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EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO


DEFINICIÓN DEL MATRIMONIO CATÓLICO

«La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre


sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien
de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por
Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados» (CIC
can. 1055, §1).

I. EL MATRIMONIO EN EL PLAN DE DIOS


¿Qué lugar ocupa el matrimonio en la Sagrada Escritura?
La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de
la mujer a imagen y semejanza de Dios y se cierra con la visión de las bodas
del Cordero (Ap. 19,7. 9). De un extremo a otro la Escritura habla del
matrimonio y de su “misterio”, de su institución y del sentido que Dios le
dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la
historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su
renovación en el Señor (1 Co 7,39), todo ello en la perspectiva de la Nueva
Alianza de Cristo y de la Iglesia. (CIC, nº 1602)

1.1. El matrimonio en el orden de la creación


¿Quién es el autor del matrimonio?
“La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador
y provista de leyes propias, se establece sobre la alianza del matrimonio…
un vínculo sagrado… no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el
autor del matrimonio”. La vocación al matrimonio se inscribe en la
naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del
Creador. (CIC, nº 1603)

¿Qué decir de las diversas variaciones en que se ha presentado el


matrimonio a lo largo de la historia?
El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las
numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las
diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas
diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes. A
pesar de que la dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la
misma claridad, existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza
de la unión matrimonial. (CIC, 1603)
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¿Es el matrimonio una de las formas en que el hombre y la mujer


realizan su vocación al amor?
Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor,
vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue
creado a imagen y semejanza de Dios, que es Amor. Habiéndolos creado
Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del
amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es
bueno, muy bueno, a los ojos del Creador. Y este amor que Dios bendice es
destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la
creación. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad
la tierra y sometedla (Gn 1,28). (CIC, nº 1604)

¿Qué se quiere decir cuando se afirma que el hombre y la mujer


fueron creados el uno para el otro?
La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el
uno para el otro: No es bueno que el hombre esté solo. La mujer, carne de su
carne, es decir, su igual, la creatura más semejante al hombre mismo, le es
dada por Dios como un “auxilio”, representando así a Dios que es nuestro
“auxilio”. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su
mujer, y se hacen una sola carne (Gn 2,24). Que esto significa una unión
indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál
fue en el principio, el plan del Creador: De manera que ya no son dos sino
una sola carne (Mt 19,6). (CIC, nº 1605)

1.2. El matrimonio en el Señor


La alianza nupcial entre Dios y su pueblo de Israel había preparado la
nueva y eterna alianza mediante la que el Hijo de Dios, encarnándose y
dando su vida, se unió en cierta manera con toda la humanidad salvada por
El, preparando así las bodas del Cordero (Ap. 19,7.9). (CIC, nº 1612)

¿Qué importancia tiene el que Jesús realizara su primer milagro en


una boda?
En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo -a petición
de su Madre- con ocasión de un banquete de boda. La Iglesia concede una
gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella la
confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante
el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo. (CIC, nº 1613).

¿Dijo algo Jesús sobre el repudio permitido por Moisés?


En su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original de la
unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: la
autorización, dada por Moisés, de repudiar a la propia mujer era una
concesión a la dureza del corazón; la unión matrimonial del hombre y la
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mujer es indisoluble: Dios mismo la estableció: Lo que Dios unió, que no lo


separe el hombre (Mt 19,6). (CIC, nº 1614).

¿Podemos pensar que Jesucristo predica una doctrina sobre el


matrimonio demasiado exigente?
La insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo matrimonial
pudo causar perplejidad y aparecer como una exigencia irrealizable. Sin
embargo, Jesús no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y
demasiado pesada, más pesada que la Ley de Moisés. Viniendo para
restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, da la
fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino
de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus
cruces, los esposos podrán “comprender” el sentido original del matrimonio
y vivirlo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un
fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana. (CIC nº 1615)

¿Dice algo San Pablo sobre este mismo tema?


El apóstol Pablo lo da a entender diciendo: Maridos, amad a vuestras
mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla (Ef 5, 25-26), y añadiendo en seguida: «Por eso dejará el hombre
a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola
carne.» Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia (Ef 5,
31-32). (CIC, nº 1616)

¿Qué importancia tiene para la vida cristiana el esponsalicio entre


Jesucristo y la Iglesia?
Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Jesucristo y
de la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio
nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas que precede al banquete
de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo
eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto que es signo
y comunicación de la gracia, el matrimonio entre bautizados es un verdadero
sacramento de la Nueva Alianza. (CIC, nº 1617)

II. EL CONSENTIMIENTO MATRIMONIAL


¿Quiénes pueden contraer matrimonio?
Los protagonistas de la alianza matrimonial son un hombre y una mujer
bautizados, libres para contraer el matrimonio y que expresan libremente su
consentimiento. Ser libre quiere decir no obrar por coacción y no estar
impedido por una ley natural o eclesiástica. (CIC, nº 1625)
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¿Qué es lo que realiza propiamente el matrimonio?


La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre los
esposos como el elemento indispensable que hace el matrimonio. Si el
consentimiento falta, no hay matrimonio. (CIC, nº 1626).

¿Qué es el consentimiento matrimonial?


El consentimiento consiste en “un acto humano, por el cual los esposos se
dan y se reciben mutuamente”, “Yo te recibo como esposa” – “Yo te recibo
como esposo”. Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra
su plenitud en el hecho de que los dos “vienen a ser una sola carne”. (CIC,
nº 1627)
El consentimiento debe ser un acto de la voluntad de cada uno de los
contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo. Ningún poder
humano puede reemplazar este consentimiento. Si esta libertad falta, el
matrimonio es inválido. (CIC, nº 1628)

Por esta razón (o por otras razones que hacen nulo e inválido el
matrimonio; cf. CIC 1095-1107), la Iglesia, tras examinar la situación por el
tribunal eclesiástico competente, puede declarar "la nulidad del matrimonio",
es decir, que el matrimonio no ha existido. En este caso, los contrayentes
quedan libres para casarse, aunque deben cumplir las obligaciones naturales
nacidas de una unión precedente (cfr. CIC, 1071) (CIC, nº 1629)

El sacerdote (o el diácono) que asiste a la celebración del matrimonio,


recibe el consentimiento de los esposos en nombre de la Iglesia y da la
bendición de la Iglesia. La presencia del ministro de la Iglesia (y también de
los testigos) expresa visiblemente que el matrimonio es una realidad eclesial.
(CIC, nº 1630)

Por esta razón, la Iglesia exige ordinariamente para sus fieles la forma
eclesiástica de la celebración del matrimonio (cf. CC. de Trento: DS 1813-
1816; CIC, can. 1108). Varias razones concurren para explicar esta
determinación:
- El matrimonio sacramental es un acto litúrgico. Por tanto, es conveniente
que sea celebrado en la liturgia pública de la Iglesia.
- El matrimonio introduce en un ordo eclesial, crea derechos y deberes en
la Iglesia entre los esposos y para con los hijos.
- Por ser el matrimonio un estado de vida en la Iglesia, es preciso que
exista certeza sobre él (de ahí la obligación de tener testigos).
- El carácter público del consentimiento protege el "Sí" una vez dado y
ayuda a permanecer fiel a él. (CIC, nº 1631)
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III. LOS EFECTOS DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

Del matrimonio válido se origina entre los cónyuges un vínculo perpetuo


y exclusivo por su misma naturaleza; además, en el matrimonio cristiano los
cónyuges son fortalecidos y quedan como consagrados por un sacramento
peculiar para los deberes y la dignidad de su estado. (CIC, nº 1638)

3.1. El vínculo matrimonial


La alianza matrimonial, ¿es también alianza sobrenatural?
El consentimiento por el que los esposos se dan y se reciben mutuamente
es sellado por el mismo Dios. De su alianza nace una institución estable por
ordenación divina, también ante la sociedad. La alianza de los esposos está
integrada en la alianza de Dios con los hombres: el auténtico amor conyugal
es asumido en el amor divino. (CIC, nº 1639)

¿Por qué no puede disolverse el matrimonio entre bautizados?


El vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo, de modo que el
matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto
jamás. Este vínculo que resulta del acto humano libre de los esposos y de la
consumación del matrimonio es una realidad ya irrevocable y da origen a
una alianza garantizada por la fidelidad de Dios. La Iglesia no tiene poder
para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina. (CIC, nº
1640)

3.2. La gracia del sacramento del Matrimonio


¿Reciben los esposos una gracia propia del matrimonio?
En su modo y estado de vida, (los cónyuges cristianos) tienen su carisma
propio en el Pueblo de Dios. Esta gracia propia del sacramento del
Matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a
fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia se ayudan
mutuamente a santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la acogida
y educación de los hijos. (CIC, nº 1641)

¿Quién es el autor de esta gracia?


Jesucristo es la fuente de esta gracia. Pues de la misma manera que Dios
en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y
fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante
el sacramento del Matrimonio, sale al encuentro de los esposos
cristianos. (CIC, nº 1642)

¿Qué hace Jesucristo mediante la gracia matrimonial?


Mediante la gracia propia del matrimonio, Jesucristo permanece con los
esposos, les da la fuerza de seguirle tomando su cruz, de levantarse después
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de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los


otros, de estar “sometidos unos a otros en el temor de Cristo” (Ef. 5,21) y de
amarse con un amor sobrenatural, delicado y fecundo. En las alegrías de su
amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un gusto anticipado del banquete
de las bodas del Cordero. Por eso decía Tertuliano: “¿De dónde voy a sacar
la fuerza para describir de manera satisfactoria la dicha del matrimonio que
celebra la Iglesia, que confirma la ofrenda, que sella la bendición? Los
ángeles lo proclaman, el Padre celestial lo ratifica… ¡Qué matrimonio el de
dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola
disciplina, el mismo servicio! Los dos hijos de un mismo Padre, servidores
de un mismo Señor; nada los separa, ni en el espíritu ni en la carne; al
contrario, son verdaderamente dos en una sola carne. Donde la carne es una,
también es uno el espíritu”. (CIC, nº 1642)

IV. LOS BIENES Y LAS EXIGENCIAS DEL AMOR CONYUGAL

El amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los


elementos de la persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del
sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira
a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola
carne, conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la
indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y se abre a
la fecundidad. En una palabra: se trata de características normales de todo
amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no sólo las
purifica y consolida, sino las eleva hasta el punto de hacer de ellas la
expresión de valores propiamente cristianos. (CIC, nº 1643)

4.1. Unidad e indisolubilidad del matrimonio


La unidad y la indisolubilidad ¿las exige la misma naturaleza del amor?
El amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la
indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los
esposos: “De manera que ya no son dos sino una sola carne” (Mt 19,6).
“Están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la
fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total”.
Esta comunión humana es confirmada, purificada y perfeccionada por la
comunión en Jesucristo dada mediante el sacramento del Matrimonio. Se
profundiza por la vida de la fe común y por la Eucaristía recibida en común.
(CIC, nº 1644)

¿Puede haber igualdad entre los esposos si el matrimonio no fuera


“uno con una”?
“La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada por la igual
dignidad personal que hay que reconocer a la mujer y al varón en el mutuo y
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pleno amor”. La poligamia es contraria a esta igual dignidad de uno y otro y


al amor conyugal que es único y exclusivo. (CIC, nº 1645)

4.2. La fidelidad del amor conyugal


¿La fidelidad también es propia de la naturaleza del amor conyugal?
El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza, una
fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen
mutuamente los esposos. El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo
definitivo, no algo pasajero. “Esta íntima unión, en cuanto donación mutua
de dos personas, como el bien de los hijos exigen la fidelidad de los cónyuges
y urgen su indisoluble unidad”. (CIC, nº 1646)

¿Hay además algún motivo sobrenatural que reclama la fidelidad de


los esposos?
Su motivo más profundo consiste en la fidelidad de Dios a su alianza, de
Jesucristo a su Iglesia. Por el sacramento del Matrimonio los esposos son
capacitados para representar y testimoniar esta fidelidad. Por el sacramento,
la indisolubilidad del matrimonio adquiere un sentido nuevo y más profundo.
(CIC, nº 1647)

¿No se puede pensar que la fidelidad perpetua es demasiado difícil


para el ser humano?
Puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida a un ser
humano. Por ello es tanto más importante anunciar la buena nueva de que
Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos
participan de este amor, que les conforta y mantiene, y de que por su
fidelidad se convierten en testigos del amor fiel de Dios. Los esposos que,
con la gracia de Dios, dan este testimonio, con frecuencia en condiciones
muy difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial. (CIC,
nº 1648)

¿Qué pasa cuando por diversos motivos la convivencia matrimonial


se torna imposible?
Es cierto que existen situaciones en que la convivencia matrimonial se
hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la
Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación.
Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres
para contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución
sería, si es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a
ayudar a estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al
vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble.63 (CIC, nº 1649)
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¿Qué sucede cuando las leyes civiles permiten el divorcio y los nuevos
matrimonios? Hoy son numerosos en muchos países los católicos que
recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también
civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra
de Jesucristo (“Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio
contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete
adulterio” (Mc. 10,11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva
unión, si era válido el primer matrimonio. (CIC, nº 1650)

¿Qué ocurre si a pesar de esto un divorciado se vuelve a casar por el


civil? Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una
situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no
pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y
por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales.
La reconciliación mediante el sacramento de la Penitencia no puede ser
concedida más que a aquellos que se arrepientan de haber violado el signo
de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total
continencia. (CIC, nº 1650)

¿Se puede ayudar de alguna manera a quienes ya se encuentran en


este estado y, por el momento, no pueden solucionar su situación ante
Dios? Respecto a los cristianos que viven en esta situación y que con
frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los
sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a
fin de que aquéllos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya
vida pueden y deben participar en cuanto bautizados: “Se les exhorte a
escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la misa, a perseverar
en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la
comunidad en favor de la justicia, a educar sus hijos en la fe cristiana, a
cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día
a día, la gracia de Dios” (CIC, nº 1651).

4.3. La apertura a la fecundidad


¿Qué obligación tienen los esposos de cooperar en la procreación de
los hijos? “Por su naturaleza misma, la institución misma del matrimonio y
el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la
prole y con ellas son coronados como su culminación”. “Los hijos son,
ciertamente, el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al
bien de sus mismos padres. El mismo Dios, que dijo: No es bueno que el
hombre esté solo (Gn 2,18), y que hizo desde el principio al hombre, varón
y mujer (Mt 19,4), queriendo comunicarle cierta participación especial en su
propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: Creced y
multiplicaos (Gn. 1,28).
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De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de


vida familiar que de él procede, sin dejar posponer los otros fines del
matrimonio, tiende a que los esposos estén dispuestos con fortaleza de ánimo
a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos
aumenta y enriquece su propia familia cada día más”. (CIC, nº 1652)

¿La obligación de los esposos termina con el llamado de los hijos a la


vida? Ciertamente que no. La fecundidad del amor conyugal se extiende a
los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural que los padres transmiten
a sus hijos por medio de la educación. Los padres son los principales y
primeros educadores de sus hijos. En este sentido, la tarea fundamental del
matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida. (CIC, nº 1653)

¿Qué sucede con los esposos que no pueden tener hijos?


Los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una
vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente. Su matrimonio
puede irradiar una fecundidad de caridad, de acogida y de sacrificio. (CIC,
nº 1654)

V. LA IGLESIA DOMESTICA Y LA COMUNIÓN PARROQUIAL

Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de


María. La Iglesia no es otra cosa que la “familia de Dios”. Desde sus
orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que,
“con toda su casa”, habían llegado a ser creyentes. Cuando se convertían
deseaban también que se salvase “toda su casa”. Estas familias convertidas
eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente. (CIC, nº 1655)

¿Qué importancia tiene la familia cristiana en nuestro tiempo?


En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a
la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto
faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la
familia, con una antigua expresión, “Ecclesia domestica”. En el seno de la
familia, “los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la
fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal
de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida
consagrada”. (CIC, nº 1656)

¿En qué consiste la altísima vocación de los padres e hijos cristianos?


En la familia es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio
bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los
miembros de la familia, “en la recepción de los sacramentos, en la oración y
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en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia


y el amor que se traduce en obras”. El hogar es así la primera escuela de
vida cristiana y “escuela del más rico humanismo”. Aquí se aprende la
paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso
reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda
de la propia vida. (CIC, nº 1657)

¿Qué debemos decir de las personas laicas que nunca llegan a formar
una familia?
Es preciso recordar asimismo a un gran número de personas que
permanecen solteras a causa de las concretas condiciones en que deben vivir,
a menudo sin haberlo querido ellas mismas. Estas personas se encuentran
particularmente cercanas al corazón de Jesús; y, por ello, merecen afecto y
solicitud diligentes de la Iglesia, particularmente de sus pastores. Muchas de
ellas viven sin familia humana, con frecuencia a causa de condiciones de
pobreza. Hay quienes viven su situación según el espíritu de las
bienaventuranzas sirviendo a Dios y al prójimo de manera ejemplar. A todas
ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares, “iglesias domésticas” y
las puertas de la gran familia que es la Iglesia. “Nadie se sienta sin familia
en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para
cuantos están «fatigados y agobiados» (Mt 1 1,28)”. (CIC, nº 1658)

VI. EL MATRIMONIO, CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO

A. DEL CONSENTIMIENTO MATRIMONIAL (cc. 1095-1107)


C.1095 - Son incapaces de contraer matrimonio:
1. quienes carecen de suficiente uso de razón;
2. quienes tienen un grave defecto de discreción de juicio acerca de los
derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han de dar
y aceptar;
3. quienes no pueden asumir las obligaciones esenciales del matrimonio
por causas de naturaleza psíquica.

C. 1096 - §1. Para que pueda haber consentimiento matrimonial, es


necesario que los contrayentes no ignoren al menos que el matrimonio es un
consorcio permanente entre un varón y una mujer, ordenado a la procreación
de la prole mediante una cierta cooperación sexual.
§2. Esta ignorancia no se presume después de la pubertad.

C. 1097 - §1. El error acerca de la persona hace inválido el matrimonio.


§2. El error acerca de una cualidad de la persona, aunque sea causa del
contrato, no dirime el matrimonio, a no ser que se pretenda esta cualidad
directa y principalmente.
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C. 1098 - Quien contrae el matrimonio engañado por dolo, provocado para


obtener su consentimiento, acerca de una cualidad del otro contrayente, que
por su naturaleza puede perturbar gravemente el consorcio de vida conyugal,
contrae inválidamente.

C. 1099 El error acerca de la unidad, de la indisolubilidad o de la dignidad


sacramental del matrimonio, con tal que no determine a la voluntad, no vicia
el consentimiento matrimonial.

C. 1100 La certeza o la opinión acerca de la nulidad del matrimonio no


excluye necesariamente el consentimiento matrimonial.

C. 1101 §1. El consentimiento interno de la voluntad se presume que está


conforme con las palabras o signos empleados al celebrar el matrimonio.
§2. Pero si uno o ambos contrayentes excluyen con un acto positivo de la
voluntad el matrimonio mismo, o un elemento esencial del matrimonio, o
una propiedad esencial, contraen inválidamente.

C. 1102 §1. No puede contraerse válidamente matrimonio bajo condición


de futuro.
§2. El matrimonio contraído bajo condición de pasado o de presente es
válido o no, según que se verifique o no aquello que es objeto de la condición.
§3. Sin embargo, la condición que trata el § 2 no puede ponerse lícitamente
sin licencia escrita del Ordinario del lugar.

C. 1103 - Es inválido el matrimonio contraído por violencia o por miedo


grave proveniente de una causa externa, incluso el no inferido con miras al
matrimonio, para librarse del cual alguien se vea obligado a casarse.

C. 1104 - §1. Para contraer válidamente matrimonio es necesario que ambos


contrayentes se hallen presentes en un mismo lugar, o en persona o por medio
de un procurador.

§2. Expresen los esposos con palabras el consentimiento matrimonial; o,


si no pueden hablar, con signos equivalentes.

C. 1105 - §1. Para contraer válidamente matrimonio por procurador, se


requiere:
1. que se haya dado mandato especial para contraer con una persona
determinada;
2. que el procurador haya sido designado por el mandante, y desempeñe
personalmente esa función.
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§2. Para la validez del mandato se requiere que esté firmado por el
mandante y, además, por el párroco o el Ordinario del lugar donde se da el
mandato, o por un sacerdote delegado por uno de ellos, o al menos por dos
testigos; o debe hacerse mediante documento auténtico a tenor del derecho
civil.
§3. Si el mandante no puede escribir, se ha de hacer constar esta
circunstancia en el mandato, y se añadirá otro testigo, que debe firmar
también el escrito; en caso contrario, el mandato es nulo.
§4. Si el mandante, antes de que el procurador haya contraído en su
nombre, revoca el mandato o cae en amencia, el matrimonio es inválido,
aunque el procurador o el otro contrayente lo ignoren.

C. 1106 - El matrimonio puede contraerse mediante intérprete, pero el


párroco no debe asistir si no le consta la fidelidad del intérprete.

C. 1107 - Aunque el matrimonio se hubiera contraído inválidamente por


razón de un impedimento o defecto de forma, se presume que el
consentimiento prestado persevera, mientras no conste su revocación.

B. DE LOS IMPEDIMENTOS DEL MATRIMONIO (cc. 1083-1094)

Según el diccionario de la lengua española, la palabra impedimento


significa obstáculo, estorbo para algo, cada una de las circunstancias que
hacen ilícito o nulo el matrimonio. El impedimento dirimente es el que
estorba que se contraiga matrimonio entre ciertas personas y lo anula si se
contrae, mientras que el impedimento es impidiente si se contrae matrimonio
entre ciertas personas, haciéndolo ilícito, pero no nulo.
Los impedimentos matrimoniales surgen del derecho natural o del
derecho positivo, ya sea del derecho canónico o del derecho civil; existe una
distinción entre impedimentos dirimentes que son los que hacen nulo el
matrimonio y los impedimentos prohibitorios o impidientes que solamente
lo hacen ilícito. Hay un impedimento que no está señalado taxativamente
como tal en el código de derecho canónico, pero se entiende que no está
permitido en la Iglesia Católica el matrimonio entre dos personas del mismo
sexo o matrimonio homosexual.
Así los contrayentes tengan plena capacidad para contraer matrimonio y
aunque deseen hacerlo libremente, no pueden casarse entre ellos porque
existen impedimentos o prohibiciones por los siguientes motivos:

1. IMPEDIMENTOS QUE NACEN DE CIRCUNSTANCIAS


PERSONALES:
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a) Impedimento de edad: La edad mínima que se requiere para contraer


matrimonio es de 16 años cumplidos para el varón y 14 cumplidos para la
mujer (c. 1083). Este impedimento es de derecho humano y, por tanto, cabe
su dispensa, que corresponde al Obispo del lugar; su fundamento es
asegurar, en la medida de lo posible, la necesaria madurez biológica y
psicológica de quienes van a contraer matrimonio.

b) Impedimento de impotencia cierta, antecedente y perpetua ya sea por


parte del hombre o de la mujer (c. 1084). Se llama impotencia a la
imposibilidad de realizar naturalmente el acto conyugal. La impotencia
puede ser originada por causas psíquicas o por causas físicas sobrevenidas
de enfermedades funcionales o de carencias o atrofias de los órganos
genitales, ya sea en el hombre o en la mujer. Puede darse la impotencia de
modo absoluto o relativo, según impida la realización del acto conyugal con
cualquier persona del otro sexo, o solamente con algunas. Estas causas
psíquicas o físicas pueden ser antecedentes al matrimonio o como
consecuencia de él, es decir, adquirida después. Los tres requisitos que el
derecho canónico exige para que la impotencia constituya un impedimento
para el matrimonio son:
- Que sea antecedente al matrimonio.
- Que sea perpetua, lo que en sentido jurídico quiere decir incurable por
medios ordinarios, lícitos y no peligrosos para la vida o gravemente
perjudiciales para la salud.
- Cierta, bastando un grado de certeza que es el de certeza moral.
Jurídicamente la impotencia se distingue de la esterilidad que es
la imposibilidad de engendrar hijos sin afectar al acto conyugal; la
simple esterilidad no constituye ningún impedimento para casarse.

2. IMPEDIMENTOS QUE NACEN DE CAUSAS JURÍDICAS:


a) Impedimento de vínculo o matrimonio anterior pre-existente (c.
1085). Recibe también el nombre de bigamia y es la inhabilidad para
contraer un nuevo matrimonio mientras permanece el vínculo de un
matrimonio anterior, aunque no haya sido consumado. Es un impedimento
de derecho natural, al ser consecuencia de las propiedades esenciales del
matrimonio especialmente de la unidad; este impedimento no puede
dispensarse.

b) Impedimento de disparidad de cultos o diferentes religiones (c.


1086). Es el nombre que se da al impedimento existente para contraer
matrimonio entre una persona bautizada y otra no bautizada. Si una de las
partes pertenece a una confesión cristiana no católica y ha recibido
válidamente el bautismo, el matrimonio es ilícito aunque válido. Para la
licitud se requiere la dispensa del Obispo. Este tipo de matrimonios se
14

llaman mixtos, y el Código de Derecho Canónico los legisla en los cánones


1124 a 1129. Desde el punto de vista canónico, el no bautizado no puede
recibir el sacramento del matrimonio y el hecho de no estarlo supone un
peligro para la fe del cónyuge católico y de los hijos. La fe es un don tan
grande que origina en quienes lo poseen el deber de tutelarla y conservarla,
de ahí que la Iglesia establezca este impedimento matrimonial.

c) Impedimento de orden sagrado o de sacerdocio (c. 1087). Es una


inhabilidad por la que no pueden contraer matrimonio quienes han recibido
la ordenación sacerdotal. Tiene su fundamento en el celibato eclesiástico que
se prescribe expresamente para los clérigos a partir de diaconado. El
sacerdote que intenta casarse, aunque sea sólo civilmente, queda
suspendido de ejercer la potestad y el oficio del sacerdocio y, si persiste en
su intento, se le pueden ir añadiendo penas (cfr. canon 1394). Podría en
algunos casos darse la pérdida del estado clerical o de la condición jurídica
de clérigo (cfr. canon 290). En esos casos, sin embargo, la pérdida del estado
clerical no lleva consigo la dispensa de la obligación de vivir el celibato, por
lo que una persona en estas condiciones no puede contraer matrimonio. La
dispensa del celibato sólo puede concederla el Romano Pontífice (cfr. canon
291).

d) Impedimento de voto perpetuo de castidad (c. 1088). Para que se dé


el impedimento es necesario que se trate de un voto perpetuo de castidad,
por lo que no se incluye aquí ningún otro tipo de promesas o juramentos; que
sea un voto público, es decir, recibido en nombre de la Iglesia por el superior
legítimo y que sea emitido en un instituto religioso. Cabe su dispensa, aunque
está reservada al Romano Pontífice (cfr. canon 1078 & 2). Si un religioso(a)
atenta matrimonio incurre en entredicho (censura por la que, sin perder la
comunión con la Iglesia, se ve privado de algunos bienes sagrados) y queda
dimitido ipso facto de su instituto (cfr. cánones 1394 y 694).

3. IMPEDIMENTOS QUE NACEN DE DELITOS COMETIDOS


PARA CASARSE:
a) Impedimento de rapto o secuestro (c. 1089). Se entiende por rapto el
traslado o la retención violenta de una mujer, con la intención de contraer
matrimonio con ella. Es un impedimento establecido en el Concilio de Trento
y que se mantiene en la actual legislación canónica, a pesar de que hubo
algunas sugerencias acerca de su supresión en los trabajos preparatorios,
porque “no es tan infrecuente como podría parecer a simple vista”. Los
elementos que configuran este impedimento son los siguientes: debe tratarse
de un varón raptor y de una mujer raptada, y no al revés; el acto puede
consistir tanto en el traslado de la mujer, contra su voluntad, a otro lugar,
como la retención violenta en el lugar en que ya se encontraba; la intención
15

de contraer matrimonio puede preceder al traslado o retención, o aparecer


después en el raptor. Para que cese el impedimento de rapto, basta que la
mujer raptada una vez sea separada de su raptor y puesta en un lugar seguro
y libre, persista en el deseo de seguir casada con su raptor.

b) Impedimento de conyugicidio o de crimen por asesinar al cónyuge


anterior y así poder casarse con otro(a), ya sea éste su cómplice o no (c.
1090). Se trata de un impedimento en el que quedan comprendidos tres
casos:
1. Conyugicidio propiamente dicho: es decir, dar muerte al propio
cónyuge para quedar viudo(a) y libre del matrimonio.
2. Conyugicidio impropio, es decir, dar muerte al cónyuge de aquel o
aquella con quien se desea contraer matrimonio.
3. Conyugicidio con cooperación mutua entre los que desean casarse, es
decir, con complicidad.
En estos tres casos es necesario que los dos interesados, o sólo uno de
ellos, causen la muerte del cónyuge directamente o por medio de terceras
personas, que realmente muera el cónyuge y que el acto se haya realizado
con el fin de contraer matrimonio.

4. IMPEDIMENTOS DE PARENTESCO CON EL OTRO


CONTRAYENTE:
a) Impedimento de consanguinidad en línea recta (c. 1091). Los rasgos
fundamentales de este impedimento son los siguientes: es siempre
impedimento en línea recta (abuelos, nietos, padres, hijos) y en línea
colateral hasta el cuarto grado inclusive (tíos, sobrinos y primos-hermanos).
El Obispo del lugar puede dispensar el matrimonio entre primos-hermanos.

b) Impedimento de afinidad (c. 1092). Se entiende por afinidad el


parentesco o vínculo legal que existe entre un cónyuge y los consanguíneos
del otro (no entre los consanguíneos del uno y los consanguíneos del otro).
Los principios generales que han de tenerse en cuenta son: Sólo es
impedimento en línea recta; no lo es en línea colateral (por ejemplo,
supondría impedimento pretender matrimonio con la madre de la difunta
esposa, pero no con su hermana). Su dispensa corresponde al Obispo del
lugar.

c) Impedimento de pública honestidad (c. 1093). Este impedimento


surge de la casi afinidad que existe entre quien ha contraído un matrimonio
inválido y los consanguíneos del otro contrayente; y de quienes viven en
concubinato público y notorio y los consanguíneos de la otra parte. Sobre
este impedimento hay que hacer notar que no es necesario que el matrimonio
inválido o el concubinato haya sido consumado, basta que se haya instaurado
16

la vida en común. Su aplicación se reduce al primer grado en línea recta;


puede dispensarlo el Obispo del lugar.
d) Impedimento de parentesco legal por adopción (c. 1094). Es el
parentesco que nace de la adopción legal y supone un impedimento para
quienes están unidos por él en línea recta (padrastro-hijastra; madrastra-
hijastro), o en segundo grado de línea colateral (hermanastros); es un
impedimento dispensable por el Obispo del lugar.

C. DE LOS EFECTOS DEL MATRIMONIO (CC. 1134-1140)

Del matrimonio válido se origina entre los cónyuges un vínculo perpetuo


y exclusivo por su misma naturaleza; además, en el matrimonio cristiano los
cónyuges son fortalecidos y quedan como consagrados por un sacramento
peculiar para los deberes y la dignidad de su estado (C. 1134)
Ambos cónyuges tienen igual obligación y derecho respecto a todo
aquello que pertenece al consorcio de la vida conyugal (C. 1135).
Los padres tienen la obligación gravísima y el derecho primario de cuidar
en la medida de sus fuerzas de la educación de la prole, tanto física, social y
cultural como moral y religiosa (C. 1136).
Son legítimos los hijos concebidos o nacidos de matrimonio válido o
putativo (C. 1137)
§ 1. El matrimonio muestra quién es el padre, a no ser que se pruebe lo
contrario con razones evidentes.
§ 2. Se presumen legítimos los hijos nacidos al menos 180 días después
de celebrarse el matrimonio, o dentro de 300 días a partir de la disolución de
la vida conyugal (C. 1138).
Los hijos ilegítimos se legitiman por el matrimonio subsiguiente de los
padres tanto válido como putativo, o por rescripto de la Santa Sede (C. 1139)
Por lo que se refiere a los efectos canónicos, los hijos legitimados se
equiparan en todo a los legítimos, a no ser que en el derecho se disponga
expresamente otra cosa (C. 1140)

D. DE LA FORMA DE CELEBRAR EL MATRIMONIO (cc. 1108-


1123)

C. 1108 - § 1: Solamente son válidos aquellos matrimonios que se


contraen ante el Ordinario del lugar o el párroco, o un sacerdote o diácono
delegado por uno de ellos para que asistan, y ante dos testigos, de acuerdo
con las reglas establecidas en los cánones que siguen, y quedando a salvo las
excepciones de que se trata en los cánones 144, 1112 § 1, 1116 y 1127 § 1 y
2.
§ 2. Se entiende que asiste al matrimonio sólo aquel que, estando presente,
17

pide la manifestación del consentimiento de los contrayentes y la recibe en


nombre de la Iglesia.

C. 1109: El Ordinario del lugar y el párroco, a no ser que por sentencia o


por decreto estuvieran excomulgados, o en entredicho, o suspendidos del
oficio, o declarados tales, en virtud del oficio asisten válidamente en su
territorio a los matrimonios no sólo de los súbditos, sino también de los que
no son súbditos, con tal de que uno de ellos sea de rito latino.

C. 1110: El Ordinario y el párroco personales, en razón de su oficio sólo


asisten válidamente al matrimonio de aquellos de los que uno al menos es
súbdito suyo, dentro de los límites de su jurisdicción.

C. 1111 - § 1: El Ordinario del lugar y el párroco, mientras desempeñan


válidamente su oficio, pueden delegar a sacerdotes y a diáconos la facultad,
incluso general, de asistir a los matrimonios dentro de los límites de su
territorio.
§ 2. Para que sea válida la delegación de la facultad de asistir a los
matrimonios debe otorgarse expresamente a personas determinadas; si se
trata de una delegación especial, ha de darse para un matrimonio
determinado, y si se trata de una delegación general, debe concederse por
escrito.

C. 1112 - § 1: Donde no haya sacerdotes ni diáconos, el Obispo diocesano,


previo voto favorable de la Conferencia Episcopal y obtenida licencia de la
Santa Sede, puede delegar a laicos para que asistan a los matrimonios.
§ 2. Se debe elegir un laico idóneo, capaz de instruir a los contrayentes y
apto para celebrar debidamente la liturgia matrimonial.

C.1113: Antes de conceder una delegación especial, se ha de cumplir todo


lo establecido por el derecho para comprobar el estado de libertad.

C. 1114: Quien asiste al matrimonio actúa ilícitamente si no le consta el


estado de libertad de los contrayentes a tenor del derecho y si, cada vez que
asiste en virtud de una delegación general, no pide licencia al párroco,
cuando es posible.

C. 1115: Se han de celebrar los matrimonios en la parroquia donde uno de


los contrayentes tiene su domicilio o cuasidomicilio o ha residido durante un
mes, o, si se trata de vagos, en la parroquia donde se encuentran en ese
momento; con licencia del Ordinario propio o del párroco propio se pueden
celebrar en otro lugar.
18

C. 1116 - § 1: Si no hay alguien que sea competente conforme al derecho


para asistir al matrimonio, o no se puede acudir a él sin grave dificultad,
quienes pretenden contraer verdadero matrimonio pueden hacerlo válida y
lícitamente estando presentes sólo los testigos:
1. En peligro de muerte;
2. Fuera de peligro de muerte, con tal de que se prevea prudentemente que
esa situación va a prolongarse durante un mes.
§ 2. En ambos casos, si hay otro sacerdote o diácono que pueda estar
presente, ha de ser llamado y debe presenciar el matrimonio juntamente con
los testigos, sin perjuicio de la validez del matrimonio sólo ante testigos.

C. 1117: La forma arriba establecida se ha de observar si al menos uno de


los contrayentes fue bautizado en la Iglesia católica o recibido en ella y no
se ha apartado de ella por acto formal, sin perjuicio de lo establecido en el c.
1127 § 2.

C.1118 - § 1: El matrimonio entre católicos o entre una parte católica y


otra parte bautizada no católica se debe celebrar en una iglesia parroquial;
con licencia del Ordinario del lugar o del párroco puede celebrarse en otra
iglesia u oratorio.
§ 2. El Ordinario del lugar puede permitir la celebración del matrimonio
en otro lugar conveniente.
§ 3. El matrimonio entre una parte católica y otra no bautizada podrá
celebrarse en una iglesia o en otro lugar conveniente.

C. 1119: Fuera del caso de necesidad, en la celebración del matrimonio se


deben observar los ritos prescritos en los libros litúrgicos aprobados por la
Iglesia o introducidos por costumbres legítimas.

C. 1120: Con el reconocimiento de la Santa Sede, la Conferencia


Episcopal puede elaborar un rito propio del matrimonio, congruente con los
usos de los lugares y de los pueblos adaptados al espíritu cristiano; quedando,
sin embargo, en pie la ley según la cual quien asiste al matrimonio estando
personalmente presente, debe pedir y recibir la manifestación del
consentimiento de los contrayentes.

C. 1121 § 1: Después de celebrarse el matrimonio, el párroco del lugar


donde se celebró o quien hace sus veces, aunque ninguno de ellos hubiera
asistido al matrimonio, debe anotar cuanto antes en el registro matrimonial
los nombres de los cónyuges, del asistente y de los testigos, y el lugar y día
de la celebración, según el modo prescrito por la Conferencia Episcopal o
por el Obispo diocesano.
19

§ 2. Cuando se contrae el matrimonio según lo previsto en el c. 1116, el


sacerdote o el diácono, si estuvo presente en la celebración, o en caso
contrario los testigos, están obligados solidariamente con los contrayentes a
comunicar cuanto antes al párroco o al Ordinario del lugar que se ha
celebrado el matrimonio.
§ 3. Por lo que se refiere al matrimonio contraído con dispensa de la forma
canónica, el Ordinario del lugar que concedió la dispensa debe cuidar de que
se anote la dispensa y la celebración en el registro de matrimonios, tanto de
la curia como de la parroquia propia de la parte católica, cuyo párroco realizó
las investigaciones acerca del estado de libertad; el cónyuge católico está
obligado a notificar cuanto antes al mismo Ordinario y al párroco que se ha
celebrado el matrimonio, haciendo constar también el lugar donde se ha
contraído, y la forma pública que se ha observado.

C. 1122 - § 1: El matrimonio ha de anotarse también en los registros de


bautismos en los que está inscrito el bautismo de los cónyuges.
§ 2. Si un cónyuge no ha contraído matrimonio en la parroquia en la que fue
bautizado, el párroco del lugar en el que se celebró debe enviar cuanto antes
notificación del matrimonio contraído al párroco del lugar donde se
administró el bautismo.
C. 1123: Cuando se convalida un matrimonio para el fuero externo, o es
declarado nulo, o se disuelve legítimamente por una causa distinta de la
muerte, debe comunicarse esta circunstancia al párroco del lugar donde se
celebró el matrimonio, para que se haga como está mandado la anotación en
los registros de matrimonio y de bautismo.

E. DE LA ATENCIÓN PASTORAL (cc. 1063-1072)


1063: Los pastores de almas están obligados a procurar que la propia
comunidad eclesiástica preste a los fieles asistencia para que el estado
matrimonial se mantenga en el espíritu cristiano y progrese hacia la
perfección. Ante todo, se ha de prestar esta asistencia:
1. mediante la predicación, la catequesis acomodada a los menores, a los
jóvenes y a los adultos, e incluso con los medios de comunicación social, de
modo que los fieles adquieran formación sobre el significado del matrimonio
cristiano y sobre la tarea de los cónyuges y padres cristianos;
2. por la preparación personal para contraer matrimonio, por la cual los
novios se dispongan para la santidad y las obligaciones de su nuevo estado;
3. por una fructuosa celebración litúrgica del matrimonio, que ponga de
manifiesto que los cónyuges se constituyen en signo del misterio de unidad
y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia y que participan de él;
4. por la ayuda prestada a los casados, para que, manteniendo y
defendiendo fielmente la alianza conyugal, lleguen a una vida cada vez más
santa y más plena en el ámbito de la propia familia.
20

C. 1064 Corresponde al Ordinario del lugar cuidar de que se organice


debidamente esa asistencia, oyendo también, si parece conveniente, a
hombres y mujeres de experiencia y competencia probadas.

C. 1065 - §1. Los católicos aún no confirmados deben recibir el


sacramento de la confirmación antes de ser admitidos al matrimonio, si ello
es posible sin dificultad grave.
§ 2. Para que reciban fructuosamente el sacramento del matrimonio, se
recomienda encarecidamente que los contrayentes acudan a los sacramentos
de la penitencia y de la santísima Eucaristía.

C. 1066: Antes de que se celebre el matrimonio debe constar que nada se


opone a su celebración válida y lícita.

C. 1067: La Conferencia Episcopal establecerá normas sobre el examen


de los contrayentes, así como sobre las proclamas matrimoniales u otros
medios oportunos para realizar las investigaciones que deben
necesariamente preceder al matrimonio, de manera que, diligentemente
observadas, pueda el párroco asistir al matrimonio.

C. 1068: En peligro de muerte, si no pueden conseguirse otras pruebas,


basta, a no ser que haya indicios en contra, la declaración de los contrayentes,
bajo juramento según los casos, de que están bautizados y libres de todo
impedimento.

C. 1069: Todos los fieles están obligados a manifestar al párroco o al


Ordinario del lugar, antes de la celebración del matrimonio, los
impedimentos de que tengan noticia.

C. 1070: Si realiza las investigaciones alguien distinto del párroco a quien


corresponde asistir al matrimonio, comunicará cuanto antes su resultado al
mismo párroco, mediante documento auténtico.

C. 1071 - §1. Excepto en caso de necesidad, nadie debe asistir sin licencia
del Ordinario del lugar:
1. al matrimonio de los vagos;
2. al matrimonio que no puede ser reconocido o celebrado según la ley
civil;
3. al matrimonio de quien esté sujeto a obligaciones naturales nacidas de
una unión precedente, hacia la otra parte o hacia los hijos de esa unión;
4. al matrimonio de quien notoriamente hubiera abandonado la fe católica;
5. al matrimonio de quien esté incurso en una censura;
21

6. al matrimonio de un menor de edad, si sus padres lo ignoran o se oponen


razonablemente;
7. al matrimonio por procurador, del que se trata en el c. 1105.

§ 2. El Ordinario del lugar no debe conceder licencia para asistir al


matrimonio de quien haya abandonado notoriamente la fe católica, si no es
observando con las debidas adaptaciones lo establecido en el c. 1125.

C. 1072: Procuren los pastores de almas disuadir de la celebración del


matrimonio a los jóvenes que aún no han alcanzado la edad en la que según
las costumbres de la región se suele contraer.

VII. CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIO

¿Por qué se celebra el matrimonio dentro de la Santa Misa?


En el rito latino, la celebración del Matrimonio entre dos fieles católicos
tiene lugar ordinariamente dentro de la Santa Misa, en virtud del vínculo que
tienen todos los sacramentos con el Misterio Pascual de Cristo. En la
Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza, en la que Cristo se
unió para siempre a la Iglesia, su esposa amada por la que se entregó. Es,
pues, conveniente que los esposos sellen su consentimiento en darse el uno
al otro mediante la ofrenda de sus propias vidas, uniéndose a la ofrenda de
Cristo por su Iglesia, hecha presente en el sacrificio eucarístico, y recibiendo
la Eucaristía, para que, comulgando en el mismo Cuerpo y en la misma
Sangre de Cristo, “formen un solo cuerpo” en Cristo. (CIC, nº 1621)

¿Es necesario o solamente conveniente que los novios se confiesen


antes de su boda? “En cuanto gesto sacramental de santificación, la
celebración del matrimonio… debe ser por sí misma válida, digna y
fructuosa”. Por tanto, conviene que los futuros esposos se dispongan a la
celebración de su matrimonio recibiendo el sacramento de la Penitencia.
(CIC, nº 1622)

¿Quiénes son los ministros del matrimonio?


En la Iglesia latina se considera habitualmente que son los esposos
quienes, como ministros de la gracia de Cristo, se confieren mutuamente el
sacramento del Matrimonio expresando ante la Iglesia su consentimiento. En
las liturgias orientales, el ministro de este sacramento -llamado
“Coronación”- es el sacerdote o el obispo, quien, después de haber recibido
el consentimiento mutuo de los esposos, corona sucesivamente al esposo y a
la esposa en señal de la alianza matrimonial. (CIC, nº 1623)
22

Las diversas liturgias son ricas en oraciones de bendición y de epíclesis


pidiendo a Dios su gracia y la bendición sobre la nueva pareja, especialmente
sobre la esposa. En la epíclesis de este sacramento los esposos reciben el
Espíritu Santo como Comunión de amor de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5,32).
El Espíritu Santo es el sello de la alianza de los esposos, la fuente siempre
generosa de su amor, la fuerza con que se renovará su fidelidad. (CIC, nº
1624)

VIII. CELEBRACION DEL MATRIMONIO DENTRO DE LA


MISA

SALUDO:
S. El Señor este con ustedes.
P. Y con tu Espíritu.
S. Hermanos: nos hemos reunido aquí para celebrar la unión Sagrada de
N. y N en el Sacramento del Matrimonio.

ORACIÓN COLECTA

LITURGIA DE LA PALABRA:

PRIMERA LECTURA:

Lectura del libro de Tobías 8, 5-10

La noche de su boda, Tobías dijo a Sara: “Somos descendientes de un


pueblo de santos, y no podemos unirnos como los paganos, que no conocen
a Dios”.
Se levantaron los dos y, juntos, se pusieron a orar con fervor. Pidieron a
Dios su protección.
Tobías dijo: "Señor, Dios de nuestros padres, que te bendigan el cielo y la
tierra, el mar, las fuentes, los ríos y todas las criaturas que en ellos se
encuentran. Tú hiciste a Adán del barro de la tierra y le diste a Eva como
compañera. Ahora, Señor, tú lo sabes: si yo me caso con esta hija de Israel,
no es para satisfacer mis pasiones, sino solamente para fundar una familia en
la que se bendiga tu nombre para siempre".
Y Sara, por su parte, dijo: "Ten compasión de nosotros, Señor, ten
compasión de nosotros. Que los dos juntos vivamos felices hasta la vejez".
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL Sal. 127, 1-2. 3-5


R/. ¡Dichoso el que teme al Señor!
23

¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos! Comerás del fruto de
tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. R.

Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como


renuevos de olivo, alrededor de tu mesa. R

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor: Que el Señor te


bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de
tu vida. R

SEGUNDA LECTURA:

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios


12, 31-13, 8a.

Hermanos: Ambicionen los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un


camino mejor. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los
ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos
platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los
secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no
tengo amor, no soy nada.
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo;
si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no
presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva
cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin
límites. El amor no pasa nunca.
L. Palabra de Dios.

EVANGELIO

†Lectura del santo Evangelio según San Mateo 19, 3-6

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron para


ponerlo a prueba: ¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?
Él les respondió: ¿No habéis leído que el Creador en el principio los creó
hombre y mujer, y dijo: «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su
madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne»? De modo que
ya no son dos sino una sola carne.
Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Palabra del Señor.

HOMILIA.
24

RITO DEL MATRIMONIO

1.- ESCRUTINIO
-N. y N., ¿vienen ustedes a contraer el Matrimonio sin ser coaccionados,
libre y voluntariamente?
-Sí, venimos libremente.
-¿Están decididos a amarse y respetarse mutuamente, durante toda la vida?
-Sí, estamos decididos.
-¿Están dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos,
y a educarlos según la ley de Jesucristo y de su Iglesia?
-Sí, estamos dispuestos.

2.- CONSENTIMIENTO
- Así, pues, ya que queréis contraer santo Matrimonio, unid vuestras
manos, y manifestad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia.
(Se dan las manos derechas y se dan el consentimiento):

- Esposo:
Yo, NN…, te recibo a ti, NN…, como esposa y me entrego a ti y
prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en
la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.

- Esposa:
Yo, NN….., te recibo a ti, NN…., como esposa y me entrego a ti y
prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en
la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.

Confirmación del consentimiento

S. El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Dios que unió


a nuestros primeros padres en el paraíso confirme este consentimiento ante
la Iglesia y, en Cristo, os dé su bendición, de forma que los que Dios ha
unido, no lo separe el hombre.

Bendigamos al Señor.

R. Demos gracias a Dios.

3. BENDICIÓN Y ENTREGA DE LOS ANILLOS


25

S. El Señor bendiga † estos anillos que vais a entregaros uno al otro en


señal de amor y de fidelidad.

R. Amén.

NN…, recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad a ti.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

NN…, recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad a ti.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

4. BENDICIÓN Y ENTREGA DE LAS ARRAS

S. Bendice †, Señor, estas arras, que NN y NN se entregan, y derrama


sobre ellos la abundancia de tus bienes.

NN, recibe estas arras como prenda de la bendición de Dios y signo de los
bienes que vamos a compartir.

NN, recibe estas arras como prenda de la bendición de Dios y signo de los
bienes que vamos a compartir.

5. ORACIÓN DE LOS FIELES.

S. Oremos, hermanos, por las necesidades de la santa Iglesia y de todo el


mundo, y encomendemos especialmente a nuestros hermanos NN y NN, que
acaban de celebrar con gozo su Matrimonio.

•Por la santa Madre Iglesia: para que Dios le conceda ser siempre la esposa
fiel de Jesucristo. Roguemos al Señor.

•Por los nuevos esposos NN y NN: para que el Espíritu Santo los llene con
su gracia y haga de su unión un signo vivo del amor de Jesucristo a su Iglesia.
Roguemos al Señor.

•Por nuestro hermano NN: para que sea siempre fiel al Señor como
Abrahán y admirable por su piedad y honradez como Tobías. Roguemos al
Señor.

•Por nuestra hermana NN: para que sea siempre irreprensible en su


conducta, brille por su dulzura y pureza, humildad y prudencia. Roguemos
al Señor.
26

•Por todos los Matrimonios: para que, en el amor mutuo y en la fidelidad


constante, sean en nuestra sociedad fermento de paz y unidad. Roguemos al
Señor.

S. Escucha, Padre de bondad, nuestra oración y concede a tus siervos, que


confían en ti, conseguir los dones de tu gracia, conservar el amor en la unidad
y llegar con su descendencia, después de esta vida, al reino eterno.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

IX. LA METODOLOGÍA PARA HACER UNA BUENA CONFESIÓN

1. EXAMEN DE CONCIENCIA: Solo Dios puede iluminar la realidad


de la conciencia y la memoria del cristiano. Antes de confesarse se debe
realizar un examen de conciencia, recordando con sinceridad todo el mal que
se ha cometido desde la última confesión. El examen de conciencia se hace
a la luz de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios. Para que la confesión sea
ordenada, uno inicia examinarse desde el primer mandamiento y finaliza en
el décimo. Iniciamos a preguntarnos en orden a los mandamientos de la Ley
de Dios:

I. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y


con todas tus fuerzas» (cfr. Ex 20, 2-5). Jesucristo dice: «está escrito: Al
Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto» (Mt 4, 10).
¿Amo a Dios con todo mi corazón, mente, fuerzas y alma en cada
momento? ¿Oro antes de acóstame y levantarme de la cama? ¿He puesto mi
confianza de fe, esperanza y amor en Dios o solo en el dinero, en el poder
humano y las cosas materiales de este mundo? ¿Oro antes y después de
comer para bendecir y agradecer a Dios? ¿He acudido a la brujería o
superstición (horóscopo, etc.) desconfiando de Dios?

II. «No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios» (Ex 20, 7; Dt 5,
11). Dijo Jesucristo: «se dijo a los antepasados: “No perjurarás”... Pues
yo os digo que no juréis en modo alguno» (Mt 5, 33-34).
¿He mantenido la presencia y el santo temor de Dios? ¿He dudado de la
existencia de Dios? ¿He recibido el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo
estando en pecado grave? ¿He jurado falsamente usando el nombre de Dios?
¿He respetado a la Virgen María, a los Santos, Santas, a la Iglesia, a los
Sacramentos, a las cosas sagradas? ¿He mantenido el respeto y recogimiento
en los lugares sagrados, como en el templo y durante la celebración litúrgica?
¿He renegado en contra de Dios, blasfemando con resentimiento?
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III. Santificarás las fiestas. Dios dice: «recuerda el día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día
séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún
trabajo» (Ex 20, 8-10; cf Dt 5, 12-15). Jesucristo dijo: «el sábado ha sido
instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que
el Hijo del hombre también es Señor del sábado» (Mc 2, 27-28).
¿He participado con fervor a la Santa Misa todos los días Domingos y
Fiestas de precepto o he preferido otras actividades humanas? ¿He causado
tentación a otras personas para no participar a la Santa Misa dominical? ¿He
participado en la Santa Misa con fervor y devoción o he estado con la actitud
distraída y sin motivación de fe?

IV. Honrar padre y madre. «Honra a tu padre y a tu madre, para que


se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar»
(Ex 20, 12). Jesucristo «vivía sujeto a ellos» (Lc 2, 51).
¿He amado a mis padres valorando y dando importancia como ellos
merecen? ¿He obedecido y respetado con amor a mis padres? ¿He faltado el
respeto a las personas mayores? ¿Respeto a las autoridades y personas que
llevan el cargo del bien común de la comunidad?

V. «No matarás» (Ex 20, 13). Jesucristo dijo: «Habéis oído que se dijo
a los antepasados: “No matarás”; y aquel que mate será reo ante el
tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su
hermano, será reo ante el tribunal» (Mt 5, 21-22).
¿He visto a las personas como imagen y semejanza de Dios o he tratado
con desprecio? ¿He procurado la muerte de alguien, causado heridas
corporales o insultos hirientes? ¿He odiado y despreciado con rencor a las
personas? ¿He peleado o discutido con otros? ¿He deseado el mal o
maldecido a alguien? ¿He abortado, intentado abortar o he aconsejado a otras
personas para realizar este acto criminal? ¿He tenido pensamientos de
suicidio, he deseado cometer suicidio o intentado suicidarme? ¿Me he
embriagado hasta perder el uso de razón o usado drogas para consumir u
ofrecer a otros?

VI y IX. «No cometerás adulterio» (Ex 20, 14; Dt 5, 17). No desearás


la mujer de tu prójimo (cfr. Ex 20, 17). Jesucristo dijo: «Habéis oído que
se dijo: “No cometerás adulterio”. Pues yo os digo: Todo el que mira a
una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt
5, 27-28).
¿He cometido la infidelidad en contra de mi pareja con el adulterio o
fornicación? ¿He tenido deseos e inclinaciones sexuales hacia otras
personas? ¿Soy cazado religiosamente o vivo en el pecado de la fornicación?
¿He visto escenas inmorales o pornográficas en los medios de comunicación:
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televisión, internet, revistas, etc.? ¿He realizado relaciones sexuales antes del
matrimonio? ¿He practicado el auto placer como la masturbación u otras
aberraciones en contra de la ley natural? ¿He usado fármacos
anticonceptivos?

VII y X. «No robarás» (Ex 20, 15; Dt 5,19). Jesucristo también dijo:
«No robarás» (Mt 19, 18). «No codiciarás [...] nada que [...] sea de tu
prójimo» (Ex 20, 17). «No desearás su casa, […] nada que sea de tu
prójimo» (Dt 5, 21). Jesucristo dijo: «Donde [...] esté tu tesoro, allí estará
también tu corazón» (Mt 6, 21).
¿He robado las propiedades de otras personas sean pequeñas o de gran
valor? ¿He tenido envidia de otro porque no puedo tener lo que él tiene? ¿He
sido envidioso o avaro, dando demasiada importancia a los bienes
materiales? ¿He sido caritativo especialmente con los más necesitados?

VIII. No mentirás. «No darás testimonio falso contra tu prójimo» (Ex


20, 16). Jesucristo dijo: «No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus
juramentos» (Mt 5, 33).
¿He engañado a las personas diciendo mentiras ligeras o graves? ¿Han
causado mis mentiras algún daño espiritual o material a otras personas? ¿He
calumniado o difamado con chismes a los demás? ¿He exagerado en mis
comentarios faltando a la verdad? ¿He adulado a las personas para usar de
ellos para otros fines?

2. ARREPENTIMIENTO: Es el dolor y pesar que una persona siente


por algo que ha hecho, dicho o dejado de hacer. Quien se arrepiente cambia
de opinión, se aparta del pecado y vuelve a Dios en busca del perdón. Está
motivado por el amor de Dios y el deseo sincero de obedecer sus
mandamientos. Le puede ayudar al cristiano arrodillarse delante de un
crucifijo y ver las llagas y la agonía de Jesucristo.

3. CONFESIÓN Y ABSOLUCIÓN: La confesión contiene dos partes.


La primera es manifestar al confesor los pecados cometidos, y la segunda, es
el recibir la absolución del confesor como de Dios mismo, no dudando de
ella en lo más mínimo, sino creyendo firmemente que por ella los pecados
son perdonados. El sacerdote como ministro de Dios, cuida el sigilo
sacramental, es decir, todos los pecados son custodiados por él en secreto
absoluto hasta su muerte.

4. PROPÓSITO: Es la promesa para evitar de los pecados y vicios para


no seguir ofendiendo a Dios. Se premedita antes de confesarse y cristaliza
durante y después de la Reconciliación, con propósitos concretos y pocos,
para que haya su efectividad.
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5. PENITENCIA: Son actos impuesta por el confesor para que realice el


penitente, con el fin de reparar, corregirse y glorificar a Dios, por el perdón
recibido para no seguir ofendiendo a Dios en el futuro. Por parte del penitente
debe haber la voluntad de aceptar y cumplir la penitencia impuesta en la
confesión para su éxito espiritual.

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