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Había una vez, en una aldea que contaba con pocos habitantes, un hombre que tenía
dos hijos. El mayor jamás lo disgustaba pues era un muchacho trabajador, asentado
y muy emprendedor, mientras que el segundo era todo lo contrario pues aún no
lograba establecerse decentemente. Ya el padre mayor y enfermo se acerca al joven
y le dice:
– Sabes que nuestra situación económica no es muy favorables, así que el día que
falte no podrás heredar mucho de mí. Yo noto que nada te motiva y que no has sido
capaz aún de encontrar un trabajo que te permita vivir modestamente. ¿No hay nada
en la vida que te gustaría aprender hacer?
– Mi nombre se debe a que siempre he vivido sin miedo y es por eso que he
abandonado mi casa y he llegado hasta tan lejos. ¿Podría usted decirme dónde puedo
hallarlo?
– Tal vez pueda ayudarte- fue la respuesta del sacristán, quien posteriormente
comenzó a narrarle una historia muy antigua.
– Hace muchos, pero muchos años en un lugar que está más allá del valle existía un
castillo que era gobernado por un mago maléfico. Ahora el dueño del castillo es un
pobre rey que ha ofrecido grandes riquezas al que logre liberar a su castillo de ese
malvado mago. Hasta el momento todos habían fracasado y tenían que huir muy
aterrados. Estoy seguro de que en ese lugar encontrarás eso que tanto deseas.
Una vez que el hombre terminó la historia, Juan partió en busca de este castillo y de
su terrible maldición. Cuando llegó a la puerta del lugar les dijo a los guardias que
se encontraban allí:
Uno de los guardias lo llevó al salón del trono donde se encontraba el rey. En ese
preciso instante el rey le explicó las condiciones que debía cumplir para poder
liberar al castillo de este terrible poder malvado.
– Serás un hombre muy rico pues si logras pasar tres noches allí y liberas a mi castillo
de esta maldición, te entregaré todo el oro de mi reino.
– Es usted muy amable, y le agradezco mucho lo que pretende hacer, pero mi único
objetivo es poder descubrir que es sentir miedo.
A pesar de sus palabras, el rey tenía pocas esperanzas pues muchos habían
intentado y habían fracasado.
– ¿Quién eres tú que has tenido la osadía de despertarme?- Preguntó Juan sin temor
alguno.
A pesar de esto el rey aún no estaba satisfecho con el valor del joven pues no había
terminado de cumplir su promesa de pasar las tres noches en el castillo embrujado.
Y llegó la tercera y última noche cuando ya estaba dormido nuevamente y sintió que
lo pasos de una desagradable momia lo despertaron.
– ¿Quién eres tú que te has atrevido a despertarme?- Preguntó Juan esperando una
respuesta rápida.
Debido a que no escuchó ninguna respuesta, Juan se levantó y le quitó la venda a la
momia, y pudo ver que debajo de esos trapos se encontraba el malvado mago quien
le dijo:
– Por lo que he visto mi magia no te hace efecto, así que si me dejas escapar el castillo
quedará libre de todos mis hechizos.
Ante tal noticia el Rey estaba lleno de alegría. Todo el reino se reunió a las puertas
del castillo para demostrarle a Juan Sin Miedo su alegría y agradecimiento y celebrar
junto a él su gran hazaña. Debido a la gratitud del rey hacia Juan este le permitió
vivir en su castillo por mucho tiempo, y cada momento que pasaba allí estaba seguro
de que jamás conocería el miedo.
Después de muchos años una de las hijas del rey dejó caer una pecera llenas de
pececitos sobre la cama de Juan Sin Miedo. Ante tal hecho, el joven gritó:
De este modo fue como Juan Sin Miedo descubrió el miedo, inexplicable que unos
simples pececitos de colores causaran tal temor en el valiente joven. A pesar de que
por primera vez la joven princesa vio que Juan tenía miedo decidió no contar nada
de lo sucedido para que aquel hombre siguiese siendo “Juan Sin Miedo”.