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Filosofía del Lenguaje II

TEMA 4
PAUL GRICE: significado e intenciones

Desde finales de los años cincuenta el filósofo inglés H. Paul Grice (1913-1988) promovió un
tipo de análisis del significado muy diferente de los que predominaban en aquella época.
Desmarcándose notablemente de las perspectivas críticas (cercanas al conductismo) de
Wittgenstein y Quine, Grice desarrolla una concepción sobre el significado más bien de
carácter constructivo. Las tesis propugnadas por Grice han aglutinado un gran número de
filósofos del lenguaje, que trabajan en el mismo marco teórico.

Ahora nos vamos a ocupar de las aportaciones más relevantes de esta línea de investigación,
conocida usualmente como el programa de Grice.

En la teoría de Grice el significado (el significado no natural) es analizado como resultado de


acciones intencionales de cierto tipo, guiadas por intenciones comunicativas.

Consiguientemente, la intencionalidad tiene una prioridad explicativa, y seguramente también


ontológica, en relación con el significado lingüístico. Así, Grice adopta una postula mentalista
(en el sentido –no necesariamente subjetivista– caracterizado en capítulo dedicado a Locke).

Diversos conceptos intencionales (y otros pertenecientes a la teoría de la acción) son utilizados


como conceptos previos, no analizados, con los que definir el concepto semántica de
significado.

Veremos en el primer apartado la aplicación de esta estrategia en los casos más básicos de uso
de signos no naturales (casos de significado ocasional del hablante, según la terminología de
Grice).

Los aspectos convencionales del significado lingüístico serán abordados en el apartado 2.


Partiremos de la elucidación del concepto general de convención que propuso D. Lewis. Las
ideas de Lewis son valoradas como un elementos apropiado para completar el programa de
Grice en su tratamiento del significado convencional atemporal de las expresiones de un
lenguaje.

La estrategia griceana incluye también una explicación del significado no literal. Sobre este
fenómeno, Grice formuló su teoría de las implicaturas conversacionales (una de sus
aportaciones más emblemáticas). Presentaremos esta teoría en el último apartado.

SIGNIFICADO OCASIONAL DEL HABLANTE

Significado natural y significado no natural

Grice constata que atribuimos significado a dos tipos de signos muy diferentes.

Hay, por un lado, los signos naturales. Estos tienen alguna relación no arbitraria con aquello
que significan.

Se trata de una relación que, al menos en los ejemplos prototípicos, es de carácter causal.
Decimos que el humo significa fuego, que el número de anillos concéntricos de un árbol son
signo de la edad del árbol, o que ciertas manchas en nuestro rostro pueden significar sarampión.
Las relaciones de significación que están involucradas son naturales porque –por lo que
sabemos– no dependen, en ningún sentido, de las intenciones explícitas o implícitas de nadie.

La conexión entre el signo y su significado se establece con independencia de las decisiones o


regulaciones humanas (o intencionales, en general); y por lo tanto, no parece haber lugar para la
arbitrariedad que típicamente está presente en los otros tipos de signos: los signos denominados
no naturales.

No tenemos que asimilar estos signos naturales con las expresiones naturales de reglas de las que habla
Wittgenstein. Estas significarían –presuntamente– en virtud de relaciones de semejanza.

Los colores de un semáforo son signos no naturales de lo que significan. El timbre que se hace sonar en el
teatro para indicar que la función comenzará también lo es.

Obviamente, son signos no naturales las palabras de los lenguajes públicos. Los signos no naturales son
los que presenta un mayor interés filosófico. Es una teoría sobre la significación no natural.

- Los «significados naturales» tienen una relación no arbitraria (generalmente una


relación causal) con lo que significan.

Ejemplos: el humo significa fuego; determinadas manchas en la cara significan sarampión; el


número de anillos concéntricos el tronco de un árbol significa la edad del mismo.

Grice distingue esos casos de aquellos en que hay «significado no natural» (como sucede
típicamente con los signos de un lenguaje).

Su análisis concierne a los signos no naturales.

La acción racional

Como otros filósofos ingleses de su época también influidos por las ideas del segundo
Wittgenstein (muy especialmente Austin), Grice analiza el significado (en el sentido restringido
que nos interesará a partir de ahora: el significado no natural) poniendo en primer término el
hecho de que emitir un signo es realizar una acción de cierto tipo.

Estas acciones son conceptualizadas en el marco general de una teoría de la acción racional.

Los elementos fundamentales de la idea de acción que aquí son relevantes, han sido
brillantemente defendidos por Donald Davidson en un artículo clásicos “Acciones, razones y
causas” (Davidson, 1963). Pese a la reconocida influencia de su maestro, Quine, sobre el
pensamiento de Davidson, sus propuestas están alejadas del conductismo propugnado –también
respecto a la psicología– por Quine.

Las acciones humanas son resultado de una combinación de estados mentales pertenecientes a
dos tipos básicos muy generales:

Ø Creencias
Ø Deseos

Realizamos una acción movidos o guiados por intenciones o propósitos (deseos, en un sentido
muy amplio del término), a los que necesariamente han de acompañar nuestros estados de
creencia (también en un sentido muy amplio de creer) sobre cómo la acción será un buen
instrumento para la para el cumplimiento de estos propósitos.
Cuando tratamos de entender la acción de alguien, le atribuimos creencias y deseos de forma tal
que su acción aparezca racional, como un medio adecuado para la satisfacción de los deseos
dadas las creencias. En definitiva, las creencias y los deseos racionalizan la acción de la gente,
en el sentido de hacerla inteligible, porque son razones para la acción.

Davidson argumenta también que los estados mentales en cuestión (que realmente permiten
explicar la acción de un sujeto) tienen que causar la acción, no solo racionalizarla; la acción es
causada por los estados mentales, en el mismo sentido en que hablamos, usualmente, de causas
cuando describimos acontecimientos estrictamente físicos no intencionales.

La argumentación de Davidson es convincente y su posición es hoy predominante, cuando el


conductismo psicológico es muy minoritario. Asimismo, muy probablemente la estrategia de
Grice no requiere estrictamente esta tesis sobre el carácter causal de la relaciones entre estados
intencionales y acciones racionales. Grice apela a conceptos intencionales que utilizamos
cotidianamente cuando decimos que una gente hace una acción con tal o tal otro propósito, o
guiado por una intención determinada. Esta idea intuitiva de una intención que (siempre
interaccionando con creencias) guía, o está detrás de la acción, es suficiente en la teoría de
Grice, sin que haga falta comprometerse también con suposiciones sobre cómo el estado mental
mueve –o es efectivo en la realización de– la acción (excepto quizás porque el uso normal de
estos conceptos intencionales ya nos compromete).

Todo esto con respecto a las acciones, en general. El elemento característicamente distintivo de
las acciones lingüísticas (es decir, de las acciones consistentes en proferir oraciones de un
lenguaje), o de las emisiones de signos no naturales en general (porque es posible que algunos
signos no naturales no pertenezcan a ningún lenguaje), es ser realizadas con intenciones
específicas de cierto tipo: intenciones comunicativas.

Como otros filósofos ingleses de su época influidos por el segundo Wittgenstein (Austin,
Strawson, Anscombe) Grice analiza el significado poniendo de relieve que emitir signos (no
naturales) es realizar cierto tipo de acciones, acciones lingüísticas.

Las acciones lingüísticas se contemplan en el marco general de la teoría de la acción racional.

En particular, se emplean nociones intencionales para explicar las acciones (en esto Grice ya
no es tan wittgensteiniano): las acciones son guiadas o causadas por ciertas intenciones del
agente, las cuales son el resultado de la interacción de sus deseos y creencias.

Intenciones comunicativas y significado ocasional del hablante

De acuerdo con Grice, emitir un signo natural es realizar una acción guiada por una intención
comunicativa, es decir, una acción que tiene como propósito producir una determinada
respuesta en otros sujetos mediante un tipo de procedimiento específico (un procedimiento
griceano, tal y como se denomina habitualmente).

Podemos decir que el emisor del signo es el hablante, y el sujeto, o sujetos, en los que el
hablante quiere inducir una respuesta es la audiencia.

El procedimiento griceano requiere por parte de la audiencia que está reconozca la intención del
hablante de producir la respuesta. Aquello que el hablante quiere decir con la emisión de un
signo no natural es lo que Grice denomina significado ocasional del hablante. Aquí tenemos la
definición:

Cuando profiere S ante una audiencia A, el hablante H significa ocasionalmente alguna cosa si
y sólo si H profiere S con una triple intención:
a) La intención de producir en A una determinada respuesta r.

b) La intención de que A reconozca que H tiene la intención mencionada en (a), y

c) La intención de que este reconocimiento sea para A una razón esencial para producir la
respuesta r.

Esta idea se puede resumir diciendo que la emisión de un signo no natural está guiada por la
intención (la intención comunicativa) de producir una determinada respuesta en otros sujetos (la
audiencia) mediante el reconocimiento por parte de estos de la intención de la gente (
El hablante) de producirla.

Tenemos que entender que la gente quiere que este reconocimiento sea un medio que opere
como una razón esencial para la respuesta en cuestión. El carácter esencial de una razón implica
que, en la medida que la audiencia sea racional, no producirá la respuesta en ausencia de esta
razón.

La traducción correcta del verbo inglés que utiliza Grice, ‘to mean’, cuando tiene como sujeto una
persona tendría que ser ‘querer decir’ y no ‘significar’. Pese a esto, y una vez hecho esta advertencia,
Optamos por emplear ‘significar’ estipulando una ampliación de su sentido para recoger este concepto
griceano de significar ocasionalmente, que –después de todo– es un concepto técnico.

Otra consideración terminológica: utilizaremos el verbo ‘proferir’, y sus derivados ‘proferencia’ también
en un sentido muy amplio, que quedará claro por el contexto.

¿Qué tipo de respuesta está involucrada? Esto dependerá del tipo de signo proferido por el
hablante; de cual sea la fuerza ilocucionaria del signo. O, mejor dicho, clasificamos las
oraciones (concentrémonos ahora en los signos lingüísticos) en diferentes fuerzas ilocucionarias
según el tipo de respuesta que el hablante quiere inducir en la audiencia. Este sería, así pues, el
orden explicativo correcto; la fuerza ilocucionaria de una preferencia (O del signo
proferido)depende de la respuesta que el hablante trata de provocar mediante un procedimiento
griceano.

Grice formula también una definición esquemática que especifica cuál es el significado
ocasional de una preferencia, para cada uno de los dos tipos más importantes de fuerza
ilocucionaria: la de las oraciones declarativas y la de las oraciones imperativas. (De hecho,
podemos considerar que el significado ocasional en cuestión constituye el otro componente del
significado: el contenido proposicional.) Su definición es la siguiente:

Cuando profiere S ante una audiencia A, el hablante H significa ocasionalmente que p si y sólo
si H profiere S con una triple intención:

i. La intención de que A forme la creencia (la intención) que p,

ii. La intención de que A reconozca que H tiene la intención mencionada en (i), y

iii. La intención de que este reconocimiento sea para A una razón esencial para
formal la creencia (/ la intención) que p.

Con el concepto de significado ocasional que la definición anterior caracteriza Grice pretende
analizar el concepto de significación no natural. Todos los casos de significación natural sería
en casos de significado ocasional, y viceversa.

Las dos alternativas mencionadas en la formulación de la intención descrita en la cláusula (i)


corresponden, respectivamente, a las oraciones declarativas y a las oraciones imperativas. La
idea, así pues, es que cuando proferimos un enunciado como ‘está lloviendo’ nuestra intención
es que la audiencia crea que está lloviendo (también tenemos, claro está, las otras dos
intenciones); y cuando proferimos una oración declarativa tal como ‘cierra la puerta’ nuestra
intención es que la audiencia tenga la intención de cerrar la puerta.

Esta intención descrita en la cláusula (i) es la intención primaria del hablante. La corrección de
esta cláusula parece intuitiva mente reconocible, una vez aceptamos la estrategia griceana de
explicar el significado basándonos en las intenciones de los hablantes.

Un caso en el que el agente que realiza una “proferencia” de un presunto signo no natural con la
intención descrita en (i), pero sin tener la intención descrita en (ii) –y que por tanto no tiene
tampoco la intención descrita en (iii)– es el siguiente. Un jugador de póquer pretende hacer
creer a sus contrincantes que tiene buenas cartas, y con este propósito finge una leve sonrisa de
alegría, que quiere hacer pasar por una sonrisa espontánea que no ha podido evitar. Claro está
que con su acción el jugador tiene la intención de que los otros jugadores, la “audiencia”, se
formen la creencia de que él tiene buenas cartas. Se cumple, así pues, el primer requisito: la
intención que describe la cláusula (i) está presente. Ahora bien, el jugador no quiere que los
otros jugadores reconozcan que él tiene la intención de que ellos crean que él tiene buenas
cartas; no quiere que su intención primaria sea transparente para los demás. Por lo tanto, el
jugador no tiene la intención descrita en la cláusula (ii). No hay, pues, significado ocasional y,
en consecuencia, de acuerdo con la propuesta de Grice, la sonrisa no es un signo no natural.

Un dato a favor de la definición de Grice es que nuestras intuiciones –quizás después de la


reflexión– concuerdan con este juicio. Con la sonrisa, el jugador de póquer quiere provocar
estados mentales en sus contrincantes, pero no quiere comunicarse. Parece que falta el carácter
público vinculado con la comunicación: falta la voluntad del presunto hablante de no ocultar su
intención de provocar aquellos estados mentales.

Con otro ejemplo podemos ver que tampoco basta tener la intención que describe (ii) para que
haya significado no natural. Es imprescindible tener también la intención mencionada en la
cláusula (iii). Estoy en el teatro gozando de una obra, pero cuando finaliza la representación no
aplaudo. Mi acompañante me pregunta por qué y, como respuesta, le muestro una profunda
herida que tengo en la mano izquierda. ¿Es el mío un acto de significación no natural? ¿Es un
acto con el cual yo significó –aproximadamente– que la herida de la mano me ha impedido
aplaudir? Esto querría decir, en el análisis de Grice, que he tenido la intención de que mi
acompañante se formase la creencia de que la herida en la mano me ha impedido aplaudir
gracias a su reconocimiento de mi intención primeria de hacerle creer quela herida en la mano
me ha impedido aplaudir.

En este caso, tengo la intención primaria correspondiente contenida en (i): quiero que mi
acompañante forme la creencia de que la herida en la mano me ha impedido aplaudir. Y no hay
ningún elemento que nos haga dudar de que también tengo la intención que (ii) menciona: mi
intención (i) es abierta, quiero que mi acompañante reconozca mi intención de que ella forme la
creencia de que la herida en la mano me ha impedido aplaudir. No tengo, empero, la tercera
intención de la que habla la definición de Grice: no pretendo que este reconocimiento sea para
mi acompañante una razón esencia para que ella forme la creencia de que la herida en la mano
me ha impedido aplaudir. No puedo tener esta pretensión porque sé que, al ver la mano, ella
creerá efectivamente que la herida en la mano me ha impedido aplaudir sin que el
reconocimiento de mi intención primaria sea una razón esencial para que lo crea. Como ella es
racional, formaría la creencia aunque no reconociera mi intención. En este sentido, el
reconocimiento no es esencial. Lo sé; y por lo tanto, como agente racional, no puede tener la
intención descrita en (iii). Esta condición, tener la intención descrita en (iii), es fundamental. Y,
de hecho, es suficiente para caracterizar el concepto de significado ocasional, ya que implica la
otras dos condiciones (así pues, la separación obedece a criterios de claridad expositiva).
En el ejemplo anterior, mi acompañante puede inferir que la herida en la mano me ha impedido
aplaudir porque la relación entre el presunto signo (la exhibición de la mano herida) y lo que
significaría (que esta herida me ha impedido aplaudir) no es completamente arbitraria, es una
relación natural. Precisamente esta relación es incompatible con la arbitrariedad típica que tiene
que existir en los signos no naturales. Este hecho también contribuye a explicar por qué mi
acción no es un caso de significación no natural, pese a que comparte rasgos importantes con los
casos estándar de comunicación.

Emitir un «signo no natural» es llevar a cabo una acción guiada por una intención
comunicativa à una acción cuyo objetivo es producir ciertos estados mentales en la
audiencia mediante cierto procedimiento específico (“griceano”) que requiere el
reconocimiento de esa intención por parte de la audiencia.

En concreto:

Al proferir S ante una audiencia A el hablante H significa ocasionalmente que p si y sólo si H


profiere S con la (triple) intención

i) de que A forme la creencia (o la intención) de que p.


ii) de que A reconozca que H tenía la intención (i), y
iii) de que ese reconocimiento sea para A una razón para formar la creencia (o la
intención) de que p.

- Esa definición constituye el primer elemento del programa de Grice.

- El segundo consiste en caracterizar la noción de significado literal (atemporal,


convencional) de las de las expresiones tipo basándose –entre otras cosas– en el
concepto más fundamental de significado ocasional.

Contraejemplos al análisis griceano. Modificaciones posteriores y réplicas

Contraejemplos a la suficiencia de las condiciones

La definición de significado ocasional que hemos visto en la sección anterior corresponde, en


líneas generales, con el análisis formulado por Grice en su artículo ‘Significado’ (Grice, 1957).

Diversos autores (Ziff, Schiffer, Straeson, Searle) presentaron contraejemplos a esta


caracterización. Veremos en esta sección algunos de los contraejemplos más importantes, y las
modificaciones en la definición –algunas propuestas por el mismo Grice– que podrían hacerles
frente.

Comentaremos, en primer lugar, contraejemplos a la suficiencia de las condiciones establecidas


por Grice. Es decir, casos en los que un sujeto “profiere” un presunto signo con las tres
intenciones (i)-(iii) pese a que no diríamos que su acción comporta ningún significado no
natural.

Consideramos la situación de un soldado sometido a tortura para que revele cierta información
que no proporciona cuando se le pide verbalmente en un primer momento. ¿Es la acción de
torturarlo una acción con significado no natural? Parece claro que no lo es. Pero sus torturadores
tiene la triple intención que, según la definición griceana, es suficiente para que haya
significación no natural. Ejercen la tortura con la intención primaria de que el soldado forme la
intención de revelar información, con la intención de que el soldado reconozca esta intención
primaria y con la intención de que este reconocimiento sea para el soldado una razón esencial
para forma la intención de revelar información.
Otro ejemplo. La petición de un paquete de tabaco, Nobel, no es atendida por el estanquero,
quien –con desconfianza– pide al cliente que primero le enseñe el dinero. Este, sin decir nada
más, pone el importe exacto del paquete de tabaco sobre el mostrador (320 pesetas). Esta acción
satisface las tres condiciones de la definición de Grice. El cliente quiere que el estanquero forme
la intención de entregarle un paquete de Nobel; quiere que el estanquero reconozca esta
intención suya; y quiere también que este reconocimiento sea para el estanquero una razón
esencial para formar la intención de darle/entregarle el paquete.

Ahora bien, mediante su acción de poner el dinero el cliente no quiere decir (no significa) que le
entreguen el paquete. Esto ya lo ha dicho antes, con su petición verbal previa. Mostrar el dinero
es tan sólo un tipo de refuerzo, para terminar de persuadir al estanquero.

En realidad, el mismo tipo de motivo está involucrado en el caso del soldado torturado. Con la
acción de torturar los torturadores no significan nada porque ya han emitido anteriormente los
signos no naturales relevantes (cuando le han hecho la petición verbal).

En ambos ejemplos vemos que alguna cosa no funciona porque la presunta audiencia ya conoce
la intención primaria del presunto hablante. Consiguientemente, la dificultad puede evitarse si
ponemos un requerimiento ulterior, que modifica la cláusula (ii) estableciendo que la intención
del hablante H en relación con la audiencia A tiene que ser esta:

(ii’) la intención de que A reconozca, al menos en parte, a partir de la proferencia, que H tiene la
intención mencionada en (i).

Con esta nueva condición los dos casos anteriores (que no parecen casos de significación no
natural) ya no cumplen la definición. Ni los torturadores ni e cliente fumador puede tener –si
son racionales– la intención (ii’) porque saben que los respectivos destinatarios de su acción no
reconocerán, a partir de esta acción (la “proferencia”), su intención primeria.

Ya la conocen como resultado de la petición previa, que sí que tiene significación no natural.

Otros ejemplos que aquí no reproduciremos requieren alguna revisión de la definición,


imponiendo, además de las tres intenciones ya establecidas, algunas otras condiciones que
tengan un efecto similar al de cualquiera de las posibles condiciones siguientes:

1) Que el hablante tenga, además de las tres intenciones ya establecidas, una serie infinita
de intenciones cada vez más complejas:

iv. La intención de que A forme la creencia de que H tiene la intención


mencionada en (iii)

v. La intención de que A forme la creencia de que H tiene la intención


mencionada en (v). ,

vi. La intención de que A forme la creencia de que H tiene la intención


mencionada en (vi).

vii. …

2) Alternativamente, una cláusula negativa que descarte que el hablante tenga alguna
intención engañosa sobre sus intenciones, la cual cosa querría decir –aproximadamente–
que el hablante no tiene ninguna intención contraria a las intenciones descritas en las
cláusulas anteriores, desde (iv) en adelante (es decir, no tiene la intención de que A no
forme la creencia de que H tiene la intención mencionada en (iii), y no tiene la intención
de que A no forme la creencia de que H tiene la intención mencionada en (iv), etc.).

3) Una cláusula de conocimiento mutuo entre el hablante y la audiencia en las que se


cumplen las condiciones (i)-(iii). Esto quiere decir que

a. El hablante sabe que la audiencia sabe que se cumplen las condiciones


(i)-(iii);

b. La audiencia sabe que el hablante sabe que se cumplen las condiciones


(i)-(iii);

c. El hablante y la audiencia saben que se cumplen las condiciones (a) y


(b);

d. El hablante y la audiencia saben que se cumplen las condiciones (a), (b)


y (c);

etc.

Pasemos ahora a considerar algunos posibles contraejemplos al a necesidad de las condiciones


de la definición de Grice. Es decir, casos en los que aparentemente hay emisión de signos no
naturales pero el hablante no significa ocasionalmente nada (porque no se satisface la
definición). Hay, por una parte, las proferencias de oraciones declarativas con un determinado
significado, que p, cuando el hablante no tiene intención de hacer creer a la audiencia que p.
Esto pasa de manera muy clara en las respuestas dadas en une examen.

(i’) la intención de que A forme la creencia de que H cree que p

Por otro lado, a menudo se emiten signos lingüísticos en ausencia de audiencia: los soliloquios,
la escritura en un diario personal, el ensayo en privado de un discurso. Parecería que el análisis
de Grice es patentemente incorrecto en estos casos. Esta variedad de casos requeriría réplicas
diferentes. Algunos ejemplos sí que involucran en realidad una audiencia: quizás una audiencia
futura, o meramente potencial, o una audiencia que es idéntica al mismo hablante.

Otros deberían de ser considerados como casos de usos derivativos de los signos no naturales.
No sería una deficiencia importante que quedasen fuera del alcance de la definición de
significado ocasional, ya que ésta está ideada para los casos paradigmáticos, de los cuales
dependerían los casos derivados.

A)
- La tortura a un soldado para que revele cierta información; poner en el mostrador del
estanco el importe exacto de un paquete de tabaco después de haberlo solicitado
verbalmente.

- Se evitan esos casos modificando la cláusula (ii) para que rece así:

ii) de que A reconozca, en parte al menos a partir de la proferencia, que H tenía la


intención i).
B)

- Otros ejemplos que aquí no reproducimos (el ejemplo de Strawson sobre el empleado
pelota) requieren que el hablante tenga una serie infinita de intenciones: iv) H intenta
también que A crea que H tienen la intención (iii), …, (n) H intenta también que A crea
que H tiene la intención (n-1), etc.; o bien requieren alguna cláusula negativa que
descarte que H tenga alguna intención engañosa (que sería aproximadamente
equivalente a que H carezca de algunas de esas infinitas intenciones); o bien alguna
cláusula de conocimiento mutuo (por parte de H y de A) de que se dan las condiciones
(i)-(iii) (= ambos lo saben, saben que el otro lo sabe, y así sucesivamente); u otro
requisito con resultados similares.

Contraejemplos a la necesidad de las condiciones:

A)

- Emisión no informativa de signos indicativos (ejemplo: respuestas en un examen).

- Se solventan tales contraejemplos modificando la intención primaria (la mencionada en


la cláusula (i)) del emisor de signos indicativos: la respuesta de la audiencia A
(pretendida por H) ha de consistir en creer que H cree que p.

B)

- Casos de ausencia de audiencia (soliloquios, escritura en un diario privado, ensayo


privado de un discurso, etc.).

- Algunos de esos ejemplos sí implican en realidad una audiencia (quizá futura, o


meramente potencial, o idéntica al hablante). Otros deben considerarse como casos de
uso derivativo de signos, que no es grave dejar fuera del análisis (ideado para casos
paradigmáticos).

LA CONVENCIONALIDAD DEL LENGUAJE

Una teoría completamente satisfactoria sobre el significado lingüístico tendría que explicar en
qué consiste el carácter convencional de los lenguajes humano. Es un tema del cual nos
ocuparemos en este apartado. Veremos, primero, una propuesta de definición del concepto
general de convención, fijando nuestra atención en algunas de sus características.

Después examinaremos cómo dar cuenta de la convencionalidad específicamente lingüística,


apelando a la noción de significado ocasional de Grice u otras nociones similares.

El análisis de Lewis del concepto de convención

En su libro Convention: A Philosophical Study (1969) el filósofo David Lewis (1941-2001)


presenta una explicación de la noción de convención –desarrollando una idea de Hume– con el
propósito ulterior de aplicar sus resultados a la comprensión de la convencionalidad de los
sistemas de signos.

El marco conceptual general es la teoría de juegos, y en consecuencia Lewis recurre


abiertamente –igual que Grice– a las nociones intencionales familiares (deseos, creencias,
preferencias).
No podemos entrar en los detalles de las diferentes definiciones de convención que ofrece
Lewis. Tan sólo proporcionaremos una de las versiones principales:

David Lewis (1941-2001) propone la siguiente definición de convención:

La regularidad R (en la acción o en la acción y la formulación de actitudes proposicionales)


constituye una convención en la comunidad C si y sólo si…

Supongamos que R es una regularidad en la acción, o en la acción y la formación de actitudes


intencionales. Esta regularidad o práctica R constituye una convención en la comunidad de
individuos C si y sólo si

1. Cada miembro de C se atiene a R; Todo miembro de C se atiene a R;

2. Cada miembro cree que cada miembro de C se atiene a R; Todo miembro de C cree que
todo miembro de C se atiene a R;

3. La creencia de que los demás miembros de C se atienen a R constituye para cada


miembro de C una razón para atenerse a R; Esa creencia de que todo miembro de C se
atiene a R constituye para cada miembro de C una razón para atenerse a R;

4. Cada miembros de C prefiere la situación en que cada miembros de C se atiene a R en


la situación en que cada miembro de C, salvo de algunas excepciones, se atiene a R
(incluso si es él mismo la excepción); Todo miembro de C prefiere que todo miembro
de C se atenga a R a que todos salvo alguna excepción (incluso si él es la excepción) se
atenga a R;

5. Hay una regularidad alternativa, R’, que serviría para obtener os mismos fines que se
obtienen siguiendo R si respecto a R’ se cumpliesen las condiciones anteriores (1)-(4); y
Hay alguna regularidad alternativa, R’, que serviría a los mismos fines que R si respecto
a ella se cumplieran las anteriores condiciones; y

6. Hay un conocimiento mutuo entre los miembros de C por el hecho de que se cumplen
las condiciones anteriores (1)-(5). Hay conocimiento mutuo entre los miembros de C de
que rigen las condiciones (1)-(5).

Pese la formulación literal de estas cláusulas, tenemos que hacer una interpretación laxa de
algunas de ellas, especialmente en lo tocante a las referencias a cada miembro de C; tenemos
que admitir la posibilidad de excepciones, la posible existencia de algunos miembros de C que
excepcionalmente no satisfagan algunas de estas condiciones. Más bien, podríamos concebir el
concepto de convención como gradual, y decir que una regularidad será convencional en la
medida en que se satisfagan las condiciones (1)-(6).

Es conveniente reflexionar sobre casos paradigmáticos de convenciones, y tratar de evaluar si


efectivamente caen bajo las condiciones (1)-(6). Consideramos la regularidad consistente a
conducir por la derecha, que es (en muchos países) una regularidad claramente convencional.

En toda comunidad C en donde esta convención rige las conductas (si es que están conduciendo,
claro está) circulan por la derecha. Se cumple la condición (1).

Además, este dato es conocido por todo el mundo. Por lo tanto, se cumple la condición (2).
También es cierto que la creencia de que los otros conductores circulan por su derecha
proporciona a cada conductor una razón para conducir por su derecha, ya que así disminuye la
probabilidad de chocar con los coches que vengan de frente. Se cumple, pues, la condición (3).
Todos prefieren que no hayan excepciones, que serían potenciales causas de accidentes. Se
cumple la condición (4). La existencia de una regularidad alternativa es obvia: hay países en
donde la regularidad es conducir por la izquierda. Se cumple la condición (5). Finalmente, no
tenemos ninguna justificación para creer que no hay conocimiento mutuo entre los conductores
sobre el cumplimiento de todas las condiciones mencionadas. Parece pues que se cumple
también la condición (6).

No sería difícil hacer las comprobaciones análogas respecto a alguna otra convención. Por
ejemplo, la regularidad siguiente: si se corta la comunicación telefónica, la persona que ha
hecho la llamada vuelve a llamar y la persona que ha recibido la llamada se abstiene de llamar.
Este caso introduce una variación de interés, ya que –como probablemente pasa con las
convenciones del lenguaje– se trata de una regularidad de dos vías, que puede seguirse desde
dos papeles diferentes, según si uno es la persona que llama o la persona que recibe la llamada.

Dos características aparentemente incompatibles de las convenciones son su normatividad y su


carácter arbitrario. Un rasgo interesante de la definición de Lewis es que da cuenta de estas dos
características, mostrando cómo pueden ser conciliables. La cláusula (5) introduce claramente la
arbitrariedad de las convenciones: son arbitrarias porque los propósitos perseguido atendiéndose
a la convención podrían obtenerse con otro medio equivalente. Asimismo, las cláusulas (3) y (4)
comportan que seguir una convención es (usualmente) normativamente correcto, porque apelan
a los conceptos de razón y preferencia, que son normativos.

Es correcto seguir la convención pese a su arbitrariedad porque las regularidad son meramente
potenciales (y si cualquiera de ellas rigiera, sería normativamente correcto seguirla).

Una última consideración general sobre la caracterización de Lewis. El dominio de entidades


que puede ser convenciones son regularidad en la acción, o en la acción y la formación de
actitudes intencionales. En los ejemplos mencionados, y en otros casos igualmente típicos,
seguir la regularidad convencional consiste en actuar de una determinada manera; es decir, se
trata de una regularidad la acción.

Lewis, empero, incluye entre las cosas que podemos hacer convencionalmente la formación de
creencias o de intenciones. Es justamente la necesidad de explicar cuáles son las convenciones
lingüísticas que motivan esta inclusión.

Ejemplos:
⎯ Conducir por la derecha.
⎯ Volver a telefonear a la misma persona si accidentalmente se ha cortado la
comunicación y se es la persona que ha telefoneado, y abstenerse de hacerlosi se es la
persona que ha recibido la llamada.

Observación: las convenciones se preservan a sí mismas (pues atenerse a ellas en el pasado da


razón, por (3), para seguir ateniéndose a ellas), y sirven a intereses comunes (en virtud de las
condiciones (3) y (4)).

Orígenes de las regularidades convencionales

Dos consideraciones sobre el origen de una convención es especialmente destacables:

⎯ No es necesario que el carácter arbitrario de una convención R (recogido en la cláusula


(5)) exista desde que comenzó a seguirse la regularidad R (aunque una consecuencia de
la definición es que R no será convencional hasta que no sea arbitraria en ese sentido).
⎯ La concordancia en las acciones que constituye la convención puede haberse producido
inicialmente sin acuerdo lingüístico explícito, incluso por casualidad.

Fijándonos en casos prototípicos de convenciones entendemos bien por qué rige la cláusula (3),
es decir, por qué si alguien cree que los (demás) miembros de una comunidad siguen la
convención, entonces tiene razones para seguirla él también.

En relación con una práctica convencional R, si la gente la sigue, cláusula (1), y la gente cree
que la gente la sigue, cláusula (2), cada individuo tiene un a razón para seguirla, cláusula (3).

Constatamos que ocurre esto con los casos usuales de regularidades convencionales. Ahora
bien, ¿cómo es que comienza a regir (1)?, es decir, ¿cómo es que la gente comienza a actuar de
acuerdo con una determinada regularidad convencional?

Las convenciones pueden tener orígenes muy diversos. Según el análisis de Lewis, cuando una
regularidad R seguida en una comunidad C es convencional, hay posible regularidades
alternativas que permitirían satisfacer los mismos intereses comunes que permite satisfacer R; la
definición, empero, no implica que estas posibilidades alternativas existan ya cuando los
miembros de C comenzaron a actuar de acuerdo con la regularidad R.

La arbitrariedad de la convención consiste (como hemos dicho en la sección anterior) en la


existencia de las potenciales alternativas. Asimismo, la regularidad R en cuestión puede nacer
sin que existan estas alternativas. (Obviamente, una consecuencia de la definición es que R no
será convencional hasta que no sea arbitraria en este sentido, es decir, hasta que no hayan
alternativas a R). El hecho de que la regularidad R (que posteriormente, cuando se cumplan
todas las condiciones de la definición, incluyendo la cláusula (5), que establece la existencia de
las otras alternativas constitutivas de la arbitrariedad de R, se convertirá en convencional) se
inicia sin ser arbitraria puede explicar su origen: quizás en determinadas circunstancias actuar
de acuerdo con R es la única manera de obtener determinados fines; y esto permite entender por
qué la gente comienza a atenerse a R.

Por otro lado, tanto si en su origen la regularidad R tiene posibles alternativas como si no las
tiene, no hace falta que los participantes de una regularidad se hayan puesto de acuerdo
explícitamente sobre la intención de seguirla. La concordancia en las acciones puede incluso
haber surgido casualmente.

El hecho importante –con respecto a la preservación de la regularidad R– es que una vez que la
gente se atiene a R, la cláusula (1), y la gente cree que la gente se atiene a R, cláusula (2),
entonces cada uno tiene razones para continuar perseverando en el seguimiento de R, cláusula
(3). Así pues, el hecho de que una práctica R satisfaga las condiciones definitorias de la
convencionalidad explica la preservación en el tiempo de esta misma práctica. En este sentido,
se dice, a veces, que las convenciones se autopreservan.

Que no sea necesaria ningún acuerdo verbal explícito entre los participantes de una regularidad
convencional es un elementos clave del concepto de convención, si es que queremos dar cuenta
de la convencionalidad del significado lingüístico. Si la vigencia de una convención requiriese
ser explícitamente proclamada, parece que cualquier explicación de la convencionalidad de los
signos de un lenguaje L sería insatisfactoria: ¿cuál es el lenguaje en el que se proclama el
acuerdo sobre el uso de los signos de L? Es imposible que sea el mismo lenguaje L, porque (si
efectivamente el significado de L depende del acuerdo explícito) previamente a la proclamación
los sujetos no pueden usar L para comunicarse entre ellos. Y si se trata de otro lenguaje L’,
entonces podemos plantearnos: ¿cuál es el lenguaje en el que se proclama el acuerdo sobre el
uso de los signos de L’?
Significado atemporal de las expresiones tipo. ¿Qué forma adoptan las convenciones
lingüísticas?

Grice intenta definir el significado que poseen convencionalmente las expresiones lingüísticas
por medio del concepto de significado ocasional (que, según Grice, se aplica también a casos en
que no hay todavía convenciones).

Pero los enfoques inspirados en Grice suelen apartarse de él en este punto y combinan su
análisis del significado ocasional con la definición de Lewis de convención.

Hay diversas posibilidades:

Un aspecto esencial de la teoría de Grice es considerar como casos fundamentales del uso de
signos no naturales las situaciones en las que un agente significa ocasionalmente alguna cosa
(en el sentido que él define).

Su caracterización del concepto de significado ocasional constituye el primer elemento de lo


que usualmente se denomina programa de Grice. Grice también defiende que puede existir este
significado ocasional sin formar parte de un sistema general de utilización regular y
convencional de signos. Es decir, que puede haber usos de signos no naturales sin que estén
involucradas convenciones lingüísticas.

Otros autores sostienen una tesis más débil: habrían posibles signos no naturales cuyo
significado no estaría regulado por ninguna convención, si bien tan sólo pueden existir en el
marco de un sistema general de convenciones, que regularían el significado de otros signos
similares.

Algunos de los ejemplos usualmente aducidos como ilustraciones de usos de signos no naturales
en ausencia de convenciones son dudosos. En cualquier caso, una teoría del significado sería
claramente incompleta si dejase de lado la utilización de signos lingüísticos convencionales.

Hace falta explicar en qué consiste que una expresión lingüística tenga típicamente –y
convencionalmente– un determinado significado, no vinculado con ninguna ocasión particular
de uso de la expresión. El siguiente paso del programa de Grice es el intento de caracterizar esta
noción de significado literal, convencional de las expresiones tipo basándose en el concepto más
fundamental de significado ocasional. Grice lo denomina significado atemporal de la expresión
tipo.

Para analizar el significado atemporal, Grice introduce la noción de repertorio de


procedimientos de los cuales dispone un hablante (procedimientos regulares consistentes en
proferir ejemplares de determinada expresión tipo cuando se pretende provocar respuestas de
cierta clase en la audiencia). Pero muchos analistas consideran que la elucidación griceana de
esta idea no es suficientemente satisfactoria. La estrategia más común de los filósofos cercanos
al programa de Grice es tratar de caracterizar el significado literal (convencional, atemporal)
basándose abiertamente en el concepto de convención (que podríamos considerar clarificado por
Lewis) y en algún concepto asimilable al de significado ocasional.

Veremos a continuación algunas de las caracterizaciones que se pueden proponer siguiendo esta
estrategia.

Definición 1 (Schiffer): El signo S significa literalmente (convencionalmente, atemporalmente)


que p en la comunidad C si y sólo si entre los miembros de C rige (prevalece) la convención de
usar S para significar ocasionalmente que p (es decir, si y sólo si la regularidad consistente en
usar S para significar ocasionalmente que p es una convención en C).
Problema: No es claro que esa regularidad (usar S para significar ocasionalmente que p) pudiera
ser una convención, ya que quizá no cumpla la condición (3) de Lewis. Se requeriría que la
regularidad incorporara alguna respuesta por parte de la audiencia. Eso sucede con…

¿Qué quiere decir que la práctica de utilizar S para significar ocasionalmente que p sea una
convención en C? Una manera natural de entender esto sería la siguiente. Es una convención en
C la regularidad R definida a continuación: los miembros de C profieren S si y sólo si tienen las
intenciones que conjuntamente son definitorias del hecho de que un hablante signifique
ocasionalmente que p (las tres intenciones (i)-(iii) formuladas originalmente por Grice o quizás
incorporando algunas de las modificaciones, también comentadas anteriormente).

Esta primera definición (procedente de Schiffer) presenta algún problema. No está claro que la
regularidad, R, consistente en utilizar S para significar ocasionalmente que p puede ser una
convención, ya que quizás no cumpla la condición (3) de la definición de Lewis. La creencia de
que el resto de los miembros de C se atienen a R no da al hablante una razón para atenerse a R.
Lo que interesa al hablante es –si se quiere decir así– saber qué hará su audiencia ante su
proferencia, no qué harán los otros hablantes con proferencias como la suya.

(Es verdad que el hablante puede sospechar –justificadamente– que si los otros hablantes se
atienen regularmente a R es porque normalmente provocan la respuesta que pretende en la
audiencia. Pero esto sería como exigir que siga la creencia en la vigencia de la cláusula (2) de la
definición de Lewis aquello que proporciona una razón para seguir la regularidad; mientras que
en los casos paradigmáticos de convenciones se cumple literalmente la definición, que –en su
cláusula (3)– exige que sea la creencia en la vigencia de la cláusula (1) aquello que proporciona
una razón para seguir la regularidad. Consideremos el caso de conducir por la derecha: el simple
hecho de que los demás lo hacen, ya me da razón para hacerlo yo también, incluso si los demás
no tuvieran la creencia de que los otros –yo– también lo hacen).

La dificultad trae a pensar que las convenciones lingüísticas probablemente son “de dos vías”,
que están definidas también en virtud de la participación de la otra parte de las interacciones
lingüísticas: la audiencia. Las siguientes definiciones así lo suponen:

Definición 2 (Stenius-Lewis): El signo indicativo S significa literalmente (convencionalmente,


atemporalmente) que p en la comunidad C si y sólo si entre los miembros de C rige (prevalece)
esta convención (de veracidad y confianza): el hablante sólo profiere S si cree (cuando cree)
que p; ante una proferencia [la audiencia responde ante la emisión de S formando la creencia de
que p] de S, la audiencia forma la creencia que p.

Cuestión: También podría ser problemático el cumplimiento de la condición (3): que la


audiencia crea al hablante sólo le da a ésta razón para ser veraz si se presupone, como propone
Lewis, un trasfondo de intereses mínimamente altruistas. Con ese trasfondo, la audiencia tiene
razón para creer al hablante incluso si la regularidad no le exige a éste ser veraz:

Lewis (que es quien propuso –inspirándose en ideas de Stenius– esta definición) dice que es una
convención de veracidad y confianza, por tal como exige al hablante ser veraz y a la audiencia
ser confiada.

La definición 2 tampoco está exenta de posibles inconvenientes, igualmente relacionados con la


cláusula (3) de la definición de convención. El hecho de que la audiencia crea al hablante tan
sólo proporciona una razón al hablante para seguir la regularidad (es decir, para ser veraz) si
este no quiere engañar a la audiencia.

Consciente de esto, Lewis afirma que tenemos que presuponer un marco de intereses
mínimamente altruistas (que descartan –normalmente– el propósito de engañar), sin el cual es
improbable que pudieran desarrollarse y preservar los lenguajes.
Ahora bien, presuponiendo que existe este altruismo mínimo, la audiencia puede tener razón
para creer al hablante aunque la regularidad no exija de él veracidad, sino tan sólo utilizar el
signo para significar ocasionalmente que p (como pasaba en la definición 1), tal como queda
recogido en la caracterización siguiente:

Definición 3: El signo S significa literalmente (convencionalmente, atemporalmente) que p a la


comunidad C si y sólo si prevalece entre los miembros de C esta convención: el hablante utiliza
S para significar ocasionalmente que p; ante una proferencia de S, la audiencia forma la
creencia, o la intención, que p.

En realidad el trasfondo mínimamente altruista permitiría que se preservara una convención


incluso debilitando también la respuesta exigible a la audiencia:

En realidad, el altruismo permitiría que se cumpla la cláusula (3) de la definición de convención


(y por lo tanto permitiría que la regularidad convencional se preservara) incluso si
impusiéramos menos requerimientos en la respuesta de la audiencia, exigiendo tan sólo que ésta
reconozca la intención del hablante:

Definición 4: El signo S significa literalmente (convencionalmente, atemporalmente) que p en la


comunidad C si y sólo si prevalece entre los miembros de C esta convención: el hablante utiliza
S para significar ocasionalmente que p; ante una proferencia de S, la audiencia reconoce la
intención del hablante de significar ocasionalmente que p.

IMPLICATURAS CONVERSACIONALES

Significados no literales. Implicaciones e implicaturas

A menudo empleamos signos que poseen un significado convencional determinado para


expresar mediante ellos un significado no literal que difiere de dicho significado convencional.

Son ejemplos de ello las ironías, las metáforas, así como casos más cotidianos: decimos ‘¿tienes
hora? no con la intención de que se responda esa pregunta, sino más bien esta otra: ‘¿qué hora
es?’.

Grice se propone

Ø Mostrar que existe esa diferencia entre dos sentidos en que decimos algo: lo que nuestra
proferencia literalmente (convencionalmente) significa y el significado no literal que
conseguimos comunicar con ella;

Ø Explicar cómo el significado no literal es dependiente del significado convencional


literal y de ciertos factores pragmáticos (información contextual operando en
conjunción con determinadas máximas que rigen las acciones lingüísticas).

Los casos de significado no literal mejor estudiados por Grice son los que denominó
implicaturas conversacionales.

o Se asemejan a las implicaciones en que si p tiene como implicatura q, entonces puede


derivarse q a partir de p mediante cierto género de inferencia.

o Difieren de las implicaciones en que si p tiene como implicatura q, entonces apelando


sólo al significado literal de p no puede derivarse q.
Teniendo a la vista una u otra caracterización concreta de lo que es el significado literal
(convencional, atemporal) de un signo tipo, tenemos que considerar cuál es su relación con el
significado ocasional que el hablante quiere comunicar cuando hace una proferencia específica
de este signo. La situación normal es esta: el hablante significa ocasionalmente justamente lo
que el signo significa literalmente.

Asimismo, a menudo no hay coincidencia entre el significado ocasional y el significado literal.

Por un lado, están los casos en que –según Grice– un agente emite un signo no natural que no
tiene ningún significado literal convencional asociado.

Por otro lado, en otros casos hay significado literal pero el hablante expresa un significado
ocasional diferente: un significado no literal.

Se expresan significados no literales mediante las ironías, las metáforas y las figuras literarias.
Pero también en casos más cuotidianos: cuando proferimos la oración ‘¿Tienes hora?’ no
queremos –usualmente– una respuesta a esta pregunta, sino a una pregunta tal como ‘¿qué hora
es?’.

Otro ejemplo (basado en uno del mismo Grice): un padre envía a su hijo a estudiar filosofía a
Inglaterra, bajo la tutela de un profesor amigo suyo; después de un tiempo pregunta a su amigo
sobre cómo le ha ido al joven en sus estudios de filosofía, y el profesor le responde diciendo ‘ha
aprendido mucho inglés’. Parece claro que el significado ocasional comunicado es,
aproximadamente, que el joven ha aprendido poca filosofía, pese a que la proferencia del
profesor significa literalmente otra cosa.

Grice se propone mostrar que en algunos casos efectivamente existe una diferencia entre dos
sentidos en los que decimos alguna cosa:

→ Decimos que nuestra proferencia significa literalmente

→ Pero también decimos que –más fundamentalmente– el significado ni literal que


conseguimos dar a nuestras palabras.

Además, quiere explicar cómo el significado no literal depende del significado literal
convencional y de ciertos factores pragmáticos: información dada por el contexto,
conjuntamente con determinadas máximas que rigen las acciones lingüísticas.

Grice estudió especialmente ciertos casos de significado no literal que denominó implicaturas
conversacionales. Tal como sucede con la implicaciones, cuando una proferencia S tiene la
implicatura que p, entonces se puede derivar p a partir de D mediante una cierta clase de
inferencia. Esto es común a implicaciones e implicaturas, pero hay una diferencia crucial: si la
proferencia S tiene la implicación que p, entonces la audiencia puede derivar p basándose
simplemente en el significado literal de S; si la relación es de implicatura este significado literal
no es suficiente por sí mismo, es necesario apelar también a los factores pragmáticos que hemos
indicado (información contextual y máximas conversacionales).

Máximas conversacionales

Grice: Las conversaciones son un tipo de tarea cooperativa (en que están involucrados intereses
comunicativos comunes) entre agentes racionales. Están regidas por ciertas máximas que
formulan expectativas que los participantes del intercambio comunicativo tienen unos respecto a
los otros..
La máximas son “ideales”, del modo en que lo es cualquier otra norma constitutiva de nuestra
racionalidad.

[Observación: muchas de las máximas tienen un campo de aplicación que no se restringe a las
conversaciones].

En el marco general de la teoría de la acción a la cual se adscriben las investigaciones de Grice,


las conversaciones son concebidas como un tipo de actividad cooperativa entre agentes
racionales.

En esta actividad están involucrados intereses comunicativos comunes. Según Grice, ciertas
normas específicas, máximas conversacionales, rigen estas actividades formulando expectativas
que los participantes, en el intercambio comunicativo, tienen unos respecto a los otros y
procuran así la mejor satisfacción de aquellos intereses. (Conviene tener en cuenta que muchas
de estas máximas tienen un campo de aplicación que no se restringe a las conversaciones).

Como muchas otras normas presuntamente constitutivas de nuestra racionalidad, las máximas
conversacionales son “ideales”, rigen lo que los agentes tendrían que hacer si fuesen idealmente
racionales (y en la medida en que los intereses comunicativos no entran en conflicto con otros
intereses).

Grice propone una máxima muy general, que denomina Principio Cooperativo, y una serie de
máximas que serían especificaciones más concretas de esta. El Principio Cooperativo establece
que tenemos que hacer nuestra contribución a la conversación tal y como en cada momento lo
requiera el propósito o la dirección del intercambio comunicativo en el que participamos.

Ejemplos de máximas conversacionales:

⎯ Máxima de cantidad: haga una contribución tan informativa como sea necesario y no
más de lo que sea necesario.

⎯ Máximas de calidad: no diga lo que cree falso; no diga lo que no está justificado en
creer que es verdadero;

⎯ Máxima de relación: sea pertinente.

⎯ Máximas de modo: sea claro; sea breve; sea ordenado.

Algunas de las máximas conversacionales específicas más importantes son las siguientes.

⎯ Máximas de cantidad: haga usted una contribución tan informativa como sea necesario;
no haga usted una contribución más informativa de lo que sea necesario.

⎯ Máximas de calidad: no diga aquello que cree que es falso; no diga aquello que no está
usted justificado a creer que es verdadero.

⎯ Máxima de relación: sea pertinente.

⎯ Máximas de modo: sea claro; sea breve; sea ordenado.


Derivación de una implicatura conversacional

Si S significa literalmente que p esperamos que cuando un hablante H profiere S lo que pretende
comunicar (lo que significa ocasionalmente con su proferencia) es que p. Pero en algunos casos
ello supondría que H viola alguna máxima conversacional.

Muchas situaciones de ese tipo queda explicadas atribuyendo a H la intención de usar S para
significar ocasionalmente algo diferente al significado literal. El conflicto desaparece entonces.

El hablante sabe que la audiencia detectará el conflicto inicial y buscará una interpretación no
literal de sus palabras.

Derivar una implicatura = reproducir el razonamiento que permite obtener en un contexto


determinado la implicatura (lo que requiere especificar qué máximas se violarían si
interpretamos literalmente al hablante y mostrar que la implicatura es la única razonable
compatible con las máximas).

Basándonos en esta idea general de lo que son las máximas conversacionales, ya podemos
describir esquemáticamente cómo se produce el significado no literal a partir de los factores
pragmáticos (información contextual y máximas conversacionales) combinados con el
significado literal.

Si el signo tipo (o la proferencia tipo) S significa literalmente que p normalmente esperamos


que cuando un hablante H profiere S aquello que pretende comunicar (es decir, lo que significa
ocasionalmente con su proferencia de S) es que p. Dicho de otra manera, esperamos que el
significado ocasional coincida con el significado literal.

En algunos casos, empero, esta coincidencia implicaría que el hablante ha infringido alguna
máxima conversacional. Querríamos poder entender el por qué de la aparente infracción.
Habrían diversas explicaciones posibles. Quizás el hablante no quiere ser cooperativo e infringe
voluntariamente alguna de las máximas (o no hace ningún esfuerzo en seguirlas). O quizás es
una infracción completamente involuntaria explicable por otras vías: el hablante repite una
información que ya ha dado otro participante en la conversación (violando así una máxima de
cantidad) simplemente porque no la ha escuchado.

A menudo, ninguna hipótesis de esta clase explica la presunta infracción. Y la alternativa más
razonable es suponer que el hablante ha utilizados para significar ocasionalmente algo diferente
al significado literal; le atribuimos, pues, un significado ocasional de acuerdo con el cual el
conflicto con las máximas conversacionales es meramente aparente.

Por su parte, el hablante (que emite un signo, dándole un significado ocasional que no es
idéntico a su significado literal) sabe que la audiencia reconocerá el conflicto inicial entre su
proferencia y las máximas conversacionales (el conflicto que resultaría de la suposición de que
está hablando literalmente) y sabe que la audiencia buscará una interpretación no literal de sus
palabras.

Una condición necesaria para que haya implicatura conversacional es que esta sea derivable. La
derivación de una implicatura conversacional es el proceso de razonamiento que permite
obtener en un contexto determinado la implicatura, la cual cosa comporta especificar qué
máximas serían infringidas si interpretásemos literalmente al hablante y mostrar que el
significado no literal –la implictura– atribuido a su proferencia es lo más razonable, compatible
con las máximas conversacionales.
Así pues, el hablante profiere S con la pretensión de transmitir como implicatura conversacional
un significado no literal esperando que la audiencia pueda derivar la implicatura, es decir, que
pueda reproducir el razonamiento en cuestión.

La siguiente caracterización del concepto de implicatura conversacional resume los puntos


señalados.

La proferencia S emitida por el hablante H tiene la implicatura conversacional de que p si y sólo


si

Cuando un hablante H profiere S ante una audiencia A, S tiene como implicatura conversacional
que p si y sólo si

i. S significa literalmente que r,

ii. Que r no tiene como consecuencia que p, [de r no se sigue que p].

iii. H respeta [respetó] todas las máximas conversacionales si y sólo si (con su proferencia
de S) H significa [significó] ocasionalmente algo que tiene como consecuencia que p
[algo de lo que se sigue que p],

iv. H cree que, dado el contexto, la audiencia A puede comprender que (iii), y

v. H cree que la audiencia A cree que (iv).

Observaciones:

• Ciertas expresiones lingüísticas dan lugar a implicaturas no meramente en ciertos


contextos específicos sino usualmente. Se habla entonces de implicaturas
generalizadas.

• La divergencia entre el significado literal y el significado transmitido como implicatura


conversacional puede afectar también a la fuerza ilocucionaria. Así, al emitir ‘¿puedes
pasarme la sal?’ pretendemos hacer una petición, no una pregunta.

Acabaremos la sección con dos observaciones. Algunas implicaturas se producen en función de


un contexto determinado. Es el caso del ejemplo mencionado acerca del joven enviado a
estudiar filosofía. Pero algunas expresiones lingüísticas dan lugar a implicaturas de forma
general, independientemente del contexto en el que aparecen; o, más exactamente, dan lugar a
implicaturas dado que –excepcionalmente– aparecen en determinados contextos donde la
implicatura no surge, o bien es cancelada.

Se trata, pues, de implicaturas generalizadas. El otro ejemplo que habíamos comentado es de


este tipo: en contextos usuales la pregunta ‘¿Tienes hora?’ da lugar normalmente a una
implicatura, ya que el hablante significa ocasionalmente con ella otra pregunta: ‘¿Qué hora
es?’.

En el último ejemplo también podríamos suponer que el significado ocasional del hablante no es
el de otra pregunta, sino el de una oración imperativa, con la que se pediría qué hora es. Esto
querría decir que la diferencia entre significado literal y significado ocasional (transmitido como
implicatura conversacional) puede afectar incluso a la fuerza ilocucionaria, porque aquello que
es literalmente una pregunta es usado como una petición. Un claro caso en donde tenemos esta
clase de variación es, por ejemplo, el de la pregunta ‘¿Puedes cerrar la puerta?’, que
normalmente tiene el significado ocasional de una oración imperativa.
Cancelabilidad e indesligabilidad de las implicaturas

Un requisito necesario para la existencia de una implicatura conversacional es que ésta sea
derivable. Pero hay otros.

⎯ Las implicaturas son cancelables. Si al emitir S se produce la implicatura


conversacional de que p, el hablante podría haber cancelado dicha implicatura sin
contradecirse, por ejemplo añadiendo “…, pero no p”.

⎯ Una implicatura conversacional transmitida mediante el signo S es indesligable o no


separable [undettachable] si y sólo si el empleo de cualquier otro signo con el mismo
significado literal que S habría dado lugar a la misma implicatura (la implicatura está
vinculada a ese significado literal y no depende separadamente de la forma particular
de S). Cabe esperar que las implicaturas generalizadas sean no separables.

Hemos indicado que si existe una implicatura conversacional, ésta tiene que ser derivable. Pero
no es este el único requisito que impone Grice. Otro criterio fundamental de la presencia de
implicaturas conversacionales es su cancelabilidad.

Son cancelables en el siguiente sentido. Cuando la proferencia de un enunciado S tiene como


implicatura conversacional que p, ocurre que S es compatible con la negación de p (de lo
contrario la relación entre S y p sería de implicación, no de implicatura).

El hablante podría, pues (sin contradecirse), cancelar la generación de la potencial implicatura


completando su proferencia de S con alguna indicación explícita que contradiga p.

El profesor inglés del ejemplo de Grice podría añadir a su proferencia: ‘también ha aprendido
mucha filosofía’. Si hiciera esto, no se produciría ninguna implicatura conversacional.

En todos los otros casos –también si se trata de signos no indicativos (preguntas, peticiones)–
sucede igualmente que la implicatura es potencialmente cancelable.

Después de preguntar ‘¿Tienes hora?’, el hablante puede añadir: ‘No te pido que me digas qué
hora tienes. Tan sólo estoy haciendo una encuesta sobre quien lleva reloj’.

La cancelabilidad es el criterio que permite diferencias más claramente una implicatura de una
implicación.

Si el enunciado S implica que r, entonces el hablante se contradeciría si profiriese S y negase r.

En toda circunstancia (sea cual sea el contexto) S es incompatible con la negación de r. En


relación con las oraciones que no son enunciados: dado el significado literal de la oración
imperativa ‘cierra la puerta’, se contradeciría quien la profiriese y después añadiese ‘no cierres
la puerta’, la cual cosa no sucede con quien profiere ‘¿puedes cerrar la puerta?’ y después
añade ‘no cierres la puerta’.

En relación con las implicaturas generalizadas Grice propone otro criterio adicional. Es
plausible esperar, según afirma, que sean indesligables. Una implicatura conversacional
transmitida mediante el signo S es indesligable o no separable (‘undettachable’ es el término
empleado por Grice) si y sólo si el uso de cualquier otro signo con el mismo significado literal
que S hubiese dado lugar a la misma implicatura.

La idea es que la implicatura estaría vinculada con el significado literal del signo S, y no
dependería de la forma particular de S (no puede ser atribuible separadamente a rasgos no
semánticos del signo S).
El caso de las constantes lógicas

La teoría de las implicaturas conversacionales tiene múltiples aplicaciones filosóficamente


relevantes. En una de ellas estaba especialmente interesado Grice: defender que el significado
atribuido a las constantes lógicas en las semánticas formales usuales es el correcto (coincide con
su significado literal).

Ilustración: La semántica lógica estándar establece que ‘si p, entonces q’ significa lo mismo que
‘no (p y no q)’. Pero lo usual es entender ese tipo de enunciados como si significaran algo
similar a ‘hay alguna conexión entre el contenido de p y el contenido de q tal que no (p y no q)’.

Se trata de una implicatura conversacional. Derivémosla.

Supongamos que H profiere ‘si p, entonces q’, y asumamos la semántica estándar para ese
enunciado condicional. Respecto a la justificación (conforme a la máxima de cualidad) H tiene
para creer ‘si p, entonces q’ hay tres posibilidades:

a) H está justificado en creer ‘no p’.

b) H está justificado en creer ‘q’.

c) H está justificado en creer ‘hay alguna conexión entre el contenido de p y el contenido


de q tal que no (p y no q)’.

En cualquiera de las tres situaciones, si H significara ocasionalmente ‘no (p y no q)’ estaría


violando la máxima de cantidad, ya que tanto ‘no p’ como ‘q’ como asimismo ‘hay alguna
conexión entre el contenido de p y el contenido de q tal que no (p y no q)’ son más informativos
que ‘no (p y no q)’.

Es improbable que se fiera la situación (a), pues entonces H habría proferido ‘no p’, que no es
menso breve que ‘si p, entonces q’.

Análogamente respecto a (b).

Luego, probablemente se da la situación (c) y lo que H ha significado ocasionalmente (pues


tiene justificación para creerlo) es ‘hay alguna conexión entre el contenido de p y el contenido
de q tal que no (p y no q)’.

La concepción griceana del significado no natural tiene múltiples aplicaciones filosóficamente


relevantes. Una de ellas, que interesaba especialmente a Grice, está relacionada con las
expresiones que integran el vocabulario lógico de los lenguajes naturales, denominadas
constantes lógicas: fundamentalmente,

Ø Las conectivas lógicas (‘no’, ‘y’, ‘o’, ‘si…, entonces’) y


Ø Los cuantificadores (‘todo’, ‘cualquiera’, ‘alguno’)

Grice aplica su teoría de las implicaturas conversacionales para defender que el significado
atribuido a las constantes lógicas por las semánticas formales usuales es correcto (es decir,
coincide con su significado literal). El diferente significado que aparentemente tienen a menudo
estas expresiones sería un significado no literal, resultante de una implicatura conversacional.

Como ilustración de las derivación de una implicatura conversacional mostraremos cómo


derivar el significado aparente usualmente asociado a una de estas constantes lógicas: el
condicional ‘si…, entonces’.
El objetivo es explicar por qué nos parece que hay una divergencia entre el significado real del
condicional y el que le atribuye la teoría lógica estándar, utilizando dos premisas en nuestra
explicación: la tesis contraria a esta presunta divergencia (es decir, la tesis –respaldada por
Grice– que considera correcto el significado asignado al condicional por la semántica estándar)
y la teoría de las implicaturas conversacionales. Si el análisis siguiente es plausible, habremos
encontrado datos a favor de cada una de las dos premisas.

La teoría lógica estándar establece que el (esquema de) enunciado condicional ‘si p, entonces q’
viene dado por la tabla de verdad de acuerdo con la cual es falso tan sólo en el caso de que p
sea verdadero y q sea falso, y es verdadero en cualquier otra situación.

Supongamos que el significado literal de ‘no (p y no q)’ sí que corresponde a esta tabla de
verdad. En estos términos, la tesis defendida por Grice es que ‘si p, entonces q’ tiene
literalmente el mismo significado que ‘no (p y no q)’. Ahora bien, normalmente entendemos las
proferencias del condicional ‘si p, entonces q’ como si tuviera un significado diferente
aproximadamente equivalente al de este otro enunciado: ‘hay alguna conexión entre el
contenido de p y el contenido de q tal que no (p y no q)’.

Nuestra hipótesis es que esta impresión es resultado de una implicatura conversacional


generalizada. Intentaremos derivarla.

Suponemos que el hablante H profiere ‘si p, entonces q’. Una de las máximas de cualidad
establece que H cree que su creencia en ‘si p, entonces q’ está justificada.

De acuerdo con la semántica estándar de los enunciados condicionales (que –como hemos
dicho– asumiremos) ha tan sólo tres posibilidades (no incompatibles entre sí) respecto a la
procedencia de esta justificación:

a) H está justificado a creer ‘no p’.

b) H está justificado a creer ‘q’.

c) H está justificado a creer que ‘hay alguna conexión entre el contenido de p y el


contenido de q tal que no (p y no q)’.

La conexión en cuestión entre los contenidos respectivos de p y de q puede ser de diferentes tipos:
CONCEPTUAL (‘si Aristóteles era más alto que Platón, entonces Platón era más bajo que Aristóteles’),
CAUSAL (‘si el nuño ha lanzado el plato por la ventana, el plato se ha roto’), etc.

Estos dos ejemplos muestran, además, que puede darse la posibilidad (c) sin darse la posibilidad (a) ni la
posibilidad (b).

Otros casos testimonian también que (a) no implica (b) ni (c) –‘si la Tierra es plana, entonces Platón era
más bajo que Aristóteles’–…

… O que (b) no implica (a) ni (c) –‘si Aristóteles era más alto que Platón, entonces Roma es una ciudad’–
.

En cualquiera de las tres situaciones, si H significase ocasionalmente ‘no (p y no q)’ estaría


infringiendo una máxima de cantidad, ya que cada uno de los tres enunciados ‘no p’, ‘q’ y ‘hay
alguna conexión entre el contenido de p y el contenido de q tal que no (p y no q)’ es más
informativo que ‘no (p y no q)’.
La audiencia puede deducir, pues, que H está empleando ‘si p, entonces q’ con un significado
no literal.

¿Qué significa ocasionalmente H con su proferencia? La situación (a) es descartable, porque si


H estuviera justificando a creer ‘no p’ habría proferido (siguiendo la máxima de modo, que pide
ser breve) ‘no p’ en lugar de ‘si p, entonces q’. Así pues, H no ha significado ocasionalmente
que no p (porque la máxima de calidad anteriormente mencionada le exige tener justificación de
aquello que dice).

Razonamientos análogos muestran que (b) también es descartable y que H no ha significado


ocasionalmente que q. Pero no se puede argumentar análogamente contra la posibilidad (c), que
es, pues, la única alternativa disponible.

Puesto que H está justificado a creer ‘hay alguna conexión entre el contenido de p y el
contenido de q tal que no (p y no q)’, es perfectamente razonable nuestra hipótesis inicial:
efectivamente H ha significado ocasionalmente que hay alguna conexión entre el contenido de p
y el contenido de q tal que no (p y no q).

Relaciones entre semántica y pragmática

En términos griceanos puede trazarse la delimitación entre semántica y pragmática del siguiente
modo. El estudio del significado literal concierna a la semántica. Pero queda fuera de esa
disciplina el estudio de las implicaturas conversacionales, de las que se ocupa la pragmática.

Conforme a esa demarcación la semántica es independiente de la pragmática, pero (dado que las
implicaturas conversacionales se derivan basándose –parcialmente– en el significado literal) la
pragmática depende –parcialmente– de la semántica.

[…] El programa de Grice, y especialmente su teoría del significado no literal, ofrece la


posibilidad de una delimitación más concreta (pese a que tampoco sería universalmente
aceptada por todo el mundo) [distinción entre semántica y pragmática]: la semántica estudia los
factores que intervienen en la determinación del significado no natural de los signos, excepto
cuando se trata de casos de significación no literal, de los que se ocuparía la pragmática.

Esta línea divisoria incluye en la semántica la teorización de aspectos intencionales de los


hablantes, ya que estos están necesariamente involucrados en la definición de Grice del
significado no natural (que, a su vez, interviene en la definición del significado literal).

Por otro lado, la demarcación tiene consecuencia que probablemente son razonables: la
semántica es independiente de la pragmática; pero la pragmática depende (parcialmente) de la
semántica, dado que las implicaturas conversacionales –y los otros casos de significar no
literal– se obtienen derivándolas a partir (entre otros factores) del significado literal.

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