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Los siguientes temas constituyen un apretado resumen de la historia de la

literatura española de los siglos XVIII, XIX y XX. Junto a tus lecturas, los
comentarios de clase y los fragmentos que analizaremos durante el curso, te
servirán para preparar los exámenes de segundo de bachillerato y la
selectividad. En esta última prueba, como sabes, hay una pregunta de historia
de la literatura. Su enunciado puede coincidir con alguno de los temas
siguientes, pero puede ocurrir también que la cuestión esté formulada de forma
que tengas que utilizar datos pertenecientes a varios.
En la selectividad, todos los alumnos de la clase llevaréis los mismos temas.
Si reproduces sin errores y sin omisiones cualquiera de ellos, tu nota será muy
buena. Pero no conviene que haya un número excesivo de alumnos que
redacten un tema igual o muy parecido. Por eso, te recomiendo que no los
difundas

Juan Antonio Bueno Álvarez

1. MODERNISMO Y 98

El Modernismo se originó en Hispanoamérica partiendo de dos escuelas que


habían renovado la poesía francesa de la segunda mitad del siglo XIX: Parnasianismo y
Simbolismo. El Modernismo fue una reacción individual y ambigua contra la
sociedad utilitaria de finales de siglo. Los autores modernistas manifiestan su
descontento con la realidad evadiéndose en sus obras hacia épocas y lugares remotos
(Edad Media, la Grecia clásica, Oriente, Escandinavia...).
El padre del Modernismo fue el poeta nicaragüense Rubén Darío. En sus
primeras obras –Azul... (1888) y Prosas profanas (1895)- cultivó una literatura
esteticista, sonora y muy preocupada por la brillantez y la perfección formal en la que
abundaban los elementos ornamentales y exóticos –cisnes, princesas, aristócratas
decadentes, etc.- sin conexión directa con la realidad. En Cantos de vida y esperanza
(1905), su obra maestra, evolucionó hacia una literatura menos formalista y más
preocupada por lo social y lo existencial.
La influencia de Rubén Darío se percibe claramente en las primeras obras de
autores españoles como Antonio Machado (Soledades, 1903) Valle-Inclán (las
Sonatas, 1902-1905), Manuel Machado (Alma, 1901) o Juan Ramón Jiménez (Arias
tristes, 1903).

Un grupo de escritores españoles contemporáneos de Rubén Darío terminó


formando la que, con el tiempo, sería conocida como generación del 98. Si bien
algunos de ellos (Valle-Inclán, Antonio Macahdo) recibieron el influjo del poeta
nicaragüense en sus comienzos, paulatinamente se fueron alejando de los principios
estéticos del Modernismo.
Los autores del 98 cumplen diversos criterios que permiten considerarlos
integrantes de una generación, como el nacimiento en años poco distantes o la
existencia de un acontecimiento generacional –el Desastre del 98-. Se caracterizaron por
un inicial radicalismo en el análisis de la realidad española. Su pensamiento no
proponía soluciones concretas para resolver los problemas nacionales, pues estaba
basado en un subjetivismo asistemático. Con el tiempo, fueron moderando sus posturas
y, en el caso de Azorín y Maeztu, abrazando ideas conservadoras. Podemos señalar
como elementos comunes de los integrantes del 98 los siguientes:

-Preferencia por las corrientes irracionalistas y por los filósofos extranjeros que
las representan: Nietzsche, Kierkegaard, Schopenhauer.
-Preocupación por España, por su historia y por su decadencia contemporánea.
-Amor por Castilla, entendida como el alma genuina de lo español.

Miguel de Unamuno, que cultivó todos los géneros literarios, centró sus
preocupaciones en los temas relacionados España y con la existencia humana. Su gusto
por las paradojas se manifiesta en sus novelas más influyentes: Niebla y San Manuel
Bueno, mártir.
De Pío Baroja, que junto a Azorín y Ramiro de Maeztu integró el llamado
Grupo de los Tres, destacan novelas ambientadas en el Madrid finisecular, como La
busca, Mala hierba, Aurora roja –que integran la trilogía La lucha por la vida- y El
árbol de la ciencia. Otros títulos se desarrollan en su tierra natal, el País Vasco, como
Zalacaín el aventurero o El mayorazgo de Labraz.
Azorín, seudónimo de Antonio Martínez Ruiz, construyó novelas con poca
anécdota argumental, centradas en las descripciones líricas y subjetivas del narrador y
en la expresión de ideas radicales, pues el autor defendió el anarquismo en su juventud.
A esta primera época de la obra de Azorín, la más interesante del autor, pertenecen
títulos como La voluntad y Castilla.
Valle-Inclán cultivó el modernismo en las Sonatas, cuatro breves novelas de
juventud protagonizadas por el Marqués de Bradomín. La evolución ideológica y
estética de Valle-Inclán se percibe claramente en su obra teatral y narrativa. En su teatro,
destaca Luces de bohemia, obra con la que comienza el esperpento; su novela más
lograda fue Tirano Banderas, ácido relato sobre un dictador hispanoamericano.
Antonio Machado cultivó un modernismo moderado en su primera obra
poética, Soledades (1903), sustancialmente modificada en la segunda edición:
Soledades, galerías y otros poemas (1907). En Campos de Castilla, que también tuvo
dos ediciones muy distintas entre sí, de 1912 y de 1917, introdujo su amor por la tierra
castellana y su preocupación por España, lo que incluye definitivamente al autor en la
generación del 98
.
2. EL NOVECENTISMO O GENERACIÓN DEL 14. LAS VANGUARDIAS.

En torno a 1914, comienza a fraguar una nueva generación literaria e intelectual


a la que pertenecen los escritores nacidos aproximadamente entre 1880 y 1890. Aunque
no se puede hablar de un grupo homogéneo, sí es posible establecer ciertas
características comunes:
-Se trata de escritores que parten de la idea del reformismo burgués, lejos del
inicial radicalismo de los integrantes de la generación anterior.
-Sin perder el interés por los problemas de España, se acercan al ideal del
europeísmo desde su sólida formación intelectual y cultural.
-Introducen las nuevas formas literarias de vanguardia que triunfan en
Europa.
-Reaccionan contra las tendencias irracionalistas y románticas encarnadas, en
parte, en la generación del 98. Defienden el ideal del clasicismo.
-Cultivan una estética difícil, un arte para minorías cultas.

El ideal de los novecentistas de un arte puro, no contaminado por los problemas


sociales, tuvo su periodo de auge durante los años 20. Con el comienzo de la década
siguiente, se vio arrinconado por el triunfo de una literatura comprometida con la
realidad social, de una literatura impura.

El poeta más relevante de la Generación del 14 fue Juan Ramón Jiménez


(1881-1958), que comenzó su obra bajo el influjo del Modernismo, como demuestra
Arias Tristes (1903). Sin embargo, pronto evolucionó hacia una poesía muy personal y
muy depurada técnicamente en la que trataba de conseguir una expresión desnuda y
alejada de todo retoricismo. Defensor a ultranza de la poseía pura, obsesionado por la
corrección continua, se convirtió en el maestro de los jóvenes poetas del 27, de los que
se alejó cuando estos, ya en los años treinta, comenzaron a cultivar temas sociales y
políticos.
Tras su primera época o sensitiva, la poesía de Juan Ramón se desprende de la
estética modernista y alcanza su cima con obras como Diario de un poeta recién casado
(1916) y Eternidades (1918), con las que abre su segunda época o intelectual, que se
extiende hasta 1936. En el exilio, se desarrolla su tercera ý última época, conocida
como suficiente, en la que alcanza la máxima depuración y se decanta por el verso
libre. El poeta onubense murió en Puerto Rico en 1958, dos años después de recibir el
premio Nobel.

Pero el grueso de los llamados novecentistas lo componen ensayistas y


pensadores como Eugenio d´ Ors, Manuel Azaña, Gregorio Marañón o Américo Castro.
Mención aparte merece José Ortega y Gasset (1883-1955), el pensador español más
influyente del siglo XX. De su obra destacan, por un lado, los ensayos de carácter
estético en los que defiende un arte nuevo, para minorías y autorreferencial (La
deshumanización del arte) y, por otro, los de aliento sociológico y político (España
invertebrada y La rebelión de las masas).

Entre los novelistas, destacan Ramón Pérez de Ayala (Troteras y danzaderas) y


Gabriel Miró (El obispo leproso). Fuera de cualquier clasificación queda Ramón
Gómez de la Serna (1888-1963), animador e impulsor del clima estético de su época
(creó la greguería, que el mismo definía como metáfora + humor) y, como veremos a
continuación, impulsor de las vanguardias en España. Su novela más conocida es El
caballero del hongo gris.

Las vanguardias están íntimamente unidas al novecentismo. En los dos casos


existe una consideración intelectual y no sentimental del hecho artístico y ambos
comparten la necesidad de una profunda renovación estética. Gracias a la labor difusora
de Ramón Gómez de la Serna, a través de la revista Prometeo y de la tertulia que
encabezaba en el café Pombo, en España se tuvo muy pronto noticia de los movimientos
de vanguardia que se estaban desarrollando en Europa, principalmente en Francia.
Los principales movimientos de vanguardia europeos (futurismo, cubismo,
dadaísmo y surrealismo) se originaron entre 1909 y 1916. Inspirados en los tres
primeros, en lengua española se desarrollaron dos ismos propios, muy próximos entre
sí:
-Ultraísmo y creacionismo: ambos crean un arte alejado de la realidad (por
tanto, un arte puro), repleto de asociaciones caprichosas entre las palabras que
desbordan lo racional y de metáforas e imágenes audaces. Entre los ultraístas cabe
destacar a Guillermo de Torre y al argentino Jorge Luis Borges; entre los creacionistas, a
Gerardo Diego y al chileno Vicente Huidobro.
El ismo más influyente fue, sin duda, el surrealismo, que dejó una honda huella
en la poesía española de los años 20 y 30. El surrealismo rompió con la lógica para
revelar la realidad oculta a los ojos y demostrar el absurdo de la vida y de la sociedad
humanas. Las obras surrealistas no ofrecen un cabal y exacto sentido racional, pues
muchas veces se aproximan en su discurso al de los sueños, pero dejan una honda
impresión y suponen la plasmación de un estado del ánimo y de la conciencia. A
diferencia del surrealismo francés, el español tuvo un carácter más humano, por lo que
se alejó en parte del ideal de un arte puro y se acercó al arte comprometido. Obra
maestras del surrealismo español son Poeta en Nueva York, de García Lorca, Sobre los
ángeles, de Rafael Alberti, y Espadas como labios, de Vicente Aleixandre.

3. EL TEATRO ESPAÑOL ENTRE 1900 Y 1939. TENDENCIAS, AUTORES Y


OBRAS MÁS REPRESENTATIVAS.

Podemos distinguir dos tendencias en el teatro de este periodo:

El teatro conservador se plegó a los gustos del público burgués sin intentar
innovaciones estéticas. Aunque gozó de gran éxito en su época, pocos son los autores y
las obras que han sobrevivido al paso del tiempo. Dentro de la corriente de la alta
comedia, destacó Jacinto Benavente (1866-1954), hábil creador de dramas alejados de
cualquier crítica social, como La malquerida, y de una farsa que representa el punto más
alto de su obra: Los intereses creados. El teatro cómico tuvo como mayor figura a
Carlos Arniches (1866-1943), que recreó el tipismo madrileño. Sin embargo su mejor
obra, La señorita de Trevélez, sin abandonar el tono de comedia, presenta perfiles más
amargos y desolados. Otras figuras de cierto relieve en esta corriente fueron Pedro
Muñoz Seca, creador del astracán –caracterizado por la tendencia al chiste fácil y a los
argumentos disparatados- y autor de La venganza de don Mendo, y los hermanos
Álvarez Quintero, que se valieron de los tópicos andaluces para escribir un teatro de
nula intención social. Por último, el teatro poético, formalmente brillante pero
superficial, ensalzó las gestas del pasado medieval e imperial español en obras como En
Flandes se ha puesto el sol, de Eduardo Marquina, o Doña María de Padilla, de
Francisco Villaespesa.

Por su parte, el teatro renovador es el que mejor ha resistido el paso del tiempo
y el que dio las dos grandes figuras del teatro español contemporáneo:

Valle Inclán (1866-1936), tras algunas piezas modernistas, emprendió el camino


de la renovación con su ciclo mítico, integrado por Águila de blasón, Romance de lobos
y Cara de plata, que componen las Comedias bárbaras, obras que presentan un mundo
violento y en descomposición en el que habitan personajes torturados por las bajas
pasiones. También en el medio rural se desarrolla Divinas palabras, publicada en 1920
pero que no pudo ser representada en vida del autor por su radical novedad. Respecto a
las Comedias bárbaras se acentúan la crueldad, el sarcasmo y la sátira, por lo que
supone un paso decisivo hacia la creación del esperpento, que fragua poco después con
Luces de bohemia, también aparecida en 1920 pero que no se estrenó en España hasta
1970. Obra adelantada a su época y cumbre del teatro español del siglo XX, presenta las
últimas horas de un poeta ciego, lúcido, bohemio, ácido y postergado por la sociedad. El
protagonista, Max Estrella, pudo inspirarse en el escritor Alejandro Sawa, aunque
contiene también elementos de la personalidad del propio autor. La imagen que se
ofrece de la sociedad española de la época es monstruosa y muy crítica, la de un país
corrupto e inculto que no premia la inteligencia sino la trampa y la chabacanería. Escrita
con un lenguaje muy rico y variado, deforma la realidad de manera grotesca y deja una
fuerte impresión de pesimismo con la muerte final de Max Estrella y el triunfo del
adulador e hipócrita Don Latino, que se beneficia del suceso al apoderarse del décimo
premiado que llevaba consigo el poeta. La técnica del esperpento se prolongó en los tres
títulos que integran Martes de carnaval: Los cuernos de don Friolera, Las galas del
difunto y La hija del capitán.

Federico García Lorca (1898-1936) compuso un teatro simbólico y poético en


el que destacan títulos como Bodas de sangre, Yerma, Doña Rosita la soltera y La casa
de Bernarda Alba, todas ellas de los años 30. En las obras de Lorca se enfrentan dos
fuerzas antagónicas: la autoridad y la libertad. Al final, sus personajes son víctimas de la
colectividad y de los prejuicios de una sociedad conservadora. La casa de Bernarda
Alba, su obra maestra, que concluyó dos meses antes de morir y que no se estrenó en
España hasta 1964, se desarrolla en el asfixiante clima de una Andalucía tradicional.
Tras la muerte del padre, Bernarda Alba impone un luto de ocho años durante el cual sus
cinco hijas permanecerán encerradas sin salir de casa. La menor, Adela, se rebela contra
esta situación y mantiene relaciones nocturnas y clandestinas con el novio de su
hermana mayor, Pepe el Romano, que nunca sale en escena. El intenso ambiente de
opresión y de erotismo subyugado concluye abruptamente con el suicidio de Adela y
con la afirmación del poder de su madre.

Aunque menos influyentes y logrados que los de Valle-Inclán y García Lorca,


también merecen reconocimiento los intentos renovadores de los noventayochistas
Miguel de Unamuno y Azorín y de los novecentistas Jacinto Grau y Ramón Gómez de
la Serna, Por último, debemos recordar que durante los años treinta comenzaron su obra
dramática varios autores que la continuarían en el exilio, como Rafael Alberti,
Alejandro Casona y Max Aub. Por su parte, Miguel Hernández, muerto en la cárcel
en 1942, compuso varias piezas de fuerte contenido político.
4. LA POESÍA DE LA GENERACIÓN DEL 27

Bajo el nombre de Generación del 27 suele agruparse a un conjunto de poetas


que comparten los siguientes rasgos generacionales:

-Nacen en la última década del siglo XIX o en los primeros años del siglo
XX.

-Proceden de familias acomodadas pertenecientes a la burguesía liberal. Ellos


también se mantuvieron fieles a un pensamiento laico y republicano, con la excepción
de Gerardo Diego.

-Poseían una sólida formación académica, con la excepción de Alberti, que no


cursó estudios universitarios.

-Tuvieron en la Residencia de Estudiantes un centro de encuentro y de


actividad cultural común. En ella se alojaron Federico García Lorca y Emilio Prados,
además del pintor Salvador Dalí y del cineasta Luis Buñuel. El resto de los poetas del
27 la frecuentó con asiduidad, sobre todo Guillén, Aleixandre y Alberti

-En 1927, participaron en el homenaje que se tributó a Góngora con motivo del
tercer centenario de su muerte. Ese encuentro en Sevilla, que da nombre al grupo, suele
señalarse como el hecho fundacional de la Generación del 27.

La Generación del 27 resume las diversas tendencias que se habían


manifestado en la literatura española en las generaciones precedentes. En sus primeras
obras, en torno a 1920, parten de una sensibilidad romántica que hunde sus raíces en
Bécquer. Poco después, estimulados por el auge de las vanguardias, se acercan a un arte
puro, ajeno a las preocupaciones humanas y de formas innovadoras. Pero, casi
simultáneamente, recuperan las formas tradicionales de nuestra lírica popular. A partir
de 1930, se produce el abandono casi generalizado de la poesía pura, y sus obras
reflejan la intensa agitación política y social de la España de la época, que culminará
con el ineludible compromiso (en uno u otro sentido) que impuso la guerra civil. El
final de esta supuso la dispersión de los miembros del grupo, muchos de ellos exiliados
para el resto de su vida.

Las características de los poetas del 27 fueron las siguientes:

-combinaron su adscripción a las vanguardias (surrealismo de Aleixandre,


Lorca y Alberti; creacionismo de Gerardo Diego, etc.) con el cultivo de formas
populares (sobre todo, por parte de Lorca, Alberti y Gerardo Diego).

-escribieron una poesía hermética y de difícil comprensión (ciertos poemas de


Guillén, Aleixandre o Alberti, por ejemplo) y otra sencilla destinada a un público
amplio (sirva como muestra la gran popularidad de algunas composiciones de García
Lorca).
-equilibraron lo intelectual (característico de los novecentistas) con lo
sentimental (lo que les acerca a la generación de fin de siglo).

-aunque profundamente innovadores, sintieron admiración y respeto por los


escritores de las generaciones precedentes, a los que no se opusieron de manera
virulenta.

-la guerra civil y sus consecuencias (muerte de Lorca; exilio de Alberti,


Cernuda, Salinas, Guillén, etc.) los marcó como a ninguna otra generación de nuestra
literatura.

La nómina de los principales poetas y de algunas de sus principales obras es la


siguiente:
Pedro Salinas escribió La voz a ti debida y Razón de amor, dos poemarios de
amor inspirados por su amante, las norteamericana Katherine Whitmore.
Jorge Guillén cultivó la poesía pura en su principal obra, Cántico, donde
celebra la perfección del mundo.
Gerardo Diego, autor de títulos como Manual de espumas y Alondra de
verdad, combinó el cultivo de formas populares y formas vanguardistas.
Vicente Aleixandre destacó como gran peota surrealista con títulos como
Espadas como labios y La destrucción o el amor.
Dámaso Alonso alcanzó la cima de su obra en Hijos de la ira (1944), uno de los
grandes hitos de la poesía de posguerra y piedra angular de la llamada poesía
desarraigada.
Federico García Lorca cultivó el romance, una forma tradicional, en
Romancero gitano, un breve poemario que denuncia la injusticia con un lenguaje pleno
de sensualidad. Poeta en Nueva York, la cumbre del surrealismo español, también es una
obra de denuncia social, en este caso de la deshumanización de la sociedad
industrializada.
Rafael Alberti, el más prolífico de los autores del grupo, cultivó muy diversos
estilos, desde las formas populares de Marinero en tierra a la poesía política y social
pasando por el surrealismo de Sobre los ángeles.
Luis Cernuda reunió su desgarrada poesía en La realidad y el deseo.

5. LA NOVELA ESPAÑOLA ENTRE 1939 Y 1974. TENDENCIAS, AUTORES Y


OBRAS MÁS REPRESENTATIVAS.

La guerra civil supuso una ruptura traumática en la vida cultural española. Las
nuevas condiciones políticas afectaron de forma absoluta a la producción literaria. La
fuerte censura, la prohibición que pesaba sobre muchos escritores españoles y
extranjeros y el exilio de un grupo de jóvenes valiosos (Sender, Max Aub, Francisco
Ayala, etc.) ayudó a que la ruptura con la narrativa anterior a la guerra civil fuese mayor.

Durante los años cuarenta se cultiva una novela realista. Los títulos más
destacados son:

La familia de Pascual Duarte (1942), primera novela de Camilo José Cela, que
supuso una singular novedad en la novela española de la inmediata posguerra. Inauguró
el tremendismo, corriente caracterizada por la presentación sistemática de los aspectos
más desagradables de la realidad. Narrada en primera persona por un hombre a punto de
ser ejecutado, desarrolla la vida de Pascual Duarte.

El pesimismo domina Nada 1945), de Carmen Laforet, obra que presenta a una
joven que se instala en Barcelona para comenzar sus estudios universitarios. Vive en casa
de sus tíos, personajes desquiciados a los que, seguramente, la guerra ha trastocado.

Durante los años cincuenta se produce un cierto relajamiento de la represión


política y de la censura, lo que permitió que tras cinco años de espera se pudiera publicar
La colmena, de Camilo José Cela. La obra presenta una visión desoladora de la realidad
contemporánea, en la que dominan la miseria económica y moral. Ambientada en el
Madrid de 1942, ofrece un gigantesco fresco de personajes, por lo que carece de un
protagonista individual, algo que utilizarían con frecuencia los jóvenes novelistas de la
generación de medio siglo o generación del 50.
Los novelistas de la generación del 50 cultivaron el realismo social, cuyo
propósito era denunciar tanto la inmoralidad de las clases burguesas como las duras
condiciones de vida de los trabajadores. La novela más característica de este periodo es
El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio, máximo representante del objetivismo,
técnica que consiste en la reproducción de los diálogos de los personajes –en este caso un
grupo de jóvenes que pasa un día de campo a las afueras de Madrid- sin aparente
intervención del narrador.

El final del realismo social se produjo en los años 60, sobre todo a partir de la
publicación de Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos. Obra de gran
complejidad lingüística y estructural pese a su argumento folletinesco, no pretende
convertirse en un arma política, aunque contenga un fuerte sustrato ideológico, sino
en un arma literaria. El uso magistral del monólogo interior, así como de otras
técnicas como el estilo indirecto libre o los diálogos intercalados en los monólogos,
le sirvieron a Martín Santos para incorporar definitivamente a James Joyce y a los
demás renovadores de la novela universal a la literatura española.
Otras títulos importantes de la renovación estética que siguió a la publicación
de Tiempo de silencio fueron Cinco horas con Mario (1966), de Miguel Delibes, Señas
de identidad (1966), de Juan Goytisolo, Últimas tardes con Teresa (1966), de Juan
Marsé, Volverás a Región (1968), de Juan Benet, San Camilo 1936 (1969), de Camilo
José Cela, y La saga/fuga de J.B. (1972), de Gonzalo Torrente Ballester.

La renovación estética desembocó en el experimentalismo, que propició novelas


muy complejas pero casi ilegibles, como Oficio de tinieblas 5, de Camilo José Cela. La
vuelta a los cauces tradicionales, aunque sin olvidar la renovación estética, se produjo a
partir de la última obra maestra del periodo que nos ocupa: La verdad sobre el caso
Savolta (1975), de Eduardo Mendoza.

Por último, no conviene olvidar a obra de los novelistas españoles exiliados, entre los que
destacan Ramón J. Sender, Francisco Ayala, Max Aub, Rosa Chacel y Arturo Barea. Particular
importancia tiene Réquiem por un campesino español (1947), de Sender, sobre un luctuoso
episodio de la guerra civil en la que cura bienintencionado pero débil no es capaz de salvar la vida
de un joven idealista por el que sentía especial afecto.
6. LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE 1939 HASTA FINALES DEL SIGLO XX.
TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS MÁS REPRESENTATIVAS.

Acabada la Guerra Civil, con buena parte de los poetas españoles exiliados (o
muertos durante la contienda, como fue el caso de García Lorca), pronto surgen dos
tendencias en la poesía española de los años cuarenta:
La poesía arraigada agrupa a aquellos que, partidarios del bando vencedor,
cultivan una literatura formalista y ajena a las preocupaciones políticas y sociales. En
ocasiones, sí que aparecían alusiones muy directas a la realidad, pero siempre con un
tono triunfalista o mediante comparaciones con el pasado imperial. Se dieron a conocer
a través de las revistas Garcilaso y Escorial. Entre los principales autores de este grupo
figuran el garcilasista José García Nieto, Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero y Luis
Rosales. Este último, a finales de la década, publicó La casa encendida (1949),
poemario muy apreciable y de tono más oscuro que su obra anterior.

La poesía desarraigada parte de Hijos de la ira (1944), de Dámaso Alonso.


Venciendo las limitaciones de la censura, algunos poetas trataron de dar cuenta de una
situación más penosa y pesimista que la expresada por los poetas arraigados. Fue el caso
de las composiciones que aparecían en la revista leonesa Espadaña, fundada por
Victoriano Crémer y Eugenio G. De Nora. Hacia finales de la década, de esta poesía
desarraigada surge la corriente existencialista de José Hierro o los primeros títulos de
Blas de Otero.

La poesía social, que apareció con fuerza en los años cincuenta, tiene como
principales puntales a Blas de Otero y a Gabriel Celaya. Ambos aspiraban a
transformar en mundo mediante la palabra poética, a servir de vehículo ideológico para
la toma de conciencia de la sociedad. En obras como Pido la paz y la palabra (1955), de
Blas de Otero, aparece una continua denuncia de las injusticias sociales, de la falta de
libertades y de la situación de los trabajadores. A la vez, se recuperó el surrealismo
gracias al grupo de los postistas, con Carlos Edmundo de Ory a la cabeza.

La llamada generación del 50 cobija a un grupo de poetas, nacidos en torno a


1930, que durante esa década y la siguiente emprendieron la tarea de renovar la poesía
española. Sin renunciar a la denuncia política, escribieron una poesía muy depurada,
atenta a la tradición del 27 y a las corrientes extranjeras y no exenta, como Moralidades
(1966), de Jaime Gil de Biedma (1966), de autocrítica. Además de Gil de Biedma,
pertenecen a esta generación, entre otros, Ángel González, Claudio Rodríguez, José
Manuel Caballero Bonald, José Ángel Valente o Carlos Barral.

Hay que recordar que durante esta época parte de la poesía española se escribió
en el exilio. Muchos de los poetas transterrados ya tenían una obra consolidada antes de
la guerra (Juan Ramón, Salinas, Cernuda, Guillén, Alberti, etc.). En cambio, otros la
construyeron casi enteramente en el exilio. Fue el caso, por ejemplo, de León Felipe,
que cultivó un verso combativo y apasionado. Por su parte, Juan Gil Albert, que
produjo una obra más cercana al vanguardismo, en fecha temprana volvió a España,
donde vivió en una especie de exilio interior. Un último grupo, al que pertenece el
hispano-mexicano Tomás Segovia, lo forman aquellos que se marcharon siendo niños o
muy jóvenes y se formaron y escribieron en sus países de acogida.
En 1970, la publicación Nueve novísimos poetas españoles, una antología a
cargo del crítico José María Castellet, dio a conocer a una serie de poetas (Pere
Gimferrer, Guillermo Carnero, Ana María Moix Leopoldo María Panero o Manuel
Vázquez Montalbán, entre otros), jovencísimos muchos de ellos entonces, que, aunque
poseen rasgos singulares, pueden caracterizarse como un conjunto con las siguientes
características: introducen la cultura popular –el cine, el cómic, el rock, etc.-, cultivan
un intenso culturalismo, buscan formas depuradas de expresión y utilizan como
principales referencias a autores extranjeros a los que leen en sus lenguas respectivas.

La poesía española de las últimas décadas del siglo XX se caracteriza por la


proliferación de tendencias y de autores, lo que hace muy difícil un intento de
clasificación. No obstante, pueden distinguirse dos corrientes principales: la del
silencio (reflexiva, filosófica, intelectual), representada por autores como Andrés
Sánchez Robayna u Olvido García Valdés, y la de la experiencia (realista, inspirada
en la vida cotidiana, a menudo emplea un lenguaje coloquial), en la que destacan Luis
García Montero, Felipe Benítez Reyes o Carlos Marzal.

7. EL TEATRO ESPAÑOL DESDE 1939 HASTA FINALES DELSIGLO XX.


TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS MÁS REPRESENTATIVAS

Las consecuencias de la guerra afectaron al teatro más que a los demás géneros
literarios. A la muerte de Valle-Inclán, por causas naturales, y de García Lorca,
asesinado al principio de la contienda, se sumaron el encarcelamiento y posterior
fallecimiento de Miguel Hernández y el exilio de jóvenes dramaturgos como Max Aub y
Alejandro Casona. La falta de autores de mérito se agravó con el establecimiento de
una férrea censura, que en el caso del teatro, por ser un género que llegaba con mayor
inmediatez, fue aún más drástica que en la poesía o en la novela. Durante los años
cuarenta, se estrenan o reponen en España obras de poca o ninguna calidad literaria, ya
fueran piezas inspiradas en la alta comedia benaventina, piezas humorísticas o dramas
que exaltaban el pasado imperial de España (podrían exceptuarse algunas piezas
humorísticas de Enrique Jardiel Poncela, como Eloísa está debajo de un almendro,
1940). A finales de la década, en 1949, se produce el estreno del primer título
verdaderamente significativo, Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo,
autor que comenzaba así una brillante carrera teatral. Historia de una escalera es una
obra amarga, con un fuerte fondo existencial, en la que varias generaciones de una
misma casa de vecinos expresan sus sueños finalmente derrotados.

En los años 50, con Buero Vallejo y Alfonso Sastre como principales figuras,
triunfa el drama realista y existencial, que progresivamente va acentuando sus perfiles
sociales y críticos. A esta época pertenecen las obras más representativas de Sastre:
Escuadra hacia la muerte (1952) y La mordaza (1954). Por su parte, Buero Vallejo
estrena algunos de sus dramas históricos, como Un soñador pare un pueblo (1958) y El
concierto de San Ovidio (1962).

El teatro de los exiliados tuvo una particular importancia, aunque en la mayor


parte de los casos tardó mucho en conocerse en España. A Rafael Alberti le debemos
una obra de tema bélico, Noche de guerra en el museo del Prado, y a Max Aub la
impresionante San Juan, sobre un barco de pasajeros cargado con fugitivos del nazismo
al que ningún puerto acepta. Por su parte, Alejandro Casona, autor de la poética La
dama del alba, que había escrito y estrenado casi toda su obra en Argentina, tuvo un
gran éxito tras su regreso a España (1962), donde sus obras comenzaron a difundirse.
Caso muy distinto es el de Fernando Arrabal, nacido en 1932, que se radicó en Francia
a partir de 1955. Allí, escribió un teatro muy influido por el surrealismo, con títulos
como El cementerio de automóviles.

Cuando ya había acabado su ciclo en la novela, en los años 60 se desarrolló el


realismo social en el teatro. Gracias a que la censura se hizo algo más permisiva y a la
aparición de un público nuevo (joven, universitario y crítico con la dictadura
franquista), alcanzó un cierto éxito, bien es verdad que minoritario. Se trataba de un
teatro de clara intención política que pretendía denunciar diversos aspectos de la
sociedad española de la época. Entre los autores más destacados cabe citar a Lauro
Olmo (La camisa, 1962), Carlos Muñiz (El tintero, 1961). José Rodríguez Méndez
(Flor de otoño, 1972) o José María Martín Recuerda (Los salvajes en Puente San Gil,
1963).

A la vez que los nuevos autores del realismo social comenzaban su obra, en los
escenarios comerciales triunfaban dramaturgos de generaciones anteriores. Entre los
cultivadores del teatro de humor, destacó Miguel Mihura, que tras el estreno de su
obra maestra, Tres sombreros de copa (1952, aunque la había escrito veinte años antes),
se decantó por un teatro más comercial que pudiera llegar a un público más amplio y le
permitiera vivir de la pluma. Rebajando un tanto las exigencias estéticas, pero sin
perder la calidad literaria ni el humor disparatado, estrenó Maribel y la extraña familia
(1952) y Ninette y un señor de Muria (1964). También continuó su labor durante los
años sesenta y setenta Antonio Buero Vallejo, consolidado como la gran figura del
teatro español de la posguerra gracias a títulos como El tragaluz (1967) o La fundación
(1974), en los que sin perder la intención crítica de sus piezas anteriores evolucionó
hacia un teatro de fuerte carga simbólica.

En los años setenta aparecieron varios autores de éxito, como Antonio Gala,
inclinado hacia un teatro de corte comercial, y Francisco Nieva, más próximo al
vanguardismo y al teatro poético. En la generación siguiente, destaca José Luis Alonso
de Santos, aún en activo, autor de Bajarse al moro (1985). Otros nombres relevantes de
las últimas décadas del siglo XX son Fermín Cabal, José Sanchís Sinisterra o
Paloma Pedrero, entre otros No obstante, lo más del destacable del teatro de finales de
la centuria anterior es la proliferación de compañías que apuestan por la autoría
colectiva, como los veteranos Els Joglars o los más recientes La Fura Dels Baus, El
Gayo Vallecano o La Cubana.
8. LA NOVELA ESPAÑOLA DESDE 1975 HASTA FINALES DEL SIGLO XX.
TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS MÁS REPRESENTATIVAS.

Los años 60 fueron un periodo de esplendor y de grandes innovaciones técnicas


en la novela escrita en español, sobre todo en Hispanoamérica, pero también en España.
Luego, tras un breve periodo de experimentalismo, se produjo un retorno a las formas
tradicionales de la narración, lo que constituye quizá la característica principal de la
novela española del último cuarto del siglo XX.
Como rasgos comunes de la novela española desde 1975 hasta finales de siglo,
podemos destacar las siguientes:
-Presencia de direcciones muy distintas que no hacen fácil una clasificación. A
esto se añade la gran cantidad de autores aparecidos en el periodo.
-Decadencia de los temas políticos, pues con la democracia desapareció la
necesidad de utilizar la literatura como vehículo de adoctrinamiento y de denuncia
social.
-Subgéneros como el policiaco o el erótico integraron en muchas novelas que
no pertenecían específicamente a ellos.
-Uso de registros coloquiales por parte de personajes que utilizan un lenguaje
poco formal. Asimismo, es frecuente la aparición de temas escabrosos: las drogas, el
mundo del hampa, un erotismo muy franco, etc.
-Generalización de protagonistas que pueden calificarse de antihéroes,
desprovistos de ideales de redención social y que dejan traslucir una visión escéptica de
la realidad contemporánea.
-Creciente incorporación de mujeres novelistas, más abundantes que en
épocas anteriores: Soledad Puértolas, Cristina Fernández Cubas, Rosa Montero,
Almudena Grandes, Belén Gopegui, etc.

Dentro de los novelistas del periodo que nos ocupa, podemos distinguir al menos
cuatro generaciones:

1) Entre los autores nacidos a finales de los años 30 y durante los años 40,
destacan Eduardo Mendoza y Manuel Vázquez Montalbán. Eduardo Mendoza (1943)
se dio a conocer en 1975 con La verdad sobre el caso Savolta, obra de estructura
compleja que recrea las luchas obreras de la Barcelona de principios de siglo mediante
el uso de variados puntos de vista y de materiales diversos (artículos periodísticos,
declaraciones judiciales, etc.). Otra de sus grandes novelas es La ciudad de los
prodigios, también ambientada en Barcelona. Por su parte, Manuel Vázquez
Montalbán (1939-2003) creó el personaje de Pepe Carvalho, un peculiar investigador
privado que protagoniza una serie de novelas negras.

2) Entre los nacidos a finales de los años 40 y los años 50, han alcanzado
especial relevancia:
-Javier Marías (1951) cultiva una prosa elegante y original, de párrafos largos y
complejos al servicio de obras ambiciosas en las que poseen especial relevancia los
elementos culturales.. Algunos de sus títulos más destacados son Corazón tan blanco y
Mañana en la batalla piensa en mí.
-Antonio Muñoz Molina (1956) es el principal representante de una corriente
aparecida a finales de los 80 que la crítica denominó nueva narrativa española. Tras
cultivar una novela próxima al género negro en títulos como El invierno en Lisboa, ha
recreado el pasado reciente en obras como El jinete polaco y La noche de los tiempos.
-Luis Landero (1948) se dio a conocer con Juegos de la edad tardía, una
primera novela deslumbrante de técnica tradicional que funde el humor con la parodia.

3) De los narradores nacidos en los años 60 y 70, ha ido consolidándose la


figura de Almudena Grandes (1960), quien tras debutar con una novela erótica, Las
edades de Lulú, ha cultivado obras de gran extensión que repasan la historia española
desde la Guerra Civil hasta nuestros días, como El corazón helad, ya del siglo XXI.
Otros nombres destacados son Ignacio Martínez de Pisón (1960), Belén Gopegui (1963)
o Juan Manuel de Prada (1970), entre otros muchos.

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