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La crisis de abuso es en realidad una crisis

de jerarquía
Editorial del National Catholic Reporter (http://ncronline.org)
30 de abril de 2010

La crisis de abuso sexual no es fundamentalmente sobre sexo. La frase es una


etiqueta conveniente que se ha aplicado a un problema más profundo que está
sucediendo y que, en su esencia, tiene que ver con el poder y la autoridad y
cómo es utilizado en la iglesia.

La crisis de abuso sexual es en realidad una crisis de jerarquía, es una crisis de


una cultura que ya no puede mantener su superioridad a fuerza disposiciones
de una oficina o reclamando alguna diferencia ontológica con el resto de la
humanidad. La abrumadora evidencia muestra que, desde el sacerdote de una
parroquia hasta el Papa, los encargados de proteger a la comunidad, al oír que
los niños eran víctimas de abusos sexuales, actuaron en primer lugar para
proteger a la Iglesia institucional.

Una verdad central y triste corre a través de la historia que ha sido


desentrañada de los últimos 25 años: Cuando la comunidad más necesitó que
sus líderes actuaran como pastores ellos eligieron actuar como príncipes,
ignorando el problema a su alrededor al tiempo que emplearon todos los
medios disponibles para salvar su “reino”.

Los líderes de la Iglesia han esgrimido una serie de defensas. La mayoría de


ellas apuntaron a influencias o causas provenientes de fuera de la cultura
clerical, al secularismo, el materialismo, el relativismo, una sociedad obsesa
por sexual, a medios de comunicación hostiles, abogados anti-católicos, las
reformas del Concilio Vaticano II, y la más absurda de todas, la defensa que lo
que ocurrió en la iglesia está siendo indebidamente destacada dado que el
abuso de niños ocurre en todos los sectores de la sociedad.

Seguramente algunos entre la jerarquía deben darse cuenta ahora que su


respuesta a la crisis se sustenta en el secularismo y el relativismo que
condenan. ¿Quién de entre los obispos se podría presentar en un púlpito y en
un sermón llamaría a la comunidad a seguir su ejemplo en el trato con el
pecado grave: negar, atacar al acusador, ocultar el crimen, pagar por el silencio
si se descubre y admitir que "se cometieron errores" sólo cuando la presión del
público lo hizo aparecer de forma inevitable?

Uno no necesita mirar más allá de los confines de la comunidad en búsqueda


de las causas. No cabe duda ahora, cuando la difusión de la crisis se extiende
en todo el mundo, que los obispos utilizaron el secreto de su cultura
privilegiada, la confianza de aquellos de dentro de la iglesia e incluso que la
sociedad en general les confiere, así como los laberínticos y ocultos protocolos
de su cultura para ocultar a los sacerdotes ofensores y evitar el escrutinio de
las autoridades civiles.

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La estrategia de los obispos surgió a partir de un modelo de gobierno que debe
más al concepto de “realeza” y a la conducta de una corte, que a las exigencias
del Evangelio. El modelo “real” no admite equivocación, requiere lealtad
absoluta y no debe rendir cuentas a nadie. La compasión tiene poco lugar en el
mundo de los príncipes.

La historia muestra, sin embargo, que los reyes y los príncipes tienen tiempos
difíciles cuando los sujetos se vuelven educados y entienden que tienen
derecho a saber lo que está pasando, para ser parte del proceso de gobierno y
exigir rendición de cuentas de los responsables.

El P. Donald Cozzens, quien ha escrito extensamente sobre la cultura clerical y


sus lados de sombra, comentó: "Estamos siendo testigos de la caída del
Imperio Católico romano y no – espero- de la Iglesia Católica Romana. Los
imperios ya sea en lo temporal o en lo eclesial, no funcionan más"

El imperio eclesial ya no funciona porque la gente que hace su trabajo y


proyecta su mensaje al mundo y ya no confía en que sus líderes hacen lo
correcto. No funciona porque las exigencias siglo XXI demandan la rendición
de cuentas de sus instituciones y dirigentes.

El hecho de que la crisis parece no tener final y en esta última etapa la


información y difusión de los hechos llegue hasta el apartamento papal no
debería ser una sorpresa dado el historial del Vaticano durante el papado
anterior.

No existe mejor ejemplo de la corrupción que se extendió a los más altos


niveles de la Iglesia que el difunto P. Marciel Maciel Degollado, fundador de la
orden secreta llamada los Legionarios de Cristo.

En las últimas semanas el National Catholic Reporter ha documentado algunos


de los elementos más sórdidos de la subida al poder de Maciel, un ascenso
impulsado por los regalos de lujo y un sinfín de dinero en efectivo para las
figuras de gran alcance en la curia. El difunto Papa Juan Pablo II ejemplifica la
ceguera de la cultura clerical, rechazando la mayor parte de su reinado papal
los persistentes gritos de las víctimas de abuso en todo el mundo. Su acción en
el caso de Maciel fue especialmente desafortunada. Él abortó una investigación
del Vaticano sobre Maciel, a pesar de las abundantes advertencias de una gran
cantidad de fuentes fiables que informaban que Maciel había abusado
sexualmente en repetidas ocasiones de jóvenes seminaristas a su cargo. En
cambio, Juan Pablo elogió a Maciel como una "guía eficaz para los jóvenes" y
le otorgó honores especiales a la Legión. Al mismo tiempo, Maciel fue una
burla para la iglesia y todo lo que ella debe representar, así como manipuló la
curia para sus propios fines.

El arzobispo Diarmuid Martin de Dublín, Irlanda, después de leer la


documentación reunida como parte de una investigación del gobierno irlandés
sobre abuso sexual por sacerdotes en su arquidiócesis, pronosticó que se
convertiría en "una iglesia más humilde." Martin llega como una voz fresca,

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libre de cualquier participación en el escándalo. Hasta el momento ha realizado
una evaluación sobria y honesta de la crisis y sus causas. Quizás Irlanda, tan
fuertemente católica y tan profundamente sacudida por los escándalos, podría
ser el lugar en que una nueva eclesiología emerja. Una que sea más incluyente
y transparente que el “modelo real” que está en declive. Tal vez podría ser el
lugar de nacimiento de una eclesiología que sea humilde, no humillada, pero de
una manera que haga un balance de lo que una comunidad cristiana debe ser y
cómo debe estar presente en el mundo y para el mundo.

Tal vez podría proporcionar un ejemplo del tipo de introspección seria y


profunda que se requerirá del clero, sobre todo de la jerarquía, para llegar a la
raíz de las causas profundas de la escandalosa conducta de cultura clerical y
para discernir que reformas son necesarias para transformarla en una cultura
de servicio y compasión.

Los católicos quieren caminar con sus líderes, no debajo de ellos. Queremos
estar muy involucrados en la búsqueda, en la marcha de los peregrinos, y no
ser enviados en una marcha forzada. Queremos ser el pueblo de Dios, no
acobardados siervos.

Queremos a nuestros pastores de vuelta. Hemos tenido demasiados príncipes.

Texto original en inglés: http://ncronline.org/blogs/examining‐crisis/abuse‐crisis‐actually‐


hierarchy‐crisis

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