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Ya marcadas las líneas generales del PIB, procedemos a desglosar los agregados. Por el lado del
gasto, hemos de remarcar el mayor varapalo que se llevaron, durante aquellos años nefastos, las
importaciones (a partir de entonces el saldo en nuestra balanza de pagos es positivo, cosa que contrasta con
los años precedentes) y la formación bruta de capital (conjunto que, en bruto, menos suma al PIB, pero
cuya remontada ha sido tanto más costosa cuanto los altos niveles de desempleo venían para quedarse de
forma alarmante; en cualquier caso, es buen indicador de los ciclos). Por el contrario, las exportaciones
supieron mantenerse y remontar, algo que, quizás salvo por lo último, también puede decir el gasto en
consumo final, protagonista del destino dado a las rentas. Salvo por la segunda (FBC), todos han rebasado
(aun por poco margen) los niveles previos a la crisis, pudiendo decir que han terminado el periodo con un
crecimiento más o menos sostenido.
Por el lado de la producción, sencillamente decir que todos los sectores de la actividad, a excepción
de la construcción, han experimentado un incremento neto de su Valor Añadido Bruto, al menos en precios
corrientes. Esto incluye el saldo entre impuestos y subvenciones. Si tuviéramos que destacar algunos
aspectos, empezaríamos por exponer la mayor estabilidad del sector servicios, al que la crisis parece haber
afectado más en forma de pequeño bache y dificultades a la expansión que como vorágine destructiva. Muy
diferente pues de la construcción, inmersa en una burbuja especulativa cuya raíz se encuentra en la
liberalización del suelo y el alto precio de la vivienda, y cuyos efectos están aún en la memoria de todos.
No sorprende pues que, de 128,6936 (índice base 2010) en 2007 pasase a 69,1381 (ídem) a comienzos de
2014. Por lo que resta, nos basta decir que el sector primario, pese a sus variaciones, se ha mantenido sin
grandes sustos (habría que ver el papel de los subsidios europeos en esto), y que la industria se sostiene sin
demasiadas expectativas de cara a un futuro en el que la ventaja comparativa juega en su contra (habría que
ver el papel de las facilidades estatales en esto). El saldo de impuestos y subvenciones se limita a seguir la
tendencia general.
¿Podemos, finalmente, decir que de cara a las rentas la situación ha mejorado? Sí, pero de forma
muy reciente y ni mucho menos de forma paralela. Todo sea dicho: en 1995 no distaba un gran espacio
entre la renta de los asalariados y la suma del excedente de explotación bruto con la renta mixta bruta
(53.700 y 50.407 millones de euros, respectivamente). El periodo de expansión siguiente desfiguró esta
realidad, en el mejor de los sentidos: ambas partes subieron de la mano de la diferencia entre tributos y
subsidios, aunque con mayor beneficio para los asalariados, alcanzando un máximo relativo estos en 2008
(140.675 millones de euros), mismo año en que lo hicieran las plusvalías (118.573 millones). El crack
perjudicaría a ambos, volviendo a aproximar ambas variables (y, por tanto, suponiendo un mayor cambio
para las rentas de los trabajadores por cuenta ajena). En la actualidad vemos un crecimiento tímido de
ambas.