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El cuarto planeta era el del hombre de negocios. Estaba tan ocupado que ni
siquiera levantó la cabeza cuando llegó el principito.
- Tres y dos son cinco. Cinco y siete doce. Doce y tres quince. Buenos días.
Quince y siete veintidós. Veintidós y seis veintiocho. No tengo tiempo de
volver a encenderlo. Veintiséis y cinco treinta y uno. Uf! Eso da entonces
quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno.
- Eh? Todavía estás ahí ? Quinientos un millones de... ya no sé... Tengo tanto
trabajo ! Yo soy un hombre serio, no me entretengo con tonterías ! Dos y
cinco siete...
- Desde hace cincuenta y cuatro años que habito este planeta, no fui
perturbado más que tres veces. La primera vez fue, hace veintidós años, por
un abejorro que había caído de Dios sabe dónde. Producía un ruido espantoso,
y cometí cuatro errores en una suma. La segunda vez fue, hace once años, por
una crisis de reumatismo. Me falta ejercicio. No tengo tiempo de pasear. Soy
una persona seria. La tercera vez... es esta ! Decía entonces quinientos un
millones...
- Millones de qué ?
- Moscas ?
- Abejas ?
- Pero no. De esas pequeñas cosas doradas que hacen soñar a los holgazanes.
Pero yo soy una persona seria ! No tengo tiempo para ensoñaciones.
- Ah! estrellas ?
- Sí.
- Sí.
- Es suficiente ?
- Las administro. Las cuento y las recuento – dijo el hombre. – Es difícil. Pero
yo soy una persona seria !
- Y eso es todo ?
El principito tenía sobre las cosas serias ideas muy diferentes a las de los
adultos.
- Yo – agregó – poseo una flor que riego todos los días. Poseo tres volcanes
que deshollino todas las semanas. Porque deshollino también el que está
apagado. Nunca se sabe. Es útil para mis volcanes, y es útil para mi flor, que
yo los posea. Pero tú no eres útil para las estrellas.