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1) Para el análisis de las grandes unidades políticas azteca e incaica y sus modos de expansión

tomaremos las reflexiones realizadas por Santamarina Novillo1 en torno al caso mesoamericano. Si
bien la existencia del comercio es un elemento fundamental para el análisis del caso mexica, y no lo
es de la misma manera en el Tawantinsuyu, donde el mercado tuvo poca importancia, lo cierto es
que la propuesta del autor mencionado puede ayudar a pensar el caso andino en función del carácter
segmentario de sus unidades políticas, de la expansión en torno a una lógica de acceso a recursos y
de la utilización de instituciones preexistentes para hacer efectiva la dominación.
Santamarina señala tres lecturas que fueron sucediéndose desde el siglo XVIII al XX en torno a las
grandes unidades políticas del área central mexicana durante el período Posclásico Tardío. La
primera interpretación señalada, evolucionista, etnocéntrica, de importante presencia en la
antropología del XIX y con influencia de las usinas ilustradas noreuropeas, niega el estatus de
civilización a la sociedad azteca y por tanto el hecho de que su organización política conformara un
Estado. La segunda, reconoce el carácter estatal de la organización política mexica pero, partiendo
de un concepto restringido de imperio, formulado por Clausewitz, niega su carácter imperial por
suponer que su dominación no contaba con un control directo del territorio. Una tercera postura,
sobre la que el análisis de Novillo va a centrarse, utilizada por primera vez por el antropólogo Ross
Hassig, denominada modelo de imperio hegemónico, concibe una dominación basada en la
existencia de autoridades locales semiautónomas y donde no habría una presencia efectiva de
ejércitos imperiales en las ‘provincias’, sino que el poder funcionaría a través o del consenso de las
autoridades locales o por la amenaza militar y el consecuente temor percibido por los dominados a
la represalia armada. Así, de forma indirecta, se aseguraría la colaboración sin grandes inversiones
en un aparato militar2. Sin embargo, Novillo plantea que esta versión surge durante la colonia con el
interés de legitimar la utilización de las estructuras locales de poder en el nuevo entramado de
dominación hispánica. Versión que fue retomada acríticamente por la historiografía y que
actualmente cuenta con amplio consenso3. Pero la evidencia sobre las constantes rebeliones y la
acción de ejércitos para reprimirlas, la continua injerencia del poder central en las estructuras
locales de poder, llevan a Novillo a pensar que la forma de dominación era menos “hegemónica” de
lo que Hassig imaginó. Por eso, ha propuesto una reinterpretación sobre el sistema de dominación
que se desarrolló durante el período Post-clásico Tardío, que se ha denominado modelo azteca de
imperio. Este modelo, que incluye tanto a la dominación tepaneca como a la mexica, implica, como
ya dijimos, pensar en una política post-conquista que no concuerda con la generalización nacida
durante la conquista española y sostenida por la historiografía más reciente. Más bien, sostiene un

1
Santamarina Novillo, C., “Azcapotzalco antes que Tenochtitlan: reflexiones en torno a un modelo azteca de
imperio.”, Revista Española de Antropología Americana, Vol. 37, Núm. 2 (Madrid) (2007): 99-118.
2
Santamarina Novillo, C., “Azcapotzalco antes que Tenochtitlan”, 100-103.
3
Santamarina Novillo, 110-111.
uso complementario de la violencia y el consenso en donde la intervención del centro hegemónico
era constante, tanto directa como indirectamente, en los territorios conquistados:
“Las fuentes permiten documentar una amplia serie de casos que no encajan en la supuesta
norma general, y que incluyen variadas soluciones que implican todas ellas la deposición del
tlatoani sometido, sea dándole muerte o provocando su huida, sustituyéndolo por otro candidato
dinástico afín a los intereses del centro hegemónico, disolviendo el tlatocayotl, imponiendo un
gobierno militar, o incluso provocando movimientos de población, sea para dispersar a la
preexistente o para organizar la colonización de un territorio mediante calpulli del centro
dominante.”4
La modalidad de dominación que esto supone estaba determinada por la naturaleza segmentaria de
las entidades políticas que la conformaban, dada por la discontinuidad territorial y por el
entreveramiento de los territorios. De esta manera, el denominado sistema hegemónico modular si
bien fue efectivo para aglutinar diferentes entidades preexistentes, también tuvo una “tendencia
potencialmente disgregadora y estructuralmente propicia a los faccionalismos”5. En ese sentido, la
conquista hispana puso de manifiesto la falta de integración interna de la Triple Alianza, su
excesiva dependencia de la superioridad militar, y, en definitiva, la fragilidad relativa de sus
estructuras de dominación, pese a que en ese momento estaba evolucionando hacia una mayor
presencia ideológica en la legitimidad del mando imperial. El predominio de la represalia como
componente principal del mantenimiento de la estructura política hacía que su naturaleza fuera tan
inestable como lo era la coyuntura política en la que actuaba6.
La situación de atomización política y las consecuencias de potencial inestabilidad política que de
allí se desprendía, se corresponde con lo plateado por J. K. Chance y B. L. Stark 7 en torno a la
variedad de situaciones en las que la política imperial podía coincidir con los intereses de los
actores “provinciales” o no y las diversas estrategias que se desprendían en consecuencia, desde la
colaboración a la resistencia, tanto para ‘gobernantes’ y ‘élites’ como para los macehuales. De
acuerdo a esto, algunos ejemplos pueden ser las alianzas matrimoniales que podían funcionar como
tácticas de reforzamiento por parte de las élites locales para garantizar su posición local y en el seno
del imperio8; o la resistencia que puede expresarse de diferentes formas pero con el objeto de
limitar o terminar con el control exterior de los asuntos locales9. También las distancias podían
permitir, en cuanto a la toma de decisiones, mayor independencia para las ‘provincias’ lejanas
respecto del centro imperial que precisaban mayores gastos de esfuerzos o personal para mantener

4
Santamarina Novillo, 112.
5
Ibidem, 105-106.
6
Ibidem, 107-109.
7
Chance, John y Bárbara L. Stark, “Estrategias empleadas en las provincias imperiales: perspectivas
prehispánicas y coloniales en Mesoamérica”, Revista Española de Antropología Americana, vol. 37, núm. 2 (2007):
203-233.
8
Chance, John y Bárbara L. Stark, “Estrategias empleadas en las provincias imperiales”, 209.
9
Chance, John y Bárbara L. Stark, 212.
los contactos administrativos10.
Según F. Berdan11, desde la lógica imperial, el objetivo primordial de la expansión era el control de
los recursos que no se producían en los centros urbanos de los conquistadores. Porque el problema
de la vía comercial para el reaseguro de los mismos era que poseía una inestabilidad latente:
emisarios robados, rutas cerradas, bienes en cantidades insuficientes, demanda insuficiente en el
extranjero de bienes imperiales12. En las condiciones donde existía un sistema de mercados muy
desarrollado, como es el caso de Xicalanco, en donde gracias al producto local, el cacao, el acceso a
diferentes y variados bienes extranjeros era posible, la opción elegida era la conquista y el tributo.
Pero en algunos casos se priorizaba la estrategia mercantil exterior. Como es el caso de las regiones
con sistemas de mercados poco desarrollados.13 También influían en la decisión de vencer y exigir
tributo otros factores, como la existencia de bienes deseados, la localización y las funciones de los
centros de tráfico extranjeros, el crecimiento de la población urbana cada vez más numerosa y el
crecimiento desmesurado de puestos políticos y religiosos ocupados por miembros de la nobleza en
expansión, con la consiguiente demanda de artículos de lujo14. En suma, una gran cantidad de
factores debían ser tomados en cuenta a la hora de realizar la expansión.
En torno a los Andes, luego de la vertiginosa expansión imperial del Tawantinsuyu, los incas
elaboraron instituciones que no tuvieron mucho de innovadoras, sino que reorganizaron y
proyectaron a gran escala distintas organizaciones andinas preincaicas. Así, tras la expansión, el
Tawantinsuyu reutilizó viejas formas de organización andina, introduciéndoles ciertas
modificaciones. Esto les permitió no solo aprovechar la estructura preexistente sino también limitar
el impacto que los cambios podían generar en los nuevos sectores subordinados al imperio. Vemos
aquí también la construcción de un poder imperial que actúa atado a lógicas segmentarias, tal como
son señaladas en los planteos de Santamarina Novillo.
J. Murra15 sostiene que el Tawantinsuyu a partir de la institucionalización de su dominación se fue
transformando y generó una transición hacia el control particular de recursos y personas, hacia una
centralización que al igual que en Mesoamérica fue detenida por la conquista hispánica. También en
el ordenamiento espacial, según el planteo de C. Sanhueza Tohá16, el poder inca fue adquiriendo un

10
Ibidem, 207.
11
Berdan, Frances F., 1978. "Tres formas de intercambio en la economía azteca." En: Economía Política e
Ideología en el México Prehispánico, Pedro Carrasco y Johanna Broda (eds.), 77-95, (México: Nueva Imagen).
12
Berdan, Frances F., 1978. "Tres formas de intercambio en la economía azteca.", 87-88.
13
Por ejemplo, las tierras bajas de los mayas se caracterizaban por un sistema de mercados débilmente
desarrollados, con una esfera de influencia muy reducida, que no servía para la integración de regiones. Allí, el
movimiento de bienes recaía en mercaderes profesionales y no existía un mecanismo mercantil que permitiera el
transporte de bienes a través de las fronteras políticas. De este modo, la conquista perdía sentido en tanto las redes de
intercambio corrían peligro si aquella se hacía efectiva. Berdan, Frances F., 93-94.
14
Ibidem, 89.
15
John Murra, La organización económica del estado Inca, (Siglo XXI:1989).
16
Sanhueza, Cecilia, 2005. “Espacio y tiempo en los límites del mundo. Los incas en el despoblado de
carácter cada vez más rígido, permanente e impositivo. Sin embargo la autora encuentra en el
sistema de amojonamiento y de demarcación del Capac Ñan una estructura de sentidos polisémica
que, si bien articulaba el sistema de control y dominio del Tawantinsuyu, también respondía a
diferentes funcionalidades según el contexto y las características en las que se presentaban,
pudiendo estar atadas a cierto nivel de negociación entre el ‘Estado’ y las comunidades objeto de la
mita.17
Para el caso aymara, Bouysse-Cassagne18 plantea que con la conquista inca del territorio, hubo una
reconfiguración del espacio que suprimió las antiguas jerarquías sociopolíticas que subordinaba a
urcos y pacajes a los aymaras, quedando atada a una nueva definición de lo autóctono hecha por los
vencedores.19 Así es que con la imposición inca, el doble dualismo de la cosmovisión de los aymará
se transforma y queda desestructurado ante su integración en la cuadriparticion quechua. Se
modifica la espacialidad y se le otorgan otros valores al unirse y formar parte del Collasuyu. De esta
manera, el dualismo aymara y su significado queda destrozado20. Sin embargo, los aymaras
proporcionaron a los ejércitos incaicos algunas de sus mejores tropas, quedando eximidos del pago
de tributo. De esta manera, de las tres etnias del Collao, aymaras, pukinas, urus, solo la primera
proporcionó tropas regulares, lo cual les permitió mantener el estatus de etnia dominante.21
Según F. Acuto y C. Glifford22, el espacio social condiciona la estructuración de la sociedad23. Con
respecto a esto, sostienen que el imperio inca tuvo como estrategia de dominación la conformación
de paisajes imperiales distintos a las sociedades locales. Acuto y Glifford se centran en el norte del
valle Calchaquí, donde los incas crearon un nuevo orden en la región que transformó y degradó la
percepción de la vida cotidiana de la población local. Se pasó de una experiencia en torno al paisaje
de integración y de conocimiento comunitario a una experiencia alienante respecto del proceso de
toma de decisiones, con un sentido marcadamente fragmentado y desigual. A su vez, para lograr
esto, trasladaron a población mitimae, que también había sufrido un proceso de dominación, pero
que vio realzada su posición al ocupar el lugar de colonizadores. Esto permitió unificar a los
dominadores, al remarca y naturalizar su jerarquía y su poder superior.24
2) El debate sobre la conceptualización del calpulli está centrado en torno a si es una organización

Atacama”. Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino Vol. 10 N° 2 (Santiago de Chile): 483-494.
17
Sanhueza, Cecilia, “Espacio y tiempo en los límites del mundo”, 493.
18
Bouysse-Cassagne, Thérèse, 1987. La identidad aymara. Aproximación histórica (Siglo XV- Siglo XVI). (La
Paz: Hisbol)
19
Bouysse-Cassagne, Thérèse, 1987. La identidad aymara., 223
20
Bouysse-Cassagne, 245.
21
Ibidem, 217-218
22
Acuto, Félix y Gifford, Chad, “Lugar, arquitectura y narrativas de poder: relaciones sociales y experiencia en
los centros Inkas del Valle Calchaquí Norte”. Arqueología Suramericana 3:2 (2007): 135-161.
23
Acuto, Félix y Gifford, Chad, “Lugar, arquitectura y narrativas de poder”, 136.
24 Acuto, Félix y Gifford, Chad, 156.
basada en el parentesco o si en realidad responde a una lógica organizativa territorial y
administrativa impuesta por la dominación ‘estatal’ a las comunidades.
La posición clásica, sostenida por López Austin, plantea en líneas generales que el calpulli es “una
comunidad gentilicia igualitaria, con un régimen democrático, y un linaje de mayor prestigio que
tradicionalmente desempeña las funciones de gobierno”25. Frente a esta postura P. Carrasco26
sostiene que las pruebas no confirman que el calpulli nahua sea un ‘clan’, solo confirman la
existencia de linajes entre la ‘nobleza’27. En ese sentido, la relación con el parentesco en el calpulli
solo puede estar dada por la presencia de un ‘caudillo’ o teutli que oficia de jefe de la unidad y que
puede llegar a tener algún grado de parentesco con un sector de la población del calpulli, pero no
así con la totalidad de la misma, cuya ligazón estaría sujeta más bien a un origen étnico, aunque esta
composición también podía ser diversa28. De esta manera, en la perspectiva del autor mencionado,
la naturaleza del calpulli implica una subdivisión política y administrativa impuesta por la conquista
y la dominación estatal a la población macehual, que eran así distribuidos y asignados a un teccalli
como dependientes que tenían la obligación de dar tributos y servicios personales.29 El Teccalli era
un entidad que que dependía de un ‘señor’ o teuctli y estaba compuesta por las tierras de la ‘casa’
con sus dependientes y el título de ‘señor’. Sus miembros se consideraban descendientes del
fundador de la casa y por tanto, formaban un linaje.30También las tierras que usufructuaban los
macehuales eran distribuídas por el teutli y formaban parte de su dominio.
Por su parte, P. Escalante Gonzalbo va a criticar la postura de Carrasco, retomando la postura
clásica en torno a la base parental del calpulli y señalando que el autor criticado hace una mala
lectura de las fuentes en las que apoya su trabajo. Así es que plantea que el origen del calpulli se
remonta a un antepasado en común, por el cual su población tiene un vínculo (real o ficticio) que da
fundamento a una unidad que es preexistente a la dominación estatal. Dicha unidad estaba basada
en una cultura y en costumbres en común. Además, el calpulli contaba con una estructura de
mando, que brindaba cierta estratificación en la toma de decisiones, vinculada generalmente a algún
linaje del calpulli, pero sin implicar una condición de privilegio social sobre los otros.31 De acuerdo
a esta interpretación el calpulli es una ‘comunidad’ autosuficiente de productores que funcionaba de
acuerdo a las reglas que estructuraban los lazos de parentesco. En cuanto a la vinculación con la
autoridad estatal, Escalante Gonzalbo señala que podía haber calpullis que cayeran bajo la

25 Escalante Gonzalbo, Pedro, “La polémica sobre la organización de las comunidades de productores”, Nueva
Antropología, vol. XI, núm. 38 (1990): 147-162, 149.
26 Carrasco, Pedro, Estratificación social en la Mesoamérica prehispánica, (1976).
27 Carrasco, Pedro, Estratificación social…, 19-20.
28 Carrasco, Pedro, 30-31 y 33.
29 Ibidem, 22 y 33.
30 Ibidem, 21.
31 Escalante Gonzalbo, Pedro, “La polémica sobre la organización... “, 155-157.
dominación del estado y que solo tributaran a esa autoridad general. Otro era el caso si el calpulli
caía bajo la tutela de un teutli, puesto que esta situación implicaba una mayor subordinación en
tanto el jefe gentilicio de la ‘comunidad’ era reemplazado por las decisiones del teccalli, que a
partir de allí administraba la asignación de las parcelas de tierra y los tiempos de trabajo.32
Asimismo esta situación supuso una transformación en las relaciones sociales que se manifiesta en
el cambio de denominación de la población del calpulli, que pasaron de nombrarse como
calpuleques a macehuales, con un aumento de las cargas a tributar y de los servicios personales. Sin
embargo, la base original gentilicia del calpulli no es modificada.
3) Los circuitos de intercambio que funcionaban en la sociedad mexica eran tres: el del tributo y la
redistribución, el del intercambio mercantil al interior del imperio y el del tráfico exterior.
En cuanto al tributo, en bienes o en trabajo, era una manera de recaudar fondos para el Estado. Los
bienes que se tributaban consistían tanto en productos elaborados (trajes guerreros, oro) como en
materias primas (alimentos, materiales para la construcción, materiales de lujo). Los bienes
destinados a la tributación eran conseguidos por parte de los tributarios de diferentes maneras:
mediante el trabajo comunal o intercambiando excedentes agrícolas por productos tributarios en los
mercados. Para lograr que los tributos sean pagados, el tlatoani y la ‘nobleza’ de Tenochtitlán se
aseguraban que a nivel local, en los barrios, hubiera un tequitlato. Este supervisaba y ejercía la
recolección de tributo para ser llevados a la capital de la provincia. De allí eran enviados a
Tenochtitlán, donde se repartían entre las capitales de la Triple Alianza. Por otra parte, tenía lugar la
contracara de la recolección de tributos: el proceso de redistribución estos bienes. Los mismos se
empleaban para el sometimiento de las actividades administrativas y militares, incluso el
mantenimiento del ‘palacio’. Algunos bienes se almacenaban para tiempo de escasez y también para
el sostenimiento de la población urbana. Otros productos se encomendaban a los pochtecas para el
tráfico exterior. Como indica Carrasco, buena parte de los bienes acumulados por el tlatoani se
repartían ceremonialmente en grandes festividades públicas: fiestas del calendario, campañas
militares, inauguración de un templo. En estos casos, una enorme cantidad de riqueza se consumía
entre gentes de varios rangos. Además, los bienes también eran redistribuidos cuando algunos de
ellos eran repartidos a distintos individuos como insignias de posición social. En general todo ese
tipo de ceremonias y el llamado “sistema de convites mutuos” se realizaba en los ‘palacios’ de
‘reyes’ locales y de jefes de teccalli. Por otra parte, existían funcionarios del Estado, que recibían el
derecho a tierras, bienes y al trabajo de los macehualtin. El tributo que estos campesinos pagaban a
los ‘nobles’ no eran encauzados a Tenochtitlán.
En cuanto al circuito mercantil, Berdan afirma que eran abiertos a la participación de cualquier
persona. Los tianguis o mercados funcionaban como puntos locales para una distribución de una

32 Escalante Gonzalbo, Pedro, 158-159.


gran variedad de bienes especializados. Para esta autora, las personas que intervenían en las
transacciones a nivel del mercado eran individuos, la mayor parte de ello productores directos,
propietarios de sus medios de producción, que vendían aquello que producían. Además, dice que los
vendedores debían pagar un impuesto al estado con los mismos bienes que vendían. También señala
que participaban pochtecas, que al menos en el mercado de Tlatlelcoco moderaban los
intercambios, lo cual funcionó como una limitación al funcionamiento libre de oferta/demanda.
Carrasco, por su parte, propone un escenario significativamente menos “libre”, cercano a un
mercado dirigido. En este, los derechos de propiedad están restringidos por la organización
estamental: ciertos bienes están limitados a los miembros de ciertos estamentos mediante reglas
suntuarias y el uso de la propiedad está sujeto a las obligaciones estamentales que se imponen al
individuo como condición para el uso de sus bienes. Así, la libertad de acceso y contratación existe
sólo dentro de ciertas categorías sociales, y sujeta a reglas suntuarias.
En este tipo de mercados, el control se logra mediante equivalencias o precios tasados por la
autoridad y mediante el racionamiento de las existencias o compras/ ventas forzadas. El objetivo es
efectuar el intercambio entre proveedores de distintos bienes para lograr la distribución adecuada de
éstos, de modo que la autoridad tasa los bienes para que cada quien obtenga los bienes que
satisfagan sus necesidades al nivel de vida propio de su status. Esto requiere a la vez la regulación
de la producción, es decir, la fijación de cantidad y calidad de lo producido para el mercado.
Tendiendo todo esto en cuenta es posible afirmar que más que canjes comerciales había
reciprocidades y redistribución.
En cuanto a los circuitos comerciales exteriores, estos se realizaban en los puertos de intercambios.
Los pochtecas funcionaban como representantes de las entidades políticas. Este ‘gremio’ de
mercaderes profesionales tenía una posición con privilegios (intermedia entre los macehualtin y la
‘nobleza’) respecto al Estado y su función era obtener bienes de lujo para los ‘nobles’. También
tenían una función militar como espías. En sus expediciones a puertos de comercio llevaban bienes
del estado y bienes propios. Los bienes llevados hasta los centros de intercambio por los mercaderes
eran artículos elaborados y se cambiaban por materias primas, dada la gran cantidad de artesanos
urbanos y la poca disponibilidad de materias primas tributadas. Carrasco, establece una distinción
adicional entre el tráfico exterior de bienes y los intercambios mercantiles, ya que en los primeros
puede actuar un manismo comercial, como el ya descripto, pero también podía estar basado en el
intercambio recíproco de presentes entre morados de distintos lugares. Puede haber tráfico basado
en la redistribución a distintas regiones de los bienes acumulados por un soberano.
Bibliografía

-Carrasco, Pedro, 1976. "Los linajes nobles del México antiguo." En Estratificación social en la
Mesoamérica prehispánica, 19-36.
-Berdan, Frances F., 1978. "Tres formas de intercambio en la economía azteca." En Economía
Política e Ideología en el México Prehispánico, Pedro Carrasco y Johanna Broda eds., 77-95.
México: Nueva Imagen.
-Chance, John y Bárbara L. Stark. 2007. “Estrategias empleadas en las provincias imperiales:
perspectivas prehispánicas y coloniales en Mesoamérica”, Revista Española de Antropología
Americana, vol. 37, núm. 2 (Madrid): 203-233.
-Carrasco, Pedro, 1978. "La economía prehispánica de México." En Ensayos sobre el desarrollo
económico de México y América Latina, 1500-1975, Enrique Florescano (comp.) México: FCE, 15-
53.
-Chance, John y Bárbara L. Stark. 2007. “Estrategias empleadas en las provincias imperiales:
perspectivas prehispánicas y coloniales en Mesoamérica”, Revista Española de Antropología
Americana, vol. 37, núm. 2 (Madrid): 203-233.
-Santamarina Novillo, C. 2007. “Azcapotzalco antes que Tenochtitlan: reflexiones en torno a un
modelo azteca de imperio.” Revista Española de Antropología Americana, Vol. 37, Núm. 2
(Madrid): 99-118.
-Bouysse-Cassagne, Thérèse, 1987. En La identidad aymara. Aproximación histórica (Siglo XV-
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-Acuto, Félix, y Chad Gifford. 2007. “Lugar, arquitectura y narrativas de poder: relaciones sociales
y experiencia en los centros Inkas del Valle Calchaquí Norte”. Arqueología Suramericana 3:2
(Catamarca)):135-161.
-Sanhueza, Cecilia, 2005. “Espacio y tiempo en los límites del mundo. Los incas en el despoblado
de Atacama”. Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino Vol. 10 N° 2 (Santiago de Chile):
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-Murra, John V., 1978. La Organización Económica del Estado Inca. México: Siglo XXI.

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