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Saber escuchar al perro
tancia de comenzar con algo muy ligero. La idea era enseñar a la perra
a que mordiera "suavemente" los objetos que cobrara.
Decidimos usar uno de los antiguos baberos de Ellie, al que hicimos un
nudo. Una mañana sacamos a Kelpie al aire libre, lanzamos el babero y
esperamos que nos lo trajera. Nos emocionó mucho cuando ella dio un
brinco y fue a recoger el babero, pero nuestras expresiones pronto cam-
biaron cuando pasó corriendo por nuestro lado y se metió en casa.
Recuerdo a mi marido dirigiéndome una mirada perpleja: "Y ahora, ¿qué
dice el libro que tenemos que hacer?", preguntó. En aquel momento creo
que todos nos partimos de risa. Cometimos un montón de errores con
Kelpie, pero también nos divertimos mucho. Siempre que hoy se me sube
a la cabeza mi talento o me siento demasiado segura sobre la capacidad
que tengo de controlar a los perros, me acuerdo de aquel momento.
Pero Kelpie era, al fin y al cabo, la perra de mi marido. Yo estaba tan
encantada con ella y con lo bien que había encajado en nuestra vida que
poco después decidí tener mi propia perra. Me había enamorado sin
remedio de la raza Spaniel y compré una cachorrita de nueve semanas,
una Springer spaniel con linaje de campeones. La llamé Lady, por la
perra imaginaria que había tenido de niña.
Estaba menos interesada en la caza que en la crianza de perros y en
las exposiciones caninas. Lady fue quien me inició en ese fascinante
mundo. A mediados de la década de 1970, vlajaba con ella a exposicio-
nes por todo el país. Era una perra encantadora y tenía mucho éxito
con los jueces adondequiera que íbamos. En 1976, Lady se había clasi-
ficado para la exposición canina más prestigiosa, la de Cruft's, en
Londres. El día que viajamos hasta el famoso centro de exposiciones
Olympia fue un momento que me llenó de orgullo.
Encontré el mundo de las exposiciones caninas gratificante y extra-
ordinariamente divertido. Ante todo, era una gran red social, una
forma de conocer gente que compartía los mismos gustos. Dos de los
mejores amigos que hice fueron Bert y Gwen Green, una pareja bien
conocida en el mundillo, cuya línea de perros, con el afijo Springfayre,
era enormemente popular. Bert y Gwen conocían mi interés por ini-
ciarme en la cría de perros. Fueron ellos quienes me regalaron a
Donna, una perra de tres años, que era la abuela de Lady. Donna tenía
todo lo necesario para ser una buena perra de base y me ayudó a empe-
zar mi propia línea de cría. Pronto me había dado mi primera camada,
y me quedé uno de los siete perros, al que llamé Chrissy.
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Una vida rodeada de perros
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