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Pablo Beltrán Ardila

Emilio Alejandro Alméciga Mora


Juan Manuel Salamanca Bautista
Benjamin, Walter. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.
(1936). Traducción de Jesús Aguirre. Madrid: Taurus, 1973.

Palabras Clave: Aura, obra artística, reproductibilidad, masificación, exhibición,


política, fascismo, ritual, cultura, culto.

Walter Bendix Schönflies Benjamin nació en Berlín, (por ese entonces ciudad
del Imperio alemán) el 15 de julio de 1892, y falleció en España el 26 de septiembre
de 1940. Fue un filósofo, crítico literario, traductor y ensayista alemán. Su
pensamiento recoge elementos del Idealismo alemán o el Romanticismo, del
materialismo histórico y del misticismo judío que le permiten hacer contribuciones
perdurables e influyentes en la teoría estética y el Marxismo occidental. Su filosofía
critica las condiciones de la modernidad en las primeras décadas del siglo XX que
trajo el capitalismo y la idea del progreso material-humano. Así como reflexiona sobre
la historia como experiencia humana para el vencimiento del olvido de las “voces
vencidas”.
Benjamin empieza su ensayo con un prólogo que menciona el marxismo
para dar base teórica a sus argumentos. Allí, antes de empezar a comentar el carácter
reproducible del arte por su cualidad humana, abre tres preguntas: sobre el arte del
proletariado después de su toma del poder, [...] sobre el de la sociedad sin clases; y
por último algunas tesis acerca de las tendencias evolutivas del arte bajo las actuales
condiciones de producción. Entonces Benjamin piensa que dichas tesis desembocan
conceptos que incontroladamente son usados por el fascismo, pero que tratados con
cautela “son utilizables para la formación de exigencias revolucionarias en la política
artística”. De manera que hace un breve recuento histórico de la reproductibilidad
técnica del arte: la fundición de monedas por los griegos, la xilografía, el aguafuerte,
la imprenta, la litografía. Todas contribuyeron a la masificación y comercialización del
arte.
De esta manera, Benjamin afirma que la reproducción de una obra de arte no
posee el significado de la obra original. Pues no sólo son las condiciones de la obra
las que cambian, sino el ritual con el que es hecha. El lugar de origen es irrepetible,
es lo que constituye el concepto de su autenticidad. Es por eso que el autor habla de
la atrofia del aura de la obra de arte, que se da cuando se pierde el ámbito tradicional.
La percepción sensorial encuentra también ciertos cambios históricos. El
cambio de la percepción sensorial supone el deterioramiento del aura de una obra de
arte. Para Benjamin, las sociedades de su época tienen un afán por adueñarse de los
objetos mediante la reproducción.
“La unicidad de la obra de arte se identifica con su ensamblamiento en el
contexto de la tradición”. La tradición cambia históricamente, aunque el aura se siga
manteniendo. El ensamblamiento original encuentra su expresión en el culto, en lo
ritual. La fotografía significó la cercanía de la crisis del arte. Así, el “arte por el arte”
se convirtió en una teología del arte que lo desligó de toda función social. Sin
embargo, haciendo Benjamin justicia a tales hechos, la reproductibilidad le quita el
carácter parasitario del ritual al arte. Pero cuando fracasa la autenticidad de la obra,
se trastorna su función íntegra. Deja de tener fundamentación en un ritual para tenerla
en la política.
El autor distingue dos formas de recepción de una obra artística: el valor
cultural y el valor exhibitivo. El valor cultural empuja a la obra a mantenerse excluida
por pequeños grupos de personas. La exhibición es directamente proporcional con la
pérdida de sentido cultural de una obra, según Benjamin. Podemos decir que esto
supone un reto por exhibir una obra sin afectar su sentido cultural.
Para el caso de la fotografía el valor exhibitivo comienza a doblegar al valor
cultura, sin embargo, este último aún se hace presente con el retrato, pues se logra
generar un culto a las personas presentes en la fotografía al capturar su aura, algo
sin lo cual la fotografía se convierte en algo meramente exhibitivo.
Hacia 1900 Atget comenzó a retratar las calles vacías de París, convirtiendo a
la fotografía en un método de registro histórico que ocasionaria la divulgación masiva
de fotografías en periódicos, que con una mirada acertada o errónea describen la obra
de arte, otorgándole una comprensión prescrita a los receptores.
De esta manera la nueva era de la reproductibilidad técnica desligó al arte de
su fundamento cultural, pues se produjo una modificación en la función artística que
comenzó entonces a verse sometida ante el exhibicionismo, y pese a que varios
críticos se empeñaran en vincular el cine con el arte, Werfel afirma que el cine es una
copia estéril del mundo exterior y es esto lo que ha obstruido el camino para que
ascienda al reino del arte.
Se observa el caso del actor de teatro que se presenta personalmente al
público para su ejecución artística, que para el caso del cine es presentada por medio
de todo un mecanismo. Esto conlleva dos consecuencias; el mecanismo que pone al
actor ante el público rige su labor artística a los fines de una película montada por
completo, donde la ejecución artística del actor pasa a ser parte de un equipo
predispuesto para un resultado cinematográfico. Otra consecuencia es que el actor
se ve mermado de la posibilidad de acomodar su actuación al público durante la
función pues es presentado por el mecanismo al espectador, imposibilitando cualquier
tipo de contacto con el artista, mermando todos los valores culturales.
Según Pirandello, el actor se siente exiliado, no sólo de la escena, sino de su
propia persona, transformándose entonces en una imagen muda que tiembla en la
pantalla un instante y que desaparece enseguida, pues la pequeña máquina
representa ante el público su sombra, pero él tiene que contentarse con representar
ante la máquina. Esto conlleva a que por primera vez gracias al cine el hombre llega
a la situación de tener que actuar renunciando a su aura al actuar ante los aparatos
que ocupan el lugar de público, desapareciendo el aura del actor y con ella la del
personaje que representa.
La industria cinematográfica reduce al artista tratando al actor como un
accesorio escogido característicamente, al cual simplemente dispone en un lugar
adecuado para sus intereses. Esto sumado a muchas otras cosas justifican que el
arte se ha escapado del reino del halo de lo bello, que se pensó por largo tiempo que
podía alcanzar florecimiento.
De esta manera, como lo menciona Pirandello, a diferencia de la imagen en el
espejo, en el cine se ha hecho transportable a la imagen ante un público de
consumidores que forman parte del mercado, un mercado al que el actor va de
manera tan poco asible como cualquier artículo que se hace en una fábrica. Al extirpar
el aura a los actores la industria del cine le responde al público con una construcción
artificial del aura, bajo las figuras de “estrellas” que conservan la magia de la
personalidad pero reducida a la magia averiada de su carácter de mercancía.
Con la masificación de las artes se ha alcanzado que desde finales del siglo
pasado una cantidad cada vez mayor de hombres puedan aspirar a hacer parte del
arte, como sucede en el cine, donde cualquier hombre aspira hoy a participar en un
rodaje, y donde la distinción entre autor y público está por tanto a punto de perder su
carácter sistemático.
Benjamin precisa la relación existente entre el operador y el pintor, el pintor es
total y la de la cámara múltiple, troceada en partes que se juntan según una ley nueva.
Además afirma que la reproductibilidad técnica de la obra artística modifica la relación
de la masa para con el arte. De modo que caracteriza este comportamiento de manera
progresiva, esta vinculación es un indicio social importante, es decir, cuanto más
disminuye la importancia social de un arte, se disocian en el público con actitud crítica.
Siendo así, la pintura no está en situación de ofrecer objeto a una recepción
simultánea y colectiva; distinta de la arquitectura, la cual desde siempre ha estado en
la situación de confrontarse con las masas de una manera inmediata.
Además, el autor ahonda en las diferencias entre la obra teatral y la obra
cinematográfica; la primera representa el principio de emplazamiento, por el cual no
se descubre que lo que sucede es una ilusión; la segunda como resultado de un
montaje tomado de un aparato fotográfico, representa la realidad de sobremanera
superficial. Dicho esto, nace la confrontación de la relación entre pintor y operador
de la cámara, mientras el primero observa desde una distancia natural y obtiene una
imagen total, el segundo se adentra en la textura de sus datos, resultando en una
imagen múltiple y troceada.
Aun así, una de las funciones revolucionarias del cine consiste en reconocer
que la utilización científica y artística de la fotografía es idéntica. Partiendo de la
psicopatología de la vida cotidiana, se puede decir que el cine ha traído consigo una
profundización de nuestra percepción. Benjamin enfatiza que uno de los cometidos
más importantes del arte, es provocar una demanda cuando todavía no ha sonado la
hora de su satisfacción plena del público, justamente dicho efecto fue impulsado por
el dadaísmo con los medios como la pintura, objetivo que hasta el día de hoy se
propuesto el cine. Así, la obra artística se ha convertido en un proyectil, que choca
contra los destinatarios, pasando del tradicional ejercicio de contemplación que
impulsaba la pintura, por un ejercicio de exhibición, valiéndose del escándalo público
como método de satisfacción masificado.
Finalmente, Benjamin propone la relación de las masas y el arte, de modo que
las masas buscan disipación pero el arte reclama recogimiento, es decir, “quien se
recoge ante una obra de arte, se sumergen en ella; se adentra en esa obra (…) por
el contrario, la masa dispersa sumerge en sí misma la obra artística”. Una
representación clara de esta la encontramos en arte, como prototipo artístico, cuya
recepción sucede en la disipación y por parte de una colectividad. De modo que se
puede afirmar que la recepción en la disipación se hace notar insistente y
crecientemente en todo los terrenos del arte, especialmente en el caso del cine,
puesto que coloca al público en el papel de experto y examinador disperso.

En conclusión, Walter Benjamin considera que mientras el arte se masifica


tiende a perder su carácter cultual y ritual. Aunque la percepción sensible y el sentido
ritual de una obra de arte inevitablemente cambian históricamente, el aura con que
ésta se presenta puede mantenerse inmóvil en el sentido de que aún conservará su
significado cultural. Además, enfatiza en el hecho sobre el cual, las artes deben
distanciarse de la teología que propone “arte por el arte”, pues considera que el arte
debe ser politizado, reivindicando la función social que su aura debe poseer, y
disponerse como instrumento de emancipación de los oprimidos, en lugar de ser
instrumentalizarse favor de las pretensiones fascistas que estetizan la prácticas
bélicas de dominación.

Preguntas:
a. ¿De qué manera el arte se configura como una herramienta de
resistencia ante políticas fascistas?
b. ¿Cómo conservar el aura de una obra exhibiéndose sin repercusiones
de masificación?
c. ¿Cómo recuperar el valor cultural de una obra que ha sido masificada?

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