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literatura española de los siglos XVIII, XIX y XX. Junto a tus lecturas, los
comentarios de clase y los fragmentos que analizaremos durante el curso, te
servirán para preparar los exámenes de segundo de bachillerato y la
selectividad. En esta última prueba, como sabes, hay una pregunta de historia
de la literatura. Su enunciado puede coincidir con alguno de los temas
siguientes, pero puede ocurrir también que la cuestión esté formulada de forma
que tengas que utilizar datos pertenecientes a varios.
En la selectividad, todos los alumnos de la clase llevaréis los mismos temas.
Si reproduces sin errores y sin omisiones cualquiera de ellos, tu nota será muy
buena. Pero no conviene que haya un número excesivo de alumnos que
redacten un tema igual o muy parecido. Por eso, te recomiendo que no los
difundas
1. MODERNISMO Y 98
-Preferencia por las corrientes irracionalistas y por los filósofos extranjeros que
las representan: Nietzsche, Kierkegaard, Schopenhauer.
-Preocupación por España, por su historia y por su decadencia contemporánea.
-Amor por Castilla, entendida como el alma genuina de lo español.
Miguel de Unamuno, que cultivó todos los géneros literarios, centró sus
preocupaciones en los temas relacionados España y con la existencia humana. Su gusto
por las paradojas se manifiesta en sus novelas más influyentes: Niebla y San Manuel
Bueno, mártir.
De Pío Baroja, que junto a Azorín y Ramiro de Maeztu integró el llamado
Grupo de los Tres, destacan novelas ambientadas en el Madrid finisecular, como La
busca, Mala hierba, Aurora roja –que integran la trilogía La lucha por la vida- y El
árbol de la ciencia. Otros títulos se desarrollan en su tierra natal, el País Vasco, como
Zalacaín el aventurero o El mayorazgo de Labraz.
Azorín, seudónimo de Antonio Martínez Ruiz, construyó novelas con poca
anécdota argumental, centradas en las descripciones líricas y subjetivas del narrador y
en la expresión de ideas radicales, pues el autor defendió el anarquismo en su juventud.
A esta primera época de la obra de Azorín, la más interesante del autor, pertenecen
títulos como La voluntad y Castilla.
Valle-Inclán cultivó el modernismo en las Sonatas, cuatro breves novelas de
juventud protagonizadas por el Marqués de Bradomín. La evolución ideológica y
estética de Valle-Inclán se percibe claramente en su obra teatral y narrativa. En su teatro,
destaca Luces de bohemia, obra con la que comienza el esperpento; su novela más
lograda fue Tirano Banderas, ácido relato sobre un dictador hispanoamericano.
Antonio Machado cultivó un modernismo moderado en su primera obra
poética, Soledades (1903), sustancialmente modificada en la segunda edición:
Soledades, galerías y otros poemas (1907). En Campos de Castilla, que también tuvo
dos ediciones muy distintas entre sí, de 1912 y de 1917, introdujo su amor por la tierra
castellana y su preocupación por España, lo que incluye definitivamente al autor en la
generación del 98
.
2. EL NOVECENTISMO O GENERACIÓN DEL 14. LAS VANGUARDIAS.
El teatro conservador se plegó a los gustos del público burgués sin intentar
innovaciones estéticas. Aunque gozó de gran éxito en su época, pocos son los autores y
las obras que han sobrevivido al paso del tiempo. Dentro de la corriente de la alta
comedia, destacó Jacinto Benavente (1866-1954), hábil creador de dramas alejados de
cualquier crítica social, como La malquerida, y de una farsa que representa el punto más
alto de su obra: Los intereses creados. El teatro cómico tuvo como mayor figura a
Carlos Arniches (1866-1943), que recreó el tipismo madrileño. Sin embargo su mejor
obra, La señorita de Trevélez, sin abandonar el tono de comedia, presenta perfiles más
amargos y desolados. Otras figuras de cierto relieve en esta corriente fueron Pedro
Muñoz Seca, creador del astracán –caracterizado por la tendencia al chiste fácil y a los
argumentos disparatados- y autor de La venganza de don Mendo, y los hermanos
Álvarez Quintero, que se valieron de los tópicos andaluces para escribir un teatro de
nula intención social. Por último, el teatro poético, formalmente brillante pero
superficial, ensalzó las gestas del pasado medieval e imperial español en obras como En
Flandes se ha puesto el sol, de Eduardo Marquina, o Doña María de Padilla, de
Francisco Villaespesa.
Por su parte, el teatro renovador es el que mejor ha resistido el paso del tiempo
y el que dio las dos grandes figuras del teatro español contemporáneo:
-Nacen en la última década del siglo XIX o en los primeros años del siglo
XX.
-En 1927, participaron en el homenaje que se tributó a Góngora con motivo del
tercer centenario de su muerte. Ese encuentro en Sevilla, que da nombre al grupo, suele
señalarse como el hecho fundacional de la Generación del 27.
La guerra civil supuso una ruptura traumática en la vida cultural española. Las
nuevas condiciones políticas afectaron de forma absoluta a la producción literaria. La
fuerte censura, la prohibición que pesaba sobre muchos escritores españoles y
extranjeros y el exilio de un grupo de jóvenes valiosos (Sender, Max Aub, Francisco
Ayala, etc.) ayudó a que la ruptura con la narrativa anterior a la guerra civil fuese mayor.
Durante los años cuarenta se cultiva una novela realista. Los títulos más
destacados son:
La familia de Pascual Duarte (1942), primera novela de Camilo José Cela, que
supuso una singular novedad en la novela española de la inmediata posguerra. Inauguró
el tremendismo, corriente caracterizada por la presentación sistemática de los aspectos
más desagradables de la realidad. Narrada en primera persona por un hombre a punto de
ser ejecutado, desarrolla la vida de Pascual Duarte.
El pesimismo domina Nada 1945), de Carmen Laforet, obra que presenta a una
joven que se instala en Barcelona para comenzar sus estudios universitarios. Vive en casa
de sus tíos, personajes desquiciados a los que, seguramente, la guerra ha trastocado.
El final del realismo social se produjo en los años 60, sobre todo a partir de la
publicación de Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos. Obra de gran
complejidad lingüística y estructural pese a su argumento folletinesco, no pretende
convertirse en un arma política, aunque contenga un fuerte sustrato ideológico, sino
en un arma literaria. El uso magistral del monólogo interior, así como de otras
técnicas como el estilo indirecto libre o los diálogos intercalados en los monólogos,
le sirvieron a Martín Santos para incorporar definitivamente a James Joyce y a los
demás renovadores de la novela universal a la literatura española.
Otras títulos importantes de la renovación estética que siguió a la publicación
de Tiempo de silencio fueron Cinco horas con Mario (1966), de Miguel Delibes, Señas
de identidad (1966), de Juan Goytisolo, Últimas tardes con Teresa (1966), de Juan
Marsé, Volverás a Región (1968), de Juan Benet, San Camilo 1936 (1969), de Camilo
José Cela, y La saga/fuga de J.B. (1972), de Gonzalo Torrente Ballester.
Por último, no conviene olvidar a obra de los novelistas españoles exiliados, entre los que
destacan Ramón J. Sender, Francisco Ayala, Max Aub, Rosa Chacel y Arturo Barea. Particular
importancia tiene Réquiem por un campesino español (1947), de Sender, sobre un luctuoso
episodio de la guerra civil en la que cura bienintencionado pero débil no es capaz de salvar la vida
de un joven idealista por el que sentía especial afecto.
6. LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE 1939 HASTA FINALES DEL SIGLO XX.
TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS MÁS REPRESENTATIVAS.
Acabada la Guerra Civil, con buena parte de los poetas españoles exiliados (o
muertos durante la contienda, como fue el caso de García Lorca), pronto surgen dos
tendencias en la poesía española de los años cuarenta:
La poesía arraigada agrupa a aquellos que, partidarios del bando vencedor,
cultivan una literatura formalista y ajena a las preocupaciones políticas y sociales. En
ocasiones, sí que aparecían alusiones muy directas a la realidad, pero siempre con un
tono triunfalista o mediante comparaciones con el pasado imperial. Se dieron a conocer
a través de las revistas Garcilaso y Escorial. Entre los principales autores de este grupo
figuran el garcilasista José García Nieto, Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero y Luis
Rosales. Este último, a finales de la década, publicó La casa encendida (1949),
poemario muy apreciable y de tono más oscuro que su obra anterior.
La poesía social, que apareció con fuerza en los años cincuenta, tiene como
principales puntales a Blas de Otero y a Gabriel Celaya. Ambos aspiraban a
transformar en mundo mediante la palabra poética, a servir de vehículo ideológico para
la toma de conciencia de la sociedad. En obras como Pido la paz y la palabra (1955), de
Blas de Otero, aparece una continua denuncia de las injusticias sociales, de la falta de
libertades y de la situación de los trabajadores. A la vez, se recuperó el surrealismo
gracias al grupo de los postistas, con Carlos Edmundo de Ory a la cabeza.
Hay que recordar que durante esta época parte de la poesía española se escribió
en el exilio. Muchos de los poetas transterrados ya tenían una obra consolidada antes de
la guerra (Juan Ramón, Salinas, Cernuda, Guillén, Alberti, etc.). En cambio, otros la
construyeron casi enteramente en el exilio. Fue el caso, por ejemplo, de León Felipe,
que cultivó un verso combativo y apasionado. Por su parte, Juan Gil Albert, que
produjo una obra más cercana al vanguardismo, en fecha temprana volvió a España,
donde vivió en una especie de exilio interior. Un último grupo, al que pertenece el
hispano-mexicano Tomás Segovia, lo forman aquellos que se marcharon siendo niños o
muy jóvenes y se formaron y escribieron en sus países de acogida.
En 1970, la publicación Nueve novísimos poetas españoles, una antología a
cargo del crítico José María Castellet, dio a conocer a una serie de poetas (Pere
Gimferrer, Guillermo Carnero, Ana María Moix Leopoldo María Panero o Manuel
Vázquez Montalbán, entre otros), jovencísimos muchos de ellos entonces, que, aunque
poseen rasgos singulares, pueden caracterizarse como un conjunto con las siguientes
características: introducen la cultura popular –el cine, el cómic, el rock, etc.-, cultivan
un intenso culturalismo, buscan formas depuradas de expresión y utilizan como
principales referencias a autores extranjeros a los que leen en sus lenguas respectivas.
Las consecuencias de la guerra afectaron al teatro más que a los demás géneros
literarios. A la muerte de Valle-Inclán, por causas naturales, y de García Lorca,
asesinado al principio de la contienda, se sumaron el encarcelamiento y posterior
fallecimiento de Miguel Hernández y el exilio de jóvenes dramaturgos como Max Aub y
Alejandro Casona. La falta de autores de mérito se agravó con el establecimiento de
una férrea censura, que en el caso del teatro, por ser un género que llegaba con mayor
inmediatez, fue aún más drástica que en la poesía o en la novela. Durante los años
cuarenta, se estrenan o reponen en España obras de poca o ninguna calidad literaria, ya
fueran piezas inspiradas en la alta comedia benaventina, piezas humorísticas o dramas
que exaltaban el pasado imperial de España (podrían exceptuarse algunas piezas
humorísticas de Enrique Jardiel Poncela, como Eloísa está debajo de un almendro,
1940). A finales de la década, en 1949, se produce el estreno del primer título
verdaderamente significativo, Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo,
autor que comenzaba así una brillante carrera teatral. Historia de una escalera es una
obra amarga, con un fuerte fondo existencial, en la que varias generaciones de una
misma casa de vecinos expresan sus sueños finalmente derrotados.
En los años 50, con Buero Vallejo y Alfonso Sastre como principales figuras,
triunfa el drama realista y existencial, que progresivamente va acentuando sus perfiles
sociales y críticos. A esta época pertenecen las obras más representativas de Sastre:
Escuadra hacia la muerte (1952) y La mordaza (1954). Por su parte, Buero Vallejo
estrena algunos de sus dramas históricos, como Un soñador pare un pueblo (1958) y El
concierto de San Ovidio (1962).
A la vez que los nuevos autores del realismo social comenzaban su obra, en los
escenarios comerciales triunfaban dramaturgos de generaciones anteriores. Entre los
cultivadores del teatro de humor, destacó Miguel Mihura, que tras el estreno de su
obra maestra, Tres sombreros de copa (1952, aunque la había escrito veinte años antes),
se decantó por un teatro más comercial que pudiera llegar a un público más amplio y le
permitiera vivir de la pluma. Rebajando un tanto las exigencias estéticas, pero sin
perder la calidad literaria ni el humor disparatado, estrenó Maribel y la extraña familia
(1952) y Ninette y un señor de Muria (1964). También continuó su labor durante los
años sesenta y setenta Antonio Buero Vallejo, consolidado como la gran figura del
teatro español de la posguerra gracias a títulos como El tragaluz (1967) o La fundación
(1974), en los que sin perder la intención crítica de sus piezas anteriores evolucionó
hacia un teatro de fuerte carga simbólica.
En los años setenta aparecieron varios autores de éxito, como Antonio Gala,
inclinado hacia un teatro de corte comercial, y Francisco Nieva, más próximo al
vanguardismo y al teatro poético. En la generación siguiente, destaca José Luis Alonso
de Santos, aún en activo, autor de Bajarse al moro (1985). Otros nombres relevantes de
las últimas décadas del siglo XX son Fermín Cabal, José Sanchís Sinisterra o
Paloma Pedrero, entre otros No obstante, lo más del destacable del teatro de finales de
la centuria anterior es la proliferación de compañías que apuestan por la autoría
colectiva, como los veteranos Els Joglars o los más recientes La Fura Dels Baus, El
Gayo Vallecano o La Cubana.
8. LA NOVELA ESPAÑOLA DESDE 1975 HASTA FINALES DEL SIGLO XX.
TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS MÁS REPRESENTATIVAS.
Dentro de los novelistas del periodo que nos ocupa, podemos distinguir al menos
cuatro generaciones:
1) Entre los autores nacidos a finales de los años 30 y durante los años 40,
destacan Eduardo Mendoza y Manuel Vázquez Montalbán. Eduardo Mendoza (1943)
se dio a conocer en 1975 con La verdad sobre el caso Savolta, obra de estructura
compleja que recrea las luchas obreras de la Barcelona de principios de siglo mediante
el uso de variados puntos de vista y de materiales diversos (artículos periodísticos,
declaraciones judiciales, etc.). Otra de sus grandes novelas es La ciudad de los
prodigios, también ambientada en Barcelona. Por su parte, Manuel Vázquez
Montalbán (1939-2003) creó el personaje de Pepe Carvalho, un peculiar investigador
privado que protagoniza una serie de novelas negras.
2) Entre los nacidos a finales de los años 40 y los años 50, han alcanzado
especial relevancia:
-Javier Marías (1951) cultiva una prosa elegante y original, de párrafos largos y
complejos al servicio de obras ambiciosas en las que poseen especial relevancia los
elementos culturales.. Algunos de sus títulos más destacados son Corazón tan blanco y
Mañana en la batalla piensa en mí.
-Antonio Muñoz Molina (1956) es el principal representante de una corriente
aparecida a finales de los 80 que la crítica denominó nueva narrativa española. Tras
cultivar una novela próxima al género negro en títulos como El invierno en Lisboa, ha
recreado el pasado reciente en obras como El jinete polaco y La noche de los tiempos.
-Luis Landero (1948) se dio a conocer con Juegos de la edad tardía, una
primera novela deslumbrante de técnica tradicional que funde el humor con la parodia.