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Nos ocuparemos, tan sólo, de la segunda época de Wittgenstein, que –de hecho– es quizás la
que tiene una influencia más perdurable en la teorización sobre el lenguaje de los autores
posteriores (…). Especialmente durante su segunda época (iniciada alrededor de los años 1932-
34), Wittgenstein alterna las reflexiones sobre el lenguaje con otras aportaciones importantes en
el terreno de la epistemología, la filosofía de las matemáticas y, sobre todo, la filosofía de la
mente.
1. Preliminares metodológicos
Es característico del pensamiento desarrollado por Wittgenstein durante su segunda etapa una
tendencia contraria a la sistematización teórica; una voluntad de señalar que las
generalizaciones y precisiones que proporcionan las teorías o las definiciones deja de lado
frecuentemente aspecto de la pluralidad de temas que abordan que son más importantes de lo
que suponen los filósofos usuales (que proponen definiciones, teorías sistemáticas,
generalizaciones). Esta concepción metodológica quizás no es completamente esencial al núcleo
de sus nuevas tesis sobre el lenguaje; pero permite entender mejor el espíritu general de sus
escritos. En las dos próximas secciones presentamos algunos elementos centrales de esta
concepción.
Todo esto presupone, a su vez, que efectivamente existen estos rasgos o características poseídos
por los F y sólo por ellos.
Wittgenstein pone en duda esta línea de pensamiento. Considera que hay muchos conceptos en
relación con los cuales no podemos aplicar con éxito la estrategia del análisis mediante
condiciones necesarias y suficientes. Algunos de ellos son los que se denominan usualmente
conceptos cúmulo. Un concepto cúmulo tiene una estructura imprecisa parecida a la de las
familias de descripciones definidas postuladas por Searle.
Pero, si no hay ningún conjunto e características individualizadoras de las entidades que caen
bajo un determinado concepto cúmulo, ¿cómo es que el concepto se aplica a ciertos objetos y no
a otros?
Wittgenstein responde diciendo que entre las diferentes ejemplificaciones del concepto hay tan
sólo parecidos de familia. Esta noción se inspira en ciertos casos de conceptos cúmulo: los que
clasifican conjuntamente diferentes personas miembros de una misma familia y que, de alguna
manera, se parecen los unos a los otros.
Asimismo, es posible que no haya ningún rasgo particular compartido tan sólo por todos los
individuos que tiene este mismo parecido. Unos se parecen a los otros en la nariz, o en la forma
de las orejas; en otros casos, es la cantidad y/o la distribución de pelo entre las cejas lo que
cuenta.
Wittgenstein defiende que pasa lo mismo con muchos otros conceptos, especialmente algunos
tradicionalmente analizados por los filósofos: significado, causa, tiempo, proposición, justicia,
número, pensar, intentar, etc.
El hecho de que los diversos individuos que caen bajo un concepto cúmulo pueda ser
clasificados unitariamente –pese a que no compartan ninguna característica identificadora– sería
explicable porque todos ellos se parecerían a algunos casos particulares que ejemplifican muy
bien todos o muchos de estos diferentes rasgos.
Estos casos particulares serían los paradigmas del concepto respectivo, los cuales nos servirían
como modelo. Lo que pasa, obviamente, es que los demás casos no se parecerían a los
paradigmas exactamente en los mismos aspectos.
Diferentes ejemplificaciones de tales conceptos tienen sólo parecidos de familia: quizá se aplica
el concepto según la semejanza con algunos casos paradigmáticos que sirven como modelo,
pero diferentes casos pueden parecerse al paradigma respecto a rasgos diferentes sin que haya
nada común a todos los casos.
Wittgenstein utiliza el concepto de juego de dos maneras relacionadas entre sí, pero diferentes.
Por una parte, le sirve para ilustrar la noción de concepto cúmulo. En efecto, clasificamos
actividades muy diversas como juego cuando, según Wittgenstein, no es posible encontrar
ninguna característica definidora de todos los juegos: no habría condiciones necesarias y
conjuntamente suficientes para ser un juego. Todas las tentativas de especificar la esencia
común identificadora de los juegos es vana (hay juegos no competitivos, hay juegos sin reglas,
hay juegos jugados en solitario, etc.).
Por otro lado, el concepto de juego interviene como una parte (composicionalmente relevante)
del concepto más complejo de juego de lenguaje, introducido por Wittgenstein. Los juegos de
lenguaje son lenguajes muy sencillos o primitivos. Su simplicidad los hace especialmente aptos
para servir como ilustración de los conceptos que queremos examinar, porque en estos
lenguajes cuestiones como la verdad y la falsedad o la naturaleza de la aserción, la suposición y
la pregunta aparecen sin el fundo perturbar de los procesos de pensamiento altamente
complicados vinculados a los lenguajes normales que son muchos más complejos (Cuaderno
azul, pp. 44-45).
Cuando consideramos formas de lenguaje tan sencillas, desaparece la niebla mental que parece envolver
nuestro uso ordinario del lenguaje (…) podemos construir las formas complicadas partiendo de las
primitivas mediante la adición gradual de formas nuevas (Cuaderno azul, p. 45).
Pero esta simplicidad no implica que un juego de lenguaje sea una idealización simplificadora
de los lenguajes naturales no simples, ni tampoco una parte imperfecta de un lenguaje natural:
No estamos considerando los juegos de lenguaje que describimos como partes incompletas de un
lenguaje, sino como lenguajes completos en sí mismos, como sistemas completos de comunicación
humana (Cuaderno marrón, p. 116).
Nuestro juegos de lenguaje, claros y simples, no son estudios preparatorios para una futura
reglamentación del lenguaje –como quien dice, primeras aproximaciones, sin tener en cuenta el
fregamiento y la resistencia del aire. Los juegos de lenguaje más bien son ahí como objetos de
comparación, que, por semejanza y desemejanza, han de iluminar las condiciones de nuestro lenguaje
(Investigaciones filosóficas, 130).
Imaginémonos un lenguaje (…) [que] tiene que servir para la comunicación de un constructor a con un
ayudante suyo B.
A lleva a cabo una construcción a base de materiales de piedra; hay bloques, columnas, losas y bigas.
B le tiene que alargar los materiales, y lo tiene que hacer siguiendo el orden en que a los necesita.
Con esta finalidad se sirven de un lenguaje que consta de las palabras “bloque”, “columna”, “losa”,
“biga”.
⎯ Como parte de la noción de juego de lenguaje: los juegos de lenguajes son lenguajes
particularmente sencillos o primitivos y cuya simplicidad les hace aptos como objetos a
partir de los cuales reflexionar, en general, sobre la naturaleza del significado;
incluyendo el significado de lenguajes complejos.
Conviene tener en cuenta, asimismo, que en otras ocasiones Wittgenstein hace un uso más
amplio de la noción de juego de lenguaje. Parece que también los lenguajes más complicados, o
diferentes partes de ellos, son considerados juegos de lenguaje, así como la totalidad formada
por el lenguaje y por las actividades con que está entretejido.
Los dos usos wittgensteinianos del concepto de juego están relacionados porque, habiendo
definido que el concepto de juego es cúmulo, Wittgenstein sostiene que también lo es el juego
de lenguaje y, en general, la noción de lenguaje y las nociones asociadas estudiadas por los
filósofos: significado, representación, proposición, verdad, comprensión lingüística, nombre,
etc.
De todos estos conceptos, el concepto de significado es central. En relación con él (como pasa
en relación con los otros conceptos cúmulo), Wittgenstein recomienda que pongamos mucha
atención a la observación de la gran variedad de modos en que hablamos de significar y de
significado.
Al comienzo del Cuaderno azul Wittgenstein propone abordar el estudio del significado
lingüístico de manera indirecta, planeando alguna de nuestras cuestiones sobre el significado de
una determinada expresión lingüística como cuestiones diferentes. Así, es conveniente acercarse
al tema indagando primero en qué consiste una explicación del significado de la expresión. Esta
pregunta conduce a menudo a otra estrechamente vinculada con ella: en qué consiste conocer o
comprender el significado de la expresión.
Para entender bien qué es (y que no es) el significado de una expresión lingüística es
fundamental saber qué es explicar y –sobre todo– comprender este significado. Una gran parte
de las reflexiones wittgensteinianas sobre el lenguaje están guiadas por esta estrategia de
investigación; son reflexiones sobre qué condiciones tendrían que darse para poder afirmar que
alguien comprende el significado de un signo.
También aquí seguiremos esta línea metodológica en nuestra exposición de los puntos de vista
de Wittgenstein.
Para investigar cuestiones sobre el significado Wittgenstein sugiere que nos concentremos, al
menos inicialmente, en algunos de estos modos. Abordemos cuestiones como qué es una
explicación del significado de una palabra, o también qué es conocer, comprender el significado
de una palabra.
2. La concepción mentalista subjetivista del lenguaje
Recordemos que la tesis de la prioridad ontológica del pensamiento respecto al lenguaje (que
también hemos denominado mentalismo) establece que el contenido proposicional semántico, el
significado, depende del contenido proposicional intencional.
Por tanto, es también compatible con el externismo semántico, según el cual en la individuación
del contenido proposicional semántico intervienen esencialmente entidades objetivamente
externas a la mente.
Ø Pero filósofos como Locke combinan el mentalismo con el internismo psicológico: los
objetos intencionales que estructuran el contenido intencional son entidades mentales
subjetivas.
⇒ Tesis de la suficiencia: ciertas entidades mentales subjetivas, que asociamos con las
palabras de los lenguajes públicos, determinan el significado que tiene esas palabras.
Ciertas entidades mentales subjetivas, que (de acuerdo con la tesis de la necesidad)
asociamos con las expresiones de los lenguajes públicos, determinan el significado que
tiene estas expresiones.
Cómo se conectan las palabras con lo que significan. Arbitrariedad y semejanza natural.
Imágenes por similaridad
Será útil prestar atención a dos hechos sobre el lenguaje que, pese a ser relativamente pocos
controvertidos, son fundamentales en la discusión que presentamos.
El más trivial consiste en la arbitrariedad de la conexión entre las palabras y los objetos o las
propiedades externas del mundo al cual se aplican. Es obvio que la clasificación de todas las
superficies rojas con el predicado ‘rojo’ o de todas las formas cuadradas con el predicado
‘cuadrado’ es un hecho contingente no implicado por ninguna relación de similitud natural.
Requiere el aprendizaje específica de una lenguaje particular para conocer estas asociaciones
entre las palabras y las cosas.
Hablando así de conexión entre palabras y entidades extramentales no estamos presuponiendo nada
contra las teorías internistas como las que defiende Locke, porque no hemos exigido que las entidades
extramentales constituyan el significado de las palabras sino que tan sólo hemos hablado de aplicación de
las palabras a estas entidades, la cual cosa es compatible con la tesis lockeana sobre la significación
secundaria de los términos.
El otro hecho conocido es que las adscripciones de comprensión o conocimiento del significado
a los otros sujetos son hechas basándonos, al menos parcialmente, en su conducta. Dicho de otra
manera, las acciones de los individuos son, como mínimo, un indicio para concluir que
comprenden –o que no comprenden– el significado de las palabras.
Para el mentalista, estas acciones no son esenciales en la comprensión del lenguaje. Veremos
más adelante que según Wittgenstein las acciones son más que un mero indicio de que hay
comprensión lingüística; son constitutivas o definitorias de esta comprensión. Pero de
momento nuestra descripción pretende ser neutral entre ambas concepciones.
Ejemplos bien sencillos ilustran estos hechos sobre el lenguaje. Suponemos que proferimos ante
alguien la oración ‘Tráeme una flor roja’. Si a continuación el individuo nos trae una flor rojo,
consideraremos su acción –en principio– como indicio o manifestación del hecho de que ha
entidad nuestra oración.
Al mismo tiempo, no deja de ser cierto que las relaciones entre las palabras y las cosas a las
cuales han sido aplicadas (por ejemplo, la relación entre ‘roja’ y el color de la flor que nos trae
el sujeto) son arbitrarias.
Ante todo esto podemos hacernos esta pregunta: ¿cómo es que el sujeto que escucha la oración
anterior y actúa en concordancia (trayéndonos una flor roja) sabe lo que le pedimos? ¿Cómo
sabe, por ejemplo, cuál es el color de la flor que tendría que traer? ¿Por qué nos trae una flor
roja y no un flor de algún otro color? Estamos preguntando cuál es la explicación de estos
hechos que, por otro lado, son tan familiares.
Una respuesta correcta pero que, dado qué tipo de explicación queremos, sería trivial consistiría
en decir simplemente que el sujeto comprende o conoce el significado de la oración. Lo que
pedimos es precisamente una elucidación de lo que es tener esta comprensión lingüística que
permite al sujeto actuar como actúa.
Si, además de todo esto, el sujeto que comprende la oración ‘Tráeme una flor roja’ nos trae una
flor roja, entonces lo que ha hecho es (con respecto, específicamente, al término ‘roja’)
comparar los colores de las flores que ha visto (a las cuales tiene acceso normal mediante la
percepción visual) con el color de la imagen mental de rojo hasta que ha encontrado la flor
adecuada. Estos hechos, empero, son posteriores al fenómeno de la comprensión lingüística,
que consiste estrictamente en conectar apropiadamente palabras con entidades mentales
subjetivas.
Contrariamente a lo que sucede con la palara del lenguaje público, las entidades mentales
subjetivas serían –siempre según la interpretación wittgensteiniana de las teorías mentalistas
subjetivas– lo que Wittgenstein denomina imágenes por similitud. Esto quiere decir que las
entidades mentales guardan una relación de similitud natural (no arbitraria) con las
entidades objetivas extramentales de que son imágenes.
Por ejemplo, nuestra imagen de rojo se parece al color rojo de los objetos externos que
percibimos. De lo contrario, necesitaríamos ahora una explicación de cómo es que el sujeto,
guiado por su imagen mental de rojo, ha sido capaz de recoger la flor del color apropiado (tal
como necesitábamos inicialmente una explicación de cómo es que el sujeto, después de haber
escuchado la oración, ha sido capaz de recoger la flor del color apropiado).
Si no parece que tal explicación sea igualmente necesaria, seguramente es porque asumimos
implícitamente que establecer la conexión entre imagen mental y color externo es más
fácilmente explicable. Pero no lo sería si entre imagen mental y color externo hubiera la misma
arbitrariedad que hay entre palabra y color externo.
En nuestra ilustración hemos considerado la oración ‘Tráeme la flor roja’ y hemos examinado
la cuestión de la comprensión del significado con respecto concretamente a la palabra ‘roja’.
Naturalmente, nos podríamos plantear cuestiones análogas respecto a los otros términos de la
oración, de los cuales hemos hecho abstracción en la discusión del ejemplo.
Pero estas cuestiones análogas respecto a los otros términos de la oración y respecto al resto de
términos del lenguaje, no tendrían que tener la misma respuesta.
El término ‘rojo’ es un candidato plausible a ser considerado como un término básico, cuya
comprensión requiere asociar directamente una entidad mental subjetiva (probablemente –como
hemos supuesto– una imagen). Los filósofos mentalistas subjetivistas no se tienen que
comprometer con la tesis de que disponemos de imágenes mentales para ser asociadas con cada
una de nuestras palabras. Esto parece muy poco plausible, incluso si descuentan los términos
sincategoremáticos.
⇒ Nada requiere suponer que se asocien directamente entidades mentales con cada palabra
significativa del lenguaje. Para muchos términos su comprensión puede consistir en
asociarlos con otros términos, a través de definiciones verbales previamente aprendidas.
⇒ La mediación de definiciones verbales no puede operar en todos los casos (so pena de
incurrir en un círculo vicioso o regreso al infinito): en relación con ciertos términos
básicos (presumiblemente ‘rojo’, ‘cuadrado’, ‘hacia arriba’, …) sí asociamos entidades
mentales (por ejemplo, imágenes) que funcionan como imágenes por similaridad.
La correlación palabras-entidades mentales y la correlación palabras-acciones
En relación con las acciones que ponen de manifiesto conocimiento lingüístico, la concepción
mentalista subjetivista postula tres correlaciones relevantes:
2. La correlación, por semejanza natural, entre las entidades mentales y los objetos y
propiedades extra-mentales. Tenemos también, por otro lado, la correlación entre las
entidades subjetivas y las entidades objetivas (objetos y propiedades) extramentales
apropiadas. Es una correlación que se da por similitud natural.
3. La correlación (resultado de las dos correlaciones anteriores) entre las palabras y las
acciones que manifestarían comprensión lingüística (por ejemplo, actuar según una
petición o aplicar adecuadamente una descripción). Existen, finalmente, la correlación
(resultado de las dos correlaciones anteriores) entre las palabra y las entidades objetivas
extramentales. Puesto que las acciones del sujeto en relación con estas entidades
extramentales son al menos indicio de su comprensión del significado de las palabras
correspondientes, en realidad podemos considerar que esta tercera correlación
involucrada es la que vincula las palabras y las acciones del sujeto.
El ejemplo con que hemos ilustrado estas correlaciones era acerca de una petición verbal, así
pues una oración en imperativo. La dirección de las respectivas correlaciones era palabras-
imágenes-acciones, y la acción correspondiente (indicativa, en principio de la comprensión del
lenguaje) consistía en actuar de acuerdo con la petición. Cuando se trata de la proferencia de
una oración declarativa, un enunciado, la acción relevante con respecto a la atribución de
comprensión lingüística sería la misma proferencia, e indicaría, en principio, que hay tal
comprensión si, por ejemplo, se trata de una oración suficientemente simple y la descripción
que se hace es verdadera (todo esto suponiendo que se diesen las apropiadas condiciones de
normalidad, que no sería nada fácil de especificar).
Las teorías mentalistas subjetivistas defiende que solamente la correlación (1) [en cualquiera de
las dos direcciones] es esencial y definitoria de la comprensión del significado lingüístico. Que
se de o no la correlación (2) es un rasgo contingente, no fundamental, para entender qué es el
significado y su conocimiento. Por tanto, es igualmente contingente la correlación (3), que
depende parcialmente de la correlación (2).
Wittgenstein, al contrario, se caracteriza por argumentar que aquello esencial y definitorio del
significado es la correlación entre las palabras y las acciones (la correlación (3)), pero sin hacer
intervenir necesariamente entidades mentales subjetivas que funcionen a modo de
intermediarios entre las palabras y las acciones).
Veremos en las secciones siguientes sus razonamientos en defensa de esta tesis, basado en la
crítica de las dos subtesis que integran la concepción mentalista subjetivista: la tesis de la
necesidad y la tesis de la suficiencia.
En el planteamiento de sus objeciones, Wittgenstein hace servir una distinción entre razones y
causas. La distinción puede hacerse tan sólo en relación con acontecimiento que involucren
seres animados con capacidades intencionales, por ejemplo sujetos humanos. En los demás
acontecimientos intervendrán (muy probablemente) causas, pero –en el sentido de razón que
aquí es pertinente– no intervendrán razones.
Podemos preguntarnos por qué tiene lugar un determinado movimiento de un cuerpo humano,
tal como podemos hacer la misma pregunta ante cualquier otro acontecimiento.
Ahora bien, en el caso humano (más exactamente, en el caso intencional en general) la pregunta
puede interpretarse con naturalidad de dos maneras diferentes: como una pregunta –tan sólo–
sobre la causa del movimiento, o bien como una pregunta sobre la razón del movimiento. La
razón es como un paso que precede al movimiento y que lo justifica. Así pues, tan sólo habrán
razones en casos de acciones intencionales: la razón proporcionaría la justificación de por qué el
sujeto realiza la acción que corresponde al movimiento corporal (o que, quizás incluso, es
idéntica al movimiento corporal).
La formulación que hemos utilizado es neutral respecto a la tesis (que es materia de controversia
entre los filósofos de la acción) que cuando efectivamente intervenga una razón, este misma
razón sea causa de la acción intencional correspondiente. Lo que parece claro, en cualquier
caos, es que detrás de muchos acontecimientos corporales habrán causas pero no razones. Los
ejemplos antes mencionados (sangrar, tener erupciones en la piel) ilustran este punto. Son casos
en donde el sujeto no “hace” intencionalmente nada; el acontecimiento le “sucede”.
Cabe preguntarse por qué tiene lugar un determinado acaecimiento que pueda describirse como
un movimiento corporal humano (por ejemplo, una acción).
⎯ Sólo en algunos casos es también apropiada la pregunta como una indagación acerca de
la razón de que hayamos llevado a cabo el evento; en principio, sólo cuando se trata de
una acción intencional. No es apropiada si se trata, por ejemplo de la digestión o de un
acto reflejo.
Tal como hemos dicho, la relación entre las entidades objetivas extramentales y las palabras es
arbitraria.
Por otro lado, la relación de semejanza entre las entidades objetivas extramentales y las
imágenes mentales es arbitraria, sino natural.
De esto podemos concluir que la relación entre las imágenes mentales y las palabras es
arbitraria. Porque si no fuese así, si la relación imágenes.-palabras fuese natural, entonces
también ería natural la relación entre las entidades objetivas extramentales y las palabras
(asumiendo que la composición de dos relaciones naturales también habría de ser una relación
natural).
Así pues, se puede reproducir algunas variaciones a partir de las cuestiones inicialmente
planteadas sobre la comprensión del significado: dado que no hay semejanza natural entre las
palabras y las imágenes mentales, ¿cómo es que el sujeto que escucha la oración ‘Tráeme una
flor roja’ asocia las imágenes apropiadas con las palabras? ¿Cómo sabe qué imagen tiene que
asociar, por ejemplo, con la palabra ‘roja’?
Wittgenstein considera que el mentalista subjetivista tendría que dar la siguiente respuesta. La
correlación palabras-acciones (correlación (3)) es contingente al proceso de la comprensión
lingüística, porque éste consiste en asociar apropiadamente palabras con imágenes (establecer la
correlación (1)).
El paso final de la acción –recoger la flor roja y traerla– es algo que el sujeto hace
deliberadamente, movido por razones (no meramente por causas), y que podría escoger no
hacer.
El sujeto podría considerar más atinente no proferir el enunciado que –según su opinión– es
descriptivamente correcto. Dado que cualquiera de las dos conductas alternativas posteriores del
sujeto (traer o no la flor roja; proferir o no el enunciado verdadero) es igualmente compatible
con la comprensión).
Ahora bien, la primera fase del proceso, la asociación imágenes-palabras, no puede ser
igualmente deliberada, racional. El mentalista subjetivista tiene que reconocer que esta
asociación es automática, no deliberada.
La imagen evocada por la palabra no es alcanzada mediante un proceso racional (y si lo es, esto tan sólo
hace retroceder nuestro argumento), sino que este caso es estrictamente comparable con el de un
mecanismo en el cual se pulsa un botón y aparece una placa indicadora (Cuaderno marrón, p. 124).
El mecanismo podría (en el caso de la comprensión de una petición verbal) asociar directamente
la percepción de las palabras con las acciones que supuestamente –según la opinión del
mentalista subjetivista– eran tan sólo una manifestación contingente de la comprensión del
significado:
Podríamos imaginar que (…) la palabra provocó una imagen (…) en la mente [del sujeto] (…) el
adiestramiento habría establecido esta asociación (…) Pero, ¿fue esto necesariamente lo que ocurrió? Si
el adiestramiento pudo hacer que la idea o imagen surgiera –automáticamente– en la mente [del sujeto],
¿por qué no podría provocar las acciones [del sujeto] sin la intervención de una imagen? Esto consistiría
simplemente en una ligera variación del mecanismo asociativo (Cuaderno marrón, p. 124).
Una vez que el mentalista subjetivista ha reconocido que una parte del proceso total (que va de
la percepción de las palabras hasta la acción de actuar de acuerdo con la petición) no puede
apoyarse por ninguna justificación racional –tiene que ser automática–, ¿por qué descarta la
posibilidad de que todo el proceso sea de este tipo? ¿Por qué descarta que el mecanismo
asociativo conectase directamente las palabras percibidas con las acciones, sin la intermediación
de imágenes?
Pongámoslo en otros términos: si s posible que haya lenguajes que pueden ser entendidos sin
tener imágenes ni ninguna otra entidad mental subjetiva similar, entonces no hace falta postular
entidades mentales subjetivas para explicar la comprensión del significado de sus expresiones
por parte de los usuarios de estos lenguajes; y, por lo tanto –en general– la compresión del
significado lingüístico no requiere necesariamente la existencia de entidades mentales
subjetivas.
El mentalista subjetivista considera que las acciones que pondrían de manifiesto que hay
comprensión del lenguaje (por ejemplo, recoger y traernos una flor roja, después de haber
comparado las imágenes internas con los colores de las flores) son plenamente deliberativas:
son acciones intencionales realizadas reflexivamente, y por las cuales podríamos pedir una
justificación racional.
Pero según la concepción alternativa sugerida por Wittgenstein, nuestras acciones lingüísticas
(nuestras preferencias y las acciones con que respondemos a las proferencias de los otros)
quizás están mucho menos mediatizadas por la deliberación racional de lo que suponemos
normalmente. Como fundamento de algunas acciones lingüísticas (seguramente se trataría de
algunas muy básicas) podría haber, en lugar de procesos intelectuales de deliberación reflexiva
y justificación racional, respuestas relativamente automatizadas, similares a una acción refleja.
Con respecto a este ámbito de acciones tan sólo una explicación estrictamente causal sería
adecuada.
El mecanismo asociativo automático adquirido tras aprender un lenguaje podría correlacionar
directamente (sin intermediación de imágenes y otras entidades mentales subjetivas) las
palabras con las acciones que supuestamente son una mera manifestación contingente de la
comprensión de las palabras.
⎯ Según esa concepción alternativa wittgensteiniana de lo que podría suceder, (al menos
algunas de) las acciones lingüísticas (es decir, de las preferencias y las respuestas a
preferencias de otros), están mucho menos mediatizadas por la intervención de
deliberación racional de lo que usualmente suponemos.
La posición defendida por Wittgenstein no implica negar que hayan imágenes mentales.
Diversos datos empíricos de la psicología indican, por ejemplo, que hacemos razonamientos
espaciales con la ayuda de imágenes mentales geométricas (una cuestión conceptual mucho más
difícil de establecer –pero sobre la que algunos psicológicos también consideran que la
indagación empírica puede ser relevante– es si estas imágenes son subjetivas, en el sentido
caracterizado previamente). Y Wittgenstein no sostiene otra cosa. Incluso, quizás hay leyes
naturales en virtud de las cuales estas imágenes son fisiológica o psicológicamente necesarias en
los seres humanos para la comprensión del lenguaje.
Nada de esto está en contradicción con las tesis de Wittgenstein. Wittgenstein no está
discutiendo sobre las condiciones esenciales de los lenguajes determinadas por nuestra
naturaleza biológica humana, sino una cosa más abstracta. Investiga el concepto general de
lenguaje /y los conceptos vinculados: significado, comprensión lingüística, etc.); y en principio
habría de estar abierta la posibilidad de que los seres no humanos –por ejemplo, los marcianos–
pudieran utilizar un lenguaje. Así pues, las tesis conceptuales generales sobre el lenguaje tienen
que aplicarse a todos los lenguajes que podamos concebir, incluyendo posibles lenguajes
marcianos.
Hay que entender la crítica de Wittgenstein en este contexto. Según su punto de vista, el análisis
conceptual abstracto de qué es el significado (o lo que él denomina la gramática, o la lógica del
término ‘significado’, y de los otros términos emparentados) no requiere postular que quien
comprende el significado de un signo asocia con él (directa o indirectamente) entidades
mentales subjetivas.
Podemos concebir sin contradecirnos –piensa Wittgenstein– que algunos seres empleasen
signos lingüísticos sistemáticamente correlacionados con su conducta, pero sin albergar ninguna
imagen mental.
Incluso es posible que los mecanismos asociativos que han adquirido como resultado del
aprendizaje de su lenguaje conecten (al menos en algunos casos básicos) directamente los
signos con sus acciones. Si todo esto efectivamente nos parece inteligible, entonces tenemos
que rechazar la tesis mentalista subjetivista de la necesidad (interpretada de acuerdo con la
lectura conceptual que nos hace Wittgenstein).
Mentir y desobedecer. Su encaje en la concepción wittgensteiniana
Para Wittgenstein la correlación entre las palabras y las acciones es un factor constitutivo,
definitorio de la comprensión del significado lingüístico (no una mera manifestación o indicio
de esta comprensión). Además, propone que la correlación podría ser muchos menos racional-
reflexiva de lo que pensamos, podría ser altamente automática (en el sentido que hemos
indicado: quizás no hay razones justificativas de por qué establecemos las asociaciones
palabras-acciones, sino tan sólo causas que no son también razones).
Ø A veces comprendemos las palabras sin realizar las acciones relevantes. Sucede
así cuando decimos lo que creemos falso o cuando desobedecemos peticiones
verbales. Muchas veces tenemos una comprensión perfectamente normal del
significado de las expresiones lingüísticas, pero no realizamos las acciones que
–según Wittgenstein– tendrían que ser esenciales a la comprensión. Atendiendo
al tipo de oraciones que hemos utilizado anteriormente como ilustración
(oraciones en modo imperativo y oraciones declarativas), es indiscutible que
podemos desobedecer una oración imperativa dirigida a nosotros que –de todos
modos– hemos entendido; y podemos también proferir un enunciado que es –y
creemos que es– falso, pese a tener pleno conocimiento de su significado.
Si las posibilidades sugeridas por esta compatibilidad fuesen reales, habría una
especie de asimetría fundamental entre parejas de acciones lingüísticas
alternativas: decir la verdad y mentir; obedecer una oración imperativa o no
obedecerla; etc. De hecho, algunas intuiciones favorecen la tresis de que, con
respecto al menos a nuestras evaluaciones sobre al comprensión lingüística, no
consideramos completamente simétricos los pares de conceptos respectivos.
Nos parece una posibilidad completamente descartable –y prácticamente
absurda– suponer que es mentiroso precoz un niño que des de los primeros
momentos de su aprendizaje de las palabras ‘papá’ y ‘mamá’ denomina ‘papá’
a su madre y ‘mamá’ a su padre. Antes bien, consideramos que un primer
conjunto de aplicaciones correctas de estas palabras (o, con más generalidad, un
primer conjunto de preferencias de enunciados verdaderos) es una precondición
para atribuir al niño comprensión del significado, e incluso capacidad para
mentir. De un niño así estaríamos inclinados a decir que todavía no ha
aprendido nuestro lengua.
La concepción mentalista internista-subjetivista sostiene que el uso del lenguaje implica poseer
entidades mentales subjetivas (tesis de la necesidad). Y sostiene también que las entidades
mentales subjetivas en cuestión son suficientes para determinar por sí mismas los significados
de las expresiones lingüísticas correspondientes (tesis de la suficiencia).
Una versión específica del mentalismo subjetivista, la teoría de Locke, defiende que las
entidades mentales subjetivas no sólo determinan sino que son el significado.
En cualquier caso, ahora nos importa considerar una consecuencia de la tesis de la suficiencia.
Las palabras se aplican también –usualmente– a entidades objetivas extramentales (tienen
también aquello que Locke denomina significación secundaria). Esta aplicaciones, empero,
tiene que ver con la extensión o la referencia de los términos; y de acuerdo con el principio (B),
la extensión está determinada, a su vez, por el significado del término.
Así pues, la tesis de la suficiencia –en conjunción con el principio (B)– implica que las
entidades mentales subjetivas asociadas con las palabras determinan su significado, y por tanto
determinan su aplicación en el mundo externo extramental. Wittgenstein pondrá en duda esta
idea. Las entidades mentales subjetivas no pueden contener en sí mismas una determinada
manera de ser aplicadas. Puesto que el tipo de entidades mentales subjetivas que venimos
considerando son imágenes, continuaremos concentrándonos en ellas. Más adelante
examinaremos también otras entidades análogas.
Con respecto a las imágenes subjetivas mentales, Wittgenstein hace algunas observaciones
cruciales.
§ Las imágenes mentales representan (de acuerdo con el mentalista subjetivista) gracias a
sus relaciones de semejanza natural con, por ejemplo, colores o formas externas (son
imágenes por similitud). Y la imagen mental es postulada (en parte) para explicar cómo
aplicamos correctamente las palabras a las entidades externas (decimos la verdad,
obedecemos órdenes, etc.). La explicación sería obscurantista si estas relaciones de
semejanza o similitud dependiera del hecho de que la imagen es interna, subjetiva.
Porque en esta explicación se asume que el sujeto puede “contemplar”
introspectivamente su imagen mental (con el ojo de la mente). Por tanto la conducta del
sujeto (su correcta aplicación de las palabras a las entidades externas) quedaría
igualmente bien explicada si en lugar de “mirar” la imagen interna, el sujeto mirase una
imagen externa cualitativamente indistinguible.
La flecha sólo señala en aquella aplicación que el ser viviente hace. Este señalar no es un arte de
brujería que tan sólo sea capaz de realizar el alma [la mente] (Investigaciones filosóficas, 454).
Wittgenstein: lo que pudiera ser explicado postulando imágenes mentales quedaría igualmente
explicado postulando imágenes externas a la mente que fueran consultadas visualmente.
Sería oscurantista pretender que lo que confiere a las imágenes su capacidad representacional
(en virtud de la presunta semejanza natural con su significado) es justamente el hecho de que
son internas a la mente.
Adoptemos pues el método de reemplazar las imágenes mentales internas por imágenes (o
instrumentos similares) externas, públicas.
Las palabras de la siguiente cita redundan en el mismo punto (la propuesta metodológica de
“exteriorizar” las imágenes), pero contienen también las conclusiones negativas que quiere
obtener Wittgenstein en relación con el presunto poder representacional de las imágenes:
Si el significado del signo (…) es una imagen construida en nuestras mentes cuando vemos o sentimos el
signo, adoptamos el método (…) de reemplazar esta imagen mental por algún objeto exterior visto (…)
¿por qué tendría que tener vida el signo escrito más esta imagen pintada [exterior], si el solo signo escrito
estaba muerto? (Cuaderno azul, p. 31).
¿Por qué dice Wittgenstein que el signo, a solas, está muerto? La idea que quiere transmitir con
estas metáforas (que aparecen también en las Investigaciones filosóficas, 454) es que por sí
misma una imagen no determina ningún significado. Esto implicaría que la tesis mentalista
subjetivista es falsa.
Ahora bien, ¿cómo se puede justificar esta afirmación? Trataremos de justificarla para el caso
de las imágenes externas. (Si el principio presupuesto cuando aceptamos reemplazar imágenes
internas por imágenes externas es correcto, entonces el resultado que obtengamos será válido
también con respecto a las imágenes mentales).
Propiedades intrínsecas de una imagen = las propiedades que comparte con cualquier “copia”
que sea cualitativa indiscernible de ella.
1. Las relaciones de semejanza natural están determinadas por las propiedades intrínsecas.
Las relaciones de similitud natural que mantiene una imagen con otras entidades están
determinadas por las propiedades intrínsecas de la imagen.
El principio parece bien justificado porque las relaciones de similitud natural pueden ser –quizás
con alguna idealización– “contempladas” o reconocidas por los sujetos (por esto es razonable
adoptar el método de “exteriorizar” la imagen), de tal forma que dos imágenes con la mismas
propiedades intrínsecas han de mantener las mismas relaciones de similitud natural
(justamente esto es lo que afirma [1]).
Por otro lado, los mentalistas subjetivista sostienen (tal como ya hemos apuntado en la sección
anterior) que la capacidad de representar o de significar de las imágenes depende de sus
relaciones de semejanza natural; así pues, suscribimos esta otra tesis:
2. Las imágenes significan en virtud de sus relaciones de semejanza natural. Lo que una
imagen significa o representa está determinado por las relaciones de similitud natural
que mantiene con otras entidades.
Tenemos, empero, que la tesis (1) y (2) son incompatibles con el principio (3), que no es otra
cosa que una formulación particular de la negación de la tesis de la suficiencia:
Es esta tesis (3), pues, el principio clave que Wittgenstein tendría que demostrar para refutar la
tesis mentalista subjetivista de la suficiencia. Veremos en las próximas secciones como
argumenta Wittgenstein en este sentido.
Ahora presentaremos datos intuitivos a favor de (3) basados en otro de los experimentos
mentales diseñados por H. Putnam. Supongamos que en la arena de una playa hay dos imágenes
visualmente indiscernibles (que comparten, pues, sus propiedades intrínsecas). Las dos se
parecen a la cara de Churchill.
Putnam afirma que alas dos imágenes no comparten el significado porque la primera no
significa nada, no representa nada. Si esto es cierto, se sigue que las propiedades intrínsecas
(que son comunes a las dos imágenes) no determinan el significado que pueda tener la
representación.
Podemos considerar también esta otra versión del mismo tipo de ejemplo. Dos imágenes de una
flecha, también intrínsecamente iguales, que aparecen en las paredes de una cueva.
i. Una ha sido pintada por una persona con el propósito de indicar la salida de la cueva.
ii. La otra no es más que una mancha de humedad que por casualidad tiene el mismo
aspecto que la primera imagen.
Nuevamente parece que tan sólo una de las imágenes tiene la propiedad semántica de
representar o significar algo.
Es fundamental entender bien cómo tenemos que interpretar la situaciones descritas en estos
experimentos mentales. No se trata de evaluar lo que iríamos si encontrásemos dos imágenes
igualmente similares a Churchill (o dos imágenes de una flecha). Si fuera esto, entonces muy
probablemente juzgaríamos que una y otra imagen representan lo mismo. Este sería nuestro
juicio, porque descartaríamos la posibilidad (altamente improbable) que una de las imágenes se
hubiera formado por casualidad. Pero en el planteamiento del experimento se estipula
precisamente que una imagen es el resultado del azar. En consecuencia, tenemos que evaluar
nuestras intuiciones sobre el caso teniendo en cuenta que este dato (el carácter aleatorio de una
de las imágenes) está ya fijada de antemano.
Hemos recorrido estos ejemplos de Putnam para ilustrar la plausibilidad de la tesis [3], en parte porque el
razonamiento de Putnam es quizás más nítido que los que podemos encontrar en los textos de
Wittgenstein.
Ahora bien, no todos los aspectos involucrado en los ejemplos serían adecuados como ilustración de las
tesis estrictamente wittgensteinianas. La diferencia más clara que reconocemos entre las dos imágenes de
cada pareja es la presencia o ausencia de intencionalidad consciente en la formación de la imagen: la
presencia o ausencia de un sujeto con estados intencionales que deliberadamente hace la imagen.
Los ejemplos podrían sugerir que la deliberación intencional es una condición necesaria para qué hayan
signos con poder representacional. Así pues, para las razones que hemos explicado previamente en el
apartado 3 (“La no-necesidad de las imágenes mentales para la comprensión lingüística”), Wittgenstein
no habría utilizado estos ejemplos.
Normatividad del significado
Wittgenstein llega a conclusiones análogas a (3) por vías diferentes (por otras vías). Por
ejemplo, basándose en la normatividad lingüística.
Una de estas vías pasa por la normatividad lingüística, tal como es denominada
contemporáneamente (pese a que Wittgenstein utiliza una terminología diferente).
Hay normatividad en el ámbito de los valores, tanto éticos como estéticos. Pero no es fácil
especificar las propiedades específicas que clasificamos como normativas (esta es una de las
razones de formular el concepto de normatividad en la forma tan imprecisa en que lo hemos
hecho). La realización de una acción (seleccionar un estudiante para recibir una beca) que en
determinadas circunstancias sería justa (el estudiante es quien mejor satisface los requisitos) y
en otras circunstancias no lo sería (el estudiante es quien tiene los amigos más adecuados) es un
caso, seguramente, de propiedad normativa, o de acontecimiento que tiene propiedades
normativas.
Pasemos a los casos de normatividad lingüística. Quien queriendo escribir correctamente una
oración en inglés comete una falta de ortografía, actúa de una forma que, relativamente a las
normas ortográficas del inglés, es incorrecta. Y un determinado acontecimiento alternativo –
escribir la oración sin ninguna falta– tendría que haberse dado. Este ejemplo ilustra como la
ortografía de un lenguaje es normativa. Naturalmente, encontramos también normatividad en la
fonética, o en la sintaxis de un lenguaje.
El significado de las palabras determina cómo se aplican correctamente (es decir, como se
tienen que aplicar) a los objetos y propiedades del mundo.
Por ejemplo, el significado del predicado ‘verde’ determina –conjuntamente con el significado
de los otros términos– que, dadas las circunstancias (estar ante un coche azul), la proferencia de
la oración ‘Este coche es verde’ es incorrecta.
⎯ Acciones correctas
⎯ Acciones incorrectas
Si el significado consiste en, o está determinado por, imágenes u otras entidades mentales
subjetivas (como afirma la tesis mentalista subjetivista de la suficiencia), entonces estas
entidades son normativas: determinan una distinción entre maneras correctas e incorrectas de
ser aplicadas o interpretadas. Wittgenstein argumentará que esto no es cierto: ni una imagen ni
ninguna otra entidad similar puede establecer esta distinción.
Definiciones ostensivas
Hemos señalado que la asociación de un signo arbitrario (por ejemplo, una expresión de un
lenguaje natural) con una imagen está en contraposición con proporcionar una definición verbal
del signo. La definición verbal explica el significado del signo asociándolo con otros signos
también arbitrarios (otras expresiones lingüísticas). Pero con una imagen se pretende,
supuestamente, mostrar más directamente –si se quiere decir así– lo que significa el signo (o
como se ha de aplicar) para que la imagen sirva como imagen por similitud, que tiene semejanza
natural (no arbitraria) con este significado (o con el campo de aplicación determinado por este
significado).
Problema: la definición ostensiva misma, ¿necesita ser comprendida? ¿No puede malinterpretarse la
definición ostensiva? […]
Expliquemos […] la palabra “blando” señalando un lápiz y diciendo “esto es blando” […] puede ser
interpretada de múltiples maneras. […] Puede interpretarse […] que la definición significa:
“Esto es un lápiz”
“Esto es redondo”
“Esto es madera”
“Esto es uno”
“Esto es duro”
etc.
(Cuaderno azul, p. 28).
Imaginemos el siguiente caso: nosotros damos a alguien la orden de marchar en una cierta dirección,
señalando con la mano o dibujando una flecha que señal en esta dirección. […] ¿No podría interpretarse
que tal orden significa que el hombre que la recibe tiene que marchar en la dirección opuesta a la de la
flecha? (Cuaderno azul, p. 63).
[…] La enseñanza ostensiva contribuyó, ciertamente, a producir aquel [la comprensión de unas palabras];
por supuesto que tan sólo conjuntamente con un aleccionamiento determinado. Con un aleccionamiento
diferente, el mismo enseñamiento ostensivo de estas palabras hubiera provocado una comprensión
totalmente diferente (Investigaciones filosóficas, 6).
Ø Asociar una imagen a un signo se contrapone a dar una definición verbal del signo: con
la imagen pretendemos mostrar su significado por su similitud natural (no arbitraria)
con dicho significado.
Ø En ese sentido, dar una definición ostensiva (por ejemplo, señalar un lápiz al definir
‘lápiz’) es análogo a proporcionar una imagen.
Wittgenstein: Parece que toda definición ostensiva podría interpretarse de modos diversos. La
resolución de esa potencial ambigüedad no reside en la propia definición ostensiva
intrínsecamente considerada.
Expresiones naturales de reglas
Tal como decíamos en la sección anterior, Wittgenstein recoge bajo el concepto de expresión de
una regla o, más exactamente, de expresión natural de una regla todos aquellos instrumentos
que pueden servir para mostrar más directamente el significado de algún signo arbitrario;
podríamos cumplir esta función porque su relación con este significado no es tan arbitraria.
Según el mentalismo subjetivista se trataría de una relación de semejanza natural, determinada
por sus propiedades intrínsecas.
La regla expresada por una de estas expresiones naturales de reglas es justamente la regla o
norma semántica correspondiente al signo (el signo definido o elucidado mediante la expresión
de la regla), y que efectivamente determina una división de las posibles acciones lingüísticas
que involucran el signo en correctas e incorrectas.
De hecho, podemos identificar la regla con el significado del signo (o con su ámbito de
aplicación). Así pues, tenemos que entender que las cuestiones sobre la comprensión del
significado de los signos de un lenguaje público son –o pueden considerarse como– cuestiones
sobre como los usuarios de este lenguaje consiguen comprender o “conocer” las reglas de sus
signos. Y en su respuesta a estas cuestiones, el mentalismo subjetivista apela esencialmente a
las expresiones naturales de las reglas, que presuntamente indicarían sin ambigüedad qué
significan los signos arbitrarios (Con respecto a la terminología empleada por Wittgenstein,
conviene advertir que en sus textos se utiliza el término ‘regla’ para denominar indistintamente
las reglas y también las expresiones naturales de reglas).
He puesto ‘conocer’ entre comillas –comillas indicativas de un uso peculiar, en este caso peculiarmente
laxo, del término; no indicativas de ninguna mención del término– porque hace falta incluir en su sentido
un conocimie3nto meramente práctico, no reflexivo, de las reglas. De lo contrario, la descripción anterior
podría ser incompatible con la posición de Wittgenstein.
Ejemplos de expresiones de reglas: imágenes, tablas (p.ej. una tabla con nombre de formas a la
izquierda alineados con dibujos de formas a la derecha), definiciones ostensivas, flechas, etc.
De hecho, esta distinción entre seguir y no seguir una regla puede aplicarse a otros casos no
vinculados (al menos directamente) con lenguajes públicos: nuestro uso de conceptos en general
(incluso si no depende del uso de un lenguaje) es normativo en el sentido relevante, y está
también regido por reglas.
El significado de una palabra es algo que puede dividir la clase de todas las posibles acciones
lingüísticas –que involucran esta palabra–en aquellas en las que se actúa de acuerdo con la regla
y aquellas otras en las que no se actúa de acuerdo con la regla. Poniendo las cosas en estos
términos, el mentalismo subjetivista tiene que sostener que la expresión natural de una regla
determina una división entre acciones en concordancia con la regla expresada y acciones que no
están en concordancia con la regla.
Ahora bien, Wittgenstein argumenta que toda acción posible puede hacerse concordar con una
imagen, una definición ostensiva, una mesa o cualquier otra expresión natural de una regla.
Como decíamos antes respecto de las definiciones ostensivas, la expresión natural de una regla
puede ser interpretada de maneras muy diversas; no determina por sí misma la regla que
supuestamente expresa. Por lo tanto, estas entidades no contienen intrínsecamente de la
normatividad requerida. Veremos cómo justifica Wittgenstein esta afirmación crucial
ilustrándola con tres tipos de casos diferentes:
⎯ La normatividad del significado puede redescribirse apelando a reglas: hay casos en que
se sigue la regla y casos en que no. El significado debe determinar esa distinción.
Ejemplos:
1. Un acto de señalar con el dedo podría tomarse como indicación de la dirección contraria
a aquélla en que habitualmente lo interpretaríamos. Por un lado hay todos los ejemplos
de definiciones ostensivas (que ya hemos comentado) y otras instrucciones que serían
asimilables a una definición extensiva, tales como señalar una dirección con el dedo o
con una flecha. Siempre podemos concebir alguien que interpretarse estos signos
presuntamente naturales en un sentido diferente al sentido en que nosotros los
interpretaríamos. ¿No podría un marciano, por ejemplo, entender un gesto nuestro o una
flecha como una indicación de la dirección contraria a la que nosotros queremos
indicar? ¿Por qué, y en qué sentido, sería la “interpretación” que hace este marciano
incorrecta? ¿Sería incorrecta si fuese la manera más natural en que él puede tomar el
gesto o la fecha?
Una [expresión de una] regla está allí como un indicador de caminos. ¿Qué no permite dudas el
indicador, sobre el camino que tengo que hacer? […] ¿Dónde se dice en qué sentido lo tengo que
seguir: si es en la dirección que indica su dedo, o bien (por ejemplo) en la dirección opuesta?
(Investigaciones filosóficas, 85).
Claro está que, por otro lado, la definición ostensiva (como cualquier otra expresión
natural de una regla) tendría que ser última. Las posibles dudas sobre si tenemos que
seguir un dedo o una flecha en una dirección o en la dirección opuesta no se evitan con
por, por ejemplo, otro dedo que señale cuál de las dos opciones es la correcta.
[…] supongo que, cuando escuchas la palabra “cubo”, te viene a la mente una imagen. Por
ejemplo, el dibujo de un cubo. ¿Hasta qué punto puede esta imagen adaptarse, o bien no
adaptarse, a una utilización de la palabra “cubo”? […]
Y lo que es esencial ahora es que veamos que, al escuchar la palabra, nos puede venir a la mente
lo mismo, y que, en cambio, su aplicación puede ser diferente. ¿Y tiene, entonces, la palabra el
mismo significado ambas ocasiones? Pienso que negaremos esto (Investigaciones filosóficas,
139 y 140).
Este ejemplo sugiere que el elemento esencial del significado es la aplicación que
hacemos del signo, o –como dirá a menudo Wittgenstein–el uso que hacemos. Y esto
vale no solo con respecto a los signos arbitrarios, sino también en relación con cualquier
signo, incluidas las expresiones naturales de reglas (imágenes, definiciones ostensivas,
etc.), que presuntamente representaban por semejanza natural. Tampoco estas
supuestas imágenes por similitud contienen en sí mismas su método de aplicación.
También lo que ellas representan dependerá de cómo son usadas (utilizadas).
3. Toda sucesión finita de números podría ser continuada en una infinitud de modos
diferentes. Hemos aprendido la regla de la suma a partir de un conjunto finito de casos.
¿Cómo puede ese conjunto fijar que es la suma la regla significa y no alguna otra cosa
(por ejemplo, la “parasuma” que coincide con la suma en los casos incluidos en ese
conjunto finito pero diverge estrambóticamente en los nuevos casos)? Wittgenstein
afirma que aquello que caracteriza una regla es el ser aplicada repetidamente, a un
nombre indefinido de casos. Esto pasaría con todas las reglas, pero es más claro cuando
se trata de reglas sobre operaciones aritméticas. Pensemos en la operación de sumar. Al
concepto de suma (y a los términos que lo expresan, tales como ‘suma’ y ‘+’) le
corresponde una determinada regla. Cuando nos proponemos sumar dos números,
nuestra acción estará en concordancia con la regla si y solo si el resultado es el correcto.
Lo que hemos aprendido cuando hemos aprendido a sumar contiene de alguna manera
todas las posibles aplicaciones de esta regla a un número infinito de casos. Pero, ¿cómo
es esto posible, en la medida en que en nuestro aprendizaje de la suma hemos
encontrado tan solo un número finito de aplicaciones de la operación?
Lo que de una u otra manera hemos aprendido puede ser identificado con una serie
finita formada por tría las de números (sucesiones de tres números), de los cuales el
último es la suma de los otros dos: (0,0,0), (0,1,1), (1,1,2), (1,0,1), (1,2,3), etc. ( el
presunto signo que exprese de manera natural hay regla de la suma será esencialmente
equivalente a una tabla que contenga esta serie). Ahora bien, toda serie finita de este
tipo puede ser continuada en un número infinito de maneras diferentes. En cada caso
particular en que se nos presenten dos nuevos números para ser sumados, seguir la regla
de la suma implica extender la serie en un único sentido para aquél nuevo par. ¿Cómo
queda determinada, a partir de la serie finita de aplicaciones, una única manera de ser
continuada indefinidamente? […]
La interpretación de las ideas de Wittgenstein sobre lenguaje es más difícil cuando se trata de
adivinar cuáles son sus propias tesis positivas, particularmente que salida daría a los problemas
que hemos escrito. Algunos autores han visto en Wittgenstein una defensa del escepticismo
sobre la normatividad del significado, que no proporcionaría ninguna solución a las paradojas
sobre seguir una regla (es la línea que sigue Kripke que en su libro Reglas y lenguaje privado
Wittgenstein). Ofreceremos en este apartado una de las posibles lecturas alternativas.
“[…] cualquier cosa que haga tendrá que acordar con la regla a través de alguna interpretación.” –no, no
se tendría en modo alguno que decir así, si no así: cada interpretación, juntamente con la cosa
interpretada, está colgada en el aire; la interpretación no puede servir de soporte a aquello interpretado.
Las interpretaciones por sí mismas no determinan en modo alguno el significado. (Investigaciones
filosóficas, 198).
Según Wittgenstein usualmente no hay ambigüedad real en una expresión natural de una regla.
Tan solo habría ambigüedad cuando tomamos la definición extensiva, la imagen, la mesa o la
flecha como pretende el mentalismo subjetivista: Como un signo que tenemos que “interpretar”,
entendiendo esta “interpretación” en un sentido intelectual, reflexivo, racional; un signo que
tenemos que seguir movidos por razones.
De acuerdo con los mentalistas subjetivistas, buscamos una justificación racional para intentar
seguir la regla en un sentido u en otro, y cuando “contemplamos” la expresión natural de la
regla reconocemos –en virtud de la relación de semejanza natural– cuál es la opción correcta.
Este procedimiento, empero, no lo saca de la paradoja. Siempre podemos concebir otras
maneras de interpretar la expresión de la regla, y si efectivamente tenemos que encontrar
razones que justifiquen nuestra opción por una manera específica (la interpretación reflexiva-
racional de la expresión natural de la regla consiste en esto). No hay justificación racional de
nuestra forma de seguir la dirección que señala una fecha o un dedo. La diferencia entre
nosotros y el marciano que sigue la dirección opuesta no tiene que ver con la racionalidad.
Wittgenstein considera que nuestra reacción básica ante una expresión natural de una regla no
está justificada, pero tampoco se trata de una reacción injustificada; porque sencillamente no es
el tipo de acción que requiere justificación. En los casos básicos, la pregunta sobre cómo
intentamos seguir la regla es apropiada tan sólo como pregunta sobre las causas, no sobre las
razones.
No hay acto de captación, de intuición, que nos haga usar la reglas como lo hacemos […] Sería menos
confuso denominarlo un acto de decisión, pese a que también esto es desorientador, ya que no tiene que
realizarse nada parecido a un acto decisión […] Hay una idea de que “algo tiene que hacernos” hacer lo
que hacemos. Y esto vuelve a enlazarse con la confusión entre causa y razón. No necesitamos tener
ninguna razón para seguir la regla tal como lo hacemos. La cadena de razones tiene un límite (Cuaderno
marrón, p. 183).
No hay fundamentación racional intelectual de nuestro modo de seguir una regla. Hay una
captación de la regla que no es interpretación, no es una manera de interpretarla racionalmente.
A nosotros nos resulta más natural o familiar aplicar la expresión natural de la regla, incluyendo
las aplicaciones a nuevos casos, del modo en que lo hacemos. Éstas maneras naturales de
reaccionar son las que determinan la distinción entre seguir y no seguir la regla.
“¿Cómo puedo seguir una regla?” Si esto no pregunta por las causas, es que pregunta por la justificación
del hecho de que yo, siguiendo la regla, actúe de esta manera. Agotadas las justificaciones, he llegado
ahora a la roca dura y la pala se me dobla hacia atrás. Entonces tiendo a decir: “actúo simplemente así”
(Investigaciones filosóficas, 217).
Cuando sigo la regla, no escojo. Sigo la regla ciegamente (Investigaciones filosóficas, 219).
⎯ Sólo son ambiguas cuando las tomamos como pretende el mentalista subjetivista: como
algo que tenemos que “interpretar”, como algo en lo que buscamos razones que
signifiquen nuestra opción por un modo específico de intentar seguir la regla.
Vienen determinadas por nuestra naturaleza, en un sentido muy amplio del término, incluye dos
tipos de factores. Consideremos un signo arbitrario cualquiera, por ejemplo, una palabra de un
lenguaje público, como ahora ‘azul’. Nuestra comprensión de la regla semántica asociada con
este signo depende de:
Ø Nuestra naturaleza innata (no compartida por un marciano, que podría tomar un acto de
señalar con el dedo de manera diferente a la nuestra); y… nuestra naturaleza biológica
innata, la cual, por ejemplo, nos hace reaccionar ante una expresión –que para nosotros
es–natural de una regla (un acto de señalar con el dedo o una imagen) de una forma
específica. Un ser viviente con otra naturaleza biológica (el marciano) quizás no tendría
la misma reacción; su diferente configuración biológica haría que le resultara más
natural actuar de otra manera.
Asimismo, es perfectamente posible que, de hecho, nosotros vinculemos –al menos algunas
veces–las palabras con nuestras acciones (constitutivas de la comprensión) con la
intermediación de expresiones naturales de reglas. Suponemos que es este el caso de nuestro uso
de ‘azul’; suponemos, por ejemplo, que empleamos una imagen mental. Si es así, nuestra
concepción de ‘azul’ depende del factor (ii): el contacto con usos ya establecidos del signo, que
nos permiten asociar la palabra con la imagen (un factor obviamente no compartido por otros
humanos con la misma naturaleza biológica general pero sin contacto con el mismo lenguaje
público); y del factor (i): nuestra naturaleza innata que determina cómo reaccionamos ante esta
imagen.
Por otro lado, si no hay ninguna imagen ni nada parecido que haga de intermediario entre el
término ‘azul’ y nuestras acciones lingüísticas en las que está involucrada, entonces la
asociación palabra-acciones puede ser –en algún sentido– directa. Obviamente, en la
explicación de cómo podemos hacer esta asociación interviene –al igual que antes– el factor (ii).
Asimismo, el factor (i) también intervendrá: nos hace falta una naturaleza innata general (un
mecanismo asociativo de segundo orden, si se quiere decir así) que no se haga reaccionar ante la
exposición a una lengua particular dando como resultado el mecanismo asociativo específico
correspondiente a esta lengua (el mecanismo asociativo de primer orden). Esta naturaleza
general (común a todos los seres humanos) también es relevante; un marciano –tan racional
como nosotros–podría no poseerla.
Naturaleza común (concebida en este doble sentido, resultante de la naturaleza innata más el
efecto adquirir unas costumbres comunitarias específicas) es lo que Wittgenstein denomina una
forma de vida. Las personas que comparten un lenguaje comparten la comprensión del
significado de sus signos, es decir, usan (utilizan) los signos del mismo modo.
Esto implica que –dado que la comunicación entre diferentes seres requiere compartir el
significado–para que haya comunicación entre dos seres es necesario que éstos compartan una
forma de vida.
Comunicación (entre diferentes personas) è compartir el significado (= usar del mismo modo
los signos, ya sean arbitrarios o presuntamente naturales) è compartir una forma de vida.
En esta sección llevaremos un paso más allá nuestra interpretación sobre las tesis positivas que
atribuimos a Wittgenstein un paso más allá, proponiendo una identificación del significado
lingüístico en consonancia con sus ideas.
De acuerdo con la concepción wittgensteiniana del lenguaje (pese a que esta puesta contraviene
el talente/carácter metodológico antisistema de Wittgenstein), podríamos identificar el
significado de una expresión lingüística con una clase de disposiciones a la conducta, es decir
disposiciones a actuar de una determinada manera. La posición de estas disposiciones por parte
de los sujetos es lo que los hace conocedores del lenguaje.
Para entender esta idea, conviene hacer clarificaciones sobre lo que es una disposición, o –
equivalentemente–una propiedad disposicional. Ejemplos paradigmáticos de propiedades
disposcionales son la solubilidad, la fragilidad, la elasticidad. Por cada propiedad disposicional
que podemos reconocer habría asociada –al menos– una proposición expresable con un
enunciado que contiene como una parte especialmente relevante una subfórmula condicional
subjuntiva. Por ejemplo, una posible formulación de la proposición correspondiente vinculada
con la solubilidad vendría dada por el siguiente enunciado:
La solubilidad está vinculada con un único predicado condicional subjuntivo. Con respecto al
lenguaje, cada expresión estaría vinculada con un nombre muy alto de predicados condicionales
subjuntivos.
La idea sería que comprender el significado de una oración básica consistiría en satisfacer un
conjunto de estos predicados (los cuales estarían contenidos en los enunciados asociados con la
propiedad disposicional compleja que es conocer el significado de la oración). Los predicados
describirían las reglas semánticas asociadas con la oración; podrían, pues, identificarse con su
significado. (El significado de una palabra podría explicarse composicionalmente, es decir, en
términos de su contribución al significado de las oraciones en que puede aparecer. Y también
composicionalmente se explicaría el significado de oraciones complejas).
Tomemos como ilustración la oración ‘esto es rojo’. Los enunciados relevantes podrían ser así:
(2) Si x estuviera ante un objeto rojo al que pudiera observar bien y se le preguntase si tal
objeto es rojo, entonces x respondería afirmativamente.
(3) Si x estuviera ante un objeto rojo al que pudiera observar bien y alguien profiriese la
oración ‘esto es rojo’, entonces x no manifestaría oposición.
(4) Si x estuviera ante una flor roja y una flor blanca, a las que pudiera observar bien, y
alguien profiriera ‘tráeme una flor roja’, dirigiéndose a x, y x no tuviera ningún otro
deseo contrapuesto preferente, entonces x le traería –al hablante– la flor roja
(5) …
Todo esto es muy esquemático. Por ejemplo, pese a que el enunciado completo construido con
la ayuda de cada predicado de la serie ya contendría la cláusula ‘en condiciones normales’,
todavía haría falta introducir otras cláusulas análogas de salvaguarda que concretasen mejor, por
ejemplo, las condiciones de observación a las que se hace referencia.
Además, la clase de los predicados condicionales subjuntivos que hemos ilustrado con (2), (3) y
(4) no tendría límites precisos (de lo contrario nos alejaríamos demasiado de las doctrinas
oficiales wittgensteinianas que queremos exponer). En cualquier caso, es suficiente a modo de
ilustración.
Hay dos concepciones principales sobre el análisis conceptual de los enunciados en los que
atribuimos propiedades disposicionales. Un filósofo realista sobre las disposiciones sostiene que
tener una propiedad disposicional es tener una propiedad estructural interna, de la cual depende
de causalmente que se satisfaga el predicado condicional subjuntivo. Así, cuando la ciencia
investiga en qué consiste la solubilidad lo que se propone es descubrir cuál es la estructura
interna subyacente, que causa la disolución en agua de los objetos que son solubles.
La otra concepción es de inspiración humeana. Sostiene que tener una propiedad disposicional
es simplemente satisfacer el predicado condicional subjuntivo asociado con la disposición.
La concepción realista permite una posible distinción entre la propiedad disposicional y sus
manifestaciones típicas (la manifestación es expresada por la segunda parte del predicado
condicional subjuntivo correspondiente; por ejemplo, la solubilidad se manifiesta típicamente
cuando la entidad soluble se disuelve).
Un objeto podría tener la disposición y, asimismo, en algunas ocasiones (que tendrían que ser
excepcionales) no manifestarla. En el caso de lenguaje, esto haría que el vínculo entre la
comprensión de las palabras y las acciones lingüísticas fuese más débil de lo que Wittgenstein
quiere defender.
Sería compatible con la identificación de la comprensión con un estado interno (un estado de
“contemplación” de entidades subjetivas, o –desde un enfoque completamente diferente– un
estado neurofisiológico), no vinculado tan esencialmente con la conducta.
Lo que dice el Wittgenstein, empero, es perfectamente compatible con la tesis que le hemos
atribuido: la comprensión lingüística consiste en tener disposiciones, concebidas en el sentido
humeano (no en sentido realista).
Ahora bien, todas las teorías sobre las disposiciones (que acepten la solubilidad o la fragilidad
como propiedades disposicionales paradigmáticas) tienen que dejar espacio para las posibles
excepciones: la posición de la disposición sin que satisfaga el predicado condicional subjuntivo
(es decir, tener la disposición, cumplir el antecedente del predicado condicional subjuntivo pero
sin que haya la correspondiente manifestación).
Acabamos de decir que la concepción realista de las disposiciones puede explicar –en principio–
la posibilidad de estas excepciones. Para los humeanos, asimismo, este problema es más grave.
Si tener la disposición de satisfacer el predicado, parece que es completamente imposible una
cosa sin la otra. Aparentemente, el margen de maniobra depende de incorporar en el mismo
predicado condicional subjuntivo la cláusula en condiciones normales o alguna otra similar, la
cual cosa es un paso de aproximación a la concepción realista que vuelve a debilitar el vínculo
entre disposición y manifestación.
En cualquier caso la teoría Wittgenstein tendría que incorporar alguna explicación de cómo es
posible la comprensión lingüística sin las acciones que (en general) son conceptualmente
constitutivas de esta misma comprensión.
La distinción de re/de dicto aplicada a enunciados modales (tales como los enunciados con predicados
condicionales subjuntivos) permite distinguir, a su vez, diversas interpretaciones de la concepción realista
de las disposiciones. Un filósofo de inclinaciones wittgensteinianas, partidario de no comprometerse con
un sentido fuertemente realista de las disposiciones lingüísticas (el sentido de re), tendría aquí la opción
de defender un sentido más débil (el sentido de dicto), sin necesidad de apoyar la interpretación
humenana, más implausible.
Para cada propiedad disposicional, o disposición, que podamos reconocer hay asociada una
proposición expresable mediante un enunciado condicional subjuntivo.
Realista: tener la disposición es tener una propiedad estructural interna específica de la que
depende causalmente que se satisfaga el condicional subjuntivo correspondiente.
El significado de una palabra podría identificarse con las disposiciones cuyos condicionales
subjuntivos asociados describirían la regla de uso correcto de esa palabra.
Ø Toda teoría sobre las disposiciones debe poder explicar la existencia de excepciones:
casos en que un objeto tiene la disposición pero no satisface el condicional subjuntivo.
Ø La teoría wittgensteiniana debería incorporar una explicación análoga que permite casos
de comprensión lingüística sin las acciones que (en general) son constitutivas de esa
misma comprensión.
Stanford Encyclopedia of Philosophy
Language-games and Family Resemblance
Throughout the Philosophical Investigations, Wittgenstein returns, again and again, to the
concept of language-games to make clear his lines of thought concerning language. Primitive
language-games are scrutinized for the insights they afford on this or that characteristic of
language. Thus, the builders’ language-game (PI 2), in which a builder and his assistant use
exactly four terms (block, pillar, slab, beam), is utilized to illustrate that part of the Augustinian
picture of language which might be correct but which is, nevertheless, strictly limited. ‘Regular’
language-games, such as the astonishing list provided in PI 23 (which includes, e.g., reporting
an event, speculating about an event, forming and testing a hypothesis, making up a story,
reading it, play-acting, singing catches, guessing riddles, making a joke, translating, asking,
thanking, and so on), bring out the openness of our possibilities in using language and in
describing it.
Language-games are, first, a part of a broader context termed by Wittgenstein a form of life (see
below). Secondly, the concept of language-games points at the rule-governed character of
language. This does not entail strict and definite systems of rules for each and every language-
game, but points to the conventional nature of this sort of human activity. Still, just as we
cannot give a final, essential definition of ‘game’, so we cannot find “what is common to all
these activities and what makes them into language or parts of language” (PI 65).
It is here that Wittgenstein’s rejection of general explanations, and definitions based on
sufficient and necessary conditions, is best pronounced. Instead of these symptoms of the
philosopher’s “craving for generality”, he points to ‘family resemblance’ as the more suitable
analogy for the means of connecting particular uses of the same word. There is no reason to
look, as we have done traditionally—and dogmatically—for one, essential core in which the
meaning of a word is located and which is, therefore, common to all uses of that word. We
should, instead, travel with the word’s uses through “a complicated network of similarities
overlapping and criss-crossing” (PI 66). Family resemblance also serves to exhibit the lack of
boundaries and the distance from exactness that characterize different uses of the same concept.
Such boundaries and exactness are the definitive traits of form—be it Platonic form,
Aristotelian form, or the general form of a proposition adumbrated in the Tractatus. It is from
such forms that applications of concepts can be deduced, but this is precisely what Wittgenstein
now eschews in favor of appeal to similarity of a kind with family resemblance.