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cabe destacar que dicho documento fue elaborado sin fines de lucro, así que se
le agradece a todas las colaboradoras que aportaron su esfuerzo, dedicación y
admiración para con el libro original para sacar adelante este proyecto
SINOPSIS ........................................................................................................... 4
Capítulo 1 ............................................................................................................ 5
Capítulo 2 ............................................................................................................ 8
Capítulo 3 .......................................................................................................... 14
Capítulo 4 .......................................................................................................... 21
Capítulo 5 .......................................................................................................... 28
Capítulo 6 .......................................................................................................... 33
Capítulo 7 .......................................................................................................... 39
Capítulo 8 .......................................................................................................... 43
Capítulo 9 .......................................................................................................... 48
Capítulo 10 ........................................................................................................ 53
CRÉDITOS ...................................................................................................... 55
BIOGRAFÍA..................................................................................................... 56
En Londres 1890, la joven Simone Baden queda con la
responsabilidad de sus dos hermanos. Siendo una mujer de color,
con muy poca experiencia, no consigue mantenerlos por medios
honestos y se encuentra desesperada. De las mujeres de la pensión,
escucha hablar de un burdel que atiende a seres sobrenaturales fuera
de lo común. Con el dolor del hambre creciendo en la barriga de sus
hermanos y la amenaza de desalojo no tiene otra opción más que dar
su cuerpo y su libertad.

Eravas Lilu, es un antiguo espíritu del deseo que sobresale en lo que


hace, les enseña el arte del placer a las mujeres, mas Simone es
diferente. Con un ayudante masculino y femenino, debe enseñarle
para que asuma su cargo como Madalena. Encantado con su belleza
interior, se encuentra en una encrucijada.

¿Debe dejar que su nueva profesión se lleve su alma, o debe entregar


la suya a cambio de la de ella…?

Advertencia: Sexo explicito, incluye m/m/f, f/f/m y m/f. Disciplina.


Pecados de la desesperación
Traducido por lizels
Corregido por Isgab38

01 de Octubre de 1890

S
imone Baden aseguró la mano de su hermano Charles, con un apretón. La sombría calle
del centro de Londres estaba atestada de transeúntes. Un estrechamiento amargo del aire
frío y húmedo soplaba a través de su abrigo desgastado. Debido a las nubes pesadas, casi
parecía una sombra.

—Voy a estar bien —le repitió Charles.

Sus hombros estaban tensos de preocupación. Desde la semana pasada, cuando un hombre había
golpeado a su hermano más joven y dicho que buscara un empleo en el reformatorio, no estaba ansiosa
por estar de acuerdo en dejarlo hacer. Había intervenido agarrando el paraguas y dándole un golpe en la
espalda al hombre, pero temía no alcanzarlo a tiempo. ¿Y si alguien lo lastimara nuevamente? ¿Pero, y si
esta vez es más grave que la anterior? Ella era la mayor, tenía veinte años, y no podría mantener a sus
hermanos más jóvenes. Algo pequeño, simple que había procurado recoger un flujo de ingresos para
alimentar y abrigar a sus hermanos y a sí misma. Hacía días desde que solo comían nada más que un pan
viejo. Sin embargo, nada de eso importaba, en este momento, necesitaba estar fuerte para garantizar la
seguridad de Charles.

—Lo sé, porque no dejare que nada malo te suceda.

Esa fue una promesa que no quería romper. Ni a su padre, a quien había jurado en su lecho de muerte.
Ni a Dios, a quien rezó para proteger a Charles y Louis. Ni para sí misma. Charles era el más pequeño y,
señores y señoras ahorraría una moneda para un desempeño de su voz de soprano. Su tono era como el
de un serafín. Por lo menos la lleva al cielo, siempre que lo escucha cantar. Era una bendición que él
debía estar usando en una escuela coral, pero ese era otro elemento que ella no conseguiría mantener.

Charles le sonrío. Ella corrió para esconderse en el edificio, a no más de algunos metros de distancia, de
modo que pudiera alcanzarlo rápidamente.
Su hermano empezó a cantar y los transeúntes sonreían. El sol brillaba a través de las nubes gruesas solo
para él. Él bailó junto con una melodía y la multitud parecía satisfecha. Cuando termino la canción, una
señora bien vestida con un abrigo rojo se aproximó y le dio algunos centavos.

No se atrevieron a ser codiciosos. Salió por la parte de atrás del grupo reunido. Escuchó el silbato de un
guardia. Todavía esperaba encontrar uno o una con inteligencia, a pesar de la esperanza de que aplicara
la ley.

El hombre uniformado agarró a Charles por el cuello y lo levantó.

Ella corrió hacia ellos.

—Por favor, señor, es un niño.

Él saco el dinero de las manos de su hermano. Charles se preparó para luchar de nuevo. Sin embargo,
cuando su hermano vio su mirada en su rostro, apretó sus labios bien cerrados y cruzo los brazos sobre
el pecho.

—¿Esta chusma de aquí es su responsabilidad?

Los ojos redondos y grandes del hombre la observaban cuando lanzó a su hermano. Charles se movió
para el lado de ella y apretó su falda.

—Sí, mi señor —retrocedió, empujándolo detrás de la relativa seguridad de su falda.

Él se lamió los labios mojándolos.

—Si me das un beso, le voy a dar al niño sus monedas —él se movió más cerca. Cuando abrió la boca el
olor punzante del licor estalló en su rostro. Ella se estremeció de asco. Si no cumpliera su pedido, no
tendría dinero para darle al hombre de la pensión y los dejaría en la calle. Louis estaba en la cama con
fiebre.

Él la acorralo entre la pared y su cuerpo. Sus labios revestidos de saliva presionando los de ella. Ella
cerró los dientes en repulsión.

Con una sonrisa, él le entrego a Charles sus monedas.

—Si juegas a la chica buena, tengo más en mi bolso —él llegó a desabotonarse los pantalones—. Labios
como los tuyos pueden ser útiles. Dale un beso a mi polla.

La implicación no paso desapercibida para ella. Se retorció libre de su agarre húmedo, tomó la mano de
Chales y corrió.

El guardia agarró su brazo.

—Volverás.

No si ella podía evitarlo.


Ni una palabra pasó entre los hermanos en el camino a Cabo Street en Limehouse. Apenas un ritmo
constante. Cuando llegaron a la pensión, se apoyo en la piedra sucia. Su estomago se rebeló. Doblo al
costado del edificio y lo soltó.

—Lo siento mucho, Simone —Charles frotó su espalda.

Su padre y hermanos la amaban como era.

—No lo sientas, chico. Es solo mis nervios.

Los dos hicieron su camino hacia el interior del edificio. En el primer piso, ella entregó las monedas al
Sr. Pilsner.

—Va a hacer falta más que eso…

—Sé que habrá más mañana. Lo prometo —se negó a mirarlo a los ojos.

—La Sra. Pilsner va a estar en la iglesia el domingo a las diez. Venga y podremos discutir otros tipos de
pago por su atraso.

Charles abrió la boca, y ella puso su mano enguantada sobre él.

—Es muy gentil de su parte. —Entonces, continuó hasta su cuarto y dejó ir a Charles.

Él y Louis recogieron el final del pan, pero ella no tuvo coraje para comer. En vez de eso, lavó su boca
con jabón. Se encogió en una esquina de la ventana como un papel arrugado. Una lista cruzada.
Domestica. Camarera. Lavandera. Ninguno quería una mujer con el color de su tez. Burdeles. Ningún
lugar decente la miraría. Ella había escuchado de un lugar que se adaptaba a lo extraño. Un
establecimiento que podría estar buscando una mujer exótica.

Sus hermanos dormirían en la cama. No se quejaría, pero solo había un lugar inferior a esto. Las calles.
Incluso el ratón debajo de la cama no tomaria ni una migaja de pan viejo. Ella no llevaría a los hombres a
la calle, a un callejón. Las niñas en el internado muchas veces llegaban espantadas, o quedaban enfermas
con ampollas. Después del caso Ripper, las calles simplemente eran demasiado peligrosas. Si algo le
pasara, Charles y Louis acabarían en un orfanato o asilo. Pobres niños.
La santidad de Simone
Traducido por Edel
Corregido por Isgab38

S
imone agarró la falda con las manos enguantadas, temblando. Rica textura de canela y oro
en un patrón escoces, papel de pared estampado adornaba el lujoso salón.

Esto la golpeó, era extraño que no hubiera ventanas.

Una lámpara de queroseno sobre la mesa de mármol al lado de ella era la única luz en el cuarto, dejando
las esquinas al oscuro. Pinturas de mujeres y hombres, con ninguna parte de su cuerpo tapado, estaban
colgadas alrededor.

El calor lleno sus mejillas. Sin embargo, no dejaría que su falta de exposición a esas muestras le hiciera
cambiar de idea. Se acomodo la falda. Esta no estaba muy gastada, ni tenía manchas como todas las
otras. Su cintura hinchada blanca no tenía una mancha, lo mejor del domingo. La ropa se la habían dado
algunos años atrás después que la esposa de su padre murió. Parecía equivocado usarlas para ese fin.
Pero no tenía nada decente. No que el trabajo fuera tal cosa.

—Por eso, en el tercer día de Octubre del año de 1890, yo, Simone Baden, voy a negociar mi cuerpo y
mi libertad para mantener un techo sobre las cabezas de mis hermanos menores Charles y Louis, e
impedir que pasen hambre. Tomo esta dedición sin arrepentimiento o malicia en dirección a ellos.
Señor, por favor, perdóname porque voy a pecar. —Ella susurro bajito. Esta fue una de las últimas
oraciones que hizo antes de ser una pecadora.

La puerta se abrió. Entro la más bonita señora que había conocido, seguida la mujer gorda que la metió
dentro de la habitación. La mujer tenía piel de porcelana con líneas delicadas, ojos azules y la sombra del
cielo en un día soleado, y una boca llena pintada de rojo. Capas y capas de terciopelo alrededor de las
curvas de su cuerpo. Se sentó en el borde del asiento al lado de Simone y coloco las manos con guantes
blancos de encaje en las piernas. Sus cabellos dorados estaban peinados de manera que consiguieras
sostener la corona de su cabeza.

Una mujer alta y delgada entro cargando una bandeja con te, que coloco en la mesa entre nosotras. —
¿Debo servir, mi señora?
—No, gracias. Eso es todo Grace y Hope. —Ella miro por encima del hombro, observando a las dos salir
del cuarto y cerrar la puerta.

En la parte de atrás de la sala la puerta se abrió y cerró. Una sonrisa maliciosa apareció en el borde de
los labios de la mujer.

Una silla crujió y un hombre limpio su garganta.

—Le pedí a mi socio que se reuniera con nosotras. Él te va a evaluar a ver si eres adecuada. Le puedes
llamar Eravas.

Mas tarde o más temprano, Simone necesitaba acostumbrarse a sentirse incomoda. —Sí, señora. —Sabía
en su mente como eran. No hacia muchas preguntas. Todo lo demás se resolvería.

—¿Tu nombre?— La mujer encontró su mirada.

—Simone Baden, señora.

—Me puedes llamar Saint Verónica. —Ella unió sus dedos largos y elegantes—. ¿Sabes qué tipo de servicio
ofrece mi establecimiento?

Ella movió la cabeza afirmativamente. Lo sabía. —Compañía de mujeres a cambio de dinero.

Una carcajada profunda explotó desde detrás de ella. El sonido de la voz de barítono provoco una
sensación fuera de lo común. Calor vibro dentro de ella. Sabía que él estaba allí, pero todavía tenía que
verlo.

—Ellos piden mucho más que nuestra compañía. —La mujer me ofreció una sonrisa—. ¿Entiendes el
significado?

—Lo entiendo, Saint Verónica —respondió Simone.

—Muy bien, pero también debes ser consciente que mis clientes son diferentes y exigen el total y
completo anonimato. Si te ofrezco el trabajo, debes dejar atrás la vida que tienes.

No había mucho en su vida para dejar y alejarse. Solamente el bienestar de sus hermanos importaba
ahora. Las mujeres de la pensión habían sido muy claras sobre lo que los clientes querían. Algunas de
ellas eran insondables… relación anal. Tembló. Ellas también fueron igualmente claras sobre lo que ella
iría a ganar financieramente.

Sin embargo no estaba segura de que era “diferente” para Saint Verónica, había escuchado rumores.
Criaturas del mal. Seguidores del Diablo. Era difícil saber cuando la conversación fue exagerada. Nunca
se encontró con el mal cara a cara.

Por lo menos no lo conocía. Rezo para nunca tener que verlo.

—Serás muy bien recompensada por tu sacrificio con las carteras de tus clientes y sus talentos. —Los ojos
de la mujer brillaron de alegría.
Por un momento, estaba casi segura que había escuchado mal. ¿De qué manera posible, además de
financiera, podrían sus clientes recompensarla? No iba a permitir que la usaran en un pacto con el
Diablo, para conquistar su juventud y belleza eterna. No es que fuera a pedir más detalles. No
importaba. Saint Verónica, con su belleza natural, podría ser una criatura.

—Simone, levántate. Enfréntanos y desnúdate. —El hombre en la parte de atrás de la sala ordeno.

Cuando se levanto, reunió el coraje en su cabeza. Está claro que a ellos les gustaría ver la mercancía antes
de ofrecerle un trabajo. ¿Será que la cicatriz en su espalda los haría cambiar de opinión? Si era así, ¿para
dónde iría ahora? Ellos podrían querer una muestra también. Esperaba que su inexperiencia no
arruinara el negocio. De alguna manera, encontraría la fuerza dentro de ella para hacerle pasar por todo
esto. Probablemente era mejor que no se dieran cuenta de su inocencia. Se movió en dirección de Saint
Verónica y Eravas.

Él estaba escondido en una esquina oscura, con el rostro escondido por un velo negro en la sombra.

Sin embargo, no podía verlo, las sombras mostraban a una persona de estatura grande. Manos
inmaculadas sobre los brazos de la silla.

Obviamente, un caballero, probablemente no había tenido un día duro de trabajo en su vida.

Buscando concentrarse, observo una pintura de una mujer desnuda en un sofá. La figura voluptuosa de
una mujer herida en líneas suaves.

Se ruborizó.

Soltó el cinturón de su cintura y lo coloco en la silla que antes ocupaba.

Saint Verónica sirvió el té, agregando una rebanada de limón, y levanto la taza a sus labios.

Aparentemente, para ellos, tener a Simone desvistiéndose no era algo fuera de lo común.

Aflojo el cuello, pasando los dedos por los botones de la blusa inclinada, y se quito el tafetán duro.

En la pintura, los labios de la mujer se separaban, los ojos sorprendidos, mirando para arriba.

Moviéndose para atrás, Simone salió de la falda, y la coloco sobre la silla.

Saint Verónica tomo un trago del té, sin cambiar la expresión. Eravas permaneció escondido en la
esquina más lejana. Bien, ella no podría exactamente decir que estaba haciendo, pero no se movió.

Una semana atrás, no podría imaginar que estaría en una sala, quitándose la ropa para dos extraños. La
muerte de su padre cambio todo.

A pesar de que no dejo dinero, tuvo suerte porque no le dejo deudas. La semana pasada, su pecado
había sido el orgullo. Ahora tenía dos niños para alimentar.

Continúo desvistiéndose. Mejor acabar con eso rápidamente. Enseguida, trabajo los cordones de su
corsé, moviendo sus dedos por medio del enredo, y se libero. Cuando se quito la prenda, respiro hondo.
El aire lleno sus pulmones. Las puntas de sus montes voluminosos se endurecieron, como los de la
mujer de la pintura. Levanto la camisa, exponiendo sus senos desnudos, y coloco el tejido con sus otras
ropas.

—Una bonita máscara de rosa oscuro —Saint Veronica dijo—. Así como alegre y completa.

Como si tenerlos mirándola no fuera suficiente, ellos comentaban también.

Calor quemo su rostro. Desabotono sus culottes, bajándolos por las piernas, salió, y los dejo con sus
otras ropas.

—¿Absolutamente esplendida, estás de acuerdo? —Saint Verónica miraba al hombre al fondo de la sala.

Él se apoyo los brazos de la silla y se levanto. A cada paso que se acercaba, las sombras desaparecían
hasta que la luz brillo en su rostro. Su expresión estaba en blanco. El centro de sus ojos profundo y los
anillos alrededor eran negros como el carbón. La examinó. La estructura ósea era fuertemente definida,
nariz pronunciada, barbilla cuadrada, con una boca llena y rosada. Él pasó por ella e inclino su cuerpo
para atrás.

—La espalda todavía firme, una cintura delgada y llena en las caderas. —Él inhalo profundamente detrás
de ella.

Un temblor la recorrió a lo largo de su columna vertebral. Ella sintió como si respirara su esencia,
exponiéndola todavía más.

—Ya tomaste una decisión, Saint Verónica. —Camino alrededor de ella y coloco la mano en su barbilla—.
Mi opinión no es necesaria.

—Pero la quiero de todos modos.

—Está bien. Creo que ella va a ser problemática.

—Pero su alma es tan pura. —Ella sonrío—. Sabes cómo ama él recoger esas.

¿Quién recogía almas? ¿Quién era él? Ella no estaba disponible.

—Como dije, realmente no quieres mi opinión. Ella estará informando a las tres de la mañana, por lo
que, a las diez en punto comenzare su instrucción en el arte de la rendición. —Se volvió, caminando en
dirección a la puerta, y paro—. Ella no ha sido tocada.

¿Cómo podría saberlo? Si esta era su manera de convencer a Saint Verónica, no fue un buen juego.
Simone pretendía protestar lo contrario.

—Una subasta reuniría un gran interés de los antiguos y potenciales nuevos clientes, ese esfuerzo te
agradaría. —Él se doblego—. No se lo explicaría a la desgraciada, antes de que ella firme los papeles y el
pago.

Eso no era lo que esperaba que él dijese. Todavía perpleja por la forma en cómo él lo sabía, empujo las
preguntas a un lado.
Cuando él salió del cuarto, Saint Verónica sonrío. —Hay hombres que son bestias y hay bestias que son
hombres. Podemos atender a este último.

Lo que aumenta su preocupación. —No estoy segura si entender bien su significado.

—En breve lo harás, querida. Mientras tanto, contempla la posibilidad de que toda criatura escrita en los
mitos a través del tiempo existe de verdad. Deja que eso se cocine en tu mente.

¿Toda criatura? Tal vez no todos ellos visitaban la Casa de los Santos. Si eso pasase, algunos podían no
estar interesados en sus servicios, lo que le convenía.

—¿No has tenido amantes? ¿Ninguna mujer u hombre? —Saint Verónica estrecho los ojos esperando su
respuesta.

¿Una mujer? Los mendigos no podían escoger. Ella movió la cabeza negando.

—Eso es algo muy raro, de hecho. Una mujer con tu color de piel, totalmente crecida a su edad y todavía
virgen, debe crear un frenesí de ofertas para violar tu virginidad.

El calor quemo las mejillas de Simone.

—Si estás de acuerdo con la subasta, voy a adelantar el pago de la inscripción de tus hermanos para el
internado y ver el problema del atraso en la pensión.

—¿Cómo sabe de eso?

—Hago parte de mi negocio el saber. Hay aquellos que harían cualquier cosa por mi maestro. ¿Tenemos
un acuerdo, Simone?

—Sí. —No importaba lo que Saint Verónica dijera sobre las circunstancias que la llevaron a llegar allí. Ella
no podía regresar.

—¿Ni siquiera un momento de duda? —Ella levanto una de sus perfectas cejas.

Simone movió la cabeza. La oferta era más de lo que podía haber soñado.

Ella no tenía idea de lo que iba a hacer con Charles y Louis hasta que hubiese reunido el dinero para
inscribirlos en la escuela. La oferta de Saint Verónica era todo.

—Muy bien. Voy a tratar con la administración por medio de mi banquero. No importa las veces que
tratemos de cubrir tu línea de trabajo, de repente vas a tener dinero y van a levantar las cejas y eso es algo
con la que vas a tener que vivir. Eventualmente, algunas personas lo sabrán. Debes venir con los niños,
pero ellos nunca van a entrar en las instalaciones. Podría enviar un abogado, pero los detesto. Mi
abogado trata todos los asuntos relacionados con los seres humanos por nosotros. Él vera a tus hermanos
fuera de la escuela, para garantizar de que les digas adiós en tu camino hasta aquí.

—¿Voy a poder verlos?

—Algunas veces durante el periodo escolar de cada año, hasta que tengan terminada su educación.
—Gracias. —En aquel momento, podía bailar y cantar a los cuatros vientos. Iba a encontrar su fuerza en el
conocimiento de que Charles y Louis no pasarían más dificultades. A pesar del hecho de que ella estaba
a punto de vender su cuerpo y libertad al Diablo más bonito que había visto.

—Te advierto que guardes tus emociones cuando se trata de Eravas. Muchas mujeres con más
experiencia fueron víctimas de sus encantos y se quedaron con el corazón roto. Su trabajo es enseñar a
todos aquellos que trabajan para mi, y cualquier bondad que el demuestre es simplemente un producto
de su papel. —Ella encogió los hombros.

Simone casi imito el gesto, pero se contuvo. A pesar de que no tenía experiencia, tenía buen ojo para las
personas y su comportamiento. Su padre siempre le dijo que tenía los ojos de un depredador con un
corazón justo. Una combinación muy practica. Sin las ideas de una estudiante boba, pero ella nunca
había ido a la escuela y no sabía mucho sobre ese tipo de mujeres.

Si solo Saint Verónica realmente conociera a Simone, la mujer no se preocuparía.


El arte de la rendición: Lección Uno
Traducido por Edel
Corregido por Isgab38

S
imone llego a la puerta a las diez con Charles y Louis en la mano.

Ninguno de ellos había hablado una vez desde que había cruzado la pista. Cada niño
llevaba un balde andrajoso con las pocas cosas que habían conseguido salvar cuando
dejaron el lugar donde vivían con su padre. Un carro los esperaba y un hombre alto, de cabellos oscuros
salió, seguido por un hombre delgado.

—Soy Clifford Claiborne, abogado de Saint Verónica, y Edward Elliot es el abogado que busque para
acompañarnos. —Señaló hacia el elegante hombre de cabello claro a su lado—. Voy a llevar a los jóvenes
Baden a su destino, en Cornwall. A ellos también les ofreceremos nuevas maletas, ropas y materiales
escolares. —Con la mano, peino el cabello para atrás.

—¿Me prometen que me van a escribir? —preguntó a sus hermanos.

Ambos asintieron, pero no encontraron su mirada.

Charles pasó los brazos alrededor de ella y lloro. —Por favor, no hagas esto, Simone. Yo puedo cantar.

Las lágrimas quemaron en las esquinas de mis ojos. —No. Charles. Quiero que estudies mucho y te
conviertas en lo que tu corazón desee. Voy a estar orgullosa de ti. —Ella lo abrazo fuertemente.

Louis coloco los brazos alrededor de ambos. —Lo voy a cuidar.

—Se que lo vas hacer. Eres un buen hermano. —Lo beso en la cabeza—. ¡Ahora vayan!

—Los voy a ver cuando el invierno llegue.

Charles siguió a Louis, subiendo en el carro que esperaba.

Ella les vio alejarse. Los niños estaban en las manos de Dios ahora y ella también. Doblo y movió los
guantes en sus manos. Por favor, que mi decisión sea la correcta.
La puerta de atrás se abrió. No fue recibida por Eravas, pero si por una mujer joven, Hope. ¿O era
Grace? Simone había estado sobrecargada en su primera visita, y no se acordaba. La mujer de servicio la
llevo subiendo las escaleras traseras, para ser bañada, estimulada y, enseguida, metida en un vestido rosa
muy bonito. Apenas reconoció su reflejo en el espejo. Ni podía respirar en su corsé bien atado. El jubón
restringía sus movimientos más todavía.

Ahora sola en la sala, el reloj de péndulo en el estante se balanceo con el tic.tac.

Se aproximaba a las cuatro de la tarde. Ella jugaba con los botones de perlas en los guantes de encaje
blanco.

La puerta se abrió. Eravas entro entonces sentándose a su lado. Anoche, cuando coloco a sus hermanos
en la cama, rezo para que su tutor no fuera del tipo de hombre que tenía placer en el dolor de los otros.
Cualquier otra indignidad que sufriese no la mataría.

—Hoy es tu primera clase. Pero, antes de llegar a tu educación, vamos a comenzar con las reglas, que son
las siguientes. Uno: me debes obedecer en todas las cosas. Dos: debes decírmelo todo. ¿Entiendes?

La primera parecía bastante simple, pero la segunda sería más difícil. Ella no tenía la intención de decirle
eso. —Sí, mi señor.

—Muy bien, Como muchos de nuestros clientes tienen habilidades más allá de tu comprensión, ellos
serán capaces de decir si no tienes placer en las actividades que compartan contigo. Muchos van a llegar a
un nivel más alto de felicidad si, también, buscan el placer físico a partir del cambio. —Él miró hacia lo
lejos, después regresó a ella—. Por esas razones, voy a comenzar con el arte de la rendición.

Ella estaba más que preparada para ese asunto. Su juventud estaba llena de ese tipo de actos.

—¿Qué significa rendirse, Simone? —De sus labios al aire, su nombre permaneció como una brisa
caliente contra su piel.

—Hacer lo que digan. —Una habilidad que perfecciono, incluso en medio de la dirección vaga de la
esposa cruel de su padre. Ella apretó los dedos.

—No. —Él gruñó—. El tipo de rendición del que estoy hablando es rendirse a la influencia o el poder del
otro. Rendirse en el sentido de dar… dar libremente, sin reservas.

¿Sera que los clientes esperaban o creían que las prostitutas tenían placer de los actos que compartían
con extraños? Se tenía que mantener las ilusiones, parecía.

—Por la manera en que estas sentada, se que estas incomoda. —Señaló hacia su postura—. Tus dedos
están apretados en un puño. Evitas los ojos. Así como yo me doy cuenta de las señales, también lo harán
los clientes. La única manera de resolver esto es que aprendas a rendirte.

Ella no estaba más o menos cómoda con él de lo que estaba con cualquier persona que le era extraño.

—Cuando estas con un cliente, debe convertirse en la persona más importante para ti. Debes rendirte a
su deseo, de la manera que él quiera y a veces no significa quererlo también.
El cliente se convierte en la persona más importante para ella, entendió. ¿Pero qué es lo que quería decir
con lo último? —No entiendo la última parte.

—Déjame darte un ejemplo. Algunos clientes pueden querer que hagas que no tienes experiencia, que
eres tímida, o reprimida. Cuando te toca, ellos quieren que juegues el papel de una amante difícil
alejándolos en sus avances iniciales, pero cuando la cita avance, tienes que comenzar a disfrutar del
cambio sin alternativa.

—Vas a tener que estar excitada y encontrar el placer de sus deseos. Para que eso pase, vas a tener que
rendirte a la influencia de la experiencia. Una vez que sucumbiste a sus necesidades, vas a encontrar el
placer, también.

¿Cómo podría encontrar placer en ser tocada por extraños cuando casi no podía soportar ser acariciada
por aquellos que conocía? Nunca había escuchado hablar que un hombre se preocupaba con el placer
de una mujer en la cama. Tal vez se refería a los clientes mujeres.

Él se levanto, llevando la silla que estaba a su lado, colocándola enfrente y se sentó nuevamente. —¿Qué
causo las cicatrices en tu espalda? —La miró a los ojos.

¿Sera que era necesario que el mencionara su desfiguración? Un flash back del cruel dolor pico en el
área.

—No debo hablar sobre eso. —Tampoco quería. Cruzo los brazos.

—Recuerda la regla número dos. No puedes tener secretos conmigo, Simone. Cada cliente acabara por
preguntarte que te paso. La cicatriz te da una oportunidad para profundizar la intimidad y mantener tu
poder. ¡Comienza! —La miro, sin dudar. Y espero.

En muchas ocasiones, a lo largo de los años, había viajado sobre esta respuesta, cambiando el texto. Sin
embargo, de alguna manera, todavía no estaba preparada para responder. —¿La historia que se contó a
los vecinos y las autoridades? ¿O lo que realmente pasó?

—La verdad. —La palabra pesaba sobre ella.

—Soy la hija bastarda de Edward Joseph Baden, el capataz de una fábrica. Mi madre, una mulata que
había comprado su libertad, murió cuando tenía siete años. Si mi padre no me hubiese llevado con él, no
sé que hubiese sido de mí en un orfanato. A pesar de las objeciones de su joven esposa, me llevó para su
casa, con el pretexto de que serviría para ayudarle en la casa. Su esposa era una amargada y
frecuentemente me golpeaba. Estaba limpiando las cenizas del fuego por la leña, derramé el contenido
del balde. Ella agarro el atizador y alcanzó mi espalda. Sólo removí un fuego ardiente. Cuando ella
levanto el metal de mi cintura, un trozo de piel surgió del tejido de mi camisa.

El reloj sonó con la hora, con cuatro golpes distintos.

Los ojos de Eravas buscaron los de ella. —Puedes mirarme a los ojos y todavía estar petrificada y torpe
por narrar un recuerdo doloroso. Necesitas dar más de lo que sientes. Por más que admire lo bien que
dices la versión ensayada, imparcial, no te va a ayudar aquí. Muchos frecuentemente sufren de malos
tratos, por eso, si un cliente preguntan sobre tu cicatriz, ellos están buscando profundizar la intimidad
contigo. Debes atender su necesidad.

Ya que vendió su cuerpo a Saint Verónica. Tenía que desnudar su alma, con extraños, sin embargo, en
algún nivel, había sentido que la mujer revendiera su espíritu a otros.

—¿No sientes rabia por la esposa de tu padre?

Simone sacudió la cabeza.

—¿Por qué no?

—Ella me odiaba porque mi padre amaba a mi madre y, por extensión del cariño, él no me rechazo. En
algunos aspectos, ella me odiaba más a mí que a otra persona en el mundo, pero sabía cuánto mi padre
me adoraba.

Eravas se inclino hacia delante, pasando una mano sobre su cabello, y llevo la otra debajo de su falda. —
Eres muy gentil y bonita. ¿Pero ya sabías eso, no?

Miedo y excitación mezclados vibraban dentro de ella. —No.

—Entonces, lo sabrás luego, por la forma en que los clientes te adoraran. —Él rozo su boca contra la de
ella—. Soy un privilegiado al ser el primero en saborear tu dulzura. ¿Alguna vez frotaste la perla situada
entre tus muslos, en el centro de los labios, hasta que tu cuerpo exploto con un fuego interno?

Sus palabras giraban alrededor de ella. Calor corrió por el área que menciono. Negó con la cabeza.

Le abrió las rodillas. —Como lo sospechaba, lo que significa que no sabes porque toda la charla sobre
esto. Rueda el trasero hasta el borde de la silla y abre las piernas.

Ella deslizo su parte trasera hacia el final del asiento y abrió las piernas. A pesar del acto grosero, el calor
entre sus piernas disminuyó.

Con los dedos, le acaricio entre los muslos, dejando a su paso un camino de fuego.

Una nueva llama consumió el inicio de sus muslos. Su extensión era de corta duración.

—Voy a compartir contigo todas las formas de placer durante mi instrucción, sin entrar en el borde de tus
muslos. —Bajó su toque al lugar mojado.

—Ni en la profundidad de tu trasero.

¿Relación anal? Tenían que obtener placer del acto o las personas no lo harían. ¿Pero a quién le
gustaba? Ciertamente no al receptor.

Él bajo más. —Por lo menos hasta que el vencedor te reclame. Entonces te voy a enseñar técnicas de
numerosas relaciones sexuales para tu placer.
Ella sintió consuelo con la idea de que el sexo podría ser agradable, ahora era la principal actividad de su
trabajo. Por debajo de la falda, él deslizo su dedo dentro de su borde con seguridad de lo que había
encontrado. Ella bajo la mirada hasta el suelo.

—Una manera fácil de crear y mantener una conexión con tu amante es mantener el contacto con los
ojos. —Le levanto la barbilla con la mano libre—. Si tienes que desviar la mirada, mira fijamente su
cuerpo, como a los labios, el pecho, los genitales, para que no se sienta rechazado por tu incapacidad de
mirarlo a los ojos. Con el tiempo, vas a ser capaz de mirar para lo que antes pensabas que era atroz, y ver
la belleza del acto.

Su apariencia era agradable y, si alguna cosa la hacía retroceder, era la intensidad de su mirada negra.

Él presiono el dedo en su perla.

Un choque de alegría la recorrió. Ella se ahogo.

—Relájate, Simone —masajeaba alrededor y sobre el botón húmedo de carne. Mientras su respiración se
agudizaba, los parpados estirados.

Sonidos mojados venían de sus pliegues. Ella quería esconderse, desviar la mirada de los ojos
extrañamente oscuros, pero como él la instruyo, se concentró en su boca.

Él paso la lengua sobre los labios, trago en seco, se movió, y la coloco en el borde de su regazo. —¿Por
qué no puedes mirarme?

Ella escondió el rostro en su cuello, respirando sin aliento.

—¿Es necesario recordarte que no pueden haber secretos? Tienes que decírmelo todo.

Pasaba por encima del botón, para delante y para atrás.

—Estoy avergonzada por los sonidos que vienen de abajo —susurro ella.

Sostuvo su rostro, guiando su mirada para encontrar sus ojos, y descanso en la nariz de ella. —Aquellos
sonidos le dicen a tu amante que tu cuerpo se está preparando para recibirlo dentro de ti y va a aumentar
la excitación por el sabor y el olor de tus jugos. Con el néctar entre las piernas, la penetración deber ser
más cómoda para ti.

Retiro su toque, llevo los dedos a su boca y probó. —Mmm.

Ella no podía alejarse de la secuencia de los acontecimientos.

Sacando los dedos de los labios, él los presiono en su boca.

—Debes conocer tu propio sabor.

Ella acepto los dedos y paso la lengua alrededor de ellos. ¿Qué podía decir de la mezcla? ¿Dulce o
salado?
Él gimió, deslizando los dedos fuera de sus labios. —Esto puede usarse una vez si el tiempo es un
problema y las mujeres envejecen. —La sensación fría y mojada de su toque encontró de nuevo el calor
liso entre sus piernas.

El sonido y el gusto de ella hizo algo en él y eso le importaba a ella. —¿Te gusta eso?

Él deslizó su toque hacia abajo para el punto más liso y rodo sus dedos por los pliegues, salpicando su
humedad. —¿A qué te refieres con eso?

Estaba segura que sabía el significado, claramente quería que ella lo dijera. —¿Tus manos entre mis
piernas?

—¿Es todo lo que me estas preguntando?

Ella movió la cabeza.

—¿Qué entonces?

—¿Mi gusto y mi olor? —Ella bajo la mirada a su boca.

—Mmmm, fragancia y sabor dulce, son tan inocentes. —Aceleró los movimientos de sus dedos—. Traer el
placer aumenta mi excitación.

Las palabras giraban en su mente. Queriendo más, ella balanceo las caderas para encontrar su toque. El
calor aumento en sus labios, senos y dentro de sus profundidades. Gemidos roncos prendieron su
garganta. Casi no reconocía su propia voz. Ella sintió el talón, porque golpeo contra sus dedos.

—Estas tan cerca del lanzamiento. Tu cuerpo ha estado esperando por un largo tiempo este alivio. Podría
disminuir el estimulo y prolongar tu formación, pero quiero ver si te entregas a los sentimientos que te
estoy provocando.

Ella se hundió más en sus dedos, en sus piernas, más rápido, con más movimientos. —Por favor…

—Te tengo. —Susurró en su oído—. Suéltate.

Se relajo, dejándole sostenerla. Cada centímetro fue inundado con ondas de un hormigueo.

Observando en la profundidad de su mirada intensa, vio sus ojos ablandarse. Y su boca curvarse
ligeramente para arriba.

Nada en el mundo existía, además de lo que él había compartido con ella. Así como su primer gusto de
azúcar moreno fundida en una masa. Sus miembros estaban flácidos.

—Estos son los placeres compartidos entre santos y pecadores. —La acerco a su cuerpo—. Así, que de
ahora en adelante conocerás los deseos de la carne.

La semilla del deseo ahora estaba sembrada dentro de ella. Un sentimiento de tristeza la invadió.
—Gracias. —Sonrío a pesar de que quería llorar. Eravas no era un buen hombre, pero era un hombre
amable y lo apreciaría en su memoria.

—De nada, Simone. —Se levantó, caminó hasta la puerta, e hizo una pausa—. Tengo una instrucción.
Mientras sea tu tutor, no podrás aliviarte a ti misma cuando el dolor comience de nuevo, al menos que te
de permiso. De ahora en adelante, serás María Madalena y ocuparas el cuarto de Madalena debajo de
los Santos.

—¿Pero ella no era un santo? —La madre de Simone le había enseñado a leer la biblia y la había educado
sobre los Santos.

—Correcto. Sólo los pecadores reciben este honor tan especial. —Le sonrió.

Ella no podía entender el sentido de su comentario.

—Descansa hoy, mañana voy a exigir una gran cantidad de rendición de tu parte. Voy a encontrarte aquí a
las dos en punto. —Con eso, salió de la sala.

Una vez más, estaba sola. Cada día parecía terminar con ella sola. Los hombres iban con las prostitutas
por pasión, no por amor. Y el amor era la todavía única cosa que ella más necesitaba.
El arte de la rendición: Lección Dos
Traducido por lizels
Corregido por Isgab38

S
imone se puso en pie en la habitación y caminó por la alfombra de colores, creando
estática.

Otro momento más y no podría soportarlo. No había entendido lo que Eravas compartió
con ella, una nueva necesidad iría a despertar en su cuerpo. Cada momento de su lección se repetía en
su mente. No solo el calor en sus ojos, su toque, también. Él. Era puro tormento. Incluso el sueño no le
había dado refugio al deseo.

Ella era un tipo especial de pecadora. ¿Lo que le había dicho era para lastimarla? ¿Bajarla de lo alto que
su toque le había dejado? ¿Habría detectado calor en sus palabras? Del tipo en donde las almas gemelas
se lanzarían entre ellas.

Dadas las advertencias amenazadoras para la lección de hoy, ella no sabía que esperar.

La puerta se abrió. Eravas entró con otro hombre.

El joven muchacho era solo unos pocos centímetros más alto que su verdugo. El cabello del hombre era
tan blanco como el marfil y sus ojos azules brillantes se destacaban contra su piel pálida.

Eravas cerró la puerta.

―Déjame presentarle al Gran Duque de Suecia. Vladimir Vastergotland, aparente heredero. También
es mi alumno ―gesticuló hacia el hombre―. Conoce a Madalena.

Está claro que no era su única alumna. ¿Por qué había pensado cosas tan ridículas? Él trabajaba en una
casa de mala fama, enseñando a otros cual era la mejor forma de actuar y dejar de mencionar. Acciones
que podrían tenerlos encerrados.

Ella hizo una reverencia lo mejor que pudo en los metros de tela que la tenían encerrada dentro.

La postura de Vladimir era majestuosa. Él extendió la mano y ella se colocó un guante en la suya. Se la
llevó a los labios y le dio un beso en el dorso.
―Vladimir todavía no sabe el placer que descubriste ayer. Debes mostrarle cuan maravilloso su cuerpo
puede sentir y ser la primera en saber el sabor de él. Será el primer hombre cuyo semen saborearas.
―La mirada de Eravas permanecía en su boca, antes de retornar a su otro alumno.

Cada área expuesta de la piel de Vladimir estaba sonrojada.

La noche anterior, cuando estaba acostada en la cama pensando en cómo iría a este encuentro, alguien
tomando una parte tan pronto todavía no había entrado al reino de las posibilidades, tenía sentido, si
quisieran garantizar que las nuevas chicas no crecieran unidas a su profesor, su torturador, para ser
específico.

Eravas cogió una silla y la colocó enfrente de otra, en seguida, colocó un taburete entre ellas.

―Madalena debe sentarse a mi derecha y Vladimir a mi izquierda.

Vladimir elegantemente gesticuló para que ella tomara posición. Ella no se atrevió a mirar a ninguno de
ellos, especialmente a Eravas. Tal vez esto era como usar un viejo sombrero para él, pero sabía que no
tenía experiencia en estas cuestiones.

Vladimir se sentó enfrente de ella con los ojos fijos en Eravas. No podía culparlo por no mirarla. Él
hablo palabras en un idioma que nunca había escuchado antes. No podía hacer que se fueran, pero ellos
eran muy líricos.

Eravas se giró hacia ella.

―Vladimir quiere que le digas lo que es, en el caso de que se transforme durante su intercambio. Le dije
que este era un lugar seguro y no será juzgado.

¿Cómo podía tirar piedras cuando ofrecí mi cuerpo para hombres por un precio?

―No voy a juzgarlo.

―Él nace de una familia muy antigua, sabías. Elfos ―asintió Eravas―. Es el primero en nacer de las
líneas suecas y rusas élficas.

¿Un elfo? ¿No eran pequeñas criaturas que se escondían en el bosque? Otra área la cual tenía un
conocimiento limitado: criaturas mitológicas. Tal vez ninguna fuera un mito. Tal vez debía ampliar su
lista de lectura.

―Durante la instrucción, voy a ser muy directo con la terminología, pues es importante tener
conocimiento sobre las diferencias entre hombres y mujeres ―gesticuló.

―Por favor, arrodíllate frente a Vlad en el taburete, Madalena ―dijo el nombre como si tuviera secretos
que todavía eran desconocidos para ella. Calor atravesó su cuerpo. Dobló las rodillas contra las
pantorrillas de Vladimir.

―Alcanza la cintura de sus pantalones, desabróchalos, y saca su pene ―la instruyó Eravas.
Uno de los hombres de la fábrica de su padre la tenía acorralada en el pasillo durante una fiesta y colocó
la mano a lo que llamaba su polla. El hombre desagradable la había empujado dentro del armario. Su
padre apareció y le gritó, mandándola para la cama. La experiencia fue maldita. Nunca había visto la
mitad inferior de un hombre desnudo, aparte de las pinturas. Allá, parecían pequeños y para colgar.
Aquella noche, en su habitación no se sentía nada parecido a los retratos. Estaba duro y caliente.

El dulce aroma de Vladimir llenó su respiración. Jabón, algo masculino y atrayente. Tal vez limpio.
Extendió los brazos para desatar el botón superior, desató la columna, exponiendo rizos rubios para
abajo. Saco el tejido para encontrar un pene rosa, mucho mayor de lo que esperaba, erecto como las
torres de Londres.

Eravas se arrodilló al lado de ella y levantó el pene erecto.

―Esta parte es llamada la cabeza, la punta o corona. La abertura en la parte superior es donde el flujo va
y viene. ―Pasó el dedo índice a lo largo de la piel lisa―. Vladimir es de casi veinticinco centímetros de
largo. En términos humanos es muy grande, pero moderado para su raza. Esta sección es llamada eje,
longitud, perímetro o largo ―envolvió su mano alrededor de la base, pero los dedos no llegaron a
tocarse―. Esta es la base. Coloca la mano alrededor de la base.

Se quitó los guantes, se arrodilló en el suelo al lado de él, e hizo lo que le dijo.

―Bueno, no espero que recuerdes toda la lección, pero estate atenta. ―Sus labios se curvaron hacia
arriba en un lado.

―Inhala el olor de su excitación.

Ella respiró el almizcle masculino con un toque de madera por todas partes, que le recordó a un parque
en la fría tarde de otoño, seca.

―Cada uno tendrá su propio olor y sabor. Vas a reconocer a los amantes por su olor, ya que estarás con
los ojos vendados para algunos de tus clientes.

Aunque entendiera sus palabras, no todo lo que le estaba diciendo se le quedó dentro. Demasiada
información estaba siendo dicha de una sola vez. Él movió la mano arriba y abajo en su parte superior.

Vladimir gimió.

―Si tu intención es que él libere su semen, la estimulación con la mano va a acelerar la construcción. La
boca puede trabajar, sin embargo, es más eficaz si el hombre está de pie o mientras este estimulando a la
mujer, al mismo tiempo, con la boca en sus genitales. La mayoría de nuestra excitación sexual ocurre en
el cerebro. Cada amante tendrá sus propias mañas para el mayor placer. Saber crear la reacción adicional
en cada uno de ellos permitirá que encuentres placer en el intercambio.

Había líquido en la punta del pene de Vladimir.

Eravas se inclinó y movió su lengua sobre la oferta. Vladimir agarró su cadera, su respiración se aceleró.
―Usando la lengua, tendrás la cabeza y el cuerpo mojado, entonces lo llevas dentro y fuera de tu boca,
presionando los labios firmemente en su piel ―él mostró la técnica.

Un golpe de emoción pasó dentro de ella, mientras Eravas deslizaba su lengua a lo largo de la longitud
de Vladimir.

Coloco la cabeza del hombre en sus labios.

―Se cuidadosa para no raspar los dientes en el área. Una vez que su pene este mojado con tu saliva, usa
tu mano junto con la boca. ―Como él estaba de pie, calor centelló en sus ojos fijos en los de ella.

Vladimir observaba atentamente.

Mejor comenzar la parte del sabor para sacarlo del camino. Ella presionó la lengua a lo largo de la
cabeza y lamió la piel lisa. Salado y resbaladizo. Pero no intragable.

Vladimir respiro entre los dientes cerrados.

¿Eso fue una reacción de aprobación o dolor? No la había parado, entonces tomaría eso como una
buena señal. Tomó la cabeza en su boca, rodando su lengua alrededor, y haciendo su camino para abajo
hasta donde podría aceptarlo.

Un gemido de apreciación resonó en su pecho.

―Cuando te relajes, llévalo más para atrás. ―El tono de voz de Eravas era bajo. El material de sus
pantalones fue empujado para afuera.

Ella se concentro en su labor, navego para arriba y para abajo de la longitud de Vladimir, deslizando la
mano. La perla en el medio de sus labios inferiores palpitaba. Ella apretó sus muslos juntos. Suavidad
cubría el área. El calor entre sus piernas quería el toque de Eravas para aliviarlas. Deslizó la boca para
abajo, mas rápido mientras bombeaba. Eso no era desagradable. Podía imaginar, si no encontrara un
cliente a su gusto, no querer tocarlo. ¿Era extraño por parte de ella? Necesitaba ser capaz de hacer eso,
por su propio bien.

Vladimir gimió palabras suaves, mientras guiaba su cabeza para arriba y para abajo. El hecho de que le
gustaba lo que ella le hacía aumentaba su confianza.

Saber que Eravas miraba trajo otra sacudida de placer y excitación. En los últimos momentos, él no había
respirado una palabra. ¿Será que aprobaba su método? ¿Será que quería que sus labios estuvieran
saboreándole?

Vladimir cerró los dientes con un silbido. Su carne brillaba como el sol entre las ramas de un árbol, con
un brillo dorado. Las puntas de las orejas apuntaban agitadamente. Él extendió la mano por su rostro,
rozó a lo largo de su mejilla, y posó la mano en su nuca. ¿Qué estaba listo para hacer? Él aceleró su
movimiento. Como ella había aprendido del suyo ayer, una sacudida en su interior quería conocer su
liberación. Él apretó, guiándose para arriba y para abajo en su garganta. Suavidad vidriaba en la punta de
él.
Él gruñó.

Flujo caliente, salado se derramaba en su boca. Ella tragó en seco. Pero le invadió inundando su lengua.
Ella chupó su cabeza, tragándoselo. Ella tenía humedad en sus muslos. Él se relajo en la parte de atrás de
su cadera y acaricio sus rizos.

Ella abrió la boca, soltándolo.

La intensidad de sus ojos había desaparecido y era sustituida por una nueva ternura.

―Gracias, Madalena.

Ella le entendió, aunque estuviera segura que habló en su lengua nativa. Las puntas de sus orejas
desaparecieron. La luz que irradiaba de su piel oscurecida y otra vez pareció humano.

―Eres bienvenido, Vladimir. ―Sus palabras no salieron de la forma que ella quería, pero si en un
himno lírico de un idioma que ella no hablaba.

―¿Solo respondiste y hablaste la lengua élfica? ―Eravas la miró, así como a Vladimir―. No sabía que
sabías la lengua.

Ella no lo sabía. Ni la entendía. Nada de eso tenía sentido. Se inclinó contra su asiento. Antes de que su
madre muriera, le dijo que fue un regalo que Dios le había dado. Ella todavía no sabía lo que era. ¿Será
eso lo que quería decir? Las palabras fueron dichas hace muchos años, se comenzó a preguntar si eran
divagaciones de una mujer muerta.

El pene de Vladimir no era tan grande y duro ahora, se acordó de los que había visto en las pinturas.

―Celestial ―susurro él, abotonando los pantalones, y sentándose.

―Algunas mujeres pueden. ―Eravas frotó la barbilla entre su dedo índice y pulgar―. ¿Qué te pareció
el sabor?

―Agradable. ―¿Había respondido muy ansiosa y rápidamente? No esperaba que le gustara.

―Bueno ―sonrió él―. Vlad, por favor, espérame en la biblioteca. Te encontraré pronto.

El chico se levantó y se inclinó hacia ella. Salió cerrando la puerta.

El silencio llenó la habitación. Ella tenía la sensación de que había hecho algo malo.

Eravas se sentó frente a ella.

―¿Estoy en problemas? ¿No hice lo que se me pidió? ―No podía darse el lujo de ser un fracaso. Saint
Verónica ya le había adelantado todo el dinero para la inscripción de sus hermanos. Por lo tanto, si
resultaba una ruina en su nueva línea de trabajo, ¿pagaría la deuda?

Él tomó su rostro con las dos manos y la atrajo, besando sus labios con los de él.
Ella se apartó, sin estar segura si quería saber la sensación que podía despertar nuevamente en su cuerpo.

―Relájate, Madalena ―él persuadió sus labios con los propios, entrando con su lengua en su boca.

Calor como una explosión de aire caliente en la leña de una chimenea en una fría mañana de invierno la
envolvió. Pellizcó, chupó, y provocó la boca con sus labios. Hambre creció en las profundidades de ella.
Él subió su falda, descansando el material en sus caderas, y le abrió las piernas.

―¿Estas mojada entre tus muslos? ―El tono de su voz era ronco y exigente.

―Sí. ―No podía evitar responderle a la pregunta.

―¿Por qué? ―preguntó él.

―A causa de lo que me mostró ayer. ―El recuerdo causó que todo su cuerpo se estremeciera―. No
consigo parar y necesitar más.

―Muy bien. ―Sacó su boca de la de ella―. Ahora entiendes lo que es la sensación de deseo.

―Tú. ―No había como evitar decírselo―, tu toque, tu voz, tu olor, tu observándome. Estoy segura que
te gusta y aumentas mi placer. ―No tuvo mucho sentido, pero es la verdad.

―Sé que va a empeorar antes de mejorar, me temo. Si fuera un chico, un hombre menor, o un idiota
por ejemplo. Te diría que no puedes permitir que tus emociones te nublen la naturaleza de lo que
compartimos. No crecen unidos, pero fui por ese camino muchas veces. Diciéndote esto no va a evitar
que dejes esa nube de sentimientos ocurrir entre nosotros. Nunca aprendí a amar a alguien. Soy incapaz
de amar. Romperé tu corazón. Y debes crecer para odiarme si compartimos las partes de ti misma que
me diste.

Por sus palabras, quería cubrir su cuerpo expuesto, salir y correr. Lejos. Sin embargo, sabía que no lo
haría.

―No voy a mentirme a mí mismo o a otros. ―Su mirada, fija intensamente en la de ella―. Voy a caer
locamente en la lujuria por ti, por lo tanto los juegos que jugamos se mueven al frente. También me
odiaras por eso.

―Te equivocas conmigo. No soy como los otros que enseñas. Voy a aprovechar el tiempo que pasemos
juntos. Puedo amarte, pero no voy a odiarte por ser quien eres o que eres. ―Con eso, ella tenía mucha
práctica. Cuando su padre estaba solo con ella, la cubrió de amor, pero cuando su esposa estaba cerca, la
trató con descuido―. No eres un hombre bueno, pero eres un tipo único. Aprenderé a descubrir el
placer de todos mis amantes.

―Espero que estés segura. ―Eravas llevó sus rizos caídos para atrás y se levantó de su asiento―. A las
dos de las mañana, siéntate en el borde de la cama, desnuda. ―Él salió de la habitación sin otra mirada
en su dirección.

Ella era más fuerte de lo que él creía. Sí, ella lo amaría.


Eso ya era casi el caso. Y Dios le perdone por lo que él le llegara a hacer.
El arte de la rendición: Lección Tres, Parte Uno
Traducido por blanca20011893
Corregido por francatemartu

¿S
imone o Madalena? Ella no sabía cómo acercarse más. En este mundo, ella seria
Madalena por sus hermanos, pero seguiría siendo Simone. Esta fue la línea que trazo
para sí misma. No es que ayudase a preservar lo inocente que había sido una vez. Se
sentó en el borde de la cama. Una cama con dosel grande y cuatro columnas se alzaban sobre ella con
sus ricas cortinas azules. La chimenea rugió a unos metros de distancia, dándole calor. Amarillo y naranja
parpadeaban sobre su piel mientras las llamas bailaban. Las ventanas estaban cubiertas con cortinas a
juego. Ninguna luz entraba en la habitación desde el exterior.

Sus pezones se endurecieron ante la idea de verlo. Eravas. No sabía lo que iba a tener en preparado para
ella hoy.

La puerta de su habitación se abrió y él dijo:

—Madalena. —Respiró fuerte.

Su corazón se le aceleró.

—Sí. —Ella nunca dejó de desearlo, lo necesitaba. Excepto cuando ella....

Se acercó, arrodillándose delante suyo. Aspiró profundamente. El libro rojo con negro escrito en la
mesilla junto a la cama le llamó la atención.

“Lilu: El Seductor". Él lo cogió, olió las esquinas, y lo puso de vuelta.

—¿De dónde sacaste ese libro? —Señaló el objeto cuando sus ojos se estrecharon.

—Teniendo en cuenta la lección de ayer, creo que tenía que educarme a mí misma acerca de otros seres
mundanos. Saint Verónica llegó a la biblioteca y me ayudó a escoger los libros, una pequeña selección. —
Señaló una mesa al otro lado de la habitación. Saint Verónica hizo un montón de preguntas acerca de sus
lecciones, y específicamente sobre Eravas—. Cuando volví y recogí los libros, me encontré con esto. Sin
embargo, no recuerdo que fuera uno de ellos. —Lo único que se le ocurrió fue que Saint Verónica lo
introdujo en el montón.
Apretó la mandíbula, poniéndose de pie.

—Ya veo. —Por su tono, no parecía satisfecho. Él caminó.

No entendía por qué parecía tan enfadado.

—¿Cómo voy a dar a mis clientes lo que quieren de mí, si no sé lo que son?

—¿Y crees que estos libros pueden decir lo que está en el corazón de otra persona? ¿Y qué tal vez, los
llamados estudiosos puedan mostrar lo que esas criaturas comparten con los que ellos confían? —
Levantó su tono.

—No, sólo Dios conoce verdaderamente esas cosas. —Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuerpo,
cubriendo su desnudez—. Estás disgustado conmigo.

—Sí, lo estoy, pero no sólo por la lectura de estos materiales. Me has desobedecido. —Se volvió de
espaldas a ella—. Puedo oler que se te ha aliviado el dolor entre tus muslos, después de decir que no.
¿Por qué? —Cerró la mano en un puño.

Otra confirmación de que él era diferente. Conocía detalles por el olor.

—Yo estaba en la cama leyendo. Descripciones del libro forman las imágenes en mi mente, de Lilu
yendo a las mujeres en forma humana. Yo estaba triste. El dolor descrito en las palabras en las que tenía
que esconderse detrás de una máscara dolía en mi corazón. Su soledad. Creo que el libro era para
asustarme, pero pensé en su dolor. Cómo él nunca podría ser visto por sus amantes y ser aceptado como
es. Pero a diferencia de otros de su especie, nunca se metió furtivamente en las camas de las mujeres por
la noche disfrazándose como sus maridos. Una parte de él quería ser aceptado como todos nosotros. —
Tal vez no debería continuar, pero él le pidió que le diga por qué—. He leído que la raza de Lilu está
siendo derrotada.

—Los seres humanos cazaban para su decepción. Una carrera que incita a la lujuria, la obsesión y el
deseo. Como él recorre la tierra por sí mismo. Me dolía el corazón por él. Sintió que su pueblo fue
castigado por Dios. Me quedé dormida y soñé que Lilu vino a mí, sin máscara. No como un hombre,
sino despojado de su fachada. No le temí. Me devastó con todas sus necesidades provocando un anhelo
de mi propia liberación. Todo mi cuerpo estaba en fuego por él. Fue sólo después de estallar con un
fuego interior que percibí lo que había hecho.

Suspiró.

Pasaron unos momentos. Ella no sabía lo que estaba pensando. Su expresión era dura. Desde que
Eravas había mostrado su placer, su cuerpo ansiaba más, y más.

—No puedo permitir que desobedezcas mis órdenes sin consecuencias. —Cuando él la miró, se aflojó la
corbata y el cuello. Se quitó la chaqueta y sacó un cinturón. La correa de piel brillaba a la luz del fuego.

El dolor parecía una parte inevitable de la vida. No iba a llorar. No importaba el dolor de su castigo.
Había ganado la consecuencia que enfrentaba ahora.
Se desabrochó la camisa e hizo a un lado sus llaves. Un poco de pelo oscuro rodeaba sus pezones y
forraba la cresta de su delgado abdomen. El cuerpo de un hombre nunca fue tan maravilloso como el
suyo.

—Dado mi fracaso como tu instructor para elevar tu obediencia y respeto, debería haber una sanción. —
Se quitó la ropa, revelando musculosos brazos definidos y la piel perfecta. Pasó por delante de ella, jugó
con el cinturón, y se detuvo en un poste de la cama. Entre los omóplatos había dos cráteres profundos
de carne llena de cicatrices.

—Cinco golpes de tu mano, Madalena.

—¡Lo siento! —Las lágrimas se formaron en sus ojos—. Yo no lo haré otra vez. —No podía pedirle eso—.
Voy a llevar un centenar para ahorraros uno —ella dijo—. Por favor, te pido misericordia.

—No te puedo dar lo que ni siquiera Dios me da. —Se levantó de la cama y colocó la punta de la correa
de metal en la mano—. Cinco, y cada uno lo debes contar, o vas a empezar de nuevo. El dolor que debes
sentir del látigo en mí es lo que sufro porque has violado mi orden.

El cuero era cálido contra sus dedos. Le temblaban las manos.

—Si haces lo que te pido, debes forzar un mayor dolor en mí. —Él inclinó la cabeza—. Lo que pido ahora
es para no deshonrar una segunda petición mía. Ahórrame la vergüenza.

No dudaba de sus palabras. No era de exagerar. Pero, para hacer lo que pedía, rompería una promesa
que había hecho a sí misma y a Dios de no ejercer dolor a otros, como la esposa de su padre había
hecho. Si sus acciones no fueran causa de ella, se negaría.

—Con cada golpe, tienes que prometerme que no vas a desobedecer otra vez. —Él miró por encima del
hombro.

No había nada peor que el dolor de la traición. Se había llevado un millón de golpes por medio de las
palizas de su padre instigadas por la mujer de él, sintió el dolor que su padre sentía mientras lo hacía.

Cerró los ojos, el cuero envuelto alrededor de su muñeca, y lo agarró. Levantó el brazo sobre el pecho,
se tambaleó hacia delante.

—Prometo no volver a desobedecer de nuevo.

Se movió a través del aire y golpeó en la carne.

Empujó.

—Duro, Madalena —habló con los dientes apretados.

La roncha iba desde el hombro hasta la cintura. Lo había hecho con él. Por favor, Señor, nuestro
Salvador perdonar.

—No voy a pelear. —Una vez más, levantó su mano y golpeó la empuñadura en la parte posterior,
rompiendo la piel.
Agarró la madera y silbó.

—Hazlo con respeto.

¿Acaso no se daba cuenta de lo difícil que era para ella? No quería atacarlo. O a cualquier persona en
ese sentido.

—No debería ignorar tus instrucciones. —Ella extendió la mano, batió la punta del cuero en su carne.

Él se encogió de hombros. La sangre corrió hasta abajo.

—¡Una vez más! —Con su rostro inclinado hacia ella, sonrió.

Si es capaz de soportar el dolor, ella lo lograría. Inclinándose, moviendo su muñeca, ella lo atacó.

—No te voy a lastimar a partir de ahora. —Un rastro de rojo corrió por las sábanas blancas de la cama. La
sangre derramada en la ropa. Esa fue una lección que tenía que aprender también. Cuando Eravas pedía
algo, era una orden. Uno que tenía que seguir a rajatabla.

—Una vez más —gruñó—. Haz que cuente.

Le dolían los músculos, pero no más que el corazón.

—Te obedeceré. —Ella giró la correa y arremetió su espalda, haciendo una cruz en su piel. Ella cayó al
suelo, recogiendo el cuero empapado en sangre por ella. El cinturón le manchó las manos. Recordó la
alegría en los ojos de la mujer de su padre, después de que la azotaran y sangrara. Ninguna parte de ella
sentía un placer en esta tarea.

Eravas volvió, corrió hacia ella, y se arrodilló.

—Sé que lo harás, Madalena. —Por la evidencia en sus pantalones, parecía que sintió deseo por haberla
obligado a causarle dolor. La tomó en sus brazos y la besó en la boca.

No suave, duro y urgente.

—Tomé algo sagrado de ti. Debemos estar siempre conectados. —Honestamente, la miró a los ojos.

—Por favor, perdóname Padre Celestial. —No por este acto, no podía permitírselo—. Te perdono por
tener eso de mí. — A veces, los golpes de la esposa de su padre eran lo único que conocía. El alivio del
dolor trajo una tensión similar a la sensación de caminar sobre huevos. Ella acunó su rostro con su
mano—. Y voy a orar para que Dios te perdone también.

—Dios me abandonó hace mucho tiempo, Madalena. Él no tiene interés en los pecadores como
nosotros. —Sonrió, tomó su mano entre las suyas, y la puso en lo duro de sus pantalones.

—Me temo que sabes poco de Dios, entonces. —Apoyó la cara en él—. Cualquier pecado que cometí fue
para otros, y él me va a perdonar porque me arrepentí. No por maldad.
Su expresión estaba en blanco. Dado el cambio en su cara, ella llegó a la conclusión de que sus palabras
habían sido demasiado. Se levantó, se volvió hacia ella y se vistió.

—Puede que tengas razón. Apuesto a que pronto sabremos cuál de los dos está en lo cierto.

¿Qué quería decir con eso?

Reunió los libros.

—Vas a aprender al ritmo que puse para ti.

—Pero... —Sólo aprendería lo que él consideraba que necesitaba saber.

—¿Me quieres desobedecer otra vez? —preguntó.

—No, por supuesto que no. —Ella bajó la cabeza.

—Es una lástima. Voy a tener que encontrar otras maneras de explorar tu talento natural. —Levantó la
barbilla—. El movimiento de la muñeca es el mismo que tu lengua.

—Por favor. —¿Por qué él todavía pensaba que era mala?—. No está en mí.

—He disfrutado mucho el lado oscuro del alma humana en mi enseñanza —le susurró sus labios hacia
abajo, rozó su boca a la de ella—. Tú debes de ser diferente.

Cualquier cosa, antes de desbloquear la parte de ella que estaba escondida.

—No debes aliviarte. No tendrás libros que no te haya proporcionado. Y no debes hablar ni una palabra
con Saint Verónica. No debes salir de la habitación hasta que te lo permita. —Salió y cerró la puerta.

Se restringió su acceso al resto de la casa como una reprimenda por su desobediencia.

—Haré lo mejor. —Ella tomó la sábana manchada de sangre. Las lágrimas le ardían los ojos—. Te lo
prometo. —Lo haría, por el amor a Charles y Louis.
El arte de la rendición: Lección Tres, Parte Dos
Traducido por lizels
Corregido por francatemartu

T
res días pasó al lado de Grace, empleados domésticos y Hope, Madalena no había
tenido contacto con otra persona. Incluso parecían saber que estaba en problemas y
apenas hablaban con ella. Ella se sentó con su túnica en el alfeizar de la ventana,
observando la lluvia gotear por el vidrio de la ventana. Afuera encima de ella los rayos de la luna llena.
Odiaba que sus acciones hubieran golpeado a Eravas y que lo obligaran a retirarse de su lado.

Ella temía que Saint Verónica hubiera orquestado la situación. Fueron pequeñas cosas, como la forma en
que vio a Eravas cuando él la miro, y la forma en cómo señaló la falta de experiencia de Madalena o de
la comprensión de los hombres.

Cada mañana, cuando Madalena se acordaba, sus ojos se llenaban de lágrimas, pero no conseguía
recordar sus sueños. Estaba segura que se iría al infierno. ¿Podría estar su alma condenada? Una vida sin
Dios seria hueca. En el capítulo del libro que había leído sobre Lilu, él parecía solitario. Tal vez sería una
buena compañera para alguien tan perdido. Esperaba que Dios guiara su camino.

La puerta de su habitación se abrió. Eravas entró con Saint Verónica, cubierta con una chaqueta, rojo
puro, unida a su brazo. La silueta de su cuerpo se mostró a través del tejido. Ella tenía grandes pechos,
cintura estrecha y caderas redondas.

―Retira tu túnica y ven al borde de la cama, Madalena ―él gesticuló, como de costumbre, su ropa
estaba impecable y su rostro indescifrable.

Vestía una camisa de color clara y unos pantalones apretados. Pero ella había visto mucho más de él en
su última visita, sin embargo, estuvo cerca de la desnudez.

Ella se deslizó fuera de la ventana, e hizo una reverencia.

―Claro.

Cuando él sostuvo su mirada, sus intensos ojos negros eran suaves. Ella aceptó que su corazón se
aceleraba cada vez que lo veía. Una vez que ella tuviera más amantes, tal vez sus emociones crecerían
aburridas y él no sería nada más que otro número. Todavía no creía en eso, pero lo esperaba pronto.
―No estés muy enojada con él. La desobediencia no es tolerada. ―Sonrió Saint Verónica―. Cada una
de nosotras está desilusionada de su encanto, pero él no tiene corazón. Mejor para ti saber eso ahora que
más tarde, mi querida. ―Su mirada permaneció fija en Eravas en cada movimiento.

―Eso es cierto. ―Él asintió.

Ninguna declaración trajo consuelo a Madalena. No creía que Eravas no tuviera un corazón. Cualquiera
puede tenerlo roto, endurecido o seco, pero todo lo que necesitaba era revivirlo. ¿Quién mejor que ella
para eso?

―Espero que tu trasero no esté doliendo todavía. ―Rió Saint Verónica―. Él tiene una mano áspera.

Cuando él dijo que el castigo era para aumentar su obediencia y crear una conexión entre ellos.
¿Entonces, era verdad? Ninguna de las posibilidades actuales parecía el comportamiento de alguien que
no tenía corazón, para ella. Ella envolvió la túnica sobre la parte posterior de la silla y se sentó en el
borde de la cama. El aire caliente de la chimenea corrió sobre ella.

―¿Ya la probaste? ―preguntó Saint Verónica.

Él sacudió la cabeza.

―Pensé que te gustaría ser la primera.

―Me conoces bien ―Saint Verónica se arrodilló delante de Madalena y extendió sus muslos.

―Relájate, Madalena. ―Él se agachó detrás de Saint Verónica―. ¿Hueles a gotas de agua de rosas?

Los ojos azules de Saint Verónica brillaban.

―Mi favorito.

―Tuve a Grace añadiéndolo a su baño esta mañana. ―Él besó la nuca de Saint Verónica.

―¡Que astuto!

―Pretendía agradarte. ―Más que todo, fue la calidez en su voz que disparó la herida en su pecho.

La mano de Saint Verónica se reunió con la carne de Madalena. Su dedo índice tenía una cobertura de
oro ornamentada en la punta de la uña. Le rasco el cuello a Madalena, enseguida, presionó un punto en
su piel. El borde afilado perforo la carne.

Madalena sintió el correr de la sangre detrás de su talla. De repente, Saint Verónica estaba encima de
ella, mirándola con su rostro impecable, elegante. Humana, pero por dentro se escondía un demonio de
algún tipo.

―¿Tienes miedo? ―Cuatro colmillos brillaban a la luz caliente de la chimenea.

El ritmo cardiaco de Madalena se aceleró. El miedo era una extraña sensación que podría ir y venir sin
avisar. Algo dentro de ella, racional o no, le dijo que vigilaría a Eravas.
―No. ―Madalena encontró la mirada de Saint Verónica y tocó sus labios―. Eres tan majestuosa.
Apenas puedo imaginarte haciéndome daño. Ahora estoy segura que podrías ¿vas a beber mi sangre?

―Sí. La pureza sabe diferente, más caliente y un poco cruda. ―Saint Verónica bajó hacia el corte. Su
lengua lamió la sangre―. Con un toque de elfo. ―Ella rió.

El intercambio con Vladimir había mezclado su sabor con el de ella.

―¿Eres un vampiro Nosferatu?

―Soy uno de los condenados. ―Saint Verónica se abrazó tiernamente―. Condenada por el amo de la
oscuridad ¿no es así? ―Miró a Eravas.

―Sí. ―Él la levantó de Madalena y besó la boca de Saint Verónica, amamanto y lamió la capa roja de
sus labios―. Mmm, bosque con un toque de agridulce. ―Su mirada bajó hacia Madalena―. A Saint
Verónica le fue dada la belleza y vida eterna a cambio de su alma.

―Yo fui… ―Ella envolvió las piernas alrededor de su cintura y colocó los labios en su oreja. Comenzó a
hablar en otra lengua, aunque Madalena entendió perfectamente. ―Pero permaneces con tu alma sin
recoger. Un bello espíritu unido a la Tierra. El último de su especie. A pesar de que Dios te ha olvidado,
no va a darle a tu amo lo que quiere de ti.

―La política celeste me aborrece. ―Él se sentó en la cama al lado de Madalena con Saint Verónica
encima. Como él estaba de espaldas, la besó―. Mi alma es de poco interés, cuando él tenga la suya,
querida Verónica.

Entonces él no era humano. Parte de ella ya sabía eso, pero esta fue la confirmación.

¿Qué pasaba con ella que entendía lenguas extrañas?

―Es para ti, Eravas Lilu, ¿un lugar seguro? ―el deseo era evidente en su tono de voz.

Ese es su nombre, Eravas Lilu. ¿Esa fue la razón por la que el libro había aparecido entre los que saco
de la biblioteca? Su nombre significaba belleza y fuerza. También hubo tristeza tejida en su interior.

―Como dices, no tengo corazón. Sin embargo, tengo buenos recuerdos de ti ocupando mucho de mi
tiempo perezoso en la Tierra los últimos milenios. ―Tomó el peine decorativo de oro de su cabello,
definiendo sus rizos libres.

Saint Verónica colocó la cabeza en su pecho.

―Él quiere que quiebre su fe y recoja su alma. Eres la salida perfecta para que yo haga eso. Ella te ama.

―Me gustaría que eso fuera verdad, pero creo que solo conoce un señor. ―Él acunó el rostro de Saint
Verónica, en su mano―. Su fe no es superficial ni ciega. Incluso antes de su triste situación actual. Pero
sabes que no tomo ningún interés por las negociaciones celestiales.

―Puedes ser una perra. ―Ella frotó su rostro contra él.


―Cielo e infierno significan muy poco para mí, ya que esta existencia puede ser ambos. ―Sus manos
desaparecieron bajo la chaqueta de Saint Verónica―. Te ayudo a entrenar a las mujeres a ser buenas
amantes, porque es en lo que soy bueno.

Saint Verónica suspiró de placer y cubrió sus labios, aunque Madalena no quisiera ver ni oír más, no
podía girarse.

―Y debes ayudarme en la lección de esta noche. ―Su expresión mostraba cansancio.

―Por favor, restríngela para mí. ―Saint Verónica salto de la cama a los pies―. Estoy ansiosa por
saborearla más plenamente. ―Lamió sus labios y guiñó un ojo.

Eravas tomo a Madalena y la coloco en su regazo, con sus brazos sobre los de ella y con sus manos le
abrió las piernas. ―Relájate, Madalena ―dijo él en inglés.

―Saint Verónica es muy talentosa con la lengua. ―Calor había en sus palabras.

Una cascada de sangre goteaba de la abertura en su clavícula hacia abajo al abdomen de Madalena y
entre sus piernas.

Se inclinó para subirla al borde de su regazo. ―A la mayoría de las mujeres le gusta esta posición.

Saint Verónica sonrío.

―Chocolate en las puntas de los labios con un núcleo rosado. ―Su respiración sopló entre los pliegues
de Madalena, luego lamió―. Mmm, fresa con chocolate.

Calor y conciencia la sacudieron. ¿Que le permitió apreciar el toque de la mujer cuando claramente
estaba solo tratando de tomar su alma? Fue porque Eravas la sostuvo.

Él sujetó su cuerpo.

―Tranquiliza tu respiración. Toma aire lenta y profundamente. Suéltalo poco a poco.

¿Cómo podía esperar que ella confiara su cuerpo a Saint Verónica, cuando la mujer quería solo reunir su
alma para dársela a su amo?

―Relájate en el placer ―susurro él en su oído.

Tal vez no fuera Saint Verónica la que estuviera pidiéndole que confiara, sino él.

Dados los últimos momentos, no estaba segura si debía confiar en él, también. El único rayo de
esperanza era que él había tomado la paliza que ella debería tener, a pesar de usarlo para conectarlos.
Aunque, no hubo ninguna conexión entre él y Saint Verónica. ¿Entonces porque buscó una, con ella a
través de las palizas que él la había obligado a infligir?

Entonces Madalena respiro para fuera, presionándose contra él.


Saint Verónica trazó las puntas oscuras de sus pliegues cubiertas en su sangre. Su lengua se movió sobre
el reborde, atacando al otro.

Bajo Madalena, Eravas estaba duro. Ella inclinó la cabeza hacia atrás para ver el rostro de él. Su mirada
estaba fija en Saint Verónica chupando después de girar la lengua, descendiendo hacia abajo.

Cada centímetro de Madalena ardía con fuego. Ella tomó las manos de Eravas y las sostuvo. Suaves
gemido escaparon de sus labios y se mantuvieron en el aire. Empujó sus caderas por el placer caliente.
Fuego líquido corría por sus venas, inflamándola. Su excitación presionada en la parte inferior acaricio la
longitud de él.

La fricción de la boca de Saint Verónica había creado junto con sus dedos, una chispa caliente y
palpitante que aumentó en velocidad e intensidad.

El interior de Madalena se apretó enseguida de la liberación, lanzándola al éxtasis. Jadeó con satisfacción.

Un choque de un relámpago cegado, que emanó de su clítoris entre sus labios inferiores, corriéndose a
través de ella.

Viento y un torbellino de colores pasaron sobre ella. El dolor latía en la zona.

Eravas sostuvo a Saint Verónica acorralada en la pared, con los pies levantados del suelo.

Simone alcanzó entre sus muslos y se enrolló en una bola. ¿Cómo fue que no lo había visto moverse?

―Nunca conocerá el placer sin dolor. Ya perforé su clítoris con mi colmillo. ―Ella lamió su sangriento
diente alargado.

La memoria se arraigó en la mente de Madalena. El pulso dominando cada parte de ella.

―Ya garanticé que el placer que le mostré a ella, será el mejor de su vida. Fue una tontería por causa de
su propio apego a mí ―él hablo ásperamente, en seguida, tiró a Saint Verónica al suelo―. Pongo como
testigo a Dios, si te acercas de nuevo a ella, voy a desaparecer de una vez por todas. Ahora, sal.

―Parece que el error se ha deslizado su camino en tu corazoncito. ―Saint Verónica se levantó y cojeó
hasta la puerta.

―Sal ―gritó él.

Ella abrió la boca y salió cojeando de la habitación.

―Nunca va a perjudicarte de nuevo. ―Eravas fue hacia la puerta, y enseguida, hizo una pausa.

―Lo siento mucho.

―Gracias. ―Acostada encima de la colcha, Madalena se abrazó.

―Pensé que entenderías mejor lo que ella quiere de ti. ―Se encogió de hombros hacia adelante―.
Eventualmente, le darás tu alma.
―Mi cuerpo y libertad si, pero no mi alma. ―Si no podía tener paz en esta vida, la tendría en la vida
después de la muerte. No cambiaria eso.

―Espero que tengas razón. ―Luego él salió y cerró la puerta.

Enrollada en una bola, Madalena lloró. El peso del lío la estaba golpeando.
La subasta de Saint Madalena
Traducido por blanca20011893
Corregido por francatemartu

E
l pesado terciopelo de su albornoz rojo parecía una bola que Madalena llevaba. En su
habitación, ella caminaba. Había pasado una semana sin que nadie que no fuera Grace y
Hope estuvieran en su presencia. A pesar de que su clítoris había dejado de sangrar,
cualquier contacto con la carne entre sus piernas devolvía el dolor a través de cada centímetro de ella.
Una tela de satén descansaba en la cama con tejido de malla que se iba a extender sobre su cara. Ella se
negó a Grace y a Hope cuando intentaron ponérselo, no importaba cómo se movieran las dos. Ella les
envió a su habitación y amenazó con no salir.

Si Eravas no quería ver ni su rostro para ser reconocido, él tendría que cubrirla por sí mismo. Pasos
pesados se acercaron al final del pasillo. En cualquier momento, él vendría a su puerta. La llave giró.

Ella dio un paso atrás con su visión. Cada parte vibró cuando sus ojos se movieron sobre ella.

—He oído que te niegas a hacer lo que dije. —Sus ojos negros en los de ella. Cuando cerró la puerta tras
de sí, llenó el espacio con su presencia—. ¿Te acuerdas de lo que pasó la última vez que me
desobedeciste? —preguntó, inclinándose contra la puerta cerrada, con los brazos cruzados.

Todo muy bien, lo hizo.

—No tengo forma de saber si Grace y Hope hablaban por ti o Saint Verónica.

—Tú eres mi alumna hasta que le diga lo contrario. —Sonrió—. El interés de tu amo en mi alma quiere
decir que va a darme cuerda suficiente para entregarla a él.

—No quiero que te pongas en peligro por mí.

Golpeó el pie en el suelo y resopló.

—Por supuesto que no. Pero no es contigo.

—Tal vez sea por mí —ella dijo.

—¿Has cambiado de opinión sobre el futuro de Charles y Louis, o tu alma?


Por supuesto que no. —No, eso es absurdo.

—Bueno —caminó hacia ella—, así que no me vas a dar más problemas.

El calor recorrió todo su cuerpo. Ella asintió.

—Por ahora.

—A partir de este momento. —Cogió el satén, la levantó sobre sus ojos e hizo un nudo en la nuca—.
Nunca volveré a hablar contigo.

Aunque el mundo desapareciese, ella le agarró el antebrazo.

—Yo no quiero ser difícil. —La mayoría de las mujeres probablemente hicieron todo lo que dijo.

—Yo ya soy viejo y seco. —Él cubrió su mano y luego la soltó—. Eres joven y esperanzadora. Somos de
mundos diferentes. Pronto conocerás a un hombre joven y robusto y caerás en su charla dulce.

Si ella no lo tuviera, no estaría con nadie. Por supuesto que tenía a Dios, aunque la conversación era a
menudo unilateral.

—Nunca. Mi corazón no va a cambiar. —El tejido de gasa cubrió su rostro, y lo ató por detrás de su
cabeza.

—¿Y qué crees que tu corazón quiere ahora? —El calor de su cuerpo detrás de ella.

—A ti —habló contra el material.

—Es tu corazón o tu cuerpo el que está hablando. —Deslizó la mano bajo la túnica y deslizó su mano
sobre el pezón duro de su pecho—. A veces es difícil distinguir quién está hablando cuando no tienes
experiencia en estos asuntos.

Se apoyó en él.

—Mi cuerpo es más probable que sea más voluble que mi corazón. Siento el fuego cuando otros me
tocan, pero no la comodidad y la seguridad que tú me das.

La giró hacia él y apretó sus labios contra los suyos. El tejido creando una barrera entre ellos.

—Es algo cruel y perverso lo que me hiciste. Fomentar la fe... en ti.

—Mi corazón te pertenece.

—Entonces me das lástima —dijo—. Voy a estar a tu lado en la subasta. —Trazó sus labios con el pulgar.

Aunque ella no quería, quitó su brazo.

—Gracias.

—No sabes lo hermosa... que eres. —Él tomó su mano entre las suyas.
Más de lo que quería admitir, su admisión tocó su corazón. Se tragó el nudo en garganta y asintió. Así
que esta línea de trabajo, los juegos y estar sin familia, chuparían su alegría. Ella vio eso en otras mujeres
cuando caminaba por el pasillo. Externamente, estaban limpias, pero por dentro estaban huecas.

—Sólo tienes que seguir mi ejemplo. —La condujo fuera de la habitación.

Podía pasarse la vida haciendo precisamente eso, si él se dejase.

Con un crujido, abrió la puerta y se dirigió a las escaleras que conducían al piso superior. Ella nunca
había estado allí. Estaba restringido. Muchas veces, los gritos de placer y dolor caían en cascada por las
escaleras. La alfombra suave contra sus pies desnudos le hizo cosquillas.

—Nos dirigimos hacia arriba vigila tus pasos. —Su mano se deslizó bajo la tela de su vestido y se dirigió a
ella—. Levanta el pie derecho.

Como él instruyó, sintió su camino con su pie. La madera fría le hizo temblar las piernas.

—Lo estás haciendo bien. Unos pocos pasos más y estamos ahí. —Puso sus brazos alrededor de su
espalda y la levantó con facilidad, reduciéndolo al nivel superior.

—Esto va a ser ruidoso, así que, céntrate en mi voz.

Eso fue fácil. Era mejor que pensar en todas las criaturas en la sala boquiabiertas por ella como un
premio de una cría de caballos. No es que quisiera criarlos.

Susurros leves y conversación llenaba el espacio a su alrededor.

—Para —dijo—. Hay tres pasos para llegar a la parte superior del escenario—. Yo te guío. —Como había
indicado la llevó hacia arriba.

A pesar de que sentía el aire caliente alrededor de ella, temblaba.

—No voy a dejar que nadie te haga daño. —Se detuvo y se volvió hacia la multitud.

Con los dedos calientes, le quitó la bata.

El repentino silencio en la sala cayó sobre ella. Eravas levantó las manos por encima de la cabeza y las
esposas le ataron una, luego la otra muñeca. Él estaba detrás de ella. Su mano se deslizó sobre sus
pechos. Deslizó sus dedos entre sus piernas y frotó.

El consumo excesivo y la exhalación de los labios en su cuello explotaron. La dureza de su erección


presionó contra su espalda, mientras que su toque suave le acarició su suavidad.

Ella se quedó sin aliento.

—El olor de tu excitación y el orgasmo será una locura para ellos. —De aquí para allá su toque circular—.
El aumento del precio de tu virginidad significa más botín para ti y tus hermanos.
Ella apretó sus restricciones con las manos mojadas. La verdad era que no le importaba cómo afectaba a
la sala llena de pretendientes, sólo su efecto en él. Se mordió el labio inferior, dejando que sus
pensamientos fuesen a la deriva, a partir de esta noche ella estaría colocada. En su imaginación, una
figura rodeaba su cama. Cuando se acercó, la luz brilló en su rostro. Eravas. No en su forma humana,
pero en su cuerpo verdadero. Lilu.

El tono de su piel era como la sangre —rojo sangre—, y sus dedos eran garras. Se puso de pie desnudo en
todo su esplendor masculino. Musculo duro y el negro de sus ojos hicieron brillar el blanco alrededor.
Su mirada llena de deseo por ella.

Fue sacada de sus pensamientos cuando él ahuecó su pecho con la mano y le pellizcó el pezón. El
clítoris palpitaba entre sus piernas. Jugos se derramaron entre sus muslos mientras se acercaba, jadeando
y gimiendo.

—Yo estaba haciendo lo que sabía. Repitiendo tareas agotadoras, pero yo fui creado para… el deseo. —Su
boca se pegó a su oreja—. Perdí el interés en otro toque, hasta que apareciste —le susurró—. Me duele
mucho otra vez.

Suavidad deslizó entre sus muslos.

—Ansías estar dentro de mí también. —El borde de su tono tiró de su clítoris.

—¿Tú no?

La multitud clamo fuerte.

Sus muslos temblaron.

—Sí. Sólo tú. —Ella sostuvo sus ataduras.

Los gritos resonaron en la sala. La respiración pesada de Eravas tronó a través de cada centímetro de
ella.

La joya que frotaba con las yemas de los dedos palpitaba. Ella gritó su liberación. Se apoyó en él.

—Esto no puede ser —Saint Verónica gritó—. No, no lo permitiré. —La desesperación era evidente en el
tono de voz de la mujer.

El frío llenó la habitación. Un silencio cayó sobre sus ocupantes.

—Vendida. —Una profunda voz masculina resonó en la parte posterior.

Fue liberada de las restricciones. Eravas la levantó en sus brazos, envolvió su vestido de terciopelo en
ella, y se la llevaron de la habitación. El aire giraba alrededor de ella, y cayó en una cama.

¿Qué había pasado? Se quitó la tela de sus ojos y estaba sola.

Alguien había comprado el derecho de romper su cuerpo. Ella no sabía quién, por qué o cuándo. Las
lágrimas ardían en las esquinas de sus ojos, y hundió la cara en la almohada.
Una mirada de pasión
Traducido por blanca20011893
Corregido por Laumoon

M
adalena despertó. Algo le cubría los ojos. El aire frío cayó sobre ella.

Casi nada escondía su cuerpo. Un material suave. Tal vez fue su túnica de
terciopelo, basado en la textura. La fragancia de salvia se mantuvo. Podía sentir el
calor procedente de los dedos. Cogió el tejido de su rostro.

―No retires la tela. ―La voz familiar del sexo masculino se volvió ruda.

La esperanza era una emoción peligrosa para alguien en su línea de trabajo, pero su corazón la había
traicionado.

―¿Eravas? ―El tejido debajo de ella se sentía más suave que los de su cama.

―Lilu. Así es lo que mi pueblo me llama. ―Él parecía estar a pocos metros de distancia―. Eravas es el
nombre de mi forma humana.

No estaban en la Casa de los Santos, lo que significaba que había comprado el derecho de romper su
virginidad. O eso, o era para prepararla para algo mucho más aterrador.

―¿Donde... estoy?

―¿Importa? ―preguntó.

Ella no sabía qué preguntar, no quería que se quitase la venda o decirle dónde estaba. Pero se podía
decir que sería su primer amante. ―Tú compraste mi virginidad.

―Sí. ―Bajo la voz aún más grave.

La emoción la atravesó y se mantuvo en su corazón. Quería estar dentro de su cuerpo. Sin embargo, él
no quería que ella lo viera. ―¿No quieres que te vea?

―No
Las palabras dolían. ―No eres como te vi en tu forma humana.

―Correcto.

¿Sería como había soñado? Una mezcla de la perfección y la imperfección de cada uno de nosotros.
―¿No quieres ser visto como eres?

―Correcto.

Si pudiera tener una idea de lo que estaba pensando o sintiendo en sus movimientos y expresiones.
―Pero si quieres entrar en mi cuerpo en esa otra forma.

―Sí, mucho.... ―Deseo reconocía ella en su tono.

―¿Por qué no puedo mirarte, como eres en realidad?

Se aclaró la garganta. ―No quiero ver el disgusto en tus ojos cuando me veas.

No importa que fuera lo que quería. ―Siento que pienses que esa sería mi reacción.

―Es la única reacción posible.

―Y, ¿qué eres?

―El espíritu de un viejo deseo carnal. Mi familia con cada cambio quiere lujuria, obsesión, o deseo.
Sólo vi los caminos de la destrucción entorno a alguien como yo. Yo no recuerdo nunca ser joven.
Incluso antes que los humanos cazaran mi tipo, había escogido una forma humana y vagaba por la tierra.

―Lo que he leído de tu raza, la voluntad no es requerida de tu amante, así que ¿por qué quieres que la
mujer se te entregue, si no quieres que te vea?

―Inteligente. Soy capaz de aparecer como un hombre, pero nunca he estado con una mujer en mi
verdadera forma. ―Resopló―. Voy a retirar la venta antes de que te rompa la virginidad.

―¿Y hasta entonces?

―Voy a trabajar para que te acostumbres a mi sentido y a mi tacto. ¿Tienes miedo?

―No, cambiar tu nombre y tu aspecto no puede cambiar mi corazón.

―He oído esas palabras antes. ―Se acercó más―. ¿Cómo prefiere que te llame?

―Simone. ―Ella probablemente estaba rompiendo alguna regla, pero no quería ser llamada otra cosa
más que el nombre que se le dio al nacer.

―Adecuado. ―El ajuste de la cama cedió y sintió su gran forma sobre ella―. Antes de integrar por
completo mi cuerpo al tuyo, me gustaría usar mis dedos para romper tu pequeño sello. Para probar la
sagrada sangre de tu virginidad perdida. Pero sólo si me das tu consentimiento.
La última vez que alguien la había acariciado entre las piernas con la boca, el dolor se produjo, pero esta
vez sabía lo que venía. En la subasta, Eravas había masajeado su clítoris y, afortunadamente, no había
dolor. Así que no esperaba salir herida esta noche, tampoco. ―Tienes mi consentimiento para hacerlo.
Gracias.

―¿Por qué?

―Por explicarme tú pedido. ―Ser incapaz de verlo creaba una distancia entre ellos―. ¿Quieres hablar
conmigo mientras me tocas?

―No puedo. ―La sensación de él estaba más allá. Su calor explotó en contra de ella―. Si quieres que
lo haga.

―Me da una sensación de confort. ―Además de su tiempo con él, estaba sola. Los trabajadores
domésticos iban y venían, pero apenas le hablaban. Tal como lo había estado cuando vivía con la familia
de su padre, tenía su canto, sus funciones, y la Biblia que su madre le había dado.

―Así que, ¿tienes miedo? ―le preguntó.

Ella negó con la cabeza. ―Estoy nerviosa

―¿Por qué?

―¿Si no te agrado? ―Si era sincera consigo misma, ella sabía que él se había acostado con más mujeres
de las que podía recordar, cada una con su propia belleza y talento. Ella estaba segura de ello―. Te vas a
sentir decepcionado.

―He esperado mucho tiempo por ti y tuve más mujeres que mil hombres juntos. Entonces apareciste tú.

―¿Por qué yo?

―Mis razones son mías.

¿Por qué no quería que supiese que era interesante? ―¿Vas a tomar mi mano?

Calor suave recogió su mano. Uñas afiladas se extendieron en sus dedos. Ella cortó su piel con una
punta. La mancha de humedad se movió sobre el corte.

―Mmm… ―Él gimió―. Sabes tan pura.

Tomándola en sus grandes brazos, la levantó en su regazo. Estaba desnudo. Con cuidado sacó el manto
que la cubría. ―Eres magnífica.

La palabra le recordó las que había usado antes. Se escondió sus pechos con las manos.

―No te cubras. Quiero que te abras para mí. Ábrete para que me entierre en todas las formas que no
has sido tocada. ―Estas palabras provocaron una oleada de calor entre sus piernas.

Ella dejó caer las manos a los lados.


Su pulgar acarició sus labios. Ella los abrió y mostró su piel suave.

Salado. No muy diferente de su sensación y gusto. Atractivo.

―¿Y cuál es el veredicto?

Ella le sonrió, sabiendo la razón de su lamida. ―Bien.

Le frotó la espalda con la mano.

―¿Tengo que probar tu semilla?

―No, sólo voy a disfrutar una vez durante nuestro encuentro. Cuando viole tu virginidad.

―¿No tendré una muestra tuya hasta el punto en que estés lleno de deseo?

―Sí. ―Dijo.

―¿Puedo probar, entonces?

―Si puedes. ―Él se levantó y la puso sobre la cama.

Ella dobló las piernas por encima del borde. Sus pies colgando. Las lágrimas se acumularon, mojando el
material en los ojos. Quería ver como él la tocaba.

―A diferencia de otros de mi raza, me acuesto si me aceptas voluntariamente. No voy a entrar en ti


hasta que tu cuerpo y mente estén dispuestos a aceptarme. En primer lugar, tu culo. Cuando sueltes el
placer para mí, voy a reclamar tu virginidad.

La amplia gama de su torso le abrió las piernas. La forma masiva de su parte superior del cuerpo cayó
sobre ella. Labios sedosos se deslizaban sobre su piel y su lengua lamió un pecho. Su aliento caliente se
movía por ella. Aspiró, luego besó su camino entre sus muslos. Gruñidos profundos se escaparon
mientras lamía sus pliegues internos.

Simone se acomodó sobre las sabanas lisas debajo de ella. Cada paso de su lengua elevó su ascenso... a
donde ella no sabía.

―Sabes tan dulce... ―Lilu dijo entre los golpes de su lengua.

Ella se acercó a él. Agarró los brazos y les obligó a ir a la cama. ―No no me puedes tocar. ―Hablaba en
un tono duro y enseguida lo soltó. La sensación suave de la boca volvió entre sus muslos. Empujó su
lengua a los bordes de la abertura.

Descaradamente, ella se apretó contra su estimulación. Él sostuvo sus caderas en su lugar, evitando que
se moviera. Le dio la vuelta, inclinándose entre sus pliegues hasta su clítoris y la espalda, parando en la
entrada de su culo. Ella enterró la cara en las sabanas para amortiguar los sonidos que salían de ella.

Sosteniendo las sabanas, las mordió, temblorosa por su liberación.


Aspiró el chorro de humedad entre los labios interiores. ―Delicioso. ―La sensación de su cuerpo subió
atravesándola. El sonido de la húmeda caricia fue tras ella.

Él abrió las piernas. La humedad dificultando la entrada trasera de su cuerpo.

―Relájate... ―le frotó la espalda.

―Por favor. No puedo. ―Movió sus manos para detenerlo.

Él la agarró por los brazos y los puso a la cama. ―No voy a seguir hasta que me lo pidas. ―Sobre ella,
se quedó inmóvil. Su aliento tronó por encima de ella.

―¿Cómo puedo tomarlo de esa manera?

―Con facilidad. ―La besó en el cuello―. Respira lenta y profundamente.

Siguiendo las instrucciones, inhaló y exhaló. Hasta ahora, había mostrado su voluntad. Si él no pensaba
que le gustaría eso, no tenía ninguna razón para hacerlo, ya que no tenía intención de buscar su propia
liberación.

―Si estas tensa, va a doler. Relájate, Simone. Quiero mostrarte la felicidad. ―Luego metió el gran pene
en ella. Él la besó entre los omóplatos mientras se movía más adentro―. Eso es. Llévame adentro.

Cada centímetro de su cuerpo estaba en el borde. Deslizó su mano por debajo de ella y le frotó el
clítoris. El suave toque de sus dedos se deslizó en sus jugos y la giró. La levantó para él, de pie,
empujando más de sí mismo en su interior. Los gruñidos se le escapaban.

Se relajó y sus pies encontraron el frío suelo. Con cada embestida, se trasladó más profundo dentro de
ella. El dolor se disipó. Todo lo que quedaba era él dentro de ella y su toque estimulándola. Ella se
quedó sin aliento. Con cada embestida, la conducía más cerca del cielo.

―No te detengas, Lilu.

Él se echó a reír. ―Como quieras. ―Por dentro y por fuera, trabajó en la estrecha abertura―. ¿Te
gusta, no?

―Sí. ―Sus miembros se sentían en llamas―. Más, por favor. ―El sudor revestía su cuerpo.

Cada movimiento era más voluntario que el anterior. Él tocó su clítoris.

Sus músculos apretaban y palpitaban. Ella gritó de alegría, flácida en sus brazos. Una lágrima cayó de sus
ojos.
El precio de la libertad
Traducido por lizels
Corregido por Eneritz

S
imone sostuvo sus fuertes brazos alrededor de ella. Delicadamente, se retiró de ella y se
acostó en la cama. Presionó un beso suave en la parte de atrás de su cabeza.

Su corazón se aceleró. Ella tembló y se sacudió. Un paño caliente y húmedo pasó entre
sus pliegues y por debajo de su trasero, limpiándola. El agua goteaba a unos pocos metros de distancia.

―Estoy limpiándote antes de entrar en ti. Un chico puede ir siempre hacia el frente primero y después
al trasero, pero nunca al contrario ―incluso cuando se acostaba con ella, le enseñaba acerca de su
cuerpo y los hombres.

―¿Es común para los hombres querer entrar por el trasero y después por el frente? ―Relación anal le
susurro su mente. Actos de dandis, realizados en callejones.

―Muchas veces las mujeres piensan que somos todos iguales, pero cada uno de nosotros tiene sus
preferencias individuales.

Los hombres parecían disfrutar del placer. Cada uno con su propio toque o lo que eso significaba.

―¿Prefieres el sexo de esa forma?

―Me gusta primero probar a la mujer ―el agua goteaba y se escurría―. Me gusta que me tome en su
cuerpo en todas las formas posibles. Esa es otra razón por la que te estoy lavando, así podrás probarme.
Tomarme en tu boca. Quieres eso ¿no?

―Sí ―se sentó y se giró en la dirección de dónde provenía su voz.

Sus pasos se aproximaban. Él colocó una mano detrás de su cabeza.

―Abre tus labios para mí.


Ella abrió la boca. El frescor del jabón duró un poco más allá. La punta lisa de él se reunió con su
lengua. Ella lamió, mojando su carne. Fluido salado y caliente se recogió en la cabeza. Colocó su boca y
bombeó hacia arriba y abajo.

―¿Te gusta tenerme en tu boca?

Ella asintió con la cabeza, chupándolo.

Con la mano, él la giró de vuelta más rápido. Más de su sabor derramándose en su boca. Por los cabellos
él la puso de espaldas, después la soltó. Ella lo sintió arrodillado en frente de ella.

―Es hora ―dijo―, ¿estás lista?

―Sí, Lilu ―finalmente lo vería como realmente era. No con la máscara que se sentía obligada a usar.

Él le levantó la venda de sus ojos.

La chimenea, amarilla y naranja parpadeaba en el espacio. Ella parpadeó para concentrarse en la


iluminación tenue. El tono de su piel era oscuro. Rojo sangre y ennegrecido, unas alas plegadas estaban
colgando detrás de él. Las puntas tenían ganchos como garras. Él se arrodilló, desnudo, su enorme
erección era claramente visible. Las líneas musculares, rígidas y su físico mostraban contornos angulares.
Era perfecto. Lo blanco de sus ojos parecía brillar alrededor de sus iris negras. Ella podía ver su propio
reflejo en ellos.

Tenía tristeza en su alma. Las cualidades humanas de su rostro le daban una belleza extraña.

La visión de él no la asustó. Se inclinó y besó sus labios llenos, oscuros.

Una emoción se disparó dentro de ella. Él no se movió. Una lágrima se arrastró hacia abajo por su
mejilla. La idea de él siendo el primero en reclamar su cuerpo en todos los sentidos, hizo que el calor y
la humedad se encendieran entre sus piernas.

Él se retiró.

―¿Por qué hiciste eso?

―Te quería besar ―dijo ella. Era difícil imaginar no ser tú mismo cuando estabas físicamente intimando
con otra persona―. Creo que eres hermoso.

Él la observó por un largo rato.

―Te enseñé bien.

―Siento mucho si te hacen sentir que tienes que esconder lo que realmente eres del mundo, pero yo
veo belleza ―ella tocó su nariz, arrastrando la punta del dedo a lo largo de su frente.

Él besó su frente. Las lágrimas en sus ojos.

―Acuéstate y abre las piernas para mí. Quiero probar la sangre de tu inocencia antes de reclamarla.
Antes de que la reclamara… petición solicitada, se extendió en la cama y abrió las piernas. La sensación
caliente y húmeda de su lengua recorría la hinchazón de su humedad. Él gimió. Todo lo que ella quería
era tocarlo mientras le daba placer, pero solo permaneció inmóvil.

Él metió un dedo en su abertura. Ella sintió incomodidad. Agarró las sábanas y aplastó los labios. Él
volvió al área adolorida.

Después de eso, ella sería diferente. Suya para siempre. Sabía eso y así hizo su corazón. Él se levantó,
lamiendo sus labios. En su mirada brillaba el hambre.

―Gracias ―con su mano, se levantó y se arrodilló en la cama entre sus piernas.

―¿Me das tu inocencia de buena gana, Simone?

Ese demonio no era un extraño para ella. Ella lo conocía bien. Lilu. Eravas. Su corazón le pertenecía.

―Sí.

―Me honras.

Él pasó una de sus piernas alrededor de su cintura, luego guio la cabeza de su pene hacia su abertura y
empujó. La habitación estaba caliente, pero ella se estremeció en sus brazos, su erección estiró su
pequeña abertura. La verdad era que él era el único hombre al que ella quería darse, para siempre.
Apretó su mandíbula con molestia. El dolor le dio la bienvenida, cuando juntó su cuerpo con el de él. Él
se movió dentro de ella, empujando su grosor en su cuerpo. ¿Y si tal vez sus palabras eran verdad? Que
ella era la única humana a la que dejó ver su verdadera forma. Era difícil descubrir por qué… pero la
alegría creció dentro de ella. Fue la primera mujer en amar a Lilu.

―Eres tan estrecha ―susurró él en su oído―, nunca quise a nadie como te quiero a ti, Simone.

Ella envolvió sus brazos alrededor del cuello de él.

―Eres todo lo que quiero, Lilu.

Se levantó y miró sus ojos.

―Eres el único que me respeta ―sonrío hacia él.

―No sabes lo que dices ―él la beso, separando los labios con la lengua―, pero estoy agradecido por lo
mismo.

Ella chupó su labio.

―Te amo ―él se entrometió en su interior. Ella quería que nunca acabara, que él nunca dejara de estar
dentro de ella. La vida era muy corta. Resistió, conociendo su impulso. El hambre que él le introducía
tenía un poder sobre ella.

A pesar del dolor que sentía porque estaba invadiéndola, deseaba más.
―El apretón me sorprende ―él le abrió los labios con los suyos, y bebió dentro―. ¿El dolor es
insoportable?

―Necesito que estés dentro de mí ―le dijo ella.

Dentro y fuera, él trabajó en su manera más profunda.

―Simone.

Ella se sostuvo en él, su propio cuerpo repleto de felicidad.

―Lilu ―lágrimas se deslizaban por su rostro.

Sus movimientos crecieron erráticos. Calor inundó su interior cuando él empujó más profundo. Unas
sacudidas invadieron su cuerpo. Él quedó inmóvil encima de ella.

Las lágrimas se deslizaban desde sus ojos por su rostro.

Ella acarició las lágrimas.

―Espero haber merecido la pena.

―Dios, sí ―él le apretó fuertemente y le dio un beso en la mejilla―. Te amo. Te amé desde que estaba
sentado en la parte de atrás de la habitación. Tu corazón irradiaba tanta belleza. Cada vez que estaba
cerca, cavabas en mí.

Aunque su cuerpo mostró el desgaste de su profesión, su interés no desapareció, pero lo que hoy él le
había dado era sagrado y lo amaría por siempre.

―Compré tu libertad ―él apuntó hacia un papel sobre la mesa de al lado y se retiró de su cuerpo.

La ausencia de él dentro de ella le congeló el corazón.

―Cuando salgas de aquí serás libre. Debes tener una casa y dinero para cuidar de tus hermanos y de ti
misma. Una vida modesta, pero sin necesidad de pedir o tomar a hombres extraños en la cama, si no
quisieras. La escritura de una casa pequeña, con algunos terrenos también. Nadie te va a incomodar allá.

Sin él dentro de ella, se sentía vacía.

―¿Irás a verme?

―No. Esta será la última vez que nos veamos ―se levantó y se cubrió con una sábana.

Ella no quería eso.

―¿Por qué?

―Es parte del precio de tu libertad ―¿Qué concordó hacer él por ella?
―¿Cuál fue el precio? Todo. Dímelo, por favor ―humo se movió alrededor de él y apareció como
Eravas, el humano. Ella perdió la visión de su verdadera forma.

―Mi alma.

Ella se atragantó

―¿Qué? No te entiendo. Eso no puede ser.

―Lucifer esperó un largo tiempo para encontrar a la mujer por la que daría mi alma. Nunca te veré
después de esta noche.

―¿Por qué estuviste de acuerdo con eso?

―No podría dejar que la oscuridad absorbiera tu bondad. Te amo. Él nunca interfirió, pero me llamó. Y
yo quería ser lo que tú vistes en mí.

Ella se cubrió con su ropa.

―Por favor, devuélvelo.

―No es posible, si pudiera no iría. Él me recompensó con una eternidad en la oscuridad por liberarte
―él besó su frente y desapareció.

La habitación estaba en silencio. Las sábanas manchadas de sangre. Su inocencia lo era en más de un
sentido.
Libertad
Traducido por sttefanye
Corregido por Eneritz

M
uchos de los pensamientos de Simone derivaron hacia Eravas, hacia Lilu, y el dolor
que él debía soportar en el infierno por su libertad. Su corazón le pesaba. Los
meses habían pasado por ella, más no perdía la esperanza de que fuera liberado por
la gracia de Dios. Ella no lo volvería a ver, pero aun oró por él.

Charles y Louis jugaban afuera mientras ella observaba. Tenerlos en casa aliviaba su pesado corazón.
Pero, colocó una cara seria. Mañana, iban a volver a la escuela por otro semestre. Se llevaban bien con
los otros alumnos.

Aunque odiara incluso el pensamiento de eso, necesitaba un hombre cerca. ¿Podría encontrar un
marido? ¿Alguien para enseñar a sus hermanos sobre las mujeres y la vida? Ella sola no podía mucho en
la propiedad. Tal vez amaría a ese hombre. ¿Si no, él podría ofrecerle compañía? ¿Qué hombre la
desearía?

A pesar de que su piel no era oscura, ella no era justa también. No era alguien con la que se pudiera
pasar. Nadie quería vivir en la clandestinidad. Los únicos hombres que gustarían de ella, eran a los que
ella no quería.

—¿Crees que sería prudente buscar un hombre? —La voz de Eravas vino detrás de ella.

Ella se volteó para encontrarlo allí en carne. En forma humana.

—¿Eres real?

—Piel, hueso y sangre real —dijo él—. En la forma de Lilu, también.

Ella saltó en sus brazos. Él la levantó, sujetándola firme. Ella cubrió su rostro con besos.

—¿Cómo es que estás aquí? No es que eso importe.


—Parece que hay una pequeña cláusula sobre entregar tu alma por la libertad de otro, es un sacrificio
digno de rendición. Cuando Lucifer recogió mi alma, tu Dios intervino. Fui llevado al cielo. Y mi alma
restaurada.

—Te eché de menos. —Ella no podía creer que era real. Que estaba con ella.

—Como yo, Simone. —Él la abrazó fuerte—. ¿Vas a tenerme?

—Muchas veces, espero. —Sonrió.

—Y ellos se preguntaron porque escogí una vida humana contigo sobre los deberes celestes. Solo puedo
imaginar que es porque nunca conocieron el amor de una buena mujer. —Llegó debajo de sus piernas y
la acercó.

—¿Me escogiste? —Parecía increíble que ante la opción del Cielo, él volviera para estar con ella.

—Siempre voy a buscarla cuando haya una opción. —Sus palabras enviaron calor subiendo hacia su
corazón—. Nos debemos casar por causa de los niños.

—¿No es por qué te quieres casar conmigo? —Quería que él ansiara una vida con ella.

—No quiero parecer muy necesitado —sonrió—. ¿Te quieres casar conmigo, Simone?

—Ya que tu alma vino hacia mí una vez y escogiste estar conmigo sobre el cielo, no veo cómo rechazarlo.

—Delante de tu Dios, espero que me prometas tu amor por toda la eternidad.

¿Ya no le había mostrado que su corazón le pertenecía solo a él, pensó.

—¿Hasta que la muerte nos separe?

—La muerte no nos puede separar. Tengo certeza de eso.

—Voy a tomar esto de ti. —Ella inclinó una sonrisa y le guiñó un ojo.

Él pasó los brazos alrededor de ella y la besó suavemente. —Creo que Dios, también.
Moderadora de Traducción

Edel

Grupo de Traducción

Blanca20011983

Edel

Lizels

Sttefanye

Moderadora de Corrección

Leluli

Grupo de Corrección

Eneritz

Francatemartu

Laumonn

Isgab38

Revisión

Blanca20011983

Diseño

Liz
A.C. MASON

Nacida de la unión de su madre escocesa y belga y un


padre afroamericano y Cherokee, la juventud de A.C.
Mason estaba llena de dicotomías y de moverse de un lugar
a otro. Ella desarrolló una curiosidad para explorar a través
de la redacción del lado sórdido de nuestra naturaleza y
deseos. A esto se añade su fascinación por la teología, la
política, la historia, el horror y erotismo. Y voila, su voz
distinta superficie. Dada su propia experiencia diversa,
escribe historias que representan el mundo creció pulg.
Ella disfruta de profundizar en los reinos de lo
desconocido y borrando los límites de precaución. Sus
historias son el lugar donde la oscuridad se reúne con el
deseo humano y los finales de cuentos de hadas no ganan.

Habla con fluidez el francés y el Inglés. Ella es una ávida


viajera, incluyendo la mayor parte de Canadá, tanto de los litorales de Estados Unidos, Inglaterra y
Europa. Durante los últimos nueve años de su vida, ella ha trabajado con un pie en el pasado que abarca
desde el siglo 18, la teoría del estrecho de Bering hasta la actualidad, victoriana y ahora la Segunda
Guerra Mundial.

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