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de la guerra moderna
1
…en este complejo mundo, en el que mucha gente camina con
barriles de pólvora encendiendo descuidadamente sus cerillos, debemos
percatarnos de que el enemigo somos demasiado a menudo nosotros
mismos. Esta es una situación que debería hacernos más cuidadosos.
Eric Wolf
Cuadro 1
Periodo Características
1) Datos etnográficos sólidos sobre la guerra; 2) Paradigma evo-
Fundador
lucionista: costumbres, prácticas y armas puestas en una tipología
(1850 -1920)
evolutiva [Otterbein, 2000:795].
1) Ascenso del relativismo cultural; 2) Emerge el mito del “sal-
vaje pacífico”: creencia de que sociedades cazadoras-recolectoras
no participaban en guerras, o en todo caso, sólo lo hacían a
Clásico manera de ritual o como una especie de juego; 3) Tanto evo-
(1920 -1960) lucionismo como relativismo refuerzan este mito: el primero al
afirmar que en el pasado la guerra debió ser menos común y
menos letal que en el siglo xx, y el segundo al romantizar a los
pueblos “iletrados” como “buenos salvajes” [ibid.:795 y 796].
1) Incremento drástico de los estudios antropológicos en los años
sesenta; 2) Las “teorías de las “causas y efectos” de la guerra pro-
liferaron; 3) En los setentas adquiere importancia la “adaptación
Edad de oro 2 ecológica”; 4) Los estudios transculturales demostraron el error de la
(1960 - 1980) secuencia en los tipos de guerra —de la guerra defensiva a la social,
de la social a la económica y de la económica a la política— al obser-
var propósitos defensivos y económicos conjuntos en las guerras de
diversos “pueblos iletrados”, entre otros casos [ibid.:798 y 799].
1) Emergencia de un modelo teórico único: el de las causas y con-
secuencias de la guerra, el cual mostraba ser útil en el estudio de las
condiciones bajo las cuales ocurrían la guerra y otros tipos de violen-
Actual cia ocurrían [ibid.:802]; 2) Controversia entre quienes observan la
(1980 -¿?). guerra como parte de la naturaleza humana y quienes la consideran
como resultado de la organización estatal: ya sea que el Estado se
esté expandiendo, se encuentre en combate con otro Estado o exista
conflicto entre sus grupos étnicos [ibid.:801 y 802].
Fuente: elaborado con base en el texto de Otterbein [2000].
2. Otterbein distingue tres cuestiones por las cuales considerar este periodo como la “edad de oro”: a)
el número de antropólogos se incrementó rápidamente desde finales de los años cincuenta; b) la creciente
opinión de que la guerra de Vietnam y Corea tenían aspectos que recordaban las “guerras primitivas”; y c)
algunas áreas no “aculturadas” abrieron el campo de investigación antropológica (Nueva Guinea, las Amazo-
nias, etcétera). [ibid.:799]
Definiciones y enfoques
Es cierto que desde antiguos tratados (como el de Sun Tzu del siglo v a.c. en la tra-
dición oriental) y algunos mucho más recientes (como los Maquiavelo, Napoleón o
Clausewitz en la tradición occidental), la guerra ha ocupado un motivo importante de
reflexión; sin embargo, la perspectiva política, militar y económica —que se expresa
más en máximas que en argumentos— dominó y fascinó a los interesados en el tema.
El concepto de guerra, por lo tanto, no implicaba mayor problema y más bien lo que
cautivaba era su puesta en marcha.
La antropología de la guerra, como ya se dijo, quedaba relegada sólo a la discu-
sión sobre la naturaleza beligerante o pacífica del hombre. Sin embargo, la propia
consolidación de la disciplina y el contexto histórico que la envolvía obligaron a los
antropólogos a incursionar en la discusión sobre una cuestión mucho más medular:
la naturaleza de la guerra.
El célebre Bronislaw Malinovski fue uno de los primeros en aventurarse en este
debate. Este antropólogo, que no dudaba acerca de la construcción cultural de la
violencia, y de su caso extremo la guerra, elaboró una tipología que permitía distin-
guir la guerra auténtica de otro tipo de enfrentamientos entre humanos. Diferencia
entonces: a) la lucha como producto de la cólera y en el terreno de lo privado; b) la
lucha organizada y colectiva entre grupos de las misma unidad cultural; c) las corre-
rías armadas como tipo de deporte; d) la guerra como expresión política del nacio-
nalismo; e) las expediciones militares de pillaje y robo colectivo; y f) las guerras entre
dos grupos culturalmente diferenciados como instrumento de política nacional. Para
Malinowski fue con este último tipo que comenzó la guerra en el más amplio sentido
de la palabra, puesto que implicaba la conquista de un pueblo y, en consecuencia, la
creación de estados políticos y militares. De esta manera, y es punto sobre el que se
puede discutir largo rato con Malinowski, el propósito y valor de la guerra dependía
de “si crea valores mayores de los que destruye” [Malinowski, 1942: 141-142].
Como se observará más adelante, me parece que la propuesta malinowskiana
rompe con sus predecesoras y marca derroteros para venideras, sobre todo en dos
Cuadro 2
Campo o
Características (alcances y límites)
perspectiva
En este ámbito, diversas teorías enfatizan en lo genético y otras en la
naturaleza superorgánica de la vida social. Éstas teorías no explican
porqué la gente entabla combates mortales porque su premisa prin-
cipal es tautológica (el hombre pelea guerras porque es agresivo). La
Biológica
gente pelea no porque necesite satisfacer algún instinto, sino porque
sus intereses chocan con los de otros. El reconocimiento, el ámbito y
el relativo valor de esos intereses son culturalmente definidos [Koch,
1974:5].
Predominio de la teoría de la frustración-agresión. Esta propuesta des-
cuida, sin embargo, los factores económicos y políticos en los cuales
se origina la guerra. Cualquier teoría que correlacione las variables
Psicológica
en una relación causa-efecto es necesariamente circular puesto que
no puede pre-decir las condiciones que ponen a un particular tipo de
personalidad en el campo de batalla. [ibid.:6 y 7]
La guerra representa un mecanismo adaptativo de aquellas pobla-
ciones que devinieron en el Estado y la civilización. Ciertos estudios
muestran que sociedades con alto grado de centralización política
Cultural
suelen tener métodos más efectivos para hacer guerra, aunque ponen
poca atención a variables económicas y comerciales y a los procesos
de dominación extranjera [ibid.:7].
La guerra conserva una relación viable entre gente y recursos. Su
perspectiva evolucionista oscurece el verdadero campo al que perte-
Ecológica
nece la guerra: la arena de conflictos sociales concretos y luchas por
el control político [ibid.:8].
Ejemplificada con la teoría de las “lealtades transversales”, la cual
Social-estruc-
sostiene que una estructura social crea múltiples y mutuas alianzas
tural
que impiden el estallido de violencia intra-societal [ibid.:11].
Fuente: elaborado a partir del estudio de Koch [1974].
aunque hay bastante discusión acerca de los detalles, discrepancias y una vasta
gama de variación empírica reconocida por todos, la conclusión general de repetidas
investigaciones es que la guerra se vuelve más sofisticada y eficiente con la evolu-
ción política, y que desempeña algún papel, primario o secundario, en impulsar ese
proceso [Ferguson, 2000:271].
Con cierto aroma hegeliano, se podría ironizar que así como el fin de la historia
es el Estado, el Estado es sólo el principio de la guerra en la historia. Desde este punto
de vista, como dije anteriormente, resulta admirable la perspicacia de la aproxima-
ción de Malinwoski al definir la guerra moderna otorgando un papel fundamental
al estado, la nación y el nacionalismo. Sobre este punto hablaré en las siguientes
líneas, y más adelante lo pondré en discusión al observar las características de las
guerras contemporáneas.
La Nación tribal es la unidad de cooperación cultural. El Estado tribal tiene que defi-
nirse en términos de unidad política, es decir, de un poder autoritativo centralizado y
Las guerras nacionalistas, como medios unificadores bajo el mismo gobierno admi-
nistrativo y provistas de la misma maquinaria con su grupo cultural homogéneo,
es decir, de Nación, han sido siempre una fuerza poderosa en la evolución y en
la historia. Las guerras de este tipo son naturalmente productivas porque crean una
nueva institución, la Nación-Estado [ibid.:136].
Hago una pausa aquí para recalcar el siguiente punto: el impacto de los postula-
dos de la antropología de la guerra no se limitan a la mera técnica etnográfica, como
3. Vale la pena recordar que Malinowski, con más de medio siglo de anterioridad, aunque refiriéndose a la
Segunda Guerra Mundial, opinaba el que carácter “total” de dicha guerra provenía de su enorme capacidad
de transformar la cultura [1942: 145]. Retomaré este punto más adelante.
La Gran Guerra fue uno de los raros conflictos de la historia en que cada pueblo
cerró sus filas alrededor de sus dirigentes. La unanimidad patriótica existía en cada
campo, porque en cada campo los dirigentes estaban ahí y persuadían a los ciudada-
nos —a menudo con razón— de que el enemigo aborrecía su existencia a diferencia
de otros conflictos [2003:43].
los principales cambios políticos que convirtieron una receptividad potencial a los
llamamientos nacionales en recepción real fueron la democratización de la política
en un número creciente de estados y la creación del moderno estado administrativo,
movilizador de ciudadanos y capaz de influir en ellos[…] [Hobsbawm, 1991:119].
Sin embargo, su interés da un giro cuando, aun teniendo como base una expli-
cación más de carácter superestrutural, advierte que
4. Por ejemplo, el influyente libro para el estudio de la guerra en el siglo xx, Auge y caída de las grandes
potencias [1987] de Paul Kennedy, enfatiza —casi al punto de la obsesión— las capacidades productivas y la
fuerza militar de los estados-nación, otorgando sólo un mirada de reojo a la historia y demostrando una ceguera
absoluta ante los factores culturales.
En 1914-1918, las víctimas absolutas son, por excelencia, quienes han muerto por la
patria, los ciegos y los mutilados de guerra [y en cambio] en 1940-1945, las víctimas
emblemáticas son los que salen, medio vivos, de los campos de exterminio: civiles
y niños, todos ajenos a la guerra [Ferro, 2003:54].
Y concluye con una paradoja bastante ilustrativa acerca de estos cambios con
respecto a la puesta en marcha de la guerra:
que los estados del siglo xxi prefieran librar sus guerras con ejércitos profesionales
o incluso con contratistas militares privados no responde únicamente a cuestiones
técnicas, sino a que ya no pueden confiar en que los que se alisten masivamente para
morir por su patria en el campo de batalla. Los hombres y las mujeres pueden aceptar
morir (o, mejor dicho, a matar) por dinero, o por algo más o menos importante; sin
embargo, en las patrias originales de la nación, ya no están dispuestos a morir por
el estado-nación [ibid.:97].
a la antropología a ajustar su enfoque y con ello —así como esta guerra rompe con
los esquemas de las anteriores— transgredir sus propios paradigmas. En este sentido,
me parece sensato cuando Eric Wolf admite un estado de guerra permanente en
nuestros días, pero que de ningún modo es una situación inevitable. Bajo esta lupa, y
en concordancia con los cambios percibidos por Hobsbawm, Wolf ofrece una agenda
interesante de puntos a discutir en una renovada antropología de la guerra
Con lo anterior, concluye Wolf, “hablo de guerra, vista a menudo como violencia
irracional, como un instrumento de estrategia con un potencial de racionalidad”.
[ibid.: 51] Su apuesta parece atrevida, pero en un estado permanente de guerra y
violencia, en donde los múltiples y distintos contextos imposibilitan ya no su elimina-
ción sino acaso su dosificación, creo que es más prudente saber cómo se puede actuar
con esa bomba en las manos que tratarla de apagar escondiéndola bajo el suelo.
Ferguson, Brian
2000 “Guerra”, en Barfield, Thomas, Diccionario de antropología, México, Siglo
XXI Editores, pp. 271-273.
Ferro, Marc
2003 “Las dos guerras mundiales: una comparación”, en Diez lecciones sobre la
historia del siglo xx, México, Siglo XXI Editores, pp. 43-55.
Koch, Klaus-Friedrich
1974 The anthropology of warfare, FALTA CIUDAD, Addison-Wesley.
Malinowski, Branislaw
1942 “Un análisis antropológico de la guerra”, en Revista mexicana de sociología,
México, año III, vol. III, núm. 4, pp.119-149.
Otterbein, Keith F.
2000 “A history of research on warfare in anthropology”, en American anthro-
pologist, núm. 101 (4), 794-805.
Stéphane Audoin-Rouzeau y Annette Becker
1998 “Violencia y consentimiento: la ‘cultura de guerra’ del primer conflicto
mundial”, en Jean-Pierre Rioux y Jean-Francois Sirinelli, Para una historia
cultural, México, Taurus, pp. 265-286.
Wolf, Eric
2002 “Ciclos de violencia: la antropología de la paz y la guerra”, en Witold
Jacorzynski, Estudios sobre la violencia. Teoría y práctica, México: ciesas /
Porrúa, pp. 39-57.