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I. La Norma Jurídica.
1. Unas veces, impone u otorga unos concretos efectos jurídicos a una determinada situación, o
a unos determinados hechos.
2. Otras veces, permite una actuación. O bien ordena o prohibe coactivamente, con carácter
general, una específica conducta, so pena de la correspondiente sanción de carácter civil,
administrativo o penal.
Para que una regla tenga la consideración de norma jurídica, su incumplimiento debe acarrear la
correspondiente sanción. Pero ello no quiere decir que todas las normas han de aplicarse siempre, y
de forma necesaria. Por eso hay que distinguir:
1. Normas Dispositivas. Son aquéllas que sólo se aplican en defecto de una manifestación de
voluntad específica por parte del sujeto o sujetos que puedan realizarla. Pero, en el caso de
que falte esta manifestación, se aplica la norma dispositiva, y su incumplimiento acarrea la
correspondiente sanción. Por ejemplo, el artículo 1316 del CC establece, que a falta de
capitulaciones matrimoniales, el régimen económico del matrimonio será el de la sociedad de
gananciales. Por tanto este artículo contiene una norma dispositiva, y su incumplimiento
acarrea la correspondiente sanción.
2. Normas Imperativas. Son aquéllas cuya aplicación no pueden evitar los particulares en ningún
caso. Por ejemplo, el artículo 1102 del CC prohibe los pactos que disminuyan la
responsabilidad en caso de dolo. Es una norma imperativa, ya que, en un contrato, no se
puede pactar que los contratantes quedarán exentos de responsabilidad cuando actúen
dolosamente.
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El artículo 1.1 del CC establece que las fuentes de nuestro ordenamiento jurídico son la ley, la
costumbre y los principios generales del Derecho, da respuesta a quién tiene la potestad de crear
normas jurídicas.
1. La Ley.
La ley es la norma jurídica que emana del Estado. Este es, por tanto, la primera fuente del Derecho.
1. Estado, CCAA (competencia en materias).
2. Jerarquía entre las normas.
3. Contradicción entre normas, se deroga la más antigua.
2. La Costumbre.
La costumbre es también una norma jurídica. Pero, a diferencia de la ley, no nace del poder estatal, sino
de los grupos sociales (agricultores, bancos, comerciantes, etc.), cuando un grupo social sigue
continuadamente una determinada regla, esa regla se convierte, en algún momento, en una norma
jurídica que tiene la categoría de costumbre.
El artículo 1.3 del CC determina que la costumbre sólo regirá en defecto de ley (en el sentido de la
norma emanada del Estado, del rango que sea) aplicable.
Por ejemplo, si nada se dice en el contrato, y ninguna Ley, Decreto, Orden Ministerial, etc., establece
quién debe hacerse cargo de las reparaciones de la cosa en el contrato de leasing, pero existe la
costumbre de que el suministrador cargue con ellos, se aplicará esta costumbre.
Son los principios que sistemática o estructuralmente, pueden deducirse, bien del ordenamiento jurídico
de un país; bien de un sector de ese ordenamiento jurídico.
Así, de nuestro ordenamiento jurídico civil (conjunto de normas que rigen la materia civil) se deduce que
el principio de que los particulares deben observar, en sus relaciones, una conducta acorde con la buena
fe, es un principio general del Derecho.
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1. Informan nuestro ordenamiento jurídico: en caso de duda, la norma debe interpretarse de
acuerdo con los principios generales.
2. Tienen el carácter de norma jurídica, que regirá si no existe ley ni costumbre aplicable al caso.
1. La Interpretación.
Toda norma jurídica se compone de un supuesto de hecho; y de una consecuencia jurídica, que se
aplica cuando se produce en la realidad ese supuesto de hecho.
En el artículo 657 del CC establece que: Los derechos a la sucesión de una persona se transmiten
desde el momento de su muerte”: el supuesto de hecho será o consistirá en que una persona muera; y
la consecuencia jurídica, que los derechos a su sucesión se transmiten desde el momento de su muerte.
Por tanto, para aplicar una norma jurídica a un caso real, es preciso averiguar cual es el supuesto de
hecho de la norma, con el fin de determinar si se ajusta al supuesto real; y cual es la consecuencia
jurídica que establece. A este proceso de averiguación se le denomina “interpretación”. Es un proceso
mediante el cual se determina qué quiere decir la norma.
El artículo 1449 del CC prohibe dejar el señalamiento del precio al arbitrio de uno de los contratantes. La
norma parece clara y, aparentemente, no necesita interpretación: pero podemos preguntarnos si es
aplicable cuando la determinación del precio se deja al arbitrio de una persona sobre la que,
objetivamente, uno de los contratantes tiene una gran influencia, y que se verá indirectamente afectada
por ella: cónyuge, hijo, socio… Por tanto es necesario interpretarla.
Existen diversos criterios de interpretación, que deben conjugarse para alcanzar el sentido de la norma.
Pero es fundamental, recordar que la lógica constituye un elemento indispensable para descubrir el
sentido de la norma; si bien al Derecho se aplica una lógica específica (la lógica jurídica).
El artículo 3.1 del CC recoge los diversos elementos o datos que han de tenerse en cuenta a la hora de
interpretar las normas. Son los siguientes:
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3. Los antecedentes históricos y legislativos: para averiguar el significado de la norma es
preciso tener en cuenta como estaba regulada la cuestión.
5. El espíritu y finalidad de las normas. Su significado más aceptado parece ser el de que el
intérprete ha de tener en cuenta el conflicto de intereses que la norma resuelve, para atribuirla
el significado más acorde con los intereses que el legislador quiso proteger.
Por último, a partir de la Constitución de 1978, y según tiene repetidamente declarado el Tribunal
Constitucional, toda norma ha de interpretarse de acuerdo con la misma.
2. La Equidad.
3. La Analogía.
Según el artículo 4.1 del CC, cuando no exista norma aplicable a un caso determinado, pero la razón
para aplicar a este caso la consecuencia jurídica prevista en una norma para otro caso similar sea
idéntica, se aplicará dicha norma al caso no regulado.
El leasing, es un contrato por el que una de las partes tiene derecho, mediante un pago mensual, a
disfrutar de un bien durante un tiempo determinado; y, al finalizar el plazo, esa parte puede optar por
restituir el bien, o comprarlo mediante un precio notablemente inferior al valor inicial del mismo. En la
sociedad de gananciales, si uno de los cónyuges concierta un contrato de leasing antes del matrimonio,
y opta por la compra una vez celebrado éste, no existe norma que afirme, indiscutiblemente, si el bien
será ganancial o privativo del cónyuge adquiriente. Pero el artículo 1357 del CC sí regula el supuesto de
que un bien sea comprado a plazos por un cónyuge antes del matrimonio, y que la totalidad o parte del
precio se pague después. Como los dos supuestos son muy semejantes, quizás podríamos llegar a la
conclusión de que idéntica razón existe para aplicar esa norma al caso de compra desde el momento
inicial, que al supuesto en que se opte por la compra al finalizar el plazo del leasing, por lo que el artículo
1357 será aplicable a éste, aunque no se contemple en su supuesto de hecho.
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IV. La Eficacia de las Normas.
Las normas son eficaces o, lo que es lo mismo, producen determinados efectos jurídicos. Estos
efectos pueden consistir:
El artículo 6.1 del CC establece que: “La ignorancia de las leyes no excusa de su incumplimiento”. Ello
no quiere decir que todos los individuos tengan la obligación de conocer todo el ordenamiento jurídico;
sólo significa que, en caso de incumplimiento de una norma, no cabe alegar el desconocimiento de la
misma para librarse de la sanción por incumplimiento.
Si no se pagan los intereses, o no se pagan los impuestos, por ignorar que existe una norma que obliga
a ello, no cabe alegar esa ignorancia: ni para librarse de pagar, ni para evitar la sanción que acarrea el
hecho de no pagar a tiempo.
Distinto es el caso del error de derecho que, conforme al párrafo segundo del artículo 6.1, “producirá
únicamente aquellos efectos que las leyes determinen”.
Al revés de lo que sucede en la ignorancia de la ley, el error de derecho supone la creencia errónea de
que una norma impone un determinado deber jurídico: se paga un impuesto que no se debe por creer
que existe una norma que establece esta obligación. El error de derecho si puede surtir algún efecto,
pero sólo cuando algún precepto en concreto lo establezca. Por ejemplo, en el caso de las cantidades
indebidamente pagadas por error, el artículo 1895 del CC permite que se reclame la devolución de lo
pagado.
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2. La nulidad de los actos contrarios a la ley.
3. El fraude de ley.
Se lleva a cabo un acto en fraude de ley cuando se realiza un acto permitido, al amparo de una
norma (ley de cobertura) dictada con finalidad distinta, para conseguir un resultado prohibido
por otra norma (ley defraudada).
El ejemplo clásico en esta materia es el del extranjero que contrae matrimonio con un español (acto
permitido) sin que exista intención de ninguno de los contrayentes de hacer vida matrimonial, y con el
exclusivo propósito de adquirir la nacionalidad española; la única finalidad de los contrayentes sería la de
eludir los requisitos de carácter imperativo que nuestra legislación establece para la adquisición de la
nacionalidad.
Según el artículo 6.4 del CC, el acto realizado en fraude de ley será nulo; y además, no impedirá
la debida aplicación de la norma que se hubiere tratado de eludir.
El ordenamiento jurídico está formado por el conjunto de normas que rigen en un país, es decir, que el
ordenamiento jurídico español es el Derecho (ley, costumbre y principios generales) que rige en España.
La distinción fundamental es la que se realiza entre Derecho Público y el Derecho Privado.
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1. Derecho Público.
1. La organización del Estado y de las demás entidades públicas, así como la actividad que
realizan.
3. Y, por último, las relaciones de los entes públicos con los individuos, cuando aquellos actúan
como tales entes públicos.
Así, el Estado puede contratar con un particular el arrendamiento de unos locales para instalar en ellos
oficinas públicas; pero, en tal caso, no actúa como ente público, sino como si fuera un individuo más, en
pie de igualdad con los particulares: la norma que regula esta relación del Estado con el individuo no es,
por tanto, de Derecho Público. En cambio, cuando el Estado, mediante la correspondiente ley, ha
dispuesto que se debe pagar un impuesto, la norma que regula la relación del Estado con el particular al
que exige una concreta cantidad en virtud de esa ley es de Derecho Público, ya que aquí actúa como tal
Estado, es una relación de supremacía respecto al particular.
2. Derecho Privado.
El Derecho Privado regula la vida privada de los individuos y sus relaciones entre sí; así como sus
relaciones con el Estado, cuando éste actúa como si fuera un individuo más.
Así las normas que regulan la familia, los contratos, los derechos reales, las relaciones entre
trabajadores y empresarios, etc., son de Derecho Privado, porque se refieren a la vida privada del
individuo. Las que regulan el derecho al voto, o a ser elegido Concejal, Diputado o Senador, son de
Derecho Público, porque, además de insertarse en la organización y actividad del Estado, se refieren a
lo que podríamos llamar su “vida pública”.
I. Derecho Civil.
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II. Derecho Subjetivo.
Poder que el ordenamiento otorga o reconoce a los particulares para que satisfagan sus propios
intereses. Los distintos poderes concretos que integran un derecho subjetivo se suelen denominar
facultades (poderes jurídicos que posibilitan a una persona para la realización de una
determinada actividad). El ejemplo por excelencia de derecho subjetivo se encuentra en el derecho de
propiedad privada. El propietario tiene el poder (y, por ende, la libertad) de utilizar lo suyo como tenga
por conveniente y en su propio provecho; y a tal fin se le faculta para que las decisiones que adopte
acerca de la utilización, explotación, etc., de lo suyo sean eficaces y se le facilitan instrumentos de
protección de su propiedad frente a ataques o injerencias ajenas, que no cuenten con su anuencia o
consentimiento. Por eso tiene, como regla, las facultades de uso, de goce, de exclusión, etc. La
protección dispensada para garantizar los derechos subjetivos frente a quien los lesione implica que el
ordenamiento crea los medios para imponer, incluso con coacción y por la fuerza, el respeto de los
mismos. Más como el ejercicio de la coacción o violencia no puede ser dejado en manos de los propios
interesados (por evidentes razones de justicia y paz sociales, y a salvo la posibilidad de repeler incluso
violentamente las agresiones también violentas que se puedan producir, pero con carácter excepcional,
como ocurre con la legítima defensa), el ordenamiento pone a disposición del titular de un derecho
lesionado o en peligro, la posibilidad de acudir a los Tribunales de Justicia, para que lo amparen. En
definitiva, el monopolio de la violencia lo detenta el Estado, quién lo ejercita en los casos y por los
procedimientos establecidos por el ordenamiento jurídico.
No todas las situaciones de poder que reconoce u otorga el ordenamiento jurídico a los sujetos merecen
la calificación de derechos subjetivos. Esta calificación se reserva al poder que permite que su titular
persiga la satisfacción de sus propios intereses.
Desde otro punto de vista (y con independencia de cómo se ejerciten realmente los derechos), el
derecho subjetivo implica un poder de carácter egoísta, que se fundamenta sobre el presupuesto
ideológico de suponer que nadie que el propio interesado para decidir lo más conveniente a sus
intereses de manera que, si cada uno consigue lo mejor para sí, el resultado será que se conseguirá el
bienestar general por la suma de bienestares individuales.
Con independencia de que se comparta o no ese presupuesto y de los límites que se imponen a ese
poder egoísta que subyace en el derecho subjetivo, hay otras situaciones en las cuales se otorga poder
a los sujetos, pero no para satisfacer los intereses del titular, sino para que en el ejercicio de ese poder
se sirvan intereses de otras personas. Así, por ejemplo, el ministro que detenta el poder político y
administrativo no lo detenta en su beneficio propio. En el ámbito del Derecho Privado es ejemplo de este
tipo de poder la llamada potestad de los padres o patria potestad: conjunto de poderes, facultades y
deberes que detentan los padres sobre sus hijos menores, para ejercitarlos en beneficio precisamente
de los hijos. Se habla entonces de potestad, como poder concedido por el ordenamiento a un
sujeto para que lo ejercite en beneficio de otra u otras personas.
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IV. Derecho Subjetivo y Deber.
Frente a las normas jurídicas existe el deber de acatamiento y cumplimiento. Pero no sólo hay deber de
respetar las normas, sino que también existe el deber de respetar los derechos ajenos con carácter
general; más en particular y frente a derechos subjetivos concretos, nacen deberes jurídicos concretos.
Cuando alguien ostenta, jurídicamente hablando, un poder, ese poder siempre se tiene sobre o frente a
otras personas. El poder, el derecho subjetivo, genera, pues, un deber de sumisión y respeto para el
sujeto pasivo del mismo. Luego todo derecho subjetivo tiene un lado pasivo: el del sujeto o sujetos que
se encuentran vinculados, o sometidos al poder que el derecho subjetivo confiere.
En función de la amplitud del círculo de los sujetos pasivos de un determinado derecho subjetivo, suele
distinguirse entre Derechos Absolutos o Erga Omnes y Derechos Relativos.
Se dice de un derecho que es absoluto cuando el sujeto pasivo comprende a todos los demás,
dentro claro es del círculo espacial y temporal de ejercicio del derecho. Por eso se dice que es erga
omnes, que en latín significa frente a todos. El propietario es dueño de sus cosas frente a cualquier
persona; el sujeto pasivo del derecho de propiedad puede ser cualquiera, pues no se es propietario
frente a unas personas y no frente a otras.
De hecho en la práctica eso no significa que la posición de todos los sujetos pasivos sea la misma, pues
aún valiendo ese derecho frente a todos, afecta de distinta manera a quien se encuentra en relación con
el titular del mismo de manera más directa, desde el punto de vista del derecho de que se trate. Así la
posición de quien vive en un piso respecto de los dueños de los pisos del mismo bloque es diferente de
la posición de quien vive en bloque distinto. Así también el derecho que tiene el autor de un libro a ser
reconocido como tal autor de su obra es un derecho frente a todos; pero en concreto actúa de distinto
grado al comprador del libro, al editor, al plagiario, etc.
Hay también derechos subjetivos que someten o vinculan sólo a personas determinadas; eso ocurre por
ejemplo con los llamados Derechos de Crédito, en los cuales a su titular, el acreedor, se le otorga el
poder de exigir de una persona concreta y determinada, el deudor, la observancia de una determinada
conducta, que debe servir para satisfacer el poder (y así el interés) del acreedor. Por ejemplo, cuando el
Banco Benefactor concede un préstamo a Diego Dineros, sólo este queda obligado a devolver la
cantidad recibida (y sus intereses). Por tanto, el banco tiene un derecho respecto de o con relación a
Diego Dineros y no frente a cualquier otra persona. De ahí que se hable de derecho relativo.
V. La Relación Jurídica.
Como se ve, cuando un sujeto es titular de un derecho, indefectiblemente, hay otros sujetos que entran
en juego, como titulares de deberes jurídicos en relación con el derecho de que se trate. Cualquier poder
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es poder frente o sobre otros; es decir, que los derechos comportan la existencia de relaciones entre
personas.
Realmente sucede que el ordenamiento jurídico regula relaciones entre personas, pues el hombre, en
cuanto ser que se desenvuelve en sociedad, debe atenerse a unas pautas de comportamiento que, en
buena medida (aunque no absolutamente), son pautas señaladas por las normas jurídicas. Cuando las
relaciones sociales son contempladas jurídicamente, se habla de relaciones con trascendencia jurídica o
relaciones jurídicas.
Este concepto de Relación Jurídica en conexión con el derecho subjetivo es útil porque sirve para
poner de relieve que las posiciones de poder no son concebidas como posiciones aisladas, sino que, de
acuerdo con lo que sucede en la relación social, las personas se encuentran ligadas por un conjunto
complejo de relaciones, integradas por situaciones de poder y de sumisión que, de algún modo, se
contrarrestan y sirven de contrapeso.
Quizás el ejemplo más claro de ello se puede encontrar en las relaciones jurídicas llamadas relaciones
obligatorias u obligacionales y, señaladamente, en las contractuales. En ellas se integran los derechos
de crédito y las deudas, siendo lo normal que un sujeto vinculado en una relación obligatoria sea a la vez
acreedor (esto es, titular del deber que nace como consecuencia de un derecho de crédito que ostenta
otra persona) y deudor. Así, el comprador es acreedor de la cosa comprada y deudor del precio;
simultáneamente, el vendedor es acreedor del precio y deudor de la entrega de la cosa vendida.
Las relaciones sociales relevantes para el Derecho, en suma, no se componen única y exclusivamente
de situaciones de dominación y sumisión correlativa, sino que esas posiciones de dominación (derecho)
y sumisión (deber) se entrecruzan, formando una malla que acaba justificando los derechos que ostenta
un sujeto en conexión con los derechos que ostenta un sujeto diferente.
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personalidad por el ser humano; o la muerte, que determina el fin de la personalidad; o el testamento,
que establece como va a regirse la sucesión hereditaria.
1. Concepto.
El derecho subjetivo es un poder conferido a la persona por el ordenamiento jurídico que le permite obrar
de una determinada manera.
Así el derecho a reclamar la entrega de las 100.000 pesetas que se han prestado es un derecho
subjetivo (de crédito), ya que el ordenamiento jurídico confiere al prestamista la facultad de reclamar su
devolución. El derecho de propiedad es un derecho subjetivo (real), porque el ordenamiento jurídico
confiere a su titular la posibilidad de usar la cosa, hacer suyos los frutos, transformarla, venderla, etc.
La estructura del derecho subjetivo se compone de un sujeto, titular del derecho; un objeto sobre el que
recae; y un contenido, que es el ámbito de poder que el derecho confiere al sujeto.
Objeto del derecho son o pueden ser aquellas parcelas de la realidad que el
ordenamiento sujeta al poder del titular, como la conducta de una persona (el comprador
está facultado, en virtud de su derecho de crédito, para exigir al vendedor una conducta
consistente en la entrega de una cosa), una cosa (la cosa está sujeta a la voluntad del
propietario), una idea (la obra literaria o artística, la invención), etc.
Por razón de su objeto, los derechos subjetivos se suelen clasificar en patrimoniales y no
patrimoniales. Derechos patrimoniales son los que recaen sobre un objeto evaluable en
dinero, como una casa, una cosa, una obra literaria, la conducta de una persona consistente
en entregar una cantidad de dinero, etc. Derechos no patrimoniales son aquellos cuyo
objeto no puede evaluarse en dinero, como los derechos de la personalidad: honor, propia
imagen, etc. Es preciso tener en cuenta, sin embargo, que, aunque el honor, la intimidad, etc.,
no pueden ser evaluados en dinero, si es posible evaluar, a efectos indemnizatorios, su
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infracción. Por ello, los atentados contra estos derechos conllevan una condena pecuniaria,
que trata de compensar al titular por los daños causados.
Los derechos patrimoniales tienen diversas clasificaciones, según el objeto sobre el que
recaen. La más importante es la que los divide en Derechos Reales, que confieren a su
titular un poder directo e inmediato sobre la cosa, y Derechos de Crédito, que confieren
a su titular un poder sobre la conducta de la persona.
La distinción entre ambos tipos de derechos se clarifica si examinamos los distintos poderes
que tienen el propietario y el comprador de una finca. El propietario al gozar de un poder
directo e inmediato sobre ella, no necesita la cooperación de nadie para satisfacer su interés;
de forma que, por ejemplo, si la finca pasa a manos de un tercero, ajeno a él, tiene una acción
directa (la reivindicatoria) frente a ese tercero para recuperarla. En cambio, como por el
contrato de compraventa el comprador no adquiere la propiedad de la cosa hasta que no le ha
sido entregada, el derecho del comprador no es un derecho real (sobre la cosa), sino un
derecho de crédito; derecho que se concreta fundamentalmente, en la facultad de exigir al
vendedor que le entregue la cosa comprada (conducta de una persona). Por tanto, si antes de
que el vendedor se la entregue esta pasa a manos de un tercero, el comprador no tiene acción
frente al tercero, sino sólo frente al vendedor, que es quien tendrá que recuperarla para
entregársela al comprador, o indemnizarle los daños causados. Por eso se dice que los
derechos reales son derechos erga omnes, es decir, frente a todos (su titular tiene acción
frente a cualquiera que infrinja su derecho), mientras que en los derechos de crédito sólo
cabe accionar frente al deudor.
Ejercer un derecho es hacer uso de las facultades que este otorga a su titular: usar la cosa,
reclamar su entrega, reclamar que pinten la casa, o que no abran ventanas en la pared colindante con
otra finca, etc.
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El ejercicio de los derechos está limitado, en primer lugar, por su contenido: el titular de un derecho no
puede ejercitar facultades que no forman parte del contenido del mismo. Así, el usufructuario podrá usar
la cosa y hacer suyos los frutos; pero no podrá enajenar la cosa (si puede, en cambio, enajenar el
derecho de usufructo).
También existen límites derivados de la colisión de dos derechos. En los derechos reales ésta se
produce cuando sobre una misma cosa pesan dos o más derechos diferentes, pertenecientes a titulares
distintos: surge entonces la cuestión de cuál de los derechos debe prevalecer. En los derechos de
crédito el problema se plantea cuando el deudor carece de bienes suficientes para pagar todas sus
deudas: es preciso determinar si alguno de los acreedores goza de preferencia para cobrar antes que los
demás.
En el caso de los derechos reales, puede suceder, por ejemplo, que el propietario constituya primero
una servidumbre y después un derecho de usufructo. Si ninguno de los derechos está inscrito en el
Registro de la Propiedad, prevalecerá el de fecha más antigua; lo que querría decir que, en el
ejemplo propuesto, el usufructuario tendría que soportar la servidumbre. En cambio, si el usufructuario
inscribió su derecho en el Registro antes que el titular de la servidumbre, prevalecería el derecho que se
inscribió primero, es decir, que el usufructuario no tendría que soportar la servidumbre. Si se trata de
derechos de crédito, las reglas son más complicadas: en principio, existen créditos que, por diversas
circunstancias (haber sido contraídos para hacer reparaciones en una cosa concreta, constar en
escritura pública, etc.), gozan de preferencia sobre otros; los que no gozan de ninguna preferencia
se sacrifican parcialmente cuando el deudor no puede satisfacerlos todos, de forma que cada
acreedor sólo cobra una parte de su crédito.
El ejercicio de los derechos tiene también unos límites intrínsecos: el titular ve limitada la actuación de
las facultades que le confiere el derecho. Se trata, por tanto, de supuestos en los que, en línea de
principio, el ejercicio del derecho se corresponde con el poder que el ordenamiento jurídico reconoce a
su titular; pero que, en ese caso no concreto, no cabe ejercerlo con toda la amplitud que, teóricamente,
le correspondería.
Un primer límite intrínseco es la buena fe. El artículo 7.1 del CC establece que: “Los derechos
deberán ejercitarse conforme a las exigencias de la buena fe”. Con este precepto se trata de excluir de
la vida jurídica unas pautas de conducta que la sociedad considera inaceptables.
Por ejemplo, la regla de que no se puede ir contra los propios actos es un derivado de la buena fe; de
forma que si una persona permite repetidamente que un tercero se inmiscuya en un derecho suyo, la
regla que veda ir contra los propios actos podría invalidar la prohibición a ese tercero de seguir actuando
como venía haciéndolo; incluso cuando esa prohibición hubiera constituido un legítimo ejercicio del
derecho propio si se hubiera efectuado la primera vez que el tercero actuó.
El segundo límite intrínseco en el ejercicio de los derechos es el llamado abuso del derecho. La
doctrina del abuso del derecho parte de la construcción medieval de la prohibición de los actos de
emulación. En ellos se comprendían los actos del titular de un derecho, dentro del ámbito de facultades
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otorgados por éste (levantar una pared en su predio, por ejemplo), que no le reportaran ninguna utilidad,
y que se realizaban con la única finalidad de perjudicar a otra persona (privarle de vistas).
Actualmente el abuso del derecho tiene una configuración más amplia. El artículo 7.2 del CC establece
lo siguiente:
“La ley no ampara el abuso del derecho o el ejercicio antisocial del mismo. Todo acto u omisión
que por la intención de su autor, por su objeto o por las circunstancias en que se realice
sobrepase manifiestamente los límites normales del ejercicio de un derecho, con daño para
tercero, dará lugar a la correspondiente indemnización y a la adopción de las medidas judiciales
o administrativas que impidan la persistencia del abuso”.
3. La prescripción.
La posibilidad de ejercer un derecho se ve afectada también por el transcurso del tiempo. Este
transcurso afecta a los derechos en dos sentidos:
La prescripción adquisitiva.
La prescripción adquisitiva o usucapión es un modo de adquisición de los derechos
reales (propiedad, usufructo) que consiste en la posesión de la cosa sobre la que recae
el derecho, en concepto de titular del mismo, durante el tiempo marcado por la ley.
Así, quien se comporta como propietario de una finca sin serlo (por ejemplo, porque se la
vendió quien no era propietario de ella, o porque la adquirió en virtud de un testamento nulo),
es decir, quien usa la finca, paga la contribución, etc., puede llegar a adquirir su propiedad por
el transcurso del tiempo.
La prescripción adquisitiva, por tanto, no sólo es un medio de adquirir la propiedad y otros
derechos reales, sino también un modo de perderlos. Pues no sólo adquiere la propiedad quien
antes no era propietario; además el anterior propietario pierde su derecho de propiedad.
La prescripción extintiva.
El transcurso del tiempo afecta también a los derechos: cuando pasa el plazo señalado
por la ley sin que su titular realice ningún acto de ejercicio, y sin que el deudor (en los
derechos de crédito) o el poseedor de la cosa (en los reales) reconozcan su existencia,
se produce la prescripción extintiva.
Por ejemplo, el artículo 1964 del CC establece un plazo de 15 años para la prescripción de las
acciones personales que no tengan señalado un plazo especial. Quiere ello decir que,
transcurridos los 15 años sin que el acreedor haya reconocido su deuda, se ha producido la
prescripción extintiva.
Sin embargo, no es fácil explicar cuales son los efectos de la prescripción extintiva, pues los
autores no se ponen de acuerdo acerca de la forma exacta en que incide en los derechos:
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1. Para unos autores, la prescripción extintiva supone la extinción del derecho
correspondiente: el titular perdería el derecho afectado por la prescripción.
En la prescripción extintiva, por tanto, el Juez que se da cuenta de que ha transcurrido el plazo
de prescripción señalado por la ley no puede decir nada, ni desestimar la demanda en base a
la prescripción. Sólo si el demandado la alega puede el Juez tomarla en cuenta, y desestimar
entonces la demanda. Parece razonable concluir que, en consecuencia, el derecho no se
extingue por prescripción, ya que, si el demandado no la alega, el Juez deberá reconocer el
derecho del actor; y que tampoco se extingue la acción pues, si no existiera acción, el Juez
tendría que no admitir la demanda a trámite. Resulta más lógico pensar que, simplemente, el
transcurso del tiempo señalado para la prescripción faculta jurídicamente al demandado para
oponerse a la pretensión (justa desde otro punto de vista, ya que el derecho subsiste) del
titular.
La Caducidad.
Distinta de la prescripción extintiva es la caducidad. En la caducidad, el derecho o la acción
nacen con un plazo de vida prefijado y, si no se ejercitan en ese plazo, se extinguen. Por
ello, al revés de lo que ocurre con la prescripción, el Juez debe apreciarla de oficio,
puesto que no puede condenar al demandado en base a un derecho o a una acción que ya no
existen.
Aunque no siempre es fácil determinar cuando un plazo es de prescripción o de caducidad, se
deben tener en cuenta los siguientes datos: los plazos de prescripción suelen ser más
largos que los de caducidad. La prescripción se puede interrumpir (por reclamación
extrajudicial del acreedor, por ejemplo, comenzando a contarse de nuevo el plazo a partir
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del acto interruptivo; mientras que en los plazos de caducidad no cabe la interrupción.
Por otra parte, la prescripción afecta a situaciones claudicantes, y a facultades y
derechos de carácter extrapatrimonial (como el estado civil de las personas) en los que
el Derecho considera indeseable que se perpetúe la indefinición. Por ello, los plazos para
impugnar un contrato o una filiación son de caducidad y no de prescripción, y no pueden ser
interrumpidos.
III. El Patrimonio.
Tampoco puede una persona formar patrimonios separados, salvo en los contados casos en los que la
ley lo autoriza. Ello se debe a que, según el artículo 1911 del CC “del cumplimiento de las obligaciones
responde el deudor con todos sus bienes, presentes y futuros” (responsabilidad patrimonial universal), lo
que significa que una persona no puede constituir un patrimonio separado, que no responda de todas
sus deudas.
El caso más claro de patrimonio separado autorizado por la ley viene constituido por la herencia
aceptada a beneficio de inventario: normalmente, la herencia es adquirida por el heredero mediante la
aceptación, que supone la fusión del patrimonio del fallecido con el de éste y la responsabilidad del
heredero por las deudas del causante; pero si la aceptación se realiza a beneficio de inventario (pidiendo
el heredero que se realice el inventario de la herencia), el heredero no responde de las deudas del
causante con sus propios bienes, sino sólo con los bienes hereditarios; en consecuencia, el patrimonio
hereditario no se funde con el suyo, sino que es objeto de una administración separada hasta que se
liquide.
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cuenta que la sociedad tiene personalidad propia, distinta de la los socios y accionistas. Por tanto, el
patrimonio de la sociedad no es el patrimonio de las personas físicas que la componen (accionistas o
socios), sino el de la persona jurídica que es.
A veces se afirma que el activo patrimonial está compuesto de bienes y derechos. En realidad está
compuesto por derechos, incluido el de propiedad; pero cuando se trata de este último derecho se suele
hablar de “bienes” o “cosas”, más que del derecho de propiedad.
De las múltiples clasificaciones (que son importantes, porque al pertenecer a una u otra categoría
determina el régimen jurídico del bien) de los bienes o cosas, nos referiremos sólo a las cosas muebles e
inmuebles. El artículo 335 del CC define: “Se reputan bienes muebles los susceptibles de
apropiación no comprendidos en el capítulo anterior, y en general todos los que se pueden
transportar de un punto a otro sin menoscabo de la cosa inmueble a la que estuvieren unidos”.
De donde podría deducirse que, en una interpretación en sentido contrario, serían bienes inmuebles los
que no se pueden transportar. Sin embargo, el artículo 334 dice: “Son bienes inmuebles: 1º. Las
tierras, edificios, caminos y construcciones de todo género adheridas al suelo. 2º. Los árboles y
plantas y los frutos pendientes, mientras estuvieren unidos a la tierra o formaren parte integrante
de un inmueble. 3º. Todo lo que esté unido a un inmueble de manera fija, de suerte que no pueda
separarse de él sin quebrantamiento de la materia o deterioro del objeto. 4º. Las estatuas,
relieves, pinturas u otros objetos de uso u ornamentación, colocados en edificios o heredades
por el dueño del inmueble en tal forma que revele el propósito de unirlos de un modo
permanente al fundo. 5º. Las máquinas, vasos, instrumentos o utensilios destinados por el
propietario de la finca a la industria o explotación que se realice en un edificio o heredad, y que
directamente concurran a satisfacer las necesidades de la explotación misma. 6º. Los viveros de
animales, palomares, colmenas, estanques de peces o criaderos análogos, cuando el propietario
los haya colocado o los conserve con el propósito de mantenerlos unidos a la finca, y formando
parte de ella de un modo permanente. 7º. Los abonos destinados al cultivo de una heredad, que
estén en tierras donde hayan de utilizarse. 8º. Las minas, canteras y escoriales, mientras que su
materia permanece unida al yacimiento y las aguas vivas o estancadas. 9º. Los diques y
construcciones, que, aun cuando sean flotantes, estén destinados por su objeto y condiciones a
permanecer en un punto fijo de un río, lago o costa. 10º. Las concesiones administrativas de
obras públicas y las servidumbres y demás derechos reales sobre bienes inmuebles”.
1. Concepto.
Bajo la expresión “negocio jurídico” se reúnen una serie de figuras (como el testamento, el contrato, el
matrimonio, etc.) que se caracteriza porque el ordenamiento concede efectos jurídicos a la voluntad
declarada por una o varias personas.
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A través del negocio jurídico se actúa el principio de la autonomía de la voluntad: el Derecho Privado,
como regla general, no regula coactivamente las relaciones de los particulares entre sí (no obliga a
realizar contratos de compraventa o arrendamiento, ni a hacer testamento). Tampoco impone un
determinado contenido a estas relaciones (no obliga a seguir determinadas reglas, por las que han de
regirse estas figuras). Por el contrario, permite que los individuos se relacionen o no (sólo contratan si
quieren contratar); y establece un contenido de estas relaciones sólo para el caso de que las partes no
deseen otra cosa (salvo pacto en contrario).
Este principio de la autonomía de la voluntad tiene una incidencia diferente, según el negocio jurídico de
que se trate. Así, en los contratos suele ser amplísimo, pues, de ordinario, abarca tanto la posibilidad de
contratar o no, como la forma (verbal, documento público o privado) y el contenido (pactos de las
partes). En otros casos se encuentra disminuido (el testamento debe guardar unas formas determinadas;
por otra parte, la voluntad del testador se ve coartada cuando existen herederos forzosos:
descendientes, ascendientes y cónyuge viudo), o prácticamente anulado (el matrimonio se puede
contraer o no, pero, una vez contraído, los derechos y deberes de los cónyuges se imponen
coactivamente; no es así, en cambio, en lo relativo al régimen económico del matrimonio).
2. La declaración de la voluntad.
Requisitos indispensables del negocio jurídico son que el individuo pueda formar libremente su
voluntad, y que la exprese. La voluntad no declarada no puede tener efectos jurídicos, ya que no
se puede conocer.
La declaración de voluntad puede no coincidir con la voluntad interna del declarante por múltiples
motivos: error del declarante, violencia ejercida sobre él, declaración conscientemente distinta de su
voluntad interna, etc. Puesto que el negocio jurídico es un acto de autonomía privada y, por tanto, en
línea de principio, debe surtir los efectos queridos por quien realiza ese acto, cabe preguntarse si, en
caso de divergencia entre la voluntad y la declaración, debe prevalecer la voluntad interna o la
declarada.
La respuesta que el Derecho da a esta pregunta no es única. Los efectos de la divergencia entre
voluntad interna y declaración dependen, tanto del tipo de negocio, como de la causa de la divergencia.
En general, nuestro Tribunal Supremo entiende que, cuando la divergencia se deba a una causa
imputable al declarante (dolo, negligencia) y la otra parte haya confiado en la declaración (es
decir, la otra parte tiene buena fe), debe prevalecer la voluntad declarada y no la interna. En
cambio, cuando el declarante ha actuado con la debida diligencia y/o la otra parte tiene mala fe
(sabe que se ha producido esta divergencia), prevalecerá esta voluntad interna.
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Así sucede con el negocio simulado. Por ejemplo, A y B se ponen de acuerdo para celebrar un contrato
de compraventa de una finca con el exclusivo propósito de que los acreedores de A no puedan
embargarla, pero sin intención real de vender ni comprar. Ni A ni B podrán alegar frente al otro sus
respectivas declaraciones de voluntad, pues obraron con dolo, y, además conocían ambos que esa no
era la voluntad interna del declarante. En cambio, si A declara que le vende la finca a B y este cree que
realmente A se la quiere vender, A no podrá luego alegar que realmente no quería vender la finca, o que
la vendió sólo para que sus acreedores no pudieran embargarla y con la intención de recuperarla
después; en este caso, la divergencia entre la voluntad real y la declarada es imputable a A, mientras
que B la creyó de buena fe.
En realidad, esta regla general resuelve un número relativamente escaso de supuestos. El ordenamiento
recoge casos específicos de divergencia, a los que da una solución concreta. Así sucede, como
veremos, con los negocios viciados por violencia o intimidación, en los que el declarante emite una
declaración que no corresponde a su voluntad interna debido a la amenaza o a la violencia que se ejerce
sobre él; en este caso, el ordenamiento atribuye al declarante violentado una acción de anulabilidad
encaminada a dejar sin efecto el negocio.
V. La Relación Jurídica.
La relación jurídica es la situación en la que se encuentran dos (o varias) personas; situación que se
regula unitariamente por el ordenamiento jurídico, en base a determinados principios.
La regulación jurídica tiene su origen en un hecho o acto jurídico. Así, el matrimonio da lugar a la
relación jurídica matrimonial; el nacimiento da lugar a la relación jurídica paternofilial; el contrato de
fianza da lugar a la relación jurídica de fianza.
El concepto doctrinal de relación jurídica responde a la idea de que, al englobar los derechos y deberes
de cada una de las partes de la misma, explica mejor, y de una forma unitaria, la posición total de los
individuos afectados por un hecho o acto jurídico. Por ejemplo, al describir la relación jurídica
arrendaticia nos damos cuenta de que el arrendador no sólo tiene el derecho a recibir el precio del
arrendamiento, sino también la obligación de realizar los gastos necesarios para la conservación de la
cosa, la obligación de garantizar al arrendatario su posesión pacífica, etc.; y de que éste no sólo puede
usar y disfrutar de la cosa, sino que también tiene la obligación de conservarla con la diligencia de un
buen padre de familia, de poner en conocimiento del arrendador la necesidad de realizar obras de
conservación, etc.
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TEMA 3. TEORÍA GENERAL DEL CONTRATO.
I. Concepto de Contrato.
El Código Civil no define explícitamente el contrato. Tenemos que extraer de una serie de artículos una
definición general del contrato:
(CC artículo 1089): “Las obligaciones nacen de la ley, de los contratos y cuasicontratos y de
los actos y omisiones ilícitos o en que intervenga cualquier género de culpa o negligencia”,
son fuente de obligaciones, generan obligaciones entre las partes.
(CC artículo 1091): “Las obligaciones que nacen de los contratos tienen fuerza de ley entre las
partes contratantes, y deben cumplirse al tenor de las mismas”, son ley para las partes, les
obliga con fuerza de ley, del contenido del contrato nace el contenido de las obligaciones.
(CC artículo 1254): “El contrato existe desde que una o varias personas consienten en
obligarse, respecto de otra u otras, a dar alguna cosa o prestar algún servicio”, acuerdo de
voluntades. Lo que importa es que dos o más personas se pongan de acuerdo en realizar un
negocio y no la forma en que se plasme dicho acuerdo. El momento determinante del contrato radica
en el acuerdo de voluntades o en la coincidencia del consentimiento de las partes respecto de una
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determinada operación económica o negocio; importa el aspecto consensual, y no los extremos
del carácter formal.
De la conjunción de estos artículos del Código Civil, la doctrina extrae la siguiente definición del contrato:
Acuerdo de voluntades entre dos o más personas para intercambiar bienes o servicios que crea
obligaciones entre ellos.
Sin embargo, diversos autores ponen de manifiesto que esta definición es demasiado estricta. En primer
lugar, el contrato no sólo puede crear obligaciones, sino también modificarlas o extinguirlas; así
sucede, por ejemplo, cuando se transmite un crédito (modificación por cambio de acreedor), o cuando se
acuerda la extinción de una obligación mediante la dación en pago.
En segundo lugar, el contrato no sólo crea, modifica o extingue obligaciones, sino también
derechos reales. Así, se puede comprar un usufructo al propietario pleno de una finca, en cuyo caso el
contrato de compraventa da origen a un derecho real que antes no existía.
Por último el Código Civil contempla contratos que están específicamente dirigidos a la creación
de derechos reales: los derechos reales de prenda, hipoteca y anticresis (artículos 1857 y siguientes
del CC). Por ello parece conveniente referir este concepto a los negocios jurídicos de carácter
bilateral encaminados a constituir, modificar o extinguir relaciones jurídicas patrimoniales.
La regulación de los contratos en nuestro Código Civil responde a las ideas liberales propias de la época;
el libre juego del mercado (en el que las partes, siendo libres e iguales, contratan libremente) traería
como consecuencia necesaria el bienestar social. De ahí que nuestro Código Civil acoja, como principio
fundamental, el dogma de la autonomía de la voluntad (artículo 1255 del CC): “Los contratos
pueden establecer los pactos, cláusulas y condiciones que tengan por conveniente, siempre que
no sean contrarios a las leyes, a la moral, ni al orden público”.
La valoración o decisión económica insita en todo contrato evidencia un dato que tiene una
extraordinaria importancia: el carácter patrimonial de la relación contractual.
Todo contrato debe tener por objeto prestaciones susceptibles de valoración económica, ya
consistan tales prestaciones en bienes (o cosas) o servicios. De esta definición se desprende una
perspectiva económica en el contrato. El intercambio de bienes o servicios tiene un contenido
económico, es siempre valorable en dinero aunque dicha valoración económica resulte a veces
fácilmente determinable, mientras que en otras su materialización depende en gran medida del propio
interés, voluntad o capricho de los contratantes. Esto le diferencia de otras figuras jurídicas consistentes
también en un acuerdo de voluntades (matrimonio) que no pueden ser consideradas propiamente como
contratos por faltarles la nota de patrimonialidad.
En general, un contrato puede celebrarse de cualquier manera, ya que rige el principio de la libertad de
forma. Asumida la obligación por las partes, ambas deben cumplirla. Los contratos nacen para ser
cumplidos.
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Por esto, podemos estudiar el contrato como acto, el contrato es un acto jurídico al que el
ordenamiento da una relevancia jurídica, o como norma, el contrato es una ley que va a regir entre las
partes contratantes.
Según el elemento determinante en el proceso formativo del contrato, es decir desde el punto de
vista de su perfección (es decir, del momento a partir del cual las partes quedan obligadas) se
clasifican:
La compraventa es un típico contrato consensual: basta con que las partes consientan sobre la cosa y el
precio para que, desde el momento en que manifiestan ese consentimiento, queden obligadas (artículo
1262 del CC). El depósito, en cambio, es un contrato real, pues no obliga sino desde que el depositante
entrega la cosa al depositario (artículo 1758 del CC) Por último, la donación de cosa inmueble es un
contrato formal, pues requiere para su validez que los consentimientos del donante y del donatario se
manifiesten en escritura pública (artículo 633 del CC).
22
En la compraventa, el vendedor sufre un empobrecimiento patrimonial, ya que la cosa vendida
sale de su patrimonio para ingresar en el del comprador. Pero, al mismo tiempo el vendedor
experimenta un enriquecimiento patrimonial, pues ingresa en su patrimonio el precio acordado.
En todo caso, es preciso tener en cuenta que las prestaciones que dan y reciben las partes no
tienen porqué ser equivalentes en cuanto a su valor (de lo contrario, nadie podría ganar nada a
través de la celebración de un contrato, cuando éste constituye, precisamente el vehículo
jurídico a través del que opera el mercado); solamente en casos específicos (contratos
celebrados por tutores, o por el representante del ausente), el CC prevé un tipo de ineficacia -
la rescisión por lesión - cuando uno de los contratantes hubiera experimentado una lesión en
más de la cuarta parte del valor de las cosas objeto del contrato.
Los contratos onerosos pueden ser conmutativos o aleatorios. Los primeros son aquéllos
en los que la prestación y la contraprestación están determinados desde el momento de
la perfección de contrato (compraventa). Los aleatorios son aquellos en los que, bien la
cuantía, bien el propio cumplimiento de la prestación por una de las partes, depende de
un acontecimiento incierto (apuesta, renta vitalicia).
En los contratos conmutativos la cuantía de la prestación puede no estar determinada,
siempre que sea determinable, sin necesidad de nuevo convenio entre las partes. Así
cabe que en la compra de 100 toneladas de trigo se pacte que el precio será el precio en libras
que rija en la Bolsa de Londres el 30 de diciembre de 1994, convertidas a pesetas según la
cotización oficial de ese día: en el momento de la celebración del contrato no se sabe
exactamente cuantas pesetas hay que pagar, pero las partes han previsto un sistema de
determinación que no exige nuevo pacto y que, en su opinión, se corresponde con la
contraprestación. En cambio, en la renta vitalicia una de las partes traspasa a la otra la
propiedad de una finca (que tiene un valor determinado) con la carga de la renta; y el receptor
de la finca se obliga a pagar una pensión al rentista mientras éste viva. Por lo tanto, las partes
no pueden calcular en el momento de celebrar el contrato si van a obtener una determinada
ventaja: si el rentista muere pronto el obligado a pagar la pensión se verá beneficiado, pues
obtiene un inmueble a cambio de una prestación reducida; si el rentista tarda en morir, puede
verse perjudicado al tener que entregar, aunque sea en plazos sucesivos, una cantidad muy
superior al valor total del inmueble. El contrato es oneroso, pues la prestación de una de las
partes es contrapartida de la prestación de la otra, pero es aleatorio porque la cuantía total de
una de las prestaciones (la pensión) depende del momento de la muerte del rentista.
Según que de los contratos nazcan obligaciones para las dos partes o para una sola de ellas:
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Bilaterales. Generan obligaciones para ambas partes, de forma recíproca y
correspondiente. Suelen ser, no siempre, onerosos (compraventa).
Bilaterales ex post facto. Aquéllos contratos en que las obligaciones que de los
mismos se derivan recaen sobre una de las partes, pero en el momento de su
liquidación pueden imponer obligaciones a cargo de la otra parte. Contratos que
naciendo unilaterales se convierten a posteriori en contratos bilaterales (depósito de
algún bien que conlleva un gasto para su conservación durante el tiempo de duración del
depósito).
Los contratos reales son unilaterales, pues, al exigir la entrega de la cosa para dar lugar al efecto
obligatorio, lo que podría constituir el cumplimiento de la teórica obligación de una de las partes (la
entrega de la cosa) se produce simultáneamente con la perfección del contrato. Así, el contrato de
depósito, si es gratuito, sólo produce obligaciones para el depositario (restituir), pues antes de la entrega
de la cosa por el depositante no existe contrato; por lo tanto, la entrega realizada por el depositante no
constituye el cumplimiento de ninguna obligación. Lo mismo sucede en los contratos gratuitos, en los
que la prestación que debe realizar una de las partes no se corresponde con ninguna contraprestación
de la otra.
Se habla también de la categoría de los contratos plurilaterales, en los que las prestaciones de cada una
de las partes no se conciertan con vistas a la obtención de una ventaja individual por cada una de las
otras, sino que están dirigidas a alcanzar un fin común. Así sucede con el contrato de sociedad, en el
que las aportaciones de los socios se realizan para la obtención de un lucro, partible entre los mismos.
Atípicos. Las partes contratan con arreglo a pautas distintas a aquellas que
aparecen específicamente reguladas en el Código Civil (franquicia, leasing, contrato de
garaje…). Prima la autonomía de voluntad (lex privata); las partes al contratar crean una
ley por la que se van a regir.
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La compraventa, el arrendamiento o la fianza son contratos típicos, pues están regulados en el Código
Civil. Esto no quiere decir que las partes hayan de ajustarse a esa regulación; sino que, cuando no se ha
dispuesto nada sobre un punto determinado (responsabilidad por vicios ocultos o por incumplimiento,
momento y lugar en que se ha de realizar la prestación) se aplica lo dispuesto en el Código.
Los contratos “atípicos”, en cambio, podría decirse que son “inventados” por las partes. Son admisibles
al amparo del principio de libertad de pactos recogido en el artículo 1255 del CC. De todas formas, hay
que advertir que frecuentemente, el contrato atípico es el resultado de la fusión de dos o más contratos
típicos, o de la modificación de alguno. Así sucede, por ejemplo, con el arrendamiento financiero o
leasing, en el que una de las partes suministra a otra el uso de una cosa a cambio de una prestación
periódica durante determinado tiempo (arrendamiento de cosa) con el pacto añadido de que, al finalizar
el plazo, el arrendatario podrá optar por restituir la cosa o comprarla.
Según que en el período de formación intervengan las voluntades de ambas partes o de una sola
de las partes:
De Adhesión. Aquéllos contratos en que existe una redacción previa del contrato,
que es obra de una de las partes (formularios, impresos, pólizas…) y a la otra parte sólo le
está permitido manifestar su aceptación o eventualmente su rechazo.
El Precontrato.
Inicialmente, el precontrato fue definido como aquel contrato en virtud del cual las partes se
obligan a celebrar en el futuro otro contrato determinado. Sin embargo, tanto en el concepto como
los efectos del precontrato han sido muy discutidos por la doctrina. En la actualidad, parece dominar la
tesis de que en el precontrato se configura un contrato que, carece de toda eficacia, salvo la de
atribuir a una de las partes, o a ambas, la facultad de exigir su vigencia como contrato definitivo.
Así concebida, la figura del precontrato puede ser útil en casos en los que, por cualquier razón, las
partes quieren asegurarse la celebración de un contrato, pero no quieren que sus efectos se produzcan
todavía. Por ejemplo, el propietario de unas acciones desea venderlas, pero no antes de que se reúna la
próxima Junta General (pues le interesa tener derecho al voto de ella), y existe una persona que quiere
asegurarse la compra. Los intereses de ambos se conjugan si convienen un precontrato de venta de las
acciones, otorgándose mutuamente la facultad de exigir la puesta en vigor de la venta en un plazo de
seis meses a partir de la celebración de la Junta.
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Se ha discutido también si los contratantes pueden exigir el cumplimiento en forma específica del
precontrato, o si únicamente pueden solicitar la indemnización de daños en el caso de que una de las
partes se niegue a otorgar el consentimiento para la celebración del nuevo contrato. Algunos autores
entienden que, dado que sólo es necesario poner en vigor el contrato ya celebrado, no es necesario que
ninguno de los contratantes otorgue nuevamente ningún consentimiento. En todo caso, la última
jurisprudencia admite, generalmente, que, si una de las partes se niega a hacerlo, el Juez puede
sustituirle en el otorgamiento de los documentos necesarios.
Como señala el artículo 1261 del CC, no existe contrato sino cuando concurren los siguientes
requisitos:
Dado el reconocimiento de la autonomía privada, es obvio que las partes pueden introducir en el contrato
previsiones complementarias (no requeridas legalmente) de las que dependa la propia eficacia del
contrato celebrado, elementos accidentales (pueden estar presentes por voluntad de las partes en
un determinado contrato, pese a que su presencia no es esencial para que pueda hablarse de
contrato válido.
1. El Consentimiento Contractual.
El artículo 1262 del CC señala que el consentimiento se manifiesta por el concurso de la oferta y
de la aceptación sobre la cosa y la causa. Lo que significa que ambos contratantes deben estar
de acuerdo en las prestaciones que han de realizar, y el concepto en el que han de realizarlas.
El tema de la causa del contrato se menciona en el artículo 1262, se refiere al “porqué” objetivo del
contrato. Una persona puede consentir en entregar 100.000 pesetas y otra en recibirlas; pero ese
consentimiento sobre la “cosa” no nos dice nada acerca del contrato celebrado. La entrega del dinero es,
en sí, un acto incoloro, pues puede obedecer a múltiples clases de contratos. En cambio, si una persona
se obliga a entregar 100.000 pesetas para que la otra le opere la nariz, la causa (el “porqué” objetivo - no
el subjetivo, que será el deseo de mejorar la cara -) de la entrega del dinero será el servicio prometido
26
por la otra parte, y sabremos que se ha celebrado un arrendamiento de servicios; si es para que le sea
entregada en propiedad una cosa, estaremos ante una compraventa; si no existe contraprestación, y sí
puro ánimo de liberalidad, se tratará de una donación.
El consentimiento se forma internamente (una persona quiere o no quiere, con independencia de que
lo manifieste o no), pero, para que surta efectos jurídicos es preciso que se manifieste o
exteriorice. Esta necesidad puede dar lugar a disfunciones, cuando la voluntad interna y la declarada no
coinciden. La falta de coincidencia puede deberse a diversas causas: se produce un error en la
declaración; o el declarante no manifiesta su verdadera voluntad, ya sea porque no quiere hacerlo así
(reserva mental, simulación), ya sea porque se ve compelido a ello (violencia, intimidación). La
consecuencia de esta divergencia si es voluntaria (reserva mental) y la otra parte cree de buena
fe que la voluntad manifestada es la voluntad interna, el contrato es válido, ya que la parte de
buena fe no debe cargar con las consecuencias de una actuación indebida de la otra. En cambio,
cuando la divergencia es voluntaria y conocida por la otra parte (simulación), o involuntaria, el
contrato es nulo o anulable, según los casos.
El punto de partida del contrato viene definido por la voluntad coincidente de las partes contratantes. La
manifestación del consentimiento puede darse de muy diversas maneras, pero requiere en todo
caso que éste se haya formado libre y conscientemente, y además, por personas que tengan
capacidad de obrar.
En el nacimiento del consentimiento podemos distinguir dos momentos:
El Error.
El término error tiene la significación convencional: equivocación, falsa representación mental
de algo. El artículo 1266 del CC regula los requisitos o circunstancias fundamentales que
comportan que el error sea relevante o no con vistas a privar de eficacia el contrato celebrado.
Para que el error invalide el consentimiento, deberá recaer sobre la sustancia de la cosa
que fuere objeto del contrato, o sobre aquellas condiciones de la misma que
principalmente hubiesen dado motivo a celebrarlo. Debe tratarse de un error esencial o
substancial, relativo al objeto del contrato. Aún habiéndose equivocado, la parte que
haya sufrido el error no podrá invalidar el contrato en los siguientes casos:
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a) Error en los motivos. La falsa representación mental no recae sobre el contenido
sustancial o sobre extremos esenciales del objeto del contrato, sino sobre los
móviles subjetivos que llevan a una de las partes a contratar. Será causa valida de
error, excepcionalmente, cuando los motivos se han incorporado al contrato.
b) Error de cuenta o error de cálculo (CC artículo 1266.3). “El simple error de cuenta sólo
dará lugar a su corrección”. Se corregirá la operación matemática errónea y el
contrato seguirá siendo válido.
b) Reserva mental. Supone una divergencia consciente entre el querer interno del
sujeto y la manifestación de ese querer. Intencionadamente se manifiesta algo
diferente a lo que se desea. Esta reserva es inoperante y sólo se acepta lo
manifestado.
Igualmente para invalidar el contrato el error debe ser excusable. No merece protección
jurídica, concretada en la anulación del negocio, si el que sufre el error ha podido
evitarlo empleando una diligencia normal. El error, no puede ser imputable a quien lo
padece; yo no puedo alegar mi propio error para invalidar un contrato.
f) Error de hecho. El error de hecho recae sobre circunstancias de hecho del negocio
(error sobre las cualidades que se atribuyen al objeto de un contrato o a la persona
del otro contratante).
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aplicación al caso concreto, siempre que el sujeto se haya decidido a llevar a cabo el
negocio como consecuencia de aquélla ignorancia o falso conocimiento.
h) Error sobre la persona con que se contrata. El artículo 1266.2 del CC establece que el
error sobre la persona sólo invalidará el contrato cuando la consideración a ella
hubiese sido la causa principal del mismo, queremos contratar con una persona en
particular y no con otra distinta.
La violencia.
El artículo 1267 del CC dice: “Hay violencia cuando para arrancar el consentimiento se
emplea una fuerza irresistible”. Tal fuerza irresistible se dará en todos aquéllos casos de
violencia física absoluta en la que la voluntad del contratante es sustituida por la del agente
violentador. “La violencia puede ser causada tanto por la otra parte contratante como por
un tercero que no intervenga en el contrato” (CC artículo 1268). Se trata de evitar la
violencia de los “matones a sueldo”. La persona que sufra la violencia de una tercera
persona podrá pedir a ésta una indemnización por los daños y perjuicios.
En los casos en que existe violencia, sencillamente, no hay consentimiento, ya que la
manifestación de voluntad de contratar se debe exclusivamente a la violencia ejercida
sobre quien acaba exteriorizándola. Los contratos que así nacen son nulos de pleno
derecho por la inexistencia del consentimiento y ser éste un elemento esencial del
contrato.
La Intimidación.
Según el artículo 1267.2 del CC: “Hay intimidación cuando se inspira a uno de los
contratantes el temor racional y fundado de sufrir un mal inminente y grave en su
persona o bienes, o en la persona y bienes de su cónyuge, descendientes o
ascendientes”.
La amenaza ha de ser de tal naturaleza que inspire un temor racional y fundado que lleve a
prestar un consentimiento inicialmente no deseado. Por tanto, habrá de atenderse a la entidad
de la amenaza y a su incidencia sobre el presuntamente intimidado. Será necesario atender
“a la edad, al sexo y a la condición de la persona”, como se indica en el artículo 1267.3 del
CC, ya que no todas las personas tienen idéntico grado de terror, ni son igualmente
impresionables (¡qué te pego leche!).
La amenaza estriba en el anuncio de un mal inminente y grave, ya que otro tipo de
advertencias no merecen el calificativo de intimidación. Esta amenaza ha de recaer
expresamente sobre la persona o sobre los bienes del contratante o sobre los de sus familiares
más cercanos, aunque esta lista de personas allegadas al contratante no es una lista cerrada y
puede ampliarse a las personas del entorno afectivo del contratante que le hagan sentir la
amenaza como propia.
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La amenaza ha de ser contraria a Derecho. En el caso de que la amenaza se reduzca al
posible ejercicio de un derecho no se estará llevando a cabo intimidación alguna.
El último párrafo del artículo 1267.3 contempla el denominado temor reverencial: “el temor
de desagradar a las personas a quienes se debe sumisión y respeto no anulará el
contrato”. Las personas a quienes se debe sumisión y respeto pueden dar origen a
intimidación, pero mientras no lo hagan, el contrato celebrado bajo temor reverencial será
válido y eficaz.
El contrato nacido bajo intimidación está viciado. En este supuesto, el contrato será
anulable.
El Dolo.
Vicio del consentimiento, consistente en inducir a celebrar un contrato mediante
engaño o malas artes. El artículo 1269 del CC afirma que: “Hay dolo cuando, con palabras
o maquinaciones insidiosas de parte de uno de los contratantes, es inducido el otro a
celebrar un contrato que, sin ellas, no hubiera hecho”. Por su parte, el artículo 1270 del
CC establece que: “Para que el dolo produzca la nulidad de los contratos, deberá ser
grave y no haber sido empleado por las dos partes contratantes. El dolo incidental sólo
obliga al que lo contempló a indemnizar daños y perjuicios”. Por tanto, para que el dolo
sea causa de anulabilidad del contrato se requiere:
Que el dolo sea grave, llevado a cabo con la intención de engañar a la otra
parte. El denominado dolus bonus o dolo bueno, consistente en cantar las
excelencias del bien o servicio que se oferta, no se considera dolo
propiamente dicho.
Que el dolo no haya sido empleado por las dos partes contratantes.
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El contrato es por antonomasia, el acto de ejercicio de la autonomía privada. Por tanto, la ley
ha de negar la capacidad para contratar a quienes no tienen capacidad de obrar. Según el
artículo 1263 del CC: “No pueden prestar consentimiento: 1º. Los menores no
emancipados. 2º. Los locos o dementes y los sordomudos que no sepan escribir”.
Todas las demás personas físicas o jurídicas no incluidas en el anterior artículo tienen
capacidad para contratar.
Sin embargo, esta afirmación ha de ser matizada. En cuanto a los menores no emancipados,
no se trata de una incapacidad absoluta, sino que, de acuerdo con su edad o desarrollo
psíquico, pueden celebrar algunos contratos. Así, se reconoce, con carácter general, en el
artículo 162 del CC, que exceptúa de la representación legal de los padres “los actos relativos
a los derechos de la personalidad u otros que el hijo, de acuerdo con las leyes y con sus
condiciones de madurez, pueda realizar por sí mismo”.
Y en cuanto a la referencia del artículo 1263 a locos, dementes y sordomudos, es preciso tener
en cuenta que este precepto no fue concordado con la modificación de las normas del Código
relativas a la incapacitación; por ello prevalece el artículo 200, que contempla como causas de
la misma las enfermedades o deficiencias persistentes de carácter físico o psíquico que
impidan a la persona gobernarse por sí misma. Además, la sentencia de incapacitación debe
determinar la extensión de ésta, por lo que es muy posible que un enfermo físico o psíquico
pueda administrar sus bienes, aunque no enajenarlos; mientras que otro no podrá ni
administrar ni enajenar.
Como regla general cabe afirmar que quien tiene capacidad plena para contratar puede
celebrar todo tipo de contratos; mientras que quien tiene limitada la capacidad de obrar
sólo pueden realizar actos de administración (vender la cosecha) pero no de
disposición (vender la finca). Sin embargo, hay que subrayar que esta regla tiene numerosas
excepciones, derivadas tanto de la extensión de la incapacitación, como de los llamados
“incapacitados especiales” o “prohibiciones”. Se trata de supuestos en los que la norma prohibe
a ciertas personas, que gozan de capacidad plena, concertar determinados contratos. Estas
prohibiciones se fundamentan, de ordinario, en el riesgo de que uno de los contratantes resulte
indebidamente perjudicado (caso de autocontratación), o en la necesidad de evitar que se
sospeche que algún funcionario público se aproveche de su cargo para adquirir bienes con los
que tiene alguna relación. Así, se prohibe al Juez que adquiera bienes o derechos que
estuviesen en litigio ante el Tribunal en cuya jurisdicción ejerciera sus funciones, y a
los funcionarios públicos los bienes de cuya administración estuvieran encargados
(artículo 1459 del CC).
31
perfección del contrato la oferta y la aceptación) de un contrato y que se llevan a cabo con
esa finalidad.
No es posible enumerar todos los supuestos pero, en general, la mala fe implica que
una de las partes entabló tratos preliminares sin propósito de contratar, y para extraer
una ventaja a través de ellos. Así sucede, por ejemplo, cuando se pide a una
empresa de ingeniería que realice una oferta para una instalación con la única
finalidad de aprovechar sus indicaciones, pues se está decidido, desde el principio, a
contratar al ingeniero X.
32
2. La Oferta.
El artículo 1262 del CC establece que: “El consentimiento (contractual) se
manifiesta por el concurso de la oferta y de la aceptación sobre la cosa y la
causa que han de constituir el contrato”. La propuesta contractual que realiza
una persona (oferente), al ser aceptada por la otra (aceptante) conlleva la
celebración del contrato o su perfección.
La oferta es una declaración de voluntad (manifestación de querer contratar) de
carácter receptivo (no surte efecto por el mero hecho de manifestarla, sino que
tiene que ser conocida por el destinatario) emitida por una persona y dirigida a
otra u otros, proponiendo la celebración de un determinado contrato. La oferta
contractual ha de considerarse por contener todos los elementos necesarios para que
con la mera aceptación de la otra parte se puede decir que el contrato ha quedado
perfecto. La aceptación debe dirigirse a la persona del oferente, hacerse
mientras la oferta sigue vigente y ser expresiva de la intención de concluir el
contrato propuesto. Por la aceptación, el oferente queda vinculado lo mismo
que el aceptante, y el contrato es perfecto sin necesidad de ningún otro acto.
La oferta contractual, para ser realmente tal, requiere que se mantenga en sus
condiciones iniciales en espera de la aceptación de la contraparte. Si se
modifican las condiciones de la oferta, se está realizando una nueva oferta o
contraoferta que, ahora, habrá de ser objeto de aceptación por quien inicialmente
asumía la posición de oferente.
a. Caducidad.
La oferta caduca cuando el destinatario la rechaza expresamente o
cuando transcurre el tiempo establecido por el oferente para la
aceptación. Si no se ha establecido ningún plazo, habrá de entenderse
vigente por todo el tiempo que la buena fe o los usos (CC artículo 1258),
atendiendo a la naturaleza del contrato, impongan.
b. Revocación.
Es causa de caducidad la revocación de la oferta antes de la perfección
del contrato, porque hasta entonces el oferente no queda vinculado por
lo que ha hecho. Hasta que no llegue a su conocimiento la aceptación,
no se produce tal vinculación. La revocación de la oferta es una
33
declaración de voluntad de dejarla sin efecto de carácter receptivo,
pues debe ir necesariamente al destinatario de aquélla.
d. Forma.
La oferta no requiere una forma especial, salvo para aquellos contratos
en que se exija una determinada forma ad substantiam o ad
solemnitatem, o que así lo hayan acordado las partes.
3. La Aceptación.
La aceptación es la declaración de voluntad que emite el destinatario de una
oferta dando su conformidad a ella. Es necesario que la aceptación coincida
con los términos de la oferta y se haga mientras la oferta no haya caducado.
No puede contener reservas ni modificaciones de la oferta inicial.
Idealmente, la aceptación tendría que consistir en un simple “sí”, ya que si la oferta se
acepta modificando alguno de sus términos no hay verdadera aceptación, sino
rechazo de la oferta y propuesta de una contraoferta, que puede ser aceptada por el
primitivo oferente.
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a. La Forma.
Rige el principio de libertad de forma. Sólo será preciso que la
aceptación se haga sobre forma determinada cuando así lo exige la ley
para el contrato en formación (forma ad substantiam o ad
solemnitatem) o la oferta o anteriores estipulaciones por las partes.
b. Revocabilidad.
La aceptación es revocable antes de que llegue a conocimiento del
oferente, que es cuando queda obligado el aceptante. De la misma
manera que con la oferta, quedará sin efecto si muere el aceptante o le
sobreviene la incapacidad para contratar antes del momento de la
perfección del contrato, pues hasta entonces no queda obligado él ni
sus herederos.
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El fenómeno de la contratación en masa ha dado lugar a algunas especialidades en la
formación del contrato, singularmente en la oferta, que se incardinan dentro de los “contratos
de adhesión” y de las “condiciones generales de la contratación”.
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El llamado “Derecho del Consumo” ha experimentado un gran auge en los últimos
años, y no es posible desarrollarlo aquí por extenso. Sucintamente, señalaremos que
la norma fundamental en esta materia es la Ley General de la Defensa de los
Consumidores y Usuarios, de 19 de julio de 1984; y reúne particular importancia la
Directiva Comunitaria de 5 de abril de 1993, sobre cláusulas abusivas en los
contratos celebrados con consumidores. Ambas están dirigidas a proteger al llamado
“consumidor final”, por oposición a las personas que adquieren bienes o servicios
para integrarlos en un proceso productivo. Y recogen un elenco de cláusulas que, al
ser consideradas abusivas, son nulas y se tendrán por no puestas.
2. El Objeto.
El artículo 1261.2 del CC menciona, entre los requisitos del contrato, el “objeto cierto que sea materia”
del mismo. El artículo 1271 del CC, por su parte, señala que pueden ser objeto de contrato todas las
cosas que no estén fuera del comercio de los hombres, incluyendo las cosas futuras; así como
todos los servicios que no sean contrarios a las leyes ni a las buenas costumbres. Y el artículo
1272 del CC afirma que: “No pueden ser objeto de contrato las cosas o servicios imposibles”.
Posibilidad, licitud y determinación son, por tanto, los requisitos esenciales del objeto.
a. Posibilidad.
El artículo 1272 del CC dice: “No podrán ser objeto del contrato las cosas o servicios
imposibles”. La imposibilidad (esta posibilidad o imposibilidad queda circunscrita a la
posibilidad física o material de entregar la cosa o ejecutar el servicio que constituya
objeto del contrato) es la originaria, la existente al celebrarse el contrato.
Generalizando lo dispuesto en el artículo 1460 del CC para la venta, el contrato es inexistente.
Si la imposibilidad no es total, sino parcial, el acreedor está facultado para optar entre
desistir del contrato o reclamar lo posible. Hasta aquí hemos tratado de imposibilidad
absoluta, es decir, es absolutamente imposible para toda clase de persona. Pero la
imposibilidad puede ser relativa, la cosa o servicio es posible, pero el obligado no la
puede realizar (se obliga a prestar un servicio que exige una cualificación de la que carece).
La posibilidad no excluye la futuridad. El artículo 1271 del CC dice: “Pueden ser objeto de
contrato todas las cosas que no están fuera del comercio de los hombres, aún las
futuras (cosechas, crías de animales aún no nacidas, muebles que todavía no se han
realizado, etc.)”. Por cosa futura se entiende todo bien inexistente en el momento de la
celebración del contrato, pero que puede existir según el curso normal de los
acontecimientos, ya por hecho de la naturaleza, ya por hecho del hombre, ya por hecho de la
naturaleza y del hombre. En todos los casos en que el contrato recaiga sobre una cosa futura,
los contratantes asumen la obligación de realizar cuantas actividades sean necesarias
para que la cosa llegue a tener existencia y omitir las que pongan en peligro ese resultado.
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El artículo 1271 excepciona la posibilidad de que las cosas futuras sean objeto de
contrato a la herencia futura.
b. Determinación.
El artículo 1273 del CC dice: “El objeto de todo contrato debe ser una cosa (aunque el CC
se refiera exclusivamente a las cosas, este requisito es igualmente aplicable a los servicios)
determinada en cuanto a su especie. La indeterminación en la cantidad no será obstáculo
para la existencia del contrato, siempre que sea posible determinarla sin necesidad de un
nuevo convenio entre los interesados. Por una cosa determinada en su especie entiende la
jurisprudencia que la determinación se haga en forma que no pueda confundirse con otras
distintas. Por tanto, el objeto puede estar perfectamente determinado en un principio (te vendo
mi casa), o relativamente indeterminado (te vendo otra casa). El objeto puede ser
determinado o determinable, si constan en este último caso en el contrato los
elementos para su determinación.
El Código Civil no considera necesario para que el objeto esté determinado el
señalamiento de la calidad. Cuando se ha realizado una determinación del objeto por el
género al que pertenece (vino, trigo) suple la falta de criterios para perfilar la calidad de los
dispuesto en el artículo 1167 del CC, el deudor ha entregar una cosa de calidad media.
La determinación del objeto del contrato dentro del género señalado por las partes, la fijación
de la cantidad o de su calidad puede quedar confiada al arbitrio de un tercero. La falta de
equidad o una decisión contraria a la buena fe determina que la decisión sea impugnable.
También cabrá impugnación si el tercero no se ha sujetado en su cometido a las instrucciones
de las partes. Si el tercero no puede o no quiere decidir, el contrato será inexistente por la falta
del objeto y no producirá efectos. No es posible recurrir a la autoridad judicial para que supla su
actividad.
La determinación del objeto no puede dejarse al arbitrio de una de las partes.
3. La Causa.
El artículo 1261.3 del CC establece que no hay contrato si no existe “causa de la obligación que se
establezca”. Además, el 1275 del CC señala que los contratos sin causa no producen efecto
alguno.
El Código Civil al referirse al elemento causal del contrato en su artículo 1274 distingue entre contratos
onerosos y gratuitos, estableciendo que:
En los contratos gratuitos viene representada la causa por “la mera liberalidad del
bienhechor”. Así pues, en los contratos gratuitos la causa del bienhechor o benefactor, al ser
el único obligado a dar (donante), hacer (depositario), o no hacer algo, coincide la causa del
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contrato: el espíritu de altruismo o liberalidad, que constituye para el ordenamiento jurídico una
causa o justificación suficiente para la realización de los contratos gratuitos.
La existencia y la validez del contrato no pueden quedar supeditadas a móviles o razones de carácter
subjetivo que son intrascendentes para el Derecho. Los motivos o intenciones concretas de los
contratantes, no forman parte del acuerdo contractual. La causa que lleva a las partes a contratar es
diferente de los motivos subjetivos que pueden tener las partes a la hora de contratar.
A pesar de que el artículo 1274 del CC señala cual es la causa en cada tipo de contrato, la doctrina ha
discutido y discute que ha de considerarse como tal. Para intentar que este concepto resulte
comprensible, diremos que se trata de la finalidad objetiva que se persigue con el contrato.
En el contrato de compraventa, por ejemplo, el comprador se obliga a entregar 100.000 pesetas con la
finalidad de que el vendedor se obligue a entregarle la cosa (“en los contratos onerosos se entiende por
causa, para cada parte contratante, la prestación o promesa de una cosa o servicio por la otra parte”); y
el vendedor se obliga a entregar la cosa con la finalidad de que el comprador se obligue a entregarle
100.000 pesetas: la finalidad objetiva del contrato es precisamente, el intercambio de cosa por precio. En
la donación remuneratoria, el donante realiza una donación, a la que no está obligado, con la finalidad de
remunerar un servicio (cuidarle durante su enfermedad, por ejemplo) prestado por el donatario (“en los
remuneratorios, el servicio o beneficio que se remunera”). Y en la pura donación, el donante la realiza
con la finalidad de otorgar un beneficio, sin contraprestación, al donatario (“en los de pura beneficiencia,
la mera liberalidad del bienhechor”). En definitiva, lo que quiere decir el artículo 1274 es que cuando se
produce un empobrecimiento en el patrimonio de una persona del que se deriva un
enriquecimiento en el patrimonio de otra, y éste no obedece a ninguna de dichas causas (ni
obtener una contraprestación, ni remunerar un servicio, ni la pura liberalidad), se produce un
enriquecimiento sin causa, y el así enriquecido tiene la obligación de restituir.
En este sentido, la causa es distinta del propósito individual que guía a las partes a contratar. Pero el
Tribunal Supremo advierte que el propósito o motivo de una de las partes puede adquirir relevancia
causal cuando es conocida y aceptada por la otra.
Por ejemplo, es irrelevante que el comprador quiera el local para instalar un bar, salvo que así lo haya
convenido con el vendedor. En este último caso, si el local no reúne las condiciones que la
Administración impone para la apertura de bares, el motivo será relevante, y el contrato nulo por falta de
causa.
Los motivos adquieren también relevancia en relación con la causa ilícita (artículo 1275 del CC); es
decir, cuando las partes pretenden alcanzar un fin ilícito, el intercambio de precio por servicio es una
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causa admitida, que configura el arrendamiento de servicios; pero si el servicio consiste en levantar una
pared para hacer un “zulo” la causa es ilícita. Los contratos sin causa, o con causa ilícita no
producen efecto alguno. Es ilícita la causa cuando se opone a las leyes o a la moral.
El artículo 1277 del CC presume la existencia y licitud de la causa. Y el artículo 1276 del CC
establece que: “La expresión de una causa falsa en los contratos dará lugar a la nulidad, si no se
probare que estaban fundados en otra verdadera y lícita”.
En el primer caso (expresión de una causa falsa) nos encontramos ante la simulación absoluta: se dice
vender un inmueble sin intención, respectivamente, de vender ni comprar, sino sólo para sustraerlo a la
acción de los acreedores del sedicente vendedor. En el segundo (expresión de una causa falsa, y
existencia de otra causa verdadera y lícita) se produce la simulación relativa: se finge realizar un
contrato cuando en realidad ambas partes quieren celebrar otro. Por ejemplo, fue relativamente
frecuente fingir que se vendía un piso, con plazos de pequeña cuantía (que en realidad constituían la
renta) y un plazo final muy alto cuyo impago acarrearía la pérdida de las cantidades ya pagadas, para
encubrir un contrato de arrendamiento de vivienda y tratar de eludir así la prórroga forzosa.
Los elementos accidentales del contrato pueden estar presentes por la voluntad de las partes en
un determinado contrato, pese a que su presencia no es esencial (conforme al artículo 1261 del
CC) para que pueda hablarse de contrato válido. Tales elementos accidentales son la condición
y el término, que una vez integrados en un acuerdo contractual pasan a convertirse en
elementos esenciales de ese contrato en particular.
a. La Condición.
La eficacia del contrato depende de un suceso futuro o incierto (CC artículo 1113 que no
obstante, permite considerar también un suceso pasado, que los interesados ignoran),
cuyo efectivo acaecimiento o falta de acaecimiento reúne las características requeridas
por el CC para que pueda hablarse de condición:
El suceso contemplado como condición tiene que ser posible (CC artículo 1116).
La razón es clara y se encuentra legalmente formulada en el artículo 1256 del CC: “La validez
y el cumplimiento de los contratos no puede dejarse al arbitrio de uno de los
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contratantes”. Cuando la eficacia del contrato depende del acaecimiento de la
condición se habla de condición suspensiva; ya que hasta tanto se produzca el evento
futuro o incierto, los efectos propios del contrato se encuentran en suspenso, sin que
hayan comenzado a generarse. Cuando el contrato apenas celebrado genera los efectos
propios, cual si no existiera condición, pero el acaecimiento de ésta supone la
ineficacia sobrevenida del contrato, se habla de condición resolutoria.
b. El Término.
El término es el momento temporal en que: comienzan o terminan los efectos de un
contrato, o ha de llevarse a cabo el cumplimiento de una obligación determinada. El
término puede consistir en la fijación de una fecha concreta futura (22 de diciembre de
1999); cuanto en un período temporal determinado, contando a partir del día de la
celebración del contrato (dentro de siete días); cuanto en la fijación de una fecha
indeterminada pero determinable por referencia a un evento que ha de venir o producirse
necesariamente (fallecimiento de alguien).
c. La Forma.
Forma es equivalente a medio de exteriorización de la voluntad (palabra, escritura,
conducta) y representa el tránsito de la intimidad subjetiva a la exteriorización objetiva.
En un sentido más técnico, el concepto de forma hace referencia a un medio concreto y
determinado que el ordenamiento jurídico o la voluntad de los particulares exige para la
exteriorización de la voluntad.
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1279, al exigir una forma concreta (normalmente escritura pública) para determinar
contratos enumerados a continuación en el artículo 1280 del CC: “Deberán constar
en documento público: 1º. Los actos y contratos que tengan por objeto la creación,
transmisión, modificación o extinción de derechos reales sobre bienes inmuebles.
2º. Los arrendamientos de éstos mismos bienes por seis o más años, siempre que
deban perjudicar a tercero. 3º. Las capitulaciones matrimoniales y sus
modificaciones. 4º. La cesión, repudiación y renuncia de los derechos hereditarios
o los de la sociedad conyugal. 5º. El poder para contraer matrimonio, el general
para pleitos y los especiales que deban presentarse en juicio: el poder para
administrar bienes y cualquier otro que tenga por objeto un acto redactado o que
deba redactarse en escritura pública, o haya de perjudicar a tercero. 6º. La cesión
de acciones o derechos procedentes de un acto consignado en escritura pública.
También deberán hacerse constar por escrito, aunque sea privado, los demás
contratos en que la cuantía de las prestaciones de uno de los contratantes exceda
de 1.500 pesetas”.
Como hemos visto anteriormente, el contrato tiene como efecto fundamental la sujeción de los
contratantes al cumplimiento de lo convenido. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que el artículo
1258 del CC establece que los contratos obligan no sólo al cumplimiento de lo expresamente
pactado, sino también a todas las consecuencias que, según su naturaleza, sean conformes a la
buena fe, al uso y a la ley.
Se trata de una norma integradora del contenido del contrato: aunque no se haya pactado
expresamente, las partes pueden estar sujetas al cumplimiento de alguna obligación secundaria,
o a cumplir de una concreta manera en virtud de la buena fe, del uso o de la ley. Por ejemplo, si se
contrata a un experto para que de una conferencia, el uso puede obligar a que se le pague el viaje y el
alojamiento, además del precio convenido, aunque nada se haya dicho en el contrato.
Los efectos del contrato no son idénticos para todos: no afectan de la misma manera a las partes que
contratan o a sus herederos que a las personas que no participaron en él. Además, dentro de éste último
apartado pueden darse distintos tipos de contratos (a favor o en daño de tercero, a cargo de tercero,
etc.), cuyos efectos hay que estudiar específicamente.
El inciso primero del artículo 1257 del CC establece la regla general al respecto: “Los contratos sólo
producen efectos entre las partes que los otorgan y sus herederos; salvo en cuanto a éstos en el
caso en que los derechos y obligaciones que proceden del contrato no sean transmisibles, o por
su naturaleza, o por pacto, o por disposición de la ley”.
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Los contratos sólo tiene, por tanto, una eficacia relativa (entre partes), no absoluta (frente a
todos). Por ejemplo si en el contrato por el que Juan adquiere su vivienda figura una cláusula en la que
éste se compromete a no instalar en ella ningún tipo de despacho o negocio, y más tarde Juan instala
allí una peluquería, sólo el vendedor podrá reclamar la cesación del negocio (efecto inter-partes, eficacia
relativa); pero los vecinos no tendrán acción para pedir que ésta desaparezca, pues del contrato sólo
nace una obligación, cuyo cumplimiento únicamente puede reclamar el acreedor.
En cuanto a los herederos de las partes, al ocupar la misma posición jurídica que su causante, la
eficacia es idéntica, salvo por lo que se refiere a los casos en los que “los derechos y
obligaciones que proceden del contrato no sean transmisibles, o por su naturaleza, o por pacto,
o por disposición de la ley” (CC artículo 1257, párrafo primero in fine).
Como consecuencia de la regla establecida en el artículo 1257, el principio general es que el contrato
no afecta a los terceros, ni en favor ni en contra. Sin embargo, esta regla precisa alguna matización.
Dado que la creación, modificación y extinción de derechos reales y de crédito, se produce, en su mayor
parte, a través de contratos, los terceros adquirientes resultan afectados por los pactos realizados por
toda la cadena de causantes (transmitentes de su transmitente).
Por regla general, los contratos no obligan a terceros, principio de la relatividad del contrato. Sin
embargo, el contrato también existe ante ellos y han de respetar sus consecuencias. Los
terceros deben respetar los términos establecidos en el contrato por las partes contratantes,
eficacia refleja.
Cuando el propietario de una finca vende primero el usufructo y después la propiedad, el adquiriente de
ésta última se ve afectado por el contrato de venta del usufructo, aunque no haya sido parte en él, pues
adquiere sólo la nuda propiedad. Y la consolidación de la propiedad con el usufructo se llevará a cabo
según los convenios realizados entre el primitivo propietario y el adquiriente del usufructo, en los que al
nuevo propietario no intervino.
Por otra parte, el Tribunal Supremo ha declarado que los terceros están obligados, si conocen la
existencia de un contrato, a no celebrar otro incompatible con éste; es decir, que impida el
cumplimiento del primero. De celebrarse un contrato incompatible nos encontraríamos ante un
contrato en daño de tercero, que daría lugar a la indemnización de daños por responsabilidad
extracontractual.
Así, un tercero que no ha intervenido en un contrato de exclusiva entre una casa discográfica y un
cantante no puede, so pena de indemnización, celebrar otro contrato con el cantante que atente contra
la exclusiva, si conoce su existencia. Si no la conocía, únicamente el cantante estará obligado a
indemnizar los daños causados vía responsabilidad contractual.
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Sin embargo, el Código Civil admite el contrato a favor de tercero. En el párrafo segundo del artículo
1257 dice que: “Si el contrato contuviera alguna estipulación (está admitiendo la posibilidad de
que todo el contrato se haya hecho para un tercero (beneficiario de un seguro de vida que otro
ha contratado…)) en favor de un tercero, éste podrá exigir su cumplimiento, siempre que
hubiese hecho saber su aceptación al obligado antes de que aquélla haya sido revocada”. Para
que exista contrato en favor de tercero es necesario que a éste se le atribuya directamente un
derecho, con facultad de exigir al obligado. No hay tal contrato cuando se designa a una
persona como autorizada para recibir la prestación sin poder exigirla.
Todo contrato en favor de tercero presupone la presencia de tres partes: el promitente, que es el
que queda obligado a realizar la prestación en favor de tercero, el estipulante y el beneficiario o
tercero.
El promitente y el estipulante deben tener capacidad general para contratar. El tercero no tiene
porqué poseer capacidad para adquirir derechos. Sin embargo, para emitir la declaración de
voluntad de aceptar le será precisa la capacidad natural de obrar, aunque en caso de limitación
de la misma podrán hacerlo sus representantes legales.
El tercero puede quedar totalmente determinado en el momento de la celebración del contrato, o
puede ser determinable a posteriori, siempre que existan en aquel elementos suficientes para
efectuarlo, de cualquier modo que sea.
a. La Aceptación.
La aceptación no es un requisito de la perfección del contrato en el que consta la
estipulación o en favor todo él del tercero. El contrato es perfecto desde que lo
concluyen las partes contratantes y es de ahí de donde nace la situación jurídica del
tercero.
Tampoco es la aceptación presupuesto indeclinable para que nazca el derecho del
tercero, ya que existe desde que se perfecciona la estipulación o contrato en su favor.
La aceptación es sólo un requisito para evitar la revocación del derecho en favor de
tercero.
La declaración de aceptación es evidentemente de naturaleza receptiva, y ha de dirigirse
al obligado. La aceptación puede ser expresa o tácita.
b. La Revocación.
El tercero puede exigir al obligado el cumplimiento de la estipulación en su favor,
siempre que hubiese hecho saber su aceptación al obligado antes de que haya sido
revocada.
El titular del poder de revocación es normalmente el estipulante, aunque nada impide
que se pacte la revocación conjunta por el obligado y el estipulante. El poder de
revocación se transmite a los herederos del estipulante.
La revocación es una declaración recepticia, que debe ir dirigida al tercero y al
promitente.
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c. Los Efectos del Contrato en Favor de Tercero.
El contrato en favor de tercero da lugar a las siguientes relaciones jurídicas:
Se llama también promesa de hecho ajeno y es aquélla estipulación por la que una parte se
obliga frente a la otra a que un tercero dará alguna cosa o prestará algún servicio (manager,
representante).
El promitente queda obligado a la obtención del resultado, y no se libera probando que ha
empleado toda la diligencia posible para conseguirlo. Asume el riesgo de que el tercero no de o
no haga lo prometido, indemnizando entonces los daños y perjuicios que la insatisfacción del
interés del promisario ha producido. Es una prestación de garantía la que asume el promitente
frente al promisario.
El promitente queda liberado de su obligación cuando el tercero acepte cumplir respecto del
promisario, y también cuando ese tercero ha muerto o devenido incapaz para realizar lo que
aquel prometio, hechos que acaecen antes de que haya aceptado.
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El contrato a cargo de tercero no está específicamente regulado, por lo que sus efectos dependerán de
los pactos de las partes. Sería posible, por tanto, que el promitente se obligue a conseguir que el tercero
realice una prestación; en cuyo caso sólo quedará liberado con la efectiva realización de dicha
prestación, y no con la mera aceptación por el tercero.
Con esta denominación se alude a las hipótesis en que al celebrar un contrato, y precisamente a
causa de su celebración, los contratantes ocasionan un daño a una tercera persona, y ello tanto si
son conscientes del mismo como si es uno de ellos el que exclusivamente desea o es consciente de la
producción del daño (acuerdos contractuales que violen un pacto de exclusividad).
La responsabilidad en que incurre el que es parte del segundo contrato y sujeto pasivo del
derecho subjetivo lesionado es clara: responsabilidad contractual por incumplimiento. La del
que contrata con él debe establecerse en función de que conociese o no que se producía una
lesión.
En técnica jurídica, un contrato celebrado entre sujetos que son conscientes de que a través de
él lesionan un derecho ajeno es un contrato con causa ilícita, por lo que el perjudicado estará
legitimado para solicitar su nulidad absoluta. Actúan con dolo porque, a pesar de las
consecuencias de su acto, lo celebran.
Se trata de un contrato muy común en las ventas mediante subasta pública, en las que se suele otorgar
al adjudicatario la posibilidad de transmitir el contrato a un tercero durante un plazo determinado. Por
tanto, el comprador en pública subasta puede subrogar a un tercero en su lugar, el cual adquiere todos
los derechos y obligaciones de aquel.
La ineficacia es una sanción, entendiendo por sanción la reacción del ordenamiento jurídico ante una
infracción. La irregularidad de un contrato es una cierta disconformidad entre el negocio tal y como es
previsto por el ordenamiento jurídico (tipo negocial) y el contrato tal y como ha sido realizado (negocio
real). Esta discrepancia entre la realidad y la tipicidad negocial entraña una infracción, puesto
que, por hipótesis, la norma jurídica ordena el más perfecto ajuste entre ambas categorías.
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Atendiendo a la regulación del Código Civil, el contrato puede ser:
6. Mutuo disenso. El mutuo disenso es un contrato mediante el cual las partes que
celebraron otro contrato anterior se desligan mutuamente de sus obligaciones; es decir,
privan de sus efectos a un contrato anteriormente celebrado.
1. La Nulidad Absoluta.
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Un contrato es nulo radicalmente cuando no produce efectos jurídicos. Es la máxima sanción del
ordenamiento jurídico cuando:
1. Se han traspasado los límites que señala el ordenamiento jurídico para el juego de la
autonomía de la voluntad: la ley, la moral y el orden público (CC artículo 1255).
2. El contrato carece de los requisitos esenciales del artículo 1261 del CC o de los que el
ordenamiento jurídico imponga por razón del tipo negocial concreto (la donación de
inmuebles ha de hacerse necesariamente en escritura pública).
La nulidad impide que el contrato despliegue sus efectos y no puede subsanarse por la
convalidación ni por el transcurso del tiempo. Lo único que cabe es hacerlo de nuevo, renovarlo.
a. La Acción de Nulidad.
La acción de nulidad no es imprescindible ejercitarla siempre. Tal nulidad va insita en el
contrato, por lo que las partes pueden actuar como si éste no existiera. El recurso de la
acción es necesario cuando alguna de las partes, sus sucesores o causahabientes
pretender ejercitar un derecho sobre las bases del contrato nulo, estimándolo como
válido y plenamente eficaz, o porque interesa obtener la declaración de ineficacia por
ser un obstáculo para el ejercicio de un derecho.
El contrato nulo puede haberse creado una apariencia de contrato válido que es preciso
destruir por las finalidades que se quieran. De ahí que la destrucción de la apariencia sea el
resultado de una sentencia que declare su carencia absoluta de efectos, y de ahí también que
la acción de nulidad sea meramente declarativa, porque la sentencia no innova ni constituye
una nueva situación jurídica, sino que pone de manifiesto la ineficacia que atacaba al
contrato desde su celebración.
Es doctrina jurisprudencial que la nulidad radical y absoluta puede ser declarada de
oficio por los Tribunales sin necesidad de petición expresa de parte.
c. Efectos.
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Como principio general hay que tener en cuenta lo dispuesto en el artículo 1303 del CC:
“Declarada la nulidad de una obligación, los contratantes deben restituirse
recíprocamente las cosas que hubiesen sido materia del contrato, con sus frutos, y el
precio con sus intereses”.
La obligación de restitución es una obligación recíproca y de cumplimiento simultáneo
cuando las partes estén mutuamente obligadas a la restitución.
La nulidad tiene tendencia propagadora. Alcanza a los negocios que se encuentran en
una situación de dependencia del declarado nulo.
1. Si el hecho constituye un delito o falta común para ambas partes, las mismas
carecen de acción entre sí, se procederá contra ellas (responsabilidad penal) y
se dará a las cosas o al precio que hubiesen sido materia del contrato la aplicación
prevenida en el Código Penal respecto a los efectos o instrumentos del delito o falta.
La declaración de si los hechos constituyen o no delito o falta corresponde sólo a la
jurisdicción penal.
2. Cuando exista delito o falta por parte de uno sólo de los contratantes, el que
sea culpable no podrá reclamar el cumplimiento de lo que hubiese prometido ,
ni tampoco requerir lo que el mismo haya entregado. El no culpable puede
reclamar la restitución de lo que él hubiera dado y no está obligado a cumplir
lo que hubiera prometido.
Para el supuesto de la causa torpe se establecen las siguientes reglas en el artículo 1306
del CC:
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hubiere ofrecido. El otro, que fuera extraño a la causa torpe, podrá reclamar lo
que hubiera dado, sin obligación de cumplir lo que hubiera ofrecido.
h. La Nulidad Parcial.
A veces sólo alguna de las cláusulas, pactos o estipulaciones del contrato son nulas. Aunque
en nuestro CC no existe un precepto general, se declarará la nulidad parcial, siempre y
cuando, éstas no sean parte esencial del contrato y que sin ellas no se pueda conseguir
el fin perseguido.
Así sucede, por ejemplo, con la venta de viviendas de protección oficial por precio superior al
legalmente permitido. La jurisprudencia ha declarado repetidamente la nulidad del precio
pactado, y su sustitución por el fijado legalmente.
• Están legitimados para utilizarla todos los interesados (incluso quienes no han sido parte en
el contrato). Además el Juez puede declarar la nulidad de oficio.
2. La Anulabilidad.
Son anulables (o están afectados de nulidad relativa) los contratos que, reuniendo los elementos
esenciales para su validez (consentimiento, objeto, causa), sufren de algún vicio invalidante
(artículo 1300 del CC).
Los vicios que hacen anulable un contrato son: prestación del consentimiento por un menor o
incapacitado (artículo 1263 del CC); haber intervenido error, violencia, intimidación o dolo en la
prestación del consentimiento (artículo 1265 del CC); y error sobre la causa del contrato (artículo
1301 del CC , párrafo cuarto in fine), según algún autor.
Conforme a la doctrina mayoritaria, los contratos anulables producen plenos efectos mientras
no se solicite por la persona perjudicada por el vicio que se decrete judicialmente su nulidad.
50
Declarada ésta, el contrato se ve privado, con carácter retroactivo, de todos sus efectos. Y, en
consecuencia, las partes han de restituirse las respectivas prestaciones en los términos vistos
en el apartado anterior.
La diferencia fundamental entre los contratos nulos y anulables se deriva, por tanto, de la causa que
origina la nulidad o la anulabilidad. Los contratos que contravienen lo dispuesto en una ley
imperativa no pueden producir ningún efecto, pues hay que preservar la santidad de la ley; tampoco
cabe que se derive ningún efecto de un “contrato” que no existe, pues le falta alguno de sus
requisitos esenciales: consentimiento, objeto o causa. En estos casos, la privación de efectos es
absoluta, y la acción para que se declare la nulidad, imprescriptible. En cambio, cuando el contrato no
viola la ley imperativa y reúne los requisitos esenciales para su validez, surte efectos de momento; pero
el afectado por el vicio (la persona que ha prestado su consentimiento por error, o porque le han
intimidado) tiene la opción de aprovecharse del mismo, si le interesa, o de impugnarlo (artículo 1302 del
CC). Se trata, por tanto, de una medida de protección del afectado por el vicio.
El contrato anulable puede ser convalidado por la persona afectada por el vicio mediante la
correspondiente declaración confirmatoria. También queda convalidado el contrato (es decir, no
cabe proceder a su impugnación) cuando caduca la acción de anulabilidad; y cuando la
prestación se hubiere perdido por dolo o culpa del legitimado para ejercitarla, salvo que la
pérdida hubiera ocurrido durante la minoría de edad o incapacitación del mismo (artículo 1314 del
CC).
Los artículos 1266 y siguientes del CC determinan la existencia de los vicios del consentimiento. El error
(artículo 1266 del CC) sólo es relevante cuando recae sobre la sustancia objeto del contrato (el
comprador cree que compra un objeto de oro, cuando era de bronce), o sobre aquéllas condiciones
de la misma que principalmente hubieren dado motivo a la celebración del contrato (el comprador
cree que compra un mueble antiguo, cuando se trata de una copia); el error sobre la persona sólo
anula el contrato cuando éste se celebró en consideración a ella; puede tratarse de un error en la
persona (el contrato se celebra con Antonio, cuando se cree contratar con Andrés), o error en las
cualidades de la persona (se creía contratar una operación de columna con un médico especialista,
cuando se contrata con un cirujano general).
Existe violencia cuando para arrancar el consentimiento se emplea una fuerza irresistible (la
persona a la que se coge de la mano y se obliga a que firme un documento es el ejemplo
clásico), mientras que la intimidación supone que se inspira a uno de los contratantes un temor
racional y fundado de sufrir un mal inminente y grave en su persona o bienes, o en la persona o
bienes de su cónyuge, descendientes o ascendientes (amenaza de muerte, por ejemplo); pero el
mero temor a desagradar a las personas a las que se debe sumisión y respeto no constituye
intimidación (artículo 1267 del CC). La violencia y la intimidación anulan el contrato aunque hayan
sido empleados por un tercero (artículo 1268 del CC).
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Por último, el dolo supone que una de las partes, con palabras o maquinaciones insidiosas,
engaña a la otra para que celebre un contrato que no hubiera celebrado en otro caso (artículo
1269 del CC). Para que anule la obligación, el dolo debe ser grave, empleado por una de las
partes, y determinante de la celebración, pues el dolo incidental sólo da lugar a la indemnización
de los daños causados (artículo 1270 del CC); lo mismo sucede si el dolo es empleado por un
tercero.
La acción de anulabilidad dura cuatro años (artículo 1301 del CC). El Juez no puede apreciar de
oficio la existencia de una causa de anulabilidad, sino que debe ser alegada por el afectado
como acción o como excepción.
Nos encontramos con un negocio jurídico válido que puede ser privado de sus efectos. Pero, así
como en la resolución la causa de esta privación radica en el incumplimiento del contrato por
una de las partes, en este caso la causa estriba en el perjuicio sufrido por distintas personas.
Es el remedio jurídico para la reparación de un perjuicio económico que el contrato origina a
determinadas personas, consistente en hacer cesar su eficacia, por lo que es un supuesto de
ineficacia sobrevenida. El contrato es válido, pero en razón de aquel perjuicio, y siempre que no
haya otro remedio para repararlo, se concede a las personas perjudicadas la acción rescisoria.
Es una medida excepcional y subsidiaria. El artículo 1290 del CC dice que: “Los contratos
válidamente celebrados pueden rescindirse en los casos establecidos por la ley” y el artículo
1294 del CC señala que: “La acción de rescisión es subsidiaria; no podrá ejercitarse sino cuando
el perjudicado carezca de otro recurso legal para obtener la reparación del perjuicio”.
Es preciso advertir que el remedio de la rescisión se otorga sólo en casos muy determinados y
expresamente previstos en el Código. En consecuencia, no todo perjudicado por un contrato puede
acudir a ella, sino sólo en los casos en que se especifica a continuación. Son rescindibles
(artículo 1291 y siguientes del CC):
1. “Los contratos celebrados que pudieren celebrar los tutores sin autorización judicial
(que ha venido a sustituir a la del consejo de familia), siempre que las personas a
quienes representen hayan sufrido lesión en más de la cuarta parte del valor de las
cosas que hubiesen sido objeto de aquéllos”.
Por tanto, en una compraventa la rescisión por lesión exigiría que el tutor o representante
hubiera vendido una cosa por un precio inferior a las tres cuartas partes de su valor real.
2. “Los celebrados en representación de los ausentes, siempre que éstos hayan sufrido la
lesión a que se refiere el número anterior”.
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3. “Los celebrados en fraude acreedores, cuando éstos no puedan de otro modo cobrar lo
que se les deba”.
El pago de obligaciones no exigibles todavía, realizado por el deudor insolvente. En efecto, la
situación de insolvencia del deudor se resuelve en el concurso de acreedores, que exige que
éstos cobren siguiendo un orden determinado, por tanto, el deudor que paga una deuda no
exigible en estado de insolvencia favorece a un acreedor en perjuicio de los demás.
4. “Los contratos que se refieran a cosas litigiosas, cuando hubiesen sido celebrados por
el demandado sin conocimiento y aprobación de las partes litigantes o de la Autoridad
judicial competente”.
La rescisión se fundamenta aquí en que, al pasar las cosa a poder de un tercero, puede
dificultarse o impedirse que el demandante obtenga el bien, aunque el Juez falle a su favor.
a. Legitimaciones.
No existe rescisión automática. La legitimación activa corresponde exclusivamente al
perjudicado y sucesores (CC artículo 1295). En su párrafo primero dice: “La rescisión
obliga a la devolución de las cosas que fueron objeto del contrato con sus frutos, y del
precio con sus intereses; en consecuencia, sólo podrá llevarse a efecto cuando el que
la haya practicado pueda devolver aquello a que por su parte estuviese obligado” (sólo
en los casos 1 y 2).
La legitimación pasiva la tienen: el tutor y el que ha contratado con él; el deudor
insolvente y el que ha cooperado con su insolvencia; el demandado que enajena la
cosa litigiosa y el que con él ha contratado. Además, sus respectivos sucesores y los
adquirientes de mala fe de cualquiera de ellos.
b. Efectos.
La rescisión obliga a la devolución de las cosas que fueron objeto del contrato con sus
frutos, y del precio con sus intereses (CC artículo 1295.1). El demandado de rescisión
puede optar entre consentirla o indemnizar el perjuicio. La acción rescisoria se
transforma en indemnización de daños y perjuicios, cuando las cosas objeto del
contrato se hallaren legalmente en poder de terceras personas que no hubiesen
procedido de mala fe (CC artículo 1295.2). En este caso podrá reclamarse la
indemnización de perjuicios al causante de la lesión (CC artículo 1295.3).
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de los segundos (CC artículo 1301). Para los demás casos será aplicable la regla general:
el plazo comienza a transcurrir desde el día en que pudieron ejercitarse (CC artículo
1969), que será desde que el demandante conozca el contrato.
El artículo 1124.1 del CC establece que: “La facultad de resolver las obligaciones se entiende
implícita en las recíprocas, para el caso de que uno de los obligados no cumpliere lo que le
incumbe”.
La razón del precepto es clara: si uno de los contratantes no quiere o no puede cumplir, más vale
aceptar tal realidad y permitir al otro que de por resuelto el contrato.
De acuerdo con el artículo 1124.2 del CC, el perjudicado puede optar por exigir el cumplimiento o
la resolución del contrato. Es más, puede incluso optar por la resolución tras haber intentado
lograr el cumplimiento. Cualquiera de ambas opciones va acompañada en principio por la
indemnización de daños y perjuicios; aunque no de forma necesaria, porque no cabrá reclamarla
cuando el incumplimiento se deba a circunstancias no imputables al demandado.
a. Efectos.
La resolución del contrato tiene efecto retroactivo y eficacia restitutoria, por lo que las
partes habrán de reintegrarse recíprocamente el objeto del contrato que hubieran
recibido.
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6. El Mutuo Disenso.
El mutuo disenso es un contrato mediante el cual las partes que celebraron otro contrato
anterior se desligan mutuamente de sus obligaciones; es decir, privan de sus efectos a un
contrato anteriormente celebrado.
El mutuo disenso es admisible en virtud de la libertad de pactos que establece el artículo 1255 del CC.
Requiere que el primer contrato no se haya consumado (es decir, cumplido) todavía. Si el primer
contrato se ha cumplido ya, las partes tendrían que celebrar otro en sentido contrario; pero no
habría mutuo disenso, sino un nuevo contrato en virtud del cual el primitivo comprador vendería
la cosa, y el primitivo vendedor tendría que pagar el precio. La cuestión tiene importancia, por
ejemplo, para determinar si hay o no obligación de pagar un impuesto dos veces. Si el vendedor no ha
entregado la cosa y se produce el mutuo disenso, no se devenga el impuesto sobre transmisiones
patrimoniales, puesto que no se ha producido ninguna transmisión de la propiedad. Si la ha entregado,
sólo puede volverla a comprar, por lo que el impuesto se devenga dos veces, pues se han producido dos
transmisiones de la propiedad.
Justicia Rogada: A un Juez se le pregunta para que decida sobre una cosa/conducta
concreta. Este no puede salir de lo que se le pregunta.
El Juez no puede aducir en su sentencia que sobre lo que se le pregunta no se encuentra
legislado (iura novit curia) y siempre tendrá que decidir de acuerdo con la legislación vigente
en ese momento.
Existen dos corrientes doctrinales. Una de ellas estima que lo que el intérprete ha de indagar es la
voluntad de los contratantes, interpretación subjetiva; o en otras palabras, su intención; otra, por
el contrario, cree que el intérprete cumple su misión dando a la declaración el significado que
tiene en el tráfico, en la vida social, interpretación objetiva. Nuestro Código civil acoge la primera
dirección, si bien no de una forma exclusiva, pero siempre predominante.
Los artículos 1281 y siguientes del CC establecen una serie de reglas para la interpretación de los
contratos. Resumidamente, son las siguientes:
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a. “Si los términos de un contrato son claros y no dejan duda sobre la intención de los
contratantes se estará al sentido literal de sus cláusulas” (CC artículo 1281).
En caso de duda prevalece la interpretación más acorde con la intención de los contratantes.
Si los términos de un contrato son claros y no dejan duda sobre la intención de los
contratantes, se estará al sentido literal de sus cláusulas. Si las palabras parecieren contrarias
a la intención evidente de los contratantes, prevalecerá ésta sobre aquéllas (interpretación
subjetiva).
d. “Si alguna cláusula de los contratos admitiere diversos sentidos, deberá entenderse en
el más adecuado para que produzca efecto” (CC artículo 1284).
Hay que excluir aquéllas interpretaciones que hagan las cláusulas del contrato baldías, inútiles
o ilusorias. Entre un sentido que conduce a privar de eficacia a una cláusula y otro que la hace
eficaz debe prevalecer éste. Es una manifestación del principio favorable a la conservación del
negocio antes que su nulidad (interpretación objetiva).
e. “Las cláusulas de los contratos deberán interpretarse las unas por las otras,
atribuyendo a las dudosas el sentido que resulte del conjunto de todas” (CC artículo
1285); (interpretación subjetiva).
f. “Las palabras que puedan tener distintas acepciones serán entendidas en que aquella
que sea más conforme a la naturaleza y objeto del contrato” (CC artículo 1286);
(interpretación subjetiva).
g. “El uso o la costumbre del país se tendrán en cuenta para interpretar las ambigüedades
de los contratos, supliendo en éstos la omisión de cláusulas que de ordinario suelen
establecerse” (CC artículo 1287); (interpretación objetiva).
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h. “La interpretación de las cláusulas oscuras de un contrato no deberá favorecer a la
parte que hubiese ocasionado la oscuridad” (CC artículo 1288).
Esta regla representa una carga adicional para el redactor unilateral del contrato y
correlativamente una ventaja para quien lo suscribe sin haber intervenido en su redacción
(interpretación objetiva).
j. “Cuando absolutamente fuere imposible resolver las dudas por las reglas establecidas
en los artículos precedentes, si aquéllas recaen sobre circunstancias accidentales del
contrato, y éste fuere gratuito, se resolverán en favor de la menor transmisión de
derechos e intereses. Si el contrato fuere oneroso, la duda se resolverá en favor de la
mayor reciprocidad de intereses. Si las dudas de cuya resolución se trata en este
artículo recayesen sobre el objeto principal del contrato, de suerte que no pueda
venirse en conocimiento de cual fue la intención o voluntad de los contratantes, el
contrato será nulo” (CC artículo 1289); (interpretación subjetiva).
Aunque mentira parezca, no es infrecuente que los contratantes yerren en el momento de la celebración
del contrato, confundiéndose de nombre (depósito por comodato, por ejemplo) o previendo cláusulas que
entienden erróneamente como legalmente imperativas (prórroga legal en el arrendamiento de un
aparcamiento). Surgido el litigio, dichos yerros se pondrán de manifiesto en el momento interpretativo,
cuyo resultado primero y fundamental debe ser la calificación del contrato, esto es, identificar el tipo
o esquema contractual (típico o atípico) celebrado, para determinar, entre otras cosas, el
régimen legal imperativo o, cuando menos, las normas supletorias de dicho contrato.
Frente a cuanto ocurría en sistemas primitivos, el nomen iuris, o denominación dada por las partes
al contrato, no les vincula ni siquiera a ellas. Y menos al Juez que deducirá el contenido contractual
de su clausulado y no de la errónea calificación de los contratantes, pues “la calificación realizada por
las partes no tiene otro carácter que el meramente orientativo, por lo que no vincula al
juzgador”.
Si bien las partes pueden usar de su autonomía de voluntad al perfeccionar todo convenio, éste, una vez
perfeccionado, limita aquélla autonomía reduciendo su arbitrio a los términos, alcance y efectos
convenidos. Los contratos se revelan no por la nominación que se les de, sino por la que corresponde a
las cláusulas que se establezcan. Los contratos son lo que son y no lo que digan los contratantes.
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VIII. La Integración del Contrato.
El efecto fundamental del contrato es obligar a las partes, vincularlas. Recordemos, que según el artículo
1091 del CC: “Las obligaciones que nacen de los contratos tienen fuerza de ley entre las partes
contratantes, y deben cumplirse al tenor de los mismos”.
El contrato crea una ley entre las partes contratantes. No es una ley en sentido estricto, pero su fuerza
vinculante (por el contrato quedan vinculadas recíprocamente las partes, ninguna puede romper por su
voluntad el contrato, si bien podrá rescindirlo en aquellos casos en que excepcionalmente lo permite la
ley) es como la ley misma (lex privata: ley de las partes). Esta ley tiene un carácter privado y no
general que además hay que entender de forma integral.
La norma considerada es un precepto de carácter imperativo (ius cogens) que se aplica con
independencia de la voluntad de las partes. De añadidura, su aplicación no requiere
inexcusablemente que haya laguna contractual, sino que puede estar en juego incluso cuando las partes
hayan previsto extremos que son indisponibles por los particulares (por ser, señaladamente, contrarios a
la ley imperativa). En tal caso, las cláusulas pactadas habrían de ser sustituidas por las legalmente
aplicables.
El artículo 1258 del CC señala como elementos integradores la buena fe, el uso y la ley. Sin
embargo, el escalonamiento jerárquico de tales medios de integración debe ser contrario al de su
exposición en el CC: en primer lugar, deberá integrarse la regulación contractual con lo
dispuesto en la ley imperativa y, en su defecto, dispositiva; a continuación, deberán ser tenidos
en cuenta los usos normativos; y finalmente la buena fe.
1. La Ley.
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2. Los Usos Normativos.
Los usos normativos, al igual que la norma dispositiva, en caso de no ser conocidos y no
queridos por las partes pueden ser excluidos del acuerdo contractual. La costumbre sólo regirá en
defecto de ley aplicable (CC artículo 1.3). En casos muy puntuales, y aunque exista ley aplicable, se
podrán aplicar los usos normativos.
3. La Buena Fe.
La buena fe es un principio general del Derecho legalmente formulado en el artículo 7 del CC. Por tanto,
la buena fe no puede ser extraña a la propia conformación de los usos normativos y de los
mandatos legales y debe ser inspiradora de éstos. Se debe tratar de que en todo momento los
efectos del contrato se adecuen a las reglas de conducta socialmente consideradas como dignas de
respeto.
El mero contrato no transmite la propiedad en nuestro Derecho; sólo da lugar a una obligación
de entrega de la cosa. El contrato constituye un simple título o causa de la transmisión; pero
ésta no se consuma mientras no se produzca el modo: la traditio o entrega de la cosa. En sentido
estricto, por tanto, no existen en el Derecho español contratos traslativos del dominio. Pero se suelen
denominar así a ciertos contratos (como la compraventa, la permuta y la donación) que están
dirigidos a que esa transmisión tenga lugar.
El contrato de venta de un bien (un piso, un coche, un cuadro) no transmite al comprador su propiedad,
pues la cosa sigue perteneciendo al vendedor. Sólo cuando se produce la entrega de la cosa
(traditio) adquiere el dominio el comprador. La compraventa es la causa de la transmisión (se
transmite la propiedad porque se ha vendido); pero la transmisión efectiva se produce con la
entrega. Sin embargo, hay que advertir que no siempre es necesario que la cosa se entregue
materialmente al comprador pues, como veremos, se admiten supuestos de traditio instrumental,
fingida, etc.
1. La Compraventa.
a. Concepto.
La compraventa (artículo 1445 del CC) es el contrato en virtud del cual una de las partes
(vendedor) se obliga a entregar un bien o derecho a la otra (comprador) y a su vez, el
comprador se obliga a entregar al vendedor una cantidad determinada o determinable
de dinero o signo que lo represente (precio).
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La compraventa es un contrato consensual, que se perfecciona por el mero consentimiento.
Es un contrato bilateral por producir obligaciones recíprocas para las dos partes contratantes:
la entrega de la cosa y el pago del precio, actuando una como causa de la otra. Es un contrato
oneroso por suponer equivalencia entre las prestaciones de las partes, esto es, sacrificios
recíprocos para comprador y vendedor. Por lo general, es un contrato conmutativo al estar
determinado el intercambio de prestaciones desde el momento de su perfección. Finalmente
es un contrato traslativo de dominio, en el sentido que sirve de título para la
transmisión de la propiedad, como resulta de los artículos 609 del CC y 1095 del mismo
Código y que dice: “El acreedor tiene derecho a los frutos de la cosa desde que nace la
obligación de entregarla. Sin embargo, no adquirirá derecho real sobre ella hasta que le
haya sido entregada”.
El vendedor se obliga a transmitir la propiedad de la cosa vendida, siendo ello la finalidad
perseguida por el comprador: la adquisición en propiedad de aquélla.
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c. La Cosa.
Se suele decir que la compraventa consiste en el intercambio de cosa por precio. Sin
embargo, pueden ser objeto del contrato, no sólo las cosas, sino también los derechos.
Cabe vender un derecho de usufructo, un derecho de hipoteca, o un crédito de 100.000
pesetas. Pueden venderse también una universalidad de bienes y derechos, como una
herencia (artículo 1531 del CC).
Los requisitos de la cosa o derecho vendidos son los de toda prestación: la cosa ha de
ser posible, es decir, ha de existir, o ser posible que llegue a existir; ha de ser
determinada o determinable en su cuantía; y ha de ser de lícita venta.
El Código Civil contiene algunas prohibiciones de venta, en razón del objeto. El artículo 1291.4
declara rescindibles los contratos que se refieran a cosas litigiosas, cuando se celebren
por el demandado sin conocimiento y aprobación de las partes litigantes, o de la
Autoridad Judicial competente. El artículo 1271.2 prohibe la venta de la herencia futura
(es decir, de una herencia sobre la que todavía no se ha adquirido ningún derecho,
porque el causante no ha muerto todavía). Y el párrafo primero del artículo 1494 prohibe la
venta de los ganados y animales que padezcan enfermedades contagiosas. El contrato
será nulo.
En resumen pueden ser objeto del contrato de compraventa todas las cosas (corporales
e incorporales o derechos; muebles e inmuebles; presentes y futuras). Sin embargo, han
de cumplir:
d. El Precio.
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Es el elemento característico de la compraventa y consiste en la suma de dinero que el
comprador se obliga a entregar al vendedor a cambio de la cosa entregada. Ha de reunir
los siguientes requisitos:
El precio no puede consistir en una cosa, pues entonces el contrato sería de permuta
(intercambio de cosa por cosa), y no de compraventa (intercambio de cosa por precio). El
artículo 1446 del CC establece que, cuando el precio consista en dinero y parte en una cosa, el
contrato se calificará según la voluntad de las partes; y, si ésta no consta, el contrato será de
permuta si el valor de la cosa es superior al precio del dinero, y de compraventa si la parte en
dinero es superior al valor de la cosa.
e. Las Arras.
Al perfeccionarse el contrato, el comprador suele entregar una suma de dinero en
concepto de señal, denominada técnicamente arras. ¿Qué significado poseen?. Según el
artículo 1454 del CC: “Si hubiesen mediado arras o señal en el contrato de compraventa,
podrá rescindirse el contrato allanándose el comprador a perderlas, o el vendedor a
devolverlas duplicadas”.
62
efectuada, el comprador no adquiera el dominio hasta que no pague la totalidad del
precio. Se entrega la posesión, pero no la propiedad.
h. La Doble Venta.
Al hablar del carácter consensual del contrato de compraventa distinguimos entre la
perfección del contrato (fase en la que surgen las obligaciones de los contratantes) y la
consumación o ejecución (fase en la que se llevan a cabo la entrega de la cosa y el
pago del precio). Esto abre la posibilidad de que se produzca la venta de una misma cosa a
diferentes compradores. El Código Civil determina cual de ellas devendrá propietario (artículo
1473); en cuanto bienes muebles, la atribución de la propiedad al primero de los
compradores que con buena fe haya tomado posesión. La buena fe del comprador
consistirá en el desconocimiento de que la cosa había sido vendida anteriormente. Por
tanto, si el comprador sabe que el vendedor la había vendido ya no adquirirá la
propiedad, pues no goza de buena fe.
Para bienes inmuebles, se sustenta el criterio de atribución de la propiedad a quien
primero inscribió en el Registro de la Propiedad, y en el caso de que ninguna de las
ventas haya causado inscripción registral, la adquisición de la propiedad viene
determinada por la antigüedad de la fecha de los títulos presentados, supuesta también
la buena fe de quien los presente.
Para que entre en juego el artículo 1473 del CC, es preciso que el vendedor sea propietario
cuando realiza la doble venta; es decir, que todavía no haya entregado la cosa vendida
a ninguno de los compradores. Pues si vende a una persona y le entrega la cosa, ha
transmitido ya la propiedad; de forma que, cuando vende al segundo comprador, se
produce una venta de cosa ajena, que no se rige por este artículo.
1. La Obligación de Entrega.
La obligación del vendedor es llevar a cabo la entrega de la cosa. Esta entrega abarca
no sólo a ésta, sino a sus accesorios (CC artículo 1097), así como a los frutos
producidos desde el día en que se perfeccionó el contrato (CC artículos 1095 y 1468).
Además, el vendedor habrá de facilitar al comprador los títulos de pertenencia y los
informes necesarios para hacer valer lo transmitido.
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La obligación de la entrega se extingue si la cosa perece (o en la medida en que
perezca, aunque sea parcialmente) sin culpa del vendedor y cuando está todavía en su
poder. Pero nuestro Código no soluciona claramente el problema de si, a pesar del
perecimiento, el comprador debe pagar íntegramente el precio. La mayor parte de la doctrina
y la jurisprudencia entienden en base al artículo 1452 del CC, que el riesgo del
perecimiento es del comprador; y que, por tanto, éste ha de pagar el precio, siempre
que la pérdida no se deba a culpa o negligencia del vendedor.
a. Lugar de Entrega.
Las partes poseen libertad para fijarlo. En defecto de pacto regirá la disposición
general del artículo 1171 del CC referido al pago. (El pago deberá ejecutarse en el
lugar que hubiese designado la obligación. No habiéndose expresado y
tratándose de entregar una cosa determinada, deberá hacerse el pago donde
ésta existía en el momento de constituirse la obligación. En cualquier otro
caso, el lugar de pago será el domicilio del deudor).
b. Tiempo de Entrega.
Si no existe condición o término, la obligación de entregar nace en el mismo
momento de la perfección del contrato. Tanto la obligación de pago de precio
como de entrega se generan simultáneamente.
c. Forma de la Entrega.
Se entiende la entregada la cosa (CC artículo 1462.1), cuando la cosa vendida se
ponga en poder y posesión del comprador. No obstante, la entrega real no es
más que uno de los modos de cumplir el vendedor con su obligación. El
Código Civil admite formas espiritualizadas de entrega (otorgamiento de
escritura pública de venta, entrega de llaves (bien mueble), etc.).
Se prevé que la entrega pueda efectuarse por la entrega de las llaves del lugar
donde estén almacenadas; y por el sólo acuerdo o conformidad de los
contratantes “si la cosa vendida no puede trasladarse a poder del comprador
en el instante de la venta, o si éste la tenía ya en su poder por algún otro
motivo”. Por último, y respecto a los bienes incorporales, el artículo 1464 del CC,
además de la escritura pública, prevé que se entenderá por entrega el hecho de
poner en poder del comprador los títulos de pertenencia, o el uso que haga de
su derecho el comprador, consintiéndolo el vendedor.
Es preciso tener en cuenta que la entrega o traditio espiritualizada sirve para
transmitir la propiedad al comprador; pero no exime al vendedor de su
obligación de entregar materialmente la cosa. Por tanto, si se compra un piso
mediante escritura pública al servir ésta como entrega del piso el comprador adquiere
la propiedad; pero el vendedor continúa obligado a entregarle materialmente el piso.
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El Código Civil exime al vendedor de su obligación de entrega en los siguientes
casos:
El vendedor que entrega la cosa antes de que el comprador le pague el precio corre
un evidente riesgo. Por ello el artículo 1503 del CC le autoriza a promover
inmediatamente la resolución de la venta si tuviere fundado motivo para temer
la pérdida de la cosa inmueble vendida y del precio. En contrapartida, el artículo
1504 del CC dispone que, tratándose de bienes inmuebles, aunque se hubiera
pactado la resolución de pleno derecho en caso de impago del precio, el
comprador podrá pagar mientras no haya sido requerido judicialmente o por
acta notarial.
En la venta de bienes muebles el vendedor podrá resolver el contrato si el
comprador no se presenta a recibir la cosa dentro del término fijado; o si,
presentándose, no ofrece al mismo tiempo el precio, salvo que se haya
pactado su aplazamiento (artículo 1505 del CC).
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El supuesto típico de evicción se produce cuando el vendedor no es propietario de la cosa
vendida y el verdadero propietario la reivindica, venciendo en el juicio al comprador, que pierde
así el goce pacífico de la misma. Por ello es condición indispensable que éste notifique al
vendedor la demanda, para que pueda aportar las pruebas de que él era el propietario.
66
por ella (CC artículo 1484). Se excluye la garantía por vicios ocultos cuando éstos son
manifiestos o estuvieren a la vista o si el comprador es un perito que, por razón de su
oficio o profesión, debía fácilmente conocerlos.
El vendedor responde de los vicios ocultos aunque los ignorase (CC artículo 1485).
Como consecuencia de la obligación de sanear por vicios ocultos, el comprador podrá
optar entre desistir del contrato con restitución de los gastos que pagó; o rebajar una
cantidad proporcional del precio (acción estimatoria o quanti minoris), (CC artículo
1486). Para que haya lugar a saneamiento por vicios ocultos, la acción habrá de
ejercitarse en el plazo de 6 meses contados desde la entrega de la cosa vendida (CC
artículo 1490).
Estas reglas se basan en la idea de que, cuando la cosa tiene un vicio oculto, el
comprador paga por ella más de lo que hubiera pagado de saber la existencia del vicio.
Por ello, si la cosa se pierde, aunque sea por su culpa, debe recibir ese plus que pagó
indebidamente. Cuando se pierde como consecuencia del vicio es el vendedor quien
debe sufrir la pérdida, y el comprador ha de quedar indemne, como si no se hubiera
celebrado el contrato. Además, si conocía la existencia del vicio, ha de pagar la
indemnización de los daños causados por su mala fe. El artículo 1489 del CC excluye de
la indemnización de daños las ventas judiciales.
Las acciones derivadas de la existencia de vicios ocultos tiene un plazo de caducidad
de seis meses, a contar desde la entrega de la cosa.
Establece el Código Civil reglas especiales para los vicios ocultos de los animales. Como
más importantes citaremos el artículo 1493, que señala que el saneamiento por vicios
ocultos no tendrá lugar en las ventas hechas en ferias o en pública subasta, ni en las
caballerías enajenadas como de deshecho. Y el 1496, que reduce a cuarenta días (salvo
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que el uso del lugar establezca otro plazo), contados desde la entrega al comprador, el
plazo para el ejercicio de las acciones correspondientes.
La renuncia al saneamiento en caso de vicios ocultos sólo es válida si el vendedor
ignoraba su existencia (artículo 1485 del CC).
2. La Permuta.
El artículo 1538 del CC define la permuta como “un contrato por el cual cada uno de los
contratantes se obliga a dar una cosa para recibir otra”. Definición no del todo exacta, pues es
posible que se permute una cosa por un derecho, o dos derechos entre sí.
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La permuta se rige por las normas de compraventa, con las especialidades siguientes (artículo
1541 del CC). Si uno de los contratantes ha recibido la cosa, y acredita que ésta no era propiedad
de quien se la dió, no está obligado a entregar lo que prometió, pero deberá restituir lo que
recibió (artículo 1539 del CC). Si pierde la cosa por evicción, puede pedir la indemnización de
daños, o pedir que se le restituya lo que dio a cambio, siempre que ésta se encuentre en poder
del otro permutante; pero subsistirán los derechos constituidos por éste en favor de terceros de
buena fe (artículo 1540 del CC).
3. La Donación.
La donación es un contrato en virtud del cual una de las partes, con ánimo de realizar una
liberalidad, efectúa una atribución patrimonial en favor de la otra, que la acepta (artículo 618 del
CC).
La donación supone, por tanto, un empobrecimiento del patrimonio del donante, y un correlativo
enriquecimiento del patrimonio del donatario. Pero no siempre que éstos se producen hay donación: así,
la renuncia del acreedor al crédito de 100.000 pesetas que tiene contra su deudor empobrece al primero
(pues el crédito se extingue sin que reciba nada a cambio) y enriquece al segundo (pues ya no tiene que
pagar las 100.000 pesetas que debía); pero no se trata de una donación pues la renuncia es un acto
unilateral, mientras que la donación es un acto bilateral que requiere, no sólo la declaración de
voluntad del donante, sino también la aceptación del donatario (artículo 629 del CC: “La donación
no obliga al donante, ni produce efecto, sino desde la aceptación”). Sin embargo, es preciso tener
en cuenta que, tratándose de actos a título gratuito, serán aplicables, bien supletoriamente, bien
por analogía, las reglas de la donación.
La donación es un contrato formal. Es decir, que no obliga a las partes por el mero
consentimiento, sino que además, este consentimiento ha de manifestarse en una forma
determinada: si la donación es de cosa mueble ha de hacerse y aceptarse por escrito, a menos
que vaya seguida de la entrega de la cosa (artículo 632 del CC); si la donación es de un bien
inmueble ha de realizarse, así como la aceptación, en escritura pública (artículo 633 del CC).
Es preciso tener en cuenta que la jurisprudencia exige que la escritura pública lo sea,
precisamente, de donación. Por ello, se estima que la venta que disimula una donación es nula,
como venta y como donación.
El Código Civil establece ciertos límites a la hora de donar. En primer lugar, el donante ha de
reservarse, en plena propiedad o en usufructo, lo necesario para vivir conforme a sus
circunstancias (artículo 634 del CC). No cabe donar bienes futuros (artículo 635 del CC). Y, por
último, nadie puede dar ni recibir por donación más de lo que puede dar o recibir por testamento
(artículo 636 del CC).
Esta última regla está encaminada a proteger los derechos de los herederos forzosos (descendientes,
ascendientes y cónyuge viudo), quienes tienen que recibir, obligatoriamente, una parte del patrimonio de
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su causante. Si éste pudiera donar en vida lo que quisiera las legítimas de aquéllos quedarían vacías de
contenido, pues dicho patrimonio podría haber quedado reducido a la nada en favor de otras personas a
causa de las donaciones. Por ello, si se dona más de lo que se puede dejar por testamento, al morir
el donante hay que proceder a la reducción del exceso en favor de los herederos forzosos
(artículos 654 y siguientes del CC). También se protegen los derechos de los acreedores, que
pueden ver como desaparecen sus posibilidades de cobrar como consecuencia de las donaciones. Por
ello, el párrafo segundo del artículo 643 del CC dispone que: “Se presumirá siempre hecha la
donación en fraude de acreedores, cuando al hacerla no se haya reservado el donante bienes
bastantes para pagar las deudas anteriores a ella”.
1. Depósito.
Contrato que se constituye desde que uno recibe una cosa ajena con la obligación de guardarla
y restituirla (artículo 1758 del CC).
a. Características.
Contrato real, que se perfecciona por la entrega de la cosa. Esencialmente gratuito salvo
pacto en contrario (artículo 1760 del CC), por lo que generalmente es unilateral, ya que
crea obligaciones para una sola de las partes. Si se pacta una retribución por parte del
depositante por la actividad del depositario se transforma en bilateral.
El objeto del contrato ha de ser una cosa mueble (artículo 1761 del CC).
70
c. Obligaciones del Depositario.
2. Mandato.
Por el contrato de mandato se obliga a una persona a prestar algún servicio o a hacer alguna
cosa por cuenta o encargo de otra (artículo 1709 del CC).
a. Características.
Es un contrato consensual, no formal, que el Código lo constituye como gratuito, por lo cual
será unilateral, pero puede pactarse una retribución e incluso se presume pactada si el
mandatario es un profesional dedicado a la gestión de este tipo de asuntos, en cuyo caso
será bilateral.
71
d. El Mandato se Extingue:
Ambas son declaraciones de voluntad de carácter recepticio que causa efecto cuando
llega al destinatario.
3. Los Arrendamientos.
Aunque el Código Civil regula conjuntamente los arrendamientos de cosas, obra y de servicios (artículos
1542), son en realidad tres contratos distintos.
4. Arrendamiento de Cosas.
Contrato por el cual una de las partes se obliga a dar a la otra el goce y el uso de una cosa por
un tiempo determinado y precio cierto (artículo 1543 del CC).
a. Características.
Es un contrato consensual, bilateral, oneroso y no formal.
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1. Pagar el precio del arrendamiento.
1. Usar la cosa arrendada con diligencia, destinándola al uso pactado.
1. Pagar los gastos de escritura que origine el contrato.
d. Causas de Extinción.
1. Vencimiento del plazo (artículo 1565 del CC), salvo tácita reconducción (artículo
1566 del CC).
1. Resolución por incumplimiento (artículo 1556 del CC) de las obligaciones del
arrendador o arrendatario.
4. Mutuo disenso.
5. Arrendamiento de Obra.
El concepto legal del contrato puede deducirse del artículo 1544 del CC que también define el
arrendamiento de servicios, como aquel por el cual una de las partes se compromete a realizar una
obra a cambio de un precio cierto. Al dueño que encarga la obra se le llama comitente y al que
se compromete a realizarla contratista. Los materiales empleados en la obra pueden ser
propiedad tanto del comitente como del contratista (artículo 1588 del CC).
Se diferencia del arrendamiento de servicios en que el contratista se obliga a obtener un
resultado. Es un contrato consensual y no formal.
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Desistimiento unilateral del comitente, con indemnización al contratista de todos los
gastos y trabajo (artículo 1594 del CC); la muerte del contratista y la imposibilidad de
acabar la obra (artículo 1595 del CC).
Es un contrato atípico, introducido en Europa, procedente de los EEUU, en la década de los sesenta.
a. Concepto.
Contrato por el cual la sociedad de leasing cede, mediante renta periódica, a la empresa
financiada, el uso de un bien mueble o inmueble, durante un período irrevocable, con
opción de compra al final del mismo por su precio residual previamente fijado.
b. Estructura.
Es una estructura triangular que pone en relación a tres sujetos.
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1. La sociedad de leasing. Mandato de la sociedad de leasing a la sociedad
financiada para que compre al fabricante el bien. La sociedad financiada elige y
asume el riesgo, la sociedad de leasing paga el precio y adquiere la propiedad.
8. Contrato de Transporte.
a. Concepto.
Contrato por el que un empresario, “porteador”, se obliga, mediante precio, a trasladar
de un lugar a otro a una persona o cosa determinada, o a ambos, por el medio o medios
de locomoción pactados.
Los medios de transporte son variados y cada uno se rige por su propia normativa.
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Varsovia de 12 de octubre de 1929. Especial interés poseen las condiciones generales aprobadas por la
“International Air Transport Association” de 1953.
El contrato se perfecciona por la entrega de la cosa (contrato real), a partir de cuyo momento el
porteador, por medio de sus representantes o auxiliares, no sólo debe custodiarlas para hacer
posible el incólume traslado, sino que debe, además, entregar al cargador el talón de recepción.
Este documento hace prueba sobre la existencia y el contenido del contrato.
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TEMA 4. LA RELACIÓN OBLIGATORIA.
I. La Relación Obligatoria.
(CC artículo 1088): “Toda obligación consiste en dar, hacer o no hacer alguna cosa”. La obligación
de una relación jurídica (relación que se encuentra regulada por el ordenamiento jurídico) que se
establece entre dos personas. Se encuentra formada por el deudor (solvens) y por el acreedor
(accipiens).
El acreedor es titular de un derecho subjetivo (derecho de crédito), que le faculta para exigir
frente al deudor lo que por este es debido (prestación). Al mismo tiempo, el acreedor se ve
investido por la posibilidad, en caso de incumplimiento, de proceder contra los bienes del
deudor, así como investido también de una serie de facultades para la defensa de sus intereses
(derecho de defensa de su crédito, para reclamar ante el Juez que el deudor cumpla).
El deudor es sujeto de un deber jurídico (deuda), que le impone la observancia del comportamiento
debido y le sitúa en el trance de soportar, en otro caso, las consecuencias de su falta.
Así en la compraventa, el vendedor se obliga a entregar la cosa vendida (dar alguna cosa); en el
arrendamiento de servicios profesionales, el médico, abogado o arquitecto se obligan a un hacer (realizar
una operación quirúrgica, un dictamen o el proyecto de un edificio); en el contrato de exclusiva, el
cantante se obliga, no sólo a grabar discos con una determinada casa discográfica, sino también a no
grabarlos con otra (no hacer).
Se llama obligación a la relación jurídica entre dos personas dirigida a que una de ellas obtenga
determinados bienes o servicios a través de la cooperación de la otra, o bien, al intercambio
recíproco de bienes y servicios mediante la recíproca acción.
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DEUDA = DEBER = RESPONSABILIDAD
Pensemos en la compraventa de un piso, con parte del precio aplazado. En virtud de su derecho de
crédito el vendedor goza de la facultad de exigir al comprador, cuando venza el plazo, una determinada
cantidad de dinero; y el comprador asume el deber jurídico de dar esa cantidad. Vencido el plazo, si el
comprador incumple, el vendedor (entre otras facultades), tras obtener la correspondiente sentencia
firme, puede; solicitar el embargo de bienes del comprador, instar su venta en pública subasta; y, por
último, resarcirse con el precio de la venta tanto de la cantidad impagada como de los daños y perjuicios
que el impago le ha causado. Además, si el comprador no tiene bienes suficientes para responder en el
momento de la ejecución de la sentencia (porque existen otros acreedores que gozan de preferencia, por
ejemplo), el vendedor puede instar el embargo en un momento posterior, cuando tenga noticia de que el
comprador ha adquirido otros bienes: del cumplimiento de las obligaciones se responde con los
bienes presentes y futuros.
Frente a la solidaridad, se coloca la mancomunidad. El artículo 1138 del CC dice que: “Si del texto
de las obligaciones a que se refiere el artículo anterior no resulta otra cosa, el crédito o la deuda
se presumirán divididos en tantas partes iguales como acreedores o deudores haya,
reputándose créditos o deudas distintos unos de otros”. La obligación mancomunada es la que
se origina cuando el crédito o la deuda está en mano común, es decir, que el deber de
prestación ha de ser exigido por la pluralidad de acreedores conjuntamente o cumplido por la
pluralidad de los deudores también de modo conjunto.
El artículo 1089 del CC dice que: “Las obligaciones nacen de la ley, de los contratos y
cuasicontratos y de los actos y omisiones ilícitos o en que intervengan cualquier género de
culpa o negligencia”.
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1. La Ley.
Existen en nuestro ordenamiento normas que imponen a las personas que se encuentran en una
determinada situación el deber jurídico de observar un concreto comportamiento. La obligación,
entonces, nace directamente de la ley o norma que impone ese deber.
Por ejemplo, los artículos 142 y siguientes del CC imponen a toda persona el deber jurídico de prestar
alimentos a determinados parientes, cuando estos no puedan subvenir a sus necesidades. La obligación
de alimentos nace entonces, no de un contrato, sino del propio artículo 142 que impone ese deber.
2. El Contrato.
Que las obligaciones que nacen de los contratos tienen fuerza de ley entre las
partes contratantes. En realidad, lo que tiene fuerza de ley no es la obligación, sino el
contrato, que tiene la misma fuerza de obligar para las partes que la que tiene la ley para la
generalidad de los ciudadanos.
Que las obligaciones que nacen de los contratos deben cumplirse a tenor de los
mismos. Precisamente porque el contrato tiene fuerza de ley para las partes que lo
convinieron, la obligación que nace del contrato debe cumplirse tal y como este prevé.
3. Los cuasicontratos.
El Código Civil los define, en el artículo 1887, como: “Los hechos lícitos y voluntarios de los que
resulta obligado su autor para con un tercero y, a veces, una obligación recíproca entre los
interesados”.
Nuestro Derecho recoge dos supuestos de cuasicontrato:
79
El cobro de lo indebido por error: quien ha cobrado algo que no se le debía
(porque la deuda nunca había existido, o porque ya estaba pagada, por ejemplo) tiene la
obligación de restituir lo cobrado (artículos 1895 y siguientes del CC).
(CC artículo 1092). Se consideran como fuente de la obligación de restituir las cosas objeto del
delito y de la obligación de resarcir los daños y reparar los perjuicios causados. Estas
obligaciones se rigen por lo marcado en el Código Penal.
Se trata de actos y omisiones (no constitutivos de delito ni falta) que, por culpa o negligencia de
su autor, han causado un daño en la persona o en los bienes de un tercero. En consecuencia,
nace una obligación de indemnizar a ese tercero los daños y perjuicios causados.
1. Obligaciones de Dar.
El objeto de la obligación es lo debido por el deudor y lo que el acreedor está facultado para reclamar. El
deudor lo que debe en realidad es una conducta o comportamiento, al que usualmente se le
denomina prestación. La prestación debe ser posible, lícita y determinada.
La prestación de dar es el comportamiento dirigido a la entrega de una cosa. En términos generales, la
entrega es un traspaso posesorio y consiste en la realización de los actos necesarios para que el
acreedor tome posesión de la cosa. En determinados casos, la entrega de la cosa tiene una
misión restitutoria (contrato de depósito).
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A la obligación de dar dedica el Código Civil las siguientes reglas generales:
a. El acreedor tiene derecho a que le sean entregados los frutos de la cosa desde que
nace la obligación de la entrega (CC artículo 1095).
b. El obligado a entregar una cosa lo está también a la entrega de sus accesorios (CC
artículo 1097).
c. El obligado a entregar alguna cosa lo está también a conservarla con la diligencia de un
buen padre de familia (CC artículo 1094).
d. El obligado debe entregar la cosa con sus frutos desde que nació en él la obligación de
entregarla (CC artículo 1095).
La obligación de dar puede tener por objeto dar una cosa genérica (obligaciones genéricas), o
dar una cosa determinada (obligaciones específicas).
Se denominan obligaciones genéricas a aquellas obligaciones de dar en las cuales la cosa objeto de la
prestación se encuentra determinada únicamente a través o mediante su pertenencia a un género. En
las obligaciones genéricas, el deudor puede cumplir entregando uno cualquiera de los objetos o
una determinada cantidad de ellos, siempre que pertenezcan al género estipulado. Las
consecuencias más notables son:
a. Puede ser cumplida en vía de ejecución a costa del deudor (CC artículo 1096.2).
c. El género nunca perece, por lo que la pérdida o destrucción de las cosas genéricas que
el deudor poseyera no supone la imposibilidad objetiva de cumplir con la prestación.
81
Especial importancia revisten, en las obligaciones de dar, las llamadas obligaciones pecuniarias, que
tienen por objeto la entrega de una determinada suma de dinero. La deuda pecuniaria puede ser, a su
vez:
El problema que plantean las obligaciones pecuniarias es la pérdida del valor adquisitivo del
dinero. Las soluciones pueden ser: o que el deudor entregue la misma suma fijada en la
obligación, solución nominalista (menos justa en términos absolutos, aunque permite una
mayor seguridad y facilidad en el comercio jurídico); o que el deudor entregue al acreedor la
suma que equivalga al poder adquisitivo que tenía la que se señaló en la obligación, aunque
sea mayor (justa, pero origina una gran inseguridad, siendo muy difícil de aplicar en la práctica
pues exige una constante reconversión de todas las cantidades).
82
Las graves consecuencias que llevan consigo las alteraciones del poder adquisitivo del dinero
justifican que se intente buscar remedio para tratar de evitarlas:
3. Prevención del fenómeno por las partes interesadas mediante la estipulación de una
cláusula de estabilización.
Por último, y como tipo especial de deuda pecuniaria, tenemos la deuda de intereses. El
interés debe ser considerado como un fruto o producto del capital, y se engloba en la
categoría de frutos civiles.
La obligación de pago de intereses es una obligación pecuniaria, de naturaleza accesoria
respecto de la obligación de restituir o entregar el capital. De la accesoriedad deriva la doctrina
común de que el devengo y posterior pago de lo intereses se extingue con la obligación
principal: que esté cubierta por la misma garantía real que garantiza esta última; y cuando se
transmite el derecho a exigir la entrega o restitución del capital se entienda transmitido el
derecho a exigir el pago de los intereses que se devenguen.
Clases:
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1. Por su origen, los intereses pueden ser legales si la obligación de pago se
encuentra establecida en la ley. Su cuantía se determina legalmente en la Ley de
Presupuestos Generales del Estado.
2. Frente a los legales, los intereses convencionales derivan del pacto de las
partes. La cuantía no se preceptúa legalmente pero la Ley de 23 de junio de 1908
señala las circunstancias en que unos intereses pueden ser usurarios y sus
correspondientes sanciones.
Devengo y Exigibilidad. Los intereses devengan a razón de un tanto por ciento del
capital en relación con un espacio temporal en que disfruta del capital del otro. En
función de este ritmo de devengo deben calcularse los intereses debidos.
El devengo y la exigibilidad de la deuda pueden no coincidir, porque se haya pactado
otro plazo distinto (por ejemplo, se devengará interés al cuatro por ciento anual durante
dos años, pero se pagarán al vencimiento de la obligación principal junto con esta).
Salvo la existencia de pacto debe entenderse que la exigibilidad se produce al
final de cada período de devengo.
2. Obligaciones de Hacer.
Las obligaciones de hacer tienen por objeto la realización por el deudor de una actividad distinta
de la de dar alguna cosa. Puede consistir esta actividad en llevar a cabo un trabajo, manual o
intelectual (pintar una pared, escribir un libro); en la prestación de algún servicio (administrar una finca);
o en la realización de una obra (construir una casa).
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3. Obligaciones de no Hacer.
Hasta ahora hemos partido de la base de que en las obligaciones existen sólo dos sujetos: el acreedor y
el deudor. Pero puede suceder que una obligación tenga varios sujetos: varios acreedores y/o varios
deudores. En este caso la obligación será, bien parciaria, bien mancomunada, bien solidaria. Que se
trate de un tipo o de otro de obligación depende de varios factores: la voluntad de las partes, y que la
prestación sea divisible o indivisible.
La prestación es divisible cuando es susceptible de cumplimiento por partes, siendo cada parte
cualitativamente igual al todo. Así, la obligación de entregar 100.000 pesetas es divisible, porque
10.000 pesetas son cualitativamente iguales a 100.000 pesetas, aunque sean cuantitativamente
diferentes. En cambio, la obligación de entregar un piso es indivisible, porque dos habitaciones no son
cualitativamente iguales a una vivienda.
El artículo 1151 del CC establece una serie de reglas para juzgar sobre la divisibilidad o indivisibilidad de
la prestación: en las obligaciones de dar, se reputarán indivisibles las de dar cuerpos inciertos, y
todas las que no sean susceptibles de cumplimiento parcial; en las de hacer, se reputarán
divisibles las que tengan por objeto la prestación de un número determinado de días de trabajo,
la ejecución de obras por unidades de medida, y otras análogas; en las obligaciones de no
hacer, la divisibilidad o indivisibilidad se decidirá por el carácter de la prestación en cada caso
particular.
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En cambio, si la prestación es indivisible, los acreedores y/o los deudores habrán de actuar
conjuntamente: sólo podrán reclamar la deuda todos los acreedores juntos; y el pago sólo
tendrá efectos liberatorios cuando se paga a todos los acreedores juntos (artículo 1139 del CC) La
obligación es entonces mancomunada, o mancomunada indivisible.
Si dos personas han vendido un caballo a otras dos, la prestación es indivisible. Por tanto, sólo los dos
acreedores conjuntamente podrán recibir el pago; y los deudores sólo quedarán liberados si entregan el
caballo a los acreedores. Por el contrario, si los deudores entregan el caballo a uno sólo de los
acreedores no quedarán liberados de su obligación.
La mancomunidad puede establecerse también por pacto: aunque la obligación de entregar 100.000
pesetas es divisible, cabe pactar que sólo quede liberado el deudor cuando pague a los acreedores
conjuntamente; y que sólo puedan reclamar el pago todos los acreedores a todos los deudores.
Por último, y sólo en virtud de pacto o disposición legal o específica (artículo 1137 del CC), pueden
constituirse obligaciones solidarias. En ellas, cada uno de los acreedores puede reclamar la
totalidad de la deuda a cada uno de los deudores; y el pago efectuado por uno sólo de los
deudores a un sólo acreedor libera a todos los deudores.
Por tanto, la solidaridad es la excepción, y sólo existirá cuando la obligación expresamente lo
determine; es decir, en virtud del pacto, o de la concreta norma jurídica que establece la obligación.
Pero es preciso tener en cuenta que la jurisprudencia ha alterado, en la práctica, esta norma,
fundamentalmente en materia de responsabilidad. Aunque el Código Civil no establece la solidaridad
entre varios responsables de un acto dañoso, la jurisprudencia ha declarado, por ejemplo, la
responsabilidad solidaria de arquitectos, promotores y constructores en daños causados por ruina de
edificios.
Es importante advertir que, en las obligaciones solidarias, el hecho de que uno de los deudores
pueda (e incluso deba, si uno de los acreedores reclama) pagar, y uno sólo de los acreedores
pueda recibir el pago, no deja indefensos a los que no cobraron o a quienes pagaron. Los
coacreedores pueden dirigirse contra quien cobró, para exigirle su parte (artículo 1143); y el
deudor que pagó, podrá reclamar a sus codeudores “la parte que a cada uno corresponda, con
los intereses del anticipo” (artículo 1145 del CC).
De todas formas hay que tener en cuenta que, a veces, la solidaridad se establece como garantía para
el cumplimiento de una obligación, o como medio de facilitar un pago. Por tanto, habrá que examinar las
relaciones internas entre codeudores y coacreedores, para saber quien y cuanto puede reclamar. Por
ejemplo, si A ha recibido en préstamo 100.000 pesetas de B y, como garantía C se ha obligado
solidariamente con A a devolver esas 100.000 pesetas, si paga A no podrá reclamar nada a C; y si paga
C, podrá reclamar la totalidad de las 100.000 pesetas a A, ya que la deuda era suya.
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5. Obligaciones Alternativas y Obligaciones Facultativas.
Obligaciones alternativas son aquéllas que tienen como objeto varias prestaciones, de las
cuales el deudor (salvo pacto, artículo 1131 del CC) ha de elegir una para cumplir con ella.
Cuando la obligación es alternativa, el deudor ha de elegir, por ejemplo, entre un cuadro, 100.000
pesetas o una estatua. Debe todas estas prestaciones, pero cumple sólo con una.
El hecho de que el deudor deba alternativamente todas las prestaciones que se contemplan en la
obligación tiene importantes consecuencias, que afectan, sobre todo, a la facultad de elección. Si, una
vez constituida la obligación, alguna de las prestaciones perece, el deudor sólo podrá elegir una
de las que resten. En este caso, da lo mismo que la prestación se pierda por culpa o sin culpa
del deudor ya que, como la elección es suya, no tiene obligación de conservar todas las cosas,
sino sólo aquella con la que va a cumplir. Unicamente cuando perece la última, se entiende que
con esta era con la que tenía que cumplir, y sobre ella se calcula la indemnización de los daños
y perjuicios (artículos 1134 y 1135 del CC).
En cambio, cuando la elección se ha atribuido por pacto al acreedor, el deudor tiene la
obligación de conservar todas las prestaciones, pues el acreedor tiene derecho a elegir
cualquiera. Por ello, si alguna de las mismas perece por culpa del deudor, el acreedor podrá
elegir entre las que queden o el precio de la que hubiera desaparecido.
En las obligaciones facultativas, en cambio, el deudor debe una sola prestación (entregar un
cuadro); pero tiene la facultad de liberarse pagando otra distinta (100.000 pesetas).
Por tanto, si la prestación debida perece sin culpa del deudor, éste queda liberado, ya que no
debe la prestación con la que se puede liberar, sino que puede pagar con ella, en vez de con la
debida. Y si perece por culpa del deudor, el acreedor no puede reclamar la prestación facultativa,
sino sólo la indemnización de daños y perjuicios, calculada sobre la prestación debida.
6. Obligaciones Recíprocas.
Cuando en una relación obligatoria ambas partes son, a la vez, deudoras y acreedoras la una de
la otra, el Código Civil califica a las dos de recíprocas.
La reciprocidad de las obligaciones se produce como consecuencia de contratos bilaterales, es
decir, de contratos que acarrean obligaciones para ambas partes. Así, en la compraventa, el
comprador es acreedor de la cosa y deudor del precio, y el vendedores acreedor del precio y deudor de
la cosa.
Las obligaciones recíprocas tienen dos especialidades importantes. En primer lugar (salvo que
se haya pactado el cumplimiento aplazado de alguna de las prestaciones), ninguna de las partes
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está obligada a cumplir si la otra no cumple simultáneamente (artículos 1100 y 1466 del CC);
además, si el cumplimiento de una de las partes es tan defectuoso que resulta claramente
afectado el interés de la otra, ésta puede oponer una excepción, de forma que no estará obligada
al cumplimiento hasta que no se haya subsanado el defecto. En segundo lugar, y ante el
incumplimiento de una de las partes, el artículo 1124 del CC permite a la parte que ha cumplido
optar, bien por pedir el cumplimiento, bien por pedir la resolución del contrato, con el abono de
los daños y perjuicios causados en ambos casos.
Como acabamos de ver, en las obligaciones recíprocas la regla general requiere que ambas partes
cumplan simultáneamente; además, es también regla general que, si la obligación es pura (no
condicional ni a término), el cumplimiento será exigible en el mismo momento de su constitución. Pero
cabe que las partes hayan pactado que la obligación sólo exista si se cumple una determinada
condición (obligación con condición suspensiva); o que exista hasta que se cumpla una
condición (condición resolutoria); o que sólo exista a partir de un determinado momento
(término o plazo inicial de eficacia) o hasta un determinado momento (término o plazo final de
eficacia); o que, existiendo la obligación, su cumplimiento se aplace hasta un día fijado (término
o plazo de ejecución).
Así cabe pactar que la obligación de entregar 100.000 pesetas nazca sólo si X tiene un hijo (condición
suspensiva); o que, por el contrario, se entregarán 100.000 pesetas cada mes hasta que X tenga un hijo
(condición resolutoria); o que se entregarán 100.000 pesetas al mes desde el 1 de enero de 1998
(término inicial) hasta el 1 de enero de 1999 (término final).
Cuando existe una condición suspensiva, el deudor no está obligado a realizar la prestación
hasta que la condición se cumpla (y si no se cumple, queda liberado); pero si está obligado a
conservar la cosa (artículo 1122.2 del CC) y a no impedir el cumplimiento de la condición.
Igualmente, el acreedor no puede exigir la prestación, pero puede solicitar al Juez que ordene la
adopción de medidas para asegurar su eventual derecho (artículo 1121del CC).
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Si la condición es resolutoria, la obligación surte todos los efectos de una obligación pura
mientras no se cumpla la condición. Pero los efectos que acarrea el cumplimiento de la misma
son distintos, según los pactos de las partes.
En efecto, se puede haber pactado que A le pagará a B 100.000 pesetas al mes, pero que si C tiene un
hijo, A dejará de pagar esas 100.000 pesetas. El efecto del cumplimiento de la condición es aquí claro:
simplemente, A dejará de tener la obligación de pagar 100.000 pesetas al mes a B.
Pero también cabe pactar que, si C tiene un hijo, B devolverá a A todo lo cobrado. En tal caso, el
cumplimiento de la condición supone la desaparición de todos los efectos que se habían producido; de
forma que las cosas deben quedar como si nunca hubiera existido tal obligación.
En las obligaciones a término inicial de eficacia, la obligación no nace hasta que llega el día señalado. En
cambio, cuando el término inicial es de ejecución, la obligación existe, pero el cumplimiento no es
exigible hasta que se cumpla el plazo.
Por ejemplo, si se firma un contrato de arrendamiento el 1 de enero, pero se dice que éste surtirá
efectos el 1 de mayo, el contrato existe, pero las obligaciones derivadas del mismo no nacen hasta el 1
de mayo. Si además se pacta que la renta será de 100.000 pesetas mensuales, pagaderas por
semestres vencidos, se añade al término inicial de eficacia un término de ejecución, que significa que,
aunque la obligación de pagar la renta existe a partir del 1 de mayo, no es exigible hasta el 1 de
noviembre.
El artículo 1128 del CC establece que, cuando se deduzca claramente que se ha querido conceder
plazo pero no se haya fijado éste, y cuando el plazo se haya dejado a la voluntad del deudor, los
Tribunales señalarán su duración.
En principio el Código Civil considera que el plazo de ejecución opera tanto en beneficio del
acreedor como del deudor (artículo 1127), por lo que ni uno ni otro pueden renunciar,
unilateralmente, al mismo. Sin embargo, si de la obligación resulta claramente que el plazo se
concedió en beneficio de uno de ellos, éste puede renunciar.
El artículo 1129 del CC establece que el deudor perderá el derecho al plazo en los siguientes casos:
cuando, una vez contraída la obligación, resulte insolvente, salvo que garantice la deuda; cuando
no otorgue las garantías que se había comprometido a prestar; y cuando éstas hubieran
disminuido o desaparecido, a menos que el deudor prestare otras nuevas.
La razón fundamental del vencimiento anticipado en estos casos estriba en la presunción de que
el acreedor concede plazo en base a las garantías que el deudor le ofrece; por tanto, cuando
éstas desaparecen, desaparece también el fundamento de la promesa del acreedor. En efecto, si
la obligación no estaba garantizada, la insolvencia del deudor supone la desaparición o
disminución de la garantía general de toda deuda: el patrimonio del deudor. En los otros dos
casos, las garantías especiales (o la promesa de ellas) que fundamentaron la concesión del
plazo no llegan a constituirse o desaparecen.
89
Por último, el término final señala el momento a partir del cual la obligación contraída se extingue. Suele
presentarse en los casos en que la prestación tiene un carácter duradero: obligación de suministrar
determinada cantidad de un producto al mes durante dos años; obligación de revisar y reparar una
maquinaria durante un año.
V. El Cumplimiento de la Obligación.
1. El Pago o Cumplimiento.
A) Concepto y Requisitos.
Aunque comúnmente la palabra “pago” se relaciona con el cumplimiento de las obligaciones dinerarias,
jurídicamente pago y cumplimiento son términos equivalentes, que se refieren a la realización
por el deudor del comportamiento previsto en la obligación.
Así, quien en virtud de una previa obligación, levanta una pared, examina a un paciente o transporta
unos muebles, está realizando el pago de esa obligación.
Por tanto, para que exista pago es preciso que exista una previa obligación (pues sin ella no hay pago de
una obligación, sino pago de lo indebido); y, además, que la prestación realizada por el deudor sea
exactamente la que estaba prevista en la obligación.
Que la prestación realizada por el deudor sea exactamente la pactada supone que el pago ha de cumplir
tres requisitos. Para que el pago sea plenamente regular y liberatorio es necesario que la
prestación efectuada coincida con la prometida (lo que se debe y todo lo que se debe).
La exactitud de la prestación puede descomponerse en tres factores distintos: la identidad de
pago, la integridad del pago y la indivisibilidad del pago.
El principio de la identidad del pago se recoge en artículo 1166 del CC, que determina que: “El deudor
de una cosa no puede obligar a su acreedor a que reciba otra diferente, aún cuando fuere de
igual o mayor valor que la debida. Tampoco en las obligaciones de hacer podrá ser sustituido un
hecho por otro contra la voluntad del acreedor”.
Además de cualitativamente igual, la prestación ofrecida como pago debe ser cuantitativamente
igual a la prevista. Es el requisito que se conoce como integridad de la prestación: para que sea
correcto, el pago debe ser íntegro; por ello, “No se entenderá pagada una deuda sino cuando
completamente se hubiese entregado la cosa o hecho la prestación en que la obligación
consista” (artículo 1157 del CC).
El tercer requisito se refiere a la indivisibilidad del pago: el acreedor no puede ser obligado a
recibir un pago fraccionado (artículo 1169 del CC), salvo que la propia norma (artículo 1169.2 del
CC) o el contrato (artículo 1169.1 del CC) lo autoricen; pero el acreedor puede aceptar el pago
parcial.
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Cuando el deudor tiene varias deudas iguales con el mismo acreedor, puede ser preciso
determinar cual de ellas es la que paga al realizar la prestación. Es lo que se denomina la
imputación del pago.
El párrafo primero del artículo 1172 del CC dice que: “El que tuviere varias deudas de una misma
especie en favor de un sólo acreedor, podrá declarar, al tiempo de hacer el pago, a cuál de ellas
debe aplicarse”. De este precepto se extraen las siguientes resultados:
Como regla general, y según el artículo 1174 del CC, cuando no se imputa ninguna de las deudas
en el momento del pago “se estimará satisfecha la deuda más onerosa al deudor entre las que
estén vencidas. Si estas fueren de igual naturaleza y gravamen, el pago se imputará a todas a
porrata”.
Cuando una deuda de capital genera deuda de intereses, el artículo 1173 del CC dice que: “ Si la
deuda produce interés no podrá estimarse hecho el pago por cuenta del capital, mientras no
estén cubiertos los intereses”.
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personales, su interés no queda satisfecho si la prestación la realiza otra persona que no tiene esas
específicas cualidades.
En las obligaciones de dar, la persona que paga ha de tener la libre disposición de la cosa
debida y capacidad para enajenarla: si no reúne estos requisitos el pago será nulo. Sin embargo,
cuando el pago consiste en la entrega de una cantidad de dinero o cosa consumible, no se
podrá reclamar la devolución al acreedor que la hubiere gastado o consumido de buena fe
(artículo 1160 del CC). De igual forma, la persona que cobra (accipiens) debe tener la capacidad
suficiente para recibir el pago pues de lo contrario, éste sólo será válido en la medida en que le
haya sido útil al incapacitado.
Si, en línea de principio, cualquier persona puede pagar, en cambio no puede cobrar nadie más
que el acreedor, o a la persona autorizada (representante legal o voluntario) para recibir el pago
en su nombre (artículo 1162 del CC).
Esta regla tiene algunas excepciones. Según el artículo 1164 del CC, si el deudor paga a la
persona que, de buena fe, cree que es su acreedor, queda liberado (acreedor aparente). Así
sucede, por ejemplo, cuando el acreedor ha cedido el crédito a un tercero, sin que ninguno de ellos se lo
comunique al deudor. Por otra parte, el párrafo segundo del artículo 1163 del CC otorga validez al
pago hecho a un tercero, en tanto en cuanto “se hubiere convertido en utilidad del acreedor”; lo
que sucede, por ejemplo, cuando el tercero que recibe la prestación la entrega al acreedor.
Según el artículo 1214 del CC, la prueba de la extinción de las obligaciones incumbe a quien la
alega. Por tanto, quien alegue que una deuda está pagada tiene que probarlo por cualquiera de los
medios admitidos en el Derecho. De todas formas, el artículo 1110 del CC establece una
presunción de extinción de la deuda de intereses cuando el acreedor recibe (o da un recibo) del
capital, sin hacer reserva alguna respecto a éstos. Igual presunción se establece, respecto del
resto de la deuda, cuando el acreedor recibe el último plazo sin hacer reserva respecto a los
plazos anteriores.
C) El lugar de la obligación.
Para determinar el lugar de la prestación, el artículo 1171 del CC da unos criterios generales:
1. El lugar que hubiese designado la obligación. Debe atenderse a lo establecido por los
interesados.
3. En cualquier otro caso, el lugar del pago será el domicilio del deudor.
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2. La Liberación del Deudor por medios equivalentes al Pago.
B) La Compensación.
Cuando dos personas, por derecho propio, son recíprocamente acreedoras y deudoras la una de
la otra, el crédito y la deuda se extinguen en la cantidad concurrente; es decir, se produce
automáticamente la compensación, aunque no tengan conocimiento de ella las personas
afectadas (artículos 1195 y 1202 del CC).
Así, cuando Pedro debe a Juan 100.000 pesetas y Juan debe a Pedro 500.000, la deuda de Pedro
se extingue, y la de Juan queda reducida a 400.000 pesetas. Pero sólo si los respectivos créditos
se ostentan en nombre propio; pues si Juan debe 500.000 pesetas, no a Pedro, sino a Alberto,
siendo Pedro representante legal o voluntario de este último, no se produce la compensación.
Para que la compensación se produzca automáticamente (compensación legal) son precisos una
serie de requisitos, relacionados con el artículo 1196 del CC:
1. Que ambos sujetos sean acreedores y deudores principales. Si uno de ellos es deudor
subsidiario, como sucede con el fiador (que sólo debe pagar si no paga el deudor
principal), no se produce la compensación; regla lógica pues, de producirse, significaría
que el deudor subsidiario ha pagado (pues al producirse la compensación ya no podría exigir el
pago de su crédito) antes que el deudor principal. Por la misma razón, el fiador, cuando se le
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reclama el pago, sí puede oponer la compensación respecto de la cantidad que el acreedor
debiere al deudor principal (artículo 1197 del CC).
3. Que las dos deudas estén vencidas; es decir, que se haya cumplido el plazo marcado
para el pago.
4. Que las dos deudas sean líquidas, es decir, que se sepa su cuantía exacta. Una deuda
es ilíquida cuando, de momento, no se puede determinar su cuantía. Así sucede, por
ejemplo, en el contrato de obra, cuando se ha pactado un pago mensual en razón de los
metros cúbicos edificados durante el mes anterior: para liquidar la deuda será preciso realizar
las operaciones necesarias para determinar cuantos metros cúbicos ha construido el
contratista durante ese período y multiplicarlos por el precio del metro cúbico; desde ese
momento el acreedor puede exigir el pago (aunque el párrafo segundo del artículo 1169 del CC
establece que cuando una deuda tenga una parte líquida y otra ilíquida, podrá exigir el
acreedor y realizar el deudor el pago de la parte líquida sin esperar a que se liquide la
segunda). En este sentido, hay que advertir que, aunque el artículo 1196 del CC requiere
también que la deuda sea exigible, no lo son las deudas que no están vencidas o que
son ilíquidas.
5. Que no exista sobre los respectivos créditos y deudas ninguna retención, o contienda
promovida por terceras personas, que haya sido notificada al deudor.
Cuando falta alguno de estos requisitos la compensación puede producirse si así lo pactan
ambos sujetos (por ejemplo, una de las deudas no está vencida, pero se acuerda compensarla con un
crédito que si lo está). También cabe la compensación judicial, que se produce cuando el Juez
estima, al menos en parte, la demanda y la reconvención, y ordena que las cantidades que
reconoce a demandante y demandado se compensen en la cantidad concurrente. Por ejemplo,
estima que el demandante tiene derecho a 500.000 pesetas por los daños causados por un
incumplimiento defectuoso del demandado; pero estima también que el demandado tiene derecho a
percibir 700.000 pesetas, como parte del precio no pagado; y ordena la compensación, condenando al
primero a pagar 200.000 pesetas al segundo.
C) La Condonación o Quita.
La condonación o remisión es la renuncia del acreedor, a título gratuito, a su derecho de crédito.
Como consecuencia de esta renuncia el derecho se extingue, y el deudor queda liberado.
Al constituir un acto a título gratuito, es decir, una liberalidad, la condonación está sometida a
los límites de las donaciones (artículos 1187 y siguientes del CC) Y al tratarse de una renuncia al
derecho de crédito, no puede, como toda renuncia de derechos, realizarse en perjuicio de
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terceros (singularmente, acreedores: artículo 1111 del CC, inciso segundo), ni contrariar el interés o
el orden público (artículo 6.2 del CC).
El Código Civil admite tanto la condonación expresa como la tácita (artículo 1187.1 del CC). Y
establece, además, dos presunciones de condonación: en primer lugar, cuando el acreedor
entrega voluntariamente al deudor el documento privado justificativo de una deuda se presume
que el acreedor se la ha perdonado; en segundo lugar, si después de entregar una cosa en
prenda al acreedor ésta es hallada en poder del deudor, se presumirá remitida la obligación
accesoria de prenda (artículo 1191 del CC).
D) La Consignación.
El deudor tiene derecho a liberarse de su obligación. Por ello, la negativa del acreedor a recibir
el pago genera una serie de consecuencias jurídicas en orden a facilitar dicha liberación sin
necesidad de su cooperación.
El ofrecimiento del pago por el deudor inicia este proceso, y su rechazo por el acreedor tiene
dos consecuencias importantes: en primer lugar, constituye al acreedor en mora (retraso); en
segundo lugar, el deudor al que se ha rechazado el pago puede depositar la cosa debida a
disposición de la Autoridad Judicial (artículo 1178 del CC), quedando liberado una vez que el
Juez declara que la consignación está bien hecha (artículo 1180 del CC).
Es importante subrayar que el mero retraso del acreedor en recibir el pago carece, en principio,
de efectos jurídicos; sólo cuando el retraso implica que la prestación ya no se puede realizar (por
ejemplo, una persona contrata con un fotógrafo el reportaje de su boda, y luego le impide el paso a la
iglesia y al banquete) queda el deudor liberado. Ahora bien, ha de existir siempre ofrecimiento de
pago; y, además, ofrecimiento exacto pues, de ofrecerse una prestación que no es exactamente la
debida, la negativa del acreedor a recibirla estaría justificada. En cambio, si el acreedor se niega a recibir
la prestación y el deudor no realiza el ofrecimiento (como oferta real, y no como mera comunicación de
su intención de cumplir), no queda aquél constituido en mora.
Hecho sin resultado el ofrecimiento de pago, el acreedor queda constituido en mora. Entre otras
consecuencias, la mora supone que el riesgo de pérdida de la cosa, si corría de cuenta del
deudor, pasa al acreedor.
El deudor puede tener a su cargo el riesgo de pérdida fortuita de la cosa, bien porque así se derive de la
naturaleza de la obligación, bien por no haber cumplido él mismo a tiempo, dando lugar a su constitución
en mora (artículo 1100 del CC). Así, en las obligaciones genéricas, como hemos visto, el riesgo de
pérdida de la cosa es del deudor, pues éste siempre puede adquirir otras cosas pertenecientes al
género para entregarlas. Pero el artículo 1452 del CC, párrafo último, establece que, si el acreedor
ha sido constituido en mora, el riesgo será suyo; es decir, que si el deudor ha separado
unilateralmente las cosas genéricas con las que piensa pagar y éstas se pierden sin culpa suya,
la pérdida será de cuenta del acreedor, y él quedará liberado. Por último, si la prestación sigue
siendo posible, quedará liberado cuando proceda a la consignación, en los términos antes vistos.
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VI. El Incumplimiento y la Extinción de las Obligaciones. Las Garantías.
En general, puede afirmarse que incumplir una obligación equivale a no llevar a cabo la exacta
prestación debida.
Cabe separar dos situaciones que se presentan como distintas. La primera es aquella en la que el
deudor no ha realizado ningún acto dirigido a poner en práctica la prestación comprometida, situación de
“no prestación”. La segunda es aquella en la que el deudor ha llevado a cabo unos actos dirigidos a
cumplir, pero esta prestación real no coincide o no se ajusta a la prevista al construirse la obligación,
prestación defectuosa.
Tomando la primera hipótesis, observamos que supone que vencida la deuda y devenida
exigible, no se ha ejecutado ninguna prestación. Esta situación admite diversas variantes:
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Sintéticamente, se podría decir que en el incumplimiento doloso el deudor incumple porque
quiere incumplir. Mientras que en el incumplimiento por culpa o negligencia el deudor,
hipotéticamente, habría querido cumplir; pero no pudo hacerlo porque alguna circunstancia, que
habría podido evitarse si hubiera observado la debida diligencia, se lo impidió. Así, incumple
culposamente el empleado que llega tarde al trabajo porque se durmió, pues su deber de diligencia exige
que ponga los medios necesarios para despertarse a tiempo. Incumple dolosamente el empleado que,
despertándose a tiempo, decide quedarse en la cama, o ir de compras antes de entrar al trabajo, pues
conscientemente decidió no cumplir.
A) Reglas Generales.
Como regla general, el deudor responde siempre del incumplimiento salvo que pruebe que está
libre de culpa. Y el acreedor puede pedir siempre el cumplimiento, si éste es todavía posible
(cumplimiento en forma específica), con la indemnización de los daños causados: puede pedir
también la indemnización de daños cuando la prestación se ha hecho imposible por culpa del
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deudor (cumplimiento por equivalencia); y puede solicitar el cumplimiento total o el
complemento de la prestación cuando el deudor ha cumplido parcial o inexactamente (también
con indemnización de daños, en su caso). Además, si la obligación incumplida ha nacido de un
contrato bilateral (es decir, si se trata de una obligación recíproca), ante el incumplimiento de
una parte, la otra está facultada para pedir, bien el cumplimiento, bien la resolución del contrato,
y la indemnización de los daños y perjuicios causados en ambos casos (artículo 1124 del CC). El
retraso en el cumplimiento, en cambio, tiene sus reglas específicas.
El artículo 1106 del CC establece que la indemnización de daños comprenderá, tanto el valor de la
pérdida sufrida (daño emergente), como el de la ganancia que se haya dejado de obtener (lucro
cesante). Pero, en cuanto a los daños indemnizables, el Código Civil distingue según se trate de
incumplimiento culposo o doloso. En el primer caso, el deudor responde de los daños previstos
o que se hubieran podido prever al tiempo de constituirse la obligación. Si el incumplimiento es
doloso, el deudor responderá de todos los daños que conocidamente se deriven del mismo
(artículo 1107 del CC). Por otra parte, el incumplimiento se presume siempre culpable (artículo 1183
del CC) por lo que el acreedor no ha de probar la culpa, aunque se admite prueba en contrario. Sí
habrá de probar el acreedor, tanto el dolo, como los daños y perjuicios causados.
B) El Retraso en el Cumplimiento y la Mora del Deudor.
El deudor está obligado a cumplir en el momento señalado en el acto constitutivo de la obligación. Pero
en el mero retraso en el cumplimiento no da lugar, como regla general, a ninguna consecuencia
negativa. Para que el retraso fundamente una indemnización de daños (artículo 1101 del CC) es
preciso que el deudor esté constituido en mora. Hablamos de mora del deudor (o de moroso o
deudor moroso) cuando el cumplimiento de la obligación no tiene lugar en el momento temporal
fijado. Mora equivale a retraso en el cumplimiento.
La mora del deudor (esto es, el retraso jurídico relevante) requiere, en principio, que el acreedor
exija judicial o extrajudicialmente el cumplimiento. Es posible, sin embargo, bien que una norma
establezca el tiempo que llegado el tiempo señalado para el cumplimiento el deudor quede
constituido en mora sin necesidad de intimación al cumplimiento, bien que se pacte la mora
automática. Tampoco será necesaria la intimación cuando, aunque la prestación sea todavía útil
al acreedor, la fecha de cumplimiento revista una gran importancia para éste por los perjuicios
que le causaría un retraso. Por último, en las obligaciones recíprocas sólo la parte que ha
cumplido o se ha allanado a cumplir puede constituir en mora a la otra (artículo 1100 del CC).
Es preciso diferenciar, por tanto, diversos supuestos en materia de retraso en el cumplimiento. En unos
casos, el retraso equivale al incumplimiento total pues, aunque sea todavía posible realizar la prestación,
ésta no satisface ya el interés del acreedor; así sucedería con el alquiler de una máquina cosechadora
que se pretendiera entregar un mes después de la cosecha: la prestación (entrega de la máquina
cosechadora en régimen de alquiler) es todavía posible, pero no satisface ya el interés del acreedor pues
la cosecha, o bien se ha perdido, o bien ha sido recogida. En cambio, el retraso en la entrega de una
máquina cosechadora comprada antes de la cosecha sería un supuesto de mora automática, pues
aunque el comprador la adquiriera con vistas a la cosecha en curso, puede aprovecharla para otras
campañas: la prestación le es útil, pero el retraso le causa un perjuicio, notable, evidente para el deudor.
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La constitución en mora del deudor tiene importantes efectos. En primer lugar, el deudor ha de
indemnizar los daños y perjuicios causados (artículo 1101 del CC). En segundo lugar, el deudor
responde de la imposibilidad de la prestación, aunque se produzca por caso fortuito (artículo
1096.3 del CC).
La mora del deudor cesa por el cumplimiento, por cualquiera de las causas de extinción de las
obligaciones, y por la mora o retraso del acreedor en recibir la prestación cuando el deudor se la
ofrece.
Los efectos de la mora pueden desaparecer por su purga, que es el acto del acreedor tendente a
eliminar los efectos de la mora ya producida.
Distinta de la purga es la cesación del estado de mora, porque en él los efectos de dicha
cesación se producen desde el momento en que ocurre. Las causas son: el cumplimiento o
extinción de la obligación por cualquier motivo; la prórroga dada por el acreedor para que el
deudor cumpla; el que el acreedor incurra a su vez en mora.
Pero puede suceder que el patrimonio del deudor no sea suficiente para satisfacer a todos los
acreedores. En ese caso, y dentro del llamado “concurso de los acreedores”, la regla general es la
igualdad (artículo 1925 del CC): todos los acreedores son de igual condición, por lo que todos
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habrán de sacrificar parte de sus créditos para poder cobrar el resto. Sin embargo, esta regla
general tiene numerosas excepciones, pues existen acreedores que gozan de un privilegio para
cobrar ejecutando determinados bienes del deudor; o que tienen preferencia para cobrar del
total del patrimonio del deudor; pero antes que otros acreedores.
Es preciso distinguir cuidadosamente entre falta momentánea de liquidez (el activo es superior al pasivo,
pero se produce una escasez transitoria de numerario para pagar las deudas), e insolvencia del deudor
(su activo es inferior a su pasivo). En el primer caso, el deudor puede solicitar judicialmente de sus
acreedores la quita y espera de sus deudas (artículo 1912 del CC), es decir, una rebaja y un
aplazamiento del vencimiento; se trata de un convenio celebrado entre el deudor y sus
acreedores (no es necesaria la unanimidad, pero sí mayorías cualificadas) y supervisado por el
Juez, encaminado a regular las obligaciones del deudor durante el período previsible de
iliquidez. En cambio, cuando el activo es inferior al pasivo (es decir, cuando el deudor no puede
pagar sus deudas aunque venda todo su activo patrimonial) procede el concurso de los acreedores
(artículos 1913 y siguientes del CC). Se trata de un procedimiento encaminado a garantizar los
derechos de éstos, impidiendo que cobre primero el acreedor que es más rápido, o que actúa
más eficazmente: todos deberán sacrificar parte de sus créditos, salvo que se trate de créditos
privilegiados. Téngase en cuenta, por último, que la quita y espera y el concurso de acreedores
se producen cuando el deudor no es comerciante. Caso de serlo, procede, respectivamente, la
suspensión de pagos y la quiebra.
Los privilegios operan también fuera del procedimiento concursal, cuando se producen dos ejecuciones
simultáneas sobre un bien concreto del deudor. En este caso, y mediante la tercería de mejor derecho,
uno de los acreedores puede alegar y probar que goza de preferencia frente al otro.
Los privilegios se clasifican en especiales, que recaen sobre determinados bienes, muebles o
inmuebles, del deudor; y generales, que recaen sobre los restantes bienes del deudor no
sometidos a un privilegio especial. Los privilegios especiales mobiliarios se enumeran en el
artículo 1922 del CC, y se refieren, básicamente, a créditos asegurados con prenda (que gozan de
preferencia para ser satisfechos con el producto de la venta de la cosa dada en prenda), y
créditos que surgen como consecuencia de la venta de una cosa mueble, o de gastos realizados por el
acreedor (por reparación, conservación, etc.) en la cosa mueble (que gozan de preferencia para ser
satisfechos con el producto de la cosa vendida, reparada, etc.). Los privilegios especiales inmobiliarios
son heterogéneos y su enumeración aparece en el artículo 1923 del CC. Por último el artículo 1924 del
CC enumera los privilegios generales que, dejando aparte el concedido a las provincias y
municipios por los impuestos de la última anualidad vencida y no pagada, se refieren
fundamentalmente a los siguientes extremos: gastos realizados para la administración del
concurso de acreedores; gastos realizados en el ámbito doméstico; y, por último, créditos que,
sin gozar de privilegio especial, consten en escritura pública o en sentencia firme, que tendrán
preferencia entre sí por el orden de antigüedad de las fechas de las escrituras y de las
sentencias.
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B) Acción Subrogatoria.
El inciso primero del artículo 1111 del CC permite a los acreedores, después de perseguir todos los
bienes del deudor sin lograr la completa satisfacción de su crédito, que ejerciten todos los
derechos y acciones de éste, salvo los de carácter personalísimo (acción de reclamación de
paternidad o maternidad, por ejemplo).
La “acción subrogatoria” no es una acción procesal (no tiene porque ser ejercitada dentro de un
proceso, aunque suele hacerse así); sino una facultad que concede al acreedor la posibilidad de
colocarse en la posición jurídica de su deudor (subrogación); está dirigida a que entren en el
patrimonio del deudor los bienes que le corresponden y que no figuran en él, con la finalidad de
que el acreedor pueda satisfacer su crédito mediante la ejecución forzosa. Por ejemplo, si el
deudor es propietario de un inmueble que está en poder de un tercero que carece de derecho alguno
sobre él, puede el acreedor ejercitar la acción reivindicatoria por el deudor para que el inmueble figure en
su patrimonio; y, si gana el pleito de reivindicación, podrá embargar este inmueble y pedir su venta en
pública subasta para satisfacer su crédito con el precio. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que
el acreedor que ejercita derechos o acciones del deudor no goza de ninguna preferencia sobre
los demás acreedores, sino que habrán de seguirse las reglas sobre preferencias y prelación de
créditos que hemos visto en el apartado anterior. Por último, es preciso subrayar que la facultad
de subrogación es subsidiaria: el acreedor sólo puede ejercitarla cuando no encuentre bienes
del deudor que perseguir, o éstos sean insuficientes para la satisfacción de su crédito.
C) Acción Directa.
Determinadas normas conceden al acreedor, en casos muy concretos, la posibilidad de dirigirse
directamente y en su propio nombre contra el deudor de su deudor. Así sucede, por ejemplo, con
el artículo 1552 del CC (también artículos 1597 y 1722 del CC).
El supuesto contemplado en el artículo 1552 es el siguiente. El arrendador arrienda una finca, que a su
vez, es subarrendada por el arrendatario. El subarrendatario debe al subarrendador-arrendatario 100.000
pesetas en concepto de rentas atrasadas, y el subarrendador-arrendatario debe al arrendador 200.000
pesetas, también en concepto de rentas atrasadas. En tal caso, el artículo 1552 permite al arrendador
dirigirse directamente contra el subarrendatario para reclamarle las 100.000 pesetas que debe al
subarrendador, y cobrarse él directamente con ese dinero. Por tanto, existen dos diferencias
fundamentales con la acción subrogatoria: en primer lugar, en la acción directa el acreedor no se
subroga, es decir, no ejercita un derecho en nombre del deudor, sino que lo ejercita en nombre y
derecho propio; en segundo lugar, el dinero obtenido con la acción directa no queda sometido a
las reglas sobre preferencia y prelación de créditos, sino que lo adquiere inmediatamente el
acreedor.
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enajenaciones a título oneroso, la rescisión (no “revocación”, a pesar de la denominación doctrinal de
la acción) requiere que el otro contratante (tercer adquiriente) conozca que la enajenación se
realizó en fraude de acreedores (artículo 1295 del CC).
Al revés de lo que sucede con la “acción subrogatoria”, la acción revocatoria es una verdadera
acción, en virtud de la cual el acreedor solicita al Juez que declare la inoponibilidad frente a él
del acto fraudulento del deudor. Su mecanismo se entiende bien a través de las presunciones que
establece el artículo 1297 del CC En primer lugar, se presumen hechas en fraude de acreedores las
donaciones realizadas por el deudor; presunción lógica, pues nadie puede donar si no tiene suficiente
patrimonio para pagar sus deudas. En consecuencia, los acreedores, después de perseguir los
bienes del deudor y sólo si éstos no son suficientes, pueden impugnar estas donaciones, con la
finalidad de dirigir la ejecución contra los bienes donados. En segundo lugar, también se
presumen fraudulentas las enajenaciones realizadas a título oneroso (compraventa) por el
deudor cuando contra él se hubiera pronunciado sentencia condenatoria (a pagar una cantidad
de dinero), o se hubiera expedido mandamiento de embargo. Presunción lógica también, pues si se
ha expedido mandamiento de embargo contra el deudor es porque éste no ha pagado a tiempo, con lo
que parece razonable pensar que realizó la venta para sustraer al embargo el bien vendido.
Los efectos de la acción revocatoria son los siguientes. En primer lugar, y como consecuencia
de la inoponibilidad frente al acreedor del acto fraudulento, el bien queda sometido a la acción
del acreedor que realizó su impugnación. En segundo lugar, una vez satisfecho el crédito, el
exceso pertenece al tercer adquiriente del bien, pues sigue siendo dueño y no debe afectarle la
ineficacia del acto sino en la medida necesaria para satisfacer el interés del acreedor.
E) El Derecho de Retención.
El derecho de retención consiste en la facultad, otorgada por el ordenamiento al acreedor, de
retener una cosa del deudor hasta tanto éste no satisfaga la deuda. Son requisitos
indispensables que el acreedor tenga en su poder una cosa que está obligado a entregar a su
deudor; y que el acreedor no hubiera debido entregar la cosa al deudor antes de que su propio
crédito fuera exigible.
Por tanto, si el acreedor tiene en su poder una cosa de su deudor que debía haber entregado el día 1, y
el día 30 vence su crédito, no podrá retenerla, pues del incumplimiento de su obligación de entrega no
debe derivarse ningún beneficio, aunque el deudor incumpla también su obligación de pagar el día 30.
Generalmente, el derecho de retención se concede cuando existe alguna relación entre la cosa
retenida y el crédito del acreedor. Así sucede, por ejemplo, cuando el poseedor de buena fe debe
entregar la cosa al propietario que le ha vencido en la reivindicación: el artículo 453 del CC
permite al poseedor retener el bien hasta que el propietario le abone los gastos necesarios y
útiles que hubiera realizado en la cosa. Lo mismo sucede cuando una persona ha ejecutado una
obra en cosa mueble: puede retener la cosa hasta que se le pague la obra (artículo 1600 del CC).
El derecho de retención faculta al acreedor exclusivamente para retener la cosa. No puede
usarla, ni hacer suyos los frutos, ni enajenarla para satisfacerse con su precio. Tampoco le
concede preferencia para cobrar su crédito antes que otros acreedores.
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5. La Extinción de las Obligaciones.
Además de por pago o cumplimiento, y de los subrogados del pago, las obligaciones pueden
extinguirse por novación, por imposibilidad de la prestación y por confusión.
Es preciso advertir que la novación puede ser modificativa o extintiva. En la novación modificativa
cambia alguno de los términos de la obligación (el plazo, por ejemplo), pero ésta sigue siendo la
misma. En la novación extintiva, por el contrario, el cambio supone la extinción de la obligación
y el nacimiento de otra nueva, que viene a sustituirla.
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misma hora, es evidente que la primitiva obligación es incompatible con la nueva, por lo que la novación
será extintiva.
La novación por cambio de deudor, sea modificativa o extintiva, exige siempre el consentimiento
del acreedor. En efecto, el acreedor concede crédito en base a las garantías que le merece la
persona con la que contrata. Por ello no es posible imponerle un deudor distinto de aquél con
quien contrató (artículos 1205 y 1206 del CC).
Z contrata con B porque sabe que B tiene un patrimonio valorado en treinta millones de pesetas, y
piensa que en consecuencia, B podrá cumplir con su obligación; o que, si no cumple, su patrimonio es
suficiente para obtener la satisfacción forzosa de su derecho de crédito. Por tanto, a Z no le resulta
indiferente el hecho de que B transmita su deuda a S, que sólo cuenta con un patrimonio de cinco
millones. Es evidente que a Z (acreedor) no le importa quien le pague, y por eso tiene que admitir el
pago realizado por un tercero; pero le importa muchísimo quien le debe, pues sus perspectivas de
obtener la satisfacción de su crédito dependen de la situación patrimonial de su deudor.
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B) La Imposibilidad de la Prestación.
Se extingue la obligación por la imposibilidad de la prestación (artículo 1156 del C.C),
sobrevenida con posterioridad a la constitución de aquélla, y siempre que no exista culpa o
negligencia del deudor (artículos 1104 y 1105 del CC).
La imposibilidad de la prestación no extingue automáticamente la obligación, sino que es
preciso tener en cuenta las reglas acerca de la responsabilidad del deudor. Evidentemente, si la
prestación se ha vuelto imposible el deudor no puede cumplir; pero su obligación se perpetúa a
través de la responsabilidad por dolo, culpa o mora, según las reglas que hemos visto
anteriormente. En cambio, si se aprecia caso fortuito o fuerza mayor, el deudor quedará liberado
(artículos 1182 y siguientes del CC).
Extinguida la obligación por imposibilidad, el artículo 1186 del CC atribuye al acreedor todas las
acciones que el deudor tuviere contra terceros por razón de la pérdida.
Por ejemplo, si la cosa se perdió por culpa de un tercero, el acreedor podrá dirigirse contra ese tercero
para exigirle los daños y perjuicios. Igualmente, si la cosa estaba asegurada, podrá el acreedor reclamar
el importe del seguro.
105
C) La Confusión.
No es una causa de extinción exclusiva de los derechos de crédito, aunque el artículo 1156 del CC la
menciona como tal. Se produce siempre que la titularidad del crédito recaigan en la misma
persona. Así, si el deudor hereda al acreedor la obligación se extingue, pues una persona no
puede ser acreedora y deudora de sí misma.
106
I. Concepto y Clases.
1. Concepto.
Quien infringe de cualquier modo el deber de conducta que ha asumido como consecuencia de
un contrato responde del daño causado (artículo 1101 del CC). La obligación de indemnizar se
deriva, por tanto, de la “responsabilidad civil contractual”; es decir, de la responsabilidad
derivada del contrato.
Pero toda persona está obligada, no sólo a no causar daño a aquéllos con quienes contrata, sino
también a no causar daño a nadie. Y, si lo causa, responde, así mismo, del daño causado. La
obligación de indemnizar se deriva entonces de la “responsabilidad civil extracontractual); y es
consecuencia de ese deber general de no dañar a los terceros. Por tanto, es una responsabilidad
que no surge del contrato, ni de la existencia de una relación jurídica previa.
Por ejemplo, si un agricultor tira con su tractor una pared que pertenece a un vecino está obligado a
indemnizarle por el daño causado. Se trata de una obligación que no procede de ningún contrato; y
entre el vecino y el labrador no existe ninguna relación jurídica previa en virtud de la cual este
último esté obligado a pagar al otro cantidad alguna. Por ello, el deber de indemnizar nace de la
responsabilidad extracontractual.
2. Clases.
107
El artículo 1902 del CC contempla el supuesto de que se cause un daño a una persona por culpa o
negligencia de la otra; es decir, porque el causante del daño no observó la diligencia debida. Sin
embargo, el artículo 1089 del CC se refiere también, al enumerar las fuentes de las obligaciones, a los
actos y omisiones ilícitos; es decir, a la obligación de indemnizar los daños causados como
consecuencia de actos y omisiones que constituyan delito o falta. Conforme al artículo 1092, la
responsabilidad extracontractual derivada del delito o falta se regirá por lo dispuesto en el
Código Penal.
Así pues, el artículo 1902 del CC establece la obligación de indemnizar los daños causados como
consecuencia de una acción o de una omisión en que intervenga culpa o negligencia. Por tanto,
y en pura teoría, si el daño se ha producido a pesar de que el causante ha observado toda la
diligencia debida para evitarlo, no hay obligación de indemnizar. Lógicamente el dañado debe
probar que quien le causó el daño actuó negligentemente.
Por ejemplo, si paseando por la finca de un amigo tropezamos en un hoyo, realizado para plantar un
árbol, y nos rompemos una pierna, deberemos probar, según este sistema, que el amigo actuó
negligentemente al no señalizar el hoyo; y sólo probando esta negligencia tendremos derecho a la
indemnización correspondiente.
Para que surja la responsabilidad extracontractual se requiere una acción u omisión del dañante;
la existencia de un daño; y por último, la llamada relación de causalidad: que el daño se haya
108
producido como consecuencia de esa acción u omisión. Estos requisitos son comunes a todo
tipo de responsabilidad extracontractual. Además, según se trate de responsabilidad objetiva o
subjetiva, será preciso, bien que el dañante no haya observado la diligencia debida (con las
matizaciones expresadas más arriba); bien que exista una norma que impute la responsabilidad a
una persona, aunque ésta haya actuado con toda la diligencia debida.
Por tanto, para que exista responsabilidad civil extracontractual será necesario que concurran
los requisitos siguientes:
109
4. Es preciso que exista un criterio que permita imputar dicha responsabilidad al
demandado. El criterio normal de imputación es la culpabilidad, si bien la ley admite
otros criterios de imputación.
Aunque la regla del artículo 1902 sea que responde el causante del daño, en el artículo siguiente el
Código Civil establece que habrá de responderse extracontractualmente “no sólo por los actos u
omisiones propios, sino por los de aquellas personas de quienes se debe responder” (CC
artículo 1903.1).
Se habla entonces de responsabilidad indirecta o responsabilidad por hecho de otro, dado que
la persona que origina el daño y quien ha de responder del mismo no son coincidentes. Esta
responsabilidad indirecta se funda en una “presunción de culpa” de las personas que, teniendo
facultad de elección o guarda sobre otras, actúan descuidadamente, permitiendo o dando
ocasión a que estas últimas dañen a terceros.
El artículo 1903 del CC, por tanto, impone a determinadas personas el deber de indemnizar como
consecuencia de los daños causados, no por ellos mismos, sino por otros. Así, los padres
responden de los daños causados por los hijos que estén bajo su guarda; los tutores responden de los
daños causados por los pupilos que habiten en su compañía; los dueños o directores de un
establecimiento o empresa responden de los perjuicios causados por sus dependientes; las personas
físicas o jurídicas titulares de un centro de enseñanza no superior responden de los daños causados por
los alumnos menores de edad durante el tiempo en que se hallen bajo la vigilancia del profesorado, ya
sea en actividad escolar o extraescolar.
Podría pensarse que se trata de supuestos de responsabilidad objetiva, pues responde quien no
ha causado el daño. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que el párrafo último del artículo 1903
establece que “la responsabilidad de que trata este artículo cesará cuando las personas en él
mencionadas prueben que emplearon toda la diligencia de un buen padre de familia para
prevenir el daño”. Se trata, por tanto, de responsabilidad por culpa in vigilando y culpa in
eligiendo: estas personas responden porque no vigilaron adecuadamente a quienes dependen
de ellas, o porque no eligieron adecuadamente a sus trabajadores.
110
Nuestra Constitución establece también la responsabilidad civil de la Administración por los
daños causados a los particulares. El artículo 106.2 del CC reconoce el derecho de éstos, en los
términos establecidos por la ley, “a ser indemnizados por toda lesión que sufran en cualquiera de
sus bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza mayor, siempre que la lesión sea
consecuencia del funcionamiento de los servicios públicos”. Esta responsabilidad se regula por lo
dispuesto en las leyes de carácter administrativo.
Igualmente, los daños causados por error judicial, así como los que sean consecuencia del
funcionamiento anormal de la Administración de Justicia darán derecho a una indemnización a
cargo del Estado, conforme a la ley”. Precepto que ha sido desarrollado por la Ley Orgánica del
Poder Judicial.
El Código Civil establece una serie de reglas para imputar las responsabilidad de los daños causados
por animales y cosas. Sucintamente expuestas son las siguientes:
2. El propietario de una finca de caza responde de los daños causados por las piezas de
caza en las fincas vecinas cuando no haya hecho lo necesario para evitar su
multiplicación, y cuando haya dificultado la acción de sus dueños para perseguirlas
(artículo 1906 del CC).
4. Por último, el cabeza de familia es responsable de los daños causados por las cosas
que se arrojaren o cayeran de la casa, o parte de ella, en la que habite (artículo 1910 del
CC).
111
La responsabilidad establecida en estas normas es objetiva en unos casos y subjetiva en otros. Así, la
responsabilidad del propietario por daños causados por ruina de los edificios es subjetiva, ya que exige
que la ruina sea causada por la falta de reparaciones necesarias: hay culpa, pues el propietario omitió
las reparaciones que debía realizar. En cambio, la responsabilidad del poseedor del animal es objetiva,
pues sólo la fuerza mayor excluye el deber de indemnizar. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la
jurisprudencia ha entendido, en ocasiones, que la responsabilidad es objetiva, a pesar de que el
precepto correspondiente hace referencia a la culpa. Así sucede con las emanaciones de las cloacas o
depósitos de materias infectantes pues, aunque el artículo 1908.4 del CC haga referencia a que se
hayan construido sin las precauciones adecuadas (culpa), el Tribunal Supremo ha entendido que se trata
de responsabilidad objetiva.
Daños causados por la caza (CC artículo 1906, Ley de Caza y su Reglamento).
Daños causados por la energía nuclear (Ley y Reglamento sobre Cobertura del
Riesgo en Daños Nucleares).
Responsabilidad por los daños causados por productos defectuosos (Ley 22/1994
de 6 de julio).
112
TEMA 6. LOS DERECHOS REALES Y LA POSESIÓN.
Una de las características comúnmente predicadas del dominio es su elasticidad; esto es, la
posibilidad de que el propietario utilice por entero todas las facultades que el ordenamiento
jurídico le atribuya y reconozca sobre los bienes que le pertenecen; o que, por el contrario,
113
utilice parte de su poderío sobre la cosa, permitiendo al mismo tiempo que otras personas
ejerciten ciertas facultades parciales sobre ella.
Por ejemplo, el propietario de una dehesa puede pactar con su vecino el paso del ganado de este último
a través de su finca constituyendo, supongamos, una servidumbre de paso sobre la dehesa, a cambio de
una cierta cantidad de dinero. En tal caso, propiedad y servidumbre convivirían como derechos
recayentes sobre la misma finca.
En tal sentido, la expresión elasticidad del dominio o de la propiedad, viene a resaltar tanto la
posibilidad de que sobre una misma cosa existan diversos derechos reales; cuanto la
circunstancia de que - frente a todos los demás derechos reales - la propiedad tiene una
virtualidad o potencialidad absorbente, asumiendo de forma inmediata el propietario todas las
facultades que, en su caso, detentaran con anterioridad los titulares de otros derechos reales.
Por ello, es correcto afirmar que la propiedad es el derecho real por excelencia, aunque no
comporte desde luego la negación del carácter del derecho real a otras facultades que, sobre la
misma cosa, ostenten personas diferentes del propietario.
En toda sociedad hay que decidir un problema de dominación de los bienes económicos. Los derechos
reales atribuyen los bienes a una serie de sujetos. Hay que decidir si esta dominación va a ser atribuida
o asignada a unas personas o a otras, si van a ser individuos particulares, agrupaciones colectivas o la
colectividad entera. Hay que decidir la extensión y los límites de la dominación: la extensión cuantitativa
(qué cantidad de bienes se pueden poseer y explotar lícitamente); la extensión cualitativa (qué tipos de
poderes se pueden ejercer sobre los bienes y con qué límites); la extensión temporal (cuál es la duración
de las formas de dominación). Hay que decidir, por último, de qué forma los bienes se utilizan y se
explotan; cuál es el destino que se les debe dar. Se puede hablar de esta manera de un estatuto jurídico
de los bienes económicos, para aludir al conjunto normativo que resuelva o trate de resolver los
problemas básicos que acaban de ser esbozados.
Derecho Real: aquel derecho que otorga un poder directo e inmediato sobre un
bien que tiene eficacia frente a terceros.
Propiedad. Derecho real definitivo; derecho pleno y absoluto sobre los bienes.
Demás derechos reales sobre cosa ajena. Derechos reales definitivos; tienen
como contenido aspectos parciales que van a limitar el derecho de propiedad.
114
El derecho real se diferencia del derecho de crédito, no sólo por el poder que confiere a su titular, sino
también por el objeto sobre el que recae. El derecho real recae sobre una cosa, mientras que el de
crédito recae sobre la conducta de una persona. Además, el derecho de crédito sólo es eficaz
(sólo puede reclamarse u oponerse) frente al deudor, mientras que el derecho real es eficaz
(puede reclamarse u oponerse) frente a todos.
Como cualquier derecho, los derechos reales confieren a su titular ciertos poderes o facultades.
Cuando el derecho real confiere a su titular un poder pleno sobre la cosa estamos ante un
derecho de propiedad. Cuando confiere un poder limitado sobre una cosa que pertenece a otro
se tratará de un derecho real limitado, de un derecho real en cosa ajena.
El derecho de propiedad confiere a su titular un poder pleno sobre la cosa. Se han tratado de
enumerar las facultades del propietario, pero en realidad es imposible hacerlo; como más importantes,
señalaremos que el propietario puede usar de la cosa, disfrutarla (hacer suyos los frutos), modificarla,
enajenarla, reivindicarla. En cambio, si el titular de un derecho real limitado sólo tiene sobre la cosa,
estrictamente, las facultades que le otorga su derecho. Así, el usufructuario puede usar y disfrutar, pero
no modificar ni enajenar la cosa; el titular de un derecho de servidumbre de paso puede usar la finca sólo
para pasar por ella.
El concepto de derecho real viene definido por las coordenadas que forman el carácter
inmediato y el carácter absoluto de este especial tipo de poder jurídico.
Con el carácter inmediato se entiende que el poder del titular se ejercita y se realiza de una
manera directa sobre los bienes que constituyen el objeto del derecho, sin necesidad de una
especial colaboración o intermediación de otras personas.
Con el carácter absoluto se suele entender que el titular del derecho hace eficaz éste y satisface
su interés, no sólo frente a un especial sujeto pasivo, concreto y determinado, sino también
frente a terceros. Para los derechos reales sobre cosas ajenas esta absolutividad significa que el
derecho se hace efectivo frente a cualquiera que sea en cada momento propietario de la cosa.
Además, caracteriza a los derechos reales la facultad de persecución (reipersecutoriedad). El
derecho real atribuye a su titular la posibilidad de perseguir la cosa donde quiera que la cosa se
encuentre o quien quiera que sea la persona que la detente. Así, el propietario puede exigir que su
derecho de propiedad sea reconocido frente a cualquiera que lo desconozca (acción declarativa de
dominio) y puede al mismo tiempo reclamar la restitución de la cosa frente a quien indebidamente la
posea (acción reivindicatoria).
115
En la doctrina es tradicional discutir si frente a los derechos reales se debe adoptar un sistema
de número abierto (numerus apertus) o de número cerrado (numerus clausus).
Si los derechos reales constituyen tipos cerrados y necesarios en su configuración, no es
posible que los particulares constituyan más derechos reales que aquellos que la ley establece o
tipifica de manera determinada. Se funda esta idea de pensamiento en la idea de que la
constitución de derechos reales no es materia que presente un exclusivo interés privado y que
se pueda dejar al arbitrio de los particulares. Afecta a los intereses de los terceros y por ello al
tráfico general y en esa medida al orden público.
Por el contrario, el sistema de número abierto entiende que los particulares pueden crear
siempre derechos distintos de aquellos que están tipificados o creados por la ley y que no hay
en materia de derechos reales razón alguna para limitar este poder.
Artículo 1255 del Código Civil, que hace posible que mediante contrato se creen
figuras jurídicas diferentes de las que determinadamente se encuentran establecidas
por la ley.
La amplia autonomía que nuestro Código Civil otorga a los particulares para
modificar a su gusto el contenido o el régimen jurídico legal de los derechos reales
típicos (CC artículos 392, 467, 523,…).
La Ley Hipotecaria es adjetiva, mientras que el Código Civil es una ley sustantiva.
116
· El derecho real no debe vulnerar el artículo 1255 del Código Civil.
· Debe contener todos los caracteres de los derechos reales.
· Debe cumplir con el principio de determinación sobre el objeto y el contenido.
· Debe tener causa lícita (función económica determinada).
· Toda la relación jurídica debe centrar su contenido en la relación con la cosa.
1. Derecho pleno:
Propiedad.
2. Derechos Limitados:
117
persona en el caso de que el propietario pretenda enajenarla a título oneroso.
Son los derechos de tanteo, retracto y opción.
VI. La Posesión.
1. Concepto de Posesión.
El artículo 430 del CC dice que: “Posesión natural es la tenencia de una cosa o el disfrute de un
derecho por una persona” y “Que la posesión civil es esa misma tenencia o disfrute unidos a la
intención de haber la cosa o derecho como suyos”.
2. Tipos de Posesión.
El artículo 432 del CC dice que: “La posesión de los bienes y derechos puede tenerse en uno de
estos dos conceptos: o en el de dueño, o en el de tenedor de la cosa o derecho para disfrutarlos
y conservarlos, perteneciendo el dominio a otra persona”. El artículo 447 del CC añade que: “Sólo
la posesión que se adquiere y disfruta en concepto de dueño puede servir de título para adquirir
el dominio”.
Un poseedor en concepto de dueño es una persona que realiza sobre la cosa actos
inequívocamente dominicales de los cuales puede inducirse objetivamente que se considera y
que es considerado por los demás como efectivo dueño de la misma. Se es poseedor con el
ánimo de ser poseedor.
Posee en concepto distinto del de dueño quien actúa sobre la cosa reconociendo o acatando la
titularidad de otra persona (el arrendatario, el usufructuario). Se posee sin el ánimo de tener
ningún derecho sobre la cosa.
118
clandestinidad, sin violencia y sin mera tolerancia del dueño. Dicho de otra manera, la
posesión pública, pacífica y no meramente tolerada.
Según el artículo 441 del CC: “En ningún caso puede adquirirse violentamente la
posesión mientras exista un poseedor que se oponga a ello. El que se crea con acción
o derecho para privar a otro de la tenencia de una cosa, siempre que el tenedor resista
la entrega, deberá solicitar el auxilio de la autoridad competente”. Además el artículo 444
del CC dice: “Los actos meramente tolerados, y los ejecutados clandestinamente y sin
conocimiento del poseedor de una cosa, o con violencia, no afectarán a la posesión”.
Esta clasificación es importante en materia de usucapión, en la que no se admite para la
adquisición del dominio o derecho real por la posesión continuada ante todo y sobretodo una
que no sea justa.
a. El Sujeto de la Posesión.
b. El Objeto de la Posesión.
Pueden ser objeto de la posesión tanto las cosas como los derechos. Son objeto de
posesión, las cosas materiales consideradas en su individualidad (una finca, un avión). Pueden
serlo también las partes independientes de una cosa (un piso) y los conjuntos de cosas (un
rebaño, una biblioteca), también llamado universalidad (conjunto de objetos que forman una
unidad). También pueden ser objeto de posesión los animales (CC artículo 465).
Según el artículo 437 del CC: “Sólo pueden ser objeto de la posesión las cosas y los
derechos susceptibles de apropiación”, por lo quedan excluidas de la posesión las
cosas que están fuera del comercio, las cosas comunes a todos y las cosas públicas.
La posesión de una cosa se extiende a sus partes integrantes y a sus pertenencias. El
artículo 449 del CC aplica este criterio cuando dice que: “La posesión de una cosa raíz
119
supone la de los muebles que se hallen dentro de ella, mientras no conste o se acredite
que deben ser excluidos”.
4. La Adquisición de la Propiedad.
Una adquisición por ministerio de la ley (la ley atribuye a una persona la
condición de poseedor, el artículo 440 del CC consagra el principio de la adquisición por
ministerio de la ley de la posesión de los bienes hereditarios por su heredero.
5. El Contenido de la Posesión.
Se distinguen:
120
El interdicto de retener, que se produce cuando un poseedor, que
conserva la posesión, pero que ha sido perturbado en ella por actos que
manifiestan la intención de inquietarle o de despojarle o que tiene fundados
motivos para creer que lo será, se dirige al Juez con el fin de que éste le
mantenga en la posesión y requiera al perturbador para que en lo sucesivo se
abstenga de realizar tales actos u otros que manifiesten el mismo propósito. Si
no se respeta la decisión del Juez se estará incurriendo en desobediencia al
poder judicial y se podrá actuar por la vía penal.
Los interdictos son acciones posesorias que protegen a todos los poseedores, y a sus
herederos, tanto si lo son a título de dueño como si lo son a distinto título y sea su
posesión mediata o inmediata. La legitimación se produce incluso cuando el autor de la
perturbación o del despojo es el propietario de la cosa. No están legitimados para
ejercitar los interdictos los puros detentadores, que no pueden ser clasificados como
poseedores.
La acción interdictal se dirige contra el autor material de la perturbación o del despojo.
Cuando éste haya actuado por orden o encargo de otra persona, podrá también
dirigirse contra éste la demanda.
b. La Acción Publicana.
La acción publicana es una acción sobre el mejor derecho a poseer entre dos
poseedores. Se ejercita para rectificar cualquier tipo de despojo en la posesión, sólo
por aquellos que tienen un mejor derecho a poseer que el que es perseguido.
121
como poseedor de ellas, permiten la razonable confianza de que el poseedor es titular
de un derecho sobre dichas cosas y puede ejercitar sobre las mismas facultades de
dicho derecho.
El puro hecho posesorio atribuye al poseedor una serie de beneficios complementarios
que el Código formula como presunciones favorables a todo poseedor:
Como derivación del principio general de buena fe, el artículo 434 del CC
presume que todo poseedor lo es de buena fe.
- El artículo 459 del CC que dice: “El poseedor actual que demuestre su posesión en
época anterior, se presume que ha poseído también durante el tiempo intermedio, mientras
no se pruebe lo contrario”, establece una presunción de continuidad posesoria en favor del
poseedor actual.
Tales presunciones beneficiarán al poseedor siempre que quien contradiga la consecuencia legalmente
establecida no logre demostrar lo contrario.
6. La Extinción de la Posesión.
El abandono de la cosa.
122
Los artículos 451 a 458 del CC contienen una serie de normas que se dirigen a establecer los destinos
de los frutos y el régimen de los gastos y las mejoras cuando se liquida un estado posesorio. De modo
general, estos artículos se aplican cuando un poseedor resulte condenado a entregar la cosa a un
reivindicante victorioso o a un poseedor legítimo de mejor derecho.
123
Los frutos pendientes al interrumpirse legalmente la posesión, o al perderse la buena
fe, corresponden al poseedor vencido en la parte del producto líquido proporcional al
tiempo de posesión, teniendo además derecho al abono de los gastos hechos para su
producción (CC artículo 452). Sin embargo, el propietario puede optar por conceder al
poseedor la facultad de concluir el cultivo y recolección de los frutos pendientes, como
indemnización de gastos. Si el poseedor no acepta ésta condición, pierde el derecho de
ser indemnizado de otro modo (CC artículo 452).
El poseedor de mala fe está obligado a restituir (CC artículo 455). Debe restituir los
frutos que efectivamente hubiese percibido y aún aquéllos otros que, sin haber sido
efectivamente percibidos, el poseedor legítimo hubiera podido percibir. Su deuda es, en
primer lugar, una deuda de restitución en especie y, subsidiariamente, una deuda
indemnizatoria, que debe ser entendida como deuda de valor.
Al poseedor de mala fe se le abonan los gastos hechos para la producción de los
frutos, porque de otra suerte el poseedor legítimo se enriquecería injustamente (CC
artículo 453: “Los gastos necesarios se abonan a todo poseedor, pero sólo el de buena
fe podrá retener la cosa hasta que se le satisfaga. Los gastos útiles se abonarán al
poseedor de buena fe con el mismo derecho de retención, pudiendo optar el que le
hubiese vencido en su posesión por satisfacer el importe de los gastos, o por abonar el
aumento de valor que por ellos haya adquirido la cosa”).
La utilización de la cosa normalmente conlleva una serie de gastos que pueden ser o no
reintegrables que deja de serlo. El criterio fundamental para ello sigue siendo el de la
buena o mala fe. Distinguimos:
1. Gastos Necesarios.
a. Ordinarios.
b. Extraordinarios.
1. Generales.
2. Producción.
3. Civiles.
124
2. Mejoras.
a. Utiles.
b. Civiles.
1. Gastos Necesarios.
Denominados así porque su ejecución va ligada a la propia conservación de la
cosa (pienso del caballo) o a la obtención de su natural rendimiento (siembra
de una finca).
b. Extraordinarios.
125
Son aquéllos que conllevan un aumento de la productividad o del valor de la
cosa.
Sin embargo, el Código Civil no considera razonable que el sucesor en la posesión quede
vinculado al gusto ornamental del poseedor anterior. Por ello, la opción del Código es permitir
que el poseedor que ha efectuado gastos de puro lujo pueda llevarse los adornos u
ornamentos añadidos a la cosa principal, ya que tampoco parece lógico que el sucesor
en la posesión se enriquezca incluso en relación con los adornos de la cosa. Ahora
bien, tanto en el caso de posesión de buena fe cuanto en la mala fe, para que el
poseedor pueda retirar los adornos han de darse dos requisitos:
126
Artículo 457 del CC: “El poseedor de buena fe no responde del deterioro o
pérdida de la cosa poseída, fuera de los casos en que se justifique haber
procedido con dolo (actuar perjudicando la cosa de forma consciente, deliberada y
malévola). El poseedor de mala fe responde del deterioro o pérdida en todo
caso, y aún de los ocasionados por fuerza mayor cuando maliciosamente haya
retrasado la entrega de la cosa a su poseedor legítimo”.
Artículo 458 del CC: “El que obtenga la posesión no está obligado a abonar
mejoras que hayan dejado de existir al adquirir la cosa”.
Artículo 456 del CC: “Las mejoras provinientes de la naturaleza o del tiempo
ceden siempre en beneficio del que haya vencido en la posesión”.
8. La Usucapión.
a. Concepto.
Por la usucapión (o prescripción adquisitiva) se adquieren el dominio y demás derechos reales
poseíbles (CC artículo 1930). Se trata de un modo de adquisición de los derechos reales como
consecuencia de la posesión en concepto de titular de la cosa o derecho poseídos, durante el
tiempo que marca la ley.
La usucapión es un modo originario de adquirir los derechos reales. Quiere ello decir
que el adquiriente no adquiere la propiedad porque otro se la transmite (adquisición
derivativa), como sucede en la adquisición mediante el título y el modo; sino que la
adquiere sin que nadie se la transmita, de forma originaria. La adquisición por
usucapión se fundamenta en la idea de que no conviene que propiedad (o derecho real)
y posesión estén indefinidamente separados; por ello el ordenamiento jurídico estima
que si alguien posee como propietario en determinadas condiciones, debe convertirse
en propietario una vez transcurrido cierto tiempo.
La usucapión sirve también para facilitar la prueba del dominio. Teóricamente, para
probar que se es el propietario habría que probar que todas las transmisiones producidas a
partir del primer propietario fueron regulares; es decir, que ese primer propietario transmitió el
dominio eficazmente al siguiente, y así indefinidamente. Pero el propietario que reivindica
puede eludir esta prueba, probando simplemente, que reúne los requisitos necesarios para
adquirir por usucapión.
No todos los derechos reales son adquiribles por usucapión, pues algunos (hipoteca o
retracto) no son susceptibles de posesión, ya que se extinguen por su ejercicio.
Tampoco pueden adquirirse por usucapión los derechos de crédito, aunque sean
poseíbles (arrendamiento).
127
b. Requisitos de la Posesión que Conduce a la Usucapión.
La usucapión requiere siempre que la posesión se mantenga durante el tiempo marcado
por la ley; y que esa posesión sea en concepto de titular de la cosa o derecho poseído,
pública, pacífica e ininterrumpidamente (artículo 1941 del CC).
c. Clases de Usucapión.
La usucapión puede ser ordinaria o extraordinaria. Es ordinaria cuando el poseedor
posee con los requisitos que acabamos de ver y, además, tiene buena fe y justo título.
Es extraordinaria cuando el poseedor con los requisitos citados es de mala fe y/o
carece de justo título.
El artículo 1952 del CC define el justo título como el que legalmente basta para transmitir
el dominio. Es preciso, por tanto, que el poseedor haya adquirido la posesión en virtud de un
título de adquisición hábil, como la compraventa, la donación o la herencia; y que ese título
sea verdadero y válido (artículo 1953 del CC), es decir, que exista realmente y que no sea
radicalmente nulo o inexistente.
Si alguien adquiere la posesión por compraventa y esta es válida, el justo título le sirve para
adquirir la propiedad en un tiempo más corto cuando su vendedor no era propietario; y si el
vendedor era propietario le sirve, como se ha señalado anteriormente, para facilitarle la prueba
de que es propietario, pues basta con que se pruebe que lo es por usucapión.
Además la usucapión ordinaria exige que el poseedor lo sea de buena fe; es decir, que
crea que su transmitente podía transmitir el derecho poseído, y que en el título o modo
de adquirir no existía vicio invalidante.
128
Si el poseedor reúne todos estos requisitos, adquiere la cosa o derecho poseídos por el
transcurso de 10 años entre presentes ó 20 años entre ausentes (residentes en el
extranjero), si se trata de bienes inmuebles. Tratándose de muebles, se requiere la
posesión durante tres años, sin distinción entre ausentes y presentes.
Conforme al artículo 464 del CC el adquiriente de buena fe de una cosa mueble puede retenerla,
salvo si su propietario la perdió o se vio privado ilegalmente de ella.
La interpretación del artículo 464 es objeto de una fuerte polémica doctrinal. También se discute el
significado del término “privación ilegal”. En su sentido más amplio, significa, no sólo los casos de hurto o
robo, sino todo tipo de despojo punible. En consecuencia, quien compra, por ejemplo, una cosa mueble
creyendo que el vendedor es propietario puede retenerla, salvo que el verdadero propietario la haya
perdido, o haya sido privado de ella por hurto, robo, estafa, etc.
Por tanto, el propietario puede reivindicar la cosa mueble cuando el poseedor la adquirió de mala
fe, y cuando siendo de buena fe, medió sustracción o privación ilegal. Sin embargo, el artículo 464
del CC establece una serie de excepciones a esta regla: el reivindicante ha de entregar al
poseedor el precio que pagó cuando la cosa fue adquirida de buena fe en venta pública; también
deberá reintegrar el precio del empeño y los intereses cuando el poseedor la empeño en un
Monte de Piedad, aunque fuera de mala fe. No son reivindicables las mercaderías compradas en
almacenes o tiendas abiertas al público, sin perjuicio del derecho de su propietario para ejercitar
las acciones civiles o penales contra quien las vendiera indebidamente (artículo 85 del C. de Co.).
1. Modo Originario.
129
Hallazgo (CC artículo 615).
2. Modos Derivativos.
La ley.
La sucesión.
3. Prescripción.
Usucapión.
1. La Adquisición Originaria.
La titularidad se obtiene con independencia del derecho del titular anterior. La misma
adquisición coincide con el derecho (de propiedad), haciéndolo nacer o generándolo.
130
Si las cosas abandonadas pueden legalmente ocuparse, por el contrario, no son susceptibles de
apropiación las cosas perdidas. El Código Civil regula con suficiente detalle la cuestión en los
artículos 615 y 616. El artículo 615 dice lo siguiente: “El que encontrare una cosa mueble, que no
sea tesoro, debe restituirla a su anterior propietario. Si éste no fuera conocido, deberá
consignarla inmediatamente en poder del Alcalde del pueblo donde se hubiese verificado el
hallazgo. El Alcalde hará publicar éste, en la forma acostumbrada, dos domingos consecutivos.
Si la cosa mueble no pudiere conservarse sin deterioro o sin hacer gastos que disminuyan su
valor, se venderá en pública subasta luego que hubiesen pasado ocho días desde el segundo
anuncio sin haberse presentado el dueño, y se depositará su precio. Pasados dos años, a contar
desde el día de la segunda publicación, sin haberse presentado el dueño, se adjudicará la cosa
encontrada o su valor al que la hubiese hallado. Tanto éste como el propietario estarán
obligados, cada cual en su caso, a satisfacer los gastos”.
El artículo 616 dice: “Si se presentare a tiempo el propietario, estará obligado a abonar, a título de
premio, al que hubiese hecho el hallazgo, la décima parte de la suma o del precio de la cosa
encontrada. Cuando el valor del hallazgo excediese de 2.000 pesetas, el premio se reducirá a la
vigésima parte en cuanto al exceso”.
El Tesoro Oculto.
Según el artículo 352 del CC: “Se entiende por tesoro oculto, para los efectos de la ley, el depósito
oculto e ignorado de dinero, alhajas u otros objetos preciosos, cuya legítima pertenencia no
conste”.
El Código requiere que el tesoro carezca de dueño; los objetos no han de ser necesariamente
antiguos, basta con que sean preciosos, es decir, de precio, en el sentido de costosos o
valiosos.
El tesoro pertenece, en principio, al dueño de la cosa principal en que hubiese sido hallado
(terreno, árbol, avioneta accidentada hace tiempo en un bosque). No obstante, si quien descubre o
halla el tesoro es persona diferente al dueño de la cosa principal, le corresponderá la mitad del
valor del mismo y la otra mitad al propietario (CC artículo 351.2).
En su párrafo tercero, el artículo 351 dice que: “Si los efectos descubiertos fueren interesantes para
las Ciencias o las Artes, podrá el Estado adquirirlos por su justo precio, que se distribuirá en
conformidad a lo declarado”.
Derecho de Accesión.
Definido en el artículo 353 del Código Civil: “La propiedad de los bienes da derecho por accesión a
todo lo que ellos producen, o se les une o incorpora natural o artificialmente”.
La accesión queda reservada para definir la adquisición de una cosa por el propietario de la
principal a la cual se le une o incorpora otra para formar un todo inseparable. No está muy claro si
debe considerarse un modo especial de adquirir la propiedad.
131
Existen múltiples supuestos:
c. Mala Fe de Tercero.
Aquí entra en vigor el principio de accesión y el dueño del suelo hace suyo, sin ninguna
obligación de indemnizar, el resultado del trabajo ajeno (CC artículo 362). El artículo 363
del CC permite exigir del tercero, a su costa, la reposición del suelo a su estado
primitivo demoliendo la obra. El tercero comete un acto ilícito al invadir la propiedad
ajena, por lo que los daños y perjuicios que se originen de su actuación han de ser
reparados (CC artículo 1902).
2. La Adquisición Derivativa.
Tiene lugar cuando el titular cede o transmite su derecho real (propiedad o cualquier otro,
siempre que sea transmisible a otra persona, nuevo titular). El nuevo titular ocupa la posición
anterior y, por consiguiente, el contenido y la extensión de su derecho se mantiene en las
mismas condiciones en que lo ostentaba el anterior titular. Se realiza a través de:
132
a. La ley.
Sin necesidad de aprehensión material, la ley atribuye a una persona el derecho real (el
usufructo del cónyuge viudo).
b. La Sucesión.
Que se produce por traspaso de la posesión por el anterior poseedor.
La entrega traslativa de una cosa puede tener lugar de muy diversas formas, ya que la entrega
material propiamente dicha, en el sentido de la transmisión manual es imposible en numerosos
casos (venta de una finca…). Por tanto, se ha seguido un proceso de espiritualización de
la tradición.
133
accesoria en la que queda simbolizada la principal. Dos casos: 1. La entrega de
las llaves del lugar o sitio en que se hallan almacenados o depositados los
muebles, si se trata de la entrega de éstos (por extensión, como forma de
entrega del piso se dan las llaves). 2. La entrega al adquiriente de los títulos de
pertenencia (acciones de bolsa).
La titularidad jurídico-real de la cosa (propiedad o cualquier otro derecho real limitado, que sea
susceptible de posesión) se consigue sin estar fundamentada en el derecho del titular anterior:
usucapión.
1. Concepto de Usucapión.
134
sometido a inesperadas pretensiones de terceros y que la publicidad que otorga una posesión
prolongada pueda ser razonablemente considerada por todos como derecho. Dicho con otras palabras:
la usucapión es un caso particular de la prescripción, cuya finalidad consiste en ser un medio de
protección de aquellos adquirientes cuya adquisición fue irregular o derivada de un non
dominus y a quienes se protege porque consideraciones de seguridad pública convierten la
apariencia iuris en realidad jurídica y hacen objetivamente inadmisible la acción del versus
dominus.
El artículo 1931 del CC dispone que: “Pueden adquirir bienes o derechos por medio de la
prescripción las personas capaces para adquirirlos por los demás modos legítimos”. El artículo
1932 del CC dice que: “La prescripción corre en perjuicio de toda clase de personas, incluso las
jurídicas, en los términos prevenidos por la ley, quedando siempre a salvo, las personas
impedidas de administrar sus bienes, el derecho para reclamar contra sus representantes
legítimos, cuya causa hubiese sido la causa de la prescripción”.
La usucapión puede ser ganada por un sólo propietario o comunero, aprovechando a los demás (CC
artículo 1933: “La prescripción ganada por un copropietario o comunero aprovecha a los
demás”).
“La prescripción produce sus efectos jurídicos a favor y en contra de la herencia antes de haber
sido aceptada y durante el tiempo concedido para hacer inventario y deliberar” (CC artículo 1934).
3. El Objeto de la Usucapión.
Nuestro Código Civil, de manera reiterada, considera la prescripción como un modo de adquirir
tanto el dominio como los demás derechos reales (CC artículos 609, 1930 y 1940).
El tema de la cosa prescriptible y no prescriptible está planteado en el artículo 1936 del CC que dice que:
“Son susceptibles de prescripción todas las cosas que estén en el comercio de los hombres”.
4. Clases de Usucapión.
135
La primera es aquélla que se produce en favor del adquiriente que es de buena fe (el
artículo 1950 del CC indica que: “La buena fe del poseedor consiste en la creencia de que
la persona de quien recibió la cosa era dueño de ella, y podía transmitir su dominio”. El
usucapiente de buena fe es aquel que considera válida y eficazmente adquirido el
dominio o derecho de que se trate, por virtud del requerido justo título.) y dispone de
justo título (el artículo 1952 del CC indica que: “Entiéndese por justo título el que
legalmente baste para transferir el dominio o derecho real de cuya prescripción se
trate”, anadiéndose en el artículo 1953 del CC que: “El título para la prescripción ha de ser
verdadero (tiene que existir; no basta con que creamos que el título existe) y válido” y
por el artículo 1954 del CC que: “El justo título debe probarse; no se presume nunca”.)
(CC artículo 1940: “Para la prescripción ordinaria del dominio y demás derechos reales
se necesita poseer las cosas con buena fe y justo título por el tiempo determinado por
la ley”).
La segunda no requiere ni buena fe, ni justo título, sino simplemente una posesión
hábil. Naturalmente, esta última requiere un tiempo mayor que la primera. La primera es
privilegiada, en el sentido que, en favor del adquiriente con justo título, se abrevian los
plazos.
1. Ordinaria.
2. Extraordinaria.
La prescripción que recae sobre cosas hurtadas o robadas no se produce nunca en favor de los
autores, cómplices o encubridores, hasta tanto no haya prescrito el delito o falta y la pena, así
como la acción para exigir la responsabilidad civil (CC artículo 1956).
En la computación del tiempo se aplican las reglas del artículo 1960 del CC que dice: “En la
computación del tiempo necesario para la prescripción se observarán las reglas siguientes: 1ª.
136
El poseedor actual puede completar el tiempo necesario para la prescripción, uniendo al suyo el
de su causante. 2ª. Se presume que el poseedor actual, que lo hubiera sido en época anterior, ha
continuado siéndolo durante el tiempo intermedio, salvo prueba en contrario. 3ª. El día en que
comienza a contarse el tiempo se tiene por entero; pero el último debe cumplirse en su
totalidad”.
La usucapión ganada es renunciable, con arreglo al artículo 1935 del CC. La renuncia puede ser
expresa o tácita. “Entiéndase tácitamente renunciada la prescripción cuando la renuncia resulta
de actos que hacen suponer el abandono del derecho adquirido” (CC artículo 1935.2). La
renuncia cae sobre una prescripción ganada o consumada. No puede, en cambio, producirse
sobre el derecho de continuar prescribiendo, que es irrenunciable según el citado artículo: “Las
personas con capacidad para enajenar pueden renunciar la prescripción ganada; pero no el
derecho para prescribir en lo sucesivo” (CC artículo 1935.1).
Por tanto, como menciona nuestro Código Civil, el derecho de propiedad es el “derecho de gozar y
disponer de una cosa sin más limitaciones que las establecidas en las leyes”. Se resalta las
facultades inherentes a la condición de propietario:
Uso y disfrute (significa que el propietario es, por principio, el único legitimado para
usar, utilizar, modificar e incluso consumir la cosa que le pertenece).
137
Disposición de la cosa (significa que el dominio del propietario sobre la cosa no se
agota en su utilización material).
La evolución del concepto de propiedad a lo largo del tiempo, da paso a la propiedad que a finales del
siglo XIX cristaliza en el Código, cuyas características más notables son las siguientes:
La propiedad, por tanto, tiene límites, establecidos por las leyes. Pero éstos no son uniformes, sino
que varían para cada tipo de propiedad. Por ejemplo, el artículo 589 del CC limita las edificaciones y
plantaciones que puede hacer el dueño de los terrenos situados cerca de las plazas fuertes o fortalezas
a lo determinado por las normas sobre esa materia; igualmente, las leyes urbanísticas imponen
numerosas restricciones a la facultad de edificar de los propietarios del suelo urbano; también cuando la
ley impone un derecho real de adquisición preferente (tanteo y retracto) se limita la facultad del
propietario de enajenar la cosa a quien quiera.
Los límites del derecho de propiedad se caracterizan, por tanto, por venir impuestos por una
norma. Cuando el poder del propietario se limita por voluntad de los particulares no existe
límite, sino limitación del dominio. Así sucede con los derechos reales en cosa ajena que, al conferir
a su titular alguna facultad sobre la cosa, restringen, a su vez, el poder que el propietario tiene sobre
138
ella: si sobre la finca pesa una servidumbre de paso el propietario ve mermado su poder, ya que el uso
que realice de la misma deberá respetar la servidumbre.
2. Las Limitaciones de la Propiedad.
a. La Accesión.
Cuando una cosa, que se considera accesoria o secundaria, se une inseparablemente a
otra de distinto dueño, que se considera principal, el propietario de la cosa principal, el
propietario de la cosa principal adquiere también la posesoria.
El Código Civil no define la accesión como un modo de adquirir la propiedad (artículo 353);
pero este es el efecto que produce la unión de dos cosas que, como consecuencia de esa
unión, no se pueden separar (artículos 358 y siguientes del CC).
La unión puede producirse entre diversos tipos de cosas: unión de una cosa mueble con un
inmueble, de dos inmuebles entre sí o de dos cosas muebles entre sí. La regla general es
que el propietario de la cosa principal adquiere lo accesorio, y tiene que indemnizar al
propietario de la cosa accesoria. Pero la normativa varía, según que uno y otro
139
propietario tengan buena o mala fe. Por su importancia es preciso hacer una referencia al
caso de las edificaciones construidas sobre suelo ajeno.
Conforme al artículo 358 del CC, lo edificado en suelo ajeno pertenece al dueño del suelo,
tanto en el caso de que la edificación se realice totalmente en suelo ajeno, como en el
supuesto de que parte se encuentre en suelo propio y parte en ajeno (construcción
extralimitada). Si quien edificó lo hizo de buena fe, el propietario del suelo tiene la
opción de hacer suya la obra indemnizando los gastos necesarios y útiles, en cuanto a
los de lujo sólo cabe, si es posible, retirarlos); o de exigir al constructor el precio del
terreno (artículo 361 del CC). Si quien edificó lo hizo de mala fe el propietario del terreno
puede optar por quedarse con lo edificado (artículo 362 del CC), o exigir la demolición de
la obra. Si los dos tienen mala fe (porque la obra se hizo a la vista, ciencia y paciencia
del propietario del suelo) se aplicarán las reglas establecidas para el caso de buena fe
de ambos (artículo 364 del CC).
b. La Ocupación.
La ocupación es un modo de adquirir la propiedad que se caracteriza por la
aprehensión (toma de posesión) de la cosa con ánimo de tenerla para sí. Sólo pueden
adquirirse por ocupación las cosas muebles que carecen de dueño (artículo 610 del CC),
ya que los bienes inmuebles sin dueño se atribuyen al Estado en la Ley del Patrimonio
del Estado. Es también un modo de adquirir la posesión, pues si la cosa tiene dueño el
ocupante adquiere únicamente ésta.
El Código Civil contiene normas especiales para algunos supuestos, como el enjambre de
abejas, que puede ser ocupado por el poseedor de la finca en la que se pose si su propietario
deja de perseguirlo dos días consecutivos. Leyes especiales regulan la ocupación de piezas de
caza y pesca.
c. El Hallazgo.
La adquisición de la propiedad por ocupación exige que la cosa mueble no tenga
dueño. Cuando tiene dueño, quien la encuentra está obligado a restituirla a su
propietario, si es conocido; y si no lo es, está obligado a depositarla en poder del
Alcalde del pueblo en cuya demarcación la hubiera hallado, quien deberá publicar el
140
hallazgo durante dos domingos consecutivos. Si en el plazo de dos años no aparece el
dueño, se entregará a quien la hubiere hallado. Si aparece antes, se le restituirá la cosa,
pero deberá pagar una recompensa. Quien, en definitiva, reciba la cosa deberá pagar
los gastos que cause su conservación (artículos 615 y 616 del CC).
No señala el Código ningún criterio para distinguir entre cosa perdida y cosa sin dueño. La
distinción tendrá que realizarse con criterios lógicos, según las circunstancias del caso. Así, no
sería razonable suponer que el propietario tiró una joya porque ya no la quería.
d. El Tesoro.
El Código Civil establece un régimen especial para el hallazgo de cosas muebles que puedan
calificarse de tesoro: “el depósito oculto e ignorado de dinero, alhajas u otros objetos
preciosos, cuya legítima pertenencia no conste” (artículo 352 del CC). Si lo encuentra
quien no es propietario, y por casualidad, la mitad es del propietario (particular o
Estado) y la otra mitad del descubridor. Si los objetos tuvieran interés para el arte o la
ciencia, el Estado podrá adquirirlos por su justo precio, que se repartirá conforme a
estas reglas (artículo 351 del CC).
La Ley del Patrimonio Histórico Español establece que los bienes muebles
pertenecientes al Patrimonio Histórico son propiedad del Estado, aunque el
descubridor tiene derecho a una recompensa.
a. Acción Reivindicatoria.
La acción reivindicatoria se menciona en el párrafo segundo del artículo 348 del CC: “El
propietario tiene acción contra el tenedor y el poseedor de la cosa para reivindicarla”.
Es la acción que puede ejercitar el propietario no poseedor frente a quien posee la cosa
indebidamente, y tiene por objeto la condena al poseedor de restituirla.
La jurisprudencia ha puntualizado los requisitos de esta acción. El reivindicante ha de probar,
en primer lugar, que es propietario. En segundo lugar, que el demandado posee la cosa
indebidamente. Y, por último, que la cosa reivindicada es la misma que posee el
demandado.
Cuando el demandado posee la cosa en virtud de un título que trae causa del
reivindicante o de alguno de sus causantes, no posee indebidamente, por lo que no
triunfará la reivindicación aunque el actor demuestre que es propietario. Así, si el
heredero reivindica frente al arrendatario la cosa arrendada por su causante no
prosperará la acción.
En resumen:
141
Es una acción de condena y de carácter restitutorio, dado que con ella se
trata de imponer al demandado la condena a un determinado comportamiento:
dar, restituir la cosa.
c. Identificación de la Cosa.
142
La identificación consiste en una perfecta descripción de la cosa que es
objeto de la reclamación del demandante, en su confrontación con la cosa
poseída por el demandado y, finalmente, en la comprobación de la identidad
de tal cosa con aquélla que aparece descrita o mencionada en los títulos del
actor y, en su caso, del demandado.
c. La Acción Declarativa.
La acción declarativa de dominio tiene como fin la condena del demandado a que
reconozca el dominio del demandante que discute o se atribuye ese derecho, sin
aspiraciones de reintegración de la posesión.
La acción declarativa exige la prueba del dominio por parte del actor y la identificación
de la cosa en iguales términos que la acción reivindicatoria, pero no que el demandado
se halle en su posesión. La legitimación pasiva corresponde a los que nieguen o
contesten simplemente el derecho de aquél. La legitimación activa corresponde al
propietario.
d. La Acción Negatoria.
Se llama así a la acción que compete al propietario de una cosa para defender la
libertad de su dominio y que se declare la ausencia o inexistencia de gravámenes sobre
él. Se ejercitará frente a quien pretenda ser titular sobre la cosa o se está comportando
como titular de tal derecho (usufructo, servidumbre, hipoteca…).
El actor deberá probar el dominio que dice ostentar, pero no la falta del derecho del
demandado, porque se presume que la propiedad es libre mientras no se demuestre lo
contrario y porque la prueba de los hechos negativos es prácticamente imposible.
143
e. El Deslinde.
El derecho de dominio supone la posibilidad de monopolizar el goce de una cosa y, por
consiguiente, de excluir a los demás de ese goce. El deslinde es la acción tendente a lograr
una perfecta individualización de las cosa, especialmente si es inmueble, mediante la
colocación de signos exteriores que hagan reconocibles la propiedad.
Por ello el artículo 288 del CC dice que: “Todo propietario podrá cerrar o cercar sus
heredades por medio de paredes, zanjas, setos vivos o muertos, o de cualquier otro
modo, sin perjuicio de las servidumbres constituidas sobre las mismas”.
Claro está que la facultad de cierre presupone los límites de la heredad son ciertos y
seguros, pero ello no siempre sucede. Los propietarios colindantes pueden tener algo que
decir entonces, y de ahí que el Código Civil fije en los artículos 384-387 los criterios para
efectuar el deslinde.
CC artículo 385: “El deslinde se hará en conformidad con los títulos de cada
propietario y, a falta de títulos suficientes, por lo que resultare de la posesión en que
estuvieren los colindantes”.
CC artículo 387: “Si los títulos de los colindantes indicasen un espacio mayor o
menor del que comprende la totalidad del terreno, el aumento o la falta se distribuirá
proporcionalmente”.
El artículo 384 del CC concede el derecho de deslindar al propietario y a los que tengan
derechos reales sobre la finca. La legitimación pasiva corresponde a los dueños de los
predios correspondientes.
La acción de deslinde es imprescriptible (CC artículo 1965), pero ello no se opone a que
el colindante pueda haber ganado antes de su ejercicio de la usucapión la zona de
terreno discutible en potencia. No cabría acción de deslinde, sino que la controversia incide
sobre el derecho de propiedad por lo que la vía adecuada sería la acción reivindicatoria o
declarativa del dominio.
144
la presentación de la demanda, el Juez decretará la suspensión provisional de la obra
(en aquello que perjudique al demandante), suspensión que será confirmada o alzada al
resolverse el interdicto. Este interdicto es también utilizable por quien se crea
perjudicado por la construcción aunque no sea el propietario.
5. La Expropiación Forzosa.
La previa declaración de utilidad pública o de interés social del fin al que haya de
afectarse el objeto expropiado.
La propiedad de una cosa puede pertenecer a varias personas; pero la forma en la que les pertenece no
tiene que ser idéntica en todos los casos. Así, cabe que cada propietario tenga derecho a algún
aprovechamiento concreto de una finca (propiedad dividida). Es posible también que la finca pertenezca
conjuntamente a todos, y que cada uno tenga atribuida una cuota, que es la medida en que puede
disfrutar de ella (copropiedad romana o por cuotas). Por último, cabe que la finca pertenezca
conjuntamente a todos, y que cada uno de ellos tenga atribuida una cuota (propiedad en mano
común o copropiedad germánica).
145
Los supuestos de propiedad dividida no presentan excesivos problemas: cada copropietario tiene
aquéllas facultades de aprovechamiento que se le han atribuido (uno tiene derecho al
aprovechamiento del suelo y otro del arbolado, por ejemplo). Mayores dificultades presenta una
explicación somera de las diferencias entre propiedad en mano común (germánica) y la copropiedad por
cuotas (romana), que se fundamentan en su distinto origen histórico y finalidad.
Los romanos no consideraban deseables las situaciones de comunidad. Por ello, otorgaban a
cada propietario la facultad de pedir la división en cualquier momento (actio communi dividundo) y,
de acuerdo con sus concepciones individualistas, atribuían a cada copropietario una cuota sobre la
cosa común, que era expresión de la parte que le correspondería al dividirse, así como de su
derecho al aprovechamiento de la misma. Por tanto, a quien tenía la cuarta parte de la finca común le
correspondían la cuarta parte de los frutos, así como la cuarta parte de la finca al dividirse ésta.
En cambio los germanos no concebían, primitivamente, la atribución individual de la tierra. Esta
pertenecía siempre a un grupo, que la explotaba en común. No existían, por tanto, cuotas (o,
cuando existían, no atribuían una participación concreta), ni acción de división. En nuestro Derecho,
un sector de la doctrina encuentra vestigios de la comunidad germánica en la regulación, por ejemplo, de
la sociedad de gananciales: el uso y disfrute de cada cónyuge no está limitado por su cuota, y ninguno
puede pedir la división sin disolver la sociedad.
El Código Civil, al regular la copropiedad, recoge el sistema de comunidad romana o por cuotas
en los artículos 392 y siguientes. Regulación que tiene gran importancia porque, aparte de aplicabilidad
directa a este tipo de copropiedad a falta de pactos entre los comuneros, se aplica supletoriamente a
específicos supuestos de comunidad (comunidad hereditaria, sociedad de gananciales, etc.: artículo 392
del CC).
Es necesario precisar, por último, que el Código se refiere al supuesto de que la titularidad de un
derecho (de usufructo, de hipoteca, etc.) pertenezca pro indiviso a varias personas. Por tanto, aunque la
referencia habitual sea a la copropiedad, estas normas se aplicarán también a los demás supuestos de
cotitularidad.
2. El Principio de la Proporcionalidad.
La cuota constituye una fracción ideal del dominio sobre la cosa común. No
atribuye, por tanto, una parte concreta de ésta, pues constituye una parte ideal
del todo.
146
Quiere ello decir que el propietario de la cuarta parte indivisa de una finca no es
propietario de una concreta y determinada cuarta parte de la misma; su cuarta parte
es una parte ideal o abstracta, no real ni concreta.
Las cuotas (que se presumen idénticas) representan la participación de cada
copropietario en los beneficios y en las cargas (artículo 393 del CC). Con
inexactitud técnica, señala el artículo 399 del CC que cada condueño tiene la
“propiedad” (titularidad) exclusiva de su parte (cuota), y puede enajenarla,
hipotecarla, etc. Cada condueño tiene derecho de retracto en caso de
enajenación de la cuota de los demás a un extraño (artículo 1522 del CC).
147
Unas que tiene un origen legal. Son aquéllas que aparecen impuestas por
la ley cuando se da un determinado supuesto de hecho (caso de la formación
de una comunidad de bienes entre los herederos a la muerte de una persona).
1. Uso y disfrute de los bienes comunes (CC artículo 394: “Cada partícipe podrá
servirse de las cosas comunes, siempre que disponga de ellas conforme a su
destino y de manera que no perjudique el interés de la comunidad, ni impida a
los copartícipes utilizarlas según su derecho”.). Facultad individual de uso de
la cosa común con tres limitaciones: el destino económico de la cosa, el
interés de la comunidad (que priva sobre el particular del comunero) y el
derecho de los demás comuneros.
148
d. Extinción de la Comunidad. La División de la Cosa Común.
La forma típica de la extinción de la comunidad es la división. El artículo 400 del CC,
coherente con la naturaleza accidental y transitoria con que se configura la comunidad,
atribuye a cada comunero, individualmente, el derecho o facultad de reclamar la
división de la cosa común en cualquier tiempo. No obstante, el ejercicio de esta
facultad ha de acomodarse a las reglas de la buena fe.
La división puede realizarse por varios procedimientos. Según el artículo 402 del CC
podrá hacerse por los mismos interesados o por árbitro o amigables componedores
nombrados a voluntad de los participantes.
La división de la cosa común surte sus efectos entre los comuneros y sus
causahabientes. Por principio, no produce efectos para terceros. El artículo 405 del CC,
establece la regla de que la división no perjudica a los terceros, quienes conservan los
derechos tanto reales (hipoteca, servidumbre, etc.) como personales, que ostentarán
sobre la cosa común, a menos que ellos mismos consientan en modificarlos.
7. Propiedad Horizontal.
Una Ley especial (Ley de Propiedad Horizontal, de 21 de julio de 1960, reformada por la Ley de febrero
de 1988) regula la propiedad de casas por pisos, llamada también propiedad horizontal, que se
menciona en el artículo 396 del CC. En la propiedad horizontal cada partícipe es propietario de su
piso o local, y copropietario de los elementos comunes (escaleras, ascensores, etc.).
a. Título Constitutivo.
La propiedad horizontal queda constituida en el momento en que, por cualquier título
(compraventa, legado, usucapión), la propiedad de los pisos pertenece a personas
distintas. Sin embargo, lo normal es que se constituya por negocio jurídico
149
documentado en escritura pública, que es inscribible en el Registro de la Propiedad. El
artículo 5 de la LPH exige que consten en título determinadas circunstancias;
fundamentalmente, la descripción del edificio, la de cada uno de los pisos o locales, la
cuota de participación, etc. La modificación del título constitutivo ha de realizarse por
acuerdo unánime de los propietarios.
Si el edificio pasa a pertenecer a varias personas no se constituye la propiedad
horizontal, sino una copropiedad por cuotas. Para que la propiedad horizontal quede
constituida es preciso que los pisos o locales del edificio pertenezcan, individualmente,
a personas distintas.
Los propietarios pueden establecer reglas sobre el uso del edificio o de los pisos y
locales, pero estas reglas no perjudican a terceros adquirientes si no figuran en el título
constitutivo inscrito en el Registro. Por tanto, un acuerdo prohibiendo que en los pisos se
desarrollen actividades económicas (peluquería, oficinas) o que se tengan animales no obligará
a los adquirientes posteriores de los pisos si no está inscrito en el Registro.
b. Elementos Comunes.
Los elementos necesarios para el adecuado uso y disfrute de los pisos, como el suelo,
vuelo, cimentaciones, pasos, muros, fosos, patios, escaleras, porterías, ascensores,
corredores, cubiertas, canalizaciones y servidumbres, son elementos comunes por naturaleza
(artículo 396 del C.C). Además, puede haber elementos comunes por destino; se trata de
elementos que no son imprescindibles para el uso y disfrute de los pisos, pero que se
le has atribuido esa cualidad.
Por ejemplo, un sótano puede haberse destinado al aparcamiento de los coches de la
comunidad, y constituir un elemento común; pero los propietarios pueden acordar su
desafección como tal elemento, y enajenarlo a un tercero para que explote un parking, en cuyo
caso el tercero pasará a formar parte de la comunidad de propietarios como propietario
individual del sótano. En todo caso, la afección o desafección de un elemento como
común supone una modificación del título constitutivo, por lo que se requiere el
acuerdo de la totalidad de los partícipes.
c. La Cuota de Participación.
La Ley (artículos 3 y 5) dispone que se atribuya a cada piso o local una cuota de
participación con relación al valor total del inmueble, y referida a centésimas del mismo.
Se fijará por el propietario único, al iniciar la venta por pisos, o por acuerdo unánime de
los propietarios, por laudo o por resolución judicial. Para su fijación se tendrá en
cuenta la superficie útil de cada piso o local, su emplazamiento interior o exterior, y el
uso que racionalmente se presuma que va a efectuar de los servicios o elementos
comunes.
Toda modificación de la cuota, aunque se produzca como consecuencia de la división
de un piso, del levantamiento de nuevas plantas, etc., requiere el acuerdo unánime de
los propietarios.
150
d. Derechos y Obligaciones de los Propietarios.
Cada partícipe tiene la propiedad exclusiva de su piso o local, pero la Ley limita sus
facultades. No puede el propietario enajenar separadamente el piso y la cuota sobre los
elementos comunes, ni modificar el piso de forma que afecte al inmueble sin el
consentimiento de los demás; debe además permitir la entrada en él para las
reparaciones que exija el servicio del inmueble (artículo 3 de la LPH).
En cuanto a los elementos comunes, puede utilizarlos sin perjudicar el interés de la
comunidad ni impedir el uso de los demás partícipes. No puede, en cambio, exigir
nuevas instalaciones, servicios o mejoras no requeridos por la adecuada conservación
y habilitabilidad del inmueble, según su rango. Si se adoptan válidamente acuerdos
para realizar obras no exigibles y su cuota de gastos supera el importe de una
mensualidad ordinaria de gastos comunes, el disidente no estará obligado a pagarla,
incluso cuando no se le pueda privar de la mejora (artículo 10 de la LPH).
8. Propiedades Especiales.
151
Existen normas específicas que regulan el derecho de propiedad cuando éste recae sobre
determinados bienes, regulando las llamadas “propiedades especiales”. En lo no previsto en
ellas, se aplican supletoriamente las normas del Código Civil acerca de la propiedad.
c. Propiedad Intelectual.
Se conoce con el nombre de “propiedad intelectual” el conjunto de facultades que la ley
otorga al autor de una obra científica, literaria o artística sobre su producción (artículo
428 del CC). Se regula, fundamentalmente, en la Ley de 11 de noviembre de 1987.
El autor tiene derecho a que se le reconozca como tal, a publicar o no su obra, a
modificarla y a explotarla económicamente. Los derechos de explotación duran, con
carácter general, toda la vida del autor y sesenta años después de su muerte, aunque se
establecen reglas especiales para los casos de publicación después de la muerte de
autor y de coautoría. Transcurrido el plazo la obra pasa al dominio público y puede ser
explotada por cualquiera.
Los derechos de explotación son transmisibles a terceros. No así el llamado derecho
moral de autor, que confiere a éste, de forma intransmisible e irrenunciable, una serie
de facultades: la de exigir su reconocimiento como autor de la obra, así como el respeto
a su integridad; la de determinar si su obra ha de ser divulgada o no; la de modificarla;
etc.
d. Propiedad Industrial.
La propiedad industrial recae sobre los inventos; sobre los modelos de utilidad;
modelos y dibujos industriales y artísticos; y sobre lo signos distintivos de un
establecimiento o industria: nombre comercial, rótulo de establecimiento y marca.
152
La propiedad industrial se regula en diversas disposiciones: Estatuto sobre la propiedad
industrial de 1930; Ley de 20 de marzo de 1986 sobre patentes de invención y modelos de
utilidad; Ley de 10 de noviembre de 1988 sobre signos distintivos.
Hemos visto como la posesión, tiene entre otras, la función de publicar (dar a conocer) la existencia de
los derechos reales. En la vida real no vamos preguntando, normalmente, si una persona es propietaria
o usufructuaria, damos por sentado que jurídicamente lo es. De ahí que el Código Civil establezca una
serie de presunciones en favor del poseedor en concepto de titular: que realmente es titular
(artículo 448 del CC), que posee de buena fe (artículo 434 del CC), etc. Y de ahí que proteja al
tercero que confía en la apariencia que da la posesión, impidiendo que el verdadero propietario
reivindique la cosa mueble cuando ese tercero adquiere de buena fe (artículo 464 del CC).
Los bienes en el mundo económico, tienen básicamente dos funciones: proporcionar a su propietario (o
titular de un derecho real) una ventaja económica, bien sea a través de su uso, bien a través de la
apropiación de sus frutos o rentas; y servir de garantía para que el propietario pueda obtener un crédito.
La posesión garantiza suficientemente al acreedor el cobro de su crédito en el caso de los bienes
muebles, pues si, por ejemplo, concede un préstamo garantizado con prenda y cree que el deudor es
propietario de la misma, adquiere el derecho de prenda aunque el deudor no sea propietario (artículo 464
del CC). No sucedía lo mismo con los créditos garantizados con algún derecho real sobre bienes
inmuebles, al no existir una regla general para ellos, similar a la del artículo 464. En consecuencia,
aparte de la dificultad de asegurarse el acreedor de que la propiedad pertenecía realmente al
constituyente de la garantía, existían numerosas cargas y gravámenes que, al no conferir a su titular la
posesión de la cosa, no tenían ningún tipo de publicidad. Por tanto, el acreedor hipotecario, por ejemplo,
se podía encontrar, al intentar la ejecución de la hipoteca, con otras hipotecas preferentes que hacían
inoperante su derecho.
Así sucedía, por ejemplo, con las hipotecas legales tácitas u ocultas, que quedaban automáticamente
constituidas cuando se producía el supuesto de hecho previsto en la Ley. Un vestigio de ellas es la
preferencia conferida al Estado, las Provincias y los Pueblos para cobrarse con el importe de su
enajenación forzosa la última anualidad, así como la parte vencida y no satisfecha de la anualidad
corriente, de los impuestos que recaigan sobre bienes inmuebles (artículo 194 de la LH). Como sucedía
en muchos casos antes de la creación del Registro de la Propiedad, los terceros adquirientes no saben
si esos impuestos han sido o no satisfechos, por lo que están sometidos a la eventualidad de pagarlos o
153
tener que soportar la ejecución forzosa. Igualmente, como el privilegio es superior al que tiene el
acreedor hipotecario, tiene éste que soportar la hipoteca legal.
Esta situación repercutía, también, en el precio del dinero. No hay que olvidar que el acreedor, a la hora
de conceder el crédito, tiene muy en cuenta el riesgo que corre para fijar el tipo de interés. Por eso son
más caros los créditos personales (que únicamente ofrecen al acreedor la garantía del patrimonio del
deudor, o de su avalista) que los asegurados con un derecho real, ya que éstos últimos conceden
preferencia al acreedor para cobrar con el precio de venta de la cosa.
El crédito territorial constituía la principal fuente de capital al comenzar la revolución industrial. De ahí
que se hiciera imprescindible la creación de un instrumento que garantizara la seguridad de los créditos y
que abaratara el precio del dinero. Este instrumento fue el Registro de la Propiedad que, al garantizar a
los terceros la titularidad de los derechos reales inscritos, garantiza también a quien adquiere confiando
en el Registro y, a su vez, inscribe, la inatacabilidad de su adquisición, aunque su transmitente no sea el
verdadero titular según las reglas generales del Derecho Civil. Nuestra primera Ley Hipotecaria, de 1861,
crea este Registro. La actual Ley Hipotecaria tiene fecha de 8 de febrero de 1946, si bien tanto ella como
su Reglamento han experimentado modificaciones posteriores.
Salvo contadas excepciones, para que un derecho real pueda acceder al Registro debe constar
en documento público (venta, permuta, etc., en escritura pública). El Registro se lleva por
“fincas”, y la historia jurídica de cada una debe de figurar en el mismo “folio”. Por tanto, la
primera inscripción ha de ser siempre de dominio, consignándose a continuación las vicisitudes
jurídicas que afecten a la finca (transmisiones inter vivos y mortis causa, constitución de usufructos,
servidumbres, hipotecas, etc.). Lo que no figure inscrito en Registro (venta, donación, existencia de
una causa de resolución, de una condición, etc.) no afectará a los terceros de buena fe.
a. El Asiento de Presentación.
154
Cuando se presenta un documento en el Registro, el Registrador anota en el Libro
Diario la fecha y hora en que la presentación ha tenido lugar, así como sucintamente,
los datos de la finca, del derecho real y de su titular. Posteriormente, decidirá si el
documento es inscribible o no. Si lo es, realizará el correspondiente asiento en el Libro
de Inscripciones; pero este segundo asiento surtirá efectos desde la fecha y hora
anotada en el Libro Diario (artículo 24 de la LH).
b. El Asiento de Inmatriculación.
Como se ha señalado anteriormente, el primer asiento sobre la finca tiene que ser de
dominio. Este asiento se denomina de “inmatriculación” o primera inscripción de la
finca en el Registro (artículo 7 de la LH).
El propietario puede proceder a la inmatriculación de la finca a través de varios
procedimientos. El primero se realiza a través del Juzgado de primera instancia; en él
deberá probar su propiedad, y se citará y oirá a las personas a las que pueda perjudicar
la inscripción. También podrá realizarse ésta mediante la presentación en el Registro de
la escritura pública de adquisición, con tal que tenga una fecha anterior en un año al día
en que se practique la inscripción; además, es necesario que se publiquen los edictos
en el Ayuntamiento donde esté situada la finca, que no exista reclamación en contrario,
y que se justifiquen determinados puntos (artículos 205 de la LH y 298 del RH). Por último,
el Estado, Provincias, Municipios y Corporaciones de Derecho público podrán inscribir
sus fincas con la certificación del funcionario que las administre (artículo 206 de la LH).
c. El Asiento de Inscripción.
Una vez inmatriculada la finca, los sucesivos cambios de titularidad que tengan lugar,
así como la constitución, modificación, declaración y extinción de los derechos reales
que pesen sobre ella se publican mediante el asiento de inscripción.
Como regla general, la inscripción es meramente declarativa: el derecho real no se crea
ni la propiedad se transmite con la inscripción, sino a través de los modos de adquirir la
propiedad (título y modo, herencia, usucapión…). La inscripción meramente declara
(garantiza a los terceros) que la transmisión, constitución, etc., ha tenido lugar.
Excepcionalmente, como sucede con la hipoteca o el derecho de superficie, la
inscripción es constitutiva, de forma que el derecho real no nace hasta que se inscribe
en el Registro.
d. Efectos de la Inscripción.
Salvo cuando la inscripción es constitutiva, no es obligatorio que los derechos reales
se inscriban en el Registro. Pero la Ley Hipotecaria concede una serie de ventajas al
titular que inscribe, así como a los terceros que adquieren confiando en esa inscripción
e inscriben su derecho.
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El artículo 38 de la LH presume que el derecho inscrito existe, y que su titular
registral es verdadero titular. Por tanto, el titular registral únicamente tendrá
que presentar en juicio el certificado del Registrador para probar que lo es.
El artículo 38 presume también que el titular inscrito posee la finca o derecho.
De forma que si no es verdadero titular, la certificación del Registro le servirá
para probar que ha transcurrido el plazo de posesión exigido para adquirir por
usucapión.
156
aunque reúna los requisitos del artículo 34 de la LH, se verá sujeto a la reivindicación
del verdadero propietario hasta tanto no transcurra ese plazo. Después, no le afectará
la reivindicación.
Los derechos reales de goce también reciben el nombre de derechos de disfrute, ya que conforme
al artículo 348 del CC, las facultades dominicales fundamentales son las de gozar y disponer de la
cosa.
En cuanto derechos reales, los de goce presentan las notas propias de los mismos (derechos absolutos,
afección o inherencia a la cosa, eficacia erga omnes o reipersecutoriedad, etc.), al tiempo que resalta en
157
ellos un altísimo componente posesorio (goce, uso y disfrute, total o parcial del bien) ausente de los
demás derechos reales limitados.
Dicho componente posesorio es un dato inherente a la categoría de los derechos de goce, en
cuanto derivación de la restricción de la facultad de gozar propia del titular dominical. Esta última
y los derechos de goce juegan con el fiel de la balanza: cuanto mayor sea el contenido del derecho real
de goce más restringida verá el propietario su facultad de gozar (en el usufructo queda virtualmente
anulada; en la servidumbre queda tangencialmente afectada).
Además del usufructo y de la servidumbre, son derechos reales de goce, el uso, la habitación, la
superficie y la enfiteusis (censos).
Hablando en términos generales, los derechos de goce pueden encontrar su origen en la ley o
ser constituidos de forma voluntaria por el propietario. En este caso, su razón de ser económica es
muy sencilla: el dueño hace dejación o cede su facultad de gozar efectivamente la cosa, a cambio de un
determinado precio (es lo más frecuente: la constitución a título oneroso) o bien por un deseo de
beneficiar a cualquier persona, llevado por el altruismo (constitución a título gratuito). Los supuestos de
origen legal se fundamentan en razones muy diversas que han de determinarse casuísticamente.
Al extinguirse los derechos reales de goce (sea por la razón que sea) el propietario, en base a la
elasticidad del dominio, recupera la facultad de gozar que hasta entonces tenía restringida. Se
dice entonces, técnicamente, que se ha producido la consolidación: el propietario reasume la
plenitud de las facultades dominicales.
2. El Usufructo.
El acercamiento inicial a la figura del usufructo se verá facilitado con la utilización de un par de
supuestos frecuentes en la práctica.
a. Petra, tía carnal de Ubaldo, desea transmitir sus bienes en vida a su sobrino, si embargo le
cabe la duda de si el agradecimiento de Ubaldo y su promesa de mantenerla mientras viva,
serán efectivos y permanentes o, por el contrario, mudarán con el tiempo. Ante ello decide
transmitirle la propiedad de sus fincas y acciones, pero - mientras viva - se reserva el derecho
de hacer suyo cuanto produzcan las fincas y las acciones de Telefónica. Naturalmente, dicha
reserva sólo será efectiva si se configura como un derecho real, ejercitable frente a cualquiera,
y no como una simple promesa de Ubaldo (pues, en tal caso, Ubaldo podría de facto vender
los bienes donados por su tía, sin que el adquiriente hubiera de reconocer derecho alguno a
Petra: la propiedad se presume libre).
b. D. Camilo, al testar, deja todos sus bienes a sus hijos (en vez de los dos tercios que por
legítima les corresponden), siempre y cuando acepten todos ellos que, mientras viva la madre,
158
Doña Ana, sólo a ella corresponderán las rentas de los alquileres, los productos del cortijo, los
dividendos de las acciones, etc.
El derecho real en virtud del cual una persona puede disfrutar (esto es, obtener los frutos o
rendimientos) de una cosa ajena se conoce - desde los tiempos romanos - con el nombre de
usufructo y se encuentra caracterizado por dos notas fundamentales:
Por consiguiente no debe extrañar que el Código Civil exija al usufructuario la conservación de la
cosa conforme a su naturaleza anterior al usufructo (artículo 467, que textualmente habla de
conservar su forma y sustancia). Conforme a ello, el usufructuario no podrá alterar las condiciones
materiales o el destino económico del bien usufructuado (convertir un piso estándar en un estudio
haciendo derribar todos los tabiques y puertas; utilizar el chalé de primera línea de playa para montar
una discoteca al aire libre; etc.), salvo especial autorización.
Durante la vigencia del usufructo, los dos derechos reales coexistentes sobre la misma cosa
funcionan con absoluta independencia y su respectivo titular podrá disponer de ellos, ya que
ambos tienen valor económico. Este es obvio, respecto del derecho de usufructo, en dependencia de
su duración, del propio valor del bien usufructuado, etc. Más extraño puede resultar, a primera vista,
hablar de hipoteca o venta de la nuda propiedad; sin embargo, piénsese que como, antes o después (en
atención a la temporalidad), el nudo propietario pasará a ser pleno propietario, tal expectativa es también
valorable en términos económicos.
159
Enajenar la nuda propiedad (o, lo que es lo mismo, los bienes sujetos a usufructo,
artículo 489 del CC).
Por su parte, el usufructuario, además de hacer suyos todos los frutos y rendimiento de los
bienes usufructuados (artículos 471 y 472 del CC) tiene las facultades de:
Por cuanto se refiere a las obligaciones del usufructuario, son fundamentalmente las siguientes:
Hacer frente a las reparaciones ordinarias (las adecuadas para conservar la cosa
en el estado en que la recibiera, artículo 500 del CC); mientras que las extraordinarias
serán de cuenta del nudo propietario (artículo 501 del CC).
De acuerdo con el artículo 468 del Código Civil, el usufructo se constituye por:
2. De forma convencional o voluntaria, ya sea inter vivos o mortis causa (como en los
ejemplos que nos han servido de punto de partida).
El usufructo puede recaer sobre bienes muebles o inmuebles indistintamente. En principio, dada
la obligación de conservación que pesa sobre el usufructuario, el objeto del usufructo debe ser
una cosa no consumible y fructífera (en sentido amplio).
160
No obstante, el Código permite la existencia de un usufructo sobre cosas consumibles (artículo
482), en cuyo caso se habla de cuasiusufructo. Por supuesto, en tal caso, el usufructuario puede
servirse de las cosas, consumiéndolas, y (no pudiendo restituirlas) a lo único que queda
obligado es a entregar al nudo propietario un mismo tantum de cosas de la misma especie y
calidad.
De otra parte, el Código regula específicamente el usufructo de ciertos bienes que presentan
particularidades en su conservación y aprovechamiento por el usufructuario (montes, minas, ganados,
etc.).
Tras regular el usufructo, contempla el Código los derechos reales referidos anteriormente como
subtipos de aquel. Así lo acreditan los artículos 528 y 529, al establecer, como régimen normativo
supletorio del uso y de la habitación, el propio del usufructo.
En realidad, el derecho real de uso sólo se diferencia del usufructo porque el disfrute (obtención
de frutos) del usuario queda circunscrito a los frutos “que basten a las necesidades del usuario y
de su familia, aunque ésta se aumente” (artículo 524.1 del CC). En tal sentido podríamos decir que
el derecho de uso es un usufructo limitado.
Por su parte el derecho de habitación se limita a otorgar a su titular (habitacionista) “la facultad
de ocupar en una casa ajena las piezas necesarias para sí y para las personas de su familia”
(artículo 524.2 del CC).
Baste con lo dicho para apercibirse de que ambos derechos reales pertenecen a esquemas económicos
del pasado. En efecto, su vigencia práctica es nula; no obstante el problema de la vivienda familiar, en
casos de separación o divorcio (artículo 90 del CC) o de liquidación de sociedad de gananciales
(artículos 1406 y 1407 del CC), ha generado actualmente una cierta resurrección de tales figuras.
Por razones de orden histórico (su cercanía a la necesidad absoluta, si no a la caridad), los derechos
de uso y de habitación son considerados por el ordenamiento jurídico como derechos
personalísimos, es decir, sólo utilizables por sus titulares. De ahí que el artículo 525 del CC
establezca que “los derechos de uso y habitación no se pueden arrendar ni traspasar a otro por
ninguna clase de título” (mucho menos, ceder o enajenar).
4. Las Servidumbres.
Supóngase que compramos una finca a la que no puede accederse a través de camino público alguno (y
que, por ello, se denomina técnicamente finca enclavada). ¿Estamos condenados a no poder, ni
siquiera, cultivar la finca?. Evidentemente, la respuesta afirmativa sería absurda. Al menos, podremos
entrar por las lindes de las fincas vecinas, normalmente no cultivadas al milímetro.
161
En caso de levantarse un edificio colindante con un chalé sito en el casco urbano ¿podrá el propietario
de éste impedir que la pared del bloque que linda con su jardín tenga ventanas?.
Para atender a los problemas sociales de semejante o de parecida índole, el Derecho ha recurrido
desde antiguo a la idea de que determinadas fincas (predios) tienen que soportar ciertos
gravámenes o incomodidades que imposibiliten la utilización racional de otras fincas, por lo
general, colindantes.
Tal relación se ha estructurado técnicamente como un derecho real, denominado servidumbre y
caracterizado porque su determinación se lleva a cabo en base a la existencia del problema entre
los propios bienes inmuebles. De ahí que la idea central de la servidumbre estribe en la
existencia de un predio sirviente (el que ha de soportar la carga de pasar, por ejemplo, a través
de él o las vistas del vecino) y un predio dominante (el que se beneficia de la servidumbre).
El titular del derecho real de servidumbre se fija, pues, en cada momento por referencia al predio
dominante. Por tanto, la característica fundamental del derecho real de servidumbre es su
inseparabilidad de las fincas (si vendemos la finca enclavada, no podemos reservarnos el derecho de
paso; éste se transmite, junto con la finca al nuevo propietario).
Las servidumbres en buen número son legales; pero, también pueden constituirse
convencionalmente y (en algunos casos) por usucapión, por plazo de veinte años.
5. La Superficie.
En principio, la trascendencia económica de ésta (la tierra) ha traído consigo que el Derecho haya
establecido la siguiente regla: lo edificado, plantado o sembrado se presume realizado por el
propietario del suelo, y por tanto, a él sólo pertenece. Dicha extensión de los poderes del
propietario del suelo se conoce técnicamente con el nombre de accesión.
La accesión se encuentra detalladamente regulada en los artículos 358 y siguientes del Código Civil y su
filosofía fundamental puede expresarse con relativa facilidad: en el Derecho, como en cualquier parcela
de la vida, lo accesorio depende de lo principal y sigue la suerte de éste. Por consiguiente, es
natural que si alguien edifica o planta en suelo de otro, éste tendrá derecho a seguir siendo propietario
del suelo y convertirse en dueño de lo edificado o plantado (mediante indemnización al constructor o
sembrador o sin indemnización alguna, según la buena o mala fe de éste).
El derecho de accesión es una facultad más del propietario sobre cuya importancia no se suele reparar,
por responder a una intachable lógica económica por ser conocido desde antiguo, desde que en Roma
se formulara el principio: superficies solo cedit (la superficie accede o se integra en suelo).
La accesión no es, sin embargo, una obligación del propietario, sino una facultad dominical que,
por ende, puede ser objeto de transmisión y negociación. El propietario puede permitir que otra
persona edifique o siembre en su finca facultándole para mantener la construcción o plantación
durante un determinado período de tiempo.
En tal caso, el propietario intercambia (en la mayor parte de los supuestos prácticos) su derecho de
accesión por el precio o canon que alguien le paga y en cuyo favor constituye un derecho de
superficie.
162
Consiste, pues, el derecho real de superficie en la facultad que tiene una persona para edificar o
plantar en suelo ajeno, pudiendo disfrutar de lo edificado o plantado, durante un plazo temporal
determinado, mediante canon o precio (por lo común, de carácter periódico).
Por tanto, una vez realizada la construcción (que, por supuesto, en nuestros días, puede ser también
subterránea) o la plantación, la propiedad del suelo convive con la “propiedad temporal” del superficiario
(titular del derecho real de superficie). En atención a ello, a veces, se habla de propiedad superficiaria.
Sin embargo, conviene advertir que semejante propiedad superficiaria es más una imagen retórica que
una verdad: el derecho real de superficie, una vez constituido existirá aún antes de llevar a cabo
la construcción o plantación; al mismo tiempo que sobrevivirá a las mismas, en caso de
siniestro o perecimiento (si la superficie se constituyó por treinta años y el décimo una explosión de
propano destruye total o parcialmente el edificio, el superficiario sigue “teniendo derecho” a reconstruir).
Al igual que el usufructo, la superficie tiene como carácter propio y específico la de ser un
derecho real temporal. La temporalidad de ambos derechos viene requerida por un dato
puramente económico: la nuda propiedad y la mera propiedad del suelo tienen un escasísimo
valor mientras estén vigentes los derechos reales limitados.
Pero usufructo y superficie desempeñan funciones bien diversas: el conjunto de obligaciones y derechos
del usufructuario se encuentran transidos por la idea de la conservación de una cosa que había sido
puesta en productividad por el propietario cedente. En cambio, la superficie tiene por objeto la
generación de riqueza (construcción o explotación agraria) por parte del superficiario.
Las demás notas características de la superficie son las genéricas de los derechos reales de
goce.
1. Superficie urbana.
2. El plazo temporal máximo previsto por nuestra legislación es de noventa y nueve años.
163
XI. Derechos Reales de Garantía.
La propiedad puede ser capitalizada por el titular dominical sin necesidad de privarse de facultad
dominical alguna. En el mundo económico la titularidad de los bienes permite gozar del crédito sin que el
propietario deje de gozar de la cosa. Basta con que la aporte en garantía del cumplimiento de sus
obligaciones para que, en caso de no ser satisfechas, puedan los acreedores resarcirse con el bien que
haya quedado afecto en garantía.
A tal idea responden los denominados derechos reales de garantía, cuya manifestación más
representativa es la hipoteca; mediante ella, el propietario puede obtener, fundamentalmente,
préstamos o créditos, sin desprenderse del goce y utilización efectivos de la cosa afectada.
El otro tipo de derecho real de garantía, que aquí interesa, es la prenda (pues la otra figura de
derecho real de garantía, denominada anticresis, artículos 1881 y siguientes del CC, hoy en día es
prácticamente desconocida en el tráfico). Consiste la prenda en entregar la posesión de una cosa
mueble al acreedor de algo para garantizar el cumplimiento de una obligación cualquiera
(artículos 1863 y 1864 del CC).
164
Por tanto, la prenda y la hipoteca, conforme al Código Civil se distinguen fundamentalmente, entre
sí, por dos notas:
La diferenciación aludida, basada exclusivamente en notas técnicas, acaso debiera verse contemplada
con una alusión al fondo de la cuestión; la prenda, recayente sobre bienes inmuebles, es la figura más
antigua y primaria de los derechos reales de garantía. Es una institución preventiva de marcado carácter
antieconómico, en cuanto sustrae del tráfico el bien mueble sobre el que recae (al no poder usarlo el
acreedor, pese a tenerlo bajo su poder; ni el deudor, por haber transmitido la posesión al acreedor
pignoraticio).
En clave muy diversa, la hipoteca inmobiliaria representa una figura propia de unos sistemas jurídicos
mucho más evolucionados que, al tiempo que permite al deudor seguir obteniendo el aprovechamiento
propio del inmueble o derecho real inmobiliario hipotecado (viviendo el piso; sembrando la finca o
explotando la concesión minera), facilita el crédito territorial y, por tanto, el tráfico económico, dada la
peculiar fortaleza de la garantía hipotecaria.
Las diferencias señaladas no pueden ocultar, sin embargo, que el régimen básico de ambas figuras es
coincidente. De ahí su agrupación bajo el común denominador de derechos reales de garantía,
caracterizados por las siguientes notas:
a. La accesoriedad.
165
Los derechos reales de garantía se constituyen siempre para asegurar el cumplimiento
de una obligación preexistente (el préstamo, por ejemplo, no se libra mientras el deudor no
constituya hipoteca sobre la finca o entregue en prenda una diadema de brillantes),
denominada comúnmente obligación principal u obligación asegurada (artículo 1857.1
del CC). De donde se deduce la característica de la accesoriedad de los derechos reales
de garantía, que sólo pervivirán mientras la obligación principal se encuentra
subsistente.
b. La indivisibilidad.
La pervivencia de las garantías reales será efectiva hasta que no se produzca el total
cumplimiento de la obligación garantizada. Por tanto, el cumplimiento parcial o la
división de la obligación principal no conllevará la división del derecho real de garantía,
artículo 1860 del CC). Con tal sentido, se habla de indivisibilidad de los derechos reales de
garantía.
166
términos puramente económicos; por lo general, el valor de las cosas dadas en
prenda o hipoteca es bastante superior al montante de la obligación garantizada y no
hay razón alguna para que el acreedor obtenga tal sobreprecio.
No obstante lo anterior, la absoluta prohibición legal del pacto comisorio es burlada en
la práctica, mediante el recurso a otras figuras legales, como por ejemplo, la venta
con pacto de retro.
d. La especialidad.
Las facultades referidas se le atribuyen al titular de la garantía real única y
exclusivamente sobre el producto líquido (obtenido una vez concluida la ejecución) de
los bienes afectos a la garantía. Por ello, se habla de especialidad de los derechos
reales de garantía: en cuanto recaen de forma directa y especial sobre los bienes
gravados (no sobre la totalidad de los bienes del deudor).
e. La reipersecutoriedad.
Finalmente, la nota de la reipersecutoriedad, pone de manifiesto el carácter real del
conjunto de facultades atribuidas al acreedor; quien podrá ejercitarlas, por tanto, frente
a cualquiera otra persona, tercer adquiriente o poseedor.
3. La Prenda.
El derecho real de prenda se constituye mediante la entrega en garantía de una cosa mueble
susceptible de posesión. Dado que la entrega se realiza única y exclusivamente en función de
garantía (del cumplimiento de la obligación principal), el deudor pignorante seguirá siendo dueño de
la cosa (artículo 1869.1 del CC). No obstante, si la cosa pignorada produce intereses, no tendrá
derecho a reclamarlos, pues el acreedor pignoraticio los hace suyos para irse cobrando de
cuanto el deudor pignorante le debe (artículo 1868 del CC).
Nuestro Código Civil contempla la prenda como un contrato real en el que la entrega de la cosa
es requisito sine qua non (artículo 1863); requiriendo, además, que su fecha conste en
documento público, para que pueda surtir efectos contra terceros (artículo 1865 del CC).
167
a. Obligaciones del acreedor pignoraticio.
El acreedor pignoraticio posee la cosa únicamente en función de garantía del
cumplimiento de la obligación principal. Por consiguiente, queda obligado a:
1. No usar la cosa, salvo autorización del propietario (artículo 1870 del CC).
2. Conservarla con la diligencia de un buen padre de familia (artículo 1867 del CC).
2. Cobrar de forma preferente, como ya hemos dicho (artículos 1922.2 y 1926.1 del
CC), respecto de otros acreedores, y en relación con el precio obtenido en la
subasta pública.
3. Derecho al abono de los gastos que hubiere hecho para conservar la cosa en
buen estado (artículo 1867 del CC).
168
referidos; pese a que el artículo 1866.1 del CC afirme textualmente que el derecho
de retención lo tiene el acreedor pignoraticio “hasta que se le pague el crédito”).
a. Constancia registral.
Conforme al sistema inmobiliario instaurado por la Ley Hipotecaria, la característica
principal de la hipoteca consiste en su necesaria constancia registral. El documento
público mediante el que se haya constituido (escritura pública o mandamiento judicial)
debe inscribirse en el Registro de la Propiedad (artículos 145.2 de la LH y 1875.1 del CC).
En tal sentido, se afirma comúnmente, la inscripción registral de la hipoteca tiene
naturaleza constitutiva.
Semejante exigencia viene requerida por el hecho de que, no habiendo traslación posesoria al
acreedor, los legítimos derechos y expectativas de terceros (piénsese en los demás
acreedores del deudor hipotecante) sólo deben verse perjudicados desde el momento en que
pudieron conocer, a través del Registro de la Propiedad, la existencia de una garantía real que
afecta directa e inmediatamente a la cosa o derecho real sobre el que recae.
El hipotecario, en todo caso, debe tener plena capacidad de obrar y poder de libre
disposición sobre el bien afecto a la garantía, sea o no deudor de la obligación
garantizada. Pero esta doble posibilidad obliga a distinguir entre:
1. Que el deudor (de la obligación garantizada) sea al mismo tiempo dueño del
bien hipotecado, como ocurre en la mayor parte de los supuestos prácticos. En tal
caso se habla de hipotecante deudor o, mejor, de deudor hipotecario.
169
derecho accesorio del derecho de crédito, innecesario es decir que - una vez constituida la
hipoteca - no puede descomponerse la posición del acreedor; esto es, la titularidad del
derecho de crédito (principal) y del derecho real de garantía (accesorio) han de
corresponder a la misma persona.
Por lo dicho, al acreedor hipotecario le bastará con tener la capacidad general de
contratación.
1. Los bienes inmuebles (cosas y derechos) pueden ser enajenados, aunque pese
sobre ellos una o varias hipotecas. Esta última circunstancia no conlleva
indisponibilidad jurídica alguna, sino la lógica depreciación del valor de
mercado de tales bienes.
Ahora bien, desde el punto de vista que estamos considerando, hace aparecer en la
palestra a un nuevo personaje en caso de hipotecante deudor: el adquiriente del
bien hipotecado. Conviene subrayar que éste recibe técnicamente el calificativo
de tercer poseedor del bien hipotecado, aunque realmente no sea tal
(poseedor, en el sentido de detentador), sino verdadero titular o propietario del
bien afecto a la garantía (y afecto seguirá mientras el deudor de la obligación
principal garantizada no la cumpla).
170
2. Los derechos reales enajenables impuestos sobre los mismos bienes (es decir,
los derechos reales inmobiliarios).
d. La obligación asegurada.
Según dispone la primera parte del artículo 105 de la LH, “la hipoteca podrá constituirse en
garantía de toda clase de obligaciones” (artículo 1861 del CC, que añade: “…ya sean
puras, ya estén sujetas a condición suspensiva o resolutoria). En particular, contempla la
LH, con cierto detalle las hipotecas constituidas en garantía de:
1. Obligaciones futuras.
171
2. Obligaciones sometidas a condición suspensiva o resolutoria (artículos 142 y
143).
Hipoteca de seguridad.
En este caso, la hipoteca asegura el cumplimiento de una obligación cuya
cuantía no se halla determinada en la inscripción registral; o bien de una
obligación cuya existencia en el futuro es incierta o dudosa (obligaciones
futuras o sometidas a condición, por ejemplo).
Como es natural, en tales supuestos la exacta identificación del crédito
hipotecario no puede deducirse del Registro de la Propiedad, cuya exactitud
quedará circunscrita a la existencia de la hipoteca, pero no a la existencia
(dudosa) y cuantía (indeterminada) del crédito hipotecario. Tales
circunstancias habrán de determinarse extrarregistralmente.
Hipoteca de máximo.
Es un subtipo o derivación de la anterior (obligación incierta o de cuantía
indeterminada), en la que registralmente consta sin embargo el importe
máximo del crédito asegurado. La figura típica de hipoteca de máximo es la
establecida en garantía de cuentas corrientes de crédito.
172
2. Los intereses de la obligación asegurada.
Si la obligación garantizada produce intereses, la hipoteca cubre también el
pago de los mismos, pero se hace necesario distinguir entre:
173
Al referido plazo temporal se le ha dado doctrinalmente la denominación de fase de
seguridad; con vistas a resaltar que, durante la misma, los derechos del acreedor
hipotecario quedan asegurados mediante la llamada acción de deterioro o devastación
y la subrogación legal.
Ambos mecanismos son facultades legalmente atribuidas al acreedor hipotecario para evitar
que, por circunstancias ora fortuitas ora imputables al deudor, se perjudiquen los bienes objeto
de garantía y en consecuencia, la garantía real no sirva para nada.
2. Subrogación legal.
En caso de que el dueño pierda la cosa:
b. La fase de ejecución.
Si llegado el momento, la obligación asegurada no es objeto de cumplimiento, el
acreedor hipotecario puede ejercitar el ius distrahendi (o promover la enajenación
forzosa del bien hipotecado), mediante el ejercicio de la denominada acción real
hipotecaria (que prescribe a los veinte años, artículo 1964 del CC), a través de cualquiera
de los procedimientos siguientes:
174
1. Procedimiento ejecutivo extrajudicial.
Consiste en promover ante Notario (de ahí la calificación de extrajudicial) la
subasta de los bienes hipotecados, a efectos de que el precio de remate sirva
para pagar al acreedor hipotecario.
De acuerdo con los artículos 214 y siguientes del RH, sus características
fundamentales son: ha de encontrarse expresamente pactado en la escritura de
constitución de la hipoteca; en la que debe quedar igualmente determinado el
valor de la finca a efectos de subasta y designado un mandatario del deudor
que lo represente en su día en la venta de la finca. Sólo podrán realizarse dos
subastas, pudiendo el acreedor adjudicarse la cosa hipotecada tras la segunda
de ellas si no hubiese ningún postor.
En la práctica, la utilización de este procedimiento es poco frecuente; siendo
normalmente seguido (sobre todo por los bancos, acreedores hipotecarios por
antonomasia) el que se analiza a continuación.
3. Purga de la hipoteca.
Interesa destacar que una vez ejecutada la hipoteca, ésta desaparece y debe ser
cancelada. Pero el interés de la cuestión no radica en considerar los supuestos de
hipoteca única sobre la finca registral de que se trate, sino aquéllos en que, sobre una
misma finca, existen varias hipotecas (1ª, 2ª, 3ª, etc.).
La existencia del principio prior tempore potior iure y el hecho de finalizar la
ejecución hipotecaria con la venta en pública subasta del bien hipotecado,
traen consigo:
175
sea quien sea el rematante, en la subasta habida, o ya se le adjudique el
acreedor hipotecario.
Hasta ahora hemos venido considerando en exclusiva las hipotecas voluntarias, es decir, las constituidas
por voluntad y decisión de los interesados en una relación obligatoria cualquiera, como garantía
complementaria de la responsabilidad patrimonial universal que pesa sobre el deudor.
Junto a ellas, es necesario considerar las hipotecas legales, denominadas así por encontrar su
fundamento u origen inmediato en la propia ley, que impone a ciertas personas la obligación de
constituirlas en los supuestos a que nos referimos seguidamente.
La diferencia entre hipotecas voluntarias y las legales radica en lo dicho: sólo en su origen, pues
conforme a la LH:
“Las personas a cuyo favor concede la Ley de Hipoteca legal no tendrán otro
derecho que el de exigir la constitución de una hipoteca especial suficiente para la
garantía de su derecho” (artículo 158.2 de la LH).
176
“Para que las hipotecas legales queden válidamente establecidas se necesita la
inscripción…” (artículo 159 de la LH).
“La hipoteca legal, una vez constituida e inscrita, surte los mismos efectos que la
voluntaria…” (artículo 161 de la LH).
Por consiguiente, la extensión objetiva de la hipoteca, su rango, ejecución… quedan sometidos a las
reglas generales que hemos considerado al exponer las voluntarias.
2. El Estado, las provincias y los pueblos sobre los bienes de quienes contraten
con ellos o administren sus intereses, por las responsabilidades que
contrajeron éstos, de conformidad con lo establecido en las leyes y
reglamentos.
3. El Estado, las provincias y los pueblos, sobre los bienes de los contribuyentes,
por lo créditos tributarios o fiscales que no correspondían a las dos últimas
anualidades.
4. Los aseguradores, sobre los bienes de los asegurados, por las primas
impagadas que no correspondan a las dos últimas anualidades (artículo 168 de
la LH).
177
7. Las Garantías Reales Mobiliarias Sin Desplazamiento Posesorio.
4. Los bienes gravados con la garantía real mobiliaria no pueden enajenarse, sin
el consentimiento del acreedor (artículo 4.).
2. Los automóviles y otros vehículos de motor, así como los tranvías y vagones
de ferrocarril de propiedad particular.
3. Las aeronaves.
4. La maquinaria industrial.
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5. La propiedad industrial e intelectual.
179
XII. Derechos Reales de Adquisición Preferente.
La facultad de disposición permite, como regla, que el propietario enajene (esto es, transmita otro) el
bien que le pertenece cuando y como le venga en gana. No obstante, en casos determinados y en
nuestro ordenamiento excepcionales, dicha facultad de disposición se encuentra coartada por entender
la Ley que otros intereses protegibles deben primar sobre la libertad de disposición del propietario.
Tales supuestos, reiterémoslo, son excepcionales respecto de la general libertad de disposición del
propietario.
180
Por ejemplo, si el propietario del local que tengo alquilado quiere venderlo, es lógico que la ley me
conceda preferencia a mí para comprarlo si ofrezco las mismas condiciones que un tercero (el
propietario obtendrá el mismo precio, que a fin de cuentas es lo que le interesa; se evitará el desalojo de
mi negocio, cuya clientela, fundamentalmente de los alrededores, me he ido haciendo poco a poco…).
La categoría o grupo de derechos reales conocidos como derechos de adquisición preferente
comprende fundamentalmente los derechos de tanteo, de retracto y de opción.
Los dos primeros se han desarrollado sobretodo de la mano de la ley y, por tanto, se afirma de
ambos que tienen origen legal.
El tercero, el derecho de opción, tiene, por el contrario, origen convencional o voluntario. Esto
es, no lo atribuye la ley, sino que nace a consecuencia de un pacto o negocio entre las partes
interesadas.
Pese a lo dicho, existe igualmente un denominado retracto de origen convencional y cabe además
que los particulares, convencionalmente, pacten derechos de adquisición preferente de
contenido o carácter atípico, dado que en el Derecho español rige el sistema de numerus apertus
respecto de los derechos reales.
Los derechos de adquisición preferente son evidentemente derechos reales, en cuanto atribuyen
al titular de los mismos un señorío parcial sobre la cosa que recaen. Dicho señorío es, ciertamente,
muy limitado: se circunscribe en exclusiva a adquirir la cosa con preferencia frente a cualquier
otra persona en el caso de que el propietario pretenda enajenarla a título oneroso (los derechos
de adquisición preferente no son aplicables en las enajenaciones gratuitas o lucrativas:
donaciones, herencia testada o intestada…).
Ahora bien, dicha preferencia ha de ser respetada tanto por el propietario cuanto por los
restantes miembros de la colectividad, por tratarse de un derecho real recayente de forma directa
e inmediata sobre la cosa, con independencia de quien sea el propietario de la misma.
2. El Tanteo y el Retracto: Identidad de Función y Momento Temporal Divergente.
El tanteo y el retracto tienen, pues, la misma función: que el titular de los mismos pueda adquirir
alguna cosa con preferencia respecto de las demás personas.
El tanteo consiste en la facultad de adquirirla antes que lo haga otro, pagando el titular del
derecho de tanteo un mismo tanto. Es decir, tanto cuanto va a pagar el tercero por la cosa: el
mismo precio y en las mismas condiciones.
El retracto, por el contrario, supone ejercitar la facultad de preferencia adquisitiva una vez que la
enajenación ya ha sido realizada. El titular del retracto (denominado retrayente) se sitúa o coloca
en la misma posición que el tercer adquiriente, manteniéndose el resto de circunstancias y
condiciones de la enajenación realizada entre propietario y tercero (artículos 1525 y 1511 del CC).
Así pues la diferencia entre tanteo y retracto consiste sencillamente en el momento temporal a
que el derecho de adquisición preferente está referido:
181
b. El retracto entra en juego una vez consumada la enajenación entre propietario y tercero.
El Código Civil lo define en el artículo 1521, afirmando que “el retracto legal es el derecho de
subrogarse con las mismas condiciones estipuladas en el contrato, en lugar del que adquiere
una cosa por compra o dación en pago”.
No obstante la letra del artículo 1521 (“compra o dación en pago”), el retracto cabe en otros
supuestos de enajenación a título oneroso, incluso cuando la cosa objeto del retracto es
adquirida en subasta pública. Piénsese que, si no fuera así, sería fácil de burlar: le bastaría al
enajenante, por ejemplo, con hipotecar el bien y dejar que se sacara a subasta.
El retrayente adquiere el bien vendido al tercero subrogándose en la posición de éste, sin que
pueda hablarse de resolución o anulación de la enajenación habida.
Ahora bien, si el retracto se fundamenta en opciones de justicia valoradas por el legislador, es
igualmente justo que el tercero adquiriente, al que en definitiva se le margina de la operación, no salga
perjudicado a consecuencia del ejercicio del derecho de adquisición preferente por el retrayente.
Por ello, en caso de retracto, no bastará con que el retrayente abone el mismo precio hecho
efectivo por el tercero. Para que éste quede indemne, será necesario resarcirle de los gastos que
le haya originado la abortada adquisición.
A semejante finalidad atiende el artículo 1518 del CC que, aunque textualmente referido al retracto
convencional, es de aplicación general a los supuestos de retracto (artículo 1525 del CC): no se podrá
hacer uso del derecho de retracto sin reembolsar al comprador el precio de la venta, y además:
1. Los gastos del contrato y cualquier otro pago legítimo hecho para la venta.
b. Retracto de coherederos.
El Código Civil concede también a los coherederos derecho de retracto en el artículo 1067: “Si
alguno de los herederos vendiere a un extraño su derecho hereditario antes de la
partición, podrán todos o cualquiera de los coherederos subrogarse en lugar del
comprador, reembolsándole el precio de la compra, con tal que lo verifique en el
término de un mes, a contar desde que esto se le haga saber.
182
Obsérvese que el retracto sólo existe en el caso de que, antes de la partición ( o sea,
mientras dura la situación de indivisión hereditaria), uno de los herederos venda “su
derecho”. Evidentemente, mientras no se realice la partición el heredero difícilmente puede
comprometerse a entregar bienes concretos, ya que no sabe si le van ser adjudicados.
Una vez realizada la partición, en cambio, cualquiera de los coherederos puede vender
los bienes que le hayan correspondido sin que los demás, por mucho valor afectivo que
para ellos tengan, puedan ejercitar retracto alguno.
c. Retracto de colindantes.
En este caso, el retracto tiene como objetivo fundamental evitar la excesiva fragmentación de
la tenencia de la tierra, los minifundios, en cuanto se considera que su proliferación es
antieconómica.
De ahí que el artículo 1523 del CC disponga que “tendrán el derecho de retracto los
propietarios de las tierras colindantes cuando se trate de la venta de una fina rústica
cuya cabida no exceda de una hectárea”.
El Código requiere, además, que las tierras colindantes puedan considerarse como una
unidad física, sin que existan entre ellas lindes naturales (arroyos, caminos, etc.) o
servidumbres aparentes (como la de paso, por ejemplo) constituidas en favor de otras
fincas (artículo 1523.2 del CC).
Bajo semejante denominación, regula el Código Civil lo que comúnmente se denomina en la práctica
venta con pacto de retro, venta con carta de gracia (también artículo 108 de la LH), o directamente,
183
retroventa. Consiste dicha figura en una modalidad especial de la compraventa que conlleva un
pacto complementario en virtud del cual el vendedor puede recomprar, dentro de un plazo
temporal determinado en el propio contrato de compraventa, la cosa vendida.
La aproximación conceptual a la figura la realiza el Código Civil en el artículo 1507 con los siguientes
términos: “Tendrá lugar el retracto convencional cuando el vendedor se reserve el derecho de
recuperar la cosa vendida con la obligación de cumplir lo expresado en el artículo 1518 y lo
demás que se hubiese pactado”.
6. El Derecho de Opción.
184
derecho de opción puede configurarse como un derecho real sobre la cosa que, por
tanto, vincule a terceros en su observancia.
Respecto de los bienes muebles resulta incontrastable que la opción de compra
difícilmente puede acceder a la categoría de derecho real.
En cambio, en relación con los bienes inmuebles inscritos en el Registro de la
Propiedad, la cuestión es más discutible. El Código no se refiere específicamente al contrato
de opción de compra; pero el artículo 14 del Reglamento Hipotecario dispone que “será
inscribible el contrato de opción de compra…, siempre que además de las
circunstancias necesarias para la inscripción reúna las siguientes:
Así pues, el contrato de opción de compra, una vez elevado a escritura pública en la que
consten los requisitos reseñados, puede acceder al Registro de la Propiedad. A partir
de ese momento, lo cierto es que el derecho del optante (o de opción) cuenta a su favor
con los beneficios de la inscripción registral. Entre ellos destaca que el optante puede
ejercitar su derecho frente a cualquiera y no sólo frente a quien contrató con él. Por
tanto, no cabe afirmar que, una vez inscrita, tampoco juega la opción como un derecho real,
por no tener su titular un poder directo e inmediato sobre la cosa.
La opción inscrita no sólo puede hacerse efectiva frente a cualquier titular registral
posterior, sino que además, en caso de ser ejercitada, extingue los derechos y cargas
reales inscritos en el Registro con posterioridad. Por consiguiente, su eficacia erga
omnes es indiscutible y, a fin de cuentas, éste es el efecto fundamental derivado de la
calificación de un derecho como real.
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