22 :ev 5 al 11 de diciembre de 2010
San Juan
Queridos hermanos y hermanas, queridos madru-
gadores y madrugadoras. En sus rostros puedo palpar
la alegría de estar en este hermoso lugar. Por sus mira-
das, también puedo palpar, el asombro que nos anima,
esperando que este bello sol borincano, aleje la lluvia
y ¡nos ayude a despertarnos!. “Estad despiertos”, nos
dice el Señor.
Parte del texto del salmo 63 dice:
”Dios, Dios mío eres tú;
De madrugada te buscaré;
Mi alma tiene sed de ti, mi carne te
anhela,
En tierra seca y árida donde no hay
aguas, “
”Para ver tu poder y tu gloria,
Así como te he mirado en el santua-
rio.”
Hoy nosotros, como el salmista, en esta madru-
gada, ¡buscamos al Señor! ¡Queremos ver a Jesús! La
intercesión de María, Señora de la Divina Providencia,
nos ayudará a vivir en el amor providente del Padre
con plena confianza en su Espíritu Santo. Queremos
ver a Jesús aquí, en estos terrenos, donde se construirá
el Santuario a Nuestra Señora de la Divina Providencia,
“Patrona Principal de Toda la Nación Puertorriqueña”,
como la declaró oficialmente el Papa Pablo VI en 1969.
En un sentido muy hermoso, vemos a Jesús en ustedes,
las piedras vivas que ya constituyen el santuario vivien-
te de nuestra Patrona.
Sí, en la madrugada oramos en este lugar, para
que Jesús, al igual que hizo con sus primeros doce dis-
cípulos que se les apareció en la madrugada, lo haga
también con nosotros sus discípulos y discípulas aquí
en Borinquen, al comienzo del tercer milenio de la cris-
tiandad, como nos relata san Marcos:
“A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando
sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el
mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos
de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: «Tran-
quilícense, soy yo; no teman.” (Mc. 14, 2527)
En esa madrugada, los apóstoles -asustados y lle-
nos de temor- gritaron. Ellos, en medio su desespe-
ración, escucharon la voz de la Palabra encarnada, la
Palabra del Señor (Verbum Domini) que les invitaba a
estar tranquilos, a no temer.
Jesús también nos habla de madrugada, nos mira
también asustados ante tantos retos, dificultades en
nuestros hogares, angustias económicas, estridencias
en la vida pública del país, frágiles, desesperados por
los quehaceres de la vida, y nos invita a tranquilizar
nuestros ánimos y corazones; y nos anima a no temer,
pues en el amor no hay temor. En el amor solo debe
haber confianza, debe haber paz, debe haber espe-
ranza, no cualquier esperanza, sino, aquella que no
defrauda, aquella que salva, la esperanza en una vida
nueva, plena y eterna, en Jesús Resucitado.
Hoy 19 de noviembre, Día de la Providencia Je-
sús nos invita a descubrirle, nos anima a redescubrirle,
a través de su madre, María. Por eso acudimos a ella
como modelo de fe, como modelo de aquella que da
el “sí” a la voluntad de Dios, para que su Hijo se ma-
nifieste siempre en nuestras vidas. Ella, en las bodas
de Caná, estuvo como una invitada, al igual que Jesús.
En esa boda, mientras las demás personas andaban
distraídas y entretenidas, María, estuvo atenta de las
necesidades de los novios, se dio cuenta de sus caren-
cias: “No tienen vino”. Entonces, como Madre intercede
ante su Hijo por los novios. Mediante su intercesión es
que Jesús manifiesta su gloria y obra su primer milagro.
La historia de Caná suele repetirse muchas veces
en nuestras vidas. ¿A cuantos hogares se les acaba el
vino de la felicidad? ¿Cuántos novios y matrimonios
tienen carencias, tienen necesidades del Dios vivo? Los
novios de Caná, invitaron y acogieron a Jesús y a María.
Les hicieron testigos de su unión matrimonial. ¿Hemos
hecho nosotros lo mismo en el noviazgo, en el ma-
trimonio, en los estudios, en el trabajo, en la gestión
gubernamental a favor del bien común, en la educati-
va, económica, cultural y artística? O, por el contrario,
¿lo hemos puesto al margen o lo hemos sacado de las
distintas esferas de nuestras vidas?
Recordemos que Dios lo es todo. Sin Él no hay
nada. Donde Dios no está, nada bueno puede haber.
El mensaje del evangelio en la mañana de hoy es
por las diócesis
claro: invitemos a Jesús y María a formar parte insepa-
rable de toda nuestra vida. Con ellos, tenemos la certe-
za, a la luz de nuestra fe, que siempre hay la posibilidad
de que Jesús obre un milagro en nuestras vidas. El mi-
lagro de tener un encuentro con Él, un encuentro per-
sonal, íntimo con el Señor. Dios, ya no es uno distante,
que nos hablaba por medio de una nube, por medio
de una zarza ardiendo, o por medio de profetas. Por
medio de Jesús, Dios se ha encarnado; Dios es la Pala-
bra Encarnada que vino a este mundo con humildad;
en la pobreza, se manifestó y se hizo visible, y se hace
visible a aquellos y aquellas que le buscan y creen en Él.
Decía el Papa Benedicto XVI (11 mayo 2007 en
Aparecida): “Donde la sociedad no ve ya futuro o espe-
ranza, los cristianos están llamados a anunciar la fuerza
de la Resurrección”. Nosotros y nosotras, hoy más que
nunca debemos ser discípulos, heraldos y misioneros
de la Buena Noticia de la resurrección. Una resurrec-
ción de la cual se tuvieron noticias en una preciosa ma-
drugada de Jerusalén. Una noticia la cual anunciamos
llenos de esperanza en esta madrugada, en este lugar,
nuestra Jerusalén en esta tierra bella borincana.
Queridos hermanos y hermanas, en un Puerto Rico
que se estremece por la violencia, por el desempleo,
por la intolerancia y la insensibilidad, en un Puerto Rico
que aparenta haber perdido la esperanza, el Papa nos
invita a anunciar la fuerza de la Resurrección. Nos invi-
ta a proclamar a Jesús como «la esperanza que no de-
frauda» (Rm 5, 5). Nos invita a abrir nuestros corazones
a Jesús, quien nos dice: “Mira que estoy a la puerta y
llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, en-
traré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,
20). Como los discípulos de Emaús, digámosles, Señor,
“Quédate con nosotros.”
Que hoy, día de Nuestra Señora de la Divina Provi-
dencia, y día del descubrimiento de Puerto Rico e ini-
cio de nuestra Patria y nación, María nos acoja con su
corazón maternal y que por su intercesión se produzca
en cada uno de nosotros el milagro del encuentro con
su Hijo. Que el Señor les bendiga y les guarde.
¡Que viva la Virgen de la Providencia!
¡Que viva la Iglesia! ¡Que viva Puerto Rico!