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La sangre humana es un líquido, con una densidad de alrededor de 1.04 g/cm³, muy
cercana a la del agua, que es de 1.00 g/cm³. La viscosidad de la sangre varía entre 2.5 y 4
veces la del agua. Su circulación en nuestro organismo depende del corazón, que se puede
considerar como una bomba doble, pues tiene dos lados, cada uno con una aurícula y en
ventrículo (ver figura). Además del corazón, que bombea la sangre, el sistema
cardiovascular incluye las arterias, que transportan la sangre a los órganos, músculos y piel;
y las venas, que devuelven la sangre al corazón.
La arteria más importante es la aorta. Ésta se ramifica para formar arterias más
pequeñas, las que a su vez se ramifican a arterias aún más pequeñas, hasta que finalmente
la sangre llega a los pequeñísimos capilares del lecho vascular. Estos vasos capilares son tan
pequeños que los glóbulos rojos deben pasar por ellos de uno a uno. Después de pasar por
los capilares, donde los materiales que la sangre transporta se intercambian con los tejidos
circundantes, la sangre fluye a las venas y regresa al corazón.
La circulación de la sangre fue descubierta por el español Miguel Servet y
redescubierta por el médico inglés William Harvey.
La bomba cardíaca
La presión arterial
La presión arterial es la presión que ejerce la sangre contra la pared de las arterias. Esta
presión es imprescindible para que circule la sangre por los vasos sanguíneos y aporte el
oxígeno y los nutrientes a todos los órganos del cuerpo para que puedan funcionar.
La presión arterial fue descubierta en 1733 por el sacerdote, fisiólogo y botánico
inglés Stephen Hales. Este investigador tomó una muestra de sangre de la carótida de un
caballo sirviéndose de una cánula unida a un tubo delgado de vidrio que sostenía
verticalmente. El original experimento trataba de determinar la velocidad de eyección de la
sangre. Hales se sorprendió al descubrir
que la sangre se elevaba a unos tres
metros de altura, y fue el primero en
establecer una relación entre la presión
arterial y la presión atmosférica, es de-
cir, el primero en medir la presión
arterial.
Parece extraño que este
descubrimiento fundamental no tuviera
repercusiones en medicina durante casi
siglo y medio. Pero es que, aparte de
que se le veía poco interés a la presión
arterial, para medirla había que hacer
una incisión en una arteria, con el
consiguiente riesgo de provocar una
hemorragia fatal. Pasó un tiempo antes de que se ideara otra manera de medirla.
El aparato que usa en la actualidad para medir la presión arterial se llama
esfigmomanómetro o baumanómetro, y el lugar habitual para medirla es el brazo.
La presión arterial depende de los siguientes factores:
El flujo de la sangre
Los líquidos en reposo trasmiten íntegramente y en todas direcciones las presiones que se
les aplican, pero no cuando se hallan en movimiento a través de un tubo. Es lo que pasa con
nuestro sistema circulatorio: el fluido es la sangre, y las arterias y venas los tubos del
circuito.
Si el líquido fluye por un tubo recto en forma rítmica, el flujo es laminar, es decir que
puede imaginarse como un conjunto de láminas concéntricas que se deslizan una sobre
otra, la central será la de mayor velocidad mientras que la que está tocando al tubo tendrá
la mínima velocidad. Si consideramos las velocidades de las diferentes capas de líquidos en
un tubo tendremos que el fluido que está en contacto con la pared del tubo que lo contiene
prácticamente no se mueve, las moléculas del fluido que se mueven a mayor velocidad son
las que se encuentran en el centro del tubo.
La energía necesaria para que el líquido viaje por el tubo debe vencer la fricción
interna de una capa sobre otra. Si el líquido tiene una viscosidad η el flujo sigue siendo
laminar siempre y cuando el valor de la velocidad del fluido V por el diámetro del tubo d
dividido entre el valor η no exceda de un valor crítico conocido como número de Reynolds:
gasto = A aortaνaorta
Por otra parte, dado que el gasto medio total a través de la aorta y los capilares debe
ser el mismo, tenemos que
Lo que esto quiere decir es que la rapidez con que se mueve la sangre en los
capilares es mucho menor que en la aorta, lo cual permite el intercambio de gases y otros
materiales en los tejidos.
Conclusión
Los conocimientos que nos da la ciencia —en particular la física— sobre el sistema
cardiovascular nos ayudan no sólo a comprender cómo funciona éste, sino también a
detectar y tratar sus enfermedades. Actualmente tenemos, además de los estetoscopios que
vemos en todo consultorio médico, aparatos para medir la presión arterial con gran
precisión y equipos para tomar electrocardiogramas aprovechando los potenciales
eléctricos que se generan el músculo cardíaco cuando se contrae.
Tan sólo hace 25 años un ataque cardíaco no tenía remedio y una gran parte de la
gente que lo sufría moría. Ahora se cuenta con equipos que detectan el problema a tiempo e
instrumentos para tratar de resolverlo.
BIBLIOGRAFÍA
Serway, Raymond A. y Faughn, Jerry S.: Física. Quinta edición. Pearson Educación.
Piña Barba, María Cristina: La física en la medicina. Colección “La ciencia para todos”,
volumen 37. Edición conjunta de la SEP, el CONACYT y el Fondo de Cultura Económica,
1987.