Professional Documents
Culture Documents
El autoengaño nos protege filtrando los aspectos de la realidad que nos son insoportables y
permitiéndonos continuar nuestra vida. Pero también puede orientar nuestra conducta hacia la
irrealidad.
Llorenç Guilerá
Este mecanismo tiene sus virtudes y sus peligros: no hay que olvidar que, para alcanzar nuestras
metas, no hay nada mejor que conocer las dificultades y afrontarlas con el máximo de claridad y
energía posible.
Reconocer que una empresa propia, una amistad o una relación amorosa han llegado a su fin y
carecen, por tanto, de un futuro viable, suele ser un proceso doloroso porque implica admitir el
fracaso de una acumulación importante de esfuerzos anteriores. Es muy común, en estos casos,
caer en el autoengaño y confiar en soluciones a corto plazo que nunca llegarán a ser realmente
satisfactorias.
El autoengaño consciente forma parte del hábito social de la mentira y las personas sanas lo
repudian de forma contundente, incluso agresiva. Cuando el autoengaño inconsciente se convierte
en autoengaño consciente, hay que evitarlo si no queremos caer en alguna de las peores patologías
conductuales, tanto a nivel individual como colectivo.
Pero no siempre la negación de la realidad se hace de manera consciente; a menudo somos víctimas
de un proceso inconsciente de autoengaño. Los científicos han constatado que existe un mínimo
de cuatro situaciones distintas en las que es altamente probable que nuestro cerebro opte por el
autoengaño de una manera inconsciente.
1. Si percibimos peligro
El instinto de supervivencia frente a grandes peligros o grandes catástrofes, como pueden ser una
grave enfermedad, un terremoto, un tsunami o un acto de violencia delictiva puede llevarnos al
autoengaño.
No nos enteramos del nivel real de gravedad de la situación porque no nos conviene, porque,
sencillamente, nos sentiríamos desarmados para afrontarla.
Nuestros sentidos perciben con fidelidad la realidad tal cual es, pero nuestra atención está
bloqueada por el miedo instintivo, y la verdadera magnitud de los riesgos a superar no llega a la
conciencia. De manera inconsciente y automática, el cerebro ha censurado la información que nos
dejaría sin ánimos para luchar. Se trata de un mecanismo universal de adaptación al entorno que
tiene la utilidad de mejorar las expectativas vitales porque nos evita caer en el pánico.
“Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el refrán. Si David se deja dominar por el pánico, no
hallará la manera de vencer a Goliat. Es un mecanismo de supervivencia del que la evolución ha
dotado al cerebro para que seamos más eficaces frente a los peligros que nos acechan. Ignorar la
verdadera magnitud de la amenaza nos hace más fuertes y más agresivos contra ella y, por ende,
más eficaces.
Un segundo tipo de autoengaño tiene que ver con la autoestima y consiste en eliminar (o como
mínimo reducir) la culpabilidad por las malas acciones realizadas en el pasado.
Esta forma de autoengaño entraña también un grave peligro, para nosotros y para los demás: si
no reconocemos nuestra responsabilidad nunca podremos corregir nuestros errores. Fijémonos en
el uso y abuso que hacen de este autoengaño los maltratadores, los torturadores y algunos asesinos.
Sin embargo, la psicóloga Carol Anne Tavris nos advierte que los mayores problemas de la
humanidad no provienen de seres “crueles y malvados”, sino de aquellos que se consideran buenas
personas, se presentan como tal ante nosotros y justifican su mala conducta para mantener intacta
esa convicción.
Un tercer tipo de autoengaño que los humanos practicamos de manera natural e innata, salvo las
personas que están deprimidas, es la sobrevaloración de las propias cualidades.
Si una determinada característica de nuestra personalidad (la falta de memoria, por ejemplo) no
perjudica en exceso a nuestra autoestima, podemos reconocerla sin problemas; pero si una
característica nuestra (la inteligencia, por ejemplo) sí que puede estar vinculada a una pérdida de
autoestima (por carecer de ella), automáticamente nos sobrevaloramos y pasamos a considerarnos
parte de la élite privilegiada de los más favorecidos.
Aplicado a la escala de un grupo humano, este tipo de autoengaño puede llevar a que un pueblo
se considere elegido por dios; unos creyentes, en posesión de la verdad única; una nación, con más
derechos que sus vecinas, o una raza, superior a todas y con derecho a eliminar a las razas que
considera inferiores.
4. Si necesitamos cambiar
Conviene aquí diferenciar la automotivación del autoengaño. Si soy obeso, torpe de movimientos
y bailo mal, el autoengaño consiste en pensar que soy un excelente bailarín. En cambio, la
automotivación consiste en partir del conocimiento objetivo y honesto de mis cualidades actuales
y decidir que puedo esforzarme para cambiarlas. Mi obesidad puede desaparecer con una dieta
apropiada, mi torpeza puede superarse con trabajo corporal intensivo, y puedo tomar tantas clases
de baile como me hagan falta.
Los buenos profesores, los buenos entrenadores, los buenos directivos, los buenos líderes políticos,
son los que saben motivar a las personas a su cargo, evitándoles con firmeza y autoridad carismática
caer en el autoengaño y guiándoles en el camino de superar las dificultades. Cuando el entrenador
del F. C. Barcelona Pep Guardiola (mencionado actualmente en las principales escuelas de
administración de empresas como modelo de liderazgo motivacional) acoge al excelente jugador
canterano Leo Messi y le hace creer que puede llegar a ser el mejor futbolista del planeta, establece
una hoja de ruta que conducirá a convertir este deseo en realidad.
Tener un sueño puede ser el primer hito de una historia personal o colectiva de superación.
Quizá sea cierto, como han dicho algunos filósofos, que la vida no es más que un sueño, pero lo que
está claro es que los buenos sueños alimentan las vidas más interesantes. Sin embargo, para que
estos sueños lleguen a buen fin, conviene no caer en autoengaños conscientes, sino conocer las
dificultades a vencer y afrontarlas con toda la fuerza y el optimismo de los que seamos capaces.
Comparte las decisiones arriesgadas con las personas afectadas. Pensar que sabes siempre lo que
conviene a los demás sin necesidad de consultarlos es una prepotencia típica del
autoengaño. Propón tu plan y escucha los planes alternativos que los afectados propongan. Es
probable que alguno de ellos te sorprenda con una propuesta mejor que la tuya. La inteligencia es
un don que está repartido de manera desigual, pero tú no eres el único que lo posee.
Solicita opiniones sinceras de personas a las que otorgas criterio y honestidad. Si siempre estás
plenamente satisfecho de tus acciones y decisiones, lo más probable es que estés cayendo en el
autoengaño de sobrevalorarte. Pide a personas a las que admiras que valoren sin reservas tus
actuaciones y prepárate para recibir el gran desengaño: no eres perfecto al 100% en todo lo que
haces. Nadie lo es.
Escucha las críticas recibidas, vengan de donde vengan, y analiza en serio qué pueden tener de
cierto. No caigas en el error de ningunearlas. Antes de quitarles la razón, mira de ponerte en la
posición de los demás y entender bien qué te están diciendo. Analiza con humildad si tienen parte
de razón.
Si has sido capaz de llegar a reconocer que en determinada actuación te equivocaste, discúlpate
inmediatamente y procura repararla sin dilaciones. No caigas en el autoengaño de pensar que los
errores son irreparables y que es mejor olvidarlos, que el tiempo todo lo borra.
El Voto del Silencio
Eran cuatro monjes que decidieron hacer un retiro espiritual en un recoleto y remoto monasterio
de la montaña. Estaba en su ánimo entrenarse intensamente en la meditación. Se instalaron en un
ala del monasterio y solicitaron no ser molestados para nada a lo largo de siete días, pues habían
determinado, también, mantener rigurosamente el voto del silencio durante esos días.
Se reunieron los cuatro monjes la primera noche a meditar. Estaban en un silencioso santuario en
el que reinaba una apacible atmósfera, a la pálida luz de las lamparillas de aceite. Los cuatro monjes
adoptaron la postura de meditación y comenzaron a meditar. Les acompañaba un asistente para
hacerse cargo de los asuntos domésticos.
Transcurrieron dos horas. De repente, una de las lamparillas amenazó con apagarse y uno de los
monjes, dirigiéndose al asistente, le dijo:
– No se debe hablar en la sala de meditación porque, además, estamos en el más severo voto de
silencio durante siete días. No lo olvides.
Indignado porque dos de sus compañeros habían quebrado el voto de silencio, otro de los monjes
dijo:
En ese momento, el cuarto monje, enfadado, les miró censuradoramente a los tres compañeros y
dijo a media voz:
REFLEXION: