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LEMERCIER.

ARTICULO QUE RELATA COMO EMPEZÓ A RELACIONARSE


LEMERCIER CON EL PSICOANALISIS.

Saber de la historia

Psicoanálisis en el monasterio

Comentario de la tesis doctoral de Juan Alberto Litmanovich

Por Mauro Vallejo

Recuerdo que en diciembre del 2004 leí en esta misma revista un breve texto
que relataba un poco superficialmente la historia del psicoanálisis en
México1. Allí, sin más explicaciones, el autor decía: “En 1950 se fundó el
monasterio benedictino Nuestra Señora de la Resurrección en Santa María
Ahuacatitlán, (Cuernavaca, Morelos), por el prior Gregorio Lemercier donde
una década después el tratamiento psicoanalítico devendría requisito para el
ingreso de los aspirantes a seminaristas”. Poco después alguien me confió
que Roudinesco hacía mención a esa experiencia en alguno de sus trabajos.
No busqué el lugar donde la historiadora habría relatado ese hecho, y me
contenté con guardar en mi memoria un dato que me convencía aún más de
las extrañas vías de recepción e implantación del psicoanálisis en latitudes
latinoamericanas.
El año pasado participé de la organización de las Primeras Jornadas de
Historia, Psicoanálisis y Filosofía, cuyo objetivo era propiciar la discusión y el
cruce entre los dominios del saber freudiano, la historiografía y la filosofía de
la historia2. Como era de esperar, pocos psicoanalistas se sintieron
convocados. Uno de esos pocos provenía de México, y su nombre es Juan
Alberto Litmanovich. Nacido en Rosario, este analista había emigrado hacía
muchos años, y había desarrollado su carrera profesional en el territorio
azteca. Luego de establecer contacto conmigo, Litmanovich me da detalles
sobre la tesis doctoral que había defendido en el 2008 en la Universidad
Iberoamericana: “Las operaciones psicoanalíticas gestadas al interior del
Monasterio Benedictino de Ahuacatitlán, Cuernavaca, Morelos, México
(1961-1964)”. Durante su estadía no solamente participó de las mentadas
jornadas, sino que también aceptó discutir algunos capítulos de su tesis en
uno de los ateneos que organiza mensualmente la cátedra I de Historia de la
Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Gracias a ello pude acceder a su
trabajo doctoral. Esperando que en breve ese material se edite y distribuya
en nuestro medio, quisiera comentar aquí los lineamientos esenciales de la
obra.

La historia de lo sucedido en el monasterio merecía sin duda una


investigación documentada y precisa, y es precisamente esa deuda la que
Litmanovich viene a saldar. El 4 de octubre de 1960 el prior del monasterio,
Gregorio Lemercier, tiene una alucinación. El hombre, asustado y temeroso
de la inminencia de una locura, llama a Mauricio González de la Garza, un
“psicólogo aficionado” que había entrado al monasterio a los fines de
redactar una tesis sobre Whitman, y que se había analizado durante cinco
años con el Dr. Santiago Ramírez. En la novela El Padre Prior publicada en
1971, de la Garza ofrece de esa alucinación un relato muy distinto a las dos
versiones comunicadas por el propio Lemercier. En palabras del aficionado, el
contenido era angustiante, un ser maligno lo trataba de pecador, de
lujurioso... Según el prior, se trató más bien de la ominosa sensación de ser
amado por Dios... De todas maneras, no es esa disparidad lo que más
importa. A raíz de esa experiencia, Lemercier comienza pocos meses después
un análisis personal con Gustavo Quevedo, que durará cerca de cuatro años.
En rigor de verdad, ya en 1958 este mismo prior había recurrido al
psicoanálisis para resolver conflictos que percibía al interior del monasterio,
enviando a terapia a algunos monjes. Pero es recién después del inicio de su
análisis personal que Lemercier toma una decisión que le valdrá no pocas
polémicas y un severo castigo de las autoridades eclesiásticas: en junio de
1961 decide convocar al psicoanálisis para que los miembros de su
monasterio se sometan a terapia de grupo.

Frida Zmud, psicoanalista argentina, y Gustavo Quevedo, son los dos


psicoanalistas que se harán cargo de la innovadora tarea. Las sesiones tenían
lugar dos veces por semana, los miércoles y sábados, normalmente en los
domicilios particulares de los analistas. Tal y como Litmanovich puede dar
cuenta, toda esa historia ya estaba más o menos contada -en novelas,
entrevistas de los protagonistas o recortes periodísticos de la época-, y había
sido silenciada u olvidada tanto por la memoria del movimiento
psicoanalítico como por la literatura eclesiástica. Empero, el autor de la tesis
doctoral defendida en 2008 tenía sobradas razones para retomar esos
acontecimientos. En enero de 1999 la hija de Zmud le entregó a Litmanovich
las notas que la psicoanalista había tomado de las sesiones de grupo con los
monjes. Nuestro autor tenía en las manos el material que nadie conocía, y
que permitiría por fin disolver las dudas y las conjeturas sobre el decurso de
esas sesiones. He allí el sueño peligroso de todo historiador: tener en su
armario el archivo definitivo, las fuentes que dan por fin un saber certero
sobre un pasado hasta entonces hecho de rumores o pistas frágiles. De
hecho, Litmanovich no pierde el tiempo y desmenuza pacientemente esas
páginas, dando cuenta de las hipótesis interpretativas y las intervenciones de
los analistas, las fantasías de abandono y de homosexualidad que los monjes
compartían en esas sesiones memorables. Empero, nos atreveríamos a decir
también que la fascinación por ese archivo conduce al autor a quedar
atrapado en sus encantos. Por momentos parece no poder alejarse de esas
notas, y respecto de su contenido privilegia interrogantes que provienen de
su interés como analista, dejando en un segundo plano las preguntas que un
historiador hubiese realizado: ¿por qué las autoridades de la Iglesia pudieron
en un comienzo ver con buenos ojos esa experiencia?, ¿no permite esta
historia repensar algunas hipótesis de Michel Foucault respecto de la
herencia que la técnica analítica posee con la dirección de conciencia del
cristianismo? Estas y muchas otras preguntas no tienen casi desarrollo en una
tesis que, a mi parecer, se demora demasiado en reconstruir las nociones
psicoanalíticas que los terapeutas usaban en su accionar, o en lo que el autor
llama el “estilo Quevedo”. A pesar de esas limitaciones, el trabajo de
Litmanovich sobresale por el cuidado con que ordena las fuentes y por la
exhaustividad de sus lecturas. Su aproximación a las intervenciones de los
analistas merecerá un lugar destacado, primero, en el estudio del kleinismo
latinoamericano, y sobre todo, en el análisis de las contaminaciones del
psicoanálisis, es decir de las zonas en que ese dispositivo quedó ligado, casi
promiscuamente, con elementos ajenos a su marco tradicional.

______________

1. Herrera, A. (2004) “Psicoanálisis en México”. Imago Agenda, 86.

2. En las próximas semanas la editorial Prometeo distribuirá el libro que


reúne algunas de las ponencias presentadas en tal oportunidad. La obra,
editada por Omar Acha y por mí, se titula Inconsciente e historia después de
Freud Cruces entre filosofía, psicoanálisis e historiografía.

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