de la tranquilidad
de la población. Que Chile sea el país con la mayor tasa de presos por
habitante de la región no es entonces una fatalidad estadística (lo que
supondría que tuviéramos también las mayores tasas de criminalidad),
sino el resultado -al menos también- de nuestras decisiones políticas,
con lo cual la verdadera cuestión es si como sociedad hemos tomado las
mejores decisiones al respecto.

Antes de dejar el campo libre a los constructores civiles deberíamos


resolver cuánta cárcel es realmente indispensable para nuestra
convivencia, lo que además de la necesaria información técnica requiere
de opciones políticas que aquélla no puede reemplazar.

Héctor Hernández Basualto


Profesor de Derecho Penal Universidad Diego Portales

Domingo 12 de Diciembre de 2010


Criminalidad y penas

Señor Director:

Héctor Hernández discute que sea efectiva la correlación estadística


entre el aumento de la actividad criminal y el número de presos.
En cambio, afirma que la correlación que existiría sería entre los hechos
punibles y sus sanciones y el número de encarcelados, por lo que la
solución al problema del hacinamiento sería simplemente modificar la
legislación, de manera que se reduzca el número de hechos punibles o
sus sanciones, y se aumente el de beneficios y alternativas.
Sin embargo, dichas medidas ya existen. Por una parte, desde 1983 se
encuentra vigente la Ley Nº 18.216, que permite a los condenados
primerizos acceder a la "remisión condicional" (si la pena es inferior a
tres años) o "libertad vigilada" (si es inferior a cinco).
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Incluso los reincidentes, siempre que antes no hayan sido condenados a


penas superiores a dos años, todavía pueden optar al beneficio de la
"reclusión nocturna". Y por otra, existen las llamadas "salidas
alternativas" en el Código Procesal Penal, la más relevante de las cuales
es la "suspensión condicional del procedimiento", una suerte de
anticipación de la "remisión condicional", pero sin condena.
Así, según las estadísticas disponibles, durante el año 2008, de un total
de 93.072 términos judiciales aplicados a imputados conocidos en
delitos flagrantes de robo y hurto, 24.588 terminaron con sus procesos
suspendidos condicionalmente (de entre ellos, 19.544 en casos de
hurtos), 16.863 con algún beneficio de la Ley Nº 18.216 (repartidos casi
en partes iguales entre robos y hurtos), y sólo 29.187 en condenas de
prisión (por hurto, 12.280 en condenas de alrededor de un año, menos
de un tercio de los imputados).
Es decir, en Chile, a pesar de que actualmente y en los delitos de mayor
ocurrencia se otorgan salidas y medidas alternativas a una cantidad de
personas que duplica el número de condenados presos, el número
absoluto de éstos no disminuye, sino que aumenta año a año.

La razón del fracaso de estas medidas alternativas para reducir el


hacinamiento carcelario es "obvia": el aumento sostenido de la actividad
criminal, básicamente en delitos contra la propiedad, que tienen penas
que no se aplican a los primerizos y que, tratándose de hurtos, cuando
se aplican son tan bajas que no refuerzan la vigencia de la norma de
conducta, ni producen efectos incapacitantes, disuasivos o
resocializadores.

Jean Pierre Matus


Profesor Titular de Derecho Penal Universidad de Chile

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