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SÍNCERATE CONTIGO MISMO

4 tipos de autoengaño muy frecuentes (y cómo evitarlos)

El autoengaño nos protege filtrando los aspectos de la realidad que nos son insoportables y
permitiéndonos continuar nuestra vida. Pero también puede orientar nuestra conducta hacia la
irrealidad.

Llorenç Guilerá

El autoengaño es un recurso al que a veces acudimos para afrontar situaciones difíciles. En


ocasiones lo hacemos de forma consciente, pero otras es el cerebro el que altera ligeramente
nuestra percepción para salvaguardar nuestras fuerzas e integridad.

Este mecanismo tiene sus virtudes y sus peligros: no hay que olvidar que, para alcanzar nuestras
metas, no hay nada mejor que conocer las dificultades y afrontarlas con el máximo de claridad y
energía posible.

Reconocer que una empresa propia, una amistad o una relación amorosa han llegado a su fin y
carecen, por tanto, de un futuro viable, suele ser un proceso doloroso porque implica admitir el
fracaso de una acumulación importante de esfuerzos anteriores. Es muy común, en estos casos,
caer en el autoengaño y confiar en soluciones a corto plazo que nunca llegarán a ser realmente
satisfactorias.

Tipos frecuentes de autoengaño inconsciente

El autoengaño consciente forma parte del hábito social de la mentira y las personas sanas lo
repudian de forma contundente, incluso agresiva. Cuando el autoengaño inconsciente se convierte
en autoengaño consciente, hay que evitarlo si no queremos caer en alguna de las peores patologías
conductuales, tanto a nivel individual como colectivo.

Pero no siempre la negación de la realidad se hace de manera consciente; a menudo somos víctimas
de un proceso inconsciente de autoengaño. Los científicos han constatado que existe un mínimo
de cuatro situaciones distintas en las que es altamente probable que nuestro cerebro opte por el
autoengaño de una manera inconsciente.

1. Si percibimos peligro

El instinto de supervivencia frente a grandes peligros o grandes catástrofes, como pueden ser una
grave enfermedad, un terremoto, un tsunami o un acto de violencia delictiva puede llevarnos al
autoengaño.

Según Mardi J. Horowitz, profesor de psiquiatría de la Universidad de San Francisco, el


antropólogo Robert L. Trivers, de la Universidad de Rutgers, y un buen número de psicólogos
evolucionistas, el cerebro filtra aquellos aspectos de la realidad que la convierten en
insoportable y solo presta atención a los que puede digerir de manera inmediata.

No nos enteramos del nivel real de gravedad de la situación porque no nos conviene, porque,
sencillamente, nos sentiríamos desarmados para afrontarla.
Nuestros sentidos perciben con fidelidad la realidad tal cual es, pero nuestra atención está
bloqueada por el miedo instintivo, y la verdadera magnitud de los riesgos a superar no llega a la
conciencia. De manera inconsciente y automática, el cerebro ha censurado la información que nos
dejaría sin ánimos para luchar. Se trata de un mecanismo universal de adaptación al entorno que
tiene la utilidad de mejorar las expectativas vitales porque nos evita caer en el pánico.

“Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el refrán. Si David se deja dominar por el pánico, no
hallará la manera de vencer a Goliat. Es un mecanismo de supervivencia del que la evolución ha
dotado al cerebro para que seamos más eficaces frente a los peligros que nos acechan. Ignorar la
verdadera magnitud de la amenaza nos hace más fuertes y más agresivos contra ella y, por ende,
más eficaces.

2. Si nos sentimos culpables

Un segundo tipo de autoengaño tiene que ver con la autoestima y consiste en eliminar (o como
mínimo reducir) la culpabilidad por las malas acciones realizadas en el pasado.

El profesor Jonathan D. Brown, psicólogo social de la Universidad de Washington, ha llegado a la


conclusión de que es un autoengaño adaptativo: la plena consciencia de nuestra culpabilidad en
acciones pasadas nos llenaría de vergüenza y de autocompasión y nos dificultaría poder afrontar
con plenas facultades las decisiones actuales.

Como ya no podemos cambiar los hechos, es más adaptativo no caer en la autopunición y el


camino más fácil para conseguirlo es transferir la culpabilidad de nuestras malas acciones a
terceras personas, a las circunstancias especiales o –¿por qué no?– incluso a la propia víctima.

Esta forma de autoengaño entraña también un grave peligro, para nosotros y para los demás: si
no reconocemos nuestra responsabilidad nunca podremos corregir nuestros errores. Fijémonos en
el uso y abuso que hacen de este autoengaño los maltratadores, los torturadores y algunos asesinos.
Sin embargo, la psicóloga Carol Anne Tavris nos advierte que los mayores problemas de la
humanidad no provienen de seres “crueles y malvados”, sino de aquellos que se consideran buenas
personas, se presentan como tal ante nosotros y justifican su mala conducta para mantener intacta
esa convicción.

3. Si está en riesgo nuestra autoestima

Un tercer tipo de autoengaño que los humanos practicamos de manera natural e innata, salvo las
personas que están deprimidas, es la sobrevaloración de las propias cualidades.

Si una determinada característica de nuestra personalidad (la falta de memoria, por ejemplo) no
perjudica en exceso a nuestra autoestima, podemos reconocerla sin problemas; pero si una
característica nuestra (la inteligencia, por ejemplo) sí que puede estar vinculada a una pérdida de
autoestima (por carecer de ella), automáticamente nos sobrevaloramos y pasamos a considerarnos
parte de la élite privilegiada de los más favorecidos.

En un experimento que se ha repetido en cientos de formatos similares, se le pide a un colectivo


que se autovalore en una característica socialmente positiva, como puede ser su cociente
intelectual, su altruismo, su capacidad de amistad o su derecho a ir al cielo. Más del 50% de los
entrevistados se ven a sí mismos como parte del 10% mejor cualificado;un imposible matemático
que implica que forzosamente un mínimo del 40% se tiene que haber sobrevalorado.

Este tipo de autoengaño tiene la virtud de mejorar nuestra autoestima y, en consecuencia,


nuestra motivación para afrontar la lucha cotidiana de la vida. Pero también tiene un peligro:
podemos caer en el narcisismo, la petulancia y la prepotencia.

Aplicado a la escala de un grupo humano, este tipo de autoengaño puede llevar a que un pueblo
se considere elegido por dios; unos creyentes, en posesión de la verdad única; una nación, con más
derechos que sus vecinas, o una raza, superior a todas y con derecho a eliminar a las razas que
considera inferiores.

4. Si necesitamos cambiar

La cuarta modalidad de autoengaño inconsciente consiste en sobrevalorar la capacidad de cambio


de conducta y de autosuperación. Ejemplos típicos: “Fumar me perjudica, pero lo dejaré el día que
me ponga a ello”; “no voy al gimnasio con la frecuencia que me había propuesto, pero cuando me
recupere de esta mala racha actual, lo solucionaré”; “me sobran unos cuantos kilos, pero un día de
estos empezaré la dieta y lo arreglo rápidamente”.

Conviene aquí diferenciar la automotivación del autoengaño. Si soy obeso, torpe de movimientos
y bailo mal, el autoengaño consiste en pensar que soy un excelente bailarín. En cambio, la
automotivación consiste en partir del conocimiento objetivo y honesto de mis cualidades actuales
y decidir que puedo esforzarme para cambiarlas. Mi obesidad puede desaparecer con una dieta
apropiada, mi torpeza puede superarse con trabajo corporal intensivo, y puedo tomar tantas clases
de baile como me hagan falta.

La automotivación es convencerte de que puedes cambiar y conseguir la meta deseada sin


mentirte sobre tus posibilidades reales ni las múltiples dificultades que tendrás que superar.

Se ha demostrado experimentalmente que si un profesor trata continuadamente a un alumno


competente como si fuera peor de lo que es, a medio plazo el alumno se desmotiva y se convierte
en el mal alumno que le dicen ser. Y, a la inversa, el alumno que es tratado dándole la confianza de
que puede mejorar su rendimiento porque tiene las capacidades intelectuales necesarias, acaba
motivándose y consiguiendo alcanzar la imagen de sí mismo que se le ha proyectado.

Los buenos profesores, los buenos entrenadores, los buenos directivos, los buenos líderes políticos,
son los que saben motivar a las personas a su cargo, evitándoles con firmeza y autoridad carismática
caer en el autoengaño y guiándoles en el camino de superar las dificultades. Cuando el entrenador
del F. C. Barcelona Pep Guardiola (mencionado actualmente en las principales escuelas de
administración de empresas como modelo de liderazgo motivacional) acoge al excelente jugador
canterano Leo Messi y le hace creer que puede llegar a ser el mejor futbolista del planeta, establece
una hoja de ruta que conducirá a convertir este deseo en realidad.

Tener un sueño puede ser el primer hito de una historia personal o colectiva de superación.

Quizá sea cierto, como han dicho algunos filósofos, que la vida no es más que un sueño, pero lo que
está claro es que los buenos sueños alimentan las vidas más interesantes. Sin embargo, para que
estos sueños lleguen a buen fin, conviene no caer en autoengaños conscientes, sino conocer las
dificultades a vencer y afrontarlas con toda la fuerza y el optimismo de los que seamos capaces.

Cómo evitar el autoengaño

1. Escucha a los demás

Comparte las decisiones arriesgadas con las personas afectadas. Pensar que sabes siempre lo que
conviene a los demás sin necesidad de consultarlos es una prepotencia típica del
autoengaño. Propón tu plan y escucha los planes alternativos que los afectados propongan. Es
probable que alguno de ellos te sorprenda con una propuesta mejor que la tuya. La inteligencia es
un don que está repartido de manera desigual, pero tú no eres el único que lo posee.

2. Evalúa tus acciones

Solicita opiniones sinceras de personas a las que otorgas criterio y honestidad. Si siempre estás
plenamente satisfecho de tus acciones y decisiones, lo más probable es que estés cayendo en el
autoengaño de sobrevalorarte. Pide a personas a las que admiras que valoren sin reservas tus
actuaciones y prepárate para recibir el gran desengaño: no eres perfecto al 100% en todo lo que
haces. Nadie lo es.

3. Ábrete a las críticas

Escucha las críticas recibidas, vengan de donde vengan, y analiza en serio qué pueden tener de
cierto. No caigas en el error de ningunearlas. Antes de quitarles la razón, mira de ponerte en la
posición de los demás y entender bien qué te están diciendo. Analiza con humildad si tienen parte
de razón.

4. Repara tus errores

Si has sido capaz de llegar a reconocer que en determinada actuación te equivocaste, discúlpate
inmediatamente y procura repararla sin dilaciones. No caigas en el autoengaño de pensar que los
errores son irreparables y que es mejor olvidarlos, que el tiempo todo lo borra.
El Voto del Silencio

Eran cuatro monjes que decidieron hacer un retiro espiritual en un recoleto y remoto monasterio
de la montaña. Estaba en su ánimo entrenarse intensamente en la meditación. Se instalaron en un
ala del monasterio y solicitaron no ser molestados para nada a lo largo de siete días, pues habían
determinado, también, mantener rigurosamente el voto del silencio durante esos días.

Se reunieron los cuatro monjes la primera noche a meditar. Estaban en un silencioso santuario en
el que reinaba una apacible atmósfera, a la pálida luz de las lamparillas de aceite. Los cuatro monjes
adoptaron la postura de meditación y comenzaron a meditar. Les acompañaba un asistente para
hacerse cargo de los asuntos domésticos.

Transcurrieron dos horas. De repente, una de las lamparillas amenazó con apagarse y uno de los
monjes, dirigiéndose al asistente, le dijo:

– Asistente, estáte bien atento y no permitas que la lamparilla se apague.

Entonces, uno de los monjes le llamó la atención, diciéndole:

– No se debe hablar en la sala de meditación porque, además, estamos en el más severo voto de
silencio durante siete días. No lo olvides.

Indignado porque dos de sus compañeros habían quebrado el voto de silencio, otro de los monjes
dijo:

– ¡Es el colmo! ¿No recordáis que hemos hecho voto de silencio?

En ese momento, el cuarto monje, enfadado, les miró censuradoramente a los tres compañeros y
dijo a media voz:

– ¡Qué pena! Soy el único que observa el voto de silencio.

REFLEXION:

Uno de los mayores obstáculos y frenos en la senda hacia la autorrealización es el autoengaño.


Todos tendemos a tejer una impresionante red de autoengaños, justificaciones y pretextos falaces,
y se requiere la aceptación consciente de sí y una observación minuciosa y sagaz de uno mismo para
ir poco a poco conociéndose y desenmascarándose, por doloroso que a veces esto último resulte.

No resulta fácil ir superando los denominados velos u oscurecimientos de la mente, pero es


necesario para desarrollar el entendimiento correcto y mejorar los comportamientos mental, verbal
y emocional. Si la persona sigue autoengañándose, no podrá salir del circuito de sus distorsiones y
espejismos mentales.

Mediante la vigilancia de sí mismo, el examen de la mente y de los actos, la práctica de la meditación


y el autoconocimiento, uno va logrando esclarecer la visión y deshacer la urdimbre de autoengaños,
pudiendo así madurar y superar agujeros psíquicos, carencias emocionales y enmascaramiento

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