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La presencia de las mujeres en la política desde las funciones del congresos, debe
fincarse en la premisa irrenunciable de que esa participación requiere ser ajena a
condicionamientos de cualesquier índole, sean estos por causa de su edad, de su
estado civil, escolar, cultural, de salud, preferencias sexuales, condición social,
rasgos personales, opiniones, capacidades diferentes y origen étnico o nacional.
Es por ello que desde los espacios de la vida pública se vuelve necesario prohijar
acciones afirmativas que dinamicen e instrumente medidas específicas y
concretas que en el corto plazo hagan posible la igualdad política de mujeres y
hombres en los partidos, así como en las instituciones del Estado y entre ellas,
específicamente, en las Cámaras de Diputados y de Senadores.
No cabe duda que lejos se ha quedado aquél año de 1993 cuando en el Código de
la materia se señalaba el mero deseo de que los partidos políticos “promovieran
una mayor participación de las mujeres en la vida política del país”.
Ello no dejaba de ser una mera declaración democrática de buena voluntad, pero
nada más. No obstante, por primeras vez en un ordenamiento federal se buscaba,
aunque sin la solidez necesaria, abrir el camino a la reivindicación electoral del
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Consejera Electoral del Instituto Federal Electoral
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voto pasivo de las mujeres. Es decir, por primera vez, de una manera elocuente,
la presencia de la mujer formaba parte de la agenda política nacional y, con ello,
se reconocía una deuda histórica que el Estado tenía con la otra mitad de su
población.
Ello, obviamente era insuficiente, a pesar de que tuvo un impacto positivo en
aquella LVI legislatura; en la que el porcentaje de mujeres pasó de un 8 por ciento
de participación al casi 14 por ciento en la Cámara de Diputados y de un cuatro
por ciento, a un 13 por ciento en la Cámara de Senadores.
No obstante, por muy diversas causa, fue perdiendo el impulso inicial, pues hasta
el año de 1996 y concretamente en el año 2002, se volvió a poner en el centro de
la discusión de los partidos políticos.
En artículo 175 de aquel COFIPE, las llamadas cuotas de género fueron algo más
que buenas intenciones. Así, por ejemplo, en 1996, se aprobaba una fracción XXII
transitoria del Código, donde se señalaba que los partidos considerarían en sus
estatutos que las candidaturas a diputados y senadores no excediesen del 70 por
ciento para un mismo género. Y ordenaba que “se promovería la mayor
participación política de las mujeres”. Pero sin instrumentar jurídicamente dicha
participación.
Por su parte, en las reformas de 2002, en el apartado “B” de dicho artículo 175, del
Código se sancionaba que “Las listas de representación proporcional se
integrarían por segmentos de tres candidaturas y que en cada uno de los tres
primeros segmentos de cada lista habrá una candidatura de género distinto. Así
mismo, por primera vez en el apartado “C” de dicho artículo se daba un sistema de
sanciones para los partidos que no cumpliesen con el mandato de la ley.
candidaturas “simbólicas”; por ejemplo, las de diputadas suplentes o colocar
candidatas en los últimos lugares de las listas de representación proporcional.
A pesar de esas reformas, en la actual integración del Congreso de la Unión, en el
Senado, solamente el 19. 5 % son mujeres lo que equivales a 25 senadoras de un
total de 128; respecto de la integración de la Cámara de Diputados, de las
quinientas diputaciones únicamente 124 curules están ocupadas por mujeres; lo
que representa apenas el 24.8 %. La disparidad es manifiesta, sobre todo si la
reflejamos en el componente del padrón electoral: existen registrados en el mismo,
37 millones, setecientos treinta y siete mil, novecientos un hombres; mientras que
ese mismo padrón arroja la cantidad de 40 millones, cuatrocientos noventa y cinco
mil, quinientos diecinueve mujeres, es decir el 48. 27 % y el 51. 73%
respectivamente. Esto no es un argumento meramente demográfico, para poner
el fenómeno de la irrupción de la mujer en el centro de la política, pero sí
constituye un dato duro y por lo tanto irrefutable, que permite fijar con exactitud la
dimensión del problema.
No obstante los logros alcanzados, resulta evidente que las mujeres, no sólo
socialmente sino demográficamente, están inequitativamente representadas en el
ejercicio legislativo, pues además de que su número es mayor al de los hombres,
su universo de afectación no tiene un contrapeso camaral específico.
Ello no sólo debe entenderse respecto de la legislatura federal, sino que la ola
expansiva del empoderamiento de las mujeres requiere alcanzar todos los niveles
de gobierno; ya de la federación, ya de los estados ya de los municipios,
entendiéndose necesariamente entre ellos a las legislaturas locales y a los
poderes judiciales.
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La transversalidad política, hace posible que, a través de acciones específicas, se
plantee una estrategia, no coyuntural sino de corto y mediano plazo, que mediante
una ingeniería parlamentaria impulse la formación y desarrollo de instancias de
participación de las mujeres en la vida legislativa a nivel nacional. Abordando
temas como es el caso de la paridad, vis á vis el género. Esa presencia, entre
otras bondades, empataría o mejor dicho, cumpliría con los compromisos
internacionales signados por el gobierno de México en esta materia.
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Esa ruta de la igualdad tuvo eco, pues como ya se dijo, en el año de 2002 se
regula en el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales las
llamadas cuotas de género o equidad de género, respecto de las candidaturas
propuestas por los partidos políticos. Por cuanto hace a la materia penal, en ese
mismo año, se tipificó en el Código Penal para el Distrito Federal el delito de
discriminación por razón de género.
Todo ello es una muestra clara de cómo mediante la ruptura de los paradigmas
político-electorales que venían marcando directrices en años anteriores se ha
hecho posible un avance, aunque no suficiente, pero sí consolidado, hacia la
igualdad de géneros en el espectro electoral.
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deben procurar la paridad de géneros para su acceso al Congreso de la Unión
tanto en las diputaciones de mayoría relativa como en las de representación
proporcional. (art. 218 del COFIPE).
Esta nueva disposición me parece que aún se queda corta y no refleja la realidad
del componente demográfico y socioeconómico del país, pues el Constituyente
Permanente no equiparó a hombres y mujeres, toda vez que las candidaturas,
tanto de senadores como de diputados, la norma legal sólo mandata a que “al
menos el cuarenta por ciento de candidatos propietarios” correspondan a un
mismo género. Con la aclaración que el propio artículo 219 señala en su párrafo
dos, que quedan exceptuadas de esa obligación aquellas candidaturas de mayoría
relativa que sean resultado de un proceso de elección democrático, conforme a los
estatutos de cada partido. Dice además la norma legal, “procurando llegar a la
paridad”. Dada la inercia propia de los partidos, difícilmente ello podría igualarse, y
mucho menos revertirse, para que hubiese más candidatas mujeres que hombres.
(art. 219 del COFIPE).
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El desacato a esas disposiciones relativas a la cuota de género, será causa
suficiente para que el Consejo General requiera al partido correspondiente su
cumplimiento dentro de las cuarenta y ocho horas. Si el partido no cumpliere con
las sustituciones pertinentes, al menos en el mínimo de dicha cuota, será
amonestado públicamente dándosele veinticuatro horas para que cumpla; pero si
ni aún así lo hiciere, entonces el partido será sancionado con la negativa del
registro de las candidaturas correspondientes. (art. 221 del COFIPE).
En ese tenor, los numerales del décimo cuarto al décimo sexto de dicho acuerdo
dan cuenta de los mecanismos para determinar las candidaturas cuya solicitud de
registro se niega en caso de violación de la norma.
Así, el numeral decimosexto, preceptúa que para aplicar dicho artículo 221,
párrafo 2, del Código, en caso de las candidaturas de mayoría relativa, se
realizará un sorteo entre los candidatos registrados por el partido o la coalición
para determinar quiénes de ellos perderán su candidatura, hasta satisfacer el
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requisito establecido en el artículo 219 de dicho código, excluyendo, como ya se
dijo, las candidaturas que fueron producto de un proceso democrático.
b) Si de las listas (cinco listas en su caso, una por cada circunscripción en que se
divide el territorio nacional en materia plurinominal) se colige que todos o alguno
de los segmentos no tiene dos candidaturas de género distinto, entonces se
procederá a ubicar en los lugares correspondientes en forma alternada a los
primeros candidatos de género distinto al predominante que esté en la lista.
Recorriendo los lugares hasta cumplir con el requisito legal en cada uno de los
segmentos. No obstante, si aun así no se ajusta el requisito de ley, se suprimirán
de las respectivas listas las fórmulas necesarias hasta ajustarse al límite permitido
por la normatividad, hasta satisfacer el requisito de que las fórmulas de candidatos
propietarios de un mismo género no superen el setenta por ciento y, así mismo,
que los segmentos se integren por dos candidaturas de género distinto, iniciando
con los registros ubicados en los últimos lugares de cada una de las listas. Es
importante señalar que tanto en los casos de mayoría relativa como en de
representación proporcional, la negativa del registro, en su caso, se entenderá
respecto de la fórmula completa, es decir de propietario y suplente.
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En ese orden, la totalidad de solicitudes de registro de candidaturas de diputados
por mayoría relativa por los partidos políticos nacionales y coaliciones fueron
presentadas ante los trescientos Consejos Distritales, quienes celebraron la
sesión correspondiente a fin de registrar a dichos candidatos y en esa misma
fecha, fueron presentadas las candidaturas para diputados de representación
proporcional ante el Consejo General del Instituto Federal Electoral.
No sólo los políticos sino los ciudadanos actúan desde su circunstancia teniendo
como perspectiva la razón pública. Ello se debe a que existe una relación entre
los ciudadanos y la política. Eso mimo presupone una participación en las
decisiones electorales y por consiguiente en la necesaria equidad de género en la
función parlamentaria, pues unas y otros están de esa manera debidamente
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representados. Sólo bajo esta fórmula, el ejercicio del poder político es el
apropiado y en consecuencia, éste puede ser suscrito por ciudadanos y
ciudadanas a la luz de principios de igualdad razonable y racional. Eso es a lo que
debe llamarse legitimidad política.
fórmula mínima de porcentajes que se da en la realidad política partidista de 40
por ciento de candidaturas para mujeres y 60 por ciento para hombres que es
como sucede en los hechos, está en la realidad rebasada. No corresponde a los
valores ciudadanos de igualdad histórica que ésta demanda pero nunca ha tenido.
Por tanto resulta esencial que una política igualitaria incluya, además de los
principios de justicia electoral, razonamientos pertinentes que aclaren y declaren
los valores sustantivos que dan razón de ser a la paridad de género en el llamado
voto pasivo; para decirlo en términos kantianos, se requieren argumentos basados
en la libre y bien informada razón y en la puntual reflexión, en tanto que éstas
expresen acertadamente nuestra opinión y con ello nuestro deseo político. Desde
luego dichos principios se conjugan en reglas a través de las cuales los
ciudadanos deciden la aplicación adecuada de esos principios identificando las
políticas y las normas que mejor los satisfagan.
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Ello significa que la equiparación entre mujeres y hombres en oportunidades para
aspirar a una candidatura a cargo de elección popular, implica que los valores
específicos de esa concepción pueden equilibrarse y combinarse apropiadamente
al unirse en la dinámica social, de tal manera que den una suerte de respuesta a
todos los planteamientos que se ponga sobre la mesa de la discusión política los
principios sustantivos que dan sentido y razón a la igualdad.
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