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Filosofía del Lenguaje II

TEMA 2: Ludwig Wittgenstein

Otero & Carpintero: ‘Filosofía del Lenguaje’

El significado como uso en Wittgenstein

La unidad en el marco del problema

Las reflexiones sobre el significado que desarrolló Ludwig Wittgenstein (1889-1951) en la


segunda etapa de su vida intelectual han tenido una repercusión han tenido una repercusión
inmensa en el pensamiento filosófico acerca del lenguaje. En este Tema se exponen los puntos
fundamentales de sus argumentos críticos contra las teorías del significado que consideraba
erróneas, y se presenta también una interpretación de lo que parecen ser sus opiniones positivas
sobre el asunto.

Nos ocuparemos, tan sólo, de la segunda época de Wittgenstein, que –de hecho– es quizás la
que tiene una influencia más perdurable en la teorización sobre el lenguaje de los autores
posteriores (…). Especialmente durante su segunda época (iniciada alrededor de los años 1932-
34), Wittgenstein alterna las reflexiones sobre el lenguaje con otras aportaciones importantes en
el terreno de la epistemología, la filosofía de las matemáticas y, sobre todo, la filosofía de la
mente.

[…] La obra de Wittgenstein es principalmente de carácter crítico, dirigida contra otras


concepciones filosóficas predominantes. En el capítulo anterior hemos abordado la teoría
semántica de Locke, paradigma de la concepción del lenguaje que será el objetivo central de las
críticas wittgensteinianas. Por otro lado, la posición de Wittgenstein es afín a un cierto
conductismo (si bien esta interpretación es controvertida)…

En el Tema anterior se ha abordado la teoría semántica de Locke, paradigma de la concepción


mentalista subjetivista destinaria principal de las críticas de Wittgenstein. Su posición
contrapuesta es afín a un cierto conductismo (si bien puede ser controvertida esta
interpretación).

1. Preliminares metodológicos

Es característico del pensamiento desarrollado por Wittgenstein durante su segunda etapa una
tendencia contraria a la sistematización teórica; una voluntad de señalar que las
generalizaciones y precisiones que proporcionan las teorías o las definiciones deja de lado
frecuentemente aspecto de la pluralidad de temas que abordan que son más importantes de lo
que suponen los filósofos usuales (que proponen definiciones, teorías sistemáticas,
generalizaciones). Esta concepción metodológica quizás no es completamente esencial al núcleo
de sus nuevas tesis sobre el lenguaje; pero permite entender mejor el espíritu general de sus
escritos. En las dos próximas secciones presentamos algunos elementos centrales de esta
concepción.

Parecidos familiares. El concepto de juego de lenguaje

La investigación filosófica conceptual presupone usualmente el siguiente principio


metodológico: cuando se trata de analizar un determinado término general F, o de analizar el
concepto expresado por este término general, lo que hemos de encontrar es algo común a todos
los casos de aplicación correcta de F y sólo a ellos.
Dicho de otra manera, encontrar cuáles son los rasgos compartidos por todos los F, y que no
comparte ninguna otra entidad.

En coherencia con este principio, la estrategia habitual es intentar definir F proporcionando


condiciones necesarias y conjuntamente suficiente para ser F.

Todo esto presupone, a su vez, que efectivamente existen estos rasgos o características poseídos
por los F y sólo por ellos.

La metodología usual de investigación filosófica-conceptual acerca de cierto término F


presupone que hay algo común a todos los casos de aplicación correcta de F y sólo a ellos.

Consiguientemente, se intenta definir F buscando condiciones necesarias y conjuntamente


suficientes para ser F.

Wittgenstein pone en duda esta línea de pensamiento. Considera que hay muchos conceptos en
relación con los cuales no podemos aplicar con éxito la estrategia del análisis mediante
condiciones necesarias y suficientes. Algunos de ellos son los que se denominan usualmente
conceptos cúmulo. Un concepto cúmulo tiene una estructura imprecisa parecida a la de las
familias de descripciones definidas postuladas por Searle.

Wittgenstein insta a que reconozcamos la existencia de conceptos cúmulo que no se ajustan a


esa estructura.

Pero, si no hay ningún conjunto e características individualizadoras de las entidades que caen
bajo un determinado concepto cúmulo, ¿cómo es que el concepto se aplica a ciertos objetos y no
a otros?

Wittgenstein responde diciendo que entre las diferentes ejemplificaciones del concepto hay tan
sólo parecidos de familia. Esta noción se inspira en ciertos casos de conceptos cúmulo: los que
clasifican conjuntamente diferentes personas miembros de una misma familia y que, de alguna
manera, se parecen los unos a los otros.

A menudo se puede reconocer en la cara de estas personas que efectivamente tienen un


parentesco entre sí, o al menos se puede reconocer que tienen este tipo de cara (y que quizás
asociamos con un apellido: los Fonda, los Kennedy, los Borbones).

Asimismo, es posible que no haya ningún rasgo particular compartido tan sólo por todos los
individuos que tiene este mismo parecido. Unos se parecen a los otros en la nariz, o en la forma
de las orejas; en otros casos, es la cantidad y/o la distribución de pelo entre las cejas lo que
cuenta.

Wittgenstein defiende que pasa lo mismo con muchos otros conceptos, especialmente algunos
tradicionalmente analizados por los filósofos: significado, causa, tiempo, proposición, justicia,
número, pensar, intentar, etc.

El hecho de que los diversos individuos que caen bajo un concepto cúmulo pueda ser
clasificados unitariamente –pese a que no compartan ninguna característica identificadora– sería
explicable porque todos ellos se parecerían a algunos casos particulares que ejemplifican muy
bien todos o muchos de estos diferentes rasgos.

Estos casos particulares serían los paradigmas del concepto respectivo, los cuales nos servirían
como modelo. Lo que pasa, obviamente, es que los demás casos no se parecerían a los
paradigmas exactamente en los mismos aspectos.
Diferentes ejemplificaciones de tales conceptos tienen sólo parecidos de familia: quizá se aplica
el concepto según la semejanza con algunos casos paradigmáticos que sirven como modelo,
pero diferentes casos pueden parecerse al paradigma respecto a rasgos diferentes sin que haya
nada común a todos los casos.

Wittgenstein utiliza el concepto de juego de dos maneras relacionadas entre sí, pero diferentes.
Por una parte, le sirve para ilustrar la noción de concepto cúmulo. En efecto, clasificamos
actividades muy diversas como juego cuando, según Wittgenstein, no es posible encontrar
ninguna característica definidora de todos los juegos: no habría condiciones necesarias y
conjuntamente suficientes para ser un juego. Todas las tentativas de especificar la esencia
común identificadora de los juegos es vana (hay juegos no competitivos, hay juegos sin reglas,
hay juegos jugados en solitario, etc.).

Por otro lado, el concepto de juego interviene como una parte (composicionalmente relevante)
del concepto más complejo de juego de lenguaje, introducido por Wittgenstein. Los juegos de
lenguaje son lenguajes muy sencillos o primitivos. Su simplicidad los hace especialmente aptos
para servir como ilustración de los conceptos que queremos examinar, porque en estos
lenguajes cuestiones como la verdad y la falsedad o la naturaleza de la aserción, la suposición y
la pregunta aparecen sin el fundo perturbar de los procesos de pensamiento altamente
complicados vinculados a los lenguajes normales que son muchos más complejos (Cuaderno
azul, pp. 44-45).

Cuando consideramos formas de lenguaje tan sencillas, desaparece la niebla mental que parece envolver
nuestro uso ordinario del lenguaje (…) podemos construir las formas complicadas partiendo de las
primitivas mediante la adición gradual de formas nuevas (Cuaderno azul, p. 45).

Pero esta simplicidad no implica que un juego de lenguaje sea una idealización simplificadora
de los lenguajes naturales no simples, ni tampoco una parte imperfecta de un lenguaje natural:

No estamos considerando los juegos de lenguaje que describimos como partes incompletas de un
lenguaje, sino como lenguajes completos en sí mismos, como sistemas completos de comunicación
humana (Cuaderno marrón, p. 116).

Nuestro juegos de lenguaje, claros y simples, no son estudios preparatorios para una futura
reglamentación del lenguaje –como quien dice, primeras aproximaciones, sin tener en cuenta el
fregamiento y la resistencia del aire. Los juegos de lenguaje más bien son ahí como objetos de
comparación, que, por semejanza y desemejanza, han de iluminar las condiciones de nuestro lenguaje
(Investigaciones filosóficas, 130).

La primera parte del Cuaderno Marrón está estructurada a partir de la descripción y el


comentario de setenta y tres juegos de lenguaje sucesivos. Otros ejemplos aparecen en las
Investigaciones filosóficas. Aquí tenemos uno:

Imaginémonos un lenguaje (…) [que] tiene que servir para la comunicación de un constructor a con un
ayudante suyo B.

A lleva a cabo una construcción a base de materiales de piedra; hay bloques, columnas, losas y bigas.

B le tiene que alargar los materiales, y lo tiene que hacer siguiendo el orden en que a los necesita.

Con esta finalidad se sirven de un lenguaje que consta de las palabras “bloque”, “columna”, “losa”,
“biga”.

A dice las palabras gritando;

⎯ B trae la piedra que ha aprendido a traer según los gritos.


⎯ Quieras concebir esto como un lenguaje primitivo completo.

(Investigaciones Filosóficas, 2).

Doble uso de la noción de juego:

⎯ Para ilustrar la noción de parecido de familia: el concepto de juego es un concepto de


cúmulo.

⎯ Como parte de la noción de juego de lenguaje: los juegos de lenguajes son lenguajes
particularmente sencillos o primitivos y cuya simplicidad les hace aptos como objetos a
partir de los cuales reflexionar, en general, sobre la naturaleza del significado;
incluyendo el significado de lenguajes complejos.

Conviene tener en cuenta, asimismo, que en otras ocasiones Wittgenstein hace un uso más
amplio de la noción de juego de lenguaje. Parece que también los lenguajes más complicados, o
diferentes partes de ellos, son considerados juegos de lenguaje, así como la totalidad formada
por el lenguaje y por las actividades con que está entretejido.

La pregunta por la composición del significado

Los dos usos wittgensteinianos del concepto de juego están relacionados porque, habiendo
definido que el concepto de juego es cúmulo, Wittgenstein sostiene que también lo es el juego
de lenguaje y, en general, la noción de lenguaje y las nociones asociadas estudiadas por los
filósofos: significado, representación, proposición, verdad, comprensión lingüística, nombre,
etc.

De todos estos conceptos, el concepto de significado es central. En relación con él (como pasa
en relación con los otros conceptos cúmulo), Wittgenstein recomienda que pongamos mucha
atención a la observación de la gran variedad de modos en que hablamos de significar y de
significado.

Al comienzo del Cuaderno azul Wittgenstein propone abordar el estudio del significado
lingüístico de manera indirecta, planeando alguna de nuestras cuestiones sobre el significado de
una determinada expresión lingüística como cuestiones diferentes. Así, es conveniente acercarse
al tema indagando primero en qué consiste una explicación del significado de la expresión. Esta
pregunta conduce a menudo a otra estrechamente vinculada con ella: en qué consiste conocer o
comprender el significado de la expresión.

Para entender bien qué es (y que no es) el significado de una expresión lingüística es
fundamental saber qué es explicar y –sobre todo– comprender este significado. Una gran parte
de las reflexiones wittgensteinianas sobre el lenguaje están guiadas por esta estrategia de
investigación; son reflexiones sobre qué condiciones tendrían que darse para poder afirmar que
alguien comprende el significado de un signo.

También aquí seguiremos esta línea metodológica en nuestra exposición de los puntos de vista
de Wittgenstein.

También es un concepto de cúmulo el de significado y otros emparentado con él. Conviene


observar la gran variedad de modos en que hablar de significar.

Para investigar cuestiones sobre el significado Wittgenstein sugiere que nos concentremos, al
menos inicialmente, en algunos de estos modos. Abordemos cuestiones como qué es una
explicación del significado de una palabra, o también qué es conocer, comprender el significado
de una palabra.
2. La concepción mentalista subjetivista del lenguaje

Caracterización del mentalismo internista-subjetivista

Recordemos que la tesis de la prioridad ontológica del pensamiento respecto al lenguaje (que
también hemos denominado mentalismo) establece que el contenido proposicional semántico, el
significado, depende del contenido proposicional intencional.

Este mentalismo es compatible con el externismo psicológico, según el cual en la individuación


el contenido proposicional intencional intervienen esencialmente entidades objetivas externas a
la mente.

Por tanto, es también compatible con el externismo semántico, según el cual en la individuación
del contenido proposicional semántico intervienen esencialmente entidades objetivamente
externas a la mente.

Asimismo, a menudo los filósofos –Locke es un caso paradigmático– han combinado el


mentalismo con el internismo psicológico, tesis que –contradiciendo lo que afirma el externismo
psicológico– afirma que los objetos intencionales que estructuran e individualizan el contenido
proposicional intencional son entidades mentales subjetivas. Esta combinación implica el
internismo semántico: el significado es individualizado con entidades mentales subjetivas.

El objetivo principal de las argumentaciones críticas de Wittgenstein es este concepción


mentalista internista-subjetivista del lenguaje.

Más concretamente, formulando la posición de Wittgenstein en términos de comprensión


lingüística, podemos decir que sus objeciones van dirigidas contra un tesis mentalista
internista-subjetivista que afirma lo siguiente: comprender el significado de las expresiones
de los lenguajes públicos consiste en asociar con ellas ciertas entidades mentales subjetivas.

Ø El mentalismo (= tesis de la prioridad ontológica del pensamiento respecto al lenguaje)


es compatible con el externismo.

Ø Pero filósofos como Locke combinan el mentalismo con el internismo psicológico: los
objetos intencionales que estructuran el contenido intencional son entidades mentales
subjetivas.

En realidad los diversos comentarios, razonamientos y sugerencias de Wittgenstein contra esta


tesis mentalista subjetivista puede ser distinguidos según una u otra lectura de la tesis. O quizás
se trata más bien de dos subtesis que conjuntamente estarían contenidas en la tesis principal.
Aunque Wittgenstein no hace explícitamente la distinción (y de hecho –en concordancia con su
metodología general– no caracteriza tampoco con precisión la tesis mentalista subjetivista), a
nosotros nos convendrá hacerla para interpretar mejor sus reflexiones.

Las dos subtesis mentalistas subjetivistas serían estas:

Más específicamente (y poniéndolo en relación con la noción de comprensión), Wittgenstein


ataca esta tesis mentalista subjetivista: comprender el significado de las palabras de los
lenguajes públicos es asociar con ellas ciertas entidades mentales subjetivas.

Dichas tesis puede desglosarse en dos subtesis:


⇒ Tesis de la necesidad: para comprender el significado de las palabras de los lenguajes
públicos es necesario asociar con ellas ciertas entidades mentales subjetivas. Para
comprender el significado de las expresiones de los lenguajes públicos es necesario
asociar con ellas ciertas entidades mentales subjetivas.

⇒ Tesis de la suficiencia: ciertas entidades mentales subjetivas, que asociamos con las
palabras de los lenguajes públicos, determinan el significado que tiene esas palabras.
Ciertas entidades mentales subjetivas, que (de acuerdo con la tesis de la necesidad)
asociamos con las expresiones de los lenguajes públicos, determinan el significado que
tiene estas expresiones.

Cómo se conectan las palabras con lo que significan. Arbitrariedad y semejanza natural.
Imágenes por similaridad

Será útil prestar atención a dos hechos sobre el lenguaje que, pese a ser relativamente pocos
controvertidos, son fundamentales en la discusión que presentamos.

El más trivial consiste en la arbitrariedad de la conexión entre las palabras y los objetos o las
propiedades externas del mundo al cual se aplican. Es obvio que la clasificación de todas las
superficies rojas con el predicado ‘rojo’ o de todas las formas cuadradas con el predicado
‘cuadrado’ es un hecho contingente no implicado por ninguna relación de similitud natural.

Requiere el aprendizaje específica de una lenguaje particular para conocer estas asociaciones
entre las palabras y las cosas.

Hablando así de conexión entre palabras y entidades extramentales no estamos presuponiendo nada
contra las teorías internistas como las que defiende Locke, porque no hemos exigido que las entidades
extramentales constituyan el significado de las palabras sino que tan sólo hemos hablado de aplicación de
las palabras a estas entidades, la cual cosa es compatible con la tesis lockeana sobre la significación
secundaria de los términos.

El otro hecho conocido es que las adscripciones de comprensión o conocimiento del significado
a los otros sujetos son hechas basándonos, al menos parcialmente, en su conducta. Dicho de otra
manera, las acciones de los individuos son, como mínimo, un indicio para concluir que
comprenden –o que no comprenden– el significado de las palabras.

Para el mentalista, estas acciones no son esenciales en la comprensión del lenguaje. Veremos
más adelante que según Wittgenstein las acciones son más que un mero indicio de que hay
comprensión lingüística; son constitutivas o definitorias de esta comprensión. Pero de
momento nuestra descripción pretende ser neutral entre ambas concepciones.

Ejemplos bien sencillos ilustran estos hechos sobre el lenguaje. Suponemos que proferimos ante
alguien la oración ‘Tráeme una flor roja’. Si a continuación el individuo nos trae una flor rojo,
consideraremos su acción –en principio– como indicio o manifestación del hecho de que ha
entidad nuestra oración.

Al mismo tiempo, no deja de ser cierto que las relaciones entre las palabras y las cosas a las
cuales han sido aplicadas (por ejemplo, la relación entre ‘roja’ y el color de la flor que nos trae
el sujeto) son arbitrarias.

Ante todo esto podemos hacernos esta pregunta: ¿cómo es que el sujeto que escucha la oración
anterior y actúa en concordancia (trayéndonos una flor roja) sabe lo que le pedimos? ¿Cómo
sabe, por ejemplo, cuál es el color de la flor que tendría que traer? ¿Por qué nos trae una flor
roja y no un flor de algún otro color? Estamos preguntando cuál es la explicación de estos
hechos que, por otro lado, son tan familiares.

Una respuesta correcta pero que, dado qué tipo de explicación queremos, sería trivial consistiría
en decir simplemente que el sujeto comprende o conoce el significado de la oración. Lo que
pedimos es precisamente una elucidación de lo que es tener esta comprensión lingüística que
permite al sujeto actuar como actúa.

La explicación que propondría la concepción mentalista subjetivista (tal como es reconstruida


implícitamente por Wittgenstein) seguiría aproximadamente el modelo que describimos a
continuación.

Habiendo aprendido un lenguaje hemos interiorizado algún tipo de mecanismo asociativo


mediante el cual podemos establecer las conexiones apropiadas entre palabras y ciertas
entidades subjetivas mentales. Concentrémonos en el ejemplo de ‘rojo’, en el contexto de la
oración anterior. Quien ha aprendido español asocia con ‘rojo’ una entidad subjetiva que es
presente en su mente. En este caso la entidad podría ser una imagen o experiencia interna de
rojo, que es accesible introspectivamente al sujeto. Sentir o leer la palabra ‘rojo’ (en
condiciones normales) provoca que a la mente del sujeto aparezca o se manifiesta la imagen en
cuestión. Comprender la palabra ‘rojo’ no es ninguna otra cosa que establecer conexión palabra-
imagen mental.

Si, además de todo esto, el sujeto que comprende la oración ‘Tráeme una flor roja’ nos trae una
flor roja, entonces lo que ha hecho es (con respecto, específicamente, al término ‘roja’)
comparar los colores de las flores que ha visto (a las cuales tiene acceso normal mediante la
percepción visual) con el color de la imagen mental de rojo hasta que ha encontrado la flor
adecuada. Estos hechos, empero, son posteriores al fenómeno de la comprensión lingüística,
que consiste estrictamente en conectar apropiadamente palabras con entidades mentales
subjetivas.

Contrariamente a lo que sucede con la palara del lenguaje público, las entidades mentales
subjetivas serían –siempre según la interpretación wittgensteiniana de las teorías mentalistas
subjetivas– lo que Wittgenstein denomina imágenes por similitud. Esto quiere decir que las
entidades mentales guardan una relación de similitud natural (no arbitraria) con las
entidades objetivas extramentales de que son imágenes.

Por ejemplo, nuestra imagen de rojo se parece al color rojo de los objetos externos que
percibimos. De lo contrario, necesitaríamos ahora una explicación de cómo es que el sujeto,
guiado por su imagen mental de rojo, ha sido capaz de recoger la flor del color apropiado (tal
como necesitábamos inicialmente una explicación de cómo es que el sujeto, después de haber
escuchado la oración, ha sido capaz de recoger la flor del color apropiado).

Si no parece que tal explicación sea igualmente necesaria, seguramente es porque asumimos
implícitamente que establecer la conexión entre imagen mental y color externo es más
fácilmente explicable. Pero no lo sería si entre imagen mental y color externo hubiera la misma
arbitrariedad que hay entre palabra y color externo.

Ø Hecho no controvertido: la conexión entre las palabras y los objetos y propiedades


externos a los que se aplican es arbitraria.

Ø Algunas acciones constituyen (como mínimo) indicio o manifestación de que hay


comprensión lingüística.
Ø Ante ambos datos cabe plantearse: alguien que actúa conforme a cierta petición verbal
(por ejemplo, “trae una flor roja”), ¿cómo sabe que es lo que se le pide? (¿cómo sabe
cuál es el color de la flor que ha de traer?).

El modelo mentalista subjetivista propondría: tras haber aprendido un lenguaje hemos


interiorizado un mecanismo asociativo por el que al escuchar o leer palabras asociamos con
ellas entidades mentales determinadas, por ejemplo, imágenes. Comprender las palabras
consiste en eso. Tales entidades son imágenes por similaridad = guardan una relación de
semejanza natural (no arbitraria) con los objetos o propiedades externos.

Definiciones verbales e imágenes en la mente

En nuestra ilustración hemos considerado la oración ‘Tráeme la flor roja’ y hemos examinado
la cuestión de la comprensión del significado con respecto concretamente a la palabra ‘roja’.
Naturalmente, nos podríamos plantear cuestiones análogas respecto a los otros términos de la
oración, de los cuales hemos hecho abstracción en la discusión del ejemplo.

Pero estas cuestiones análogas respecto a los otros términos de la oración y respecto al resto de
términos del lenguaje, no tendrían que tener la misma respuesta.

El término ‘rojo’ es un candidato plausible a ser considerado como un término básico, cuya
comprensión requiere asociar directamente una entidad mental subjetiva (probablemente –como
hemos supuesto– una imagen). Los filósofos mentalistas subjetivistas no se tienen que
comprometer con la tesis de que disponemos de imágenes mentales para ser asociadas con cada
una de nuestras palabras. Esto parece muy poco plausible, incluso si descuentan los términos
sincategoremáticos.

El proceso de comprensión del significado de un apalabra con una cierta complejidad


semántica, tal como ‘abogado’, seguramente no involucrará imágenes específicas
correspondientes a este término, sino más bien vínculos con otras expresiones lingüísticas. Estas
otras expresiones formarían parte de una definición verbal de ‘abogado’. La comprensión
lingüística de muchos términos consistirá igualmente en su asociación con otros términos más
básicos, a través de definiciones verbales previamente aprendidas.

La intermediación de definiciones verbales debe tener excepciones. Si el significado de todas


las expresiones viniera dado por definiciones verbales entonces nos moveríamos en círculos, sin
conectar nunca las palabras con entidades no lingüísticas externas al círculo (la otra alternativa
sería que la sucesión de definiciones no acabase nunca, cosa totalmente implausible). Así pues,
hay que suponer que hay ciertas expresiones básicas con las que asociamos entidades mentales
subjetivas (por ejemplo, imágenes) que funcionan como imágenes por similitud. Probablemente
son expresiones básicas en este sentido los términos de colores (‘rojo’, ‘azul’, ‘amarillo’), o los
términos que expresan formas simples (‘cuadrado’, ‘círculo’, ‘triángulo’), así como algunas
expresiones espaciales (‘hacia arriba’, ‘recto’, ‘a la derecha’), etc.

⇒ Nada requiere suponer que se asocien directamente entidades mentales con cada palabra
significativa del lenguaje. Para muchos términos su comprensión puede consistir en
asociarlos con otros términos, a través de definiciones verbales previamente aprendidas.

⇒ La mediación de definiciones verbales no puede operar en todos los casos (so pena de
incurrir en un círculo vicioso o regreso al infinito): en relación con ciertos términos
básicos (presumiblemente ‘rojo’, ‘cuadrado’, ‘hacia arriba’, …) sí asociamos entidades
mentales (por ejemplo, imágenes) que funcionan como imágenes por similaridad.
La correlación palabras-entidades mentales y la correlación palabras-acciones

Resumiendo algunas de las consideraciones que se han hecho, podemos señalar


esquemáticamente que en relación con las acciones que ponen de manifiesto el conocimiento
del lenguaje, la concepción mentalista subjetivista postula tres correlaciones relevantes:

En relación con las acciones que ponen de manifiesto conocimiento lingüístico, la concepción
mentalista subjetivista postula tres correlaciones relevantes:

1. La correlación directa o indirecta (mediada a través de definiciones verbales) entre los


signos arbitrarios (= palabras) y las entidades mentales apropiadas. En primer lugar, hay
la correlación entre las palabras y las entidades mentales apropiadas. Esta correlación es
directa, si se trata de palabras básicas; o bien indirecta (intermediada por definiciones
verbales), en los demás casos. (También cuando se trata de una expresión lingüística no
básica, esta está relacionada con entidades mentales: las entidades mentales
directamente relacionadas con las expresiones lingüísticas básicas que aparecen en los
últimos miembros de cada cadena de definiciones verbales que comienza con la
expresión lingüística no básica).

2. La correlación, por semejanza natural, entre las entidades mentales y los objetos y
propiedades extra-mentales. Tenemos también, por otro lado, la correlación entre las
entidades subjetivas y las entidades objetivas (objetos y propiedades) extramentales
apropiadas. Es una correlación que se da por similitud natural.

3. La correlación (resultado de las dos correlaciones anteriores) entre las palabras y las
acciones que manifestarían comprensión lingüística (por ejemplo, actuar según una
petición o aplicar adecuadamente una descripción). Existen, finalmente, la correlación
(resultado de las dos correlaciones anteriores) entre las palabra y las entidades objetivas
extramentales. Puesto que las acciones del sujeto en relación con estas entidades
extramentales son al menos indicio de su comprensión del significado de las palabras
correspondientes, en realidad podemos considerar que esta tercera correlación
involucrada es la que vincula las palabras y las acciones del sujeto.

El ejemplo con que hemos ilustrado estas correlaciones era acerca de una petición verbal, así
pues una oración en imperativo. La dirección de las respectivas correlaciones era palabras-
imágenes-acciones, y la acción correspondiente (indicativa, en principio de la comprensión del
lenguaje) consistía en actuar de acuerdo con la petición. Cuando se trata de la proferencia de
una oración declarativa, un enunciado, la acción relevante con respecto a la atribución de
comprensión lingüística sería la misma proferencia, e indicaría, en principio, que hay tal
comprensión si, por ejemplo, se trata de una oración suficientemente simple y la descripción
que se hace es verdadera (todo esto suponiendo que se diesen las apropiadas condiciones de
normalidad, que no sería nada fácil de especificar).

En este caso, la dirección de las respectivas correlaciones sería imágenes-palabras-acciones.


Supuestamente (según el mentalismo subjetivista) habría primero las imágenes mentales (que
corresponderían aproximadamente a lo que el sujeto quiere expresar), después las palabras
(provocadas –aunque tan sólo “interiormente”– por las imágenes, como resultado del
mecanismo asociativo aprendido) y finalmente la acción de exteriorizar estas palabras
profiriendo el enunciado.

Las teorías mentalistas subjetivistas defiende que solamente la correlación (1) [en cualquiera de
las dos direcciones] es esencial y definitoria de la comprensión del significado lingüístico. Que
se de o no la correlación (2) es un rasgo contingente, no fundamental, para entender qué es el
significado y su conocimiento. Por tanto, es igualmente contingente la correlación (3), que
depende parcialmente de la correlación (2).
Wittgenstein, al contrario, se caracteriza por argumentar que aquello esencial y definitorio del
significado es la correlación entre las palabras y las acciones (la correlación (3)), pero sin hacer
intervenir necesariamente entidades mentales subjetivas que funcionen a modo de
intermediarios entre las palabras y las acciones).

Veremos en las secciones siguientes sus razonamientos en defensa de esta tesis, basado en la
crítica de las dos subtesis que integran la concepción mentalista subjetivista: la tesis de la
necesidad y la tesis de la suficiencia.

• Sólo la correlación 1 es esencial y definitoria de la comprensión del lenguaje. El


establecimiento de la correlación 2 (y por tanto también de la 3) es un rasgo contingente
del significado.

• Wittgenstein, por el contrario, se caracteriza por destacar la correlación entre las


palabras y acciones (la correlación 3, aunque sin presuponer que sea mediada por
entidades mentales subjetivas) como lo verdaderamente esencial del concepto de
significado.

3. La no necesidad de las imágenes mentales para la comprensión lingüística

En este apartado expondremos las críticas de Wittgenstein a la tesis internista-subjetivista de la


necesidad, contenidas principalmente en diversos pasajes del Cuaderno marrón. Otras partes de
esta obra y, sobre todo, de las Investigaciones filosóficas, combaten el componente más
importante del mentalismo internista-subjetivista: la tesis de la suficiencia.

Actuar por razones y actuar meramente por causas

En el planteamiento de sus objeciones, Wittgenstein hace servir una distinción entre razones y
causas. La distinción puede hacerse tan sólo en relación con acontecimiento que involucren
seres animados con capacidades intencionales, por ejemplo sujetos humanos. En los demás
acontecimientos intervendrán (muy probablemente) causas, pero –en el sentido de razón que
aquí es pertinente– no intervendrán razones.

Concentrémonos ahora en acontecimientos que involucren los sujetos intencionales que


conocemos mejor: los seres humanos. Las acciones intencionales humanas puede ser descritas
como movimientos del cuerpo de un ser humano. Pero hay descripciones de este tipo
(descripciones de movimientos del cuerpo de un ser humano) que no describen ninguna acción
intencional, no describen ningún movimiento que haya sido provocado por la intención de un
sujeto: un acto reflejo, una caída accidental o la digestión de alimentos son claros ejemplos de
movimientos no intencionales.

Podemos preguntarnos por qué tiene lugar un determinado movimiento de un cuerpo humano,
tal como podemos hacer la misma pregunta ante cualquier otro acontecimiento.

Ahora bien, en el caso humano (más exactamente, en el caso intencional en general) la pregunta
puede interpretarse con naturalidad de dos maneras diferentes: como una pregunta –tan sólo–
sobre la causa del movimiento, o bien como una pregunta sobre la razón del movimiento. La
razón es como un paso que precede al movimiento y que lo justifica. Así pues, tan sólo habrán
razones en casos de acciones intencionales: la razón proporcionaría la justificación de por qué el
sujeto realiza la acción que corresponde al movimiento corporal (o que, quizás incluso, es
idéntica al movimiento corporal).
La formulación que hemos utilizado es neutral respecto a la tesis (que es materia de controversia
entre los filósofos de la acción) que cuando efectivamente intervenga una razón, este misma
razón sea causa de la acción intencional correspondiente. Lo que parece claro, en cualquier
caos, es que detrás de muchos acontecimientos corporales habrán causas pero no razones. Los
ejemplos antes mencionados (sangrar, tener erupciones en la piel) ilustran este punto. Son casos
en donde el sujeto no “hace” intencionalmente nada; el acontecimiento le “sucede”.

Podemos anticipar una de las directrices generales de la posición wittgensteiniana. En algunos


de los casos que, en principio, describiríamos como acciones intencionales –el mismo
Wittgenstein dirá que el sujeto actúa, o incluso hablará de elección– la pregunta por la razón,
que en el fondo es una pregunta por la justificación racional, no tendrá ninguna respuesta
correcta positiva porque no habrá tal justificación. A veces actuamos meramente por causas, y
no por ninguna razón. “No es necesario que haya habido una razón de la elección. Una razón es
un paso que precede al paso de la elección. Pero ¿por qué cada paso tiene que ir precedido por
otro?” (Cuaderno marrón, p. 123).

Muchas acciones paradigmáticamente indicativas de la comprensión lingüística son de este tipo.


En relación con el ejemplo que venimos comentando, la pregunta ‘¿por qué el sujeto trae la flor
roja?’ quizás tan sólo es apropiada como pregunta por la causa, pero no como pregunta por la
razón que justifica la acción del sujeto.

Cabe preguntarse por qué tiene lugar un determinado acaecimiento que pueda describirse como
un movimiento corporal humano (por ejemplo, una acción).

⎯ La pregunta puede interpretarse naturalmente como una indagación acerca de la causa


(o las causas) del evento.

⎯ Sólo en algunos casos es también apropiada la pregunta como una indagación acerca de
la razón de que hayamos llevado a cabo el evento; en principio, sólo cuando se trata de
una acción intencional. No es apropiada si se trata, por ejemplo de la digestión o de un
acto reflejo.

Mecanismo asociativo provocado por el adiestramiento lingüístico

Tal como hemos dicho, la relación entre las entidades objetivas extramentales y las palabras es
arbitraria.

Por otro lado, la relación de semejanza entre las entidades objetivas extramentales y las
imágenes mentales es arbitraria, sino natural.

De esto podemos concluir que la relación entre las imágenes mentales y las palabras es
arbitraria. Porque si no fuese así, si la relación imágenes.-palabras fuese natural, entonces
también ería natural la relación entre las entidades objetivas extramentales y las palabras
(asumiendo que la composición de dos relaciones naturales también habría de ser una relación
natural).

Así pues, se puede reproducir algunas variaciones a partir de las cuestiones inicialmente
planteadas sobre la comprensión del significado: dado que no hay semejanza natural entre las
palabras y las imágenes mentales, ¿cómo es que el sujeto que escucha la oración ‘Tráeme una
flor roja’ asocia las imágenes apropiadas con las palabras? ¿Cómo sabe qué imagen tiene que
asociar, por ejemplo, con la palabra ‘roja’?

Ø Puesto que la relación entre la palabra y su aplicación en el mundo, por ejemplo, la


relación entre ‘rojo’ y rojez, es arbitraria, también ha de serlo la relación entre ‘rojo’ e
imagen mental de rojo (ya que la relación entre imagen mental y rojez es natural).
Ø Puede reproducirse, por tanto, esta variación sobre la pregunta inicial acerca de la
comprensión del significado: ¿cómo sabe un sujeto qué imagen tiene que asociar
mentalmente con una determinada palabra?

Wittgenstein considera que el mentalista subjetivista tendría que dar la siguiente respuesta. La
correlación palabras-acciones (correlación (3)) es contingente al proceso de la comprensión
lingüística, porque éste consiste en asociar apropiadamente palabras con imágenes (establecer la
correlación (1)).

El paso final de la acción –recoger la flor roja y traerla– es algo que el sujeto hace
deliberadamente, movido por razones (no meramente por causas), y que podría escoger no
hacer.

Análogamente para el caso de los enunciados: el conocimiento lingüístico radica en el hecho de


que el sujeto sabe qué palabras darían expresión verbal a las entidades subjetivas que tiene su
mente. Pero la exteriorización de estas palabras (la proferencia del enunciado) es una acción
intencional detrás de la cual hay (algo que al sujeto le parece) una justificación racional.

El sujeto podría considerar más atinente no proferir el enunciado que –según su opinión– es
descriptivamente correcto. Dado que cualquiera de las dos conductas alternativas posteriores del
sujeto (traer o no la flor roja; proferir o no el enunciado verdadero) es igualmente compatible
con la comprensión).

Ahora bien, la primera fase del proceso, la asociación imágenes-palabras, no puede ser
igualmente deliberada, racional. El mentalista subjetivista tiene que reconocer que esta
asociación es automática, no deliberada.

La imagen evocada por la palabra no es alcanzada mediante un proceso racional (y si lo es, esto tan sólo
hace retroceder nuestro argumento), sino que este caso es estrictamente comparable con el de un
mecanismo en el cual se pulsa un botón y aparece una placa indicadora (Cuaderno marrón, p. 124).

El aprendizaje del lenguaje ha implantado en nosotros un mecanismo asociativo que (en


determinadas condiciones) hace las conexiones apropiadas ente imágenes y palabras. Este
mecanismo es estrictamente causal: escuchar o leer la pablara ‘rojo’ provoca la imagen en
nuestra mente, sin que haya ninguna justificación racional , tal como la ingestión del alimento
provocará después la digestión, sin intervención de justificación racional. De lo contrario, si
realmente el sujeto escogiera deliberadamente qué imagen asociar con la palabra, entonces es
cuando las cuestiones anteriores (¿cómo es que después de escuchar la oración el sujeto asocia
las imágenes apropiadas con las palabras?) se reproducirían indefinidamente: estas cuestiones
requiere el mismo tipo de respuesta que la cuestión inicial, ¿cómo es que el sujeto nos trae la
flor apropiada?”; con la cual cosa no habríamos avanzado nada con la postulación de una
imagen mental que, en virtud de su parecido con el color externo, permite al sujeto saber qué
flor tiene que recoger. Evitamos esta situación, que nos llevaría a un regreso infinito, aceptando
que la pregunta ‘¿cómo es que asociamos las imágenes apropiadas con las palabras?’ no admite
ninguna respuesta que haga referencia a razones. Es una pregunta tan sólo sobre las causas, que
admite tan sólo como respuesta una explicación estrictamente causal (que haría referencia al
mecanismo asociativo automático resultante del aprendizaje del lenguaje).

Wittgenstein: Aunque el mentalista subjetivista mantenga que la correlación asociativa


palabras-acciones es contingente y mediada por la deliberación racional, debe reconocer que la
correlación palabras-imágenes es automática (para evitar que se reproduzca indefinidamente la
pregunta anterior): tras aprender un lenguaje interiorizamos un mecanismo asociativo mediante
el cual correlacionamos automáticamente (movidos por causas, pero no por razones) las
palabras con las imágenes apropiadas.
El antiintelectualismo de Wittgenstein

Estamos en disposición de presentar el núcleo de la objeción wittgensteiniana a la tesis de la


necesidad. Wittgenstein considera la posibilidad de que el mecanismo asociativo automático
implantado en los sujetos como consecuencia del aprendizaje de un lenguaje estableciera
conexiones diferentes a las que supone su contrincante mentalista subjetivista.

El mecanismo podría (en el caso de la comprensión de una petición verbal) asociar directamente
la percepción de las palabras con las acciones que supuestamente –según la opinión del
mentalista subjetivista– eran tan sólo una manifestación contingente de la comprensión del
significado:

Podríamos imaginar que (…) la palabra provocó una imagen (…) en la mente [del sujeto] (…) el
adiestramiento habría establecido esta asociación (…) Pero, ¿fue esto necesariamente lo que ocurrió? Si
el adiestramiento pudo hacer que la idea o imagen surgiera –automáticamente– en la mente [del sujeto],
¿por qué no podría provocar las acciones [del sujeto] sin la intervención de una imagen? Esto consistiría
simplemente en una ligera variación del mecanismo asociativo (Cuaderno marrón, p. 124).

Una vez que el mentalista subjetivista ha reconocido que una parte del proceso total (que va de
la percepción de las palabras hasta la acción de actuar de acuerdo con la petición) no puede
apoyarse por ninguna justificación racional –tiene que ser automática–, ¿por qué descarta la
posibilidad de que todo el proceso sea de este tipo? ¿Por qué descarta que el mecanismo
asociativo conectase directamente las palabras percibidas con las acciones, sin la intermediación
de imágenes?

Seguramente es muy implausible suponer que el mecanismo asociativo permita hacer


automáticamente estas conexiones. Asimismo, si la posibilidad –pese a ser muy improbable– no
es descartable, entonces la tesis de la necesidad es falsa; porque, efectivamente, la tesis en
cuestión establece que una condición necesaria para la comprensión del significado de las
expresiones de los lenguajes públicos es que para la comprensión del significado de las
expresiones de los lenguajes públicos es que hayan en nuestra mente entidades subjetivas.

Pongámoslo en otros términos: si s posible que haya lenguajes que pueden ser entendidos sin
tener imágenes ni ninguna otra entidad mental subjetiva similar, entonces no hace falta postular
entidades mentales subjetivas para explicar la comprensión del significado de sus expresiones
por parte de los usuarios de estos lenguajes; y, por lo tanto –en general– la compresión del
significado lingüístico no requiere necesariamente la existencia de entidades mentales
subjetivas.

El mentalista subjetivista considera que las acciones que pondrían de manifiesto que hay
comprensión del lenguaje (por ejemplo, recoger y traernos una flor roja, después de haber
comparado las imágenes internas con los colores de las flores) son plenamente deliberativas:
son acciones intencionales realizadas reflexivamente, y por las cuales podríamos pedir una
justificación racional.

Pero según la concepción alternativa sugerida por Wittgenstein, nuestras acciones lingüísticas
(nuestras preferencias y las acciones con que respondemos a las proferencias de los otros)
quizás están mucho menos mediatizadas por la deliberación racional de lo que suponemos
normalmente. Como fundamento de algunas acciones lingüísticas (seguramente se trataría de
algunas muy básicas) podría haber, en lugar de procesos intelectuales de deliberación reflexiva
y justificación racional, respuestas relativamente automatizadas, similares a una acción refleja.
Con respecto a este ámbito de acciones tan sólo una explicación estrictamente causal sería
adecuada.
El mecanismo asociativo automático adquirido tras aprender un lenguaje podría correlacionar
directamente (sin intermediación de imágenes y otras entidades mentales subjetivas) las
palabras con las acciones que supuestamente son una mera manifestación contingente de la
comprensión de las palabras.

Si esa posibilidad, aunque remota, no es descartable, entonces la tesis de la necesidad es falsa.

⎯ Esa posición no compromete a Wittgenstein con el rechazo de imágenes mentales. Es


bien probable que existan. (Datos empíricos así lo sugieren). Lo que Wittgenstein
afirma es que un análisis conceptual abstracto de lo que es el significado lingüístico no
requiere apelar a imágenes.

⎯ Según esa concepción alternativa wittgensteiniana de lo que podría suceder, (al menos
algunas de) las acciones lingüísticas (es decir, de las preferencias y las respuestas a
preferencias de otros), están mucho menos mediatizadas por la intervención de
deliberación racional de lo que usualmente suponemos.

La posición defendida por Wittgenstein no implica negar que hayan imágenes mentales.
Diversos datos empíricos de la psicología indican, por ejemplo, que hacemos razonamientos
espaciales con la ayuda de imágenes mentales geométricas (una cuestión conceptual mucho más
difícil de establecer –pero sobre la que algunos psicológicos también consideran que la
indagación empírica puede ser relevante– es si estas imágenes son subjetivas, en el sentido
caracterizado previamente). Y Wittgenstein no sostiene otra cosa. Incluso, quizás hay leyes
naturales en virtud de las cuales estas imágenes son fisiológica o psicológicamente necesarias en
los seres humanos para la comprensión del lenguaje.

Nada de esto está en contradicción con las tesis de Wittgenstein. Wittgenstein no está
discutiendo sobre las condiciones esenciales de los lenguajes determinadas por nuestra
naturaleza biológica humana, sino una cosa más abstracta. Investiga el concepto general de
lenguaje /y los conceptos vinculados: significado, comprensión lingüística, etc.); y en principio
habría de estar abierta la posibilidad de que los seres no humanos –por ejemplo, los marcianos–
pudieran utilizar un lenguaje. Así pues, las tesis conceptuales generales sobre el lenguaje tienen
que aplicarse a todos los lenguajes que podamos concebir, incluyendo posibles lenguajes
marcianos.

Hay que entender la crítica de Wittgenstein en este contexto. Según su punto de vista, el análisis
conceptual abstracto de qué es el significado (o lo que él denomina la gramática, o la lógica del
término ‘significado’, y de los otros términos emparentados) no requiere postular que quien
comprende el significado de un signo asocia con él (directa o indirectamente) entidades
mentales subjetivas.

Podemos concebir sin contradecirnos –piensa Wittgenstein– que algunos seres empleasen
signos lingüísticos sistemáticamente correlacionados con su conducta, pero sin albergar ninguna
imagen mental.

Incluso es posible que los mecanismos asociativos que han adquirido como resultado del
aprendizaje de su lenguaje conecten (al menos en algunos casos básicos) directamente los
signos con sus acciones. Si todo esto efectivamente nos parece inteligible, entonces tenemos
que rechazar la tesis mentalista subjetivista de la necesidad (interpretada de acuerdo con la
lectura conceptual que nos hace Wittgenstein).
Mentir y desobedecer. Su encaje en la concepción wittgensteiniana

Para Wittgenstein la correlación entre las palabras y las acciones es un factor constitutivo,
definitorio de la comprensión del significado lingüístico (no una mera manifestación o indicio
de esta comprensión). Además, propone que la correlación podría ser muchos menos racional-
reflexiva de lo que pensamos, podría ser altamente automática (en el sentido que hemos
indicado: quizás no hay razones justificativas de por qué establecemos las asociaciones
palabras-acciones, sino tan sólo causas que no son también razones).

Esta posición, especialmente en lo tocante al último punto, parece sorprendente y muy


implausible. Aparentemente, la concepción wittgensteiniana estaría en contradicción con
diversos hechos conocidos relativamente obvios, tales como los siguientes:

Wittgenstein sugiere que la correlación palabras-acciones es un factor constitutivo, esencial de


la comprensión lingüística (no una mera manifestación o indicio de ella). Y que esa correlación
es más automática de lo que creemos.

⎯ Eso parece contradecir hechos cotidianos:

Ø A veces comprendemos las palabras sin realizar las acciones relevantes. Sucede
así cuando decimos lo que creemos falso o cuando desobedecemos peticiones
verbales. Muchas veces tenemos una comprensión perfectamente normal del
significado de las expresiones lingüísticas, pero no realizamos las acciones que
–según Wittgenstein– tendrían que ser esenciales a la comprensión. Atendiendo
al tipo de oraciones que hemos utilizado anteriormente como ilustración
(oraciones en modo imperativo y oraciones declarativas), es indiscutible que
podemos desobedecer una oración imperativa dirigida a nosotros que –de todos
modos– hemos entendido; y podemos también proferir un enunciado que es –y
creemos que es– falso, pese a tener pleno conocimiento de su significado.

Ø En muchos de esos casos es claro que actuamos de un modo deliberado, no


automático. Una mínima investigación introspectiva nos indica, prácticamente
sin ningún género de duda, que a menudo (sobre todo en los casos que
acabamos de apuntar, cuando nuestras acciones no reflejan nuestra
comprensión lingüística) realizamos acciones lingüísticas –proferimos
oraciones o respondemos a preferencias de oraciones de otros– de forma
deliberada, reflexiva, no de manera automática.

Wittgenstein no ofreció explícitamente ninguna réplica suficientemente específica estas


potenciales objeciones contra sus tesis. Asimismo, habría diversas líneas de respuesta
compatibles con la teoría wittgensteiniana que, convenientemente desarrolladas, podrían hacer
frente a los dos problemas. Presentémoslas esquemáticamente:

⎯ Diferentes respuesta a esos inconvenientes son compatibles con la posición de


Wittgenstein:

Ø Habría que especificar para qué rango de términos y acciones básicas se


establece necesariamente el vínculo palabras-acciones, y explicar cómo incluso
en esos casos pueden tener cabida las excepciones. En primer lugar, tenemos
que tener en cuenta que –como una habíamos insinuado en nuestra exposición–
la exigencia de una apropiada correlación entre las palabras y las acciones
seguramente no vale para todas las acciones lingüísticas: acciones lingüísticas
complejas, que involucran oraciones complejas, estarían excluidas. Tendríamos
que especificar para qué rango de oraciones y acciones básicas se establece el
requisito sobre la correlación palabras-acciones en su versión más exigente.
Dentro de rango probablemente se incluirían las aplicaciones de predicados
básicos a casos paradigmáticos. Además, haría falta explicar como incluso en
estos casos simples podría haber excepciones, sin que la admisión de
excepciones suponga renunciar a la tesis fundamental wittgensteiniana (la
tesis que vincula esencialmente la comprensión del significado con la
correlación palabras-acciones). Las excepciones que habrán, si es que las hay,
pueden depender –por ejemplo– de cómo caracterizamos las aplicaciones
paradigmáticas de los términos.

Ø El hecho de que al mentir y al desobedecer actuamos movidos por razones no


implica que sucede lo mismo cuando, en situaciones análogas, decimos verdad
o bien obedecemos órdenes. No tenemos que presuponer que hay simetría, a
este respecto, entre decir verdad y mentir, y entre obedecer y desobedecer.
Conviene, empero, hace algunas reflexiones ulteriores sobre algunas acciones
lingüísticas que no son provocadas por un mecanismo automático, sino por la
deliberación. Hemos dicho que mentir y desobedecer son claros ejemplos.
Podríamos estar tentados de razonar de la siguiente manera. Cuando un sujeto
decide proferir un enunciado falso o decido no seguir una orden, su acción es
obviamente deliberada. Está, por tanto, en una situación en la que la acción que
haga no resulta meramente de un mecanismo automático. Así pues, también si
hubiese dicho la verdad o hubiese obedecido la orden habría actuado
deliberadamente, movido por razones y no meramente por causas.

Este razonamiento, empero, no es correcto. El hecho de que cuando mentimos o


cuando desobedecemos lo hacemos de manera deliberada no implica que
actuemos también deliberadamente cuando, en situaciones análogas, decimos la
verdad u obedecemos una oración imperativa. Puesto que el argumento no
depende del hecho de que se trata de acciones lingüísticas, si fuese válido,
entonces también lo sería cualquier argumento formalmente similar sobre las
acciones de cualquiera. Podemos mostrar que el razonamiento es falaz apelando
a otros ejemplos ya mencionados anteriormente en los que la conclusión
análoga sería falsa.

Digerir una manzana o sangrar no son cosas que nosotros deliberadamente


“hacemos”, sino cosas que “nos pasan”. Tenemos causas, peor no razones.
Ahora bien, por supuesto que podemos encontrar una justificación racional para
interrumpir procesos automáticos; podemos deliberadamente impedir nuestro
proceso digestivo o detener la emanación de sangre. Lo que importa es que esta
posibilidad de operar racionalmente en forma reflexiva, deliberada contra la
tendencia a hacer la digestión o a sangrar, no contradice el hecho constatado
inicialmente: cuando el proceso no es interrumpido, éste tiene lugar
automáticamente, no como resultado de la deliberación racional.

Trasladando la idea a los casos de acciones lingüísticas: el carácter automático,


no deliberativo de ciertas acciones lingüísticas básicas (que la teoría
wittgensteiniana todavía tendría que especificar) es compatible con reconocer
que en el mismo tipo de situaciones un curso de acción alternativo (por
ejemplo, mentir o desobedecer) tan sólo podría hacerse como resultado de la
deliberación racional.

Si las posibilidades sugeridas por esta compatibilidad fuesen reales, habría una
especie de asimetría fundamental entre parejas de acciones lingüísticas
alternativas: decir la verdad y mentir; obedecer una oración imperativa o no
obedecerla; etc. De hecho, algunas intuiciones favorecen la tresis de que, con
respecto al menos a nuestras evaluaciones sobre al comprensión lingüística, no
consideramos completamente simétricos los pares de conceptos respectivos.
Nos parece una posibilidad completamente descartable –y prácticamente
absurda– suponer que es mentiroso precoz un niño que des de los primeros
momentos de su aprendizaje de las palabras ‘papá’ y ‘mamá’ denomina ‘papá’
a su madre y ‘mamá’ a su padre. Antes bien, consideramos que un primer
conjunto de aplicaciones correctas de estas palabras (o, con más generalidad, un
primer conjunto de preferencias de enunciados verdaderos) es una precondición
para atribuir al niño comprensión del significado, e incluso capacidad para
mentir. De un niño así estaríamos inclinados a decir que todavía no ha
aprendido nuestro lengua.

4. Las imágenes no determinan el significado. Normatividad y concordancia con


reglas

Las objeciones más importantes de Wittgenstein al mentalismo internista-subjetivista van


dirigidas contra la tesis de la suficiencia.

Exteriorización de las imágenes

La concepción mentalista internista-subjetivista sostiene que el uso del lenguaje implica poseer
entidades mentales subjetivas (tesis de la necesidad). Y sostiene también que las entidades
mentales subjetivas en cuestión son suficientes para determinar por sí mismas los significados
de las expresiones lingüísticas correspondientes (tesis de la suficiencia).

Una versión específica del mentalismo subjetivista, la teoría de Locke, defiende que las
entidades mentales subjetivas no sólo determinan sino que son el significado.

En cualquier caso, ahora nos importa considerar una consecuencia de la tesis de la suficiencia.
Las palabras se aplican también –usualmente– a entidades objetivas extramentales (tienen
también aquello que Locke denomina significación secundaria). Esta aplicaciones, empero,
tiene que ver con la extensión o la referencia de los términos; y de acuerdo con el principio (B),
la extensión está determinada, a su vez, por el significado del término.

Así pues, la tesis de la suficiencia –en conjunción con el principio (B)– implica que las
entidades mentales subjetivas asociadas con las palabras determinan su significado, y por tanto
determinan su aplicación en el mundo externo extramental. Wittgenstein pondrá en duda esta
idea. Las entidades mentales subjetivas no pueden contener en sí mismas una determinada
manera de ser aplicadas. Puesto que el tipo de entidades mentales subjetivas que venimos
considerando son imágenes, continuaremos concentrándonos en ellas. Más adelante
examinaremos también otras entidades análogas.

Con respecto a las imágenes subjetivas mentales, Wittgenstein hace algunas observaciones
cruciales.

§ La capacidad de representación que tenga la imagen mental –que determinaría la


aplicación de la palabra correspondiente– no puede tenerla en virtud de su carácter
mental, interno.

§ Las imágenes mentales representan (de acuerdo con el mentalista subjetivista) gracias a
sus relaciones de semejanza natural con, por ejemplo, colores o formas externas (son
imágenes por similitud). Y la imagen mental es postulada (en parte) para explicar cómo
aplicamos correctamente las palabras a las entidades externas (decimos la verdad,
obedecemos órdenes, etc.). La explicación sería obscurantista si estas relaciones de
semejanza o similitud dependiera del hecho de que la imagen es interna, subjetiva.
Porque en esta explicación se asume que el sujeto puede “contemplar”
introspectivamente su imagen mental (con el ojo de la mente). Por tanto la conducta del
sujeto (su correcta aplicación de las palabras a las entidades externas) quedaría
igualmente bien explicada si en lugar de “mirar” la imagen interna, el sujeto mirase una
imagen externa cualitativamente indistinguible.

Estas afirmaciones de Wittgenstein ilustran la cuestión (en el caso de que estuviéramos


considerando la imagen de una flecha).

La flecha sólo señala en aquella aplicación que el ser viviente hace. Este señalar no es un arte de
brujería que tan sólo sea capaz de realizar el alma [la mente] (Investigaciones filosóficas, 454).

Así pues, el poder de representar de la imagen mental interna es compartido con


cualquier imagen externa extramental que esté en las mismas relaciones de semejanza
natural en que está la imagen mental interna.

Consiguientemente, Wittgenstein propone una estrategia metodológica consistente en


sustituir, como objeto de reflexión, las imágenes mentales por imágenes externas. Con
esto nuestra investigación filosófica sobre la capacidad de representación de las
imágenes será más segura, porque evitaremos la posible confusión en la que podemos
caer cuando pensamos acerca de entidades que están en un ámbito (la mente), cuya
naturaleza no comprendemos bien:

Hay un medio de evitar, al menos parcialmente, la apariencia oculta de los procesos de


pensamiento [los procesos de comprensión, de interpretación de los signos] y es el de reemplazar
en estos procesos parte del trabajo de la imaginación por actos de observación de objetos reales.
[…] ¿por qué no podría yo sustituir el imaginar una mancha roja por la visión de un trozo de
papel rojo? […] Para nuestros propósitos, podríamos reemplazar perfectamente ben cada proceso
de imaginar por un proceso de mirar un objeto o de pintar, dibujar o modelar [….] (Cuaderno
azul, p. 30).

Wittgenstein: lo que pudiera ser explicado postulando imágenes mentales quedaría igualmente
explicado postulando imágenes externas a la mente que fueran consultadas visualmente.

Sería oscurantista pretender que lo que confiere a las imágenes su capacidad representacional
(en virtud de la presunta semejanza natural con su significado) es justamente el hecho de que
son internas a la mente.

Adoptemos pues el método de reemplazar las imágenes mentales internas por imágenes (o
instrumentos similares) externas, públicas.

Propiedades intrínsecas y propiedades extrínsecas de las representaciones

Las palabras de la siguiente cita redundan en el mismo punto (la propuesta metodológica de
“exteriorizar” las imágenes), pero contienen también las conclusiones negativas que quiere
obtener Wittgenstein en relación con el presunto poder representacional de las imágenes:

Si el significado del signo (…) es una imagen construida en nuestras mentes cuando vemos o sentimos el
signo, adoptamos el método (…) de reemplazar esta imagen mental por algún objeto exterior visto (…)
¿por qué tendría que tener vida el signo escrito más esta imagen pintada [exterior], si el solo signo escrito
estaba muerto? (Cuaderno azul, p. 31).

¿Por qué dice Wittgenstein que el signo, a solas, está muerto? La idea que quiere transmitir con
estas metáforas (que aparecen también en las Investigaciones filosóficas, 454) es que por sí
misma una imagen no determina ningún significado. Esto implicaría que la tesis mentalista
subjetivista es falsa.
Ahora bien, ¿cómo se puede justificar esta afirmación? Trataremos de justificarla para el caso
de las imágenes externas. (Si el principio presupuesto cuando aceptamos reemplazar imágenes
internas por imágenes externas es correcto, entonces el resultado que obtengamos será válido
también con respecto a las imágenes mentales).

Propiedades intrínsecas de una imagen = las propiedades que comparte con cualquier “copia”
que sea cualitativa indiscernible de ella.

En primer lugar, introducimos el concepto de propiedad intrínseca, restringido a imágenes: las


propiedades intrínsecas de una imagen son las propiedades que comparten con cualquier otra
imagen que sea cualitativamente indiscernible de ella. Dada esta noción de “propiedad
intrínseca”, es poco controvertido el principio (1).

1. Las relaciones de semejanza natural están determinadas por las propiedades intrínsecas.
Las relaciones de similitud natural que mantiene una imagen con otras entidades están
determinadas por las propiedades intrínsecas de la imagen.

El principio parece bien justificado porque las relaciones de similitud natural pueden ser –quizás
con alguna idealización– “contempladas” o reconocidas por los sujetos (por esto es razonable
adoptar el método de “exteriorizar” la imagen), de tal forma que dos imágenes con la mismas
propiedades intrínsecas han de mantener las mismas relaciones de similitud natural
(justamente esto es lo que afirma [1]).

Por otro lado, los mentalistas subjetivista sostienen (tal como ya hemos apuntado en la sección
anterior) que la capacidad de representar o de significar de las imágenes depende de sus
relaciones de semejanza natural; así pues, suscribimos esta otra tesis:

2. Las imágenes significan en virtud de sus relaciones de semejanza natural. Lo que una
imagen significa o representa está determinado por las relaciones de similitud natural
que mantiene con otras entidades.

Tenemos, empero, que la tesis (1) y (2) son incompatibles con el principio (3), que no es otra
cosa que una formulación particular de la negación de la tesis de la suficiencia:

3. Las propiedades intrínsecas de una imagen no le confieren un significado determinado.


Lo que una imagen significa o representa no está determinado por sus propiedades
intrínsecas.

Es esta tesis (3), pues, el principio clave que Wittgenstein tendría que demostrar para refutar la
tesis mentalista subjetivista de la suficiencia. Veremos en las próximas secciones como
argumenta Wittgenstein en este sentido.

Las tres aseveraciones son inconsistentes. No es controvertida (1). El mentalista subjetivista


defiende (2). Si se demuestra (3), quedará refutada (2).

Ahora presentaremos datos intuitivos a favor de (3) basados en otro de los experimentos
mentales diseñados por H. Putnam. Supongamos que en la arena de una playa hay dos imágenes
visualmente indiscernibles (que comparten, pues, sus propiedades intrínsecas). Las dos se
parecen a la cara de Churchill.

i. Una de ellas, empero, ha sido trazada aleatoriamente como resultado del


desplazamiento de unas hormigas.
ii. La otra ha sido dibujada por alguien que ha visto a Churchill, y con la intención
específica de hacer una representación de Churchill.

Putnam afirma que alas dos imágenes no comparten el significado porque la primera no
significa nada, no representa nada. Si esto es cierto, se sigue que las propiedades intrínsecas
(que son comunes a las dos imágenes) no determinan el significado que pueda tener la
representación.

Podemos considerar también esta otra versión del mismo tipo de ejemplo. Dos imágenes de una
flecha, también intrínsecamente iguales, que aparecen en las paredes de una cueva.

i. Una ha sido pintada por una persona con el propósito de indicar la salida de la cueva.

ii. La otra no es más que una mancha de humedad que por casualidad tiene el mismo
aspecto que la primera imagen.

Nuevamente parece que tan sólo una de las imágenes tiene la propiedad semántica de
representar o significar algo.

Argumento (de H. Putnam) a favor de (3): Consideremos dos imágenes visualmente


indistinguibles trazadas en la arena. Ambas parecen una caricatura de Churchill. Una de ellas ha
sido trazada aleatoriamente por el desplazamiento de una hormiga. La otra ha sido dibujada
intencionadamente por alguien inteligente que ha visto a Churchill. Las imágenes difieren en
significado ya que la primera no significada nada.

Es fundamental entender bien cómo tenemos que interpretar la situaciones descritas en estos
experimentos mentales. No se trata de evaluar lo que iríamos si encontrásemos dos imágenes
igualmente similares a Churchill (o dos imágenes de una flecha). Si fuera esto, entonces muy
probablemente juzgaríamos que una y otra imagen representan lo mismo. Este sería nuestro
juicio, porque descartaríamos la posibilidad (altamente improbable) que una de las imágenes se
hubiera formado por casualidad. Pero en el planteamiento del experimento se estipula
precisamente que una imagen es el resultado del azar. En consecuencia, tenemos que evaluar
nuestras intuiciones sobre el caso teniendo en cuenta que este dato (el carácter aleatorio de una
de las imágenes) está ya fijada de antemano.

Hemos recorrido estos ejemplos de Putnam para ilustrar la plausibilidad de la tesis [3], en parte porque el
razonamiento de Putnam es quizás más nítido que los que podemos encontrar en los textos de
Wittgenstein.

Ahora bien, no todos los aspectos involucrado en los ejemplos serían adecuados como ilustración de las
tesis estrictamente wittgensteinianas. La diferencia más clara que reconocemos entre las dos imágenes de
cada pareja es la presencia o ausencia de intencionalidad consciente en la formación de la imagen: la
presencia o ausencia de un sujeto con estados intencionales que deliberadamente hace la imagen.

Los ejemplos podrían sugerir que la deliberación intencional es una condición necesaria para qué hayan
signos con poder representacional. Así pues, para las razones que hemos explicado previamente en el
apartado 3 (“La no-necesidad de las imágenes mentales para la comprensión lingüística”), Wittgenstein
no habría utilizado estos ejemplos.
Normatividad del significado

Wittgenstein llega a conclusiones análogas a (3) por vías diferentes (por otras vías). Por
ejemplo, basándose en la normatividad lingüística.

Una de estas vías pasa por la normatividad lingüística, tal como es denominada
contemporáneamente (pese a que Wittgenstein utiliza una terminología diferente).

Es considerablemente difícil caracterizar el concepto general de normatividad que está aquí


involucrado. Como aproximación imprecisa podríamos introducirlo en los términos siguientes.
Decimos que una propiedad F es normativa cuando hay una distinción entre corrección e
incorrección en relación con las ejemplificaciones de F, o en relación con las ejemplificaciones
de otras propiedades dependientes, en cierta manera, F. La idea es que hay casos en que F (u
otra propiedad relacionada) ejemplificada correctamente y casos en que se ejemplificada
incorrectamente, es decir, no tendría que haberse ejemplificado; igualmente, hay casos en que F
(o la otra propiedad relacionada) no es ejemplificada pero tendría que haberse ejemplificado.

Un ejemplo claro de propiedad que, al menos aparentemente, no es normativa es la de ser un


planeta. No tiene ningún sentido decir que algunas ejemplificaciones de la propiedad de ser un
planeta son correctas y otras incorrectas, o que en algunos casos en que la propiedad no se
ejemplifica tendría que haberse ejemplificado.

Hay normatividad en el ámbito de los valores, tanto éticos como estéticos. Pero no es fácil
especificar las propiedades específicas que clasificamos como normativas (esta es una de las
razones de formular el concepto de normatividad en la forma tan imprecisa en que lo hemos
hecho). La realización de una acción (seleccionar un estudiante para recibir una beca) que en
determinadas circunstancias sería justa (el estudiante es quien mejor satisface los requisitos) y
en otras circunstancias no lo sería (el estudiante es quien tiene los amigos más adecuados) es un
caso, seguramente, de propiedad normativa, o de acontecimiento que tiene propiedades
normativas.

Pasemos a los casos de normatividad lingüística. Quien queriendo escribir correctamente una
oración en inglés comete una falta de ortografía, actúa de una forma que, relativamente a las
normas ortográficas del inglés, es incorrecta. Y un determinado acontecimiento alternativo –
escribir la oración sin ninguna falta– tendría que haberse dado. Este ejemplo ilustra como la
ortografía de un lenguaje es normativa. Naturalmente, encontramos también normatividad en la
fonética, o en la sintaxis de un lenguaje.

Nos interesa especialmente el carácter normativo de la semántica, es decir, la normatividad


derivada de los significados de las expresiones lingüísticas. Así, por ejemplo, describir el color
de un coche azul profiriendo la oración ‘Este coche es verde’ es realizar una acción lingüística
que, relativamente a las normas o reglas semánticas del español, no es correcta.

El significado de las palabras determina cómo se aplican correctamente (es decir, como se
tienen que aplicar) a los objetos y propiedades del mundo.

Por ejemplo, el significado del predicado ‘verde’ determina –conjuntamente con el significado
de los otros términos– que, dadas las circunstancias (estar ante un coche azul), la proferencia de
la oración ‘Este coche es verde’ es incorrecta.

Y el significado de ‘azul’ determina –nuevamente en conjunción con el significado de los otros


términos y dadas las mismas circunstancias– que una proferencia de ‘Este coche es azul’ habría
sido correcto o apropiada.
En definitiva, el significado de las expresiones de un lenguaje es algo que determina una
división de las posibles acciones lingüísticas que involucran estas expresiones en dos categorías:

⎯ Acciones correctas
⎯ Acciones incorrectas

(Respecto a las normas semánticas de este lenguaje).

Si el significado consiste en, o está determinado por, imágenes u otras entidades mentales
subjetivas (como afirma la tesis mentalista subjetivista de la suficiencia), entonces estas
entidades son normativas: determinan una distinción entre maneras correctas e incorrectas de
ser aplicadas o interpretadas. Wittgenstein argumentará que esto no es cierto: ni una imagen ni
ninguna otra entidad similar puede establecer esta distinción.

Una propiedad F es normativa si y sólo si en relación con las ejemplificaciones de F (o en


relación con ciertas propiedades dependientes en cierta manera de F) hay una distinción entre
corrección e incorrección, es decir, cabe distinguir casos en que se ejemplifica correctamente de
otros en que se ejemplifica incorrectamente (= la propiedad no debería haberse ejemplificado).

El significado es normativo. Es en virtud de lo que significan las palabras, nuestras acciones


lingüísticas pueden ser correctas o incorrectas. Ejemplo: describir el color de algo verde
profiriendo ‘es rojo’ es incorrecto (relativamente a las normas o reglas del español).

Ø Lo que determine el significado de las expresiones de un lenguaje debe ser algo


normativo, algo que determine una distinción entre corrección e incorrección en las
aplicaciones de esas expresiones.

Ø Las imágenes (u otros instrumentos análogos postulados por el mentalista subjetivista)


no cumplen esta condición. Por lo tanto, no determinan ningún significado.

Definiciones ostensivas

Hemos señalado que la asociación de un signo arbitrario (por ejemplo, una expresión de un
lenguaje natural) con una imagen está en contraposición con proporcionar una definición verbal
del signo. La definición verbal explica el significado del signo asociándolo con otros signos
también arbitrarios (otras expresiones lingüísticas). Pero con una imagen se pretende,
supuestamente, mostrar más directamente –si se quiere decir así– lo que significa el signo (o
como se ha de aplicar) para que la imagen sirva como imagen por similitud, que tiene semejanza
natural (no arbitraria) con este significado (o con el campo de aplicación determinado por este
significado).

En este sentido, la explicación o la mostración del significado mediante imágenes es análoga a


proporcionar una definición, o una explicación, ostensiva del signo. Aquí tenemos algunos
ejemplos de definiciones explicaciones ostensivas de signos: explicar el significado de ‘azul’
señalando un coche azul; decir ‘un lápiz es esto’ exhibiendo un lápiz; decir simplemente
‘manos’ levantando y agitando ligeramente las manos; aclarar quién es Bertrand Russell
apuntando con el dedo índice a una foto de Russell. También estas parecen opciones alternativas
a la definición verbal; y acciones que, a diferencia de la definición verbal, nos permiten
“conectar” directamente el signo arbitrario con su significado (o con sus aplicaciones). De
hecho, en cierta manera, cuando damos una definición o una explicación ostensiva estamos
proporcionando una imagen (en un sentido muy amplio; la imagen no necesariamente es una
imagen visual: por ejemplo, explicar qué quiere decir que un sonido sea agudo con la emisión
de un sonido agudo sería proporcionar una explicación ostensiva mediante una imagen
acústica).
Lo que dirá Wittgenstein en relación con las definiciones ostensivas, las imágenes y los demás
instrumentos similares (a los cuales denominará expresiones de reglas), que supuestamente
tienen relaciones de semejanza natural con ciertos significados, es que no pueden cumplir
(acometer) la función que el mentalista subjetivista cree que pueden acometer. Restringiéndonos
ahora al caso de las definiciones ostensivas, vemos algunas de las reflexiones de Wittgenstein:

Problema: la definición ostensiva misma, ¿necesita ser comprendida? ¿No puede malinterpretarse la
definición ostensiva? […]

Expliquemos […] la palabra “blando” señalando un lápiz y diciendo “esto es blando” […] puede ser
interpretada de múltiples maneras. […] Puede interpretarse […] que la definición significa:

“Esto es un lápiz”
“Esto es redondo”
“Esto es madera”
“Esto es uno”
“Esto es duro”
etc.
(Cuaderno azul, p. 28).

Imaginemos el siguiente caso: nosotros damos a alguien la orden de marchar en una cierta dirección,
señalando con la mano o dibujando una flecha que señal en esta dirección. […] ¿No podría interpretarse
que tal orden significa que el hombre que la recibe tiene que marchar en la dirección opuesta a la de la
flecha? (Cuaderno azul, p. 63).

[…] La enseñanza ostensiva contribuyó, ciertamente, a producir aquel [la comprensión de unas palabras];
por supuesto que tan sólo conjuntamente con un aleccionamiento determinado. Con un aleccionamiento
diferente, el mismo enseñamiento ostensivo de estas palabras hubiera provocado una comprensión
totalmente diferente (Investigaciones filosóficas, 6).

El problema es el siguiente: la línea general argumentativa del mentalismo subjetivista que


impulsa a sus defensores a postular la necesidad de definiciones ostensivas (o de otras imágenes
por similitud) implica que ante una definición ostensiva tenemos que realizar una especie de
proceso interpretativo, un proceso que sería, en algún sentido, reflexivo o “intelectual”.
Wittgenstein indica, empero, que toda definición ostensiva por ser –en este sentido–
interpretada de modos bien diversos.

Según los mentalistas subjetivistas, la definición o explicación ostensiva, tal como es


intrínsecamente (ya que es una imagen por similitud), tendría que mostrarnos directamente el
significado. Pero si tenemos que interpretar la definición ostensiva, ésta resulta inevitablemente
ambigua; la solución al problema derivado de esta ambigüedad no puede residir en la misma
definición ostensiva intrínsecamente considerada.

Ø Asociar una imagen a un signo se contrapone a dar una definición verbal del signo: con
la imagen pretendemos mostrar su significado por su similitud natural (no arbitraria)
con dicho significado.

Ø En ese sentido, dar una definición ostensiva (por ejemplo, señalar un lápiz al definir
‘lápiz’) es análogo a proporcionar una imagen.

Wittgenstein: Parece que toda definición ostensiva podría interpretarse de modos diversos. La
resolución de esa potencial ambigüedad no reside en la propia definición ostensiva
intrínsecamente considerada.
Expresiones naturales de reglas

Tal como decíamos en la sección anterior, Wittgenstein recoge bajo el concepto de expresión de
una regla o, más exactamente, de expresión natural de una regla todos aquellos instrumentos
que pueden servir para mostrar más directamente el significado de algún signo arbitrario;
podríamos cumplir esta función porque su relación con este significado no es tan arbitraria.
Según el mentalismo subjetivista se trataría de una relación de semejanza natural, determinada
por sus propiedades intrínsecas.

La regla expresada por una de estas expresiones naturales de reglas es justamente la regla o
norma semántica correspondiente al signo (el signo definido o elucidado mediante la expresión
de la regla), y que efectivamente determina una división de las posibles acciones lingüísticas
que involucran el signo en correctas e incorrectas.

De hecho, podemos identificar la regla con el significado del signo (o con su ámbito de
aplicación). Así pues, tenemos que entender que las cuestiones sobre la comprensión del
significado de los signos de un lenguaje público son –o pueden considerarse como– cuestiones
sobre como los usuarios de este lenguaje consiguen comprender o “conocer” las reglas de sus
signos. Y en su respuesta a estas cuestiones, el mentalismo subjetivista apela esencialmente a
las expresiones naturales de las reglas, que presuntamente indicarían sin ambigüedad qué
significan los signos arbitrarios (Con respecto a la terminología empleada por Wittgenstein,
conviene advertir que en sus textos se utiliza el término ‘regla’ para denominar indistintamente
las reglas y también las expresiones naturales de reglas).

He puesto ‘conocer’ entre comillas –comillas indicativas de un uso peculiar, en este caso peculiarmente
laxo, del término; no indicativas de ninguna mención del término– porque hace falta incluir en su sentido
un conocimie3nto meramente práctico, no reflexivo, de las reglas. De lo contrario, la descripción anterior
podría ser incompatible con la posición de Wittgenstein.

Además de los ejemplos ya comentados (imágenes –correspondientes a colores, a formas, etc.–


y definiciones ostensivas), hay otros casos ilustrativos d los que es una expresión natural de un
regla. Wittgenstein clasifica como expresiones de reglas una flecha, o determinadas mesas que
pueden ser consultadas por los sujetos: por ejemplo, una mesa con nombres de formas a la
izquierda alineados con dibujos de formas situados a la derecha; cada dibujo de la derecha
mostraría la forma correspondiente al término que aparece a su izquierda.

⎯ La regla correspondiente a un signo lingüístico es la norma respecto a la cual ciertas


aplicaciones del signo son correctas y otras no.

⎯ Una expresión (natural) de una regla es un instrumento con el que supuestamente se


conecta el signo con su significado /y, por tanto, con la regla o norma correspondiente)
en virtud de una semejanza natural.

Ejemplos de expresiones de reglas: imágenes, tablas (p.ej. una tabla con nombre de formas a la
izquierda alineados con dibujos de formas a la derecha), definiciones ostensivas, flechas, etc.

Observación: Wittgenstein usa ‘regla’ para referirse indistintamente a la regla y a la expresión


de la regla.
Seguir una regla

Wittgenstein formula el tema de la normatividad del significado haciendo referencia al


seguimiento de reglas. La división entre acciones correctas y acciones incorrectas
relativamente a las reglas o normas correspondientes al significado de ciertos signos lingüísticos
es la división entre las acciones en las que el sujeto sigue la regla –actúa en concordancia con la
regla– y acciones en las que el sujeto no la sigue.

De hecho, esta distinción entre seguir y no seguir una regla puede aplicarse a otros casos no
vinculados (al menos directamente) con lenguajes públicos: nuestro uso de conceptos en general
(incluso si no depende del uso de un lenguaje) es normativo en el sentido relevante, y está
también regido por reglas.

El significado de una palabra es algo que puede dividir la clase de todas las posibles acciones
lingüísticas –que involucran esta palabra–en aquellas en las que se actúa de acuerdo con la regla
y aquellas otras en las que no se actúa de acuerdo con la regla. Poniendo las cosas en estos
términos, el mentalismo subjetivista tiene que sostener que la expresión natural de una regla
determina una división entre acciones en concordancia con la regla expresada y acciones que no
están en concordancia con la regla.

Ahora bien, Wittgenstein argumenta que toda acción posible puede hacerse concordar con una
imagen, una definición ostensiva, una mesa o cualquier otra expresión natural de una regla.
Como decíamos antes respecto de las definiciones ostensivas, la expresión natural de una regla
puede ser interpretada de maneras muy diversas; no determina por sí misma la regla que
supuestamente expresa. Por lo tanto, estas entidades no contienen intrínsecamente de la
normatividad requerida. Veremos cómo justifica Wittgenstein esta afirmación crucial
ilustrándola con tres tipos de casos diferentes:

⎯ La normatividad del significado puede redescribirse apelando a reglas: hay casos en que
se sigue la regla y casos en que no. El significado debe determinar esa distinción.

⎯ Toda expresión de una regla, intrínsecamente considerada, puede interpretarse de


modos diversos; cualquier acción podría hacerse concordar con ella. Luego no
determina inequívocamente por sí misma qué regla (o norma) es la que expresa.

Ejemplos:

1. Un acto de señalar con el dedo podría tomarse como indicación de la dirección contraria
a aquélla en que habitualmente lo interpretaríamos. Por un lado hay todos los ejemplos
de definiciones ostensivas (que ya hemos comentado) y otras instrucciones que serían
asimilables a una definición extensiva, tales como señalar una dirección con el dedo o
con una flecha. Siempre podemos concebir alguien que interpretarse estos signos
presuntamente naturales en un sentido diferente al sentido en que nosotros los
interpretaríamos. ¿No podría un marciano, por ejemplo, entender un gesto nuestro o una
flecha como una indicación de la dirección contraria a la que nosotros queremos
indicar? ¿Por qué, y en qué sentido, sería la “interpretación” que hace este marciano
incorrecta? ¿Sería incorrecta si fuese la manera más natural en que él puede tomar el
gesto o la fecha?

Una [expresión de una] regla está allí como un indicador de caminos. ¿Qué no permite dudas el
indicador, sobre el camino que tengo que hacer? […] ¿Dónde se dice en qué sentido lo tengo que
seguir: si es en la dirección que indica su dedo, o bien (por ejemplo) en la dirección opuesta?
(Investigaciones filosóficas, 85).

Claro está que, por otro lado, la definición ostensiva (como cualquier otra expresión
natural de una regla) tendría que ser última. Las posibles dudas sobre si tenemos que
seguir un dedo o una flecha en una dirección o en la dirección opuesta no se evitan con
por, por ejemplo, otro dedo que señale cuál de las dos opciones es la correcta.

2. Diferentes personas puede tener en la mente la misma imagen de un cuadrado (o de una


mancha verde) y aplicarla de manera diferentes: como representación de todos los
cuadriláteros o sólo de los cuadrados (de todos los tonos de verde o de cierta gama más
restringida). Esa diferencia en aplicación o uso implica diferencia en significado,
incluso si no hay diferencia en la imagen diversamente aplicada. Los ejemplos
siguientes muestran de una forma todavía más plausible la posibilidad de
interpretaciones no usuales de un signo presuntamente natural. Las imágenes mentales
de colores o de formas simples son paradigmas de entidades mentales subjetivas del
tipo postulado por los mentalistas subjetivistas. Así pues, dos personas diferentes
pueden tener en su mente la misma imagen (es decir, imágenes que serían
intrínsecamente en discernibles) de una figura cuadrada, o de una mancha con un tono
específico de azul, y interpretarla de manera diferente. Supongamos que el sujeto A
toma de imagen cuadrada como representación de todos los cuadriláteros, pero el sujeto
B la aplica solamente a los cuadrados. O supongamos que para el sujeto Ala imagen
azul representa todos los matices del color azul, pero para el sujeto B la imagen
representa una gama mucho más restringida de azules. Según Wittgenstein, estas
diferencias en la aplicación de las imágenes implican que hay diferencia en el
significado, pese a que no hay diferencia en la imagen que cada sujeto aplica de forma
distinta.

[…] supongo que, cuando escuchas la palabra “cubo”, te viene a la mente una imagen. Por
ejemplo, el dibujo de un cubo. ¿Hasta qué punto puede esta imagen adaptarse, o bien no
adaptarse, a una utilización de la palabra “cubo”? […]

La imagen del cubo no sugería, asimismo,


Una cierta utilización, pero yo también podría utilizar la imagen de otra manera.

[…] En ciertas circunstancias también estaríamos dispuestos a denominar “aplicación de la


imagen del cubo” a un proceso diferente de aquel que habíamos pensado en un primer momento
[…]

Y lo que es esencial ahora es que veamos que, al escuchar la palabra, nos puede venir a la mente
lo mismo, y que, en cambio, su aplicación puede ser diferente. ¿Y tiene, entonces, la palabra el
mismo significado ambas ocasiones? Pienso que negaremos esto (Investigaciones filosóficas,
139 y 140).

Este ejemplo sugiere que el elemento esencial del significado es la aplicación que
hacemos del signo, o –como dirá a menudo Wittgenstein–el uso que hacemos. Y esto
vale no solo con respecto a los signos arbitrarios, sino también en relación con cualquier
signo, incluidas las expresiones naturales de reglas (imágenes, definiciones ostensivas,
etc.), que presuntamente representaban por semejanza natural. Tampoco estas
supuestas imágenes por similitud contienen en sí mismas su método de aplicación.
También lo que ellas representan dependerá de cómo son usadas (utilizadas).

3. Toda sucesión finita de números podría ser continuada en una infinitud de modos
diferentes. Hemos aprendido la regla de la suma a partir de un conjunto finito de casos.
¿Cómo puede ese conjunto fijar que es la suma la regla significa y no alguna otra cosa
(por ejemplo, la “parasuma” que coincide con la suma en los casos incluidos en ese
conjunto finito pero diverge estrambóticamente en los nuevos casos)? Wittgenstein
afirma que aquello que caracteriza una regla es el ser aplicada repetidamente, a un
nombre indefinido de casos. Esto pasaría con todas las reglas, pero es más claro cuando
se trata de reglas sobre operaciones aritméticas. Pensemos en la operación de sumar. Al
concepto de suma (y a los términos que lo expresan, tales como ‘suma’ y ‘+’) le
corresponde una determinada regla. Cuando nos proponemos sumar dos números,
nuestra acción estará en concordancia con la regla si y solo si el resultado es el correcto.
Lo que hemos aprendido cuando hemos aprendido a sumar contiene de alguna manera
todas las posibles aplicaciones de esta regla a un número infinito de casos. Pero, ¿cómo
es esto posible, en la medida en que en nuestro aprendizaje de la suma hemos
encontrado tan solo un número finito de aplicaciones de la operación?

Lo que de una u otra manera hemos aprendido puede ser identificado con una serie
finita formada por tría las de números (sucesiones de tres números), de los cuales el
último es la suma de los otros dos: (0,0,0), (0,1,1), (1,1,2), (1,0,1), (1,2,3), etc. ( el
presunto signo que exprese de manera natural hay regla de la suma será esencialmente
equivalente a una tabla que contenga esta serie). Ahora bien, toda serie finita de este
tipo puede ser continuada en un número infinito de maneras diferentes. En cada caso
particular en que se nos presenten dos nuevos números para ser sumados, seguir la regla
de la suma implica extender la serie en un único sentido para aquél nuevo par. ¿Cómo
queda determinada, a partir de la serie finita de aplicaciones, una única manera de ser
continuada indefinidamente? […]

5. La determinación del significado según Wittgenstein

La interpretación de las ideas de Wittgenstein sobre lenguaje es más difícil cuando se trata de
adivinar cuáles son sus propias tesis positivas, particularmente que salida daría a los problemas
que hemos escrito. Algunos autores han visto en Wittgenstein una defensa del escepticismo
sobre la normatividad del significado, que no proporcionaría ninguna solución a las paradojas
sobre seguir una regla (es la línea que sigue Kripke que en su libro Reglas y lenguaje privado
Wittgenstein). Ofreceremos en este apartado una de las posibles lecturas alternativas.

Captación y seguimiento no interpretativos de las reglas

A pesar de las dificultades comentadas sobre las posibilidades de interpretar de múltiples


maneras cada expresión natural de una regla, el hecho es que, a la práctica, son interpretadas de
manera estándar o así siempre sin excepciones. Así pues, ¿son o no son ambiguas las
expresiones naturales de reglas?

“[…] cualquier cosa que haga tendrá que acordar con la regla a través de alguna interpretación.” –no, no
se tendría en modo alguno que decir así, si no así: cada interpretación, juntamente con la cosa
interpretada, está colgada en el aire; la interpretación no puede servir de soporte a aquello interpretado.
Las interpretaciones por sí mismas no determinan en modo alguno el significado. (Investigaciones
filosóficas, 198).

Según Wittgenstein usualmente no hay ambigüedad real en una expresión natural de una regla.
Tan solo habría ambigüedad cuando tomamos la definición extensiva, la imagen, la mesa o la
flecha como pretende el mentalismo subjetivista: Como un signo que tenemos que “interpretar”,
entendiendo esta “interpretación” en un sentido intelectual, reflexivo, racional; un signo que
tenemos que seguir movidos por razones.

De acuerdo con los mentalistas subjetivistas, buscamos una justificación racional para intentar
seguir la regla en un sentido u en otro, y cuando “contemplamos” la expresión natural de la
regla reconocemos –en virtud de la relación de semejanza natural– cuál es la opción correcta.
Este procedimiento, empero, no lo saca de la paradoja. Siempre podemos concebir otras
maneras de interpretar la expresión de la regla, y si efectivamente tenemos que encontrar
razones que justifiquen nuestra opción por una manera específica (la interpretación reflexiva-
racional de la expresión natural de la regla consiste en esto). No hay justificación racional de
nuestra forma de seguir la dirección que señala una fecha o un dedo. La diferencia entre
nosotros y el marciano que sigue la dirección opuesta no tiene que ver con la racionalidad.

Wittgenstein considera que nuestra reacción básica ante una expresión natural de una regla no
está justificada, pero tampoco se trata de una reacción injustificada; porque sencillamente no es
el tipo de acción que requiere justificación. En los casos básicos, la pregunta sobre cómo
intentamos seguir la regla es apropiada tan sólo como pregunta sobre las causas, no sobre las
razones.

No hay acto de captación, de intuición, que nos haga usar la reglas como lo hacemos […] Sería menos
confuso denominarlo un acto de decisión, pese a que también esto es desorientador, ya que no tiene que
realizarse nada parecido a un acto decisión […] Hay una idea de que “algo tiene que hacernos” hacer lo
que hacemos. Y esto vuelve a enlazarse con la confusión entre causa y razón. No necesitamos tener
ninguna razón para seguir la regla tal como lo hacemos. La cadena de razones tiene un límite (Cuaderno
marrón, p. 183).

No hay fundamentación racional intelectual de nuestro modo de seguir una regla. Hay una
captación de la regla que no es interpretación, no es una manera de interpretarla racionalmente.
A nosotros nos resulta más natural o familiar aplicar la expresión natural de la regla, incluyendo
las aplicaciones a nuevos casos, del modo en que lo hacemos. Éstas maneras naturales de
reaccionar son las que determinan la distinción entre seguir y no seguir la regla.

“¿Cómo puedo seguir una regla?” Si esto no pregunta por las causas, es que pregunta por la justificación
del hecho de que yo, siguiendo la regla, actúe de esta manera. Agotadas las justificaciones, he llegado
ahora a la roca dura y la pala se me dobla hacia atrás. Entonces tiendo a decir: “actúo simplemente así”
(Investigaciones filosóficas, 217).

Cuando sigo la regla, no escojo. Sigo la regla ciegamente (Investigaciones filosóficas, 219).

Ninguna de estas expresiones de reglas resulta de hecho ambigua.

⎯ Sólo son ambiguas cuando las tomamos como pretende el mentalista subjetivista: como
algo que tenemos que “interpretar”, como algo en lo que buscamos razones que
signifiquen nuestra opción por un modo específico de intentar seguir la regla.

⎯ Pero hay una captación de la expresión de la regla que no es una interpretación. No


necesitamos tener razón alguna para seguir la expresión de la regla tal como lo
hacemos. La cadena de razones tiene un límite. Nos resulta a nosotros más natural
continuar aplicándola a casos nuevos del modo en que de hecho lo hacemos
usualmente; y estos modos de reaccionar son los que determinan la distinción seguir/no
seguir la regla.

Naturaleza como fundamento de la normatividad. Formas de vida.

En última instancia, nuestra comprensión del significado de un signo consiste en nuestros


modos naturales o familiares de reaccionar ante el signo, los cuales son el fundamento de la
normatividad (la base en que se fundamenta la distinción entre el acuerdo y el desacuerdo con la
regla). Pero, ¿qué determina, a su vez, estas formas de reaccionar?

Vienen determinadas por nuestra naturaleza, en un sentido muy amplio del término, incluye dos
tipos de factores. Consideremos un signo arbitrario cualquiera, por ejemplo, una palabra de un
lenguaje público, como ahora ‘azul’. Nuestra comprensión de la regla semántica asociada con
este signo depende de:

Nuestros modos estables de reaccionar ante cierto signo (fundamento de la normatividad)


quedan determinados por

Ø Nuestra naturaleza innata (no compartida por un marciano, que podría tomar un acto de
señalar con el dedo de manera diferente a la nuestra); y… nuestra naturaleza biológica
innata, la cual, por ejemplo, nos hace reaccionar ante una expresión –que para nosotros
es–natural de una regla (un acto de señalar con el dedo o una imagen) de una forma
específica. Un ser viviente con otra naturaleza biológica (el marciano) quizás no tendría
la misma reacción; su diferente configuración biológica haría que le resultara más
natural actuar de otra manera.

Ø La nueva naturaleza o manera de ser adquirida como resultado de aprender lenguajes


específicos (por haber estado en contacto con una costumbre particular de uso previo al
signo). La nueva naturaleza, o manera de ser, adquirida como resultado de la
aprendizaje de algún lenguaje específico, en contacto con un conjunto de costumbres
particulares relacionadas con el uso previo de los signos. En el caso de ‘azul’, nuestro
contacto con la comunidad lingüística de hablantes del español, que ha utilizado la
palabra asociándole una determinada regla semántica.

Forma de vida = la conjunción de esos factores (naturaleza innata + costumbres comunitarias


específicas).

Como ya sabemos, según Wittgenstein el concepto general de significado lingüístico requiere


que haya normatividad (que hayan reglas semánticas), pero no requiere postular ningún tipo de
expresión natural de reglas (en esto consiste su negación de la tesis mentalista subjetivista de la
necesidad).

Asimismo, es perfectamente posible que, de hecho, nosotros vinculemos –al menos algunas
veces–las palabras con nuestras acciones (constitutivas de la comprensión) con la
intermediación de expresiones naturales de reglas. Suponemos que es este el caso de nuestro uso
de ‘azul’; suponemos, por ejemplo, que empleamos una imagen mental. Si es así, nuestra
concepción de ‘azul’ depende del factor (ii): el contacto con usos ya establecidos del signo, que
nos permiten asociar la palabra con la imagen (un factor obviamente no compartido por otros
humanos con la misma naturaleza biológica general pero sin contacto con el mismo lenguaje
público); y del factor (i): nuestra naturaleza innata que determina cómo reaccionamos ante esta
imagen.

Por otro lado, si no hay ninguna imagen ni nada parecido que haga de intermediario entre el
término ‘azul’ y nuestras acciones lingüísticas en las que está involucrada, entonces la
asociación palabra-acciones puede ser –en algún sentido– directa. Obviamente, en la
explicación de cómo podemos hacer esta asociación interviene –al igual que antes– el factor (ii).
Asimismo, el factor (i) también intervendrá: nos hace falta una naturaleza innata general (un
mecanismo asociativo de segundo orden, si se quiere decir así) que no se haga reaccionar ante la
exposición a una lengua particular dando como resultado el mecanismo asociativo específico
correspondiente a esta lengua (el mecanismo asociativo de primer orden). Esta naturaleza
general (común a todos los seres humanos) también es relevante; un marciano –tan racional
como nosotros–podría no poseerla.

Naturaleza común (concebida en este doble sentido, resultante de la naturaleza innata más el
efecto adquirir unas costumbres comunitarias específicas) es lo que Wittgenstein denomina una
forma de vida. Las personas que comparten un lenguaje comparten la comprensión del
significado de sus signos, es decir, usan (utilizan) los signos del mismo modo.
Esto implica que –dado que la comunicación entre diferentes seres requiere compartir el
significado–para que haya comunicación entre dos seres es necesario que éstos compartan una
forma de vida.

Comunicación (entre diferentes personas) è compartir el significado (= usar del mismo modo
los signos, ya sean arbitrarios o presuntamente naturales) è compartir una forma de vida.

Conocimiento lingüístico y disposiciones a la conducta

En esta sección llevaremos un paso más allá nuestra interpretación sobre las tesis positivas que
atribuimos a Wittgenstein un paso más allá, proponiendo una identificación del significado
lingüístico en consonancia con sus ideas.

De acuerdo con la concepción wittgensteiniana del lenguaje (pese a que esta puesta contraviene
el talente/carácter metodológico antisistema de Wittgenstein), podríamos identificar el
significado de una expresión lingüística con una clase de disposiciones a la conducta, es decir
disposiciones a actuar de una determinada manera. La posición de estas disposiciones por parte
de los sujetos es lo que los hace conocedores del lenguaje.

Para entender esta idea, conviene hacer clarificaciones sobre lo que es una disposición, o –
equivalentemente–una propiedad disposicional. Ejemplos paradigmáticos de propiedades
disposcionales son la solubilidad, la fragilidad, la elasticidad. Por cada propiedad disposicional
que podemos reconocer habría asociada –al menos– una proposición expresable con un
enunciado que contiene como una parte especialmente relevante una subfórmula condicional
subjuntiva. Por ejemplo, una posible formulación de la proposición correspondiente vinculada
con la solubilidad vendría dada por el siguiente enunciado:

(1) Para toda entidad x, x es soluble si y sólo si (en condiciones normales, si x se


introdujese en el agua, entonces, x se disolvería).

Diremos que la subfórmula ‘si x se introdujese en el agua, entonces x se disolvería’ es un


predicado condicional subjuntivo. En principio, las entidades que sean solubles, situadas en
condiciones normales, satisfacen –tal como establece (1) – este predicado condicional
subjuntivo (es decir, el predicar es verdadero con respecto a ellas).

La solubilidad está vinculada con un único predicado condicional subjuntivo. Con respecto al
lenguaje, cada expresión estaría vinculada con un nombre muy alto de predicados condicionales
subjuntivos.

La idea sería que comprender el significado de una oración básica consistiría en satisfacer un
conjunto de estos predicados (los cuales estarían contenidos en los enunciados asociados con la
propiedad disposicional compleja que es conocer el significado de la oración). Los predicados
describirían las reglas semánticas asociadas con la oración; podrían, pues, identificarse con su
significado. (El significado de una palabra podría explicarse composicionalmente, es decir, en
términos de su contribución al significado de las oraciones en que puede aparecer. Y también
composicionalmente se explicaría el significado de oraciones complejas).

Tomemos como ilustración la oración ‘esto es rojo’. Los enunciados relevantes podrían ser así:

(2) Si x estuviera ante un objeto rojo al que pudiera observar bien y se le preguntase si tal
objeto es rojo, entonces x respondería afirmativamente.

(3) Si x estuviera ante un objeto rojo al que pudiera observar bien y alguien profiriese la
oración ‘esto es rojo’, entonces x no manifestaría oposición.
(4) Si x estuviera ante una flor roja y una flor blanca, a las que pudiera observar bien, y
alguien profiriera ‘tráeme una flor roja’, dirigiéndose a x, y x no tuviera ningún otro
deseo contrapuesto preferente, entonces x le traería –al hablante– la flor roja

(5) …

La clase asociada de enunciados relevantes se obtendría anteponiendo antes de cada predicado


de la serie la construcción ‘Para toda entidad x, si comprende el significado de la oración ‘esto
es rojo’, entonces, en condiciones normales,’.

Todo esto es muy esquemático. Por ejemplo, pese a que el enunciado completo construido con
la ayuda de cada predicado de la serie ya contendría la cláusula ‘en condiciones normales’,
todavía haría falta introducir otras cláusulas análogas de salvaguarda que concretasen mejor, por
ejemplo, las condiciones de observación a las que se hace referencia.

Además, la clase de los predicados condicionales subjuntivos que hemos ilustrado con (2), (3) y
(4) no tendría límites precisos (de lo contrario nos alejaríamos demasiado de las doctrinas
oficiales wittgensteinianas que queremos exponer). En cualquier caso, es suficiente a modo de
ilustración.

Hay dos concepciones principales sobre el análisis conceptual de los enunciados en los que
atribuimos propiedades disposicionales. Un filósofo realista sobre las disposiciones sostiene que
tener una propiedad disposicional es tener una propiedad estructural interna, de la cual depende
de causalmente que se satisfaga el predicado condicional subjuntivo. Así, cuando la ciencia
investiga en qué consiste la solubilidad lo que se propone es descubrir cuál es la estructura
interna subyacente, que causa la disolución en agua de los objetos que son solubles.

La otra concepción es de inspiración humeana. Sostiene que tener una propiedad disposicional
es simplemente satisfacer el predicado condicional subjuntivo asociado con la disposición.

Esta diferencia es relevante en lo tocante a diversas cuestiones. Una concierne a la


interpretación de los textos de Wittgenstein. En algunas de sus afirmaciones rechaza
aparentemente el que comprender el significado lingüístico sea tener una disposición a la
conducta. Se tiene que entender, empero, que en afirmaciones de este tipo Wittgenstein está
considerando las disposiciones en sentido realista.

La concepción realista permite una posible distinción entre la propiedad disposicional y sus
manifestaciones típicas (la manifestación es expresada por la segunda parte del predicado
condicional subjuntivo correspondiente; por ejemplo, la solubilidad se manifiesta típicamente
cuando la entidad soluble se disuelve).

Un objeto podría tener la disposición y, asimismo, en algunas ocasiones (que tendrían que ser
excepcionales) no manifestarla. En el caso de lenguaje, esto haría que el vínculo entre la
comprensión de las palabras y las acciones lingüísticas fuese más débil de lo que Wittgenstein
quiere defender.

Sería compatible con la identificación de la comprensión con un estado interno (un estado de
“contemplación” de entidades subjetivas, o –desde un enfoque completamente diferente– un
estado neurofisiológico), no vinculado tan esencialmente con la conducta.

Lo que dice el Wittgenstein, empero, es perfectamente compatible con la tesis que le hemos
atribuido: la comprensión lingüística consiste en tener disposiciones, concebidas en el sentido
humeano (no en sentido realista).
Ahora bien, todas las teorías sobre las disposiciones (que acepten la solubilidad o la fragilidad
como propiedades disposicionales paradigmáticas) tienen que dejar espacio para las posibles
excepciones: la posición de la disposición sin que satisfaga el predicado condicional subjuntivo
(es decir, tener la disposición, cumplir el antecedente del predicado condicional subjuntivo pero
sin que haya la correspondiente manifestación).

Acabamos de decir que la concepción realista de las disposiciones puede explicar –en principio–
la posibilidad de estas excepciones. Para los humeanos, asimismo, este problema es más grave.
Si tener la disposición de satisfacer el predicado, parece que es completamente imposible una
cosa sin la otra. Aparentemente, el margen de maniobra depende de incorporar en el mismo
predicado condicional subjuntivo la cláusula en condiciones normales o alguna otra similar, la
cual cosa es un paso de aproximación a la concepción realista que vuelve a debilitar el vínculo
entre disposición y manifestación.

En cualquier caso la teoría Wittgenstein tendría que incorporar alguna explicación de cómo es
posible la comprensión lingüística sin las acciones que (en general) son conceptualmente
constitutivas de esta misma comprensión.

La distinción de re/de dicto aplicada a enunciados modales (tales como los enunciados con predicados
condicionales subjuntivos) permite distinguir, a su vez, diversas interpretaciones de la concepción realista
de las disposiciones. Un filósofo de inclinaciones wittgensteinianas, partidario de no comprometerse con
un sentido fuertemente realista de las disposiciones lingüísticas (el sentido de re), tendría aquí la opción
de defender un sentido más débil (el sentido de dicto), sin necesidad de apoyar la interpretación
humenana, más implausible.

Para cada propiedad disposicional, o disposición, que podamos reconocer hay asociada una
proposición expresable mediante un enunciado condicional subjuntivo.

Ejemplo: ‘si x se introdujera en el agua, x se disolvería’ es el enunciado correspondiente


vinculado con la solubilidad (caso paradigmático de propiedad disposicional).

Dos concepciones sobre las disposiciones:

Humeana: tener la disposición es satisfacer el condicional subjuntivo correspondiente.

Realista: tener la disposición es tener una propiedad estructural interna específica de la que
depende causalmente que se satisfaga el condicional subjuntivo correspondiente.

Para Wittgenstein el conocimiento de un lenguaje (así como otros estados intencionales)


consiste en poseer ciertos tipos de disposiciones a la conducta (concebidas en sentido humeano).

El significado de una palabra podría identificarse con las disposiciones cuyos condicionales
subjuntivos asociados describirían la regla de uso correcto de esa palabra.

Ø Toda teoría sobre las disposiciones debe poder explicar la existencia de excepciones:
casos en que un objeto tiene la disposición pero no satisface el condicional subjuntivo.

Ø La teoría wittgensteiniana debería incorporar una explicación análoga que permite casos
de comprensión lingüística sin las acciones que (en general) son constitutivas de esa
misma comprensión.
Stanford Encyclopedia of Philosophy
Language-games and Family Resemblance
Throughout the Philosophical Investigations, Wittgenstein returns, again and again, to the
concept of language-games to make clear his lines of thought concerning language. Primitive
language-games are scrutinized for the insights they afford on this or that characteristic of
language. Thus, the builders’ language-game (PI 2), in which a builder and his assistant use
exactly four terms (block, pillar, slab, beam), is utilized to illustrate that part of the Augustinian
picture of language which might be correct but which is, nevertheless, strictly limited. ‘Regular’
language-games, such as the astonishing list provided in PI 23 (which includes, e.g., reporting
an event, speculating about an event, forming and testing a hypothesis, making up a story,
reading it, play-acting, singing catches, guessing riddles, making a joke, translating, asking,
thanking, and so on), bring out the openness of our possibilities in using language and in
describing it.
Language-games are, first, a part of a broader context termed by Wittgenstein a form of life (see
below). Secondly, the concept of language-games points at the rule-governed character of
language. This does not entail strict and definite systems of rules for each and every language-
game, but points to the conventional nature of this sort of human activity. Still, just as we
cannot give a final, essential definition of ‘game’, so we cannot find “what is common to all
these activities and what makes them into language or parts of language” (PI 65).
It is here that Wittgenstein’s rejection of general explanations, and definitions based on
sufficient and necessary conditions, is best pronounced. Instead of these symptoms of the
philosopher’s “craving for generality”, he points to ‘family resemblance’ as the more suitable
analogy for the means of connecting particular uses of the same word. There is no reason to
look, as we have done traditionally—and dogmatically—for one, essential core in which the
meaning of a word is located and which is, therefore, common to all uses of that word. We
should, instead, travel with the word’s uses through “a complicated network of similarities
overlapping and criss-crossing” (PI 66). Family resemblance also serves to exhibit the lack of
boundaries and the distance from exactness that characterize different uses of the same concept.
Such boundaries and exactness are the definitive traits of form—be it Platonic form,
Aristotelian form, or the general form of a proposition adumbrated in the Tractatus. It is from
such forms that applications of concepts can be deduced, but this is precisely what Wittgenstein
now eschews in favor of appeal to similarity of a kind with family resemblance.

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