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Tercera parte

Pensar lo público
Democracia y participación
La democracia es un régimen para estar siempre atento y vigilante, dispuesto a
actuar. La democracia te da la posibilidad de intervenir, de controlar, de echar al
gobernante que has puesto porque descubres que es un corrupto, porque no es
competente. La democracia es una motivación permanente para que intervengas
en la sociedad.
Por eso se han inventado los partidos políticos porque parten la sociedad en
visiones políticas generales, y así todo se vuelve más manejable bajo unas siglas
determinadas, con un programa político detallado. Los partidos sirven para
orientarte, te señalan la ideología básica que tienen las personas que concurren a
las elecciones y de las que puedes desconfiar porque no las conoces
personalmente.
Antes todas las campañas se basaban en los mítines en las plazas de toros, en los
pueblos; iban personas con ideas bien distintas, el político decía lo que le parecía,
y podía convencer a unos, y a otros, no. Así que cuando los políticos se estropean
hay que cambiarlos por otros. Y hay que ofrecerse y participar para seguir viviendo
en un sistema que nos permite sustituirlos.
La política, como cualquier relación social, establece un juego entre la verdad, la
mentira, la veracidad y la falsedad. Hay políticos que dicen más verdades que otros,
partidos que mienten más, y otros menos, pero el juego nunca es completamente
limpio. Ése es el campo de batalla de la democracia. En la Edad Media, al sitio
donde se decidían los torneos se le llamaba «el campo de la verdad». Y ese campo
es ahora el espacio público de lo político, donde jugamos, debatimos y luchamos.
Los políticos saben que hay normas morales (no robar es una, porque nadie quiere
vivir en un mundo donde todos robasen), pero no siempre quieren cumplirlas. Lo
que ocurre con los cargos políticos es que las responsabilidades de su cargo
vuelven inmorales actitudes que en la vida corriente no lo son. A todos nos gusta
recibir regalos, pero si eres un político con un puesto importante, recibir regalos
puede ir contra la tadeonta. Tienes que pagarte tus trajes y tu ropa, porque dado el
cargo que ocupas ningún regalo va a salirte gratis, después te van a pedir tu apoyo,
van a intentar aprovecharse de tu influencia, vas a perder la neutralidad que exige
la gestión del dinero público.
En una democracia todos somos políticos, de nosotros depende atribuirles el poder,
pero cuando una persona ocupa a título individual un cargo público tiene unas
obligaciones propias de su puesto: debe hacer las cosas de manera honrada, pero
también debe tener mucho cuidado en no equivocarse. Un político que se equivoca
puede hacer mucho daño. La moral es buena intención, pero a un político, como a
un cirujano, como a cualquier especialista en el desempeño de su cargo, hay que
pedirle algo más, no basta con que tengan las mejores intenciones si después te
destrozan el cuerpo o te hunden el país. Ésa es la gran diferencia entre la moral y
la política. Al político hay que exigirle una preparación específica.
El presidente Lyndon Johnson de Estados Unidos introdujo una serie de medidas
de protección social muy importantes. Con la idea de mejorar la vida en los guetos,
se decidió a ayudar con dinero a las madres solteras, que eran muy numerosas,
para que pudiesen alimentar a sus hijos. La intención del presidente no podía ser
mejor, pero los resultados fueron bastante regulares, porque lo que consiguió con
esas medidas fue que la mayoría de los afroamericanos no se casasen nunca. El
hombre vivía del dinero del subsidio que recibía la madre soltera, así que tampoco
se sentía obligado a trabajar. De esta manera, unas décadas más tarde, el esfuerzo
de los coreanos, los griegos o los vietnamitas les había ayudado a progresar
socialmente, mientras que los afroamericanos se quedaron atrás.
Este desastre económico y social se debió en buena medida a una ayuda
bienintencionada que salió mal.
También es cierto que Lyndon Johnson acabó con la discriminación en las
escuelas, y que, gracias a su empeño, hoy tenemos un presidente negro en la Casa
Blanca, pero en cuanto a resultados aquel plan fue un desastre. Cuando se trata
de evaluar la acción política hay que pensar en los resultados, en los beneficios
que obtiene el país.
En La República, Platón dice que lo mejor para ser un buen político es no querer
serlo, porque la experiencia nos dice que querer ser político es una malísima señal.
El político ideal sería aquel que tuviésemos que ir a buscar nosotros, que lo
llevásemos a rastras al Congreso, y que se pasase la legislatura soñando en el día
que lo vamos a dejar en paz. El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe
absolutamente, de esto sí que estoy convencido.
Napoleón decía que con las bayonetas se podía hacer cualquier cosa menos
sentarse encima, pues con la democracia igual, no es para sentarse encima y
descansar, es un instrumento para luchar por las ideas que nos gustan, y
oponernos a las que no nos convienen, y unas veces sale bien y otras mal, pero no
podemos echarnos a dormir.
En la democracia, los candidatos tienen que explicar sus creencias religiosas y dar
cuenta de su vida personal, algo que, en las democracias europeas, donde todavía
se distingue entre la vida pública y la privada, sería un escándalo.

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