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A los ciudadanos venezolanos ante esta nueva coyuntura…

Quien escribe estas líneas ha sido activista en los últimos años, desde el movimiento
estudiantil, la militancia política y la acción social y comunitaria. Desde esos espacios hemos
crecido a contra corriente de las circunstancias y vicisitudes, y hemos trazado algunas ideas
respecto al país que ha venido surgiendo, luego, particularmente de 2012. Las diversas dinámicas
desencadenadas a partir de la muerte de Hugo Chávez nos han empujado a una carrera llena de
incertidumbres y profundos desalientos, no sin falta de algunas motivaciones y ciertas esperanzas.
Sin embargo, en los últimos meses he decidido distanciarme un poco del caos político, de la
fugacidad de los ánimos sociales y los discursos altisonantes o retóricos para tratar de
comprender, en un ejercicio de soledad y en un mar de confusión, la verdadera situación de
Venezuela.

Pero los tiempos empujan, y el hundimiento republicano no puede pasar desapercibido- ni


mucho menos callado- por todas las voces. Es un deber cívico participar en los debates políticos,
aun contra el fanatismo y el sin sentido de muchos. El domingo 20M el país será llamado de nuevo
a un supuesto proceso electoral, en medio de la peor crisis humanitaria en más de 150 años de
historia republicana, con el cuestionamiento de las garantizas electorales y con un repudio
generalizado de la comunidad internacional a dicho evento electoral. Nos aproximamos entonces,
a algo distinto a una simple elección; por sus condiciones, su contexto y sus actores. Esto pues me
obliga a hacer algunas consideraciones en esta oscura y menguada hora de nuestra golpeada
república.

El gobierno venezolano ha corrido cada vez más fuerte hacia un autoritarismo cada vez
mayor, desde la destrucción institucional hecha por Chávez hasta el control total del estado por
parte de Nicolás Maduro. Las elecciones parlamentarias de 2015 determinó la agudización de un
proyecto hegemónico planteado formalmente desde 2006 (cuando Chávez se asume
públicamente socialista) pero presente desde 1999 y circulante desde hace mucho tiempo en
nuestros fantasmas históricos. La historia venezolana ha estado signada por la insaciable lucha
entre los valores liberales, civiles y democráticos de nuestra gente y nuestras elites, y los
resquemores y persecuciones de quienes siempre han negado la libertad y el progreso social.
Hugo Chávez no solo fue la respuesta social al descredito de los partidos políticos tradicionales,
sino la cara visible de una tendencia que niega a la civilización y al desarrollo: El militarismo y las
ideas antidemocráticas.

Y son justamente estas ideas y este militarismo quienes asumen el poder en 1998 y lo
conservan en la actualidad. Para lograr mantenerlo han acudido a la manipulación descarada del
imaginario colectivo e histórico (una reedición de la historia nacional) y a la construcción de bases
y estructuras clientelares y de presión e intimidación. Esto ha hecho que hayan podido socavar el
estado venezolano (históricamente constituido) y comenzar la construcción de un estado (y con él
de un sistema de relaciones y contrapesos de poderes) revolucionario. Los estudios de Margarita
López Maya son verdaderamente reveladores al respecto.
Esto ha hecho que la dinámica democrática venezolana instaurada en 1958 se haya diluido
en la medida que se construía- y se sigue construyendo- el estado revolucionario planteado en los
fundamentos teóricos del Partido Socialista Unido de Venezuela. Las prácticas democráticas han
venido perdiendo valor, en tanto prácticas que permiten los flujos de las tenciones sociales y
representan posibilidades reales de cambios políticos. Y aunque la democracia en general y el voto
en particular se hayan sembrado en la conciencia histórica de los venezolanos, se configuraron
bajo un sistema democrático de partidos para un sistema democrático de partidos. La realidad
venezolana actual dista mucho de tal sistema y de tales prácticas reales.

Por lo tanto y por razones jurídicas que conocemos (la ilegitimidad de la Asamblea
Nacional Constituyente) este proceso electoral representa un nuevo fraude ante la sociedad
venezolana y una tergiversación del voto como medio de resolución de los conflictos políticos. La
violación sistemática de las garantías electorales, la ilegalización de los partidos políticos, la
ausencia de observadores internacionales imparciales y el amedrentamiento hacia los ciudadanos
para la elección de determinada opción es una muestra innegable de que no estamos frente a una
elección. Estamos frente a una burla hacia el espíritu democrático de los venezolanos.

Sin embargo no faltan quienes calculan la posibilidad de un quiebre político del chavismo
con este pseudo proceso electoral para la inserción de otros actores y presiones que generen por
fin una transición política. Este cálculo pudiera ser verdad en otros contextos, pero en la actual
situación venezolana parte de una premisa que es muy cuestionada: la creencia de que el manejo
y los cambios de las relaciones de poder en nuestro país se enmarcan en unas prácticas
democráticas. ¿Realmente se puede seguir manteniendo la creencia y las convicciones de que los
demócratas venezolanos estamos jugando con contrincantes democráticos, con reglas
democráticas? ¿No ha servido por el contrario las tergiversaciones electorales (uso de los medios y
recursos del estado, grupos paramilitares auspiciando el terror y el amedrentamiento,
inhabilitación de candidatos electorales y sistemas clientelares de obtención de votos) como un
mecanismo de destrucción institucional?

Ya el debate no es entre la legitimidad e ilegitimidad que puede dar un proceso electoral


en estas paupérrimas condiciones, sino la restricción de lograr por medio de él cambios
sustanciales en el poder político nacional. Lo otro, es la degastada y golpeada capacidad de
organización de la oposición democrática venezolana: construir una maquinaria electoral
verdaderamente poderosa que capitalice todo el descontento social hacia un elección es algo que
tiene muy cuesta arriba la oposición política; movilización de testigos y miembros de mesas en
todos los centros electorales capaces de resistir el amedrentamiento oficialista, y soterrar el
control social de la población venezolana, no les resulta fácil.

Y finalmente otro elemento es ese: el control social del país. Como he dicho, uno de los
mecanismos que contribuyen a mantener el estatus quo actual son las estructuras que soportan el
poder en Venezuela. Primero, el control orgánico de las Fuerzas Armadas Nacionales (orgánico
porque aunque se sabe de las disidencias y las conspiraciones dentro de su seno, por lo menos
hasta el momento en que tecleo estas líneas 16/05/2018 la dictadura conserva el poder militar del
país). Segundo, las redes clientelares de dependencia, como los CLAPS (aproximadamente unas 13
millones de personas dependen directa e indirectamente de esos alimentos según Encovi 2018)
generan toda una red de movilización y amedrentamiento que se traduce en votos (castigos o no,
pero votos para nada libres en general). Y tercero, una población sucumbida a la pobreza y la
devastación: la pulverización de la clase media y el aumento exponencial de la pobreza en el país,
no solo se deben a las perversiones del sistema rentístico petrolero, sino a directrices pensadas
desde el proyecto hegemónico en el poder. Ante este cuadro, política y partidistamente, resulta
demasiado difícil para una oposición ahogada y perseguida (hasta desprestigiada por sus propias
contradicciones) promover una movilización electoral con el fin de cambiar el poder.

Así pues que acudir a este pseudo proceso electoral para cambiar un orden de cosas de un
sistema empobrecedor demuestra un desconocimiento de ese mismo orden de cosas que
legítimamente se quiere cambiar. Es necesario ante estos momentos de dudas e incertidumbre
dedicarnos a pensar y comprender el contexto donde nos estamos moviendo; la democracia
venezolana institucionalmente se destruyó y para reconstruirla es imperativo ver donde estamos.
Inclusive más allá de lo inmediato.

Si el domingo 20M quedará electo otro candidato distinto a Nicolás Maduro no significaría
ni el quiebre del sistema ni el inicio de una transición política hacia caminos más democráticos. El
régimen chavista ha colocado una Asamblea Nacional Constituyente (ilegitima pero no por eso
irreal) que controla los poderes del país y que el candidato tendrá que reconocer ya
explícitamente para tratar de convivir con ella mientras pueda. Esto dará poco margen de
maniobra para un cambio político efectivo (y no de simples caras). Lo otro son los posibles
cambios de estructura de poder que vendrán con la nueva constitución que emanará de la ANC y
que desde ya, se lo aseguro, las distintas fracciones de poder chavista están pensando. No es un
tema los pequeños e inmediatos movimientos, sino del entendimiento del macro juego.

Ahora, ante ese escenario, muchos me dirán ¿Qué propones? Y legítimamente la pregunta
es muy válida. Sin embargo iré con cuidado. En diversos artículos he escrito que uno de los
mayores errores de la oposición venezolana ha sido el plantear caminos o salidas fáciles, sin
entender que lo que subyace en los procesos históricos es más profundo que simples discursos y
redes sociales. Las enormes esperanzas puestas luego del 6 diciembre de 2015 se diluyeron por la
retórica sin sentido y por la falta de entendimiento del poder totalitario que nos estamos
enfrentando. Por lo cual apelo a la prudencia en este momento que mí también me desconcierta;
no venderé salidas que no conozco ni diré que “en seis meses sacamos a este gobierno”. Solo
puedo afirmar, con la sustancia empírica, que este camino electoral, tal cual como se platea, no es
la solución ni el punto de comienzo de una transición.

Solo puedo decir que para lograr un cambio político real en Venezuela es necesario
quebrar las estructuras de poder que soportan a la dictadura. Generar presiones, organizar la
ciudadanía, en protestas, en movilizaciones y articulaciones en todo el país, junto al aumento de la
presión internacional. Esto no con la ilusa creencia de despertar un sentimiento democrático en el
régimen (la dimisión y esas cosas) sino para hondar en sus contradicciones, en sus divisiones y
pugnas para quebrarlo y obligarlo a concertar una salida a la situación nacional. No significa
protestar sin sentido, sino en algo que Hannah Arendt apuntaba muy bien; la superioridad del
gobierno en momentos de conflictividad social siempre será tal, en tanto ellos (el gobierno)
mantengan sus estructuras de poder. Hoy sabemos que hay militares presos por conspiración,
divisiones dentro del seno del chavismo, sectores disidentes. Esto es una lucha de socavar sus
estructuras, no de invocar votos a un régimen que no les interesa en lo más mínimo. Es más, en un
régimen que ha tergiversado el voto para sus propios fines.

Sé que lo anterior genera dudas y comentarios de muchas personas. Lo entiendo pues yo


también, a mis 23 años me siento desconcertado y confundido por la situación del país. Sin
embargo les recuerdo que en las ciencias sociales, en la política, y en la mi vida misma, no existen
fórmulas, verdades imputables, que nos conduzca a nuestros objetivos. La historia esta plegada
de momentos decisivos construidos por voluntades, más que por verdades reveladas. De allí que
esta propuesta no es más que una incitación a la reflexión, al debate y a la crítica de alguien que
también se cuestiona en este amargo momento el presente y el porvenir.

No se por lo tanto si estas líneas que hoy escribo, al amparo de mi teclado, sean infalibles
y de profundas certezas. No sé si los acontecimientos próximos me darán la razón, o la historia,
siempre tan impredecible, decida por unos de esos traspiés y cambié rotundamente el panorama
que nos embarga. Solo sé que hoy me he decidido redactar esto por el inmenso deber republicano
que siento en esta hora aciaga de nuestra historia, en este momento conflictivo. He sido activista y
dirigente, sin embargo hoy escribo como ciudadano, como joven preocupado por el país y su
porvenir. En este momento de tribulaciones y dificultades, de cuestionamientos individuales y
colectivos, del desarraigo y la nostalgia por las despedidas de quienes dieron lo que pudieron y de
quienes sus lágrimas aun la recordamos, yo sigo viendo un sueño, una esperanza, una tenue luz
que nos indica que aun en los momentos más tempestuosos, el horizonte siempre se pinta claro,
sereno y posible. Eso me lo digo todos los días, eso lo repito en mis espacios, en eso creo. Sirve
estas líneas para poder llegar eso….

Danny Toro

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