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Colombia País de regiones.

Tomo 2
Centro de Investigación y Educación Popular

Contenido

PRESENTACIÓN ............................................................................................................................... 4
III. REGIÓN SANTANDEREANA ................................................................................................... 9
1. POBLAMIENTO .......................................................................................................................... 10
2. ECONOMÍA ................................................................................................................................ 31
3. POLÍTICA..................................................................................................................................... 54
4. VIDA COTIDIANA...................................................................................................................... 76
5. CULTURA .................................................................................................................................. 100

IV REGIÓN CUNDIBOYACENSE ............................................................................................... 124


6. POBLAMIENTO ........................................................................................................................ 125
7. ECONOMÍA ............................................................................................................................... 149
8. POLÍTICA................................................................................................................................... 174
9. VIDA COTIDIANA .................................................................................................................... 189
10. CULTURA ................................................................................................................................ 209
COLOMBIA

País de regiones 2

REGIÓN NOROCCIDENTAL-REGIÓN CUNDIBOYACENCE

Esta publicación ha sido realizada con la colaboración financiera de


COLCIENCIAS entidad cuyo objetivo es impulsar el desarrollo científico y
tecnológico de Colombia.

Desarrollado por CINEP (Centro de Investigación y Educación Popular)


Editor: Fabio Zambrano Pantoja
Coordinación Editorial: Helena Gardeazábal G.
Investigación gráfica original: Guillermo Vera
Diseño e investigación gráfica para esta edición: Marcela Otero
Fotografía e ilustraciones: Carlos Rojas Neira, Geografía pintoresca de
Colombia,
América pintoresca, En busca de un país: la comisión corográfica, Historia de
Medellín.
Mapas: Ramiro Zapata-El Colombiano
Composición, diagramación y artes: Cinep, Sandra P. Sánchez O.

3
PRESENTACIÓN

Es un lugar común el señalar que Colombia es una país de regiones, así como también que
es un país de ciudades. Nada más cierto que las dos imágenes contenidas en estas frases, las
cuales hacen referencia al profundo fraccionamiento y a la gran diversidad que han
caracterizado tanto al territorio, como a su población y a su organización política,
condiciones que aparecen, precisamente, en la persistencia de las diversas estructuras
regionales. Como una contribución al conocimiento de estas sociedades regionales, el
CINEP, con el apoyo de el periódico El Colombiano, organizó una amplia investigación
con el propósito de estudiar los distintos procesos de formación de esta multiplicidad
regional colombiana.

Para ello partimos de la idea de que cada sociedad, en sus distintos momentos históricos, va
generando una creatividad espacial, es decir la creación de formas originales de organizar el
espacio, creatividad que puede aparecer en la distribución de las gentes, de las
infraestructuras, de producciones y de los flujos de todo tipo. Así, iniciamos nuestro trabajo
bajo el criterio de que el espacio es un producto social, es una obra humana, y representa un
modo de existencia de las sociedades. Como toda sociedad produce un espacio organizado
bajo formas visibles y materiales, esta producción queda registrada bajo la forma de la
valoración del paisaje, las infraestructuras, la vivienda, elementos que son resultado de la
acción humana. Esto es más claro si tenemos en cuenta que el espacio es producido y
organizado, y ésta organización es el resultado de un movimiento constante de
transformación, de manera igual a la evolución de la sociedad que ocupa ese espacio. Esta
capacidad de generar la creación de un organización específica del espacio no se encuentra
en autonomía con respecto a las condiciones sociales y económicas, causa fundamental de
la utilización del espacio.

El espacio geográfico no es independiente del medio. En razón de ello es que la


constricción social del espacio refleja los intereses sociales y sus conflictos. Crear un
espacio social es conceder lugares específicos para los diferentes grupos sociales, con fines
de residencia, de prestigio y de actividad1. Hay que tener presente que el espacio es
producido por la sociedad y vivido por la sociedad que lo ha creado. En esta vivencia es
definitiva la representación que la sociedad hace de su espacio, puesto que el espacio vivido
no es igual para todos, ya que en ello influye la posición social y la cultura, es decir, según
las experiencias de vida la percepción va cambiando. Concebir el espacio como un
recipiente de fuerzas sociales exige el análisis de los actores. En efecto, en el espacio hay
actores, es decir consumidores y productores del mismo. Al menos podemos enumerar los

1
Bernard Bret. “Reflexiones sobre la creatividad espacial en América latina”. En: Cahiers des Ameriques
latines, No. 4, IHEAL, París, 1985, p. 61.

4
siguientes: el Estado, las distintas colectividades, las empresas y los individuos. Todos ellos
actúan en un sistema complejo de interacciones en diferentes escalas: local, nacional e
internacional. Los distintos actores son portadores de intereses divergentes, que se
manifiestan en el espacio bajo la forma de tensiones y competencias por su uso. Las
distintas fuerzas van construyendo sistemas que se entrecruzan y se superponen y desde el
poder sé van construyendo las jerarquías de sistemas, es decir las formas y las estructuras
que ordenan el espacio de las sociedades.

Con este ejercicio queremos mostrar que las regiones, como espacios socialmente
construidos, no son inmutables, sino que cambian, creciendo o decreciendo según las
distintas fuerzas que actúan en la larga duración. Porque la emergencia de un nuevo sistema
es a costa de otro. En el espacio, acumulación y sustitución se presentan de manera
simultánea. Si una región crece, otra verá mermada su participación en la economía
nacional. Por lo tanto, en la toma de decisiones, es importante tener presente la fragilidad
de las estructuras económicas y su referencia espacial, en particular las regiones.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, una región es definida


como: “(del lot, regio). Porción del territorio determinada por caracteres étnicos o
circunstancias especiales de clima, producción, topografía, administración, gobierno, etc
Cada una de las grandes divisiones territoriales de una nación, definida por
características geográficas e histórico-sociales y que puede dividirse a su vez en
provincias, departamentos, etc. Militar: cada una de las partes en que se divide un
territorio nacional, a efectos de mando de las fuerzas terrestres en el mismo”. Esta entrada
etimológica nos permite comenzar a aproximarnos a entender los distintos problemas que
entraña el término de región.

En efecto, desde la geografía, en su preocupación por la descripción de la tierra, resulta


indispensable para proceder a cualquier descripción dividir la superficie en áreas
caracterizadas por la afinidad de sus rasgos geográficos más importantes y las cuales
reciben el nombre de regiones. La palabra „región‟ tiene precisamente su origen
etimológico en las divisiones que practicaban los augures latinos al delimitar mediante
"rectas" determinados sectores del cielo formados por grupos de estrellas. Acompañado de
preocupaciones en cierta medida parecidas, el geógrafo, y luego otros estudiosos de los
fenómenos que se suceden en el espacio terrestre, se han esforzado en dividir la superficie
terrestre en sectores para proceder a su estudio y descripción. De manera inicial, hasta el
siglo XVIII, se utilizaron como base territorial de estas descripciones los conjuntos
territoriales históricos, políticos o simplemente administrativos, cualquiera que fuese el
trazado de sus límites. Con posterioridad se intentó buscar una base más racional, y a fines
del siglo XVIII se puso de moda la descripción según cuencas hidrográficas, metodología
que dejó una impronta muy fuerte ya que algunas divisiones administrativas obedecen a esa
creencia sobre el carácter definido de las cuencas hidrográficas como unidades regionales.

5
Luego, en el transcurso del siglo XIX, y como resultado de los avances presentados por la
geografía francesa y a la escuela dirigida por Vidal de La Blanche, fueron descubiertas las
íntimas relaciones existentes entre el hombre y el medio en que éste se desenvuelve,
concepto básico de la Geografía moderna. Con ello el medio geográfico adquiría una
categoría hasta entonces desconocida en la interpretación de los hechos de que se ocupa la
geografía humana. Este medio no es más que el escenario o paisaje natural en que se
desenvuelven las actividades humanas y está configurado esencialmente por el relieve, el
clima y la vegetación. Las características de estos tres elementos y su distribución
geográfica determinan sobre la superficie terrestre diversos tipos de medios o
paisajes naturales.2

De esta manera, encontramos que la observación de las distintas unidades territoriales, ya


sea que estén determinadas por el relieve, el clima y la vegetación constituyen una región
natural, es decir, un sector de la Tierra en cuya configuración inicial el hombre apenas ha
tenido ninguna intervención directa, puesto que se trata de un medio determinado por sus
componentes físicos. El poblamiento ha introducido modificaciones a las características
naturales, pero la tendencia general ha sido la de adaptación al medio, en procura de la
obtención del máximo rendimiento. Sin embargo, en razón de que del concepto de “región
natural” se derivan confusiones, existe la tendencia a designar por región fisiográfica o
simplemente física estas áreas homogéneas de la superficie terrestre caracterizadas por su
relieve, clima y vegetación.

A pesar de que la introducción del concepto de región natural supuso un gran avance en el
campo de las ideas geográficas, con posterioridad se ha llegado a la conclusión de que no
siempre el medio físico es el factor determinante de la región geográfica. Existen otros
factores históricos, sociales, económicos y culturales que influyen de manera notoria.
Además, también es cierto que de manera frecuente se encuentra que las regiones
geográficas no son áreas homogéneas, como corresponde siempre a un determinado medio
fisiográfico, sino que, de manera contraria, la heterogeneidad o la funcionalidad, es decir
espacios formados por la asociación de varias unidades fisiográficas diferentes, es lo que se
encuentra como elemento general.

Este es el caso de regiones como la que se encuentra en la Cordillera Oriental o en la


Central, donde se combinan elementos de tierras altas con tierras bajas, generándose
complementariedades ecológicas, situación que explica la formación de los intercambios
entre distintos pisos térmicos. De esta manera, como resultado del contacto entre las
distintas unidades o en sus inmediaciones surgen los centros comerciales en donde se
realiza el intercambio de bienes, y estos centros constituyen el nexo de unión de regiones
físicamente muy diferentes, asociadas para formar una unidad administrativa,
cultural, económica, es decir, integradas en una unidad por la acción humana. La verdadera

2
Manuel de Terán, et. al. Geografía regional. Barcelona, Editorial Ariel, 1988, p. 12.

6
región geográfica, al contrario de la región fisiográfica, es, pues, más una creación del
hombre que del medio. 3 De esta manera, podemos concluir que la región geográfica es una
área de vida en común y exige un principio de organización social. También se señala la
necesidad de un centro o ciudad coordinador de las actividades del grupo humano y de las
relaciones existentes entre los habitantes de una misma región.

Estas visiones desde la geografía las podemos complementar con observaciones que desde
la historia se han realizado para entender la conformación de las regiones. En efecto,
encontramos que la formación de los espacios regionales se explica como un proceso que:
“Pese a la historia oficial de cien años de centralismo institucionalizado y de vigencia de un
régimen político fuertemente presidencialista, las regiones colombianas son algo más que
espacios jurídicos administrativos o referentes territoriales para la planeación del
desarrollo; lo ha sido siempre y lo son ahora, realidades históricamente formadas,
socialmente construidas, colectivamente vividas por sus pobladores y a veces también
pensadas por sus dirigentes, por sus intelectuales que le imprimen un sentido político, una
dirección y un horizonte de posibilidad a esa existencia histórica compartida mediante la
formulación y puesta en ejecución de proyectos políticos y éticos culturales que terminan
definiendo los perfiles de un ethos regional perfectamente diferenciable”. 4

Con estos elementos conceptuales iniciamos la organización de un equipo de trabajo para


dar cuenta de este reto. Para ello, consideramos conveniente organizar el trabajo con
múltiples entradas analíticas como fueron los temas de poblamiento, economía, política,
vida cotidiana y cultura. A su vez, el territorio colombiano se dividió en las regiones
noroccidental, caribe, santandereana, cundiboyacense, alto Magdalena, suroccidental,
Pacífico, Orinoquia y Amazonia. Lamentablemente, por consideraciones editoriales no fue
posible dedicarle la misma extensión a todas las regiones, razón por la cual las tres últimas
regiones arriba mencionadas recibieron un tratamiento resumido. Los treinta y siete
fascículos resultantes, circularon con la edición dominal del periódico El Colombiano, de
Medellín, desde el 9 de mayo de 1993 al 6 de febrero de 1994, y luego con el Heraldo de
Barranquilla, durante 1994, con un cubrimiento de cerca de un millón de lectores.

Para la realización del trabajo investigativo se conformó un Comité Científico integrado por
María Teresa Uribe del Iner de la Universidad de Antioquia, Guillermo Rodríguez de la
Fundación Prosierra de Santa Marta, Armando Martínez del Departamento de Historia de la
Universidad Industrial de Santander, Alonso Valencia del Departamento de Historia de la
Universidad del Valle, Camilo Castellanos del CINEP, y Mauricio Archila, Jaime Arocha y
Roberto Pineda de la Universidad Nacional. Cada uno de ellos tuvo el encargo de coordinar
la investigación sobre las distintas regiones y de los respectivos equipos de trabajo
conformados por sesenta y cinco personas, entre historiadores, geógrafos, economistas,
3
Ibid.
4
María Teresa Uribe. La territorialidad de los conflictos en Antioquia. Medellín, Gobernación de Antioquia,
1990, p. 10.

7
antropólogos, musicólogos, literatos, sociólogos, entre otras disciplinas, lográndose así una
mirada desde las regiones y desde las distintas profesiones, que visto el trabajo en conjunto
semeja una gran matriz de múltiples entradas temáticas, científicas, temporales y
territoriales que buscan proporcionar un conocimiento de la multiplicidad regional
colombiana. La dirección general de este trabajo estuvo bajo mi coordinación, labor que se
benefició de la colaboración de Guillermo Vera en la investigación gráfica y de Luisa
Navas en la edición. El diseño estuvo a cargo de Byron González y los mapas fueron
elaborados por Ramiro Zapata, de El Colombiano. Posteriormente, Elias Gómez, de la
carrera de Historia de la Universidad Nacional realizó el trabajo de actualización
económica y demográfica.

La realización de esta obra no habría sido posible sin el auspicio del Banco de Occidente, el
Banco Popular, la Compañía Suramericana de Seguros, Ecopetrol, La Caja Social y la
Fundación Social y sus empresas. El apoyo institucional que nos otorgó el Director del
CINEP, padre Francisco de Roux fue un aporte fundamental para poder realizar todo este
trabajo de investigación, así como el aliento permanente que recibimos de la Dirección del
periódico El Colombiano, a cargo de la señora Ana Mercedes Gómez, medio de
comunicación que ha sido pionero en la defensa de la lectura de Colombia como un país de
regiones.

Por último, queremos anotar que luego de la amplia difusión que recibió este trabajo bajó la
modalidad de fascículos que acompañaban las ediciones dominicales de los diarios arriba
señalados, estos materiales disfrutaron de una permanente demanda por un público muy
diverso, situación que motivó a COLCIENCIAS a poyar su edición bajo el formato que hoy
presentamos. Las directivas del CINEP, en especial su subdirector, Padre Fernán González,
apoyaron decididamente esta tercera edición de la obra, labor que en el frente editorial ha
estado a cargo de Helena Gardeazábal. A todas las personas que han aportado al logro de
esta obra, van nuestros agradecimientos. Todos ellos han colaborado, de distintas maneras,
a enriquecer el conocimiento de la diversidad regional colombiana.

FABIO ZAMBRANO P
Editor Profesor Titular Universidad Nacional
Bogotá, marzo de 1998

8
III. REGIÓN SANTANDEREANA

9
1. POBLAMIENTO

Por los breñales de Santander

El proceso de su poblamiento y colonización estuvo concentrado en los primeros años


hispánicos sólo en un pequeño corredor central y muy ligado a las corrientes de los ríos
Suárez y Chicamocha del lado norte. La resistencia a poblar sus zonas occidental y
oriental cede cuando la migración convierte en atracción económica el medio Magdalena
santandereano y las rutas a los llanos.

Fotografía archivo de El Espectador

Armando Martínez Garnica: Historiador y profesor Depto. de Historia Universidad


Industrial de Santander (UIS). Jefe del Centro de Documentación e Investigación regional
UIS.

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LA BELLA AGRESTE QUE TIEMBLA

Por siglos los santandereanos evitaron asentarse justo allí donde están hoy las
promesas económicas de la región y donde con mayor vigor fluyen las corrientes
migratorias.

L a superficie terrestre de los actuales dos Santanderes es de 52 mil 195 kilómetros


cuadrados, lo que representa un poco menos del cinco por ciento del territorio nacional. Y,
sin embargo, hacia el fin de los tiempos coloniales este pequeño espacio pudo albergar a
casi la quinta parte de la población de toda la jurisdicción de la Real Audiencia de Santa Fe.

La identificación de ese milagro demográfico, propiciado por cierto modelo productivo,


parece contrariar las reglas de la razón geográfica pues durante las tres centurias coloniales
los hombres de los actuales Santanderes se apiñaron sólo en el pequeño corredor central
formado por las cuencas de los dos Suárez, Chicamocha, Pamplonita y Cucutilla.

El espacio histórico del poblamiento santandereano se localizó entonces sólo en las cuencas
hidráulicas de la vertiente occidental de la Cordillera Oriental.

El resto del territorio estaba baldío en su dimensión inhóspita: al occidente, los bosques y
las ciénagas del valle medio del río Magdalena, asolados por las fiebres y los indios
flecheros; al oriente, los fríos y húmedos páramos que se interponían como una pared en la
ruta hacia los llanos orientales y hacia las selvas de la cuenca del río Zulia, asoladas
también por indios flecheros.

EL ABRAZO MARINO

La historia natural de las cuencas de la Cordillera Oriental nos cuenta que por unos sesenta
millones de años se produjo en ellas una invasión de las aguas marinas que dejó su huella
estructural y selló su destino posterior. El ambiente de fondo marino que desde entonces
adquirió la cordillera sepultó casi por completo los macizos antiguos bajo los depósitos
cretácicos desprendidos de la gran cuenca oceánica.

Una vez retirado el brazo marino, se produjo una intensa modelación hasta el punto de
mostrar un archipiélago de fragmentos del macizo de Santander sobre un mar de

11
sedimentos fácilmente erosionables, causa de la fragilidad de los suelos de la región. En las
afloraciones del macizo se encuentran depósitos de oro, cobre y plomo, no muy lejos de las
rocas sedimentarias que presentan alguna riqueza en acumulaciones de fósforo, yeso,
calizas y carbón, como ocurre en el gran yacimiento del Páramo del Almorzadero y en el
estrecho cañón del río Pamplonita.

Por el movimiento de las placas terrestres se formó la falla de Bucaramanga, la cual


atraviesa todo el territorio de Santander de sur a norte. Se define la especial sensibilidad
sísmica de las dos capitales departamentales y un nido sísmico en la Mesa de los Santos. En
el siglo pasado Cúcuta fue destruida por un terremoto, si bien sus vecinos se dieron mañas
para reconstruirla con notable rapidez.

LOS ESPACIOS DEL POBLAMIENTO

El espacio santandereano tradicional ha sido el de su parte montañosa, en donde se produce


una especial dialéctica de belleza y brusquedad, como puede apreciarse en el cañón del río
Chicamocha, en las estrechas cuencas de San Joaquín y Onzaga, en el páramo de Guantiva
o en las paredes que dominan el río Sogamoso en la jurisdicción de Betulia. Fue en esta
zona donde se trazaron los dos caminos básicos en dirección nortesur que concentraron la
circulación de los hombres y las mercancías por siglos. El primero entraba a la región por
Capitanejo y paralelo al río Servitá se dirigía hacia Pamplona, desde donde conectaba con
Cúcuta para proseguir hacia Caracas o Maracaibo. El segundo ingresaba por Vélez y
corriendo paralelamente al río Suárez pasaba por las villas del Socorro y San Gil, cruzando
el río Chicamocha por Sube para ascender a la Mesa de los Santos y de allí bajar a Girón o
a Bucaramanga, desde donde podía proyectarse hacia la costa por los ríos Sogamoso o
Lebrija.

Al occidente de Santander los ríos Carare, Opón, Sogamoso y Lebrija entran en contacto
con la cuenca media del río Magdalena; zona con mayores niveles de fertilidad y
abundancia de bosques. La penetración extensa y su poblamiento sólo se produjo en este
siglo después de la instalación del enclave de la explotación petrolera en Barrancabermeja.
Desde hace dos décadas se cultiva intensivamente cacao, arroz y palma africana, al tiempo
que se derriban los bosques para dar paso a las ganaderías vacunas. Su ocupación ha
provocado una severa disminución de los recursos ictiológicos de la cuenca, que por otra
parte tiene un gran potencial por la calidad que dan a sus suelos los sedimentos
transportados por las aguas.

Hacia esta zona se han dirigido las colonizaciones de los santandereanos y de los
departamentos vecinos en este siglo. Anunciando la dinámica que hoy muestra el traslado
hacia el occidente, los cinco municipios santandereanos del valle del Magdalena (Barranca,
Puerto Parra, Cimitarra, Sabana de Torres y Puerto Wilches ya agrupan el quince por ciento

12
del total de la población del departamento. Barrancabermeja es el tercer municipio más
poblado y cabecera de la provincia de Mares.

Cúcuta ha mostrado desde el siglo pasado un crecimiento ininterrumpido que la afianza en


su posición de capital departamental, mientras que por otra parte la colonización de Tibú
que fue estimulada por la explotación petrolera parece haberse redirigido recientemente
hacia la zona de El Tarra.

13
EL PORTÓN DE QUESADA

La población hispana en la región en un principio la motivó la necesidad de controlar


la entrada al Nuevo Reino y después la fiebre del oro. Tales los orígenes de Vélez y
Pamplona.

E l 3 de julio de 1539 y con el nombre de Vélez se fundó una ciudad. Su destinación fue
asegurar el derecho quesadista al control de la primera puerta de ingreso al Nuevo Reino
por el río Opón. Un mes y medio después fue trasladada la sede del asentamiento desde los
términos de Ubaza hasta el territorio del cacique Chipatá, donde se podía controlar mejor el
ingreso de los caminantes que marchaban hacia Tunja y Santa Fe.

Desde allí se organizó entonces el reparto de los indios y de las tierras de la provincia de
Vélez entre los soldados quesadistas. Pronto hicieron su negocio con el abastecimiento de
conservas, carnes, quesos y panes a los pasajeros que entraban y salían del territorio del
Nuevo Reino por el río Magdalena. No es posible asegurar que las primeras cañas
azucareras fueran introducidas en el territorio de esta ciudad por don Alonso Luis de Lugo,
quien las habría traído desde las haciendas de su abuelo en la isla de Tenerife, pero lo que sí
es seguro es que la manufactura del dulce (conservas, azúcares y mieles) definió desde muy
temprano la vocación del trabajo veleño, como el gusto por la cría de ganaderías de carne,
paso y carga.

El control del puerto del desembarco y el comercio de las ropas de Castilla y de esclavos
hizo la riqueza temprana de los veleños, consolidada por la exportación de bienes
agropecuarios y artesanales hacia los distritos mineros del río del Oro, Mariquita y
Antioquia. El trazo del camino por el río Carare en 1543 alivió ciertas incomodidades del
primer camino.

14
EXPANSIÓN PAMPLONITA

El día de Todos los Santos del año 1549 fue fundada Pamplona, la segunda ciudad en el
actual territorio santandereano, por Pedro de Ursúa y por el capitán Ortún Velasco.

Asesorados por un perito minero, los vecinos de Pamplona hallaron en 1551 las arenas
auríferas de los ríos Suratá y del Oro, seguidas por las vetas del Páramo Rico. Se generó así
una fiebre de oro que movilizó decenas de cuadrillas de lavadores indígenas hacia las reales
minas, atrayendo de paso a los comerciantes de vino, ropa, hierro y abastos. En 1553 se
contaron setenta españoles avecindados en esta ciudad, atraídos por la posibilidad de
extraer oro a bajo costo: la renta de las encomiendas indígenas subsidiaba con trabajo y
mantenimientos la producción, amén de que el oro circulante propiciaba la expansión del
comercio pamplonés y las ganaderías de los valles de Cúcuta.

Las demandas de mano de obra indígena promovieron nuevas empresas conquistadoras de


los vecinos pamploneses hacia el nororiente. Con su empuje nacieron las ciudades de San
Cristóbal y Mérida. Los nuevos grupos étnicos conquistados surtieron de fuerza laboral los
distritos mineros, las haciendas y la arriería del comercio, mientras Pamplona disfrutaba de
algunos consumos suntuarios que para algunos era sólo una muestra de su imprudencia por
la fiebre aurífera. Sin embargo, buena parte de los excedentes fueron gastados en el
mantenimiento de tres conventos de frailes, un monasterio de clarisas y un colegio de los
jesuitas.

La búsqueda de una nueva ruta hacia el río Magdalena, diferente a la que ofrecía el río
Lebrija y su puerto de Botijas, propició la fundación de la ciudad de Ocaña en 1570 por un
grupo de pamploneses encabezados por el capitán Francisco Fernández de Contreras. El
proyecto, no obstante, adquirió tal autonomía que el vecindario ocañero se esforzó por
desviar la ruta de la ropa de Castilla hacia su puerto, convirtiéndose rápidamente esta
ciudad en un centro comercial de intercambio entre las ciudades del Nuevo Reino y la
gobernación de Santa Marta.

Otra ciudad fundada por la expansión de las actividades del vecindario pamplonés fue la de
Salazar de las Palmas, enclavada en la ruta comercial que unía a Pamplona con los puertos
del lago de Maracaibo por el río Zulia. El capitán Alonso Esteban Rangel realizó en 1583
esta fundación y estableció el puerto fluvial zuliano que desde entonces sirvió al comercio y
permitió a los pamploneses acceder a una amplia gama de mercados externos para su
harina, jarcia, cacao y ganadería. Con el mismo propósito se fundó hacia 1662, río Zulia
abajo, San Faustino de los Ríos, un logro de la persistencia del capitán Antonio de los Ríos
Jimeno para mantener la ruta hacia los puertos del lago de Maracaibo pese a la resistencia
de chinatos y motilones y a las vicisitudes del asentamiento en una zona tan despoblada.

15
Santanderes poblamiento
prehispánico. Grupos étnicos

SAN JUAN GIRÓN

La capitulación original para la fundación de esta ciudad fue otorgada en 1630 por el
presidente Sancho de Girón a un prestante vecino de Vélez, el capitán Francisco Mantilla
de los Ríos, comisionado para limpiar el río Sogamoso de supuestos ataques perpetrados
por los indios yariguies a las embarcaciones que se fletaban por dicha ruta hacia Mompox,
y para que fundase una nueva ciudad a sus orillas.

Sin embargo, Mantilla asentó la ciudad en el sido de Zapamanga para extender su


jurisdicción sobre el pueblo de indios y distrito minero de Bucaramanga, lo cual le valió
perder un pleito seguido en su contra por el cabildo pamplonés. Suspendido temporalmente
el proyecto, fue reanudado por su sobrino español, llamado Francisco Fernández Mantilla
de los Ríos, quien en 1636 refundó la ciudad en el sitio de Pujamanes y en 1638 la trasladó
junto al río del Oro, donde hoy permanece.

Como cabeza de gobernación, Girón explotó las plantaciones de cacao en las márgenes del
río Sogamoso y mantuvo activo el tráfico comercial por dicha ruta hasta Mompox,
estimulando el mazainorreo de las arenas auríferas de los ríos del Oro y Lebrija.

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POBLAMIENTOS FALLIDOS

Tres ciudades más fueron fundadas en el hoy territorio santandereano pero su poblamiento
no pudo durar mucho por los líos jurisdiccionales que crearon o por motivos del cálculo
económico. Málaga surgió en 1541 en la zona de las quebradas de Tequia como realización
de una aspiración del mismo fundador de Tunja, ejecutada por el capitán Jerónimo de
Aguayo, pero don Alonso Luis de Lugo ordenó despoblarla casi tres años más tarde como
parte de su estrategia contra los quesadistas.

La ciudad Franca de León fue fundada en la provincia de los indios yariguíes en 1551 por
un destacado vecino veleño, el capitán Bartolomé Hernández de León, pero este intento
pionero de colonización del medio Magdalena no pudo fructificar porque no contaba con la
licencia de la Real Audiencia.

Finalmente, la ciudad de Villa Rica de los Cañaverales, poblada por el mismo fundador de
San Juan Girón en 1638 en las vegas del río Lebrija y gobernada por uno de sus tenientes,
Pedro del Castillo y Quijano, fue destruida no sólo por la oposición del cabildo de
Pamplona sino por el alto costo de los fletes para llevar la miel de caña a los mercados de
Mompox y Pamplona, lo que obligó hasta el propio Colegio de los Jesuitas de Pamplona a
abandonar su hacienda de Provincia.

17
DEL MILAGRO DE PARROQUIA A VILLA

Con el fin del siglo XVI concluye la expansión minera y la economía regional se
orienta a la producción de los frutos de la tierra. Nuevos asentamientos y disputa por
las jerarquías urbanas.

L a instalación de las empresas mineras y agropecuarias implicó la movilización de los


indios desde sus asentamientos originales hacia el nuevo territorio hispano de producción:
hacia los distritos mineros del río del Oro y las vetas pamplonesas, al igual que hacia la
arriería. Los estancieros no pararon de sonsacar domésticos y aparceros para el servicio de
los trapiches, para las ganaderías y para el abasto de los mercados urbanos y mineros.

Pero a finales del siglo XVI ya había terminado la expansión minen en la región y su
economía se orientó hacia la producción de bienes de consumo. Ese proceso siguió el curso
de la artesanía en los hogares campesinos que podían subsidiarla con la producción de
bienes de consumo en sus parcelas familiares. Todo lo cual supuso readecuar los
asentamientos debido a que muchas ciudades se encontraban despobladas por la dispersión
que provocó la conquista.

Rutas de los conquistadores y primeras


ciudades fundadas

18
PUEBLOS DE INDIOS

La reversión del asentamiento disperso que marcó la decadencia de Vélez, Pamplona y las
demás ciudades se inició durante la segunda y tercera décadas del siglo XVII con la
aplicación del programa de reducción de los indios a pueblos dotados de tierras
resguardadas. Las directivas de los oidores Lesmes de Espinosa Saravia (1617) y Juan de
Villabona Zubiaurre (1622-1623) consolidaron respectivamente para las jurisdicciones de
Vélez y Pamplona la existencia de los pueblos de indios bajo la mirada vigilante de los
curas doctrineros. Así, los pueblos de Bucaramanga, Cúcuta, Cácotas, Oiba, Guáca, Servitá,
Moncora (Guane), Charalá, Curití, Arboledas y otros sirvieron no sólo de concentración de
los indios en rancherías sino que además ofrecieron al campesinado rural la posibilidad de
llevar alguna vida social dominical gracias a su asistencia a la iglesia doctrinera
como agregados.

Este reasentamiento de los indios en pueblos fue el resultado de la aplicación de la política


realenga que había sido diseñada por los partidarios de las tesis de fray Bartolomé de las
Casas. Su implantación en la región puede hacerse remontar al primer esfuerzo del oidor
Tomás López en la jurisdicción de Pamplona (1560). Pero sólo hasta la visita de Luis
Enríquez y Beltrán de Guevara entre 1600 y 1602 fue que se hicieron trazas de pueblos de
indios en los cuales se reasentaban los diversos grupos étnicos en barrios equidistantes de la
iglesia doctrinera y se les delimitaban las tierras resguardadas que les permitirían tener
ganados y una producción familiar que al sostenerles contribuía a abaratar el precio de su
fuerza laboral en las haciendas y en la minería.

En lo espiritual, la aplicación del proyecto de los pueblos de indios significó el


establecimiento del control de las Ordenes Mendicantes al norte,
los agustinos administraron las doctrinas de Cúcuta y Capacho, y posteriormente las de los
pueblos de misión en la jurisdicción de Ocaña. En la actual provincia de García Rovira,
los dominicos impusieron su orden espiritual y la devoción por el Rosado y la Virgen de
Chiquinquirá, mientras que en la provincias de Vélez y Pamplona coadministraron a los
indios con los franciscanos.

LA INSURGENCIA DE LAS PARROQUIAS

Los hogares campesinos autoabastecidos con su propia producción lentamente reactivaron


las exportaciones de conservas, alpargates, lienzos de algodón y harinas, hacia los
mercados mineros y marítimos distantes. Surgieron centros de acopio dinamizados por
nuevos grupos de comerciantes.

La forma administrativa que el vecindario blanco y mestizo usó con mayor facilidad para
establecer trazas urbanas fue la parroquia, experimentada tempranamente por los feligreses
del Capitanejo, San Gil y Socorro. En cuanto el crecimiento demográfico de los estancieros
y el aumento de sus beneficios alcanzaban el nivel suficiente para pagar la congrua de un

19
cura y sostener tres cofradías y una iglesia, aparecía una nueva parroquia en medio del
escenario rural, cuya traza y servicios públicos siguieron el viejo modelo experimentado
por las ciudades de la conquista.

Durante el siglo XVIII puede registrarse un excepcional crecimiento demográfico gracias a


la erección sostenida de nuevas parroquias por parte de los desagregados de las viejas
doctrinas. En algunas de ellas se aprecia un especial, crecimiento económico por la
posición que ocuparon como polos de acopio de la producción campesina y sede de los
comerciantes compradores y exportadores hacia mercados distantes por las rutas de los ríos
Magdalena, Lebrija, Sogamoso y Zulia.

La importación de sal marina o de Zipaquirá y Chita, un producto básico en una región


donde la dieta alimenticia se basaba en la carne, la yuca y la changua, contribuyó a
estimular la producción campesina de excedentes artesanal les para los mercados de San
Gil, Socorro, Charalá, Barichara, Vélez y Málaga.

SOCORRAMOS CONTRA SANGILEÑOS

La estrategia política de los estancieros y comerciantes que pagaron los gastos de las
erecciones parroquiales se dirigía al elevamiento de su estatus y prerrogativas por medio de
su transformación en villas gobernadas por cabildos. Estas tenían capacidad de imponer
regímenes urbanos financiados por las rentas públicas que ofrecían las tarabitas, las rentas
de Propios y la participación en los impuestos realengos. Los parroquianos de San Gil y
Socorro habían llegado casi simultáneamente a la condición de parroquia, pero la primera
ganó de mano la posición de villa, cerrándole a la segunda por casi setenta años ese
derecho, como también le ocurrió a Barichara.

Como acaeció que las dos parroquias mencionadas lograron convertirse en los más
importantes mercados de acopio de la producción artesanal y agropecuaria del feligresado
de las parroquias vecinas, constituyendo sendas redes de comercialización, la oposición se
planteó también en el terreno del estatus político: la villa de San Gil con mayores rentas
públicas, se enfrentó a la parroquia del Socorro, con mayor población e iniciativa privada.
La rivalidad ha llegado hasta nuestros días, quizás porque socorranos y sangileños no han
podido reconocer que fue la acción mancomunada de sus antepasados la que produjo
el milagro económico que convirtió a la provincia socorrana en una de las más pobladas y
dinámicas del virreinato durante la segunda mitad del siglo XVIII.

La ciudad de Girón, vinculada al circuito comercial de Mompox por el río Sogamoso,


también experimentó un notable crecimiento demográfico y una expansión de su
poblamiento hacia las parroquias de Piedecuesta, Bucaramanga, Floridablanca y Rionegro,
gracias a sus privilegios realengos para la producción libre de tabaco y sus exportaciones de
cacao, un producto que estimuló hacia el oriente la urbanización de las parroquias de San
José y El Rosario de Cúcuta.

20
SANTANDER FLUYE AL MAGDALENA, camina al llano

Las colonizaciones santandereanas de los siglos XVIII y XIX ayudaron a completar el


poblamiento de su actual territorio.

LOS SOCORRANOS Y SU ESPECIAL CAPACIDAD COLONIZADORA.

E n la villa del Socorro, en el año 1787, se reclutaron familias dispuestas a marchar hacia la
provincia del Darién con el ánimo de establecerse allí como colonizadores. Por encargo del
arzobispo-virrey Antonio Caballero y Góngora, un religioso inscribió a las familias que
realizarían el proyecto estratégico del poblamiento de una provincia que parecía escaparse a
la autoridad del Estado metropolitano por la rebeldía de sus indios y por la presencia de una
colonia de contrabandistas escoceses en la bahía de Nueva Caledonia.

BUSCANDO EL MAGDALENA

La confianza de la política virreinal en la capacidad de los socorranos para colonizar lejanas


provincias es una muestra de un fenómeno social santandereano aún no estudiado: el
espíritu emprendedor de colonizaciones en tierras de promisión. Esta frase fue utilizada en
1802 por un corregidor de la provino! del Socorro al referirse al proyecto de
establecimiento de colonias de socorranos en los territorios de los ríos Opón y Chucurí, que
condujeron a la fundación de las parroquias de Nueva Socorro del Opón y San Vicente del
Chucurí avanzadas de la futura colonización del medio Magdalena Santandereano.

En plena reconquista española, los socorranos lograron comprometer al coronel Pascual


Enrile con la empresa de apertura de un camino que permitiera el paso de carretas entre su
villa y el río Chucurí, pues desde siempre su sueño comercial pasaba por la apertura de
nuevos caminos hacia el río Magdalena.

Durante el siglo XIX se registra un constante flujo de colonos de las provincias Comunera
y Guanentina hacia el pie de monte de la Cordillera Oriental. Hombres como Sacramento
Tristancho se hicieron leyenda por el vigor con que estimularon las colonizaciones de San
Vicente y Betulia, al tiempo que los vecinos de Jesús María salían a colonizar las nuevas
tierras que originaron tantas parroquias en la provincia de Vélez.

21
Esa avanzada llegaría en este siglo hasta las márgenes del río Magdalena, con el
antecedente de Puerto Santander (Barrancabermeja), y desde entonces no ha cesado el
proceso colonizador en Puerto Wilches, Puerto Araújo, Vijagual, El Llanito y Bocas del
Rosario. Allende el río Magdalena, Santa Rosa de Simití está acogiendo hoy una fuerte
colonización de hombres de la provincia de García Rovira,

Desde siempre, el medio Magdalena abrigó a los hombres expulsados de la cordillera por
motivos políticos o cuentas con la justicia, y es por ello que los liberales desmovilizados
por la derrota de Palonegro debieron refugiarse allí, donde reforzaron las colonias ya
existentes que resistían la autoridad de los gobiernos del partido adverso. San Vicente de
Chucurí, una tierra de especial fertilidad, vivió un momento de expansión económica por
esas colonizaciones hasta que la propia contradicción de su vida política forzó las
emigraciones recientes.

SANTUARIO LLANERO Y COLONIZACIÓN CAFETERA

El movimiento de santandereanos hacia los llanos orientales se remonta al siglo XVIII al


calor del tráfico comercial con La Salina y Chita. También durante la época de la república
las guerras civiles promovieron algunos exilios en esa dirección, tal como ocurría hacia el
Magdalena. Entre los fundadores de El Yopal y Tame hay santandereanos, pues antes de
que el general Solón Wilches Calderón abriese el camino que comunica a La Concepción

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con el Casanare, ya las emigraciones bajaban por los caminos de Sogamoso. La ruta de
ganados llaneros hacia el Socorro fue dejando colonos santandereanos en el llano y en el
Sarare, una zona que recibe hoy una intensa inmigración nortesantandereana.

Pero fue la expansión de los cultivos de café durante la segunda mitad del siglo XIX el
fenómeno que promovió con mayor intensidad la emigración de los jornaleros guanentinos,
socorranos y rovirenses hacia la provincia de Cúcuta y al occidente andino venezolano.
Entre 1851 y 1912 las zonas cafeteras de Cúcuta y Ocaña crecieron demográficamente en
260%, mientras que las provincias de Socorro y San Gil decayeron un 3%. Hay huella
también de la colonización santandereana en el Táchira y en el Zulia.

En ese proceso, la colonización de los cafetales de Rionegro, esa parroquia malsana


desprendida de Bucaramanga antes de la independencia, revistió características
espectaculares: entre 1870 y 1896 creció en 352%, una cifra muy alta comprada con el 38%
promedio en que creció Santander Rionegro se convirtió en el segundo municipio más
poblado del departamento de Santander antes de terminar el siglo.

En este siglo, las corrientes colonizadoras siguieron profundizándose hacia el medio


Magdalena y los llanos orientales, con la novedad de la emigración hacia los departamentos
del Cesar y Magdalena. En este último proceso se destacan los betulianos y zapatocas,
quienes por su especial personalidad cultural no pueden pasar desapercibidos en Fundación
o en San Alberto. Fueron sus extensas relaciones familiares las que les abrieron la
oportunidad de establecer plantaciones de palma africana y ganaderías modernas en las
tierras planas del Cesar, aprovechando la carretera a Santa Marta como oportunidad para
ampliar la frontera agropecuaria de Santander hacia el norte.

LOS INMIGRANTES

La otra cara de la moneda es la inmigración de otras gentes al territorio de Santander. El


precepto constitucional del Estado soberano que en 1857 abrió la ciudadanía a toda persona
que se estableciera en su territorio facilitó la inmigración de comerciantes alemanes e
italianos a Bucaramanga, Ocaña y Cúcuta, los cuales actuaron como agentes activos en el
proceso de exportación de las quinas, café y cueros hacia los mercados europeo y
norteamericano, así como en la importación de los géneros de consumo que transformarían
las sensibilidades y las modas durante la segunda parte del siglo XIX.

A fines de ese siglo y comienzos del presente aparecieron los sirio-libaneses, quienes
ocuparían un destacado papel en la vida social de Cúcuta y Ocaña. El impacto económico
de esos inmigrantes se registra con claridad en el siglo pasado por el desarrollo de las
empresas de expansión urbana de Cúcuta, las rutas carreteables y férreas hacia el puerto de
Maracaibo, los primeros bancos comerciales y los almacenes de distribución de mercancías
importadas.

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PROVINCIAS POR SIEMPRE

La provincia sigue siendo, sin duda, una de las referencias inmediatas del poblamiento
humano en Santander. Representaran los perfiles humanos distintos que los
españoles i b an descubriendo al paso de la conquista.

L a palabra provincia fue usada en el siglo XVI por los transterrados hispanos para designar
los diversos conjuntos étnicos claramente diferencia dos que iban descubriendo. Con el
paso del tiempo, las personalidades culturales de las seis ciudades originales (Vélez,
Pamplona, Ocaña, Salazar de las Palmas, Girón y San Faustino) fueron identificadas como
provincias, si bien la provincia Guane fue enriquecida por la personalidad que le dieron las
villas de San Gil y el Socorro.

Los elementos que constituyeron la identidad y el sentimiento de pertenencia de las gentes


de Santander a una provincia particular aún están por jerarquizar. Sin embargo, se
destacaran entre ellos la especialización provincial del trabajo en la elaboración de uno o
varios productos de exportación hacia el mercado regional o distante, la cristalización de
élites políticas en las cabeceras provinciales y el movimiento económico inducido por la
exportación de los excedentes mercantilizados.

SOCORRAMOS Y GIRONESES

Quizás las provincias de Girón y Socorro-San Gil ejemplifican mejor el proceso histórico
de la construcción de las provincias en Santander, uno de los datos inmediatos que aún hoy
definen la peculiaridad del poblamiento santandereano. Descendientes de veleños, los
gironeses crearon una provincia nueva en la tierra de los yariguíes, inaugurando así las
primeras oleadas colonizadoras del medio Magdalena. La provincia de Girón fue
políticamente construida como una gobernación independiente y su vecindario organizó el
flujo comercial de sus cacaos, tabacos y mieles de caña por los ríos Sogamoso y Lebrija. El
mercado momposino, río Magdalena abajo, estimuló su crecimiento económico que por

24
otra parte era favorecido por el privilegio que tenía para la siembra libre de tabacos.
Encontraron en la minería del río del Oro una parte de sus medios de cambio.

En contienda por el acopio de las producciones domiciliarias, los comerciantes de las villas
de Socorro y de San Gil construyeron una provincia orgullosa de sí misma por su
crecimiento económico y demográfico, así como por la longitud de las distancias que sus
arrieros recorrían para llevar a todas las partes del virreinato sus lienzos de algodón,
sombreros, alpargates y tabacos. En 1795 lograron establecer un ilustrado corregimiento
propio separado del de Tunja, al cual habían pertenecido la mayor parte de las ciudades
santandereanas, si se exceptúa a Girón y a Ocaña.

LAS PROVINCIAS EN LA REPÚBLICA

Al momento de la independencia la palabra provincia ya designaba a cada uno de los dos


extensos territorios que agrupaban los corregimientos de Socorro y Pamplona. Los
socorranos se atrevieron entonces a erigirse como Estado independiente y aun como sede
diocesana, pero la fuerza autonomista de sus cabildos constitutivos le separó las
jurisdicciones de San Gil y Vélez. En marzo de 1812 la provincia del Socorro fue anexada
por Nariño al Estado de Cundinamarca y el cisma provocado por el primer experimento de
su diócesis también fue rápidamente neutralizado.

Al corregimiento de Pamplona lo fragmentaron durante la independencia, no sólo porque


Girón se adhirió al Estado soberano de Tunja sino además porque Bucaramanga, San José y
El Rosario de Cúcuta se proclamaron villas autónomas.

El orden republicano de 1824 integró las provincias de Pamplona y Socorro, constituidas


por cantones, al gran departamento de Boyacá. Fue la oportunidad para el ascenso de
muchas de las parroquias santandereanas al rango de villas, colmando así viejas
aspiraciones sofocadas por los cabildos antiguos. Con la restauración del
territorio histórico neogranadino por la Convención Nacional de 1831 se produjo también
la actualización de las tradiciones provinciales, lo que aprovecharon Vélez y Ocaña para
recuperar la dignidad de sus independencias provinciales respecto del Socorro y Santa
Marta.

Debido a la iniciativa política y al ascenso económico de nuevas villas, a mediados del


siglo XIX emergieron nuevas provincias segregadas de las antiguas: La Concepción definió
la medida de la provincia de García Rovira, mientras que los comerciantes bumangueses y
cucuteños erigieron respectivamente las de Soto y Santander. Aunque el régimen municipal
fue levantado desde el inicio del Estado Soberano en 1857, dos años después renacieron
con todo su vigor las provincias de Soto, Socorro, Vélez, García Rovira, Cúcuta, Pamplona
y Ocaña bajo la forma de departamentos.

25
Al derrumbarse en 1885 el Estado Soberano, la nueva Constitución centralista pareció
anunciar el triunfo definitivo del régimen municipal. Sin embargo, el gobernador Alejandro
Peña Solano aumentó al año siguiente con las provincias de Charalá y Guanentá el grupo de
las ya enumeradas. Los prefectos provinciales volverían a actuar como agentes del poder de
los gobernadores.

Los experimentos político-administrativos del presidente Rafael Reyes hicieron nacer en


1905 un nuevo departamento segregado de Santander (Galán, capital San Gil), preámbulo
de la división definitiva del antiguo territorio de Santander en dos departamentos separados:
desde 1910 comenzó su existencia el Norte de Santander con las provincias de Pamplona,
Ocaña y Cúcuta, dirigido desde la cabecera de esta última; las demás provincias
(Comunera, Guanentá, García Rovira, Soto y Vélez) siguieron conformando el
departamento de Santander con capital en Bucaramanga.

Aunque las provincias ya no tienen existencia constitucional siguen existiendo como


realidad cultural y recurso de las identidades inmediatas de los santandereanos. Por ello, el
ascenso de Barrancabermeja en las últimas cinco décadas construido también una nueva
provincia, bautizada por ahora con el nombre de Roberto de Mares, a la cual se afilian los
sentimientos de pertenencia los inmigrantes del medio Magdalena.

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¿SE AGOTA LA FUENTE?

La población que ocupaba el territorio santandereano en la época de la independencia era


una importante mayoría, pero hoy ha disminuido su demografía y existe el peligro de que
los santandereanos se conviertan en una minoría nacional .

El Padrón General del Virreinato del Nuevo Reino de Granada mostró en 1777 que los
habitantes de las provincias nororientales de la actual república colombiana se aproximaban
a 271 mil, el 32% de la totalidad de la gente que vivía en: el territorio. Se comprendían en
esa cifra el corregimiento de Tunja (Tunja, Vélez, Pamplona, Leyva, Socorro, San Gil) y
las gobernaciones o alcaldías mayores de Girón, Salazar de las Palmas y Vetas de
Pamplona. En cambio, no incluimos en ella a la población de la ciudad de Ocaña, a la sazón
parte de la jurisdicción de Santa Marta.

La cifra representaba tres veces la población de la provincia de Santa Fe y poco más de dos
veces las de las provincias de Cartagena o Popayán. Esa extensa población obligó a dividir
administrativamente el antiguo corregimiento de Tunja tres fracciones, y desde entonces
Tunja, Socorro y Pamplona mostraron repetidamente una autonomía política que se
prolongaría por más de un siglo.

POBLACIÓN Y TRABAJO

Al comenzar el siglo XIX, el corregimiento del Socorro distribuía en 33 poblaciones sus


125 mil habitantes y su orgullosa cabecera, la villa del Socorro, contaba con cerca de 17 mil
almas. Esta suma era en aquella época la dimensión de una verdadera urbe: el tamaño
normal de una parroquia no pasaba de 3 mil habitantes. Sólo la Villa de San Gil y las
parroquias de Charalá, Simacota, Oiba y Barichara podían mostrar cifras lejanamente
aproximadas e incluso la gobernación de Girón que apenas llegaba a los 7.073 habitantes.
Sumada la población de Socorro y Pamplona con la correspondiente a Ocaña, encontramos
que hacia el momento de la independencia el actual territorio santandereano albergaba casi
la quinta parte del total de la población que vivía en el territorio que constituiría la
república.

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La explicación a este fenómeno de concentración demográfica en unas provincias que no
dispusieron de grandes concentraciones prehispánicas de población étnica puede hacerse
partir del modelo económico: combinaba la artesanía domiciliaria con la parcela campesina
que la subsidiaba y a éstas con los centros de acopio parroquiales que albergaban a los
grupos de comerciantes exportadores para los mercados distantes. La masa de fuerza de
trabajo invertida para hacer funcionar este modelo es incalculable, pero lo que sí se sabe
con seguridad es que todos los miembros de las familias participaban en el trabajo
domiciliario y que las tradicionales virtudes morales del santandereano de la cordillera
(disciplina, laboriosidad, aseo y mesura) fueron forjadas mancomunadamente por ese
régimen tan exigente.

DISMINUCIÓN DEMOGRÁFICA

Al mediar el siglo XIX los santandereanos representaban el 17% de los colombianos, pero
desde entonces comenzó el proceso inverso que no ha parado de disminuir su participación
relativa en la masa nacional: descendieron al 14,5% en el año 1870 y para el censo de 1918
ya no eran sino el 11,6% de los nacionales. El proceso amenaza con convertir a los
santandereanos en una nueva minoría nacional, pues en el censo de 1985 se vio que aunque
se sumen los del departamento del Norte a los del Sur apenas llegan al 8,3% del total
nacional, a decir, que en los últimos 150 años los santandereanos redujeron su participación
en la población del país a la mitad de lo que aportaban antes de que la apertura
económica de mediados del siglo pasado comenzara a promover las migraciones.

Los cambios demográficos acaecidos en este último siglo y medio cambiaron las
fisonomías de las provincias santandereanas. Mientras que los municipios de las provincias
de García Rovira, Guanentina y Comuneros detuvieron su crecimiento relativo, otras
provincias crecieron en forma espectacular. Entre ellas se destacaron las de Ocaña, Cúcuta
y Soto, estas dos últimas sedes de las cabeceras departamentales.

La expansión cafetera produjo el boom poblacional de todas las parroquias cucuteñas y


ocañeras, al igual que Bucaramanga, Piedecuesta, Rionegro y Lebrija iniciaron su
irrefrenable crecimiento. Por su condición de ciudad dormitorio, Floridablanca presenta
hoy el más elevado crecimiento demográfico y se ha convertido en el segundo municipio
más poblado de Santander. Al norte, Cúcuta emergió como la verdadera ciudad de la
frontera y sede de dinámicas inmigraciones extranjeras.

Un municipio de extraordinario crecimiento relativo durante el siglo pasado fue San


Andrés, al punto de llegar a convertirse en capital de la provincia de García Rovira hasta el
momento de la Regeneración. Las parroquias de la colonización veleña hacia el Magdalena
(Jesús María, Bolívar y Sucre) también crecieron en forma notable, proyectándose hacia
Cimitarra y Landázuri para anunciar la posible emergencia de una nueva provincia del
Carare.

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La más reciente novedad es la aglomeración demográfica en una zona metropolitana
compuesta por los municipios de Bucaramanga, Floridablanca, Girón y Piedecuesta. Los
datos de este año atribuyen a ese conjunto una cifra de 737.042 habitantes, lo que
representa un poco más de las dos quintas partes del total del departamento de Santander.
Sólo el polo de atracción de Barrancabermeja puede emular de lejos esa notable
concentración demográfica.

La dinámica poblacional de los Santanderes, pese al descenso en su participación respecto


al total nacional, es muy activa. Con los datos de 1985 se percibe que aunque la proporción
intersexual es casi insignificante (1.169.595 mujeres frente a 1.152.545 hombres), en
cambio el 36% de los vecinos habían nacido en un lugar distinto al de su residencia, una
indicación de que aún se ni tiene el espíritu aventurero en la región. Por otra parte, los
menores de años representan casi el 70% del total de la población, lo que permite
caracterizar a los santandereanos como un pueblo joven.

PORCENTAJE DE LOS SANTADEREANOS RESPECTO AL PAÍS

AÑO %

1825 16,3
1835 16,5
1843 16,8
1851 17,0
1870 14,5
1918 11,6
1985 8,3
1993 7,7

DISTRIBUCIÓN DE LA POBLACIÓN 1985-1993

POBL.
NOMBRE POBL.TOTAL
URBANA RURAL
POBL.
1985-1993 1985-
1985-1993
1993

319,24
7 913,491 1
Norte de S. 594,244 813,581 89 348,893 ‟162.474
Santander 7,015 1‟209.793 614,3 1‟511.392
77 1‟811.741
601,948

29
Fuente: DANE Censos 1985, 1993

BIBLIOGRAFÍA

Ancízar, Manuel. Peregrinación de Alpha, Banco Popular, Bogotá, 1984.

Codazzi, Agustín. Geografía física y política de las provincias de la Nueva


Granada, Publicaciones del Banco de la República (Archivo de la Economía Nacional, 21
y 23), Bogotá, 1957-1958.

Oviedo, Basilio Vicente de. Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de


Granada, Gobernación de Santander (Colección Memoria Regional 4), Bucaramanga,
1990.

Rodríguez Plata, Horacio. La antigua provincia del Socorro y la


Independencia, Publicaciones editoriales, Bogotá, 1963.

30
2. ECONOMÍA

Industria de quimeras

Trataremos sobre la economía en el territorio de los actuales departamentos de Santander


y Norte de Santander que ocupa una extensión de más de 52 mil kilómetros cuadrados. Su
geografía goza de los más variados climas y se encuentra bañada por abundantes
quebradas y ríos. Sobre ese ecosistema tan variado como rico, han trasegado los
santandereanos arrancándole con su trabajo la subsistencia de muchas generaciones. A lo
largo del tiempo la explotación económica ha sido variada y ha tomado formas distintas.

Fotografía Marco A. Gonzáles

Jairo Gutiérrez Ramos: Sociólogo y Mágister en Historia, Diplomado en Archivística en


Madrid, Profesor del Depto de Historia de la Universidad Industrial de Santander e
Investigador del Centro de Documentación e Investigación Histórica Regional.

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LABOR EN EL SESGO NATURAL

Los primitivos habitantes de lo que actualmente es Santander fueron pueblos


laboriosos gracias a lo cual comerciaron con las comunidades circunvecinas,
especialmente con los muiscas.

El extenso y variado paisaje de los actuales santanderes se encontraba ocupado en sus


diversos nichos ecológicos por distintas tribus indígenas, cada una de las cuales, a su
manera, procuraba obtener de la naturaleza circundante sus medios de subsistencia e
intercambio. Sin embargo, en términos generales podríamos decir que los grupos indígenas
de este territorio se dividían en dos grandes categorías:

1) Recolectores y Cazadores: por tener su hábitat en un medio inhóspito y selvático


tuvieron una economía basada en la simple apropiación, mediante la recolección, la caza y
la pesca, de los recursos necesarios para su subsistencia. Estos pueblos selváticos, belicosos
e indómitos habitaron en las zonas cálidas, en las cuencas y valles de los ríos Magdalena,
Zulia, Catatumbo.

2) Agricultores y Artesanos: vivieron en el ambiente más benévolo de la zona andina y


alcanzaron un mayor grado de desarrollo económico y social. Estos, a diferencia de los
anteriores, practicaron la agricultura y la artesanía. En consecuencia fueron pueblos más
numerosos, sedentarios y relativamente pacíficos.

ECONOMÍA DE LAS SELVAS TROPICALES

En la categoría de pueblos que vivían primordialmente de lo que la naturaleza les


proporcionabas podemos clasificar a los opones, carares y yariguíes que ocupaban el actual
Magdalena medio santandereano; así como a los motilones que ocupaban el valle de Cúcuta
y las selvas del Catatumbo.

De ancestros y lenguas de origen caribe, se caracterizaron por su belicosidad y amor a la


libertad. Vivían a sus anchas en el ambiente selvático que los rodeaba y les ofrecía con
abundancia y sin mayores esfuerzos el alimento. Algunos de ellos practicaron, sin embargo,

32
una especie de agricultura primitiva y trashumante, en concordancia con su organización
social de bandas tribales y su forma de vida nómada y belicosa.

Estos pueblos sólo mantuvieron intercambios ocasionales con sus vecinos para obtener
aquello que no les ofrecía su medio ambiente, como la sal. Carares, opones y yariguíes
obtenían sal de los muiscas a cambio del oro. Este metal lo recibían de los pueblos que
moraban más al norte de la ribera magdalenense a cambio de la misma sal y de la coca que
se daba de manera espontánea en su territorio. Se constituían así en una especie de
intermediarios inevitables entre la economía muisca y la región momposina, hasta
Tamalameque. Algo similar ocurría con los motilones en el norte, ya que estos dominaban
un amplísimo territorio imposible de transitar sin su consentimiento.

Por lo demás, practicaron algunas formas muy rudimentarias de artesanía utilitaria


destinada a satisfacer sus necesidades domésticas básicas. Fueron, pues, productores de una
alfarería tosca y precaria, así como de tejidos burdos elaborados a partir del hilado del
algodón silvestre y, en algunos casos, como el de los motilones, elaboraron también cestas
y productos bastos de fique que les sirvieran para su uso y como eventuales medios de
intercambio con las tribus vecinas.

ECONOMÍA DE LOS PUEBLOS ANDINOS

Los pueblos selváticos que se asentaron en las montañas se caracterizaron por un nivel
mucho más avanzado de desarrollo económico y social. Los guanes y los laches, habitantes
de la zona andina del actual Santander y los chitareros del Norte fueron pueblos
sedentarios, con una mediana organización política basada en los cacicazgos y dedicados
principalmente a la agricultura y a la producción artesanal. De los guanes, el pueblo más
numeroso de la región al momento de la conquista (unas 100 mil personas), se sabe que
cultivaban algodón, tabaco, tique, coca y productos alimenticios como maíz, yuca, fríjol,
arracacha, batata y ahuyama. Debido a la sequedad de su territorio, los guanes debieron
implementar una sofisticada agricultura de regadío mediante largas acequias por medio de
las cuales canalizaban el agua de ríos y quebradas hasta sus sementeras.

Eran además diestros hiladores y tejedores de mantas y mochilas de algodón así como de
sogas y costales de fique. Desarrollaron también la alfarería y mantuvieron un permanente
intercambio con sus vecinos muiscas, panches, opones, carares y yariguíes: al importante
mercado de Sorocotá (Boyacá) llevaban los guanes periódicamente algodón en rama y
hojas de coca así como sus apreciados tejidos de algodón y fique para intercambiarlos por
sal, mantas y cerámica fina, esmeraldas y oro. En su territorio realizaban mercados
regionales en Oiba y Charalá.

Los laches, por su parte, acupaban el territorio de la actual provincia santanderiana de


García Rovira. Eran, como los guanes, un pueblo de agricultores-artesanos que producían
maíz, coca, algodón, fique y productos de tierra fría como la papa. Con el algodón y el

33
fique fabricaban tejidos, que, junto con la cerámica y la coca, les servían para obtener de
los muiscas mantas finas y orfebrería.

Más al norte, en la actual provincia de Pamplona y hasta las sierras de Mérida (Venezuela),
se extendía el territorio de los chitareros. Con una economía muy similar a las anteriores,
producían yuca, maíz, batatas, apios, frijoles y achiote (bija). Eran también tejedores y
alfareros y todo parece indicar que practicaban ocasionalmente la minería del oro en los
yacimientos de sus dominios (las vetos de Pamplona). Su comercio se centró en el
intercambio de oro y bija por mantas, cerámica, orfebrería y cestería con muiscas, laches y
motilones.

Gracias a las diferencias ambientales, económicas y sociales, y por ello mismo, los pueblos
que habitaron el actual ámbito santandereano mantuvieron entre con los pueblos
circunvecinos permanentes e importantes intercambios de productos que prefiguran la
especialización productiva subregional y los circuitos comerciales que habrían de
permanecer por mucho tiempo. Por lo demás, los rasgos dominantes de las economías
precolombinas de Santander, con énfasis en la agricultura y la artesanía, se convertirían en
la matriz que moldearía, hasta bien entrado el siglo XIX, la producción regional aunque,
por supuesto, la dominación española significó para las comunidades indígenas una
profunda modificación de sus formas tradicionales de explotación de los recursos naturales,
de los sistemas y ritmos de trabajo y de la distribución y consumo de lo producido.

34
SACUDÓN FEBRIL DEL SIGLO XVI

La economía colonial se estableció y consolidó en Santander a lo largo de los siglos


XVI y XVII alrededor de Vélez, Pamplona, Girón, San Gil, Ocaña y el Socorro.

Los conquistadores prefirieron asentarse en los territorios ocupados por aquellas etnias que
habían alcanzado un mayor grado de desarrollo económico y social: se limitaron a
ocupar efectivamente sólo aquellos espacios anteriormente controlados y explotados por
guanes, laches y chitareros.

Opones, carares, yariguíes y motilones fueron considerados más como enemigos


irreductibles que debían ser aniquilados que como eventuales sujetos de dominación y
explotación. Su hábitat salvaje y malsano, sus primitivas formas de vida y su crónica
beligerancia hicieron de ellos comunidades marginadas de la sociedad colonial que
comenzaba.

Puede decirse, pues, que la producción colonial temprana en Santander se sustentó en las
comunidades indígenas más avanzadas que debieron soportar sobre sus débiles estructuras
económicas el pesado edificio del colonialismo hispánico y en el espíritu empresarial de los
conquistadores, acicateado por su ambición desmedida y su conocida avidez de riquezas y
honores.

35
DESARROLLO Y DESINTEGRACIÓN ANCESTRAL

En la instauración de la naciente economía colonial santandereana jugaron un papel


decisivo las primeras ciudades hispánicas fundadas en su territorio. Vélez (1539) y
Pamplona (1549), constituyeron los primeros polos de desarrollo de la nueva estructura
económica y social impuesta por los conquistadores.

Tomando como epicentros las dos ciudades asentadas en los territorios étnicos tradicionales
de guanes y chitareros, los españoles comenzaron a organizar la producción y el trabajo
indígenas según sus intereses, hábitos y mentalidad económica. Repartidos en
encomiendas, los indios fueron obligados a mantener a sus nuevos amos con tributos y a
servirles con trabajo en sus nacientes empresas productivas y en sus necesidades
domésticas. Las más adelantadas economías prehispánicas pasaron a convertirse en simples
generadoras de abastecimientos, riqueza y servicios para los españoles, reservándose para sí
una precaria subsistencia: su acelerado proceso de desintegración económica, social y
demográfica.

Las nuevas instituciones y usos económicos, los inusuales ritmos de trabajo, los
desplazamientos forzosos a las minas y haciendas, hirieron de muerte los pueblos y las
economías que los invasores habían encontrado en el momento de su llegada. A cambio de
ello florecieron nuevas formas de explotación económica y de acumulación de riqueza que

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fueron gradualmente sustituyendo a la agricultura, la artesanía y los trueques ancestrales: la
minería intensiva, las haciendas, las estancias y el comercio de larga distancia.

Con todo, al menos parte de la tradición económica prehispánica pudo mantenerse. El


cultivo de tabaco, algodón, fique y achiote y la producción de mantas, mochilas, sogas y
cotizas, perduraron a lo largo de la Colonia y buena parte de la república. Sin embargo, las
nuevas formas, unidades y tipos de producción introducidos por los españoles se fueron
imponiendo aceleradamente. Así, en medio de las sementeras de maíz, fríjol, tabaco,
algodón o papa, comenzaron a surgir las haciendas dedicadas a la ganadería y al cultivo del
trigo o la caña de azúcar. Y se alteraron los ciclos de cosechas, el paisaje, las formas y
ritmos de trabajo y nuevos productos empezaron a surgir de la tierra y de las manos aún
inexpertas de los indios.

Ya desde el siglo XVI emergieron como de la nada las haciendas, los cañaduzales y
trapiches en Vélez y los cerros de Pamplona comenzaron a adornarse con los dorados
trigales y los enhiestos molinos de tan raizal ancestro castellano. Los mercados regionales
vieron llegar hasta ellos a lomo de indio, o en las mulas y caballos criados en sus flamantes
estancias, los más insólitos productos: carnes de vaca, cerdo y carnero; quesos y leche;
harina y pan; azúcar y dulces en conserva; aparte de los tradicionales abastos lugareños. Y
como complemento a esta pujante dinámica económica, a finales de ese siglo se fundaron la
ciudad y el puerto de Ocaña (1570), gracias a los cuales lograrían comunicarse los
mercados de Pamplona y las recién fundadas ciudades de los Andes venezolanos con el río
Magdalena, constituyéndose de este modo un nuevo y muy activo circuito comercial.

LAS GRANDES EMPRESAS DE LOS ENCOMENDEROS

Además de la agricultura, la minería fue una actividad que cobró gran importancia en la
temprana economía colonial santandereana. Bien pronto los conquistadores recién
asentados en las novísimas ciudades de Vélez y Pamplona tuvieron noticia de las ricas
arenas del que denominaron Río del Oro, así como de la vetas que existían en las
proximidades de Pamplona. Los encomenderos más poderosos y visionarios de ambas
ciudades trasladaron a estos dos enclaves mineros cuadrillas de indios dedicadas a extraer
el codiciado metal.

Para albergar estas cuadrillas se levantaron rancherías y para mantenerlas se conformaron


estancias y grandes haciendas, también labradas por la mano de obra de los indios de
encomienda. Cuando los indios escasearon se trajeron esclavos negros, y unos y otros
integraron, junto con las ciudades en rápido ascenso, un mercado creciente para los
productos de las haciendas y para los géneros de los mercaderes que comenzaban a llegar
cargados de ropas, abalorios, aguardiente y vino para los ávidos mineros y encomenderos
recién enriquecidos.

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Gracias al efectivo dominio que ejercían sobre los recursos naturales y la mano de obra,
algunos encomenderos llegaron a controlar tanto la economía de los enclaves mineros como
la de las ciudades en construcción, constituyéndose en auténticos multiempresarios que
manejaban a su antojo la agricultura, la minería y buena parte del comercio y la producción
artesanal, obteniendo de ello pingües beneficios.

Pero el ciclo del oro no fue muy largo. Los indios escaseaban, los negros resultaban muy
costosos, las vetas se agotaban pronto... y así, las que parecían ser las más rentables y
promisorias empresas de los encomenderos comenzaron a desmoronarse. Para mediados del
siglo XVII la abundancia de indios y de oro y el esplendor de Vélez y Pamplona no eran
más que un recuerdo. La del oro fue, pues, la primera efímera bonanza de las muchas que
habrían de sacudir febrilmente la economía santandereana de ahí en adelante.

Pero al menos dos cosas importantes y duraderas quedaban de ella: el surgimiento de


nuevos centros urbanos como las ciudades de Ocaña, Girón y Málaga, la Villa de San Gil y
la parroquia del Socorro, nacidas de la pujanza de una creciente y laboriosa población
blanca y mestiza; y la configuración de nuevos circuitos comerciales que, contra viento y
marca, seguirían adelante con la empresa de construir la economía colonial sobre los restos
de las formas de producción prehispánicas.

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ESPLENDOR DE LA TIERRA Y LAS MANOS

Concluida la fiebre del oro y acelerada la despoblación indígena, las únicas


alternativas económicas viables eran la agricultura campesina y la artesanía
doméstica.

A diferencia del recesivo siglo XVII, el XVIII se caracterizó por su notoria dinámica
económica, originada en diversos factores entre los cuales vale la pena destacar la
apreciable recuperación de la población neogranadina, integrada ahora mayoritariamente
por mestizos libres y blancos pobres, necesitados de tierras, ocupación y reconocimiento
social; y el ascenso al trono español de la dinastía borbónica, con cuya égida se intentó
modernizar la administración y la economía tanto en la Península como en Hispanoamérica.

LAS REFORMAS BORBÓNICAS

Naturalmente, esta región no fue la excepción y en este período florecieron en su economía


nuevas actividades, nuevos actores y nuevos polos de desarrollo. Su economía se orientó
con éxito hacia la producción campesina y artesanal, dado que, en general, en la región no
fueron frecuentes las grandes haciendas y tanto la minería intensiva como la encomienda
tuvieron una vigencia relativamente corta.

En consecuencia, la apicultura estuvo principalmente en manos de pequeños y medianos


campesinos que en sus parcelas y estancias producían lo necesario para su propia
subsistencia y para el abasto de una creciente población. La producción artesanal por su
parte no sólo sobrevivió sino que se desarrolló a lo largo de la Colonia a la par con la
agricultura y frecuentemente agenciada por los mismos actores económicos: el pequeño
campesino y su familia que mantenía en su propia casa un pequeño taller.

Sobre esos dos pilares —agricultura campesina y artesanía domiciliaria—, se sustentó el


vertiginoso desarrollo de la provincia del Socorro en el siglo XVIII, que la llevó a
convenirse en corto tiempo en la mis dinámica, poblada y rica de la región y en una de las
más prósperas de todo el virreinato neogranadino. El auge del comercio que se vivió al
calor del crecimiento económico generalizado que caracterizó a la época y la

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llamada liberación comercial auspiciada por las Reformas Borbónicas hicieron más fluido
y rentable el intercambio mercantil entre las distintas colonias y entre estas y la metrópoli.

A esta liberación comercial restringida respondió la economía santandereana con el


desarrollo de una incipiente agricultura comercial que tuvo su epicentro en el hasta
entonces despoblado valle de Cúcuta y su producto estrella en el cacao.

EL SOCORRO Y CÚCUTA, LOS NUEVOS POLOS

Con la ruina de los encomenderos y la inexorable decadencia de las ciudades de Vélez y


Pamplona al escasear el oro y los indígenas, florecieron la agricultura primordialmente
campesina y la artesanía doméstica. Resultaron favorecidos aquellos lugares que ofrecían
las condiciones más propicias para la agricultura y la artesanía, bien fuera por su estratégica
ubicación en relación con las vías de comunicación, por la vocación de sus tierras, o por la
abundancia o habilidad de la mano de obra.

De todas esas favorables condiciones gozaba la provincia del Socorro y fueron las que
hicieron posible su impresionante crecimiento: tierras aptas para la producción de materias
primas como el algodón o el fique, explotadas directamente por sus propietarios; gentes
laboriosas y diestras en el manejo del azadón, la rueca o el telar; y una comunicación
relativamente eficiente con los principales mercados de sus productos hicieron el milagro
de transformar a la joven parroquia socorrana en el segundo centro urbano del virreinato
por su población y riquezas.

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Las provincias del Socorro y San Gil, antiguo asiento de los guanes y con una numerosa
población mestiza de agricultores y artesanos, se especializaron en la producción de tejidos
de algodón y fique, de clara estirpe prehispánica, y abastecieron durante todo el siglo XVIII
y buena parte del XIX más del 75% de la demanda neogranadina.

Se ha calculado que hacia 1830 la producción artesanal del Socorro, constituida


principalmente por hilados y telas burdas de algodón, sogas y costales de fique y alpargatas,
valía más de medio millón de pesos, una suma muy apreciable para la época y el lugar. El
indicador más claro de la prosperidad de la provincia lo muestra el crecimiento de su
población que alcanzó en 1800 una cifra cercana a los 20 mil habitantes, siendo superada
sólo por Santa Fe.

En cuanto a Cúcuta, su cálido, extenso y fértil valle había permanecido prácticamente


despoblado hasta el siglo XVIII debido a su poco atractivo clima, a lo inseguro su territorio
y a la inexistencia de minas y mano de obra sumisa en su jurisdicción.

Al menos cuatro factores de mucho peso incidieron en la fundación y en el acelerado


desarrollo del puerto de San José de Cúcuta: 1) la prematura e irreversible decadencia del
antiguo puerto de San Faustino; 2) la consolidación de ciudades como Mérida, San
Cristóbal y La Grita, en los Andes venezolanos, y las evidentes dificultades que para su
comercio implicaba el largo y accidentado camino de Ocaña hacia el Magdalena; 3) el
promisorio desarrollo del cultivo y comercialización del cacao y el café; y, 4) la
progresiva pacificacíón de los motilones que ocupaban las riberas del río Zulia.

Por ello, desde el mismo momento de su fundación en 1733 Cúcuta experimentó un


crecimiento tan rápido como sostenido. Y aunque por su conducto había traficado desde un
principio y con intensidad con mercancías de contrabando —de entrada y de salida—, la
legalización del comercio intercolonial facilitado por las Reformas Borbónicas significaron
un espaldarazo definitivo para la economía cucuteña, pues su valle y su puerto se
convirtieron en corto tiempo en el epicentro de la producción y comercialización del cacao
que exportaba en abundancia hacia el rico mercado mexicano de Veracruz.

LA SUERTE DE LAS ANTIGUAS FIEBRES

Entre tanto los viejos enclaves urbanos capoteaban a su manera las nuevas circunstancias.
Vélez, que había logrado consolidar en los tiempos de su bonanza una importante economía
agrícola sustentada en sus haciendas, se especial en ganado, cueros, mulas, panela, miel,
azúcar y conservas de frutas. Sus productos estaban destinados a los mercados de Tunja,
Santa Fe y Antioquia, situación intermedia entre la pujante región del Socorro y el altiplano
cundiboyacense y su obstinación en mantener el infortunado camino del
Carare permitieron sobrellevar las adversas circunstancias. Mucho más difícil fue la
situación de Pamplona pues su más directa dependencia de la minería la había conducido
desde el siglo XVII a una aguda e insuperable depresión económica.

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Ocaña, por su parte, apenas se mantuvo gracias a su función de puerto, pero la
consolidación de puertos y vías alternas al Magdalena, como los Girón y Vélez, le restaron
importancia y dinámica en una época de claro repunte de la economía regional
santandereana. Girón, en cambio, gracias a desarrollo portuario y comercial y a su
producción tabacalera y cacaotera logró mantener su hegemonía subregional.

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SOMBREROS PARA EL SOL LEJANO

Le apertura económica del siglo XIX provocó una conmoción inesperada para la
economía artesanal y campesina de Santander que se había caracterizado por su lento
pero evidente progreso.

Consolidada la independencia, los orientadores de la política y la economía nacionales se


enfrascaron en una ardua y dilatada polémica entre quienes planteaban la necesidad de
defender la producción vernácula de la competencia extranjera y quienes propendían por
una inmediata y total apertura al mercado mundial. Unos actuaban como abanderados del
proteccionismo, los otros, en cambio, eran los adalides del librecambismo.

Pero el triunfo definitivo del libre comercio a mediados del siglo XIX implicó no sólo una
brusca ruptura del inveterado aislamiento de la región santandereana, sino que hizo sentir
sus efectos en los diferentes sectores de su producción y su geografía.

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LIBRECAMBISMO Y CICLOS ARTESANALES

A partir de 1850, la apertura comercial tuvo efectos diferenciados sobre los distintos
sectores en que se dividía por entonces la producción artesanal santandereana. Mientras los
productos textiles socorranos se veían sumidos en una profunda e insuperable crisis,
los sombreros jipijapa primero y los sacos de fique mis tarde vivirían su época de mayor
florecimiento. En otras palabras, mientras los tejidos de algodón entraban en un ciclo de
franca decadencia, los sombreros y los costales entraban sucesivamente en sus períodos de
mayor auge. Mirándolos en su orden de sucesión cronológica, los ciclos más destacables de
las artesanías santandereanas en el siglo XIX fueron:

1848-1858: decadencia de los tejidos de algodón


1850-1875: auge de los sombreros jipijapa
1850-1920: auge de los costales de fique.

Como se puede apreciar, el sector que recibió el impacto más adverso fue el de los textiles
por cuanto desde 1848 los mercados tradicionalmente abastecidos por los hasta entonces
apetecidos géneros socorranos comenzaron a verse invadidos masivamente por tejidos
extranjeros, especialmente ingleses, de mejor acabado y más bajo precio.

Era la lucha a todas luces desigual entre el dragón insaciable que había engendrado
la Revolución Industrial pertrechado en el maquinismo y movido eficientemente por el
trabajo asalariado, y la inerme doncella encarnada en la obsoleta tecnología nativa heredada
de los remotos ancestros guanes y operada por campesinos doblados de artesanos.

Afrontando dificultades cada vez mayores, los tejidos socorranos debieron resignarse en los
años sesenta con una porción cada vez más pequeña del ya de sí limitado mercado nacional,
pero, al final, como era de esperarse, debieron rendir sus armas ante la implacable
acometida de los géneros importados.

Naturalmente la quiebra de los textiles significó la ruina para numerosas familias de


agricultores y artesanos. Su impacto fue particularmente nefasto e la población femenina de
la provincia que, de repente, se encontró sin la única ocupación remunerada que conocía y
que le era dable practicar honradamente. Los hombres, por su parte, debieron emigrar a
zonas más promisorias o refugiarse en sus parcelas a producir apenas lo necesario para la
subsistencia.

Por todo ello, la crisis de sus tejidos marcó el inicio de la decadencia del Socorro como
polo del desarrollo económico regional.

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LOS JIPIJAPAS A LAS ANTILLAS

Nuevos sectores de la producción artesanal y nuevos espacios comenzaron a prosperar en


reemplazo de los tejidos. Tal fue el caso de los sombreros jipijapa que emergieron como
una alternativa ocupacional, generando desde media dos de siglo un inesperado auge en
aquellas localidades que asumieron su producción y exportación. En realidad, fue este el
primer experimento de exportación masiva de un producto manufacturado que se conoció
en la región ya que si bien los tejidos socorranos habían llegado en sus mejores épocas
hasta Venezuela, los sombreros conquistarían los inimaginados mercados de las Antillas y
los Estados Unidos.

Varios factores contribuyeron a ello. En primer lugar, y paradójicamente, el incremento de


la producción algodonera en la zona esclavista de los Estados Unidos y con destino a las
grandes fábricas textileras del norte y de Inglaterra, hicieron crecer la demanda de
sombreros baratos. Así, quienes producían el algodón para las fábricas de telas que llevaron
a la quiebra a los tejedores socorranos, los compensaban precariamente comprándoles los
sombreros para sus esclavos.

El segundo factor de crecimiento de la demanda de sombreros fue el auge de las


plantaciones de caña de las islas caribeñas y los primeros intentos de independencia de
Cuba, pues tanto los esclavos de las plantaciones como los soldados españoles encargados
de sofocar la insurrección cubana se convirtieron en habituales consumidores de sombreros
para paliar las inclemencias del sol antillano. Y como quiera que el gran mercado de los
rústicos y baratos sombreros santandereanos era el interno, su demanda estuvo

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estrechamente asociada a los ciclos del tabaco, típico producto de las plantaciones de tierra
caliente que florecieron también fugazmente al calor de la apertura del medio siglo.

De modo que en gran medida la demanda de los jipijapas dependió de las situaciones
coyunturales de la economía y la política externas. También en este novedoso sector de la
economía regional la incidencia de factores incontables tendría un peso determinante. Por
ello la producción y exportación sombreros estuvo sometida a bruscas fluctuaciones que no
hacían sino reflejar circunstancias totalmente ajenas al hasta entonces apacible discurrir de
la economía y la sociedad santandereanas.

En todo caso, en el mejor momento de su ciclo, hacia 1860, se ha calculado que en el país
se producían cerca de un millón de sombreros de los cuales se exportaban unos 300 mil. De
ese millón se producían en Santander entre 600 mil y 800 mil unidades, que es lo mismo
que decir entre el 60 y el 80% del total nacional. A su elaboración se dedicaban unas 15 mil
mujeres de Barichara, Bucaramanga, Zapatoca y Girón.

Sin embargo, para 1870 las exportaciones regionales de sombreros apenas alcanzaba el
14% del total nacional, y para 1891 su participación era de tan solo el 5%. El fin de la
Guerra de Independencia de Cuba implicó, al parecer, una drástica disminución de la
demanda de sombreros santandereanos que de ahí en adelante prácticamente desaparecen
de la lista de los productos colombianos de exportación.

Curiosamente el producto artesanal que mejor soportó los embates del libre comercio era el
más humilde de todos: el costal de fique. Ello fue posible debido a su estrecha relación con
el auge cafetero de la región y el volumen de su producción resulta bastante aproximado al
de sacos de café exportados, por lo cual cabría decir que este pasó de unos 60 mil costales
en 1865 a más de 300 mil hacia 1915, con un crecimiento promedio del 5% anual durante
un lapso de medio siglo. Nada despreciable, como se ve, si se lo compara con la azarosa
evolución del resto de la producción artesanal santandereana en el siglo pasado.

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Siglo XIX
NI AMAGUE NI DESPEGUE, TODO LO CONTRARIO

Con la política económica volcada hacia el comercio internacional, el aperturismo


radical decimonónico no sólo afectó los sectores manufactureros, sino sobre todo la
producción de materias primas de origen vegetal.

Con el triunfo del libre comercio, amplios sectores de la economía santandereana debieron
orientarse, de buena o de mala gana, hacia la explotación y comercialización de aquellos
productos agrícolas y silvestres de mayor demanda en el mercado internacional.

En el siglo XIX las exportaciones regionales se inclinaron hacia el tabaco primero y hacia
la quina y el café más tarde, según lo exigieron las circunstancias del mercado. Los ciclos
de bonanza de cada uno de estos productos se podrían sintetizar así:

1848-1875: auge del tabaco


1860-1882: auge de la quina
1865-1930: auge del café.

Aunque las fechas de iniciación de las bonanzas son sucesivas, no obstante en su mejor
momento llegaron a coincidir, tal como ocurrió entre 1865 y 1875, un decenio afortunado
que, por desgracia, no volvería a repetirse.

DEL TABACO EL HUMO

El auge tabacalero tiene una clara y directa relación con las medidas reformistas del medio
siglo. La abolición del vetusto estanco del tabaco, el incremento en la demanda externa y la
inversión de capitales foráneos en la producción de la hoja, facilitaron la consolidación de
algunos enclaves tabacaleros como Ambalema y Carmen de Bolívar.

Esta región, con una larguísima tradición en el ramo, siguió, sin embargo, produciendo el
tabaco a su manera: en las mismas parcelas, con la misma tecnología y con la misma mano
de obra campesina de siempre. No se dio aquí la economía de plantación que prevaleció en
los otros centros de producción directamente vinculados al mercado internacional.

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Aparte de ello, la calidad natural del tabaco gironés y sus primitivas técnicas de beneficio
lo hacían poco apetecible en el mercado exterior. En realidad la mayor parte de la
producción regional estaba destinada a abastecer los modestos fabriquines artesanales de
cigarros que se encargaban, a su vez, de suplir las necesidades de buena parte del mercado
nacional. Como había sido habitual en la región, la agricultura tabacalera y la producción
artesanal de cigarros se conjugaban para suplir las modestas necesidades y exigencias del
mercado interno. Hubo, sin embargo, un brevísimo período de auge exportador entre 1863
y 1866. En el mejor año, 1864, se exportaron a Bremen unas 600 toneladas de tabaco,
equivalentes a la mitad de la producción regional. Pero la irregular calidad del tabaco
santandereano, producido, procesado y empacado en las dispersas parcelas campesinas, no
satisfizo los requisitos del exigente mercado externo y tuvo que contentarse con seguir
supliendo parte de la demanda nacional, menos exigente y más estable.

Hacia 1875, debido a la tecnificada competencia del Lejano Oriente, la totalidad de la


producción tabacalera colombiana entró en una profunda crisis. En Santander, sin embargo,
el cultivo logró mantenerse precariamente debido a su mayor vinculación con la producción
de cigarros para el consumo local.

DE LA EFIMERA QUINA AL ESTABLE CAFÉ

Mucho más efímera y traumática fue la fiebre de las quinas que asoló las inexploradas
selvas del valle del Magdalena entre 1860 y 1882. Y aunque Santander se vinculó
tardíamente a la explotación quinera, hacia 1880 ya producía el 60% de las exportaciones
nacionales: unas 15 mil toneladas de cascarilla.

Sin embargo, para entonces ya la época de oro de la quina colombiana (1850-1882) tenía
sus días contados. Como había ocurrido con el tabaco, las plantaciones tecnificadas de las
colonias inglesas la borrarían muy pronto de las estadísticas del comercio mundial. Pero
entre tanto en su corta bonanza la quina santandereana llegó a movilizar hasta 7 mil
trabajadores que devastaron las selvas, enriquecieron a los exportadores afincados en
Bucaramanga, auparon el crecimiento comercial de la ciudad e iniciaron la colonización del
insalubre valle magdalenense.

Mucho más estable y benéfica resultó en cambio la difusión y consolidación del cultivo y
exportación del café en la región. Introducido por la frontera venezolana, En poco tiempo la
producción cafetera adquirió tal importancia que, al menos entre 1863 y 1915, Santander
figuró como el primer productor nacional del grano. Baste decir que entre esos años la
producción creció de 60 mil a más de 300 mil sacos.

Debido a ello el ciclo cafetero se constituyó en un sólido puntal del desarrollo económico
regional santandereano estimulando el comercio, la construcción de vías y la consolidación
de Cúcuta y Bucaramanga como centros urbanos directamente asociados al acopio y
exportación del grano. Pero desafortunadamente las guerras civiles y la carencia de vías

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más expeditas privaron a Santander a comienzos del presente siglo de su lugar de privilegio
en la producción cafetera nacional.

LA ESPECULACIÓN COMERCIAL Y FINANCIERA

E n lugar a dudas los sectores más claramente beneficiados por el librecambismo


decimonónico fueron aquellos vinculados al sector no productivo: los intermediarios del
comercio y las finanzas.

No fue, pues, casual que en la segunda mitad del siglo XIX prosperaran como nunca antes
las casas comerciales de Cúcuta y Bucaramanga que se ocupaban en especular con los
productos de exportación e importación. Hábiles negociantes nativos y extranjeros
amasaron cuantiosas fortunas en el tráfago de las fugaces bonanzas. Esa acelerada
acumulación de capital fue la que hizo posible, a su vez, el surgimiento del sector
financiero, el primer intento serio de modernización económica en la región. Fruto de ello
fueron los bancos fundados en Bucaramanga y Cúcuta y los frustrados intentos de
industrialización en la producción de bebidas y alimentos (cerveza y pastas alimenticias,
por ejemplo) que agenciaron audaces empresarios extranjeros.

Pero las restricciones del mercado y la propia lógica de los ciclos económicos frustraron los
intentos industriales, fortaleciendo en cambio la engañosa impresión de que sólo
especulando era posible hacer fortuna. Cabe anotar también que otro importante sector de
especulación y enriquecimiento por parte de los flamantes magnates santandereanos fue la
contratación de vías de comunicación reclamadas con urgencia por la economía regional.

Entre los proyectos más notables en ese sentido figuran: el camino de Cañaverales
(Bucaramanga-Girón-río Lebrija); el camino de Sogamoso (Girón-río Sogamoso); el
camino del Carare (Vélez-río Carare); el camino de Barranca (Zapatoca-Barrancabenneja);
el camino de Paturia (Bucaramanga-Girón-Ciénaga de Paturia); y los ferrocarriles de
Wilches (Bucaramanga-Puerto Wilches) y del Zulia (Cúcuta-río Zulia), todos en busca de
los puertos del comercio internacional.

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LA NUEVA ÉPOCA ITINERANTE

El siglo XX marca el despegue de un nuevo rumbo económico. Las migraciones hacia


el Magdalena y los enclaves petroleros definitivamente le cambian el rostro a la
región.

El auge comercial y la consiguiente construcción de vías en el siglo XIX facilitaron el


avance de las oleadas migratorias que, expulsadas de sus tierras por las quiebras o las
bonanzas, habían comenzado a colonizar las hasta entonces despobladas vertientes y valles
de Santander.

Primero en procura del café y más tarde de la quina y la tagua, los ariscos pobladores
montañeses comenzaron a descender lentamente hacia los valles del Magdalena y el
Catatumbo. Otra oleada de migrantes comenzó a llegar por el Magdalena siguiendo la
estela de los vapores y atraídos por el imán irresistible de sus puertos y la emergencia
arrolladora de un nuevo tipo de actividad económica: la petrolera.

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EL PAPEL DEL PETRÓLEO

Aunque la existencia de yacimientos petroleros era conocida desde la Colonia, fue apenas
durante el gobierno de Rafael Reyes (1904-1909) que se otorgaron las primeras
concesiones: la del general Virgilio Barco en el Catatumbo y la de Roberto de Mares en el
Magdalena medio. Con ellas comenzó a despuntar una nueva época para estas regiones por
siempre relegadas.

Una década después de efectuadas las concesiones originales, sus beneficiarios optaron por
negociarlas con empresas norteamericanas ante su evidente incapacidad de ponerlas a
producir. Se inició así, en los años veinte, la época dorada del petróleo santandereano.
Sendos enclaves petroleros comenzaron a surgir como por arte de magia en medio de las
selvas. Barrancabermeja y Tibú, como sedes de la Tropical Oil Company (TROCO) y la
Colombian Petroleum Company (COLPET) respectivamente, se convirtieron de repente en
activos campamentos de la desconocida industria de los hidrocarburos.

Gracias a su estratégica ubicación, Barrancabermeja se convirtió en poco tiempo en un


activísimo puerto petrolero y más tarde en sede de la primera refinería nacional. Cuando las
concesiones de Barco y de Mares se revirtieron al Estado colombiano se fundó la Empresa
Colombiana de Petróleos (ECOPETROL), de tan honda influencia en las economías
regional y nacional.

Alimentada por sus propios pozos y por los cada vez más extensos oleoductos, la refinería
de Barrancabermeja se convirtió en la primera abastecedora de combustibles y otros
derivados del petróleo en el país. Constituida en nuevo enclave económico regional, el
primitivo campamento comenzó a crecer aceleradamente en población y riqueza,
convirtiéndose en epicentro privilegiado de la definitiva colonización del valle del
Magdalena. Un proceso similar aunque de menor impacto local siguió Tibú, cuyos pozos y
refinería si bien no han dado origen a una concentración urbana de las dimensiones de
Barrancabermeja, sí han incidido favorablemente en la colonización del Catatumbo y en la
economía subregional, particularmente en la de Cúcuta que, al igual que Bucaramanga en
relación con Barrancabermeja, recibió y sigue recibiendo las beneficios de la explotación y
refinación del petróleo.

El petróleo, pues, expandió aceleradamente en el presente siglo la tradicional frontera


santandereana y constituyó el nuevo triángulo de oro de la economía regional con
epicentros en Barrancabermeja, Bucaramanga y Cúcuta. Y aunque hoy, con sus pozos en
acelerado proceso de agotamiento, Santander no sea el emporio petrolero que fuera hasta
hace muy pocos años, la infraestructura industrial y de servicios generada por las refinerías
enclavadas en su territorio constituyen uno de los motores más eficaces de la actual
economía regional.

51
EL ESTADO ACTUAL DE LA ECONOMÍA REGIONAL

El auge petrolero y la modernización de la economía que vivió el país a mediados del


presente siglo forzaron el diseño y la construcción de vías más eficientes entre el centro y
los puertos costeros. El ferrocarril de Puerto Wilches primero y luego el del Magdalena
cruzaron de rieles el valle magdalenense santandereano. Bucaramanga y Puerto Wilches en
1940 y Barrancabermeja una década más tarde, se convirtieron en activas estaciones
ferroviarias.

La rapidez y economía generadas por el nuevo medio de transporte de carga y pasajeros le


dieron un nuevo impulso a los ya consolidados centros comerciales de Bucaramanga y
Barrancabermeja e hicieron posible el despegue de Puerto Wilches como enclave del
desarrollo de la agricultura comercial jalonada por el cultivo intensivo de arroz y palma
africana.

En tiempos mas recientes, los sucesivos mejoramientos en el trazo y las especificaciones de


las carreteras que cruzan el territorio santandereano impulsaron con un vigor inusitado el
desarrollo de las empresas de transporte terrestre afincadas en la región. Bucaramanga y
Cúcuta, con un sector metalmecánico previamente constituido alrededor de las empresas
petroleras y estratégicamente situadas en la malla vial, se convirtieron en sedes
privilegiadas de importantes empresas de transporte terrestre, de abastecimiento de
repuestos e insumos y de abundantes talleres al servicio del creciente parque automotor.

Y así como en el pasado las rutas comerciales determinaron el auge o la decadencia de los
centros urbanos asociados a la producción o el comercio, es de preverse que la próxima
puesta en funcionamiento de la troncal del Magdalena medio afecte negativamente aquellas
localidades que quedarán relativamente marginadas del intenso flujo vehicular que hoy
nutre a más de un sector de las economías locales en la región.

Pero ello no será una novedad en la historia de la economía santandereana. La itinerancia


de sus polos de desarrollo ha sido una constante y su desplazamiento una costumbre para
este pueblo de incansables colonizadores a la fuerza.

La economía santandereana actual, sobre todo en Cúcuta y Bucaramanga, da la impresión


de moverse a un ritmo vertiginoso. Pero no todos los lugares ni todos los sectores de la
economía regional se mueven a la misma velocidad. Una rápida mirada sobre su
desempeño nos permite afirmar que si bien su economía se ha diversificado en el último
siglo incorporando nuevos territorios, desarrollando nuevos sectores y mejorando su
infraestructura, Santander es hoy una zona relativamente atrasada en el contexto nacional.

El grueso de su economía se concentra en los sectores primario y terciario: minería,


petróleo, agricultura, comercio, transporte, finanzas y otros servicios son sus sectores más
dinámicos. Y aunque la petroquímica, la producción de alimentos y bebidas, las

52
confecciones y el calzado generen también un volumen importante de riquezas y empleo,
en general el peso de la industria es mucho menor que el de los otros dos sectores de la
economía.

El repunte reciente del arroz, la palma africana, el cacao, la avicultura, la construcción y la


banca, y la correlativa dispersión e informalización, microempresarial del sector
manufacturero así lo ratifican. La triste verdad es que hoy la economía santandereana pesa
mucho menos en el contexto nacional que hace doscientos, cien o cincuenta años. Con una
participación promedio de apenas un 4% de los dos Santanderes en el Producto Interno
Bruto, difícilmente podría hablarse de prosperidad regional.

Por supuesto que las circunstancias han cambiado aceleradamente y que la apertura
económica y la integración con Venezuela bien podrían alterar este sombrío balance. Pero
en ese sentido a la historia sólo le cabe esperar los resultados de la nueva coyuntura.

BIBLIOGRAFÍA

Galán Gómez, Mario. Santander(Geografía Económica de Colombia, Tomo


VIII), Contraloría General de la República, Bucaramanga, 1947.
Instituto Geográfico Agustín Codazzi. Norte de Santander: Características
geográficas, IGAC, Bogotá, 1991.
Instituto Geográfico Agustín Codazzi. Santander: Aspectos geográficos, IGAC, Bogotá,
1984.
Johnson, David Church. Santander siglo XIX. Cambios socio-económicos, Carlos Valencia,
Bogotá, 1984.
Marciales, Miguel. Geografía histórica y económica del Norte de Santander. Contraloría
del Norte de Santander, Bogotá, 1948.
Ocampo, José Antonio. Colombia y la economía mundial. Fedesarrollo / Siglo XXI,
Bogotá, 1984.

53
3. POLÍTICA

Laboratorio del radicalismo

Se presenta un cuadro del proceso político de Santander, con énfasis en los ricos sucesos
del siglo pasado, época en la cual los hechos que conformaron políticamente a la región
tuvieron su mejor origen. La hipótesis que subyace en esta historia es que la fragilidad de
la relación economía-sociedad ha condicionado el comportamiento político en Santander.

Fotografía de Quintilio
Gavassa

Juan Femando Duarte Borrero: Auxiliar de investigación en el proyecto UIS /


Colciencias:Historia de la regionalización de los Santanderes. Prepara su tesis sobre el
proyecto político del general Solón Wilches.

54
LA DESBORBONIZACIÓN DE LOS COMUNES

El levantamiento comunero de 1781 se originó en una real disposición que limitaba a


los socorranos el cultivo del tabaco, del cual dependía la mayor parte de las manos
útiles de la región.

Desde el ascenso del rey Carlos III al trono español en 1759, los dominios ultramarinos de
la metrópoli fueron objeto de una serie de innovaciones administrativas que se han
conocido como las Reformas Borbonicas. La necesidad de fortalecer financieramente al
imperio se tornó cada vez más intensa ante el incremento del poderío de monarquías
enemigas, como la de Inglaterra, frente a las cuales España parecía estar perdiendo
posiciones. Para realizar el proyecto de construir un Estado fuerte, dinámico y moderno,
capaz de competir con las demás potencias europeas en todos los sectores, se requería de un
programa de modernizaciones. Aunque se inició durante el reinado de Felipe V (1700-
1746), encontró su máximo desarrollo con Carlos III (1759-1788). La intención de la
Corona española era producir una auténtica reorganización de su imperio, lo cual exigía
avanzar hacia una mayor centralización en todas las esferas y hacia un control más estricto
sobre las producciones de los territorios de ultramar.

Para tal efecto fue creado el Virreinato de la Nueva Granada, en el cual sus virreyes podían
estar revestidos de mayores poderes y funciones, si bien se planearon intendentes y
visitadores plenipotenciarios para balancear algún eventual abuso de la autoridad delegada.
Por otra parte, se comenzó a ejercer un control directo sobre los productos más lucrativos
para la Real Hacienda, con el propósito de mantener altos sus precios y así poder financiar
las Armadas que se requerían contra Inglaterra, así como los sueldos de los soldados y
funcionarios que servían al Estado.

EL TABACO REAL LIMITADO

Uno de los productos que a la sazón ofrecía mayores rentas a la Corona en el Nuevo Reino
de Granada era el tabaco. Con el propósito de conservar esos ingresos, la política realenga
se dirigió al control de los niveles de producción para mantener alto su precios Con ese fin
fue enviado al virreinato un visitador plenipotenciario encargado de supervisar que las

55
magnitudes de su producción libre e indiscriminada no fuesen a provocar una caída de sus
precios en el mercado europeo. Se trataba de don Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres.

El principal centro productor de tabaco en la Nueva Granada era la provincia del Socorro,
cuyas gentes desde siempre y hasta nuestros días han basado su desarrollo en la producción
de bienes agrícolas: a lo largo de su historia han dependido sucesivamente de la demanda y
del nivel de los precios del tabaco, el añil, la quina y el café en el mercado mundial, lo cual
les ha permitido acumular considerables capitales a costa de una constante angustia social,
fuente de no pocos conflictos armados.

En las parroquias de la provincia del Socorro los cultivos de tabaco llenaban los campos
hasta que una real disposición limitó su producción, liberando en cambio los cultivos
existentes en la jurisdicción de la ciudad de Girón y la parroquia de Zapatoca, donde los
suelos arenosos facilitaban la producción de una hoja de mejor calidad para el mercado
mundial. El descontento del campesinado socorrano no paraba mientes en la mirada
planificadora del Estado Borbón, porque de lo que se trataba para ellos era de un agravio a
su libertad económica: la comercialización de la hoja de tabaco era una actividad básica en
el proceso de monetización del trabajo campesino, con el cual podía adquirirse la sal y otros
géneros de primera necesidad. La contradicción entre el proyecto del Estado y las
necesidades del campesinado arrastró a varios grupos sociales a la insurreción del
Común en 1781.

LA REBELIÓN COMUNERA

El levantamiento comunero de 1781, como lo serían los de 1885 y 1899, fue el resultado de
una crisis que se generó por la ruptura política de un equilibrio económico basado en el
cultivo y la comercialización del tabaco. Ese acontecimiento, conocido popularmente con el
nombre de la revolución de los comuneros, expresó patéticamente la profunda conmoción
social que podían originar las limitaciones impuestas a la producción campesina
mercantilizable.

Iniciado el 16 de marzo por un incidente de protesta en la plaza del Socorro, se regó la


insubordinación como pólvora en todas las parroquias de su provincia. La movilización
campesina llevó veinte mil comuneros al sitio del Mortiño, en las cercanías de Zipaquirá,
donde se entablaron las negociaciones con los enviados del virrey Flórez y del visitador
Gutiérrez de Piñeres. Con su peculiar habilidad y autoridad, el arzobispo Antonio Caballero
y Góngora negoció con los dirigentes del movimiento unas célebres Capitulaciones que
detuvieron la marcha hacia Santa Fe y devolvieron a los comuneros al seno de sus hogares.

Un último coletazo del movimiento, acaudillado por José Antonio Galán, pronto fue
conjurado con la ayuda de algunos capitanes socorranos, entre ellos el capitán Nieto que lo
capturó no muy lejos de Onzaga. A la amnistía general siguió la pacificación de la
provincia socorrana con una misión de religiosos capuchinos, un programa de

56
administración general del sacramento de la confirmación y unas célebres fiestas de
alborozo por el ascenso del arzobispo Caballero y Góngora al mando del virreinato.

Pese a su corta duración, el evento introdujo nuevas ideas políticas dirigidas a la


legitimización del movimiento social, entre ellas la de soberanía popular que en lo
sucesivo aparecería en los escenarios políticos de la región. En efecto, durante el siglo XIX
fue aquí donde arraigó con mayor fuerza la idea de una libertad económica ilimitada,
congruente con una economía fundada en la producción generalizada de muy pocas
mercancías exportables y un comercio dependiente de ellas: el liberalismo económico
encontró por ello en Santander su suelo más fértil, condicionando el ejercicio de la política
pública y los movimientos sociales.

57
EL SOCORRO DE LOS ILUSTRADOS

El cabildo del Socorro redactó en 1809 una Instrucción dirigida a la Junta Gaditana
en la cual expresaba un proyecto político bastante liberal y progresista para la época.

L a expedición militar napoleónica en España, un episodio más de la expansión política de


la Revolución Francesa, provocó un fenómeno que los analistas han reconocido como la
crisis política de 1808. EL vacío de poder que se originó cuando se despojó del trono a sus
dos pretendientes legítimos, obligó a un grupo de políticos españoles e hispanoamericanos
a comprometerse con la restauración de la legitimidad realenga y con la resistencia al
usurpador.

El proyecto político partió de la conformación de una Asamblea Constituyente con


capacidad para dirigir los destinos de los reinos hispanos y asumir la defensa de los
intereses de la monarquía legítima en ausencia de su titular. Para tal efecto, el cuerpo
legislativo que se constituyó con el nombre de Junta Suprema y Central Gubernativa de
España e Indias se dispuso traer a su seno no sólo a los representantes de las provincias de
la península ibérica, sino también a 105 delegados de los territorios ultramarinos. El efecto
de esa apertura política fue el de una verdadera fiebre juntista en los reinos americanos que
se tradujo en la adopción del modelo político que emanaba de la Junta de Cádiz.

LA INSTRUCCIÓN SOCORRANA DE 1809

En 1809 se redactó en el Socorro una Instrucción dirigida al diputado que viajaría a España
en representación de la Nueva Granada. Ahí se hacían planteamientos que en el decenio de
los cincuenta serían conocidos como el paquete de reformas liberales del medio siglo. Por
ejemplo, la posibilidad y la necesidad de acabar con el comercio de esclavos en el territorio
neogranadino, actividad descrita como una degradación de la naturaleza humana. Esta
intención era armonizada con las necesidades de fuerza laboral de los agricultores, hasta
entonces satisfechas con la introducción de negros esclavos.

Si bien esta propuesta fue expresada en un lenguaje filantrópico, podemos adivinar en ella
la mano del grupo de los comerciantes socorranos, para quienes el monopolio de la tierra y
la fuerza de trabajo herían sus más íntimas convicciones liberales. La libertad del trabajo, el
comercio y la producción conformaban desde el siglo XVIII el credo de un grupo de

58
comerciantes que en las villas de San Gil y Socorro acopiaban la producción domiciliaria
de un campesinado y un artesanado libres.

La recepción del pensamiento ilustrado europeo por el grupo de socorranos que redactó esta
Instrucción puede probarse por su reiterada alusión a las leyes de la Economía Política, un
término y un saber poco conocido en aquella época pero que identificaba a quien lo usaba o
conocía como simpatizante del liberalismo temprano, que para muchos en el Socorro
todavía era susceptible de ser confundido con los principios de la soberanía popular
reivindicados por los Comuneros casi treinta años antes.

Otra idea de la Instrucción era la de que la principal labor que un Gobierno puede
desarrollar en beneficio del pueblo era el estímulo a la agricultura, el comercio y la
industria, entendidos como el trabajo en todas sus manifestaciones. Estímulo que se
materializaba en la libertad a los agentes de aquellas tres ramas del progreso material,
dándole prioridad, en consecuencia, a la protección del interés individual que estaría
estorbado política, física o moralmente. Por ello, el cabildo socorrano fue pionero en el
planteamiento de la eliminación de los bienes de manos muertas, concebidos como una
forma de esclavitud perpetua de las propiedades territoriales porque les impedía su ingreso
al mercado inmobiliario libre. El hecho de que dichos bienes territoriales tuviesen patronos
celestiales era considerado por los capitulares socorranos como una muestra del abuso
inveterado de los eclesiásticos ante la ignorancia generalizada de las gentes. La
argumentación contra esos bienes de manos muertas se apoyó en la autoridad intelectual de
reconocidos exponentes del pensamiento ilustrado español, como don Gaspar Melchor de
Jovellanos y el conde de Campomanes.

Proponía la Instrucción socorrana de 1809 el establecimiento de un nuevo sistema de


cobranza de las rentas e impuestos del Estado que resultase menos dispendioso que el hasta
entonces utilizado, y con un empleo del menor número posible de agentes.

Las Aduanas fueron definidas como un termómetro capaz de graduar la protección de la


industria autóctona y a la vez útil para contrarrestar el efecto de las mercancías extranjeras.
Esta era una de las reivindicaciones más populares, ya que si bien había en ella un gremio
de comerciantes exportadores poderoso también es cierto que la mayoría de la población
pertenecía al gremio de los artesanos: hombres, mujeres y niños estaban de alguna manera
vinculados a la producción de lienzos de algodón, sombreros y alpargates.

Como una forma de mejoramiento de esos productos, que dinamizaban el comercio


socorrano, se planteó aquí tempranamente el establecimiento del impuesto directo único
sobre la riqueza, otra idea recogida de las obras de los ilustrados españoles, especialmente
de las de don Miguel de Muzgun. La propuesta prometía eliminar los fraudes a la Hacienda
Pública y reducir al mínimo la cantidad de empleados encargados del recaudo de las rentas

59
estatales, quienes saldrían de la burocracia para dedicarse a los oficios productivos en la
agricultura y el comercio.

Entre las propuestas se incluyó también el establecimiento de un régimen de libre comercio


entre todos los puertos de América y España con las naciones amigas y neutrales, y la
reducción de los días festivos sólo a los domingos y unos pocos más ya consagrados por la
iglesia, argumentando que así se potenciaría el trabajo indispensable para el fomento de la
agricultura y el comercio.

Este fomento, por otra parte, requería con urgencia la aplicación de un plan de apertura de
caminos y construcción de puentes no sólo en la provincia sino en todo el territorio del
virreinato. Se pretendía con este proyecto ampliar los estímulos ofrecidos al desarrollo del
comercio con todos los pueblos y por otra parte incorporar a la explotación económica los
recursos naturales que se suponían perdidos en los inmensos territorios baldíos del medio
Magdalena santandereano.

EDUCACIÓN, JUSTICIA Y PACTO SOCIAL

La ejecución de todas las propuestas enunciadas requería de una reforma de las actitudes de
los pobladores respecto a los retos de la civilización y el progreso moral e intelectual de los
pueblos, y por ello los capitulares del Socorro las completaron con la idea de una reforma
del sistema educativo hasta entonces existente. Esta no debería prestar tanta atención a
aquellos estudios que tendían a engrosar las clases estériles y gravosas de la sociedad, es
decir, los conducentes a títulos de teólogos y abogados, sino a aquellos centrados en las
ciencias exactas porque así se predispondría a los hombres al ejercicio de los oficios y las
profesiones liberales directamente orientadas por el criterio de la utilidad. En la provincia
del Socorro las escuelas introducirían en sus planes el estudio de la filosofía, la aritmética,
la geometría y el dibujo, mientras que en las ciudades que contasen con colegios y
universidades se añadiría a sus planes el estudio de la Economía Política durante uno o un
par de años.

Finalmente, la Instrucción socorrana comisionó al diputado neogranadino para solicitar ante


la Suprema Junta de Cádiz la elaboración de un nuevo Código Civil y Penal que
simplificara la labor de la administración de justicia, hasta entonces lenta en su aplicación
por la gran masa de ordenanzas y reglamentos diversos existentes. El postulado del respeto
social ante la ley fue levantado en contra de la arbitrariedad de la autoridad despótica, como
un resultado de un libre acuerdo de todos los ciudadanos que conformaban la sociedad
política. Así, la idea de un pacto social con notables perfiles rousseaunianos fue
proclamada expresamente como fundamento de la legitimidad de la autoridad política, del
respeto por la opinión pública y de la abierta participación de los asociados en la
formulación de las leyes.

60
IDEAS Y REALIDADES

Los principios postulados por el Cabildo del Socorro en su Instrucción del 20 de octubre de
1809, a la postre se constituyeron en la base política para la elaboración del Acta de
proclamación de la independencia de la provincia socorrana el 10 de julio de 1810. En este
texto político todavía se aceptaba la legitimidad de la autoridad de la monarquía española
en América, siempre que fuese ejercida por Fernando VII en reemplazo de su padre.

Durante la noche del 9 de julio el corregidor del Socorro y sesenta soldados buscaron
refugio en el Convento de los Capuchinos, de donde fueron sacados al día siguiente por un
tumulto independentista de miles de socorranos. La Junta Suprema de Gobierno que de
inmediato se instaló bajo la dirección de don José Lorenzo Plata los envió hacia la costa en
compañía de los capuchinos, para que de allí pasasen a Filadelfia a tomar lecciones de
Humanidad.

La constitución de la provincia en Estado libre e independiente el 15 de agosto de 1810


pareció abrirle las puertas a la realización de las tempranas ideas liberales, claramente
expresadas en el texto constitucional, pero antes de dos años las tropas enviadas por
Antonio Nariño anexaron la provincia a la autoridad del Estado de Cundinamarca. Más
tarde, sumada por la reconquista española a la autoridad de los nuevos virreyes, la
provincia debió esperar algunas décadas para convertir en realidades políticas su viejo
programa liberal de 1809.

61
Orígenes del bipartidismo:
VICISITUDES RADICALES EN SANTANDER

Con la independencia de la Corona se inauguró la política republicana y las gentes del


territorio nacional sufrieron las consecuencias de un grupo humano que aprende a
autogobernarse.

A unque se acepta con frecuencia que los dos partidos políticos tradicionales en Colombia
tuvieron su origen en la primera década del gobierno no republicano y que el ideario de
cada uno de ellos puede hacerse remontar a las inspiraciones de Francisco de Paula
Santander y Simón Bolívar, la verdad es que la historia política aún no tiene respuestas
definitivas al problema del origen de los partidos. Se acepta, no obstante, que los cuerpos
doctrinarios de las dos colectividades no surgieron de golpe sino de un largo proceso de
racionalización de las experiencias políticas vividas en la década de los años cuarenta del
siglo pasado.

LOS INNOVADORES AZUERO Y SOTO

En el año 1828 fueron presentados ante los asistentes a la Convención de Ocaña dos
proyectos constitucionales, uno de ellos elaborado por don José María del Castillo y Rada y
el otro por el doctor Vicente Azuero Plata. Si bien puede hablarse aún en esta época de la
existencia de los dos partidos político en cambio puede afirmarse que las ideas expresadas
por el doctor Azuero en su proyecto de reforma constitucional de la república sí pertenecían
a un clara estirpe liberal, en contraposición a las ideas casi monarquistas de Del Castillo. En
su proyecto, el doctor Azuero se distanció de las ideas del Libertador se pasó a las filas de
sus opositores junto con sus paisanos el socorrano Diego Fernando Gómez y el cucuteño
Francisco Soto.

La reforma propuesta por el doctor Azuero debilitaba el poder centralizado dividir la Gran
Colombia en veinte departamentos, cada uno de ellos gobernado por Asambleas
Legislativas y con amplios poderes políticos. Uno de los aspectos más destacados del
proyecto, motivo de la cerrada oposición de los bolivaristas, era la pretensión de disminuir

62
notablemente las atribuciones del poder ejecutivo y ampliar las de las Asambleas
Departamentales.

Aunque el proyecto no pasó a mayores, pues el Libertador proclamaría su dictadura


después de dicha Convención, sin embargo marca el inicio de una tradición liberal presente
en la mayoría de los pensadores políticos nacidos en Santander Más tarde este legado se
enriquecería con los aportes de otras idea políticas y con la propia experiencia regional que
sería llamada escuela Radical cuyos postulados aparecen en los textos constitucionales de
1853 y 1858.

En el campo de las innovaciones del pensamiento político, no hay que olvidar que el doctor
Vicente Azuero Plata fue, siguiendo los preceptos del general Santander, el introductor en
nuestro país de las ideas del pensador utilitarista Jeremías Benthan; y que el doctor
Francisco Soto fue quien introdujo el pensamiento del filósofo sensualista Destutt De
Tracy. Azuero y Soto, santandereanos ambos, fueron los responsables de la formación
intelectual de una generación post-independiente que con el tiempo llegó a regir los
destinos políticos del país: en 1848, el profesor Ezequiel Rojas publicó en un periódico
santafereño (El Aviso) el primer programa del Partido Liberal en donde aparecía el
proyecto político de estos dos personajes.

LOS ARTESANOS DE LAS SOCIEDADES DEMOCRÁTICAS

La cristalización práctica de las ideas liberales que desde la Instrucción socorrana de 1809
maduraban entre los miembros de dos generaciones republicanas, tuvo su primera
oportunidad en el ascenso al poder del Partido Liberal durante el año 1849 con el general
José Hilario López. En ese mismo año un abogado oriundo de Ocaña, José Eusebio Caro, y
en compañía de Mariano Ospina Rodríguez, redactó el primer programa del Partido
Conservador en respuesta al programa liberal.

El gran alcance que el gobierno liberal quiso darle a las reformas políticas que tanto tiempo
había esperado, entre las cuales se contaban la abolición de la esclavitud y de los
monopolios, la reducción del pie de fuerza militar y la intención de entregarle los territorios
baldíos del país a los campesinos pobres y sin propiedad, tendió sobre los miembros del
grupo gobernante el manto de la radicalidad.

Uno de los principios políticos que quisieron institucionalizarse en esa coyuntura, que la
historiografía ha sobrevalorado con el nombre de revolución del medio siglo, fue el intento
de ampliación de la base social de la política y la democracia por medio de la extensión de
la instrucción pública hacia los grupos sociales de más modestos recursos económicos. Se
quería evitar así que la oposición a las reformas políticas pudiese dar al traste con ellas,
dado que el partido adversario podía contar con el apoyo de los ministros de la iglesia, una
institución con una extensa influencia entre los campesinos y artesanos.

63
Uno de los espacios políticos que privilegiaron para la educación política de los grupos
subordinados urbanos fueron las llamadas Sociedades Democráticas, en las que una parte
del clero tuvo la oportunidad de tomar partido por las reformas radicales del medio
siglo. José Pascual Afanador, párroco de Pinchote en las cercanías de la villa de San Gil, en
1851 y bajo el auspicio del Partido Liberal constituyó una Sociedad Democrática integrada
por los artesanos de las poblaciones aledañas, verdadero centro promotor de la candidatura
presidencial del general José María Obando, quien aparecía ante la mirada de los artesanos
como una garantía de acción política favorable a sus intereses, por cuanto había prometido
en su programa electoral la protección de las producciones manuales nacionales con un
incremento de los aranceles de importación sobre las mercancías extranjeras.

Adicionalmente a los intereses electorales inmediatos, la Sociedad Democrática sangileña


representó una alternativa de acción política distinta a la tradicionalmente ejercida por el
grupo de los comerciantes y hacendados de San Gil, apodado por sus contrincantes con el
mote genérico de nobleza sangileña. Los principios básicos que definieron el
funcionamiento de la Sociedad Democrática fueron los de la búsqueda de la libertad, la
igualdad y la fraternidad entre sus asociados, así como la ayuda mutua y la instrucción
permanente para la formación de una conciencia política ilustrada entre los artesanos,
quienes así pensaban contrarrestar el proselitismo político de sus adversarios
nobles, fervientes partidarios del conservatismo.

64
Los pecados libertarios de MURILLO TORO

Conformado el Estado de Santander por la unión de sus provincias y llegado a su


territorio el liberal Manuel Murillo Toro, se inicia a partir de 1857 el experimento
radical que convertiría a esta tierra en un verdadero laboratorio.

A consecuencia de la derrota sufrida en los comicios electorales de 1856, Murillo Toro


tomó la decisión de trasladarse al territorio de Santander que parecía especialmente apto
para la aplicación de sus ideas sobre el progreso, el orden social y la economía. Venía
encabezando un grupo de copartidarios civiles compuesto en buena medida por
santandereanos, tales como Antonio María Pradilla, Victoriano de Diego Paredes, Narciso
Cadena y Rafael Otero.

65
LA CONSTITUCIÓN DE 1857

El peso de los comerciantes y de los artesanos en la economía santandereana parecía


garantizar la receptividad de las ideas de libertad individual, eliminación de los monopolios
y la iniciativa privada en detrimento de la intervención social del Estado. Por esta razón
Murillo Toro y sus seguidores adoptaron el ejemplo de Panamá y Antioquia que desde
1855 gozaban del reconocimiento de Estados Soberanos y consiguieron del Congreso de la
República el acto legislativo del 13 de mayo de 1857 que daba existencia al Estado Federal
de Santander, originando el espacio político-territorial adecuado para el experimento
político del Radicalismo.

La Asamblea Constituyente del naciente Estado abordó de inmediato la tarea de redactar la


Carta Constitucional y las leyes que definían los espacios de la libertad de sus ciudadanos y
las tareas que se reservaba el Estado. La sanción de las ideas radicales por medio de las
leyes del Estado santandereano nos muestran en toda su plenitud las características
doctrinadas del liberalismo decimonónico.

La Constitución de 1857 empezaba consignando el principio francés de la ciudadanía


universal según el cual toda persona que pisara el territorio de Santander sería considerada
como santandereana. A los individuos se les concedía la más absoluta libertad de
asociación, incluso armada, pues se declaró que las armas serían objeto de libre comercio y
fabricación, en el entendido de que era responsabilidad del ciudadano su libre defensa
contra cualquier atropello, incluido el del propio Estado. En consecuencia, se estableció
como derecho constitucional la posibilidad de levantarse en armas contra el gobierno en
cuanto el individuo llegase a considerar que éste les estaba obstaculizando el libre ejercicio
de sus garantías civiles. Este derecho sería el origen de todos los problemas de orden
público enfrentados por el nuevo Estado.

Esta extrema libertad del ciudadano fue completada con la eliminación del control del
Estado sobre la emisión de moneda, de tal suerte que en Santander podía circular
libremente cualquier moneda. Finalmente fueron eliminados todos los monopolios,
conservando temporalmente el de los aguardientes para recaudar algunas rentas para la
Hacienda Pública.

Se desarrollaron así los dos principios básicos del ideario radical: la máxima libertad
individual posible, concebida como medio para estimular la iniciativa privada que daría
cuenta del progreso general; y la inhibición del Estado para diseñar la política económica
por cuanto se consideró que el individuo era el mejor juez de sus actos productivos.

Sólo con el establecimiento del impuesto único y directo podía el Estado intervenir en la
vida económica de los ciudadanos: era urgente la supresión de la burocracia que se sostenía
con la gran diversidad de gravámenes que había dejado la tradición del Estado español. Por
lo demás, el impuesto único sobre la propiedad mueble e inmueble era un instrumento de la

66
redistribución social, dado que su tasación dependía del nivel social en que se ubicara cada
ciudadano, de tal modo que el Estado podría discriminar su aplicación conforme a
las declaraciones de riqueza presentadas por los individuos.

Como puede suponerse, fue esta ley del impuesto directo sobre el patrimonio la que
produjo el inmediato levantamiento de los hacendados de diversas partes del Estado, pero
particularmente de los de la provincia de Pamplona, quienes se sintieron lesionados en sus
intereses. El movimiento de resistencia al gobierno radical fue entonces conducido por los
jefes conservadores de Pamplona, quienes amparados en la legitimidad que la Constitución
concedía al levantamiento contra el gobierno promovieron una guerra civil que forzó la
reforma de la Constitución en 1859, una vez que los radicales aprendieron por propia
experiencia lo que significaban sus excesos libertarios.

EL SOCIALISMO UTÓPICO DE HERRERA

Cuando la provincia veleña fue incorporada en 1857 al Estado de Santander sus pobladores
dejaron ver alguna insatisfacción con las medidas tomadas por el gobierno radical. Los
veleños pugnaban por la construcción de un mejor camino que estableciera una esperanza
de progreso para la colonización hacia el occidente, y su anexión al Estado aparecía como
una traba para sus aspiraciones. Como la práctica se encargó de demostrar, exceptuando a
Aquileo Parra, todos los liberales santandereanos fueron partidarios de establecer los
nuevos caminos al Magdalena un poco más al norte, dado el volumen del tráfico comercial
que iban alcanzando Bucaramanga, Socorro y Cúcuta. En cambio, a los veleños les
convenía más su asociación con los boyacenses, cuyo Estado requería urgentemente una
ruta hacia el río por la provincia de Vélez.

67
Con el propósito de aplacar la resistencia de Vélez, una provincia por lo demás bastante
populosa, el gobierno radical atrajo a su seno a los más brillantes políticos y militares
veleños, encabezados por Vicente Herrera, quien llegó a ser el presidente del Estado
durante el año 1859. Este personaje se volvió famoso por la divulgación que hizo en el
periódico bogotano El Neogranadino de las ideas de los más destacados socialistas
utópicos como Fourier, Louis Blanc y Saint Simon.

Herrera consideraba que la protección de la libertad de los ciudadanos debería acompañarse


de un esfuerzo en procura de la conservación de la igualdad entre ellos. Así, en
contraposición a los radicales liberales que privilegiaban la mínima intervención del
gobierno en la vida social, Herrera representaba la posición favorable a una intervención
estatal en favor de la igualdad entre los ciudadanos por medio de su acción en las obras
públicas y la educación. Pese a su esfuerzo, truncado rápidamente por su trágica muerte,
todos sus proyectos referidos al monopolio estatal de la educación, la construcción de
hospitales y de un ferrocarril en Santander, fueron archivados porque los radicales veían en
ellos un atentado a las libertades individuales.

68
REGENERACIÓN DEL RADICALISMO

Para el año 1862 los dirigentes del Estado Soberano de Santander habían abandonado los
planteamientos más utópicos: surgía una nueva élite que tomaba distancia del discurso
radical.

El desgobierno y la penuria de la Hacienda Pública habían sido el resultado de las dos


primeras cartas constitucionales (1857 y 1859) fundadas en los postulados que afirmaban
las ideas de que el hombre es el mejor juez de sus actos o la libertad individual es el motor
para la obtención del progreso. Con la Constitución de 1862 se emprendería la tarea de
reformulación del programa liberal para Santander

LAS VIAS DEL DESARROLLO

Para el grupo liberal que redactó la reforma política de 1862 era evidente que el Estado
debería jugar un papel fundamental en el diseño y logro del progreso material de la
sociedad. Por eso fue que donde más se concentró la energía de los recursos estatales fue en
el establecimiento de un régimen de concesiones que facilitara la colaboración con los
empresarios privados interesados en la realización de obras materiales de interés público.

En 1864, cuando se inició el gobierno de José María Villamizar Gallardo, fueron


levantados tres proyectos de caminos. El primer camino partiría del Socorro rumbo al río
Magdalena, por cuya ruta saldrían las artesanías y productos agroindustriales hacia el
Océano Atlántico y rumbo al mercado mundial que se consideró el más efectivo motor del
progreso. Pese a las expectativas, este proyecto fracasó porque no se asentaron a lo largo de
él un número suficiente de colonos que lo mantuviesen permanentemente transitable, y
porque el flujo de carga que por allí fue movilizada nunca pudo igualar el nivel de la
inversión, que según los cálculos ascendió a los cien mil pesos.

El segundo proyecto tuvo por protagonista al comerciante y político Aquileo Parra, quien
licitó con el gobierno la construcción de un camino que uniera a Vélez con el río
Magdalena por la ruta del río Carare. Si bien el camino fue terminado, no tuvo el éxito

69
esperado por los precarios volúmenes de carga que por él transitaban, tornando altos los
fletes en una zona que por otra parte era ya bien conocida por su peligrosidad.

El último de estos proyectos de caminos es una muestra del espíritu romántico que por
aquella época acompañaba a los políticos y empresarios de las provincias. Este camino
partida de La Concepción rumbo a los llanos orientales. El general Solón Wilches Calderón
ejecutó el trazo de este camino que pretendía unir, a través de valles, páramos y montañas,
el espacio comprendido entre la Concepción y Tame, en el Territorio Federal de Casanare.
El proyecto pretendía luego conectar este camino con el río Meta, por donde descenderían
las mercancías hasta el río Orinoco que las llevaría al mercado mundial por la ruta del
Atlántico. Aunque esta empresa fue apoyada también por el gobierno conservador de
Boyacá en lo relativo a la adjudicación de tierras baldías cercanas al camino, nunca pudo
realizarse en toda su plenitud por las dificultades interpuestas por la cordillera y por la
limitada disponibilidad de fondos que siempre tuvieron los miembros de la Sociedad
Empresaria que fue constituida para el efecto.

Así pues, aunque la clase política del Estado ya había cambiado sus ideas respecto al papel
que éste debería cumplir en la promoción del desarrollo, las dificultades financieras de los
empresarios particulares impidieron la realización de los proyectos de caminos. Sólo hasta
el ascenso de Wilches a la presidencia del Estado fue que efectivamente pudo avanzarse en
la ejecución de esas obras públicas.

SOLÓN WILCHES Y LA REGENERACIÓN

En el año 1870 ascendió a la más elevada posición del Estado de Santander uno de los
hombres más progresistas de cuantos condujeron la República Liberal del siglo XIX. Desde
su ascenso a la dirección del gobierno, el general Solón Wilches empleó todos los recursos
puestos a su alcance en la construcción y mejoramiento de los caminos, puentes, escuelas y
centros de instrucción pública.

Su interés por la educación como palanca del desarrollo quedó demostrado con la creación
durante su gobierno de la Superintendencia de la Instrucción Pública, confiada a Dámaso
Zapata, uno de los educadores más insignes de la región. Para él, además, la divisa material
del Estado eran los caminos, y por ello la consigna de su actividad política
fue educación y vías, respeto a Dios y a la Constitución.

Al concluir en 1872 su primera administración del Estado, estuvo tentado a retirarse de la


acción política, pero la circunstancia de la caída de las exportaciones del tabaco, un cultivo
en el que se habían fincado las expectativas librecambistas de los radicales, le hizo suponer
una inmediata crisis del gobierno acompañada de un gran desorden social. Trasladó
entonces sus simpatías políticas hacia la nueva alternativa liberal independiente que
encabezaba Rafael Núñez ya se unió a esta nueva corriente, fundando sus esperanzas de

70
desarrollo de Santander a partir de 1875 ya no en el tabaco sino en el prometedor cultivo
del café.

Como resultado de su brillante participación en la guerra de 1876-1877, Solón Wilches fue


elegido por segunda vez presidente del Estado Soberano de Santander para el período 1878-
1880. Durante el tiempo de este mandato gubernamental se produjo su tránsito ideológico
hacia los principios que conformaron el proyecto político regenerador propugnado por
Núñez.

Su proyecto de desarrollo más notable en este tiempo fue el de la construcción de la línea


férrea que uniría a Bucaramanga, por entonces ya el principal centro de acopio de la
producción cafetera, con el sitio de Montecristo sobre el río Magdalena —hoy llamado en
su honor con el nombre de Puerto Wilches—, para establecer así la ruta privilegiada de
exportación del producto que traería una nueva oleada de crecimiento a Santander.

Convencido de la necesidad de la acción del Estado en procura del progreso regional,


Wilches optó por reformar la Constitución estatal para obtener una mayor capacidad
operativa. La reforma constitucional de 1880 aumentó a cuatro años el mandato
presidencial y fortaleció las atribuciones del presidente en detrimento del poder legislativo.

Gracias a su reelección pudo mantenerse en el mando hasta 1884, logrando consolidar un


proyecto político santandereano que se había aproximado al de la Regeneración. Lanzado
en 1883 por sus amigos y partidarios a la candidatura presidencial de la república, fue
derrotado en los comicios por el propio Rafael Núñez. Tuvo aún aliento para participar en
la guerra de 1885 que acabó en el país con el experimento federal, y después de ello se
retiró de la política, permaneciendo en su hacienda de García Rovira hasta su muerte en La
Concepción.

71
Siglo XX GEOGRAFÍA POLÍTICA ACCIDENTADA

El liberalismo que caracterizaba a la sociedad santandereana desde las primeros años


de la vida republicana seguía siendo la referencia obligada de su acción política en el
siglo XX.

Hacia mediados del pasado siglo los liberales diseñaron para Santander un proyecto político
que fincaba su plan de desarrollo económico en la expansión de la producción y la
exportación del tabaco, cuyo precio en el mercado mundial prometía mantenerse por mucho
tiempo en un nivel aceptable, de tal modo que serviría como motor para el fomento de la
máxima libertad de empresa y la eliminación de las aduanas.

La villa del Socorro, centro de acopio de unas provincias tradicionalmente tabacaleras, era
la meca del liberalismo y santuario de sus principales ideólogos. Pero ocurrió lo inesperado:
la abrupta caída del precio del tabaco en el mercado mundial arrastró hacia 1875 el
proyecto liberal a la crisis, paralizando todas las obras públicas que había prometido
realizar

LA ALTERNATIVA DEL CAFÉ

La crisis tabacalera del siglo pasado golpeó a Santander con fuerza implacable, pero su
economía no por ello se paralizó, si bien se produjeron algunos trastornos en el orden social
y político. Una de las razones por las cuales la economía regional pudo recuperarse
rápidamente fue el hecho de que de tiempo atrás muchos de sus campesinos habían
empezado a cultivar café, una planta que había ingresado por la frontera con Venezuela.

La expansión del cultivo y la exportación del café al calor de las mejores promesas del
mercado mundial se corresponden con un proyecto político distinto al de los radicales,
conocido como la Regeneración. El café significó un cambio en la importancia política de
las provincias de Santander, pues con su producción emergieron al primer plano las de
Soto, Cúcuta y Ocaña, mientras que las provincias tabacaleras perdieron sus posiciones
políticas construidas desde el siglo XVIII.

72
LA GUERRA CIVIL

Desde el año 1893 comenzó a repetirse con el café lo que antaño había ocurrido con el
tabaco, es decir, la caída de su precio por efecto de la sobreproducción para el mercado
mundial. A la producción cafetera de Rionegro y la provincia de Cúcuta se habían agregado
las de Antioquia y se produjo así la primera gran crisis del café.

Como en Santander buena parte de los brazos útiles ya dependían del café y el gobierno
conservador no daba muestras de acción para aliviar la tensa situación de los cultivadores y
los trabajadores, la circunstancia política se tomó bastante explosiva. Así lo percibió el ala
belicista del Partido Liberal que se había establecido en Santander y que en su reunión de
1899 en Bucaramanga votó por la guerra contra el gobierno de la república.

La Guerra de los Mil Días, iniciada en Santander durante el último año del siglo pasado, se
generó por la ruptura del frágil equilibrio entre los fundamentos económicos de la vida
social, a la sazón jugados a la carta cafetera, y la política económica del Estado central.
Solo que al finalizar esta guerra las posibilidades del crecimiento económico para
Santander comenzaron a descender en términos relativos. Antioquia pudo seguir su camino
porque además de haber contado con su propia expansión del cultivo del café pudo
acumular capitales gracias a que podía contar con una producción que no dependía en
forma tan dramática de las fluctuaciones de los precios del mercado mundial: el oro.

Terminada la guerra, vino, una especie de decadencia política para Santander y sin
opciones políticas en este siglo, la región ha debido enfrentar mayores problemas. El
primero, su división de 1910 en dos departamentos, debida a los conservadores; el segundo,
la reproducción de un clima de desorden social y de precariedad del Estado que ha
convertido a la región en una zona de brotes periódicos del bandolerismo y de asiento de
los grupos armados enfrentados a la autoridad.

ZONAS DE FRONTERA, ZONAS MOVIDAS

Desde el siglo pasado, los gobernantes de Santander percibieron al Magdalena medio como
una promesa de riqueza futura. En ese entonces, el estímulo que encontraba la migración
hacia ella era sólo el de la extracción de sus recursos silvestres, especialmente de las
quinas. Fueron muchos los intentos de implantación de colonias en el valle medio del
Magdalena para el desarrollo de empresas agropecuarias, pero también muchas las
frustraciones que ocasionaron la insalubridad, los bosques y la resistencia armada de los
habitantes indígenas de la región.

La ausencia de los agentes del Estado en esta provincia fue una consecuencia del
asentamiento disperso en un amplio territorio, pues a diferencia de la cordillera no se
formaron asentamientos parroquiales suficientes que garantizaran el orden religioso y
político, de tal modo que el habitante de ella sólo dispuso de sus propias fuerzas para la

73
defensa de sus mejoras y producciones. La historiografía ha bautizado a este tipo de
regiones con el nombre de zonas & frontera agrícola, en las cuales las autodefensas
sustituyen las funciones estatales de protección a la vida y la propiedad. Esas viejas
tradiciones han facilitado en el Magdalena medio la recepción de los expulsados del
orden y, en consecuencia, la organización de grupos armados para la autodefensa o el cobro
de cuentas sociales pendientes.

Hacia el medio Magdalena acudieron buena parte de las milicias liberales que desataron el
bandolerismo dejado por la Guerra de los Mil Días. Y cuando en la década de los años
veinte la Tropical Oil Company inició la explotación industrial del petróleo, en
inmediaciones de Barrancabermeja, se precipitó hacia allí la inmigración masiva.

Esa rápida expansión del trabajo asalariado atrajo hacia la zona nuevas gentes que en nada
contribuían a la configuración de un orden político. Fue entonces cuando la Tropical
impuso su propio orden laboral, político y judicial, reemplazando al Estado en el
mantenimiento del orden público. La resistencia a su acción produjo el movimiento obrero
de Barrancabermeja, impregnado desde muy temprano por las ideas socialistas que
aportaban cuadros venidos allí para tal propósito. La tradición liberal de los trabajadores
apoyaba las acciones del movimiento obrero, dado que ciertos dirigentes del Partido Liberal
habían visto con buenos ojos el Suceso de la revolución bolchevique de 1917.

La violencia bipartidista, por otra parte, encontró su escenario privilegiado en García


Rovira, que ya desde la República Liberal había sido el territorio principal de la
confrontación política. El asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán potenció aquí
todas las tradiciones políticas del siglo pasado, pues cada municipio había definido
tempranamente su signo político que quiso convertirse en homogéneo mediante la
eliminación o expulsión de las familias del partido opuesto. Las bandas armadas asolaron
aquí por mucho tiempo los campos, especialmente en el tiempo de la celebración de los
comicios electorales.

Mientras tanto, la clase política del Frente Nacional pudo sortear los experimentos del
Frente Unido que propuso el sacerdote Camilo Torres y el rápido ascenso de la ANAPO.
Después de ello, las ciudades de Bucaramanga y Barrancabermeja consolidaron su
comportamiento electoral mayoritariamente liberal, mientras que en buena parte de los
municipios de las provincias el comportamiento tendía a ser conservador.

74
BIBLIOGRAFÍA

Jonhson, David Church. Santander Siglo XIX: Cambios socio-económicos, Carlos


Valencia, Bogotá, 1984.
Ocampo López, Javier. El proceso ideológico de la emancipación. La rana y el Águila,
Tunja, 1974.
Otero Muñoz, Gustavo. Wilches y su época. Imprenta Departamental, Bucaramanga, 1990.
Phelan, John Leddy. El pueblo y el rey: La revolución comunera en Colombia. Carlos
Valencia, Bogotá, 1980.
Uribe Uribe, Rafael. Escritos políticos. Selección, Prólogo y notas de José Fernando
Ocampo. El Ancora, Bogotá, 1984.

75
4. VIDA COTIDIANA

Lazos y labores

Se muestran los rasgos de la santandereanidad y la lectura que hacen otros de ella; la


influencia del temperamento en la forma de hablar y otros giros de su tradición oral; los
aportes de Santander a la música, el canto y el baile que comparte con toda la zona andina
y La generosa cocina diaria, lazo eterno de su gente con la región.

Fotografía Mario Zafra

Orlando Serrano Giralda: Investigador del folclor santandereano, miembro de la junta


directiva Fundación Santandereana para el desarrollo Regional (Fudaser), director artístico
Semana Nacional del Tiple.

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RIGORES DE UN PERFIL

Tajantes y recios, fijos en su lugar y sus obligaciones, pero provistos,


paradójicamente, de un gran sentido del humor. Así se reconocen los habitantes
santandereanos.

Extendamos la mirada un poco más allá del marco político-administrativo asignado desde
1910: la cultura santandereana lo desborda. Vamos hasta 1857, cuando las viejas
tradiciones decimonónicas delimitaron el territorio de las provincias históricas que
configuraron la jurisdicción del Estado Soberano, es decir, lo que hoy se encuentra dividido
entre los departamentos del Norte de Santander y Santander. La frontera cultural entre estos
dos departamentos es prácticamente inexistente.

Mas que entre el norte y el sur las diferencias culturales más importantes se registran entre
el oriente andino y el occidente fluvial magdalenense. Es decir, que frente al añejo
santandereano de la cordillera ha emergido en este siglo su alter ego que bautizaremos
provisionalmente como ribereño. Pero esto ha de ser el contenido de una historia socio-
cultural de los santandereanos diversos, cuyos estadios más extensos de configuración
cultural trataremos enseguida.

TODO QUEDA EN FAMILIA

Durante el tiempo colonial y el de todo el siglo XIX la región nororiental de la Nueva


Granada, que a la sazón se conocía con los nombres de las provincias socorrana y
pamplonesa, fue un importante epicentro demográfico, económico, político e intelectual de
la nación. La especial división del trabajo en estas provincias les confirió una fisonomía
cultural basada en la pequeña propiedad campesina, el trabajo familiar intensivo en la
artesanía del hilado y el tejido del algodón, el fique y las fibras sombrereras,
complementado con la producción de tabaco y más tarde de café para los centros de acopio
que abastecían las rutas de exportación hacia mercados distantes.

Los tejedores y sombrereros —que al tiempo cultivaban hojas de tabaco en sus parcelas—
fueron las figuras sociales predominantes, al lado de los comerciantes y arrieros que
acopiaban y transportaban la producción de los primeros. Los curas párrocos completaban
esta trilogía social de la Colonia que se prolongó durante todo el primer siglo republicano.

77
En esa trama social, la recepción de las ideas liberales y el experimento de un gobierno
radical en la conducción del Estado Soberano de Santander, se correspondieron con las
tradiciones del trabajo familiar independiente —en el sector agropecuario el artesanal o el
comercial. Así, el acendrado individualismo que se atribuye al santandereano sería el
resultado de un largo proceso generalizado de trabajo no asalariado, realizado en unidades
familiares de producción.

El hogar campesino fue una empresa que siempre involucró a todos sus miembros, sin
distingo de edad o sexo, y en ella la producción de una parte del sustento (yuca, ají, frutas,
guarapo de caña, caldo y arepa) subsidiaba el costo de los bienes mercantilizables. Con la
disciplina, el ahorro, la frugalidad y el sacrificio personal, se reforzaba la auto-explotación
del trabajo familiar: los objetos artesanales se llevaban a los mercados de acopio a muy
bajo precio, de tal modo que eran los comerciantes exportadores los que podían realizar
todo el valor del trabajo contenido en la producción campesina.

La tradición familiar de las empresas santandereanas se mantiene hasta hoy. Eso les ha
valido una dura crítica por su resistencia a convertirse en sociedades anónimas capaces de
captar y administrar mayores capitales que potencien sus dimensiones y alcances
internacionales. Quizás exageradamente se ha llegado a predicar que en el fondo de los
sueños de cada santandereano hay una tiendita, subrayando así su preferencia por las
empresas que puede llevar a cabo sólo con su esfuerzo personal.

EL MATIZ DEL PROFESIONAL

El segundo estadio comienza con el fin de la Guerra de los Mil Días. Con ella quedó
destruida buena parte de la infraestructura de la producción cafetera, afectándose
gravemente la fuente de empleo asalariado más importante: el café había movilizado
trabajadores desde las viejas provincias tabacaleras hacia las emergentes de Bucaramanga,
Cúcuta y Ocaña. Los proyectos del crecimiento económico regional parecieron entonces
agotarse en la imaginación de los hombres que inauguraron nuestro siglo.

El aislamiento económico de Santander se reflejó en la inversión de sus procesos


demográficos respecto del tiempo colonial: la región no ha cesado de exportar sus
trabajadores hacia los polos industriales de Barranquilla, Medellín y Bogotá, y hacia el otro
lado de la frontera venezolana. Pero la cultura colonizadora de Santander redirigió a buena
parte de sus hombres hacia el valle medio del río Magdalena, el Cesar o los llanos
orientales, mientras la migración interna produjo las concentraciones humanas de
Bucaramanga y Cúcuta.

Las viejas tradiciones de la disciplina familiar se aplicaron entonces a la profesionalización


de los trabajos urbanos, provocándose la expansión del comercio moderno y de los
servicios profesionales. El auge de la industria petrolera condujo a Barrancabermeja buena

78
parte de esos servicios profesionales y hubo simultáneamente una fuerte inmigración de
colonos. Así fue cristalizando la nueva manera de ser ribereña, al estilo barramejo.

El imaginario del profesional asalariado del Santander de hoy está aún por investigar.
Puede intuirse, empero, en su espíritu receptor de tecnologías y hábitos de consumo, un
esfuerzo de equilibrio respecto de las tendencias de aislamiento que tanto se le han
criticado.

VOCES CRÍTICAS

Dicen algunos que la idiosincrasia regional es comparable a la superficie montañosa y los


ríos encañonados. Se fabrican metáforas que nos hablan de la rudeza, aridez y
majestuosidad del alma santandereana. El cañón del río Chicamocha ha sido la imagen
geográfica más asociada a estas metáforas del santandereano altivo, silencioso,
duro y pendenciero.

En realidad, el archipiélago de los paisajes regionales no es tan reducido, hay una gran
diversidad. No es posible, por ejemplo, presentar al socorrano como el arquetipo de la
santandereanidad, en vez de enfrentar la rica gama de tipos humanos presentes en las nueve
provincias distintas que hoy dividen culturalmente a los dos santanderes.

Otros ensayistas han sugerido la compulsión tradicionalista de los santandereanos. Que hay
una continua repetición de sus rituales dietéticos o sociales a pesar de los cambios de edad
o domicilio. En esto tiene que ver la institución de la encomienda con sus permisos para
que los emigrados —por razones escolares o laborales— continuaran abasteciéndose de sus
hormigas, panes especiales, salchichones o capones, dulces y bocadillos. Hoy las visitas
renuevan antiguas amistades y lazos familiares, cuando no se concertan matrimonios y
compadrazgos.

Para los críticos, los atavismos significan no un esfuerzo consciente de preservación de los
valores constitutivos de la cultura, sino una impotencia generada por una escasa apertura
espiritual hacia las visiones cosmopolitas. En este atrevido esbozo del alma santandereana
falta señalar una pasión que con frecuencia se endilga al hombre de Santander: la envidia,
cuyo estudio aún no se ha emprendido.

VOCACIONES

Las investigaciones de doña Virginia Gutiérrez de Pineda, ilustre socorrana emigrada


tempranamente a la capital del país, han mostrado el funcionamiento del código del honor
entre los santandereanos. Hay en ellos un carácter solemne aunque sobrio, parco en las
expresiones de la afectividad, tajante e irreversible en sus determinaciones. En este paisaje
humano sobresale un perfil trágico, una vocación para la muerte que llamó poderosamente
la atención del ensayista Tomás Vargas Osorio. En síntesis, lo cotidiano en la región se rige
por fuertes patrones tradicionales. El arquetipo del santandereano es un hombre constante

79
frente a su trabajo, mesurado en su vida privada, luchador incansable por la garantía de una
vejez tranquila, con un alto sentido de responsabilidad frente al hogar pero carente del
espíritu aventurero para alimentar las grandes empresas.

Un factor de equilibrio compensa, eso sí, los excesos de autocontrol: el sentido del humor.
Plenas de mordacidad e inteligencia, las gentes de estas tierras tienen manifestaciones
particulares en todas y cada una de las localidades de Santander y en ellas se definen
personajes típicos. Son exponentes conocidos Humberto Martínez Salcedo, Leonidas Ardua
Díaz, Norberto Serrano Gómez, Félix Villabona Ordóñez y Pedro Nel Martínez Poveda,
cultores de la copla, la décima y todas las expresiones del humor popular.

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VENGA LE DIGO

Acérquese usted por aquí. Para cuando lo haga, ahí van algunas pistas que le
ayudarán a conversar mejor y a comprender los vericuetos de la tradición oral.

E n Santander el habla popular se caracteriza por una acentuación sobria y muy marcada,
algo áspera, reflejo del temperamento regional. El tuteo y el voseo no tienen allí vigencia.
Sólo en ciertas capas sociales urbanas se permite el primero dentro de un tratamiento
excepcional y en relaciones muy próximas. En otras circunstancias el santandereano
considera el tuteo una falta de respeto y una violación del distanciamiento que debe mediar
entre una persona y otra.

A cambio, es profusa la utilización de giros y la creación de acepciones de uso exclusivo en


la región. Adapta significaciones diferenciadas para términos comunes con otras regiones
colombianas en especial la antioqueña. Una investigación en curso ha abierto
aproximadamente 3 mil cédulas lexicográficas correspondientes a términos y locuciones
características de Santander.

UNAS CUANTAS PALABRITAS.

iDígame!: exclamación pronunciada con una marcada acentuación de la i y un


pronunciamiento prolongado de la primera sílaba. Significa por supuesto que sí. Es muy
usual la expresión dígame si no,

Aguarde tantico: también se utiliza espere tantico. Significa espere un momento.

Venga le digo: significa présteme su atención, y en algunas ocasiones espere le hago una
aclaración..

Qué: se pronuncia con una acentuación muy fuerte y seca. Significa imposible, no le creo,
mentiras.

¡Úste!: se pronuncia con una acentuación muy marcada en la u y representa una


exclamación de sorpresa ante un hecho inesperado como un golpe o una expresión fuerte.

Mucho poquito: Significa muy poco.

81
Pingo: esta expresión usual en el español clásico con la significación de caballo viejo es
corriente en Santander para connotar tonto o su sinónimo regional pendejo. Su uso es tan
amplio y difundido que señala a cualquier persona en tono familiar, como ocurre con oiga
pingo venga le digo.

Toche: expresión más usada entre los nortesantandereanos con una significación análoga a
la de pingo en Santander del Sur, pero la amplia divulgación hace reconocer ya a los del
norte como los toches y a los del sur como los pingos.

Amañarse: adaptarse, sentirse a gusto en un lugar, como cuando alguien dice estoy
amañao en este pueblo.

PARA CANTAR, BAILAR Y CONTAR

La manifestación más sobresaliente de la tradición oral santandereana es la copla. Tiene


una estructura bastante rígida con giros muy elaborados y una proliferación cuantitativa en
un amplio abanico temático. La trova repentista, tan difundida entre los paisas, no es de uso
corriente en la región precisamente por los severos patrones de forma y contenido. Puede
improvisarse excepcionalmente en la guabina, pero sólo un escaso número de estas coplas
logran quedarse en el folclor.

Hay provincias particularmente copleras, si bien la copla aparece en toda la región. Ellas
son García Rovira y Vélez, en las áreas del torbellino y la guabina.

Este tiple ya no suena


porque tiene cucarachas,
la vergüenza no me deja
darle un beso a las muchachas.

Si me siguen molestando
y me la hacen calentar,
bajo los santos al suelo
y me trepo yo al altar

Para cantar y bailar


pa „eso sí que valgo
yo, cuando es para trabajar
mi hermano el que se murió.

Para montar en la enjalma


ninguno me la ganó,
ayer montaba en la enjalma
y mita la enjalma en yo .

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No quiero aguardiente en copa
ni amasijo en servilleta,
no quiero que por tu amor
otra me arrisque la jeta.

Esta es la dicha guabina


que cantamos puallá abajo,
por aquí también la cantan
pero con mucho trabajo.

Aquí me siento a cantar


en esta piedra caliente,
a ver si la dueña „e casa
se porta con aguardiente .

Yo canto por divertirme,


no por divertir a nadie,
el que quiera divertirse
que lo divierta su madre.

Pedío le tengo a Dios


y a las ánimas benditas,
que mi mujer y la otra
se queran como hermanitas.

Cierto jue que yo la quise


y en ella tuve un chiquillo,
si Dios me priesta la vida
le acotejo el paresito.

La leyenda, el cuento folclórico y el romance popular alimentan también la tradición con


demostraciones análogas a las del resto del país. Ha sido escasa, sin embargo, la labor de
recopilación y en ella se destacan los escritores José Ortega Moreno, Juan de Dios Arias y
Ernesto Valderrama Benítez.

LA PIEDRA DEL MUERTO

A unos diez kilómetros de Mogotes, sobre la nueva carretera que une esta población con
San Gil, y en el punto en que la vía se acerca más al río para continuar paralela hasta la
quebrada del Bosque, existe en medio de la corriente una gran piedra que se destaca entre
las aguas. Por su rara configuración y el relieve que sobre ella han tallado las olas es
llamada desde épocas inmemoriales La piedra del muerto.

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Con poco que la fantasía ayude a los ojos, la piedra ofrece al turista el espectáculo de un
cadáver amortajado, yacente sobre un bloque de basalto. Las ondas le cantan su eterno de
profundis, y las espumas le tejen guirnaldas de efímeras blancuras.

Hoy, desgraciadamente, han levantado una casita entre la carretera y el río, y aquella
curiosidad natural no puede divisarse desde un vehículo. Pero sin lugar a dudas y como lo
dice la gente de la región, aquí está la piedra del muerto.

¿QUIÉN ES DIFUNTO?

Nos refirieron hace ya muchos años la leyenda, cuando aún niños pasábamos por primera
vez por aquel sitio:

En estas tierras vivía un hombre rico, codicioso y cruel. Habitaba en una mansión
custodiada por mastines de fina raza y de sin igual fiereza; en las pesebreras podíanse ver
los mejores ejemplares de caballos, y las sillas que empleaba estaban enchapadas en oro y
plata. Estas piedras que se ven en gran número en las lomas eran ganado; en las
hondonadas verdeaban las más opulentas sementeras. Todo era lujo y abundancia en la
morada de aquel señor. Inmensos graneros recogían sus cosechas y en sólidos arcones
guardaba tejos de plata, oro en polvo y esmeraldas de un extraño color.

Pero nunca se dio allí posada a un viajero, nunca un pobre recibió una limosna, jamás se
pagaron diezmos ni primicias, de allí no salió un grano de maíz para auxilio del hospital, ni
una caña para el paso de San Isidro Labrador.

Una tarde se presentó un mendigo en el portalón de la entrada. Pedía por amor de Dios un
mendrugo de pan y albergue en un corredor, pues venía desfalleciente y había en el
horizonte amagos de tormenta. “Despachen ese vagabundo”, gritó enfurecido el señor, y
como el mendigo siguiese implorando mandó soltarle los perros, los cuales saciaron en el
pobre su furia salvaje. Herido, desangrándose más bien que caminando, se alejó el
pordiosero y en el primer recodo del camino volvió por última vez la mirada hacia la
mansión de aquel buitre humano y le arrojó tremenda maldición.

Aquella vez la noche descolgó sus más fúnebres paños de sombra, el viento principió a
aullar siniestramente, el trueno hizo resonar con furor sus roncos tambores y finalmente la
tempestad se desató impetuosa. Las nubes vaciaron estrepitosamente sus tanques sobre la
tierra, llovió pedrisco sobre los sembrados, hincháronse las quebradas y el río, y el rayo con
brutal insistencia fustigaba la noche como un látigo de llamas sobre las espaldas de un
esclavo negro. Aquello fue un verdadero cataclismo. La ira de cielo se había descargado
vengadora sobre la malicia humana. Como en la época del diluvio bíblico las aguas
borraron el pecado de la tierra.

Casas y sembrados fueron arrasados por la tormenta, y hombres y animales arrebatados por
las aguas bravías. Y el rico quedó petrificado en medio de la corriente. Tal la leyenda.

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Miren los baúles, nos decían mostrándonos unas piedras rectangulares en la mitad del río. Y
más abajo nos enseñaban la silla de montar, los perros, un armario, restos de camas y
mesas, y multitud de objetos que ve allí aprisionados por las aguas la fantasía popular.

El pueblo mogotano es hospitalario y acogedor y estas virtudes reposan con sus profundas
creencias, que el cielo no perdona al que ha cerrado su casa o su corazón al viajero
errabundo o al ignoto mendigo.

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SONIDOS Y PASOS

Tienen un dejo muy propio en Santander. Bambuco, pasillo, danza, guabina y


torbellino, ritmos de la región andina.

De espíritu popular y fiestero es el pasillo santandereano. Contrasta con el romántico y


mesurado bambuco de estas tierras, diferente del alegre del Tolima y Huila y del paisa. El
paradigma regional de estas dos expresiones es la obra del maestro José A. Morales.

Pero son la guabina y el torbellino los ritmos musicales más caracterizados de la región. Se
diferencian radicalmente de los interpretados en otros espacios del país y conservan en
Santander su expresión más auténtica, especialmente en la zona oriental de la provincia de
Vélez, en la parte surcentral de Santander y en toda la provincia de García Rovira. Son muy
escasas las diferencias musicales en las dos provincias aunque es más reconocida la
expresión veleña. Con toda su importancia, son muy pocos, sin embargo, los elementos de
juicio que permitirían reconstruir el origen y la evolución del torbellino y la guabina.

ARTE EN MELODÍA

El torbellino como forma musical se caracteriza por ser unitonal, siempre en tonalidades
mayores y con una estructura rítmica inalterable. Desde el punto de vista melódico el
torbellino se inicia con un dededo en primera posición que va ascendiendo hacia la parte
aguda, en la que se produce un segundo dededo virtuoso para luego regresar a la posición
inicial en la que concluye —el dededo es un término usado convencionalmente entre los
tiplistas santandereanos. Es un pasaje virtuoso que consiste en la utilización rápida de todos
los dedos.

La estructura rítmica del torbellino es común a varias expresiones folclóricas presentes en


otras regiones colombianas, incluso en el Caribe, pero en Santander tiene un carácter
perfectamente diferenciable. Puede presentarse como torbellino instrumental, como baile y
como música de preludio e interludio de la guabina.

El instrumental se interpreta en su parte melódica con tiple o tiple requinto, aunque


excepcionalmente pude hacerse con flauta traversa de caña de cuatro dígitos. La línea
melódica es ejecutada por un solo instrumento de los anteriores acompañado por un tiple,

86
sin que se presenten otros cordófonos en su organografía. El resto del acompañamiento del
torbellino lo hacen dos membranófonos (pandereta y sambumbia). Otros instrumentos
acompañantes son idiófonos (guacharaca, carraca, quiribillos, esterilla, chucho y
alfandoque).

AQUÍ ME SIENTO A CANTAR

La guabina en Santander es el canto a capella de coplas con preludio e interludios de


música de torbellino, organizados en una estructura en la que hay, primero, un breve
preludio; luego, el canto a capella de los dos primeros versos de una copla; después viene
un interludio también breve de música de torbellino seguido del canto a capella de los dos
versos siguientes de la copla que a su vez antecede a otro interludio. Cíclicamente se repite
la estructura hasta cantar un máximo de tres o cuatro coplas.

El canto siempre se produce a dos voces, generalmente individuales y femeninas. Nunca


ocurrirá que la primera voz sea interpretada por más de una persona, mientras que la
segunda sí puede duplicarse. La individualidad de la primera voz obedece al manejo
relativamente libre de la medida de las notas, fenómeno que entre los portadores primarios
se denomina dejos y revueltas: no puede duplicarse porque se refundirían los períodos
libres. La segunda voz sí lo puede hacer puesto que sólo sigue los dejos y revueltos de la
primera.

La copla —cuarteta de octasílabos— utilizada en la guabina no es improvisada, salvo casos


excepcionales: ya existe en la región una gran variedad temática con lo cual la habilidad de
las cantoras de guabinas consiste no en improvisar la copla sino en recordar la apropiada
para el caso. El interludio existente cada dos versos se explica por la necesidad que tienen
las guabineras de acordar la copla. Es muy común en Santander la copla
denominada picosa, censurada por sus contenidos sexuales. Las guabineras se abstienen de
cantarla en público pero tiene una amplia acogida en pequeños círculos. Es muy
común regalar la copla, es decir, susurrar la copla picosa al oído.

TODO UN REMOLINO

Pareja, tres, copa y moño son las cuatro modalidades del baile del torbellino. La pareja es
la base de las demás y su paso fundamental es un trote menudo y rápido conocido
popularmente como trote indio o paso de pentiz.

El torbellino es por excelencia un baile de galanteo caracterizado por una expresión muy
discreta del requiebro sin movimientos bruscos. Su desarrollo tiene más o menos las
siguientes etapas: el hombre invita a bailar a la mujer aproximándose a ella, baila y le
insinúa con los pies que salga a bailar, pues no está permitido hacerlo extendiéndole la
mano. Si la mujer acepta sale a iniciar el baile, tomando la iniciativa y el hombre se ve

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obligado a desplazarse según el capricho de su pareja, buscando enfrentarla dentro de una
planimetría siempre circular pero sufriendo todo tipo de desplantes por parte de ella.

La modalidad del tres se realiza entre dos mujeres y un hombre que sucesivamente van
haciendo desplazamientos en forma de ocho y entrecruzándose, interponiéndose
alternativamente cada una de las mujeres entre su rival y el hombre. El baile de la copa es
un desafío. La mujer pone su sombrero en el piso y el hombre lo acepta colocando el suyo
en forma invertida sobre el de su pareja, formando una copa. Sucesiva y alternativamente
hombre y mujer bailan el torbellino girando alrededor de la copa y quien tumbe el sombrero
pagará una penitencia que generalmente consiste en dedicarle una copla al ganador. Tanto
la ejecución instrumental como el baile se suspenden inmediatamente se cae la copa.

El moño o torbellino versiao se caracteriza por ser un baile de pareja que sucesivamente se
interrumpe junto con la ejecución instrumental por el llamado que hace uno de los
intérpretes instrumentales diciendo moño par‟el o moño par‟ella. Él o ella deben recitar una
copla, generalmente picosa, a su pareja y tiene que ser contestada en el siguiente llamado
por quien la recibe. Llegan a declamarse así hasta seis u ocho coplas.

Otras modalidades baile son el zapatiao, el arrancapaja y el de la manta, no tan frecuentes


ni difundidas como las anteriores.

UN ATUENDO PARA LUCIR

El traje típico de Santander guarda una relativa uniformidad en las áreas donde aún se
conserva y que coinciden con las de dispersión del torbellino y la guabina. Las ilustraciones
de la Comisión Corográfica realizadas a mediados del siglo XIX presentan las primeras
imágenes gráficas que se conocen del traje, el mismo que se usa hoy, prácticamente sin
variaciones, en las áreas mencionadas.

El de la mujer se compone de sombrero de jipa con cinta negra adornada con una pluma de
pavo, aretes de oro muy pequeños, gargantilla de cinta negra con una medalla, blusa blanca
de algodón bordada en el cuello y las mangas, falda negra de paño plisada en contorno,
excepto en la parte central delantera donde proliferan bordados en hilo y canutillos,
alpargates de fique anudados con cinta negra de seda o algodón y pañolón negro con flecos
en contorno, utilizado sobre los hombros y doblado por el centro.

El traje del hombre consta de sombrero y alpargates iguales a los de la mujer, camisa de
tela burda de algodón con botones sobre uno de los hombros, mangas largas, cuello
cerrado, amplios pliegues en la espalda, pechera y puños bordados; pantalón de paño burdo
en colores generalmente grises o azules amarrados con crineja y ruana de lana.

Se trata de un atuendo lujoso usado en los festivales donde puede ser bailado el torbellino,
y durante las salidas domingueras de los campesinos ancianos.

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CUERDAS DELICIOSAS

El tiple no puede faltar en ninguna casa labriega, en el taller aldeana, en las cantinas
del pueblo, en las fondas de los caminos reales...
Bernardo Arias

El trío tradicional andino-colombiano está conformado por bandola, tiple y guitarra. En


Santander la bandola se reemplaza por un tiple melódico o uno requinto —más agudo que
el tiple corriente, debido al pequeño tamaño de la caja acústica y a la utilización de cuerdas
de acero exclusivamente. Así, la configuración instrumental de la región es diferente a la
tradicional.

El tiple melódico suele presentarse también como solista, acompañado de un segundo tiple
dando origen al dueto instrumental santandereano. El trío y el dueto hacen interpretaciones,
ellas sí, muy tradicionales: no tienen cabida las armonizaciones disonantes que se abren
paso en otras regiones de Colombia.

La ejecución, en síntesis, se reparte de manera tajante entre un tiple solista melódico, un


tiple acompañante rítmico y una guitarra marcante, sin someterse al arreglo armónico,
preconcebido.

ASÍ ES EL NUESTRO

La afinación y la técnica de ejecución distinguen el tiple de la región santandereana, si bien


es el instrumento emblemático de la música de toda la región andina de Colombia.

Solamente en Santander el tiple se afina en Si bemol, mientras que en otros lugares se hace
igual que el piano, es decir, en Do. Dicho de otra manera, el tiple santandereano se afina
una tonalidad más abajo de la afinación universal y la consecuencia es un timbre mucho
menos agudo y más aterciopelado, aunque con menos capacidad sonora. Además se tiene la
ventaja de producir un vibrato muy amplio, algo que caracteriza siempre la ejecución
regional de tiple.

En la técnica también hay diferencias. Mientras corrientemente el tiple melódico se ejecuta


a mano, abierta, utilizando todos los dedos de la mano —la misma técnica de la guitarra—

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en Santander se usa el plectro, denominado aquí pluma, fabricado con cacho, material
sintético o una cuchilla de afeitar. El tiple acompañante realiza un surrungueo muy propio
y muy suave, a mano cerrada, El tiple solista individual, tan difundido en el resto del país,
es prácticamente inexistente en la región santandereana.

EN EL ESCENARIO

Notables ejecutantes han enaltecido el instrumento, empezando por el maestro veleño


Pacho Benavides, nacido con el siglo. En sus manos adquirió jerarquía de tiple concertino
(melódico) y como tal llegó al acetato por primera vez. Recorrió las salas de concierto de
varios lugares del mundo y encontró al primer compositor de música hecha exclusivamente
para él.

Una tradición de virtuosos tipleros santandereanos comenzó con el maestro Benavides. Fue
enriquecida por el maestro Mario Martínez Jiménez —uno de los integrante del afamado
Dueto de los Hermanos Martínez— y con él se configuró lo que podría llamarse la Escuela
del tiple santandereano, pues de alguna manera son discípulos suyos todos los intérpretes
consagrados: Pedro Nel Martínez, José Luis Martínez y Jairo Arenas, todos ellos ganadores
sucesivos de los tres concursos nacionales de tiplistas realizados en Ibagué durante los años
de 1973, 1975 y 1978. Esta escuela es continuada hoy por tiplistas destacados como Luis
Alfonso Medina, Evaristo y Domingo López, Alfonso Oviedo, Henry Mora y otros.

En el género de la composición de la música tradicional santandereana hay una nómina de


grandes representantes: Luis A. Calvo, José A. Morales, Lelio Olarte, José de Jesús Vargas,
Oriol Rangel, Víctor M. Guerrero, Leonardo Gómez Silva, Gustavo Gómez Ardila, Miguel
Durán López, Bonifacio Bautista, Fausto Pérez, Mario Martínez, Pedro Nel Martínez,
Rafael Aponte, Alfonso Guerrero, Carlos Serrano, Severo Mantilla, Rodrigo Mantilla, Oriel
Mantilla, José Rozo Contreras, Pacho Benavides y otros que se nos escapan.

Buena parte de la música de Santander reposa en el repertorio de la agrupación de


intérpretes con mayor trayectoria: la Rondalla Bumanguesa. Su configuración instrumental
está dada por un violín, dos flautas, piano, tiple, guitarra y contrabajo. Don Juan Guerrero
fue su fundador en el año 1948 y la dirige actualmente su hijo Alfonso Guerrero.

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LO DIVINO Y LO HUMANO, VAN DE LA MANO

Constituyen las creencias populares la expresión más ínfima, tradicional y vigorosa de un


pueblo (...). Las fuentes que nutren el origen de las creencias de nuestras clases populares
son en Santander, como en cualquiera de los otros departamentos y regiones de Colombia,
la nativa indígena y la católica de procedencia española.

De la aportación indígena aún superviven las referencias a lagunas encantadas cuyas aguas
hierven, “bujan” y “se ponen bravas”, todo lo cual tiene un remoto origen en los cultos
chibchas de la idolatría. Procedencia autóctona tiene el mito forestal de la “Mancarita”,
especie de cuadrumano que rapta a las mujeres y las conduce a los bosques, y el Tunjo de
oro o niño dorado que habita junto a las fuentes y lagunas; es, a este propósito, curioso
observar cómo en algunos relatos tradicionales de municipios del sur del departamento
como Suaita, Guadalupe, Charalá, Güepsa y Oiba, abundan las asociaciones de elementos
áureos y acuáticos, circunstancia en la cual existe un evidente origen indígena de genuina
procedencia chibcha; este mismo origen tienen las creencias en trasgos o “espantos”, en
aparecidos, brujas, luces nocturnas que indican “guacas” o tesoros escondidos, y en
personas dotadas de dones sobrenaturales de adivinación, de curación de ubicación y otros
semejantes, habidos gracias a pactos diabólicos. También español de origen es el empleo de
algunos amuletos, como los que se llevan contra el mal de ojo; y el uso de bebedizos
amorosos, como el polvo obtenido de la raspadura del “hueso de guache” o del fruto del
„borrachero” (datura arbórea) que es lo mismo que en Cundinamarca llaman cacao
sabanero”, más parecen de origen autóctono que importado.

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Entre las devociones mayormente difundidas en el pueblo, y de modo muy especial entre
gentes campesinas, podemos anotar las siguientes:

A San Roque, para la curación de las llagas, enconos y erisipela.


A Santa Lucía, para alcanzar el remedio en las afecciones de los ojos.
A San Emigdio, en los temblores de tierra.
A Santa Apolonia, abogada de los que sufren dolores de muela.
A San Isidro, para obtener abundantes cosechas.
A Santa Elena, para encontrar lo que se ha perdido.
A Santa Bárbara, invocada contra rayos, centellas y tormentas.
A Santa Rita de Casia, “vencedora de imposibles”.
A San José, para alcanzar la buena muerte.
A San Antonio, para obtener un matrimonio feliz.
Al Arcángel San Rafael, para conseguir una venturosa travesía.

A algunos de estos santos se les dirigen oraciones folclóricas, las que, como es obvio, no
están autorizadas por la iglesia, siendo conservadas por la tradición, como la a continuación
transcrita, recogida por el autor de esta reseña de labios de una anciana campesina en las
cercanías del pueblo de San Benito en la provincia de Vélez:

San Simón del Monte Mayor


libra mi casa y todo su alrededor
de brujas y de hechiceros
y del hombre malhechor

Chiqui qui chiqui, el evangelista,


Chiqui qui chiqui, el evangelista!
(...)

Luis Alberto Acuña. Las creencias y prácticas religiosas. Tomado de: Santander y su
folklore, 1991

Y al hablar del poder curativo de las plantas tocamos uno de los temas de mayor amplitud y
fundamental interés que ofrece el folcklore santandereano: la medicina y la farmacopea
populares. En efecto, en esta región del territorio colombiano en que la nativa población
indígena que antaño integraban los guanes, agataes, citareros y caribes adaptados al medio,
cuenta hoy con apenas muy escasos exponentes y en que los fuertes núcleos raciales de
blancos y mestizos en proceso de adaptación a las circunstancias mesológicas y ecológicas
tan por extremo complejas y difíciles, en medio de la fragosa topografía, atraviesan por un
largo y doloroso período de adaptación al medio, se han hecho necesarias las epítimas y
panaceas, que el pueblo busca en forma intuitiva y consagra empíricamente. A este
propósito nos parece oportuno consignar aquí las frases del doctor Letamendi, referentes a
la importancia de la medicina folklórica: “Después de cuatro siglos de investigación

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terapéutica metódica, todavía debemos más a los salvajes que a los sabios: tal es en la
medicina el poder de la experiencia acumulada, aunque la acumule la ignorancia”.

No es precisamente en la medicina preventiva, ni menos aún en la higiene, cuya práctica


anda tan descuidada entre nuestras clases populares, en la que se hallan la mejor parte de
las fórmulas trascritas, sino en la puramente curativa... los “rezanderos”, los cuales suelen
formar discípulos, a razón de uno por año, según pudimos averiguarlo entre campesinos de
la provincia de Socorro.

Luis Alberto Acuña. El saber popular, ciencias puras y aplicadas. Tomado de: Santander y
su folklore, 1991.

Los árboles que llaman cañafístula igualan en sus remedios y eficacia a los tamarindos; es
muy medicinal y se halla con abundancia en muchas tierras cálidas, como en los llanos y en
las jurisdicciones de Vélez y San Gil, y en muchas otras. El salsifraz es muy eficaz para
quebrantar y deshacer las piedras de vejiga que ocasionan el mal de orina. Los árboles que
llaman de la canela, cuya corteza es semejante a la canela y en su olor y sabor, se hallan
muchos en los llanos de San Juan y en otras partes, y en estos territorios donde soy cura.
También se hallan en los llanos, en particular los de San Juan, los árboles que destilan un
humor que llaman lacre. Prodúcense en muchas partes templadas y cálidas los árboles que
resudan el humor o resma que llaman incienso, la que este nombre le daban los indios a
dichos árboles y con él daban sahumerio a sus ídolos, por lo que debía desterrarse de los
templos, y por su fastidioso olor. En las partes que he sido cura, en particular en San Gil,
Guane y Mogotes, lo usaban para incensar el altar, y lo he desterrado. También usaban los
indios gentiles para el mismo efecto del sahumerio de sus ídolos, de la goma que llaman
anime, del árbol del mismo nombre, y es oloroso y medicinal y conforta la cabeza en los
que padecen vahídos. (...)

Otras muchas (hierbas) hay que son antídoto o triaca contra el veneno de muchas culebras y
otros animales ponzoñosos que abundan en aquellas tierras; y en éstas donde esto escribo y
en todos los lugares circunvecinos, hay un arbolito de que abunda mucho el terreno, unos le
llaman la amargosa, porque lo es mucho; otros varilla negra; otros orejita de ratón, que es
admirable, de que tengo mucha experiencia, que bebiendo el zumo de ella estregada o
mojada con agua caliente, o aunque sea sólo cocida, luego se quitan las lepras y sarnas que
salen en el cuerpo. (...)

Es admirable hierba medicinal el cardosanto, el toronjil (éstos cálidos), la pimpinela (esta


es fresca), la hierba de Santa Lucía, que se le dio este nombre por ser muy medicinal para el
mal de ojos; el llantén es una de las más admirables hierbas; con su cocimiento se
desinflaman las llagas y heridas, y con su hoja puesta sanan. Para eso mismo sirven las
lechuguillas que hay de dos especies: la que llaman acedera, que es una cerecita de

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menudas hojitas, cuando se inflama la boca o da un mal que llaman sana en los dientes,
mascándola luego sana, y es tan eficaz para esto como el alumbre.

La sábila, que es un penca que la cortan de la mata y la tienen colgada mucho tiempo en las
casas sin que se seque; dicen es muy medicinal, que es contra el achaque que llaman dolor
de costado, rescoldada y abierta, y puesta sobre aquella parte donde apunta el dolor; y que
cocido el cristal de ella, que llaman, que es la parte blanca interior, es contra la ictericia, y
que también es contra otras enfermedades. También es eficaz medicina para el achaque que
da en la garganta que llaman esquitiencia o esquilencia; soasada al rescoldo y abierta y
puestas dos telillas en la garganta, sana y presenta de que repita dicho achaque.

Don Basilio Vicente de Oviedo, cura de Mogotes en el momento de escribir su obra, por el
año de 1750. Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada.

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CORAZÓN CONTENTO

El buen gusto y abundante apetito del santandereano estimulan y enriquecen la tradicional


cocina regional. Y en cada municipio, recetas muy propias y apropiadas.

Del sabajón de Jesús María, ¿quién no ha oído hablar? ¿O de los chorizos de Oiba, los
bocadillos de Vélez y Mogotes, los dulces de pastilla y las obleas de Floridablanca, el
uribista de Bucaramanga, las frutas cristalizadas y los confites del Socorro, el cabro de
Chiflas o las panuchas de Málaga?

O de la cantidad de golpes. De eso hay muy buenas noticias para el que visite la región.
Además de las tres comidas de ley —llamadas con sus término cristianos desayuno bien
trancado, almuerzo con sopa y comida pal trasnocho— existen las intermedias: la media y
las onces. Los que viven todavía en el campo y por madrugadores desayunan muy presto al
rayar el alba necesita un rumbiador o puntal antes del almuerzo, al cual le sigue una
comida antes de que oscurezca.

DE CADA DÍ A

El desayuno tradicional santandereano se compone de un buen plato de caldo que lleva


papa, cebolla, tomate, sal, huevos, cilantro y leche. Algunos lo llaman teñido por la
presencia de la leche y porque existe un pariente pobre
denominado changua o chingua hecho sólo con sal, cebolla y cilantro. Un buen caldo se
acompaña con arepa preparada con maíz pelao, chicharrones de cerdo, manteca de res y sal,
todo molido, amasado y asado en tiesto de barro. Caldo y arepa se sentirían huérfanos sin
una porción de carne de res asada, antes de cerrar, con chocolate o café en leche y
opcionalmente queso y pan. El rumbiador charaleño o puntal simacotero, es un plato
intermedio que se despachan los campesinos entre el desayuno y el almuerzo. Consta de
carne asada, yuca salpicada con algo de ají y guarapo.

Se prepara con una masa de harina de maíz sancochado y aliñada con manteca de cerdo, ajo
y cebolla. Con ella se configura el cubierto de un relleno que acoge en su seno a los

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garbanzos, la cebolla, carne de cerdo y/o de gallina y algo de tocino, todo envuelto en hojas
de plátano que se amarran con cabuya de fique antes de ponerse a cocinar

Lo que se conoce en Santander como piquete es un plato especial que suple al almuerzo
convencional porque se ensambla con una variedad de carnes generalmente asadas al
carbón (res, cerdo, gallina) junto con yuca, papa, plátano y ají. Como pasante se usa un
guarapo, una cerveza, un refajo (cola y cerveza) o una carabina (cola con guarapo).

No es raro encontrar en las comidas un poco de carne de res oriada o seca, lo que equivale a
decir deshidratada al sol o al humo en diversos grados. Desayuno o comida se
complementan con bebidas calientes: chocolate o café en leche, aguadepanela con queso,
avena dulce y caspiroleta. Cuando el chocolate se sirve a media tarde suele agregársele
canela y aguardiente. La caspiroleta es una crema de leche con bizcochuelo, azúcar, huevo
y brandy.

DICCIONARIO DEL GUSTO

Mute: plato usual en un almuerzo dominical. Es una sopa de maíz pelao, carne de cerdo
(orejas y trompa), callo de res (tripa), arverjas, papa criolla, cilantro, ahuyama, garbanzo y
fríjol verde. Se acompaña con yuca frita.

Sancocho con chorotas: las chorotas se preparan con la misma masa de la arepa
santandereana con la que se prepara un relleno de arroz, carne de cerdo cebolla y tomate y
se sancocha para producir una sopa que lleva además plátano verde, yuca, papa, repollo,
cebolla, cilantro y costilla de res. Otras formas de sancocho santandereano son el de gallina
y el sancocho con costilla de res, en reemplazo de las chorotas.

Rullas: sopa de maíz amarillo con carne de res, papa, arverja y cilantro.

Ajiaco santandereano: es una sopa que lleva yuca, plátano, apio, papa, arverja, repollo y
carne de res.

Pichón: sopa de sangre de res, cebolla, tomate, leche y guacas.

Cabro: es un plato típico de la provincia guanentina y de los pueblos aledaños al cañón del
Chicamocha. La carne se prepara al horno o sudada y se acompaña de pepitoria y arepa. La
pepitoria es un arroz seco con sangre y menudencias de cabro, con cebolla, tomate,
cominos y sal.

Empanadas de yuca: masa de yuca rellena de arroz, cebolla, tomate, huevo y carne de res.

Ayacos de mazorca: también se conocen en algunas regiones de Santander


como envueltos. Se componen de una masa de maíz con relleno. Cuando son de dulce la
masa se adoba con mantequilla, azúcar y sal y Llevan de relleno solamente queso. Si son de
sal se adoba la masa con mantequilla y sal y el relleno se compone de arroz, carne de cerdo

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cebolla y tomate con manteca de cerdo. Los ayacos de mazorca tierna se envuelven con la
corteza de la misma. Hay también ayacos de maíz pelao, que no tienen relleno y se
conforman en una sola masa de maíz pelao molido, amasada con manteca de res,
chicharrones de cerdo y cunchos de guarapo.

Troncho: sopa muy popular en la alimentación campesina. Se prepara con arroz, yuca,
plátano y carne de res.

Chorizos: forman parte del piquete santandereano y acompañan muchos platos de la dieta
regional. Sus ingredientes son tripa de cerdo rellena con de cerdo molida y condimentada, y
tocino.

Las bebidas alcohólicas típicas que acompañan por lo general un piquete santandereano o
un trozo de cabro son la chicha de maíz, el guarapo de panela, el refajo y la carabina. El
masato de arroz ligeramente fermentado es usual como bebida de media tarde acompañada
de bizcochos, colaciones o pan de yuca. En la región de Girón es también popular la chicha
de corozo y en Málaga una cerveza casera llamada perraloca.

Los dulces son muy variados. El rey viejo es el bocadillo veleño, hoy con diversas
presentaciones, ya sea en pastilla pequeña, en lonja o relleno con arequipe (turne). Los
dulces de pastilla cuentan con un abanico de sabores: los más populares son los de leche,
arroz, apio, sidra y piña. Son muy populares entre los colegiales los llamados
dulces aliados, que se componen de una capa central de un sabor y dos capas externas de
un sabor diferente. Las combinaciones más afortunadas son las de arroz y apio, leche y
guayaba, apio y piña, arroz y limón. En el Socorro son típicos los confites, las maizenitas y
las frutas cristalizadas, mientras que en Girón brillan las cocadas de azúcar o de panela que
se preparan con leche, coco rallado y azúcar (o panela). En Málaga son muy populares las
panuchas (harina, coco rallado y arequipe).

Nada mejor para concluir que el manjar emblemático y exclusivo de la gastronomía


regional: las hormigas culonas. Aparecen poco después de la Semana Santa, en seguida de
las lluvias de abril. Su captura es todo ritual para iniciados. Desde el período precolombino
tuvieron un particular valor como símbolo de fecundidad y valor nutritivo. Se preparan
tostadas en tiesto de barro después de haberles separado la cabeza, las alas y las patas.
Pueden conservarse por mucho tiempo en recipientes herméticamente sellados.

Un buen caldo se acompaña con arepa preparada con maíz pelao, chicharrones de cerdo,
manteca de res y sal. El huésped sagrado de la familia es el tamal santandereano.

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RECETAS PARA HOY

Arepa:

Se pela el maíz cocinándolo en agua con cal o ceniza.


Se lava el maíz pelao y se conserva en agua por lo menos durante un día. Se muele el maíz
agregándole chicharrones de cerdo.
Se amasa el maíz molido agregándole sal.
Cuando la masa esta compacta se toma la porción deseada extendiéndola sobre una tela,
dándole forma circular.
Se pone a asar a fuego lento en tiesto preferiblemente de barro.
Se sirve generalmente con el desayuno acompañada de caldo y chocolate o a la comida
acompañada de carne.

Nota: tanto más delgada sea la arepa más tostada (crocante). Sin se desea que la arepa sea
gruesa y tostada, al momento de moler el maíz se le pueden agregar unas pequeñas
porciones de yuca cruda.

Mute:

Se pone a cocinar maíz, tripa de res (callo) trompa y oreja de cerdo. Al anterior precocido
se agrega, al gusto, ahuyama, garbanzos, papa criolla (opcional) y carne de cerdo.
Después de servido el mute se echa cilantro y se acompaña generalmente con yuca frita y
guarapo, cerveza o cualquier otra bebida al gusto

Nota: el mute es el típico almuerzo dominical santandereano.

CICLO DE LAS HORMIGAS CULONAS

En los días posteriores a la Semana Santa cuando después de las lluvias los días son
despejados, con abundante luz solar y sin vientos fuertes, salen de los hormigueros las
jóvenes hormigas reinas a volar en espiral y en círculos de diámetro progresivo. Detrás de
cada una de las nuevas hormigas reinas salen en su persecución los llamados padrotes. Los
más fuertes logran dar cacería a las nuevas hormigas reinas y copulan durante dos o tres
minutos para luego caer verticalmente y morir. La nueva hormiga reina fecundada
desciende lentamente hasta ubicar un sitio apropiado donde fundar una nueva colonia de
hormigas.

La nueva hormiga reina fecundada elabora durante quince o veinte días un túnel al final del
cual construye la primera celda, en la que realiza la primera postura de huevos que irán a
producir un tipo de hormiga denominada arquitecta. Sucesivamente se producen posturas

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de hormigas especializadas como son las carteras, las cargueras, las nodrizas y los
cabezones, cada uno de los cuales tiene una función específica que cumplir en la
construcción del hormiguero la acumulación de provisiones para el verano, la crianza de
nuevas hormigas y la producción de nuevas reinas que irán a multiplicar las colonias.
Concluida la primera etapa de construcción de la colonia, la reina se localiza en su celda y
se dedica exclusivamente a la labor reproductiva. Las nodrizas contribuyen a la procreación
de las distintas especialidades de hormigas que deben tener todo listo para el verano en el
que se consumen las provisiones recaudadas

Un hormiguero se puede mantener en desarrollo durante varios años, cumpliendo su ciclo


anual y generando nuevas colonias.

BIBLIOGRAFÍA

Ardua Díaz, Isaías. El pueblo de los guanes. Raíz gloriosa y fecunda de


Santander. División de Comunicaciones del SENA, Bogotá, 1978.
Don Basilio Vicente de Oviedo. Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de
Granada, Colección Memoria Regional, Gobernación de Santander, Bucaramanga, 1990.
Giralda, Jaramillo, Gabriel (comp.) Viajeros colombianos por Colombia, Fondo cultural
cafetero, Ediciones Sol y Luna, Bogotá, 1977.
Hernández, Carlos Nicolás (comp.) Santander y su folklore, Tres Culturas Editores, Bogotá,
1991.
Osorio Quiroz, Ciro A. El Valle de los Hacaritamas, imprenta Departamental del Atlántico,
Barranquilla, 1962.
Valderrama Benítez, Ernesto. Real de Minas de Bucaramanga, 1547-1945, Imprenta del
Departamento, Bucaramanga, 1947.

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5. CULTURA

Recodos de aventura

Se despliega el sentido universal de la cultura a partir de una región. Son explicitadas las
relaciones de la provincia con el mundo del arte, en sus diversas formas y épocas; es
presentado un camino, el literario, para acceder a los tiempos actuales, y un espíritu
inquieto e innovador enseñado por la historia de la fotografía, para mirar con actualidad.

Fotografía archivo El Colombiano

Lucila González Aranda: Historiadora del arte, investigadora asociada, miembro


correspondiente de la Academia de Historia de Santander, directora del Museo de Arte
Moderno de Bucaramanga. Beatriz González: pintora y maestra en Bellas Artes de la
Universidad de los Andes de Bogotá. Marina González de Cala: Historiadora del arte,
miembro de número de la academia de historia de Santander. Museo de Arte Moderno de
Bucaramanga.

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Arte anterior al siglo XX SANTOS Y HEROES

La trayectoria del arte durante el perrada colonial requiere un seguimiento atento a todas
sus manifestaciones. Por modestas que parezcan, en cada una de ellas existe un mundo por
explorar.

El nuevo culto a imágenes sagradas con atributos específicos, fue impuesto durante el
proceso de conquista del País de Guane o de los territorios de Chitareros y Yariguíes por
los frailes doctrineros portadores del Cristianismo: el mundo mágico-religioso de los
aborígenes se pobló de imágenes de bulto que representaban a Cristo, la Virgen y los
Santos y lentamente fueron desplazando los hieráticos idolillos de arcilla; los vasos
sagrados de plata, ornamentados con la simbología cristiana, ocuparon el lugar de las copas
ceremoniales de cerámica decoradas con diseños abstractos y los lienzos frontales y de
cielos pintados para las iglesias de los pueblos de indios, reemplazaron las untas tejidas
utilizadas como ofrenda a los dioses.

A pesar de la ruptura con las más depuradas expresiones de la cultura aborigen, el sentido
estético y el ingenio artesanal perduraron durante siglos, quedando plasmados en los
retablos de las iglesias de Pamplona, Barichara, Matanza, San Gil, Carcasí, Guane y
Confines.

FIGURAS PATRONALES

Las primeras noticias sobre imaginería religiosa —a cuya devoción se entregaban los
nacientes pueblos de doctrina— se encuentran desde mediados del siglo XVI y durante el
XVII, rastreando las huellas de las doctrinas en los territorios de los indios encomendados.

Muy tempranamente llegaron a Pamplona las imágenes sagradas procedentes de los talleres
sevillanos, santafereños y quiteños con destino a los conventos de las Clarisas, los
Dominicos y los Franciscanos. De allí partieron los frailes evangelizadores hacia los
más remotos lugares llevando los santos como protectores de los Pueblos de Indios.

A lo largo del siglo XVIII floreció la devoción a Santa Rosa de Lima. De su testimonio
quedaron siete óleos ejecutados por artistas anónimos en los cuales se la representa rodeada
101
de una aureola de milagro, mística y poesía. Hasta las más lejanas doctrinas (Guaca, Vetas,
Tequia, Servitá, Suratá y Montuosa) llegaron también las imágenes de Nuestra Señora de
los Remedios, de las Mercedes, de San Juan de Sahagún, de San Jerónimo, de San Antonio,
señalando los derroteros de la fe aborigen.

A raíz de la demolición de las primeras capillas doctrineras, los fieles, necesitados de ayuda
espiritual, suplicaron la erección de parroquias. Se comprometieron a construir y adornar
las iglesias, sustentar al párroco, mantener la lámpara del Santísimo y asegurar la
existencia de l a s tres cofradías de base las del Santísimo Sacramento, de la Virgen y de
las Ánimas del Purgatorio, fundamentales tanto para la vida de las parroquias como en la
adquisición de imágenes para el culto dentro de los templos. Fuera de los altares las
cofradías eran objeto de la devoción popular.

SIGLO XIX AL PASO DE LOS HEROES

Un panorama ciertamente destartalado (..) dentro de ésta cárcel de


montañas ariscas estaba encerrado nuestro pueblo que se sabía extraño al ritmo
republicano. Así describió un cronista de la época las luchas internas y el desequilibrio
político característicos de buena parte del siglo XIX y que condujeron al estancamiento del
arte. Los alzamientos, levantamientos y rebeliones del movimiento independentista y las
contiendas políticas internas influyeron en el cambio de la temática artística. Las
representaciones hagiográficas se reemplazaron por las efigies y retratos de los héroes
forjadores de la naciente república.

Hubo artistas ligados a la contienda —aun cuando no se conocen pinturas testimoniales de


los sucesos bélicos: el patriota Custodio García Rovira (1780-1816) —nacido en
Bucaramanga y fusilado en Santa Fe de Bogotá a los 36 años—, reconocido como civilista,
músico y pintor, y el también pintor Francisco Evangelista González —nacido en Pamplona
en el seno de una familia vinculada a la Independencia—, fiel compañero del General
Santander en las prisiones y en el destierro. En su única exposición realizada en París, pintó
al natural una prodigiosa miniatura del prócer quien agradecido la envió como recuerdo a
su familia.

Activista destacado en las luchas políticas que sacudieron la República durante la segunda
mitad del siglo pasado, fue Alfredo Greñas Mutis —nacido en Bucaramanga en 1857—,
dibujante, retratista, grabador, colaborador del Papel Periódico Ilustrado y de Colombia
ilustrada. Empleó la caricatura para satirizar la lucha política y denunciar la persecución a
la libertad de prensa, posición que lo llevó a morir desterrado en Costa Rica en 1949. Los
restauradores de la Libertad es el nombre de la serie para la cual ejecutó retratos Froilán
Gómez (San Gil), el mejor representante del grabado a mediados de los años 50 y quien
ensayó técnicas desconocidas como lo litografía en seda.

102
Más tarde, en 1888, se abrió por primera vez la cultura a los artesanos, los industriales, los
literatos e intelectuales: se fundó la Escuela de Artes y Oficios en Bucaramanga que
reglamentó la instrucción de las ciencias aplicadas a las artes. En sus talleres de litografía se
realizaron primorosas viñetas para el periódico El Instructor y en sus Manuales se orientaba
hacia el manejo artístico de los diversos oficios. Y con el fin de siglo llegó el Academismo
a territorio de Santander en los lienzos de San Jerónimo y Ruth, y Noemí que
desde México enviara a la municipalidad de Cúcuta el pintor Salvador Moreno, cucuteño
por sangre, crianza y educación.

103
Plástica UN SIGLO DE HORIZONTES

Decenios de permanente cambio en manos de artistas que nunca se han detenido. La


universalidad ha sido el principal motor.

1900-1950 GENERACIÓN DE MAESTROS

E l siglo se abrió paso bajo los prometedores augurios de la gran Exposición Industrial de
1907. Su lema Paz, Concordia y Libertad, traducía el sentir de un pueblo, dejar atrás su
pasado bélico. La Exposición Patriotera y Civilizadora, fue el primer gran impulso que le
dio el gobernador Alejandro Peña Solano a las artes.

En el Pabellón de Bellas Artes se expusieron 108 obras de artistas provinciales. “Las obras
expuestas son la promesa más halagadora de que a través del tiempo hemos de contar con
buenos maestros —escribía el intelectual Manuel Enrique Puyana—. Tengo la persuasión
de que este cultísimo evento va a ser el germen robusto de una Escuela de Bellas Artes en
la capital de Santander”. Se destacaron las pinturas religiosas del boyacense Marcos L.
Mariño, los óleos alusivos a la guerra civil del ocañero Juan U. Roca y las obras de Carlos
E. Valenzuela, Antonio Martínez, Nicanor Rivera e Isabel Harker.

El gobierno departamental acogió la iniciativa de Puyana y el primero de junio de 1907


inició labores la Escuela de Bellas Artes bajo la dirección del autor del proyecto, Domingo
Moreno Otero (Concepción, 1882-1948), pintor de reconocida trayectoria, espíritu
innovador y maestro por vocación. A pesar de la efímera existencia de esta primera
Escuela, Moreno Otero no desistió de su propósito y en 1913 regresó a Bucaramanga para
fundar junto con su esposa un segundo Centro de Bellas Artes, esta vez de carácter privado.

Durante las cuatro primeras décadas del siglo surgió una talentosa generación de jóvenes
artistas: los pintores Segundo Agelvis, Oscar Rodríguez Naranjo, Rafael Prada Ardila,
Humberto Delgado, Humberto Ballesteros; los dibujantes Luis Maria Rincón y Luis
Antonio Céspedes, el escultor Carlos Gómez Castro y el tallador Misael Zárate Granados.
Todos ellos asumieron el compromiso de formar a las futuras generaciones y en respuesta a
sus inquietudes el Gobierno Departamental creó en 1929 el Centro de Bellas Artes,
dependiente de la Secretaría de Educación Pública. Designó como director A Luis Alberto

104
Acuña ( 1904-1993), natural de Suaíta, quien después de estudiar en París regresó con el
propósito de encabezar el movimiento cultural al que la ciudad había de despertar .

Acuña —cofundador del Grupo Bachué—, poseedor de una inteligencia despierta, una
habilidad manual innegable y una laboriosidad fervorosa, es reconocido como un innovador
del arte en Colombia. Propuso superar, a través de un lenguaje propio enraizado en las
expresiones de la cultura aborigen, el academismo ante el cual, sin embargo, permanecieron
fieles el pintor Oscar Rodríguez Naranjo y el escultor Carlos Gómez Castro. A ellos les
confió el Gobierno Departamental la apertura (en 1941) y consolidación de una nueva
Academia de Bellas Artes, después de otorgarles becas para especializarse en el exterior.

A medida que avanza el siglo se advierte una inclinación hacia el género del paisaje y del
costumbrismo. Segundo Agelvis (1899-1988), pintor autodidacta de origen cucuteño, se
inició como letrerista, decorador de casas y ornamentador de iglesias. Durante más de
medio siglo se embebió de paisaje y por eso es el paisajista total y vernáculo de Santander.

A esta generación de artistas nacidos a principios de siglo se les reconoce como Los
Maestros, por su fructífera labor docente pero sobre todo, por haber cautivado el gusto y la
sensibilidad del público durante muchos años.

RUPTURAS VIBRANTES

Pesada tarea era la de salir de un asfixiante provincianismo regional y nacional en materia


de artes plásticas. Con ese reto se inició la década del 60. Esa lucha se mantuvo durante un
buen tiempo y en ella participaron activa e independientemente un número considerable de
artistas: Eduardo Ramírez Villamizar (Pamplona, 1923), Beatriz Daza (Pamplona 1927-
1968), Jorge Riveros (Ocaña, 1934), Julio Castillo (Pamplona 1928-1985), Sonia Gutiérrez
(Cúcuta, 1947), Luis Paz (Cúcuta, 1937), Beatriz González (Bucaramanga, 1938), David
Consuegra (Bucaramanga, 1939), Antonio Grass (Oiba, 1937), Mario Hernández
(Piedecuesta, 1923) y Mario Álvarez (Bucaramanga, 1935).

La visión aguda y premonitoria de Martha Traba se posó sobre ellos. Desde la observación
rigurosa de la obra de Julio Castillo —a quien calificó de tan ineficaz pintor como excelente
dibujante— hasta la división categórica del cartel en Colombia en dos estilos, el de antes y
el de después de llegar Consuegra a Bogotá, pasando por la catalogación de los suicidas del
Sisga de Beatriz González como la obra que determinaría un nuevo modo de ver en el arte
colombiano.

Todos vivieron los candentes cambios de la década. Continuaba la introducción de las


vanguardias del arte internacional, iniciada en la década anterior, y era creciente el
propósito experimental en la creación artística impulsado por los eventos y salones de arte.

Desde la vinculación a un arte de denuncia —a través del grabado de Luis Paz—, hasta el
desarrollo de una tendencia pop de auténtica visión nacional —representada por Beatriz

105
González y Sonia Gutiérrez—, los artistas santandereanos se vincularon activamente al
cambio del arte nacional de los años sesenta Ramírez Villamizar se expresó en la escultura
con el mismo éxito y calidad estética de sus pinturas de la década anterior, creando obras
del máximo purismo neoclásico y alcanzando con ellas un destacado reconocimiento
internacional. Beatriz Daza rescató el valor del material en la cerámica a través de la
exploración sistemática de la textura, dentro del movimiento informalista nacional,
llevando a la cerámica al justo nivel escultórico. Jorge Riveros inició la década dentro de la
abstracción expresionista pasando luego al lirismo en una evolución lógica hacia la
geometría en el final de la década. Mario Hernández Prada y Mario Álvarez Camargo
desempeñaron un papel preponderante en el desarrollo del arte regional, mientras que
Antonio Grass jugó un papel protagónico en el informalismo de la época a través de su
exploración pictórica y la investigación del diseño prehispánico.

Noé León (1907-1978), pintor ocañero, gozó de un amplio prestigio en Colombia y en el


exterior a finales de los años 60. Pasó su vida en Barranquilla ilustrando el quehacer de los
pueblos del río Magdalena y ha sido considerado como el pionero y más auténtico
primitivista colombiano.

La Academia de Bellas Artes de Bucaramanga continuó hasta el año de 1971 y dos escuelas
se abrieron durante la década: la Escuela de Bellas Artes de Cúcuta en 1961 y la de Ocaña
en 1970. Ellas fueron la respuesta al clamor de los artistas por la disponibilidad de centros
de capacitación a nivel regional.

1 970-1980 LA MIRADA LÍDER

Los artistas regionales fueron explorando diversos medios de expresión con el propósito de
incursionar en el amplio campo de la plástica nacional. Así, en el año de 1977 se creó el
Grupo Bucaramanga integrado por ocho artistas unidos por el hecho de pertenecer a una
misma generación, ser oriundos de la provincia y haber cursado estudios en el Instituto de
Cultura el cual reemplazó a partir de 1971 a la antigua Academia de Bellas Artes. El grupo
se caracterizó por una valiente posición autocrítica que le permitió experimentar diferentes
lenguajes plásticos, buscando siempre aproximarse a la verdadera problemática estética.
Ejerció un importante liderazgo cultural en la región y participó en exposiciones y Salones
en los cuales exhibió un arte de múltiples facetas y una integridad conceptual que
garantizaban la personalidad y el valor de su trabajo.

Otros artistas desarrollaron una fecunda labor sin abandonar las provincias natales:
Guillermo Espinosa, Elkin Restrepo, Rubén Carreño, Augusto Vidal, Ana Durán y Manuel
Cantor.

Fuera del contexto local se destacaron por su originalidad en temas y tratamiento Saturnino
Ramírez (Socorro, 1946), cuya obra figurativa ha evolucionado en el tratamiento de la
realidad social y urbana; Edgar Silva (Ocaña, 1944), quien realiza paisajes geométricos

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enriquecidos por amplias zonas cromáticas de colores primarios; Gustavo Sorzano
(Bucaramanga, 1944) con una obra de tipo conceptual que involucra la reinterpretación de
la historia del arte y María Victoria Porras (Barrancabermeja, 1948), quien a través de sus
dibujos y esculturas hace una clara referencia al espacio tridimensional urbano. Finalmente
hay que registrar la obra del miniaturista Luis Ernesto Parra (Bucaramanga, 1926) y del
primitivista Luis Roncando (Onzaga, 1946-1987) como exponentes del más fino sentido
artesanal.

1980-1993 JÓVENES PROMESAS

Un grupo cada vez más numerosos de jóvenes artistas trabaja incansablemente para darle a
su propio lenguaje el nivel profesional que requiere el complejo mundo del arte
contemporáneo.

Un primer núcleo se empeña en explorar las posibilidades de una estética afianzada en los
valores locales. En esa búsqueda participan los escultores Ricardo Gómez Vanegas,
Augusto Ardua, Ricardo Alipio Vargas, Pedro Gómez Navas, Ezequiel Alarcón y los
pintores Carlos Eduardo Serrano, Jorge Iván Mango y Camilo Umaña. Un segundo grupo
de nuevos artistas —algunos más establecidos que otros— ha dado muestras de potencial
visionario y en su proceso creativo se cifra una esperanza. Son entre otros, la ceramista
Cecilia Ordóñez París, el escultor Jorge Torres, los pintores Emel Meneses, Amparo
Carvajal, Marco Tulio Espinosa, Eduardo Santos, Jorge Orlando Saavedra, Nelson Flórez y
Mauricio Quintero.

LA HORA DEL BALANCE

En tres centros se gesta y desarrolla el arte de la región: Pamplona, Ocaña y Bucaramanga.


De ellos proviene el más notable número de intérpretes de la plástica regional. Muchos de
ellos han optado por el autodidactismo o por buscar mejores posibilidades en universidades
nacionales o extranjeras ante la proyección localista de las Escuelas de Bellas Artes, no
obstante que desde 1912 se realizan ingentes esfuerzos por crearlas y mantenerlas.

Los salones nacionales ofrecen la posibilidad de romper con el aislamiento ancestral de la


provincia e ingresar al mundo de la plástica nacional, Varias generaciones de creadores
plásticos participan a partir del III salón de Artistas Colombianos (1942), y se hacen
merecedores de 20 distinciones (12 premios, menciones) a lo largo de 34 versiones.

Así mismo, las convocatorias a nivel municipal, los Salones Regionales de Colcultura y los
Salones Fusader han fomentado el encuentro, la confrontación el debate en torno a la
problemática del arte regional.

Las múltiples expresiones plásticas exigen su lugar, cuestión evidente desde hace dos
decenios. En Bucaramanga se realizan numerosas exposiciones individuales y colectivas en
la Biblioteca Pública Gabriel Turbay, en la Corporación Luis Perú de la Croix, en el Área

107
Cultural del Banco de la República y en las universidades Industrial, Autónoma y Santo
Tomás. Las casas de la cultura de Ocaña, Cúcuta, San Gil, Málaga y Bucaramanga y el
Museo del Petróleo en Barrancabermeja se han convertido en centros de promoción de
jóvenes talentos.

Especial significado tiene para la región la creación de los Museos de Arte Moderno de
Bucaramanga y Eduardo Ramírez Villamizar en Pamplona, entidades que están
desarrollando un dinámico proyecto de acopio, documentación, investigación y divulgación
del arte regional, lo cual permite vislumbrar un panorama promisorio para el final del siglo.

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A GOLPES DE VISTA

La fascinación de un género artístico, el paisaje, que se inició en conjunción con la


ciencia. Una veta para encontrar lo propio.

Durante el siglo XVIII, bajo la influencia del pensamiento ilustrado, apareció en Colombia
el género del paisaje. La Expedición Botánica, cabal representante de la Ilustración, inundó
la sociedad neogranadina con el espíritu de la aproximación a la naturaleza hasta afectar sus
costumbres su territorio y su arte. La fauna nativa se introdujo en la ornamentación de las
iglesias —Santa Clara en Bogotá, por ejemplo—, e incluso los paisajes que servían de telón
de fondo a las estampas religiosas denominadas Milagros se poblaron de caimanes,
culebras, jaguares y en reemplazo de los tradicionales y bucólicos bosques europeos
extraídos de la pintura flamenca surgieron los accidentes de la topografía nacional: los
Llanos, el río Magdalena, las cordillera. A este ánimo de inventado topográfico y
naturalista, se agregó la demanda de cartas geográficas de precisión científica exigidas por
los estadistas españoles que durante el reinado de Carlos III dirigieron la explotación
comercial, agrícola e industrial de los recursos naturales.

La presencia de José Celestino Mutis (Cádiz, 1732-Bogotá, 1808) en Bucaramanga, Girón,


Pamplona y la región del Táchira significó la traducción a nivel regional del nuevo lenguaje
ilustrado ávido de observar, dibujar, coleccionar y clasificar la naturaleza. Seguidores del
pensamiento mutisiano y activos partícipes de la Expedición Botánica fueron, en primer
lugar, su pariente político Eloy Valenzuela y sus sobrinos Sinforoso y José Mutis
Consuegra.

La estética originada en la conjunción ciencia-arte tiene en Eloy Valenzuela un gran


exponente. Este gironés —con cuyo nombre se bautizaron varias plantas que figuran en el
panorama botánico universal— formó parte del equipo que bajo la dirección de Mutis
estableció las pautas científicas y artísticas para la elaboración de los iconos botánicos.
Sinforoso encabezó una comisión que, en viajó hacia Cartagena y La Habana, herborizó y
dibujó numerosas plantas nativas de los actuales departamentos de Santander y Norte de
Santander, cuyos caminos había transitado años atrás el sabio gaditano —cuando estuvo a

109
cargo de la explotación de minas en dicha región. Tuvo también la gloria de culminar parte
de los trabajos de su tío, como El arcano de la quina.

Es indudable, pues, que las provincias santandereanas vivieron como influjo directo de
carácter familiar las muchas aproximaciones a la naturaleza derivadas de la Expedición,
entre las que se contó el hábito de salir a dibujar del natural, con lo cual el paisaje no sólo
revistió interés en tanto recurso para el progreso económico sino que fue temprana fuente
de admiración estética.

VERSUS EN ARMONÍA

Superadas las luchas por la independencia, algunos viajeros que a imitación de Humboldt
proyectaban publicar las memorias de sus travesías, recorrieron la región con ojos
positivistas e hicieron anotaciones de corte periodístico sobre su industria, su producción
agrícola o sus costumbres. Fueron ellos Gaspar Mollien, en 1823; en el mismo año,
Mariano de Rivero, Jean Baptiste Boussingault y otros miembros de la comisión científica
que venía desde Francia a establecer en la capital la Escuela de Minas y el Museo Nacional;
y durante la década de 1830, el comerciante inglés Joseph Brown.

Juan María Céspedes, sacerdote, botánico y docente al igual que Eloy Valenzuela, no limitó
sus observaciones al reino vegetal sino que, en el marco de una experimentación
antropológica, se consagró al estudio de las costumbres de las tribus indígenas e intentó,
hacia 1837, aplicar un proyecto pedagógico entre las tribus no reducidas del Opón y el
Carare, cuya sede fue el Socorro.

Progreso versus tradición, fue el conflicto capital que polarizó al país a mediados del siglo
XIX. La Comisión Corográfica —estudio del país región por región— logró armonizar la
postura positivista con el recuento de los valores tradicionales, dado que esto último
equivalía a su perpetuación. La Comisión se inició en los primeros días del mes de enero de
1850 en las Provincias de Norte —actuales departamentos de Cundinamarca, Boyacá y
Santanderes. Su director, Agustín Codazzi, y Manuel Ancízar, encargado de elaborar la
memoria escrita de la expedición, recorrieron estos territorios sobrecogidos por el asombro
y la admiración; un año después se vincularon el pintor venezolano Carmelo Fernández y el
joven botánico José Jerónimo Triana quienes se contagiaron del alto vuelo de espíritu de
sus directores.

Sin duda, ser pintor de paisaje en un país y en una región en los cuales la naturaleza pródiga
asedia por todos los puntos cardinales, representa una opción difícil. Es posible que frente a
tal exuberancia y riqueza, la imaginación y la fantasía se debiliten y la capacidad de
selección se pierda. Sin embargo, los paisajes abruptos de la Cordillera Oriental se
condensan en las acuarelas de Fernández y en la frase de Ancízar: Un simple lecho separa
lo bello de lo terrible.

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El acto de contemplar, propio del romanticismo, fue tarea esencial de la Comisión: “Mirar
aquel conjunto grandioso de animación y soledad, la exuberancia de la vegetación, la
grandeza de las serranías estrechaban el espacio, [...] la pequeñez del hombre en presencia
de la naturaleza salvaje que parece desafiar el poder de la inteligencia”. Estas expresiones,
al ser interpretadas por el pintor, produjeron notables acuarelas de la región. La Vista de
Cachirí y los Callejones de Ocaña, son auténticos paisajes dignos del pintoresquismo inglés
y del romanticismo alemán. Los lugareños quizás vieron al artista en el proceso de dibujar a
la acuarela sus castas y tipos, sus santuarios indígenas y republicanos, su arquitectura sus
vías de comunicación, sus puentes temblorosos de bejucos. Seguramente observaron con
curiosidad a Ancízar cuando criticaba la fealdad de las imágenes de ciertas iglesias o su
deleite en una fonda cercana al Socorro, cuando encontró en las paredes una interpretación
en ocre y bermellón de la imagen de América coronada de plumas que miraba a Europa con
ojos tiesos y espantados.

AMPLITUD QUE ELEVA

Sólo al finalizar el siglo XIX se entendió el género de paisaje como una apropiación
sensible despojada de todo carácter utilitario o, según la definición de Joachim Ritter, como
el momento en el cual el hombre se torna hacia la realidad sin una finalidad práctica, en
una contemplación libre y gozadora.

De la primera Junta Auxiliar (1888) de la Escuela de Bellas Artes de Bogotá (1886),


formaron parte dos artistas santandereanos: el grabador Froylán Gómez y el fotógrafo
Demetrio Paredes. Dicha junta reglamentó la Cátedra de Paisaje y en su instalación se
escuchó el discurso del poeta Rafael Pombo, quien reclamó con urgencia el aprendizaje del
género por considerarlo la especialidad del pintor americano sin temor de competencia en
el mercado europeo.

La cátedra de paisaje y el cultivo del mismo se convirtió en una salida armoniosa para los
artistas, atrapados entre la anhelada academia ya pasada de moda y los planteamientos
modernistas que enseñaba el pintor Andrés de Santa María, encargado principal de esta
asignación. La amplitud del género permitió tanto la experimentación como el rigor
académico. A este último se le designaron funciones tales como narrar gestas históricas de
la cual es buen ejemplo la Alegoría a Mercedes Abrego, de Marco Aurelio Lamus.

En el medio artístico, la teoría según la cual el paisaje era un estado de ánimo sirvió de
colofón a los dos últimos años del siglo. Hacia 1904 ya la controversia había sido
capitalizada por la redefinición de lo bello y lo emotivo; cambio que evidencia un período
de transición ideológica: el paso de la filosofía positivista a la búsqueda de la renovación
espiritual preconizada en el Ariel de José Enrique Rodó. El rechazo al utilitarismo condujo
inevitablemente a los intelectuales a revisar los valores del paisaje, de la arquitectura, de las
costumbres.

111
Uno de los inmediatos beneficiarios de la nueva situación del paisaje y de la docencia de
Andrés de Santa María fue el pintor Domingo Moreno Otero, quien, imbuido de los colores
y el estilo modernista, emprendió un proceso de reinterpretación de los paisajes del Socorro
y Bucaramanga; con pinceladas amplias, verdes viridianos y azules violáceos inició desde
la Escuela de Bellas Artes de Bucaramanga una aproximación al paisaje abrupto, a la
cultura del precipicio y a los cultivados minifundios que conforman el nororiente
colombiano.

DE VUELTA A LA PROVINCIA

El éxito del género de paisaje era rotundo. Lo corroboraba su difusión. O al menos lo fue,
hasta el momento en que los críticos de la capital de la república comenzaron a poner en
cuestión la capacidad de los artistas de mirar de dentro hacía afuera.

En esa lucha entre nacionalismo y acratismo estético, entre academia y vanguardias —


modas— europeas, el paisaje fue perdiendo terreno hasta recibir el golpe de gracia con la
inminente derrota que significó la ausencia de premios a una obra del género en el Salón
Anual de Artistas Colombianos (1940). Rechazado por los círculos capitalinos, el paisaje se
refugió en la provincia donde encontró sociedades amables que lo solicitaron porque en él
se veían reflejadas. Este fenómeno de descentralización, de retorno al núcleo provincial,
explica el éxito y la permanencia de artistas como Segundo Agelvis, quien se convirtió en
intérprete de sentimientos y gustos regionales.

Agelvis encarnó una tradición pictórica que durante las últimas décadas ha impregnado
también el ámbito de la fotografía. Jóvenes como Oscar Martínez y Freddy Barbosa
practican a través de la lente el culto al paisaje, y en su ejercicio perdura la búsqueda de
identidad.

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FOTOGRAFÍA EN ORÍGENES

Siempre al tanto de las innovaciones en fotografía, el Gran Santander se destacó por


su experiencia y actualidad en el arte, reflejadas en personas inquietas y atractivas
imágenes.

Francia da a conocer al mundo en 1839 el descubrimiento del daguerrotipo, resultado de las


investigaciones de Niépce y Daguerre. Dos años más tarde el pintor Luis García Hevia es
premiado en Bogotá por sus ensayos en daguerrotipo (El Constitucional, Bogotá,
diciembre 1841). Es probable que hubiese aprendido la técnica del Barón Jean Baptiste
Louis Gros, diplomático francés a quien se le atribuye la introducción de la fotografía en el
país.

Hacía 1847, Luis García Hevia viajó a Santander, tierra natal de su esposa, a la novedad.
“Las gentes del pueblo miraban la operación de los retratos como una cosa misteriosa, y se
confirmaban en su creencia cuando veían que el retratista cubría la máquina con un paño
negro y que luego cuidaba siempre ocultarse en un cuarto oscuro, de donde salía a poco
rato, con el retrato ya formado”. (José Joaquín García, Crónica de Bucaramanga).

Otro aporte de gran significado para la historia de la fotografía en Santander lo hicieron don
Victoriano de Diego Paredes y sus hijos entre 1856 y 1860 en el Establecimiento de
Educación que fundaron en Piedecuesta. Ofrecieron a los alumnos de la cátedra de química
—que dirigía Demetrio Paredes— la posibilidad de elaborar daguerrotipos. Al finalizar el
año los alumnos debían exhibir algunos ensayos fotográficos (A Los Padres de Familia,
minutas condiciones para la Admisión de Alumnos en el Establecimiento Paredes e hijos,
1859).

Los daguerrotipos son imágenes únicas, algunas veces iluminadas, que se hacen visibles al
mirarlas desde cierto ángulo. Guardadas en pequeños tafiletes muestran damas y caballeros
de Bucaramanga, Pamplona, El Socorro y Piedecuesta posando con trajes y tocados
europeos propios de la década de 1840.

113
SE INAUGURA UNA ERA

Pronto fueron introducidas nuevas técnicas como el ambrotipo. La imagen conservada en


tafiletes tenía un menor costo y la ventaja de poder ser observada desde cualquier lado. Luis
García Hevia, Demetrio Paredes, Domingo de la Rosa y algunos fotógrafos viajeros
captaron a damas, caballeros y niños en actitudes más espontáneas y en atuendos
informales que incluían ruanas y una variedad de sombreros que perdieron vigencia en el
siglo XX.

El proceso del colodión húmedo —dado a conocer por Demetrio Paredes— y la tarjeta de
visita, inauguraron la era del retrato en Santander. La economía, la rapidez y la ventaja de
obtener múltiples copias encontraron respuesta en la invención del francés Adolphe
Disdéri, quien patentó el método de hacer virios retratos en una sola placa.

Las imágenes (9x6 cms. aprox.) en color sepia montadas sobre un cartón, muestran a los
santandereanos posando de cuerpo entero, en escenarios con telones pintados que sugieren
bosques y jardines, muebles y objetos europeos. Se conservaron en álbumes importados
que comenzaron a llegar al país hacia 1860. Igualmente se inició el intercambio y la
colección con familiares, parientes y amigos. Este procedimiento fue traído a la región
posiblemente por Demetrio Paredes y García Hevia hacia 1859. Para gobernantes y figuras
prominentes del Estado Soberano se utilizaron viñetas, las cuales confieren una mayor
individualidad y un toque de elegancia.

Demetrio Paredes utilizó el formato de tarjeta de visita como propaganda política cuando
incluyó la alocución que su padre don Victoriano de Diego Paredes dirigiera a los
santandereanos en su posesión como Presidente del Estado Soberano en 1867.

Pronto surgieron fotógrafos que abrieron sus estudios o viajaron hasta las más apartadas
poblaciones de la región para captar imágenes en las que se sustituían los telones por
escenarios naturales, los muebles europeos por los taburetes y los trajes europeos por los
nacionales.

En el año de 1890 existían en las provincias de Santander quince estudios fotográficos, de


los cuales dos se localizaban en Chinácota, dos en Pamplona, dos en San José de Cúcuta,
dos en el Socorro y uno en Ocaña (Cala Roso). Ocho años más tarde figuraban 61 estudios
fotográficos en 16 municipios colombianos, de los cuales 11 se situaban en Santander,
informe que demuestra la acogida que tenía la fotografía como retrato.

APORTE ITALIANO

A Cúcuta llegaron procedentes de Italia los fotógrafos Vicente Paccini, Quintilio Gavassa
Mibelli y los hermanos Antonio y Juan Faccini. Faccini se anticipó a la visión aguda del
reportero gráfico al documentar la ciudad de Cúcuta antes y después del terremoto de 1875.

114
Las fotografías de los hermanos Faccini se destacan por los escenarios cuidadosamente
elaborados, que además incluían plantas naturales.

Antonio Faccini alternaba sus labores fotográficas con la decoración de escenarios, y por
ello su nombre está vinculado a la decoración del teatro Colón en Bogotá. En 1883,
Quintilio Gavassa constituyó con el comerciante italiano Francesco avalle una sociedad con
el fin de especular con una máquina fotográfica, quedando el joven fotógrafo “obligado a
servir con la mayor actividad para que produzca los resultados más convenientes, pudiendo
trasladarse a los puntos que estime conveniente para ejercer su profesión”. (Archivo
Notaría Primera de Bucaramanga).

Su actividad fue realizada inicialmente en Pamplona y luego en Bucaramanga, de inauguró


un estudio con accesorios lujosos y telones importados. Gavassa convirtió en el testigo
ocular de los hechos que documentan la vida y la evolución de la ciudad. Como reportero
gráfico, al igual que Nazario Flórez en Pamplona, produjo una privilegiada documentación
sobre los combatientes la guerra de los mil días.

NO SE DETIENE

De la mano del siglo XX entraron novedosos equipos y se simplificaron las técnicas.


Gracias a ellos se multiplicaron y especializaron los estudios profesionales.

En Cúcuta, para 1912, los fotógrafos Cárdenas y Briceño se dedicaron a la


fotografía infantil: “por muy pequeños e inquietos que sean quedarán bien corregidos los
movimientos y defectos en la impresión del rostro,” (El Artesano, San José de Cúcuta).
Entretanto, ganaron en lujo y variedad los telones pintados utilizados durante las sesiones
fotográficas para la elaboración de tarjetas de visita. Aun cuando muy pronto estas fueron
reemplazadas por los estilos Boudoir, París y Tarjeta Postal que se conservaban en cartones
plegables decorados con atractivos intaglios y que aparecieron con la variación de los
tamaños de los formatos fotográficos.

Entre las nuevas técnicas introducidas al retrato, la iluminación y el retoque exigían


destreza y aguda observación.

En San Gil y en el Socorro se destacó la pareja formada por Moisés Berbeo y Juan
Nepomuceno Gómez, éste último natural del Socorro y quien habría de convertirse en el
talentoso retratista de la década de los años treinta en Bogotá. Utilizaron el montaje para
reunir en un mismo grupo a los parientes dispersos.

Es justo destacar por su calidad y buen gusto a los estudios de Eulogio Cabrales en Cúcuta,
de Delfln Quintero en Pamplona, y en Bucaramanga los de Quintilio y Rafael Gavassa,
Carlos Liévano y los conformados por los miembros de las familias Serrano y Navarro,
quienes por más de setenta años han mantenido allí su tradición fotográfica. Además de

115
retratos se especializaron en tarjetas postales, las cuales gozaron de gran popularidad a
partir de 1910.

La reportería gráfica que se inicia hacia el año de 1920 tiene inherente un nuevo concepto
de información. Ya no será la nitidez de la imagen, la composición o el contraste lo que
más habrá de tenerse en cuenta, sino el momento preciso de la toma y el impacto que
producirá posteriormente en el espectador desprevenido. Dentro de la larga lista de
importantes reporteros sobresalen los trabajos de Floro Piedrahita, quien por sugerencia del
líder sindical Raúl Eduardo Mahecha se trasladó de Medellín a Barrancabermeja para
documentar el malestar social de los años veinte que tendría trascendentales repercusiones
en la vida nacional.

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Literatura VIAJE UNIVERSAL

Una sala obra puede perpetuar en la memoria de las pueblos a una región o un país.
Dos novelas y dos poetas inscriben a Santander en el ámbito de una historia cultural
de América Latina.

ABIERTA A LA AVENTURA

Parece inevitable, al hablar de literatura en Colombia, empezar con La otra raya del
tigre de Pedro Gómez Valderrama (Bucaramanga, 1923-Bogotá, 1992). En la excelente
novela se recrea la historia de Santander en el siglo XIX; se materializa el espíritu
romántico de un hombre que además de enfrentar la aventura vive la tragedia de un exilio
forzoso. Una pasión amorosa y el ideal de un país liberal lo conducen a un peregrinar por
diversas tierras hasta que encuentra un asidero para vivir acorde con sus ideales.

La otra raya del tigre trasciende la literatura santandereana recreando paradójicamente la


figura de un alemán: Geo von Lengerke. Pero es que en ella se reconstruye un pasado con
la apropiación artística de una novela que deleita al lector en la aventura pausada, llena de
leyenda, ensueño y erotismo. La novela es el goce de un viaje por el Río Grande de la
Magdalena, es la mirada atónita de unos extranjeros ante la exuberancia de la vegetación y
la feraz fauna de un territorio embrujado por la magia de sus hombres y el colorido del
paisaje. Es el sitio perfecto para un romántico.

Dice la novela: “Con la pasión amorosa se mezclaba de manera entrañable la pasión


política. Cuando llegaron a Alemania los vientos del 48, la onda liberal (que es sin duda la
que coincide más hermosamente con la onda amorosa por la desmesura de la generosidad),
yo era, a un tiempo mismo, el enamorado que se jugaba una vida que tenía en poco aprecio
y el conspirador que buscaba una Alemania mejor”.

Lengerke y La otra raya del tigre, metaforizan el espíritu de un pueblo que antepone su
tenacidad a cualquier adversidad. Es una novela que combina lo histórico —las guerras
civiles y las debilidades de un gobierno central— con la noción de la nueva novela en
América Latina, esto es: conjugar diversos planos, meter al lector en un juego de espejos
por donde el erotismo es parte complaciente de la mirada escrutadora del buen salvaje,
quien se siente embrujado por las notas musicales de un piano o la deificación de una mujer
tan terrenal como las nuestras pero con el encanto de la extranjera. La Nodier paraliza a los
117
hombres por su desparpajo y la fingida inocencia de un cuerpo que se siente asediado por la
lujuria de los hombres del trópico. Por eso hablar de la literatura santandereana es evocar la
leyenda de Lengerke y no es paradójico porque en él y en la novela de Gómez Valderrama
se universaliza la cultura de esta tierra abierta a todo aquel aventurero que traiga el ideal del
progreso y cultura.

ABSURDOS Y REALIDADES

En 1972 con Jesús Zárate Moreno (Málaga, 1915-1967) se vuelve a repetir la historia de
Giuseppe Lampedusa y el Gatopardo: gana el premio literario de Planeta en España con La
cárcel, pero el ganador está muerto. La novela se agota en una semana, se venden 55 mil
ejemplares y entre noviembre y diciembre de 1972 se agotan cuatro ediciones en Europa.
¡Mientras en nuestra propia tierra Jesús Zárate sigue en el olvido!

Su obra narrativa compuesta por cuentos —No todo es así— y dos novelas —El cartero y
La cárcel—, muestra la depuración en el lenguaje y a un escritor pulcro, elocuente y
cargado de una inmensa cultura.

Específicamente, La cárcel recrea la problemática de una época, la injusticia, pero de una


manera existencial. El absurdo de un hombre —Antón Castán—, detenido y encarcelado
durante tres años por el único delito de o haber cometido delito, es la sátira elegante,
metaforizada y cargada de humor negro contra la institución carcelaria y contra los
hombres que administran injusticias. En su lectura se recrean otras. Se evocan escritores
como Franz Kafka, Fedor Dostoievski, Albert Camus y, a partir del humor negro, la
corriente surrealista.

La novela de Zárate Moreno revive la angustia de unos hombres confinados a reflexionar


sobre la libertad; pasea al lector por la sordidez de los espacios quejumbrosos, oscuros y
llenos de desesperanza muy al estilo de Humillados y ofendidos y Recuerdo de la casa de
los muertos. Los personajes de La cárcel alimentan esperanzas en el absurdo de regar una
rosa artificial que quizás algún día adorne el féretro de uno de ellos; se distraen al evocar la
libertad con el único ser que viene desde la calle, desde la libertad: una rata. Ella es el
aliciente para unos personajes que se desdibujan en la oscuridad y la lobreguez de una
celda. Dice Antón Castán en el diario que escribe: “Nos encontramos en el patio, a la hora
del sol. Al turno del descanso lo llamamos la hora del sol, aunque con mucha frecuencia a
esa hora no haya sol en el patio.

La novela es la lectura de un diario. Es dramatizada sobre otra y en ese juego de textos uno
puede intuir fácilmente El proceso, la novela de Kafka. El lector se sumerge en el drama de
la libertad, allí, en ese espacio, se aprecia cuánto vale, cuán importante es la vida, observar
el sol y sentir que la mirada se pierde en las cuatro paredes que oprimen la dignidad de los
hombres. Hay un mensaje pletórico de imágenes desconsoladas. Rigurosa en el absurdo

118
parece que La Cárcel juega también a vivir en el absurdo de un olvido o de un
desconocimiento.

Zárate Moreno se propuso con su obra universalizar la literatura colombiana, pues su


maestría técnica, el efecto y suspenso cargado de ironía nos presenta al escritor de oficio,
preocupado en rescatar lo más sutil de su entorno para hacer lo complejo, ambiguo y
metafórico. Así es nuestro gran escritor; para que ojalá un lector culto, ávido de nuevas
sensaciones encuentre en él la placidez y el gusto de leer una gran obra literaria.

DE ENTRADA AL UNIVERSO

Nuestro viaje literario se detiene en la prestancia de dos poetas: Jorge Gaitán Durán
(Pamplona 1925-1962) y Eduardo Cote Lamus (1928-1964); junto a ellos creció y se
desarrolló la Revista Mito, la cual le dio el nombre a esa generación que ahora proporciona
un sitial importante a Colombia en el panorama de la literatura universal.
Con Mito maduraron escritores como García Márquez, Gutiérrez Girardot, Alvaro Mutis,
Hernando Valencia Goelkel entre otros.

La Generación le abre las puertas a la cerrada cultura colombiana de las décadas de los
cincuenta y sesenta. Gaitán Durán y Cote Lamus viajaron desde la provincia
nortesantandereana para inyectarle aires renovadores a la amodorrada y adocenada Atenas
suramericana —qué título más engañoso!— y con ellos Colombia despierta a las urgencias
de una vanguardia literaria.

Fue Gaitán Durán el primero en presentar lo más nuevo de la literatura europea. Trae los
escritos de Georges Bataille y luego las lecturas psicoanalíticas, el pensamiento de Sartre,
tan leído en Europa en dichos años, y virtualmente el surrealismo que tuvo su aceptación en
Colombia con la Revista Mito.

La presencia de Gaitán Durán y Cote Lamus depuró la poesía cargada de añoranzas


terrígenas, de ampulosos latinazos y de escuetos versos al amor eterno. La Generación de
Mito puso en contacto a Colombia con el resto de los países latinoamericanos; escritores
como Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Lezama Lima cedieron en las ideas de considerar a
Colombia como un país de incultos poetas.

La poesía de Gaitán Durán limpia al verso colombiano del falso pudor y trasciende en la
exaltación cuidadosa del cuerpo:

Dos cuerpos que se juntan desnudos solos en la ciudad donde habitan los astros inventan
sin reposo el deseo. Eran versos que asaltaban la sinrazón de una Colombia castigada por la
moralidad de una iglesia avejentada y la crueldad de una violencia irracional. Los versos de
Gaitán Durán son una llamada a la renovación, son la invocación a la libertad, a la creación
poética cargada de imágenes actuales, virtuales y con el mensaje del cambio, de la
actualización.

119
Ya León de Greiff lo había hecho de una manera solitaria, parecía una llama al viento
huracanado del atraso literario. Pero es con Gaitán Durán y Cote Lamus que la literatura
colombiana se instala en el siglo XX. Su experiencia sirvió de ejemplo al espíritu
iconoclasta del poeta antioqueño Gonzalo Arango y su grupo nadaísta y con ella se
demuestra que para universalizar la literatura de una región no se necesita hacer un
inventario de sus costumbres, de sus formas de pensamiento; sino enaltecer en profundo el
sentimiento de una cultura. Es el trabajo constante sobre el quehacer literario, es trascender
esos espacios e instar a su entorno a que se coloque en la dimensión plural del pensamiento.

La poesía de Eduardo Cote Lamus se coloca en esa tónica. Está cargada del sentimiento por
la vida, el amor, la añoranza de un paisaje diluido en las brumas de la cordillera, de un
pasado en las imágenes de la infancia. Es un viaje entre la leve alusión a los estoraques, a la
visión de las colinas que circundan la ciudad y la vida del poeta en Europa:

Vengo de la casa que antes tuvo nieve para volverse llanto al pie de la colina.

En otro poema dice:

Pero el tiempo en Berlín cae igual que una piedra sin esperanza en la soledad.

Son los contrastes que se imbrican en un mismo sentir poético, es el sabor a la distancia que
se recobra en la palabra evocadora de espacios entre el sueño y el amor.

120
La música MEMORIA Y OLVIDOS

CAMINO DE ANALOGÍAS

Santander es la primera región en el gigantesco corredor de la geografía de la cordillera, vía


necesaria de la civilización hacia el altiplano cundiboyacence, centro de la cultura chibcha
durante el período precolombino. Y es la primera en el camino de las analogías que permite
adentrarse en la historia de la música. Allí los ceremoniales —el de la muerte, por ejemplo,
tan importante en los santandereanos precolombinos y evidente en el refinamiento del
tejido, de la momificación de los restos, del concepto de la protección de los restos; o los
relacionados con los astros, las siembras, la bóveda celeste, las tragedias de la guerra—
debieron acompañarse de música y danza en un estado primitivo y todavía muy fuertemente
conectadas con el ejercicio de la magia y la superstición. En el estadio de la organología,
habría algunos artefactos que acentuaron los ritmos, el dominio del aire entubado dentro de
flautas y caracoles y seguramente el canto, que es una manifestación casi inconsciente de la
civilización en estado primitivo.

También el paisaje debió inspirar música. Tan diferente del verde de la sabana, esa silueta
de nuestras montañas que se alza imperiosa. Más triste o más alegre que la del altiplano,
pero muy diferente de esa que describe la crónica de la conquista cuando cantaban al son
de unas flautas o fotutos tan melancólicos y tristes que más parecían música del infierno
que de este mundo.

Los guanes, suicidas ante el conquistador, quizás se expresaron musicalmente. La fuerza


del paisaje de Santander y la sanguina de la tierra, apenas pueden compararse con las
imperiosas cumbres de los centros ceremoniales Incas, de caminos eternos entre Machu-
Pichu y Huaína-Pichu, cuyo silencio tan sólo profanaba el canto de las fustas, vírgenes del
sol en las brumosas cumbres de la historia.

Luego de la conquista se borró cualquier lazo con el presente. Nada sobrevoló las barreras
del tiempo en la tradición oral. Ningún pictograma sobre la roca insinúa un camino y el

121
conquistador español —o el alemán que también llegó a Santander— no dejó registro de
una manifestación demasiado hermética para ser tenida en cuenta.

CUENTAN LOS CRONISTAS

El alud conquistador y civilizador estuvo animado por el sonido lánguido de la vihuela, el


sugestivo de su parienta la guitarra andaluza, el brillante de la pandereta y el penetrante de
la castañuela. Esas las músicas de la calle, del jolgorio, de la llegada de la noche.

Paralelamente la Iglesia puso sus picas en Flandes. Aún hoy se alzan las iglesias sobre el
perfil de los pueblos santandereanos, y ello contrasta con la depredación de sus coros. No
queda rastro de los órganos —que los hubo españoles y también fabricados por
organeros luthiers criollos— pero el corpus musical debe reposar en los archivos. Lo que sí
se sabe con certeza es que los artistas locales ampliaron el repertorio siguiendo modelos
españoles a los cuales integraron instrumentos propios.

Pero de ese pasado tampoco quedan demasiados testimonios.

Del lugar que ocupó la música en la vida colonial llegan referencias no muy exactas. El
Girón de 1708 celebró el nacimiento del infante Luis Felipe con saraos y música de
vigüelas, castañetas, sonajas, clarines, caxas y otros instrumentos de pífanos y trompetas.

La primera mención concreta —y conocida— sobre la música en Santander es de finales


del siglo XVIII. Habla de las espléndidas celebraciones que en el Socorro se realizaron
entre el 7 y el 15 de febrero de 1784 con motivo de nombramiento como Virrey y Capitán
General de Santa Fe del arzobispo Antonio Caballero y Góngora. Se cuenta que hubo toda
suerte de manifestaciones escénicas: teatro (Caer para levantar, Con amor no hay amistad,
Primero es la honra), un sainete y una zarzuela (El veneno de la hermosura).

Con respecto a la zarzuela, la crónica abre los ojos sobre la vigencia de un género ya de
moda en España, que apenas empezaba a liberarse de la rigidez de temas mitológicos y
entraba en una temática costumbrista. La obra subió a escena con una mezcla de actores y
cantantes venidos en su mayoría de Santa Fe y la parte orquestal estuvo a cargo dc la
orquesta de música de los caballeros aficionados. Para la época, Socorro —una de las
poblaciones santandereanas más importantes del Virreinato—contaba con una agrupación
adicional, un conjunto de música de clarines, trompetas, vihuelas y violines.

Hay más todavía acerca del repertorio interpretado. El relato habla claramente de
las deferencias, la forma musical que en España antecedió a la variación, tan en boga en la
Europa del clasicismo. Además cuenta que a mediados del mismo siglo se fabricaban
vihuelas en Mogotes.

De resaltar el lugar prominente que ocupaba el baile se encarga el historiador Enrique Otero
D‟Costa. Se refiere a que en el paseo ofrecido a Bolívar en la, hacienda de El Cacique —

122
durante la estadía del libertador en Bucaramanga— se bailó La Cachucha, música que en
tradición oral alcanzó las primeras décadas del presente siglo, pero que inevitablemente
desapareció.

Otros cronistas escriben sobre los primeros años de la Independencia, que estuvieron
animados por compañías itinerantes, fundamentalmente españolas. Dicen que en 1864 se
presentó en Bucaramanga la soprano Eugenia Bellini, cuyas arias de ópera y romanzas de
zarzuela marcaron toda una época. Tres años después fue reemplazada en la imaginación de
las gentes por el español Emilio Toral y su esposa. De Toral se dijo que fue el mejor artista
oído en la ciudad durante el siglo XIX.

Para el año de 1893, don Anselmo Peralta levantó el coliseo de la ciudad con doble fila de
butacas y su inauguración estuvo en manos de la Compañía Azuaga. Todavía está en pie el
Coliseo Peralta. Además, el fin del siglo y las primera décadas del XX estuvieron
dominados por la figura de Alejandro Villalobos (1875-1938), autor de un corpus musical
considerable que incluye la Obertura del Sueño, para orquesta Sinfónica.

BIBLIORAFÍA

Banco de la República, Área cultural de Bucaramanga. Catálogos de las exposiciones de


artistas santandereanos en las décadas de 1960 y 1970. Bucaramanga, 1989 - 1991.
Gala, Marina González de y González Aranda Lucila. Antología de 365 años de arte en
Santander, Banco de la República, Área cultural de Bucaramanga, Bogotá, 1981.
Gala Roso, Informe del secretario de Hacienda. Informe del Gobernador a la Asamblea de
Bucaramanga, abril 30,1890, Imprenta del Departamento.
Cantini, Jorge Enrique. Pietro Cantini Semblanza de un arquitecto, Editorial Presencia,
Colección Corporación La Candelaria, Alcaldía Mayor de Bogotá, 1990.
Cote Lamus, Eduardo. Estoraques, Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, 1963.
García, José Joaquín. Crónica de Bucaramanga, Imprenta del Departamento,
Bucaramanga, 1944.
Gómez Valderrama, Pedro. La otra raya del tigre, Siglo XXI, Bogotá, 1977.
González de Gala, Marina. Fotografía en el Gran Santander, Banco de la República,
Bogotá, 1990.
López Barbosa, Fernando. Nuevos artistas de los Santanderes, Edinalco, Medellín, 1989.
Serrano, Eduardo. Historia de la fotografía en Colombia, Museo de Arte Moderno Bogotá,
O. R Gráficas. 1982.
Zárate Moreno, Jesús. La cárcel, Editorial planeta, Barcelona, 1976.

123
IV REGIÓN CUNDIBOYACENSE

124
6. POBLAMIENTO

El espacio nos habita

Se muestra el proceso de poblamiento a la luz de la etapas seguidas por la humanidad. Los


hombres ocuparon los mejores espacios para solventar sus necesidades básicas; luego los
defendieron hasta formar territorios; con el desarrollo social se formaron jerarquías
políticas y ellos engendraron nuevas formas de apropiación del espacio. Luchas internas y
adelantos tecnológicos, conducen a la reubicación y ampliación de fronteras.

Fotografía archivo El Espectador

María Luisa Sotomayor: Antropóloga, Instituto Colombiano de Antropología, ICAN.

125
EN TORNO AL LUGAR

La mejor elección resultaba del bienestar ofrecido por los climas y los recursos del
territorio que aquí se describe: un escenario natural y milenario que invita a mirar
atrás.

La región cundiboyacense se caracteriza por tener una parte central o altiplanicie rodeada
por montañas que son fronteras naturales y descienden hacia valles cálidos. Varias zonas de
sabana resguardadas por alturas de paisaje paramuno conforman el altiplano: hacia el
occidente las elevaciones pierden altura a través de ramales montañosos longitudinales —
paralelos al eje de la cordillera— que conforman valles tectónicos hasta llegar al del río
Magdalena. Esta franja presenta climas cálidos entre secos y húmedos. El descenso hacia la
vertiente oriental —las llanuras orientales siempre húmedas— es más pendiente.

UN RECORRIDO NATURAL

El departamento de Boyacá puede conocerse a partir de nichos ecológicos naturales


(Revista Anales de Economía y Estadística, 1953).

Valle del Magdalena. Es bajo y plano, de conformación selvática y pantanosa. El subsuelo


es rico en hidrocarburos.

Vertiente occidental. Está compuesta por numerosas serranías y su principal accidente lo


forma la hoya del río Minero. Aquí se encuentran las famosas minas de esmeraldas de
Muzo y Coscuez.

Valle de Chiquinquirá. Es la prolongación del valle de Ubaté. Lo encajonan las cordilleras


del Santuario al occidente y Fandiño y Mazamorral al oriente, todas con elevaciones
mayores a los 3 mil metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m) . Lo riega el río Suárez.

Vertiente de Moniquirá. La baña el río Moniquirá. Está formada por pequeños valles
separados por serranías y alturas paramunas que descienden hacia el valle del Magdalena.
Disfruta de variedad de climas aptos para muchos cultivos.

126
Altiplanicie Central. Se prolonga desde Tunja hasta Soatá. Varios valles la conforman
siendo así una región discontinua: el primero compuesto por la meseta de Tunja, bastante
árida y fría, y los valles de Tundania y Belén, tierras de excelente calidad que cubren las
tierras de Duitama y Sogamoso. El segundo, cubre las regiones de Susacón y Soatá, y el
altiplano se estrecha y desciende hacia el cañón del río Chicamocha; las tierras son de
ladera y en algunos sitios presentan temperaturas de 20º C. La tercera zona son los cerros y
páramos que encajonan el altiplano por el occidente y que sirven de límite con el
departamento de Santander

Altiplano de Ramiriquí. Por allí pasan los ríos Lengupá y Garagoa. No es una planicie
homogénea, sino varios y pequeños valles como los de Jenesano, Ramiriquí, Tibaná y
Turmequé. En esta región se inicia la vertiente oriental.

Región de los Páramos del Cordón Magistral. Se prolonga hasta la Sierra Nevada del
Cocuy. Presenta las mayores alturas del departamento.

El Valle de Tenza. Se caracteriza por ser muy quebrado gracias a las cuencas de los ríos
Súnuba o Somondoco, y Garagoa. Su parte fría pertenece al departamento de
Cundinamarca y la templada a Boyacá.

El departamento de Cundinamarca presenta las siguientes regiones naturales (Hermano


Justo Ramón 1949):

Río Negro oriental. Semeja un triángulo formado por las cordilleras de Cruz Verde, San
Vicente y Chingaza. Está compuesto por valles estrechos y profundos cañones de los ríos
Negro, Cáqueza, Sáname y Blanco.

Sumapaz. La mayoría del territorio del macizo de Sumapaz es montañoso. Se encuentran


allí alturas desde 1.874 m.s.n.m. hasta alturas nevadas de 4 mil 300 m.s.n.m. y algunos
valles estrechos. La temperatura oscila entre los 7ºC y los 27ºC (Guhl, 1972).

Hoya del río Guavio. Se localiza al noreste de la Sabana de Bogotá. La región comprende
todos los climas. La topografía es bastante quebrada alcanzando pendientes hasta del 90%.

Sabana de Ubaté. Es la prolongación de las altiplanicies de la Cordillera Oriental. Presenta


características muy similares a la Sabana de Bogotá (Guhl, 1976) Sabana de Bogotá.
Abarca la parte alta de la cuenca del río Bogotá. Tiene una tensión de 4 mil 250 kilómetros
cuadrados de los cuales 1.200 son totalmente planos (Guhl, 1972).

Hoya del río Negro. En sentido este-oeste es límite entre las regiones de altiplanos y el
Valle del Magdalena y en sentido norte-sur, entre clima húmedo y seco. Su configuración
es quebrada y presenta todas las temperaturas.

127
Región del valle del Magdalena-Girardot. Presenta las características del Valle Magdalena.
Su clima es más seco que al norte.

MEJOR PARA VIVIR

Pare ce ser que la relación entre humedad y temperatura ha sido la variante desde épocas
prehistóricas, utilizaron los pobladores para determinar el mejor clima para vivir. Ellos
definieron que el óptimo se encontraba aproximadamente entre los mil y los 3 mil m.s.n.m.
(Ernesto Guhl, 1972). Quizás ello relación con la elección de los muiscas —pobladores de
la región al momento de la llegada de los españoles— de apropiarse y rebasar el altiplano
boyacense. Así marcaron la pauta para los poblamientos posteriores.

Los primeros cronistas que describen el descubrimiento del altiplano cundiboyacense,


como Gonzalo Jiménez de Quesada y Fernández de Oviedo, mencionan con asombro la
cantidad de población que se asentaba en la zona central Cordillera Oriental.

En términos más generales se puede decir que el entorno físico influyó en el desarrollo
sociopolítico de los habitantes prehispánicos de la región y que el área mencionada se
constituye, desde la época de los muiscas, en el eje central.

128
Hace muchos, MUCHOS AÑOS

En tiempos remotos antes del presente hubo quienes utilizaron de manera espontánea
los recursos del espacio; hombres y entorno fueron cambiando y cambiándose
mutuamente.

CAZADORES Y RECOLECTORES

La elaboración de instrumentos en piedra o hueso para la caza y luego de cerámica asociada


a la actividad agrícola y a la cocción de alimentos cultivados, son rasgos predominantes del
período lítico. Los estudios palinológicos y arqueológicos —las evidencias corresponden a
los primeros hombres que ocuparon este territorio— han permitido conocer una secuencia
climática y cultural para este período, que abarca desde el año 13 mil a.P. (antes del
presente) aproximadamente, hasta el 3 mil a.P. Todos los vestigios encontrados son de la
Sabana de Bogotá, zona apta para la vida humana.

TODO ERA FRÍO

Durante dos siglos el clima fue frío y seco. La línea de bosque comenzaba 1.300 metros
más abajo que en la actualidad y la vegetación correspondía a un páramo. Esta etapa está
asociada al pleistoceno tardío en Colombia y al interestadial de Guantiva, según la
estratigrafía de la Cordillera Oriental (Van der Hammen, 1985).

Los primeros vestigios culturales, corresponden a instrumentos líticos llamados abrienses,


herramientas rudimentarias y muy poco especializadas, hechas a partir de lascas y con
percusión. La industria lítica aparece en éste y otros períodos posteriores.

En el sitio de Tibitó —en la capa cultural más antigua— en el año 11 mil 740 a.P, se
hallaron además instrumentos de hueso, restos de megafauna identificada como
mastodontes (Hoplomastodom y Cuvieronius hyodon), restos de caballo americano (Equus
Anierhipuus lasallei Daniel) y especies menores como venados (Odocoileus virginianus) y
zorros (Cerdocyon Thous) (Correal, 1990:77).

129
ALGO MÁS DE BOSQUES

Del año 11 mil al 9 mil 500 a.P. se conforma el último período del pleistoceno en
Colombia. El clima corresponde a un subpáramo con bosques y áreas de pradera (Correal,
1990). La megafauna se extinguió y abundaron especies menores como venados, curíes y
armadillos.

Hasta este momento los seres humanos aprovecharon los abrigos rocosos como forma de
asentamiento. Su actividad principal era la caza combinada con la recolección. La
organización social se basaba en agrupaciones tipo bandas poco numerosas y seminómadas.
Alrededor del año 10 mil a.P., la Sabana de Bogotá se cubrió de bosques propios de
altiplano como el roble, el encenillo y el aliso (Correal, 1990). Se da comienzo al holoceno
en Colombia. En esta época se intensificaron los procesos de recolección y se redujo la
actividad en los abrigos rocosos. Seguramente se combinaron con otras estrategias de
adaptación usando cobertizos temporales, en épocas de cacerías largas y recolección.

CRECIMIENTO Y MADUREZ

Las evidencias muestran que entre el año 7 mil 500 y el 3 mil a.P., hubo grupos de
cazadores recolectores y algún tipo de agricultura incipiente. Para este momento ya
prácticamente los abrigos rocosos fueron abandonados y se construyeron viviendas en
forma circular sobre terrazas elevadas libres de inundaciones. Los asentamientos pues eran
más estables. A juzgar por el tipo de ritual funerario de entierros colectivos encontrados en
el sido de Aguazuque y el desarrollo de artefactos utilitarios, había una mayor población y
una organización más compleja. La presencia arqueológica de restos de tortuga, caimán y
conchas indican contactos entre el Valle del Magdalena y la altiplanicie oriental (Correal,
1990).

No se conoce si los primeros pobladores del período lítico abandonaron estos sitios de la
Sabana de Bogotá y si fueron reutilizados por grupos nuevos, o si evolucionaron hacia
formas más complejas, apropiándose definitivamente de estos espacios. Las evidencias
arqueológicas no presuponen continuidad.

NUEVAS GENTES

Los desarrollos culturales que se suscitaron desde finales del período lítico
(aproximadamente 3 mil a.P) hasta el muisca (siglo VII d.C.), enmarcan una nueva etapa, el
período Herrera o premuisca, que toma su nombre de la clasificación que se le dio a un tipo
de cerámica encontrada en varios sitios de la región cundiboyacense y parte de Santander

Hacia el año 3 mil a.P. los abrigos rocosos vuelven a ocuparse—después de ser
abandonados—, pero ya no como sitio de refugio principal por cuanto a su lado se
construyen viviendas (Correal y Van der Hammen, Soacha, 1977 y posteriormente Correal
y Pinto, Zipacón, 1983). Los vestigios arqueológicos encontrados corresponden a artefactos

130
líticos abrienses, cerámica Herrera, algunas pocas semillas de tierra fría y otras de aguacate
y batata que suponen contacto con tierra caliente. Hay entonces evidencia de agricultura y
existe la hipótesis de que la Sabana de Bogotá fue reocupada por gentes con tradición
agrícola y alfarera provenientes de las tierras bajas del río Magdalena.

Hoy en día se conocen más de 30 sitios arqueológicos con cerámica Herrera. De ellos sólo
10 se relacionan con abrigos rocosos, que seguramente fueron utilizados como un anexo a
la vivienda construida en cielo abierto. Se ignoran la forma y el tamaño de las casas pues no
se ha podido reconstruir una planta completa. En la huella de algunos postes se han
encontrado huesos de animales.

La dieta combinaba maíz y algunos tubérculos —papa, hibias y chuguas— con la cacería
de venado, conejo y curí. Se elaboraron nuevos instrumentos como hachas, manos de
moler, agujas de hueso. Se explotaron las salinas de Zipaquirá, Nemocón y Tausa que
sugieren trabajadores especializados en cerámica y en la misma industria de sal.

En algunos sitios (Villa de Leyva, Cocuy, Fúquene, Sutamarchán, Tibaná, Paz de Río,
Ramiriquí) se han hallado hileras de piedras verticales cuyo simbolismo y utilidad aún se
desconocen. Parecieran tener relación con observaciones astronómicas.

De gran complejidad es pues este período. El poblamiento siguió la pauta de utilizar


terrazas naturales altas, no anegables, cerca a fuentes de agua y con reutilización esporádica
de las cuevas y abrigos rocosos. La agricultura y construcción de viviendas permite pensar
en un mayor sedentarismo y un crecimiento demográfico difícil de precisar. En
excavaciones llevadas a cabo en los municipios de Mosquera, Madrid y Bojacá, Silvia
Broadbent (1971) encontró sectores con cerámicas hasta de 5 hectáreas de extensión, área
suficiente para la construcción de una aldea. Marianne Cardale (1981) calculó, a partir de
excavaciones hechas en las salinas de Zipaquirá, una población de 35 a 70 personas para
una pequeña área y para el siglo 1 a.C., y para el siglo 1 d.C. concluye que la producción de
sal aumentó considerablemente y estimó una población aproximada de 30 mil habitantes.

131
MAGNITUDES MUISCAS

Los españoles encontraron en el altiplano cundiboyacense una sociedad con un alto


grado de organización social, jerarquizada y centralizada alrededor de caciques.

Centro de los muiscas, habían logrado expandir su dominio a otros menores para formar
confederaciones. Los de mayor rango eran a veces llamados uzaques y/o zaques y estaban a
la cabeza de cuatro confederaciones importantes: Bogotá, Tunja, Duitama y Sogamoso.
Eran muy respetados y tenían gran autoridad; se les homenajeaba con regalos, la hechura de
su casa y la labranza que ellos que retribuían con gran generosidad a través de fiestas,
presentes y comida, y en muchas ocasiones en una cantidad mayor a la que recibían. Era la
forma de conseguir prestigio y afirmarse como señores principales.

La confederación de Bogotá era la más poderosa y grande del territorio muisca a la llegada
de los españoles, pero parece que este dominio lo había logrado pocos años antes de la
conquista el cacique Suguanmachica (1470-1490) quien empieza a expandir su territorio
mediante campañas bélicas contra Fusagasugá, Guatavita, Ubaque y Tunja. Para 1536, ya
Bogotá había logrado sujetar a los tres primeros poblados.

Dos tipos de capitanías eran la base de la sociedad muisca. Las de menor categoría se
llamaban Utas y unión formaba capitanías mayores o Sybyn. Es probable que estas
unidades sociales se hayan homologado en la Colonia con el término
de parte o parcialidad. La unión de capitanías formaba la unidad cacical.

Los cargos de caciques y capitanes se heredaban a los hijos de hermana mayor, es decir, al
sobrino por línea materna, que necesariamente pertenecía a una determinada capitanía
formada por grupos de parentesco matrilineal exogámico con un territorio propio. La
pertenencia a la capitanía la daba la madre. Los muiscas estaban ligados a un territorio
específico por pertenecer a una determinada capitanía y no al revés, como sucede en una
formación estatal. A partir de las capitanías se organizó el poblamiento, la territorialidad, la
propiedad comunal de la tierra y en general la estructura socio-política de los cacicazgos
muiscas.

132
POBLACIONES DERRAMADAS

Muy sorprendidos quedaron los españoles cuando encontraron en el altiplano


cundiboyacense tantas poblaciones. Así lo dejan ver los primeros cronistas en sus relatos.

“Hase de presuponer queste dicho Nuevo Reino de Granada, que comienza pasadas las
dichas sierras de Opón, es toda tierra rasa, muy poblado en gran manera, y es poblado por
valles. Cada valle es su poblazón por sí.” (Epítome, 1547).

“Es la tierra toda allí dividida en provincias y valles, y cada señor tiene su valle, el valle y
el señor un mismo nombre; y es señor según su calidad. Hay señor de diez mil vasallos, y
tal que tiene veinte mil, y otros de a treinta mil; y tiene cada uno sus poblaciones
derramadas por sus valles y territorios, de diez, de veinte, de treinta, de ciento, e mas e
menos casas cada pueblo, como es la disposición y más fertilidad de la tierra.” (Oviedo,
1548).

Los muiscas combinaban dos formas de poblamiento: nucleado y disperso. Los sitios de
vivienda —tal como lo ha encontrado la arqueología y de acuerdo con una extensión— eran
agrupaciones tipo aldea. Pero además existen huellas de pequeñas habitaciones de planta
circular dispersas en el paisaje. También algunas crónicas y documentos de archivo hacen
mención a estas viviendas aisladas.

Sin embargo quedan algunas preguntas sin resolver acerca de sus asentamientos; ¿quiénes
vivían en uno u otro sitio?, ¿en qué épocas?, ¿estaban allí permanentemente?, ¿cuál es la
relación de este poblamiento con la organización socia!? Al respecto sólo se tienen
respuestas hipotéticas.

La sociedad estipulaba que la pertenencia de alguien a un territorio y los cargos honoríficos


se trasmitían por línea materna. Sin embargo la residencia era virilocal: se vivía en la casa

133
del esposo. Puede suponerse un indígena cualquiera que pertenece a la capitanía
de lamadre, pero reside en la de su padre; a esta última tuvo que desplazarse ella cuando se
casó. El indígena tiene la obligación con el cacique de la capitanía de la madre, que consiste
en ayudarle a hacer labranza y cercado, y quizás tenga algunos derechos sobre los recursos
que maneja la capitanía. Es igualmente probable que en su sitio de residencia —capitanía
del padre— también tenga derechos sobre la tierra, las aguas y demás.

Lo anterior permite pensar en residencias temporales —tanto en núcleos urbanos como en


viviendas dispersas en parcelas de cultivo— para poder responder a diferentes frentes.
Incluso si se piensa en las obligaciones desconocidas hasta hoy— que tendrían los varones
con los suegros o con la capitanía de su mujer o sus mujeres —la poligamia era cosa
común.

Al complejo esquema se suman la actividad política y la militar, con sus implicaciones en


la apropiación del territorio. Es evidente que cada cacicazgo peleó nichos ecológicos
naturales: el Fusagasugá, la región del Sumapaz; el Ubaque, la región del río Negro
Oriental; el Guatavita, la región del río Guavio; el Bogotá, la Sabana de Bogotá; el Hunza,
el altiplano y valles que lo rodean; entre el Sogamoso y el Duitama toda la parte de la
altiplanicie central y los páramos que lo circundan. El pueblo muisca era eminentemente
agrícola y aprovechó valles inundables por el sistema de drenaje a través de la construcción
de camellones y faldas de montaña por el sistema de aterrazamiento.

VECINOS Y AMIGOS

Al norte del país muisca habitaban dos grupos: los lache y los tunebo. Los lache tenían
como territorio lo que hoy es la provincia de Gutiérrez, norte del departamento de Boyacá
(Cocuy, Chita, El Espino, Jericó, Guacamayas, Chiscas, Panqueba), y parte de la de
Santander —Tequia, donde se fundó Málaga, era lache. Tenían muchas similitudes con los
mismos muiscas con quienes comerciaban y mantenían relaciones amistosas. Habían
logrado confederarse alrededor del cacique del Cocuy y su poblamiento era nucleado, con
viviendas dispersas para ser habitadas temporalmente. Algunos cacicazgos se
especializaron en la producción de la coca.

Los tunebos o u‟wa habitaban al norte de los lache —hoy viven en las laderas Mentales de
la Cordillera Oriental de Los Andes colombianos, donde la cadena de montañas voltea
hacia Venezuela (Osborn, 1988). Es posible que alguno de los municipios de la Sierra
Nevada del Cocuy que pertenecen actualmente al departamento de Boyacá (Cocuy, Guicán,
Chiscas y Guacamayas), fuesen territorio u‟wa. Su lengua nació como una variante de la
chibcha y estaban organizados en clanes que unidos —por grupos de ocho— formaban
confederaciones. Una de ellas era la que habitaba la Sierra Nevada. Cultivan en diferentes
pisos térmicos y las casas se hacían alrededor de un centro ceremonial en forma nucleada.

Hacia el oriente del territorio muisca se encontraban los achagua, guayupes y teguas.

134
Los tegua tenían como territorios los alrededores de Medina hasta Vijua, en el municipio de
Recetor, Casanare. Se hablaba de ellos como capitanías y pequeñas comunidades que quizá
no rebasaban núcleos políticos autónomos. Algunas reconocían autoridad de caciques
muiscas —el de Tota, por ejemplo— y mantenían con ellos comercio de algodón, maní,
yopo, aves de plumería, miel y cera.

Los achagua eran grupos que combinaban la agricultura con la caza, la pesca y la
recolección y su territorio tradicional correspondía a las márgenes los ríos Casanare y Meta.
Vivían en pequeños bohíos, unos cercanos a los otros, como formando aldeas, con 2 —y
hasta 5— kilómetros de distancia entre sí. Mantenían relaciones comerciales con los
muiscas con quienes intercambiaban aves de plumería, algodón, cuero, cera, madera, coca y
yopo por mantas, cerámica y sal. Grupos caribes, holandeses y otros mercaderes de
esclavos, los obligaron a desplazarse, durante la conquista, hacia el pie de monte de
Casanare.

Los grupos llamados saes, operiguas o esperiguas y guayupes, son tratados, en el siglo
XVI, como una unidad denominada los guayupes. Cubrían una gran extensión al sur del río
Meta. Combinaban poblados de grandes dimensiones —localizados cerca al pie de monte,
para controlar los afloramientos de sal y el comercio hacia el exterior—, poblados más
pequeños —donde se cultivaba maíz, yopo, palmas y recursos de bosques vecinos— y
viviendas dispersas para el control del cultivo de la yuca y posiblemente del algodón.

Al occidente del territorio muisca y separado por el páramo de la Rusia y de Guántiva, se


encontraba —a la llegada de los conquistadores— el de los guane. Coincidía en buena parte
con el actual departamento de Santander El núcleo de la organización socio-política de los
guane lo regía el cacicazgo de Guaneotá localizado en la Mesa de Los Santos. A él le
reconocían autoridad los demás caciques de la etnia.

Al sur del territorio muisca habitaban los sutagaos. Su territorio comprendía el cañón del
río Subia, parte del valle de Fusagasugá y los valles de los ríos Pascá y Sumapaz —
probablemente Tibacuy y Fusagasugá fueron territorios sutagaos antes de ser dominados
por los muiscas. Comerciaban con los muiscas y servían de intermediarios con indígenas
del Alto Magdalena. Hablaban lengua chibcha.

FRONTERAS BELICOSAS

Los muzos eran un grupo indígena de la familia caribe, guerreros, famosos por su
belicosidad y sus continuos conflictos con los muiscas por la posesión de las tierras en las
vertientes de la Cordillera Oriental. A la llegada de los conquistadores estaban compuestos
por grupos familiares. No tenían un jefe o cacique que los sujetase; sólo en momentos de
guerra se nombraba uno, elegido entre los más valientes.

135
Los panches habitaban el suroeste del territorio muisca, a lado y lado del río Magdalena y
entre el Guarinó y río Negro al norte hasta el Fusagasugá y el Coello al sur. Su lengua —
clasificada dentro de las caribe— era muy similar a la de los pantágoras, pijaos y muzos.
Escarpadas montañas que descienden hacia los valles cálidos componían su territorio; el
subsuelo, rico en minerales —el oro entre ellos—, fue la causa por la cual los
conquistadores diezmaron la población.

Los panches no constituían una unidad política ni económica sino un conglomerado laxo
de cacicazgos, a veces federados, en ocasiones hostiles (Arango, 1974) - Eran temidos
guerreros, cualidad que debían tener los jefes en grado sumo. Los caciques eran nombrados
por sus súbditos entre los más valientes.

Una estrategia de defensa consistía en construir las viviendas en las partes más altas e
inaccesibles, aunque cambiaban mucho de sitio, como grupos nómades, Comerciaban con
los muiscas —oro y algodón a cambio de sal, textiles, cerámicas y tubérculos— pero a la
vez relaciones de guerra y conflicto. El mercado se hacía en el pueblo de Poima. Los
colima colindaban con los panches, los muzos y los muiscas. Pacho era límite entre muiscas
y Colimas, y el río Negro entre colimas y panches.

136
OTRO CANTAR

Fueran abruptos las cambios en el espacio con la presencia de las españoles, aun
cuando la organización aborigen previa estuvo en la base de la recomposición.

Una vez pasaron la conquista y las primeras fundaciones de ciudades, es decir el tiempo
suficiente para hacerse una idea de los habitantes de estas tierras, los españoles inician un
proceso de ajuste de las políticas. La base fue el poblamiento nucleado por cuanto
enmarcaba el concepto civilizador por excelencia, vivir en policía, garante de una vida
urbana ordenada, un buen gobierno y el bien común. No era extraño para los indígenas del
altiplano vivir en aldeas pero sí la forma de dominio en ellas. Así que su resistencia se
tradujo en la dispersión por los campos.

JERARQUÍAS DEL ESPACIO

Los primeros núcleos urbanos se formaron a partir de los ejes de penetración española y la
reutilización de los lugares indígenas existentes y quedó ordenado entonces un paisaje
estructural del que hoy aún somos herederos. Por tanto, la dinámica de repoblamiento tenía
en cuenta simultáneamente la organización indígena y el dominio político, económico,
jurídico y administrativo de la Corona. Fue así como las instancias de gobierno, en los
primeros años de la Colonia, conformaron en el espacio local 4 tipos de núcleos que son la
base para los sucesivos replanteamientos político-administrativos posteriores: los pueblos
de indios, las parroquias o viceparroquias, las villas de blancos y las ciudades.

En los pueblos de indios sólo podían vivir aborígenes y su conformación tuvo como base el
territorio de caciques tradicionales. Coincidían generalmente con los límites de los
resguardos —adjudicados desde los primeros años de la Colonia—con la diferencia de que
estos se utilizaron para disponer la mano de obra indígena, facilitar el cobro de tributos y
hacer posible la evangelización. La mayoría de los pueblos actuales responden a este
ancestro.

Los pueblos dependían de la ciudad o villa más cercana. Según la ley, debían tener
un centro con iglesia, sitio de habitación para el cura doctrinero, una plaza, casa de

137
gobierno o sede del cabildo indígena que presidía el cacique y viviendas alrededor de la
plaza. Todo con medidas específicas. Además el territorio de la población comprendía un
número determinado de panes o parcialidades cuyas cabezas eran los capitanes sujetos al
cacique del pueblo.

De mayor categoría eran las parroquias o viceparroquias por la posibilidad que tenían los
feligreses para garantizar la permanencia de un cura-párroco. Eran pueblos de indios muy
mestizados y localidades donde las nuevas oleadas de migrantes de la península se habían
asentado en contra de las leyes. Las fechas de creación son hoy motivo de celebración de
los municipios correspondientes. Dependían —al igual que los pueblos de indios— de una
ciudad o villa. Era pues desde las villas de blancos desde donde se administraban los
pueblos de indios y las parroquias circundantes. Pero ellas dependían a su vez de la ciudad
más cercana. En las villas habitaban los encomenderos, gentes de gobierno y colonos
blancos que fueron llegando durante la Colonia.

Finalmente, “la ciudad o asentamiento constituyó el punto de partida para la incorporación


del territorio al Dominio Español (...) Fundar ciudades permite organizar el poder local
mediante la constitución de cabildos órgano que reglamenta el asentamiento y su territorio;
representa a la corona a través de leyes y ordenanzas pero representa también a
los encomenderos locales: los notables de la Conquista que reciben de la Corona la merced
de disponer de la fuerza de trabajo indígena a cambio de asumir la catequesis (...) Fundar
ciudades significó para los conquistadores obtener el reconocimiento de la Corona y el
consecuente poder político y económico.” (Ciudad Colonial, U.N.).

Había ciudades de diferentes tipos según su función principal: de defensa —Cartago—,


mineras —Mariquita—, de distribución —Honda— y administrativas —Bogotá, Tunja y
Pamplona, ejes de organización de todo el espacio circundante. Bogotá y Tunja se fundaron
en espacios con abundante mano de obra indígena y gran desarrollo agrícola. Organizaban
y usufructuaban los excedentes que producía la región circundante. La ciudad es pues la
que organiza la región y no al contrario, como sucedió en el proceso de formación de las
ciudades europeas.

A finales del siglo XVIII las ciudades adquieren otra fisonomía. El artesanado —que se
organiza en un principio alrededor de cofradías religiosas— tiene en ello un papel
destacado. Se construyen edificios para hospitales colegios, universidades, cementerios y
pilas de agua, por excelencia actividades de servicios; mejoran las calles y las
construcciones de gobierno con el propósito de tener la misma ostentación e importancia de
las religiosas.

OTROS DERROTEROS

Diferente y mucho más difícil resultó la organización en las tierras cálidas o vertientes,
hacia el valle del Magdalena. El exterminio de indígenas y luego la pacificación de los

138
sobrevivientes demoraron más tiempo y obviamente la dinámica no partió de la estructura y
dinámica de los grupos nativos de la zona. Incidían en ello además otros asuntos. Por la
explotación de minas, Mariquita se constituyó en el típico pueblo de extracción de recursos,
con una población flotante de trabajadores, esclavos y agricultores que sustentaba un buen
número de mineros. Además se desarrollaron importantes puertos fluviales —Honda y
Ambalema— y con ello espacios netamente económicos.

LA IMPORTANCIA DE BOGOTÁ

A comienzos de la Colonia, el territorio de toda la Nueva Granada se dividió en


gobernaciones cuyas sedes eran las ciudades. Los jefes de las expediciones recibieron el
título de adelantados o gobernadores y tenían funciones administrativas, judiciales y
legislativas pera con confirmación real. Unos años más tarde, en 1548, se creó la Audiencia
de Santafé de Bogotá con el objetivo de despojar al gobernador de Cundinamarca de su
carácter monocrático. Como todas las audiencias, estaba dividida en corregimientos
compuestos por municipios y alcaldías. A la cabeza había un presidente y la componían
oidores (letrados profesionales) y un fiscal.

En 1717 nació el Virreinato de la Nueva Granada —disuelto poco después y constituido


definitivamente en 1739— el cual incluía las audiencias de Panamá y Quito y cuya capital
fue Santafé de Bogotá. De él y de la Audiencia de Santafé dependían las provincias,
unidades administrativas a cuya cabeza estaban los gobernadores. En el altiplano
cundiboyacense las provincias eran Bogotá y Tunja con las capitales del mismo nombre.
Corregimientos y alcaldías mayores estaban subordinados a las provincias y sus
jurisdicciones las componían las parroquias de blancos y los pueblos de indios. Estos
últimos, que constituían la población de base, sufrieron transformaciones a medida que
transcurría la Colonia, motivadas principalmente por un proceso de desarticulación en su
organización social y por un sucesivo acaparamiento de sus tierras por parte de blancos y
mestizos. Estos hechos motivaron la agregación de pueblos y traslados de la población
indígena a otros lugares.

En ese contexto es que la hacienda adquiere su primacía en el altiplano cundiboyacense


como unidad de explotación y fuerza política regional. El paisaje se consolida a través de
esta realidad: los grandes valles y planadas para explotación generalmente ganadera y para
pocos propietarios; las laderas y páramos para los indígenas y población pobre que son a la
vez mano de obra principal. La liberación de tierras para el comercio, gracias a la supresión
de resguardos, el pago de jornales y la actividad comercial a partir de la exportación de
monocultivos como el tabaco, responden a otra fisonomía que abre las puertas a la
República. Santafé de Bogotá se consolida como centro del Virreinato a pesar de su relativo
aislamiento geográfico con respecto al resto de regiones que conformaban la Nueva
Granada: era grande su poder político y administrativo.

139
LÍMITES Y FRONTERAS

Cambios febriles vivió la región cundiboyacense en el siglo XIX con las sucesivas
divisiones político-administrativas y los movimientos poblacionales.

A lo largo del siglo XVIII la economía mejoró notablemente. Se crearon talleres, caminos y
puentes, mejoraron los puertos y se urbanizaron las ciudades, se estimularon la agricultura
y el comercio entre las colonias y se expandió el intercambio con ultramar. En 1778 se
reglamentó el comercio libre entre España y América y fueron abolidas las encomiendas al
tiempo que se liberaron tierras para el comercio por la venta de resguardos y la
desamortización de bienes muertos.

Sin embargo el renacer económico no se revirtió a las colonias; se orientó a solventar el


déficit fiscal de la Corona y a costear sus guerras con Gran Bretaña. El comercio
libre tampoco benefició a América por cuanto era limitado y no podía competir con
monopolios europeos más eficientes, y con ello vino la ruina de incipientes industrias.

El deseo legítimo de los criollos era entonces autodeterminarse como pueblo y fue esa la
base ideológica de la Independencia. Así, la lucha de poder dada desde comienzos de la
Colonia entre los conquistadores y la corona, se traduce en la época de la Independencia en
la guerra entre criollos y españoles —que fue también una pelea contra el despotismo de los
borbones. El cambio se llevó a cabo de forma especial en la estructura política

UNA TRAS OTRA

El telón de fondo del siglo XIX fueron las grandes disquisiciones y peleas internas —
ideológicas y antagónicas—, una vez tomado el poder por parte de los criollos y algunos
mestizos. Así comienza la formación de los partidos políticos. En ese contexto el
departamento de Boyacá fue dividido administrativamente, entre 1835 y 1918, siete veces.
Inicialmente estuvo compuesto por provincias constituidas a su vez por cantones; luego lo
constituyeron departamentos conformados por provincias. Cada provincia, departamento y
cantón tenía su ciudad capital que era generalmente la de mayor número de habitantes.

A su vez Cundinamarca paso por cinco divisiones en el período comprendido entre 1815 y
1915. Al igual que en Boyacá hubo aumento de habitantes en algunas de sus cabeceras.

140
Comparando las diferentes divisiones regionales de tipo político-administrativo, desde la
época de los muiscas hasta comienzos del siglo XX, puede observarse algo asombroso: si
bien las fronteras de cada subregión son flexibles, no llegan a distraer el espacio
subregional que desde épocas prehispánicas se viene gestando (Ramírez y Sotomayor,
1988). No quiere esto decir inmovilidad, sino utilización de formas antiguas para propósitos
nuevos: invención de tradiciones, como diría E. Hobsbawn.

INQUIETUD TERRITORIAL

El progreso económico y la urbanización vinieron acompañados del aumento de la


población, a finales del período colonial. Los sectores económicos característicos eran la
agricultura, la minería, el comercio y la industria artesanal. Ya para el siglo XIX el
desarrollo de productos agrícolas exportables y la consolidación de propiedades, sentaron
las bases de movimientos poblacionales importantes que logran dar otro aspecto a la
geografía cundiboyacense.

En la zona central se consolidan los latifundios y haciendas de los altiplanos a partir de la


compra de tierras a comunidades campesinas y resguardos abolidos. En ellos se explotaron
económicamente la ganadería y en menor grado los cultivos de trigo, cebada, maíz, papa y
hortalizas, o fueron grandes latifundios subutilizados.

Alrededor de las grandes propiedades, hacia las laderas, se empiezan a gestar pequeños
propietarios campesinos que logran mantenerse al margen de las haciendas y los
latifundios. Producen alimentos, utilizan fundamentalmente la mano de obra familiar y
logran diferenciarse como grupo cultural. Paralelamente en las mismas zonas se presenta un
proceso minifundista y de campesinos sin tierra que originó la expulsión de abundante
mano de obra hacia otras regiones y/o la conformación de ejércitos de peones agrícolas
estacionarios.

141
PAISAJE TABACALERO

Hacia la parte occidental de Cundinamarca, la abolición del estanco al tabaco —que


impedía su libre cultivo y comercialización— estimula el cultivo en extensas zonas del
valle del Magdalena, entre Purificación y Honda —incluidas La Mesa, Guaduas, Apulo y
Villeta. Ambalema se convierte en el epicentro comercial.

Paralelamente aparecen allí dehesas de ganado que surtieron carne para los trabajadores del
tabaco y cueros para la fabricación de zurrones en que se exportaba la hoja. El auge del
tabaco se vivió en los años comprendidos entre 1840 y 1875, aproximadamente. Luego
empieza su crisis como consecuencia del derrumbe del liberalismo y el agotamiento de los
suelos. Son las oligarquías bogotanas —especialmente las comerciantes—las que
emprenden el negocio tabacalero en el que la mano de obra primordial la constituyen
algunos campesinos del altiplano que bajan hacia el valle a comienzos de la explotación.
Son gente de la misma región que laboran en calidad de aparceros.

Por las mismas laderas occidentales de la Cordillera Oriental, en la comarca del


Tequendama (El Colegio, La Mesa, Nilo, Quipile, San Antonio, Tena y Viotá) y para los
años de 1840-70, el cultivo del tabaco se combinó con el de caña de azúcar en grandes
extensiones, ganadería extensiva y tierras vírgenes pero apropiadas.

SE ABRE PASO EL CAFÉ

En 1853 se inicia la siembra del café en Santander a partir de parcelas campesinas y de


haciendas con peones libres. La frontera comienza a correrse hacia el centro del país por los
contrafuertes de la Cordillera Oriental. La región de Muzo —el supremo Muzo— es el lugar
privilegiado para el cultivo en Boyacá. Sigue hacia el sur hasta Cundinamarca a las
poblaciones de La Palma, Yacopí y Pacho y continúa por la ladera oriental de la cordillera
hasta Viotá, Nilo y La Mesa. Las iniciativas, aisladas y privadas, empiezan rápidamente a
tener problemas en particular por los altos costos del transporte.

Comerciantes bogotanos y muchos de los terratenientes que habían hecho capital con el
tabaco dan paso a la hacienda cafetera en la región del Tequendama, por el año de 1870 —
entre 1865 y 1899 se incorporó a la producción agropecuaria en la región aproximadamente
un 40% de su superficie geográfica (Marco Palacios) - Compran fragmentariamente
latifundios y tienen una gran proyección en cuanto al propio cultivo y a la comercialización
del producto en el exterior. Es decir, la apertura de esta frontera agrícola no se hizo a partir
de baldíos sino por el cambio de las estructuras agrarias del momento.

Las haciendas cafeteras compartían la superficie con pequeñas propiedades campesinas y


con grandes latifundios cuyo proceso de subdivisión demoró su tiempo. No tuvieron
grandes extensiones: tamaños moderados las hacían más manejables y eficientes.

142
La explotación se hacía comúnmente a través de arrendatarios, aparceros y contratistas, y la
mano de obra tenía diversos niveles: había peones permanentes y ello suponía que vivían en
la región y tenían familia; eran mano de obra estacionaria con diferentes calidades de
trabajo. Otros, los contratistas, servían de intermediarios entre peones y hacendados, y por
último los jornaleros, que tenían diferente grado de calificación según el trabajo que se
necesitara. Prácticamente todos los trabajadores venían del departamento de Boyacá y de la
región suroriental de Cundinamarca. En la época se tenía un gran desprecio por los nativos
de la región: para los ojos de los comerciantes bogotanos era una raza faz y descolorida que
apenas trabaja y que se arrastra en medio de esta esplendorosa vegetación (Medardo
Rivas)

DE BOYACÁ EN LOS CAMPOS

La mayoría de las cabeceras municipales de la región se constituyeron en epicentros del


movimiento colonizador boyacense y aunque algunas de ellas tenían origen precolombino
se revitalizaron y consolidaron con la nueva gente venida del altiplano. Allí se asentaron
pequeños y medianos comerciantes y posaderos y de lugares de comercio se volvieron
centros político-administrativos.

Hacia 1840 se abre la frontera hacia el Sumapaz cuando los primeros colonizadores, gente
con algún capital, logran adueñarse de estancias de campesinos e indígenas que se habían
adentrado en años anteriores. Cultivaban panela y el trapiche adquiere una dimensión
especial de explotación. El sistema de arrendamiento de parcelas a cambio de trabajo fue el
predominante en esta región. A la vez los comerciantes bogotanos que vivían el auge del
café, adquirieron gran cantidad de tierras baldías, despojando en muchos casos a
campesinos que habían llegado antes. No obstante también había zonas donde se combinan
latifundios y pequeñas propiedades.

Nuevas oleadas de migrantes llegan entonces al Sumapaz con la esperanza de arrendar, ser
aparceros en las haciendas de café y caña o tener tierras propias. Se establecieron así
relaciones en las haciendas cafeteras entre los terratenientes, y los aparceros y
arrendatarios, que fueron famosas por el despotismo y maltrato y que generaron brotes de
violencia. Muchas de ellas se desorganizaron y quebraron a comienzos del siglo XX. Fue
lenta la ampliación de la frontera hacia el Sumapaz y cubrió, entre 1865 y 1899, no más del
3% de su superficie (Marco Palacio, 1983). Otra vez son colonos boyacenses y de la zona
oriental de Cundinamarca (Cáqueza, Fómeque) los protagonistas de esta colonización. La
incorporación progresiva de los Llanos se debe también a migrantes de los altiplanos,
especialmente boyacenses de la región de Sogamoso. Es otra frontera que aparece hacia el
oriente de la región cundiboyacense, abierta parcialmente en la Colonia por los jesuitas a
través de su empresa ganadera.

143
Al final de la Colonia, familias de libres y mestizos se adentran en la región de los llanos
del Casanare y se dedican a hacer pastizales para el levante de ganado cimarrón. A
principio de la República el número de colonos es realmente escaso, pero aumenta con las
nuevas políticas que prometen dar títulos de propiedad siempre y cuando se viviese allá, y
con ello crece la población en algunos pueblos fundados anteriormente (Pore, Arauca,
Chire, Nunchía, Taguana y San Martín).

Allí se dedican a la ganadería extensiva y al cultivo de maíz, yuca, plátano y café. Poco a
poco la zona va consolidando su calidad ganadera aunque a mediados de siglo la ganadería
comparte su papel económico con la extracción de quina y caucho.

Bogotá, Tunja, Duitama y Sogamoso recibieron otros movimientos grandes de población.


A estas ciudades llegaron artesanos, comerciantes y una gran cantidad de personas
(albañiles cargueros, empleadas del servicio, mendigos y vagos) en busca de cualquier clase
de trabajo.

144
Transportes y vías
AVATARES DE LA VOCACIÓN

Los intentos de integración espacial y de intercambio en la región, se inician con los


indios antes de la llegada de los españoles

Los muiscas apreciaban grandemente el arte de intercambiar. Uno de sus principales dioses,
Chibchacun, era la divinidad de los mercaderes, los plateros y labradores y tenían sitios
especializados de trueque en el interior del territorio y más allá de sus fronteras, sin
importar si colindaban con enemigos guerreros. La coca era uno de los productos más
valiosos a nivel interno en ese asunto económico. Se cultivaba en el cañón del Chicamocha
donde los caciques de Duitama y Sogamoso habían logrado adueñarse de parcelas para su
cultivo y aparece entonces una red de caminos que llega a los sitios de intercambio.

Con el exterior se cambiaban sal y mantas —que cobraban una verdadera importancia—
por algodón y oro. Los sitios de mercadeo eran relativamente cercanos a sus propias
fronteras pero en general los productos viajaban mucho más lejos —hasta la costa atlántica,
por ejemplo— a través de mercados intermediarios. A la vez llegaban de esos lugares
objetos apreciados como los caracoles marinos.

BIEN SERVIDOS

Los españoles utilizaron indudablemente los caminos de los aborígenes y los ampliaron.
Construyeron además muchos otros. Parece que entre las primitivas vías estaba las que unía
Funza —Bacatá— con Tunja y que pasaba por Teusacá —La Calera—, Guasca y
Chocontá. Este comienzo de vía se bifurcaba en Guasca para salir al Guavio. Yendo hacia
Tena —lugar de recreo del Zipa, cacique de Bogotá— se encontraba otro camino y un poco
más al oriente del hoy municipio de Miraflores, Tota tenía conexión con los teguas. De
Tunja se podía viajar hacia el Chicamocha y la región santadereana.

La vía que conectaba el eje Bogotá-Tunja-Pamplona, era principal en la Colonia al igual


que la que iba de Santafé de Bogotá hacia el río Magdalena. Importantes son también los
caminos que abren las haciendas de los jesuitas.

145
En el Valle de Sogamoso —situado entre los actuales municipios de Firavitoba e Iza— los
jesuitas tenían una de las haciendas mejor montadas y más grandes de la región. De allí
parten hacia los Llanos a evangelizar y de ahí traen mucho ganado, suben por el pie de
monte llanero para llegar a la hacienda en donde se reponen los animales de tan larga
jornada. El mismo sistema aparece en la Hacienda Chamicera en Facatativa, lugar de
reparto del ganado traído por los jesuitas del suroccidente, pasando por Doyma.

DIFÍCIL ARREGLAR LAS CARGAS

En el año 1821 se dicta la primera ley sobre vías. Reglamenta el ancho de los caminos
públicos —25 varas—, el establecimiento de postes de señalización cada legua y de
tablillas que indiquen en los cruces el destino de cada camino. El Libertador decretó, siete
años más tarde, que se cumpla la ley anterior y que se tome como punto de partida la
capital de la República.

Dedicado el país a la exportación de materia prima, todos los caminos y políticas viales
miran a los puertos de salida al exterior. El Magdalena se convierte en el principal del
sistema vial y es el río donde se recogen todos los productos del sur, oriente y occidente
para desembocar en el Atlántico. Lo anterior unido al auge del tabaco —cuyo puerto es
Ambalema— vuelve primordiales los caminos que descienden del altiplano.

El privilegio exclusivo para establecer buques de vapor en el río Magdalena se concede el 3


de julio de 1828, a Juan Bernardo Elberts y el decreto se hace extensivo a todos los ríos que
desembocan en el mismo. Pero la navegación a vapor fracasó: los barcos no eran aptos y
encallaban. La comunicación entonces se mantuvo a través de barcas tipo champán como
en la Colonia pero aun así los caminos que conectaban al río eran tan desastrosos que los
productos podían triplicar su valor por los costos que implicaba el transporte terrestre. Las
regiones siguen incomunicadas entre sí y la intermitente situación de guerra dejaba sin
fondo el rubro de caminos, con lo cual el panorama vial tiene un lamentable espectro a lo
largo del siglo XIX.

EL SINO PERSISTE

La nueva Ley de Caminos Vecinales de 1848 dictada por Tomas Cipriano de Mosquera es
la que realmente establece y programa una verdadera red de caminos, los cuales deben ser
construidos por ingenieros. Ordena que ningún camino se interrumpa al pasar por el centro
urbano y que los cantonales y provinciales se cuenten desde sus capitales. Estipula los
privilegios para quienes asumen la construcción de los caminos, reglamenta la colonización
de baldíos a la orilla de los mismos y determina las vías de carácter nacional que conectarán
la totalidad del país con la capital de la República.

La primera de las vías nacionales será la que una a Santafé con Venezuela yendo por Tunja
y Pamplona; otra llegará al Ecuador, pasando por Fusagasugá, Neiva, La Plata, Patía, Pasto

146
y Tumaco; una tercera irá de la capital a Buenaventura atravesando La Mesa, Tocaima,
Ibagué, cordillera del Quindío, Cartago, Tuluá, Buga, Cali y Dagua; la cuarta llegará a
Urabá por Guaduas, Honda, Medellín y Antioquia, y finalmente la capital será conectada
con el Atlántico en una vía que saldría por Facatativa hasta llegar al río Magdalena. Se
programaron muchos otros caminos inter-provincias, como el de Casanare a Tunja y
Bogotá.

La Ley de Caminos se complementa con la fluvial y se reanuda la navegación a vapor por


el Magdalena. Pero lamentablemente este proyecto modernizador de Mosquera no progresó
en medio de las guerras civiles y las disputas constitucionales. Sirvió, eso sí, de base para
que fuese prácticamente calcado en el siglo XX.

El desarrollo ferroviario fue reglamentado en el país por las leyes 40 de 1864, 69 de 1871 y
52 de 1872, pero tuvo también grandes inconvenientes, esta vez de orden técnico. Los
ferrocarriles de Girardot y la Sabana, que tenían el ánimo de comunicar a Bogotá con el río
Magdalena, fueron construidos paralelamente pero no pudieron ser empalmados porque se
tenían vías con diferente anchura: era total la descoordinación entre el gobierno de
Cundinamarca y el nacional. El desarrollo ferroviario tuvo finalmente su auge en los años
20 de este siglo.

Quienes cumplen un excelente papel en la integración, son los arrieros boyacenses. Unen
Boyacá, Casanare, Santander y Cundinamarca a través de recuas de mulas, dando
dinamismo al comercio interregional.

BIBLIGRAFÍA

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148
7. ECONOMÍA

Protagonismo capital

Se estudia la pervivencia de redes comerciales que si bien tienen origen prehispánico,


sufren modificaciones con los procesos de conquista, colonización y expansión
exportadora. La historia económica reciente de la región, también estará marcada por el
gran peso de Bogotá, sin que eso significa que la desaparición de actividades mineras y
agropecuarias .

Acuarela de J. Brown, dibujo de J. M. Groot, (s.f.), Royal


Geographical Society, Londres. FCC, 1989

Carmen Astrid Romero Raquero: Economista, magister en economía, Universidad


Nacional de Colombia.

149
EL PAÍS DEL MUISCA

Trueque, tecnología, importantes redes de intercambio: eso distinguía los aborigenes


de la región.

A la llegada de los españoles en el siglo XVI, los muiscas habitaban la altiplanicie


cundiboyacense. Contaban con una economía vigorosa en el intercambio con comunidades
vecinas, y activa en canje de productos entre ellos mismos. Eje de un activo intercambio
económico en la región central de los Andes, el país de los muiscas se dedicó básicamente a
la producción agrícola, el hilado y el tejido de mantas y la elaboración de cerámicas. Pero
estas prácticas indígenas desaparecieron lentamente durante la conquista, cuando los
encomenderos rompieron los lazos comerciales de los muiscas con otros grupos; se
introdujeron bienes de origen europeo que generaron otra serie de demandas y se utilizó el
trabajo del indígena en beneficio del español.

El cambio en los centros de mercadeo fue otro golpe de gracia para el trueque. Los
españoles lograron, en 1558, que el mercado indígena de Tunja se realizara en la plaza de
Santo Domingo en Santafé y que el mercado de Sorocotá fuese trasladado primero a una
colina entre Moniquirá, Suta y Saquencipá y a Villa de Leyva.

DESTREZAS EN LA TIERRA

La tecnología incorporada en los procesos de producción aborigen fue muy simple, y


gracias al alto nivel de organización social, aprovechada y distribuida por toda la región.
Los muiscas utilizaron el bastón de cavar y las hachas de piedras cultivaron el maíz en
camellones y construyeron zanjas de desagüe y terrazas para los cultivos.

De las últimas hubo dos clases: las construidas en los bordes de los valles fríos, sobre lomas
que recibían buena cantidad de humedad, y las ubicadas en las laderas de los cañones de los
ríos que descendían a los Llanos y el valle del Magdalena, en clima templado y en áreas
secas o húmedas. Era pues evidente que los muiscas tenían un control vertical de los pisos
térmicos del altiplano cundiboyacense.

Parece que las mejores áreas agrícolas fueron las partes planas no inundables de los valles
fríos. No se tienen noticias del uso frecuente del riego porque, en primer lugar, el altiplano

150
tenía buenas condiciones de humedad y precipitación y, además, estas técnicas ofrecían
mayor servicio en zonas secas que eran minoría en la región. Sin embargo, hay rastros de su
uso en sitios secos como el Cañon del Chicamocha. Se presume, además, que los muiscas
rotaban los cultivos en vista de que las frecuentes heladas de la Sabana quemaban el maíz
y las turmas —papas o patatas—, los mayores cultivos de la región.

El maíz se producía tanto en el clima frío como en el cálido y era la base de la


alimentación. Su variedad de formas de consumo —no sólo molido, como sucede aún con
platos como el mute y el cuchuco— incentivó su producción. La turma— producto propio
de tierra fría— resultó ideal para la altura del altiplano. Los sembrados más importantes de
la región a la llegada de los españoles eran, junto con los dos mencionados, la yuca, batata,
ahuyama, fríjol, hibias, cubios, chuguas, piña, guayaba y ají.

Las actividades se extendían a la caza de venados grandes y pequeños, conejos, borugos,


zorros, curies y comadrejas. La pesca se hacía en ríos y lagunas de tierra fría como Fúquene
y Tota, en el pie de monte llanero o en la Sierra Nevada del Cocuy y en lugares de la
Sabana: Fontibón, Zamora, Bosa, Serrezuela —actual Madrid— y Tibabuyes —sitio
cercano a Suba.

151
Siglo XVI ARISTAS DEL TRUEQUE

El intercambio y la circulación de productos eran actividades fundamentales entre los


aborígenes de la región cundiboyacense. El primero se realizaba con el excedente de
alimentos y algunos artículos terminados. En 1571, según indicación del cacique de Soatá,
ellos cambiaban turmas, maíz fríjoles por oro. Se sabe además que los caciques
centralizaban los productos agricolas que les entregaban los aborígenes —los de Sisativa
daban papas y fríjoles al cacique de Bogotá, los de Soatá y Onzaga entregaban batatas y
yucas de Duitama, y los de Teusacá, maíz y papas a su cacique local— y luego los
distribuían; de esa manera también circulaban los bienes.

Intercambios de algodón y mantas en


la sociedad Muisca.

SAL LEJOS Y CERCA

Los indígenas tenían fuentes de aguasal. Mediante evaporación, hecha en ollas gachas que
ellos mismos elaboraban, obtenían bloques compactos o panes de destinados al consumo y
el intercambio. Las principales zonas de producción se ubicaron en Zipaquirá, Nemocón,

152
Tausa y Gachetá y estaban sujetas al nimio del cacique de Guatavita; mientras que las de
Vijua dependían del cacique lache de Chita.

La sal producida por las comunidades de la Sabana llegaba lejos a través del río Magdalena
o por el noroccidente del territorio muisca hacia Antioquia. Desde Tunja los indígenas iban
a las poblaciones cercanas a Santafé a conseguir la sal: en Sorocotá la adquirían los guanes;
los habitantes de Mariquita la obtenían a cambio de oro, y los de Pasca llevaban la sal para
los panches y los sutagaos. Algunos panes llegaron a los teguas y a grupos habitantes en los
Llanos orientales que encontraban la sal en Vijua. Frecuentemente se describió también el
intercambio en Ubaté, Guachetá, Tinjacá, pues de allí, camino a Vélez, llegaba hasta
Tamalameque. Ese era el destino de la sal.

Los productores recibían a cambio comida, leña y cerámicas, útiles a su vez en el


procesamiento del mineral.

UNA RED PARA TEJER

En el territorio no se contaba con algodón. Sin embargo, el hilado y los tejidos hechos con
esta planta, fueron actividades de los muiscas quienes la obtenían de panches, muzos y del
territorio de Vélez. Los indígenas de Oicatá y Cerinza iban al mercado de Sogamoso y
Duitama para adquirir la fibra de algodón al igual que los de Beteitiva, Buzbanzá y Tobón.
Los de Duitama, a su vez, la obtenían de Tunja y de Vélez y los de Susacón, cambiaban
coca por mantas.

En la Sabana, aborígenes de Cajicá llevaban mantas, sal y ollas de barro para conseguir
algodón en Pacho y el territorio panche. Los indígenas de Osamena y los habitantes de las
faldas de la Sierra Nevada del Cocuy conseguían algodón de los Llanos orientales, mientras
que en la zona sur se presentaba un menor comercio con los sutagaos por estos productos.

Era pues una labor de primer orden entre los habitantes de la región. Cuando en el siglo
XVII se incorporó la lana de ovejo como materia prima, fueron ellos los primeros en
adoptar este material para elaborar las mantas y ruanas en poblaciones como Ubaté,
Sogamoso, Cucunubá y Lenguazaque. La producción textil cundiboyacense tiene así origen
precolombino y se mantiene hoy como actividad propia de sus habitantes.

De esa empresa muisca se abastecía la sociedad santafereña durante la Colonia cuando las
mantas fueron materia de tributo. Los siglos XVI y XVII fueron sin duda muy activos en la
producción y el intercambio de mantas y algodón en la región cundiboyacense.

153
EL ARTE DE ADQUIRIR

La red crecía. Con unos productos se conseguían otros y con estos otros, algunos más. Con
las vasijas en las que se evaporaba la sal —construidas especialmente en Ráquira, Tinjacá,
Sutatá, Cogua, Gachancipá y Guatavita— se inició la tradición de estos pueblos en la
cerámica, un nuevo rubro para intercambiar.

Mantas, oro y alimentos se cambiaban por otro cultivo importante: la coca. Era consumida
básicamente durante las labores agrícolas y en las fiestas y su producción se concentraba en
las provincias de los sutagaos y en Soatá y Tibacuy —población limítrofe con los
sutagaos—; las tierras del cañón del río Chicamocha y los cañones interandinos que
formaron los ríos Garagoa y Negro, fueron también productores. Más al sur, en Guatavita,
Ubaque y Fómeque, tenían sembrados y parte de ellos se destinaban al intercambio.

De lo que si carecía la región era de yacimientos importantes de oro para preparar con el
metal las ofrendas para los dioses. Se obtuvo cambiándolo por mantas, sal y cerámicas y así
pudieron los orfebres de Guatavita adornar a zaques y zipas y organizar los rituales.

Finalmente, la cabuya para la elaboración de pitas, la leña para la preparación de la sal, los
totumos o recipientes de origen vegetal, la miel y la cera de abejas, las esmeraldas, pieles y
adornos de plumería, fueron otros productos que se transaron en la región cundiboyacense
durante los siglos XVI y XVII.

154
LLEGANTES REMOVIENTES

El atropello del español al pueblo muisca dislocó la forma como se venían tejiendo las
redes comerciales. La organización económica se modificó sustancialmente en
provecho del conquistador.

La Corona quiso conformar en todo el Nuevo Reino un sector agrario y otro minero al
amparo de una fuerte organización pública traída de la metrópoli. Para ello basó la
economía colonial en la encomienda o reparto de indios, la mita y posteriormente los
resguardos.

EL TRUCO INICIAL

La primera institución fue la encomienda, Con ella se trataba, más que de expropiar la tierra
a los indígenas, de una relación para producir y entregar un tributo. Los aborígenes
labraban la tierra y debían tributar una parte al encomendero. No obstante, muchos títulos
—otorgados por los conquistadores y más tarde por la Real Audiencia— mencionaban la
labranza, ambiguamente, como parte de la encomienda, con lo cual la tierra del indígena
era un objeto de usufructo del encomendero.

La generación inicial de beneficiados con la titulación en la región, estuvo integrada por


hombres de la expedición de Gonzalo Jiménez de Quesada Belalcázar y los séquitos de
Alonso Luis de Lugo, y el licenciado Díez de Armendáriz. Hacia 1558 existían entonces 58
encomiendas en Tunja y 50 en Santafé —las dos importantes provincias del Nuevo Reino.
De los corregimientos de Tunja —Chivatá, Sogamoso, Paipa, Sáchica, Turmequé, Tenza,
Gámeza Tunja y Duitama— Sogamoso, Duitama y Tunja fueron los primeros colocados
directamente bajo el mandato de la corona —en Santafé fijaron su residencia los
conquistadores Gonzalo Jiménez de Quesada y Hernán Pérez de Quesada allí se instaló la
Real Audiencia en 1550, quedando el Nuevo Reino sometido a la jurisdicción española.

La sobreexplotación que enfrentaron los indígenas bajo la encomienda trajo consigo una
sensible disminución en la población, el agotamiento de algunas de sus tierras y su fuga de
las encomiendas. La obvia reducción de los tributos y la dispersión de la población
aborigen, indujeron al gobierno español a establecer los resguardos. Para extraer riquezas
auríferas y piedras preciosas, y organizar en general el sector minero destinado al usufructo

155
de la corona, se impuso la mita en 1609. En la región se organizó la de Mariquita en 1612
para la explotación de plata, pero empezó a decaer a partir de 1633. La mita urbana o
alquiler obligaba a los mitayos a prestar servidos en los predios de las ciudades o sus
alrededores y duró hasta 1741, cuando fue abolida por el rey.

DE BUENAS INTENCIONES

El propósito de proteger los indígenas contra los abusos causados por la convivencia con
los españoles y con otros grupos étnicos, dio a luz los resguardos. Las tierras de los
resguardos estaban compuestas por parcelas individuales —para el usufructo de cada
familia india— y zonas destinadas a la explotación colectiva. A la vez los indígenas estaban
obligados a prestar servicios fuera del resguardo, en la agricultura y la minería privadas y
en las empresas económicas del Estado.

Los primeros repartimientos de tierras en la región de Tunja se hicieron en 1596 y luego en


los distritos mineros de Mariquita, Pamplona y Muzo. Con el reordenamiento de la mano
de obra indígena se agregaran unos pueblos de indios a otros y familias completas tuvieron
que desplazarse hacia los resguardos.

En virtud de las mercedes de tierras otorgadas sobre las tierras abandonadas por los
indígenas que habían sido obligados a marchar a los resguardos, aumentaron, en los
primeros años del siglo XVII, las propiedades de los españoles. Nacieron así, al lado de los
hacendados, los estancieros o medianos propietarios y los labradores o pequeños
propietarios que eran mestizos o españoles pobres.

En 1606 se hizo una relación de estancias en la Sabana y se contabilizaron 2 en Suba, 16 en


Guasca, en Simijaca 10 al igual que en Cajicá, Tabio, Gota y Chía, y en Tunjuelito, Bosa y
Fontibón, 38. Los nuevos propietarios fueron los encargados de formar los primeros oficios
en las nuevas poblaciones y de poner en marcha nuevas actividades agropecuarias y
comerciales en la región.

El resguardo empezó a decaer en la segunda mitad del siglo XVIII y desapareció


prácticamente a mediados del XIX. Con su disolución se impuso la hacienda como eje de la
organización económica del siglo XIX.

156
VIRAJES DEL AGRO

Nuevos productos de la tierra llegaron con los españoles para atender sus costumbres
alimenticias. Se aclimataron el trigo y la cebada, algunos vegetales de huerta y oleaginosas:
arveja, habas, cebolla, habichuelas, lechugas, repollo y coliflor entre otras.

El trigo de la Sabana fue exportado en forma de grano, harina y aglutinado —bizcocho—


hacia Tunja, el río Magdalena —Honda y Mompós— y embarcado con rumbo al Caribe —
Cartagena. Las poblaciones productoras para la época eran Susa, Rincón, Simijaca, los
valles de Tunjuelito, Bosa y Sibaté, y el eje Chía-Cajicá-Tabio-Cota. Con el cultivo del
trigo se introdujeron las técnicas agrícolas europeas: el uso e hachas, arados, barretas,
azuelas, hoces, palas, azadones, hornos metálicos, arado metálico con rejas a manera de
rastrillo y las yuntas de bueyes, base fundamental de la transformación del sistema de
producción con respecto a técnicas indígenas.

Para el siglo XVII aumentó la producción de trigo con el uso de los animales en campo. Se
satisfacía así la creciente demanda de los centros mineros del sur de las regiones no
productoras de occidente. La panela se conoció al introducirse la caña de azúcar y ponerse
en marcha los trapiches. Los propietarios Santafé y Tunja los mantuvieron en el siglo XVII
en las tierras calientes de Guaduas, Tocaima, Tena, Pacho y Valle de Tenza y las haciendas
de caña ocuparon un lugar preponderante en la economía colonial del siglo XVIII.

157
Las costumbres muiscas sufrieron otro cambio importante: la introducción de la cría y
levante de ganado vacuno en la Sabana. Ya existían estos animales en las tierras del
altiplano desde finales del siglo XVI junto con ovejas, cerdos, cabras, gallinas y huevos
para los blancos, pero con la formación de hatos ganaderos se inició la producción de leche
y quesos destinada al consumo interno o a la venta en los centros mineros. A su vez, con la
cría de ovejas se obtuvo la lana que, desde entonces, reemplazó al algodón en la
elaboración de mantas y ruanas.

AJETREO CITADINO

“Cundinamarca y Boyacá eran zonas de densas poblaciones indígena y de los más fuertes
encomenderos del Nuevo Reino, de activo mestizaje, desarrollándose en ellas una sociedad
de base agrícola, de poca dinámica social, paternalista y señorial” (Jaime Jaramillo Uribe,
1986)- En efecto, dentro de la sociedad colonial la región central del país jugó un papel
vital como albergue de la autoridad española en el Nuevo Reino, de la jerarquía eclesiástica
y de los primeros centros educativos del país.

El principal mercado de Santafé se localizaba en la llamada Plaza de las Yerbas, hoy parque
de Santander y a partir de 1550 se abrió la plaza mayor —sin causar el cierre de la primera.
En las horas de la madrugada llegaban los cosecheros, quienes iban directamente a la plaza
y allí se instalaban formando cuadros para dejar callejones por donde transitaban más
cómodamente los compradores.

Se abrieron además las pulperías —para la venta de víveres—, las tiendas de mercaderías
—expendios de productos diversos— y las chicherías —lugares de diversión. Otros
productos de primera necesidad —carne, velas y pan— sí se vendían en lugares
especializados.

La carne se compraba en las tres carnicerías que se abrieron; el sebo —obtenido en las
carnicerías— era vendido a las fábricas de velas donde eran adquiridas por el consumidor
final, y el pan se distribuía en el amasadero o panadería. Para abastecer de estos productos a
la creciente población urbana, se incentivó el intercambio interregional durante la Colonia:
la carne para Santafé provenía de Neiva y sus regiones adyacentes.

QUEHACERES

La activa vida urbana tuvo como consecuencia la formación de los oficios y de los
artesanos indios —en el siglo XVI— y mestizos —en el siglo XVII. Su origen descansa en
la mita urbana que movilizó la mano de obra indígena hacia las zonas urbanas de la región.

Los oficios se caracterizaron por la cantidad de trabajo manual incorporado y por la


exigencia en capacitación para ejercer una tarea. Los gremios transmitían el conocimiento
sobre los oficios a través de un riguroso escalafón. Particularmente la orfebrería y la
platería se incentivaron en Santafé gracias a que era obligatorio que todo el oro del Nuevo

158
Reino viniera a esta ciudad y fuera marcado: orfebres y plateros tenían la responsabilidad
de cobrar los derechos de la Corona en todo pedazo de metal que llegase a sus talleres.
Poco a poco ellos incursionaron en la elaboración de cubiertos, ollas y otros utensilios
domésticos y en la de objetos religiosos.

Hubo oficios masculinos y femeninos. El de los carpinteros era muy importante en la


naciente ciudad: consistía en cuidar la estructura superior de las casas de los españoles, el
sostenimiento del techo y la organización interna de las mismas y por tanto, en definir las
necesidades de la madera, el largo y ancho, para cumplir con los encargos.

Propio de hombres eran también la zapatería, la fabricación de tejas y ladrillos, la sastrería,


la albañilería, y algunos indígenas se dedicaban a traer leña a la ciudad. Las mujeres se
encargaban de los servicios domésticos que eran su oficio más frecuente, junto con los
realizados por las indígenas: lavandería o de aguateras del río San Francisco. Otras
artesanías rurales aparecieron durante la Colonia y permanecieron la cerámica, la orfebrería
y la elaboración de ruanas y otras prendas de vestir de lana en pueblos de Boyacá.

159
DE ADENTRO AFUERA

El espíritu exportador y a su lado las vías de comunicación, signaron en buena forma


los años posteriores a 1819.

El largo siglo XIX en Colombia se inició con la independencia de España en 1819 y sólo
terminó con las reformas económicas de los años veinte del presente siglo. Al menos es así
desde una lectura económica. Estuvo enmarcado por la formación y consolidación de
economías regionales con importantes mercados locales, por la conformación de las bases
ideológicas de los actuales partidos políticos y en lo espacial por la continua mutilación
territorial de la nación hasta terminar en los límites de la Colombia de hoy.

Los fiscos de las provincias se fortalecieron gracias a las reformas del medio siglo. Se
eliminaron los estancos del tabaco y del aguardiente y se abolieron las rentas de diezmos en
1853. El mercado de tierras —adormilado durante la Colonia— se reactivó con la
desamortización de bienes de manos muertas, y la hacienda se consolidó como la
organización económica más frecuente en la región central del país. La región se integró
más con la construcción de vías, caminos de herradura y el despegue de Girardot como
puerto vital sobre el río Magdalena todo lo cual facilitó el intercambio de mercancías hacia
y desde el interior del país.

DESTELLOS DE SALIDA

La intención exportadora marcó la segunda mitad del siglo XIX. Y la estrategia consistía en
ofrecer afuera, con buenos precios, los productos nacionales. La escasez relativa de ciertos
productos en el mercado externo creó la oportunidad al empresario colombiano de
apropiarse de una ganancia extraordinaria. La consecuencia de este comportamiento fue la
disminución del interés en reinvertir los excedentes en el mismo proceso de producción: al
no ser suficientemente rentable, la mayoría de los cultivos se abandonó, especialmente la
quina, el añil y el tabaco. El desarrollo exportador tuvo, entonces, su edad de oro entre 1850
y 1882 y hubo una minibonanza cafetera a finales del siglo XIX cuyo protagonista fue la
región central. Luego surgió un modelo distinto durante la primera década del siglo XX:
sobre la base de una economía cafetera parcelaria, se afianzó una forma diferente de
producción que permitió la transición acelerada al capitalismo en Colombia.

160
Al tiempo, la tenencia de la tierra fue adquiriendo otros rasgos. La encomienda y el
resguardo cedieron el paso a las extensas haciendas y cambiaron, por sobre todo, las formas
contratación de la mano de obra —peonaje temporal o permanente, la migración
independiente, la aparcería, el arrendamiento. Las nuevas relaciones de producción
anunciaban la transición al capitalismo. En consecuencia, el dinamismo de la producción
interna estuvo asociado indirectamente a los ciclos del comercio exterior y directamente al
avance de los mercados regionales: aún no se consolidaba el mercado nacional para lo cual
hubo que esperar hasta las primeras décadas del siglo XX.

A EXPENSAS

Ya avanzado el siglo se destacaron varios productos en la exportación, principalmente el


tabaco, la quina y el café.

Cuatro grandes factorías de almacenamiento de tabaco existían en el país para la época de


la Independencia: una en Ambalema, otra en Palmira y dos más en Zapatoca y Pore. Sólo
en la primera se producía tabaco de calidad —por supuesto el mis costoso. Con la
intervención del sector privado, hacia 1834 se duplicó el terreno cultivable en Ambalema y
en 1837 —puesto que el gobierno no contaba con fondos para el financiamiento— las
factorías fueron a parar a manos de los particulares mediante el arrendamiento o el paso de
la administración del monopolio al sector privado.

Desde 1846 las exportaciones de tabaco se hicieron bajo el control de los particulares. 26
mil 20 arrobas salieron de Ambalema en 1844 y 18 mil 142 en el año siguiente. La firma
Montoya Sáenz y Cía. adquirió el derecho de comprar directamente a Ambalema todo el
tabaco de la cosecha en 1845 y debía venderlo empacado al gobierno. Así, en los primeros
siete meses de 1852, Montoya y Sáenz exportó 851,1 toneladas de las 1.485,8 enviadas al
exterior desde Ambalema.

Nuevas factorías se crearon —en 1847— en Colombaima, Peñalisa y Purificación. La de


Colombaima incluía parte de los distritos de Coello y Guataqui —que habían pertenecido a
Ambalema— y junto con la de Peñalisa, fue arrendada a Fernando Nieto, empresario
bogotano al igual que Francisco Caicedo Jurado quien se quedó con la última. Con un
mercado mundial dispuesto a comprar todo el tabaco que el país pudiera ofrecer, se
aumentaron las presiones para eliminar el monopolio, cuestión que se logró finalmente en
1850. La producción total de los grandes centros creció hasta 1865 y desde entonces fue
visible su contracción definitiva. Disminuyeron las ventas externas y cerró el mercado
interno con lo cual la producción de Ambalema empezó a extinguirse gradualmente. Esto se
manifestó en la pérdida de valor de la tierra que para 1871 había bajado un tercio del valor
registrado en 1856.

La decadencia del tabaco se originó, sin duda, en los deficientes sistemas nacionales de
producción, procesamiento y empaque del producto, incapaces de sostenerse en un mercado

161
externo competitivo. Los tabacos que exportó el país durante las décadas de 1850 y 1860
fueron utilizados por los compradores como envoltura de cigarrillos de precio intermedio
que fueron desplazados del mercado internacional por otros baratos que se empezaron a
fabricar en 1870.

EFIMERO PRIMER LUGAR

La malaria que se extendió por diversos países del orbe durante el siglo XIX, dio a la quina
un significado importante por ser la materia prima en la fabricación de medicinas para
combatir la enfermedad.

Las mejores quinas se encontraban —hasta 1850— en Bolivia. Colombia, Perú y las
colonias inglesas de Ceilán y la India producían algunas especies de menor calidad y sólo
hasta finales del siglo XIX se descubrió la Cinchonae Ledgeriana —que ofrecía el mayor
rendimiento de sulfato de quinina—, base del cultivo comercial en Java a principios del
siglo XX. Poco a poco se impuso en el mercado externo.

Colombia sin embargo pudo ubicarse como primer productor mundial desde la década del
40 hasta 1882, aprovechando la caída de la producción en Bolivia y el consecuente
desabastecimiento del mercado mundial.

Por su forma de explotación la quina en el país demandaba una movilidad continua de la


frontera de extracción. Primero —finales de la Colonia— fue en el occidente de
Cundinamarca, especialmente en la Provincia del Tequendama y en menor medida en

162
Boyacá y los Santanderes. Durante la bonanza de 1850 —aumento de las exportaciones—
los empresarios bogotanos explotaban preferentemente la quina de Fusagasugá y los
huilense la de la Cordillera Oriental, a la altura de Neiva.

Además existían las explotaciones de Pitayó, cuyo centro de acopio era Silvia en el Cauca.
Pero llegó el agotamiento de la producción en las selvas de Pitayá y Santander fue
creciendo fue creciendo en importancia, centrando sus actividades comerciales en
Bucaramanga: exportó 15 mil toneladas de quina entre 1879-1883, equivalentes a un 60%
de la producción nacional de entonces.

La producción quinera desapareció prácticamente en la primera década del siglo XX,


después de haber registrado un fugaz crecimiento en las exportaciones en el lapso
comprendido entre 1877-1882.

CAFETEANDO

Cundinamarca fue la segunda zona exportadora de café en Colombia después de Cúcuta y


otros pueblos de Santander —con tradición en esta actividades de comienzos del siglo
XIX. Hubo pues grandes zonas cafeteras en Cundinamarca y Tolima entre 1875 y 1910, y
otras menores en Boyacá. En Cundinamarca, en el Tequendama sobresalieron los
municipios de Viotá, El Colegio, Sasaima y La Mesa y el pueblo de Tena, ubicado en
jurisdicción de La Mesa. También se cultivó en la zona del Sumapaz, en municipios como
Fusagasugá y Cunday. Estas provincias estaban dotadas de una mayor población y vías de
acceso lo que favoreció la expansión del área de cultivo. En 1896 Fusagasugá fue la capital
comercial del Sumapaz y a ella se integraron los pueblos de Melgar, Cunday e Icononzo
como productores de café.

Pues bien. Probando primero con la quina y el añil y convertidos en latifundistas y


hacendados, los comerciantes urbanos de Bogotá iniciaron la producción cafetera en
Cundinamarca. Los movía la aspiración de exportar directamente el café, primero a los
mercados de Inglaterra y luego a los de Nueva York.

Fue así como en la zona predominó la gran hacienda bajo el sistema de arrendatarios y de
administradores y fueron los trabajadores migratorios provenientes de las tierras altas del
altiplano quienes ayudaron a ampliar el cultivo en las tierras calientes de la región.

Los hacendados participaron activamente en la pequeña bonanza cafetera del país a finales
del siglo pasado. En cinco años se incrementaron en un 170% las exportaciones
colombianas: la expansión se había iniciado hacia 1893 con la venta de 220 mil sacos y en
ese lapso se llegaron a exportar 600 mil. Ya en los años setenta la producción cafetera
cundinamarquesa se había expandido, especialmente en el occidente. Santander y
Cundinamarca aportaron en 1874 el 95% de la producción exportable y el departamento de

163
Cundinamarca alrededor del 33,4% de la producción total antes de 1898. Luego cayeron los
precios internacionales —después de 1896— y sólo se recuperaron en 1910.

También en 1913 se destacó la contribución de los Santanderes y Cundinamarca en las


exportaciones de grano: aportaban el 48% mientras que la región antioqueña y el Viejo
Caldas participaban con el 36%. El orden varió luego, en 1932: la zona de Caldas y
Antioquia entregaba el 47% de lo exportable y los departamentos de Cundinamarca y
Santander tan sólo el 23,8%.

DE LA MULA AL TREN, COMO DICEN

Antes de construirse los ferrocarriles, el sistema de transporte era costoso en grado sumo y
poco efectivo para llevar las mercancías por tierra desde los puertos fluviales hasta las
ciudades del interior “El costo de transportar una carga (cerca de 280 libras) río arriba hasta
Honda era de $7, mientras que los 160 kilómetros siguientes, hasta Bogotá, costaban entre
$4 y $6, presentándose tarifas aún más altas en épocas de lluvias” (William Mc Greevey,
Historia Económica de Colombia, 1845-1930) La técnica del vapor logró reducir un poco
los precios del transporte fluvial mucho antes que se dieran mejoras en el terrestre.

Fue con los trenes que se hizo posible disminuir las elevadas sumas por concepto de
transporte y las demoras en las transacciones de mercancías hacia y desde el interior del
país. Entre 1885 y 1900 se tendieron cerca de 300 kilómetros de rieles —especialmente
para complementar el transporte fluvial—y hubo luego una nueva expansión —entre 1905
y 1914— cuando los ferrocarriles de Antioquia y el Pacífico fueron terminados.

El avance significó para la región integrarse en forma considerable. Con la construcción de


ferrocarriles y caminos, se formó una red vial y comercial que logró la conexión de los
centros urbanos con el resto del país.

Hacia el norte estaban las carreteras central del norte, del Carare y del noroeste; hacia el
occidente y el sur, la carretera de occidente y hacia los Llanos orientales la carretera de
oriente. El principal ramal del ferrocarril central de oriente salía de Bogotá pasaba por
Chiquinquirá y seguía hasta Santander, atravesando completamente la región y permitiendo
su salida a Barranquilla; el de Girardot fue la vía de conexión de Bogotá con el río
Magdalena y partía de Facatativá, subiendo por la sierra para luego descender a Girardot
pasando cera de Zipacón, Anolaima, La Mesa, Anapoima y Tocaima; por Fontibón,
Mosquera, Madrid y Facatativá pasaba el de la Sabana y se empalmaba con el Ferrocarril
de Girardot. En Bogotá funcionó el tranvía con 36 kilómetros que recorría la cuidad y el
funicular que en 1920 tenía 815 metros.

Bogotá se consolidó como ciudad de servicios gracias, en buena parte, al despegue de los
sistemas ferroviario y carreteable, que jugaron un papel muy importante además en el
proceso de integración regional.

164
Bancos y comercio UN ASUNTO DE COMENSALES

Los requerimientos de un sistema de crédito más acorde con los cambios que se iban
presentando, dieron vía libre a los bancos. Sus pioneros fueron gentes muy dedicadas
al comercio.

Durante la Colonia, la principal fuente de recursos crediticios fueron los censos. Eran
contratos por medio de los cuales se hipotecaba un inmueble como garantía de un préstamo
otorgado con un interés del 5%. La Iglesia los controlaba a través de
la capellanía, institución en la cual quedaban sujetos los bienes al cumplimiento de misas y
otros oficios religiosos. Hubo otros sistemas: las cajas reales ofrecían créditos a los
particulares, pero únicamente con la aprobación de la Corona; los montepíos eran cajas de
ahorro establecidas generalmente por un gremio determinado: los militares en la Nueva
Granada crearon algunas para hacer préstamos a quienes en la institución estaban al
servicio de la Corona y para auxiliar a sus viudas y huérfanos. Todo esto habría de cambiar.

En los primeros años de la Independencia aún circulaba en Nueva Granada un sin número
de monedas de oro y plata de distintos pesos, calidades y leyes además de muchas monedas
falsas. Pero en los años posteriores a 1821 la situación se trató de unificar dando un nuevo
contexto al movimiento crediticio. No fue eso sin embargo lo único novedoso: en los años
sesenta el proceso de desamortización de bienes de manos muertas condujo a la pérdida de
poder de la iglesia como agente crediticio en época republicana. Se hizo necesario entonces
buscar otros mecanismos para ofrecer crédito a los particulares.

HURRA POR LA INICIATIVA

El primer antecedente importante en la nueva situación lo protagonizó el comerciante


boyacense José Tadeo Landínez. En 1839 fundó en Bogotá una entidad mercantil y
financiera. “La apertura de este establecimiento bancario hizo furor en Bogotá. Los más
valiosos estamentos sociales llevaban allí su dinero, incluidas las órdenes del Carmen, la
Tercera y Santo Domingo” (Mario Arango Jaramillo. Judas Tadeo Landínez y la primera
bancarrota bogotana: 1842). Sin embargo en 1842 la casa carnbiaria de Landínez
suspendió pagos por la carencia de metálico lo cual generó una corrida financiera entre sus
acreedores que finalizó con el cierre de sus actividades como banquero. El episodio aún
permanece sin una interpretación económica confiable.

165
A la luz de la experiencia y bajo el amparo de la legislación económica de 1863 y la
Constitución federalista del mismo año, se incentivó la creación de bancos que ampliaran y
facilitaran las transacciones entre las regiones de la Federación. Los principios liberales de
la época defendían la iniciativa privada como motor para el desarrollo y el marco jurídico
permitió que, en el Estado Federal de Cundinamarca, los particulares nacionales o
extranjeros crearan bancos regidos por el código del comercio como cualquier otra
actividad industrial. Además, que tuvieran la libertad para emitir billetes convertibles a su
presentaci6n en moneda legal —oro o plata—, hacer préstamos, recibir depósitos y abrir
sucursales o agencias en cualquier parte del país, con la única limitación de mantener una
reserva de oro en caja del 33% del total de billetes en circulación —hasta 1887 cuando se
prohibió la libre emisión.

Entre 1870 y 1922 se crearon, entonces, en la región 15 bancos comerciales de origen


nacional, uno público —el Banco Nacional—y sucursales de bancos extranjeros —los
bancos Mercantil Americano y National City Bank.

En Bogotá se localizaron el banco que lleva su nombre —primero en tener éxito y creado
en 1870—y el de Colombia, fundado en 1875. Desde su puesta en marcha, gozaron de un
poder absoluto tanto en la región como en el país. Hacia 1925, el Banco de Bogotá
contribuyó dentro del total de bancos afiliados al Banco de la República con el 16% de
todos los depósitos a término ya la vista en el país. En ese mismo año, el Banco de
Colombia contaba con el 19% del total de esos mismos depósitos en el sistema bancario
nacional, es decir, ambos representaban el 35% del total de exigibilidades en el sistema
bancario.

También se estableció en 1881 el Banco de Boyacá en Tunja, que fue reabierto en 1903 y
en 1909, para luego ser incorporado al Banco de Bogotá en 1928 El Banco Nacional, banco
público, tuvo como funciones servir de agente fiscal del gobierno y ejercer el monopolio en
la emisión de papel moneda, especialmente después de 1887. Fue creado en Bogotá por el
primer gobierno de Rafael Núñez. Empero, excesos de emisión sin respaldo —realizados
para ayudar al gobierno en los gastos de las guerras de 1885 y 1895— condujeron al cierre
de la entidad bancaria en 1896.

Como parte del programa de su gobierno el presidente Rafael Reyes propuso la agilización
en la amortización de papel moneda que se había emitido durante la guerra de los mil días;
para ello creó en 1905 el Banco Central, con capital mixto y con el privilegio de emitir; era
además agente del gobierno para el cambio y amortización de billetes y debía administrar
algunas de las rentas nacionales. En 1909 se liquidaron los contratos entre el gobierno y el
banco y en adelante siguió operando como entidad privada basta su venta al Banco de
Bogotá en 1928.

166
La activación de los establecimientos proporcionó una mayor liquidez al mercado regional
y mediante la circulación de billetes —nuevo medio de pago— se amplió el número de
transacciones comerciales. Se registró una caída en las tasas de interés y se formó una
extensa red de agencias nacionales y de corresponsales extranjeros en los principales
centros económicos del mundo como Londres, París y Nueva York.

LOS DUEÑOS DEL BALÓN

Cuando se estudia en detalle la organización de la propiedad accionaria de los bancos en


Bogotá, se encuentra que no estuvieron en manos de unas cuantas personas o de una
determinada familia —caso de los bancos de Bogotá y Colombia. Por el contrario, la
distribución accionaria se concentró en una amplia gama de negociantes y comerciantes
locales, Además, Bogotá creció como un foco de desarrollo económico relativamente
aislado del resto de la región, lo que explica la ausencia, dentro del capital accionario, de
negociantes de otros importantes municipios de Cundinamarca, Boyacá o el norte del
Tolima —linderos de la región para entonces.

Esta característica en la organización accionaria de la banca capitalina, presentó marcadas


diferencias con respecto a otras regiones del país en ese tiempo. En Antioquia, por ejemplo,
dentro del proceso de concentración de capital, el eje principal lo constituyó la familia, y
fue muy frecuente la presencia de negociantes y comerciantes de municipios cercanos a
Medellín en el capital accionario de los bancos.

HOMBRES ORQUESTA

Banqueros al tiempo que hacendados, exportadores de café, dueños de importantes casas


comisionistas en las grandes ciudades o comisionistas ellos mismos de casas comerciales
externas, importadores de mercancías: así fueron los miembros de la élite comercial
formada en la región central del país. Con su espíritu de empresarios andinos combinaron
un importante número de actividades para diversificar su riesgo.

Importantes hombres públicos abrieron el comercio con el extranjero —mediante la


organización familiar— para la importación de víveres, drogas y mercaderías foráneas y
para la exportación de café, tabaco, pieles y otros frutos de la región. Las familias Samper,
De la Torre, Restrepo, Camacho Roldán y Tamayo, Holguín y Calderón son una buena
muestra de estos empresarios y comerciantes de la región andina.

Quincallerías y locales comerciales, se abrieron a panel en Bogotá. Ofrecían mercancías


importadas, primero, de Inglaterra, Alemania y luego de los Estados Unidos; expendían
vinos y licores y vendían loza esmaltada, artículos de papelería, libros y drogas.

Ya a finales del siglo XIX se contaba con fábricas como Bavaria—creada en 1881— y la
vidriería Fenicia —fundada en 1896—; la empresa de chocolates La Equitativa —1889—
se fusionó con la fábrica de Chocolates Chávez en 1905. Durante las dos primeras décadas

167
del siglo XX se crearon la fábrica de calzado La Corona —1910— Cementos Samper —
1909— y Cementos Diamante en la región de Apulo —1927. La Magdalena y Paños
Colombia —empresas textileras— se fundaron en 1917 y las fábricas de fósforos, velerías y
tenerías empezaron a formar un cordón alrededor de Bogotá. De esta forma, las empresas
típicas de la región fueron pequeñas o medianas y funcionaron en predios de la ciudad o
cerca a ella.

168
DESTINO LA CIUDAD

El siglo XX entra con toda el andamiaje dispuesta por los años anteriores. Y se
consolida la capital como el contra industrial y de servicios en el país.

Con los años treinta vino la industrialización en forma a la región. Se busca ha con ello
especialización y ampliación productiva al igual que la creación de un mercado nacional
surgido de la integración entre regiones. Se empiezan a observar entonces importantes
cambios en los procesos de producción encaminados a crear nuevos bienes de consumo
pero también nuevos bienes intermedios y de capital.

La industria siderúrgica despegó en Boyacá a partir de 1948 después que algunas empresas
medianas habían ensayado la explotación del hierro: primero en Subachoque, a finales del
siglo XIX, y luego con las ferrerías de Pacho y Samacá de cuyos altos hornos aún quedan
vestigios. Y entró Acerías Paz del Río. Ya la intención era explotar en gran escala los
yacimientos de hierro y suministrar, además de materia prima para la industria nacional,
varios productos terminados: lingotes y láminas de hierro y acero, rieles, vigas, alambres y
algunos subproductos como cal agrícola, sulfato de amonio, benzoles y alquitranes. Su
aparición impulsó la industria metálica en el país (Bogotá, Medellín y Cali) que empezó a
ofrecer puntillas, grapas, cercas de alambre, vejas y mallas.

El cemento pegó también, se reorganizó y diversificó la industria del producto. La


empresas Cementos Samper. Diamante y Boyacá adquieren la técnica de concreto
armado para incorporar su uso en puentes y canales. Eternit en Soacha —entidad fundada
en 1942—empezó a fabricar tejas onduladas hechas con cemento de Portland de producción
nacional y fibra de asbesto. La construcción urbana con su gran dinámica en los años
setenta y ochenta utilizó el cemento en la confección de partes prefabricadas.

Otras industrias surgen en la región con fuerza: la de quesos, mantequilla y otros productos
lácteos en Sopó —lugar de establecimiento de la empresa Alpina; la empresa Peldar
construye sus hornos en Zipaquirá, municipio donde se explota también la sal al igual que
en Nemocón y Sesquilé y la industria cervecera que con Bayana empezó a operar la
maltería de Santa Rosa de Viterbo —en este renglón la Cervecería de Bucaramanga realizó

169
ensanches en la de Bogotá en 1980, que representaron una ampliación del 47% de su
capacidad y una inversión de $1.600 millones de pesos.

La minería ha tenido su cuota importante en este proceso con la explotación de esmeraldas,


carbón, cobre, caliza, cinc y yeso. Las esmeraldas del altiplano han adquirido
reconocimiento internacional por su belleza y los yacimientos han sido explotados
directamente por el gobierno o por empresas privadas en contratos de delegación. Las
gemas más valiosas se encuentran en Muzo, Coscuez, Chivor, Buenavista, en Ubalá y
Gachalá.

USTEDES A LO SUYO, NOSOTROS A LO NUESTRO

La producción de bienes intermedios creció rápidamente al tiempo que se redujo la de


bienes de consumo: esa fue la situación en los años cincuenta. Los nuevos derroteros
favorecieron la expansión de manufacturas en Boyacá y la introducción de otros procesos
con maquinaria eléctrica y equipos de transporte en Bogotá. Cundinamarca —incluyendo la
capital— contribuyó así con el 27% del valor agregado industrial en el total del país y
Boyacá con el 3% en 1968.

Diez años más tarde —1978— el porcentaje de participación de Cundinamarca crecía al


29% pero Boyacá mantenía el suyo —3,1%. Era explicable: durante los años setenta
Boyacá fortaleció los bienes intermedios —fundamentalmente en la industria de hierro y
acero— y la minería y concentró grandes empresas de transporte interdepartamental, en
tanto que Cundinamarca —con Bogotá y su área de influencia— se especializó en bienes de
capital —superando el promedio nacional—, producción caracterizada por una alta
integración de las distintas fases de los procesos de producción y los requerimientos de
abundante mano de obra. Para 1987 Bogotá participa con el 26% en la producción bruta
industrial del país y con el 32% del empleo industrial.

HABLANDO DE BOGOTÁ

El proceso de concentración económica en la capital cuenta entre sus rasgos sobresalientes


el crecimiento de la población urbana y el esfuerzo en servicios públicos para atender la
vida cotidiana de la gran urbe.

Según el censo de 1951 Bogotá tenía 653 mil 791 habitantes con una alta proporción de
migrantes; 39 años después la población del distrito fue de 4 millones 899 mil 180
habitantes —de acuerdo con las proyecciones del censo de 1985. Hubo un complejo
proceso de transformación de su estructura demográfica con causas como el crecimiento
elevado y progresivo de la población hasta 1964, la desaceleración de esta tendencia a
partir de este momento y el intenso proceso de urbanización en las dos décadas siguientes.

Paralelamente y después de los trabajos emprendidos para la modernización de los servicios


públicos en la ciudad hasta la década de los cuarenta, el objetivo de los gobiernos

170
municipales se centró en la adecuación de los servicios de energía, acueducto y
alcantarillado, y en los últimos veinte años, en el de recolección de basuras y en una mayor
cobertura en la red telefónica de la ciudad.

En consecuencia, Bogotá sobresale también como centro de servicios en el país, incluyendo


los financieros: en la ciudad funcionan las casas matrices del 10% de los grandes bancos
comerciales de Colombia. Los primeros lugares dentro del total de activos financieros en el
país lo ocuparon los Bancos Ganadero, Bogotá y Colombia con $ 3 mil 370 millones en
diciembre de 1992, los tres con su casa matriz ubicada en Bogotá.

Era de esperarse un salto en la construcción de vivienda ante el comportamiento


demográfico. En efecto, fue uno de los cambios más significativos en la industria en Bogotá
en los años setenta junto con la formación de ensambladoras. El sistema Upac puso en
marcha un nuevo mecanismo de crédito para la vivienda que incentivó fuertemente la
actividad constructora. Al tiempo con las Corporaciones de Ahorro y Vivienda nacieron
nuevas urbanizaciones y ciudadelas de apartamentos construidos por el Banco Central
Hipotecario y el Instituto de Crédito Territorial, hoy Inurbe. El ascenso fue vertiginoso
también en el montaje de vehículos automotores y especialmente en la creación de
ensambladoras.

En menor escala pero muy importantes fueron los renglones de productos químicos y
minerales no metálicos.

TAMBIÉN LA TRADICIÓN

Los actuales departamentos de Boyacá y Cundinamarca conservan el cultivo de algunos


productos prehispánicos: papa, maíz, fríjol; y la herencia colonial del trigo, la cebolla, la
cebada y las hortalizas. Productos menores son arroz, maní, sorgo y, en la Sabana, flores
para la exportación.

Hay cultivos permanentes: la caña panelera, el plátano, la yuca y frutales como naranja,
mandarina, piña, banano y fresas para exportar.

La actividad ganadera es vital en la región. La cría, ceba de bovinos y producción de leche


y ganado de doble propósito es una pujante industria hoy en la Sabana. Se demandan
importantes recursos crediticios para su producción: en 1992 el gobierno concedió créditos
para compra de animales a grandes productores en el departamento de Boyacá —$2 mil
180 millones— y Cundinamarca —$4 mil 180 millones. El ganado ovino se cría en las
regiones secas, y en las depresiones del altiplano los mulares, asnales y porcinos —en
menor escala.

No obstante la tradición, la actividad industrial ha desplazado a la agropecuaria. Así lo


muestran las cifras de participación en el PIB regional por ramas de actividad: en

171
Cundinamarca el renglón pasó del 33% en 1980 al 27% en 1989, En Boyacá la contribución
del sector agropecuario pasó del 24% al 19% en igual período.

VALOR AGREGADO POR ACTIVIDAD ECONÓMICA


1989-1994 BOYACÁ Y CUNDINAMARCA

Precios corrientes Millones de pesos

Actividad Cundinamarca Boyacá

Agropecuaria 1989 1994 1989


Minería
Manufactura 272 734 941.931 85.992
Electricidad, gas y agua 26.093 94.663 60.140
Construcción 176.373 487.657 53.430
Comercio 33.030 29.411 26.915
Transporte y Almacenamiento 70,785 195.174 25.498
Comunicaciones 104.401 293.760 44.129
Bancos y otros seguros 71.067 295.222 41.538
Alquiler de vivienda 3.345 23.970 2.186
Servicios personales 32.476 129.610 17,420
Servicios del gobierno 21.747 84.035 14.951
Servicios domésticos 50.615 312.752 33.976
50.111 223.241 34.448
menos: 1.234 4.016 1.034

Servicios Bancarios Imput. 4.777 71.561 4.853


Subtotal Valor Agregado 909.223 3‟043.881 436.804
Derechos e Impuestos de Import. 91.632 422.082 1.073
PIE REGIONAL 1„000.855 3‟465.963 437.877

PARTICIPACIÓN DEL PIB REGIONAL EN EL


TOTAL NACIONAL PRECIOS CONSTANTES 1975

Millones de pesos

Año Nación Boyacá Cundinamarca

1980 525.785 3,36 5,91


1981 537.736 3,41 5,73

172
1982 542.836 3,21 6,22
1983 551.380 3,20 8,20
1984 569.855 3,05 6,44
1985 587.561 3,06 6,65
1986 621,781 2,91 6,61
1987 655.184 2,91 6,56
1988 681.791 2,95 6,96
1989 703.823 2,94 7,01
1990 736.259 2,89 6,75
1991 749.978 2,94 6,69
1992 780.312 2,64 6,80
1993 822.336 2,91 7,09
1994 870.151 2,43 7,55

Fuente: DANE. Estadísticas Básicas Departamentales.

BIBLIOGRAFÍA

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1842, Ediciones hombre Nuevo, Medellín, 1981.
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Historia Social (1539- 1800) Nº. 1, Academia Boyacense de Historia, Tunja, 1984.
Deas, Malcom. Del poder y la gramática, Tercer Mundo, Bogotá, 1993.
González, Margarita. El resguardo en el Nuevo Reino de Granada, (reedición), El Ancora
editores, Bogotá, 1992.
Jiménez, Margarita y Sideri, Sandro. Historia del desarrollo regional en Colombía,
CIDER-CEREC, Bogotá, 1985.
Langebaek, Carl Henrik. Mercados, poblamiento e integración étnica entre los
muiscas Siglo XVI, Banco de la República, Bogotá, 1987.
Mc. Greevey, William Paul. Historia Económica de Colombia: 1845- 1930, Tercer Mundo,
Bogotá 1989.
Monsalve, Diego. Colombia cafetera, Artes gráficas S. A., Barcelona, 1928.
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Puyo, Fabio. Bogotá, Editorial Mapfre, Madrid, 1992.
Ramón, Justo. Geografía de Colombia, Colección la Estrella, 13a Edición, Bogotá, 1956.
Vargas, Julián. La sociedad de Santa Fe colonial, GINER Bogotá, 1990.
Varios autores (comp.) Historia de Bogotá. Villegas Editores, Bogotá 1988.

173
8. POLÍTICA

El lenguaje de la política

Se muestra la historia política regional desde la Colonia como la del núcleo del poder
central. En la república las viejas lealtades caudillistas se tornan en afiliaciones
partidistas. El debate ideológico desde la mitad del siglo XIX, con la cuestión religiosa en
primer plano, origina numerosas guerras civiles que entran al siglo XX como oleadas de
confrontaciones bipartidistas. El conflicto se transforma a partir de los cincuentas y se
prolonga hasta nuestros días.

Fotografía archivo El Tiempo

Javier Guerrero Barón: Sociólogo, profesor de la Universidad Pedagógica y Tecnológica


de Colombia.

174
LOS ORIGENES DE LA NACIONALIDAD

En la época precolombina el altiplano fue la zona más poblada del país y rápidamente se
convirtió en el centro de poder colonial sobre los territorios conquistados. Dos importantes
ciudades coloniales se fundaron sobre las poblaciones muiscas del altiplano: Santiago de
Tunja y Santafé de Bogotá. Desde allí las autoridades de la corona española ejercían su
mandato sobre indígenas y españoles.

Durante el siglo XVI Tunja fue rival de la capital. La fuente inicial de su riqueza fue la
densa población indígena de las zonas adyacentes. La encomienda se implantó firmemente
surgiendo una clase aristocrática basada en la propiedad de la tierra y el trabajo indígena.
Otra fuente de prosperidad fueron los rebaños de ovejas criados en los valles cercanos. La
lana sirvió para la creación de una floreciente industria textil de carácter doméstico. Como
capital de un vasto territorio Tunja prosperó durante el siglo XVII.

La inicial opulencia fue declinando gradualmente con la disminución de la población


indígena en el siglo XVIII. Los rebaños disminuyeron y la producción textil descendió
abruptamente. La zona del Socorro y San Gil, incluida en la jurisdicción de Tunja,
mantenía una producción agrícola diversificada y una ganadería en expansión, donde
predominaba el minifundio. El algodón se convirtió en uno de los cultivos principales, que
le permitió al Socorro reemplazar a Tunja como centro de producción textil.

Las ideas libertarias se sembraron con el movimiento comunero de 1781, especialmente por
la atrocidad con que fue aplastado. En ese episodio la región tuvo una injerencia destacada.
Se inició en la provincia del Socorro, rápidamente se expandió a Sogamoso y Tunja. Se
sublevaron las poblaciones en el norte de Cundinamarca hasta llegar a Zipaquirá con un
ejército de 20 mil hombres. Galán, luego de las Capitulaciones, continuó la agitación sobre
los territorios que caen hacia el río Magdalena, y luego hasta Guaduas y Mariquita. Hubo
numerosos levantamientos de esclavos e indígenas en todo el país entre los cuales se
destaca el del resguardo de Suba.

Durante el período conocido como la Patria Boba las provincias establecieron, al igual que
la capital, Juntas de gobierno independientes. La unión de las poblaciones de Leiva,
Chiquinquirá y Muzo a Cundinamarca desató el descontento de Tunja contra Santafé de

175
Bogotá, y generó entre ambas algunos enfrentamientos armados que terminaron con las
negociaciones de Santa Rosa. Los enfrentamientos se reanudaron cuando el Congreso de la
Confederación de las Provincias Unidas acudió a Tunja para derrocar al presidente de
Cundinamarca, Antonio Nariño, partidario de un gobierno centralista. La victoria de Nariño
y las nuevas negociaciones pusieron fin a las disputas entre federalistas y centralistas.
Ambos bandos sufrirían una dura represión durante la invasión de reconquista de Pablo
Morillo y Juan Sámano, que llevó a muchos de los líderes de esta generación patriota al
destierro o al patíbulo.

En las luchas independentistas se revivió la importancia del altiplano, no sólo por la


proximidad a los principales escenarios de la guerra. El ejército bolivariano se fortaleció
con el apoyo de guerrillas que luego se transformarían en los ejércitos regulares de la
ofensiva final. Se destacaron las guerrillas organizadas por fray Ignacio Mariño, Juan
Galea, Ramón Nonato Pérez y el español republicano Antonio Arredondo, en Arauca y
Casanare, a las que se unieron las de Ongaza, Cerinza, Paipa, Chiquinquirá y Ubaté. Otro
frente fue el de los llanos de Medina y el Valle de Tenza. En Cundinamarca se destacaron
las guerrillas de La Mesa y singularmente las de los hermanos Almeyda, que se hicieron
fuertes en la resistencia de un área importante en las goteras de Santafé, con epicentro en
Machetá, Chocontá, Tibirita y Ubaté, con ramificaciones hacia el llano por el valle de
Tenza y conexiones con Guaduas, Tunja y Socorro.

EL LENGUAJE DE LA POLÍTICA

La guerra era un mecanismo importante de movilidad social, de ascenso y de formación de


líderes políticos, incluso, de acceso a la economía y al reconocimiento. En adelante la
historia política del país y especialmente de la región central, será la historia de las guerras
civiles que anteceden a las constituciones. Era el ciclo guerra-armisticio- constitución, en el
que la contienda era ante todo el mecanismo de hacer política: su objetivo, antes que la
derrota total del enemigo mediante la toma del poder o el cambio de sistema siguiendo
métodos revolucionarios, consistía en sobresalir, alcanzar una jefatura partidista o
simplemente lograr la participación burocrática de una fuerza excluida, o simplemente
expresaban las rivalidades interregionales, de líderes o caudillos locales insatisfechos
momentáneamente y las confrontaciones ideológicas por concepciones del Estado y la
política.

Durante el siglo XIX los individuos prestantes de los pueblos cundiboyacenses se


mostraron apáticos a asumir cargos administrativos a nivel local. Las razones iban desde la
costumbre de domiciliarse en la capital, la rudeza de la política provincial o la ventajosa
táctica de participar moderadamente, protegiendo intereses determinados y trabajando en
asocio con líderes locales. Hombres en su mayoría modestos, pero destacados en su pueblo,
ocuparon estos cargos administrativos y se convirtieron en agentes electorales para los
partidos, en caciques que a través de la política accedían a posiciones de prestigio y

176
autoridad. Los líderes de los partidos hacían campaña en las localidades a través de los
caciques, que organizaban fiestas con asados, cerveza, chicha y música, para animar a los
votantes. A la clientela política de los caciques se sumaban jóvenes que aprovechaban las
escasas oportunidades de educación, entre ellas la abogacía, para participar en el reparto del
botín burocrático del Estado.

TRAS EL PODER

A partir de 1844 empezaron a surgir sociedades democráticas, integradas por artesanos y


estudiantes que buscaban reformas fundamentales al Estado, para ellos una continuación
del régimen colonial. Ingresaron al protagonismo político con los sucesos del 7 de marzo de
1849, cuando su presión fue decisiva para la elección presidencial de José Hilario López.
Desde ese momento el término rojo hace referencia a liberal y chusma o plebe alude a las
masas populares exaltadas, que López oficializa y convierte en instrumento partidista. En
esta coyuntura se formaron Felipe Pérez, Salvador Camacho Roldán, Aníbal Galindo, José
María Samper, Teodoro Valenzuela, Ramón Gómez, Camilo Echeverry, Francisco Alvarez,
Foción Soto, José María Rojas Garrido y muchos otros líderes. En estos años de gran
actividad política se considera a Ezequiel Rojas abogado boyacense y a Mariano Ospina
Rodríguez, nativo de Guasca, Cundinamarca como los fundadores del Partido Liberal y
Conservador, respectivamente, el primero, líder de la Sociedad Republicana y el otro de la
Sociedad Filotémica.

Electoralmente, Boyacá y Cundinamarca desde los primeros tiempos de la República se


convirtieron en zonas de influencia mayoritariamente conservadora. En este juego de
acomodación de las fuerzas políticas en las elecciones de 1856, primeras de votación
popular, se constituyeron en el comienzo de la territorización de los partidos, situación que
se reforzaría con las clientelas de las guerras. En los mencionados comicios, la casi tercera
parte de la votación correspondía a las jurisdicciones de Boyacá y Cundinamarca, y
mientras en el resto del país hubo un virtual empate entre el conservador Mariano Ospina
Rodríguez y el radical Manuel Murillo Toro, la balanza la inclinó esta región hacia el
candidato conservador.

Desde las elecciones de 1856 se consolidaron como provincias mayoritariamente liberales


Fusagasugá, Guaduas y la Palma, en Cundinamarca, y Casanare y Vélez (Moniquirá y
Chiquinquirá) en Boyacá. Como conservadoras Bogotá, Caquezá, Chocontá y Guatavita en
Cundinamarca, y Tundama y Tunja en Boyacá. Solo el desarrollo de cada guerra y el
manejo electoral desde el poder haría variar esta correlación.

177
Del federalismo al centralismo
LA CONTIENDA TRAE LA NORMA

El Olimpo Radical

D esde la Constitución de 1853 existía consenso alrededor del federalismo como forma de
gobierno. En tanto, los debates entre conservadores y liberales caldeaban el ambiente por el
control de los Estados y las provincias. En 1859 el presidente Ospina y el partido
conservador desestabilizaron al gobierno liberal de Santander llegando hasta el asesinato
del gobernador. Al ser derrotados, los conservadores movilizaron las fuerzas oficialistas de
Boyacá, desatando en 1860 una de las guerras más cruentas: solo los ejércitos rebeldes
movilizaron más de 10 mil hombres armados. Fue el triunfo militar del radicalismo en el
que gólgotas y draconianos habían derrotado al conservatismo, para avanzar en su
programa de reformas, mediante la consagración de la Constitución de Rionegro, que
ratificaba y profundizaba los rasgos federalistas de las constituciones anteriores, dando más
poder político y militar a los Estados federales que al gobierno central. Ante la derrota, los
conservadores organizaron guerrillas semipermanentes, especialmente en la zona de Guasca
y el Guavio, que mantuvieron a Cundinamarca en estado de guerra permanente.

En 1861 Tomas Cipriano de Mosquera es nombrado presidente provisorio y asume el poder


en medio de la guerra civil. Con el objeto de reducir el poder de la Iglesia, Mosquera
proclama el decreto de tuición de cultos que obligaba a los ministros religiosos a solicitar
permiso a la autoridad civil para ejercer sus funciones, y expulsa nuevamente a los jesuitas,
que habían regresado al país durante la administración de Ospina. En septiembre de ese
año, dicta el decreto de desamortización de bienes de manos muertas. En Bogotá la Iglesia
se había convertido en el mayor propietario de finca raíz, lo que significaba un obstáculo
para el desarrollo urbano de la ciudad. Los bienes desamortizados en Bogotá y la Sabana
equivalían al 57% del valor de los desamortizados en todo el país. La medida de
desamortización puso en circulación el 20% de las fincas raíces de la ciudad, que

178
pertenecían a la Iglesia. La mayoría de los bienes rematados quedaron en manos de
individuos que los adquirieron para colocarlos en circulación, haciendo negocio con ellos.

En Boyacá se desamortizaron 204 fincas, para un total de más de 20.000 hectareas


productivas y 145 predios urbanos, los principales ubicados en Tunja, Villa de Leyva,
Somondoco, Ráquira y Tenza. Las 50 propiedades más importantes fueron adquiridas entre
diez notables de Tunja, altos funcionarios del gobierno de Mosquera y líderes radicales. La
desamortización generó protestas y levantamientos armados de los conservadores en
Cundinamarca y Boyacá, en donde se presentaron numerosos levantamientos en contra de
esta medida y de los gobiernos radicales, entre 1863 y 1876.

Para el presidente Mosquera el gobierno de la Unión debía residir en un territorio que no


perteneciera a ninguno de los Estados, por lo que creó el Distrito Federal de Bogotá. La
medida le otorgaba autonomía a la capital frente a Cundinamarca, pero al mismo tiempo la
excluía de la participación en el Congreso, reservado a los representantes de los Estados
Soberanos. Entre 1861 y 1867, el general Daniel Aldana junto con un grupo de abogados y
tinterillos liberales de los pueblos la sabana, apodados los sapos, se apoderaron del poder
legislativo y judicial del Estado de Cundinamarca, y mediante mecanismos como el fraude
y la utilización de los cargos públicos, lograron construir eficaces redes electorales que
desplazaron a los tradicionales y aristocráticos bogotanos de ambos partidos. Desde la
Asamblea legislativa los sapos impedían la reincorporación de Bogotá a Cundinamarca.
Con Santos Gutiérrez en la presidencia del Estado Federal en 1864, los capitalinos lograron
su reincorporación a Cundinamarca, y en 1867, se vieron favorecidos por la destitución de
los sapos del poder, por haber brindado su apoyo a la dictadura de Mosquera.

EL CENTRALISMO

La Regeneración buscó el control sobre los artesanos, o al menos influir sobre su


organización y sus orientaciones. Las Sociedades Católicas desempeñaron un destacado
papel en la guerra de 1876-77 y en el triunfo posterior de la Regeneración. Las medidas
proteccionistas del gobierno y la actividad desplegada por asociaciones cristianas, le
permitieron a los artesanos consolidarse como una fuerza importante durante la
Regeneración. Sin embargo, en 1893 las difíciles condiciones sociales de los artesanos, la
acción del liberalismo radical que propagaba la oposición al gobierno y el viejo grado de
autonomía de los artesanos contribuyeron al estallido de un nuevo motín. Ignacio Gutiérrez
Vergara, miembro de la Sociedad San Vicente de Paul y acaudalado comerciante
conservador, había iniciado desde diciembre de 1892 la publicación de una serie de
artículos destinados a combatir las costumbres de los artesanos. Ofendidos por lo que
consideraban manifestaciones de desprecio social los artesanos de Bogotá decidieron
responder a su detractor con pedreas contra su residencia y amenazas que fueron reprimidas
por la policía. En los disturbios uno de los amotinados fue muerto por un gendarme,
desencadenando una respuesta violenta de los artesanos, que se dispersaron por la ciudad en

179
numerosos grupos armados, destruyendo instalaciones públicas y algunas viviendas de las
autoridades. El Gobierno reprimió los disturbios drásticamente. El ejército detuvo a cerca
de 400 amotinados y por lo menos 20 personas murieron.

La Regeneración se transformó en una dictadura conservadora dedicada a la persecución


sistemática de sus opositores. En la Guerra de los Mil días (1899-1902), una vez sucedida
la derrota de los ejércitos liberales, se extendió en el país el uso de tácticas guerrilleras. En
Cundinamarca las provincias cafeteras de Sumapaz , Tequendama y La Palma fueron los
focos principales de la actividad guerrillera, que persistía a pesar de las victorias militares
del gobierno. El municipio de Viotá que había sido controlado por los liberales durante la
guerra, servía de refugio para los grupos guerrilleros, después de sufrir denotas en las
regiones controladas por el gobierno. Aunque pocos hacendados de este municipio tomaron
las armas, la mayoría apoyaba la revolución liberal.

Durante los tres años de la guerra, las guerrillas resistieron exitosamente el control del
gobierno en las zonas cafeteras, comprometiendo la disciplina y moral del ejército oficial.
Las guerrillas liberales se sostenían por medio de expropiaciones a los conservadores
partidarios del gobierno. El gobernador militar de Cundinamarca, Aristides Fernández,
emprendió sanciones como contribuciones forzosas y encarcelamientos contra prestigiosos
liberales bogotanos, con el argumento de que las guerrillas eran abastecidas y dirigidas
desde la capital. Ante el asedio guerrillero, en Bogotá se incrementaron las medidas de
seguridad y se organizaron milicias de ciudadanos para defender la ciudad. En febrero de
1902 el gobierno obtuvo una victoria decisiva sobre las fuerzas guerrilleras en Soacha. El
presidente Marroquín ofreció una amnistía general a los guerrilleros que fue aceptada por
algunos jefes. En el nordeste de Cundinamarca continuaron los enfrentamientos, pero en los
meses siguientes los grupos guerrilleros se rindieron o fueron capturados y ejecutados. Una
de las consecuencias de esta guerra, además de la crisis económica que produjo, fue la
separación de Panamá en 1903.

Luego de la guerra, el país entraba en una etapa de recuperación económica. El


saneamiento de la economía, la revitalización de la industria, la legalización de los capitales
acumulados durante la guerra, y grandes obras de infraestructura asociadas a la pujante
economía cafetera marcaron las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, todo esto no
cuajó en una gran reforma, y el ingreso a la modernidad capitalista quedó a mitad de
camino.

LA FAMOSA DANZA

Boyacá y Cundinamarca constituían uno de los más importantes ejes viales con el
ferrocarril de Girardot y la Sabana, y con la carretera Central del Norte. Rafael Reyes,
boyacense, puso especial énfasis en ella. Con la posterior Danza de los Millones la región
fue favorecida con la asignación de recursos. Pedro Nel Ospina y Miguel Abadía Méndez

180
impulsaron los Ferrocarriles del Norte y del Nordeste, ambos sobre el altiplano. Como
Ministro de Obras el general Sotero Peñuela, hombre de confianza del general Próspero
Pinzón y veterano de la última guerra, se extendió la carretera central del norte hasta el
municipio de Soatá, cabecera de García Rovira y tierra natal del funcionario.

Los movimientos populares tomaron fuerza en momentos en que irrumpía el socialismo en


el país. El problema agrario fue álgido entre colonos y propietarios en las haciendas
cafeteras de Cundinamarca, especialmente en las provincias de Sumapaz y Rionegro. Viotá
y Yacopí eran las capitales de los conflictos de los años veinte por la tierra y la escasez de
mano de obra para la cosecha cafetera. Las Ligas Campesinas obtuvieron importantes
victorias, contra las relaciones de aparcería y renta en trabajo imperantes en esas zonas,
frente a los terratenientes ausentistas y a los hacendados.

En Boyacá la situación se hacía más crítica. El enganche masivo de trabajadores en las


obras públicas se cortó abruptamente con la crisis de 1929, iniciándose un retorno al campo
que se expresa en el bandolerismo endémico, principalmente en la zona de Yacopí, en el
norte de Boyacá y García Rovira, y en la agudización de los conflictos agrarios del
Sumapaz y Tequendama.

En Bogotá, entre tanto, los estudiantes habían iniciado un movimiento cívico contra la
corrupción del gobierno y en protesta por la masacre de las bananeras y el nombramiento
como jefe de policía del magnicida coronel Carlos Cortés Vargas. La muerte de un
estudiante de la Universidad Nacional puso en jaque al gobierno. Estas situaciones y el
impacto social de la crisis deterioró 12 legitimidad del régimen conservador y facilitó su
caída.

LA REPÚBLICA LIBERAL

En medio de los efectos de la crisis y de la división del Partido Conservador, el liberalismo


asciende al poder. En una rápida campaña electoral Enrique Olaya Herrera, boyacense,
natural de Guateque, gana las elecciones presidenciales de 1930.

A partir de ese momento en Boyacá se desató una verdadera guerra regional. En un


departamento hegemónicamente conservador son nombrados un gobernador liberal y
alcaldes liberales en 115 de 124 municipios. La primera consigna fue la de no entregar las
alcaldías. Fueron frecuentes la asonadas contra los alcaldes en los municipios
conservadores.

La guardia departamental y el resguardo, ambos de filiación conservadora, desacatan


sistemáticamente a los alcaldes. Estos crean entonces las llamadas policías cívicas,
integradas por individuos adscritos al liberalismo y llevados de otros municipios. Esa sería
la fuente de innumerables atropellos y persecuciones contra los contrarios, entre las que se
destacan los enfrentamientos armados en Tunja y las masacres de Capitanejo, en diciembre

181
de 1930, y Molagavita en 1933. Allí se generaron los movimientos armados conservadores
desde 1933 hasta 1936, en Boyacá y los Santanderes.

La población en 1930 en Boyacá era 60% conservadora y 40% liberal. Tres años después el
18% de los habitantes era conservador y el 82% liberal. En adelante se mantendría esa
proporción hasta la caída de la República liberal. Las masacres e incidentes armados en casi
todas las provincias del departamento continuaban, especialmente en las zonas del Norte,
Gutiérrez, Occidente y la zona esmeraldífera. El directorio conservador, con la
participación activa del clero, nombró jefe militar en 1931 al general Luis Suárez Castillo, y
se inició la declaratoria de una guerra regional, con todas las características de las guerra
civiles del siglo XIX. Sobresale la actividad del sacerdote Cayo Leonidas Peñuela, hermano
del general Sotero Peñuela y de Alcides García, un famoso bandido y jefe militar de los
chulavitas, quienes comandan las acciones conservadoras. Se inicia la estrategia de
desobediencia civil emanada del Directorio Nacional Conservador, ahora bajo la
conducción de Laureano Gómez.

El parlamento discutía un proyecto de ley de desarme de Boyacá y García Rovira, cuando


se presentó el conflicto con el Perú. Se produjo en ese momento una pausa en el conflicto
interno. Laureano hizo la proposición de apoyo al gobierno. Pero una vez se firmaron los
tratados que terminan el litigio, la situación interna vuelva a agudizarse. Luego de las
elecciones de 1933, Boyacá se había transformado, por medio de la violencia, en un
departamento mayoritariamente liberal.

En Cundinamarca especialmente en Sumapaz, se agudizaba el conflicto entre campesinos,


colonos y trabajadores de las haciendas cafeteras y los dueños reales o supuestos.
Temerosos ante las reformas, cafeteros y terratenientes conformaron ligas de propietarios
para atacarlas. Pronto se transformaron en la Asociación Patriótica Económica Nacional,
Apen, a la que ingresaron algunos empresarios que veían amenazados sus intereses por las
reformas laboral, agraria y tributaría.

Viotá, Fusagasugá, Pandi y Yacopí fueron municipios con movilizaciones permanentes en


especial de la Ligas Campesinas que desde la década del veinte lideraba Erasmo Valencia y
que tenían una fuerte influencia gaitanista. Por presión del movimiento agrario en el
Sumapaz, hubo parcelaciones por 83 mil hectáreas entre cerca de siete mil familias durante
la primera administración de López. La figura de Juan de la Cruz Várela creció a la luz de
estos conflictos. Este campesino de origen boyacense, lideró el movimiento del Sumapaz
que fue violentamente reprimido en muchas ocasiones por las fuerzas oficiales, ante la
presión de los terratenientes.

182
DEL 9 DE ABRIL AL FRENTE NACIONAL

Con su llegada al poder en 1946, los conservadores tomaron revancha de la violencia


liberal de los años treinta. Las elecciones de 1947 fueron particularmente tensas. En
Cundinamarca, Jorge Eliecer Gaitán obtuvo 32.780 sufragios contra 9.761 de Carlos Veras
Restrepo. A nivel nacional la victoria liberal y gaitanista era irrevocable en tanto que en
Boyacá ganaba el Partido Conservador. Después de las elecciones de 1947 la dirección
liberal nacional cayó en desbandada y Gaitán se convirtió en el jefe único del partido.

La muerte de los líderes liberales era cada vez más frecuente. Los asesinatos comenzaron
en las antiguas zonas de violencia de los años treinta (Santanderes y Boyacá) y se expandió
al Sumapaz, Tequendama y Rionegro en Cundinaniarca. Se había iniciado la política de
homogeneización de pueblos y veredas consistente en la expulsión de los liberales mediante
actos de terror colectivo y la práctica del destierro. En el Sumapaz se realizaron
hostigamientos y persecuciones contra los pobladores liberales, entre ellas la masacre de
Pueblo Nuevo, donde fueron asesinados más de 90 campesinos y colonos del área rural de
Villarica y Cunday. Los pobladores rurales se refugiaron en las ciudades de Bogotá,
Fusagasugá y Girardot.

La policía se reestructuró luego del 9 de abril vinculándose a ella grupos de campesinos de


las zonas más radicalizadas de Boyacá y Santander. El proceso en Boyacá quedó en manos
del gobernador Jesús Maria Villareal quien organizó la célebre policía chulavita, en
adelante la más sobresaliente protagonista y símbolo de la Violencia: bien como la
defensora triunfante del palacio presidencial el 9 y 10 de abril de 1948 durante el Bogotazo,
o bien como la fuerza brutal que mediante la venta de servicios de policía a otros
departamentos sembró el ideal de la guerra civil con sus métodos de terror y muerte.

La violencia fue tan intensa en Boyacá, Cundinamarca, los Santanderes, Antioquia y el


Viejo Caldas que en pocos años generó procesos de colonización en Sumapaz, Magdalena
Medio y los Llanos orientales. Allí se organizó la resistencia liberal. En 1952 se generaliza
la quema de pueblos que apoyan a los guerrilleros. Son incendiados los caseríos de Páez en
Boyacá y Yacopí en Cundinamarca y fusilados 140 campesinos en Villarica y el Sumapaz
tolimense. Señaladores y pájaros anteceden la llegada de los chulavitas que adoptan, cada
vez con mayor frecuencia, la política de tierra arrasada

El general Gustavo Rojas Pinilla asumió el poder en junio de 1953 derrocando a Laureano
Gómez. Su objetivo era derrotar a las guerrillas, acabar con el bandolerismo y reconstruir
las zonas de violencia. Aunque la pacificación de los llanos fue relativamente fácil, y varias
de las guerrillas se acogieron a la amnistía propuesta por el Gobierno en Cundinamarca y
Tolima, especialmente en Sumapaz, la situación fue distinta. Para los terratenientes, que
habían sido desplazados por los colonos parceleros, la verdadera paz consistía en la
restauración de sus propiedades. Del lado de los campesinos no era concebible sin la

183
consolidación de su lucha de más de treinta años: el reconocimiento de los títulos de la
tierra que trabajaban. El principal argumento que se esgrimía en contra de los campesinos
era el triunfo de una pequeña revolución comunista.

Juan de la Cruz Varela dirigió la resistencia de las autodefensas contra más de un tercio del
Ejército que fue volcado sobre el Sumapaz haciendo fusilamientos masivos, bombardeos a
la población civil y creando el primer campo de concentración en Cunday. Allí surgiría la
primera columna guerrillera comunista que dio origen a las Fuerzas Revolucionarias de
Colombia, FARC. El éxodo campesino de la región del Sumapaz significó el abandono de
numerosos predios rurales, que generó una crisis en la agricultura y en el mercado de
trabajo en la zona. La política de rehabilitación del Frente Nacional frente al Sumapaz
estuvo orientada a brindar soluciones a la crisis agraria.

184
EL CUENTO, ¿DE NUNCA ACABAR?

Por muchos años se prolongó la crisis social de la Violencia. Las décadas posteriores
trajeron nuevos actores y una crisis en la que la región cundiboyacense tuvo un
protagonismo indeseable.

El país había tenido 300 mil muertos, innumerables heridos, huérfanos y millones de
migrantes hacia las regiones de colonización del Magdalena medio, la región de Rionegro,
el Garre-Opón y los Llanos orientales. Una de las manifestaciones del desorden resultante
era —igual que sucede después de todas las guerras civiles— el bandolerismo endémico.
Numerosos bandidos que actuaban desde la década anterior continuaron ofreciendo
resistencia en el occidente de Boyacá, en la Provincia de Rionegro en el norte de
Cundinamarca, en Santander, el viejo Caldas y el Tolima. Hasta bien avanzado el Frente
Nacional.

El de Efraín González fue el caso más notorio. Nacido en Jesús María, Santander, en
límites con Boyacá, fue llevado a Quindío por los terratenientes de esa zona y formó parte
de la banda de Jairo Giraldo. Lo querían para protegerse de la acciones del liberal Carlos
Bernal —oriundo de Puente Nacional— declarado partidario del Movimiento
Revolucionario Liberal, MRL, grupo recién fundado por Alfonso López Michelsen.

Rápidamente, González impone su ley. Es llamado por los esmeralderos que mantenían una
actividad clandestina en las minas del occidente de Boyacá —administradas por el Banco
de la República— y allí se hace fuerte con su banda. Reivindicando su condición
de guerrillero conservador construyó un imperio regional con el apoyo de sectores que
habían acumulado capitales en forma vertiginosa y que tenían numerosos hombres
conformando ejércitos privados. A su muerte, en el más grande operativo militar urbano de
esos años, asumió el poder su lugarteniente Humberto El Ganso Ariza. Con Ariza se
desarrolló una guerra regional de cerca de 10 años por el control de las minas, y
comenzaron sucesivas guaras de las esmeraldas.

La última guerra —desatada en 1983— ve su fin en los pactos de paz firmados en 1990,
que hoy se mantienen de manera tenue.

185
ARMADOS IDEALES

Sobre las ruinas de las regiones que vivieron las formas más agudas de violencia, surgieron,
a comienzos de los años sesenta, varias organizaciones armadas reivindicando un cambio
revolucionario.

El primer frente guerrillero —que dio origen posteriormente a las FARC— nació a partir
del bombardeo a Villa Rica en el Sumapaz: se conoció como la Columna de Marcha que
operó en la zona de Marquetalia y era fundamentalmente un movimiento de autodefensas
campesinas. Otra guerrilla liberal, que los pobladores recuerdan como las guerrillas de la
Rivera, sobrevivió por algunos años en la zona del Magdalena medio —Puerto Boyacá— y
a comienzos de los sesenta aparece por la zona el Movimiento Obrero Estudiantil
Campesino, MOEC, de origen estudiantil, que no logró implantarse.

A partir de 1962 las FARC adoptan la estrategia de guerra de guerrillas en frentes


regionales. En el Carare y el occidente de Boyacá y Puerto Boyacá estaba el Frente XXII, y
el XI en Yacopí, la Provincia de Rionegro y el área esmeraldífera. Eran las mismas zonas y
las mismas bases sociales de Rangel y Saúl Fajardo en los cincuenta. En el Sumapaz se
instaló el núcleo más fuerte, sobre las bases de apoyo de Juan de la Cruz Varela, y se
convierte en 4 frentes en la zona de protección del Secretariado y el Estado Mayor del
grupo guerrillero que, con los pactos de paz de la administración Betancur, se trasladan
desde 1984 a la Uribe, Meta.

La agrupación tuvo, hasta 1980, una existencia relativamente marginal, débil apoyo en las
principales ciudades y escaso contacto con el movimiento obrero. Su fuerza urbana eran
principalmente sectores radicalizados del movimiento estudiantil. La destrucción de un
polo popular democrático que ganara espacios de representación política en el estrecho
marco del régimen del Frente Nacional —el gran efecto político de la Violencia— explica,
de alguna forma, la debilidad. Con ello se frenó la posibilidad de salidas democráticas a los
conflictos y se creó un círculo vicioso: no hay ni resolución ni instancias legítimas de
mediación en el Estado y rápidamente se transforman en trauma y expresión de violencia.

NUEVOS ACTORES PARA LA NUEVA GUERRA

Irrumpieron en el escenario caras y fenómenos desconocidos. Corrían los años 80.


Capitales acumulados provenientes de la economía ilegal de la zona esmeraldífera, se
invirtieron fuera de la región a través de alianzas y negocios con el narcotráfico. —Gonzalo
Rodríguez Gacha, el Mexicano, nacido en el municipio de Pacho, era esmeraldero y
compadre del máximo zar de las esmeraldas, Gilberto Molina. A finales de los setenta se
generalizaron los cultivos ilegales en la región de Pacho, Paime, Yacopí, en el oriente de
Boyacá y en el piedemonte llanero, en Casanare, Cundinamarca y Meta. Muchos pequeños
guaqueros se vincularon al negocio. Pero en 1987 se desarrolla una aguda confrontación
entre el Mexicano —uno de los principales miembros de lo que se ha llamado el cartel de

186
Medellín— y Molina, el líder de los esmeralderos, quien para ese entonces estaba en guerra
con el sector de las minas de Coscuez. La confrontación divide a los municipios de la zona
en dos bandos y ambos líderes mueren en ella: se posibilitó entonces el actual proceso de
paz.

En todo ese proceso, los grandes ganaderos de Puerto Boyacá diseñaron —a comienzos de
los ochenta— una estrategia antiguerrillera, ocasionada por los abusos y las extorsiones de
las FARC. Conformaron un plan anticomunista, respaldado por sectores de las Fuerzas
Armadas y que cobijaba numerosos municipios desde La Dorada hasta Barrancabermeja.

El fracaso de los sucesivos procesos nacionales de paz y las estrategias continentales de


contrainsurgencia —ideadas por la administración Reagan contra el gobierno sandinista de
Nicaragua— facilitan que la experiencia de Puerto Boyacá se extienda a todas las regiones
de conflicto guerrillero con el apoyo de sectores vinculados al narcotráfico, dejando en
manos de intereses privados locales el control del orden público, situación que afectó
muchas regiones del país.

Para 1987 y los años posteriores, se vivía en casi todo el país un ambiente de nuevos
conflictos agrarios y sindicales. Muchos dirigentes fueron asesinados selectivamente, con el
silencio complaciente de los gobiernos que, coyunturalmente, declaraban guerras al
narcotráfico.

En esa guerra informal fueron aniquiladas numerosas organizaciones populares y sindicales


y debilitada aún más la posibilidad de construcción de una sociedad democrática con un
sólido polo popular que equilibrara las relaciones entre empresarios, hacendados y
capitalistas, y sectores trabajadores, marginados urbanos, indígenas y campesinos. 165 mil
colombianos murieron violentamente entre 1980 y 1990. Ministros, exministros, jueces,
magistrados, periodistas y candidatos presidenciales son tan sólo una pequeñísima parte de
esa cifra. Una crisis en la que la región cundiboyacense tuvo un protagonismo indeseable.

BIBLIOGRAFÍA

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Aprile Gniset, Jacques. Crónica de Villarica, ediciones lisa-Revista Opción, Bogotá, 1991.
Uribe, María Victoria. Limpiar la tierra: guerra y poder entre esmeralderos. Cinep,
Bogotá, 1992.

Merece especial mención la Nueva historia de Colombia, Bogotá, Planeta, 1989, realizada
bajo la dirección científica de Alvaro Tirado Mejía, Jaime Jaramillo Uribe, Jorge Orlando
Melo, y Jesús Antonio Bejarano.

188
9. VIDA COTIDIANA

Arrancó la romería

Se parte del cuestionamiento al asunto de la identidad cundiboyacense y desde ahí se hace


un acercamiento a los elementos culturales y de vida cotidiana que permitirían una inicial
respuesta. Es una novedosa propuesta en la cual se recorre desde los hábitos alimenticios
hasta las reflexiones sobre la regionalidad.

Fotografía de Pablo Mora

Pablo Mora: Antropólogo.

189
TONO DISTINTIVO

La indagación debe comenzar por la historia de las duras pruebas de la cultura y la


política y resaltarle importancia a los atavismos.

La perspectiva de describir nuestro ethos algo así como nuestro estado de ánimo colectivo
puede conducimos peligrosamente al pathos del regionalismo y del alma popular, una
enfermedad recurrente en nuestro país desde hace 150 años. Frente al carácter laborioso del
paisa o al espíritu bullanguero del costeño, tendríamos que hablar de nuestra melancolía
ancestral, un antereotipo que suena a defecto más que a virtud: a la pregunta de cómo
estamos por lo general contestamos regularcito, gracias; y, aparentemente tiene más sabor
un limpión de cocina que un cundinamarqués bailando salsa.

Si por Ventura nacimos en la capital señorial de la alta sociedad cuyo cosmopolitismo


miope había ignorado al resto del país podemos contrarrestar este embeleco argumentado la
procedencia provinciana del antioqueño tumbador venido a mis, o la impertinencia y mal
gusto del costeño desadaptado al frío sabanero y las finas maneras de la Atenas
suramericana Tunja, la muy noble y leal, cuna de soberbios encomenderos, también se
reconoce por la discriminación de sus élites hacia negros, indios y mestizos, y si acepta
forasteros deben ser gente bien de tierra caliente. Con una recia mentalidad hispanista, no
es difícil explicar por qué, salvo los días de mercado, es imposible encontrar más de 10
personas con ruana en la Plaza de Bolívar de Tunja a las 6 de la tarde. Y tampoco, como lo
dijo irónicamente el antropólogo Luis Horacio López, por qué la Tunebia única minoría
étnica que sobrevive al norte del departamento está “más cerca del Palacio de Miraflores de
la Torre en Tunja”.

En las élites blancas que niegan su ancestro impuro puede encontrarse un viejo sustrato de
la historia nacional cuya estratificación social basada en segmentaciones raciales, impuso
un control vertical jerárquico a las poblaciones indias y mestizas. Desde entonces la
conciencia blanca y criolla ha oscilado entre la indiferencia, la displicencia y el temor. El
miedo al pasado de nuestras élites decimonónicas fue también el de una clase a un
mestizaje oscuro al que podría atribuírsele una extraña e imprevisible violencia social:
miedo a la barbarie que excluyó clases y sectores de su proyecto nacional (Germán

190
Colmenares). Esta se advierte en las huellas recientes de una memoria lingüística que
prefiere hablar del indiecito como se refieren cariñosamente a su mayordomo las señoras
con finca en la Sabana y no de la guacherna esa que se salió de madre en Santafé de Bogotá
un 9 de abril.

Pero, desprovistos de la lente señorial, es difícil convencernos de que nuestra malicia


indígena apenas si es un débil respuesta a la leyenda negra de los que no viven aquí y
quieren vengar varios siglos de discriminación social, centralismo político y hegemonía
cultural. Lo asombroso es que la idea de que nuestro mal está en la sangre o en el ancestro
unido al paisaje, ha sido esgrimida por nuestra propia intelligentsia: desde Miguel Triana
en La civilización chibcha, pasando por armando solano en La melancolía & la raza
indígena hasta llegara a Juan C. Hernández quien afirmó en Raza y Patria -no sin
vergüenza- la tristeza del indio del altiplano -léase campesino- es patológica, proviene de la
falta de oxígeno y la mala alimentación y tiene todos los caracteres psicopáticos de la
pasividad: depresión, cansancio, desaliento moral, resignación y abulia. No sería justo con
estos dos escritores boyacenses desconocer su valeroso indigenismo esbozado en sendas
conferencias hace más de medio siglo cuando Tunja se preparaba para celebrar sus 400
años de fundación hispánica.

Este tono distintivo aparentemente fatalista -y que en clases altas se llama sin
eufemismos estupidez o imbecilidad- difícilmente puede ser contrarrestado desde el orgullo
puntilloso y cínico que le rinde culto a la inteligencia y al ingenio sabaneros otra de
nuestras cualidades con que combaten algunos ilustrados estos imaginarios en la vida
cotidiana. Melancolía, malicia, estupidez, ironía o ignorancia no son solamente problemas
de autoimagen y mentalidad, sino caracteres que merecen un acercamiento histórico que,
lejos de aceptar supuestas herencias atávicas, explique la concatenación y la acumulación
de factores culturales negativos preservados y trasmitidos por la familia y originados, entre
otras, en experiencias religiosas letárgicas y en las adversidades causadas por la política
(Orlando Fals Borda).

NUESTROS MESTIZAJES

La formación de nuestra sociedad a partir del siglo XVI presenta todos los signos de un
rápido proceso de mestizaje en el que los elementos protagónicos fueron el blanco español
y el indio nativo. Ni las cifras más optimistas pueden darle un valor significativo a la
población negra en este proceso. En la sociedad colonial, las relaciones entre negros e
indios no parecieron muy cordiales y positivas: cada vez que hubo entre ellos algún
contacto, el africano, con cierta conciencia de superioridad, trató de sacar ventajas (Jaime
Jaramillo Uribe). Lo que no impidió, por supuesto, que los españoles de Santafé y Tunja
apetecieran esclavos negros en su servidumbre.

191
Y aunque el mestizaje constituyó una forma de ascenso y de mejoramiento del status, los
privilegios legales y de hecho que se dieron a ciertos grupos sociales, terminaron por crear
en el siglo XVIII una sociedad estratificada, de tendencia cerrada, dividida en grupos socio-
raciales bien diferenciados. En primer lugar los españoles blancos, con una clara noción de
superioridad. Después, los criollos, demasiado seguros de sí mismos, de engreído orgullo y
gran debilidad por la nobleza y los títulos pomposos.

Más abajo, los mestizos, preocupados por la limpieza de la sangre para conseguir
prerrogativas y prebendas, o simplemente para evitar las discriminaciones. Y finalmente los
indios que no podían ni siquiera aspirar el apelativo de don, a menos que fueran caciques el
don, como título adquirido o apropiado, símbolo de distinción y nobleza de los primeros
conquistadores, fue desvalorizándose con el tiempo. En la independencia, las constituciones
republicanas prohibieron su uso y lo sustituyeron por el de ciudadano.

El campesinado cundiboyacense de hoy proviene del mestizo pobre de colonia. Siguió


siendo inferior por efectos de esta rígida estratificación social que paralizó en las capas más
bajas, la aspiración a mejora. La miseria la llevó a la rutina de ahí a la indolencia. Pero no
siempre fue así, la pasividad fue una herencia atávica: en 1781, en un acto de sublevación,
un noble chibcha, descendiente del zipa, fue proclamado príncipe de Bogotá. Entonces,
mestizos e indios del altiplano olvidaron su mansedumbre y se unieron a las luchas
nativistas, apoyando al príncipe Antonio Pisco y al jefe comunero Berbeo (Fals Borda). Ya
conocemos el final de la historia: Galán fue descuartizado para escarmiento de los rebeldes.

La dolorosa experiencia reforzada por una cuidadosa campaña de la Iglesia, redujo a las
gentes una vez más al antiguo status quo. En el siglo XIX, las guerras civiles y el
caudillismo derivado en caciquismo terminaron de traumatizar a la sociedad campesina.

COMPLEJOS MODERNOS

El escritor boyacense Eduardo Vargas se dolía hace poco del proceso migracional que se
inició en el altiplano con el avance mismo de los conquistadores hace quinientos años, por
el cual “desde lo más selecto y grande de sus intelectos y fortunas, hasta lo más ignorante y
pobrísimo de sus gentes, se han ido a estudiar y a trabajar [fuera] y todavía no han vuelto”.
Hoy, muchos escritores autoexiliados desarrollan un sentido de diáspora nostálgica del
terruño y la patria chica, o bien comparten el complejo de inferioridad -o diferencia?- que
les impide decir que son cundinamarqueses o boyacenses.

El hecho es que miles de cundiboyacenses han sido profetas en otras tierras del país o
millones de boyacenses residiendo actualmente en el agujero negro bogotano, y que sólo
1,3 millones quedan en el campo. Antes del siglo XIX, Boyacá compartía con los
Santanderes la característica de ser una de las regiones más densamente pobladas del país.
A partir de entonces la caída poblacional ha sido dramática por efecto de un proceso
migratorio continuo.

192
Se ha exaltado esa cultura migracional como una permanente búsqueda de libertad y
superación. Es bien conocida la fama de buenos trabajadores que tienen los boyacenses en
otras regiones, no exclusiva de las serviciales muchachas contratadas a destajo en las casas
de Bogotá y Tunja o de los ciclistas mensajeros de droguería y campeones del Dauphiné
Liberé: también lo es de Bogotá y de los recios colonos del Casanare, del viejo Caldas, el
Tolima y los antiguos Territorios Nacionales. En la otra cara, el flujo permanente de
población refleja unas difíciles condiciones de trabajo, educación y tierras. En este proceso
complejo se ha ido conformando históricamente una oposición valorativa entre el campo y
la ciudad, entre la provincia y la capital, entre Colombia y el exterior.

La imagen de un próspero departamento agrícola sólo se encuentra en los libros escolares


de geografía y en algún folleto turístico. El minifundio y algunos tímidos asomos de
agroindustrias no producen ni el 40% del producto interno de la región. El
empobrecimiento del sector agrícola ha sido generado, no como muchos están tentados a
pensar por su crecimiento industrial, sino por el desarrollo descarado de la burocracia
departamental que bate el récord de permanencia desde 1610 en plena Colonia.

En el llamado corredor industrial de Paipa-Sogamoso se concentra la primera siderúrgica


del país -Acerías Paz del Río-, Cementos y Siderúrgica de Boyacá, la Industria Militar,
Bayana, Termopaipa y la Ex-Sofasa-Renault. Pero estas industrias no solamente han
perdido su capital boyacense: los propios empresarios raizales han exportado capitales a
Bogotá, al resto del país y al mundo, dejándoles a otros el trabajo de crear y fomentar la
industria en el departamento. La alarmante disminución de establecimientos fabriles,
empleo generado y producción e inversión a partir de 1970, contrasta con el récord de 18
millones de botellas/año que convierte a Boyacá en el mayor consumidor de cerveza del
país.

El cuadro anterior puede completarse con la siguiente imagen de una escuela rural
(Alejandro Álvarez): un cronograma colgado en la pared, envuelto en plástico, coloreado
con vistosas figuras; un organigrama que representa la estructura organizativa, jerárquica y
rígida de las relaciones de autoridad; la figura de uno o más próceres de la Independencia y
el Sagrado Corazón; un afiche de amor y amistad; frases moralizantes pegadas en pedazos
de cartulinas; por fuera las paredes pintadas con monos norteamericanos, de Rafael Pombo
o paisajes europeos; al frente el asta de la bandera sobre un pilote de cemento, los sanitarios
sucios y sin agua, y el monumento a la Virgen Santísima adornado con flores marchitas; los
salones rectangulares dan cabida a los pupitres, rigurosamente juntos uno tras otro, mirando
al tablero y la mesa del profesor.

Desde estos pupitres, hacia dónde se mira el futuro? A la parcela milenaria, a una ferretería
donde un primo en Bogotá, a los cuarteles del servicio militar y quizás, con ayuda del
pariente o del doctor, a la Facultad de Ingeniería de la UPTC.

193
SU MERCED

A través de un corto viaje por este capítulo nos hablará el habitante del altiplano. Y
nos ayudará a entender las dimensiones de su lengua y de sus costumbres.

Sumercecita, no levante al cuba Pioquinto de la cuja porque tiene romadiizo. Y busté -


dirigiéndose a la entenada- no me huiga: alcánceme la escudilla con las turmas que ya falta
me está haciendo la bendita comida pa' empezar la sacanza... Como que me quere dar un
váguido.

Umpf! mi taita como es de guache.


Ah malhaya! Se delicó la china. Ni que le hubiera llegado una visita. Y no me tuerza la jeta
o le chanto su puño.
Ya empezó mi papasito a chambiar la cara. Y con lo frioloso que amaneció hoy Pa‟pior me
toca ir a la mana... Si por lo menos me llegara el nombrado y me llevara a las jiestas.

Quien haya nacido en la ciudad o en alguna región diferente del altiplano, difícilmente
entenderá este hipotético y forzado diálogo mañanero entre el padre y la hijastra de una
familia campesina cualquiera. De entrada, necesitará un glosado para traducir los términos
que configuran lo que los expertos llaman un subdialecto regional. Los lingüistas han
definido las singularidades de este habla que forma parte del superdialecto andino, por el
uso del arcaico su merced, pronombre utilizado en la Colonia para dirigirse
ceremoniosamente a personas de rango social alto. Pioquinto no tiene nada fuera de lo
común, a no ser que el historiador nos revele que el curioso nombre, muy notable en la
región, puede rastrearse en el siglo XVI cuando Pío V reinaba en el Vaticano. La detención
colonial del idioma puede también atestiguarse en otros nombres como Cristo, Deogracias
y José del Carmen. El bautizo impuesto a los muiscas no impidió que se colocaran nombres
propios como Cabuya, Guauque o Ituria, utilizados en la actualidad. El apellido fue borrado
menos de memoria cuando los muiscas asimilaron el sistema patrilineal español, por eso
hoy la abundancia de familias con nombre indígena como Cuta, Pacanchique, Igua, y otros,
al lado de los obvios Rodríguez, Pérez, Hastamorir y Sánchez.

194
Cuja (cama), romadizo (resfriado), entenada (hija adoptiva), huiga (huya, subjuntivo),
escudilla (plato), turmas (papas) y váguido (desmayo), son algunos de tantos ejemplos del
lenguaje que provino de los conquistadores y conservó hasta hoy la dicción de la edad de
oro española en el siglo XVIII. Expresiones encantandoras como malhaya (caramba), y
otras como a prima noche (al anochecer), indujeron a Cuervo en 1872 a comentar que esa
cristalización temprana del habla popular española contrastaba con la lengua culta y
literaria que obedece a su influjo pero que va “cada día alejándose de ella por la acción
pedantesca de los latinizantes e imitadores de lo extranjero”. Este encanto de un idioma
anticuado es el resultado del aislamiento cultural y educativo en que se mantuvo la
población rural hasta bien entrada la segunda mitad de este siglo.

Cuba (pequeño) es, a diferencia de las anteriores, una palabra chibcha que, junto a chiza
(gusano), yemogoe (papa), tunjo (ídolo) y a un centenar de términos más, constituyen
vestigios realmente pobres de la aculturación indohispánica en esta región. El exterminio
cultural de los muiscas fue tan contundente que ya desde mediados del siglo XVII los
visitadores no necesitaban intérpretes, y cuando en 1783 se ordenó desde Madrid eliminar
la enseñanza de la lengua muisca en Santafé, la medida no tuvo efecto pues hacía tiempo
que era innecesaria.

Taita (papá) y guache (bravucón) tienen otro origen; lo mismo que choclo (mazorca de
maíz), pucho (puñado) y pisco (pavo), provienen del idioma quechua que jugó un
importante papel en la etapa formativa del habla campesina y que se debió al frecuente
contacto entre los muiscas y algunos yanaconas del Perú, al servicio de los conquistadores
en el primer período de la colonización (Leonardo Tascón).

El habla popular del altiplano rural presenta además, como todos los subdialectos,
innumerables expresiones locales o provinciales. Delicarse (disgustarse), chambiar la cara -
punzar a una persona con observaciones mordaces-, visita (menstruación), sacanza
(cosecha), nombrado (prometido), son ejemplos de expresiones rudas pero imaginativas e
irónicas. Una habitante de las ciudades no define la pobreza como quedarse solo con el día
y la noche, ni califica una fruta podrida como desleída, ni llama amisticio a la amistad. Pero
sí se burla del bruto campesino por decir jiestas en lugar de fiestas; por su costumbre de
conjugar incorrectamente el participio pasado de los verbos irregulares (ponido, puesto;
cubrido, cubierto); y por acentuar las silabas donde no es (cáida, óido, áhi).

Ya podemos entender entonces la conversación que sostiene el padre con su mujer, su


preocupación por el niño enfermo y el afán de desayunar para irse a trabajar Podemos
también comprender la ofuscación de su hijastra por las ironías del padre, su pereza
matutina y la ansiedad que tiene por divertirse con su novio. El diálogo, más allá de las
singularidades linguísticas, no sirve para descubrir otros aspectos de la vida campesina.
Podemos inferir el autoritarismo paterno y la costumbre de aceptar una hijastra, producto
seguramente de unas relaciones sexuales tempranas de su esposa y no de un improbable

195
matrimonio pasado. O adivinar el conflictivo mundo familiar que supone esta adopción; la
división sexual del trabajo en el minifundio; y la religiosidad cotidiana que se expresa en
términos corrientes como bendito o en el ciclo festivo de la vereda dominado por la
religión. Podemos también sospechar el conservadurismo de ciertas normas sociales que
hacen del noviazgo un asunto íntimo y secreto de las jóvenes. Incluso imaginar la
monótona rutina del campo. Y nos llegarán imágenes de melancolía y austeridad.
Pensaremos que esa vida es sombría y brilla a veces en los días de mercado o en una buena
cosecha.

Intentaremos entonces, adentramos en estos seres enigmáticos de temperamento poco


efusivo, que hablan con calma, con lentitud y casi sin levantar la voz. Nos sorprenderemos
de su habilidad para comprender murmullos, señales y misteriosas miradas. Dudaremos si
se trata de una cultivada reserva o de una timidez ingenua que los hace corteses y, al mismo
tiempo, temerosos de importunarnos. Nos cultivarán con su hospitalidad franca y
aprenderemos a respetar su delicada sensibilidad. Pasado el tiempo, dejaremos de
sorprendernos de que esa sensibilidad sea algo irascible y que sus decires críticos,
punzantes y de doble sentido nos revelan una cierta agresividad quisquillosa.
Compartiremos su orgullo y amor propio y tendremos paciencia por su sentido de
culpabilidad algo cínico. Nos molestará su resignada paciencia moldeada por la Iglesia y su
sentido fatalista que no espera mucho de la vida. Nos preguntaremos de dónde viene esa
curiosa imagen de hipocresía con un puñal debajo de la ruana. Y si tenemos la mala suerte
de asistir a una amenaza grave, veremos que esa contenida calma puede dar lugar a una
reacción ciega y cruel. Por lo demás, veremos que las envidias, los celos y la codicia no se
distinguen de los nuestros. Y que las disputas por el incumplimiento de una deuda o por un
problema de linderos se arreglan a punta de juzgados y con una que otra agresión física o
de palabra.

DE PUAQUÍ

Si usted, amable lector, nació en el altiplano rural, estará familiarizado con este pequeño
pero inmenso universo. Si es un adulto tradicionalista, pasado de cuarenta años,
seguramente irá a misa el próximo domingo no como esos condenados muchachos que se
van a ir al infierno, y si no pudiera asistir por estar atareado en la cosecha, prenderá la radio
para escuchar el sermón del cura que transmite la emisora local, cuidándose, eso sí, de
apagarlo cuando el acólito recoja las limosnas. Guardará sus menguados ahorros para
gastárselos el día de mercado tomando cerveza en las tiendas con sus amigos,
especialmente con sus compadres con quienes tiene negocios pendientes y hay que tratarlos
bien pues uno nunca sabe qué pasará el día de mañana.

Se levantará temprano con el gallo de las cinco, y después de un tinto clarito cogerá el
azadón para ir a desyerbar la papa, lamentándose porque sus hijos mayores ya no están con
usted y porque ya casi no se consiguen obreros. Cuando los hay, no se contentan con el

196
guarapo y la comida que su mujer les ha preparado. No como antes que, al grito jubiloso de
viva San Juan! y una cantinada de guarapo fuertoncito, podían durar las 14 horas
trabajando. Ahora ya no respetan y el patrón tiene que cuidarse de no tratarlos duro no va‟y
le casquen. Se acordará de su papá y de lo que le aprendió en la agricultura: cómo yuntar
unos bueyes y domesticarlos con paciencia para coger el surco; cómo secar fique y torcer
lazos. Pensará en su finada madre que le enseñó a tejer mantas y ruanas para vender y para
vestirse. Las cosas han cambiado muchísimo ahora con el tractor que en una horita hace lo
de un yuntero todo el día. Y con las manilas y los sacos de fibra sintética que siempre la
ahorran a uno el trabajo. Mirará las plantas de la papa que, Dios mediante, darán buena
cosecha. Pero cómo están de carisísimos los líquidos para fumigarla y, con semejantes
precios, de golpe toca regalar la santa comida. Las sembró en marzo porque ya que
cabañuelas si el clima está muy distinto.

El clima y todo. Si no, considere usted, que, antiguamente, el obrerismo ayudaba mucho.
Así para un convite, a vuelta de mano, a ayudar a trabajar a los vecinos, a ganarle la fuerza
al azadón con 10 y 15 obreros. Eso se cultivaba trigo, alverja, cebada que se daba con poco
abono, y todos en grupo tapando trigo, ahí, déle con el azadón de lado a lado. Ya por la
tarde salíamos todos a la cabecera, contentos, y eche para la casa donde el dueño del trabajo
a ver la comida. Le servían a uno tres o cuatro jayacas de maíz y más guarapo. Ya unos se
iban para sus casas, tranquilos. En partes otros se quedaban en la tienda y por dos centavos
le servían una totuma doble de chicha. Ya borrachos echaban por áhi sus coplas: Ay! la
chicha es buena bebida / pero es algo discortés / que se sube a la cabeza / y hace turtubiar
los pies. Y al otro día a madrugar a trabajar.

Cuando yo me casé, por allá en el 50, me saqué a la china una noche a escondidas y me la
llevé al rastrojo. Después, claro, llegaron los hermanos a amenazarme porque el mal ya
estaba hecho. Y como no tenía con qué pagarles me tocó casarme. Pero yo no malhayo ni
me arrepiento, porque me ha salido buena, trabajadora. El matrimonio fue improvisado: por
áhi un banquete de carnero y pollo, cerveza, guarapo y chicha de la buena, la de siete
granos. Nos amaneció tocando y bailando. Ella que tenía sus reales guardados pagó el viaje
a la Virgen del Amparo. Desde entonces, vamos toiticos los años, sin falta. Esas romerías sí
eran buenas. Eso era un rosario de gente con sus avíos de arepa, gallina y una que otra
costillita de cordero y los muchachos ayudando a maletear. Y donde se hacía el
campamento, a tomar y a cantar. Después, bueno, a echar el baile. En cambio, ahora uno
dice: “vamos mis muchachitos a la romería, que a la Virgen de Chiquinquirá, o a la Patrona
del Carmen” y, ¡no qué va!, prefieren quedarse viendo la televisión. Esta juventud de hoy
ya no le tiene sentido a las cosas de antes. Anticuados nos dicen porque bailamos torbellino
cuando a la patrona le da por cantar. Ellos se ríen y ponen sus cassettes, sus cositas
modernas ... Pero en gustos, ¿quién puede mandar?

197
A FIESTAS FUE QUE VINIMOS

La experiencia religiosa del cundiboyacense, expresada en el culto exterior católico y el


comportamiento introvertido que se volatiliza los días de fiesta, es una de las tantas
dualidades que intrigan a los estudiosos. Se ha insistido en que esta dicotomía es el último
espacio de resistencia indígena que no pudo ser borrado por los españoles. Ya desde los
primeros años de la conquista se llamaba la atención sobre el peligro que entrabañaba la
repetición mecánica de la doctrina por parte de los muiscas, su interés por las formas
externas del culto y su incapacidad para asimilar profundamente el cristianismo. En
palabras de Juan y Ulloa: “toda enseñanza se reduce más al aire de la tonada que al sentido
de las palabras”.

Los etnohistoriadores nos han demostrado que los conceptos cristianos no encajaban en el
molde chibcha. La palabra alma, por ejemplo, no tenía equivalencia en el universo
lingüístico de los indios; lo más cercano era fihizca (aliento) o chunsoz-bquyscua (idolatrar,
fabricar tunjos de oro). Además, se ha vuelto un símbolo legendario de sincretismo el
cacique de Cogua que murió con un crucifijo hueco dentro del cual fue encontrada una
imagen de Bochica.

Desde esta perspectiva, es un lugar común de los indigenistas afirmar que las actuales
procesiones y romerías religiosas son una huella de la religiosidad muisca por su costumbre
de visitar y ofrendar en sitios sagrados. De manera que la aparente fatigabilidad de los
campesinos proviene del arraigo a los sentimientos religiosos que delega en la iglesia y en
los sacerdotes las responsabilidades de la vida y el comportamiento festivo provendría de
atavismos que la Iglesia no pudo extirpar.

Pero las cosas no son tan simples. Desde otro ángulo, se ha comprobado suficientemente
que el pueblo español fue más devoto a la Iglesia que fiel al cristianismo. El día de la
Asunción de Nuestra Señora, el propio Jiménez de Quesada y otras personas principales se
confesaron y comulgaron para “ir con más devoción a robar al cacique de Tunja (y) para
que no se les fuera el hurto de las manos”.

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La herencia hispánica se expresa hoy en la costumbre del campesinado que asiste a misa
para negociar los favores de los santos y evitar la acumulación de penitencias al momento
de la confesión, por temor al desagrado divino y la condenación eterna. Claro que también
por los sermones del sacerdote, la música del coro, la vida ejemplar de los santos que como
Santa Teresa mueren porque no mueren; y porque el dorado y grandioso barroco del altar
mayor es un deslumbrante contraste con su oscura y austera vivienda.

INTELIGENCIA PIADOSA

La Iglesia no ha sido monolítica y muy pocos sermones hoy las fórmulas del valle de
lágrimas, la corona de espinas y el temor al infierno. Pero en la conciencia de los viejos
campesinos, religión y resignación, fe y salvación, son lo mismo. Su religiosidad domina
casi todos los aspectos de su vida, no es solamente bautizos, confirmaciones, matrimonios,
extremaunciones y entierros: consiste además en las celebraciones de Nuestra Señora del
Carmen, en los rosarios nocturnos o familiares o en los colectivos a la Virgen el mes de
mayo; en la Inmaculada Concepción y en las candeladas; en los aguinaldos decembrinos y
en las navidades; en las fiestas de San Pablo y San Pedro y en la Semana Santa; en las
cruces a la vuelta de la casa y a la orilla del camino; en las banderas azules y blancas y
vivas a la Virgen; en los santos pegados al cuerpo en escapularios o estampados en la
pared, en las cruces de bolsillo y de cadena; en pequeñas tarjetas y en los dulces de las
romerías. En el código de gestos como quitarse el sombrero, arrodillarse y persignarse. En
las palabras Dios mediante, si Dios nos da vida, que la virgen lo acompañe... Y, al lado y
con todo esto, las fiestas.

La Iglesia entendió muy rápido el éxito de las romerías y devociones populares que se
aplicaban en Europa desde la Edad Media cuando los cristianos iban a Roma y aplicó
correctamente la metodología de instaurar devociones precisamente en los lugares sagrados
de los paganos. Las leyendas milagrosas de la Virgen o del Cristo aparecidos y el combate
de piadoso santos contra el diablo, jugaron un papel determinante en la evangelización y la
fundación de parroquias. Así sucedió en Ráquira en el lugar donde se construyó el
Convento de los Agustinos; en el municipio de La Capilla con su monumento a la Virgen
de la Candelaria; en Somondoco con el Cristo del Cerro y en tantos otros pueblos.

ESO Y MÁS

Se dice que las fiestas proporcionan a las colectividades tiempos periódicos para descargar
las tensiones acumuladas en la vida cotidiana (Jesús Martín-Barbero). Siendo así, la
abundancia de fiestas en el ciclo anual del altiplano cundiboyacense es un síntoma
preocupante del capital de angustia de sus habitantes. Pero las fiestas son mucho más que
eso y cumplen diversas funciones además de la de memoria religiosa: político-sociales, de
cohesión, de reforzamiento colectivo, de intercambio comercial. Yo me voy pa‟Chinavita /a
cumplir una promesa / si tá Dios que me case / pu ahí tará mi sinvergüenza.

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Tales funciones, especialmente las de catarsis y expansión, han generado un conflicto
permanente con la Iglesia católica que ha oscilado entre la prohibición expresa de acciones
profanas y su tolerancia complaciente. En 1864 el Arzobispo de Bogotá le avisa al público
en general “que no habrá en las próximas fiestas de aguinaldos chirriadera en los templos,
como las funciones de zarzuela que se dieron en los años pasados. Por consiguiente no
habrá títeres en la iglesia, ni música de tiples, guacharacas y panderetas; ni se tocará la
jurga, ni el palito ni la caña ni alguno de los sones populares de las ventas y los figones”.
Hoy nadie tiene semejante prohibición: primero porque tales actividades no se dan ya en el
interior de los templos y, segundo, porque la organización estricta de cualquiera festividad
ha separado los ritos religiosos de los programas culturales, ahora en manos de autoridades
civiles y/o empresarios privados.

Aun cuando las fiestas religiosas han perdido este espacio de circularidad cultural en
Santafé de Bogotá, todavía en los pueblos del altiplano constituyen el acontecimiento
principal de cada año. Las celebraciones patronales y algunas otras del calendario religioso
jalonan el tiempo festivo que esperan ansiosamente sus habitantes. Las fiestas estrictamente
civiles o profanas ocupan un modesto lugar en su ciclo vital.

200
CAMINOS DE PALADAR

Si usted tiene el privilegio de estar sentado en Tunja, en un cómodo restaurante a orillas del
Pozo de Donato, podrá ojear la carta y encontrar al lado de las infaltables hamburguesas
gringas o las lazañas italianas, un repertorio interesante de comida autóctona.

Si coincide con el día que es, le ofrecerán en primer lugar el sabrosamente célebre ajiaco.
Los historiógrafos del paladar sabrán que esta sopa de papas pudo ingresar a la cocina
internacional y competir con los potages franceses por pequeñas pero contundentes
adiciones a la receta original: trocitos de pollo desmenuzado, crema de leche y alcaparras.
La preparación es similar en cualquier restaurante turístico de Santafé de Bogotá o Tunja.
Los cundiboyacenses sabemos, sin embargo, qué cantidad de sutiles diferencias se originan
en las manos y narices de nuestras cocineras. Podemos diferenciar la calidad y sabor de la
sopa por el tipo de papa incorporada y discutiremos interminablemente si las guascas
tradicionales la mejoran o empeoran.

En cuestión de entradas, nuestro viajero tendrá un discreto pero apetitoso


repertorio:Platanitos mirafloreños, asados al horno y relleno, con queso de Paipa y
bocadillo veleño. El subproducto de la guayaba, para ser objetivos, proviene de Moniquirá,
municipio boyacense de tierra caliente que alguna vez perteneció a la Provincia de Vélez en
Santander, debido a ese complejo juego de mecanos político-administrativos que sufrió la
historia de esta región.

Salchichas cachiporritas. Insuperables salchichas rojas (dice la carta), acompañadas de


turmitas criollas. Aquí al turista hay que explicarle eso de cachiporros y de turmas. En
cuanto a lo primero, es mejor no revolverle política al estómago. Y en relación con lo
segundo, es buena la idea de reivindicar el término y dejar de hablar de papas, un término
flojo que ha dado lugar a otros tantos chistes ídem. Aunque no faltarán los mordaces que
malentiendan las turmas. Pero de criadillas hablaremos más tarde.
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Albóndigas Jorge Voto. No se trata, malpensado lector, de una variante de las
malentendidas turmas, ni de un vengativo invento culinario de Pedro Bravo de Rivera, el
astado esposo de la Hinojosa. Se trata de jugosas bolitas de carne, acompañadas de las
inigualables y únicas arepas boyacenses que no se parecen en nada a las desabridas y
blancas que acompañan la frijolada paisa.

Siguiendo el orden a la carta, el hambriento comensal podrá escoger.

Cuchuco de trigo con espinazo de copartidario. El más típico brebaje de trigo con
espinazo de cerdo preparado a la manera runtana. Aquí, me perdonaran, es inevitable
revolverle partidismo al asunto. La expresión se la oí a mi abuelo materno hace muchos
años en un restaurante popular de Chocontá. Este hombre de convicciones políticas
tradicionales, con un vozarrón inconfundible y como para no dejar dudas de quién entraba,
pedía enérgicamente el tal cuchuco con espinazo de conservador. Mi familia, como todas
las del altiplano, vivió por dentro las estériles pugnas que desangraron al país, y yo ya no sé
de qué color era el tradicional espinazo pues mi abuelo paterno lo prefería rojo. El
restaurante ha optado sabiamente por no comprometerse, fiel a la tradición
frentenacionalista. Por otra parte, solamente los tunjanos saben a qué se refiere eso de a la
manera runtana y podrán salivar ansiosamente mientras les sirven la sopa, pues comparten
el privilegio de ancestrales secretos con que las cocineras de la vereda de Runta hacen
milagros todos los jueves con el bendito marrano. Hay que añadirle a esta carta los otros
cuchucos que se hacen con cebada y maíz.

Mute moniquireño, con el más rico sabor de nuestro maíz y exquisitas carnes. Lo del maíz
es incuestionable: hasta los cundiboyacenses urbanos que salen los días de fiesta saben que
un piquete sin las tiernas mazorcas con sabor a humo, mantequilla y sal es taxi incompleto
como un chocolate sin queso. Reconocemos que lo de las carnes debe dejarse así, a la
imaginación del viandante. Sólo los conocedores sabrán que las posibilidades con que se
acompaña el mute pueden comprometer la reputación del restaurante. Difícilmente una
carta de esta naturaleza podrá exponer sin riesgos el conocido mute con jeta o, menos
prosaico, con rostros que las cocineras de plaza preparan del hocico del cerdo, la vaca o el
cordero y que sólo los paladares refinados dejarán de probar por estúpidas convicciones
estéticas. Lo mismo podrá decirse del mute con pata que aunque hace incómodo saborear el
líquido por la pezuña de res que rebosa el plato; no le quita sabor, a condición de que sea
preparado en los humeantes toldos a puro fuego de leña. Si no se animan a probarlo,
conténtese con el mute oficial, ese que se hace con estómago de res, mejor conocido como
toalla o callo.

Mazamorra chiquita, la más famosa sopa de todo el país que hace honor a la comida
boyacense. Sin comentarios, 窺í, o pa‟qué?

202
Pasadas las entradas y las sopas, seguimos al plato fuerte. No podría ser de otra manera
pues este orden aunque no es universal, es invariable en Colombia. Ahora, el comensal
podrá optar entre una amplia gama de recetas que identifican al restaurante:
Trucha Lago de Tota: filetes de trucha Arco Iris, oriundas del lago de Tota, preparadas en
salsa criolla, a la plancha, al ajillo, gratinada o en champiñones. Como podrá ver, la comida
cundiboyacense puede ufanarse no sólo de poseer este gustoso pez de tierra fría traído hace
algunos años de Estados Unidos, sino de conocer también las más variadas opciones
culinarias de la comida internacional. El invento es reciente y ya no tenemos que lamentar -
gastronómicamente hablando- la desaparición de especies nativas de nuestros ríos y
lagunas. No tuvo el gusto de probar capitanes ni aguapuchas, pero sí reconozco la
diferencia entre la trucha de Tota y la de la represa del Sisga.

Lengua tunjana (semipicante). Lo mismo que el plato anterior, estos filetes de lengua
tienen distintas opciones. Recomiendo la sazonada a la criolla o en champiñones,
especialmente si estos últimos provienen de las factorías sabaneras donde se ha llegado a
elevados sistemas de producción que no tienen nada que envidiarle a los europeos.

Cordero Aposentos Tuta: delicioso costillar de cordero, preparado con el secreto de los
tutanos. Seguramente el propietario del restaurante es de Tuta o supone que la
denominación es familiar por el programa de televisión dejémonos de vainas, de donde es
oriunda Josefa. Lo cierto es que ha caído en un imperdonable localismo pues se nota que no
ha probado las costillitas que sirven en Ventaquemada, al lado de la Carretera Central o las
que preparan todas las cocineras que poseen ovejas en el altiplano.

Pechugas a la Torralba: las más abundantes pechugas de pollo con trocitos de lengua y
exquisitas verduras. De no ser por la combinación el plato no tendría nada de típico.

Sobrebarriga tocana. El chef cae nuevamente en localismos, lo que no le quita exquisitez


a la carne. Bien sea a la criolla o a la plancha, cualquiera restaurante de cualquier categoría
ofrece este suculento plato que el comensal sabrá acompañar de colombiana o refajo, y más
si está enguayabado. No se trata de una propaganda a la conocida fábrica de gaseosas sino
de una combinación hereditaria difícilmente modificable para un cundinamarqués o un
boyacense. Así como no me imagino la sobrebarriga sin papas chorreadas, no podía
comérmela con vino tinto.

Cola Inés de Hinojosa. No sabrá describir el plato para los maliciosos: se trata de una
inigualable cola de res sudada en abundante salsa criolla que el creativo de la minuta supo
aprovechar gracias a su sentido histórico-regional. Acto seguido, el viajero que trae buen
apetito podrá seleccionar a su gusto, alguno que otro platillo adicional. Desde la ensalada
guatecana -o de cualquier rincón sabanero que se distinga por sus verdes hortalizas- hasta
las famosas picadas servidas en sendas bandejas donde podrá degustar una variedad de
carnes, pollos y salchichas.

203
Finalmente, si lo que trae es hambre, podrá rematar con una ensalada de frutas oriundas del
Valle de Tenza o de Nuevo Colón, aliñadas con salsa de maracuyá; o degustar un sorbete
de curuba, de fresa o de feijoa. No se olvide de hacerle un campito al postre, más si se trata
de un arequipe gratinado, un dulce de mora o un postre de natas. Podrá rematar con una
agüita de toronjil o de limonaria, y dejar para más tarde unas buenas onces con agua de
panela, almojábanas y queso.

204
LA TENAZ SURAMERICANA

Un recorrido breve y singular por años decisivos en la historia capitalina, huellas de


una ciudad naciente.

Algunos escritores están de acuerdo en que Bogotá dejó de ser la Atenas Suramericana
cuando sobre los restos humeantes del tranvía, las vitrinas destrozadas y las pilas de
cadáveres esperando su turno en la fosa común, la ciudad se levantó conmocionada por la
muerte de Jorge Eliécer Gaitán. Desde ese legendario 9 de abril, hace ya cuarenta y cinco
años, todo cambió y la antigua ciudad conventual empezó a desarrollar una imagen de
desarraigo, cosmopolitismo y miseria que la convirtió en La Tenaz Suramericana: 2.600
metros de angustia sobre el nivel del mal, como constaté hace poco un graffitti callejero.

Los historiadores saben, sin embargo, que la fecha es apenas un símbolo nace sano de las
viejas generaciones para construir una imagen límpida y simple de un complejísimo
proceso que cambió el carácter rural del país. También asumen que el antes y el después de
esos días no son suficientes para dar cuenta del desarrollo de la capital. Es a partir de 1920
que Bogotá empieza a salir del letargo colonial, y la aparente monotonía de la vida urbana
se vio sacudida a veces por los ecos de guerras fratricidas en las aldeas y los campos; los
años del ruido, como decía mi abuela, fueron los nuevos sonidos de una ciudad en
transformación.

Los ruidos provenían de las sirenas de las fábricas, los pitos de los ferrocarriles, las bocinas
de los carros y las gargantas vociferantes de los primeros huelguistas que ondeaban
banderas con los tres ochos inscritos sobre fondo rojo: ocho horas de trabajo, ocho de
estudio y ocho de descanso (Mauricio Archila).

De los artesanos heredaron los obreros un ideario disímil de tradiciones cristianas radicales,
racionalistas y socialistas. No era sorprendente pues encontrar catecismos donde los
dirigentes eran apóstoles y mártires y María Cano quedaba transfigurada en Virgen María.
Como tampoco que en las conmemoraciones del Primero de Mayo se cantara La Marsellesa
y no la Internacional y que los nuevos compañeros soñaran con pancho Villa y la
Revolución Mexicana. Y, aun, que se oyeran vivas al Partido Liberal Ateo. En estos
primeros años del siglo no faltaron quienes se resistieron al trabajo fabril y prefirieron
abandonar las fábricas con sus promesas de ingreso estable y prestaciones sociales para

205
disfrutar la indisciplina laboral de los lunes de zapatero o retornar a la parcela rural. Era
fácil el ingreso al trabajo asalariado pues las nacientes industrias de ferrocarriles, obras
públicas y construcción en el centro del país competían entre sí y con los sectores
tradicionales por captación de mano de obra.

El paternalismo dominó al principio las relaciones de trabajo y bastaba un trato amigable,


unos regalos navideños y caprichosos aumentos de salario para mantener la lealtad al
patrón. En la empresa Cementos Samper, como en otras, los dueños ofrecían comida y
cerveza el día de la Fiesta del Carmen y todos salían a la procesión. Todavía hoy se
recuerda con nostalgia los buenos que eran los patrones de antes. El caso mis singular es el
del alemán Leo S. Kopp, fundador de Bayana, cuyo mito de bondad sigue alimentando el
fervor del pueblo bogotano que lo visita sagradamente todos los lunes en el cementerio
central: una extensa romería hace la cola que le permitirá acercarse a la famosa estatua y
elevar a su oído secretas plegarias por un futuro mejor. Pocos como él tienen el privilegio
de ocupar un lugar tan destacado en el santoral popular: Jorge Eliécer Gaitán, José Raquel
Mercado y, más recientemente, Carlos Pizarro.

La Iglesia católica reforzó esta ideología de gran familia abogando por justicia y caridad en
los patronos y respeto y sumisión en los obreros. La intención moralista evidenciaba que las
cosas no eran idílicas y que no era suficiente la presencia de sacerdotes o las estampas del
Sagrado Corazón en las grandes fábricas para mejorar unas relaciones que ya empezaban a
desembocar en protestas laborales. Las élites, especialmente conservadoras, se oponían a la
antinatural jornada de ocho horas pues, al acortar el tiempo de trabajo, se multiplicaban los
vicios puesto que se consideraba que los obreros no sabían aprovechar su tiempo libre.

CHICHA EN LOS NUEVOS TIEMPOS

“El domingo en la tarde -recuerda Joaquín Tamayo- los elegantes salían de paseo en coche
descubierto por el Camellón de las Nieves vestidos de sombrero de copa, chaqué, pantalón
rayado y botas de charol. Nuestras más encopetadas damas asistían a misa en el templo de
Santa Clara luciendo trajes de abundante tela, sombreros de plumas, bolsas de piel, collares
y guantes”. Ese mismo día y a esa misma hora de 1928, ¿qué hacían obreros y artesanos?
Seguramente pasaban el tiempo jugando tejo y tomando chicha en alguna oscura tienda,
mientras sus mujeres los aguardaban pacientemente ocupadas en lavar y almidonar la ropa
de alguna contrata para mejorar el ingreso. En la noche era de buen tono y la única
diversión de los ricos reservar un palco en el Olympia y suspirar cuando la orquesta de la
Unión Musical ejecutaba el valse Sobre las olas. Entretanto, la mujer obrera afanaba a su
hijo para salir en busca del retardado padre, entretenido quizás en algún juego de azar o
impedido de caminar por la tremenda enchichada.

No es difícil explicar la aversión que senda la élite capitalina por esas antihigiénicas y
malolientes chicherías que abundaban en la ciudad y que perjudicaban la disciplina laboral.

206
En los talleres, en cambio, era normal para todos beber durante la jornada e, incluso,
considerar el alcohol como parte del pago. Esta situación provenía del campo, donde el
guarapo es consustancial al esfuerzo físico y sin él no trabaja nadie. Pero, finalmente, los
gobiernos, reforzados por el impacto del consumo de aguardiente en el producto oficial de
las rentas departamentales, recurrieron a la prohibición total de la venta de chicha. Esto no
significó su desaparición: hoy, todavía, en algunas tiendas de los barrios populares de
Bogotá puede uno adquirir -no tan clandestinamente- un vaso del temido líquido. Y, en los
pueblos del altiplano, es frecuente su consumo en agasajos y festividades.

Los combates moralistas que se emprendieron contra el consumo de la chicha y, de paso,


contra las costumbres ociosas del pueblo bogotano, se extenderían por muchos años y, en
ellos se jugaría una nueva lógica en los ritmos de vida que habría de cambiar
sustancialmente los hábitos, tanto laborales como de esparcimiento popular: la
modificación de los patrones tradicionales en favor de una nueva concepción del tiempo,
jalonada por los pitos de las fábricas. El tiempo libre de los obreros fue para ellos mismos,
además de tiempo libre, el rato para estudiar y realizar actividades económicas
complementarias; sus mujeres también tenían la posibilidad de una segunda jornada laboral.
Pero los empresarios lo interpretaban en cambio, como horas dilapidadas, la Iglesia como
tiempo para la inmoralidad; eran momentos en que se fraguaban las rebeliones, según el
Estado, o en que se alienaban las masas, al decir de los revolucionarios.

REGIO ESTRENO

Con la aparición del cinematógrafo, todos los estamentos sociales -las élites cultas, los
cachacos, los trabajadores y hasta los obreros politizados- homologaron sus distracciones
momentáneamente en la horizontalidad mágica de la pantalla y disminuyeron los suicidas
del Salto del Tequendama. ¿quiere hallar la alegría en su hogar? Muy sencillo: concurra
siempre al Municipal y estará muy feliz con su familia. Cartelones como este empezaron a
ser frecuentes en Tunja, Sogamoso y Duitama. Bogotá irradiaba periódicamente
espectáculos al público de provincia.

El cine fue el mejor espectáculo. Ya desde 1902, al final de la Guerra de los Mil Días
empezaba a prosperar la naciente industria de la exhibición. Luego, con la irrupción en la
década de los treinta del cine sonoro, que revolucionó la industria internacional, el cine
colombiano entró a un período desértico, apenas sí llenado con unos pocos documentales y
algunos largometrajes que nunca llegaron al celuloide como Sangre criolla y Un bambuco
vale un millón. De aquí en adelante todo fue frustración y las deslucidas producciones
apenas si aguaron frente a los modelos convencionales del cine internacional de la época.
La llegada de la televisión y la política de propaganda del gobierno de Rojas Pinilla
sirvieron, entonces, para que la documentación audiovisual entrara de lleno a la memoria
histórica del país. El público, sin embargo, tuvo la palabra y los productores siguieron
aguardando el nacimiento de la industria cinematográfica nacional.

207
DEL TENIS DE MECHA AL FÚTBOL

Visto que la popularización del teatro no tuvo mucho éxito entre las clases trabajadoras de
Bogotá y que se salía sospechosamente de las fábricas a las chicherías o a ver cine
mexicano, las élites tuvieron que recurrir a lo que era, hasta entonces, un privilegio suyo: el
deporte. El común jugaba tejo y veía boxeo. Y los que trabajaban como sirvientes en
exclusivos clubes o en los colegios privados para varones, pudieron ver también el extraño
juego de 11 contra 11 que había traído los europeos y algunos ricos que venían del
extranjero.

Los primeros juegos deportivos nacionales se efectuaron en Bogotá en el año de 1927, bajo
el patrocinio del Ministerio de Instrucción y Salubridad Pública. Pero, a decir verdad, no
fueron nacionales. Se limitaron a algunos partidos de fútbol y a algunas pruebas atléticas
realizados en el estadio del Instituto de La Salle. Dos años más tarde, llegaban los primeros
equipos extranjeros, procedentes del Perú; por esa época el diario El Espectador organizaba
la primera prueba del ciclismo de aliento Bogotá-Tunja-Bogotá, y una de velocidad entre
Bogotá y Chapinero. El pueblo pudo ver las nuevas aficiones de las élites, como el
automovilismo, en la carrera Bogotá-Capitanejo -que llegó solamente hasta Soatá, en el
departamento de Bogotá- y el motociclismo en la competencia de Bogotá a Usaquén; ellas,
por su parte, reforzaron sus diferencias practicando polo, tenis y golf en exclusivos clubes.

BIBLIOGRAFÍA

Archila Neira, Mauricio. Cultura e identidad obrera: Colombia 1919-1945, Cinep, Bogotá,
1991.
Fals Borda, Orlando. Campesinos de los Andes, Punta de lanza, Bogotá, 1978.
Jaramillo, Uribe, Jaime. Ensayos sobre historia social colombiana. Universidad Nacional
de Colombia, Bogotá, 1974.
Mora, Pablo y Guerrero, Amado. (Comp), Historia y culturas populares: los estudios
regionales en Boyacá, ICBA-MEN-IADP, 1989.
Ocampo López, Javier. Historia del pueblo boyacense, Ediciones Instituto de Cultura y
Bellas Artes de Boyacá, 1983.
Vargas, Lesmes, Julián. La sociedad de Santafé colonial, Cinep, Bogotá, 1990.
Nueva Historia de Colombia. Tomo VI, Literatura y Pensamiento, Artes, Publicación.
Planeta, 1989.

Agradecemos al Centro de Publicaciones de Cultura Popular del ICBA en Boyacá por su


generosa atención en facilitarnos publicaciones, informaciones de primera mano, y archivos
orales sobre la cultura boyacense.

208
10. CULTURA

Reynosos y cachacos

Se mantiene la pregunta acerca de la identidad regional. Se presentan las expresiones de


las artes pláticas, la música y la literatura en Cundiboyacá. El análisis, que supera la mera
descripción, ubica los aportes que ofrecen tanto los barones ilustres como los anónimos
pobladores de la región.

Fotografía Pablo Mora

Pablo Mora: Antropólogo.

209
DESTINO DE LAS HUELLAS

La mirada del arte a través de un contexto en el que los rasgos propios se


entremezclan y se esconden a la llegada de los españoles. Pero surgen si es atenta la
indagación.

Nuestro arte precolombino ha sido odiosamente comparado en Meso-américa y los Andes


Centrales, todo empezó hace cinco siglos cuando Jiménez de Quesada, después de una
penosa travesía desde Santa Marta, exclamó: “Otro Méjico y Perú hemos hallado!”, al
contemplar las verdes praderas del altiplano y los alcázares de Bacatá, construidos por
laboriosos muiscas. Todos sabemos, sin embargo, que después de una blanda conquista tras
años de rutinarios gajes de sometimiento, el licenciado granadino intentaría una expedición,
esta vez a Venezuela, para encontrar El Dorado: las riquezas soñadas.

Apenas si fueron un fantasmagórico pasar de mano en mano lagartijas, sapos y tunjos de


oro que los nativos arrojaban a la laguna sagrada en los días de grandes ceremonias. Y el
gran botín del Zaque: un modesto balance de 136 mil 500 pesos de oro fino, 14 mil pesos
de oro bajo y 280 esmeraldas. Moriría pobre, viejo y enfermo con la convicción de que,
después de Tenochtitlán y Cuzco, todos fueron reinecillos de quimera.

En la actualidad, de las expresiones artísticas muiscas sólo quedan rastros menguados que
los historiadores del arte consideran pobres, simples y sencillos. Pocas manifestaciones de
cerámica, cestería y tejido se conservan en algunas localidades y la orfebrería cabe en un
pequeño custodiado del Museo del Oro de Santafé de Bogotá. en cambio, la vivienda
familiar ha persistido hasta hoy como muestra de la miseria del campesinado
cundiboyacense, obviamente sin las características que alguna vez la distinguieron.

FORMALISMOS PRECOLOMBINOS

Líneas, rombos, espirales, cruces e imágenes que asemejan figuras de serpientes, micos y
ranas constituyen la base estética de la alfarería y el tejido muisca. En copas, cuencos,
vasijas, torteros, ollas y mantas se encuentran estos esquemas institucionalizados, repetidos
de generación en generación. Fue el producto de una sociedad agrícola y sedentaria,
trabajado con criterio utilitario. Por eso no hubo nada de excesiva fantasía o de primor en
su factura y, si a veces se agregaron figuraciones plásticas y cromáticas, se hizo sin

210
perjuicio de las funciones domésticas del vecindario agrícola. En las rugosas vasijas para
almacenar agua, en los gazofilacios para ofrendas divinas, en las gachas para la
evaporación de la sal, en los volantes de piedra y arcilla para hilar algodón y, en general, en
toda su alfarería, se descubren manos, seguramente femeninas, acostumbradas al oficio
pero no dedicadas a él con exclusividad.

Entre todo el acervo regional de esta cerámica, se destaca la múcura, el cántaro muisca por
excelencia. Objeto doméstico, se ha repetido a lo largo del tiempo, convirtiéndose en marca
de identidad del campesinado mestizo del altiplano. Durante la Colonia, mereció la
calificación de vasija nacional del reino y algún indigenista de este siglo la ha comparado a
los vasos griegos. El desarrollo cultural muisca se expresa con fuerza en su orfebrería,
particularmente, en los tunjos, elementales figurillas humanas de carácter votivo que se
sustraen del trasfondo campesino y evidencia una transición hacia formas mis complejas de
organización social. Piezas como la conocida Balsa de Guatavita, la silla del cacique o los
mercados circulares, demuestran que grupos especializados tenían un hondo conocimiento
de la metalurgia. Mediante un sistema de fundición de cera perdida, soldadura, alambrado,
perforado, martillado, repujado y falsa filigrana, estos maestros proveyeron las demandas
mercantiles y los encargos elitistas de zipas y zaques.

La artesanía textil fue uno de sus más aventajados oficios. Además los telares domésticos
regados por todo el altiplano, hay rastros de otros que estaban a cargo de artesanos oficiales
y almacenes de los zaques donde se guardaba buena provisión de mantas. Estas mantas
cumplieron un papel de primera línea en la vida familiar, religiosa, económica y
diplomática de los muiscas: servían para pagar tributos, obsequiar a guerreros distinguidos,
intercambiar servicios, decorar bohíos; y también como prenda y símbolo de jerarquías
sociales, ofrenda funeraria y adorno personal en ritos procesiones.

TERCERONES DE FORTUNA

En poco tiempo, tunjos, gachas, torteros, pebeteros, copas y guacas dieron paso a retablos,
imágenes de bulto, tallas ornamentales, pinturas de cabellete y nuevos objetos de orfebrería,
platería y bordado. Se enseñoreó, entonces, un nuevo sentido jurídico, político y religioso,
catapultado conscientemente por el llamado arte colonial.

El puesto de este arte en América es relativo. En realidad, difiere poco del que se producía
en los talleres de Granada, Sevilla, Cádiz y Andalucía, de donde provinieron la mayor parte
de las obras importadas y familias españolas que vieron nacer en su nueva patria a los
criollitos neogranadinos.

Aunque en esta altiplanicie lejana de los puertos, los españoles encontraron la base material
y demográfica más importante para fijar su principal centro de dominación colonial, aquí
no llegaron ni los santos de Salamanca o los banqueros de la Corte, ni duques, marqueses o
condes bien nacidos, sino segundones sin fortuna, hijosdalgos, tropel de aventureros sin

211
más patrimonio que su oficio, y muchos frailes, embarcados en Sevilla como humildes
misioneros -y no como artistas diletantes o críticos- que cargaban cuadros en su equipaje
por una necesidad de culto y la evangelización.

¿Por qué las formas barrocas brillan por su ausencia en Chile, Argentina y Venezuela y son
soberbias en el antiguo virreinato de Lima y en algunas regiones colombianas, como
Boyacá? Se percibe una estrecha relación entre la numerosa población indígena sin
catequizar y el desarrollo artístico: en la costa atlántica, Antioquia, los Santanderes y el
Gran Tolima no hay muestras rutilantes de imaginería y ornamentación barrocas como en
las dos grandes capitales de la meseta cundiboyacense, donde las necesidades
evangelizadoras y de conservación de la fe fueron comparativamente más grandes.

LOS TESOROS ESCONDIDOS DE TUNJA

Dentro del desnudo y escueto templo dominicano de Tunja se esconde un fabuloso tesoro,
reconocido como una de las obras cumbres del barroco neogranadino: la Capilla del
Rosario. Este y otros conventos e iglesias -San Francisco, Santa Clara, Santa Bárbara, Las
Nieves, San Lázaro, San Laureano, San Ignacio y El Topo- demuestran que Tunja nació
rica y próspera, convirtiéndose en un centro de relativa importancia en el panorama general
del arte hispanoamericano.

Siendo paso obligado a Santafé -por el camino de Vélez y el Carare que conectaba con el
río Magdalena- muchos pintores, escultores, tallistas y orfebres llegaron a Tunja atraídos
por un mercado del arte, estimulado por el propio Cabildo y las comunidades religiosas. Por
eso, mientras la catedral santafereña era una iglesia pajiza, el maestro Bartolomé Carrión
esculpía en piedra noble y perdurable la magnífica fachada renacentista de la catedral
tunjana; por eso, también, las fachadas, los blasones y los escudos que caracterizan su
arrogante arquitectura civil.

Aunque el anonimato fue una de las características del arte colonial, de Tunja proviene el
primer pintor de nombre conocido en Colombia: don Alonso de Narváez, autor de la
milagrosa Virgen de Chiquinquirá (1555), natural de Alcalá de Guadaira y avecindado en la
muy noble y leal ciudad desde la primera mitad del siglo XVII, donde figuraba como pintor
y platero. También llegaron pintores de inquietudes renacentistas como los italianos
Francisco del Pozo y Angelino Medoro que revolcaron los cánones estéticos de los
maestros peninsulares que iniciaban entre nosotros la pintura.

EL MESTIZAJE ARTISTICO

Receptores de un arte oficial que imitó incondicionalmente los modelos europeos, nuestros
arquitectos, escultores, pintores y decoradores difícilmente pudieron imponer un lenguaje
propio, producto del mestizaje y de la lejanía obvia de las fuentes. Sin embargo, en los tres
siglos de colonia española se descubren acentos particulares dignos de atención. En nuestra

212
región, esta lánguida hibridación cultural y estética fue hispanoindia más que indoespañola,
pues la fuerza de la plática indígena quedó reducida a formas accesorias y no a una mixtura
de contenidos más hondos.

En toda la Nueva Granada este mestizaje artístico no salta a la vista, al estilo de la escuela
cuzqueña del Perú. Hay ejemplos dispersos, especialmente boyacenses, perdidos en el
cuerpo superior del frontis de la iglesia de Monguí, en los candelabros del presbiterio de la
iglesia de Santo Domingo, en el ambiguo sol del artesonado de Santa Clara en Tunja o en la
ornamentación barroca de los rebatos en Chivatá y Tópaga.

Un cambio radical vivió la estética predominante de la nación a finales del siglo XVIII. El
despotismo ilustrado del virrey Antonio Caballero y Góngora auspició La Expedición
Botánica, bajo la dirección científica del sabio Mutis. De esta escuela-laboratorio, saldrían
numerosos dibujantes provenientes de Cartagena, Popayán, Quito y Santafé cuya primera
experiencia es el estudio y la comprensión de la naturaleza neogranadina los haría célebres
después como pintores al óleo y miniaturistas. Para algunos críticos de arte, Passiflora
pernifolia, Passiflora parritae y tantas más de la Flora de Bogotá, no son sólo obras
documentales, copias de la naturaleza, sino productos sutiles, de extraordinario acabado y
de excelente gusto. Sus efectos llegarían muy lejos, a la Comisión Corográfica y a los
primeros costumbristas de la República.

213
PLÁSTICA ENTRE SIGLOS

La comisión corográfica buscó ansiosamente la identidad geográfica, económica,


histórica y social del país.

E n sentido estricto, no hubo arte republicano y cincuenta años después de la emancipación


todavía predominaba la estética virreinal, suplantada sólo por nuevos personajes,
indumentarias y decorados. Con sobrada razón, los críticos de arte se lamentan de que
nuestros artistas no convirtieran en temas pictóricos esta época de contiendas fulgurantes,
avalanchas políticas y odios y amores revueltos. Las ocho batallas que por encargo del
gobierno nacional pintara en 1872 José María Espinosa y una más sobre la acción de
Boyacá no sólo son episodios al margen de las escaramuzas, sino un recuerdo anecdótico,
revivido cincuenta años después.

Algo cambiaba el país cuando Ramón Torres Méndez se escapó de fiel clientela bogotana,
ávida de cuadros religiosos y feas alegorías, para recorrer el país y estampar sus costumbres
en acuarelas y dibujos a lápiz: la República se consolidaba y una ola romántica de ciega
creencia en el progreso pugnaba, a contravía de terratenientes y caudillos regionales, por
destruir la vieja economía colonial.

Los corazones creadores marcaron por fin rupturas con viejas estéticas. Unos más tímidos
que otros en su inserción dentro de cada época.

La Comisión Corográfica al mando de Agustín Codazzi, buscó ansiosamente la identidad


geográfica, económica, histórica y social del país. Durante nueve años, miniaturistas,
pintores y paisajistas recorrieron nuestras Provincias de Tunja, Tundama y Bogotá -y todas
las demás- e intentaron armar utópicamente el rompecabezas patrio en los innumerables
pequeños cuadros donde se reflejó el vestuario, los accidentes geográficos, los oficios, las
fiestas y las miserias del campesino y del aldeano de las provincias colombianas.

ASOMO RENOVADOR

Si los comerciantes políticos y hacendistas como Camacho Roldán viajaban a Estados


Unidos, su nueva estrella polar, nuestros artistas cachacos seguían las rutas europeas.
Aunque la nómina de fin de siglo es extensa, la historia del arte ha destacado, además del

214
antioqueño Francisco A. Cano, a los bogotanos Epifanio Garay y Ricardo Acevedo Bernal.
Con ellos la pintura nacional entraba a lo que los analistas benévolos llaman modernismo y
los críticos academicismo ortodoxo de espalda al país -como el cuadro de Salvador
Moreno.

No fue un movimiento de reacción iconoclasta a formas anteriores- no las había -sino una
depuración del gusto de una sociedad que se asomaba provincianamente el arte sin época-
que técnicamente se conoce como neoclasicismo y romanticismo. El ejemplo extremo es el
tunjano José Rodríguez Acevedo: anacoreta orgulloso, discípulo de Chicharro en España,
se encerró en su castillo de ideas naturalistas y románticas y, alejado del mundo, dedicó su
vida a pintar desnudos, retratos y objetos.

Quizás la obra de estos artistas finiseculares no parezca hoy anticuada y empecinada en la


fidelidad de modelos culturales ajenos. Empero, con ellos el quehacer pictórico se volvió
más seguro, virtuoso y disciplinado. Pero les cabe el juicio de no haber llegado, en sus
viajes a Europa, a la orilla donde fluía un caudal de nuevas formas como el cubismo y el
impresionismo.

En este abanico, es difícil considerar a Andrés de Santamaría como un pintor bogotano


más. Fue un verdadero extranjero por su educación, por su soledad en medio de tanta
medianía de campanario y porque, sobre todo, siendo un buen aficionado europeo, pintó
desafiando a sus congéneres como nadie lo había hecho ni lo concebiría durante los
primeros cincuenta años de este siglo. Reivindicando como nuestro primer impresionista y
más recientemente como expresionista, su deserción del país significó también la ausencia
de influencias en un arte que naufragaba en pseudo-academias y asomaba tímidamente a
nuevas corrientes.

NACIONALISMO SABANERO

Arrabales de Bogotá y Apuntes de la Sabana del bogotano Alfonso González Camargo, La


mañana del boyacense Jesús Maria Zamora, Montaña y neblina de Rafael Sáenz, La
mantilla bogotana de Coroliano Leudo, En el parque de Eugenio Zerda, Paisaje de
Eugenio Peña, son obras y autores que, tomados al azar, resumen un apacible río por donde
navegaron nuestros artistas de principios de siglo. Tal fue el caudal del paisajismo que el
profesor Luis López de Mesa en su Escrutino sociológico llegó a plantear como la única
escuela plástica nacional. Y aunque el paisaje nacional fue, en realidad, el de la Sabana de
Bogotá, los talleres capitalinos contaminaron con su estética documental, nostálgica y
anecdótica a Boyacá, los Santanderes, el Cauca y Cartagena.

Esos artistas visitaron el campo en días festivos y sus ojos se posaron en graciosos
riachuelos, pozos de aguas quietas, espigas doradas, rústicas tapias y sauces llorones, y
nunca sus botas campestres se untaron de barro, desperdiciando la oportunidad de construir
un arte regional que descubriera e interpretara a los hombres que habitaban ya no el

215
ranchito típico sino la miserable vivienda de tiempos coloniales. A esa estética bucólica
pero de mirada japonesa desde la ventanilla del avión pertenece el más talentoso de los
paisajistas, el maestro Gonzalo Ariza. Con él la neblina bogotana encontrará su mejor y
más caro intérprete.

Años después surge una generación, la de los treinta. Se la recuerda como los bachués,
término derivado del nombre de la escultura que el chiquinquireño Rómulo Rozo realizara
para decorar el pabellón colombiano en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929.
Con ellos, el arte rompe sus ataduras del academicismo y se lanza a exaltar los valores de
nuestra nacionalidad.

La obra Retablo de los dioses tutelares de los chibchas del maestro Acuña, abrió el camino
y numerosos simpatizantes inundaron el medio de pinturas y esculturas, pobladas de
campesinos, trabajadores urbanos, madres labriegas y paisajes tropicales. Todos ellos
intentaron interpretar un nuevo país, convulsionado por un capitalismo industrial incipiente
que tuvo como colorario las primeras manifestaciones obreras y sangrientos levantamientos
de indios despojados de tierras.

La escultura también cambió de rumbo a partir de Rozo. Había llegado al país en el siglo
pasado de la mano de los italianos César Sighinolfi y Luigi Ranielli, catedráticos de la
Escuela de Bellas Artes, dejando obras como Monumento a Isabel la Católica y a Cristóbal
Colón, La Virgen del Cerro de Guadalupe del bogotano Gustavo Arcila Uribe y el
inconfundible símbolo de la fisonomía capitana, La Rebeca, del quindiano Roberto Henao
Buriticá. Nuevas generaciones de bogotanos y boyacenses como Julio Abril y Carlos Reyes
pudieron ornamentar plazas, parques y edificios con la nueva estética nacionalista e
indigenista.

Extraterritorialidad

Inspirado en la naturaleza tropical, los vuelos especiales, el mundo precolombino y las


visiones cósmicas, el bogotano Marco Ospina inició el arte abstracto en Colombia a partir
de 1940. Sin embargo, sus nacionalistas Campesinas en una plaza o el alegórico Tríptico
de la Guerra y la Paz hacen imposible encasillarlo en un único sistema pictórico.

A partir de los cincuentas, el arte colombiano dejó de encajonar su regional o


generacionalmente, y el estilo individual más que la tendencia homogénea se convirtió en la
paradigma para definir una obra o un autor.

El pluralismo que aproximará el arte colombiano a todas las corrientes internacionales, hizo
de ésta una época excitante, renovadora y formalista. Pero también sujeta a las presiones
del mercado y a mala inestabilidad de las vanguardias. Marta Traba ha llamado estética del
deterioro a estas nuevas presiones que obligaron a los artistas a caminar marchas forzadas
en permanente cambio porque el verbo de moda ya no fue crear sino inventar y fabricar.

216
Pierde entonces el arte todo concepto geográfico y la extraterritorialidad de los artistas echa
por tierra el sentimentalismo nacional, las composiciones con figura muerta, los bustos, el
retrato y el paisaje local. La plástica deja de ser refinada y de buen gusto para convertirse
en aventura intelectual -en el mejor sentido de la palabra-. El movimiento Nacional de
Artes Plásticas promocionado por Obregón, reunió en 1955 en Bogotá a todos los jóvenes
trabajadores de la plástica y ya no importó si eran bogotanos o caleños sino si decían
figurativos o abstractos. Si antes el centralismo era evidente en los pasillos culturales de
Bogotá, ahora, con mayor razón, fue difícil que los artistas se sustrajeran al cosmopolitismo
capitalino -con sus salones nacionales, galerías y museos-, a la radicación forzada de los
pintores de provincia en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional y el
aterrizaje forzoso de los que tuvieron el privilegio del exilio voluntario en Francia, Estados
Unidos, Italia, Alemania y Unión Soviética.

217
CINCO CENTURIAS DE INVENTOS

De fotutos, órganos y vihuelas. Las músicas tradicionales, menos acomplejados,


fueron decididamente nacionalistas.

Primero fueron los fotutos de ardua, madera, cuero de venado o calabazo; los muy
rescatados caracoles marinos venidos de gente en gente desde la costa; las ocarinas en
efigies de ranas o media luna; los atabales de piel -prisioneros hechos membrana? no lo
sabemos-; los secos pero sonoros sartales de semilla o las vibrantes placas sonajeras de oro;
las flautas de hueso o caña con boquillas de pluma; y los canutillos de piedra blanda, de
arcilla o de canas.

Música festiva en cualquier trance, multiplicada por el viento susurrada monótonamente en


la oscuridad del cercado para agudizar la memoria sagrada de los antiguos. De sonares
tristes o alegres según la ocasión: acompañando las algarabías de los que van a la guerra y
confundir así los oídos del agresor; o marcando el ritmo de las danzas colectivas con que
festejar la victoria. Para obtener la voluntad de los dioses o arrullar a los niños. Para
sembrar, cazar y amontonar piedras. Durante los rituales de pubertad o en las competencias
de los caciques. Por la magnífica cosecha o el matrimonio de un pariente. Y también como
señal de hospitalidad, para un lejano viaje o en la muerte de grandes jefes o humildes
tributarios.

Del otro mundo, atravesado promiscuamente por cristianos, flamencos, mozárabes y


peninsulares, por clérigos, soldados y prófugos; por negros, piratas y pícaros, viajaron las
tonadas pelicrespas, la vihuela brava y la pandereta gitana. Y, entonces, se hicieron dulces
las veladas en el mar, desaburridas con blasfemias, barajas y dados.

Bajaron pisando firme la tierra, resonando fanfarrias guerreras de pífanos, clarines,


tambores, chirimías y sacabuches que lograron su cometido. Y en el descanso escucharon
nostálgicamente estribillos, pastorelas y canciones de alba, al son de vihuelas de arco y de
mano, guitarras de cuatro cuerdas, laúdes y dulcémenes.

218
ORACIONES MUSICALES

Pero los vencidos no descansaron: a fuerza de azotes y palabras empezaron a pensar que su
adorado sol ya no era el mismo sino otro, justiciero y semihumano, que se valía de violas
de arco, arpas, rabeles, bajeles y órganos pequeños. Y los que al principio se escondieron
bajaron del monte, cautivados por la misteriosa fuerza emanada de violines y de las
férvidas voces de los hombres del crucifijo. Desde entonces, los blancos supieron que bis
orat qui can tat -quien canta ora doblemente-y, haciendo propio el aforismo medieval,
inundaron las nuevas doctrinas con cantos gregorianos. Y supieron también que, pese a
todo, los niños idólatras podían leer nota, cantar llano y tocar flautas, chirimías y violines

Por todo esto, los curas de Cajicá oficiaron la primera misa amenizada por los indiecitos del
Reino y tuvieron por cosa de milagro la destreza de Juanillo, que bien podía ser tiple de
capilla del Sumo Pontífice. El jesuita José Dadey construyó un órgano de cañas en
Fontibón y se valió de pequeños cantores para la liturgia. Y la humilde iglesia doctrinera de
Tópaga a fe que pareció una catedral por la variedad de instrumentos y la armonía de las
voces. Y en poco tiempo los maestros de canturrias nacieron aquí y se multiplicaron las
escuelas de música en los curatos.

Entonces las iglesias coloniales se llenaron de órganos y libros de coro; músicos de valía
ocuparon los puestos de chantres como maestros de capilla en las grandes catedrales; se
contrataron hombres diestros en canto; se completó la nómina religiosa con el chirimero del
Santísimo Sacramento; se instituyeron las voces de coro. Y el divino oficio se acompañó
con motetes, salmodias, responsorios, misas de gloria y de difuntos para mayor esplendidez
del culto y, cómo olvidarlo, con villancicos donde se enseñaron gozos y estribillos en días
menos solemnes.

219
No lejos de portales con dintel, a la espera del amo, los cocheros se asomaron a las rejas de
las ventanas para entremirar la blancura de las paredes y los lienzos con fabulosos dibujos
de Nabucodonozor; los crucifijos y el calvario el candelabro de plata y la caja de madera
que contiene el peso de pesar oro. Y las mujeres que fueron contratadas para limpiar la
estancia; quitar el polvo a la argentería de jarros, fuentes, platos y saleros; desocupar
bacinillas de azófar; tender camas con colgaduras de paño verde y colcha de oro y seda de
la China; pudieron ver, en noches de fiesta, desde la cocina, el saltarello de moda o el
galante bailo, trasmutado noches después, durante fandangos y ocios populares, en el baile
del tres, al lado del torbellino, la manta, la jota y el punto.

Primero fueron las pavanas y las gallardas. Después, cuando la dinastía Borbón, llegó el
minué y la aristocracia criolla saltó a los salones en ritmo de paspié, rigodón, gavota y
courante. Y hubo quienes según su carácter y genio se enloquecieron al estilo inglés con la
bretaña, el amable y la contradanza. Y los que no pudieron divertirse en exclusivas
reuniones, lo siguieron haciendo, como un siglo antes, en la calle, en la plaza o en las
trastiendas oscuras, bebiendo chicha a hurtadillas, alegres, desenvueltos de todo
refinamiento.

En alguna ocasión -quién lo creyera- se notificaron a los tratantes de la calle real de Tunja y
a oficiales, sastres, zapateros, zurradores y silleteros para que, so pena de diez pesos de oro
corriente, saquen cada uno un hacha de cera blanca alumbrando el Santísimo Sacramento y
cada uno una danza buena. Con lo que se acostumbraron también a los bailes del Corpus,
de moros y cristianos y de los santiagueros. Y al son de la tarasca, pudieron comprender por
fin porqué Jesús Sacramentado triunfa sobre el mundo, la muerte y el infierno.

RATAPLÁN, RATAPLÁN, RATAPLIN

Al otro lado del mar, en los salones peninsulares, Oiga señor alcalde / la tonadilla / eh, eh,
eh / que es un baile tan rico / que es de las Indias, la despreocupación cortesana siguió a
pesar de las noticias secretas sobre esos licenciosos y livianos bailes de la tierra americana,
hasta que llegaron los primeros tiros y entonces la agilidad de los danzantes criollos y sus
curiosas interrupciones para escuchar coplas dejaron de ser atractivas y todos vieron con
gravedad que los batallones americanos se insuflaban de entusiasmo a los aires del
bambuco.

Durante la patria naciente, las bandas de guerra terminaron por destronar al tambor con
sordina del ángel de la muerte en la calle real, y cuatro clarines rompieron la marcha, ocho
batidores despejando el campo, luego los maceros del ilustre Cabildo y alta Corte de
Justicia, los empleados y corporaciones en hilera y, por fin, mil vivas gloriosos y lluvia de
flores: al fondo, en medio de Anzoátegui y Santander, el gran Libertador. Y todo fue gozo y
contento y delirio a la vista de los soldados vencedores de Gámeza, Vargas y Boyacá.
Tonadas de tiples, bandolas y guitarras apenas si dejaron escuchar el solemne Te Deum que

220
entonaban en la Catedral religiosos, universitarios, colegiales y principales. Ya salen las
emigradas, / ya salen todas llorando, / detrás de la triste tropa / de su adorado Fernando.

Dicen, porque yo no estaba allí, que valses y minués se ejecutaron con gallardía y primor en
la fiesta de Palacio y que en el intermedio sirvieron un magnífico ambigú. ¡quince días
viendo corridas de toros en la Plaza mayor!. Y mascaradas y comida, mucha comida. Y
todos vieron a Bolívar bailando La Vencedora al ritmo de contradanza. Y galerones. Y
cómo toca de bien mi general Santander La Cholita.

Entonces, cesó el Patronato Real y fueron incautadas las Capellanías Sanz Lozano, y todos
los coros de este antiguo reino, empezando por el de la Catedral de Bogotá, se vinieron a
menos. Lo que no impidió que el prócer Nariño, en agonía escuchara con devoción el
modesto grupo de cantores litúrgicos de la Villa de Leiva. Y pudo expirar tranquilo para
irse al cielo.

Hubo, sí, uno que otro sarao durante la Patria Boba, pero los aires republicanos terminaron
por imponerse. Entonces vino la abstinencia económica y todos estuvieron pendientes del
comercio exterior y esto, como dijera el poeta Vidales, radicó el destino de la gente en una
preferencia por lo lejano. La ópera, desconocida hasta entonces, causó furor en la capital.
Juan Antonio de Velasco trajo la música de Beethoven, Haydn y Mozart; Nicolis Quevedo
Rachadell tocó por primera vez las oberturas de Rossini; y todos imitaron con ánimo las
nuevas costumbres. Se fundó una academia de música en el convento de La Candelaria con
la ayuda de Cancinos y Hortúas, pero los nuevos músicos siguieron soñando con enviar sus
hijos a perfeccionarse en algún conservatorio europeo. Animados por la elegancia y cultura
de los recién llegados Fergusson, Convers, Williamson, Michelsen y Brigard que sentaron
sus reales en este nido de águilas.

La Sociedad Filarmónica de Enrique Price, primero, y la Sociedad Lírica de José Joaquín


Guarín, después, hicieron olvidar por algunos momentos la monotonía de la capital y el
fastidio del politiqueo sempiterno. Los músicos aprendieron a vestirse y todo fue distinción
y lujo; las mujeres dejaron el descote y se pusieron sombrero; y los gallos más finos de los
dos partidos escucharon, en la armonía incolora del frac, la Obertura II Pirada de Bellini, el
valse Les feuilles des roses de Strauss y la Sinfonía en ut menor de Beethoven. Entonces,
〉ataplán, rataplán, rataplín! se multiplicaron las sociedades musicales, los profesores, los
sextetos, /Adelante, valientes muchachos, los afinadores de pianos, las canciones
nacionales, / Suenan cajas y trompas y cachar, / Bata el viento los rojos penachos; los
himnos federales, los bohemios de la Botella de Oro ylas veladas sentimentales con guitarra
y todo. / Vista al frente y al hombro el fusil y por el precio de 40 centavos el benemérito
institutor don Carlos M. Torres vendió su Colección de canciones fáciles para el uso de las
escuelas del Estado de Boyacá. /Adelante, cachorros intrépidos! /Rataplán, rataplán,
rataplín...

221
OTRA MIRADA

Hasta que Figueroas, Quevedos, Osorio, Guarín, Fallón y muchos otros terminaron el siglo
reinventándose la música. Y fue olvidándose al bumbuco no vuelvo a ser más soldado /la
guerra me tiene loco/ el palo que dan es mucho/ y lo que pagan muy poco. Entonces, a
pesar de la crémes santafereña que veía en las asociaciones musicales unas horrorosas
veladas de aguardiente, tiple y trasnochada, Jorge W. Price fijó en las esquinas grandes
cartelones, anunciando la apertura de la enseñanza diaria de teoría, solfeo, violín, viola,
violonchelo, contrabajo, clarinete, flauta, trompa, trompeta y trombón; en poco tiempo, les
demostró a los prejuiciosos que la Academia Nacional de Música no era una utopía ni el
camino más corto para llegar a la India.

Para los compositores nacionales, la suerte de los soldados que llevaron del bulto en las
contiendas civiles quedó transfigurada, quien sabe por qué, en una imagen lejana de aldea
mitificada, y sus cantos terminaron por confundirse con el de los copetones y las mirlas y
las frondas de los cerezos criollos y el balido de los corderos y los mugidos de la vacada,
como en la Hermosa Sabana del bicho Ponce. Al tiempo con tenores, Ester, la ópera bíblica
en tres actos, y Florinda, la Eva del Imperio Godo Español, todo fue exaltación, glorias
inmarcesibles, júbilo inmortal; y también tiples, bandolas y guitarras cuando Rafael Pombo
entonaba Yo no soy de Cartagena, / Popayán ni Boyacá / Ni de Antioquia ni de Neiva / Ni
del mismo Bogotá. / Una tierra tan chiquita / No me llena el corazón; / Patria grande
necesita, / Soy de toda la Nación.

ENTRE GUSTOS NO HAY DISGUSTOS

Los músicos clásicos llevaron el síndrome trágico de ser nacionales y modernos a la vez.
De no ser por la tímida presencia indígena en el país, aquí hubiéramos escuchado óperas
con temas indios pero cantadas en italiano, como en México. Lo que no impidió que el
propio Guillermo Uribe Holguín escribiera obras con títulos como Ceremonia Indígena,
Tres ballets criollos, Bochica y la vastísima 300 trozos en el sentimiento popular. Hay que
creerle a Otto de Greiff cuando revela que el maestro hizo esta labor a regañadientes y con
poco convicción pues estaba lejos de creer en la música nacional. Ni el bogotano Jesús
Bermúdez Silva con su Orgia Campesina o Estampas de Santa Fe de Bogotá, ni el caleño
Antonio María Valencia y su Sonatina Boyacense escaparon a esta tendencia nacionalista
que Bella Bartok llamó folklor postizo. Todavía en medio de sonatas y sonatinas se cuelan
las bambuquerías y las Cantatas Campesinas en el compositor de Villapinzón, maestro Luis
Antonio Escobar.

De aquí en adelante todo fue modernidad que, para nosotros los neófitos, es la manera más
simple de describir el extraordinario y complejo mundo musical que va desde lo más
conservador de los neoclásicos y neorrománticos hasta las tendencias más vanguardistas de
la música electroacústica contemporánea. En este caso cabrían los nuevos bogotanos

222
Germán Borda, Jacqueline Nova, Luis Torres y los últimos, bogotanos también, Eduardo
Carrizosa y Luis Pulido. Y no sigo más para no correr el riesgo de las incómodas omisiones
de El pibe Caro, que nadie me perdonaría, por lo que el lector tendrá que olvidarse en este
capítulo de los compositores extranjeros, de los conservatorios y escuelas -como La
Superior de Tunja-, del señor Olav Roots, de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, de las
otras orquestas y los coros y de los grupos de cámara y de los solistas y de la Opera en
Colombia, la Radio Nacional y los Festivales Musicales -como el Internacional de Tunja.

Los músicos tradicionales, menos acomplejados fueron decididamente nacionalistas. Y,


como le pasó al tango argentino, aquí también tuvimos nuestros colombians made a hit con
la flamante gira de la Lira Colombiana en el exterior -proporciones guardadas entre el París
de Carlos Gardel con sus películas y Buffalo, USA, de Pedro Morales Pino con su
periódico matinal, y los aplaudidos en la Feria Internacional de Sevilla, España, Alejandro
Wills, Alberto Escobar, Jerónimo Velasco, Francisco Cristancho y el bogotanísimo Emilio
Murillo de incontables bambucos, pasillos, polcas, valses, canciones y coplas populares de
su Estudiantina, grabados en discos y rollos de autopiano.

El mundo verá rutilar desde entonces una enorme pléyade de criollistas y la nación entera
se familiarizará hasta los tuétanos de arrurrúes, aguas que lloviendo vienen, senderitos,
tiplecitos de mi vida, brisas del Funza, rosas, rositas muy moradas, y cantan las mirlas por
la mañana, así no aparezcan en los índices onomásticos de la Historia de la Música en
Colombia y haya que esperar cincuenta años para conocer desde la A -de Acero Niño,
Domingo Hernán- hasta la Z -de Velosa Ruiz, Jorge Luis-, a los 70 autores del Primer
Album Musical de Compositores Boyacenses.

Después de la fantasía Escenas Pintorescas de Colombia interpretada en 1941 por la


Orquesta Sinfónica y dirigida por su autor, el gambiteño Luis A. Calvo, uno ya no esperará
que el país de este siglo, con sus levantamientos sangrientos de campesinos despojados de
tierra y sus migrantes con casco de obrero, quepan en el romanticismo nacionalista de esos
apóstoles. Y aunque el lirismo virtuoso y altamente especializado de los cultores de salón
no se aparezca al alma anónima del pueblo rural, uno francamente ya no sabrá dónde
termina la tradición campesina, o dónde y cuándo se inventa la tradición.

No es del caso entrar en detalles musicológicos pero la famosa Guabina chiquinquireña no


es guabina sino rumba criolla, no es chiquinquireña sino obra del ubateño Alberto Urdaneta
y no se llama así sino Sacate el clavo -lo dice el maestro Reinaldo Monroy quien tuvo en
sus manos el manuscrito original que guarda un viejo músico a oreja en Chiquinquirá.

LEVES RECUERDOS

Los músicos populares, rústicos promeseros del tiple o desatinados guitarristas de vereda,
siguieron cantando para que los nuevos artistas nacionales pudieran arrebatar de sus manos
los bambucos, pasillos y torbellinos, antes oprimidos o ignorados, para llevarlos sin temor a

223
los salones urbanos de todo el país. Y siguieron repitiendo antiguas melodías sin
importarles si eran o no sincopadas, o provenientes de ritmos españoles de los siglos XV y
XVI.

Al lado de los que siguieron entonando el antiquísimo romance El Conde Olinos, otros
abandonaron sus costumbres, sin dejar huella de la nostalgia romántica con que recuerdan
los ilustrados sus tradiciones perdidas, y se volcaron a los ritmos tropicales puestos de
moda por el apabullante mundo de las disqueras para ser borrados de los libros de folclor
por impuros. Y, en breve, el inauténtico merengue guasca que los campesinos se inventaron
al oír a Bovea y sus vallenatos, se convirtió en el moderno símbolo de identidad cultural de
enruanados cultivadores de papa, muchachas al servicio de las casas bogotanas y tunjanas,
policías urbanos, transportadores interdepartamentales y toda la rusa que huyendo de la
violencia construyó íntegramente la megalópolis bogotana.

Se multiplicaron entonces los tríos y cuartetos con nombre de apellido -los hermanos
Castillo, Vargas, Torres-, de paisaje vernáculo -Los Arrayanes-, de fauna sabanera -Los
ruiseñores-, de procedencia municipal o veredal -Los auténticos del Cocuy- y de candorosa
resistencia al frío -Los Tropicales de Sote. Todos soñaron con una palomita donde el Ciego
de Oro de Radio Santafé y unos muy pocos pudieron grabar su primer acetato con el sello
Mi Disco. Esta es, pacientes lectores, la incompleta historia de la música que se inventó y
reinventó durante quinientos años en esta región.

224
RETRATOS ESCRITOS

LA SUSTANCIA DE LA NACIÓN

Mal planteadas las cosas, si habláramos de una literatura regional, habría que empezar con
la legendaria fecha del 4 de octubre de 1917 cuando en la Sala Santiago Samper en Bogotá,
el escritor Tomás Rueda Vargas leyó su conferencia La Sabana. Ha dicho Alfonso López
Michelsen, en el prólogo a la obra impresa en 1977, que no se puede hablar de este escritor
sin asociarlo de inmediato a la altiplanicie en donde “por más de un siglo se fundieron en
nuestra cultura, las asperezas propias de la exuberancia tropical con la mesura, el tacto y la
discreción de un ambiente opaco y conventual como el de Bogotá”.

A ojos del polémico Gutiérrez Girardot, sin embargo, esas virtudes, mesura, tacto y
discreción. bien pueden reemplazarse por defectos como mediocridad, pobreza y terco
aislamiento del mundo moderno. Aún más: la glorificación del mundo moderno. Aún más:
la glorificación del mundo de las haciendas sabaneras -cuyo fundamento social es la
relación entre señores y siervos-, coloca a Rueda Vargas en esa larga tradición colombiana
que, trivializando el significado de región, produce una cultura de viñeta, en la que la
crónica vista por lentes señoriales ocupa un lugar destacado y donde la Atenas
Suramericana es la sustancia de la nación.

A esa misma cultura, signo de aristocracia y superioridad social, pertenece la literatura


bogotana que se inició bajo la sombra del payanés Guillermo Valencia, figura nacional del
humanismo y que en sus epígonos locales se desarrolló a través de la cachaca bohemia de la
Gruta Simbólica. Aunque desde el punto de vista estético es imposible comparar el
romanticismo del chiquinquireño Julio Flórez y de los bogotanos Diego Uribe y Clímaco

225
Soto Borda con el neoclasicismo de Luis María Mora o con el modernismo discreto de Max
Grillo, todos ellos tuvieron en común el ingenio y la cultura de una alta clase media
bogotana que, no por condicionamiento geográfico sino por arrogante miopía, ignoraba la
existencia del resto de la república.

Max Grillo, en su novela Los ignorados contaba cómo tres jóvenes bogotanos lanzados a la
Guerra de los Mil Días debieron compartir con los campesinos una choza “soportando los
olores de sus ropas, humedecidas por la lluvia y el barro”. En el mismo sentido, Rufino
José Cuervo se lamentaba de que las guerras civiles aplebeyaran el lenguaje con giros
antigramaticales y términos bajos. Para Eduardo Jaramillo Zuluaga, fueron los tiempos en
que Bogotá dejó de ser Santafé y se comenzaba a disolver la hegemonía que había ejercido
sobre la cultura escrita. Fue la época en que Climaco Soto Borda se burlaba del
barranquillero Abraham Zacarías Penha y de su quincenario, la primera publicación
modernista, y abogaba para que se “estableciera un cordón sanitario en redondo de nuestra
Atenas para que librase a nuestros bardos de aquel terrible contagio”.

Un siglo antes, con igual actitud pero distinto contexto, los conservadores santafereños
vieron con gran revuelo como un atrevido joven bibliotecario, Manuel del Socorro
Rodríguez publicaba el Papel Periódico de la ciudad y anunciaba una conferencia sobre
temas jurídicos en idioma castellano. Ni España ni las colonias necesitaban sabios; eran
suficientes los cursos de metafísica, teología, derecho eclesiástico y latín para los pocos
privilegiados que quisieran elegir su gusto. Por eso, aunque la imprenta se introdujera
tardíamente en 1737, o hubo impresos de alto contenido intelectual hasta la publicación del
Papel periódico. A los sumo novenas de santos y santas de la corte celestial y almanaques
como el archiconocido Almanaque Pintoresco de Bristol -con 161 años de publicación
continua y sus inefables productos de prestigio jabón de Reuter, tricófero de Barry y agua
florida de Murray y Lanman.

TONALIDADES DEL CAMBIO

Entre 1829 y 1900 la poesía, la prosa, la narrativa y en mínima parte el teatro dejaron de
encontrarse con la tradición colonial. Y aunque fueron, para decirlo con benignidad,
fundaciones, siguieron imitando los procesos europeos. Primero fue la transición del
neoclasicismo tardío a un romanticismo incipiente con las guerras de independencia. Pero
más que expresar las nuevas contradicciones de la sociedad, la literatura apenas si derivó en
algunos himnos patrioteros y obritas de intención política inmediata.

El naciente costumbrismo imprimió un sello a casi todas las crónicas; obras de teatro y
novelas de la época. Con la figura señera de José Eusebio Caro las nuevas generaciones
entraron en el cauce de lirismo personal y la reflexión filosófica en verso. Su trayectoria
resume la de la mayor parte de estos intelectuales (Camacho): una primera actitud

226
romántica, apasionada y heterodoxa, y una segunda de seguridad filosófica cuando el ansia
juvenil se refugia en el catolicismo tradicional.

Años más tarde, drenada la marea, la élite intelectual compuesta por jóvenes aristócratas
urbanos o terratenientes, hijos de los luchadores de la Independencia, encontraron en las
tragedias galoclásicas, los artículos de costumbres, los sainetes y las odas anacreónticas de
influencia española y francesa, una manera más auténtica de escribir y hablar en las
tertulias -al frente de tasas de chocolate porque el tinto fue un invento posterior solo para
arreglar el país-, el solo nombre de los tertuliaderos donde se daban cita canónigos, damas
respetables, políticos notables y científicos adorosos es revelador: Eutropélica, Del Buen
Gusto o Científica. Las hubo desde naturista, inspiradas en el magisterio de Mutis, hasta
puramente literarias, donde los latinistas, traductores de Horacio, combatieron ferozmente
contra los que se aventuraban al verso moderno.

Con todo, no hubo nada de original en este hervidero donde se mezclaban los valores del
catolicismo colonial con el heroísmo napoleónico o con el incipiente individualismo
burgués. Así, no es difícil encontrar en el bardo tunjano José Joaquín Ortiz al hispanófilo a
ultranza con su canto retórico Los colonos -donde los españoles civilizan al indio salvaje.
¡Con qué estúpido pasmo no vería / el indio inculto por la vez primera al altivo corcel!- y,
al mismo tiempo, al exaltador de la independencia con sus poemas. La Bandera colombiana
o Boyacá.

RITMOS SIMULTÁNEOS

Otros escritores abandonaron la literatura pura para dedicarse a la descripción minuciosa de


lo real inmediato. Un pequeño esfuerzo y un sentido de la observación bastó para el color
local, lo pintoresco -y muy pocas veces un asomo de crítica social convirtiera la literatura
en seudohistoria-. Baldomero Sanín Cano nos recuerda que el cuadro de costumbres
tiranizó esta época y sus colecciones de artículos inundaron las revistas periódicas. Eugenio
Díaz, nacido en Soacha, fundador de El Mosaico y precursor de la novela colombiana, dirá:
“el costumbrismo no se inventa sino que se copia”.

Lo que él copiaba era el mundo rural y en Manuela y El rejo de enlazar pueden advertirse
las compasiones y emociones de un terrateniente culto que dignificó las virtudes del campo.
Entre el famoso Moro del poeta presidencial José Manuel Marroquín y Mi primer caballo
de José David Guarín, de Quetame, habrá una extensa lista de escritores, unos más y otros
menos conocidos, que tendrán en común una mirada paternalista y nostálgica que habría de
encontrar su más alta expresión en La María de Jorge Isaacs unos años más tarde.

La filosofía, por su parte, fue una planta exótica. En cambio, el ensayo literario tuvo mejor
suerte: al lado de oradores y predicadores, aparecieron ensayistas, lingüistas, filólogos y
juristas. Sobresale don Miguel Antonio Caro, de tradición hispanista, traductor de Virgilio
y de poetas latinos, bíblicos, franceses e ingleses. Si la élite ortodoxa gobernaba las

227
bibliotecas y era celosa guardiana de la academia, lo asombroso para la mayoría de la
población colombiana a finales del siglo XIX era leer -en Boyacá el 90% de la población
era analfabeta. En semejante medio, no es difícil imaginar porqué el falso cosmopolitismo
de los bogotanos llevó aparejada semejante actitud de desprecio que hemos comentado en
Soto Borda.

Sin embargo, la polémica central de estos cultos no era precisamente la educación o la


instrucción pública que por fortuna para ellos estaba en manos de la Iglesia Católica. En el
fondo y más acá, el asunto era contra los modernistas autodidactas. Así comentó en tono
agrio Luis María Mora a propósito de Sanín Cano: “No asienta sus conocimientos en la
escuela filosófica ninguna, y de aquí proviene el hecho muy notorio de que sus escritos no
tengan mucha consistencia y de que a veces carezcan de lógica”. Pero de estas
inconsistencias empezará a poblarse el universo literario de Colombia que se olvidará de lo
almidonado, antisonante y exótico.

Faltarán, sin embargo, todavía muchos años para que el artista y el escritor encarnen otros
valores, y el suicidio de José Asunción Silva en la calle 14 de Bogotá deje de lamentarse
con piadosas contribuciones cristianas, ahora que los fantasmas del pasado, como en sus
Midnights Dreams,... se acercaron y me vieron dormido / se fueron alejando, sin hacerme
ruido / Y sin picar los hilos sedosos de la alfombra / y fueron deshaciéndose y hundiéndose
en la sombra.

INOLVIDABLES DESCUBRIDORES

Si el hecho poético del modernismo no es concebible sin el lector, también el modernismo


fue una conciencia del atraso y un deseo de modernidad. Los románticos, claro, tuvieron
lectores. Los tuvo -y los tiene hasta hoy- Rafael Pombo que, para muchos, fue no solamente
el mejor poeta romántico de Hispanoamérica sino de toda la lengua castellana. Noche como
ésta, y contemplada a solas, / no la puede sufrir mi corazón: /da un dolor de hermosura
irresistible, /un miedo profundísimo de Dios..., cantará Pombo en su mejor poema Noche
de Diciembre. Sus epígonos le dieron la fama a Colombia como un país de poetas. Fueron
muchísimos, entre ellos el chiquinquireño Julio Flórez de La Gruta Simbólica.

Como poeta, Julio Flórez fue un clásico atormentado. Esto, evidentemente, no lo excusa
ante sus críticos que no le perdonan su ignorancia y que no dominara a Virgilio o la
retórica, como sus contertulios. Junto a Valencia y a Silva fue considerado como uno de los
tres más grandes poetas de Colombia. Según Gutiérrez Girardot, Flórez fue un profesional
del sentimentalismo y por eso -y sólo por eso- fue un éxito notable en su época. Y, como
todo éxito, excedió las fronteras de la bohemia ilustrada. Flórez fascinó al pueblo, se tomó
por asalto las multitudes solitarias y desoladas. Sus versos fueron tan populares como la
Biblia y, todavía hoy, las viejas generaciones populares pueden recitar de corrida algunas
de sus inolvidables poesías.

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A Julio Flórez lo soportan porque, al fin y al cabo, era puro sentimentalismo. Distinto a otra
patria que ni siquiera se lo incluye en los manuales, a pesar de compartir con el
chiquinquireño la popularidad de sus libros que estuvieron en manos del ladrón y del santo,
del barbero y de la lavandera. José María Vargas Vila es uno de los escritores más
deformados, profanados y atacados de este siglo. Satánico, antifeminista, blasfematorio,
infame, son epítetos conocidos que intentan dar cuenta del autor de Aura o las Violetas
donde ataca ferozmente a Dios, la Iglesia y el despotismo. De mal gusto, excéntrico y
extravagante; de odios infundados y sensualidad sobreexcitada; melodramático y cursi;
antipático y drogadicto; son algunas de las críticas moralistas que resumen a este escritor
bogotano libertario que utilizó también el lenguaje de los mármoles, la frase sonora, los
latinismos, las disquisiciones marginales y las sentencias, para azotar el poder capitalista.
En Flórez y Vargas Vila, cada uno a su manera, se descubre un país de nuevas tensiones
entre el librecambismo y el orden neocolonial; un país de balbuceo de las fuerzas
proletarias, de decadencia terrateniente y de auge de Bogotá y de las clases urbanas con sus
nuevas miserias. He aquí el sentido extrapoético y el valor literario de estos autores, más
importante que las pordioseras tísicas de Flórez que no conmueven a los intelectuales.

NUEVOSENTIDO

Para el crítico literario Juan Gustavo Cobo Borda, esta época después de 1930 fue de
tiempos disímiles que permitieron la convivencia de por lo menos tres generaciones
literarias: la del Centenario, la de Los Nuevos y la de Piedra y Cielo. Es imposible
resumirlas en pocas líneas: ciudad y campo, gamonales y siervos, liberalismo y fascismo,
modernidad y anacronismo, pero también nuevos sentidos, más allá de oposiciones
maniqueas.

En el tiempo en que Carranza recitaba Salvo mi corazón todo está bien y Antonio García
denunciaba el Pasado y presente del indio, Germán Arciniegas ensayaba El estudiante de la
mesa redonda, Eduardo Zalamea Borda viajaba a La Guajira Cuatro años a bordo de mí
mismo y Eduardo Caballero Calderón, teniendo en la mira la lengua de Castilla, fijaba su
terruño en Boyacá y, con nostalgia pasatista, escribía Tipacoque, estampas de provincia.
Fue la época en que el bardo dio paso al pensador y un nuevo sentido de la literatura, el
ensayo científico y literario, encontró terreno abonado por los procesos de secularización
que modificaron la vieja sociedad colombiana.

BOGOTÁ EN ALTAS Y BAJAS

Si la dimensión urbana en la literatura es aquella que registra, además de la vida en la


ciudad, sus efectos en los hombres, habría que decir que la novela bogotana empezó con
Emilio Cuervo Márquez en la segunda década de este siglo. Antes la narrativa era
costumbrista y sobre todo rural, la ciudad como fenómeno social no había entrado en
escena. Santafé de Bogotá tuvo por supuesto sus autores, como los había tenido en el siglo

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XVII con Juan Rodríguez Freile, o en plena Independencia con Luis Vargas Tejada quien
recreó en Las Convulsiones las frustraciones y represiones sentimentales de las damas
santafereñas. No faltaron las Croniquillas de mi Ciudad de Luis María Mora, ni
las Reminiscencias de Santafé de Bogotá de José María Cordovez Moure; ni el rico
bogotano que se arruinara al enamorarse de una prostituta como en el caso de Diana la
cazadora de Clímaco Soto Borda. No faltaron, en fin, aristócratas que describieran a
Bogotá y que intentaran resolver la cuadratura del círculo, esto es -como afirma
sardónicamente Gutiérrez Girardot- aparecer como capitalistas sin modificar su status
señorial.

Pero la paulatina diferenciación social que correspondió a un crecimiento de la capital, trajo


nuevos fenómenos narrativos. Ya lo había dicho el antioqueño Tomás Carrasquilla: “una
ciudad muy complicada que necesita largo estudio”. A esta complejidad dedicó Emilio
Cuervo Márquez sus breves novelas: En La selva oscura intentó “hacer una serie de
estudios sobre el alma de la mujer bogotana”. Pero fue más que eso: en ella esboza un
cuadro de la nueva clase señorial -el político arribista, el provinciano audaz y ambicioso,
las ricas recién venidas, los detentadores del poder y el negociante sin escrúpulos. Algunos
de estos tipos ya se habían prefigurado en Gil Blas de José Manuel Marroquín y en Pax de
José María Rivas Groot y constituyeron el imaginario de los aristócratas bogotanos que
consideraban a los nuevos arribistas como moralmente corruptos y culturalmente vacíos
pues no tenían antecedentes familiares y no habían estudiado en Francia ni en Inglaterra.

Las novelas de Cuervo Márquez, como sus estereotipos ingenuos, no han perdurado. Pero
con ellas se introdujo una nueva dimensión en la literatura: la de la novela urbana que años
después modelara los arquetipos irónicos y pesimistas del burócrata fracasado -Un tal
Bernabé Bernal de Álvaro Salom Becerra- y del frustrado intelectual -Sin Remedio de
Antonio Caballero-; y, sobre todo, que transitara por la amargura cuando, a partir del 9 de
abril, Bogotá dejó de ser la ciudad idílica, dormida y conventual para quedar desarticulada
por las masacres, la depresión, la urbanización y la migración campesina.

El día del odio de José Antonio Osorio Lizarazo inauguró el nuevo ciclo que llevará
posteriormente a El Bogotazo del caleño Arturo Alape, donde definitivamente la capital
encarna el desarraigo y el cosmopolitismo de las nuevas generaciones urbanas del país.

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BIBLIOGRAFÍA

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