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CUENTAS NACIONALES. Introducción II.

Guillermo Martínez Martínez.


Si atendemos a los primeros datos que se nos exige analizar, tenemos contrapuestos un PIB medido
en precios de mercado junto a otro en precios constantes, indicador del volumen, real. Lo interesante es, en
verdad, el hecho de que los datos absolutos no nos aporten tanto como sus tasas de crecimiento: con los
primeros observamos un comportamiento más fluctuante en precios de mercado; con los segundos
inducimos de forma más clara las variaciones en la masa monetaria. Así, es visible que durante los años de
bonanza (~1995 - 2007) la inflación debió darse en una cuantía suficiente como para distanciar sendas tasas
en poco más de un punto porcentual, estado con el que la recesión daría fin (2008 – 2014~), llegando incluso
a breves episodios deflacionarios en su momento álgido. Desde entonces, volvemos a apreciar subidas de
precios, aunque más leves. Cabría, en cualquier caso, reflexionar sobre el efecto que tendrá la recientemente
anunciada medida del BCE: la compra de deuda a unos bancos que ya tienen liquidez (casi todos los grandes
en la zona euro por encima de los estándares legales) pero que no logran darle salida.
A falta de un repaso más preciso, aquí van algunos datos: el periodo comienza con 112.208
millones de euros a precios corrientes (65,1176 reales, base ~2010) y termina con 302.695 millones
(108,3850, ídem). El crecimiento es, pues, patente. A su vez, cabría hablar del máximo relativo del 2º
trimestre del 2008, con 280.542 millones (104,3612 reales), solo recuperado en 2016, así como del mínimo
relativo del tercer trimestre de 2013, con 255.692 millones (94,3441), que nos retrotrae a 2006.

Ya marcadas las líneas generales del PIB, procedemos a desglosar los agregados. Por el lado del
gasto, hemos de remarcar el mayor varapalo que se llevaron, durante aquellos años nefastos, las
importaciones (a partir de entonces el saldo en nuestra balanza de pagos es positivo, cosa que contrasta con
los años precedentes) y la formación bruta de capital (conjunto que, en bruto, menos suma al PIB, pero
cuya remontada ha sido tanto más costosa cuanto los altos niveles de desempleo venían para quedarse de
forma alarmante; en cualquier caso, es buen indicador de los ciclos). Por el contrario, las exportaciones
supieron mantenerse y remontar, algo que, quizás salvo por lo último, también puede decir el gasto en
consumo final, protagonista del destino dado a las rentas. Salvo por la segunda (FBC), todos han rebasado
(aun por poco margen) los niveles previos a la crisis, pudiendo decir que han terminado el periodo con un
crecimiento más o menos sostenido.
Por el lado de la producción, sencillamente decir que todos los sectores de la actividad, a excepción
de la construcción, han experimentado un incremento neto de su Valor Añadido Bruto, al menos en precios
corrientes. Esto incluye el saldo entre impuestos y subvenciones. Si tuviéramos que destacar algunos
aspectos, empezaríamos por exponer la mayor estabilidad del sector servicios, al que la crisis parece haber
afectado más en forma de pequeño bache y dificultades a la expansión que como vorágine destructiva. Muy
diferente pues de la construcción, inmersa en una burbuja especulativa cuya raíz se encuentra en la
liberalización del suelo y el alto precio de la vivienda, y cuyos efectos están aún en la memoria de todos.
No sorprende pues que, de 128,6936 (índice base 2010) en 2007 pasase a 69,1381 (ídem) a comienzos de
2014. Por lo que resta, nos basta decir que el sector primario, pese a sus variaciones, se ha mantenido sin
grandes sustos (habría que ver el papel de los subsidios europeos en esto), y que la industria se sostiene sin
demasiadas expectativas de cara a un futuro en el que la ventaja comparativa juega en su contra (habría que
ver el papel de las facilidades estatales en esto). El saldo de impuestos y subvenciones se limita a seguir la
tendencia general.
¿Podemos, finalmente, decir que de cara a las rentas la situación ha mejorado? Sí, pero de forma
muy reciente y ni mucho menos de forma paralela. Todo sea dicho: en 1995 no distaba un gran espacio
entre la renta de los asalariados y la suma del excedente de explotación bruto con la renta mixta bruta
(53.700 y 50.407 millones de euros, respectivamente). El periodo de expansión siguiente desfiguró esta
realidad, en el mejor de los sentidos: ambas partes subieron de la mano de la diferencia entre tributos y
subsidios, aunque con mayor beneficio para los asalariados, alcanzando un máximo relativo estos en 2008
(140.675 millones de euros), mismo año en que lo hicieran las plusvalías (118.573 millones). El crack
perjudicaría a ambos, volviendo a aproximar ambas variables (y, por tanto, suponiendo un mayor cambio
para las rentas de los trabajadores por cuenta ajena). En la actualidad vemos un crecimiento tímido de
ambas.

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