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Ecclesia02 1

II. LA IGLESIA «CONSTITUIDA» Y «MANIFESTADA» EN EL NUEVO


TESTAMENTO
1. Jesús y la Iglesia
El tema de la relación entre Jesús y la Iglesia es fundamental para la fe cristiana. El N.T.
nos ofrece algunos trazos sobre cómo surgió la Iglesia. Es importante resaltar el
acontecimiento de Pentecostés y el protagonismo de los Apóstoles, sobre todo el
protagonismo de Pedro, como pionero de la primera comunidad cristiana que, juntamente con
Pablo, el apóstol de los gentiles, se convirtieron en los que contribuyeron enormemente en la
formación y el desarrollo de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles recoge los
requisitos necesarios para formar parte de esta comunidad: la fe en Jesucristo, la recepción del
bautismo y del don del Espíritu Santo, la participación en la eucaristía (fracción del pan), la
caridad fraterna (cf. Hch 2, 38.42-47).
En los evangelios encontramos muchos elementos que aluden a la formación de la
Iglesia; entre ellos podemos mencionar la continuidad de la misión y predicación de Jesús,
especialmente a través de los apóstoles. De forma todavía más relevante en la literatura
paulina y en el resto de los escritos del N.T. aparecen elementos teológicos y organizativos de
esta Iglesia naciente.
Desde el punto de vista teológico el tema de la fundamentación de la Iglesia se plantea
en la época de los Padres de la Iglesia, con Ignacio de Antioquia, san Ireneo, Orígenes, san
Juan Crisóstomo y, particularmente, san Ambrosio y san Agustín. Los grandes Padres de la
Iglesia plantean el tema del nacimiento de la Iglesia recurriendo a la imagen misteriosa del
costado de Cristo crucificado: así como Eva fue formada de la costilla de Adán mientras éste
dormía, así también surgió la Iglesia del costado de Cristo mientras éste dormía sobre el árbol
de la cruz. San Agustín sintetiza este pensamiento del siguiente modo: «cuando el Señor
dormía en la cruz, la lanza atravesó su costado y brotaron los sacramentos con los que se creó
la Iglesia. Y es que la Iglesia fue creada del costado de Adán». Santo Tomás lo resume así:
«por los sacramentos que surgieron del costado de Cristo pendiente de la cruz, fue creada la
Iglesia» (ST III, q. 64, a. 2, ad 3um). La importancia de este simbolismo es tal que es
retomado en la Edad Media por el concilio Ecuménico de Vienne de 1312.
En el período siguiente, caracterizado por las luchas eclesiásticas por el poder, a esta
reflexión se une otra sobre la fundamentación teológica de la Iglesia. Se trata de la elección y
misión de los apóstoles, especialmente de Pedro, como iniciadores de la jerarquía eclesiástica.
Por influencia del pensamiento jurídico se introduce el concepto de ius divinum, como
garantía de la fidelidad histórica y fundacional de la Iglesia y de sus instituciones. Ésta fue
una de las piedras de toque de la disputa con el luteranismo, juntamente con el tema de la
«sola Escritura». Lutero utilizó frecuentemente la expresión ius divinum para designar lo que
está legitimado por la Escritura. El concilio de Trento puso en su justo lugar ambos conceptos
(ius divinum designa una realidad de institución divina positiva, para la que se puede invocar
una referencia escriturística). La contrarreforma posterior acentuó fuertemente el ministerio
de Pedro y el papado, como garantía de continuidad entre Cristo y la Iglesia.
La crítica fuerte sobre esta vinculación entre Jesús y la Iglesia surgió en el siglo XVIII.
Fue el luterano H. S. Reimarus (1694-1768) el primero en afirmar que Jesús no tuvo intención
de establecer una Iglesia sino que pretendió restablecer el reino de David. Reimarus fue el
primero en establecer una separación entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Lo
mismo pensó A. Harnack, de la escuela liberal del siglo XIX, al que le siguió Alfred Loisy
(1857-1940), según el cual «Cristo no fundó formalmente la Iglesia, ni estableció una forma
de gobierno para la Iglesia, aunque el anuncio del reino de Dios y la transmisión de ese
mensaje a sus discípulos condujo de tal modo a la formación de la Iglesia, que es el resultado
de la obra y de la voluntad de Jesús». Es muy conocida la frase de Loisy que dice: «Jesús
anunció la venida del reino y lo que llegó fue la Iglesia». Aunque esta frase pronunciada en un
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contexto de polémica con Harnack no tenía en ese momento el sentido negativo que se le dio
después. La frase continúa diciendo: «La Iglesia llegó prolongando el Evangelio, que ya no
era posible guardar tal cual desde que el ministerio de Jesús se cerró por la pasión». Según
Harnack no hay continuidad entre la Iglesia y el Evangelio; en cambio para Loisy la Iglesia sí
está en continuidad histórica con el Evangelio. Loisy, profesor de exégesis bíblica, publicó en
1902 un libro titulado L’Évangile et l’Église, con el que trata de oponerse a Harnack y su
pretensión de reducir el Evangelio a una doctrina moral. Loisy afirmaba la continuidad entre
la Iglesia y el Evangelio, pero sostenía que Jesús, que consideraba inminente el fin del mundo,
no pensó en fundar comunidad organizada alguna; la Iglesia fluye no obstante del Evangelio
en cuanto prolongación necesaria de la predicación de Jesús al retrasarse la parusía. Diversos
pasajes de la obra de Loisy dejaban en entredicho no sólo la voluntad fundacional de Cristo,
sino también la conciencia de Jesús sobre su divinidad. Su libro suscitó de inmediato fuertes
críticas. Loisy publicó al año siguiente otro escrito titulado Autour d’un petit livre, en el que
reiteraba sus tesis fundamentales, lo que contribuyó a avivar la polémica.
El concilio Vaticano I (año 1869-1870) había declarado que «Cristo decidió edificar la
santa Iglesia» (Pator Aeternus). También los documentos sobre el modernismo afrontaron
este tema, en concreto el decreto Lamentabili y la encíclica Pascendi (san Pío X), ambos del
1907, resumidos en el juramento antimodernista de 1910, que dice así: «Creo igualmente con
fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, fue próxima y
directamente instituida por el mismo, verdadero e histórico, Cristo, mientras vivía entre
nosotros, y que fue edificada sobre Pedro, príncipe de la jerarquía apostólica, y sus sucesores
para siempre». Este juramento fue obligatorio hasta finales del concilio Vaticano II para
ocupar cualquier ministerio en la Iglesia.
A partir de estos textos del magisterio los manuales de teología y de eclesiología
fundamental introdujeron un importante apartado sobre este tema. En esos manuales se
divulgan las expresiones «instituir», «fundar» y «edificar», para significar la relación que
existe entre Jesús y la Iglesia, y se enumeran sus principales actos como son: la vocación y
misión de los doce, la institución del primado de Pedro y su sucesión, la transmisión de la
triple potestad de Cristo a los apóstoles (enseñar, santificar y regir), y la institución de la
Eucaristía como nueva alianza.
Por su parte R. Bultmann y sus seguidores sostuvieron que la Iglesia nació como una
confederación de comunidades locales, sin relación con la voluntad explícita de Jesús. Es
decir, que la Iglesia se constituyó en el imperio romano, bajo el influjo del helenismo y ante la
tardanza de la Parusía. Se separa así la fundación de la Iglesia del Jesús histórico.
H. Conzelmann sostuvo que la predicación de Jesús sobre el reino no encaja con la
fundación de una Iglesia organizada. Ni siquiera hay en Jesús la idea de una Iglesia.
Por su parte, los teólogos judíos consideran a Pablo como el fundador del cristianismo y
de una Iglesia inspirada en Jesús de Nazaret.

Según los nuevos planteamientos, para resolver el problema de si es Jesús o no el


fundador de la Iglesia se recurre a la expresión eclesiología «implícita» de Jesús de Nazaret.
La eclesiología implícita significa que Dios lleva adelante el reino de Dios iniciado por Jesús,
y que el mismo Dios permanece fiel a «este» inicio cuando lo confía, después de la pascua, a
la Iglesia, ligada a la vez a ese inicio (Trilling). Merece particular mención G. Lohfink, crítico
respecto a algún tipo de explicitación, pero defensor de la identidad del pueblo de Dios
escatológico y la Iglesia: Jesús, en efecto, no fue tanto el fundador de una nueva institución
cuanto el salvador de Israel; el que congregó al Israel verdadero de los últimos tiempos: la
Iglesia. Notemos aquí también las sugerentes reflexiones de F. S. Fiorenza que no restringe el
concepto «fundar» a la intención explícita del sujeto, sino que lo sitúa en una interpretación a
posteriori de la historia a partir de la hermenéutica de la recepción. Dentro de este marco son
de especial relevancia los estudios sociológicos sobre los inicios de los seguidores de Jesús,
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especialmente los de G. Theisen y R. Aguirre, que consideran el cristianismo naciente como
un movimiento intrajudío de renovación, que progresivamente consumó su ruptura con el
judaísmo farisaico «oficial».

El concilio Vaticano II ha sido el primer concilio que ha ofrecido un amplio


planteamiento teológico de la relación originaria y fundante de Jesús con la Iglesia. He aquí
un análisis detallado de los textos comprendidos en la Lumen gentium 2-5. En efecto, la
Iglesia, según la constitución dogmática sobre la Iglesia, está ligada a las tres personas divinas
como «un pueblo unido por la unidad del Padre (nº. 2), y del Hijo (nº. 3) y del Espíritu Santo
(nº. 4)» (texto de san Cipriano; cf. también san Agustín, san Juan Damasceno, san Fulgencio,
san Cirilo...: LG 4 al final), y además se relaciona con el reino de Dios (nº. 5). Más adelante,
en LG 18, al tratar de la institución de la jerarquía se refiere al concilio Vaticano I («edificó la
Iglesia santa») y recoge sus textos y pruebas en pro de la vocación y misión de los apóstoles
en su conjunto (LG 18-29).

En LG 2 se habla del designio salvador de Dios Padre, que es quien convoca la santa
Iglesia, «prefigurada desde el origen del mundo, preparada en la historia de Israel, constituida
en los tiempos últimos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará al fin de
los siglos». En este contexto LG se refiere a la famosa expresión patrística ecclesia ab Abel
(san Gregorio Magno, san Ireneo, Orígenes, san Agustín, san León Magno, san Juan
Damasceno).

En LG 3 se habla de la misión y obra del Hijo que «inauguró en la tierra el reinado de


Dios, nos reveló su misterio y nos redimió por su obediencia». Es aquí donde se lo relaciona
con la Iglesia mediante una formulación significativa al afirmar: «La Iglesia, o reino de Cristo
presente ya en el misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios»; y, a su vez,
tal «comienzo y expansión se simbolizan en la sangre y el agua que manan del costado abierto
de Cristo crucificado», imagen mistérica recordada por los grandes Padres (san Ambrosio, san
Agustín), retomada por el concilio de Vienne del año 1312 (DS 901) y por la constitución
conciliar del Vaticano II sobre liturgia (SC 5).

En LG 4 se habla del Espíritu que santifica la Iglesia, en una línea parecida a la de LG 2,


centrándose en la dinámica mostrada por la frase: «de esta forma los que creen en Cristo
pueden acercarse al Padre en un mismo Espíritu», que manifiesta toda la economía de
salvación y hace comprender cómo «el Espíritu vive en la Iglesia» (Spiritus in Ecclesia). Esta
observación recuerda, a su vez, la distinción entre verdades de medio y verdades de fin de
Tomás de Aquino al comentar el credo apostólico y observar que la Iglesia está entre las
primeras, y que más que «creer en la Iglesia» se debe preferir la formulación «creer en el
Espíritu Santo que santifica la Iglesia» (II-II, q. 1, a. 9). Finalmente, el texto conciliar señala
el carácter escatológico de esta presencia del Espíritu y de la Iglesia, que «dicen al Señor
Jesús: ¡Ven!», y concluye con la referida cita-síntesis de san Cipriano sobre la Ecclesia de
Trinitate.

En LG 5, el texto conciliar se centra en la relación entre Iglesia y reino de Dios; es aquí


donde por única vez se usa la palabra «fundación» y «fundador». En efecto, dice el texto: «El
misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación»; y se enumeran los siguientes
«actos fundantes»: «inicio de la Iglesia proclamando el reino prometido»; «su manifestación
se realiza a través de la palabra, las obras y la presencia de Cristo»; «los milagros comprueban
la venida del reino sobre la tierra»; «sobre todo, el reino se manifiesta en la persona del
mismo Cristo»; «Jesucristo resucitado derramó en sus discípulos el Espíritu»: De esta forma
«la Iglesia, dotada de los dones de su fundador..., recibe la misión de anunciar el reino de
Cristo y de Dios... y constituye en la tierra el germen y el inicio de este reino».
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Vemos, pues, cómo el concilio Vaticano II se sitúa en la línea de la reflexión actual sobre
los datos del N.T., según la cual lo más acertado es la idea de una fundación de la Iglesia a lo
largo de toda la actividad de Jesús, tanto del Jesús terreno como del Jesús exaltado. En el
movimiento de convocación del Jesús terreno, en su círculo de discípulos, en sus comidas,
especialmente su última cena antes de su muerte, etc., hay «vestigia ecclesiae» prepascuales
(cf W. Kasper), quizá explícitos o más probablemente implícitos. Todos los elementos y
perspectivas se utilizaron como materiales de construcción en la nueva situación después de la
pascua.

En el marco de la comprensión de estos «vestigia ecclesiae» se sitúa el documento de la


Comisión Teológica Internacional del 7 de noviembre de 1985, sobre algunas cuestiones de
eclesiología. Este documento es una respuesta a ciertos planteamientos quizás demasiado
escépticos o críticos (H. Küng1, L. Boff,…), y también una síntesis actualizada sobre esta
cuestión.

En este documento se dice que numerosos rasgos fundamentales de la Iglesia, que en su


pleno sentido sólo aparecen después de Pascua, se perfilan ya en la vida terrena de Jesús y
tienen su fundamento en ella. Por eso se puede hablar de un progreso y de grados en el
proceso de fundación de la Iglesia. En la predicación y en la vida de Jesús hay una clara
«eclesiología implícita» y «procesual». Según esta comisión, en ese desarrollo se forma a la
vez la estructura básica, permanente y definitiva de la Iglesia. Este documento enumera con
detalle el desarrollo y las etapas en el proceso de fundación:
1) «Las promesas veterótestamentarias sobre el pueblo de Dios, que se presuponen en la
predicación de Jesús y que conservan toda su fuerza salvífica»;
2) «la amplia llamada de Jesús a todos los hombres a la conversión y a la fe»;
3) «la vocación e institución de los doce como signo del futuro restablecimiento de todo
Israel»;
4) «la imposición del nombre a Simón Pedro y su lugar preeminente en el círculo de los
discípulos y su misión»;
5) «el rechazo de Jesús, por parte de Israel y la ruptura entre el pueblo judío y los discípulos
de Jesús»;
6) «el hecho de que Jesús, al instituir la cena y afrontar su pasión y muerte, persiste en
predicar el reino universal de Dios, que consiste en el don de la vida a todos los hombres»;
7) «la restauración, gracias a la resurrección del Señor, de la comunidad rota entre Jesús y sus
discípulos, y la introducción después de pascua de la vida propiamente eclesial»;
8) «el envío del Espíritu Santo, que hace de la Iglesia una verdadera criatura de Dios (cf. la
narración de Pentecostés en los escritos de san Lucas)»;
9) «la misión a los paganos y la constitución de la Iglesia de los paganos»;
10) «la ruptura definitiva entre el verdadero Israel y el judaísmo».

El texto, a su vez, concluye diciendo: «Ninguna etapa, tomada separadamente, es


totalmente significativa, pero todas unidas muestran con evidencia que la fundación de la
Iglesia debe entenderse como un proceso histórico, como el devenir de la Iglesia en el interior
de la historia de la revelación. El Padre “ha querido llamar a todos los que creen en Cristo
para formar la santa Iglesia, que prefigurada desde el principio del mundo, admirablemente

1
Hans Küng formula las afirmaciones siguientes: a) El Jesús prepascual no fundó en vida ninguna Iglesia… b)
El Jesús del estadio prepascual puso mediante su predicación y actividad, los fundamentos para la aparición de la
Iglesia pospascual… c) Hay Iglesia desde que comienza la fe en la resurrección… d) En conclusión, la Iglesia no
tiene simplemente su origen en la intención y el mandato del Jesús anterior a la pascua, sino en todo el acontecer
de Cristo; es decir, en toda la acción de Dios en Jesucristo, desde su nacimiento, actividad y vocación de los
discípulos, hasta la muerte y resurrección y envío del Espíritu Santo a los testigos de la resurrección. Küng no
presta suficiente atención a los elementos que se dan en la cena de despedida.
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preparada en la historia del pueblo de Israel y en la antigua alianza, establecida en los últimos
tiempos se ha manifestado gracias a la efusión del Espíritu y, al fin de los siglos, se consumará
en la gloria” (LG 2). En este mismo proceso se constituye la estructura fundamental
permanente y definitiva de la Iglesia».

Como complemento existe un documento posterior de la misma Comisión Teológica


Internacional referente a la conciencia de Jesús, del 31 de mayo de 1986, que en su tercera
proposición dedicada a esta temática afirma: «Para realizar su misión salvífica, Jesús quiso
reunir los hombres en orden al reino y reunirlos entorno a sí. Para realizar este propósito,
Jesús realizó actos concretos, cuya única interpretación posible, si se toman conjuntamente, es
la preparación de la Iglesia, que se constituyó definitivamente con los acontecimientos de la
pascua y de Pentecostés. Es, pues, necesario afirmar que Jesús quiso fundar la iglesia (Iesum
voluisse EccIesiam fundare)». En el comentario a tal proposición se habla de la categoría
«eclesiología implícita» como expresión de la intención de Jesús, ya que «no se trata de
afirmar que esta intención de Jesús implique una voluntad expresa de fundar y establecer
todos los aspectos institucionales de la Iglesia, tal y como se han desarrollado en el curso de
los siglos». Más adelante se precisa que «Cristo tenía conciencia de su misión salvífica. Ésta
comportaba la fundación de su “Iglesia”, esto es, la convocación de todos los hombres en la
“familia de Dios”. La historia del cristianismo se apoya, en última instancia, en la intención y
la voluntad de Jesús de fundar su Iglesia» (nº. 3,2).

2. Las eclesiologías del Nuevo Testamento


En el estudio de la Iglesia, el NT tiene una importancia fundamental. En el N.T. la
Iglesia se encuentra presente por todas partes, incluso donde no se utiliza ni siquiera la
palabra «iglesia», o no se alude a ningún concepto o imagen. Los escritos del N.T. han nacido
en el seno de la Iglesia y son en su conjunto un testimonio de su existencia y de su vida.
Ninguno de los autores del N.T. escribe como persona meramente privada, sino como
miembros de la Iglesia y en beneficio de la Iglesia, impulsados por lo que preocupa a todos
los cristianos. Los autores de estos escritos son miembros de la comunidad que están
incorporados existencialmente a la Iglesia.
La realidad misma de la Iglesia es anterior a cualquier teología sobre ella. En el N.T.
encontramos una teología de la Iglesia, es decir, una reflexión sobre lo que es la Iglesia. Lo
que ahí se dice es muy importante, porque procede de los testigos y trasmisores de la
revelación de Jesucristo. Ahí revelación y teología se mezclan. Esa teología es la primera
teología verdaderamente fundamental. Esa teología es el reflejo de la conciencia de la Iglesia
primitiva.
No obstante hay que subrayar que no podemos encontrar todavía en el N.T. una
eclesiología en el sentido de una profundización sistemática y de una síntesis de creencias
sobre la Iglesia. Los autores nos transmiten ideas de todo género sobre el ser y la vida de la
comunidad eclesial; pero esas ideas no poseen un carácter unitario. Más que de ideas
sistemáticas desarrolladas, se trata con frecuencia de testimonios sobre la Iglesia; además, se
presentan de forma diferente según sea la naturaleza y el origen de los escritos; pero por su
sinceridad y su antigüedad merecen nuestra atención. En ninguno de los escritos del N.T.
encontramos una imagen completa de lo que debería ser la Iglesia. En el N.T. se refleja la
existencia de varias Iglesias que, después del período apostólico, pasan por diferentes
situaciones.
Hay que tener en cuenta que la mayor parte del N.T. fue escrito después de la muerte
del último apóstol conocido. Salvo las cartas que se le atribuyen indiscutiblemente a san
Pablo, la mayor parte del N.T. fue escrito en el último tercio del siglo I de nuestra era. Los
autores de estos escritos escribieron sin utilizar sus verdaderos nombres o, en ocasiones,
utilizando los nombres de sus predecesores apostólicos. La tradición posterior asignó autores
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a los evangelios, que originariamente eran anónimos; pero los estudios actuales han puesto en
duda la exactitud de esas asignaciones; la asignación de autores, más que decirnos quien fue
su autor, puede haber tenido la intención de iluminarnos sobre la autoridad que estaba detrás
del trabajo individual.
2.1 La Iglesia en las cartas pastorales
Se trata de las dos cartas a Timoteo y de la carta a Tito. Estos personajes fueron dos de
los principales colaboradores de Pablo. Las cartas pastorales pertenecen a un género literario
llamado pseudoepígrafe (falso nombre), corriente en la antigüedad; son posteriores a san
Pablo. El contexto de estas cartas refleja a un Pablo muy próximo a su muerte. En esas
circunstancias la preocupación de Pablo es de carácter pastoral; es la preocupación por la
continuidad de las comunidades que él evangelizó. Es cierto que en las otras cartas no falta
esta preocupación, pero en estas tres cartas esa preocupación es más patente.
Por tanto, este grupo de cartas trata sobre la organización, reglamentación y
estabilización de la vida de la Iglesia. Las cartas pastorales contienen sobre todo indicaciones
pastorales para los dirigentes. Se dirigen a los delegados del Apóstol Pablo. Estamos ya ante
una situación eclesial muy evolucionada, pero no encontramos en ellas grandes
especulaciones teológicas.
La concepción de la Iglesia que se refleja en estas cartas es importante por la época de la
que datan y porque han sido incluidas en el canon de las Escrituras.
La «Iglesia» o la «comunidad» sólo se nombra en tres pasajes de la 1Tm:
- «…quien no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de la iglesia de Dios?» (3, 5)
- «…para que, si tardo, veas cómo te conviene conducirte en la casa de Dios, que es la Iglesia
del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad» (3, 15).
- «Si alguna fiel tiene viudas en su casa, asístalas y no sea gravada la Iglesia, para que ésta
pueda asistir a las que son viudas de verdad» (5, 16).
Los dos primeros textos tienen una importancia teológica. En 1Tm 3, 15 se habla de la
Iglesia como «casa de Dios», «Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad».
Ahí se encuentra una imagen significativa. La casa de Dios está bien asentada sobre
fundamentos sólidos y bien organizada. La imagen de la casa nos hace pensar en la intimidad
de la sociedad familiar.
La Iglesia adquiere en las cartas pastorales un aspecto más «institucional», que parece
contrastar con la naturaleza «pneumática» e incluso celeste de la Iglesia de las epístolas
anteriores de Pablo. Sin embargo, si prestamos más atención al mensaje que contienen las
cartas pastorales, percibimos muchos ecos familiares del evangelio de Pablo. La Iglesia tiene
la misión de anunciar la gracia y la bondad de Dios que han aparecido en Jesucristo para
salvar a todos los hombres. La idea de «pueblo de Dios», o mejor de «pueblo de Jesús» se
encuentra también en Tt 2, 14 con un significado conforme a la teología paulina y al
cristianismo primitivo en general (Cristo Jesús, que se entregó por nosotros para rescatarnos
de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celador de buenas obras).
No sería acertado ver sólo en la Iglesia de las pastorales una institución establecida
sobre la tierra. Pero es exacto decir que en estas cartas la tensión escatológica desaparece. En
ellas se insiste en las virtudes sociales, en la lucha contra las falsas doctrinas, y se muestra una
preocupación por la organización y las disciplina. Se aprecia una transformación con respecto
a las otras cartas.
Pablo, en su agonía, da a Timoteo y a Tito, y a través de ellos a sus respectivas
comunidades cristianas una serie de consejos con el fin de asegurar la supervivencia de esas
Iglesias; son consejos encaminados a crear una estructura eclesial. Parece ser que algunas
comunidades paulinas carecían de autoridades locales, por lo cual Pablo había dejado a Tito
en Creta para que acabase de ordenar lo que faltaba y constituyera por las ciudades episcopos-
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presbyteros, con el fin de evitar la desintegración que amenazaba a esas comunidades (Tt 1, 5-
7). En las pastorales los términos presbiteros-episcopos son intercambiables. Junto a los
presbiteros-episcopos aparecen los diáconos, que probablemente hay que considerarlos como
auxiliares de los presbíteros-episcopos. También se describen sus cualidades morales, pero no
se dice nada de sus funciones.
La palabra griega presbyteros significa «mayor» (más anciano) y es el comparativo de
presbys, que significa viejo (anciano). Es una palabra que hace referencia a la edad y a la
costumbre de pedir consejo a los mayores de la comunidad. A partir de esta costumbre la
palabra presbítero vino a designar a los miembros elegidos precisamente por su sabiduría, que
a menudo eran también los mayores en edad, aunque no necesariamente.
También las sinagogas judías estaban gobernadas por grupos de ancianos o de
presbíteros. Sin embargo los presbíteros cristianos desempeñaban una función de supervisión
pastoral que iba más allá de la función de los presbíteros judíos. A los presbíteros cristianos se
les designaba con el nombre de episkopos, es decir, «inspector, supervisor, obispo». La
afirmación que se ha hecho frecuentemente de que la función de presbítero se tomó del
judaísmo y que la de los episkopos se tomó de la administración religiosa secular de los
gentiles (paganos) es excesivamente simplista e ignora los testimonios de los rollos del Mar
Muerto, que datan de siglo y medio antes del cristianismo: los esenios descritos en esos rollos
tenían, además de los llamados presbíteros, otros miembros llamados «inspectores», con
funciones de enseñanza, exhortación y administración, prácticamente iguales a las funciones
de los obispos de las Pastorales. También los inspectores de la religión esenia fueron descritos
de forma figurada como «pastores», lo mismo que los obispos cristianos (Hch 20, 28-29; 1P
5, 1-3).
Probablemente los cristianos tomaron de la sinagoga un modelo de grupos de
presbíteros para cada Iglesia, mientras que la función de supervisor pastoral, conferida a todos
o a muchos de esos presbíteros, vino del modelo de organización de los esenios del Mar
Muerto.
En las Pastorales no se indica que los obispos-presbíteros administrasen la eucaristía o
el bautismo. Tampoco sabemos la forma en que se nombraban estos obispos-presbíteros.
Según las cartas pastorales, la función más importante de los obispos-presbíteros
consistía en ser los maestros oficiales de la comunidad, aferrándose a la doctrina bien fundada
que habían recibido de Pablo a través de Timoteo y Tito, y rechazando cualquier tipo de
enseñanza diferente o innovadora. Tenían poder para silenciar a los falsos maestros y de este
modo proteger a la comunidad de doctrinas equivocadas.
En segundo lugar, puesto que la Iglesia es la «casa de Dios» (1Tm 3, 15, símil
realizado por el hecho de que el lugar de encuentro de los cristianos era una casa), los
obispos-presbíteros debían ser como los padres que llevan la responsabilidad de la casa,
administrando los bienes, dando ejemplo y procurando mantener la disciplina. Tenían que
garantizar en la Iglesia una estabilidad y una relación estrecha similar a la que existe en una
familia. De este modo mantendrían a la Iglesia unida ante las fuerzas disgregadoras que la
rodeaban e invadían.
Las virtudes requeridas a los presbíteros-obispos son virtudes institucionales,
semejantes a las de cualquier organización de carácter familiar. Los presbíteros-obispos deben
ser irreprochables, íntegros, santos; deben ser dueños de sí mismos y no tener un carácter
colérico o arrogante (Tt 1, 7-9). Deben ser capaces de organizar bien su propia casa;
especialmente no deben ser amantes de la riqueza (1 Tm 3, 3-5); este es el más importante de
todos los requisitos referentes al carácter, ya que como los «inspectores» esenios, el prebítero-
obispo debía administrar el dinero común de la comunidad cristiana. Además de estos
requisitos, no se permitía en su historial moral faltas como borracheras (Tt 1, 7; 1Tm 3, 3).
Algunos de estos requisitos están relacionados con cuestiones de respetabilidad religiosa
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como el de no haber estado casado más de una vez. La Iglesia primitiva era contraria al
matrimonio de los viudos; aunque lo permitía muy a su pesar en el caso de los demás
creyentes (1Tm 5, 9. 11; 1Co 7, 8); otro requisito del mismo estilo es el de no ser recién
converso; o el de que sus hijos fueran creyentes (Tt 1, 6; 1Tm 3, 2-6).
Estos últimos requisitos reflejan el comienzo de la Iglesia como una sociedad con
normas establecidas que se le imponen a sus figuras públicas.
Una vez que se avanzó en la organización de la Iglesia, se comenzó a pensar que
ciertas normas de respetabilidad religiosa eran muy importantes para el bien común. Así, se
rechazaba a las personas que, a pesar de su talento, no cumplían tales normas de
respetabilidad. Después de todo, el presbítero debía servir como padre y modelo de una
familia. Un hombre que se hubiese convertido después de haber educado a sus hijos podía ser
un líder nato, pero si sus hijos no eran creyentes, no podía ser nombrado presbítero-obispo.
Algunos de los requisitos que encontramos en las pastorales podrían cuestionarse, pero
lo que sí parece claro es que si la Iglesia es una sociedad, es inevitable que existan algunas
reglamentaciones por las que se rija esta sociedad.
¿Qué aspectos positivos y negativos podemos subrayar en las pastorales?
Un primer aspecto de las pastorales que tiene sus ventajas y sus limitaciones es el
objetivo de las pastorales de preservar la tradición apostólica contra las ideas y contra los
maestros reformistas. En estas cartas podemos percibir una fuerte estabilidad y continuidad
sólidamente establecida, que son signos de la existencia de una estructura institucional
formada por los presbíteros-obispos y por los diáconos. Esta estructura fue creada para
preservar la tradición apostólica. Las pastorales han encontrado una forma de resaltar la
singularidad del apóstol Pablo y, al mismo tiempo, de extender su influencia más allá de su
vida. Pablo dispuso su sucesión tras su muerte transmitiendo su legado a los presbíteros-
obispos bajo la supervisión de Timoteo y Tito. Como Pablo fue verdaderamente un maestro,
«maestro de las naciones» (1Tm 2, 7; 2 Tm 1, 11), la función de sus sucesores es la de
enseñar «la sana doctrina» (Tt 2, 1), continuando la orientación dada por Pablo a sus
conversos. El obispo debe «estar adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza» (Tt 1,
9). A Timoteo, que había sido testigo de lo que Pablo predicaba (2 Tm 3, 10), se le advierte:
«persevera en lo que aprendiste y lo que creíste, teniendo presente de quién lo aprendiste» (3,
14).
El control estricto sobre las enseñanzas y escritos ejercido por las autoridades
eclesiales va contra el sentido democrático de la libertad de expresión y pensamiento; pero
cuando la libertad teológica se convierte en anarquía, «la Iglesia del Dios vivo, columna y
fundamento de la verdad» (1Tm 3, 15) tiene derecho a no dejarse destruir desde dentro.
Este acento en el control oficial sobre las enseñanzas hay que situarlo en su contexto:
un contexto de crisis. Pero esto se hace peligroso cuando se convierte en un modo de vida
permanente.
En la 2Tm 1, 14 encontramos la idea de verdad heredada, traducida como «depósito de
la fe»; es una idea muy útil que sirve para corregir la idea de los románticos liberales que
pensaban que la teología cristiana puede crearse de nuevo en cada generación. Pero esta idea
de «depósito de la fe» tiene sus limitaciones, sobre todo si se entiende como una caja fuerte de
depósito, donde se protege estérilmente lo que en ella se guardó en el siglo I. Cada generación
está llamada a aportar a ese depósito su experiencia particular con Cristo.
Un segundo aspecto de las pastorales, que tiene sus ventajas y sus limitaciones, es su
orientación exclusiva a los requisitos de los pastores con el fin de salvaguardar la institución
eclesial. Mediante esas cualidades exigidas a los presbíteros-obispos (tales como la prudencia,
la sobriedad, el equilibrio), estas cartas tienen el objetivo de asegurar una administración
benevolente, santa y eficiente. Los presbíteros-obispos nombrados por Timoteo y Tito debían
ser buenos, irreprensibles, capaces de permanecer como pastores estables; sin embargo, hay
Ecclesia02 9
que reconocer que estas características no son las adecuadas para motivar líderes dinámicos
«promotores de ideas» que cambien el mundo. El pastor y el misionero son funciones
diferentes que requieren diferentes capacidades.
A pesar de estos aspectos negativos que se encuentran en las cartas pastorales, la
propuesta que en ellas encontramos de llevar a cabo una administración firme por parte de los
maestros oficiales, es la propuesta que ha dominado en la historia de la Iglesia católica debido
a que su buen funcionamiento ha sido un acierto. Prueba de ellos es que las comunidades que
han reaccionado ignorando este hecho, habitualmente han tenido una vida corta, han
desaparecido.
2.2. La Iglesia en las cartas a los Colosenses y a los Efesios
Las cartas a los Colosenses y a los Efesios constituyen otra corriente dentro de la
tradición sub-apostólica que está más directamente relacionada con Pablo que las epístolas
pastorales. La carta a los Col data de la época inmediatamente posterior a la vida de Pablo,
más cercana en el tiempo que cualquier otra de las Deutero-Paulinas.
Como en las cartas pastorales, también en Colosenses y Efesios Pablo proporciona una
guía apostólica con autoridad. Así como en la primera carta a Tm (3, 15), también en Efesios
2, 19 se dice que la Iglesia es la casa de Dios, y en Efesios 2, 20 se habla de ser «edificados
sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo». Tanto
en Col como Ef, las normas sobre el comportamiento ético de los miembros de la familia
cristiana son muy similares a las que encontramos en las cartas pastorales. En Efesios 4, 11
aparece el reconocimiento de una estructura eclesial carismática donde se nombran los
carismas de los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Pero a diferencia de las
pastorales, en estas cartas no se hace hincapié en el hecho de la sucesión apostólica o en los
aspectos institucionalizados de la Iglesia. No se dice nada significativo sobre el modo de
actuar de los «pastores y maestros».
En las cartas consideradas indiscutiblemente de san Pablo aparece con frecuencia la
palabra «Iglesia», pero casi siempre se refiere a las comunidades locales. Sin embargo, en las
cartas a los Col y Ef se toma el término Iglesia en sentido absoluto y global. Tanto en aquella
época como ahora, la Iglesia, tomada en sentido absoluto, era difícil de definir, ya que es algo
más que la suma de las Iglesias locales o de las comunidades cristianas. En estas cartas la
Iglesia aparece como algo más que una realidad meramente terrena, porque influye en los
poderes del cielo. Abarca el cielo, la humanidad y el cosmos. En la teología posterior se
hablará de una Iglesia triunfante (la del cielo) y una Iglesia militante (la de la tierra); y en el
catolicismo romano se hablará además de otra Iglesia que sufre (en el purgatorio).
En las cartas que son indiscutiblemente de Pablo encontramos la imagen del «cuerpo»
de Cristo para hablar de la Iglesia; Pablo utilizó esta imagen para justificar la diversidad de
carismas para acabar con la envidia de los carismas que existía entre los cristianos de Corinto.
Habla del cuerpo de Cristo resucitado del que cada cristiano es miembro. Entre esos carismas
señala el de los profetas, los que realizan milagros, el don de lenguas (1Co 12, 21-31).
En Col y Ef se toma esta imagen del cuerpo pero se desarrolla de forma nueva,
poniéndola en relación con el misterio pascual: Cristo reconcilió a los que en otro tiempo eran
extraños y enemigos, por medio de la muerte en su cuerpo de carne (Col 1, 21), y los que han
sido reconciliados de este modo han sido llamados a formar un solo cuerpo (3, 15). Este
cuerpo se identifica con la Iglesia y Cristo es la cabeza de este cuerpo (Col 1, 18. 24; Ef 1, 22-
23; 5, 23). Cristo es el Señor de este cuerpo.
La Iglesia como cuerpo de Cristo no se confunde con una corporación (asociación de
personas de una misma profesión). Ésta es la diferencia principal con respecto a las
pastorales, donde la preocupación por instituir una administración basada en la autoridad
subrayaba el aspecto institucional. Para Col y Ef la Iglesia es una entidad en crecimiento que
vive con la vida del mismo Cristo. El error fundamental consiste en perder el contacto con la
Ecclesia02 10
cabeza, de la cual todo el cuerpo, alimentado y unido fuertemente por medio de junturas y
ligamentos, crece en Dios (Col 12, 19). Si existen diferentes ministerios, es «para la
edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la madurez y el desarrollo que
corresponde a la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef 4, 12-13). En Ef. 4, 15-16 se dice lo
siguiente: «Crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo
recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas, realizando así el crecimiento
del cuerpo para su edificación en el amor».
En Ef 5, 21-23 el autor de esta carta utiliza el modelo del amor entre el marido y la
mujer para explicar el intenso amor de Cristo por su Iglesia. En las cartas pastorales el orden
de la Iglesia pone como modelo la administración familiar; en Ef los ideales de la familia se
proyectan sobre la Iglesia. Así se dice que Cristo alimenta y cuida con cariño a la Iglesia (5,
29). «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (5, 25). La vida y la muerte de
Cristo han tenido como fin la Iglesia. Incluso se puede considerar la Iglesia como la voluntad
última del plan principal de Dios. El misterio o plan secreto de Dios implica el amor de Cristo
por la Iglesia (Ef 5, 32).
La santidad es una característica muy importante de la Iglesia como cuerpo de Cristo.
Cristo murió para santificarla y limpiarla de toda mancha, para que pudiera ser presentada
como «una novia radiante sin mancha ni arruga o cosa parecida, para que fuera santa e
inmaculada» (Ef 5, 27). Cristo y la Iglesia se unen en una sola carne (5, 31-32), de tal manera
que la santidad de Cristo puede percibirse en su Iglesia.
La carta a los Col equipara a la Iglesia con una forma del reino: el Padre «nos libró del
poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del hijo de su amor en quien tenemos la
redención y el perdón de los pecados» (1, 13-14).
¿Cuáles son los aciertos y las limitaciones de esta eclesiología?
En primer lugar, la imagen del cuerpo de Cristo personifica la Iglesia y estimula
nuestro amor por ella, imitando el amor que Cristo tiene por su esposa. Los consejos que
encontrábamos en las cartas pastorales dan lugar a una administración eficaz y cuidadosa;
pero en último término la gente no ama una estructura o una institución en sí misma.
Cualquier institución o estructura está inevitablemente influida por modelos seculares
y constituye ese aspecto de la Iglesia al que no encontramos fácil relación con Cristo o con
Dios. Las personas no aman las instituciones como tales, por eso muy raramente se entregan
por ellas; más bien las instituciones existen para las personas. Sin embargo, si se ama a la
Iglesia a través de una relación personalizada, la Iglesia puede convertirse en una causa capaz
de atraer la generosidad de generación en generación.
La eclesiología de Col y Ef tiende a hacer de Cristo y de la Iglesia uno.
En segundo lugar, estas cartas ponen de relieve la santidad de la Iglesia; esta santidad
es un elemento que hace posible la supervivencia de la Iglesia. De forma inevitable los
miembros de la Iglesia son pecadores; ya en los tiempos de Pablo en la Iglesia de Corinto se
daban disputas matrimoniales, el incesto y la profanación de la eucaristía. Los escándalos por
causa del pecado ponen en peligro la supervivencia de la Iglesia, a no ser que la gente tenga
una percepción de su santidad como algo que no es posible destruir a través del pecado
individual. El autor de la carta a los Ef conocía la existencia de escándalos en aquellas Iglesias
fundadas y supervisadas por Pablo. Sin embargo, al escribir sobre la Iglesia lo hizo en los
términos de una novia inmaculada, santa e irreprochable. Se trata de una visión mística.
Aquellos que siguen su ejemplo serán capaces de reconocer sus pecados.
Como aspectos negativos de esta eclesiología, el hecho de que se ponga tanto énfasis
en la santidad de la Iglesia, paradójicamente, puede considerarse un aspecto negativo si esto
da pie para ocultar o disimular los fallos que se dan en ella. El guardar silencio sobre algunos
abusos puede dañar la vitalidad interna de la Iglesia, y prolongar el daño cometido contra los
cristianos que sufren tales abusos.
Ecclesia02 11
Un segundo aspecto negativo de esta eclesiología se refiere a la posibilidad de
reforma. Es difícil reformar a una novia sin mancha ni arruga.
Un tercer aspecto negativo es que el énfasis puesto en la Iglesia entendida en sentido
absoluto atenúa la función de las Iglesias locales dentro de la eclesiología. En el catolicismo
romano esta tendencia fue tan dominante a lo largo de los siglos que la teología de la Iglesia
local constituye un área prácticamente nueva. Más que hablar de Iglesia local, tendemos a
hablar de una parroquia o diócesis, y a referir el término «Iglesia» a la entidad universal sin
calificativo alguno. Sería necesario tomar conciencia de la santidad de la comunidad local. A
nivel local, se necesita urgentemente la unión de los creyentes.
El cuarto aspecto negativo reside en la atención excesiva al concepto de Iglesia como
voluntad última del plan de salvación de Dios, realizado en Cristo, aspecto que hace que se
olvide considerar explícitamente una gran parte del mundo que no ha sido aún renovada en
Cristo. No existe una consideración real de aquellos que pertenecen a este mundo y que no
son creyentes, pero tampoco hostiles.
A pesar de estos elementos negativos, hay que subrayar la fuerza de la eclesiología de
Col y Ef con sus elementos de santidad y amor. Ninguna Iglesia puede sobrevivir sin darles el
debido énfasis. En el catolicismo romano es necesario recuperar la fuerza de la imagen del
cuerpo de Cristo. Pues Israel fue (y para algunos sigue siendo) el pueblo de Dios. En cambio,
lo que caracteriza a la Iglesia de Cristo es su relación con él y la peculiar santidad que surge
de esta relación.
2.3. La Iglesia en los escritos de Lucas
El evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles constituyen otro modelo de
tradición paulina, a pesar de que el autor no demuestra conocer la Epístolas.
Aunque usemos el nombre de Lucas, hay muchas razones para creer que el autor no
fue un acompañante de Pablo ni conoció a Pablo personalmente. Quizás ni los destinatarios
habrían estado en contacto directo con el Pablo histórico. Pero, tanto para el autor como
probablemente para su audiencia, Pablo era considerado como una figura importante en el
plan de Dios para transmitir la noticia de Cristo a los gentiles y llevarla a los confines de la
tierra. Pablo se había convertido en el garante de la legitimidad de esas Iglesia gentiles.
En los Hechos se usa el término «Iglesia» para designar a las Iglesias locales. No
obstante, el autor de Hechos ha sido ensalzado como el teólogo por excelencia de la Iglesia
única, santa, católica y apostólica, pues cada una de esas características marcan la vida
cristiana que él describe. El autor de Hechos dio un paso audaz y eclesial al prolongar la
historia del ministerio y pasión de Jesús añadiendo un segundo libro, referente a los primeros
años del cristianismo. De este modo pone al mismo nivel la historia de la proclamación del
reino por parte de Jesús y la proclamación de Jesús por parte de Pablo y Pedro. Esto significa
que la buena noticia o el evangelio no se refiere sólo a lo que Dios ha hecho en Jesucristo,
sino también a lo que Dios ha hecho en el Espíritu.
Es claro que el comienzo de la Iglesia está relacionado con el mismo Jesús.
La gran aportación de Lucas a la teología de la Iglesia consiste en haber relacionado a
la Iglesia con la historia y en haber a la Iglesia su «tiempo» y su «tarea». El tiempo de la
Iglesia se sitúa entre el día que Jesús fue arrebatado al cielo y su retorno glorioso (el evangelio
había concluido con la ascensión de Jesús al cielo la noche misma de Pascua). El libro de los
Hechos comienza distinguiendo el «tiempo de Jesús» del «tiempo de la Iglesia». El tiempo de
la Iglesia se abre con la despedida de Jesús, y es un tiempo marcado por la misión.
Antes de la ascensión al cielo, los discípulos le preguntaron a Jesús si ahora iba a
restablecer el reino de Israel. Es una pregunta que obsesionó a los primeros cristianos. Y Jesús
les contestó parcialmente diciendo: «No os toca a vosotros conocer el tiempo y el momento
que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que
Ecclesia02 12
vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén y Samaria, y hasta los extremos de la
tierra» (Hch 1,7-8). Esta respuesta no sólo explica la existencia de la Iglesia, sino que la
convierte en esencial hasta la llegada del reino. Esta respuesta explica también el que Lucas
escriba un libro en el que se describe la existencia de la Iglesia. Con esa respuesta también se
pretende reprimir la espera excesivamente apasionada del final, y dar a la Iglesia sosiego y
confianza para su misión. Además esta respuesta señala que la misión de la Iglesia no acaba
en Israel, sino que llega «hasta los confines de la tierra».
Por tanto, lo que está en juego aquí es el lugar de la Iglesia en la historia de la
salvación y la tarea que tiene que cumplir en el tiempo. Para Lucas el tiempo de la Iglesia es
el tercer gran período de la historia de la salvación. El primer período es el tiempo de Israel,
período caracterizado por la Ley y los profetas y que llega hasta Juan el bautista; «desde
entonces se anuncia el reino de Dios» (Lc 16, 16). El segundo período es el tiempo de Jesús,
que es el «centro del tiempo». Luego viene el tiempo de la Iglesia. La Iglesia está en
continuidad con los períodos anteriores. Está, por así decirlo, subida sobre los hombros de
Israel. Pero la continuidad sólo depende de Jesús.
A pesar de que el libro de Lucas recibiera el nombre de Hechos de los Apóstoles, éste
título no es exacto, ya que Lucas nunca dio a entender que Pablo fuera un apóstol. Sin
embargo, este título subraya el papel de ciertos guías concretos de la historia. Las personas
que acompañaron a Jesús durante su ministerio (los doce, las mujeres, su madre y hermanos)
reaparecen en los comienzos de la vida cristiana para asegurar la continuidad deseada por
Jesús.
Pablo no estaba entre ellos, pero recibió la misión de Jesús resucitado, y más tarde
Pedro y Santiago aprobaron la radical decisión misionera de Pablo de convertir las
comunidades de gentiles sin exigirles la circuncisión. De este modo, no sólo los primeros
pasos de la vida de la Iglesia representan una continuidad, sino que los pasos posteriores,
representados por Pablo, son continuación de los primeros pasos representados por Pedro. Así
como Pedro hace el mismo tipo de milagros que hacía Jesús, así Pablo hace el mismo tipo de
milagros que hizo Pedro. Los sermones de Pedro y Pablo son muy similares, como signo de
continuidad tanto por lo que se refiere al mensaje como por lo que se refiere a la autoridad. Y
para el período posterior a la desaparición de Pablo, él mismo ha elegido presbíteros en cada
Iglesia (Hch 14, 23). Cuando parte por última vez de la misión oriental urge a los presbíteros
de Éfeso: «Tened cuidado de vosotros y de toda la grey (congregación), en medio de la cual
os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él
adquirió con la sangre de su propio Hijo» (20, 28). Así se prevé la continuidad después de
Pablo.
Jesús y la Iglesia se mantienen en continuidad con toda la tradición de Israel. La línea
de continuidad que discurre a través de Israel, Jesús, Pedro y Pablo es resumida
admirablemente por Pablo en Hch 24, 14: «En cambio te confieso que según el Camino
(nombre del movimiento cristiano) …doy culto al Dios de mis padres, creo en todo lo que se
encuentra en la Ley y está escrito en los profetas». El Espíritu es quien pone en relación la
profecía de Israel con la Iglesia.
La presencia del Espíritu es la característica distintiva de la Iglesia de Lucas. En el
libro de los Hechos se utiliza 70 veces la palabra pneuma, «Espíritu», un quinto de las veces
que aparece en todo el N.T.; por eso se ha sugerido que en lugar de llamarse Hechos de los
Apóstoles podría llamarse con más propiedad Hechos del Espíritu. Cuando Jesús asciende al
cielo mientras los que creen en él permanecen en la tierra, estos últimos son desalentados de
seguir mirando ansiosamente al cielo, porque el Espíritu es que viene a ocupar el lugar de
Cristo en la tierra. El libro de los Hechos le atribuye al Espíritu una importancia capital en la
historia de la Iglesia; aunque no expresa con claridad si considera al Espíritu como una
persona, pero no puede dudarse de su fuerza. Lucas presenta el acontecimiento de Pentecostés
como el cumplimiento de la profecía de Joel (Hch 2, 16-21) y como el cumplimiento de la
Ecclesia02 13
promesa que Jesús hizo a los suyos. Además ve en este acontecimiento un paralelo entre Jesús
y la Iglesia: así como Jesús fue ungido personalmente con el Espíritu para realizar su misión
durante su vida terrena, así también se derramó el Espíritu sobre la comunidad para el tiempo
que sigue a Pentecostés.
Después de la resurrección hasta Pentecostés los apóstoles no habían proclamado
públicamente lo que Dios había hecho en Jesús y a través de él. El primer paso para convertir
el seguimiento de Jesús en un movimiento misionero se atribuye en los Hechos al Espíritu. En
los Hechos se narra como todo paso esencial en la historia de la evangelización desde sus
orígenes en Jerusalén a los confines de la tierra, es dirigido por el Espíritu.
Otro detalle importante a tener en cuenta para comprender la eclesiología de Lucas es
la importancia que le da a la Eucaristía. En el momento de la institución, Jesús les da a sus
discípulos el mandato expreso de celebrarla «en memoria» suya. Para Lucas la «fracción del
pan» es la médula de la vida religiosa de la Iglesia primitiva, es la fuente de su alegría
escatológica; la fracción del pan es la manifestación de la comunión fraterna.
¿Qué aspectos positivos y negativos encontramos en esta eclesiología?
Podemos señalar dos aspectos positivos muy importantes de la eclesiología de Hechos:
1) La continuidad desde Israel a Pedro y Pablo, a través de Jesús.
2) La intervención del Espíritu Santo en los momentos cruciales de la Iglesia.
Estos dos aspectos ayudaron a sobrevivir a la Iglesia o las Iglesias que leyeron el
evangelio de Lucas o los Hechos, una vez que los apóstoles murieron. La sucesión en
continuidad muestra que existe un plan meticuloso de Dios, que tiende a la victoria del
cristianismo sobre toda la tierra. Los sujetos juegan el papel que se les asigna, pero cuando
mueren después de haber cumplido su papel, confirman a los ojos de la fe que ese mismo plan
divino cuidará del futuro como cuidó del pasado.
Para asegurar la supervivencia de las Iglesias vinculadas a Lucas es importante el
retrato de un Espíritu Santo que interviene en los momentos cruciales en los que hasta los
mismos líderes necesitaban su ayuda. La idea de que los líderes cristianos por sí mismos no
habrían sabido qué pasos dar si no hubiese sido por la ayuda dinámica e incluso entrometida
del Espíritu, relativiza la importancia de la generación apostólica. Pedro y Pablo fueron
instrumentos del Espíritu; pero también se facilitará otros instrumentos. La idea de que el
Espíritu nunca abandonará a la Iglesia ha sido muy importante a través de la historia. Esa
magnífica intuición de los Hechos de que el Espíritu influye en la historia de la Iglesia ha sido
un legado que ha perdurado siempre.
Por lo que se refiere a los aspectos negativos podemos destacar la imagen triunfal que
el libro de los Hechos nos ofrece de la Iglesia. El plan de continuidad que se presenta en
Lucas y en Hechos se orienta hacia el crecimiento y mejora, pero no prepara para la derrota y
las pérdidas irrecuperables. Una eclesiología de este tipo, tomada aisladamente, dejará a los
cristianos perplejos cuando vean que sus instituciones comienzan a cerrarse, y que sus Iglesias
son abandonadas por escasez de miembros y cuando vean que su número global en el mundo
comienza a decrecer. Para superar este aspecto negativo no hay que rechazar la eclesiología
de los Hechos, sino tener en cuenta al mismo tiempo todo el canon. El mismo A.T. nos cuenta
cómo el pueblo de Dios descendió de doce tribus a una sola, y cómo las instituciones
religiosas pasaron (la monarquía, el sacerdocio, el culto oficial), y cómo Israel aprendió más
sobre Dios ante las cenizas del Templo, cuando los babilonios lo destruyeron, que en el
período floreciente de Salomón.
Un peligro similar de triunfalismo rodea el papel del Espíritu en su intervención de
Hechos. Es esencial al cristianismo la creencia en la intervención del Espíritu en la historia y
en las crisis de la Iglesia, así como que algunas decisiones importantes fueron tomadas con su
ayuda, a menudo contra la opinión de los dirigentes. Pero no podemos asegurar que el Espíritu
Ecclesia02 14
vendrá siempre en nuestro rescate, porque eso nos conduciría a un concepto del Espíritu como
deus ex machina. No debemos entender esa presencia del Espíritu como si Dios nos hubiera
dado un cheque en blanco, con la certeza de que en el momento esencial el Espíritu nos sacará
del atolladero. En el Apocalipsis 3, 20 Jesús dice: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si
alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». Pero
en ciertas ocasiones de la historia de la Iglesia nadie ha abierto la puerta y la oportunidad de
responder a Cristo no volvió a presentarse. En algunas ocasiones el Espíritu puede dejar que
el pueblo de Dios pague el precio de sus propios errores.
2.4. La Iglesia en la primera carta de Pedro
En su brevedad y bajo el aspecto aparentemente vulgar y tradicional, esta carta oculta
una gran originalidad. Es la carta destinada a los cristianos diseminados en la sociedad y
llamados a dar razón de su esperanza. Es la epístola que subraya la diferencia de los
cristianos, pero también su presencia en el mundo. Es la carta del consuelo para los cristianos
expuestos al sufrimiento en razón de su diferencia.
Está dirigida desde Roma (en lenguaje cifrado: Babilonia) a las comunidades cristianas
dispersas en el territorio actual de Turquía. Se trata de provincias romanas situadas sobre el
litoral del mar muerto.
Su objetivo es devolver el tono a esas comunidades, exaltando su dignidad de
miembros del «pueblo de Dios».
El aspecto principal de la eclesiología de la 1P se diferencia de las eclesiologías
anteriores porque describe a la Iglesia sobre el trasfondo de Israel. En el primer capítulo
presenta los presupuestos básicos del cristianismo recogiendo los temas del éxodo, de la
marcha por el desierto y la tierra prometida, y aplicando estos temas a la conversión de los
gentiles a Cristo. Si la experiencia del desierto convirtió a las tribus esclavas de Egipto en un
pueblo, en el pueblo de Dios, así también la conversión cristiana ha convertido a los gentiles,
que no eran pueblo, en pueblo de Dios.
La vida cristiana se describe como una época de exilio, o breve estancia, con la
esperanza de la herencia recibida (1P 1, 17; 1, 4), haciendo un paralelismo con la
peregrinación de Israel por el desierto antes de alcanzar la tierra prometida. Para describir la
liberación que Dios realiza sobre su pueblo en Egipto, se habla de «redención» y de «pago de
rescate» (Ex 6, 5-6; Dt 7, 8; Is 52, 3); por eso también la 1P se expresa del mismo modo:
«Sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres
…rescatados, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero
sin defecto ni mancha, Cristo» (1, 18-19).
En el capítulo 2 toma las imágenes de la historia de Israel referentes al culto y a partir
de la imagen de Cristo como piedra dice lo siguiente: «También vosotros, como piedras vivas
entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales, aceptados por Dios por medio de Jesucristo» (2, 5). Esos sacrificios
espirituales, dirá la misma carta, consisten en parte en la buena conducta (2, 12).
La 1P nos proporciona un conocimiento de la estructura eclesial similar al concebido
por las cartas pastorales paulinas. Pero no recurre a la estructura presbiteral para animar a los
destinatarios de la carta que están padeciendo una prueba durísima (4, 12), sino que les
presenta como respuesta a las necesidades de los cristianos gentiles la imagen israelita
centrada en el pueblo de Dios.
¿Qué aspectos positivos y negativos encontramos aquí?
En esta carta se les dice a los cristianos convertidos del paganismo que con el
cristianismo habían encontrado algo mejor: «Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real,
nación santa, pueblo adquirido» (2, 9).
Ecclesia02 15
El aspecto positivo de esta eclesiología consiste en señalar a los cristianos que con su
pertenencia a la Iglesia se obtienen beneficios reales. Si la gente siente que obtiene algo que
merece la pena por pertenecer a la Iglesia, esa Iglesia sobrevivirá. Cuanto más pobremente
definida esté la familia o el contexto social de los nuevos miembros de una comunidad, más
profundamente atraídos se sentirán por el cuidado amoroso que han encontrado en la Iglesia y
por la nueva identidad o dignidad alcanzada en ella.
En esta carta se habla de la dignidad del «sacerdocio real, nación santa». La Iglesia
católica romana enfatizó el sacerdocio ordenado. El Vaticano II nos dirá que la diferencia
entre el sacerdocio común y el sacerdocio ordenado no es una diferencia de dignidad, sino de
grado. No obstante, en el catolicismo romano no se dio mucho relieve al sacerdocio de los
creyentes. Por eso necesitamos recuperar el sentido de la dignidad sacerdotal de los sacrificios
espirituales de los que habla la 1P para subrayar el estatus otorgado a todos los cristianos. Del
mismo modo, la santidad ha sido asociada a determinadas formas de vida católica, como por
ejemplo, la vocación religiosa. Por eso el estatus único de santidad dado por el bautismo a
todos los creyentes necesita ser resaltado.
En resumen, los aspectos positivos de la 1P consisten en el sentido de pertenencia a un
grupo unido y único y en la adquisición de una identidad y dignidad nuevas.
Como aspectos negativos, el problema principal está en el sentimiento de élite
inherente a la expresión pueblo de Dios, entendida de forma exclusiva y excluyente. Si los
destinatarios de esta carta necesitaban que se les recalcara su estatus especial para poder
superar el ostracismo y el desprecio de sus compatriotas paganos, podemos estar seguros de
que ese sentido del estatus reforzado llevó inevitablemente al incremento del odio por parte de
los paganos.
La pertenencia al pueblo de Dios depende de la soberana libertad de Dios que elige
para formar parte de ese pueblo independientemente de los méritos personales. Esa es la razón
que justifica el recurso a esta categoría. Pero en una sociedad cada vez más plural la
exclusividad inherente a esta categoría puede provocar resentimiento en muchas personas
ajenas a la Iglesia y avergonzar a muchos de dentro. Según la célebre frase: «Fuera de la
Iglesia no hay salvación». Sin embargo, la mayor parte de los cristianos sienten
instintivamente que no puede ser verdad que sólo se salven los cristianos. Pero lo que sí se
mantiene como auténtica creencia cristiana es que Dios salva a través de Jesucristo, incluso a
aquellos que no creen en él. De este modo se mantiene que debe existir una relación con la
Iglesia de Jesucristo, aunque sea una relación inconsciente. Por eso es necesario reconciliar el
don único de la gracia que Dios realiza en Jesucristo y su amor misericordioso por todos.
En resumen, como aspecto negativo estaría la exclusividad inherente al concepto de
pueblo de Dios, porque parece degradar a todos los demás a la categoría de no-pueblo.
2.5. La tradición del Discípulo Amado
La eclesiología del Discípulo Amado se caracteriza por enfatizar la relación del
cristiano individual con Jesucristo; aunque pensamiento colectivo se muestra en el
simbolismo de la vid y los sarmientos (c. 15) y en el del pastor y del rebaño (c. 10). Otro
aspecto de la eclesiología de Juan es la presencia del Paráclito en el creyente, este segundo
aspecto se mantiene en sus epístolas.
La imagen de la vid y los sarmientos nos sugiere que los cristianos nacen a través de la
fe en Jesús y deben continuar vinculados a él para permanecer con vida. En cambio otros
escritores del N.T. hablaban de Jesús como el constructor, el fundador o la piedra angular de
la Iglesia (Mt 16, 18; Ef 2, 20). Estas imágenes aportan una visión profunda, pero se resienten
de ciertas limitaciones propias del lenguaje de la construcción. El constructor de un edificio
una acabado hizo su tarea en el pasado y está presente sólo en el recuerdo. Una piedra angular
es imprescindible en la construcción de un edificio hecho para perdurar, pero está inerte y
nadie se acuerda mucho de ella una vez que el edificio está consolidado. Es decir, la
Ecclesia02 16
simbología de la construcción puede llevarnos a relacionar a Jesús con la Iglesia como alguien
del pasado o como una presencia inerte. Juan evita esto al hablarnos de Jesús como la vid y de
los cristianos como los sarmientos que tienen la vida de la vid. En Juan Jesús más que el
fundador es el principio vital que permanece en medio de ella vivo. Según la otra imagen a la
que hemos aludido, Jesús es el pastor que cuida de las ovejas que le pertenecen. Para
conseguir la vida eterna hay que permanecer siguiendo al pastor o adhiriéndose a la vid (Jn
10, 27; 15, 2-6).
El núcleo de esta eclesiología es la relación personal y duradera con el que da esa vida
que viene de Dios. En el evangelio de Jn no se habla de reino de Dios, excepto en 3, 3-3. En
lugar de la necesidad de entrar en el reino de Dios, en el evangelio de Juan se habla de la
necesidad de adherirse a Jesús para ser parte de la comunidad.
En el cuarto evangelio el discipulado es lo importante, no los cargos, los carismas u
otras distinciones. En algunas Iglesias del N.T., especialmente en aquellas en que las
funciones de la comunidad estaban más estructuradas había una tendencia hacia la
discriminación de la mujer. En cambio, las actitudes de Juan hacia la mujer, tal y como
aparecen en las páginas de su evangelio son muy diferentes, a pesar de que este evangelio es
contemporáneo de las pastorales. Así, por ejemplo, al retratar a los creyentes, hombres y
mujeres, no hay diferencia de inteligencia, intensidad o respuesta. Marta es portavoz de una
confesión de fe (11, 27: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios») que Mt pone en labios de Pedro
y por la que éste gana la bendición de Jesús y el reconocimiento de que la revelación divina
ha actuado en él.
¿Qué aspectos positivos y negativos encontramos en esta eclesiología?
Los símbolos de la vid y el pastor ilustran la importancia que para cada persona tiene
no sólo creer en Jesús, sino además permanecer vinculada a él. Jesús aparece aquí como el
que da la vida y el que da el alimento de la vida a la comunidad. En vez de escribir sobre el
reino de Dios, Juan centra toda su simbología en Jesús, en quien el reinado de Dios se ha
realizado en plenitud. De esta forma el ser en Jesús sustituye a la entrada en el reino. Los
sacramentos son signos a través de los cuales Jesús da la vida y la nutre. Los cargos de la
Iglesia, incluso el apostolado pierden su importancia cuando se compara con la condición de
discípulo, que es, literalmente un asunto de vida o muerte (eternas). Entre los discípulos no
hay cristianos de segunda clase y sólo el amor a Jesús da un estatus más elevado.
El primer y mayor aspecto positivo consiste en poner de relieve la importancia de la
relación personal de cada miembro de la Iglesia con Jesús; éste es un componente
imprescindible de una eclesiología sólida.
Juan nos recuerda que ser miembro de la Iglesia no es la meta, sino que la Iglesia debe
llevar a Jesús. Los miembros de la Iglesia reciben la vida de su vinculación con Jesús y deben
mantener una relación de amor con él.
El aspecto negativo de esta eclesiología está en que si no tenemos en cuenta otros
aspectos, esta eclesiología puede fundamentar el individualismo cristiano hasta el extremo de
perder el sentido de Iglesia. Es curioso constatar que la palabra «Iglesia» en su sentido amplio
no aparece en los escritos de Juan. Una consecuencia lógica de este individualismo puede ser
el prescindir de la comunidad, de la liturgia y de los sacramentos.
Un segundo aspecto positivo en la eclesiología de Juan es el sentimiento de igualdad
entre todos los miembros de la comunidad. Vimos cómo la categoría más importante es la de
discípulo, y no hay indicios en este evangelio de que otros cargos o carismas otorguen cierto
estatus. En otras Iglesias del N.T. descubrimos siempre una tendencia a primar un carisma u
oficio sobre otros. Este desarrollo, consciente o inconscientemente, es, en parte, una imitación
de las sociedades seculares. Esto está ausente en el cuarto evangelio; la ambición no entra en
juego si todos son discípulos y la prioridad o el estatus lo da el amor a Jesús.
Ecclesia02 17
Otra característica del evangelio de Juan es la concepción que tiene del Espíritu
Paráclito. Aunque todos los cristianos estaban de acuerdo en los primeros tiempos en la
importancia singular del Espíritu, sin embargo, tenían distintas nociones de lo que significaba
ese término. Debido a que pneuma en griego es neutro y encontramos dificultad en dilucidar
hasta qué punto Pablo, los Hechos o la 1P consideraban al Espíritu como personal. En el
evangelio de Juan, en la narración de la última cena se dice que el Espíritu va a venir de Dios
cuando Jesús haya vuelto al Padre. El tono de sustitución es tan fuerte que casi todo lo que se
dice sobre el Espíritu ya había sido dicho sobre Jesús. El Espíritu emerge claramente como
una presencia personal, la presencia de Jesús durante su ausencia en la tierra, mientras está
con el Padre en el cielo.
El cuarto evangelio es el único que utiliza un nombre que no es neutro para hablar del
Espíritu: paraklétos, que significa «llamado (klétos) cerca (para)»; en latín se tradujo por
advocatus, «llamado (vocatus) a (ad)»; es un término que tiene un uso legal o forense. Cuando
alguien tiene problemas llama a un abogado o consejero para que le apoye durante el juicio.
El Espíritu es llamado para defender a la comunidad cristiana de los ataques y para la
consuele en los momentos de problemas. De ahí el nombre de Consolador o Confortador
Santo.
Si Jesús vivió en esta tierra en un momento y en un lugar concreto; el Paráclito estará
con cada creyente para siempre (14, 15-17). De este modo, la presencia del Paráclito es más
íntima y duradera.
Del mismo modo que Jesús representa en la tierra al Padre que le envió, el Paráclito
representa a Jesús que envió al Espíritu.
Un aspecto importante del Paráclito como representante es el de «maestro» (14, 26).
Jesús recibió del Padre todo lo que habría de decir. El Paráclito recibirá de Jesús todo lo que
tenía que decir. Como está presente en el corazón de cada cristiano, sitúa el mensaje
temporalmente en cada período y en cada lugar, capacitando así a los cristianos para lo que
habría de venir. Con esto Juan nos da a entender que si el cristianismo debe ser apostólico,
debe transmitir lo que ha recibido de Jesús a través de la primera generación de creyentes,
debe guardar la tradición. Pero debe enfrentarse al mismo tiempo a situaciones nuevas. El
Paráclito mantiene sin interrupción el pasado porque todo lo recibe de Jesús y no da
revelación nueva. Pero es también un maestro vivo que no se limita a repetir una tradición del
pasado muerto. El Paráclito no sólo declara lo que ha recibido de Jesús, sino que a través de
ese medio, anuncia lo que ha de venir.
Este concepto del Espíritu Paráclito aporta fuerza a la eclesiología de Juan y es uno de
los aspectos positivos. La idea de que Dios no iba a ser adorado ni en Jerusalén ni en la
montaña de Samaría, sino en Espíritu y en verdad (4, 21-23), significa que no hay cristianos
de segunda clase geográficamente hablando. Dios es Espíritu (4, 24) y el Espíritu de la verdad
está siempre en cada cristiano donde quiera que esté. La idea de que el Paráclito se da a toda
persona que ama a Jesús y guarda sus mandamientos, significa que no hay cristianos de
segunda clase temporalmente. Es cierto que algunos tuvieron el privilegio de ver a Jesús y
creer, pero benditos sean aquellos que, sin haber visto a Jesús, han creído (20, 29). Jesús reza
por aquellos que creyeron durante su ministerio (17, 8-9), pero también por las generaciones
posteriores que iban a creer a través de la palabra de los primeros (17, 20). Así, la eclesiología
joánica no establece fronteras de estatus, espacio o tiempo, que podría situar a unos más lejos
de Jesús que otros.
Las epístolas de Juan escritas, en menos de una década después del cuarto evangelio,
reflejan una comunidad marcada seriamente por la secesión interna.
Esto nos hace pensar en algunos aspectos negativos inherentes a la tradición joánica
por el hecho de haber sido configurada entre polémicas:
Ecclesia02 18
1) La parcialidad de una teología configurada en polémica, tendente a la exageración y a la
división. La controversia hizo a este evangelio apasionante y atractivo, pero también desigual.
Por contraste, el evangelio de Lucas y el libro de los Hechos son un trabajo menos
apasionante, pero más equilibrado.
2) El hecho de haber nacido en la polémica lleva a la pérdida de la tradición. Un grupo
religioso equilibrado, con suficiente confianza en sus puntos de vista, no teme mirar hacia
atrás con serenidad para reclamar lo que se perdió por el hecho de defender estos puntos de
vista con tanta fuerza. Pero cuando es la polémica la que ayudó a configurar los rasgos de
identidad de una comunidad, hay un rechazo a remontarse al pasado para recuperar parte de la
herencia perdida.
3) Un cuarto aspecto negativo consiste en que la hostilidad hacia los extraños limita el amor
exclusivamente a los «hermanos». El cuarto evangelio describe a los adversarios de Jesús en
términos extremadamente ásperos, sobre todo a los «judíos» de quienes se dice que su padre
es el diablo, que es homicida desde el principio; es un mentiroso y por eso sus hijos se niegan
a creer la verdad.
En el cuarto evangelio no hay una exigencia a amar al prójimo como en los sinópticos;
se habla únicamente de amor al hermano. El cuarto evangelio fue escrito por un portavoz para
un grupo perseguido desde fuera y por eso siempre encontrará más simpatías entre aquellos
que se preocupan principalmente por los suyos.
4) Las divisiones incontrolables que se originan por la apelación al Paráclito. Quizás la
limitación más seria en la eclesiología joánica radica en el papel del Paráclito. La idea de que
hay un maestro vivo en el corazón de cada creyente, maestro que es la presencia perdurable de
Jesús, que preserva lo que él enseñó pero lo interpreta de manera distinta en cada generación
es una de las más grandes contribuciones del cuarto evangelio al cristianismo. Pero, ¿qué
ocurre cuando los cristianos que tienen el Paráclito no están de acuerdo unos con otros. Si el
Espíritu es la autoridad mayor y la única, y cada parte apela a él para mantener su postura, es
totalmente imposible hacer concesiones o llegar a compromisos.
El epílogo del cuarto evangelio, que puede representar el último estadio de los escritos
joánicos que conservamos, reconoce la autoridad de un pastor humano (Jn 21, 15-17). De este
modo, una rama de la comunidad de Juan tuvo que transigir con la eclesiología de las
Pastorales, por muy pesada y formal que fuera, para no caer en el gnosticismo.
La eclesiología de Juan es la más atractiva y apasionante del N.T.; sin embargo, es
también una de las menos estables. Esta eclesiología no puede ser la única guía para la Iglesia
católica, pero la comunidad de Juan da testimonio y nos advierte de que la Iglesia nunca
puede remplazar el papel único de Jesús en la vida de los cristianos.
2.6. La Iglesia en el evangelio de Mateo
Mateo tiene una prioridad eclesiológica difícil de sustituir. Es el único evangelio que
emplea la palabra «Iglesia». Es el único que habla de la construcción o fundación eclesial de
Jesús. De todos los evangelios fue el más adecuado a las múltiples necesidades de la Iglesia
posterior, el más citado por los Padres de la Iglesia, el más utilizado en la liturgia, y el más
útil para la catequesis. Mateo fue probablemente un judío reflexivo y ex escriba.
Para detectar la vida durante el último tercio del siglo primero (periodo sub-
apostólico), Mateo es prácticamente tan revelador como Juan, quizás porque estos dos
evangelios se escribieron en situaciones de gran adversidad. Lucas escribió los Hechos de los
Apóstoles por separado, para recopilar lo que ocurrió a los seguidores de Jesús después de su
resurrección, por eso su evangelio no es tan indicativo de la Iglesia. Mateo, en cambio, no
separa la época de la Iglesia de la época de Jesús. Tanto Mateo como Juan han entrelazado su
comprensión de la era posterior a la resurrección en la narración del ministerio de Jesús.
Ecclesia02 19
La comunidad de Mateo habría sido una comunidad judía que habría descubierto por
sorpresa, a su pesar, que los gentiles podían recibir a Cristo, por lo que tenían que ser
aceptados. Los judíos de la comunidad de Mateo tuvieron que aprender a vivir unidos con los
cristianos gentiles, sin envidias. Esta comunidad diversa es denominada «la Iglesia». Mateo
parece aceptar modelos de autoridad rabínicos, recordando que la autoridad viene en último
término de Jesús.
A Pedro y a los discípulos se les concede el poder de atar y desatar, un poder
expresado claramente en términos rabínicos. La imagen de las llaves del reino dadas a Pedro
(16, 19) tiene sus raíces en Is 22, 22, como expresión del poder del primer ministro en el
reinado Davídico que controla el acceso al rey. Estos ejemplos de poder otorgado por Jesús,
demuestran con claridad que la Iglesia de Mateo tiene un fuerte sentido de la organización y
de la autoridad.
El capítulo 18 de Mateo ha sido denominado el Sermón de Jesús sobre el orden y la
vida de la Iglesia. Este capítulo puede considerarse el tratamiento práctico de la Iglesia más
profundo del N.T. Muestra la peculiaridad de Mateo de anticipar los peligros a los que las
Iglesias se enfrentan y los peligros que surgen del hecho de su estructuración y de su
autoridad. Es un sermón que Jesús se dirige a sus discípulos. Los estudiosos discuten si va
dirigido a los Doce o a todos los cristianos. Lo que si está claro es que gran parte del capítulo
está dirigido a los que actúan con autoridad en la Iglesia y tienen responsabilidades pastorales.
El capítulo comienza con una pregunta planteada por los discípulos: «¿quién es el
mayor en el reino de los cielos?» Mateo identifica la Iglesia en la tierra con el reino del Hijo
del hombre. Sociológicamente una sociedad organizada, religiosa o de otra clase, no puede
evitar la cuestión de quién tiene el mayor poder.
En otras sociedades la autoridad o el poder principal convierte a uno de sus miembros
en la figura principal del grupo. Para Mateo esta norma no puede permitirse en la Iglesia
donde deben imperar las normas de Jesús. A esa pregunta de quién es el más grande en el
reino de los cielos o en la Iglesia donde se proclama el evangelio del reino, se responde con el
ejemplo del niño pequeño. No porque se considere al niño amable, tierno o inocente, sino
porque el niño está indefenso y dependiente, sin ningún poder. En el reino de los cielos Dios
tiene el poder o autoridad supremas; por eso, la grandeza en el reino de los cielos depende de
la proximidad a Dios, de la dependencia de Dios, del hecho de poner a Dios en primer lugar
en sus vidas. Cuando Dios dirige la vida de una persona, entonces esa persona es importante
en el reino de los cielos. A los ojos de Jesús no es el poder sino la ausencia de poder lo que
puede hacer a una persona importante.
La sección que sigue en este capítulo 18, 8-9, trata del escándalo. Todos los discípulos
, incluso aquellos con más autoridad, han sido invitados a ser como niños; sin embargo, la
advertencia de no escandalizar «a uno de estos pequeños» manifiesta una sensibilidad especial
hacia los miembros más vulnerables de la comunidad.
El párrafo siguiente (18, 10-14), comienza con la advertencia de no despreciar a los
pequeños.
También en este capítulo se habla del perdón de las ofensas. Pedro pregunta cuántas
veces hay que perdonar. Jesús responde que siempre. Jesús cuenta la parábola del siervo
inmisericorde al que el rey le perdonó una deuda impagable y que no quiso perdonar a su
compañero una deuda insignificante. Con esta parábola Jesús define al pecador imperdonable:
el que no perdona.
Después de la muerte de los apóstoles, la Iglesia ha tenido que constituirse en una
sociedad entre otras. Pero una sociedad que vive y actúa según el espíritu de Mateo 18 será
una sociedad distinta de las otras, una sociedad donde lo que en otras cuenta como sabiduría,
no puede sustituir la voz de Jesús. La gran paradoja de la cristiandad es que sólo a través de la
Ecclesia02 20
institución, puede preservarse el mensaje no institucional de Jesús. Mateo se esfuerza para que
el mensaje de Jesús se mantenga vivo y no solamente memorizado.
¿Cuáles son los aspectos positivos y negativos de esta eclesiología?
Hay en ella dos grandes aspectos positivos. El primero es el gran respeto por la ley y
la autoridad que aquí se inculca. En segundo lugar, en la cuestiones pastorales el evangelista
trata de preservar las actitudes de Jesús al interpretar la ley y en el ejercicio de la autoridad.
Por eso, si solamente existiera en este evangelio el primer aspecto positivo habría que señalar
el aspecto negativo inherente que consistiría en el peligro de autoritarismo, legalismo y algún
tipo de clericalismo. Pero al señalar el segundo aspecto positivo Mateo protege a la
comunidad de estos peligros insistiendo en que la voz de Jesús debía ser escuchada en la
Iglesia.
En este evangelio se perfilan los instrumentos a través de los cuales se va a ejercer la
autoridad (Pedro, los Discípulos, toda la comunidad); pero el evangelista insiste en que a
todos ellos les otorga Jesús este poder, por lo que deben ejercerlo de acuerdo a sus normas.
Mateo es consciente de que, por sí mismas, las personas que ejercen la autoridad comenzarían
inevitablemente a actuar como los escribas y fariseos. Por eso Mateo, a través de los ataques
de Jesús a las autoridades judías corrige estas actitudes incipientes dentro de la Iglesia. Para
contrarrestar estos peligros Mateo insiste no sólo en que la Iglesia debería gobernarse en
nombre de Jesús, sino también en el Espíritu de Jesús y a través de sus enseñanzas y
mandamientos. Mateo acepta la institución, la ley y la autoridad, pero quiere una sociedad
peculiar donde la voz de Jesús no sea suplantada y esa voz siga siendo normativa.
Conclusión
Ninguno de los autores bíblicos a los que hemos aludido intentó ofrecer una imagen
completa de lo que debería ser la Iglesia. A la hora de asegurar la supervivencia de las
distintas Iglesias después de la época apostólica, estos escritos pusieron el énfasis en aspectos
bien diversos. Aunque cada énfasis podía ser eficaz en circunstancias particulares del escrito,
también cada uno tenía deficiencias claras que constituían un peligro en el caso de que se
tomasen por separado o se considerasen suficientes para todas las épocas. Tomados
colectivamente, sin embargo, estos énfasis constituyen una importante lección sobre el ideal
primitivo de vida de la comunidad cristiana.
A pesar de esas diversas concepciones e imágenes de la Iglesia, podemos señalar
algunos rasgos esenciales que se dibujan en los distintos documentos del NT y que la
distinguen de judaísmo.
1) La Iglesia primitiva se reconoce como la comunidad salvífica escatológica de Dios, porque
considera a Jesús de Nazaret como el Mesías prometido. A diferencia del judaísmo el
cristianismo confiesa que el Masías ya ha llegado. Aunque los cristianos siguen esperando la
Parusía, sin embargo, Jesús ha realizado una transformación del tiempo; ha convertido
verdaderamente el tiempo en tiempo de salvación.
2) La Iglesia primitiva estaba convencida de la efusión del Espíritu y de la actuación del
Espíritu sobre ella y en ella. El Espíritu que descendió sobre la Iglesia primitiva y habita en
los creyentes es el Espíritu de Jesucristo, es el Espíritu del Señor resucitado, que continúa su
obra de redención por medio de los miembros de la comunidad. Dado que el Espíritu no
excluye la acción humana, la Iglesia se convierte en obra e instrumento, en signo y testimonio
del Espíritu.
3) Hay en la Iglesia una estructura organizativa que descansa sobre el principio del envío. La
pertenencia a esta estructura organizativa no depende ya del origen familiar, como en el
sacerdocio levítico. Lo decisivo es la llamada, el envío o el don de la gracia. Toda gerencia
corresponde al Señor de los cielos, toda facultad procede de él. La Iglesia primitiva era
consciente de que este orden nuevo procedía del Señor.
Ecclesia02 21
4) Otro rasgo esencial de la Iglesia es la unidad. El autor del libro de los Hch se esfuerza por
poner de relieve la armonía y el clima fraterno que existía en la primitiva comunidad eclesial.
Aunque pueda haber algo de idealización en esa presentación, sin embargo, los primeros
cristianos debieron hacer un gran esfuerzo por vivir la fraternidad a todos los niveles.
5) Otro rasgo de la Iglesia primitiva es la santidad. La Iglesia entendida como un todo es
espléndida e intachable porque Cristo la amó y se entregó por ella para santificarla. Los que
creen en Cristo se saben salvados única y exclusivamente por la gracia de Dios que viene por
Jesucristo y por el Espíritu. Pero después, agradecido, deben de llevar una vida santa. Es
decir, la santidad recibida de Dios crea la obligación de vivir en santidad. La ética del
cristiano primitivo está ligada a la palabra de Jesús, a su ejemplo y las exigencias de su
seguimiento. Para los primeros cristianos el sermón de la montaña se hizo norma obligatoria
de su obrar moral.
6) Otro rasgo importante es la universalidad misionera. Jesús se dirigía a todos y de todos
exigía lo mismo: conversión y fe, pureza moral y amor. Es cierto que en su actividad terrena
Jesús se sabía enviado solamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Es verdad también
que el paso de extender la misión a los gentiles planteó a la comunidad cristiana grandes
dificultades (cf. Hch 10-11). La misión entre los gentiles se llevó a cabo al comienzo con
muchas vacilaciones. Pero también es verdad que después toda la Iglesia primitiva reconoció
la misión entre los gentiles como querida por Dios y basada en el mandato del Señor
resucitado.
Ese universalismo ya estaba contenido en el mensaje de Jesús y fue saliendo poco a
poco a la luz. A la hora de fundamentarlo Pablo alude a la idea de que en Cristo el hombre
nuevo, y según esto ya no cuenta ni la circuncisión ni la incircuncisión, ni la situación social.
Según la teología del cuarto evangelio, la Iglesia se abre a todos debe admitir a todos
los llamados por Dios, así como Jesús no rechazó a nadie de los que le había dado el Padre.
La Iglesia trata de alcanzar a todos los llamados por Dios, trata de reunir a todos los hijos de
Dios que están dispersos por el mundo. Por eso su universalidad exige lanzarse a la misión.
Pero que la Iglesia no se hace universal porque se dedique a la misión, sino que se dedica a la
misión porque es esencialmente universal.
Las Iglesias incluyeron desde el comienzo una gran diversidad, especialmente las
iglesias fundadas por Pablo. Estaban formadas no sólo por judíos, prosélitos y gentiles, sino
que reunía hombres y mujeres de distintas clases sociales. También a libres y esclavos. No era
una tarea fácil armonizar a todos estos miembros. El único requisito de admisión en la
comunidad cristiana era la confesión de fe en Jesús como Mesías y Señor, y la aceptación del
bautismo. El «concilio apostólico» (Hch 15) decidió que no había que imponer especiales
cargas (circuncisión y Ley judía) a los gentiles que pasaban a la Iglesia.

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